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DJESER.’Cuadernos’de’Arte’yEgiptología’ ’ Nº’3

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DJESER  Revista  de  Arte,  Arqueología    y  Egiptología  ISSN  2174-­‐6869    Edita:  Centro  de  Estudios  Artísticos  Elba,  S.L.  Doctor  Esquerdo,  16-­‐  6º  Dcha.  28028  –  Madrid  Tlf.  914035956    Dirección:  Laura  Di  Nóbile  Carlucci    Diseño  de  la  portada:  Mª  Jesús  López  Montilla  Manuel  Martín  Castellá    Maquetación:  Laura  Di  Nóbile  Carlucci  Mª  Jesús  López  Montilla    Colaboran  en  este  número:  Javier  Alonso  López  Pilar  Iguácel  de  La  Cruz  Amelia  Aranda  Huete  Alejandro  Jiménez  Serrano  Esther  Pons  Mellado  Eugenio  Gómez  Segura  Ignacio  Herrero    Comité  científico:  Dr.  Miguel  A.  Molinero  Polo  (Univ.  La  Laguna,  Tenerife)  Dra.  Gema  Palomo  (Univ.  Autónoma,  Madrid)  Dra.  Covadonga  Sevilla  Cueva  (Univ.  Autónoma,  Madrid)    DJESER.   Revista   de   Arte,   Arqueología   y  Egiptología   no   se   hace   responsable   de   los  contenidos   u   opiniones   de   los   autores   de  los  textos.    ©De  los  textos,  los  respectivos  autores  ©De  las  imágenes,  los  respectivos  autores  ©De  la  presente  edición:    Centro  de  Estudios  Artísticos  Elba,  S.  L.  

   Hace  doscientos  años  el  desierto  de  Jordania  presentaba  

ante   los   ojos   del   explorador   Johann   Ludwig   Burckhardt   la  fantástica  ciudad  de  Petra,  que  el  tiempo  había  olvidado  entre  las  tierras  de  diferentes  tonos  rojizos.  Hoy  es  un  destino  turísti-­‐co   al   que   acuden   numerosos   visitantes,   pero   aún   resulta   de  gran   interés   leer   las   impresiones   escritas   en   1812   por   el   in-­‐trépido  viajero  suizo.    

 El  Mediterráneo  fue  cuna  de  numerosos  pueblos  que  han  

ido  dejando   su  huella  en   los   territorios  bañados  por  él,   como  los  de  Canaán.    Otros,  algo  más   lejanos,  como   los  Celtas  cuya  influencia  histórica  y  artística  hemos  hallado  en  gran  parte  de  Europa.   En   las  distantes   tierras  de  América  del  Norte  nos  en-­‐contramos  que  sus  primeros  pobladores  usaron   los  conocidos  “atrapasueños”,  en  las  siguientes  páginas  podremos  estudiar  si  son   un   arte,   un   ritual   o   ambos.  Mientras   que,   cruzando   nue-­‐vamente  el  océano,  observaremos  la  joyería  europea  que  tanto  gustó  a  la  corte  de  los  zares  de  Rusia  y  que  hoy  admiramos  en  numerosos  museos  del  mundo.  

 Las   diferentes  misiones   españolas   en   Egipto   han   termi-­‐

nado   su   temporada   en   los   correspondientes   yacimientos.   Co-­‐noceremos  en  un  resumen,  de  primera  mano,   los  últimos  tra-­‐bajos  llevados  a  cabo  en  Oxirrinco  y  Qubbet  el  Hawa.    

 Los  comentarios  sobre   la  exposición  que  el  Museo  Thys-­‐

sen  y  la  Fundación  Caja  Madrid  nos  presentan  sobre  Marc  Cha-­‐gall  nos  traen  a  unas  fechas  más  cercanas  y  a  un  mundo  lleno  de  color.  

 Laura  Di  Nóbile  

 SUMARIO  

 El  estudio:  

   2      Doscientos  Años  del  Descubrimiento  de  Petra.  Por      Javier  Alonso  López  

             16        Los  Pueblos  Olvidados  del  Mediterráneo:  los  Celtas.  Por          Pilar  Iguácel  de  La  Cruz  

             26        Atrapasueños.  Arte  o  Ritual.  Por  Mª  Jesús  López        Montilla  

             42        El  Gusto  Europeo  en  las  Joyas  de  Adorno  Personal  de          los  Zares.  Por  Amelia  Aranda  Huete  

             60        Excavaciones  en  Egipto.  Por  Alejandro  Jiménez  Serrano;          y  Esther  Pons  Mellado.  

             64        Canaán  y  el  Antiguo  Testamento.  Por  Eugenio  Gómez          Segura  

La  exposición:  67        Marc  Chagall.  Por  Ignacio  Herrero  

In  Memoriam:  72      Dr.  Gaballa  Alí  Gaballa.  Por  Laura  Di  Nóbile                    Carlucci  

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DJESER.  Cuadernos  de  Arte  y  Egiptología     Nº  3-­‐  2012    

Doscientos años del descubrimiento de Petra

Introducción, traducción y notas de

Javier Alonso López Licenciado en Filología Hebrea

Introducción

Tras permanecer en el olvido durante más de seiscientos años, Petra, la ciudad rosada oculta en el desierto de Jordania, fue redescubierta para Occidente por un hombre tan especial como la propia ciudad. Mezcla de genio, aventurero y, posiblemente, un punto insensato, Jo-hann Ludwig Burckhardt y la historia del descubrimiento de Petra parecen extraídos de una novela de aventuras.

Burckhardt nació en Lausana (Suiza) en 1784. Hombre de sólida cultura, tra-bajó para la Association for Promoting the Discovery of the Interior Parts of África, una asociación con fines cientí-ficos pero controlada por el Foreign Office británico. Como parte de su tra-bajo tuvo que aprender árabe, para lo que se preparó cuidadosamente en

Cambridge primero, y más tarde en Malta, Siria y Palestina. Al terminar su periodo de formación, no sólo hablaba la lengua del Corán, sino que vestía y se comportaba hasta el más mínimo detalle como un árabe más.

Así llegó en 1812 al territorio de la actual Jordania en una caravana y bajo el nombre de jeque Ibrahim ibn Abdu-llah, estudioso del Corán y la Ley mu-sulmana. Al llegar a las inmediaciones del castillo de Shobek, unos kilómetros al norte de Petra, oyó hablar de una mis-teriosa ciudad perdida no lejos de aquel lugar. Burckhardt manifestó su deseo de ofrecer un sacrificio sobre la tumba del profeta Aarón, que también se encon-traba por allí, y pidió la ayuda de un guía local. En compañía de este guía, Burckhardt fue el primer occidental que contemplaba Petra desde la época de las Cruzadas. En los dos días que pasó en Petra, Burckhardt no pudo escribir nada, pero retuvo en su memoria todos los datos posibles que luego fijó en un cua-derno de viaje. Ya de regreso a Europa hizo público su descubrimiento, lo que provocó un constante flujo de nuevos exploradores europeos y americanos que investi-garon, excavaron y sistema-tizaron el estudio de la capital de los

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nabateos hasta convertirla en una de las principales atracciones arqueológicas del mundo actual.

A continuación ofrecemos un texto con la traducción del relato del propio Burckhardt, tomado de su obra Viaje a Siria y Tierra Santa, publicada en 1822. Puesto que Burckhardt era el primer visitante, los monumentos no eran co-nocidos todavía por sus denominaciones actuales. Por eso, se han añadido algu-nas notas al texto para que el lector mo-derno que no esté familiarizado con el yacimiento pueda orientarse más fácil-mente.

Descripción de un viaje desde Damasco a través de las Monta-ñas de Arabia Petræ y el Desier-to de El Ty, hasta El Cairo; en el verano de 1812.

Descubrimiento de Petra, 22-23 de agosto de 1812

22 de agosto de 1812

Estaba particularmente deseoso de visitar Wadi Musa, de cuyas antigüeda-des había oído hablar a la gente del país en términos de gran admiración; y desde allí esperaba cruzar el desierto en línea recta hasta El Cairo. Sin embargo, mi guía tenía miedo de los riesgos de un viaje a través del desierto, e insistió en llevarme por la ruta de Áqaba, la anti-gua Eziongeber, en el extremo del ramal oriental del mar Rojo, donde decía que podríamos unirnos a alguna caravana y continuar nuestro camino hacia Egipto. Yo, por el contrario, deseaba evitar Aqaba, pues sabía que el Pachá de Egip-to mantenía una nutrida guarnición en

aquel lugar para vigilar los movimientos de los Wahabi y de su rival, el Pachá de Damasco. Así pues, una persona como yo, procedente de esta última ciudad, sin papeles que demostraran quién era yo, o por qué había dado un rodeo para tomar aquella ruta, provocaría sin duda las sospechas de los oficiales al mando en Aqaba, y podría sufrir las conse-cuencias de encontrarme entre la salvaje soldadesca de aquella guarnición.

Mapa de situación de Áqaba

La ruta de Shobek a Aqaba, que es tolerablemente buena y podría ser fácilmente utilizada incluso por la arti-llería, se encuentra al este de Wadi Mu-sa, y abandonarla por la mera curiosidad de contemplar el Wadi, hubiera resulta-do muy sospechoso a los ojos de los árabes.

Áqaba - Wadi Musa (noreste)

Por eso, fingí haber hecho la prome-sa de sacrificar una cabra en honor de Haroun (Aarón), cuya tumba yo sabía que estaba situada en un extremo del valle, y mediante esta estratagema pen-

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saba que podría ver el valle mientras me encaminaba a la tumba. Mi guía no puso ninguna objeción a mi propósito; guardó absoluto silencio, pues temía que, si se oponía, atraería sobre sí la ira de Aarón. Dejamos a los Refaya [be-duínos] a primera hora de la mañana y viajamos por un terreno montañoso. Después de dos horas llegamos a un campamento de árabes Sadouye, que también son fellahein o cultivadores, y la más fuerte de las tribus campesinas, aunque pagan tributo a los Howeitat. Igual que los Refaya, secan grandes cantidades de uvas. Colocan el producto de su cosecha en una especie de fortale-za llamada Oerak, no lejos de su cam-pamento, donde hay unas pocas casas rodeadas por un muro de piedra. Tienen más de ciento veinte tiendas. Desayu-namos con los Sadouye, y después pro-seguimos el recorrido serpenteante de un valle donde contemplé los vestigios de antiguos cultivos, y aquí y allí algu-nos restos de muros y caminos pavi-mentados, todos construidos con peder-nal. El paisaje por allí cerca es boscoso. A las tres horas y media atravesamos un torrente, y desde allí ascendimos una montaña y viajamos durante cierto tiempo por su árida cumbre en dirección sudoeste. Luego descendimos de nuevo y llegamos a Ain Musa, a cinco horas y media de donde habíamos partido por la mañana. En la cima de una montaña, cerca del punto donde la ruta en direc-ción a Wadi Musa se separa del camino principal que conduce a Aqaba, hay una serie de pequeños montones de piedras, lo que indica otros tantos sacrificios en honor a Haroun. Los árabes que hacen voto de sacrificar una víctima a Haroun

creen que es suficiente con hacerlo en un lugar tan próximo con éste, desde donde, en la distancia, es visible la cúpula de la tumba y, después de matar al animal, colocan un montón de piedras sobre la sangre que empapa el suelo. Aquí mi guía me presionó para que sa-crificase la cabra que había traído con-migo desde Shobek a tal efecto, pero fingí que había prometido inmolarla en la propia tumba. En lo alto de la colina, sobre Ain Musa, estaban acampados los árabes Lyathene, que cultivan el valle de Musa. Nos dirigimos a su campa-mento, pero no fuimos recibidos con la hospitalidad de la noche anterior.

Fuente del Apóstol, Ain Musa. Expedición de Gertrude Bell.

Marzo 1900

Ain Musa es un copioso manantial que baja desde debajo de una roca en el extremo oriental de Wadi Musa. No hay ruinas cerca del manantial; un poco más abajo, en el valle, hay un molino, y por encima se encuentra el poblado de Ba-dabde, ahora abandonado. Estuvo habi-tado hasta hace pocos años por unas veinte familias de cristianos griegos que acabaron por retirarse a Kerek. Conti-nuando desde el manantial a lo largo del riachuelo durante unos veinte minutos, el valle se abre, y conduce a una plani-cie de aproximadamente un cuarto de hora de longitud y unos diez minutos de

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anchura, en donde el riachuelo se une con otro que baja desde la montaña que se encuentra hacia el sur. Sobre el de-clive de la montaña, en el ángulo for-mado por la unión de dos riachuelos, se alza Eldjy, el principal poblado de Wadi Musa. Este lugar contiene entre dos-cientas y trescientas casas, y está ence-rrado dentro de una muralla de piedra con tres puertas situadas a intervalos regulares. Está ubicado de un modo muy pintoresco, y habitado por los Lyathene antes mencionados, una parte de los cuales acampan durante todo el año en las montañas vecinas. Las lade-ras de la montaña cercana a la ciudad están constituidas en terrazas artificia-les, y cubiertas con campos de cereales y plantaciones de árboles frutales. Se riegan con las aguas de los dos riachue-los y de otros muchos manantiales me-nores que descienden hasta el valle por debajo de Eldjy, donde también se tra-baja bien la tierra. Unas pocas piedras de gran tamaño y talladas indican la anterior existencia de una ciudad anti-gua en este lugar cuyo feliz emplaza-miento ha debido de atraer a las gentes en todas las épocas. Vi algunas piezas grandes de un hermoso mármol salino, pero nadie pudo decirme de dónde pro-cedían o si había rocas de este tipo en las montañas de Shera.

Contraté un guía en Eldjy para que me condujese a la tumba de Haroun, y le pagué con un par de herraduras vie-jas. Él cargó con la cabra y me entregó un pellejo de agua para que yo lo lleva-ra, pues sabía que no había agua en el curso descendente del wadi. Siguiendo el riachuelo de Eldjy hacia el oeste, el valle se estrecha de nuevo poco des-

pués, y es ahí donde comienzan las an-tigüedades de Wadi Musa1. Respecto a éstas, lamento no ser capaz de ofrecer un informe completo, pero sabía bien cómo era el carácter del pueblo que ten-ía a mi alrededor. Me encontraba sin protección en el medio de un desierto donde nunca antes se había visto a un viajero, y un examen cercano de aque-llas obras de los infieles, como las lla-maban, habría levantado la sospecha de que yo era un mago en busca de tesoros. Como mínimo, me habrían detenido e impedido continuar mi viaje a Egipto, y con toda seguridad me habrían despo-seído del poco dinero que poseía y, lo que era infinitamente más valioso para mí, de mi diario de viaje. En el futuro otros viajeros podrán visitar el lugar bajo la protección de una fuerza arma-da; los habitantes se acostumbrarán ca-da vez más a las indagaciones de los extranjeros, y las antigüedades de Wadi Musa alcanzarán el rango de unos de los restos más curiosos del arte antiguo.

Entrada al barranco. Grabado de Léon Laborde, 1830

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En el punto donde se estrecha el va-lle hay una gran cámara sepulcral, con una hermosa puerta tallada en la roca, en la ladera de la colina que surge en la orilla derecha del torrente: a este mismo lado del riachuelo, un poco más adelan-te, vi otros sepulcros con decoraciones singulares2. Aquí una masa de roca ha sido aislada de la montaña mediante una excavación, lo que deja un paso de cin-co o seis pasos de anchura entre éste y la montaña.

Plano de Petra, tomado del libro de Buckhardt, 1822

Tiene una forma similar a la de un cubo de dieciséis pies, con la parte su-perior ligeramente más estrecha que la base. La parte inferior está vaciada por una pequeña cámara sepulcral con una puerta baja, pero la parte superior es sólida. Hay tres de estos mausoleos a poca distancia unos de otros. Unos po-cos pasos más abajo, en el lado izquier-do de la corriente, hay un mausoleo de mayor tamaño con una forma similar que, a juzgar por su estado de deterioro y el estilo de su arquitectura, parece ser de una fecha más antigua que los otros. Sobre su entrada hay cuatro obeliscos

de unos diez pies de altura, tallados en la misma pieza de roca; por debajo hay una decoración en alto relieve, pero tan desgastada por el tiempo que fui inca-paz de descubrir qué representó origina-riamente; no obstante, no era de estilo egipcio3.

Tumba de los Obeliscos. Grabado de Léon Laborde, 1830

Continuando unos trescientos pasos a lo largo del valle, que en este punto tie-ne aproximadamente ciento cincuenta pies de anchura, nos encontramos con numerosas tumbas pequeñas a ambos lados del riachuelo, escavadas en la roca y sin decoración. Más allá hay un punto donde el valle parecía estar completa-mente cerrado por unas altas rocas pero, al acercarnos, distinguí una brecha de unos quince o veinte pies de ancho, a través del cual fluye el riachuelo hacia el oeste durante el invierno. En verano, sus aguas se pierden en la arena y la gravilla antes de alcanzar la abertura, que se llama El Siq. Los precipicios a ambos lados del torrente tienen unos ochenta pies de altura; en muchos luga-res, el espacio entre ambos en la parte superior es menor que en la inferior, y el cielo no es visible desde abajo.

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Entrada del Siq, grabado de Léon Laborde, 1830

Puesto que el riachuelo de Wadi Mu-sa debe haber sido de la mayor impor-tancia para los habitantes del valle, y muy especialmente para los de la ciu-dad, que estaba situada por completo en el lado oeste del Siq, parece que los antiguos se esforzaron enormemente para regular su curso. Su lecho parece haber estado cubierto por un pavimento de piedra del que aún quedan numero-sos restos, y en muchos lugares se cons-truyeron muros de piedra a ambos lados para conferir al agua la dirección ade-cuada y controlar la violencia del to-rrente. Igualmente, se excavó un canal a cada lado del Siq, a un nivel superior al del río, para transportar una cantidad constante de agua a la ciudad en todas las estaciones, y para evitar que, en ve-rano, el amplio lecho del torrente o el regadío de los campos del valle por en-cima del Siq absorbieran toda el agua.

Aproximadamente a unos cincuenta pasos por debajo de la entrada del Siq

aún queda en pie un puente de un arco abandonado sobre la cima de la brecha; justo debajo del mismo, a ambos lados, hay unos grandes nichos, labrados en la roca, con elegantes esculturas, destina-dos probablemente a la recepción de estatuas. Quizás podrían encontrarse algunos restos de antigüedades en la cima de las rocas, cerca del puente, pero mi guía me aseguró que, a pesar de los repetidos intentos que se habían llevado a cabo, nadie había sido capaz de esca-lar las rocas hasta el puente, que, por lo tanto, fue declarado unánimemente obra del Djan, o genio maligno. Continuando a lo largo del tortuoso pasadizo del Siq, vi en varios lugares unos pequeños ni-chos tallados en la roca, algunos de los cuales estaban solos; en otros lugares había tres o cuatro juntos, sin ningún patrón regular. Algunos son simplemen-te agujeros, otros tienen unas pilastras pequeñas a ambos lados. Varían en ta-maño desde las diez pulgadas hasta los cuatro o cinco pies de altura, y en algu-nos de ellos aún son visibles las bases de estatuas. Pasamos por delante de otras grietas laterales entre las rocas perpendiculares a través de las cuales desembocan en el río algunos torrentes tributarios procedentes de la cara sur del Siq. No entré en ninguna de ellas, pero vi que estaban densamente cubiertas por árboles. Mi guía me dijo que no había antigüedades en esos valles, pero el tes-timonio de estas gentes acerca de estas cuestiones no es digno de demasiada confianza. El suelo del propio Siq está cubierto hoy en día por unas grandes piedras, arrastradas por el torrente, y parece que se encuentra en un nivel va-rios pies por encima del que tenía anti-

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guamente, al menos hacia el extremo occidental. Después de avanzar durante veinticinco minutos entre las rocas, lle-gamos a un lugar donde el pasadizo se abre, y donde el lecho de otra corriente procedente del sur se une con el Siq. En la cara de la roca perpendicular, justo de espaldas a la salida del valle principal, aparece ante nuestros ojos un mausoleo excavado cuyo emplazamiento y belleza están calculados para ejercer una impre-sión extraordinaria sobre el viajero des-pués de haber transitado durante casi media hora por un pasadizo sombrío y casi subterráneo como el que he descri-to. Es uno de los restos antiguos más elegantes que existen en Siria; su estado de conservación asemeja al de un edifi-cio terminado recientemente, y en un examen más cercano constaté que se trataba de una obra inmensa.

Vista del Khasné (al-Khazneh o “el Tesoro”), graba-

do de Léon Laborde, 1830

La parte principal es una cámara de dieciséis pasos cuadrados y unos veinti-cinco pies de altura. No hay el más mínimo adorno en las paredes, que son bastante suaves, así como el techo, pero la parte exterior de la puerta de entrada está ricamente adornada con decoracio-nes arquitectónicas. Varios escalones

grandes conducen a la entrada, y delante de todo hay una columnata de cuatro columnas, flanqueadas por dos pilastras. En cada uno de los tres lados de la gran cámara hay una estancia para recibir al difunto. Una excavación similar, pero mayor, se abre en cada extremo del vestíbulo, cuya longitud no es igual a la de la columnata tal como se muestra de frente, pero termina en cada uno de los extremos entre la pilastra y la columna vecina. Las puertas de las dos estancias que dan al vestíbulo están cubiertas con tallas más ricas y hermosas que las de la puerta de la cámara principal. La co-lumnata tiene unos treinta y cinco pies de altura, y las columnas tienen aproxi-madamente tres pies de diámetro con capiteles corintios. Las pilastras de los dos extremos de la columnata, y las dos columnas más próximas a éstas, están hechas en la roca sólida, como el resto del monumento, pero las dos columnas centrales, una de las cuales ha caído, fueron construidas separadamente, y están compuestas por tres piezas cada una. La columnata está coronada por un frontón, sobre el cual hay otras decora-ciones que, si lo vi correctamente, con-sistían en un cilindro aislado y coronado por un vaso que se alzaba entre otras dos estructuras con la forma de peque-ños templos y sostenidas por unos pe-queños pilares. Todo el frente, desde la base de las columnas hasta la cima de los motivos decorativos, puede tener unos sesenta o sesenta y cinco pies de altura. El arquitrabe de la columnata está adornado con vasos, unidos entre sí con festones. La pared exterior de las cámaras que se encuentran a cada ex-tremo del vestíbulo, que aparece al fren-

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te, entre la pilastra y la columna vecina, estaba decorada con figuras colosales en bajo relieve, pero no pude distinguir qué representaban. Una de ellas parece haber sido una mujer montada sobre un animal, que, a juzgar por la cola y la pata trasera, parece que era un camello. Todos los demás ornamentos esculpidos en el monumento están perfectamente conservados.

Los nativos llaman a este monumen-to Qasr Faraoun, o Castillo del faraón4, y se supondría que era la residencia de un príncipe. Pero era más bien el sepul-cro de un príncipe, y grande debió ser la opulencia de la ciudad que pudo dedicar semejantes monumentos a la memoria de sus gobernantes.

Vista frontal de al-Khazneh , según dibujo de David

Roberts, 1839

Desde este lugar, tal como ya había observado, el cielo se ensancha, y el camino continúa bajando durante unos pocos cientos de pasos a través de un pasadizo espacioso entre dos acantila-dos. A ambos lados, hay excavados en

las rocas varios sepulcros de gran tama-ño5; consisten por lo general en una única estancia de techo elevado con un tejado plano; algunos de ellos son ma-yores que la cámara principal del Qasr Faraoun. En aquellos en los que entré, las paredes eran bastante planas y sin decoración; en algunos de ellos hay pequeñas habitaciones laterales, con zonas excavadas y nichos para la recep-ción del difunto; en otros, encontré que el suelo estaba excavado de manera irregular para ese mismo propósito, en compartimentos de seis a ocho pies de profundidad, y con la forma de un sarcófago. En el suelo de un sepulcro conté hasta doce cavidades de este tipo, además de un nicho profundo en la pa-red, donde probablemente se deposita-ban los cuerpos de los principales miembros de la familia a la que perte-neciese el sepulcro.

En la cara exterior de estos sepul-cros, la roca está cortada perpendicu-larmente arriba y a ambos lados de la puerta, como si se quisiera hacer pare-cer la fachada exterior mayor que la estancia interior. Su forma más común es la de un pirámide truncada, y puesto que están hechas para sobresalir uno o dos pies del cuerpo de la roca, vistos a cierta distancia, parecen estructuras ais-ladas. A cada lado del frente hay, por lo general, una pilastra, y la puerta rara vez carece de algún elegante adorno.

Estos frentes recuerdan a los de mu-chas tumbas de Palmira, pero estas últimas no están excavadas en la roca, sino construidas con piedras labradas. No creo, sin embargo, que haya en Wa-di Musa dos sepulcros perfectamente

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idénticos; muy al contrario, varían enormemente en tamaño, forma y embe-llecimientos. En algunos lugares hay tres sepulcros excavados uno sobre el otro, y la pared de la montaña es tan perpendicular que parece imposible acercarse a la más elevada, puesto que no se ve sendero alguno. Algunos de los más bajos tienen unos escalones delante de la entrada.

Vista del teatro, grabado de Léon Laborde, 1830

Continuando un poco más adelante entre los sepulcros, el valle se ensancha hasta unas ciento cincuenta yardas de anchura. Aquí, a la izquierda, hay un teatro excavado por completo en la ro-ca, con toda su bancada. Podía albergar unos tres mil espectadores: su área está ahora cubierta con gravilla que trae el torrente en invierno. La entrada de mu-chos de los sepulcros, por así decirlo, te hace un nudo en la garganta. No hay restos de columnas cerca del teatro. Si-guiendo la corriente durante unos ciento cincuenta pasos más allá, las rocas se ensanchan aún más, y me encontré en una llanura de doscientas cincuenta o trescientas yardas de ancho, limitado por unas alturas que ascienden de mane-ra más gradual que anteriormente. Aquí el terreno está cubierto con pilas de pie-dras talladas, cimientos de edificios,

fragmentos de columnas y vestigios de calles pavimentadas. Todo ello indica claramente que una vez existió aquí una gran ciudad. En el lado izquierdo del río hay un terreno elevado que se extiende hacia el oeste durante aproximadamente un cuarto de hora y cubierto enteramen-te con restos similares6. En la orilla de-recha, donde el terreno es más elevado, también se ven ruinas como las descri-tas. En el valle cerca del río, probable-mente las edificaciones fueron barridas por la impetuosidad de los torrentes invernales, pero incluso aquí se pueden ver los cimientos de un templo7, y un montón de columnas rotas, cerca de las cuales hay un gran birket, o depósito, que aún hoy proporciona agua a los habitantes del lugar durante el verano. Los sepulcros más delicados de Wadi Musa se encuentran en el acantilado oriental, enfrente de este espacio abier-to, donde conté más de cincuenta, uno junto a otro. En lo alto del acantilado, observé especialmente un gran sepulcro adornado con pilastras corintias8.

Vista de las tumbas Reales desde el Norte, la denominada “El Palacio” en primer lugar, grabado de Léon Laborde,

1830

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Vista de la Tumba de la Urna según dibujo de David Ro-

berts, 1839

Más al oeste, el valle queda cerrado por las rocas, que se extienden en direc-ción norte. El río ha obrado un paso a través de ellas, y corre por debajo de tierra, tal como me dijeron, durante aproximadamente un cuarto de hora. Cerca del extremo occidental de Wadi Musa están los restos de un majestuoso edificio, parte de cuya muralla aún está en pie. Los habitantes los llaman Qasr Bint Faroun,9 o Palacio de la hija del faraón. En mi camino, entré en varios sepulcros, para sorpresa de mi guía, pero cuando me vio salirme de la senda en dirección al Qasr, exclamó: «Ahora veo claramente que eres un infiel que tiene algún interés particular entre las ruinas de la ciudad de tus antepasados, pero quiera ella que no suframos que tu saques una sola parte de todos los teso-ros escondidos en ella, porque se en-cuentran en nuestro territorio y nos per-tenecen». Respondí que había sido sólo la curiosidad la que me había impulsado a mirar las obras antiguas y que no tenía más propósito para venir aquí que hacer el sacrificio a Haroun, aunque no se dejó convencer fácilmente, y no consi-deré prudente irritarlo con una inspec-ción más detallada del palacio, pues le habría llevado a declarar, a nuestro re-

greso, su creencia en que yo había hallado tesoros, lo que podría haber provocado una investigación sobre mi persona y a la confiscación de mi diario, que sin duda me habrían arrebatado como si fuera un libro de magia. Es una gran desgracia para los viajeros europe-os que la idea de que hay tesoros escon-didos en los edificios antiguos haya enraizado tan profundamente en las mentes de los árabes y turcos. Ni siquie-ra están satisfechos con observar todos los pasos del extranjero, pues creen que, para un verdadero mago, es suficiente con haber visto y observado el lugar donde están escondidos los tesoros (de los cuales se supone que ya está infor-mado gracias a los antiguos libros de los infieles que viven en ese lugar) para, más tarde, libre de vigilancia, ser capaz de ordenar al guardián del tesoro que lo coloque entero delante de él. No serviría de nada decirles que me siguieran y viesen si buscaba dinero. Su respuesta sería: «Por supuesto, no te atreverás a llevártelo delante nuestro, pero sabemos que, si eres un mago experto, ordenarás que te siga por el aire a cualquier lugar que te plazca». Si el viajero tantea las medidas de un edificio o una columna, están convencidos de que se trata de un procedimiento mágico. Incluso las men-tes más liberales de los turcos de Siria razonan de esta misma manera, y cuan-tos más viajeros ven, más fuerte es su convicción de que su propósito es la búsqueda de tesoros. «Maou delayl», «lleva consigo las indicaciones del teso-ro», es una expresión que he escuchado cientos de veces.

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Qasr el Bint, grabado de Léon Laborde, 1830

En el terreno que se eleva a la iz-quierda del riachuelo, justo enfrente del Qasr Bint Faroun, están las ruinas de un templo, con una columna aún en pie a la que los árabes han dado el nombre de Zob Faraoun, es decir, virilis Pharao-nis10. Tiene aproximadamente treinta pies de altura y está compuesta por más de una docena de piezas. Desde allí des-cendimos en medio de las ruinas de habitaciones privadas, por un estrecho valle lateral al otro lado del cual co-menzamos a ascender la montaña sobre la que se encuentra la tumba de Aarón. Hay restos de una antigua vía excavada en la roca, a ambos lados de la cual hay unas pocas tumbas. Después de ascen-der el lecho del torrente durante una media hora, vi, a cada lado del camino, un gran cubo excavado, o más bien una pirámide truncada, con la entrada de la tumba en la parte inferior de cada una de ellas. Aquí aumenta el número de sepulcros, y también hay excavaciones para los muertos en muchas cuevas na-turales. Un poco más allá, alcanzamos una planicie elevada llamada Szetouh Haroun, o Terraza de Aarón, al pie de la montaña sobre la que está situada su tumba. Hay varios sepulcros subterrá-neos en la planicie, con una avenida que

conduce hasta ellos excavada en la su-perficie de la roca.

El sol ya se había puesto cuando lle-gamos a la planicie; era demasiado tarde para llegar hasta la tumba, y yo me en-contraba demasiado fatigado. Por eso, me apresuré a sacrificar la cabra a la vista de la tumba, en un punto donde encontré un montón de piedras, coloca-das allí como recuerdo de tantos sacrifi-cios en honor del santo. Mientras me encontraba en el acto de sacrificar el animal, mi guía exclamó en voz alta: «¡Oh, Haroun, míranos con buenos ojos! Es por ti que sacrificamos esta víctima. ¡Oh, Haroun, complácete con nuestras buenas intenciones, pues es una cabra magra! ¡Oh, Haroun, allana nues-tros caminos, y alabado sea el Señor de todas las criaturas!» Repitió esto varias veces, después de lo cual cubrió la san-gre que había caído al suelo con un montón de piedras; después preparamos la mejor parte de la carne para nuestra cena, tan rápido como fue posible, pues el guía temía que alguien viese el fuego y que atrajera a los ladrones.

Vista de la tumba de Aarón. Expedición de Gertrude Bell. Marzo 1900

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23 de agosto de 1812

La planicie de Haroun y las monta-ñas vecinas carecen de manantiales, pero el agua de lluvia se almacena en las tierras bajas y en los huecos natura-les de las rocas, donde una parte perma-nece durante todo el año, incluso en la cima de la montaña. Sin embargo, este año había destacado por su sequía. Aquí crece un número considerable de ene-bros. No tenía un gran deseo de ver la tumba de Haroun, que se encuentra en la cima de la montaña que se alzaba enfrente de nosotros, pues varias perso-nas que la habían visitado me habían informado de que no tenía nada digno de verse excepto un gran féretro similar al de Osha en las cercanías de Salt.

Mi guía, además, insistió en que re-gresásemos rápidamente, pues tenía que partir ese mismo día con una pequeña caravana que se dirigía a Maan. Por tanto, accedía a sus deseos, y regresa-mos por el mismo camino que habíamos recorrido a nuestra venida. Luego me arrepentí de no haber visitado la tumba de Haroun, pues me dijeron que cerca de allí hay varios sepulcros hermosos y grandes. Si es posible, un viajero debe-ría verlo todo con sus propios ojos, por-que las informaciones de los árabes son muy escasas como para resultar fiables en lo que respecta a lo que puede ser interesante desde el punto de vista de la antigüedad. A menudo ensalzan cosas que, después de examinarlas, resultan carecer de todo interés, y hablan con indiferencia de otras que son curiosas e importantes. En una habitación contigua a la estancia donde se encuentra la tum-ba de Haroun hay unos vasos de cobre

para que los empleen aquellos que sacri-fican la víctima en la tumba: uno es muy grande, y está pensado para hervir la carne del camello sacrificado. Aun-que actualmente no hay guardián en la tumba, los árabes veneran al jeque en tal grado que jamás robarían uno de sus utensilios de cocina. El camino desde Maan y desde Wadi Musa a Ghaza, que lleva a la tumba, es muy frecuentado por los habitantes de Maan y los bedui-nos. Por el otro lado de Haroun, el ca-mino desciende hacia el valle.

Al comparar los testimonios de los autores citados en la Palæstina de Re-land, parece muy probable que las rui-nas de Wadi Musa sean las de la antigua Petra, y resulta extraordinario que Eu-sebio diga que la tumba de Aarón estaba cerca de Petra. Por toda la información que he reunido, estoy convencido al menos de que no hay ninguna otra ruina entre los extremos del mar Muerto y el mar Rojo de suficiente importancia para ser identificadas con esta ciudad. Si he descubierto o no los restos de la capital de Arabia Petræa, es una decisión que dejo en manos de los eruditos griegos, y me limitaré a añadir unas pocas notas a estas ruinas.

Las rocas a través de las cuales ha obrado su extraordinario paso el Wadi Musa y en las que se excavaron todas las tumbas y mausoleos de la ciudad llegando incluso a las cercanías de la tumba de Haroun, son de piedra arenis-ca de un color rojizo. Las que hay por encima de Eldjy son calcáreas, y la pie-dra arenisca no comienza hasta el punto donde están excavadas las primeras tumbas.

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En dirección sur, la piedra arenisca continúa por toda la extensión del gran valle, que es una continuación del Ghor. Las formas de las cumbres de estas ro-cas son tan irregulares y grotescas que, cuando se ven desde la lejanía, tienen la apariencia de rocas volcánicas. La blan-dura de la piedra permitió grandes faci-lidades a aquellos que excavaron las laderas de las montañas, pero, por des-gracia, por esa misma razón, resulta estéril buscar inscripciones: observé muchos puntos donde habían existido, pero ahora todas ellas están borradas. El emplazamiento de esta ciudad fue bien elegido, en un punto de seguridad, pues unos pocos cientos de hombres podrían defender el acceso a la misma contra un gran ejército; sin embargo, la comuni-cación con los vecinos debió estar sujeta a grandes inconvenientes. No estoy se-guro de que el pasadizo del Siq se utili-zase o no como carretera, o si la ruta desde la ciudad hacia Eldjy estaría quizás en uno de los valles laterales del

Siq. La ruta hacia el oeste, en dirección a Haroun, y el valle que se encuentra debajo, es muy complicada para los animales de carga. Los calores del vera-no debían ser excesivos, y la situación, al estar rodeado por todos lados por unos acantilados áridos y muy altos que concentran el reflejo del sol a la vez, evitarían la entrada de los vientos del oeste que habrían enfriado el aire. No veo nada en el emplazamiento que pu-diera haber compensado a los habitantes por estas desventajas, excepto el río, cuyo beneficio podría haber sido igual-mente disfrutado si se hubiese edificado la ciudad debajo de Eldjy. Así pues, la seguridad fue probablemente la única razón que indujo a la gente a pasar por alto semejantes objeciones y a seleccio-nar una posición tan singular para una ciudad. La arquitectura de los sepulcros, de los cuales hay aproximadamente doscientos cincuenta en los alrededores de las ruinas, es de períodos muy dife-rentes.

 

BIBLIOGRAFÍA

LUDWIG BURCKHARDT, Johann, Tra-vels in Syria and the Holy Land, Lon-dres, 1822

NOTAS                                                                                                                          1 Inicio del Bab as-Siq, donde se encuentra la

entrada actual al yacimiento de Petra. 2 Los Cubos Djinn. 3 Tumba de los Obeliscos. 4 Actualmente se le conoce como al-Khazné, “el

Tesoro”.

                                                                                                                                                                     5 Se trata de la llamada Vía de las fachadas en el

Siq externo, en la que hay numerosas tumbas. 6 El área urbana de Petra. 7 Quizá se refiera al Templo de los Leones

Alados. 8 El área de las llamadas Tumbas reales. El

último sepulcro al que alude es la Tumba de la

Urna. 9 Actualmente conserva ese nombre, Qasr el

Bint. 10 La Columna del Faraón.

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LOS PUEBLOS OLVIDADOS DEL MEDITERRÁNEO:

LOS CELTAS

Pilar Iguácel de La Cruz Doctora en Historia

El Mediterráneo era el centro de una espléndida civilización cuando los ro-manos comenzaron su conquista. No se limitaron a apoderarse de toda esa ri-queza cultural y económica, sino que la conservaron e incrementaron. Roma dotó a ese mundo de homogeneidad: creó una organización política, impuso un idioma y unas leyes comunes, esta-bleció una extensa red de comunicacio-nes, y se realizaron grandes obras de ingeniería civil. La cultura romana se impuso porque era la del Imperio y so-brevivió a la decadencia del poder de Roma, convirtiéndose en la base de la civilización occidental, que se considera heredera directa suya.

Y, sin embargo, la mayor parte de Europa había vivido durante muchos siglos al margen de lo que ocurría en el Mediterráneo. El este, norte y centro de Europa, incluidas las islas de Gran Bre-taña e Irlanda –Albión y Eire- formaban parte de otro mundo. Un cosmos que se extendía por tierras misteriosas en las que habitaban los pueblos que griegos y romanos llamaron ‘bárbaros’, término con el que simplemente querían decir ‘los otros’, los que no pertenecen al mundo civilizado. Durante siglos, los europeos, herederos del esplendor grie-go y romano, hemos prestado poco

atención a la parte de nuestro pasado que procede de lo ‘bárbaro’. Esta parte de las raíces de Europa que ha perma-necido olvidada, aunque todavía hoy se puede percibir su influencia, es la cultu-ra celta. Pero esta falta de atención a un retazo importante del más remoto saber europeo no se debe únicamente a que nos haya cegado la importancia de los restos materiales y espirituales del mundo mediterráneo, sino también a las peculiares características de lo creado por los celtas. Éstos no construyeron grandes templos ni palacios; sus ciuda-des fueron poco más que aldeas fortifi-cadas, y no realizaron grandes obras de arte –pinturas o esculturas- que adornen nuestros museos. Y sin embargo, su influencia es profunda: como un río subterráneo, ha permanecido desde la Edad Media hasta hoy, y en el fondo de muchas costumbres y creencias, enri-queciendo el arte, la literatura y la música, pero sobre todo alimentando la imaginación popular. Los celtas han representado lo mágico y lo desconoci-do, las fuerzas ocultas de la naturaleza, la guerra, el valor y el honor.

No nos han dejado una historia escri-ta. Sus sacerdotes –los druidas– consi-deraban que la escritura mataba el espí-ritu vivo del conocimiento. No obstante,

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a veces realizaban inscripciones funera-rias, utilizando el latín, la lengua ibérica u ogámica1, pero no dejaron textos so-bre ellos mismos, sus creencias, cos-tumbres o conocimientos: su historia fue plasmada en canciones y poesías, en leyendas y mitos que se transmitieron oralmente de generación en generación.

Estela en escritura ogámica, Ballaqueeney, Rushen. Manx

Museum, Isla de Man.

Fueron los griegos, allá por el siglo IV a.n.e.2, los que introdujeron a los celtas en la historia, aunque realmente sabían muy poco de su mundo. Algunos siglos después los romanos empezaron a conocerlos mejor debido a los largos años de lucha con las tribus de la Galia (Francia) y Britania (Gran Bretaña), pero aún así, continuaron siendo gentes extrañas, un pueblo mítico y misterioso cuyo origen se perdía en siglos remotos y tierras lejanas. Permanecieron rodea-

dos por la magia de sus ritos y el miste-rio de sus creencias. Incluso cuando las relaciones comerciales y políticas de los galos con los pueblos del Mediterráneo les llevaron a asimilar nuevas costum-bres y formas de vida, las tribus de las islas (Irlanda y Gran Bretaña) mantuvie-ron intacto el halo misterioso que ro-deaba sus tradiciones ancestrales. En su universo es difícil separar lo real de lo imaginario, lo vivido de lo soñado, lo sucedido de lo relatado en canciones y poesías. La imagen épica y legendaria que los itálicos tenían de ellos se debía en gran medida a la obra de historiado-res como Tito Livio y Trogo Pompeyo, que eran de ascendencia centroeuropea y conservaban la inclinación a la poesía y la leyenda propia de los antepasados, por lo que sus noticias históricas están considerablemente adornadas por su fértil imaginación.

Sus nombres

Hecateo de Mileto y Heródoto utili-zaron el término keltiké para identificar una amplia región situada entre el curso del Alto Danubio y la Península Ibérica. Entre los bárbaros que habitaban en los márgenes noroccidentales del mundo griego, diferencian poblaciones diversas con elementos comunes y peculiares que, en el exterior y desde antiguo, se conocían con el nombre de keltoi. Según algunos autores modernos, la palabra ‘celtas’ no es un verdadero etnónimo, es decir, un término que unos pueblos con lenguas e ideologías análo-gas se dieron a sí mismos, sino una de-nominación geográfica de los autores clásicos referida a los grupos humanos del noroeste europeo. Una respuesta

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crítica a esta afirmación se encuentra ya en Julio César, que, en las primeras líneas de los Comentarios a las Guerras de las Galias (Commentarii de bello Gallico), escribió que los pueblos de la Galia que los romanos llamaban galos “en sus propia lengua se llamaban a sí mismos celtas”3. Es por tanto un etnó-nimo propio. En la época de Cesar, el mundo céltico había cambiado mucho en relación con la primera mitad del milenio anterior, pero es muy improba-ble que una parte importante de aquellos pueblos se hubiera dado a sí misma un nombre inventado o acuñado por otros.

En el segundo cuarto del primer mi-lenio a.n.e., los intercambios, los con-tactos comerciales y las relaciones di-plomáticas habían restablecidos los vínculos del mundo mediterráneo con aquellas poblaciones del continente que ostentaban el monopolio de la extrac-ción de metales tan fundamentales co-mo el estaño y la distribución del ámbar del Báltico. A los acercamientos por vía terrestre se sumaron los que establecie-ron por vía marítima los navegantes que bordearon las costas occidentales del Mediterráneo y ascendieron por las del Atlántico más allá de las columnas de Hércules, para consolidar nuevas rutas hasta llegar a la mítica tierra de Hiperbórea. Del mismo modo, a partir de las colonias fundadas por los griegos de diversos orígenes en el Mar Negro y en el Mediterráneo occidental, a partir de la actual Marsella hasta las confines del reino de Tartessos, los ejes fluviales del Istros –Danubio- y el Ródano facili-taron el conocimiento de las poblacio-nes del interior; pero, por lo general, la keltiké transalpina fue conocida gracias

a la mediación de etruscos, vénetos, picenos o de los propios habitantes de Golasecca.

Aunque la palabra keltiké proceda de keltoi, es indudable que el significado del término en el primer milenio a.n.e. era principalmente de carácter geográfi-co: un corónimo4 de percepción global de las regiones de la Europa continental que se extiende entre el Atlántico y la selva Hercinia-Curso Medio del Danu-bio y entre el mar del Norte y los Alpes.

Sin embargo, el nombre de la ‘tierra de los celtas’ no surgió en el siglo VI a.n.e., sino que se remonta a muchos siglos atrás, incluso más allá del período que en arqueología se define como ‘de los príncipes’, cuyo comienzo se sitúa hacia mediados del siglo VIII a.n.e. Su-cedió lo mismo que ocurrió con otros pueblos de la Europa antigua cuyas raí-ces más específicas y visibles, que se encuentra en elementos tales como la lengua, las costumbres, las manifesta-ciones artísticas o la organización so-cial, se hunden en la noche de los tiem-pos, pero cuyo nombre sólo afloró tarde, y gracias a la escritura.

Sus diversos nombres desde la Anti-güedad son, en realidad, sinónimos. Keltoi, gálatas o galos fueron denomi-naciones utilizadas por los escritores griegos y romanos con idéntico objeti-vo: nombrar a los bárbaros de la Europa transalpina que habitaban en las fuentes del Danubio y los territorios del traspaís de Marsella. Invadieron Italia a princi-pios del siglo IV a.n.e. y la Península Balcánica hasta Delfos en 280-279 a.n.e. Sirvieron como mercenarios a muchos tiranos y dinastías, desde Dio-

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nisio I de Siracusa a los Atálidas de Pérgam. Poblaron el interior de Anato-lia. Fueron derrotados numerosas veces por Roma y mencionados como venci-dos en los Fastos Triunfales y otros mo-numentos conmemorativos. El término kelte se halla en la raíz de algunos nom-bres de personas ya atestiguados por la epigrafía etrusca en el siglo VII a.n.e. (caere), y seguramente desde finales del siglo IV a.n.e. (spina), e incluso en la raíz de diversos etnónimos, como celtí-bero, celtoligur, o celtoescita, que se aplicaban a poblaciones afincadas en las áreas ibérica, ligur y provenzal, o en las costas del mar Negro cercanas al Danu-bio, es decir, en ámbitos regionales do-minados por etnias de otros orígenes -íberos, ligures, escitas-.

Sus orígenes

Los hallazgos y las reflexiones de las últimas décadas han llevado a revisar algunas cuestiones, entre ellas, el origen de este pueblo centroeuropeo. En la segunda mitad del siglo XIX, se identi-ficaban con los creadores de la cultura de La Tène y de su precursora, la de Hallstatt occidental.

En verde el núcleo del territorio de la cultura celta de La

Tène y Hallstatt

Hoy, tal filiación se considera restric-tiva y no refleja la complejidad de los

momentos más tempranos: el descubri-miento en el noroeste de Italia de ins-cripciones que se remontan al siglo VII a.n.e. indica la presencia de grupos de poblaciones celtófonas muchos siglos antes de la llegada de comunidades pro-cedentes de Breno. Se trata de colecti-vidades locales establecidas al menos desde mediados del segundo mileno a.n.e. en una extensa región fronteriza con los territorios de los vénetos, réti-cos, ligures y etruscos, pero con mani-festaciones de cultura material y ritos funerarios propios y diferentes de los de Hallstatt y de la anterior cultura de los campos de urnas. En el extremo occi-dental de Europa también se encuentran grupos celtófonos en diversos estadios de desarrollo, en cuyas manifestaciones hay elementos alejados de las colectivi-dades más occidentales, por lo que se incluye entre los pueblos celtas. Es cier-to que la consolidación de sus lenguas en un territorio tan extenso de la Europa continental e insular (Gran Bretaña) fue un fenómeno complejo y de larga dura-ción que, según algunos especialistas, se remonta a la difusión del vaso campani-forme -últimos siglos del III milenio a.n.e.- o aún antes, a la extensión de las colectividades agrícolas en el neolítico -en el V milenio a.n.e.-, cuando empeza-ron a extenderse y consolidarse los dia-lectos indoeuropeos y, en particular, las pertenecientes a la familia de las célti-cas.

El carácter celta inducido o difundi-do por la cultura del vaso campanifor-me, que incluye también el área atlánti-ca y las Islas Británicas, permitía expli-car la expansión de las lenguas de aquél pueblo por Gran Bretaña e Irlanda. Para

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revelar esos procesos de difusión por el espacio europeo y la diversidad de las culturas que las acompañaron hay que remitirse a la manera cómo se propaga-ron en otros períodos mejor ilustrados por las fuentes histórico-literarias –como la época de las migraciones: los siglos IV y III a.n.e.–, infiltraciones de individuos o de pequeños grupos con estructuras organizativas fuertes y de tradición guerrera, de comunidades flexibles y abiertas o de colectividades más amplias. A este modo de movilidad hay que añadir el de transmisión de ideologías y conceptos a través de pro-cesos de aculturación y de influencia de los autóctonos anteriores. Los milena-rios procesos de interacción entre quie-nes poseían una identidad lingüística celta y los indoeuropeos o preindoeuro-peos condujeron a la diversificación. Hoy se conocen al menos tres grupos distintos, las agrupaciones del Hallstatt y La Tène, Golasecca y la Península Ibérica. Pero también hubo situaciones en las que se integraron en otras cultu-ras y mantuvieron durante muchos si-glos su lengua, su organización social y su ideología. Así ocurrió con los gálatas de Asia Menor, según nos cuenta San Jerónimo en el siglo IV a.n.e.

Dinastías de príncipes y elites guerreras (siglos VII al V a.n.e.)

Los príncipes y las élites guerreras proliferaron durante el siglo VI a.n.e. en la región que hoy se corresponde con la Francia oriental, Suiza septentrional, Austria occidental, Alemania meridio-nal, Bohemia y Luxemburgo, inmersa en lo que los arqueólogos llaman Halls-tatt occidental.

Mapa de situación de los celtas en Europa5 según el Atlas of the Celtic World, de John Haywood

Las tumbas de túmulo, dotadas de suntuosos ajuares funerarios de carro de cuatro ruedas, aderezos de oro, -símbolo de estatus social-, vajillas y utensilios para el banquete y materiales de origen mediterráneo subrayan la alcurnia y el prestigio de los personajes en ellas se-pultados. Están situadas en territorios altos, cuyas cimas aparecen ocupadas por fortificaciones que se han identifi-cado como residencias principescas, denominación que alude al privilegiado nivel social de quienes la habitaron.

Carro cónico de corteza de abedul. Recreación en el Museo

Celta de Hochdorf (Ludwigsburg), cerca de Stuttgart

La concentración de poder en manos de estos grupos que exhibieron su pres-tigio con ceremonias especialmente fastuosas y con la tenencia y ostentación de objetos relacionados con costumbres

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como beber ‘a la griega’ o ‘a la etrusca’, fue la consecuencia de la intensificación de los intercambios con el sur. El vino ocupaba un lugar destacado en el gusto por el exotismo introducido por los príncipes en los ceremoniales políticos o religiosos relacionados con el poder.

Copa con lámina de oro con adornos de hojas, palmetas y flores de loto (montaje moderno) ca. 480 a.n.e. Procedente del túmulo de Schwarzenbach, Alemania. Staatliche Mu-

seum de Berlín

Los vasos de bronce de producción meridional sirvieron para materializar nuevas costumbres adoptadas por los jefes bárbaros: oinocoes6 de Rodas, trípodes, jofainas de orlas nacaradas, recipientes excepcionales, como la hy-dria7 de Grächwil, el caldero de Hoch-dorf o la crátera de Vix son algunos de los obsequios diplomáticos que, durante más de un siglo, penetraron en el mundo de los príncipes celtas, sobre todo por la vía del Ródano.En los últimos años se han descubierto asentamientos no forti-ficados, asociados a la actividad produc-tiva y con abundante muestras de mate-riales de importación.

Hydria de Grächwil. Historisches Museum Bern

Funcionaron como centros metalúr-gicos y de distribución comercial (Bragny-sur-Saône) en el marco de una red de vías terrestres fluviales y lacus-tres gestionada desde los distintos sis-temas de residencias principescas. El pueblo planificado de 3 ha. que se des-cubrió cercano al túmulo funerario de Hochdorf, vinculado a la residencia principesca del Hohenasperg, pertenece a otra categoría. Las casas rectangulares semisubterráneas, los silos y las bode-gas, los barrios de viviendas agrupadas dentro de una empalizada, los restos de fundiciones de bronce, una balanza para pesos pequeños, telares, cerámica local torneada y otra con figuras rojas impor-tada del Ática (425 a.n.e.) permiten in-terpretar este complejo como la casa de campo de una familia de príncipes del Hohenasperg que vivía en aquella zona. Fue construida a comienzos del siglo VI a.n.e. y se utilizó hasta finales del siglo V a.n.e. La misma explicación se puede dar al poblado exterior de Heuneburg, que fue destruido en la segunda mitad del siglo VI a.n.e. y cubierto después con túmulos funerarios.

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Túmulo de Hochdorf. Decoración de calzado con placas de

oro.

Fíbulas de oro. Túmulo de Horchdorf, 530 a.n.e. Historis-

ches Museum Bern

En territorios como Baviera, donde no existen estas viviendas de los prínci-pes, están presentes habitaciones con otro tipo de estructura, así como gran-des construcciones fortificadas destina-das a la nobleza (Herrensirze); ésta per-tenecía a la poderosa clase de los pro-pietarios de tierras, que se hacían ente-rrar sobre un carro de cuatro ruedas. En los siglos VI y V a.n.e., el centro de Europa, conocido por los griegos como ‘tierra de los celtas’ estaba dividido en sistemas territoriales que muestran la existencia de estratificación y jerarquías sociales. Los lugares en los que vivían las élites y que funcionaban como cen-

tros comerciales y productivos, apare-cieron, crecieron, se impusieron y des-aparecieron en el marco de los inter-cambios de materias a larga distancia, de los retornos en bienes de lujo y de prestigio y de las actividades metalúrgi-cas. Las vías de contacto fueron el Ródano, los Alpes, el Adriático y el Danubio; los clientes y proveedores, los griegos occidentales y peninsulares, los etruscos y otros pueblos de la antigua Italia. En este sistema de ‘economía-mundo’ de la antigua Europa no hay que olvidar el occidente ibérico y el Oriente de los pueblos de las estepas, ni el norte de Europa, todos ellos funda-mentales para la difusión del estaño y el ámbar por vía fluvial -Loira, Sena, Rin, Weser, Elba y Vístula-.

Gargantilla de oro. Túmulo de Vix, ca. 480 a.n.e. Musée du

Pays du Châtillonnais à Catillon-sur-Seine (Côte d’Or)

La arqueología ha sacado a la luz al-gunas residencias y túmulos principes-cos casi excepcionales: en el Hohenas-perg (Wüttemberg), en Heuneburg (Ba-den-Wüttemberg), en el curso alto del Danubio y en Mont Lassois (Côte d’Or), en el alto valle del Sena. Otras fortalezas, como Châtillon-sur-Glâne, en Suiza o Závist, en Bohemia, apareci-das a mediados del siglo VI a.n.e., no se han asociado hasta ahora con tumbas de

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príncipes y, por tanto, destacan por su papel de centros de distribución e inter-cambio comercial y como santuarios monumentales.

Guerreros y campesinos (siglos IV y III a.n.e.)

Las necrópolis del siglo IV a.n.e., al Norte de los Alpes, aún evidencian la importancia de los jefes militares, a los que acompañaban a la tumba sus armas, sobre todo la espada latèniana; aunque, en general, sus ajuares no eran más ri-cos que los de sus coetáneos. Se habían atenuado los desequilibrios: los jefes ya no sentían la necesidad de hacer osten-tación de rango o de símbolos de presti-gio, y compartían los cementerios con la gente común. Esta circunstancia se da en casi toda Europa con una excepción: la región del Rin medio (Rin–Saar–Mo-sela), donde todavía se encuentran -y así será hasta mediados del siglo III a.n.e.- tumbas con ajuares excepcionales que conservan los fastos rituales del siglo V a.n.e.

Dado que la tipología y la composi-ción del armamento son prácticamente las mismas en todas partes –después de 380-370 a.n.e. el carro despareció de los ajuares–, se cree que estamos ante una clase de guerreros ya generalizada, muy dinámica, organizada en fraternidades procedentes de tribus diversas y que se convierten en un elemento motor de las iniciativas migratorias o bélicas.

Casco ceremonial celta de hierro, bronce y coral. Siglo IV

a.n.e. Descubierto en Agris, Charente. Museo de Angoulême

A causa de su transversalidad, estas fraternidades militares entran en compe-tencia con las estructuras tribales, más rígidas, cuya trabazón interna lleva a la crisis, y se convierten en los nuevos elementos de agregación entre tropas lejanas y los individuos más dinámicos y con mayor iniciativa y espíritu de aventura.

Casco celta de hierro, bronce y coral, encontrado en Canosa di Puglia. Siglo IV a.n.e Staatliche Museen Berlín

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Prácticas e instituciones sociales co-mo el clientelismo, que refuerzan el poder de las comunidades o de los aristócratas, atraviesan toda la sociedad celta. Los pueblos y los individuos acrecientan su supremacía sobre los demás mediante su asociación volunta-ria con otras colectividades y dejan en posición subordinada a poblaciones, familias, congregaciones nobiliarias, facciones o partidos. Los guerreros, de los que se conoce la movilidad y el di-namismo, forman una pequeña nobleza rural de hombres libres que suman el trabajo de mercenario a los intercam-bios y el comercio.

En las necrópolis también hay tum-bas de personajes desarmados, de lo que se deduce que formaban parte de una categoría social distinta. De todos mo-dos, son las tumbas femeninas, caracte-rizadas por aderezos que cambian de una región a otra, las que permiten iden-tificar por la uniformidad de las pano-plias.

El siglo IV a.n.e. señala la entrada de fuerzas célticas en el ámbito de las po-tencias mediterráneas. Con la migración al sur de los Alpes, centenares de miles de bárbaros en busca de tierras en la que vivir penetraron físicamente en un país que conocían desde hacía siglos por intercambios, contactos y tempranas infiltraciones, o por narraciones y le-yendas, y con el que soñaban por la fer-tilidad de sus tierras, la riqueza de sus productos y su apacible clima. El acon-tecimiento, inesperado y traumático, fue imponente; partió de territorios bastante alejados unos de otros, quizá después de preparativos comunes sancionados por

alianzas y acuerdos preliminares, y ter-minó en pocas décadas. En el siglo IV a.n.e., algunos territorios, como la Champaña, Bohemia y Renania, presen-taban una notable reducción de la canti-dad y la entidad de los sitios habitados y de las necrópolis en relación con el si-glo anterior, un período de gran estabi-lidad que había generado un fuerte cre-cimiento demográfico. Es natural ver en ese receso de la población una conse-cuencia de los movimientos que, entre finales del siglo V y principios del IV a.n.e., se dirigieron a Italia a través de los pasos alpinos, hacia el este, al área danubiana, o hacia otros puntos de Eu-ropa.

Pompeyo Trogo, historiador de la época de Augusto, nacido en la Galia Narbonense, se refiere a tales migracio-nes:

“Como las tierras de origen de los galos no podían albergarlos a causa de su gran número, trescientos mil hom-bres se pusieron en marcha en busca de nuevos territorios [...] Una parte de ellos se instaló en Italia –y ellos fueron quienes tomaron e incendiaron Roma- y otra parte, guiándose por las aves, se adentró en el corazón de Iliria, se abrió camino a través de los bárbaros y se instaló en Panonia. [...] Una vez que hubieron sometido a los panonios [...] durante muchos años sostuvieron nume-rosas guerras con sus vecinos y, a la vista de los hechos, dividieron sus fuer-zas en dos partes [...] una de las cuales atacó Grecia y, la otra, Macedonia ...” (Historias Filípicas, XXIV, 4-8).

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Las metas de las migraciones más importantes fueron Italia y la región transdanubiana-cuenca de los Cárpatos, entre finales del siglo V y principios del IV a.n.e. Dos tradiciones distintas re-cuerdan, asimismo, dos personajes que habrían promovido las incursiones en Italia: un helvecio llamado Helicón, quién habría trabajado como artesano en Roma y que llevó a su patria vino, acei-te e higos, y un noble etrusco de Chiusi llamado Arrunte, quien se dirigió a las tierras de los celtas situadas al norte de los Alpes con ofrendas de vino, para pedirles que viajasen hasta Etruria con él y le ayudaran a vengarse de un agra-vio inflingido por un noble de su ciu-dad.

El momento culminante de este pe-ríodo de movilidad fue la derrota que los celtas, al mando de Breno (o Bren-

nus), inflingieron a los romanos el 18 de julio de 390 a.n.e. cerca de Allia, un afluente del Tíber, a 18 Km. de Roma. La realidad es que en el siglo IV a.n.e, el poblamiento del Norte de Italia expe-rimentó un cambio profundo: muy a menudo, las etnias locales -etruscos, umbros y picenos- tuvieron que reorga-nizarse para integrarse con los recién llegados, como revelan las tumbas de las necrópolis de Monte Bibele. La nue-va situación de poder y de asentamien-to, en granjas diseminadas y aldeas sin fortificar, se insertó en el marco den la crisis de los sistemas territoriales que antes giraban en torno a la existencia y el peso de los centros urbanos. Algunas ciudades etruscas como Spina, Adria y Mantua, en los límites del área padana, siguieron activas e interactuaron con el nuevo contexto socioeconómico.

 

NOTAS                                                                                                                          1 Escritura celta perteneciente al grupo gaélico y consistente en muescas realizadas en las aristas de las piedras. 2 A.N.E.: anterior a nuestra era. 3 CÉSAR, Julio Comentarios a la Guerra de las Galias, T.I.1. 4 Nombre de un región o área geográfica. 5 HAYWOOD, John, Atlas of the Celtic World, Thames & Hudson Ltd., Londres, 2001, pp.30-37. En amarillo el núcleo del territorio de Halls-tatt; en verde claro el área Lusitana de Iberia; en azul la máxima expansión Celta ca. el 270 a.n.e.; en rojo los límites de las seis “Naciones Celtas” que mantuvieron la lengua celta a lo largo de la Edad Media (Bretaña, Gales, Cor-nualles, Isla de Man, Irlanda, Escocia); en verde oscuro áreas donde permanece la lengua celta hoy en día. 6 Del griego antiguo οîνος oĩnos, ‘vino’, y χέω khéô, ‘verter’, el oinocoe es una jarra que sirve

                                                                                                                                                                     para servir el vino después de haberlo sacado de la crátera donde ha sido aguado. 7 Vaso griego con tres asas, dos horizontales y una vertical (que permitía levantarla así como verter el líquido). Era utilizada, generalmente por las mujeres, para transportar el agua.

Escultura del llamado ‘Principe’ de Glauberg, cerca de Hesse, Germany, ca. 500 a.n.e. Parque Arqueológico de

Glauberg

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Atrapasueños

Arte o Ritual

Mª Jesús López Montilla Licenciada en Historia del Arte

Introducción

Los indios de Norteamérica tienen una diversidad cultural que va más allá de los estereotipos y de las ideas que tenemos de ellos. Este fascinante con-junto de pueblos que se extiende desde las regiones árticas hasta las zonas mon-tañosas del norte de Méjico no está in-tegrado únicamente por los cazadores de búfalos de las grandes llanuras y los guerreros con sus plumas, nos encontra-remos desde los tramperos de Canadá, a los indios Pueblo del desierto Sudoeste, con sus geniales sistemas de regadío, pasando por las pequeñas tribus de Cali-fornia, o los pueblos de las regiones de los bosques occidentales con su jefe “mudo”. La diversidad es inmensa.

Muchos de estos clanes han sobrevi-vido, durante 500 años, arraigados a sus viejas tradiciones a pesar de su obligado “conflicto” con los habitantes del “Vie-jo Continente”, que significó el exter-minio y privación de sus derechos, aun-que también es cierto que, en algunas ocasiones, tuvo como consecuencia su enriquecimiento cultural. Sin embargo no podríamos entender la importancia de sus rituales sin conocer algo más su historia.

Las Primeras Naciones1 de Nor-teamérica

Se denominan así a los pueblos indí-genas (y a sus descendientes de las épo-cas modernas) que viven dentro del te-

rritorio que ahora abarca Estados Uni-dos y Canadá. Este término colectivo comprende una gran cantidad de tribus distintas, estados y grupos étnicos que aún se mantienen como comunidades políticas.

Existe cierta controversia sobre cómo y cuando llegaron los primeros “pobla-dores” al continente americano. Hasta hace poco existía una teoría, aceptada mayoritariamente entre los antropólo-gos, en la que la presunta migración, producida hace entre 17.000 y 11.000 años, se hizo desde Siberia cruzando a través de un posible puente de tierra que existió en el Estrecho de Bering (Fig.1), al final de la última era glacial, y que después siguieron una ruta interior a través de Alaska y Canadá ya libres de la capa de hielo. Uno de los resultados de estas migraciones, es que grandes grupos de personas con lenguas y, quizás también, características físicas similares, se movieron dentro de varias zonas del Norte, Centro y Sur de Amé-rica.

Se considera que, durante la ocupa-ción europea del Nuevo Mundo, mu-chos pueblos nativos de América con-servaron una forma de vida nómada o seminómada, mientras que en algunas regiones como en el Valle del Missis-sippi, Estados Unidos, en Méjico, y en los Andes, se erigieron civilizaciones avanzadas, con arquitectura monumen-

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tal y con una organización en grandes ciudades y estados. Estos pueblos habrí-

an permanecido fieles a las tradiciones de su tribu.

Fig. 1. Mapa del Estrecho de Bering

Arte Primitivo: Arte o Ritual

Los indios de Norteamérica tienen una amplia tradición de rituales y le-yendas, trasmitida verbalmente, durante siglos, de padres a hijos y que se refleja en sus vestidos, utensilios, etc.

Existe una expresión artística, que podríamos denominar como “arte primi-tivo”, dentro de estas representaciones: los llamados atrapasueños2, los cuales se asocian con los rituales de la creación y con el significado de los sueños, y que, a pesar de su aparente “populari-

dad”, son bastante desconocidos para muchos europeos.

Pero ¿que es el “Arte Primitivo”?, según el Diccionario de la Real Acade-mia Española de la Lengua, en su se-gunda y tercera acepción, Primitivo quiere decir: “Perteneciente o relativo a los orígenes o primeros tiempos de al-guna cosa. Dícese de los pueblos aborí-genes o de civilización poco desarrolla-da, así como de los individuos que la componen, de su misma civilización o de las manifestaciones de ella”3.

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Sin embargo el uso del término pri-mitivo no está del todo claro en lo que al arte se refiere. El profesor José Jimé-nez nos dice: “El concepto “primitivo” y su utilización en la fórmula “arte pri-mitivo” no tienen ninguna validez hoy en día, a pesar de haberse empleado durante un siglo en el lenguaje co-rriente, las ciencias humanas y la His-toria del Arte. Es habitual pensar, to-davía, en la existencia de un “arte pri-mitivo” como el producido por los pue-blos “primitivos” actuales o contem-poráneos, y que ese “arte” sería la ma-nifestación primaria del espíritu artísti-co universal, desplegado luego en los distintos momentos y situaciones histó-ricas, idea que responde a planteamien-tos del pasado, definitivamente supera-dos por las ciencias humanas… El término “primitivo” está directamente asociado con el nacimiento de la antro-pología científica y aparece en el título de la principal obra de uno de los fun-dadores de esta disciplina: La cultura primitiva de E. B. Tylor (1871). Se con-sideraba una categoría teórica precisa para definir todo un campo de estudio: la vida material, instituciones y creen-cias de aquellos pueblos no occidenta-les que el colonialismo del siglo XIX necesitaba integrar en su esfera de do-minio, pero que constituía un objeto de conocimiento “nuevo” para el pensa-miento occidental. Pueblos que serían vestigios de las etapas más remotas de la evolución humana, en un sentido uni-forme, y cuyo último punto de referen-cia y desarrollo se hacía coincidir con la civilización occidental moderna”.4

No obstante ¿que entendemos por “arte”?. La expresión aparecerá en la Grecia antigua en torno al siglo VI a. C,

época en la que se estableció la demo-cracia. En estos momentos denominaron téchne a todo lo que requería unas habi-lidades especiales (la medicina, la mari-nería, la pesca, la caza, etc.), los roma-nos traducirán la palabra por ars, de la que procede nuestra vocablo actual.5

Dentro de esta téchne había otro gru-po de prácticas a las que denominaron mímesis (imitación o representación) dónde se integraron la música, la poesía, la pintura, la danza y la escultura. Esta clasificación se mantendrá durante toda la Antigüedad clásica, aunque se per-derá en época medieval para volver en el Renacimiento, manteniéndose con matices hasta nuestros días. En su Poé-tica, Aristóteles nos indica que: “el poe-ta, por ser un imitador, justamente co-mo el pintor u otro artífice de aparien-cias…”6, esto expresa que el arte estruc-tura las imágenes con una intención, independientemente de lo político, reli-gioso o moral. Sin embargo para el pro-fesor Jiménez: “lo que llamamos “arte” no existe, originariamente, fuera de esa tradición cultural que surge en Gre-cia”7, y aclara: “existe una hipótesis teórica que dice que el arte tiene su origen en el ritual”.

En el teatro griego los actores utili-zaban máscaras y ciertos calzados, lo que hace pensar en un auténtico vínculo entre el teatro y el ritual. Para Jiménez, Aristóteles sitúa a la catarsis (trágica) en el papel de “purificación o purga de las pasiones, resultante de la piedad y el miedo que experimenta el espectador de la tragedia”, lo que podría conside-rarse como semejante a lo que entende-mos por ritual. Esta apariencia de culto se hace presente en los ceremoniales y

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en la práctica artística, y es sobre esta condición del rito donde se asientan las expresiones del, en otro tiempo llama-do, “arte primitivo”.

Asimismo los objetos y expresiones que encontramos en diferentes soportes -cuerpo, estatuas, rocas, pieles de ani-males, etc.- forman parte de un todo general, participan en una transforma-ción, esto nos muestra que, en sus co-mienzos, era esa transformación y no su fruto lo que más se valorará. Para Jimé-nez en muchas civilizaciones, el secreto, lo no desvelado, suele ser una parte im-portante de los rituales, y su conoci-miento supone distintos grados de ini-ciación, así mismo los contextos cultu-rales y geográficos son muy diversos y anteriores a las formaciones geopolíti-cas modernas. Considera, además, que algunos objetos y manifestaciones del ritual de distintas poblaciones, tienen actualmente una presencia e “historia” dentro del arte occidental.8 Es aquí don-de podríamos enmarcar a los “atrapa-sueños”, ya que su inicio fue precisa-mente el ritual, convirtiéndose después en una expresión artística en occidente.

Nacimiento del Atrapasueños

A través de la historia, para cada cul-tura, el significado de los sueños ha sido algo muy importante, y hoy en día si-guen siendo de interés para muchos. Buenos y malos, pueden inspirar, con-fundir o incluso trastornar a quienes los tienen, y son, para los Nativos Ameri-canos, una conexión muy importante con el mundo de los espíritus, usándose como una solución a cualquier crisis del ánimo, o desarrollo material de la per-sona. Así las visiones son consideradas sagradas.

El origen exacto de estos ancestrales amuletos no está claro, ya que una gran parte de las historias tribales se han per-dido, olvidado o cambiado desde que los Primeros Americanos, obligados a salir de sus tierras y disminuidos en número, se reagruparon a través de Nor-teamérica formando nuevos clanes con tradiciones basadas en una mezcla de elementos culturales. En 1902 la etnó-grafa Frances Densmore9 escribió el primer relato documentado sobre este ancestral talismán, en él los describe como telarañas usadas por los Chippe-wa para capturar “cualquier espíritu maligno, como una araña atrapa en su tela cualquier cosa que entra en contacto con ella” (fig. 2).

Fig. 2. Atrapasueños Ojibwe de principios de 1900

Dos son las naciones (o tribus) que se asocian a esta tradición oral: los Chippewa-Ojibwe y los Dakota-Lakota-Sioux. Aunque hoy en día, y debido al turismo, todas las tribus de Norteaméri-ca dicen “seguir” este rito de sus ances-tros, modificándose ligeramente el dise-ño original en la actualidad, al introdu-cir, o quitar, pequeños detalles.

Por todo Norteamérica pueden en-contrarse evidencias de creencias seme-jantes. Así en la tribu de los citados Ojibwe, los sueños, o visiones de la noche, eran tan significativos que a los niños no se les daba un nombre hasta

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que una persona, señalada como el “nombrador”, no tuviera un sueño que le decía como debería llamarse el pe-queño, además éste daría al chiquillo un objeto tejido como una malla para pro-teger los sueños del bebé. Junto con otros juguetes, como por ejemplo cásca-ras, campanas, y bolsas de cuero, este talismán se colgaría de un aro en la par-te superior de la cuna (fig. 3).

Fig. 3. Niño Ojibwe durmiendo, el atrapasueños cuelga de su capazo

La leyenda del atrapasueños, es ori-ginaria de los pueblos Ojibwe y Lakota (Sioux). En ella nos cuentan que los sueños tienen un gran poder y son arras-trados de aquí para allá durante la noche antes de llegar a nosotros. Para poder salvar al que duerme de las pesadillas,

los Ancianos crearon una tela de araña especial, que se colgaba encima de la cabecera de la cama. Estos talismanes están hechos de materiales frágiles para los niños, como la parra o el cedro, subrayando así que la infancia es un estado temporal, mientras que los realizados para los adultos son, gene-ralmente, de materiales más consis-tentes, como metal cubierto con una correa de cuero.10

La enseñanza del círculo “Me-dicina”

Los pueblos de las Primeras Nacio-nes creen que el Círculo representa la relación armoniosa entre la naturaleza y todo lo que vive en la Madre Tierra. El Círculo es una inmensa creación con infinitas conexiones entre el presente y lo que vendrá en el futuro.11

Ya hemos señalado que un atrapa-sueños es la imitación de una tela de araña tejida dentro de un aro (fig. 4), en un principio eran de madera, de unos 9 cm de diámetro, tejidos con tendón de animal (por ejemplo de ciervo), o con la fibra del tallo de la ortiga, y se teñían con la savia de la raíz de la sanguina-ria12 o con la corteza interior del ciruelo salvaje. En la actualidad la red puede adornarse con piedras semipreciosas situadas en los cuatro puntos cardinales para invocar a los elementos del Aire, el Fuego, el Agua y la Tierra.

Punto Cardinal Elemento Piedra semipreciosa

Norte Tierra Azabache, obsidiana13

Sur Fuego Topacio, rubí

Este Aire Lapislázuli, cristal de cuarzo

Oeste Agua Turquesa, labradorita

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Es importante que la telaraña tenga un agujero en el centro y que la hebra con la que está tejida, se anude con se-guridad y se decore con abalorios, plu-mas o pequeñas imágenes de animales. En algunas tradiciones se podía orna-mentar el centro de la red con una plu-ma, aunque generalmente ésta debería colgar libremente en la parte de abajo del amuleto. Podemos encontrar una reproducción del atrapasueños14 tradi-cional en el museo indio de Lacs Mille en la reserva india del mismo nombre en Minnesota central.

Fig. 4. Reproducción de un atrapasueños antiguo

Los Ojibwe (Fig. 6)15

En la tradición ojibwe, el atrapasue-ños es un objeto de gran valor y signifi-cativo poder, relacionado con su origen. Algunas de las leyendas de su mitología nos hablan de Atisokan (sólo se cuentan en invierno para preservar sus energías de transformación), Nanabozho (tam-bién conocido por Wanabozho), el trickster, o espíritu burlón, que a veces toma la forma de liebre, Aniwye que es el “espíritu del canalla” y estuvo impli-cado en la creación de las mofetas, Ba-

gucks que es un espíritu dañino, etc. Disponían de una complicada y elabo-rada mitología de tradición oral, cuyos principales ritos eran religiosos y su-persticiosos, y se concentraban en torno a los líderes espirituales: “los Medewin” o Gran Sociedad de la Medicina, for-mada tanto por hombres como por mu-jeres, que tenían ocupaciones curativas y mágicas.

Fig. 6. Indio Ojibwe. Según Peter Rindisbascher, 1821

Esta “sabiduría” beneficiosa les vendría dada por Nanabush (dios cuer-vo) quien tenía una tienda que le habían erigido los poderes superiores e inferio-res, allí recibirá el conocimiento para curar, aprenderá a utilizar las medicinas y las plantas, y los rituales apropiados, y

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se instruirá en el modo de adorar a la Nutria Sagrada y al Oso. Después el dios cuervo bajó con su bolsa de medi-cinas a la Tierra y enseñó a los Medewin estas prácticas para salvarlos de su final a causa de una enfermedad mortal.

Esta gran tribu estaba compuesta por muchos grupos que se dividían en cla-nes permanentes. Los ojibwe se llaman ellos mismos an-ish-in-aub-ag (Anis-hinaubag, Neshnabek) que significa algo así como “los hombres originales”, “los primeros hombres”. Los Ottawa y los Potawatomi también se autodenomi-nan anishinabe, y se cree que en algún momento formaban un único pueblo.

Sus costumbres eran seminómadas y como estaban a la orilla del lago Supe-rior se dedicaban a la caza y a la pesca. Fueron aliados de los franceses (que les llamaba salteaux en alusión a las casca-das de Sault-Sainte-Marie), y lucharon al lado de los ingleses contra “los sub-levados americanos”. Tuvieron que vender sus tierras y fueron trasladados a reservas.

Fig. 7. Mapa territorios Ojibwe

Son un pueblo de lengua algonquina, llamados así en Canadá, y Chippewa o Anishanaabe en Estados Unidos (sólo en Minnesota se les llama Ojibway u Ojibwe), sobresalen por ser el más grande e importante. Según su tradición emigraron desde el este (de la región del río St. Lawrence) hasta el oeste del La-go Superior, actualmente ocupan diver-sas reservas en el actual estado de Wis-consin, en el nordeste de Minesota y en el sudoeste de Ontario (región de los Grandes Lagos de USA y Canadá) [Fig.

7].

Los Lakotas (Fig. 8)16

El nombre Lakota, sakhóta, significa “amistoso, unido, aliado”. Fueron los franceses quienes comenzaron a identi-ficarles como “Sioux” –deformación de la palabra ojibwe “nadowe-si-iwox”, que designa “al que habla una lengua incomprensible”, y en sentido figurado “serpiente”– sin hacer diferenciación entre los diversos pueblos, aunque en realidad no eran una tribu sino una auténtica nación que reagrupaba a todos los indios que hablan la misma lengua, el sioux, y que se cree que procedían del este del continente.

En el sentido más exacto “Sioux” (Fig. 10-13) designa a una familia forma-da por 7 clanes independientes (Sisse-ton, Wahpeton, Wahpekute, Midewa-kanton, Yankton, Yanktonai y Teton), los llamados “Sioux auténticos”, y cu-yos miembros se denominan según el dialecto que utilicen. Existen 3 lengua-jes: el de los Tetons, cuyo grupo más occidental, es el Lakota; los Yanktons y Yanktonais, que hablan Nakota; y el de los Midewakontons, Wahpetons, Sisse-tons y Wahpekutes es el Dakota, y se

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encuentran directamente relacionados con los del oeste de Minnesota.

Fig. 8. Indio Lakota. Según fotografía de F. B. Fishe, 1902

Después de 1720, la rama Lakota del “Seven Council Fires” (Consejo de los Siete Fuegos) se dividió en dos elemen-tos, el Saone que se trasladaron al área del lago Traverse en la frontera entre Dakota del Sur, Dakota del Norte y Minnesota, y los Oglala-Brule que ocu-paron el valle del río James. Cerca de 1750, sin embargo, los Saone se trasla-daron a la orilla este del Missouri, se-guidos, 10 años más tarde, por los Ogla-la y los Brule (Sicangu) [Fig. 9]

Fig. 9 Mapa de situación de la nación Lakota

Las grandes y poderosas poblaciones de los Arikara, Mandan e Hidatsa, hab-ían evitado durante largo tiempo que los Lakota cruzaran el Missouri, pero cuan-do la viruela y otras enfermedades des-truyeron casi todas estas tribus, el cami-no quedó abierto para que el primero de ellos cruzara el río hasta las praderas de las Altas Llanuras. Los Lakotas era fuertes y valerosos, y no cesaban de certificar su superioridad ante sus veci-nos de las llanuras.

Así como el pueblo Ojibwe del Nor-deste creía que el Sol era el palacio del Gran Espíritu (el que creó el mundo), las Naciones del Sudeste veneraban su poder y sus “fuegos sagrados”. Para los cazadores de búfalos de las Praderas –Sioux, Blackfeet, y Cheyenne–, el astro rey era tan importante que comenzó siendo prácticamente idéntico al poder creador conocido por los Sioux como “Wakan Tanka”, el Gran Misterio, ya que lo consideraban como el jefe de los 16 “dioses buenos”, entre ellos la Roca, el Trueno y la Tierra, que controlaban el mundo, y eran conocidos colectivamen-te como los Four Times Four17, y que unidos formarían el “Wakan Tanka”. Junto a ellos existen algunos dioses ma-los, el principal era el Demonio Gigan-te, Iya, hermano del Hombre Araña, Iktomi, en un principio dios de la Sabi-duría, que se convertirá en el espíritu

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burlón (trickster18) de los Sioux. Am-bos, Iya e Iktomi, son hijos de la Roca, Inyan. En la cultura Lakota, al hombre santo o chaman lo llamaba Yuwipi.

La guerra no era una tarea sin una ce-remonia preliminar y se observaban rigurosamente varios tabúes asociados con las acciones batalladoras. Los com-batientes marchaban a la lucha con la certeza de que no volverían, y preveían su propia muerte. Sin embargo se lleva-ban objetos que teóricamente les otor-gaban fuerza y protección. Muchos cla-nes guerreros tenían un chamán para socorrerles y aconsejarles. El indio con-cedía extrema importancia a su escudo, no sólo por el objeto en si, sino por que se sentía protegido por los signos que lo adornaban; éste se cortaba de la cruz del bisonte (donde la piel era más espesa) y se curtía al fuego, se le cubría con un trozo de cuero tensado, sobre el que el guerrero pintaba un dibujo ritual: un elemento medicina que se le había apa-recido durante una visión. Plumas, tro-zos de piel o pequeñas bolsitas protecto-ras completaban la decoración.

Leyenda del Atrapasueños 19

1. Leyenda Ojibwe

Los viejos narradores Ojibwe cuen-tan como Asi-b-ikaa-shi (araña mujer) ayuda a Wa-na-boz-hoo a traer al Gran Padre Giizis (Sol) de vuelta a su pueblo: “Asi-b-ikaa-shi siempre tejía su escon-dite especial antes del alba. Cuidaba de sus hijos, las gentes de la tierra, lo que sigue haciendo hoy en día. Si estás des-pierto verás como captura el amanecer mientras la luz del sol brilla en el rocío que en él se acumula, y cómo busca su refugio, sólo así debe ser. Pero ocurrió

que mucho tiempo atrás, en el antiguo mundo de la Nación Ojibwe, los clanes, que estaban situados en un lugar cono-cido como Isla Tortuga, tuvieron que dispersarse por las cuatro esquinas de Norteamérica, para cumplir una de las Siete Profecías.

Para proteger todas las cunas, y lle-var la luz del amanecer, Asi-b-ikaa-shi padeció momentos muy difíciles viajan-do de un lado a otro. Entonces las ma-dres, hermanas y nokomis (abuelas) decidieron ayudarla y tejiendo telarañas mágicas para los nuevos bebés, para ello usaron aros de sauce y cordel hecho con plantas. Has de saber que cuando veas una pequeña Asi-b-ikaa-shi, no debes temerla, en cambio has de respé-tala y protégela.”

Según esto el atrapasueños filtraría los sueños malos (ba-we-dji-ge-win) y permitiría que sólo los buenos entraran en nuestras mentes cuando estemos dormidos (abinooji). En el centro, un pequeño agujero por donde pasarían sólo estos últimos, y con los primeros rayos de sol, aquellos perecerán. Así la forma circular representaría a Giizis viajando a través del cielo. En honor a su origen, el número de puntos dónde la red se conecta al aro es de ocho, por las patas de la araña, o siete, por las Siete Profecías.

Como hemos apuntado anteriormen-te, era tradicional poner una pluma en el centro del amuleto, ya que significa aliento o aire, esencial para la vida. En la cuna, el bebé mira como, al soplar, el viento la mueve, juega con ella, así se encuentra feliz y entretenido. Para las niñas se empleaba la de lechuza, que representa la sabiduría, y la de águila,

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símbolo del coraje, para los niños. Esto no quiere decir que esté limitado al sexo cada una de ellas, sino que cuando se elige usar una de ellas sabes las propie-dades que se están invocando –los pue-blos indígenas, generalmente, son muy concretos respecto a los patrones de género e identidad–.

En los modelos antiguos no se usa-ban piedras semipreciosas, como las que traen los que se venden en la actualidad. En nuestros días existen leyes que prohíben la venta de plumas de las aves sagradas, ya que ahora son especies protegidas, por ello se han sustituido por cuatro gemas, que representan los cuatro puntos cardinales, o por los mi-nerales sagrados utilizados por las na-ciones del oeste. Como dijimos ante-riormente, los destinados a los adultos no llevan plumas en el centro.

2. Leyenda Lakota

Hace mucho tiempo cuando el mun-do era joven, un viejo líder espiritual Lakota estaba en lo alto de la montaña y tuvo una visión, en ella se le aparecía Iktomi –el gran trickster y maestro de la sabiduría– convertido en araña, habló al anciano en un lenguaje sagrado, que sólo los líderes espirituales podían en-tender. Mientras hablaba, el Dios tomó un aro de sauce que tenía plumas, pelo de caballo, cuentas y adornos y co-menzó a tejer una telaraña. Conversaron de los círculos de la vida, de como co-menzamos como bebés, avanzamos hacia la infancia, después a la edad adulta, y finalmente llegamos a la vejez, donde debemos ser cuidadosos como cuando éramos bebés, completando así el círculo.

Iktomi dijo, mientras continuaba te-jiendo su red: "en cada tiempo de la vida tomamos muchas decisiones y hay muchas fuerzas que pueden afectar a la armonía de la naturaleza, e interferir con el Gran Espíritu y todas sus mara-villosas enseñanzas”. Cuando acabó de entretejerla se la ofreció al anciano y dijo: “Mira, esta telaraña es un círculo perfecto, pero hay un agujero en el cen-tro; si crees en el Gran Espíritu, la red atrapará tus buenos sueños e ideas, y los malos pasarán por el agujero. Utili-za la malla para ayudarte a ti mismo y a tu pueblo a alcanzar vuestras metas, y hacer un buen uso de vuestras ideas, sueños y visiones”.

El viejo indio trasmitió esta visión a su pueblo, y ahora estos artilugios son empleados como protección. Serán col-gados en las moradas, encima de las camas, para tamizar los sueños, y visio-nes, donde lo bueno de éstos quedará capturado en esta red de la vida y trans-portado con ella, mientras lo malo esca-pará a través del agujero central y no tendrá poder sobre ellos. Creen que este talismán soporta el destino de su futuro.

Es curioso comprobar como a pesar de ser una historia similar el efecto que ejerce el amuleto sobre los sueños de los durmientes es diferente, en la prime-ra leyenda las pesadillas quedan atrapa-das en la red mientras los buenos sueños son los apresados en la segunda. Aun-que, en definitiva, el resultado de ambos será el mismo.

Sueños de Paz

En la tradición oral aborigen, los vie-jos instruyen sobre la igualdad y el res-peto hacia la mayoría de las Naciones que habitan en la Madre Tierra.

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Para ellos los cuatro elementos re-presentan la celebración de su identidad como Pueblos Nativos y la diversidad de modos en que se expresan. Asimis-mo tienen una amplia historia en la cul-tura indígena, inspirada en las enseñan-zas de los ancianos. Historias que están destinadas a impulsar las obligaciones y responsabilidades que el círculo “Medi-cina” expone, como amor, respeto, honestidad, verdad, coraje, humildad y sabiduría. Modelando estos elementos los pueblos recogen orgullosos su pro-pia cultura y la devoción, que les acom-pañará hasta el fin de sus días, a las cua-tro direcciones (los cuatro puntos cardi-nales). Además es un medio para impul-sar la comunicación entre cada uno de nosotros y compartir el orgullo en nues-tras culturas e interconexiones.20

Fig. 5. Xokonoschtletl Gomora

Pero no sólo en Norteamérica existe la tradición de los atrapasueños. A con-tinuación narramos una historia contada por el azteca Xokonoschtletl Gomora21 (Fig. 5):

Había una antepasada nuestra que era muy desdichada pues tenía un hijo que todas las noches lloraba como el coyote porque los malos sueños le con-taban historias horribles mientras

dormía. Como nuestra antepasada no sabía qué hacer, pidió consejo a la hilandera. La hilandera era mucho más vieja que ella, y era una mujer de gran sabiduría. Con madera de los árboles que crecen junto al agua hizo un anillo no más grande que la cabeza del niño. Luego se transformó en una araña y tejió su tela en el anillo. Cuando acabó prendió en la red objetos de gran poder mágico: el cascabel de la serpiente, las raíces de una planta mágica, una pie-dra de colores, el pelo del oso y el del búfalo, y muchos objetos más, todos de una gran fuerza mágica.

- “Coge esto y cuélgalo encima de la cuna. De este modo ningún mal sueño tendrá poder sobre tu hijo. Hará que ninguna mala energía entre en tu ”Ti-pi”. Atrapará todas esas fuerzas y las reunirá y por la mañana se desvane-cerán igual que la noche. Enseña la red a tus hermanos y hermanos y tejed vuestras propias redes para que los malos sueños pierdan también el poder sobre tus hermanos y hermanas”

Y nuestra antepasada volvió a su pueblo e hizo lo que le habían aconse-jado. Y tal como nuestra antepasada aprendió de la hilandera, así seguimos haciendo hoy… Colgamos el cazador de sueños encima de donde dormimos y llevamos uno pequeño en la cabeza. Nosotros los aztecas tejemos también muchas plumas en ese trenzado porque las plumas tienen un poder mágico es-pecialmente grande. En nuestra lengua llamamos al cazador de sueños Titlah-tin, que significa “lo que me tranquili-za”.

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Fig. 10. Indios Sioux

Epílogo

Mientras el concepto “arte” era im-plantado por las culturas occidentales, para los Nativos Americanos era desco-nocido, aunque su artesanía (desde cerámica hasta armas) estuviera, mu-chas veces, imbuida de propósitos artís-ticos. El arte de estos pueblos es tan magnífico, personal y distinto como cualquiera de los que se han elaborado, por “no” nativos, en el Nuevo Mundo (o el Viejo) La gran variedad de arte crea-do por algunos de los habitantes origi-narios del continente Norteamericano es parte de una rica tradición.

La artesanía, que varía mucho de una región a otra, fue el producto de un ex-tenso período de desarrollo local y un gran refinamiento con técnicas muy especializadas. Las formas, patrones y

procedimientos eran bien conocidos y universalmente aceptados dentro de la región o sociedad. Los artistas podían tener más o menos libertad de creación e independencia de juicio, pero la ma-yoría de los objetos artesanales –como las cerámicas decoradas geométrica-mente del Sudoeste o las colchas de los indios de las Llanuras– eran modelos preestablecidos.

Por ejemplo, un “pintor de arena” navajo diseñaba su obra para inducir a los espíritus a restaurar la armonía en nuestra vida, y se ofrecía a la deidad igual que una canción ritual. Así la más preciosa y hermosa pintura haría sentir-se obligados a la mayoría de los dioses, en un principio de reciprocidad, a curar a un enfermo.

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Las cualidades artísticas se conside-raban como un subproducto de un buen trabajo. Esta directa correlación entre forma y estímulo, es mucho más hones-ta y, realmente, más artística que la que existe dentro de la escena del arte con-temporáneo. Hay en éste una sensación real de que la calidad del trabajo del artista normalmente es secundaria. De-bido, en gran medida, a las conexiones sociales y económicas de los autores con patrocinadores, críticos y galeristas, quienes les juzgarán, pudiendo lanzar, o destruir, su carrera. El arte “nativo” americano, sin embargo, aún siendo más bien un hobby o signo de una posi-ción cultural, era, y es, parte de una tra-dición viva, que fue absorbida por la vida social, ceremonial y económica de la comunidad, convirtiéndose en un autentico “arte folclórico”.

La simbólica abstracción, encontrada en muchas artes de los indígenas ameri-canos, llama poderosamente la atención de los extranjeros, como los pictogra-mas de los primeros indios de las Llanu-ras, realizados en pieles, que represen-tan una primitiva forma de escritura gráfica, o en un nivel diferente, las pin-turas encontradas en la cueva de la Ser-piente [Fig. 14 y 15], Baja California22 (Méjico), donde “ves” alrededor de la gruta un animal que simboliza “el to-do”, si bien una parte, o partes, de este fresco muestra una creatividad tan sofis-ticada que casi podríamos hablar de un Picasso ancestral. No obstante el carác-ter ceremonial lo hace diferente.

El declive del arte religioso en la so-ciedad avanzada, dejará únicamente una mayoría iletrada, y nativa, que aún pod-ía esperar, sinceramente, que las oracio-

nes a los santos tendrían como resultado “un milagro”, influidos no sólo por las “nuevas” creencias, sino también por las de sus antepasados. Y así actualmente, en estas comunidades, muchos creen que el arte nativo tiene el poder de afec-tar a eventos e individuos dentro de la comunidad. Los Iroqueses todavía se ponen máscaras talladas y pintadas para la Danza del Verano, diseñadas para purificar a la comunidad y expulsar el mal. Sin embargo, hay que decir que éstas no sólo se hacen con fines rituales, sino también para venderlas a los turis-tas. De esta forma los artistas Nativos contemporáneos han encontrado un camino intermedio donde poder perpetuar sus creencias y al mismo tiempo proveerse de un medio de sus-tento económico para su pueblo. Esto mismo ocurre con cantidad de otros objetos de artesanía indoamericana: las alfombras de los Navajos, los tótem de la costa Noroeste, las cestas Penobscot de Maine, las ollas de los Pueblo, los atrapasueños de los Dakota, que ya se venden por todas partes. Hoy en día este comercio ha traspasado sus fronteras y ciertos objetos de una larga tradición en su ritual, como es el que nos ocupa, se han extendido por todo el mundo.

El “arte” de los indios de Norteamé-rica se ha hecho tan popular, que ha acabado vendiéndose, a muy bajo pre-cio, en puestos, tiendas y mercadillos, como adorno curioso y llamativo, sin que la gran mayoría de sus compradores sepa lo que es, ni lo que significa o ha significado tan “singular” objeto. De esta forma la “globalización” comercial ha convertido el “arte” en “baratija” y el “ritual” en negocio.

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Fig. 11. Mujer Sioux

Fig. 12. Utensilios Sioux

Fig. 13. Mujer y niño Ojibwe

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NOTAS

1 Traducción de la denominación en inglés “First Nations” 2 Traducción de su denominación en inglés: Dreamcatchers 3 En http://www.rae.es/rae.html [22/11/05 6:18 p.m.] 4 Jiménez, J. “Las Raíces del arte: el arte et-nológico”, en Historia del Arte, J.A. Ramírez (dir.) t. 1, Madrid, 1996, p. 42 5 Ibíd., p. 52 6 Aristóteles, Poética, Capítulo XXV, p. 27. Edición electrónica: http://www.philosophia.cl/biblioteca/aristoteles/poetica.pdf 7 Jiménez, J. “Las Raíces del arte…”, Ob. Cit., p. 53 8 Ibíd.., p. 57-58 9 Frances Densmore (21-05-1867 / 5-06-1957), etnógrafa y etnomusicóloga, se especializó en la música y cultura de los Nativos Americanos. En

1902-3 realizará su primer viaje para recoger anotaciones sobre la música de los Dakota, y en 1907 comenzará a grabar, para la Oficina Et-nológica Americana (BAE) del Instituto Smith-sonian, la música de las Primeras Naciones, entre las que encontramos a los Chippewa, Mandan, Hidatsa, Sioux, Pawnee del norte de Oklahoma, Papago de Arizona, Indios de Was-hington y Columbia Británica, Winnebago y Menominee de Wisconsin, Indios Pueblo del sureste, Seminolas de Florida, e indios Kuna de Panamá, muchas de ellas en la Librería del Congreso. 10 Black, J. Dream catchers: myths and history. Firefly Books Ltd, Búfalo, N.Y., 1999; Ingham, B. English-Lakota Dictionary. Curzon Press Richmond, Surrey, 2001, en línea [15/11/05 6:18 p.m.]: http://www.the7thfire.com/dream_catchers/dream_catcher_history.htm

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11 Terri J. 365 Days of Walking the Red Road: The Native American Path to Leading a Spiri-tual Life Every Day. Cincinnati, Ohio, 2003. 12 Planta herbáceo rizomatosa de 10-35 cm de altura. Originaria del este de América de Norte (cordillera de los Apalaches), donde la encon-tramos en pastizales frescos y en fisuras de las rocas. De hojas verdosas con 5-6 lóbulos, flores blancas, solitarias y de buen tamaño. Fruto en cápsula. El rizoma y las raíces contienen un látex de color rojo-anaranjado. 13 Roca volcánica de color negro. 14 Un atrapasueños muy similar al original se muestra en la fotografía nº 5. 15 F. Feest, Ch. Culturas de los indios norteame-ricanos, Colonia, 2000; Legay, G. Atlas de los Indios Norteamericanos. Barcelona,1995; Phi-plip, N. The Great Myths of Native America. Nueva York, 2001. 16 Ibíd. 17 Cuatro veces cuatro 18 En el estudio de la mitología, el folklore y la religión, un trickster es un dios, diosa, espíritu, héroe humano o animal antropomorfo que rom-pe las reglas de los dioses o de la naturaleza, a veces malévolo pero generalmente con efectos positivos. 19 Adams A., Adams M. The World of Wizards. Nueva York, 2002; Ingham, B. Ob. Cit.; Kripp-ner S., Bogzaran F., Percia de Carvalho A. Ex-traordinary Dreams and How to Work With Them. University of New York, 2002. 20 McGaa, Ed (Eagle Man) Native Wisdom, Perceptions in the Natural Way: Perceptions of the Natural Way. Tulsa, Oakland, 2002; Ket-chum, W. C. (Jr.). Native American Art, Lon-dres,1997. 21 XOKONOSCHTLETL, es autor de 7 libros escritos en Alemán - La verdadera historia de los Aztecas - Nuestro único Dios es la madre Tierra - La medicina de la madre tierra, Lo que nos susurra el viento: La sabiduría de los Azte-cas, sentémonos al fuego, etc. Este párrafo aparece en este último. Tomado de: http://www.proyectotrama.org/00/trama/2000-2004/LATIN/paginas/bogota.html. 22 Las cuevas de la Sierra de san Francisco, en Baja California, México, conservan unas de las pinturas rupestres más antiguas del continente americano, datadas unos 7000 años a.C.

Fig. 14 Pinturas de la cueva de la Serpiente. Sierra de

san Francisco, Baja California, México.

Fig. 15 Dibujo del panel completo de la cueva de la

Serpiente

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EL GUSTO EUROPEO EN LAS JOYAS DE ADORNO PERSONAL DE LOS

ZARES DE PEDRO I A CATALINA LA GRANDE

Amelia Aranda Huete

Doctora en Historia del Arte

Introducción

Todos conocemos la riqueza y la suntuosidad de las joyas que poseyeron los zares de Rusia. Muchas de ellas se encuentran hoy en el Museo Estatal del Hermitage y otras, las más, en el Museo del Kremlin, en el Fondo del Diamante.

Museo Estatal del Hermitage, Fondo del Diamante Allí se guardan sobre todo las alhajas

de los Romanov, las magníficas piezas adornadas con rica pedrería, que lucie-ron los emperadores rusos desde el siglo XVIII al XX, especialmente las obras adquiridas por Catalina II, Pablo I, Ale-jandro I, Nicolás I, Alejandro II, Ale-jandro III y Nicolás II. El palacio de Invierno de san Petersburgo (el palacio del Hermitage), residencia de los zares, custodia sobre todo las insignias rusas (es decir, los collares e insignias de la orden de San Andrés) y las obras de los maestros joyeros de los siglos XVI al XX.

Los zares invertían sobre todo en oro, platino y plata, y en gemas ya que tenían una atracción especial por la ri-queza. Esto era habitual en las cortes europeas ya que los monarcas eran muy aficionados a los gabinetes de curiosi-dades y de piezas realizadas en metales preciosos cubiertas de pedrería. Las piedras que se engastaron en estas joyas fueron adquiridas en muchos casos en China y en la India. Las perlas, sin em-bargo, habituales en los aderezos que lucen las zarinas en muchos retratos, procedían de los ríos del país.

Pedro I y su apertura a occiden-te

Pedro I (1672-1725) fundó la ciudad de San Petersburgo, capital de la nueva Rusia, con la idea de que estuviese a la altura de los centros de la cultura euro-pea del momento y para ello se esforzó en atraer a maestros artífices de pintura, escultura y artes decorativas de varias ciudades rusas y de Europa occidental. Los plateros y los joyeros rusos durante el siglo XVII crearon piezas acordes con los gustos del país. Moscú era la capital cultural y las joyas respondían a la pomposidad y a los colores vivos en

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una mezcla de estilos, conjugando lo cortesano y lo popular.

Retrato de Pedro I, Paul Delaroche, 1838

Y aunque al principio a Pedro I le gustaba la vida rústica y sencilla, poco después la corte refinó sus gustos y se inclinó hacia las maneras aristocráticas de Occidente sin olvidar la tradicional pompa zarista. Es una época de interac-ción pedagógica en la que confluyen el arte tradicional ruso y las nuevas co-rrientes procedentes de Europa. Pedro I comenzó a adquirir muchas obras de arte en los mercados europeos y permi-tió la influencia occidental atrayendo a numerosos joyeros europeos. Por ejem-plo, entre 1714 y 1800 trabajaban en la corte de San Petersburgo 609 orfebres europeos y 39 rusos. Sin embargo, a pesar de esta llegada masiva, el estilo tradicional perduró durante los siglos siguientes.

La orientación de la corte petersbur-guesa hacia el gusto europeo, y la nueva etiqueta cortesana que se hacía palpable en las recepciones y reuniones noctur-

nas, exigieron un cambio en la indu-mentaria y la adquisición de objetos de uso cotidiano en Europa. Las túnicas y los caftanes fueron sustituidos por las casacas y los pantalones en los caballe-ros y por los vestidos de estrechos cor-piños y grandes faldas en las damas. Las grandes coronas y los pesados aderezos por airones, petos y adornos más lige-ros. Muchos de estos objetos se obtuvie-ron en Holanda, y sobre todo Ámster-dam, nación por la que Pedro I sintió un gran interés. Eran el país y la ciudad de los diamantes. Toda Europa adquiría allí estas piedras a través de los comercian-tes y de los embajadores. Y también allí se retallaban las piedras antiguas engas-tadas en bruto o trabajadas en cabujón.

Después de la Institución del Depar-tamento de Minas en agosto de 1700 y de la inauguración en 1704 de la prime-ra fábrica de plata cerca de Nerchinsk (Siberia) los maestros rusos comenzaron a fabricar objetos con este metal local, pero Rusia seguía sin disponer de oro propio, por lo que tenía que comprarlo en Turquía y en otros países europeos. Sólo después de la apertura del gran yacimiento de este mineral precioso en los Urales, cerca de Yekaterinburgo en 1745 comenzó a llegar a San Peterburgo el primer oro nacional. La extracción activa de este mineral cambió inmedia-tamente el panorama de la orfebrería y de la economía del país. Sin embargo el incremento del gasto producido por las necesidades militares y la propia cons-trucción de la urbe impidieron en gran medida el florecimiento del arte de la orfebrería en oro y plata.

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Kunstkamera, Museo de Antropología y Etnografía, San

Petersburgo.

Todas estas nuevas joyas fueron re-unidas en 1719 por el zar Pedro I en la Kunstkamera, la primera versión de lo que hoy conocemos como el Fondo de Diamantes de Rusia. Y al visitar otras naciones europeas, introdujo en el país muchas innovaciones, una de las cuales fue la creación de un centro permanente para albergar una colección de alhajas que no pertenecieran a la familia Roma-nov, sino al Estado ruso. Colocó todas las regalías en este fondo y declaró que el tesoro era inviolable, y que no podía ser alterado, vendido o regalado. Tam-bién decretó que cada emperador o em-peratriz debía dejar un cierto número de piezas adquiridas durante su reinado al Estado, para la gloria permanente del Imperio ruso. En esta Kunstkámera también reunió un gabinete de curiosi-dades o cámara de maravillas con una importante colección de minerales y de rarezas de la naturaleza. Gran parte de esta colección se conserva aún en el Hermitage. Así, los bienes privados del emperador Pedro I fueron integrados jurídicamente en el Tesoro Nacional. Se reservaron sólo algunas piezas conser-vadas en el Palacio de Invierno de San Petersburgo custodiadas en una sala denominada sucesivamente: Gabinete, Cámara de su Majestad y Cámara de sus

Majestades Imperiales, sala de los di-amantes o Sala del Tesoro. Y aunque estas joyas estaban “protegidas” y per-tenecían al Estado, el zar y su familia podían utilizarlas e incluso se atrevieron a transformar alguna adap-tándolas a la moda del momento lo que ha ocasiona-do que perdamos ejemplares más anti-guos.

Pero, si somos fieles a la historia, el arte de la joyería en la corte de San Pe-tersburgo tiene su momento de apogeo durante los reinados de Anna Ivanovna y de Elisabeth Petrovna.

Sucesores

Retrato de la Emperatriz Anna Ioannovna, Louis Caravaque,

1730

Su sobrina Ana Ivanovna (1693-1740), hija de Iván V de Rusia, fue em-peratriz de Rusia entre 1730 y 1740. Enriqueció con pasión los palacios con una gran cantidad de objetos de plata y de oro valiosísimos que han llegado a ser obras maestras de la colección del Hermitage.

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Retrato de Isabel Petrovna, Ivan Yakovlevich Vishnyakov, 1743. Galería Tretyakov, Moscú

La hija de Pedro I y de Catalina I, Isabel Petrovna (1709-1762) que reinó entre 1741 y 1762 también contribuyó a incrementar notablemente la colección de joyería y platería, al adquirir objetos a través de sus personas de confianza en los principales mercados europeos y en los proveedores de San Petersburgo. Su corte fue la más brillan-te de Europa. En ella se unieron el lujo oriental y el es-plendor francés. En sus recepciones y fiestas palaciegas obligaba a la corte a vestir con lujo y esplendor.

La fastuosa y teatral elegancia de la corte de Versalles promovida por Luis XIV en el siglo XVII propició el uso de grandes joyas en toda Europa, desde Inglaterra a Rusia. Los contactos di-plomáticos facilitaron la realización de una política de equilibrio una de cuyas consecuencias fue el modo unitario de abordar el arte. Los bailes, recepciones y ceremonias habituales en la vida cor-tesana exigían por tanto una gran rique-

za tanto en la decoración de los palacios como en el adorno personal. También era habitual regalar joyas a los embaja-dores y emisarios de otros países y so-bre todo con motivo de las bodas reales. La joyería alcanzó su máximo apogeo a comienzos del siglo XVIII, en lo que a técnica y calidad se refiere. Y también en pompa y en sofisticación. En toda Europa las alhajas se utilizaron para reforzar el poder y la majestad de los monarcas. Este interés continuó en Francia durante los reinados de Luis XV y Luis XVI y lo mismo ocurrió en el resto del continente europeo. Los orfe-bres franceses crearon obras de gran elegancia engastadas con grandes y ri-cas piedras, muchas de ellas antiguas, retalladas en Ámsterdam, que adorna-ban todo el cuerpo femenino y también el masculino.

Retrato de Isabel Petrovna, Heinrich Bucholz, ca. 1768

Entre 1730 y 1760 todavía primaba en Europa el estilo barroco con pesados aderezos inspirados en la naturaleza aunque poco a poco convivieron con nuevos diseños inspirados en lazos, cin-tas y plumas.

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Los diseños, de perfiles curvos y formas asimétricas estaban realizados en oro y plata y cuajados de pedrería. Las joyas se usaban en las recepciones palaciegas y en las fiestas nocturnas para resplandecer a la luz de las velas. Las alhajas de corte, las más ricas, esta-ban realizadas exclusivamente con di-amantes talla brillante engastados en plata para no enturbiar el color de la piedra y reforzados con oro en el rever-so para dar mayor estabilidad. Las mon-turas cerradas, es decir, encajadas y encastradas, se sustituyeron por garras en un intento por conseguir mayor lige-reza. Nace así la denominada “al aire”.

Algunas piedras de color se embutie-ron en armazones cerrados que permi-tían colocar una delgadísima lámina metálica reflectante oportunamente co-loreada. La finalidad de esta fina plan-cha era dar más brillo a las piedras e intensificar el color de las más apaga-das.

Al barroco le sucedió el estilo ro-cocó, a base de líneas más ondulantes y el uso de piedras preciosas y semipre-ciosas. Los motivos decorativos imita-ban flores y hojas pero sin intención de representar una especie existente en la naturaleza. La combinación flor-piedra brindó la oportunidad a los tallistas y lapidarios de mostrar los éxitos alcan-zados en su trabajo. Los brillantes fue-ron adquiriendo cada vez más protago-nismo. Pero no se olvidaron de las pie-dras de color, indispensables para la fabricación de “bouquets” de flores ve-ristas. Y poco a poco el esmalte volvió a utilizarse.

Con el clasicismo las preferencias se inclinaron hacia las formas lisas y simé-tricas hasta que a principios del siglo XIX se impone el estilo Imperio y el nacionalismo ruso. A partir de este mo-mento se fabricaran aderezos clásicos adornados con piedras montadas al aire, y brillantes engastados en pavé. Todos estos diseños se extendieron por Europa gracias a los dibujos y grabados que se publicaron para uso de los joyeros de la época. Los más famosos fue-ron los libros con diseños de Pasquier-Remi Mondon, Agustín Duflos, Pouget, etc., que reproducen airones, broches, lazos, pendientes, etc. desde finales del siglo XVII.

Retrato de Catalina la Grande, Johann Baptist Lampi, el

viejo, ca. 1780, Kunsthistorisches Museum, Viena

Aunque no se conservan muchas pie-zas realizadas en estos años sí ha llega-do hasta nosotros un importante número de retratos de la familia imperial, ador-nados con joyas, condecoraciones y piedras preciosas que nos demuestran su gusto europeo y la influencia que ejer-cieron las obras europeas en la orna-mentación rusa.

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Ante todo decir que el conjunto de alhajas que vamos a estudiar a conti-nuación recibe, en muchos casos, el nombre de aderezo. Consistente en un conjunto de joyas con diseño unitario estaba integrado por pendientes, aguja para el pelo, collar, broche, hebillas para los brazaletes y sortija. Suelen apa-recer representados en los retratos de corte porque era usado habitualmente en ceremonias y retratos oficiales.

Retrato de Catalina la Grande

A mediados del siglo XVII las damas adornaron sus peinados con agujas de oro y alfileres con un botón o flor en la parte superior a veces suspendido de un muelle produciendo un efecto de tem-bladera. Los adornos para el cabello incrementaron su tamaño a partir de los años 70. Pero pronto surge en Italia y España la piocha al reducir las damas el volumen de los peinados. El origen de esta pieza creemos que se encuentra en el airón o la garzota utilizada en el siglo anterior. El airón es un adorno formado

por plumas de color blanco que partían de un botón en la parte inferior adorna-do con pedrería. La garzota es lo mis-mo pero con plumas de color. Ambos adornos fueron muy usados por las da-mas españolas durante el siglo XVII causando la admiración de todas las cortes europeas. Las plumas, debido a su escasez y a su alto precio, fueron sustituidas por piezas de metal que poco a poco fueron estilizándose y cubrién-dose de pedrería, muchas de ellas colo-cadas a modo de colgante. En Europa esta misma joya recibió el nombre de “aigrette”. En España se ha identificado con la palabra italiana “pioggia” (lluvia, gotas de agua) término propiciado por el efecto que las piedras suspendidas de finos hilos de metal producían sobre el peinado de las damas a la luz de las ve-las.

Dibujos de Mondon

Mondon publicó en París, hacia 1750, su “Premier livre des pierreries pour la parure des dames”, en él realizó dos bellos diseños de “aigrettes” en

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forma de ramo con perfiles marcada-mente asimétricos. Uno de ellos llevaba piedras piriformes suspendidas de los extremos de los tallos, y el otro, col-gantes en forma de flores. Agustín Du-flos en 1767 también publicó un diseño de “aigrettes” en forma de ramo, seme-jante a los enviados desde Francia para que el rey Carlos III eligiera los que iban a formar parte de la dote de su hija María Luisa que iba a casarse con el archiduque Leopoldo. “Aigrettes” en forma de ramillete de flores y hojas, y lazada en la parte inferior, se reprodu-cen en un dibujo italiano anónimo con-servado en el Museo Victoria y Alberto de Londres. Pouget en su libro “Pierres précieuses” publicado en 1762 recoge varios modelos de aigrettes y ramos para el pelo de diseño más clásico. Por lo tanto, como podemos apreciar, estos diseños se extendieron por todas las cortes europeas. Pocos ejemplares han llegados hasta nosotros. Se conservan varios modelos en el Museo de Arte Antiga de Lisboa. Priscille Müller afirmó que el origen de esta pieza pudo estar en el comercio con China ya que los peinados orientales se decoraban con flores, pájaros vibrantes e incluso figuras.

Arracadas es el nombre culto que reciben los pendientes. Debido a su gran tamaño y peso se podían colgar de las orejas mediante un aro, o gancho, que atravesaba el lóbulo, o prender por me-dio de un asa de un torzal. El gancho se ocultaba con un botón engastado con pedrería también denominado broqueli-llo.

Las damas de los siglos XVII y XVIII usaban principalmente dos tipos de pendientes: el “girandole” y el “pen-deloque”. El primero surgió hacia 1660. Consistía en tres elementos trabajados de manera unitaria: un broquelillo, un estilizado lazo y tres o cinco colgantes suspendidos de el. El motivo del lazo, como en otros tipos de joyas, derivó de los primeros lazos de tela en seda o ter-ciopelo usados en los pendientes del segundo cuarto del siglo XVII. Los di-seños de Gilles Légaré contribuyeron a su popularidad. En muchas ocasiones se acompañaban de un lazo de pecho cons-tituyendo el típico aderezo.

Retrato de Catalina la Grande con “girandole”

Existen varias explicaciones para la popularidad del “girandole” durante el siglo XVIII: la primera estaba relaciona con la moda en el traje y en el peinado. Durante esta época, el pelo se recogió sobre la cabeza, lejos de la cara, dejan-do las orejas al descubierto. El vestido llevaba amplio escote permitiendo la visión del cuello y de las orejas. De esta manera, los pendientes lucían con gran esplendor. La segunda se encontraba en la calidad de las piedras -este modelo

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favorecía a las piedras facetadas-. Y la tercera en como la luz de las velas po-tenciaba el brillo de estos diamantes. Con el paso de los años los modelos se fueron alargando y agrandando y han trascendido a la joyería popular.

Retrato de Ana Petrovna, con “pendeloque”, Iván I.G.

Adolsky (Odolsky) después de 1721. Museo Estatal del Hermitage. San Petersburgo.

El “pendeloque” era el más sencillo. Su diseño se caracterizaba por un bro-quelillo de perfil circular u ovalado, un lazo en el cuerpo intermedio y una gota o perla piriforme en la parte inferior. Las variantes surgidas en la segunda mitad del siglo incluían la introducción de motivos vegetales, entremezclados o no con el lazo, y la aplicación de cierto balanceo en la pieza. La mayoría de los ejemplares fueron engastados con di-amantes pero pocos han sobrevivido dada la importancia de la piedra. Dise-ños de “pendeloque” fueron realizados por Mondon hacia 1750. En los libros de bocetos europeos frecuentemente se encuentran juntos modelos de ambos pendientes. Esto se debe en parte, a que

al ser desmontables podían usarse de las dos maneras.

En los diseños firmados por Maria, platero francés activo entre 1751 y 1770 -recogidos en su libro “Premier livre de dessins de joaillerie et bijouterie”, pu-blicado hacia 1765, y conservado en la Biblioteca Nacional de París-, también encontramos ejemplares que represen-tan los dos modelos.

Aunque en España, Italia y Portugal las damas adornaron el cuello con co-llares de perlas no fue una norma gene-ralizada. En el resto de Europa se tiende a colocar una joya de gran importancia en el pecho de la dama, coincidiendo con el escote del vestido, llamando así la atención sobre esa parte del cuerpo femenino. La joya de pecho fue una pieza imprescindible en el adorno fe-menino. Aparecen denominadas en los documentos como: broche, broca-mantón, bariel, mariposa, lazo y rosa, dependiendo del diseño y tamaño.

Retrato de Catalina la Grande y el príncipe Petr Fedorovich, Georg Christoph Grooth. La zarina luce una joya de pecho

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El ramo también fue considerado una joya de pecho pero su apariencia es distinta a las piezas anteriores. Realiza-da en oro y plata, reproducía diseños de tipo vegetal, en planchas caladas, reto-cadas a cincel, en las que se engastaba la pedrería casi siempre en bocas cerra-das aunque en ocasiones se engastó en transparente. Motivos florales, unidos a tallos enroscados, hojas carnosas, cintas y cartones, fundamentaron el diseño más generalizado de estas piezas.

Considerada también joya de pecho, el alamar era una presilla con su botón o un ojal superpuesto, que se cosía en el borde del vestido o de la capa, abo-tonándola aunque casi siempre tenía una función puramente decorativa. Los ala-mares solían tener forma alargada por la propia función de la pieza. Se podían componer de tres o cinco partes según fueran destinados para el pecho o para las mangas. Las piezas se unían con goznes o tornillos con tuercas. Al prin-cipio del siglo XVIII el diseño estaba compuesto casi siempre por motivos vegetales (flores y hojas enrolladas) pero a partir de la década de los 30 em-pezaron a surgir, como en otras joyas, diseños a base de cintas, cartones y en-gastes que se complementaban con ro-sas para no olvidar los motivos anterio-res, estas últimas se solían colocar en el centro. Estas alhajas se mencionan con frecuencia en las dotes de las princesas europeas. En el caso de España encon-tramos ejemplares, realizados con bri-llantes montados en plata, entre las re-galadas a la infanta María Teresa, hija de Felipe V, con motivo de su boda.

Parecida a esta pieza encontramos el brocamantón, de gran tamaño que cubría el pecho de las damas. En oca-siones, esta joya se puede confundir con un peto por su tamaño desmesurado. Su diseño no evolucionó mucho a lo largo del siglo. Su perfil era alargado y lige-ramente triangular. Como las anteriores, estaba integrado por cintas entrelazadas, hojas, flores, engastes y cartones. En el reverso, siempre liso y cincelado con bellos motivos vegetales, se colocaban dos abrazaderas para que la pieza se pudiera coser al vestido. Todas las al-hajas estaban guarnecidas con gran número de diamantes y piedras de color de gran tamaño por lo que, al pasar la moda, debido a su tamaño y valor, se desmontaron y las piedras se colocaron en otras joyas. Esta es la razón por la que pocos ejemplares como éstos han llegado hasta nosotros. Un dibujo, reali-zado por Santiago Bisghers en 1721, en el libro de exámenes de Pamplona, lo representa. Otro diseño, anónimo flo-rentino, fechado en la primera mitad del siglo, se asemeja a este modelo.

Retrato de Isabel I Petrovna, V. Erichsen, 1757.

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La emperatriz Isabel Petrovna luce una pieza muy similar en uno de sus retratos. Entre las joyas que poseyó María Amalia de Sajonia, princesa ale-mana casada con Carlos III de España y reina de Nápoles, dibujadas a raíz de su testamentaria en 1760, se conserva un similar.

Retrato de la infanta Mariana Victoria, Largillière, ca. 1723

El peto era una pieza de grandes di-mensiones que se colocaba sobre el pe-cho adornando el cuerpo del vestido. Fue la joya más compleja del siglo XVIII. Estaba formado por placas de metal recubiertas con piedras preciosas y perlas creando un largo triángulo que adorna el cuerpo femenino desde el es-cote hasta la cintura. En ocasiones se confunde en los retratos con adornos bordados en el tejido. Estaban integra-dos por varias piezas independientes con un diseño común, en disminución, unidas mediante goznes. En todos los libros de dibujos publicados durante estos años se dedicaron varias páginas a estas piezas maestras. En la Biblioteca Nacional de Paris se conservan dos di-seños de Maria, fechados hacia 1765, y otro de L. Van Cruycen fechado en 1770. Carlota de Mecklenburg-Strelitz retratada por Allan Ramsay (Galería Nacional de Retratos de Londres) luce un modelo parecido. La infanta españo-

la Mariana Victoria, prometida del delfín de Francia, luce otro magnifico ejemplar en el retrato realizado por Lar-gillière hacia 1723. Puede que las joyas pertenecieran a su dote y fueran realiza-das en España o adquiridas en Francia como era habitual.

 Retrato de Carlota Sofía de Mecklenburg-Strlitz, Allan Ramsay, 1762. Galería Nacional de Retratos, Londres

Por último, en los retratos de las za-rinas de Rusia apreciamos manillas de perlas adornando sus muñecas. Los hilos de perlas fueron el modelo prefe-rido y disfrutaron del favor de las damas durante todo el siglo XVIII. Se lucían en ambas muñecas. Se cerraban con muelles o broches de metal y pedrería. Manillas de tres hilos luce la reina Ana de Austria, esposa de Juan V de Portu-gal y la citada Carlota de Mecklenburg-Sterlitz en la pintura mencionada ante-riormente.

Aunque los adornos se concentraron en la moda femenina, los hombres tam-bién solicitaban un importante número de piezas: adornos para el sombrero,

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broches para sujetar la cinta de la con-decoración, empuñaduras de espada, bastones, botones y hebillas para los zapatos.

Retrato del Emperador Francisco José I, Miclós Barabás,

1853. Museo Nacional Úngaro, Budapest. Adornos de alamar en el uniforme de gala

Artistas

Se conocen pocos artífices rusos ya que la nobleza prefería a los artistas europeos, sobre todo de Francia. Llega-ron en gran número procedentes de Francia, Alemania, Holanda y Suiza llegaron a San Petersburgo atraídos por las posibilidades de trabajo ofrecidas por los zares. Aportaron a la joyería autóctona sus conocimientos de los mi-nerales y la técnica occidental a la hora de tallar y engastar las piedras preciosas y semipreciosas y se impregnaron de la sabiduría adquirida durante siglos por los maestros rusos.

Durante su reinado destaca especial-mente, Jérémie Pauzié (1716-1779). Realizó, tanto para la corte como para la

nobleza de la capital, una gran variedad de objetos, adornos, tabaqueras, ramos singulares elaborados con piedras pre-ciosas y la gran corona imperial. Nació en Ginebra el 6 de diciembre de 1716 y llegó a Rusia en 1729 con 13 años de edad. Aprendió en el taller de Bénédicte Graverot, de origen francés. Abrió su propio taller en 1740. Bien dotado para este arte entró pronto al servicio de la emperatriz Anna Ivanovna y fue uno de los joyeros más famosos de su época. En 1764 regresó a Ginebra. Elaboró varios lazos para la emperatriz, conser-vados en el Fondo de Diamantes.

Bouquet de Jérémie Pauzié

Catalina la grande (1729-1796)

Para Catalina II, el coleccionismo fue una pasión y una cuestión de alta políti-ca. Consiguió reunir un excelente “equipo” internacional de entendidos que seleccionaban para ella piezas mag-nificas que respondían a los gustos de la

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zarina. Nació en Sttetin, actual Polonia. Hija de Christian Augusto, príncipe de Anhalt-Zerbst, general que ejercía de Gobernador de la ciudad de Szczecin en nombre del rey de Prusia. Aunque nació como princesa alemana de menor rango, Federica Augusta Sofía (Sophie Friede-rike Auguste von Anhalt-Zerbst, apoda-da "Figchen"), tenía una remota ascen-dencia sueca con Carlos IX. Su educa-ción fue impartida principalmente por tutores franceses, de acuerdo con la cos-tumbre imperante entonces entre la no-bleza germana. La elección de Sofía como futura esposa del zar Pedro III se debió a la gestión diplomática entre el conde Lestocq y Federico II de Prusia. Ambos querían fortalecer la amistad entre Prusia y Rusia para debilitar la influencia de Austria y hundir al canci-ller Bestuzhev, consejero de la zarina Isabel, y un conocido partidario de la alianza ruso-austríaca. La princesa Sofía no escatimó esfuerzos para congraciarse no sólo con la emperatriz Isabel y con su marido, sino también con el pueblo ruso. Su padre, un devoto luterano, se opuso firmemente a la conversión de su hija a la Iglesia Ortodoxa rusa, pero a pesar de sus instrucciones, el 28 de ju-nio de 1744 fue bautizada con el nom-bre de Catalina (Yekaterina o Ekaterina) Alekséyevna. Al día siguiente tuvieron lugar los esponsales, casándose con el gran duque Pedro el 21 de agosto de 1745 en San Petersburgo.

Mantendrá correspondencia con mu-chas de las prominentes mentes de la época, incluyendo a Voltaire y Diderot. Después de la muerte de la emperatriz Isabel, el 5 de enero de 1762, Pedro subió al trono como Pedro III (1728-

1762) de Rusia y la pareja se trasladó al nuevo Palacio de Invierno en San Pe-tersburgo. Se convirtió así en emperatriz consorte de Rusia. Sin embargo, las excentricidades del nuevo zar y su polí-tica de secularización de bienes le gran-jearon la enemistad de varios sectores, entre ellos la Iglesia. En julio de 1762, Pedro cometió el error político de reti-rarse con sus guardias de Holstein y sus amigos a Oranienbaum, dejando a su esposa en San Petersburgo. El 13 y 14 de julio, la Guardia Imperial Rusa, al mando de Grigori Orlov, amante de Catalina, se rebeló, deponiendo a Pedro, y proclamando a su esposa como gober-nante de Rusia. El golpe triunfó sin de-rrama-miento de sangre; Yekaterina Dashkova, una confidente de la empera-triz, señaló que Pedro parecía no tener problema en abandonar el trono, y solo pedía a cambio una tranquila finca, su viejo violín y suministros de tabaco y vino de Borgoña. El 17 de julio de 1762 falleció Pedro III, seis meses después de su ascenso al trono, y a los tres días de ser depuesto. Aunque su viuda no des-cendía de emperadores rusos, sucedió a su marido, tras el precedente establecido cuando Catalina I de Rusia sucedió a Pedro I en 1725. En su manifiesto de acceso al trono justifica su sucesión citando la "elección unánime" de la na-ción. Sin embargo, una gran parte de la nobleza lo consideró como una usurpa-ción, solo tolerable durante la minoría de su hijo, el gran duque Pablo. En la década de 1770, un grupo de nobles, seguidores de Pablo, contemplaron la posibilidad de un nuevo golpe para de-poner a la zarina y transferir la corona al gran duque, cuyo poder quedaría res-

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tringido previamente en una especie de monarquía constitucional. Pero nada de esto se llevó a cabo, y la emperatriz reinó hasta su muerte.

Regalia Imperial: coronas, cetro, insignias, espada, manto de

armiño y orbe, libro de la Coronación de Alejandro II

Con la llegada al poder de Catalina II, la Grande, en 1762 comienza una nueva etapa en la colección de tesoros. Sentía por las gemas una atracción casi enfermiza. No escatimaba en gastos a la hora de comprar piedras, ni tampoco en tiempo para escogerlas y examinarlas. Con motivo de su coronación Jérémie Pauzié realizó la gran corona imperial, que se conserva actualmente en el Mu-seo del Kremlin.

En ese período se termina de cons-truir el Palacio de Invierno donde la emperatriz instaló una habitación de brillantes, o sala de los Diamantes, en la que se guardaban “muchos adornos de diamantes y otras piedras preciosas, tabaqueras, relojes y chatelaînes, cajas de dibujo, sortijas, lazos, empuñaduras doradas de estoques y otros objetos pre-

ciosos”. En este nuevo Palacio, donde vivía en el ala suroriental, expondrá todo tipo de maravillas que mostraba a sus invitados más selectos. Allí se tras-ladaron los objetos más apreciados por la emperatriz: las piedras talladas de todo tipo -clásicas, medievales y de su propia época-.

Retrato de Catalina la Grande, Virgilius Eriksen, 1760-1770,

Statens Museum de Krunst

El inglés William Coxe en su “Tra-vels into Poland, Russia, Sweden and Denmark” publicado en 1784 relata la riqueza y la pomposidad de la corte ru-sa, el lujo en la indumentaria, el uso de alhajas en abundancia que cubría todo el cuerpo. Compara esta corte con otras europeas y comenta como en el resto de las cortes los aderezos eran lucidos casi exclusivamente por las señoras pero que en Rusia se rivalizaba en el lujo y tanto damas como caballeros competían en lucir joyas de la cabeza a los pies. Los botones, las hebillas, las fundas de los sables, las espadas, los sombreros, etc.

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se cuajaban de brillantes y piedras pre-ciosas.

La segunda mitad del siglo XVIII está considerada como la época de flo-recimiento de la orfebrería artística en San Petersburgo.

Artífices

En la colección del Museo estatal del Hermitage este período está representa-do por las obras de Jean Pierre Ador, Jean François Xavier Boudde, el taller de Duval, Jean Fazy y otros maestros que realizaron grandes cantidades de objetos preciosos.

Caja tabaquera para Catalina la Grande. Jean Pierre Ador

Louis-David Duval, también de ori-gen suizo, fue aprendiz de Jérémie Pau-zié. Sucedió a su maestro al frente de los encargos reales cuando éste regresó a Suiza. Nacido en Ginebra, viajó pri-mero a Londres y después a san Peters-burgo en 1753. Realizó un reloj de bol-sillo con chatelâine actualmente conser-vado en la colección de la Galería del Tesoro. Además, realizó para Catalina II un broche para adornar el cabello en

forma de cuerno de la Abundancia. Rea-lizado entre 1775 y 1780 su forma res-ponde a un rococó tardío. Elimina el uso de piedras de color y subraya el aspecto lineal de la composición apoyándose en los anillos de oro aplastados que delimi-tan las hileras de diamantes. Los peque-ños broches en forma de tiesto con flo-res conservados en el Fondo del Di-amante podían ser utilizados como bro-ches o como pendientes. Las piezas rea-lizadas en la época de la emperatriz constituyen la parte fundamental de la colección de tesoros del Hermitage.

Se llevaron a cabo varios inventarios de los tesoros. En 1789 se realizó otro que enumeraba las obras que formaban parte del Hermitage de su Majestad. Es un manuscrito muy valioso porque des-cribe el nuevo planteamiento de la co-lección de objetos preciosos. A partir de este inventario se anotaron los registros de los nuevos objetos que entraron en el Hermitage. Sobre esta base a mediados del siglo XIX se abrió al público la “Ga-lería de Tesoros” un museo de orfebre-ría independiente en el gran Hermitage Imperial, en el que ingresaron sus más valiosas creaciones de oro y plata. Entre estas joyas adquiridas por Catalina II destaca un pinjante español en forma de barco. Incluido en el inventario de teso-ros de la emperatriz está considerado uno de los objetos más interesantes del Hermitage. Realizado con espléndidas esmeraldas colombianas transparentes, de un verde intenso, ha sufrido con el paso del tiempo pequeños deterioros, ya que le faltan algunas de sus piezas en la parte inferior.

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Joyas del Hermitage. Pinjante con forma de carabela

La difusión, en el arte de la joyería, de pinjantes con forma de carabela rea-lizados con diferentes materiales precio-sos, va unida a la época de los grandes descubrimientos geográficos. En España las piezas de este tipo no solo servían de adorno, sino que también se usaban para simbolizar el dominio de los mares. A finales del siglo XVIII el colgante esta-ba en el palacio de Invierno y desde mediados del siglo XIX se encuentra en la Galería del Tesoro.

La Corona Imperial de Rusia

En 1613, cuando el primer zar de la dinastía Romanov (Miguel Romanov), fue coronado, las regalías rusas incluían una cruz pectoral, una cadena de oro, un gran collar ceremonial, la Corona de Monomakh, el cetro y el orbe. A lo lar-go de los siglos, varios zares ordenaron sus propios diseños, generalmente to-mando como modelo la citada Corona Monomakh, pero eran para uso perso-nal, no para su coronación.

Cuando Rusia se convirtió en un im-perio pujante y desarrolló cada vez más sus relaciones internacionales, las cere-monias de corte, esencia de una monar-quía majestuosa y solemne, adquirieron un significado político y religioso. El ritual de la coronación se convirtió en una cuestión de Estado. Las joyas se lucían para demostrar la fortaleza de la monarquía. Las insignias de los zares eran el trono, el cetro, la corona y el globo además del manto, la espada, etc. La corona es el más significativo símbo-lo de poder junto con el manto de armi-ño. Pedro I instauró también el ceremo-nial, mezcla de la tradición bizantina y de la influencia del mundo occidental. Para Catalina I esposa de Pedro se ela-boró un ejemplar de plata dorada y pie-dras preciosas siguiendo el modelo bi-zantino: dos hemisferios que simbolizan la unidad del Imperio Romano, es decir los Imperios de Oriente y Occidente. De ella no queda más que el armazón ya que todas las piedras que la adornaban se utilizaron para construir la que po-seyó la zarina Anna Ivanovna. Ésta está adornada con 2.500 diamantes y una gran turmalina.

En las “memorias” que escribió Jérémie Pauzié comenta que la pieza de la emperatriz Isabel Petrovna estaba compuesta, como las otras, por magnifi-cas piedras, rubíes, zafiros y esmeral-das, todas ellas únicas por su belleza y por su talla. Fabricada en 1762 para la coronación de Catalina II, la Gran Co-rona Imperial marca el apogeo de la fantasía creativa, de la belleza y de la magnificencia de las piezas ejecutadas por estos virtuosos joyeros. Es una de las pocas obras firmadas por el maestro

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Jérémie Pauzié quien la menciona así en sus “Cuadernos”… “Algunos días des-pués del fallecimiento de Pedro III la emperatriz me hizo llamar y me informó que había encargado al chamberlan Bezki que pusiera a mi disposición las joyas del Tesoro para que aquellas que no estaban de acuerdo con la moda fue-ran desmontadas y utilizara las piedras para fabricar una nueva corona que ella quería lucir el día de su Coronación. Para retallar algunas piedras le he pro-puesto un buen tallista, muy experimen-tado, el francés Horotez. Yo elegiré entre todas las alhajas las que me parez-can más convenientes para este trabajo y como parece que la emperatriz quiere conservar la corona y no transformarla después de la ceremonia de la Corona-ción elegiré las piedras más grandes y bellas. Así se convertirá en la joya más bella de toda Europa. … Cuando se la presenté a la emperatriz ella quedó muy satisfecha…”

En la carta que Catalina envió a Bez-ki el 3 de agosto de 1762 ordenó que se entregaran 2.000 rublos para comenzar los trabajos. Después el 11 de noviem-bre se entregaron otros 4.200 rublos destinados a quienes estaban fabricando esta obra y el 10 de diciembre otros 4.000 rublos para los que colaboraron en su realización. Pauzié presentó una factura el 25 de agosto de 1762. Gracias al esmero de los artífices se terminó en poco tiempo, sólo dos meses. Junto con Pauzié, creador del diseño, trabajaron otros excelentes joyeros. Dotado de un talento excepcional y de un gusto muy refinado conocía muy bien la naturaleza de las piedras, que utilizaba con virtuo-sismo y fantasía. Al principio las gemas

se montaban en una estructura de cera para ver el acabado final. La forma de la corona se basa en una concepción me-dieval bizantina: En la parte inferior; el anillo que toca la cabeza del soberano está adornado con grandes piedras sepa-radas por motivos de X cuajados de piedras más pequeñas. En la parte supe-rior dos medias esferas en representa-ción de las regiones oriental y occiden-tal del Imperio Romano (y por exten-sión, en representación de los dos conti-nentes que abarcó la Rusia Imperial). El cuerpo de cada semiesfera está decorado con grandes ramas y ricas hojas de lau-rel, símbolo de la gloria y el poder. Los bordes de cada una de esas partes están decorados con perlas.

Corona Imperial. Jérémie Pauzié

En medio de los dos segmentos pasa un arco formado por una gran guirnalda con hojas de roble y bellotas que repre-sentan el poder inquebrantable del Esta-do. Uno de los diamantes que lo ador-nan pesa 56 quilates y fue regalado a la emperatriz Isabel Petrovna en 1754. Otras gemas de tallas singulares fueron seleccionadas para este arco que está

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coronado por la gran espinela de 398,72 quilates. La piedra, a su vez, está rema-tada por una Cruz de diamantes, en re-presentación de la fe cristiana del sobe-rano y del imperio. En el interior se co-locó un terciopelo rojo, que de la misma manera que la espinela, es una referen-cia al púrpura de los emperadores ro-manos. La pieza tiene un peso de aproximada-mente nueve libras. La ge-ma fue adquirida en 1624 en China. El zar envió una delegación con la misión de traer piedras preciosas desde allí. Los rubíes, las espinelas y las piedras rojas en general eran las que más gustaban.

Se usó en la coronación de Pablo I y por último en la de Nicolás II, en 1896. Hoy en día se exhibe en el Fondo de Diamantes de la Armería del Estado del Kremlin, en Moscú. La obra refleja la ejecución experta de Pauzié. Se adorna con 4936 diamantes dispuestos en pa-trones espléndidos a través de toda la superficie de la pieza que confina los bordes del “inglete”, adornado por un número de perlas blancas finas, grandes. Hay también un ejemplar muy similar, pero más pequeño, destinado a la zarina. En 1900 el joyero Carl Fabergé hizo una copia en miniatura de las diferentes piezas de la coronación sobre un pedes-tal de mármol. Estas miniaturas están hoy en día en el Museo del Hermitage.

Insignia y Estrella de la Orden de San Andrés

La Orden de San Andrés fue la máxima condecoración de caballería del Imperio ruso. Fue suprimida tras la creación de la Unión Soviética, pero se recuperó en 1998, tras la caída de la

Unión Soviética y la creación de la Fe-deración Rusa. Fue fundada por Pedro el Grande en el año 1698, en honor a San Andrés, el primero de los Doce Apóstoles, Patrón de Rusia. La Orden de San Andrés sólo se otorgaba a las personas que destacaban muy por enci-ma de otras en méritos civiles o milita-res. (19)

Insignia de la Orden de san Andrés, ca. 1800. Museo Estatal del Hermitage, san Petersburgo

Fíodor Golovin fue el primer caballe-ro y, hasta su abolición en 1917 a causa de la Revolución rusa, sólo se otorgó a un centenar de personas. Normalmente, mayoritariamente nobles, se les otorga-ba también la de San Alejandro Nevsky, la del Águila Blanca, la de Santa Ana de primer grado y la de San Estanislao también de primer grado. A los milita-res que recibían la Orden de San Andrés se les ascendía a Lugarteniente General o a Vice Almirante. Representa el mar-tirio de san Andrés, colocado en una cruz diagonal. Según la Biblia, Andrés era hermano de Simon Pedro, uno de los discípulos de Jesús, de los primeros elegidos y conocido en Rusia como Pervozvanny. Santo patrón de la iglesia rusa, era especialmente venerado.

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El símbolo está marcado con las ini-ciales de la inscripción: “Sanctus An-dreas Patronus Russiae” y el águila de las dos cabezas, símbolo de la monarqu-ía rusa junto con las insignias imperia-les: el cetro, la corona y el globo.

En muchos retratos del siglo XVIII se aprecia como quedaba colocada so-bre una cinta azul, colocada en la cintu-ra izquierda con una espoleta en la parte del hombro para evitar la caída de la cinta. En algunas ceremonias una cade-na sustituía al lazo azul. Y también se

podía colocar una insignia con el lema “Fe y Fidelidad” que se colocaba sobre el pecho. Las piedras se engastaban en oro. Cuando Pedro I la creó quiso con ello consolidar la monarquía y potenciar su hegemonía. Uno de los ejemplares más antiguos que se conserva, se custo-dia en el Fondo diamantista de Moscú está fechado a principios del siglo XVIII. Alrededor de la cruz de esmaltes se engastaron diamantes tallados en facetas encastrados en pesadas monturas de oro. Posiblemente perteneció a Pedro el Grande.

Cruz de la orden de san Alexander Nevsky, finales del XVIII principios del XIX. Museo del Hermitage, san Petersburgo

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EEEXXXCCCAAAVVVAAACCCIIIOOONNNEEESSS EEENNN EEEGGGIIIPPPTTTOOO

CUARTA CAMPAÑA DE EXCAVACIONES EN QUBBET EL-HAWA

Dr. Alejandro Jiménez Serrano

Director del Proyecto Qubbet el-Hawa y profesor de la Universidad de Jaén

Un año más, la Universidad de Jaén ha continuado con los trabajos arque-ológicos y de conservación en la necró-polis de Qubbet el-Hawa. En este ce-menterio, se enterraron desde la VI Di-nastía hasta al menos el Reino Nuevo los nobles que gobernaron la provincia más meridional de Egipto, cuya capital era Elefantina.

Vista de Qubbet el-Hawa

Este territorio tenía una importancia capital para el Egipto de época antigua, ya que era la frontera natural y, durante muchos períodos, política del País de los Faraones con la vecina Nubia. Tenía pues una gran importancia militar, a la que se sumaba la comercial, ya que era el puerto de llegada y partida de los intercambios entre ambos territorios. Además, la región es muy rica en aflo-ramientos de diferentes piedras precia-das para la construcción y la escultura,

lo que la convertía en un destino de ex-pediciones reales.

Los nobles que gobernaron esta pro-vincia decidieron excavar sus tumbas en la roca de una colina cercana a la capital y conocida en la actualidad como Qub-bet el-Hawa (“La Cúpula del Viento”). Los hipogeos, incluso los más antiguos, destacan por su decoración y, en mu-chos casos, por su monumentalidad. En ellos, se grabaron biografías que son interesantísimas desde el punto de vista de la historia de las relaciones entre Egipto y Nubia, y hay escenas pintadas, como la de Sarenput II, que aparecen en numerosos manuales de Historia del Arte por ser ejemplos clásicos del estilo egipcio.

Tumba nº 33

Desde 2008, la Universidad de Jaén está trabajando en un grupo de enterra-mientos junto al de Sarenput II.

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El principal, del que todavía desco-nocemos el nombre de su propietario, es el nº 33.

Fue descubierto a finales del siglo XIX, pero nunca se excavó porque la superficie estaba llena de cenizas y todo el material quemado. Tras cuatro años de paciente labor, por fin se ha conse-guido llegar a los niveles situados deba-jo de los restos y lo que está aparecien-do sorprende por su alta calidad, varie-dad y cantidad.

Por el momento, sabemos que la tumba fue construida por un noble que vivió durante el último tercio de la Di-nastía XII. Si bien no se terminaron las obras del exterior, se pueden reconstruir las intenciones del plano original: la nº 33 hubiese sido la de mayor tamaño de toda la necrópolis de Qubbet el-Hawa, superando incluso el impresionante hi-pogeo de Sarenput I. Lamentablemente, el propietario murió antes de que se llegasen a extraer los últimos bloques del interior de su recinto funerario.

En 2008, en el interior del enterra-miento sólo teníamos acceso a una cámara de culto sostenida por seis pila-res, en cuya nave central había un gran nicho, y que daba entrada a una trape-zoidal con un pozo de más de diez me-tros de profundidad.

Sala de culto

Pese a que todavía no hemos termi-nado de excavar la cámara de culto, podemos adelantar el descubrimiento de otras tres, dos de ellas con inhumacio-nes intactas, a las que hay que sumar un pozo de seis metros con otras dos más que fueron apenas saqueadas.

Pozo

Los desafíos del proyecto Qubbet el-Hawa son enormes, pero tienen un futu-ro más que prometedor: la colina, aun-que sondeada en numerosas ocasiones, está aún por mostrar sus mejores secre-tos.

http://www.qubbetelhawa.es

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ÚLTIMOS HALLAZGOS EN EL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE OXIRRINCO (EL-

BAHNASA)

Dra. Esther Pons Mellado Conservadora del Dpto. de Egipto del MAN y Miembro de la Misión de Oxirrinco

(El- Bahnasa)

La campaña de excavación del año 2012, iniciada el 6 de febrero y finaliza-da el 15 de marzo, se centró principal-mente en dos zonas con el objetivo de proseguir con los trabajos realizados durante la campaña del año 2010.

Por un lado, se continuó trabajando en la Necrópolis Alta tanto en el área de época cristiana con estancias cons-truidas con adobes como en el del per-íodo Grecorromano, consistente en tumbas realizadas con bloques de pie-dra, dando ambas zonas resultados muy satisfactorios.

En la zona cristiana se ha trabajado en un ámbito claramente doméstico (muy posiblemente un refectorio) con abundantes restos de cultura material, principalmente recipientes cerámicos, así como en diversas criptas con nume-rosas inhumaciones en su interior.

En cuanto al ámbito Grecorromano, los estratos superiores han dado nume-rosos objetos de carácter funerario: di-versas estatuas o fragmentos de estatuas de piedra caliza, siendo la más represen-tativa una escultura femenina con una inscripción en griego en la base con el nombre de HPAKAOYC. Junto a ella se halló una cabeza femenina policromada, así como fragmentos arquitectónicos, gran cantidad de lucernas de arcilla y

ungüentarios de vidrio, todos fechados en el momento Grecorromano.

Sarcófago de yeso

Bajo todo esto, se descubrieron cua-tro sarcófagos de yeso policromados en color verde, negro, rojizo, azul y ocre, y con el cabello ricamente ornamentado.

Detalle de cabeza de sarcófago de yeso

Dos fragmentos de éstos también de yeso policromado, pertenecientes a unos pies y a unas piernas (ambos de pie), y cuatro cuerpos momificados dispuestos en batería, con la cabeza hacia el oeste y las manos sobre la pelvis. Dos de los

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cuerpos tenían una fina lámina de oro en forma de lengua en la boca.

En los niveles inferiores se halló un estrato de unos 70 cm. de profundidad formado por diversas capas de hojas y finas planchas de madera de palma, so-bre las cuales había gran cantidad de esqueletos de peces de distintas especies y tamaños, que bien pueden superar los 1200. Un caso único y excepcional has-ta el momento en este yacimiento.

Vértebras

Capa de Peces

Se trata muy posiblemente de un de-pósito de fundación o de una ofrenda de época Saita destinada a una tumba que quizá se encuentra cubriendo la fina capa de arena del desierto que hay bajo dichos peces. Por desgracia, y por pro-blemas de tiempo no se ha podido se-guir excavando en esta zona. Esperamos que en la próxima campaña podamos confirmar esta hipótesis.

También se ha trabajado y ampliado el NE. de la Tumba 31 de época romana descubierta en la campaña anterior. En los estratos superiores se han encontra-do fragmentos de papiros y Ostraca con inscripción en griego, lucernas, y en los inferiores un amplio conjunto de reci-pientes cerámicos: platos, cuencos, án-foras, que quizá formaban parte del ágape funerario de ésta, y dos tumbas nuevas totalmente saqueadas.

Conjunto recipientes cerámicos

Por otro lado, se ha continuado exca-vando y ampliando el área del edificio cristiano construido en piedra y situado al S.E. de la Necrópolis Alta, en donde al igual que en la campaña anterior se han encontrado diversos capiteles, bases de columnas y trozos éstas, todo ello de gran tamaño, restos del pavimento ori-ginal formado por losas de piedra, así como de un mosaico, e incluso, una parte de la cornisa del techo de dicho edificio.

Posiblemente se trata de un templo de planta basilical, sostenido por cinco hileras de columnas, de fuste liso y ca-piteles estilo corintio, algunos muy ela-borados. Esta construcción pudo tener diferentes usos desde el siglo III a.C. hasta el siglo VII d.C., momento en el que al parecer fue abandonado.

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CANAÁN Y EL ANTIGUO TESTA-MENTO

Eugenio Gómez Segura

Licenciado en Filología Clásica

Entre los muchos mitos que podemos comentar como antecedentes de hechos y personajes del antiguo testamento, Leviatán, el monstruo serpentiforme que encarna la maldad del mundo hacia el hombre es uno de los más exitosos. Este mito aparece en Mesopotamia aso-ciado a la épica de Gilgamés, personaje que acabó en Grecia conformado como Heracles. En cambio, en la Biblia, tras el paso por Canaán, adquirió un fuerte valor simbólico.

Plaquita de nácar, datada en el 2500 a. C., Museo de Tel-Aviv. Aparecen el dios Ninurta y un dragón de siete cabezas

En efecto: en Canaán nos encontra-mos con un monstruo acuático que es asimilado con un cocodrilo, serpiente, bestias marinas y, en general, todo ene-migo de Yaveh. La historia de Leviatán es fundamentalmente idéntica a la de Ninurta (divinidad también similar a la principal de los judíos): Baal es el dios de la lluvia y uno de las manifestaciones de la fertilidad. Con ayuda de Anath, diosa de la guerra, derroca a Yamm, el dios del mar y rey de todo. Tras luchar con Yamm y otros dioses se enfrenta a

Tannin, la serpiente de éste, a la que derrota, devolviendo al mundo la fertili-dad perdida antiguamente. Este Tannin es el denominado en hebreo Leviatán.

La aparición del monstruo en la Bi-blia es siempre asimilada a los enemi-gos de Yaveh. Por ejemplo, en Job 3, 8 es invocado por Job cuando maldice la noche de su nacimiento en los siguien-tes términos:

Maldíganla (la noche) los que saben maldecir el día,

los que saben despertar a Leviatán.

Más adelante, en 40, 20, cuando Ya-veh replica a Job, le indica como mues-tra de su poder que un hombre no puede enfrentarse al cocodrilo (nuestro horro-roso protagonista) ni domesticarlo, sin sufrir graves daños.

Pero más importante es, sin duda, la aparición de Leviatán en los libros proféticos, por ejemplo en Is. 27, 1, donde comienza la tercera parte del Apocalipsis de Isaías. En ella se relata cómo Yaveh traerá la justicia contra los impíos y la restauración del auténtico Israel:

Aquel día castigará Yaveh con su espada pesada, grande y po-

derosa, al Leviatán, serpiente huidiza; al Leviatán, serpiente tortuosa,

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y matará al dragón que está en el mar.

Queda claro que para el autor de Isa-ías Leviatán es el símbolo de los enemi-gos de su dios nacional. El texto, escrito entre el 740 y el 700 a. C., época en que se desarrolla el peligro que acecha des-de Asiria, es el más antiguo que tene-mos en el Antiguo Testamento referido a este ser y tiene un paralelo interesantí-simo en un fragmento de los Textos de Ugarit, ciudad situada en el antiguo nor-te de Canaán (Siria en este caso) y cuya literatura está fechada en torno al 1300 a. C. El texto proviene concretamente del Libro de Baal, en el que se narra la historia de este dios tal como hemos referido más arriba:

Tú (Baal) herirás a Lotán, la ser-piente huidiza; tú aniquilarás la ser-piente tortuosa, la poderosa de siete cabezas.

El fragmento anterior de Job y los si-guientes que vamos a comentar son to-dos posteriores a la época en que los judíos han vuelto del exilio en Babilo-nia, que terminó hacia el 538. En Sal-mos 73, 14 aparece:

Tú (Yaveh) aplastaste la cabeza de Leviatán

y le diste en pasto a los monstruos marinos.

El libro de Isaías, como ya hemos comentado, es apocalíptico, es decir, revela al pueblo por medio de un profe-ta los medios de los que se valdrá Ya-veh para castigar el pecado del mundo y devolver la piedad y el temor religioso. Este valor teológico es la innovación bíblica dentro de la tradición del antiguo

monstruo mesopotámico. Los textos postexílicos abundan en esta idea, aun-que se trata ya solamente de la tradición heredada del gran enemigo de Yaveh.

Apoc. XIII. Beato de Fernando y Sancha, o de Facundus,

Ms Vit.14.2, fol. 191v., 1047. Biblioteca Nacional, Madrid.

En la obra conocida como libro de Daniel, de carácter profético, encon-tramos cuatro visiones de bestias. Dos de ellas han de resultarnos ya sospecho-sas: Daniel 7, 4-7:

La primera bestia era como un león con alas de águila... Y he aquí otra ter-cera, semejante a un leopardo, con cua-tro cabezas, y le fue dado el dominio... Seguía yo mirando en la visión noctur-na, y vi la cuarta bestia, terrible, espan-tosa, sobremanera fuerte, con grandes dientes de hierro. Devoraba y trituraba, y las sobras las machacaba con los pies. Era muy diferente de todas las bestias anteriores y tenía diez cuernos.

Esta obra fue escrita en el período de dominio Seléucida sobre Palestina, tras la muerte de Alejandro Magno (323 a. C.).

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Seleuco y su dinastía son los monar-cas que heredaron de Alejandro el reino de Asia y al parecer las bestias descritas en el texto se refieren a los peligros que, conformados según la antigua tradición del Leviatán, achacaba el Israel de en-tonces a dichos reyes griegos. Incluso se han asociado los diez cuernos del mons-truo con los diez reyes de este gran re-

ino comenzando por Alejandro y termi-nando con Demetrio I Soter.

Largo recorrido, en definitiva, para la serpiente que, extendiéndose desde Me-sopotamia, alcanzó el Mediterráneo y se convirtió en otro ejemplo de la radical semejanza entre judíos y cananeos, gen-tes de las que los primeros se desgaja-ron.

Beato del Escorial, Adoración de la Bestia y del Dragón (Apocalipsis XIII), fol. 108v. Biblioteca del Escorial

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EXPOSICIÓN:

“MARC CHAGALL”

Ignacio Herrero Licenciado en Historia del Arte  

Museo Thyssen-Bornemisza (El camino de la poesía -1909/1947)

Fundación Caja Madrid (El gran juego del color – 1948/1985)

Fechas: 14 de febrero al 20 de mayo de 2012

Horarios M. Thyssen: De martes a domingo: 10:00 a

19:00 hs. Sábado, hasta las 23:00. Tarifa general: 9 €.

F. Caja Madrid: De martes a domingo: 10:00 a 20:00 hs.

Entrada gratuita.

Una vez más, el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid organizan una exposición conjunta, en este caso, dedi-cado a la obra del pintor ruso, fallecido en las postrimerías del siglo XX, Marc Chagall (Vitebsk, 1887- St. Paul de Vence, 1985).

Chagall, nacido y criado en el seno de una familia judía asentada en un pe-queño pueblo de Bielorrusia (Vitebsk), con su obra artística, fue un transmisor de las creencias y tradiciones religiosas con referencia tanto a conceptos pura-mente judíos como a otros de influencia cristiana.

Sus cuadros, llenos de colores vivos y tonos vibrantes, nos llevan hasta su alma de poeta, que refleja a lo largo de su trayectoria pictórica los más profun-dos recuerdos de infancia y juventud,

entreverados con el respeto al mundo religioso experimentado en su pueblo natal en los momentos previos a la Re-volución rusa.

El pintor quiso mantener su indepen-dencia más absoluta con respecto a los diversos “ismos” de los inicios del XX y así, se mantuvo hasta el final de sus días fuera de los diferentes movimientos artísticos, con una forma de hacer muy personal, que le diferencia de cualquier otro artista del siglo pasado, desde la primera mirada de sus obras. Bien es verdad que se observan en sus pinturas las influencias de los “fauves” - más concretamente de Matisse- y la de las primeras obras de su compatriota Kan-dinsky, sobre todo en el colorido, pero no es menos cierto que su personalidad llegó a estar por encima de toda in-fluencia y que sólo su visión poética de

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la vida es el verdadero motor de su obra artística, que se desarrolló fundamen-talmente en la pintura, pero también en otros aspectos artísticos, como la escul-tura y la cerámica, de las que buenas muestras pueden verse en las salas de Madrid objeto de este comentario.

Las dos exposiciones, con más de 150 obras expuestas, son un magnífico compendio de la tarea pictórica de un pintor tan longevo como Chagall, cuyo estilo se mantuvo a lo largo de los años con escasas variaciones. En sus obras se repiten las imágenes referentes a la pa-reja enamorada, el violín como instru-mento musical preeminente en los feste-jos judíos de su Rusia natal, los anima-les como el gallo, la vaca y la cabra, que se identifican con figuras humanas de metafórico significado, las casas de pronunciados tejados de Vitebsk, las imágenes bíblicas con referencia al An-tiguo y al Nuevo Testamento, con pro-fetas, crucifijos, vírgenes, ángeles y demonios.

El mundo de Chagall no es surrealis-ta, como podría pensarse en una primera mirada de su obra. Él mismo rechazó drásticamente ser incluido en ese mo-vimiento artístico, aunque mantuvo amistad con los grandes literatos de la época, muchos de ellos vinculados al Surrealismo, como Breton, Cendrars, Aragon, Malraux o Apollinaire. Su pin-tura no tiene que ver con el subcons-ciente, sino con la referencia consciente a sus recuerdos y vivencias, así como su vinculación poética con lo “sobrenatu-ral” que refleja en sus obras: La perma-nencia del amor, la tradición religiosa milenaria, su pequeño pueblo natal, las

agresiones del poder frente a los opri-midos (tuvo que salir de Rusia por la persecución del régimen comunista y más tarde de Francia, por la amenaza de la llegada del régimen Nazi), la cultura del mundo del circo, París o la Costa Azul como referentes artísticos, etc.

La visita a las salas de la exposición nos permite ver una gran muestra de su obra al óleo, así como algunas de sus poéticas esculturas y obras de cerámica pintada (Fig. 1).

Fig. 1.

También se exhibe una gran colec-ción de sus trabajos para la ilustración de libros, como los de la Biblia (Fig. 2), encargados por el marchante Ambroise Vollard y otras colecciones de escenas para las publicaciones de Las Fábulas de La Fontaine (Fig. 3) y de Las Almas muertas de Gogol, así como las litograf-ías para Las Mil y una noches y Dafnis y Cloe.

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Fig. 2. Paso del Mar Rojo

Fig. 3. El zorro y las uvas

Las dos exposiciones dividen las obras del autor por orden cronológico, perteneciendo la del Thyssen al primer período de su actividad artística, des-arrollada entre Rusia, Francia y U.S.A. (años 1909-1947) y la de Caja-Madrid, a los trabajos desarrollados tras su re-greso a París en 1948 y durante su es-

tancia en la Costa Azul (St. Paul de Vence), donde falleció en 1985.

Si pensamos en una clasificación por temas y lugares, podemos encontrar en las salas de exposición, referencias a su pueblo natal relacionado con el amor marital: Los tejados rojos (1953) [Fig.

4], Los amantes en el poste (1951), La prometida de cara azul, Los recién ca-sados con gallo (1939-47), El caballo rojo (1938-44), Desnudo sobre Vitebsk (1933) Sobrevolando Vitebsk, y otros más puramente paisajísticos del propio Vitebsk como La casa gris(1917) y La casa azul (1920), o de carácter simbo-lista, como El violinista (1912-1913) Hombre-gallo sobrevolando Vitebsk (1925) La novia de las dos caras (1927) y Reloj con ala azul (1949).

Fig. 4 Los tejados rojos

También se pueden ver numerosas referencias a la ciudad de París, en óleos como El monstruo de Notre Dame (1953), La Bastilla (1953), El Carrusel del Louvre (1953-56) o París entre dos orillas (1953-56).

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Finalmente, algunas de sus obras van a reflejar los colores límpidos y lumino-sos de la Costa Azul, como se puede observar en Florero delante de ventana (1959), Pareja en el paisaje azul (1969-71) y Pareja sobre Saint-Paul (1970-71), eso sí, siempre con la referencia al amor marital y a la felicidad representa-da por el ramo de flores multicolor, del que Chagall no puede prescindir.

Fig. 5 Soledad

Fig. 6 El hijo pródigo

La religión, como temática de su obra, está presente en muchos de los cuadros expuestos, tanto en su vertiente judía, que podemos observar en obras

como Autorretrato con “tefilín” (1928), El muro de las lamentaciones (1931), Día de fiesta (1914), Soledad (1933) [Fig. 5] o Jerusalén (1933-37), como en su vertiente cristiana, cuya fe respetaba profundamente, pese a su origen judío, en cuadros tales como Gólgota (1912), La caída del ángel (1923-47) La Virgen de la aldea (1938-42) o El hijo pródigo (1975-76), pintado ya en su ancianidad (Fig. 6).

La guerra estuvo presente a lo largo de su vida y también se muestran en el Thyssen y Caja-Madrid obras trascen-dentes sobre el tema: El soldado bebe (1911-12), La caída del ángel (1947) –con numerosos bocetos preparatorios expuestos- y La guerra (1964-66). En este último (Fig. 7) la referencia es clara al Apocalipsis, con el caballo desbocado y las gentes huyendo de las llamas que incendian la población, a través de un paisaje nevado y desolador, en dirección al Cristo crucificado, que figura al fon-do de la escena, como punto de acogida para las víctimas de todas las tragedias.

Fig. 7 La guerra

Otro tema muy repetido en Chagall es el circo, en su expresión de colorido y dinamismo, que encontramos en va-rias de las obras expuestas: El circo azul (1950-52) [Fig. 8], La danza (1951), Payaso con cabra verde (1967), Ama-

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zona en el caballo rojo (1970) y El Ar-lequín (1971).

Fig. 8 Circo azul

Fig. 9 Boceto cúpula del Palacio de la Ópera

Como última faceta a destacar de ambas exposiciones, la sala de Caja-Madrid exhibe el boceto en guache, para la decoración de la cúpula del Pa-lacio de la Ópera Garnier en París (Fig.

9), quizás el más importante de los rea-lizados por Chagall y que, pese a las terribles críticas que surgieron en su momento por su discutido encaje en el estilo neoclasicista del edificio, final-

mente fue llevado a cabo en 1963, como se puede observar en la Fig. 10. En la actualidad, nadie discute la calidad de la obra, ni su perfecta ubicación como elemento decorativo de la cúpula.

Fig. 10 Cúpula del Palacio de la Ópera

Creemos que la visita a las dos expo-siciones es muy recomendable para todo amante del mundo del arte, ya que va a permitir en unas horas contemplar una importantísima representación de la producción artística de un artista tan singular como Marc Chagall que supo hacer de la pintura poesía y de la poesía pintura.

Ignacio Herrero [[email protected]]

Dos desnudos (1953)

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IN MEMORIAM

El pasado 17 de Abril nos dejó el Dr. Gaballa Alí Gaballa, arqueólogo egipcio que destacó por su gran labor a lo largo de una importante carrera. He aquí nuestro recuerdo.

DR. GABALLA ALÍ GABA-LLA

Laura Di Nóbile Carlucci

Nació en Monoufia el 19 de febrero de 1939. En 1957 terminó sus estudios en la Facultad de Arte de la Universidad de El Cairo y se graduó en Egiptología en 1961.

Comenzó su carrera científica como arqueólogo en el Centro de Documenta-ción de Antigüedades del Egipto Anti-guo, posteriormente, en 1962 y 1963 trabajó como asistente en el Dpto. de Egiptología de la Facultad de Arte. Volvió a la Organización de Antigüeda-des Egipcias para continuar sus estudios en la Universidad de Liverpool, donde se doctoró en 1967 con la tesis “La na-rrativa en el arte del Egipto Antiguo”. A su vuelta a Egipto fue nombrado editor jefe de los “Anales del Servicio de An-

tigüedades Egipcio” y entre 1967 y 1969 trabajó como conservador en el Museo Nacional de El Cairo.

En 1969 continuó en la Universidad

de El Cairo para comenzar su carrera académica como docente en el Depar-tamento de Egiptología de la Facultad de arte.

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En 1981 fue elegido Vicedecano de la Facultad de Arqueología y en 1994 ya era Director del Dpto. de Egiptología de la misma facultad y en la que, en 1996, ocupó el cargo de Decano.

En 1967 el Ministro de Cultura lo nombró Secretario General del Consejo Supremo de Antigüedades, teniendo a su cargo la responsabilidad de todas las antigüedades de Egipto, cargo que ocupó durante 5 años, después de los cuales volvió a la Universidad de El Cairo como Profesor Emérito de la Fa-cultad de Arqueología.

Dirigió un gran número de tesis doc-

torales, impartió clases y dio conferen-cias en universidades de otros países como la Universidad Mohamed V de Rabat, la de Kuwait, donde también colaboró en la creación del Departamen-to de Arqueología y en la de Florida Occidental.

Participó en las excavaciones de la Facultad de Arqueología del El Cairo en la necrópolis de Guiza y dirigió las de

Mit Rahina. Dentro de su trabajo cientí-fico, tradujo y revisó la traducción de muchas publicaciones y formó parte de numerosos comités académicos partici-pando en convenciones y diversos pro-yectos para la difusión y conservación de las antigüedades de Egipto.(Foto 4) Dio conferencias en varios países sobre la historia y la arqueología de su país y fue miembro de las más importantes Academias internacionales y Socieda-des egiptológicas.

Recibió premios y condecoraciones de varios países: 1979, el “Premio esta-tal por la difusión de la Historia y Arqueología” y la máxima condecoración de las Ciencias y las Artes; 1996, la República de Francia lo nombró “Oficial de la Orden Nacional del Mérito”; 2002, el Gobierno de Alemania lo nombró “Caballero con la Cruz con estrella de la Orden del Mérito”; la República de Austria le concedió la “Gran Cruz de Plata con estrella de la Orden del Mérito”; 2003, el Gobierno de Italia lo nombró “Gran Caballero de la Orden del Mérito”; 2006, el “Premio estatal de las Ciencias Sociales”.

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Pero sobre todo fue un hombre muy

cordial, siempre sonriente, con un gran

sentido del humor y siempre dispuesto a ayudar. Le recordaremos con mucho cariño y agradecimiento.

Profesor Dr. GABALLA ALÍ GA-BALLA. IN MEMORIAM. AD HONO-REM.

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PRÓXIMAS CONVOCATORIAS

APRENDIENDO JOYERÍA MODERNA. SIGLOS XVI-XX

En este curso se pretende dar a conocer la evolu-ción de la joyería moderna abarcando un período histórico que se inicia en el siglo XVI y concluye a principios del siglo XX. Para ello analizaremos los modelos más importantes conservados en los

principales museos, nos adentraremos en su histo-ria, indagaremos en el papel que desempeñaron en la sociedad y desgranaremos las anécdotas que protagonizaron.

El estudio se iniciará en los adornos de la cabeza, continuará con la gran variedad de pendientes para concluir con los ornamentos que cubren el cuerpo femenino sin olvidar las pulseras y las sortijas. Para ello observaremos los cambios que han experimentado estas piezas durante estos si-glos y las curiosidades generadas en esta evolu-ción

Por Amelia Aranda Huete Fecha: Del 3 al 31 de Mayo Las clases tendrán lugar los jueves, de 19:00 a 21:00 (10 horas lectivas) Lugar: MADRID. Instituto Egipcio. Francisco de Asís Méndez Casariego, 1 ( A la altura del Pso. de la Habana, 40) Más información en: http://www.centroelba.es/Ficha.aspx?Contenido=927&TipoContenido=2

PUEBLOS OLVIDADOS DEL MEDITERRÁNEO

Las costas del Mediterráneo no han dejado de ofrecer desde siempre civilizaciones que han aprovechado las ventajas de vivir en un enorme lago común. De la misma forma que en la actuali-dad, las civilizaciones han aparecido y se han relacionado entre sí creando una suerte de prime-ras globalizaciones a escala reducida que sorpren-

den por la agilidad de su comercio, el interés de sus mezclas culturales y la variopinta influencia que tales mixturas han proporcionado a nuevos pueblos con sus correspondientes combinaciones.

Históricamente hablando, podemos considerar al Mediterráneo antiguo como un laboratorio de experimentación tanto de lo mejor del mundo actual como de lo peor. Una forma de compren-derlo es mediante el estudio algunos pueblos que, siendo importantes, no suelen aparecer en el desa-rrollo curricular de nuestras asignaturas más fre-cuentes.

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DJESER.  Cuadernos  de  Arte  y  Egiptología                               Nº  3-­‐  2012  

Añádase a este punto de vista la posibilidad de comprender mejor algunas influencias no ya cul-turales en general, sino artísticas, políticas, reli-giosas en particular, que han sido desarrolladas a largo plazo por insospechadas vías de comunica-ción cultural.

Por Dra. Pilar Iguácel de la Cruz y Eugenio Gómez Segura Fecha: Del 4 al 12 de Mayo

Las clases tendrán lugar los viernes 4 y 11, de 19:00 a 21:00 y el sábado 5 y 12, de 10:00 a 14:00 hs. Lugar: MADRID. Instituto Egipcio. Francisco de Asís Méndez Casariego, 1 ( A la altura del Pso. de la Habana, 40) Más información en http://www.centroelba.es/Ficha.aspx?Contenido=925&TipoContenido=2

PETRA Y EL MUNDO DE LOS NABATEOS

El curso pretende ofrecer a los asistentes una vi-sión general de Petra, su historia, su civilización y, sobre todo, del conjunto arqueológico que ha llegado a nuestros días. Puede servir también co-

mo información previa para aquellos que planeen viajar a Jordania y visitar Petra en el futuro.

Por Dr. Javier Alonso Fecha: 29 de mayo al 26 de Junio Lugar: MADRID. Instituto Egipcio. Francisco de Asís Méndez Casariego, 1 ( A la altura del Pso. de la Habana, 40) Más información en http://www.centroelba.es/Ficha.aspx?Contenido=931&TipoContenido=2

PEQUEÑOS TESOROS, GRANDES HALLAZGOS. Estudio de la joyería faraónica

Según las imágenes que nos han llegado, los anti-guos egipcios fueron muy aficionados a adornar-se, tanto mujeres como hombres, y desde los más humildes hasta el faraón llevaban algún tipo de amuleto o joya. La cantidad de piezas que ha lle-gado hasta nosotros es realmente mínima, en comparación con la que se produjo. Sin embargo

disponemos de algunos ejemplares de joyería para poder estudiarla.

Los comienzos de la joyería, en Egipto, se remon-tan a cuatro mil años a.C., cuando los hombres de la cultura Badariense adornaban sus cuerpos con gran cantidad de collares de cuentas de un verde brillante. Posteriormente, a principios de la Di-nastía I, alrededor del 3100 a.C., los artesanos progresaron hasta utilizar piedras semipreciosas de colores y metales, combinándolos para formar preciosos adornos.

Durante los siguientes tres mil años, los productos de los talleres de joyería desarrollaron los amule-tos para el difunto, que perduraron hasta la época Greco-Romana cuando prevalecieron las formas helenísticas y fue Nubia, en el actual Sudan, quien

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mantuvo la tradición egipcia en el reino de Meroe.

En los últimos períodos de la historia faraónica, la joyería nativa es suplantada por diseños persas y helenísticos favorecidos por las clases que se pod-ían permitir ese lujo. Hay pocas piezas de esta época, sin embargo podemos hacer un estudio interesante de ella observando los retratos de El Fayum.

Pero las joyas no eran sólo un mero adorno, sino que también, algunas específicas, tenían un signi-ficado determinado. Se utilizaban para indicar rango u oficio, como premio militar o civil, como amuleto y protección, para donar en el templo, para depositar en la tumba, para adornar algunas estatuas de animales.

A lo largo de estas lecciones intentaremos saber algo más de quienes realizaron este arte milenario,

así como de aquellos que lucieron sus frutos y nos lo hicieron llegar, gracias a sus creencias religio-sas.

Consideramos que el estudio de la joyería del antiguo Egipto es realmente apasionante y, si de-jamos nuestra imaginación en libertad, podremos "ver" a esos hombres y mujeres luciendo unas maravillosas obras de arte que han llegado hasta nosotros gracias a sus creencias religiosas.

Por: Laura Di Nóbile Carlucci Fecha: del 7 al 28 de Junio 2012. Las clases tendrán lugar los jueves de 19:00 a 21:00 hs. Lugar: MADRID. Instituto Egipcio. Francisco de Asís Méndez Casariego, 1 ( A la altura del Pso. de la Habana, 40) http://www.centroelba.es/Ficha.aspx?Contenido=929&TipoContenido=2

LA TECNOLOGÍA APLICADA AL ARTE: POWER-POINT

Fecha: A determinar Lugar: MADRID. Instituto Egipcio. Francisco de Asís Méndez Casariego, 1 (A la altura del Pso. de la Habana, 40)

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