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DOGMACERO 1 DOGMACERO HORIZONTE ALTERNATIVO Número 5 | Septiembre-Octubre 2013 Joel M. Kauffman El Engaño del Cambio Climático Xavier Bartlett Entrevista a Graham Hancock: “Estamos en los albores de una nueva era” Scott Creighton Howard-Vyse: ¿héroe o villano? Andrew Collins El legado prohibido de una raza caída (I) DOSSIER: Contaminación electromagnética

DogmaCero -5 Septiembre-octubre 2013

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Page 1: DogmaCero -5 Septiembre-octubre 2013

DogmaCero 1

DOGMACEROHORIZONTE ALTERNATIVO

Número 5 | Septiembre-Octubre 2013

Joel M. Kauffman

El Engaño del Cambio Climático

Xavier Bartlett

Entrevista a Graham Hancock:“Estamos en los albores de una nueva era”Scott Creighton

Howard-Vyse: ¿héroe o villano?

Andrew Collins

El legado prohibido de una raza caída (I)

DOSSIER: Contaminación electromagnética

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DogmaCero 2

DogmaCeroPublicación bimensual

NÚMERO 5SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2013

EDITORDavid Álvarez Planas

EDITOR ADJUNTOXavier Bartlett

REDACCIÓNDaniel CrosEduard PiArtur Sala

COLABORADORESNacho Ares, Henry Bauer,

Robert Bauval, Andrew Collins, Philip Coppens, Scott Corrales, Scott Creighton, Steven Greer, Graham Hancock, Jan Peter de Jong, Joel M. Kauff-man, Ramón Navia Osorio-Villar,

Nick Pope, Máximo Sandín,

Laird Scranton, Rupert Sheldrake, David Pratt, Robert Temple

CORRESPONSALESScott Corrales (U.S.A.)

Raul Nuñez II.EE. (Chile)CEFORA (Argentina)

[email protected]

DOGMACERO es una publicación independiente, editada sin ánimo de lucro y que se distribuye bajo licencia Creative Commons 3.0 que autoriza la copia, reproducción y distribución del texto bajo estas cláusulas: no se permite un uso co-mercial del texto, se ha de citar el autor y la fuente original y no se pueden hacer obras derivadas del texto.

Rogamos que nos comuniquen por correo electrónico la reproducción de cualquiera de los contenidos de esta publicación.

http://www.dogmacero.org

ContenidoPortada: indutrial002 by Click en http://morguefile.com/archive/display/13505

Editorial: Algo va mal 34 Xavier Bartlett

Entrevista a Graham Hancock: “Estamos en los albores de una nueva era”

Scott Creighton

Howard Vyse: ¿héroe o villano?

20

Joel M. KauffmanEl engaño del cambio climático

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Andrew CollinsEl legado prohibido de una raza caída (I)

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Varios autoresDossier contaminación electromagnética

82

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Desde Dogmacero intentamos ofrecer una visión alternativa de la historia, la ciencia y la sociedad, tanto antigua como contemporánea. La dirección de Dogmacero no se identifica necesariamente ni con el contenido de los artículos publicados ni con la opinión vertida en ellos por sus autores.

Si desea suscribirse a DOGMACERO envíe un correo con SUBSCRIBE en el asunto a [email protected] Si no desea recbir DOGMACERO, envíe un correo con UNSUBSCRIBE en el asunto a [email protected]

Editorial

Algo va malAlgo va en nuestra civilización cuando se acepta y, lo que es peor, se mantiene por el estamento académico una mentira histórica, fundamentada en la falsificación de pruebas, tal y como de-muestra el investigador Scott Creighton en su artículo “Howard Vyse ¿héroe o villano?”

Algo va mal en nuestra civilización cuando se oculta de forma consciente y sistemática el au-téntico origen del cambio climático y se organiza un montaje económico a escala global para traficar con el supuesto culpable, el CO2. El profesor Joel Kauffman, con profusión de datos, en su riguroso y documentado artículo “El engaño del cambio climático”, ciertamente denso, pero que merece una detenida lectura, demuestra que el cambio climático no guarda relación alguna con las emisiones de CO2. Una mentira repetida que alcanza proporciones de auténtica conspi-ración.

Algo va mal en nuestra civilización cuando en nombre de un mal entendido progreso, se so-mete a miles de seres humanos a una contaminación larvada que mina su salud y se relaciona claramente con la aparición de enfermedades y trastornos, en ocasiones mortales, que afectan a las capas más vulnerables de la población. El problema de la contaminación electromagnética, magníficamente expuesto en el “Dossier contaminación electromagnética”, es conocido no sólo por quienes la generan sino, y eso es lo más grave, por los poderes públicos, responsables de ve-lar por el bienestar de sus ciudadanos. Pero callan porque tras esto se esconden unos gigantescos poderes económicos a los que no quieren enfrentarse.

Pero en este contexto, ciertamente desalentador, conviene destacar algunos “brotes verdes” (per-mítanme la licencia) como la erudición que destila el magnifico artículo de Andrew Collins y que profundiza en los textos antiguos, como el Libro de Enoc, para mostrarnos que la historia que nos han contado es sesgada, parcial y, con frecuencia, silenciada de algunas verdades fun-damentales.

Y “the last but not least” la excelente entrevista que de la mano de nuestro editor adjunto, Xavier Bartlett, tuvimos la oportunidad de realizar a Graham Hancock, una figura de referencia mun-dial, autor de libros que se han convertido en auténticas joyas del conocimiento y del que nos quedamos con unas frases que nos llenan de optimismo: “Estamos en los albores del nacimiento de una nueva era y lo que hagamos con ella sólo depende de nosotros”. En un mundo lleno de reyertas absurdas, nos quedamos con este mensaje.

David Alvarez [email protected]

PD: Señores editores del Reino de España: ¿Saben Vdes. que existe vida (y autores) más allá del Dan Brown, pon-go por caso? Desde DogmaCero nos brindamos a facilitarles nombres y correos electrónicos de forma totalmente gratuita. No se corten, que la gente tiene hambre de conocimiento y sabe mucho más de lo que muchos creen.

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Entrevista a Graham Hancock : “Estamos en los albores de una nueva era”

Xavier Bartlett

Graham Hancock, escritor y periodista es-coces, (Edimburgo 1950) es licenciado en

Sociología por la Universidad de Druham y sobradamente conocido en el mundo al-ternativo. Autor de referencia obligada, ha escrito diversos libros como The Sign and

the Seal (“La busqueda del Santo Grial”) Fingerprints of the Gods (“Las huellas de los dioses”) o Supernatural entre otros.

Colaborador habitual de DogmaCero, con sus artículos y aportaciones, nos brinda en este número la oportunidad de una entre-

vista en exclusiva de la mano de de nuestro editor adjunto Xavier Bartlett

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Dogmacero: Usted tiene una dila-tada carrera como investigador y escritor de la llamada historia al-ternativa. ¿Qué le motivó a escri-

bir “The Sign and the Seal” (Símbolo y se-ñal: en busca del arca de la alianza perdida, en edición española), su primer trabajo en este ámbito?

Graham Hancock: Bueno, sucedió por ca-sualidad. En ese momento (los años 80), yo no estaba en absoluto interesado en anti-guos misterios. Yo era periodista y residía en Nairobi (Kenya). Era el corresponsal de África Oriental para The Economist, por lo cual viajaba regularmente a Etiopía para realizar informes de actualidad (la guerra civil, la hambruna de 1984...). Y en uno de mis viajes regulares me encontré en la ciu-dad de Axum, al norte de Etiopía. Pasé unos días en la ciudad, y –a pesar de la situación de guerra civil– me pareció que tenía un ambiente extraordinario, con notables mo-numentos históricos, enormes estelas (tan altas como los obeliscos egipcios) y una catedral muy antigua. Y en los jardines de esa catedral, había una capilla y fuera de esa capilla, un monje, con el que finalmente llegué a conversar a través de mi traductor. Me dijo nada menos que era el guardián del Arca de la Alianza, y –como hacía poco que había visto la película “En busca del Arca perdida”– tal afirmación me intrigó inmediatamente. Como periodista, siempre he tenido olfato para una buena historia y pensé: “Esto es increíble, en medio de las guerras de Etiopía, este monje me dice que tiene el Arca de la Alianza en la capilla de-trás de él.” Este encuentro, que relaté en mi libro “The Sign and the Seal”, fue el comien-zo de un largo camino para mí, cuando co-mencé a indagar en este misterio de que los etíopes afirman poseer el Arca de la Alian-za, y si bien los eruditos se habían mostrado muy desdeñosos al respecto, gradualmente comencé a pensar que había algo cierto en todo aquello.

Con el paso de los años, la historia me in-trigó cada vez más, y en este proceso na-

ció mi escepticismo hacia los historiadores académicos, que están tan poco dispuestos a considerar las posibilidades extraordina-rias. De este modo, me sentí más inclinado a escuchar lo que tenían que decir las tra-diciones, mitos, leyendas y los propios in-formantes del país. Finalmente, seis años después de haber topado con esta historia, decidí que tenía suficiente material como para escribir un libro, que se convirtió en

mi primer libro sobre un misterio histórico, “The Sign and the Seal”. Más tarde, en 1991, regresé a Axum y me encontré con un vigi-lante diferente del Arca (el que yo conocí unos años antes había fallecido), quien me relató otra vez la misma historia, y aunque por supuesto no se me permitió entrar en la capilla para ver el Arca (no se permite el ac-ceso a nadie; ni siquiera estaba permitido a los antiguos emperadores de Etiopía), pude componer una historia basada en las prue-

Portada de una de las ediciones españolas de “The Sign and the Seal” cuyo editor tuvo la

peregrina idea de titularlo “La búsqueda del Santo Grial”

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bas circunstanciales. En todo caso, para mí sigue siendo un misterio fascinante que me permitió abrir la puerta a los libros que vi-nieron después.

A partir de ese momento dejé de escribir sobre temas de actualidad (mi último li-bro sobre actualidad, “Lords of Poverty”, se publicó en 1989) y desde entonces me sentí cada vez más involucrado en los an-tiguos misterios históricos. “The Sign and the Seal” me llevó a Egipto, entonces vi las pirámides, y tampoco pude aceptar las ex-plicaciones ortodoxas sobre éstas. Poco a poco abracé la idea de que la explicación de muchos de estos misterios podría ser una civilización perdida, y que nuestra civiliza-ción sería más bien un legado y no un desa-rrollo, como afirma mi amigo John West. Así es como comenzó mi viaje en este ámbito.

DC: Volviendo a la actualidad, usted está involucrado en un gran proyecto llamado “War God” (El dios de la guerra), una serie de novelas históricas sobre la conquista de América por los españoles. Háblenos de es-tos libros y de su acercamiento a este tema.

GH: Después de terminar “The Sign and the Seal”, el siguiente libro que escribí, “Finger-prints of the Gods” (Las huellas de los dio-ses, en edición española), me llevó a México. Recorrí extensamente México por carrete-ra y en mi viaje realicé la ruta seguida por Hernán Cortés. Más tarde leí también los relatos de algunos de los conquistadores, por ejemplo, Bernal Díaz, cuya Historia de la conquista de la Nueva España es un do-cumento fundamental para cualquier per-sona que quiera estudiar las civilizaciones antiguas de México. Fue entonces un libro muy útil para mí en la investigación de “Fin-gerprints of the Gods”, pero en mi mente se plantó la semilla de que había una increíble historia de la conquista española de Méxi-co, con personajes fascinantes.

Sobre el contexto, yo conocía los hechos históricos a grandes rasgos: sabía que la civilización azteca fue una civilización mili-

tar, que tenía un gran número de hombres armados, que aterrorizó a sus vecinos, que realizaba sacrificios humanos... y no pude dejar de pensar en la bravuconada de los 490 españoles que se presentaron en esta extraña costa y que hundieron sus propias naves, con lo cual no tenían otra opción que adentrarse en el territorio o morir. Se pre-cisa realmente de un coraje extraordinario para hacer eso. Y que conste que no estoy justificando a los españoles, ya que hicieron cosas terribles (en muchos aspectos fue-ron incluso peores que los aztecas), pero se debe admitir que eran individuos fascinan-tes.

Lo cierto es que nunca consideré escribir esta historia como un ensayo histórico, sino como una obra de ficción, pero en aquellos tiempos yo no escribía ficción. Sin embargo, en la segunda mitad de la década del 2000 tuve una serie de experiencias en Brasil con el brebaje visionario llamado ayahuasca, y en una de las sesiones de ayahuasca tuve

Portada de “War God” (El dios de la guerra)

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un fuerte impulso que me inclinó a cam-biar la dirección de mi carrera. De hecho, el ayahuasca a menudo da a las personas un impulso creativo e incluso nos lleva a recon-siderar la razón de nuestra vida. En mi caso, me hizo ver que me dedicaría a escribir ficción, y no sólo eso, sino que me dio una historia. Así, en una serie de visiones cap-té casi toda la historia de lo que finalmente se convirtió en mi primera novela llamada “Entangled” (Enredados), que es un relato de viajes en el tiempo con una heroína de hace miles de años y otra en la moderna Los Angeles, conectadas en un batalla con un demonio que viaja a través del tiempo.

De este modo, fui aprendiendo un nuevo modo de expresión a través de la narrativa, con una trama, con personajes de ficción, etc. Luego pensé: “Bueno, ahora es el mo-mento de hacer frente a la historia de la con-quista española de México, de escribirla en forma de novela”, y me puse a investigar la conquista española de México mucho más a fondo y a recopilar enormes cantidades de documentos, todo lo que pude encontrar, y afortunadamente –aunque no hablo espa-ñol– una gran parte del material está tra-ducido al inglés, así como el material azteca escrito en náhuatl. Así pues, he tenido la oportunidad de ver la historia desde ambos lados, y esto me ha proporcionado un apoyo sólido en el que basar una novela histórica que es a la vez un ejercicio de fantasía.

DC: Pronto se cumplirán 20 años de la pu-blicación de uno sus libros más vendidos , “Fingerprints of the Gods”. ¿Está pensando en escribir una edición actualizada o una nueva versión? ¿Todavía mantiene las mis-mas ideas sobre la existencia de una civili-zación perdida?

GH: Sí, de hecho estoy planeando una se-cuela de “Fingerprints of the Gods”. No se trata de una versión actualizada del antiguo libro; es un libro completamente nuevo, que se publicará en 2015. Se trata de una investigación más extensa y más profunda de la hipótesis que exploré en “Fingerprints

of the Gods”, que no es otra que la posibili-dad de que se haya producido un enorme episodio olvidado en la historia humana, una civilización perdida, por llamarla de al-gún modo. Y en “Fingerprints of the Gods” identifiqué un período en el que probable-mente desapareció tal civilización, hace en-tre 12.000 y 13.000 años. Concretamente, sugerí que en ese momento aconteció un cataclismo global, de alguna manera conec-tado con el final de la última Edad de Hielo, que habría eliminado esta civilización de la memoria, dejando muy pocos rastros; a partir de ahí examiné varias posibilidades sobre la naturaleza de tal cataclismo.

DC: ¿Y cuando habla de un episodio olvida-do, se refiere usted al concepto de “amne-sia” histórica, tal como propuso Immanuel Velikovsky?

GH: Sé que Velikovsky escribió un libro con esta palabra en el título, pero esa no fue mi inspiración. Mi hipótesis de la amnesia es, simplemente, que al parecer hubo un epi-sodio histórico literalmente olvidado y que los únicos recuerdos de éste son los mitos y tradiciones que evocan una Edad de Oro y un gran cataclismo global. A menudo, este cataclismo se vincula a inundaciones, y también a terremotos, actividades volcáni-cas y fenómenos inusuales en el cielo; todo ello se encuentra en los mitos. Así pues, mi propuesta es que los mitos son nuestra úni-ca memoria de esta catástrofe, ya que no tenemos documentos ni historia escrita, y que –al igual que un hombre o una mujer con amnesia– estamos traumatizados; so-mos incapaces de afrontar la catástrofe ra-cionalmente.

DC: Nos comentaba que usted trató de determinar qué podía haber causado un desastre geológico global de tales dimen-siones, según se relata en los mitos. ¿Ha lle-gado a alguna conclusión al respecto?

GH: Bien, cuando escribí “Fingerprints” no pude establecer con exactitud qué había causado el cataclismo; tan sólo que estaba

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conectado al final de la última Edad de Hie-lo. Así que exploré diversas opciones, entre las cuales la que me pareció más sólida fue la hipótesis del profesor Charles Hapgood, según la cual se habría producido un despla-zamiento de la corteza terrestre. Pero yo no podía determinar el “arma del delito” y, de hecho, en un libro posterior, “Underworld”, decidí dejar de lado completamente el tema del “arma del delito”, y me centré simple-mente en las pruebas de un aumento global del nivel del mar.

Y bien, una de las razones por las que ahora he decidido escribir una secuela de “Finger-prints of the Gods” es que sí parece existir el “arma del delito”. Se trata de un cometa que impactó en América del Norte exacta-mente en la ventana temporal que indiqué en “Fingerprints of the Gods”, hace entre 12.000 y 13.000 años. Y, de hecho, los úl-timos datos procedentes de los núcleos de hielo de Groenlandia apuntan a una fecha

bastante precisa: hace aproximadamente 12.890 años. La discusión sobre si se trató o no del impacto de un cometa ha estado viva durante por lo menos seis años, pero ahora parece estar superada; las pruebas científi-cas sobre el impacto de un gigantesco co-meta son poderosas y convincentes.

Y parece que este cometa se fragmentó y dejó algunos cráteres de impacto pero lo más probable es que el principal impacto fuese en el centro de la capa de hielo polar, provocando una repentina y catastrófica fusión, así como los consiguientes aconteci-mientos de naturaleza catastrófica. Luego, crecería una penumbra de polvo y vapor de agua en la atmósfera superior, que dio la vuelta al mundo y que aisló la Tierra de los rayos del sol durante los siguientes mil años, lo cual produjo el fenómeno que los geólogos llaman el Dryas Reciente, que tuvo lugar justo cuando la Tierra parecía estar saliendo de la última Edad de Hielo y que supuso una nueva congelación repentina. Y sabemos que durante el Dryas Reciente muchas especies de grandes animales se extinguieron. Mi propuesta, en fin, es que este evento (el impacto de un cometa) fue el que nos hizo perder toda una civilización.

DC: ¿Y va a presentar alguna nueva línea de investigación para apoyar sus argumentos acerca de la civilización perdida?

GH: Bueno, la segunda razón por la que estoy escribiendo una secuela es que en el año 1995, si bien se podía argumentar que la Gran Esfinge podría tener más de 12.000 años de antigüedad sobre la base de la evidencia geológica (según la obra del profesor Robert Schoch y de mi amigo John Anthony West), los académicos podían re-plicar de manera muy eficaz afirmando que “no hay otro monumento en el mundo de 12.000 años de antigüedad de esta escala, y seguramente –si se trata de una civiliza-ción perdida– deberíamos poder identificar otros restos de gran escala de 12.000 años de antigüedad o más, pero no se ha hallado ninguno, por lo que consideramos que esta

Portada de la edición española de “Finger-prints of the Gods” (1995), de la que Han-

cock está preparando su continuación

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nueva datación de la esfinge es muy impro-bable y no hay más que hablar.”

Pues bien, de nuevo se ha producido un gran cambio en esta área, y tal cambio es, por supuesto, Göbekli Tepe (Turquía), un yacimiento megalítico de 12.000 años de antigüedad. Sabemos que tiene 12.000 años de antigüedad, ya que fue soterrado delibe-radamente por las personas que lo constru-yeron después de 2.000 años y se mantuvo intacto desde entonces, por lo que las data-ciones por radiocarbono no han sido con-taminadas. El segundo yacimiento donde se ha planteado una datación muy radical se llama Gunung Padang (Indonesia), un enor-

me conjunto megalítico. Hasta hace poco se pensaba que tenía sólo 3.500 años de anti-güedad, pero el Departamento de Geofísica del Gobierno de Indonesia y el geólogo Da-niel Hilman han anunciado recientemente –sobre la base de un amplio estudio– que este lugar tiene al menos 9.000 años de antigüedad y tal vez hasta incluso 20.000 años. Por eso, con estas nuevas dataciones, de repente el argumento a favor de una Es-finge de 12.000 años de antigüedad se hace mucho más sólido, y a los académicos ya se les hace difícil decir que no hay otros yaci-mientos. Por el contrario, parece que em-

pieza a surgir una acumulación de pruebas que podrían derribar el paradigma existen-te. Además, se plantea la posibilidad de que un gran número de yacimientos megalíticos de todo el mundo puedan haber sido mal datados por los arqueólogos. Estos lugares, como los monumentos megalíticos de Malta o de Menorca (en las Islas Baleares), pue-den ser mucho más antiguos de lo que se ha creído hasta ahora, dado que las muestras datadas pueden haber sufrido contamina-ción al tratarse de lugares abiertos, en vez de enterrados. De hecho, hay un parecido asombroso entre los megalitos en forma de “T” de la isla de Menorca y los monumen-tos de Göbekli Tepe. Tenemos que pregun-

tarnos si la datación de los megalitos de Menorca es segura (al igual que el caso de los monumentos de Malta). Creo que estas dataciones son sospechosas, y voy a inves-tigarlas a fondo, ya que se basan en la data-ción por carbono, que está sujeta a inclusio-nes posteriores de las culturas que han ido pasando a lo largo del tiempo.

Así pues, por estas razones creo que se presenta una situación fascinante, que nos muestra que la idea de una civilización per-dida, que hasta la fecha ha sido ridiculizada, ahora está ganando terreno rápidamente.

Yacimiento arqueológico de Göbekli Tepe en Turquía

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Tenemos un “arma del delito”, tenemos ya-cimientos, y por eso voy a pasar los próxi-mos 18 meses escribiendo un nuevo libro sobre el tema, que se llamará provisional-mente “Magicians of the Gods” (Los magos de los dioses).

DC: Y en la búsqueda de los orígenes de la civilización perdida, ¿cree usted en una At-lántida física, en un lugar específico? ¿Apo-ya la idea de que el continente antártico pudo haber sido una vez la Atlántida, según la teoría de Rand Flemm-Ath?

GH: La teoría de Rand Flemm-Ath es un desarrollo de la obra de Charles Hapgood que situaba la Atlántida en la Antártida. Cuando estaba escribiendo “Fin-gerprints of the Gods” consideré que era una teoría muy convincente y de hecho la cité ampliamente. Sin embargo, es im-portante recono-cer que un inves-tigador anterior, Flavio Barbiero, especuló con que la Antártida era la ubicación de la At-lántida ya en 1974 en un libro publi-cado en italiano llamado “Una civiltà sotto ghiaccio” (Una civilización bajo el hielo). Él fue el primero en proponer la teoría, mien-tras que los Flemm-Aths llegaron separa-damente a la misma conclusión en 1995 en su libro “When the sky fell” (Cuando cayó el cielo).

Creo que este asunto requiere mayor inves-tigación, puesto que lo que Flavio Barbiero sugiere es que necesitamos un motivo adi-cional para explicar el desplazamiento de la corteza terrestre. Él propone que, o bien un cometa o bien un asteroide, llegó en un ángulo suave a la Tierra y causó un impacto “de refilón” al planeta, lo cual podría haber

sido suficiente para poner este proceso en marcha. Así pues, puede haber una cone-xión entre el cometa de hace 12.900 años y el desplazamiento de la corteza terres-tre. De este modo, no descarto la analogía Atlántida-Antártida en absoluto; de hecho, creo que las pruebas han aumentado en vez de disminuir. No obstante, también pienso que es probable que se tratara de una civili-zación que se distribuyó globalmente y que fue marítima; se pueden encontrar sus res-tos en todo el mundo. Ocupaba principal-mente las franjas costeras, por lo cual he-mos perdido una gran cantidad de pruebas con el aumento del nivel de los mares.

DC: En cuanto a la reciente fecha del 21 de diciembre de 2012, es obvio que existió una gran controversia. De todos modos, ¿cree que el ca-lendario maya fue mal entendido? En otras palabras, ¿era esa fecha un verdadero punto de inflexión hacia una época más bri-llante de la historia de la humanidad?

GH: Bueno, este es un tema muy com-plicado. Mis pro-

pios pensamientos al respecto han experi-mentado una evolución considerable desde que escribí “Fingerprints of the Gods”. Sea como fuere, creo que hay dos elementos a considerar. Uno de ellos es la idea de gran-des ciclos del tiempo y de que el propio tiempo es cíclico. Así, considero que han existido épocas o eras anteriores de la Tie-rra que han terminado catastróficamente. En mi opinión, es razonable hacer una lec-tura catastrófica del calendario maya, aun-que es algo un poco más complicado que eso. Sigo manteniendo la mente abierta a esta visión, teniendo en cuenta que los ma-yas eran astrónomos y que heredaron una antigua tradición astronómica; de hecho,

Tenemos pruebas bastante convincentes

de que la Tierra fue impactada por

grandes fragmentos de un gran cometa hace 12.900 años

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las observaciones astronómicas están muy estrechamente ligadas al calendario maya.¿Es posible que la lectura de ciertos even-tos astronómicos conlleven algún tipo de advertencia acerca de un cataclismo recu-rrente y el catastrófico fin de una era? Esto es pura especulación, pero permanezco abierto a la posibilidad de que el calendario maya nos hable de un impacto cometario. Si se trata de un cometa de largo periodo, con una órbita de muchos miles de años, sí es posible que los fragmentos de este mis-mo cometa pudieran volver. Y esto es muy interesante en estos momentos, porque te-nemos pruebas bastante convincentes de que la Tierra fue impactada por grandes fragmentos de un gran cometa hace 12.900 años, que es precisamente el período en que situé un cataclismo de algún tipo cuan-do escribí “Fingerprints of the Gods”. Estoy interesado en un cometa llamado Ison, que será el objeto más brillante en nuestro cielo en diciembre de 2013. No va a chocar con la Tierra, pero es interesante que, justo un año después del final del calendario maya, tengamos esta evidencia.

Por otro lado, está el otro elemento de esta cuestión, aún más interesante, que es el úl-timo ciclo del calendario maya (llamado “la cuenta larga”), que se extiende por un pe-ríodo de 5.126 años. Este periodo comenzó en el 3114 a. C. y terminó el 21 de diciem-

bre 2012. Si contemplamos todo simbólica-mente, lo que los mayas están diciendo es que el 21 de diciembre de 2012 tuvo lugar el fin de una época, que dio paso al inicio de una nueva era de la Tierra. Y estoy fuer-temente impresionado por el hecho de que el periodo del calendario maya de 5.126 años coincide exactamente con el momen-to histórico en el que se desarrollaron las ciudades y en que nació la institución del Estado. Es, asimismo, la era de las grandes religiones jerarquizadas y centralizadas con sus burocracias y castas sacerdotales. Es una época que, sin duda, está viviendo sus últimos días en la actualidad. El Estado está obsoleto, las grandes religiones toda-vía mantienen un control sobre las mentes de las personas, pero creo que la gente se da cuenta cada vez más de lo destructivas y peligrosas que son y que se necesita una nueva forma de espiritualidad. Y las gran-des empresas, que también tienen su ori-gen en este último período 5.000 años, han llegado a su punto final, visto que las eter-nas promesas que nos hicieron no se están cumpliendo.

Así pues, cuando nos fijamos en la fecha del 21 de diciembre 2012, no es como decir que ese día fue así y el día siguiente fue comple-tamente diferente, pero sí se puede afirmar que la humanidad se encuentra en un pro-ceso de transición. Las personas de todo el mundo están buscando nuevos caminos. Estamos en los albores del nacimiento de una nueva era, y lo que hagamos con ella sólo depende de nosotros. Yo no creo que nadie pueda poner en duda seriamente que el viejo modelo está acabado. En definitiva, no sé si fue por una coincidencia, o por ex-traordinarias capacidades psíquicas, pero los mayas fueron capaces de acceder a los grandes ciclos que rigen la cultura humana, y parece que dieron en la diana.

DC: En relación con este tema, y según anti-guas leyendas e historias y algunas pruebas materiales, parece que los antiguos estaban muy preocupados por el ciclo precesional. ¿Por qué este fenómeno era tan importante

Calendario maya

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para ellos y por qué pusieron tanto esfuer-zo en transmitirlo?

GH: Esto nos devuelve al punto anterior so-bre los ciclos de cataclismo y destrucción. Planteemos la hipótesis, la misma que lle-vo sosteniendo durante los últimos veinte años, de que hubo una civilización perdida, una gran civilización en la prehistoria que llegó a su fin a causa de un cataclismo glo-bal hace entre 13.000 y 12.000 años, po-sición que sigo manteniendo hoy. Si como supervivientes de aquella civilización de-seáramos transmitir un mensaje al futuro –advirtiendo que el mismo desastre que se produjo en el pasado podría ocurrir de nuevo– sería muy imprudente hacerlo en cualquier forma de lenguaje escrito, porque las posibilidades de que el mensaje escri-to sea entendido 12.000 años después son extremadamente remotas. Hoy en día, por ejemplo, no podemos leer la escritura de la civilización del valle del Indo, que tiene 5.000 años de antigüedad; la escritura está ahí, pero no podemos leerla. Y tal vez ni si-quiera el texto escrito podría sobrevivir: los documentos ciertamente no sobrevivirían doce mil años o más, y tampoco el hecho de grabar un texto sobre piedra podría garan-tizar su supervivencia.

Así pues, lo que tengo que hacer es codifi-car el mensaje en un lenguaje universal, y tal lenguaje es el de la astronomía y el de los movimientos de la Tierra en relación con el firmamento. Y es especialmente in-teresante observar que si nos fijamos en el cielo de hace 12.000 años o más, se pueden apreciar que todos sus elementos clave se han invertido en los últimos 12.500 años. Al amanecer del equinoccio de primavera del 10500 a. C., la constelación de Leo sa-lía por el este, la constelación de Acuario se ponía en el oeste, la constelación de Orión se encontraba en su punto más bajo en el horizonte y la constelación de Draco esta-ba en su punto más alto. Lo que ha ocurrido desde entonces en estos 12.500 años –que es exactamente la mitad del ciclo de prece-sión (o la mitad del Gran Año)– es que todas

las posiciones se han invertido. Ahora es Acuario el sale por el este, Leo se pone por el oeste, Draco está en su punto más bajo y Orión se encuentra en su punto más alto. Y tenemos monumentos de todo el mundo, que no tienen necesariamente 12.500 años de antigüedad pero que fueron repetida-mente reconstruidos en antiguos lugares, que parecen capturar la imagen de los cie-los, y ello me empuja a pensar que se estaba transmitiendo algún tipo de mensaje.

La otra cosa que me parece muy evidente proviene de la magistral obra de Giorgio de Santillana y Hertha Von Dechend, “Hamlet’s Mill”, que realmente no deja lugar a dudas: las civilizaciones antiguas conocían bien la precesión de los equinoccios, y preserva-ron este conocimiento mucho antes que los griegos. Se hizo un gran esfuerzo para codi-ficar la información sobre la precesión en el

En “Hamlet’s Mill” sus autores, Giorgio Santillana y Hertha Von Dechend demostra-ron que las civilizaciones antiguas conocían el fenómeno llamado la “precesión de los

equinoccios”

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mito, en una serie de números transmitidos en los mitos, y que también fueron incorpo-rados a la arquitectura monumental. En un fragmento de su libro, cuando abordan la pregunta de quién realmente elaboró este proyecto, quién creó esta información acer-ca de la precesión de los equinoccios, ellos lo atribuyen a una casi increíble civilización antepasada.

DC: Parece que hoy en día vivimos una es-pecie de “revival” de la intervención extrate-rrestre en los asuntos humanos (por ejem-plo, a través de las películas de Hollywood y de documentales como Ancient Aliens). ¿Cuál es su opinión acerca de la teoría del antiguo astronauta?

GH: Yo no la necesito. Creo que es una hipó-tesis innecesaria, es poco elegante. Cuando los misterios del pasado se pueden explicar de una manera más simple y elegante, yo opto por esa solución. Una civilización des-aparecida, para mí, es mucho más eficaz a la hora de explicar todos los misterios que el “lobby” de los antiguos alienígenas ha pre-sentado como obra de antiguos astronau-tas. Esto no quiere decir que yo no crea en la existencia de extraterrestres porque es-toy seguro de que el universo está lleno de vida, pero no necesito alienígenas para ex-plicar las pirámides, las líneas de Nazca, o el mecanismo de Antikhytera. Una civilización perdida, con un mayor nivel tecnológico del que reconoce la Historia, tiene mucho más sentido.

DC: Hablemos ahora de su relación con la ciencia oficial. Usted ha sufrido mucho la oposición del estamento académico, debi-do a sus teorías heterodoxas. ¿Cree usted que hay una manipulación consciente de la ciencia por parte una élite que tiene el con-trol del conocimiento?

GH: No, yo no creo que sea tan siniestro como eso. Creo que lo que está pasando es bastante normal en el mundo académico.

Los académicos son criaturas territoriales, al igual que todos los seres humanos, y no les gusta que los forasteros interfieran en su territorio. Y como todos los grandes es-tamentos, tienden a desarrollar un punto de vista dogmático que luego defienden vi-gorosamente. Sabemos por el estudio de la historia de la ciencia, (por ejemplo, la obra de Thomas Khun), que así es como funcio-na la ciencia: se defiende un punto de vista particular hasta el último hombre o bien hasta que las nuevas pruebas se muestran tan sólidas que nadie puede oponerse a

ellas. Y creo que eso es lo que está pasan-do con la historia antigua. Así que depende de nosotros, los pensadores alternativos, proporcionar tales pruebas indiscutibles y abrumadoras.

DC: Los investigadores alternativos a menu-do han acusado a la ortodoxia arqueológica de ignorar las pruebas, pero en algunos ca-sos hay acusaciones aun más graves sobre supuestos encubrimientos realizados por

El mecanismo de Antikhytera

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algunas instituciones. ¿Cuál es su opinión sobre esta cuestión? ¿Cree usted que existe una base real para tales afirmaciones?

GH: Bueno, creo que los arqueólogos, como cualquier otro colectivo académico, tienen sus debilidades, y de vez en cuando se com-portan deshonestamente. Conozco muchos casos de estos comportamientos deshones-tos. Por ejemplo, hubo un trato escandaloso hacia Sáenz de Sautuola, el descubridor de Altamira, por parte la comunidad arqueo-lógica que al principio lo presentó como un hombre totalmente deshonesto y luego se apropió de su trabajo. Este tipo de acti-vidades puede distorsionar gravemente el registro arqueológico, pero no ocurren por-que exista un “gran plan” para evitar que la verdad salga a la luz, sino que se producen a causa de los celos de unos arqueólogos hacia otros.

DC: Dadas ciertas pruebas contrarias y algunos nuevos ha-llazgos, el paradigma evolucionista orto-doxo se enfrenta a una seria oposición; sin embargo, se sigue defendiendo dogmá-ticamente. ¿Apoya usted las teorías con-vencionales sobre el origen del hombre, o cree que deberíamos considerar otros esce-narios, tales como el diseño inteligente?

GH: En primer lugar, la evolución existe, es un hecho. Pero lo que se puede concluir o deducir a partir de ahí, eso ya es otra cues-tión. El hecho de que la evolución se pro-duzca no descarta el diseño inteligente en absoluto. Cualquier diseñador inteligen-te que quisiese crear una forma de vida construiría el mecanismo evolutivo en esa misma vida. Sería propio de un diseñador muy estúpido el hecho de crear una forma de vida que no pudiera evolucionar, porque el planeta en el que vive esa forma de vida

está sujeta a eventos aleatorios, incluyendo colisiones con enormes cometas y asteroi-des u otros desastres geológicos que pue-den llevar la vida a un final catastrófico. La vida tiene que ser capaz de recuperarse y tomar un curso diferente, y eso es lo que hace la evolución, que permite que la vida sea ágil y rápida, para detener una vía si no funciona y empezar otra vía. Y el hecho de que reconozcamos la evolución no descar-ta la figura de un diseñador inteligente en absoluto, ni tampoco descarta a un Dios, porque ningún Dios –a menos que sea com-pletamente estúpido– crearía una criatura incapaz de evolucionar.

Así pues, considero que una gran parte del debate entre el diseño inteligente y el evo-lucionismo de línea dura es completamen-

te espurio, porque no están realmente teniendo en cuenta las implicaciones de afirmar: “sí, la evo-lución es un hecho, pero ¿qué significa este hecho?” No te-nemos la respuesta para eso. No sabe-mos si todo ocurrió por accidente debi-do a que las molé-culas colisionaron al azar en la sopa pri-

migenia. Puede que aquí exista un proceso dirigido, puede haber un objetivo más gran-de. Así pues, pienso que en ambos lados de la discusión existe cierto dogmatismo. En todo caso, creo que tenemos aquí un gran misterio que necesita ser investigado más a fondo.

DC: En su libro “Supernatural”, usted ex-ploró el importante papel de los estados alterados de conciencia a lo largo de la historia humana. ¿Cree que el fenómeno OVNI/extraterrestre es sólo un tipo de interacción con otras realidades dimen-sionales que, en condiciones normales, no podemos percibir?

El hecho de que la evolución se produzca no

descarta el diseño inteligente en

absoluto

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GH: Deje que recupere nuestra discusión anterior. Como dije, yo no necesito una ci-vilización alienígena de alta tecnología para explicar las pirámides o las líneas de Nazca, etc., pero si hablamos de otros fenómenos de contacto con entidades inteligentes no humanas, eso es otra cuestión. Y tampoco necesito a esas entidades para explicar los misterios del pasado.

DC: Pero tal vez cuando hablamos de “alie-nígenas” no deberíamos interpretar este término como “seres extraterrestres”, ¿es así?

GH: Bueno, creo que aquí hay otro misterio. El fenómeno de los encuentros con enti-dades que son interpretadas actualmente como seres extraterrestres es muy real. De hecho, un gran número de personas en el mundo moderno han tenido esa experien-cia. Lo que he mostrado en “Supernatural” es que si nos remontamos al pasado, inclu-so a la Edad de Piedra, podemos encontrar personas que han tenido esa clase de expe-riencias. En la Edad Media, por ejemplo, la gente tenía encuentros con entidades que a su juicio eran hadas. Y hoy en día los cha-manes de la selva amazónica también están teniendo esas experiencias. Sin embargo, ellos no las interpretan como un contacto con extraterrestres de alta tecnología de otros planetas, sino como un contacto con los espíritus. Así pues, lo que estoy sugi-riendo es que las hadas de la Edad Media, lo que los chamanes (de hoy y de la prehis-toria) llaman espíritus, y los seres que los modernos abducidos OVNI llaman alieníge-nas, son todos una misma cosa, aunque no sabemos qué es en realidad.

Y ahora nuestra sociedad, influenciada por el hecho de haber empezado a explorar el espacio en las últimas décadas, ignora todo el testimonio histórico de los contactos de este tipo y se limita a decir: “¡Oh! Estos se-res deben ser extraterrestres de alta tecno-logía que vienen aquí en platillos volantes.” Pero ni siquiera se sabe qué son los platillos volantes. Los avistamientos de platillos no

pueden ser soslayados, son hechos com-probados. A este respecto, yo quedé muy impresionado por las palabras del ya falle-cido Pablo Amaringo, uno de los chamanes de ayahuasca al que entrevisté, que pintaba platillos volantes en sus visiones. Cuando le pregunté qué eran los platillos volantes, le comenté: “¿Son extraterrestres que vie-nen a nuestro mundo desde otro planeta?” Y él me respondió: “No, no se trata de eso; son vehículos para entrar y salir del mun-do de los espíritus.” Y cuando los chamanes hablan del mundo de los espíritus, es un concepto muy próximo a las dimensiones paralelas de las que hablan nuestros físicos cuánticos.

En mi opinión, estos contactos tienen lugar, pero es mucho más probable que sean con-tactos interdimensionales que contactos dentro de esta dimensión con civilizaciones de alta tecnología. Creo que lo que se cru-za es más bien el velo entre dimensiones en vez de la barrera de la velocidad de luz del espacio interestelar. Pienso que en este tema debemos tener una mente abierta: te-nemos un misterio y tenemos fenómenos

Hancock considera los llamados “encuentros con extraterrestres” quizás se trate de en-cuentros con seres de otras dimensiones

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que debemos investigar. Pero el único lugar en el que no vamos a obtener respuestas completas a estos fenómenos es en el estu-dio de las pirámides o de las líneas de Naz-ca. En cuanto a mí respecta, fueron hechas por seres humanos.

DC: ¿Y por qué cree que los poderes polí-ticos del mundo están tan preocupados en impedir que las personas accedan libre-mente a otros estados de conciencia a tra-vés de sustancias psicotrópicas?

GH: Esto es lo que yo llamo la “Guerra con-tra la conciencia”. Nuestras modernas so-ciedades tecnológicas (y yo diría que todas

las sociedades centralizadas desde hace cientos, si no miles de años), se han preo-cupado de controlar la conciencia de sus individuos. Y en estos momentos, nues-tra sociedad valora un tipo particular de conciencia que yo llamo el estado de con-ciencia “despierto para la resolución de problemas”, y permite, o tolera, ciertas di-

gresiones de ese estado. Uno puede, por ejemplo, tomarse unas vacaciones de ese estado de conciencia mediante el alcohol o con la “realidad televisiva”. Y si su estado de conciencia “despierto para la resolución de problemas” se trastoca a causa de la depre-sión, las grandes empresas farmacológicas le prescribirán medicamentos que alteran la conciencia llamados antidepresivos, que le devolverán al estado de conciencia su-puestamente “despierto para la resolución de problemas”.

Por lo tanto, nuestra sociedad no está en contra de la alteración de conciencia como tal; sólo está en contra de ciertas formas de alteración de la conciencia que amenazan la hegemonía del estado de conciencia “des-pierto para la resolución de problemas”. Y creo que por este motivo nuestra sociedad –de una manera muy calculada– persigue el uso de las sustancias psicotrópicas, porque tales sustancias modifican las reglas del juego. De hecho, particularmente cuando se toman de la manera correcta en el contexto ceremonial adecuado, incitan fuertemente a las personas a cuestionarse todo sobre sus vidas y sobre la sociedad, e incluso sobre la naturaleza misma de la realidad. De este modo, resulta más fácil ver la manipulación que el Estado está operando en nuestras vi-das y el tremendo control mental a que es-tamos sometidos a través de los medios de comunicación y del sistema educativo.

Por eso creo que estas sustancias son ilega-les, ya que si se diera un consumo genera-lizado responsable y sensato de estas sus-tancias para la exploración de la conciencia, creo que ello conduciría a un cambio radical del tipo de sociedad en que vivimos, y per-sonalmente creo que sería un cambio para mejor. Sin embargo, los poderes fácticos, las grandes compañías farmacéutico-químicas, las grandes burocracias, el complejo indus-trial-militar, etc. se sienten muy amenaza-dos por esto, y se han dado cuenta de que tienen que mantenernos como robots de carne y hueso inanimados, presuntamente para producir y consumir.

Mediante la ayahuasca, planta utilizada por los chamanes, se conseguirian estados alterados de conciencia que permitirían el

contacto con entidades transdimensionales

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DC: ¿Cree usted que en un pasado lejano los seres humanos vivían en un estado supe-rior de conciencia, lo que les permitía modi-ficar la materia y su entorno de una manera muy diferente y más fácil de lo que hacemos hoy?

GH: Creo que es posible. Es uno de los temas sobre los que voy a indagar en mi secuela de “Fingerprints of the Gods”. Considero que si existió una civilización perdida, tendría un enfoque bien diferente del nuestro en el ámbito de la tecnología. Nuestra sociedad se basa en lo que yo llamo ventaja mecáni-ca: buscamos medios mecánicos para resol-ver cuestiones como mover piedras de gran tamaño o desplazar a la gente en coches, por ejemplo. En cambio, creo que es muy probable que en esa antigua civilización perdida, los poderes de la mente estuvieran mucho más potenciados. Los poderes psí-quicos, como la telequinesis, se muestran casi completamente inactivos en los seres humanos de la actualidad; tenemos indicios de que existen, pero están dormidos. Yo me atrevo a sugerir que en la Antigüedad estos poderes estuvieron mucho más activos y que pudieron ser utilizados con fines tec-nológicos.

DC: En su libro “Talismán”, co-escrito con Robert Bauval, usted abordó el tema de la arquitectura simbólica basada en princi-pios esotéricos y herméticos. En su opinión, ¿cuál es la razón, desde la antigüedad hasta nuestros días, de la obsesión en copiar en la tierra de los patrones de las estrellas en el cielo?

GH: Este es un tema muy complicado. Lo primero que hay que tener en cuenta es el antiguo sistema de ideas basado en “como es arriba, así es abajo”. La perfección resi-de en el macrocosmos y tenemos que re-producirla en la medida de lo posible en el microcosmos. Y, a nivel simbólico, el macro-cosmos parece estar asociado con el cielo y el microcosmos, con la tierra. Por tanto,

parece armonioso y positivo reproducir las manifestaciones de los cielos en la tierra: las constelaciones, los puntos cardinales y los eventos clave de los cielos, como la sali-da del sol en los equinoccios y solsticios. De hecho, muchos monumentos antiguos fue-ron construidos para ajustarse a los aconte-cimientos celestes. Y además, si se diseñan las ciudades y su arquitectura de acuerdo con estos principios, es más probable que la ciudadanía sea más feliz, más inquisitiva y más abierta de mente.

DC: En cuanto a la reciente polémica sobre el episodio de censura TED (que también afectó a Rupert Sheldrake), ¿considera que bajo la aparente libertad de expresión, exis-te un fuerte dogmatismo científico, no muy diferente del dogma impuesto por la Iglesia durante siglos?

GH: Por supuesto. Esto se hizo muy evi-dente para mí como resultado de la contro-versia TED. Siempre he sido consciente de que había científicos dogmáticos, pero no

“Talismán”, escrito por Graham Hancock y Robert Bauval

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me había dado cuenta de lo mal que esta-ban las cosas hasta que ocurrió el proble-ma TED. En realidad Rupert Sheldrake y yo dimos charlas muy diferentes, pero ambas conferencias acabaron siendo eliminadas del sitio web de TED. Y cuando analizamos los motivos, rápidamente nos encontramos que lo único que tenían en común es que ambas consideraban la posibilidad de que la conciencia no sea local, que no esté gene-rada por el cerebro (sino que se manifieste a través de él) y que pueda existir fuera del cerebro. Y resulta que esto se opone a un dogma fundamental de la ciencia materia-lista.

Los científicos que se hacen llamar materia-listas-reduccio-nistas parecen reducir todos los fenómenos a la materia. La conciencia es vista como un “epifenómeno” de la actividad cerebral. He-mos desarro-llado –dicen– estos grandes cerebros para poder sobrevi-vir en la jungla de la vida cotidiana. Y, ya sea por accidente o como producto de ello, te-nemos esta cosa llamada conciencia, y por lo tanto, dado que parece que la conciencia es generada por el cerebro, lo más normal es que los científicos consideren que cuan-do el cerebro muere la conciencia deja de existir. Esta es una visión a la que me opu-se firmemente en mi charla. Y, visto de otra manera, Rupert también se opuso a esto en su discurso cuando abordó cuestiones como la telepatía. Si la conciencia está con-finada a tu cerebro individual y al cerebro individual de otra persona, entonces no hay

manera de que los dos podáis tener contac-to telepático a través de grandes distancias. Pero si la conciencia no se limita al cerebro, entonces sí es posible.

Así pues, este era el dogma al que nos opu-simos, que es la ciencia materialista-reduc-cionista. Y no es un hecho comprobado que el cerebro genere la conciencia. No pode-mos negar que hay una conexión entre la conciencia y el cerebro, pero la naturaleza exacta de esta relación no está clara. Y por lo tanto, es bastante obvio que un grupo de científicos materialistas-reduccionistas es-taba detrás de la decisión de TED de elimi-nar nuestras conferencias de su página web,

no porque hu-biera nada erró-neo en nuestros discursos o cualquier cosa incorrecta, sino porque nues-tras conferen-cias contrade-cían el dogma materialista-re-duccionista. Así, nuestras confe-rencias todavía siguen suprimi-das de su pági-na web hoy en día. Ellos [TED]

publicaron las réplicas, eso sí, pero no se repusieron las conferencias en el canal de youtube.

DC: Así que, en cierto modo, podemos en-contrar aquí una lucha entre dos conceptos: por un lado, “la materia crea conciencia”, y en el otro lado, “la conciencia crea la mate-ria”.

GH: Sí, exactamente. Los materialistas-re-duccionistas creen que la materia crea la conciencia, y piensan que esto es un hecho. No pueden llegar a enfrentarse con la po-

Para los científicos que se hacen llamar

materialistasreduccionistas la conciencia es un

“epifenómeno” de la actividad cerebral

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sibilidad de que en realidad sea una teoría o una opinión, no un hecho. Y no hay nin-guna clase de prueba. Muchos materialis-tas-reduccionistas dirían: “Por supuesto que la conciencia se genera en el cerebro, porque si dañamos tal o cual área del cere-bro, entonces tal o cual área de la concien-cia se vería afectada.” Y así consideran que su argumento está bien asentado. Pero hay una respuesta muy simple a eso, si estable-cemos una analogía entre la relación de la conciencia con el cerebro y la relación de la señal de TV con un televisor. En este caso, si dañamos ciertas áreas del televisor, ello afecta sin duda la imagen, pero la señal de TV sigue ahí, sigue intacta.

Por lo tanto, en mi opinión, su argumento es falso, y creo que ya era hora de que en-trase aire fresco en este debate. Además, me complace que, tras la polémica TED, Deepak Chopra reuniese a un grupo de 15 ó 16 científicos líderes en el ámbito de la conciencia que escribieron una carta abier-ta quejándose de la forma en que TED nos había tratado y afirmando que, de hecho, la conciencia es un gran misterio de la ciencia y que debemos aproximarnos a este tema con la mente muy abierta, y en ese sentido valoraron nuestra contribución a ese deba-te.

© Xavier Bartlett 2013

Puede encontrar más información acerca de los temas tratados en esta

entrevista en la página oficial de Gra-ham Hancock en internet:

http://www.grahamhancock.com/

"Hace quinientos años, la antigua profe-cía mexicana que anunció el regreso de Quetzalcóatl se hizo realidad. En una era dominada por los sacrificios huma-nos y la decadencia de una gran cultu-ra, hombres barbudos, cara blanca, de más allá del mar, llegaron para imponer su ley . En esta trepidante novela muy recomendable, Graham Hancock recons-truye magistralmente el mayor choque de civilizaciones conocido revelando aspectos que sólo un autor genial podría desvelar ".

-Javier Sierra, New York Times reconocido autor de La cena secreta y El Ángel Perdido

Visite:

http://www.amazon.co.uk/exec/obidos/ASIN/1444734377/theofficialgra0b

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Howard-Vyse: ¿héroe o villano?

Scott Creighton

Foto: Eduard Pi

Scott Creighton es escritor e investi-gador alternativo británico especia-lista en temas del antiguo Egipto. Ha

escrito diversos artículos y colabo-rado en congresos y simposiums. Es

co-autor (junto con Gary Osborn) del libro “The Giza Prophecy”. En este

interesante artículo pone en eviden-cia la existencia de un enorme fraude

histórico que ha llegado hasta nues-tros días: la falsificación de las prue-bas en las que se basó la atribución

de la Gran Pirámide al faraón Keops. Este excelente trabajo, riguroso y bien

documentado, abre la puerta a una inquietante pregunta: Si no fue el fa-raón Keops, entonces ¿Quién o quié-nes construyeron la Gran Pirámide?

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Una de las más famosas polémicas que ha enfrentado a los egiptólo-gos y a los llamados “piramidólo-gos” es sin duda la atribución de

la Gran Pirámide de Guiza al faraón Khufu (Keops). Para la Egiptología, aparte de las referencias históricas, la prueba física que aportó en 1837 el coronel Howard-Vyse es prácticamente inapelable: se trata de una serie de inscripciones situadas en cuatro de las cinco cámaras de descarga que in-cluyen algunos típicos cartuchos reales con el nombre del faraón Khufu. Sin embargo, para algunos autores alternativos, la au-sencia de jeroglíficos en las pirámides más antiguas y la extraña localización de estas inscripciones (en un lugar casi inaccesible y apartado de la vista) sería suficiente mo-tivo para sospechar que tal vez los jeroglí-ficos descubiertos por Howard-Vyse fueron en realidad un vulgar fraude cometido para darse relevancia.

Entre las diversas visiones críticas, desta-ca con mucho la del autor Zecharia Sitchin, que en su libro Stairway to Heaven (“Esca-lera al cielo”) argumentó ampliamente su teoría de que tales pruebas arqueológicas eran una farsa. En resumen, Sitchin exponía los siguientes hechos:

1.- La llamada “Estela del inventario” indica que la Gran Pirámide ya estaba allí en tiem-pos de Khufu, y que pertenecía a la diosa Isis, no al faraón.

2.- Vyse llevaba cierto tiempo en Egipto sin hallar nada particularmente notable y ne-cesitaba un golpe de efecto, más aún por la apremiante necesidad de obtener más fon-dos para proseguir sus trabajos.

3.- Resulta curioso que en la cámara de Davi-son, la única que no descubrió Howard-Vy-se, no se hallase rastro de escritura. Ade-más, no hubo testigos locales (capataces u obreros) en el momento de descubrirse los jeroglíficos.

4.- Sí habría marcas de cantera auténticas, en posiciones naturales, en contraste con

los jeroglíficos que parecían haber sido pin-tados en postura difícil, tratando de ocupar todo el espacio disponible. Además, casual-mente, no había ninguna inscripción en las paredes este, que habían resultado dañadas (al ser el lado por el que Howard-Vyse había accedido a las cámaras).

5.- Los cartuchos con el nombre “Khufu” ya fueron polémicos en aquella misma épo-ca. Algunos expertos, como Samuel Birch, creían que el tipo de escritura era más bien hierática, de datación bastante posterior. Además, hacia 1830 no se sabía con segu-ridad cuál era la escritura jeroglífica corres-pondiente al faraón citado por Heródoto, que era conocido como Keops o Sufis.

6.- Al parecer, el falsificador –un colabora-dor de Vyse llamado Hill– empleó para el fraude un manual de jeroglíficos (Materia Hieroglyphica, de John G. Wilkinson) que contenía ciertos errores; uno de ellos afec-taría al nombre del propio Khufu, pues es-cribió un círculo con un punto en el centro (el símbolo del dios Ra), para representar el sonido “j” (o “kh”) cuando debería haber trazado un círculo con tres líneas horizon-tales a modo de tamiz (la auténtica “j”). El resultado es que el jeroglífico se leería como “Ra-u-f-u” en vez de “Kh-u-f-u”.

7.- Howard-Vyse podría haber cometido también otro fraude: el de sarcófago de madera de época saíta con el cartucho del faraón Menkaure, hallado en la cámara se-pulcral de su pirámide.

Cabe señalar que sobre toda esta argumen-tación de Sitchin han recaído duras críticas, por contener muchas suposiciones y tergi-versaciones, e incluso desde las filas alter-nativas se ha puesto en cuarentena su prin-cipal tesis acerca de la escritura incorrecta del nombre del faraón. No obstante, la po-lémica ya estaba servida y fue atrayendo la atención de más y más investigadores.

En el siguiente artículo de Scott Creighton, que presentamos en rigurosa exclusiva para Dogmacero, se plantean nuevas re-

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flexiones y vías de investigación sobre esta controversia y especialmente sobre la per-sonalidad y el modus operandi del coronel Howard-Vyse, que para unos fue un héroe de la arqueología y para otros simplemente un villano que urdió una burda falsificación para obtener fama y prestigio.

Redacción Dogmacero

El 30 de marzo de 1837, el aventurero, anti-cuario y coronel británico Richard William Howard-Vyse y su equipo consiguieron abrirse paso –gracias a un uso liberal de la pólvora– hasta la primera de una serie de cámaras de descarga selladas en el in-terior de la Gran Pirámide de Guiza. Este primer descubrimiento, una cámara que Howard-Vyse bautizaría más tarde como “Cámara de Wellington”, había estado sella-da desde el momento de la construcción de la pirámide.

El coronel describe en su diario el primer momento en que entró en la Cámara de We-llington:

“Siendo practicable el agujero en la Cá-mara de Wellington, la examiné con el Sr. Hill. El suelo era desigual, ya que estaba compuesto por la parte superior de los bloques de granito que formaban el te-cho de la Cámara de Davison [Cámara si-tuada por debajo de la Cámara de Wellin-gton, descubierta en 1765 por Nathaniel Davison]. Estaba completamente vacía a excepción de un fragmento de piedra arrojado allí por la voladura. No apareció ningún insecto ni murciélago, ni rastros de cualquier animal vivo. No había, de hecho, ninguna puerta o entrada, y aun-que algunos de los bloques de granito de las paredes norte y sur tenían patas o proyecciones, las piedras que componen la cubierta se apoyaban sobre éstas, de modo que era imposible que pudieran haberse movido como un rastrillo. Esta

cámara, en efecto, como la de Davison y las restantes que se descubrieron poste-riormente, no era más que una estancia vacía, o cámara de construcción, para ali-viar el peso de la estructura de la Cámara del Rey. Habiendo llegado el Sr. Perring y el Sr. Mash, nos fuimos por la noche a la Cámara de Wellington, y tomamos varias medidas, y al hacerlo, encontramos las marcas de cantera.”

(Col. Richard W. Howard-Vyse, Operations Carried on at Gizeh. Vol. 1, p.205-207)

Estas “marcas de cantera” eran de gran im-portancia, ya que representaban la primera muestra de escritura hallada en el interior de las primeras grandes pirámides. Estas marcas de cantera no eran inscripciones oficiales, sino más bien marcas no oficiales pintadas sobre las piedras con ocre rojo, un tipo de pintura utilizada por los antiguos egipcios y que todavía existía en 1837. Los egiptólogos creen que las marcas de ocre rojo en estas piedras fueron realizadas por

Sir Richard William Howard Vyse (25-julio 1784 – 8 junio 1853)

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los hombres que cortaron las piedras en las canteras; de ahí la expresión “marcas de cantera”.

Al proseguir sus exploraciones, Howard-Vy-se descubrió otras tres cámaras similares por encima de la Cámara de Wellington y en cada una de ellas halló una serie de inscrip-ciones escritas en la misma pintura ocre rojo, algunas de las cuales incluían el car-tucho real de “Khufu” (Keops) y “Khnum-Khuf”, el rey que según los egiptólogos había construido la Gran Pirámide. El des-cubrimiento de estas inscripciones dio a los egiptólogos algo que habían deseado du-rante largo tiempo: un vínculo directo en-tre la Gran Pirámide y el rey al que consi-deraban (según los escritos de Herodo-to, de dos mil años de antigüedad) su constructor.

Y ahora, ¿qué po-demos decir sobre estas inscripciones encontradas por el coronel Howard-Vy-se y su equipo en estas pequeñas cá-maras de la Gran Pirámide? Lamenta-blemente nunca se han realizado pruebas científicas para determinar la antigüedad y la composición química de estas marcas. Los egiptólogos han aceptado la autentici-dad de este descubrimiento de Howard-Vy-se con poco más que buena fe y la creencia de que a Howard-Vyse y su equipo les hu-biera resultado imposible falsificar estas inscripciones. Sin embargo, todavía persis-ten algunas preguntas incómodas en rela-ción con el descubrimiento de estas marcas que han llevado a algunos comentaristas, sobre todo al autor Zecharia Sitchin, a cues-tionar su autenticidad. Pero primero sería conveniente considerar las razones por las

que la egiptología cree que las inscripcio-nes presentadas por Howard-Vyse son au-ténticas inscripciones de la cuarta dinastía y no el resultado de un simple fraude, como algunos han afirmado.

El primer elemento sobre el cual los egiptó-logos basan la veracidad de estas inscripcio-nes es el idioma en que fueron escritos. Así, sostienen que en 1837 ni siquiera el mejor egiptólogo o lingüista estaba plenamente familiarizado con las sutilezas de la antigua escritura egipcia y nadie en ese momen-to sabía que Khufu era conocido por otro nombre, por no hablar de cómo se debía escribir dicho nombre, el llamado “nombre

de Horus” del rey. No fue hasta más tarde que se supo que los antiguos reyes egipcios po-dían tener hasta cinco nombres di-ferentes.

Y así, teniendo en cuenta que los mejores egip-tólogos en 1837 no conocían este hecho, ¿cómo alguien como H o w a r d - V y s e

-que tenía un conocimiento muy limitado sobre el tema– podría haber sabido qué ins-cripciones iba a escribir en estas cámaras? ¿Cómo podrían Howard-Vyse y su equipo haber pintado el nombre Horus de Khufu (Mjedu) en estas cámaras cuando este nom-bre era totalmente desconocido en ese mo-mento? Se consideró una tarea imposible y, como tal, parecía perfectamente lógico y razonable concluir por tanto que las ins-cripciones presentadas por Howard-Vyse debían ser auténticas.

Pero, según este criterio, ¿era realmente tan imposible falsificar estas inscripciones? Al

Los egiptólogos han aceptado la

autenticidad de este descubrimiento de Howard-Vyse con

poco más que buena fe

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parecer, no sería una tarea demasiado di-fícil; tan sólo requería de un conocimiento básico de los jeroglíficos y un poco de pen-samiento lateral. A fin de perpetrar seme-jante fraude, la única comprensión de je-roglíficos egipcios antiguos que precisaba Howard-Vyse era la capacidad de reconocer el nombre de Keops, y se da la circunstancia de que el nombre del rey, de hecho, ya había sido publicado en 1832 por el egiptólogo y erudito italiano Rosellini, unos cinco años antes de que Howard-Vyse hubiera puesto el pie en Egipto.

Durante muchos meses, Howard-Vyse ha-bía estado examinando cuidadosamente los escombros que rodeaban la base de cada pirámide de Guiza. De haber encontrado una inscripción completa de Keops en estos escombros, tal vez inscrita en una piedra pequeña, muy probablemente hubiera re-conocido este nombre real. Cualquier otra cosa que pudiera aparecer escrita junto con el cartucho Khufu (por ejemplo, el nombre de Horus, lo que no sería un acontecimiento inusual), seguramente no habría sido com-prendida por Howard-Vyse. La cuestión, sin embargo, es que en realidad no importa si Howard-Vyse entendía o no las inscripcio-nes adicionales, dado que con el reconoci-miento de la inscripción Khufu podía con-cluir lógicamente que cualquier inscripción adicional que encontrase en esa piedra de-bía estar claramente relacionada con Khufu y, como tal, se podría copiar con seguridad en un lugar adecuado de la pirámide, es de-cir, un lugar en el que ninguna otra perso-na hubiera estado nunca antes. Todo lo que tenía que hacer Howard-Vyse era encontrar ese lugar y, de hecho, encontró cuatro. Y vale la pena destacar que, entre los escom-bros de la cara norte de la Gran Pirámide, también encontró un pequeño artefacto de piedra con una inscripción parcial del nom-bre real de Khufu.

Esto no quiere decir, por supuesto, que tal fraude se produjera en realidad. El propó-

sito aquí es simplemente demostrar que la reivindicada “imposibilidad de fraude” no era una tarea tan imposible como han afir-mado los egiptólogos. Como se ha dicho, Howard-Vyse sólo necesitaba la capacidad de reconocer el cartucho Khufu y tal cosa se conocía mucho antes de que él fuera a Egipto.

El segundo punto que los egiptólogos plan-tean para señalar la imposibilidad del frau-de es el hecho de que muchas de estas mar-cas están situadas entre bloques de granito de 50 toneladas, siendo la separación tan estrecha (aproximadamente 2,5 cm.) que ningún embaucador podría haber introdu-cido ahí un pincel. Como resultado de este hecho, el autor internacional de best-sellers Graham Hancock, habiendo sido autorizado por el Dr. Zahi Hawass para examinar las marcas en estas cámaras, hizo la siguiente declaración:

El denominado “cartucho de Khufu” descu-bierto por Howard Vyse (Foto WGBH Educa-

tional Foundation

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“...He cambiado mi punto de vista sobre la validez de la teoría de la falsificación. Las cámaras de descarga están estrictamen-te fuera al público y es muy difícil acce-der a ellas. Yo no había podido obtener el permiso para visitarlas antes de la publi-cación de Guardián del Génesis en 1996. Sin embargo, en diciembre de 1997, el Dr. Zahi Hawass me permitió pasar un día entero explorando estas cámaras. No hubo restricciones sobre dónde mirar, y tuve tiempo suficiente para examinar los jeroglíficos de cerca, con luces potentes. Las grietas en algunas de las juntas reve-lan que los jeroglíficos se extendían más allá de la mampostería. Ningún falsifi-cador podría haber llegado allí después de haber sido colocados los bloques, los cuales, debo añadir, pesan decenas de toneladas cada uno y están inmóviles, entrelazados entre sí. La única conclu-sión razonable es la que los egiptólogos ortodoxos han sostenido durante mucho tiempo; es decir, que los jeroglíficos son graffiti genuinos del Imperio Antiguo y que fueron pintados en los bloques antes de que comenzara la construcción.”

(Graham Hancock, Fingerprints of the Gods, Introduction xxxiv-xxxv, Mandarin Paper-backs, 1996)

Este posicionamiento de Graham Hancock fue seguido unos años más tarde por la si-guiente retractación cualificada:

“En Fingerprints apoyé la teoría de la fal-sificación de Vyse. Más tarde, cuando yo mismo me introduje en las cámaras de descarga y vi que algunas marcas de can-tera desaparecen por detrás de los espa-cios entre los bloques sentí que me ha-bía equivocado al apoyar la teoría de la falsificación, porque nadie podría haber introducido un pincel en esos espacios para llevar a cabo la falsificación. Por lo tanto, las marcas de cantera debían ser genuinas, esto es, debieron pintarse en los bloques antes de que se colocaran en

la cámara. En consecuencia me retracté de la posición que había adoptado en Fingerprints.

Es posible que me hubiese precipita-do con la retractación. A diferencia de las marcas de cantera infalsificables si-tuadas entre los bloques, el cartucho de Khufu está a la vista y podría haber sido falsificado fácilmente por Vyse. No remarco que así fue, sólo afirmo que po-dría haber sido así, y que han surgido algunas interesantes dudas sobre su au-tenticidad. Estoy a la espera de futuras pruebas, en uno u otro sentido.”

(Graham Hancock, GHMB, 4 de abril de 2011)

En una consulta posterior a Graham Han-cock, le formulé la siguiente cuestión:

“Cuando usted dice que hay marcas de cantera en los estrechos espacios entre los bloques, quiere decir que éstas son marcas de albañil o bien que son autén-ticos signos jeroglíficos? Si son jeroglífi-cos, ¿sabe usted si alguno de ellos dice Khufu?

(Scott Creighton, en correo electrónico pri-vado a Graham Hancock).

Graham Hancock respondió a mi pregunta de la siguiente manera:

“Fue hace mucho tiempo, pero estoy al cien por cien seguro de que ninguna de-cía Khufu. Tampoco son líneas o regis-tros de jeroglíficos. Son [marcas] senci-llas y están aisladas y –aunque no soy un experto en estas cosas– a mí me parecen típicas marcas de cantera.”

(Graham Hancock, en correo electrónico privado a Scott Creighton)

Graham Hancock admite que él no es “ex-perto” en la materia, pero que, según su

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experiencia, las marcas en estas estrechas brechas entre los bloques se parecían más a “...típicas marcas de cantera...” que a escri-tura jeroglífica. Esto, por supuesto, necesita ser comprobado y confirmado pero puede sugerir que la única escritura jeroglífica inscrita dentro de estas cámaras sólo apa-rece en lugares abiertos y de fácil acceso, como sin duda es el caso de los tres cartu-chos de Khufu y Khnum-Khuf que se han encontrado.

Pero incluso si se admite que existen jero-glíficos del Imperio Antiguo en esos estre-chos espacios entre los firmes bloques de granito de estas cámaras, sigue siendo muy posible que incluso esas marcas pudieran haber sido falsificadas. De hecho, sí existe un medio por el cual incluso esta tarea apa-rentemente imposible se pudo haber lleva-do a cabo.

El investigador independiente Dennis Pay-ne nos informa de que lo que se requiere en este caso no es ningún tipo de pincel del pintor, sino más bien una simple cuerda y un par de finas tablas de madera. La cuerda (a la que se da la forma de los jeroglíficos requeridos) se fija con adhesivo a una de las

tablas de madera; luego se pinta la “cuerda jeroglífica” con pintura ocre rojo. Esta tabla con jeroglíficos recién pintados se desliza con cuidado en el estrecho intervalo de 2,5 cm entre dos bloques de granito. Una vez hecho esto, se desliza entonces una segunda tabla por detrás de la primera, apretándola e imprimiendo los jeroglíficos pintados en la primera tabla sobre la cara del bloque de granito en el estrecho hueco. Cuando se ha realizado la impresión, se retira la segunda tabla, seguida de la primera. Los jeroglíficos falsos se presentan ahora en un lugar apa-rentemente imposible, un estrecho hueco donde ningún falsificador podría aplicar un pincel. Y así, una vez más, se demuestra que lo que los egiptólogos consideraron tarea imposible, no es tan imposible después de todo.

El tercer aspecto que, según afirman los egiptólogos, Howard-Vyse y su equipo no hubieran podido falsificar es el estilo de al-gunos signos escritos en las cámaras. Pero con una rápida mirada al diario manuscrito de Howard-Vyse, así como a los dibujos fac-símiles creados por el Sr. Hill (un miembro del equipo de Howard-Vyse), está claro que ambos hombres eran muy buenos a la hora

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de copiar un estilo de escritura. Y así, de nuevo, los argumentos de los egiptólogos no se sostienen.

En resumen, no habría sido del todo impo-sible para Howard-Vyse y su equipo la rea-lización de un fraude dentro de la Gran Pi-rámide, si así lo hubieran deseado. Una vez más, esto no quiere decir que Howard-Vy-se y su equipo perpetraran un fraude, sino simplemente demuestra que tal fraude pudo haberse cometido, contrariamente a lo que han creído los egiptólogos durante mucho tiempo. La pregunta a la que ahora nos enfrentamos es si Howard-Vyse y su equipo realmente llegaron o no a perpetrar semejante fraude. ¿Qué pruebas hay, en su caso, para indicar que tal hecho podría ha-ber ocurrido?

Curiosamente, cuando Nathaniel Davison abrió la primera de estas pequeñas cáma-ras (la cámara inmediatamente debajo de la Cámara de Wellington), casi 100 años antes de que Howard-Vyse accediera a la Cámara de Wellington, no se encontró ni una sola marca en esta sala. Y en tiempos más re-cientes, se descubrió un pequeño rebaje en el extremo del conducto sur de la Cámara de la Reina que contenía marcas de ocre rojo. Sin embargo, estas marcas son totalmente ambiguas y nadie parece saber a ciencia cierta si representan jeroglíficos reales o si son meramente sencillas marcas de albañil; realmente constituyen un enigma.

Lo que tenemos entonces es una situación en la que las cámaras del interior de la Gran Pirámide a las que accedieron Howard-Vy-se y su equipo por primera vez sí contienen jeroglíficos claros e inequívocos, pero las cámaras a las que accedieron los demás por primera vez (incluidas las modernas pros-pecciones robóticas) no contienen ningún jeroglífico claro e inequívoco. Por tanto, si bien pudieron existir marcas de albañil en todas las cámaras, parece bastante pecu-liar que sólo las cámaras descubiertas por

Howard-Vyse y su equipo sean las únicas que contienen jeroglíficos inequívocos y reconocibles, que también incluyen el nom-bre del rey en su diversas formas.

Por supuesto, aunque esta circunstancia pueda parecer un tanto extraña, de nuevo, no es prueba de falsificación; se puede le-vantar una ceja, pero no prueba nada. La ironía de esta situación, sin embargo, es que Sitchin, al defender en sus primeros libros la teoría de la falsificación centrándose en una infundada falta de ortografía del nom-bre del rey, llevó el tema de tal posibilidad a la atención del mundo y, en particular, a un tal Walter Martin Allen de Pittsburgh, Pen-nsylvania. Walter Allen, que había leído los libros de Sitchin en los años 80, contactó con Sitchin afirmando que él tenía la verdadera prueba (el testimonio de un testigo ocular) de que realmente se habían producido tales falsificaciones en la Gran Pirámide por par-te del equipo de Howard-Vyse en 1837. De hecho, la familia de Walter Allen al parecer tuvo conocimiento de este gran fraude pira-midal durante casi 150 años, mucho antes

Zecharia Sitchin (1920-2010)

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de Zecharia Sitchin hubiera tenido noticia de tal hecho.

El testimonio escrito del Sr. Allen declara que su bisabuelo, Humphries Brewer, estu-vo trabajando con Howard-Vyse y que ha-bía sido testigo directo de las falsificaciones que tuvieron lugar en la Gran Pirámide a cargo del equipo de Howard-Vyse. El bre-ve relato de Allen (escrito en su cuaderno de radioaficionado) parece estar basado en una tradición oral de la familia y, posible-mente, en una serie de cartas familiares es-critas en 1837 por Humphries Brewer y su padre, William Jones Brewer. Estas cartas, junto con la tradición oral, fueron presun-tamente transmitidas a través de la bisnieta de Humphries Brewer, Helen Brewer (“tía Nell”) hasta que en 1954 la historia final-mente llamó la atención de Walter Allen, quien durante muchos años había estado investigando el origen de su familia, re-montándolo hasta el rey Kenneth McAlpin de Escocia. El breve relato de Walter Allen sobre este episodio de Egipto en 1837 dice lo siguiente:

“Humfrey recibió un premio por el puen-

te que diseñó en Viena sobre el Danu-bio. H. fue a Egipto 1837 con el Servicio Médico Británico... Nell dijo que iban a construir un hospital en El Cairo para los árabes con afecciones oculares graves. El Dr. Naylor llevó consigo a Humfrey. El tratamiento no tiene éxito, el hospital no se construye. Se unió a un tal coronel Vis-se para explorar las pirámides de Gizeh. Comprobaron las dimensiones de 2 [sic] pirámides. Tuvo una disputa con Raven y Hill acerca de las marcas pintadas en la pirámide. Las marcas tenues fueron repintadas, algunas eran nuevas. No en-contraron ninguna tumba... Tuvo unas palabras con un señor Hill y Visse antes de irse. Estuvo de acuerdo con el coro-nel Colin Campbell y un tal Geno Cabilia. Humfrey regresó a Inglaterra a finales de 1837.

(Sitchin, Journeys to the Mythical Past, p.30, Bear & Co, 2007)

El relato de Walter Allen nos dice que, como parte del Servicio Médico Británico, su bis-abuelo viajó a Egipto con el Dr. Naylor. Apa-

Notas tomadas por Walter Allen en 1954 en la que describió la pelea de su bisabuelo con Howard Vyse a raíz de las “marcas” en la Gran Pirámide. Fuente:

http://www.abovetopsecret.com/forum/thread946324/pg

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rentemente, este médico deseaba construir un hospital para personas con problemas graves en los ojos, pero dado que el tra-tamiento no fue exitoso, el hospital no se construyó y el Dr. Naylor regresó a su casa. ¿Hay alguna evidencia de tal médico o de que estos hechos tuvieran lugar en Egipto en 1837? Pues bien, existe y se trata preci-samente del diario del propio Howard-Vyse:

“Como varios de los árabes padecían de oftalmía, acudí a Naylor Bey, que había llegado de Inglaterra con el propósito de establecer un hospital oftálmico: el Pachá no sólo le dio inmediatamente el rango y los atributos de un Bey, y una casa llama-da El Ater Nebbi, cerca de Fostat, para un establecimiento, sino que también envió un barco de guerra para traer a su fami-lia desde Europa. Por una u otra razón, sin embargo, el establecimiento se des-echó, y, creo que el Sr. Naylor regresó a Europa.”

(Col. Richard W. Howard-Vyse, Operations Vol. 1, p.182)

Aquí, pues, tenemos un relato de Howard-Vyse en persona que corrobora, en parte, la tradición que se había transmitido en la familia de Brewer hasta llegar al cono-cimiento de Walter Allen, casi 150 años más tarde. No obstante, siendo Howard-Vyse co-nocido por ser muy meticuloso al citar en su diario a todos los que trabajaban para él en las pirámides, es curioso que el nombre de Humphries Brewer brille por su ausen-cia, y seguramente nos tendremos que pre-guntar que si Brewer afirma más adelante en las cartas a su padre que había trabajado para el coronel en Egipto en ese momento, ¿por qué no se lo menciona en el diario del coronel? La respuesta a esta pregunta po-dría tener que ver con la siguiente parte de la narración de la familia de Walter Allen, la parte más explosiva de todas: las marcas pintadas.

En este episodio, una vez más tenemos los

nombres de las personas del relato de Wal-ter Allen (aunque mal escritos) que trabaja-ban de facto en las pirámides de Guiza, en la fecha especificada: Visse (o sea, Howard-Vy-se), Raven, Hill, el coronel Colin Campbell y Geno Cabilia (esto es, Giovanni Caviglia). Se puede entender perfectamente que la orto-grafía de los nombres de los implicados fue-se incorrectamente recordada y transmiti-da hasta la época de Walter Allen, que puso por escrito la historia familiar en la década de 1950.

En este pasaje particular de las notas de Walter Allen, su bisabuelo, Humphries Brewer, alude a la disputa que tenía con dos de los ayudantes de Howard-Vyse, el Sr. Raven y el Sr. Hill, sobre alguna actividad relacionada con la pintura en la Gran Pirá-mide. De lo que nos ha llegado (a través del testimonio de Walter Allen), parece ser que Brewer se opuso a Raven y a Hill a repintar las tenues marcas de la pirámide y también a pintar nuevas marcas. Aquí hay un par de puntos importantes que destacar.

El primer punto es que se sabe que Hill en-

Interior de la Cámara del Rey

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tró en la pirámide y pintó con pintura de color negro los nombres de varias figuras históricas británicas (Wellington, Nelson, etc.) en una pared de cada cámara superior, a medida que iban siendo descubiertas y abiertas. Algunos objetores a la teoría del fraude apuntan a esta actividad del Sr. Hill como la referencia de Brewer a que “... las marcas tenues fueron repintadas, algunas eran nuevas”. Pero esto tiene poco sentido, ya que los nombres recién pintados de “We-llington”, “Nelson” etc. difícilmente podían describirse como tenues si acababan de ser pintados. ¿Y por qué Brewer había de tener

una disputa por el hecho de nombrar las cá-maras con héroes nacionales británicos? Es evidente que cualquiera que fuese el tema de disputa con Raven y Hill, parece que tal disputa llevó a Brewer a adoptar una firme posición, y todo apunta a que el asunto de la pintura que se traían entre manos Raven y Hill debió ser algo a lo que Brewer se opu-so firmemente; de hecho, tanto como para

acabar siendo despedido por ello. Cierta-mente, toda persona cabal desaprobaría el hecho de perpetrar un fraude en la Gran Pi-rámide, y probablemente el mantenimiento de los principios a este respecto supondría el despido por parte de los perpetradores de tal fraude.

En segundo lugar, y más importante aún, en el relato de Walter Allen vemos que el tér-mino “marcas” se utiliza para describir lo que Raven y Hill fueron repintando y pin-tando. En el contexto de la frase, parece que las palabras reales de Brewer fueron las que se citan. Es muy poco probable que Brewer emplease este término para referirse a lo que era claramente el nombre de una figu-ra histórica importante (es decir, Welling-ton, Nelson, etc.) que Hill acababa de pintar en las cámaras. La utilización del término “marcas” por parte de Brewer implica algo que es incomprensible o desconocido y, de hecho, es la misma palabra usada por el mismo Howard-Vyse para describir las ins-cripciones jeroglíficas ininteligibles que su-puestamente encontró en estas cámaras, es decir, “marcas de cantera”. Simplemente, no es creíble que Brewer se refiriese a un nom-bre conocido como “Wellington” o “Nelson” como “marcas”; está claro que las “marcas” por las que tuvo la disputa eran otra cosa.

Así pues, por lo que se deduce del relato de Brewer que pasó de generación en genera-ción hasta su bisnieto, Walter Allen, pudie-ron haber existido algunas “marcas” sobre los bloques de estas cámaras (“marcas te-nues repintadas, algunas eran nuevas”), pero seguimos sin saber qué clase de mar-cas eran en realidad. Podrían haber sido inscripciones jeroglíficas o tal vez sólo sim-ples marcas de albañil como las marcas que se encuentran en la pequeña cavidad en el extremo del conducto sur de la Cámara de la Reina.

Para Humphries Brewer, sin embargo, su evidente rectitud de principios le había cos-tado la expulsión de Guiza, y nunca más se

Portada del libro “Operations carried on at the pyramids of Gizeh in 1837”

de Howard Vyse

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supo de él en Egipto, ni siquiera en el diario publicado por Howard-Vyse. En efecto, se puede entender por qué Howard-Vyse no habría tenido ningún deseo de hacer men-ción alguna de Brewer en su diario publica-do (algo tan poco complicado como borrar de las actividades en Guiza a tal “creador de problemas”), dado que las acusaciones eran muy serias y desagradables y Howard-Vyse simplemente no podía arriesgarse a que na-die supiera de ellas. Dicho esto, sin embar-go, existe la posibilidad de que Howard-Vy-se pudiera no haber borrado del todo a Brewer de su diario escrito, a saber:

“Dos canteros fueron enviados a la ex-plosión sobre la Cámara de Wellington.”

(RW Howard-Vyse, Operations, Vol. 1, p. 216)

Como se dijo anteriormente, Howard-Vyse parece que fue muy meticuloso en el re-gistro de los nombres de las personas que trabajaban para él. Los canteros que debían volar estas cámaras superiores con dinami-ta habrían sido cruciales para el éxito de los planes de Howard-Vyse de entrar en estas cámaras (y más pronto que tarde) por lo que parece un poco extraño que no dé los nombres de estos dos canteros aunque uno de ellos pudo haber sido un árabe local al que Howard-Vyse llama Daoud, que traba-jaba con pólvora, pero el otro cantero sigue siendo un misterio. Sólo podemos especu-lar, pero este otro cantero bien pudo haber sido Humphries Brewer.

Los objetores a la teoría del fraude suelen afirmar que Howard-Vyse no habría eli-minado a Brewer de su diario simplemen-te por haber tenido un “desacuerdo”, y en apoyo de este punto de vista citan a Cavi-glia como un ejemplo de alguien con quien Howard-Vyse estaba en constante des-acuerdo (hasta el punto de que la relación entre ambos se rompió totalmente) y sin embargo, Howard-Vyse aun así menciona a Caviglia en su diario publicado. El argumen-

to es que si podía hacer esto con Caviglia –con quien discutía constantemente– en-tonces también habría hecho lo mismo con Brewer, después de cualquier desacuerdo. Pero el enfoque de tal comparación es muy simplista y resulta totalmente inadecuado, pues en el fondo se están comparando pe-ras con manzanas.

Así, mientras que Caviglia era una persona-lidad muy relevante y como explorador era muy respetado en Egipto en ese momento, Brewer era el chico recién llegado, y apenas era conocido por unos pocos. Y dado que muchas personas influyentes del Egipto de entonces, como el Pachá y el coronel Colin Campbell, conocían a Caviglia (mucho antes de que Howard-Vyse entrara en escena), y que tales personas influyentes sabían que había estado trabajando con Howard-Vyse –en constante desacuerdo– durante muchos meses, a Howard-Vyse le habría resultado casi imposible borrar a Caviglia de su dia-rio publicado. Pero no así a un desconocido ingeniero civil/cantero que había llegado bajo la dirección de un tal doctor Naylor, que ya había regresado a Europa y que pro-bablemente sólo había trabajado durante un corto periodo con Howard-Vyse. ¿Quién iba pues a conocer a Brewer o, incluso a preocuparse de él? La naturaleza misma del “desacuerdo” de Brewer, esto es, la acusa-

Esquema del interior de la Gran Piramide

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ción de fraude a Howard-Vyse y su equipo sin duda garantizó el anonimato de Brewer en el diario publicado por Howard-Vyse y más aún si tales acusaciones tenían algún fundamento de verdad.

Por supuesto, la historia que sostiene Allen no puede ser considerada como prueba de fraude perpetrado por Howard-Vyse y su equipo. En el mejor de los casos, se puede considerar como algo poco mejor que ru-mores. Pero, ¿y si fuera cierto el núcleo de esos rumores? ¿Por qué se adopta por de-fecto la duda automática acerca de la vera-cidad de esta tradición fa-miliar sobre lo que sucedió en la Gran Pirámi-de en 1837?

En resumen, ¿por qué este testimonio fa-miliar se ha descartado su-m a r i a m e n t e sólo porque su fuente original ( H u m p h r i e s Brewer) ya no está presente para declarar sobre su vera-cidad? ¿Debe d e s e s t i m a r -se el registro escrito de Walter Allen de la historia que le fue transmitida simplemen-te porque su contenido no puede ser veri-ficado por la fuente original? Lo contrario aquí es sugerir que Walter Allen urdió todo esto él solo y entonces nos tendríamos que preguntar, ¿qué le podría haber motivado a montar esa historia en 1954 y luego no de-cir nada sobre ella durante más de 30 años? Por desgracia, sin embargo, parece que el testimonio de Allen está destinado a ser rechazado, como Ian Lawton y Chris Ogil-vie-Herald atestiguan en su libro de “Guiza: La Verdad”:

“... A menos que Sitchin pueda aportar una prueba mejor que ésta [el testimo-nio de Walter Allen], por lo menos el con-tenido del cuaderno, certificado por un testigo independiente y preferiblemente probado científicamente para autenticar la fecha, es inadmisible.”

Sin embargo, lo que Lawton y Ogilvie-Herald omiten aquí es que no es tarea de Sitchin, o de Allen (o de cualquier otro) demostrar que las inscripciones del interior de estas cámaras no son auténticas, sino que es la egiptología la que ha de demostrar que son

auténticas. No se puede refutar algo que aún no se ha demostra-do de manera concluyente. Eso es una falacia ló-gica, y así pues el peso de la prue-ba recae aquí directamente so-bre los hombros de la egiptología. En definitiva, es responsabilidad de la egiptología probar su pro-pio caso y no de Sitchin, Allen o cualquier otra persona, des-mentirlo.

Y así, tenemos que preguntarnos: ¿por qué la egiptología es tan reacia a examinar cien-tíficamente ni una sola de estas inscripcio-nes? ¿A qué responde ese reparo? Incluso la Iglesia Católica ha sido más atrevida, al haber dado el audaz paso de hacer analizar científicamente un pequeño fragmento de la Sábana Santa de Turín. Al hacer esto, la Iglesia Católica ha demostrado infinitamen-te más voluntad de aceptar la ciencia y el método científico para llegar a la verdad absoluta de una cuestión que la “ciencia” de la egiptología con respecto a las inscripcio-

No es tarea de Sitchin, o de Allen (o de cualquier otro) demostrar que las

inscripciones del interior de estas cámaras no son

auténticas, sino que es la egiptología la que ha de demostrar que son

auténticas.

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nes de estas cámaras. ¿A qué teme tanto la egiptología?

Y así, en ausencia de un escrutinio científi-co de estas inscripciones, lo que en defini-tiva tenemos aquí es un callejón sin salida: la palabra de Walter Allen (a través de su bisabuelo, Humphries Brewer) contra la palabra escrita del coronel Howard-Vyse. ¿Cómo podría romperse este estancamien-to? ¿Qué datos existen acerca de estos dos hombres que pudieran arrojar alguna luz sobre su carácter, lo que nos podría dar al-guna pista acerca de la clase de personas que eran en vida? De Humphries Brewer todo lo que tenemos es su obituario, que sólo dice amables palabras de él, si bien difícilmente puede ser considerado impar-cial, ya que probablemente fue redactado por su cónyuge o sus hijos. Con todo, no hay pruebas en ningún otro lugar que muestren tacha en el carácter de Humphries Brewer. El Coronel Howard-Vyse, por el contrario, tiene una historia bastante diferente.

Dejando de lado, por el momento, la acu-sación de Humphries Brewer contra Howard-Vyse y su equipo en 1837, se die-ron otras dos ocasiones en la vida del co-ronel Howard-Vyse en las que sabemos que su carácter moral fue cuestionado por otras personas. La primera de estas alega-ciones se remonta al inicio de la carrera de Howard-Vyse como político en el Reino Unido según la cual, después de ganar las elecciones de 1807 en la circunscripción de Beverley, uno de sus rivales, el Sr. Staple, acusó a Howard-Vyse de perpetrar fraude. Posteriormente, se llevó a cabo una dili-gencia en el Parlamento para investigar las alegaciones de fraude del Sr. Staple contra Howard-Vyse, a saber:

“A petición del Señor Philip Staple, se leyó: estableciendo que en las últimas elecciones a diputado para servir en el Parlamento por el distrito de Beverley, en el condado de York, el Señor John Whar-ton, el Señor Richard William Howard Vyse, [...] eran candidatos para repre-

sentar a dicho Municipio, [...] y que cada uno de ellos era culpable de soborno y corrupción y prácticas corruptas para conseguir ser elegidos diputados por di-cho distrito en el presente Parlamento...”

Por supuesto, podríamos intentar disculpar Howard-Vyse de estos cargos, pues a prin-cipios del siglo XIX tales prácticas eran mo-neda corriente. Sin embargo, esto no niega el hecho de que esta práctica en la época de Howard-Vyse era ilegal, y que Howard-Vyse lo sabía perfectamente. Howard-Vyse ha-bría sido muy consciente del tremendo ries-go que estaba corriendo. Y, sin embargo, a pesar de la posibilidad de una sentencia de cárcel y la deshonra familiar, Howard-Vyse seguía dispuesto a correr el riesgo a fin de lograr su objetivo. Esto no quiere decir, por supuesto, que Howard-Vyse fuese una mala persona; es muy posible que hiciera muchas cosas buenas en su vida. Lo que demuestra este episodio, no obstante, es su total dis-posición a recurrir a la infracción. E incluso aunque esta particular práctica corrupta

Estatua que representa al faraón Khufu (Museo de El Cairo)

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estuviera aparentemente generalizada en aquellos tiempos, seguía siendo ilegal, y lo que es más, era completamente inmoral. Y aun así Howard-Vyse no se resistió a ella.

El segundo cargo contra el personaje de Howard-Vyse viene de su propio diario pu-blicado, a saber:

“Hoy mismo me mostraron un párrafo difamatorio, destinado a ser insertado en los periódicos ingleses, que acusaba al coronel Campbell de haberse puesto él mismo indebidamente al servicio del Pachá mediante la obtención del firmán [concesión o permiso oficial expedido por la autoridad otomana], y que impli-caba que el coronel y yo mismo teníamos la intención de hacer nuestras fortunas bajo el pretexto de [realizar] investiga-ciones científicas... "

(Col. RW Howard-Vyse, Operations, p.225.)

Howard-Vyse no hace mención directa aquí en cuanto a la naturaleza precisa de las acu-saciones que se hacen contra él, ni revela quién las estaba haciendo. Es evidente, sin embargo, que alguien creía que las activida-des de Howard-Vyse en Egipto eran inade-cuadas y amenazó con exponer lo que es-taba haciendo, quedando así, una vez más, el carácter moral de Howard-Vyse en entre-dicho.

Y por último está el descubrimiento reivin-dicado por Howard-Vyse y su equipo de los restos de Menkaure (Micerino), que resul-taron ser totalmente falsos. En este sentido, el famoso egiptólogo británico Sir I.E.S. Ed-wards escribe:

“En la cámara funeraria original, el co-ronel Vyse había descubierto algunos huesos humanos y la tapa de un sarcófa-go antropoide de madera con el nombre inscrito de Micerino. Esta tapa, que está ahora en el Museo Británico, no pudo haberse realizado en época de Micerino, pues se trata de un tipo no usado antes del período Saíta. Las pruebas de radio-carbono han demostrado que los huesos datan de los primeros tiempos cristia-nos.”

(Sir I.E.S. Edwards: Las Pirámides de Egip-to.)

Así pues, lo que tenemos aquí son unos ar-tefactos arqueológicos de dos períodos di-ferentes que mágicamente se encontraron juntos en la pirámide de Menkaure (G3), habiendo sido hallados por el equipo de Howard-Vyse sólo después de que otros exploradores anteriores de algún modo los hubieran pasado por alto. ¿Por qué los huesos y el sarcófago no eran de la misma época? ¿Hemos de creer que había dos en-terramientos intrusivos de dos períodos di-ferentes? ¿Por qué entonces no hemos en-contrado fragmentos del sarcófago o de los huesos de la otra sepultura intrusiva (supo-niendo que había dos tumbas de este tipo)? ¿Acaso este hecho por sí solo no apesta a un intento de engaño por parte de Howard-Vy-

se y de su equipo, tratando de hacer pa-sar una cosa como algo que más adelante se descubrió que no era tal? Y si tenemos motivos para sospechar de un intento de fraude, tenemos que preguntarnos, ¿de qué modo repercute esto en la credibilidad de Howard-Vyse y sus descubrimientos en cualquier otro lugar de Guiza?

A este escritor más bien le parece que a dondequiera que fue Howard-Vyse y en cualquier campo de la actividad humana en que se implicó, el tufo del escándalo y de la comisión de algún tipo de fraude nunca estuvo demasiado lejos. Y así ahora nos te-nemos que preguntar: ¿Fue Howard-Vyse un hombre en el que se podía tener plena

Pirámide de Menkaure (Micerino) en Guiza

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confianza? ¿No hay acaso dudas suficientes acerca de este hombre, de tal modo que nos lleve a cuestionar lo que él afirmó haber descubierto en la Gran Pirámide? En suma, lo que tenemos aquí se parece a lo que en el lenguaje jurídico británico se conside-ra “sospecha razonable”: ¿existe base su-ficiente para dudar razonablemente de la veracidad de los testimonios publicados de Howard-Vyse en relación con sus descubri-mientos en la Gran Pirámide y otros más?

Si aceptamos la idea de que en realidad existen suficientes dudas sobre el carácter de Howard-Vyse, ¿cómo impacta esto en la egiptología y qué debe hacer la egiptología a partir de ahora? La respuesta es simple: la egiptología debe hacer lo que debería haber hecho en primer lugar con estas inscripcio-nes: considerarlas como no probadas has-ta que la ciencia propiamente dicha pueda autentificarlas. La egiptología debe dejar a un lado todos los testimonios escritos refe-rentes a estas cámaras y sus inscripciones y volver a las pruebas físicas reales, aplicando las ciencias exactas para tratar de determi-nar la autenticidad de estas inscripciones, pues éste parece ser el único medio adecua-do por el cual se puede establecer la verdad de estas marcas. Y puede haber una manera de hacer esto.

Como se dijo anteriormente, en su urgen-cia para acceder a estas cámaras selladas, Howard-Vyse recurrió al uso de la pólvora para abrirse camino hasta ellas. Lo que su-cede con la pólvora es que deja un finísimo residuo sobre las superficies que se en-cuentran en las proximidades de la explo-sión y también puede dejar trazas de explo-sión específicas (salpicaduras). El residuo resultante puede ser microscópico, pero se podría someter a pruebas forenses para hallar proporciones específicas de nitratos y plomo en las superficies afectadas por la explosión (el suelo, las paredes y el techo de estas cámaras). Si el patrón de los residuos es significativamente más bajo –o nulo– en las inscripciones, esto sugeriría en conse-cuencia que dichas inscripciones fueron es-critas después de la explosión de la pólvora y no antes, reivindicando así la palabra de Humphries Brewer. Si el residuo sobre la

superficie de las marcas es el mismo que en otras partes de la cámara, entonces, creo yo, esto reivindicaría a Howard-Vyse. Aunque algunas de estas pequeñas cámaras se han limpiado en los últimos años, las pruebas científicas todavía podrían resultar válidas, ya que deberían poder detectar lo que se encuentra debajo de la pintura, tal vez me-diante tests de restos microscópicos de po-len, de pincel o de fibras de caña atrapados en la pintura. También existe la posibilidad de que la pintura ocre rojo utilizada pueda ser datada mediante radiocarbono, ya que el agente aglutinador de esta pintura era a menudo extracto de clara de huevo, goma o miel.

Sin embargo, como ya se ha dicho anterior-mente en este artículo, no es tarea de nadie desmentir la autenticidad de estas inscrip-ciones; es responsabilidad de la egiptología afrontar estas cuestiones seriamente y de-mostrar científicamente que estas inscrip-ciones son auténticas, en lugar de aceptar informalmente el testimonio de un hombre cuyas acciones han llevado a muchos otros a cuestionar seriamente su carácter moral. Negarse a mantener una actitud científica sobre estas inscripciones simplemente ya no es una opción sostenible. El mundo me-rece saber la verdad.

Pero, ¿están los egiptólogos preparados para llevar a cabo este tipo de pruebas? ¿O ya les va bien dejar que este debate se degrade de forma indefinida con el fin de mantener el statu quo? ¿Desean realmen-te conocer la respuesta? ¿Están realmente interesados en la verdad? Bueno, deberían.

© Scott Creighton 2013

Este artículo se basa en un extracto del próximo libro de Scott Creighton, “Ark of the Gods”. Scott Creighton es un investiga-dor independiente británico, especializado en el Antiguo Egipto. Su sitio web es:

www.scottcreighton.co.uk

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DogmaCero 36Foto:: http://www.flickr.com/photos/library_of_congress/2179930076/sizes/o/in/photostream/

El engaño del cambio climático

Joel M. Kauffman

Joel M. Kauffman es licenciado en Quí-mica y profesor emérito del Departa-mento de Química y Bioquímica de la Universidad de Ciencias de Filadelfia

(USP). Doctor en Química Orgánica por el Instituto de Tecnología de Massa-

chussets (MIT). Su experiencia incluye cerca de diez años de investigación en

el desarrollo de fármacos en la USP y cuatro años en la Universidad de Mas-

sachusetts de Farmacia y Ciencias de la Salud. Con 80 trabajos sobre química y temas médicos y once patentes, in-

cluyendo dos medicamentos antituber-culosos, el Dr. Kauffman ha dirigido su atención a la exposición de los fraudes

en el ámbito de la Medicina. En este campo destaca particularmente su libro

“Malignant Medical Myths” (2006).

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Desde hace más de dos décadas se ha desatado un ola ecológica en todo el mundo apoyada por la aparición de la teoría del ca-lentamiento global antropogé-

nico (CGA, o en siglas inglesas, AGW), que viene patrocinada desde las más altas ins-tancias políticas internacionales y que ha lanzado un señal de alarma sobre el futuro del planeta y sobre su complicada “sosteni-bilidad”.

En efecto, el ex vicepresidente de los EE UU Al Gore apadrinó con su libro y documental “Una verdad incómoda” la corriente cientí-fica, política, económica y social acerca del grave peligro que supone la acción humana sobre la naturaleza, sobre todo en forma de emisiones de dióxido de carbono (CO2), que estarían provocando un progresivo efecto de calentamiento global, con dramáticas consecuencias sobre todos los seres vivos de la Tierra. De este modo, se ha ido crean-do una especie de religión neopagana cen-trada en el salvamento de Gaia, o la Madre Tierra, de la perversa acción de los huma-nos, en particular de las grandes compañías que explotan los combustibles fósiles.

Entre otras cosas, los defensores del CGA defienden que la temperatura sufrirá un fuerte incremento en el siglo XXI, que la capa de hielo de los polos y los glaciares se fundirá, que a finales de siglo el nivel de las aguas crecerá en varios metros, que los hu-racanes y otros desastres naturales crece-rán en número y en intensidad, que miles de especies animales acabarán por extinguirse y, finalmente, que se producirán enormes éxodos de refugiados climáticos. En suma, un escenario catastrofista ante el cual se debe actuar de forma preventiva y también contingente. Por cierto, habría que recordar que hace no demasiados años –la década de los 70– se alertó a la población mundial ante la expectativa de una nueva Edad del Hielo (!), vista la bajada de las temperaturas durante parte del siglo XX.

Así pues, nos encontramos que todas las instituciones internacionales (comenzando

por la ONU, que ha creado el IPCC, o Inter-governmental Panel on Climate Change), los gobiernos nacionales (aun cuando hay aparentes resistencias), las instituciones académicas e incluso las ONG “verdes” –que en esta cruzada se apuntan a las tendencias marcadas desde los organismos oficiales– han ido preparando una agenda global de medidas aplicables a toda la población hu-mana a fin de contrarrestar las amenazas de este proceso climático. Ahora bien, resulta paradójico que los grandes poderes mun-diales no muestren igual preocupación por fenómenos como los chemtrails, los alimen-tos modificados genéticamente, la defores-tación, el vertido de residuos tóxicos, la ma-siva contaminación electromagnética...

Sea como fuere, resulta que casi todo el mundo acepta que la actividad económica humana tiene un impacto significativo en el medio ambiente, y más en los últimos tiem-pos con el desarrollo industrial. Sin embar-go, al hablar del CGA, existe un grupo de científicos que, a pesar de la presión social y mediática de las supuestas verdades so-bre el cambio climático, se han posiciona-do firmemente en contra, porque creen que este fenómeno tiene mucho de maniobra socio-política pero muy poco de verdadera ciencia. Estas personas, que desde las altas instancias son acusadas de negacionistas (al mismo nivel que los negacionistas del SIDA o del Holocausto) y de estar a sueldo de las compañías petrolíferas, creen que los datos científicos disponibles no avalan en absoluto la existencia de un proceso de ca-lentamiento global ni un cambio climático de grandes proporciones.

Así, afirman simplemente que el clima cam-bia con regularidad, que la humanidad ya ha pasado por episodios de fuertes varia-ciones climáticas (y habría que recordar que los primitivos humanos soportaron una terrible Edad del Hielo viviendo en cuevas y vistiendo pieles de animales hace más de 12.000 años), que las emisiones de CO2 no pueden justificar cambios drásticos, y que de hecho no han tenido efecto alguno sobre

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la variación de las temperaturas en el siglo XX. Además, ponen de manifiesto que se ha creado una injustificada histeria sobre las emisiones de dióxido de carbono, como si este gas fuera un tóxico letal, cuando en rea-lidad es un elemento básico para el proceso de la vida en el planeta. Así pues, una vez descartadas las tesis del CGA, la mayoría de estos escépticos consideran que el origen de las variaciones climáticas se encuentra realmente en la actividad solar, tal y como apuntan los datos obtenidos hasta la fecha.

En definitiva, pese a la magnificación y re-petición de ciertas consignas, estos cientí-ficos apelan a su honestidad e integridad científica para afirmar sin tapujos que el CGA está más cercano a una pseudociencia o a una creencia que a un enfoque científico riguroso. De este modo, han destapado las incongruencias de esta corriente de pensa-miento, con sus manipulaciones, lecturas sesgadas, interpretaciones y predicciones sin fundamento alguno... Y todo ello por no hablar en clave conspirativa de ciertos co-rreos electrónicos y documentos que salie-ron a la luz en 2009 sobre acuerdos secretos para manipular u omitir datos y presentar otros que refuercen la versión oficial, o so-bre los esfuerzos para que los escépticos no difundan sus postulados, o sobre el oculta-miento del periodo cálido medieval.

No obstante, alguien podría decir que los negacionistas son cuatro iluminados e indo-cumentados. Pero no es así. La lista de cien-tíficos que se oponen al fraude del calenta-miento global es muy larga; es, de hecho, de miles y miles de expertos de todo el mundo, incluyendo especialistas de primera fila en meteorología, climatología, biología, ocea-nografía, física, química, geografía, y tam-bién algún Premio Nobel. Sin embargo, muy pocos artículos críticos o escépticos –por no decir casi ninguno– llegan a publicarse en las revistas científicas “de referencia” y tendríamos que preguntarnos por qué.

El dictamen de algunos críticos, como el biofísico Paulo Correa, es demoledor sobre

la naturaleza acientífica del CGA: “Sin una comprensión de conjunto, sistemática e in-terconectada del sistema no lineal formado por la atmósfera, los océanos, los continen-tes y la biosfera, los dogmas como el calen-tamiento global provocado por el hombre por mediación del CO2 sólo pueden salir adelante como parte de una agenda políti-ca dirigida a través de los medios. Con una comprensión funcional y de conjunto, estos dogmas no se muestran más válidos que las fantasías de un niño. Si se diera realmen-te un consenso mayoritario acerca de que el calentamiento global es real y de origen humano, entonces uno tendría que concluir que ese fue el consenso de una mayoría de adultos infantilizados, no de científicos ca-paces de pensar por sí mismos y de aplicar el método científico, sino de zombis masi-ficados compitiendo por empleos tecnobu-rocráticos.” (Paulo Correa. Global Warming: an official pseudoscience)

Ahora bien, dicho todo esto, no deberíamos caer en la fácil trampa o simplificación de dar carta blanca al desarrollo industrial, al crecimiento indefinido, a la globalización, a la tecnología, etc. pensando que son del todo positivos e inocuos para el avance del es-píritu humano. Ni cualquier tiempo pasado fue mejor ni el futuro nos depara necesaria-mente una felicidad basada en un sofistica-do entorno material. Es bien posible que el precio que tengamos que pagar por todo el desarrollo de nuestro mundo moderno no sea ambiental sino más bien ético.

El riguros artículo del profesor Kaufmann que presentamos viene a exponer con de-talle toda esta controversia dejando bien claro que la hipótesis CGA responde a una intencionalidad política pero que falta a la verdad en términos científicos. Así, el profe-sor Kauffman describe con un buen núme-ro de datos y observaciones científicas los graves defectos de la teoría CGA, sobre todo en la incorrecta recogida, selección e inter-pretación de datos, así como en la manip-ulación tendenciosa y alarmista que se ha hecho de la cuestión del CO2.

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¿Que a usted, querido lector, no le llegan estas noticias sobre disidentes científicos, sobre otras versiones del cambio climático? No se extrañe. La verdad siempre ha de ser unívoca, no pueden haber discrepancias ni dudas. Antes se dictaban las verdades desde un púlpito religioso y ahora se dictan desde una pantalla de TV y desde un despacho ofi-cial.

Redacción Dogmacero

Cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad.

Sir Arthur Conan Doyle, 1887

Introducción

El calentamiento global antropogénico (CGA) La hipótesis CGA sostiene que la Tierra se calienta al absorber la radiación solar en su superficie. A continuación, una parte del calor absorbido es irradiado de nuevo a la atmósfera. Entonces, algunos gases de la at-mósfera, llamados “gases invernadero”, ab-sorben gran parte de ese calor y lo irradian de nuevo hacia la superficie de la Tierra, ha-ciendo que la Tierra sea más caliente de lo que sería sin una atmósfera que absorbiese el calor. Se considera que el principal gas in-vernadero es, con mucho, el dióxido de car-bono (CO2), con algunas trazas de metano (CH4), ozono (O3) y de hidrocarburos halo-genados. El efecto invernadero también se suele comparar con el aumento de tempe-ratura que se produce en un coche apar-cado al sol. La hipótesis CGA se basa en la representación típica de la temperatura del suelo, que sería bastante constante entre los años 1000 y 1900 de nuestra era, pero que crece exponencialmente desde enton-ces, al igual que la representación típica de los niveles de CO2, lo que –según se afirma– nos da una correlación “casi perfecta”.

Los promotores de la hipótesis CGA reciben el apodo habitual –el menos peyorativo– de “calentólogos” [a los que podríamos lla-mar más asépticamente “oficialistas”] y sus principales fuentes de apoyo “oficiales” son los informes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) de 1990, 1995, 2001 y 2007. Existe un gran número de científicos que contribuyen a esta hipótesis, cuya opinión combinada es considerada como un con-senso entre los climatólogos. En cuanto a su difusión, la hipótesis CGA se enseña en las escuelas y facultades como un hecho, y se encuentra en el temario de muchos libros de texto. Hipótesis de la variación de la actividad solar Frente al planteamiento del CGA, muchos científicos serios citan las pruebas de que las variaciones en la radiación solar, la dis-tancia del Sol y el número de manchas so-lares son los principales responsables de los cambios de temperatura en la Tierra. Se han observado varios ciclos de 21 años y de 1.500 años (Alexander et al, 2007; Singer & Avery, 2007). Este grupo está formado por alrededor de 20.000 científicos, todos los cuales han expresado su incredulidad o sus dudas acerca de la hipótesis CGA. Esto in-cluye 19.000 firmantes de una petición del Instituto de Ciencia y Medicina de Oregón (desde 1998), todos ellos con titulaciones

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en ciencia e ingeniería, teniendo 2.600 de ellos credenciales específicas en ciencias del clima.

Estas firmas se pueden consultar en http://www.oism.org, a través del enlace “Global Warming Petition Project”. En 1997, un 90% de los climatólogos estatales no esta-ban de acuerdo con la hipótesis CGA (Singer & Avery, 2007: 65-66). El término menos peyorativo comúnmente utilizado para ca-lificar a los que no aceptan la hipótesis CGA es el de “escépticos del clima”, que en este trabajo se ha reducido a “escépticos”. Radiactividad y vulcanismo Tanto los “calentólogos” como los “escép-ticos” pueden aceptar que la radiación io-nizante primordial calienta la Tierra desde dentro. Además, hay pocas dudas de que la acción volcánica, especialmente bajo los océanos, calienta el planeta o que el polvo volcánico en la atmósfera puede enfriar la Tierra, aumentando su albedo, al igual que la contaminación por partículas.

Falsificación de una hipótesis

Muchas veces en el JSE (Journal for Scien-tific Exploration) incidimos en el principio científico de que unas pocas hipótesis se pueden demostrar, pero que cualquiera de ellas se puede descartar por una sola prue-ba que esté en desacuerdo con la hipótesis. Encontraremos muchos ejemplos de tal desacuerdo.

El texto de química de Linus Paulding de 1965 parece estar en desacuerdo con la hi-pótesis CGA:

“Hay grandes cantidades de dióxido de car-bono –en forma combinada– en el mar y en las rocas. El agua de mar contiene aproxima-damente el 0,15% de su peso en dióxido de carbono, principalmente en forma de HC03. La cantidad de dióxido de carbono conteni-do en el agua de mar es aproximadamente 65 veces mayor que en la atmósfera. En condi-ciones climáticas alteradas los océanos pue-

den liberar grandes cantidades de dióxido de carbono, incrementando su concentra-ción en el aire. Es probable que no hubiese grandes cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera durante el Periodo Carboní-fero, al menos no más que en la actualidad, lo que permitió que floreciera la vida vege-tal y que se establecieran los grandes yaci-mientos de carbón.” (Pauling, 1965: 335)

Fuentes Cuando sea posible, se citará la literatura revisada por expertos, o los libros que citan esas fuentes. Debido a la existencia de un cártel en el ámbito de la investigación y al control de los medios de comunicación en este campo (Bauer, 2004), pido compren-sión a los lectores en el uso que haga de los sitios web y de fuentes no referenciadas. Un ejemplo de la presión no científica en el campo del clima es el despido de seis re-dactores por parte del director de la revista Climate Research porque publicaron una revisión de la literatura sobre las tempe-raturas de largos periodos en los estudios de proximidad (Soon y Baliunas, 2003). La revisión incluía varios estudios en los que se encontraron resultados contradictorios con respecto a la gran mayoría de los estu-dios citados. Así pues, la revisión no citó de forma selectiva los estudios con un resul-tado deseado, sino que fue imparcial. Los despidos fueron denunciados por el doctor Zbigniew Jaworowski (2007). Ahora, otras importantes revistas se niegan sistemáti-camente a publicar artículos que no sean compatibles con la hipótesis CGA.

Correlación de los niveles de dióxi-do de carbono atmosférico con las temperaturas globales

Estaciones meteorológicas, 1940-1970 En la Figura 1, tenemos la correlación en-tre los valores comúnmente registrados de las temperaturas globales para el periodo

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1940-1978 (que se basan en las lecturas de los termómetros o equivalentes a 1 a 2 m. por encima del nivel del suelo) y los niveles de C02, tomados del Goddard Institute for Space Studies (GISS, la Universidad de Co-lumbia, Nueva York, NY; el GISS es un labo-ratorio de la División de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio Cien-cias de la Tierra [NASA]).

En este gráfico, las concentraciones de C02 aparecen estables en 310 ppm (partículas por millón) entre 1940 y 1948, y luego mues-tran un aumento a un ritmo creciente hasta 1970. Las temperaturas a nivel del suelo se presentan frente a un año base de 1940 = 0°, cayendo de forma errática hasta 0,17° en 1970. Dado que estas temperaturas de

estaciones meteorológicas estaban conta-minadas por el efecto “isla de calor urbano”, que se describe más adelante, el descenso de la temperatura rural real fue mayor. Ob-sérvese que no hay correlación alguna con los niveles de C02. El ligero aumento de la temperatura de 1952 hasta 1961 no está acompañado por un cambio simultáneo en la tasa de aumento de los niveles de C02.

Muchos calentólogos han tratado de expli-car esto como un efecto de enfriamiento de los aerosoles de sulfato procedentes de la quema de combustibles que contienen azufre. En términos generales, esto no tiene sentido alguno porque esa quema no surgió repentinamente; comenzó en 1940 y dismi-nuyó en 1970. Otros apuntan a la actividad volcánica, con sus eyecciones de polvo, que también enfrían la troposfera al reflejar la luz del sol (Robock, 2000). Sin embargo, el efecto de una erupción extremadamente larga dura normalmente entre uno y tres años, no 30. Así, después de las erupciones en Indonesia de 1815 y de 1833 se habló de “el año sin verano”, no de “los 30 años sin verano” (Tabla 1). La erupción del Tambora

en 1815 bajó la temperatura en gran parte del mundo en alrededor de 1 grado y la erupción del Krakatoa en 1883 bajó la temperatura en alrededor de 0,6 grados; en ambos casos du-rante menos de un año (Winchester, 2003). Por otra parte, sólo hubo una gran erupción en el periodo 1940-1970, también en Indonesia en 1963. Esto no podría explicar el descenso de la temperatura desde 1942 hasta 1952. Tam-

Figura 1. La temperatura global (escala izquierda) de las estaciones meteorológicas frente a la concentración de C02 en ppm en la atmósfera (escala derecha) 1940 a 1970. Disponible en:

GISS.NASA.gov. Consultado el 2003.

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poco el vulcanismo podría explicar la caída de la temperatura de 0,15° de 1897 a 1908, como se indica en la Figura 4.

Satélites y temperaturas de la troposfera, 1978-2007 Desde finales de 1978 se han utilizado los satélites para medir la temperatura de la

troposfera, mediante la observación lateral a través de la atmósfera. A diferencia de las estaciones meteorológicas, estos satélites cubren la mayor parte del planeta Tierra, incluyendo la mayor parte de los océanos. Las Unidades de Sondeo por Microondas del National Oceanic and Atmosferic Admi-nistration (NOAA, del Departamento de Co-mercio de EE.UU.) de los satélites en órbita

Figura 2. Concentración de C02 en ppm en la atmósfera (línea superior, escala de la derecha) desde 1979 hasta 2007 comparada con las temperaturas mensuales medias de la troposfera (línea quebrada, escala de la izquierda). Disponible en: http://www.junkscience.com/MSU_

Temps/UAHMSUglobe-m.htm. Consultado el 24 de julio de 2007.

Tabla 1: Principales erupciones volcánicas (1750-2000). Adapatado de Data in Robock (2000)

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polar han medido la intensidad de la radia-ción de microondas que surge del oxígeno atmosférico.

La intensidad es proporcional a la tempe-ratura de las grandes capas verticales de la atmósfera, como se ha demostrado a nivel teórico así como a través de comparaciones directas con las temperaturas atmosféricas obtenidas por los globos sonda.

Dado que las temperaturas tomadas por los satélites no se miden directamente y que se

debe realizar un procesamiento de datos de cierta complejidad, la concordancia con las lecturas directas de los globos es muy im-portante. Y puesto que se da esta concor-dancia, al menos las lecturas relativas son creíbles (Figura 2). Spencer y Christy de la Universidad de Alabama, Huntsville, en-cuentran un incremento medio de 0,054 ± 0,07° por década en este historial, mientras que otros ven valores más altos (Christy et al., 2007).

El registro de CO2 varía de 335 ppm en 1978 hasta 385 ppm en 2007 (Figura 2). En este

periodo todos los datos de CO2 son de Mau-na Loa y se determinan por un método de infrarrojos no dispersivo (NDIR). La curva anual en la línea superior que representa al CO2 se debe a fluctuaciones estacionales. El hecho de que los valores sean más altos en verano y más bajos en invierno puede estar causado por la mayor solubilidad del CO2 en el agua del mar en invierno que en verano. Téngase en cuenta que la tempera-tura máxima en 1998 no coincidió ni estuvo precedida por ninguna subida repentina o anormal en los niveles de CO2 registrados

en los últimos 20 años en el gráfico. Hay que observar que las bajadas de temperatura de 1984, 1989, 1993, 1999 y 2003 no coinci-dieron ni estuvieron precedidas por ningu-na caída correspondiente en los niveles de CO2. Además, cada año desde 1998 ha sido más frío, a pesar de un supuesto incremento constante en los niveles de CO2. Es decir, aquí tampoco no hay correlación alguna. En los últimos años, algunos resultados de esta-ciones meteorológicas que medían la tem-peratura están de acuerdo con las medidas tomadas en la atmósfera. Así, tenemos los datos y gráficos de las desviaciones de tem-

Figura 3. El enfriamiento global desde 1998 se muestra como desviaciones de temperatura desde el año de referencia de 1985, a partir de las estaciones meteorológicas no corregidas

por el efecto de “isla de calor urbano”. Gráfico construido a partir de datos de tablas disponi-bles en: http://www.cry.uea.ac.uk/cru/data/temperature/hadcrut3vgl.txt. Consultado el 12

de febrero de 2007.

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peratura media anuales a partir del año base 1985 (Figura 3) en la página web de la Universidad de East Anglia (UEA, 2007).

El descenso de la temperatura a partir de 1998, el aumento hasta 2003, y las caídas en 2004 y 2006, coinciden también con los datos de satélite. Desde 1998 todos los años han sido más frescos. El profesor John Mitchell, Científico Jefe de la Oficina Meteorológica del Reino Unido, demostró que los registros de los satélites podían compararse con los registros de estaciones metereológicas en tierra (Mitchell, 2007). Y no hubo grandes erupciones volcánicas en la década de 1990 (Tabla 1). Los resultados de las estaciones metereoló-gicas tomadas en 27 localizaciones rura-les de Australia muestran una temperatu-ra media de 17,3° en 1880, que disminuye irregularmente hasta los 16,7° en 1946, y seguida de un aumento irregular hasta 16,9° en 1990, una oscilación media de me-nos de 0,4° en 110 años. Por supuesto, no existe una correlación con los niveles de C02 (Endersbee, 2007a).

Si la hipótesis CGA es correcta, el C02 en la atmósfera debe absorber la radiación in-frarroja de la superficie de la Tierra. Esto aumenta la amplitud de la vibración mo-lecular, que es otra forma de decir que las moléculas de C02 se calientan. Cualquier vibración de este tipo sería comunicada y compartida con todas las otras moléculas de gas en el aire. Si esto ocurriera, el aire más caliente podría calentar la superficie mediante la re-irradiación de infrarrojos o por convección / conducción. Aun así, los datos de los globos y de los satélites (Figura 2) no muestran más que un calentamiento de la atmósfera entre 1978 y 2007 de 0,14 grados, mientras que las temperaturas en tierra, según el GISS, se habrían incremen-tado en 0,8 grados en este mismo periodo (Figura 4). ¿Cómo ha podido aumentar la temperatura de la superficie más que la temperatura de la atmósfera si ésta última debería haber calentado, supuestamente, a la primera? Esta disparidad se observó de forma inde-pendiente en otros estudios, incluyendo el de

Figura 4. La temperatura global (escala del eje izquierdo) de las estaciones meteorológicas frente a la concentración de C02 en ppm en la atmósfera (escala del eje derecho) 1880-2003.

Disponible en: www.GISS.NASA.gov. Consultado el 2003.

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S. Fred Singer, licenciado en Física por la Universidad de Princeton, cuya carta a Na-ture fue obviamente rechazada, como era de esperar. Singer señaló que no se obser-vaba el calentamiento troposférico espera-do en los trópicos. La carta está disponible en Internet en: blogs.nature.com/news/blog/200702/climate_report.html (Jawo-rowski, 2007).

Singer fue el primer director del U.S. Na-tional Weather Satellite Service (Servicio Nacional de Meteorología por Satélite de EE.UU.) y el fundador del The Science & En-vironment Policy Project (Proyecto de Po-lítica de Ciencia y Medio Ambiente), SEPP, una organización sin fines de lucro fundada en 1990. El aumento de temperatura más probable de la superficie terrestre del planeta en todo el siglo XX es de aproximadamente 1° (Michaels, 2004: 52), dejando aparte Aus-tralia (véase más adelante). Otra estimación se sitúa en +0,5° (Robinson et al., 2007). En todo caso, hay una escasa correlación con los niveles de C02. Anomalías en el registro de temperatura Periodo Cálido Medieval, 800-1300 De la revista New Scientist (Brahic et al., 2007) reproducimos lo siguiente: “Un mito: hacía más calor en la Edad Media que aho-ra, con viñedos en Inglaterra”. “En la actua-lidad hay una docena de reconstrucciones de temperatura del hemisferio norte que se remontan más allá de 1600. Estos estudios muestran periodos de calor inusual alrede-dor del año 900 hasta 1300, pero los deta-lles varían.”

Estos dos planteamientos son contradicto-rios. Se muestran diez gráficos de tempe-ratura superpuestos, uno de ellos el stick de hockey de Michael Mann1 en 1999, que

sigue siendo el gráfico de temperatura a largo plazo de mayor difusión. Salvo en el periodo comprendido entre 1890-2000, los gráficos no están de acuerdo entre sí. Si bien no hay concordancia en los gráficos correspondientes al periodo de 900-1300, ninguno de ellos muestra una temperatura en ese periodo que sea tan alta como la que se muestra para el año 2000. El trabajo de Mann parece ser un caso atí-pico para el periodo comprendido entre el 800-1300 al afirmar la ausencia de un pe-riodo cálido medieval, ya que sólo otros cin-co estudios están más o menos de acuerdo con el mismo. ¡En total, 109 estudios cita-dos en la revisión de 2003 encontraron un periodo cálido medieval! Nueve de estos estudios se referían a todo el mundo o a una amplia región, y cinco se referían al Ex-tremo Oriente. Fueron empleados muchos tipos de indicadores proxy2 en esta épo-ca previa a las mediciones termométricas, incluyendo perforaciones, documentación escrita, retroceso de los glaciares, cambios isotópicos en sedimentos, extracciones de hielo, recuentos de polen, cambios en el ali-neamiento de los árboles, y muchos otros (Soon y Baliunas, 2003). Es evidente que el artículo de New Scientist, y muchos otros que están de acuerdo con esto, tienen un objetivo distinto que el puramente científi-co. Tal objetivo se habría conseguido si se hubieran demostrado los errores de la ma-yor parte de los 109 estudios citados, deta-llando cada uno de ellos, cosa que nunca se ha hecho. Los resultados científicos no se logran ignorando simplemente los hallaz-gos que están en desacuerdo con aquello que deseamos.

Pequeña Edad de Hielo, 1300-1900

En Brahic et al. (2007), el stick de hockey de Mann no indica una Pequeña Edad de Hie-lo, pero el gráfico de los indicadores proxy basado en la longitud de los glaciares rea-lizado por J. Oerlemans (2005 ) sí la mues-

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tra, con una temperatura mínima en 1580 que es de 0,9° más baja que la de 1950. Este es un buen momento para referirnos a la pronunciada fusión de los glaciares en los últimos tiempos. De 1700 a 1825, de cinco a doce glaciares ganaron en longitud media (Figura 5). Desde 1825 hasta 1975 entre 12 y 169 glaciares se acortaron. A partir de en-tonces, ese acortamiento disminuyó hasta 1998; a continuación, surgió una divergen-cia entre los glaciares de los Alpes y el resto de los glaciares. Los glaciares no alpinos au-mentaron en longitud desde 1998. La mitad del retroceso en la longitud de los glaciares se produjo entre 1825 y 1906, antes de que supuestamente aumentaran los niveles de C02. Las alarmas se han disparado a partir de la pérdida de hielo de la Antártida. Según Singer y Avery (2007:12), sólo la península antártica que apunta hacia América del Sur es más cálida, mientras que el otro 98% de la Antártida se está enfriando.

La revisión de Soon y Baliunas (2003) tam-bién se planteó la pregunta “¿Existe una anomalía climática objetivamente discer-

nible durante el intervalo de la denomina-da Pequeña Edad de Hielo (1300-1900) en este registro de indicadores proxy?” De los 122 estudios que incluyeron este periodo, en dos no se encontró ninguna anomalía, en otros dos había errores, y en 118 se encon-tró que se trataba de un periodo de enfria-miento con temperaturas más bajas que en el siglo XX.

La pretensión del IPCC (2007) y de otros muchos de que los niveles preindustriales de CO2 se mantuvieron constantes en 290 ppm no tiene correlación alguna con las temperaturas mínimas de la Pequeña Edad de Hielo o las máximas del periodo cálido medieval. Los niveles reales de C02, al me-nos desde 1810 hasta 1965 se presentarán en la sección siguiente.

Era Cálida Actual (1900-2007)En Brahic et al. ( 2007 ), sólo dos de los doce gráficos de temperatura mostraron una os-cilación de 0,7° entre 1875 y 2000, los otros mostraron pocos cambios o finalizaron an-tes de tiempo.

Fig. 5. Longitudes de hasta 169 glaciares en el hemisferio norte desde 1700 hasta 2000. Adaptación de Oerlemans (2005). Usado con permiso del AAAS Science.

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J. Oerlemans (2005) realizó una tabla de temperaturas basadas en los indicadores proxy de las longitudes de los glaciares que era demasiado reciente como para figurar en la revisión de Soon y Baliunas (2003). En total, se calculó que el calentamiento global para el periodo 1900-1950 fue de 0,5 gra-dos, y de sólo de 0,2 en el periodo 1975-1990. Esto no guarda correlación alguna con los supuestos valores de CO2. La adición de un 0,1° en el aumento de temperatura de 1990 a 2007, como muestra la Figura 2, da un total de 0,8° para el periodo 1900-2007, coincidiendo exactamente con el anterior estudio de Michaels (2004). Esto no coinci-de con los datos publicados de las estacio-nes meteorológicas. La revisión de Soon y Baliunas (2003) tam-bién se hizo la pregunta “¿Existe una ano-malía climática objetivamente discernible en el siglo XX para considerarlo el más ex-tremo (más caluroso) del registro? (desde el 800 hasta el 2002)”. De los 104 estudios que abordan ese periodo, en 74 no se en-contró ninguna; en diez sí, pero con la tem-peratura máxima en el periodo 1920-1950; y en dos encontraron un máximo en el pe-riodo de 1950 a 2002. Desprovista de las islas de calor urbanas y de las fuentes de dióxido de carbono, la temperatura de la superficie del océano Ár-tico se redujo 2,0° y la temperatura atmos-férica a 1,4 km de altitud ganó 1,0°, como encontramos en más de 27.000 mediciones por medio de sondas aéreas utilizadas por los aviones de los EE.UU. que vuelan des-de Alaska y en las radiosondas de las es-taciones de hielo a la deriva rusas durante 1950-1990 (Kahl et al., 1993). El dióxido de carbono aumentó en un 16% durante este periodo (Fig. 4). Las temperaturas erróneas de las estacio-nes meteorológicas (en 48 estados nortea-mericanos) del periodo 2000-2006 propor-cionadas por el Dr. James Hansen de la NASA necesitaban una corrección del efecto 2000, que fue facilitada alrededor del 7 de agosto

de 2007 por el canadiense Steve McIntyre. Esto mostró que el año 1934 fue el más caluroso de los últimos cien años y no el 1998 o el 2006: http://data.giss.nasa.gov/gistemp/graphs/Fig.D.txt, primera consul-ta el 14 de agosto de 2007, una publicación rápida que merece el crédito de la NASA. La corrección anual de menos de 0,15° parece pequeña, pero téngase en cuenta otra com-paración: 1921 fue más cálido que 2006 a pesar de la contribución mucho mayor del efecto “isla de calor urbano” de este último año. La década de 1930 tuvo una desvia-ción del periodo de referencia de +0,50°, mientras que la década de 1990 la tenía de +0,42°, por lo que incluso con carácter de-cenal los años 30 fueron más cálidos que los 90. La amplia difusión de los datos que mues-tran un extraordinario incremento en las temperaturas tomadas en tierra de 1975 a 2007 (Figura 4), acompañada de terribles predicciones de que lo peor está por venir, es doblemente errónea: (1) A lo largo del si-glo XX no existe una correlación consistente entre los niveles de C02 y las temperaturas y (2) el supuesto aumento en la temperatura del suelo entre 1975 y 2007 es exagerado (está sesgado) por el efecto de “isla de calor urbano”. El gráfico de temperatura stick de hockey, de Michael Mann que fue presenta-do en el informe del IPCC 2001, con el in-cremento de temperatura desde 1900 hasta 1998 aproximadamente, fue silenciado en el informe del IPCC de 2007, y sin embargo muchos calentólogos todavía asustan al pú-blico con él. Estas deficiencias en el trabajo de Mann fueron tan graves que forzaron al propio Mann a publicar una corrección en la revista Nature en 2004 (McIntyre y Mc-Kitrick, 2005). Pero el cuarto informe del IPCC insiste aún en que la segunda mitad del siglo XX fue el periodo más cálido de los últimos 1.300 años (IPCC, 2007).

Efecto “isla de calor urbano” El terreno sobre el que se ha construido o que está pavimentado nunca sufre el efec-

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to del enfriamiento de la evaporación del agua. El agua se escurre a las alcantarillas o a las canalizaciones de agua. La calefac-ción en invierno –que incluye las tuberías de vapor subterráneas, así como las cale-facciones de las viviendas familiares y las de los edificios– mantiene las ciudades más calientes que sus alrededores, al igual que un vehículo al ralentí. En verano, los apara-tos de aire acondicionado, cuya eficiencia ronda el 50%, lanzan el doble de calor a la atmósfera que el calor que eliminan.

El problema es que, con el tiempo, las esta-ciones meteorológicas con termómetros se han visto rodeadas paulatinamente por las zonas urbanas en crecimiento, incremen-tando así las lecturas imputables a la acti-vidad humana local. Los calentólogos, sin embargo, insisten que las temperaturas del suelo (cerca de la superficie) que ellos pre-sentan ya están corregidas del efecto de isla de calor urbano.

En realidad, hay algunas pruebas de sesgo en la selección de las temperaturas de las zonas más urbanizadas. De alrededor de 110 estaciones meteorológicas de Califor-nia, el aumento medio en el periodo 1910-1989 fue de 0,30°. En cambio, las seis esta-ciones seleccionadas por el GISS para una compilación global de la temperatura tuvie-ron un aumento medio de 0,45° (Christy y Goodridge, 1995). Se constató también en las estaciones de Ca-lifornia una sorprendente dependencia de la temperatura, en función de la población del condado en el que se hallaba ubicada la estación medidora (Figura 6). Para un mis-mo periodo entre 1909 y 1995, se halló que en los municipios de menos de 100.000 ha-bitantes el aumento fue de 0,4° (no excesi-vo); en los condados de 100.000-1.000.000 habitantes, el aumento fue de 0,8°; y en los municipios de más de 1.000.000 habitantes, el aumento se situó en 2,3° (lo que llama la atención) (Goodridge, 1996).

Fig. 6 El efecto “isla de calor urbano”: las tendencias de calentamiento 1910-1995 en esta-ciones meteorológicas de California. La curva superior representa los condados con pobla-

ciones de > 1 millón de personas; la curva media, los condados con poblaciones de entre 0,1 y 1 millón de personas; la curva inferior, los condados con poblaciones de > 0,1 millones de

personas. De Goodridge (1996)

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El sitio web www.GISS.NASA.gov propor-ciona las mediciones de temperatura de los termómetros de las estaciones meteoroló-gicas a largo plazo en varios lugares, como se muestra en la Tabla 2.

La selección se elaboró combinando una amplia área geográfica y los registros “más antiguos” que se pudieron encontrar. Como se puede ver, sólo las grandes ciudades de Nueva York (+4,4°) y Tokio (+3,1°) se ca-lientan lo suficiente como para llamar la atención, así como Pasadena (+3,4°), que estaba rodeado por el creciente poblamien-to del condado de Los Angeles. Estas islas de calor urbanas no representan tempera-turas globales. Muchas gráficas de tempera-tura presentadas por los calentólogos a me-nudo comienzan en los años 1950 y 1970, un periodo frío (Figuras 1 y 4), por lo que son engañosos en comparación con los pe-riodos de tiempo más largos de la Tabla 2. El descenso global de temperatura de 1880-1990 de 0,4° en las estaciones meteorológi-cas de la zona rural de Australia se ha des-crito anteriormente. De la misma fuente, las

temperaturas medias de seis ciudades aus-tralianas, capitales de estado, aumentaron de 16,5° en 1885 a 17,7° en 1990, un cam-bio de +1,2° (Endersbee, 2007a).

Los defectos en el registro del dióxido de carbono

Gases de efecto invernadero: ¿cuáles son importantes ?

El término “gases invernadero” es citado con mucha frecuencia y, sin embargo, el único gas en el que se fijan los calentólogos es el C02. A veces, se mencionan el metano (CH4), los refrigerantes tales como el CCIF3, el ozono (O3) y otros. La composición del aire que se da en los libros de texto de quí-mica es casi siempre en base al aire seco, y por lo tanto no incluye vapor de agua (Kau-ffman, 2004). Con todo, los calentólogos proponen limitaciones draconianas a las emisiones de C02.

Sin saber a quién creer hace ocho años, elaboré un espectro infrarrojo del aire húmedo estival en Filadelfia, y encontré

TABLA 2: Los cambios de temperatura en diversas poblaciones de termómetros de estacio-nes meteorológicas, según la www.GISS.NASA.gov (en Crichton, 2003)

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que el 92% de la absorción se debía al vapor de agua, el 8% al C02, y ninguno al metano (Figura 7). El instrumento, un módem de FT-IR, se hizo funcionar en el modo de ab-sorbencia para que el área de la curva fuera proporcional a la concentración del gas pre-sente; asimismo, las múltiples absorciones de metano, C02 y agua estuvieron bien sep-aradas. La emisión térmica (infrarroja) de la Tierra (IR) en 3-30 μm (Masterton y Hur-ley, 1989) en términos generales, llega a un pico de cerca de 500 cm-1 (20 ppm), por lo que las absorciones de onda larga pueden ser más importantes que lo que su ampli-tud indica. El contenido medio de vapor de agua de la troposfera en las latitudes po-bladas de la Tierra es de aproximadamente 15.000 ppm. Añadiendo agua líquida y sól-ida, el total podría ser de 20.000 ppm, em-pequeñeciendo así la aportación de C02 a ≈ 385 ppm (Kauffman, 2004). Incluso se podría observar un mayor apor-te de vapor de agua en comparación con el C02 durante todo el año en los trópicos, ya

que la presión de vapor del agua aumenta en gran medida con la temperatura. Por el contrario, las regiones polares frías conten-drían menos vapor de agua, al igual que las regiones templadas en invierno. Por lo tan-to, se puede estimar que el vapor de agua es responsable de cerca del 60% del “efecto invernadero natural en todo el mundo” y que el C02 sería responsable de aproxima-damente el 20% (Singer & Avery, 2007: 40). Sin embargo, la falta de correlación de los niveles de C02 en el aire con la temperatu-ra del aire en la Figura 2 hace que incluso la cifra del 20% sea dudosa. El profesor del MIT Richard K. Lindzen atribuye al vapor de agua y a las nubes el 98% de cualquier “efecto invernadero” (Lindzen, 1992). La ausencia de vapor de agua sobre los de-siertos explica la mayor disparidad de tem-peraturas entre el día y la noche (también llamado intervalo de temperatura diurna). En las zonas no desérticas, el vapor de agua e incluso las nubes absorben y re-irradian rayos infrarrojos, por lo que la diferencia

Figura 7. Espectro infrarrojo del aire al nivel del mar, 760 torr., 28°, humedad relativa 76%, 29 de junio de 1999. Absorbencia frente a la frecuencia en números de onda (cm-1) correspon-diente a longitudes de onda de 2,5-25 μm. Se pueden encontrar otros detalles experimenta-

les en Kauffman (2004). Usado con permiso de The Journal of Chemical Education.

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de temperatura entre el día y la noche es menor, tal y como se describe en los libros de texto de química superior (Masterton y Hurley, 1989). Es posible que cualquier contribución humana a la sensación de ca-lentamiento de la superficie sea en forma de vapor de agua, resultante de la irrigación y de la combustión de combustibles que con-tienen hidrógeno (hidrocarburos o alcoho-les), que simplemente elevan la humedad o el punto en que se produce el rocío. Por lo tanto, el uso de hidrógeno puro como com-bustible a gran escala podría ser contrapro-ducente, especialmente si este combustible se ha obtenido a partir de hidrocarburos con C02 como subproducto, lo cual enviaría también una cantidad adicional de vapor de agua a la atmósfera. La electrólisis del agua mediante el uso de energía solar o nuclear no añadiría ninguna cantidad neta de hi-drogeno a la atmósfera en forma de vapor de agua o de CO2.

Registro en las extracciones de hielo anteriores a 1957 El doctor Zbigniew Jaworowski, del Labora-torio Central de Protección Radiológica de

Varsovia (Polonia), ha examinado los datos de concentraciones de C02. Según Jawo-rowski, hasta 1985 las concentraciones publicadas de CO2 en las burbujas de aire del hielo preindustrial oscilaban entre 160 y 700 ppm, con un pico ocasional de has-ta 2.450 ppm. Ahora bien, desde 1985, ¡las altas lecturas desaparecieron de las publi-caciones! Jaworowski puso como ejemplo flagrante de selección de datos el caso de Neftel A. et al., que en 1985 publicaron en la revista Nature que las concentraciones preindustriales de CO2 de una extracción de hielo de Byrd (Antártida) se situaban entre 330-500 ppm (puntos y barras en la Figura 8). Sin embargo, en 1988, también en Natu-re, y referido a la misma extracción, sólo se informaba de valores de 290 ppm o menos, de acuerdo con la hipótesis del “calenta-miento global” (zonas grises en la Figura 8) (Jaworowski, 1997).

Jaworowski señaló también que la cantidad de CO2 del aire depositado en el hielo en Summit (Groenlandia) durante los últimos 200 años osciló entre 243-641 ppm. “Este amplio espectro refleja accidentes imputa-bles al muestreo o a procesos naturales en

Figura 8. Concentración de C02 en las extracciones de hielo y la hipótesis CGA. Neftel et al. en 1982 mostraron valores de hasta 500 ppm (puntos y barras). En 1988 los mismos autores

publican mediciones de la misma sección de la extracción de hielo de Byrd (zonas grises), pero quedan fuera todas las lecturas de más de 290 ppm. Adaptado de Jaworowski (1997).

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la capa de hielo, en lugar de variaciones de las concentraciones de C02 en la atmósfera.” G.I. Pearman et al., en un artículo de 1986 publicado en la revista Nature, rechazó el 43% de las lecturas de C02, el 39% de las mediciones de metano y el 43% de las lec-turas de óxido nitroso en la extracción de Law Dome en la Antártida, ya que eran más altas o más bajas que los valores política-mente correctos, según Jaworowski. Final-mente optaron por un valor de 281 ppm de C02 para el periodo preindustrial. En una extracción de hielo de una perforación de 6.000 años de antigüedad de Camp Century (Groenlandia) las burbujas de aire mostra-ron una concentración de C02 de 420 ppm, mientras que en otra extracción de hielo en Byrd (Antártida), supuestamente también de 6.000 años de antigüedad, la concentra-ción se situaba en 270 ppm.

“Se arrojó nueva luz sobre la validez de la datación de los recientes estratos de hielo cuando se hallaron enterrados en el hielo de Groenlandia seis cazas (Lockheed Li-ghtning) y dos “fortalezas volantes” (Boe-ing B-17) de los EE.UU de la época de la II

Guerra Mundial. Estos aparatos estaban allí desde 1942, cuando tuvieron que hacer ate-rrizajes de emergencia. Los aviones fueron encontrados 47 años después, a una profun-didad de 78 m., y no de 12 m. de profundi-dad tal y cómo había sido estimado por los glaciólogos usando la datación por isótopos de oxígeno” (Jaworowski, 1997). Los ejem-plos anteriores indican que los “expertos” no saben qué edad tiene el hielo cuando perforan a una determinada profundidad.

Ahora vamos a ir de una selección sesga-da de datos a un fraude descarado. Las concentraciones de C02 recogidas en hielo supuestamente del siglo XIX en Siple, (An-tártida), fueron representadas por primera vez, como se muestra en la Figura 9a, con un pico de 330 ppm en 1891. Estos datos fueron arbitrariamente desplazados a la derecha del gráfico, ¡asumiendo que el aire ocluido en las burbujas era 83 años más joven que el bloque de hielo donde fueron encontradas!

Estos resultados ofrecían una coincidencia políticamente correcta con las mediciones

Figura 9. Alteración de los datos de las muestras de hielo (cuadrados) para adaptarse a la hipótesis CGA. La línea sólida es la concentración de C02 en ppm en la atmósfera de Mauna

Loa. Los datos originales están en (a) y la “corrección” arbitraria de 83 años, en (b). Adaptado de Jaworowski (1997, 2007).

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infrarrojas iniciadas en 1957 en la gran isla de Hawai, como se muestra en la Figu-ra 9b. Esta es la base para las afirmaciones del IPCC en su alarmante informe de 1990, repetidas sin cesar por los calentólogos. Según este informe, las concentraciones de C02 se situaban alrededor de 280 ppm en la época preindustrial (antes de 1800) y se dispararon de 310 ppm en 1950 hasta unas “sin precedentes” 380 ppm en 1990 (Jawo-rowski, 1997, 2007). Así pues, los datos de las extracciones de hielo están viciados por la selección, la contaminación y la difusión, así como por algunas presentaciones sos-pechosas, por todo lo cual son inservibles. Los análisis químicos de C02, 1812-1961 Muchos químicos y otros científicos se han preocupado desde hace 200 años de la acu-mulación de C02. Ya en 1812 era posible determinar el C02 mediante el pesaje de metales insolubles en agua (en su mayoría calcio y bario), carbonatos formados a par-tir de hidróxidos solubles al ser expuestos al aire. Entre 1857 y 1961, el método típico de medición consistía en la valoración del exceso de hidróxido después de que los bi-carbonatos se formaran por el CO2 con pota-sio, sodio o hidróxido de bario en agua, un método todavía común antes de 1970 (Kol-thoff et al., 1969). Para mayor detalle, se to-maba una muestra de solución de hidróxido de metal por encima de lo que se necesitaba para reaccionar con el CO2 presente en una muestra de aire para formar un ión de bi-carbonato. El exceso de iones de hidróxido todavía presentes se valoraba con un ácido estándar. Luego, se tomaba una cantidad in-usual de la solución de hidróxido metálico de exactamente el mismo volumen que la que se hizo reaccionar con el aire y se valo-raba con un ácido estándar. La diferencia en los volúmenes del ácido estándar utilizado permitía calcular la cantidad de C02 presen-te en la muestra de aire. Antes de utilizarse medidores de pH, se utilizaba un indicador

de fenolftaleína, y en particular la sombra de color rosa en el punto final de la valora-ción se comparaba con la de una solución de bicarbonato de sodio puro (pH = 8,35). El aire se secaba normalmente burbujeando a través del ácido sulfúrico para eliminar los efectos de las cantidades variables de vapor de agua, de modo que los resultados pudie-ran ser registrados en base a aire seco.

La pérdida de C02 debido a su solubili-dad en ácido sulfúrico ya fue reconocida en 1847, lo que daba una lectura a la baja de 20 ppm. Así que el gran error antes de esa fecha fue haber dado valores bajos de ppm, no altos. A veces, se utilizaban méto-dos volumétricos, en los que un volumen conocido de aire seco se liberaba de su C02 y se medía la contracción del volumen. Un proceso automatizado de este tipo, desa-rrollado por Kreutz en Giessen (Alemania), se utilizó para compilar 64.000 mediciones. Los químicos utilizaron muestras puras de C02 para cotejar su trabajo, y para poder comparar los resultados de unos y otros. En estos ensayos participaron varios premios Nobel y se registraron unos 90.000 resulta-dos individuales que fueron registrados en más de 180 artículos revisados por exper-tos (Beck, 2007).

En comparación con los denominados ni-veles preindustriales de 280 ppm, en 1812 se registró un nivel de 410 ppm, llegando a 450 ppm en 1825. Hubo niveles de 370 ppm en 1857, y cuatro conjuntos de medi-ciones dieron 350-415 ppm alrededor de 1940 (Figura 10). A partir de 1870-1920 se mantuvieron dentro de los valores de 295 a 310 ppm. A partir de 1955-1965 los valores fueron de 325 ppm. Beck escogió para este gráfico los ensayos más cuidadosamente realizados, siendo uno de éstos de Poona (India). Otro trabajo remarcable, no descri-to por Beck, fue una de las 350 mediciones, obtenida cerca de Point Barrow (Alaska), de 1947 a 1949, con un resultado medio de 420 ppm (Hock et al., 1952). Los dos en-

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sayos no europeos coinciden con los euro-peos de la misma época. Los lugares donde se obtuvieron muchos de estos resultados estaban cerca del mar o en islas, cuando fue posible realizarlos. En general, los quí-micos intentaron mantenerse alejados de cualquier fuente conocida de emisiones de C02. Varios químicos trazaron gráficos de la dirección del viento comparándolos con los niveles de C02, observando cierta correla-ción. De 1945 a 1965 el uso mundial de hi-drocarburos como combustible se duplicó (Robinson et al. 2007) mientras que los ni-veles de C02 se redujeron de 415 a 325 ppm, de manera que tenía que existir alguna otra fuente importante de C02.

Es evidente que no existe una correlación de las mediciones actuales de los niveles de C02 con los registros de las extracciones de hielo. Y no había ninguna razón válida para rechazar la mayoría o la totalidad de ellos, y sin embargo esto es lo que se ha hecho. Jaworowski (1997) mostró un diagrama (Figura 11 ) en base a los trabajos de G. S. Callendar, un ingeniero retirado y meteoró-logo aficionado, que seleccionó ~33 niveles de C02 que rodeó con un círculo en la Figura 11, al tiempo que rechazó ~6 que eran de menor nivel y ~60 que eran de mayor ni-

vel, mientras que otros rechazos se funda-mentan en la contaminación procedente de fuentes locales de dióxido de carbono. Los bajos niveles constantes de 1870 a 1920 y de 1955 a 1965 que se muestran en la Fig. 10 contradicen decisivamente este trabajo. Los análisis de CO2 mediante NDIR

A partir de 1957, la Applied Physics Corpo-ration de Pasadena (California) presentó un aparato de medición no-espectrométrica (NDIR) para el análisis de los gases por me-dio de su absorción infrarroja. La fuente de infrarrojos era una hélice Nichrome mante-nida a 525° C, y el haz de la radiación infra-rroja emitida fue dividida entre la muestra y las cámaras utilizadas como referencia. No se dieron las longitudes de onda de in-frarrojos ni se mencionó el empleo de filtro óptico, por lo que pudieron interferir otros gases en el aire seco, así como el vapor de agua en el aire húmedo (Anon, 1957). El instrumento se debía calibrar con frecuen-cia.

Posiblemente en torno a 1982 se utilizó un NDIR Siemens Ultramat 3. Las muestras de aire de una ubicación aparentemente ideal como Mauna Loa (Hawai), a una altitud de

Fig. 10 Concentraciones locales de C02 en el hemisferio norte de 1812 a 1961 obtenidas me-diante ensayos químicos. Los datos están suavizados por el uso de un promedio de 11 años.

Los datos entre las flechas verticales muestran el número de campañas de medición. Los ana-listas importantes con sus respectivos periodos de ensayos se muestran en color gris oscuro y

negro. Adaptado de Beck (2007).

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5.000 metros, se obtuvieron desde unas to-rres de 7 y 27 m. de altura, se secaron ha-ciéndolas pasar a través de un sifón frío, y se enviaron a través de una célula de flujo a 0,5 L/min. Cada 30 minutos la muestra se susti-tuía por una corriente del gas de referencia empleado. En diciembre de 1983 los están-dares de CO2 en N2 utilizados desde 1957 fueron reemplazados por los estándares de C02 que había en el aire, lo que parece ra-zonable. En los registros, se representaban las medias horarias de las concentraciones de CO2, de la velocidad y de la dirección del viento como base para la selección de datos para su posterior procesamiento. Asimis-

mo, se buscaban datos horarios estables en un lapso de ± 0,5 ppm durante, al menos, seis horas al día (y uno se pregunta qué po-dría alterar las lecturas durante el resto del día). No se hizo mención de si se comprobó el aire refrigerado para la eliminación total de vapor de agua, ni de la utilización de un filtro óptico (Keeling y Whorf, 2005), si bien las citas anteriores no fueron comprobadas. El metano (CH4) tiene una mayor absorción a las 15:04, el C02 a las 04:26 y el monóxido de carbono (CO) a las 16:07. A menos que se utilice un filtro de banda estrecha, pue-

den haber interferencias de estos gases o del vapor de agua.

Los niveles de C02 hallados en Mauna Loa oscilan en un espectro de 315 ppm en 1957 a 385 ppm en el año 2007, un periodo de 50 años, y son similares a los niveles sobre la Antártida, lo que muestra una buena mez-cla de la atmósfera. Dado que hubo un gran aumento, de 312 a 415 ppm, entre 1927 y 1944 (27 años) registrado en los ensayos químicos como se ha descrito anteriormen-te (Figura 10), no debería haber ningún motivo de alarma en la actualidad. El inicio de los datos de análisis por infrarrojos en

1958 mostró una concentración de C02 de 12 ppm menor (según los análisis de NDIR) que los mejores datos químicos de la épo-ca. Los datos químicos son muy coherentes entre sí. Esta discrepancia nunca se ha re-suelto.

Durante la era de los ensayos químicos, las mediciones de C02 eran realizadas por mu-chos operarios diferentes. Sin embargo, hoy en día existe un único tipo de ensayo con un solo grupo de investigación y sobre todo en una única localización. Dado que los costes

Figura 11. Promedio (puntos) de las concentraciones locales de C02 en el hemisferio norte 1812-1961 por análisis químico. Los valores que G. S. Callendar optó por utilizar en 1938 para

la hipótesis CGA se muestran rodeados en círculos. Se omiten los valores más altos y más bajos. Adaptado de Jaworowski (1997).

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implicados en la reducción de las emisiones de CO2 ascienden a billones de dólares, pa-rece obvio que se deberían realizar algunos ensayos de confirmación en lugares diver-sos y bajo los auspicios de organizaciones o personas independientes.

¿De dónde procede el C02?

Más de una estimación indica que la con-tribución humana al nivel actual C02 es del 4%, o 15 ppm (Jaworowski, 1997). El au-mento de nivel de C02 en los últimos 100 años parecen seguir –en lugar de preceder– a los leves calentamientos de la superficie terrestre (Beck, 2007; Jaworowski, 2007). Puesto que hay 50 veces más C02 disuelto en los océanos que lo que hay en la atmós-fera en la actualidad, se debe examinar la relación conocida entre la temperatura y la solubilidad del gas en agua. Durante la Pe-queña Edad de Hielo y más tarde, por ejem-plo 1700-1850, las bajas temperaturas hi-cieron que se disolviera más C02 en el agua de mar, según las mediciones alrededor de 1850 de Robert Bunsen, y mucho más des-de entonces.

Esto no es una diferencia trivial, dado que se disuelve un 20% más de C02 en el agua a 15° C que a 20° C (Partington, 1957). Por lo tanto, la existencia de concentraciones es-tables de C02 en el aire antes del año 1900, como afirman los calentólogos, es poco probable. Cuanto más aumentan las tem-peraturas de los océanos, menor cantidad de C02 puede retenerse en la capa superior de 3.000 m de los océanos, siendo entonces expulsado a la atmósfera. Las temperaturas medias globales del océano habrían sido valiosas, pero sólo se midieron las tempe-raturas de la superficie, por lo que he podi-do encontrar, y sobre todo en el hemisferio norte. Las mediciones recientes por satélite no se remontan lo suficiente en el tiempo. El registro más plausible que pude encon-trar se remonta a 1900-1987 en el Atlán-tico Norte, entre 0-70° de latitud norte. De 0 a 60° norte, el periodo de 1905 a 1940 mostró alrededor de un grado de calenta-

miento; posteriormente las temperaturas fueron estables y luego descendieron. El registro 60-70° norte mostró alrededor de 1,8° de calentamiento de 1922 a 1960, con el hundimiento de temperaturas a partir de entonces (Kushnir, 1994). Esta es la razón por la cual los ensayos químicos registraron un gran aumento de C02 en la atmósfera, de 295 ppm en 1885 a 440 ppm en 1944 (Figu-ra 10). El enfriamiento del Océano de ≈ 0,6° de 1940 a 1970 (Kushnir, 1994) llevó los ni-veles de C02 durante un tiempo a 325 ppm, entre 1955 y 1965 (Figura 10). Al menos cuatro estudios mostraron que el hemisfe-rio sur no se calentó tanto (Singer & Avery, 2007:39) como se apuntaba en un estudio de Endersbee (2007a). Los vientos domi-nantes del Atlántico Norte, al menos entre los 40° y 70° norte, soplaron sobre Europa y fueron la fuente del aire que se utilizó en la mayoría de los ensayos químicos (Beck, 2007).

Entonces, ¿qué podría calentar los mares en una región determinada, aparte de la ener-gía solar? Se conoce la existencia de volca-nes submarinos alrededor de Hawai y de Is-landia; el vapor forma nubes visibles. El C02 en la zona no es visible, a diferencia de las nubes de vapor. Hay nuevas islas hawaianas que están formadas por volcanes submari-nos al sureste de la Isla Grande, con la inevi-table emisión de C02 del mar en esa zona. Se han detectado amplias zonas calientes del océano con > 1° aumento permanente durante meses, muchos en el Océano Pa-cífico, algunos cerca de Hawaii (Goreau y Hayes, 1994). Quizás Mauna Loa no era una situación ideal, después de todo. Endersbee (2007b) cita un comunicado de prensa de 2001 de la Fundación Nacional de la Cien-cia: “Contrariamente a sus expectativas, los científicos en un crucero de investigación por el Océano Ártico han encontrado evi-dencia de que la Cordillera Gakkel [...] puede tener una importante actividad volcánica. Hace unos años, una exploración submari-na del Océano Ártico halló bajo la capa de hielo polar unos 15 grandes respiraderos geotermales a lo largo de la zona de fractu-

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ra del Ártico y la evidencia de la reciente sa-lida de lava.” Charles Languor, científico del Observatorio Terrestre Lamont-Doherty, de la Universidad de Columbia, dijo: “Hemos encontrado más actividad hidrotermal en este crucero que en 20 años de exploración en la Cordillera del Atlántico.” Por lo tanto, la hipótesis CGA no es necesaria para expli-car el derretimiento del hielo ártico.

El gráfico stick de hockey de CO2 frente a tiempo es tan poco probable como el grá-fico stick de hockey de temperatura frente a tiempo. Y así, la hipótesis CGA presenta la posibilidad de ser refutada sobre la base de la escasa correlación tanto de los registros químicos convencionales de C02 como de los registros de temperatura; en cambio, los niveles de C02 en un ensayo químico tienden a subir después de un aumento de tempe-ratura.

¿Cuál es la causa más probable del cambio climático?

Esta sección va a ser muy breve en compa-ración con los apartados anteriores, ya que el objetivo principal de este artículo es dar a conocer lo que se sabe acerca de la falsabi-lidad de la hipótesis CGA, objetivo ya cum-plido con todo lo expuesto anteriormente.

Plantéemos ahora una visión alternativa. La presencia de más manchas solares y de pe-riodos más largos de manchas solares com-porta una mayor actividad magnética solar, que protege a la Tierra de algunos rayos cósmicos, causando menos formación de nubes y, por lo tanto, calentamiento (Svens-mark y Calder, 2007). El mínimo de Maun-der en las manchas solares ocurrió a partir de 1640-1710, cuando durante 70 años se dieron pocas manchas solares (o ninguna). Esto se corresponde bien con el periodo más frío de la Pequeña Edad de Hielo (Sin-ger & Avery, 2007, p. 8). Durante la mayor parte del siglo XX se hizo una correlación de la actividad de las manchas solares y las lluvias en África del Sur. Hay un aumento

repentino de casi tres veces en los flujos anuales en el río Vaal durante los 3 años an-teriores a un máximo de manchas solares en comparación con los 3 años siguientes a un máximo de manchas solares. Esto se aso-ció directamente con un aumento de seis veces en el número de manchas solares, de 25-60 manchas de mínima a 250-400 pun-tos de máxima. El número de máximas de manchas solares han aumentado a lo largo del siglo XX, lo que se traduce en un sol más cálido (Alexander et al., 2007).

La Tierra no gira con el sol sobre uno de los focos de la elipse orbital, sino que real-mente gira alrededor del centro de grave-dad del sistema solar. Cuando la órbita de la Tierra alcanza una excentricidad extre-ma, como en 1993, ésta fue de 3,7 millones kilómetros más cerca del Sol en enero que en junio. La potencia en vatios recibida en enero se calculó en 1.417 W/m2 y en junio de 1.350 W/m2, con una diferencia de 67 W/m2 (un 5%), mucho mayor de lo que reconoce el informe del IPCC de 2001: 0,3 W/m2, ¡una diferencia 200 veces inferior! (Alexander et al., 2007). Según el profesor Robert C. Balling, Jr., ex Director de la Ofi-cina de Climatología de la Universidad Es-tatal de Arizona, un aumento de 3 W/m2 de radiación solar recibida aumenta la tempe-ratura de la superficie en 0,7° C. De hecho, este fue el aumento de radiación solar re-cibida en el periodo 1900-1990 (Michaels, 2004:60-61, 210-233). Esto coincide con el 0,6-1º de aumento estimado para el perio-do 1900-2007.

Durante los ciclos largos de manchas so-lares, el campo magnético de la Tierra se debilita, y los rayos cósmicos penetran en la troposfera en mayor número, causando nubosidad alta y nubes bajas y húmedas que enfrían la Tierra, formadas mediante la llamada siembra de nubes (nucleación) (Michaels, 2004: 62-63, Singer & Avery, 2007:9). Durante la Pequeña Edad de Hielo, en realidad de 1610 a 1715, casi no hubo manchas solares. Un mejor ajuste lineal (suavizado) del gráfico del número de man-

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chas solares desde 1750 hasta 2007 mostró 39 manchas en 1750, que pasaron a ser 66 en 2007, lo que demuestra un sol más ac-tivo (Endersbee, 2007b).

Diez científicos de la ortodoxia académica (incluyendo al fallecido Gerard Bond) de la Universidad de Columbia, de la Academia de Ciencias de Heidelberg, de la Universi-dad de Arizona, de la Universidad Estatal de Carolina del Norte y del ETH de Zúrich presentaron una gran recopilación de sus propios hallazgos titulado “Influencia solar persistente en el clima del Atlántico Norte durante el Holoceno”.

Las evidencias presentadas proceden de una estrecha correlación entre los cambios en las tasas de producción de los nucleidos cosmogónicos de carbono-14 y berilio-10 y de indicadores proxy –en una escala tempo-ral de cientos a miles de años– del hielo a la deriva medidos en muestras de sedimen-tos de aguas profundas. Así, un mecanismo relacionado con el Sol puede ser la razón fundamental de al menos el segmento del Holoceno (desde hace 11.500 años hasta el presente) del ciclo de 1.500 años del At-lántico Norte. “Nuestros resultados apoyan la hipótesis de que la variabilidad solar seguirá influyendo en el clima en el futu-ro, que hasta ahora se ha basado en la ex-trapolación de pruebas únicamente de los últimos 1.000 años...” (Bond et al. 2001). La variabilidad del clima está pues fundamen-talmente vinculada a la radiación solar.

Richard Willson, afiliado a la Universidad de Columbia y a la NASA, informó que la radiación solar ha aumentado en casi un 0,05% por década desde finales de 1970. Willson utilizó datos de tres satélites di-ferentes ACRIM de la NASA que seguían la actividad solar para documentar un regis-tro de veinticinco años de irradiación solar total de 1978 a 2003. La tendencia es im-portante porque la producción total de en-ergía del sol es enorme. Una variación de 0,05 por ciento en su producción es igual al consumo total de energía humana. (Singer & Avery, 2007, p. 192)

Ad Hominem

En pocos campos supuestamente basa-dos en la ciencia ha habido tan alto grado de polarización y rechazo a considerar ex-plicaciones alternativas de los fenómenos naturales como el cambio climático en la actualidad. Los “calentólogos” acusan a los escépticos de estar a sueldo de las com-pañías petroleras y los escépticos acusan a los “calentólogos” de hacer cualquier cosa con tal de recibir subvenciones. Er-nst-Georg Beck (por correo electrónico) y yo afirmamos que no tenemos conflicto fi-nanciero alguno.

El reciente descubrimiento de Beck del registro de C02 del periodo 1812-1961 no es único ni es el esfuerzo de un excéntrico (Beck, 2007). G. Slocum también publicó sobre esta cuestión en 1955; FSK Fonselius y K.-E. Warme en 1956, y Z. Jaworowski et al. en 1992 (Jaworowski, 2007). El artícu-lo de Beck ha sido criticado por Georg Hoffman, quien escribió que los flujos de C02 necesarios para dar algunos de los va-lores altos son inimaginablemente altos.

Esto se contrarresta fácilmente por mi cál-culo de que si se liberase todo el C02 de los océanos, entonces el nivel en el aire se-ría de alrededor de 20.000 ppm. Como se dijo anteriormente, un aumento de 1° en el Océano Atlántico Norte fue seguido por un aumento de 115 ppm en el C02 de 1925 a 1945. Hoffman citó análisis de CO2 de 2003 en París de 425, 430, 508 y 542 ppm como supuesto ejemplo de por qué las medicio-nes más antiguas, realizadas con la presen-cia de pocos o ningún vehículo a motor y lejos de fuentes conocidas C02, debían estar mal. Hoffman cita datos de extracciones de hielo ignorando que son inútiles, por las ra-zones antes citadas, y desprecia los trabajos de Beck, revisados por expertos (Hoffman, 2007).

Parece ser que entre 1985 y 1988 se tomó la decisión de presentar las concentracio-

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nes de C02 para antes de 1958 sin picos ni caídas y aceptar un nivel preindustrial de 280 ppm. Sin embargo, el informe del IPCC de 1990 presentó una reconstrucción muy razonable de las temperaturas de los últi-mos 11.000 años (Figura 12). Parece obvio que los cuatro periodos cálidos (y varios periodos fríos) que se muestran, apoyados por los datos ofrecidos anteriormente, de-bieron haber requerido unas correspon-dientes mayores (o menores) concentracio-nes de C02 según la hipótesis CGA.

El informe del IPCC de 1995 también mos-tró la Pequeña Edad de Hielo y el Periodo Cálido Medieval (Singer & Avery, 2007. P 68). Así que esta no-correlación debía re-solverse modificando el registro de C02 o el registro de temperatura. La mayoría de in-vestigadores optaron por esto último, y así pues en el informe del IPCC de 2001 apa-reció el stick de hockey de Michael Mann de 1998, que ha sido identificado como un fraude por parte de muchos investigadores, como se ha señalado anteriormente. Y es bien sintomático de la visión del calentólo-go (¿termocefalia?) que la reconstrucción de la temperatura de Mann se siga presen-tando como un dogma de fe, a pesar de que ya no aparece en el Informe del IPCC de 2007.

Cabe señalar que se publicó todo un libro, Shattered Consensus, con el único propósito de denunciar los defectos en el informe del IPCC de 2001 (Michaels, 2004). En el caso de Michael Mann, dos canadienses, Chris Essex y Ross McKitrick, solicitaron a Mann los datos originales, que éste les proporcio-nó de forma incompleta y de mala gana. Aun así, fueron capaces de reproducir el Gráfico de Mann parcialmente con los datos de un generador de números aleatorios. Mann también le dio gran importancia al ancho de los anillos de los árboles de un lugar con-creto de California, sin el ajuste adecuado del efecto de la lluvia o del C02 utilizado en los fertilizantes. Los métodos empleados, publicados en un apéndice de un trabajo de Mann en Nature, fueron, cuando menos, oscuros. Essex y McKitrick informaron al editor de Nature, donde Mann había publi-cado su trabajo, exigiendo una “corrección de errores”, que apareció en el número del 1 de julio de 2004. Esta corrección fue incom-pleta e introdujo nuevos errores (Essex y McKitrick, 2002: 154-174; Michaels, 2004: 1-49; Singer & Avery, 2007: 68-71).

Uno de los científicos del IPCC que traba-jó en el informe de 2001, el Profesor John Christy de la Universidad de Alabama, se-ñaló que había un sesgo evidente entre los

Figura 12. Las variaciones globales de temperatura de los últimos 10.000 años. Documentado con indicadores proxy desde 1990. Informe del IPCC, como aparece en Jaworowski (2007).

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principales investigadores (él era uno de ellos), el 80% de los cuales apoyaba clara-mente el Protocolo de Kyoto para limitar las emisiones antropogénicas de C02. “Dada esa situación, no es demasiado difícil encontrar sectores en el IPCC 2001 que parecen negar aquella objetividad científica que pudie-ra contradecir la imagen de que el cambio climático peligroso es una certeza, según lo proyectado por los modelos.” Christy citó las predicciones del informe del hemisferio norte acerca del retroceso del hielo marino presentado como prueba de los modelos válidos de calentamiento y la ausencia en el informe de los datos del hemisferio sur que, encontrados por Christy resultaron ser opuestos, invalidando así el modelo del IPCC (Michaels, 2004, pp 74-75). Además, parece ser que el IPCC no reconoce el calen-tamiento del Ártico procedente del vulca-nismo submarino (véase más arriba).

¿Qué hay acerca de la afirmación del IPCC de que han encontrado la “huella del hom-bre” en el calentamiento global actual? Esa declaración fue insertada en el resumen ejecutivo del informe del IPCC de 1995 por razones políticas, no científicas. En aquel

momento se editó el “volumen científico” para presentar cinco planteamientos distin-tos (todos ellos aprobados por los asesores científicos del panel) que expresaban espe-cíficamente que no se había encontrado tal “huella humana”. El autor del capítulo sobre ciencia del IPCC, un funcionario del Gobier-no de los EE.UU., admitió públicamente ha-ber hecho en la trastienda cambios científi-camente indefendibles. Esta persona estaba bajo la presión de altos funcionarios del Gobierno de Estados Unidos para actuar de ese modo. (Singer & Avery, 2007, pp 9-10)La máxima preocupación sobre el “cam-bio climático” no es original, y hay moti-vos ocultos detrás de la histeria del calen-tamiento global. Maurice Strong, que fue parcialmente responsable de organizar el Protocolo de Kyoto, declaró: “Es posible que lleguemos al punto en que la única mane-ra de salvar al mundo sea colapsar la civili-zación industrial.” Timothy Wirth, Subsec-retario de Estado de EE.UU. para Asuntos Globales, dijo: “Tenemos que considerar el tema del calentamiento global. Incluso aun-que la teoría del calentamiento global esté equivocada, debemos hacer lo correcto en términos de política económica y de políti-

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ca ambiental.” Richard Benedick, Secretario Adjunto de Estado, declaró: “Debe ser im-plementado un tratado sobre el calenta-miento global, aunque no haya evidencia científica que apoye el [hinchado] efecto invernadero.” (Jaworowski, 1999)

En el Resumen para los Responsables de Políticas del Informe del IPCC de 2007, la ahora ubicua letanía de falsas declaraciones sigue: (1) Que el C02 producido por el hom-bre causó que el espectro natural [sic] de 180-300 ppm de los últimos 650.000 años fuese sobrepasado, (2) que la actividad humana desde 1750 calienta el clima, (3) que el calor de los últimos cincuenta años es el más alto de los últimos 1.300 años y que es muy probable que lo provoque el C02 de origen humano, y (4) que a finales del siglo XXI la temperatura de la superficie se incrementará entre un 1,1° y un 6,4° (Ja-worowski, 2007). Los cuatro puntos están en contradicción con los datos indicados anteriormente.

Los calentólogos han formulado alarman-tes predicciones acerca de que el calenta-miento global causará tanto un calenta-miento como un enfriamiento, tanto las sequías como las inundaciones, el aumen-to del nivel del mar, y la desaparición de la corriente del Golfo. La idea es cubrir todas las eventualidades. En los comentarios del Commonwealth Club, de San Francisco, del

15 de septiembre de 2003, el doctor Mi-chael Crichton habló de “El Edén, la caída del hombre, la pérdida de la gracia, la llega-da del fin del mundo... son estructuras míti-cas profundamente arraigadas, se trata de cuestiones de fe... Y también lo es, por des-gracia, el ecologismo. Cada vez más, parece que los hechos ya no son necesarios, pues-to que todos los principios del ecologismo se basan en creencias. Se trata de si uno se convertirá en pecador o si se va a salvar. Se trata de que usted se posicione del lado de la salvación o del lado de la fatalidad. Que sea usted uno de nosotros o uno de ellos.” (Crichton, 2003)

Un mal resultado de “C02-manía” fue el co-mienzo del comercio de carbono. “La idea era que si la empresa A puede reducir las emisiones de forma más barata que la em-presa B, entonces B puede pagar a A para que haga reducciones por los dos.” Así, los grandes contaminadores pueden comprar créditos baratos de “compensación” en el extranjero (Lohmann, 2006). No se produ-ce una reducción real de las emisiones de C02, pero las empresas de comercio de emi-siones de carbono pueden lograr grandes ganancias, por lo que algunos calentólogos apoyan el plan, pero otros no. Los enormes costos de las limitaciones propuestas en las emisiones de C02 degradarán las condicio-nes de vida en todo el mundo. “El control de la [resultante] inestabilidad social puede

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muy bien ser el verdadero reto al que nos enfrentemos” (Lindzen, 1992).

A veces avergonzados por los datos con-tradictorios, los calentólogos han llegado al punto de acusar a los escépticos de es-tar en la misma categoría que los negado-res del Holocausto. Una buena respuesta es recordarles otros preceptos de la era nazi: “Toda propaganda debe ser popular y tiene que adaptar su nivel espiritual a la percep-ción de los menos inteligentes de aquellos a los que está dirigida” y “En el tamaño de la mentira se contiene siempre un cierto factor de credibilidad, ya que las grandes masas de la población [...] caerán más fácil-mente víctimas de una gran mentira que de una pequeña.” (Hitler, 1933).

Conclusiones

La hipótesis CGA no es compatible con los registros de temperatura de la superficie de los últimos 250 años o con los indicadores proxy climáticos más numerosos y creíbles de los últimos 1.000 años, o con medidas superficiales recientes en las zonas rurales o con las temperaturas atmosféricas.

El registro más comúnmente presentado de los indicadores proxy de temperatura, el de Michael Mann, ha demostrado ser un grave error. La superficie de la Tierra se ha calen-tado aproximadamente 0,6-1° desde 1900, incluyendo partes del Océano Atlántico. La troposfera se ha calentado de forma errá-tica en alrededor de 0,2° desde 1979, sin correlación alguna con los niveles de C02. El periodo comprendido entre 1000-1400 muestra temperaturas, según múltiples in-dicadores proxy, altas o ligeramente más altas que las actuales. La Pequeña Edad de Hielo mostró temperaturas de la superficie de alrededor de 1° más bajas que en 1900, o de 2° más bajas que en la actualidad. Sólo las áreas metropolitanas grandes tuvieron aumentos del orden de 3-4°. La década de 1930 fue más cálida que la de 1990.

Los registros de CO2 previos a 1958, ba-sados en indicadores proxy y en datos de muestras de hielo, más comúnmente pre-sentados se mostraron erráticos.

Los análisis químicos directos del periodo 1812-1965 no pueden ser ignorados. El ni-vel previo a 1957 de C02 no era ciertamente de 290 ppm en el aire, sino que fue mayor durante varias épocas del periodo 1812-1965 (415 ppm en 1940). El aumento cons-tatado de la temperatura de los océanos parece haber precedido al aumento en los niveles de C02 y de hecho pudo haber sido su origen. El gas invernadero predominan-te es el vapor de agua, no el C02. Asimismo, una mayor cantidad de vapor de agua limita la variedad de temperaturas día / noche.

Se han encontrado muchos errores en los informes del IPCC, institución que debería haber sido la fuente más definitiva sobre el cambio climático y las predicciones climáti-cas, pero no ha sido así. Los cambios de úl-tima hora efectuados subrepticiamente en los informes no fueron revisados por mu-chos de los científicos que contribuyeron al mismo. Tampoco existe el pretendido con-senso en la hipótesis CGA y su influencia en el cambio climático.

Los límites impuestos a las emisiones de C02 no producirán efecto alguno y causarán graves caídas en los niveles de vida en los países industrializados, en caso de apro-barse. La reputación de los científicos y de la ciencia puede quedar irreparablemente dañada por los informes de mala conducta y pérdida de ingresos fiscales en la promo-ción de la hipótesis CGA, y esto puede afec-tar a otros campos de la ciencia más allá del cambio climático.

Nada de todo esto se debería interpretar como tolerancia hacia el uso derrochador de los combustibles procedentes de hidro-carburos. Así pues, debemos preservarlos o sustituirlos tan pronto como sea posible

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por obvias razones económicas, no por un calentamiento global amenazante.

© Joel M. Kauffman 2007

Fuente: Journal of Scientific Exploration, Vol. 21, n.º 4, pp 723-749

Notas

1Michael Mann es uno de los científicos más destacados en la defensa de la hipóte-sis CGA, y se le suele citar en referencia a su gráfico con forma de stick de hockey, que –tras una larga época de cierta estabilidad– indicaría una brusca subida de temperatu-ras durante el siglo XX. (n. del editor)

2 Término que en la literatura científica se utiliza para referirse a datos indirectos o sustitutivos (o “aproximaciones”); se trata de diversos métodos que ofrecen estima-ciones de temperatura para las épocas en que no se realizaban mediciones de ésta. (n. del editor)

Agradecimientos

Anne M. Klinkner centró mi atención en las temperaturas de los océanos, y Frances E. H. Pane editó el manuscrito.

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Todos los pueblos de la antigüedad se fija-ron en un mismo punto del cielo: La conste-lación del Cisne. Pero ¿Por qué?

Desde Gobekli Tepe a la Gran Piramide, lle-gando a los límites de la astrofísica, Andrew Collins busca respuestas en una extraordi-naria búsqueda histórica para descubrir la religión basada en el cielo de nuestros más lejanos antepasados.

The Cygnus Mystery muestra evidencias convincentes de que

Cynus está en el origen de todas las religio-nes del mundo.

Los rayos cosmicos de una estrella binaria conocida como Cygnus X3 ayudaron a ace-lerar la evolucion humana durante la ultima Edad de Hielo.

Revela que nuestros antepasados sabian lo que la ciencia nos esta diciendo: la la vida en la Tierra se origino en las estrellas, un hecho conocido y aceptado por nuestros antepasa-dos.

Visite:http://www.amazon.com/The-Cyg-nus-Mystery-Unlocking-Ancient/

dp/1906787557

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El legado prohibido de una raza caída (I)

Andrew Collins

Andrew Collins es escritor e investiga-dor, autor de diversos libros

("The Cygnus Mystery", "Lightquest", "Gateway to Atlantis-The Search for the Source of a Lost Civilisation", "Beneath

the Pyramids-Egypt's Greatest Secret Uncovered", entre otros).

En este artículo Collins se adentra en el análisis de los misteriosos "vigilantes" de los que nos habla Enoc, su origen y

naturaleza y su conexión con unos mis-teriosos personajes, que la historia aca-démica situa en el terreno de la leyenda

y la mitología, pero que, según Collins, se trataría de seres de carne y hueso que tuvieron gran influencia en el desarrollo

de la civilización de Mesopotamia.

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Los ángeles son algo que asocia-mos a las bellas pinturas pre-Ra-faelitas o del Renacimiento, a las estatuas de la arquitectura gótica o a los seres sobrenatu-

rales que intervienen en nuestras vidas en tiempos de problemas. Durante los úl-timos 2.000 años ésta ha sido su imagen estereotipada, fomentada por la Iglesia cristiana. Pero, ¿qué son los ángeles? ¿De dónde vienen, y qué han significado para el desarrollo de la religión organizada? Muchas personas ven el Pentateuco, los cin-co primeros libros del Antiguo Testamento, como una plétora de relatos de ángeles que se aparecen a los honrados patriarcas y a los profetas visionarios. Sin embargo, esto no es tan simple. Hay tres ángeles que se acercan a Abraham para anunciarle el na-cimiento de un hijo llamado Isaac a su es-posa Sara, mientras él está sentado debajo de un árbol en la llanura de Mambré. Hay dos ángeles que visitan a Lot y a su esposa en Sodoma, antes de su destrucción. Está el ángel que lucha con Jacob toda la noche en un lugar llamado Peniel, o aquellos a quie-nes ve subir y bajar de una escalera que se extiende entre el cielo y la Tierra. Sin em-bargo, con excepción de estos relatos, hay muy pocos ejemplos. Generalmente, cuan-do aparecen los ángeles, la narración se presenta a menudo vaga y confusa sobre lo que está pasando exactamente. Por ejem-plo, en el caso de Abraham y Lot, los ánge-les en cuestión se describen simplemente como “hombres”, que se sientan a tomar alimentos como cualquier persona mortal. Influencia de los Magi

No fue sino hasta los tiempos de post-exi-lio, es decir, después de que los judíos re-gresaran de su cautiverio en Babilonia (al-rededor del 450 a. C.), en que los ángeles se convirtieron en parte integrante de la religión judía. Fue incluso más tarde, alre-dedor de 200 a. C. que comenzaron a apa-

recer con frecuencia en la literatura judía religiosa. Obras como el Libro de Daniel y el apócrifo Libro de Tobías contienen rela-tos enigmáticos de los seres angélicos que tienen nombres propios, apariencias espe-cíficas y jerarquías establecidas. Estas figu-ras radiantes eran de un origen no-judío. Todo indica que eran extraños, importacio-nes de un reino extranjero, es decir, Persia. El país que hoy conocemos como Irán no podría parecer a primera vista la fuente más probable de los ángeles, pero es un hecho que los judíos exiliados estuvieron muy expuestos a sus creencias religiosas después de que el rey persa Ciro el Gran-de tomara Babilonia el año 539 antes de Cristo. Estas creencias incluyen no sólo el zoroastrismo (del profeta Zoroastro o Za-ratustra), sino también la religión mucho más antigua de los Magi (“Magos”), la élite de la casta sacerdotal de la región de Media, en el noroeste de Irán. Ellos creían en un todo un panteón de seres sobrenaturales llamados ahuras, o “los brillantes”, y dae-vas-ahuras que habían perdido de la gra-cia por haber corrompido a la humanidad.

Aunque finalmente acabaron fuera de la ley en Persia, la influencia de los Magi se im-bricó muy profundamente en las creencias, costumbres y ritos del zoroastrismo. Por otra parte, no puede haber duda de que el magismo, del cual derivan los tér-minos mago y magia, ayudó a estable-cer la creencia entre los judíos, no sólo de jerarquías completas de ángeles, sino también de legiones de ángeles caídos, un tema que alcanza su máxima inspira-ción en una sola obra: el Libro de Enoc. El libro de Enoc

Compilado por etapas en algún momento en-tre 165 a.C. y el comienzo de la era cristiana, este trabajo considerado pseudoepigráfico (es decir, falsamente atribuido) tiene como tema principal la historia que hay detrás de

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la caída de los ángeles. Sin embargo, no se refiere a la caída de los ángeles en general, sino de aquellos que fueron originalmente conocidos como Erin (Er en singular), “aque-llos que vigilan”, o simplemente “vigilantes”. El Libro de Enoc narra la historia de cómo 200 ángeles rebeldes, o Vigilantes, deci-dieron transgredir las leyes celestiales y “descender” a los llanos y tomar esposas de entre la especie mortal. El lugar atri-buido para este acontecimiento es la cum-bre del Hermón, un lugar mítico general-mente asociado con las cumbres nevadas del monte Hermón, en la cordillera del Ante-Líbano, al norte de la actual Palesti-na (sin embargo, veremos más adelante la cuna más probable de los Vigilantes). Los 200 rebeldes eran conscientes de las consecuencias de sus transgresiones, porque acordaron bajo juramento que su líder Shemihaza asumiría las culpas si toda la fatal aventura acabase terrible-

mente mal. Después de su descenso a las tierras bajas, los Vigilantes disfrutan de las delicias terrenales con sus “esposas” elegidas, y así –por medio de estas unio-nes– nacieron unos descendientes gigan-tes llamados Nephilim, o Nefilim, una pa-labra hebrea que significa “aquellos que han caído”, los cuales aparecen en las tra-ducciones al griego como “los gigantes”.

Secretos celestialesAparte de aprovecharse de nuestras muje-res, los 200 ángeles rebeldes se dedicaron a impartir secretos celestiales a los que te-nían oídos para escuchar. De uno de ellos, un líder llamado Azazel, se dice que “ense-ñó a los hombres a fabricar espadas, cuchi-llos, y escudos y corazas, y les dieron a co-nocer los metales (de la tierra) y el arte de trabajarlos”, lo cual indica que los Vigilantes aportaron el uso del metal a la humanidad. También les instruyeron sobre cómo hacer pulseras y adornos y les mostraron cómo usar el antimonio, un frágil metal blan-co empleado en las artes y en la medicina. A las mujeres, Azazel les enseñó el arte de “embellecerse” los párpados y el uso de “todo tipo de piedras preciosas” y “tinturas colorantes”, presuponiendo que el uso del maquillaje y las joyas no se conocía antes de esta era. Además de estos crímenes, Azazel fue acusado de enseñar a las mujeres cómo disfrutar del placer sexual y entregarse a la promiscuidad, algo visto como una blasfemia “impía” a los ojos de los narradores hebreos. Otros Vigilantes fueron acusados de re-velar a la especie mortal el conocimiento de las artes más científicas, como la astro-nomía, el conocimiento de las nubes (la meteorología), las “señales de la Tierra” (probablemente la geodesia y la geogra-fía), así como las “señales”, o el paso de los cuerpos celestes, como el sol y la luna. A su líder, Shemihaza, se le acredita haber enseñado “encantamientos y extracción de raíces”, una referencia a las artes mági-

Portada de una de las muchas ediciones de El Libro de Enoc, en este caso de una versión

en inglés

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cas rechazadas por la mayoría de los judíos ortodoxos. Otro de ellos, Pênêmûe, enseñó “lo amargo y lo dulce”, seguramente una referencia al uso de hierbas y especias en los alimentos, a la vez que instruía a los hombres sobre el uso de “tinta y papel”, lo que implica que los Vigilantes introduje-ron las primeras formas de escritura. Mu-cho más inquietante es Kâsdejâ, de quien se dice que enseñó a “los hijos de los hom-bres todos los malvados caprichos de los espíritus y demonios, y los secretos para eliminar el embrión en el útero”. En otras palabras, enseñó a las mujeres a abortar. Estas líneas relativas a las ciencias prohibi-das, cedidas a la humanidad por los Vigilantes rebeldes, plantean la pregunta fundamental de por qué los ángeles deberían haber po-seído en primera instancia un conocimien-to de estos asuntos. ¿Qué necesidad tenían de trabajar los metales, usar exquisiteces, encantamientos y escritura, embellecer el cuerpo, emplear especias, y saber cómo abortar? Ninguna de estas habilidades son lo que uno podría esperar que poseyeran los mensajeros celestiales de Dios, a menos que éstos fueran originalmente humanos. En mi opinión, la revelación de este co-nocimiento y sabiduría previamente desconocidos parecen ser las acciones de una raza muy avanzada que transmi-tió algunos de sus secretos estrictamen-te reservados a una cultura menos de-sarrollada que estaba aún tratando de entender los principios básicos de la vida. Más desconcertantes resultan los aparentes actos de los ahora completamente desarro-llados Nefilim, pues se dice:

“Y cuando los hombres ya no pudieron mantenerlos, los gigantes se volvieron con-tra ellos y devoraron a la Humanidad. Y em-pezaron a pecar contra los pájaros y las bes-tias, y los reptiles y los peces, y a devorarse la carne unos a otros, y beberse la sangre.

Luego la tierra estableció acusación contra los sin ley.”

Ya entonces, los gritos de desesperación de la humanidad fueron claramente escucha-dos por los ángeles, o Vigilantes que habían permanecido leales al cielo.

Uno por uno son escogidos por Dios para proceder contra los Vigilantes rebeldes y sus descendientes, los Nefilim, que son des-critos como “bastardos y réprobos e hijos de la fornicación”. El primer líder, Shemiha-za, es colgado y atado boca abajo y su alma desterrada para convertirse en las estrellas de la constelación de Orión. El segundo lí-der, Azazel, fue atado de pies y manos, y expulsado eternamente a la oscuridad de un desierto denominado Dûdâêl. Sobre él se colocaron “piedras irregulares y bastas” y aquí se mantendrá por siempre hasta el Día del Juicio, cuando será “arrojado al fue-go” por sus pecados. Por su implicación en la corrupción de la humanidad, los Vigi-lantes rebeldes se ven obligados a presen-ciar la masacre de sus propios hijos antes

Representación artísitica de la lucha entre angeles o visitantes descrita en El Libro de

Enoc

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de ser expulsados a una especie de prisión celestial, vista como un “abismo de fuego”.

Los siete cielos

Entonces el patriarca Enoc entra en escena y, por algún motivo inexplicable, se le pide que interceda en favor de los rebeldes en-carcelados. Él intenta reconciliarlos con los ángeles del cielo, pero fracasa estrepitosa-mente. Después de esto, el Libro de Enoc relata cómo el patriarca es llevado por los ángeles sobre montañas y mares hasta los “siete cielos”. Aquí ve una multitud de seres angélicos que observan las estrellas y otros cuerpos celestes en lo que aparentan ser observatorios astronómicos. Otros cuidan de huertos y jardines que tienen más en común con un kibutz israelí que con un reino etéreo sobre las nubes. En otra parte del “cielo” está el Edén, donde Dios plantó un jar-dín para Adán y Eva antes de su caída, siendo Enoc el pri-mer mortal en en-trar en este dominio desde la expulsión de éstos. Por último, durante la vida del bisnieto de Enoc, Noé, el Gran Diluvio cubre la tierra y destruye to-dos los vestigios restantes de la raza gigan-te. Así termina la historia de los Vigilantes. Los Hijos de Dios ¿Qué vamos a hacer con el Libro de Enoc? ¿Están sus relatos sobre de la caída de los Vigilantes y las visitas al cielo del patriar-ca Enoc basados en algún tipo de verdad histórica? Los estudiosos dirían que no. Ellos creen que es una obra puramente de

ficción, inspirada en el libro del Génesis, en particular, dos pasajes enigmáticos en el ca-pítulo 6. En el primero, constituido por los versículos 1 y 2, se dice lo siguiente:

“Y aconteció que cuando los hombres co-menzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron para sí todas las espo-sas que eligieron.”

Por hijos de Dios, el texto quiere decir ánge-les celestiales, siendo el original hebreo be-ne-ha-Elohim. En el versículo 3 del capítulo

6, Dios declara de forma inesperada que su espíritu no puede permane-cer en los hom-bres para siempre, y que puesto que la humanidad es una creación de la carne, su vida útil en lo sucesivo se reduciría a “cien-to veinte años”. Sin embargo, en el versículo 4, el tono vuelve de re-pente al tema ori-ginal de este capí-tulo, ya que dice:

“Los Nefilim esta-ban en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres, y les engendra-ron hijos: los mismos valientes que desde la antigüedad fueron los varones de renombre.” Como se considera que el Pentateuco fue escrito por Moisés, el legislador de c. 1200 a.C., se supone que las líneas del Génesis 6 influyeron en la elaboración del Libro de Enoc, y no al revés. A pesar de esta obvia suposición por parte de los eruditos he-breos, existen pruebas que demuestran que gran parte de Génesis fue escrito después

¿Qué vamos a hacer con el Libro de Enoc?

¿Están sus relatos sobre de la caída de los Vigilantes y las visitas al cielo del

patriarca Enoc basa-dos en algún tipo de

verdad histórica?

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del regreso judío del cautiverio en Babilo-nia, a mediados del siglo V a.C. Si este fuera el caso, entonces no hay razón por la cual las líneas del Génesis 6 no podrían haber sido manipuladas en esta época. En un in-tento de enfatizar la enorme antigüedad del Libro de Enoc, el mito hebreo siempre ha afirmado que fue transmitido a Noé, nieto de Enoc, después del Diluvio, es decir, mu-cho antes de la compilación del Génesis. Esta reivindicación de anterioridad sobre el Pentateuco llevó finalmente al teólo-go cristiano San Agustín (354-430 d.C.) a afirmar que el Libro de Enoc era demasia-do antiguo (ob nimiam antiquitatem) para ser incluido en el Canon de las Escrituras. Las raíces de los Nefilim

Las líneas del Génesis 6 contienen otro enigma, ya que parecen encarnar dos tra-diciones totalmente diferentes. Revisemos de nuevo las palabras del versículo 2. Éstas hablan de los Hijos de Dios que fueron hacia las Hijas de los Hombres, mientras que, en contraste, el versículo 4 dice con firmeza:

“Los Nefilim estaban en la tierra en aque-llos días y también después de eso, cuando los hijos de Dios vinieron donde las hijas de los hombres.”

Y también después de eso... El significado parece bastante claro: existen dos tradiciones muy distintas mezcladas aquí: una relativa a la raza caída conocida por los primeros israelitas como los Nefi-lim (que se mencionan en otras partes del Pentateuco como los progenitores de una raza de gigantes llamados Anakim), y otra relativa a los bene ha-elohim, los Hijos de Dios, que son equiparados directamente con los Vigilantes en la tradición enoquia-na. Los teólogos son conscientes de este di-lema, y evaden el problema sugiriendo que los ángeles cayeron en desgracia dos veces, una vez por el orgullo y luego nuevamente

por la lujuria. Parece cierto que el término Nefilim era el nombre original hebreo de la raza caída, mientras que bene ha-elohim es un término muy posterior, plausiblemente procedente de Irán, que entró en el Génesis 6 mucho tiempo después de su compilación original. A pesar de las contradicciones en torno al Génesis 6, su importancia es ma-nifiesta, ya que mantuvo la firme creencia entre los antepasados de la raza judía de que, en algún momento del lejano pasado, una raza gigante había gobernado la Tierra. Así pues, si los Vigilantes y los Nefilim real-mente habían habitado este mundo, enton-ces, ¿Quién o qué eran esos seres que pa-recían físicos? ¿De dónde vinieron? ¿Qué aspecto tenían? ¿Dónde vivieron y cuál fue su destino final?

El Libro de Enoc era una fuente vital de conocimiento con respecto a su anti-gua existencia, pero yo necesitaba más: otros relatos menos contaminados de esta aparente raza de seres humanos. En-tonces ocurrió una ruptura importante. La conexión del Mar Muerto Los eruditos hebreos habían observado, desde hacía mucho tiempo, las semejanzas entre algunas de las enseñanzas reaccio-narias en el Libro de Enoc y los evangelios según los esenios, una notable comunidad religiosa muy justa, que –según los erudi-tos clásicos– existió en la orilla occiden-tal del Mar Muerto. Esta conexión quedó fortalecida después de 1947, cuando se supo que entre los Rollos del Mar Muerto, que ahora se consideran escritos por los esenios, había varios fragmentos de tex-tos pertenecientes a diversos ejemplares del Libro de Enoc. Hasta ese momento, las únicas copias disponibles del manuscrito completo eran las diversas copias redacta-das en el lenguaje escrito etíope de Ge’ez, la primera de las cuales llegó a Europa a través del explorador y masón escocés Ja-

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mes Bruce of Kinnaird después de sus fa-mosos viajes a Abisinia entre 1769 y 1772. Los Rollos del Mar Muerto no sólo confir-maron la autenticidad del Libro de Enoc, sino que también demostraron que se ha-bían mantenido en gran estima por la co-munidad esenia de Qumrán, y que incluso podría haber estado detrás de su elabo-ración original en algún momento des-pués de 165 a. C. Más importante aún, los eruditos hebreos también comenzaron a identificar varios otros tratados previa-mente desconocidos, de estilo “enoquia-no” entre el corpus del Mar Muerto, y éstos incluían más referencias a los Vigilantes y a sus descendientes, los Nefilim. Muchos de estos fragmentos específicos fueron fi-nalmente identificados por el erudito del Mar Muerto J.T. Milik como extractos de un trabajo perdido llamado el “Libro de los Gigantes”. Anteriormente, esta obra sólo había sido conocida por referencias aisla-das en textos religiosos pertenecientes a los maniqueos, una fe gnóstica herética que se extendió por toda Europa y Asia, hasta China y el Tíbet, a partir del siglo III d.C. El Libro de los Gigantes continúa la his-toria narrada en el Libro de Enoc, rela-

tando cómo reaccionaron los Nefilim al saber que su inminente destrucción se debía a las incongruencias de sus pa-dres Vigilantes. La lectura de esta anti-gua obra ofrece al lector una visión más compasiva de los Nefilim, que –como ino-centes transeúntes– afrontan un dilema que está más allá de su control personal. Rostro de víbora Sin embargo, al margen de este tratado aún muy fragmentario, han surgido otros textos enoquianos entre los Rollos del Mar Muer-to, que en mi opinión son igualmente im-portantes. Uno de ellos es el Testamento de Amram. Amram era el padre del legislador Moisés, si bien en esta historia cualquier marco temporal bíblico es irrelevante. Lo que es mucho más significativo es la apari-ción de los dos Vigilantes que se le aparecen en una visión como en sueños mientras él descansa en su cama, ya que el texto recons-truido dificultosamente dice lo siguiente: “[Vi a los Vigilantes] en mi visión, el sue-ño-visión. Dos (hombres) se peleaban por mí, diciendo... y sosteniendo una gran con-tienda sobre mí. Yo les pregunté: ‘¿Quiénes

Los Rollos del Mar Muerto confirmaron la autenticidad del Libro de Enoc

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sois, que tal poder tenéis sobre mí?’ Ellos me respondieron: ‘A nosotros [se nos ha dado el] poder y el gobierno sobre toda la humanidad.’ Ellos me dijeron: ‘¿A quién de nosotros escoges [tú para que te gobierne?’ Levanté los ojos y miré.] [Uno] de ellos era terrorífico en su apariencia, [como una] serpiente, [su] manto multicolor, pero muy oscuro... [Y miré de nuevo], y... en su apa-riencia, su rostro como una víbora, y [lleva-ba...] [en extremo, y todos sus ojos...].

El texto identifica a este último Vigilante como Belial, el Príncipe de las Tinieblas y Rey del Mal, mientras su compañero se revela como Miguel, el Príncipe de Luz, también llamado Melquisedec, Rey de la Justicia. Es, sin embargo, el aspecto terri-ble de Belial lo que me llamó la atención, porque es visto como aterrador de con-templar y como una “serpiente”, el sinóni-mo utilizado muy a menudo para descri-bir tanto los Vigilantes como a los Nefilim. Si el fragmento textual hubiese terminado aquí, entonces yo no habría sabido por qué este sinónimo había sido utilizado por el es-criba judío en cuestión. Sin embargo, afortu-nadamente, el texto continúa diciendo que el Vigilante tenía un rostro, o cara, “como una víbora”. Dado que también lleva una capa “de muchos colores pero muy oscura”, también tuve que suponer que era antropo-mórfico, es decir, que poseía forma humana. El rostro como una víbora... ¿Qué podría significar esto? ¿Cuánta gente conoce us-ted con un “rostro como de víbora”? Duran-te más de un año no pude ofrecer ninguna solución adecuada a esta curiosa metáfora. Entonces, por casualidad, sucedió que escu-ché algo en una emisora de radio nacional que me proporcionó una respuesta senci-lla, aunque totalmente inesperada. En Ho-llywood, Los Angeles, hay un club llamado Viper Room (“El Salón Víbora”). Es propie-dad del actor y músico Johnny Depp, y en octubre de 1993 saltó a los titulares cuando el prometedor actor River Phoenix se de-

rrumbó y murió trágicamente al salir del club, después de una noche de excesos. Por la publicidad de los medios de comuni-cación que ineludiblemente rodeó este inci-dente relacionado con drogas, se descubrió que el Viper Room obtuvo su nombre mu-chos años antes, cuando había sido un re-fugio de jazz de cierto renombre. Se cuenta que los músicos se subían al escenario y to-caban durante largas horas, prolongando su creatividad y concentración fumando gran-des cantidades de marihuana. Al parecer, los efectos a largo plazo de este uso indebi-do de drogas, junto con períodos muy largos sin comer y dormir, hacía que sus rostros se desfiguraran hasta parecer huecos y delga-dos, mientras que sus ojos se estrechaban hasta convertirse en sólo rendijas. A través de la niebla de humo, el efecto hacía pare-cer como si los músicos de jazz tenían cara como de víboras, de ahí el nombre del club. Esta divertida anécdota hizo trabajar mi mente confundida y me permitió construir

Algunos estudiosos han relacionado a los Nefilim con una supuesta raza de gigantes de

la que se habla en los textos bíblicos

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una imagen mental de cómo sería una per-sona con cara “como de víbora”: sus ros-tros se muestran largos y estrechos, con pómulos salientes, mandíbulas alargadas, labios delgados y ojos oblicuos como los de muchos tipos raciales de Asia Oriental. ¿Era ésta la solución en cuanto a por qué tanto los Vigilantes como los Nefilim fue-ron descritos como serpientes caminantes? Parecía una posibilidad como otra cual-quiera, aunque también era factible la conexión ofídica relacionada con sus acreditadas asociaciones y capacidades mágicas, e incluso quizás con sus movi-mientos corporales y su aspecto general. La apariencia de plumas Otra referencia im-portante sobre la apariencia de los Vigilantes provie-ne de Los Secretos del Libro de Enoc, también conocido como 2 Enoc, una especie de secuela de la obra original escrita en griego y datada en el siglo I d.C. El pasaje se refiere a la inespe-rada llegada de dos Vigilantes cuando Enoc descansa en su cama:

“Y se me aparecieron dos hombres muy al-tos, como nunca he visto en la Tierra. Y sus rostros brillaban como el sol, y sus ojos eran como lámparas encendidas, y salía fuego de sus labios. Su vestido tenía la apariencia de plumas: ...[púrpura], sus alas eran más bri-llantes que el oro, sus manos más blancas que la nieve. Se quedaron en la cabecera de mi cama y me llamaron por mi nombre.”La piel blanca (a menudo llamada “roja

como una rosa”), estatura alta y faz radiante “como el sol”, todos estos rasgos se repiten con frecuencia en relación con la aparición de ángeles y Vigilantes en la literatura eno-quiana y del Mar Muerto. Sin embargo, ¿cuál era esta referencia a esta vestimenta que te-nía “la apariencia de plumas”? ¿Podría refe-rirse de algún modo a la “capa” usada por el Vigilante llamado Belial, que aparece en la historia de Amram, de la cual se decía que era “de muchos colores pero muy oscura”, precisamente el efecto que uno podría es-perar de una capa de plumas negras, como las propias de cuervos o buitres, tal vez?

A pesar del hecho de que el arte cris-tiano siempre ha representado a los ángeles con alas, esta tradición no se remonta más allá del siglo tercero o cuarto después de Cristo. Antes de esta era, los ver-daderos ángeles (los querubines y serafines tenían varios conjuntos de alas) aparecían con el aspecto de “hombres”, una si-tuación que a me-nudo incitó a los traductores textua-

les agregar alas en las descripciones exis-tentes de los ángeles. Este ha sido, sin duda alguna, el caso del relato anterior tomado de 2 Enoc, que fue re-copiado muchas veces durante los primeros años del cristianismo. Con esta observación en mente, sentí que la expresión relativa a los Vigilantes vestidos con “la apariencia de plumas” era muy re-veladora. También parecía una licencia ex-cesiva por parte del escribano que transmi-tió esta historia en forma escrita, por haber agregado alas a la descripción de los dos

A pesar del hecho de que el arte cristiano

siempre ha representado a los

ángeles con alas, esta tradición no se

remonta más allá del siglo tercero o cuarto

después de Cristo

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“hombres”; ¿por qué molestarse en decir que llevaban prendas de plumas? Sin duda, esta confusión entre alas y capas de plumas podría haber sido editada para dar a los Vigi-lantes un aspecto angelical más apropiado. Chamanes - pájaros

De algún modo supe que ésta era una cla-ve para desentrañar este extraño misterio, porque sugería que, si bien los vigilantes habían sido realmente humanos, pudieran haberse adornado con prendas de este tipo como parte de su vestido ceremonial. El uso de formas totémicas, como animales y aves, ha sido siempre el dominio de los cha-manes, los senderistas espirituales de las comunidades tribales. En muchas culturas primitivas, se decía que el alma tomaba la forma de un pájaro para hacer su vuelo de este mundo al otro, por lo que a menudo es representado como tal en el arte religioso antiguo. Esta idea puede tener su origen en la creen-cia generalizada de que el vuelo astral sólo puede lograrse mediante el uso de las alas etéreas, como las de un ave, algo que sin duda ayudó a inspirar la idea de que los ángeles,

como mensajeros de Dios, debían ser repre-sentados con alas en la iconografía cristiana. Para reforzar esta conexión mental con su ave elegida, los chamanes adornan sus cuerpos con una capa de plumas y pasan largos períodos de tiempo estudiando cada uno de sus movimientos. Así, los chamanes entrarían en su hábitat natural y observa-rían todas las facetas de su vida: su modo de vuelo, sus hábitos alimenticios, sus rituales de cortejo y sus acciones sobre el terreno. Al hacerlo, tendrían la esperanza de con-vertirse en pájaros, una alter-personalidad adoptada sobre una base semi-permanen-te. El chamanismo totémico es más o menos dependiente de los animales autóctonos o de las aves presentes en el lugar de la cul-tura o la tribu, aunque en principio el ob-jetivo ha sido siempre el mismo: usar este manto para alcanzar el vuelo astral, la ilu-minación divina, la comunicación y la con-secución del conocimiento y la sabiduría de otro mundo. Así pues, ¿los Vigilantes y los Nefilim podrían haber sido hombres-aves? La respuesta es casi seguro que sí, pues en el texto del Mar Muerto titulado El Libro de los Gigantes, los hijos Nefilim del ángel caído Shemihaza, llamados Ahy y Ohy, experimen-tan visiones en sueños, en los cuales visitan un mundo-jardín y ven 200 árboles que es-tán siendo talados por ángeles celestiales. Sin entender el propósito de esta alegoría, exponen el asunto al Consejo de los Nefi-lim, quienes nombran a uno de ellos, Ma-hawai, para consultar en su nombre a Enoc, quien ahora reside en un paraíso terrenal. Con este fin Mahawai, entonces:

“[...se levantó en el aire], como los remoli-nos, y voló con la ayuda de sus manos como [alas] de águila [...sobre] las tierras cultiva-das y cruzó Soledad, el gran desierto, [...]. Y vio a Enoc y le llamó...”

Enoc explica que los 200 árboles represen-tan los 200 Vigilantes, mientras que la tala de los troncos significa su destrucción en una próxima conflagración y diluvio.

Representación del ángel caído Samyaza o Shemihaza, identificado como uno de los

Grigori (vigilantes)

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Más importante, sin embargo, es el medio por el cual Mahawai alcanza el vuelo as-tral, pues se dice que ha utilizado “las manos como (un) águila [alada]”. En otra parte del mismo texto enoquiano se dice que Maha-wai ha adoptado la forma de un pájaro para hacer otro largo viaje. En esta ocasión, se es-capa por poco de quemarse por el calor del sol, después de escuchar la voz celestial de Enoc, que lo convence de volver y no morir antes de tiempo, una historia que tiene un claro paralelo en la mitología griega con el vuelo fatal de Ícaro, demasiado cercano al sol. Además de esta evidencia, una variación de este mismo texto equipara a los hijos Shemi-haza “no (con) el... águila, sino con sus alas”, mientras que al mismo tiempo los dos her-manos son descritos como “en su nido”, afir-maciones que llevaron al erudito hebreo J.T. Milik a la conclusión de que, al igual que Mahawai, ellos tam-bién “podrían haber sido hombres-pájaro”. Esta era una confir-mación convincente de que los ángeles fueron originalmen-te una cultura o tribu que practicaban una forma de chamanis-mo de aves, tal vez asociado a un ave de carroña oscura como el cuervo o buitre.  Ángeles en el Paraíso

Dado que la literatura enoquiana y del Mar Muerto fue escrita por judíos de piel oli-va del período post-exilio, queda bastante claro que estaban recitando tradiciones relativas a una raza completamente dife-rente de un clima totalmente diferente. Así pues, ¿quiénes fueron estos ángeles humanos, y donde podrían haber vivido? Puesto que ahora sabemos que las leyen-das de la caída de los ángeles muy pro-

bablemente se originaron en Irán, más exactamente en el reino nor-occidental de Media (el actual Azerbaiyán), entonces no hay razón para asociar estas tradiciones con las montañas que están más allá de Media. Esto se confirma provisionalmente por otro texto del Mar Muerto titulado “El Génesis Apócrifo”, que registra que después de su ascensión al cielo, el patriarca Enoc pasó el resto de su vida “entre los ángeles” en el “paraíso”. Aunque el término paraíso se utiliza en algunas traducciones del tex-to original, la palabra real es “Parwain”. Por eso me sorprendió bastante averiguar que entre las antiguas tradiciones de los mandeístas (una religión ligada a los Magi,

que se encuentra principalmente entre los árabes del Bajo Irak) “Parwan” es una montaña sagrada, aparentemente ubi-cada en las proximi-dades de Media, en el noroeste de Irán. Ade-más, tanto “Parwan” como “Parwain” pa-recen derivar su raíz de la antigua palabra de Media “Parswana”, que significa costilla, lado, o frontera, uti-

lizada para describir a los pueblos y terri-torios más allá de las fronteras de Media. Estos territorios habrían incluido la región de Parsa por el sur y, más significativamen-te, la región montañosa conocida como Par-sua a su oeste. ¿Se debía creer, pues, que Enoc había vivido “entre de los ángeles”, en los duros territorios montañosos más allá de los límites del antiguo reino de Media? ¿En la remota región de Parsua, al oeste de Media, tal vez? ¿Es aquí desde donde pro-vienen los Vigilantes? ¿Es desde aquí que descendieron a las llanuras a tomar esposas mortales y a revelar las artes prohibidas y los secretos del cielo?

Los ángeles fueron originalmente una cultura o tribu que

practicaban una forma de

chamanismo de aves

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En la tradición iraní, el reino de los inmor-tales y la sede de los míticos reyes-dioses de Irán (quienes, así como la raza caída de la tradición judía, se dice que eran de alta estatura, de piel de color blanco mar-fil y rostros brillantes), era conocida como Vaejah Airyana, la expansión de Irán. Las tradiciones impulsadas por los Magi impli-can claramente que este dominio etéreo se encontraba entre las montañas de Media. Todos los caminos parecían conducir a la región montañosa de la actual Azerbai-yán, que constituye el flanco más oriental de una vasta extensión cubierta de nie-ve que se extiende al oeste de las monta-ñas de Tauro de la Anatolia oriental y el norte de Siria, al norte de las regiones re-motas de Rusia Armenia, y al sudeste a lo largo de las montañas de Zagros, ya que descienden gradualmente hacia el Golfo Pérsico y actúan como una barrera prác-ticamente infranqueable entre Irak e Irán. Esta enorme –y en gran medida deso-lada– parte de la Tierra, hogar de nó-madas errantes, bandas de combatien-tes rebeldes, comunidades religiosas aisladas y ocasionales aldeas, pueblos o ciudades, es conocida en el mundo como el Kurdistán, la patria cultural y política de los tan atormentados pueblos kurdos. Sin embargo, según la tradición bíblica y apócrifa, fue aquí también donde se podría haber encontrado el Jardín del Edén, el lu-gar de descanso del Arca de Noé y la tierra de los primeros patriarcas. Asimismo, este era el lugar donde me di cuenta que tendría que ir en busca del reino de los inmortales. Al este, en el Edén

El libro del Génesis nos dice que Dios esta-bleció un jardín “al este, en el Edén”. Aquí, Adán y Eva se convirtieron en los primeros padres de la humanidad antes de su final caída en desgracia a causa de la seduc-ción de la astuta serpiente de la tentación. Las serpientes no sólo fueron un sinóni-mo principal de Vigilantes y Nefilim, sino que el Libro de Enoc afirma incluso que la “Serpiente”, o el Vigilante, condujo a nues-

tros primeros padres a la tentación. Curio-samente, el Bundahishn (un texto sagrado de la fe del Zoroastrismo), menciona a An-gra Mainyu, el Espíritu del Mal y padre de los devas, asumiendo este mismo papel, y al igual que los Vigilantes, también es des-crito como una serpiente con “piernas”. Así pues, ¿dónde estaba el Edén? Todo lo que sabemos es que se encontraba entre los Siete Cielos, un reino paradisíaco de jardi-nes, huertos y observatorios donde residían ángeles y Vigilantes, según el Libro de Enoc. La palabra “Edén” es traducida por los eru-ditos hebreos con el sentido de placer o delicia, alegría, una referencia al hecho de que Dios creó el jardín para el placer de la humanidad. Este no es, sin embargo, su ver-dadero origen. De hecho, la palabra “Edén” es acadia, la lengua proto-hebrea o semí-tica, introducida en Mesopotamia (actual Irak) por el pueblo de Agade, o Akkad, una raza que asumió el control del antiguo reino de Sumer durante la segunda mitad del ter-cer milenio a.C. En su lenguaje, la palabra “Edén”, o Edin, significaba estepa o terraza, como en una terraza elevada de agricultura. En cuanto a la palabra “paraíso”, averigüé que simplemente se refería a un “recinto amurallado”, según la raíz persa pairi, (“al-

Al parecer las leyendas sobre los angeles caídos se originaron en esta zona del Medio

Oriente, en la actual zona de Azerbaiyan

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rededor”) y daeza, (“pared”). Se trata de un término recién llegado a la literatura reli-giosa judeo-cristiana y sólo fue realmente utilizado a partir del año 1175 de nuestra era. Por otro lado, la palabra inglesa heaven (“cielo”, en el sentido de “paraíso”), provie-ne la palabra hebrea ha’shemim, en el sen-tido de “los cielos” (físicos). También puede referirse a “lugares altos”, tales como los asentamientos elevados. Por otra parte, la raíz hebrea shm puede significar “alturas”, así como “planta” o “vegetación”, lo cual im-plica quizás que la palabra cielo pudiera ser más exactamente traducida como “tierras altas plantadas”.

Este rápido repaso de etimología elemental, en mi opinión, evoca al menos la imagen de un recinto amura-llado, agrícola, con terrazas escalona-das, y situado en una región de tie-rras altas. Así, ¿fue esto el Edén? ¿Un “ a s e n t a m i e n t o amurallado, una colonia agrícola” situada entre las montañas de Kur-distán? ¿Habría sido mantenido por ángeles bajo el dominio de los Vigilantes celes-tiales, tal como sugiere el texto del Libro de Enoc? Y lo que es más importante aún, ¿dónde se encontraba?

Los ríos del ParaísoEl libro del Génesis dice que del Edén sur-gían las aguas principales de los cuatro ríos del paraíso. Los nombres de estos son Pi-són, Guihón, Hiddekel y Éufrates. De estos cuatro, sólo el último se puede identificar debidamente por su nombre. El Éufrates fluye a través del Kurdistán turco, Siria e Irak antes de desembocar en el Golfo Pér-sico. Los otros tres fueron identificados por los primeros estudiosos de la Biblia, respectivamente, con el Ganges de la India

(aunque en ocasiones con el Orontes del norte de Siria), con el Nilo de África y con el Tigris, del Asia occidental, que al igual que su río hermano, el Éufrates, fluye a tra-vés de Irak y desemboca en el Golfo Pérsi-co. Los dos primeros fueron elegidos por los estudiosos como candidatos adecuados simplemente porque se consideraban los ríos más caudalosos del mundo clásico; sólo la conexión entre el Tigris y el Hidde-kel tenía algún tipo de sentido geográfico. De ninguna manera se puede decir que estos cuatro ríos se situaban en la misma región geográfica, un problema que fue convenientemente pasado por alto por los teólogos antes del re-descubrimiento de la cartografía en el siglo XVI. Otras fuentes, en

particular la Iglesia Ar-menia, aceptaron que el Éufrates y el Tigris eran dos de los cuatro ríos del paraíso, pero optaron por asociar a los otros dos, el Pisón y Guihón, respectiva-mente con el Gran Zab, que nace en el Kurdis-tán turco y desembo-ca en el Tigris, y con el Araxes, que nace en Armenia y desembo-ca en el Mar Caspio. ¿Tenía razón la Igle-

sia de Armenia al proponer esto? Posi-blemente sí, puesto que ellos eran los habitantes de la región geográfica en cuestión y pudieron haber tenido acce-so a las tradiciones locales no disponi-bles para el mundo teológico exterior. Cualesquiera que fueran las identidades de los cuatro ríos del paraíso, la tradición kur-da emplaza sus cabeceras en las cercanías del lago Van, un enorme mar interior –de unos 96 kilómetros de largo y alrededor de 56 km. de ancho– situado en la frontera en-tre el Kurdistán turco y Armenia. De hecho, la leyenda registra que el Jardín del Edén está ahora “en el fondo del lago Van”, des-

¿Fue esto el Edén? ¿Un “asentamiento

amurallado, una co-lonia agrícola”

situada entre las montañas de Kurdistán?

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pués de haber quedado sumergido bajo las olas en el tiempo del Gran Diluvio.

Curiosamente, es la montaña de Cudi Dag (o Monte Judi), al sur del lago Van, en la que los musulmanes, así como las diversas creencias de origen kurdo, localizan el lugar llamado Lugar del Descenso, el sitio a donde fue a pa-rar el Arca de Noé después del Gran Diluvio. La atribución de este mismo lugar al más fa-miliar Monte Ararat es una invención pura-mente cristiana que no tiene ninguna base real en la tradición religiosa más antigua. Por consiguiente, todo esto implica que los compiladores del Libro del Génesis situa-ron tanto el lugar de nacimiento de la hu-manidad (es decir, el Jardín del Edén), como su punto de regeneración después del Gran Diluvio, en la misma región del norte del Kurdistán, lo que seguramente es un indi-cio clave de que los orígenes de los Vigilan-tes residen en esta misma área geográfica. La montaña celestial

Pero hay mucho más, ya que no sólo la raza judía y la de Irán citan al Kurdistán como

la cuna de la civilización. Las mitologías de los sumerios, que gobernaron las ciuda-des-estados de Mesopotamia alrededor del 3000 a.C. en adelante, y de los acadios, sus conquistadores, sitúan la tierra de los dio-ses exactamente en esta misma región. Los acadios, que surgen como una raza semita o proto-hebrea de origen incierto, se refie-ren en su literatura religiosa a esta bóveda celestial como Kharsag Khurra, la montaña celestial. Aquí, los dioses –también conoci-dos como los Anannage– vivían en un reino paradisíaco de jardines, huertos, templos y campos de regadío que no sólo se parecen a los siete cielos descritos en el Libro de Enoc, sino que en realidad son menciona-dos en más de una ocasión como “Edin”, la palabra acadia para estepa o meseta.

Y para vincular aún más Kharsag con el do-minio judío de los ángeles, sabemos que los Anannage, al igual que los Vigilantes eno-quianos, eran gobernados por un consejo de siete. Estos, sin duda, se igualan a los siete arcángeles del Judaísmo del post-exilio, así como a los seis llamados Amesha Spentas,

El Lago Van, entre el Kudistan y Armenia, en donde la tradición kurda situa el nacimiento de los cuatro ríos del paraíso

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o “espíritus generosos”, quienes, junto con el dios supremo Ahura Mazda, rigen sobre las jerarquías angélicas en la tradición iraní. ¿Fueron los Anannage, los dioses y diosas de Kharsag, simplemente otra forma literaria de los Vigilantes enoquianos y del Mar Muer-to, cuya patria era un asentamiento agrícola elevado llamado Edén, o cielo, ubicado en algún lugar de las montañas de Kurdistán? La búsqueda de Dilmun

Kharsag no es el único nombre usado por los antiguos mesopotámicos para referirse al lugar de sus primeros comienzos. Esta cuna de la civilización era también cono-cida por el nombre de Dilmun, o Tilmun. Aquí, según se decía, el dios Ea y su espo-sa se habían instalado para iniciar “una era sin pecado de completa felicidad”. Asimis-mo, los animales vivían en paz y armonía, el hombre no tenía rival, y el dios Enlil “en una lengua dio alabanza”. Este lugar también es descrito como una morada pura, limpia y “brillante”, “de los inmortales”, donde la muerte, la enfermedad y el dolor eran des-conocidos, y donde a algunos mortales se les había dado “la vida como un dios”, pa-labras que recuerdan al Vaejah Airyana, el reino de los inmortales en los mitos y leyen-das de Irán, y al Edén de la tradición hebrea. Aunque la mayoría de los académicos equiparan a Dilmun con la isla de Bahrein en el Golfo Pérsico, hay pruebas que su-gieren la existencia de un mítico Dilmun muy anterior situado en una región mon-tañosa más allá de las llanuras de Sume-ria. Pero, ¿dónde se ubicaría exactamente? Las inscripciones mesopotámicas no lo dicen. Sin embargo, el texto zoroástrico Bundahishn y los registros cristianos de Arbela en el Kurdistán iraquí se refieren a una ubicación llamada Dilamun que habría existido alrededor de la cabecera del Ti-gris, al suroeste del Lago Van, en la misma

zona en la que se dice que estaría situado el Edén bíblico. Además, se creía que Ea (el Enki acadio) había presidido el concurso de dos grandes ríos de Mesopotamia –el Tigris y el Éufrates– que en las represen-taciones aparecen como fluyendo de sus hombros. Esto, sin duda alguna, habría querido decir que las cabeceras o fuentes de esos ríos tendrían que haber sido con-sideradas sagradas para Ea, según las cul-turas del Creciente Fértil de Mesopotamia. Más interesante es el conocimiento de que, como en mito hebreo e iraní, parece haber existido una caída de los dioses de Anu, los Anannage. Mientras que 300 de ellos permanecieron en el cielo, otros 600, bajo la dirección de Nergal, el dios del in-framundo, se instalaron entre la clase mor-tal. Aquí concedieron todo a la humanidad, desde la agricultura básica, a la astrono-mía, la irrigación de tierras, la creación de la tecnología y la sociedad estructurada. ¿Les suena familiar? Estos Anannage rebel-des vivieron “en la tierra”, una referencia a

Los expertos sitúan la ubicación del legen-dario Jardín del Edén entre los ríos Tigris y

Eufrates, en el actual Irak

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DogmaCero 81

un reino “subterráneo”, relacionado con la antigua ciudad de Kutha, al norte de Babi-lonia. En esta “Casa de la Oscuridad” vivían demonios y Edimmu, unos vampiros gigan-tes chupa-sangre que regresaban al mundo de la superficie al caer la noche para robar las almas de los muertos vivientes. ¿Podrían ser estos seres infernales un recuerdo dis-torsionado de los Vigilantes rebeldes y sus monstruosos descendientes, los Nefilim? ¿Podrían haber vivido estos ángeles caídos en ciudades subterráneas después de su descenso a las llanuras? Los cuerpos de los pájaros

La antigua Mesopotamia engendró panteo-nes enteros de dia-blos y demonios, cada clase con su propia apariencia, funcio-nes y atributos. Algu-nos eran beneficiosos para la huymanidad, mientras que otros sólo causaban dolor, sufrimiento y tormen-to en el mundo de los mortales. En la historia del des-censo de la diosa Ish-tar a los infiernos, conservado en la tra-dición asirio-babiló-nica, los jefes de la “Casa de las Tinieblas” se dice que eran “como las aves cubiertas de plumas”, que “desde los días de antaño dominaban la tierra, (y) a quienes los dio-ses Anu y Bel han dado terribles nombres”. En una tablilla cuneiforme escrita en la ciu-dad de Kutha por un escriba “del templo de Sitlam, en el santuario de Nergal”, se descri-ben las incursiones de una raza de demo-nios en Mesopotamia, impulsada por los dioses de una región inferior. Se dice que le hicieron la guerra a un rey no identificado

durante tres años consecutivos y que tenían la apariencia de:

“Hombres con cuerpo de pájaros del desier-to, seres humanos con rostros de cuervos, los grandes dioses los crearon, y en la tie-rra, los dioses crearon para ellos una mo-rada... en medio de la tierra crecieron y se hicieron grandes, y aumentaron en número, Siete reyes, hermanos de la misma familia, seis mil en número fueron su pueblo”.

Estos “hombres con cuerpos de pájaro” fue-ron considerados como “demonios”. Apa-recerían sólo una vez que una tormenta de nubes hubiera consumido los desiertos y masacraría a aquellos a quienes tomarían

cautivos, antes de re-gresar a una región in-accesible durante otro año.

Parecen haber muchas razones que sugieren que estos feroces de-monios no eran en ab-soluto espíritus incor-póreos, sino seres de carne y hueso ador-nados con mantos de plumas y parafernalia de aves. Pero, ¿quiénes eran estos demonios humanos, y qué rela-ción guardan con el de-

sarrollo de la civilización de Mesopotamia?

© Andrew Collins

Fuente: “The forbidden legacy of a fallen race”, en www.andrewcollins.com/articles

En una tablilla cu-neiforme escrita

en la ciudad de Ku-tha, se describen

las incursiones de una raza de

demonios en Mesopotamia

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Dossier Contaminación electromagnética

Vivimos en una era dominada por los apa-ratos eléctricos: teléfonos móviles, redes wi-

fi, ordenadores, smartphones... Todos ellos y también los electrodomesticos que for-

man parte habitual de nuestra vida, emiten potentes campos electromagneticos cuyos efectos sobre el cuerpo humano son poco

conocidos por el ciudadano medio, victima de una auténtica campaña de desinforma-

ción y ocultamiento. En este “Dossier con-taminación electromagnetica” intentamos aportar de la mano de voces expertas (Pe-dro Costa Morata, C. Gómez-Perreta y M.

Portoles Sanz y Pedro Belmonte Espejo) las claves que nos permitan acercarnos a una realidad inquietante. Este trabajo ha sido

posible gracias a Raul de la Rosa de www.contaminaciónelectromagnetica.org

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El avance de esto que llamamos “civilización” ha ido imponiendo ya desde el siglo XIX la presencia de la energía eléctrica como sím-bolo de progreso, absolutamente

indispensable para la vida cotidiana de la mayor parte de la Humanidad, sobre todo en los países más industrializados. De este modo, hemos llegado a inicios del siglo XXI con una cantidad ingente de artefactos y objetos que forman parte de las sociedades desarrolladas y que se han vuelto prácti-camente imprescindibles para el hombre moderno: líneas de alta tensión, transfor-madores, electrodomésticos, antenas, or-denadores, teléfonos móviles, sistemas wi-fi, etc. Así, podemos decir sin exagerar demasiado que si los recién nacidos del pa-sado venían al mundo con “un pan bajo el brazo”, hoy en día vienen con “un teléfono móvil pegado a la oreja”.

Al ciudadano medio toda esta tecnología –que usa extensamente pero que apenas comprende en términos científicos– le pa-rece perfectamente saludable, utilísima y positiva, a diferencia de otras tecnologías o fuentes de energía que están en la picota de los principales movimientos ecologistas y de las políticas “sostenibles” de los grandes organismos internacionales. Lo que ocurre es que mientras que ciertas formas de con-taminación o agresión al medio ambiente son bien visibles o perceptibles por nues-tros sentidos, los efectos de los poderosos campos electromagnéticos artificiales no pueden ser captados directamente por los sentidos. Y aquí es donde empiezan los pro-blemas, puesto que las radiaciones electro-magnéticas provocadas por toda esta pa-rafernalia de modernidad no son ni mucho menos inocuas para los seres vivos, y por supuesto, tampoco para el ser humano.

Así pues, desde finales del siglo XX muchos investigadores y científicos han dado la voz de alerta sobre esta cuestión hasta al pun-to de hablar abiertamente de una creciente y dañina contaminación electromagnética en nuestro entorno. Este tipo de contami-

nación, que está marcada por la constante exposición a numerosos campos electro-magnéticos artificiales, impacta en toda la población de forma arbitraria y en casi todo el territorio (aunque más especialmente en las grandes zonas urbanas) y no distingue entre espacios públicos y privados, pues la tenemos en el lugar de trabajo, en la vivien-da habitual, en las calles, en los hospitales, en las escuelas, en los parques...

Con el dossier que presentamos a continua-ción, queremos realizar un servicio públi-co de información –aunque sea a un nivel elemental– sobre los riesgos de este creci-miento desorbitado de los focos de radia-ción electromagnética que, por su efecto acumulativo, comportan serias consecuen-cias sobre la salud humana, que van desde trastornos del sueño, nerviosismo, cansan-cio, depresiones, etc. hasta afecciones más graves, incluyendo procesos cancerígenos (sobre todo, leucemias). Hoy en día la cien-cia ya ha aportado inequívocas pruebas de que determinados campos –particularmen-te los de baja frecuencia, radiofrecuencia y microondas– afectan de manera importante a los humanos, con alteraciones que llegan a nivel celular y genético. Y aunque es cierto que las autoridades políticas han creado le-gislaciones y normativas para controlar los riesgos de este fenómeno, parece que tales medidas todavía están lejos de salvaguar-dar la salud pública de forma efectiva. Como asegura Raúl de la Rosa, pionero en España en la investigación de esta contaminación, “las leyes sobre campos electromagnéticos aprobadas por parte del gobierno en 2001 no protegen la salud de la población.” No obstante, en los últimos tiempos se aprecia una creciente concienciación en la ciuda-danía ante este problema, si bien está cla-ro que son los directamente afectados (por ejemplo, por las instalación de unas antenas de telefonía móvil) los que no quieren “pa-gar el pato” de la expansión de las nuevas tecnologías a costa de su salud personal.

En definitiva, ante un supuesto progreso, ante un mundo lleno de comodidades y

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divertimentos, parece ser que planea una amenaza invisible, que debería ser tenida muy en cuenta, sin alarmismos ni catas-trofismos, pero sí con la firmeza de que no todo vale, de que la tecnología no puede ser “contra el ser humano”, porque una vida más compleja o sofisticada no es en modo alguno una vida más saludable o más feliz.

Redacción Dogmacero

Aspectos críticos científico-tecnológicos sobre los campos electromagnéticos Persistencia de la polémica sobre la interacción campos electromagnéticos-salud humana

Tal y como era de esperar de una polémi-ca a la que corresponden coordenadas más sociales que físico-biológicas, no se avanza gran cosa en conclusiones que hayan de ser ampliamente aceptadas acerca de los posi-bles efectos nocivos de los campos electro-magnéticos (CEM) en los organismos vivos, y sobre todo en la salud humana. Desde la parte, digamos, tranquilizadora (empresas, administraciones, la gran mayoría de los re-presentantes de la ciencia oficial) se sigue repitiendo sin desmayo ni variación que “no hay indicios suficientes” y que “no hay evidencias” sobre esos efectos perjudicia-les. Pero sobre esos mismos efectos sigue alzándose la parte, digamos, crítica, que quizás va escorándose cada vez más hacia la vertiente de lo social, no solamente por su origen popular o sociopolítico (asocia-ciones de vecinos, grupos ecologistas, inclu-so partidos políticos) sino por la creciente dificultad de encontrar desde la ciencia no oficial (reducidísima, casi inexistente) un tratamiento global de este problema que resulte asumible por la fracción dominante.Efectivamente, puede no haber indicios, ni

evidencias suficientes de esos efectos per-judiciales, pero está claro que tampoco los hay de lo contrario; sólo hay insuficiencias, sin garantías de que sean indicadoras de una situación estable y consolidada en lo físico-biológico. Quedaría por determinar sobre quién recae la carga de la prueba, si –como se pide desde el bando tranquili-zador– sobre los críticos o – como exigen éstos– sobre los que vienen desarrollando tecnologías de gran amplitud e impacto sin garantías absolutas sobre efectos secunda-rios o deletéreos. Barry Commoner, biólogo y ecologista norteamericano, hacía obser-var en uno de sus primeros trabajos (1963) la indiferencia de la ciencia moderna sobre las consecuencias indeseables de su propio desarrollo, y señalaba que “puesto que la re-volución científica generadora de la moder-na tecnología tuvo lugar en el campo físico, parece natural que la ciencia moderna faci-lite mejores controles tecnológicos sobre la materia inanimada que sobre los seres vi-vos” (1). Es a la ciencia y la tecnología emer-gentes a las que corresponde, desde luego, demostrar que sus efectos secundarios van a ser o nulos o asumibles socialmente.

Pero esa indecisión de fondo acerca de la verdadera significación para la salud de los CEM no deja de producir efectos en la normativa. Por eso se establecen límites y niveles de referencia en varias de las mag-nitudes que definen los CEM. Pesa en esta actitud, evidentemente contradictoria con la seguridad y cerrazón de la que hace alar-de la parte tranquilizadora, la duda cientí-fica de fondo y la responsabilidad política, aspectos ambos que son el resultado de la experiencia habida en otros episodios cien-tífico-técnico-sanitarios, sobre los que el tiempo –a veces de forma brutal– ha aca-bado por despejar las dudas, resistencias e indecisiones durante largo tiempo mante-nidas. En gran medida, este es el caso de las radiaciones ionizantes procedentes de las explosiones nucleares, tan alegre e irres-ponsablemente incontroladas durante años con el apoyo –o al menos el silencio cómplice–

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de una parte esencial de la comunidad cien-tífica.

En resumen, y celebrando que las cues-tiones relativas a los CEM hayan salido y salgan de los ambientes científico-tecno-lógicos para instalarse en el corazón de la decisión político-social, hay que aludir a lo que actualmente se llama “gestión de ries-go” (avance sobre la realidad política y jurí-dica de lo que es la “evaluación del riesgo”), que se puede definir como “un proceso de decisión más subjetivo que implica consi-deraciones políticas, sociales económicas y de gestión necesarias para desarrollar, ana-lizar y comparar las opciones legislativas” (2). Esta gestión se lleva a cabo, en defini-tiva, respondiendo simplemente a las pre-guntas: ¿Cuánto riesgo hay?, ¿Qué estamos dispuestos a aceptar? y ¿Qué deberíamos hacer? Con lo que queda debidamente ubi-cado –en lo institucional y lo global– el pro-blema electromagnético.

Excesos físico-matemáticos

Así, si bien se asegura que no existe ninguna prueba de que irradiaciones electromagné-

ticas con densidad de potencia por encima de los 10 mW/cm2 produzcan en los huma-nos efectos nocivos, todos los países y orga-nismos se alejan considerablemente de ese nivel, estableciendo normativamente, por lo general, entre 0,5 y 1 mW/cm2 el límite de irradiación; y esto se hace así “para ma-yor seguridad”...

Dudas más profundas son las que se cier-nen sobre las garantías de los “modelos biofísicos” manejados en estas tareas que, descartando la identificación de cualquier mecanismo de interacción, pretenden fun-damentar sobre ellos mismos la conformi-dad social. Si en estos modelos se excluye la posibilidad de que los CEM interfieran en proteínas, enzimas o tejidos biológicos a la luz de la experiencia conocida, se está contemplando la realidad de forma restric-tiva (3), generalmente con exceso de celo físico-matemático. Las afirmaciones, por otra parte, de que “no se dispone de eviden-cias epidemiológicas que avalen la relación postulada entre la exposición a CEM y un incremento en el riesgo de defectos en los procesos de reproducción y desarrollo, o de

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alteraciones mentales y del comportamien-to” (4) restringen claramente las lecciones de los estudios epidemiológicos ya que “los resultados obtenidos no demuestran una relación dosis-respuesta” (5), con lo que la capacidad de estos estudios para arrojar luz definitiva en este asunto parece ir dis-minuyendo, en lugar de crecer en fiabilidad.

Resultan evidentes los excesos de la físi-ca matemática actual, incluso en los cam-pos de los que parecería esperarse de ella una explicación plausible (si no definitiva) so-bre cuestiones esenciales que afectan al en-tendimiento bá-sico de nuestro universo (aun-que no a los pro-blemas ordina-rios de nuestra sociedad). La generalización del trabajo cien-tífico mediante la elaboración de teorías casi totalmente ma-temáticas no puede evitar que se lancen sobre esta me-todología, de forma cada vez más agria, acu-saciones de irrealidad y, en todo caso, de alejamiento de los intereses más generales. Es irritante que se tenga que admitir –en un momento de nueva exaltación de la llamada conquista espacial– que no se conocen bien los mecanismos celulares y moleculares im-plicados en la acción sobre los humanos de los CEM, y por lo tanto se desconozca casi todo sobre límites o umbrales de exposi-ción. En un mundo crecientemente electro-

magnético, que envuelve a seres eminente-mente eléctricos como son los humanos, se concede mucha más importancia a conocer el espacio exterior, incluso el más lejano, que el inmediato y acuciante mundo de la vida celular y su comportamiento bajo in-fluencias nuevas de índole tecnológica. Los estudios epidemiológicos son, en este con-texto, un recurso –tanto si se acometen con ánimo defensivo como si se instrumenta-lizan a modo de recusación– que muestra ya sus limitaciones en cuanto a alcanzar un

mejor cono-cimiento de mecanismos b i o f í s i c o s esenciales.

Frente a estos estudios epi-demiológicos, a los que se sigue dando tanta impor-tancia por su aparente ca-pacidad de e s t a b l e c e r / descartar mecanismos evidentes, se alza la no li-nealidad de la gran mayoría de los fenó-menos natu-rales, consti-tuida en base

científica que cada vez perturba más el tra-bajo, en gran medida autocomplaciente, de los científicos enmarañados en la trascrip-ción matemática de esos acontecimientos. La no linealidad como realidad desconcer-tante –si bien muy frecuente– está presen-te también en la biofísica de los campos electromagnéticos. Así, no hay explicación aparente (ni función matemática que la ilustre) de la relación sorprendente entre el

En un mundo crecientemente

electromagnético, que envuelve a seres eminentemente

eléctricos como son los humanos, se concede

mucha más importancia a conocer el espacio

exterior que el inmediato y acuciante mundo de la

vida celular

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incremento de valor de las radiofrecuencias y la tasa de absorción específica (TAE) re-sultante en humanos, que tras un tramo de aumento casi lineal experimenta un brusco descenso a partir de los 80/90 Mhz para estabilizarse entre los 500/1.000 Mhz, vol-viendo a remontarse lentamente sobre los 50.000 Mhz (6).

Este ejemplo sirve para destacar la especi-ficidad de los organismos vivos en su com-portamiento ante –o bajo– agentes que muestran una acción claramente lineal; la respuesta, el impacto real puede no seguir la misma función. De ahí el extremado cui-dado de que hay que hacer gala cuando se intenta trasladar teorías matemáticas de uso más o menos habitual e incluso convin-cente en el mundo de los fenómenos físicos al de los seres vivos: la capacidad vatici-nadora de estas teorías, o de los modelos matemáticos aplicados, se reduce notable-mente. Y es que, como advierte Ernst Mayr, “cada organismo es único y cambia además de un momento a otro” (7).

Cuando se establece en el umbral de la io-nización –esos 12,4 eV correspondientes a radiaciones con longitudes de onda del or-den de cientos de angströms y frecuencias de miles de terahercios– la radicalidad del sí / no para los efectos mutagénicos se está descartando, al menos, que las sinergias entre lo electromagnético y lo tóxico, por ejemplo, pueden neutralizar la virtualidad física de ese nivel energético-matemático. Y en consecuencia, se sobrevalora un de-terminante físico escueto al desconocerse la realidad global natural, que actúa como algo distinto a la suma de realidades parcia-les.

Las teorías del caos vienen en nuestra ayu-da y nos fortalecen en el escepticismo anti-matematicista, tan necesario en momentos en que la confusión y hasta la charlatanería orlan el trabajo científico. Efectivamente, el caos es una característica de muchos sis-temas no lineales, es decir, que presentan

soluciones distintas según varíen las condi-ciones iniciales. Y es evidente que “si existe un sistema no lineal, este es el que forma el conjunto de la naturaleza” (8).

El exceso matematicista de la física actual es evidente. Porque si bien los modelos nu-méricos funcionan particularmente bien en astronomía y en física de partículas, por ejemplo, contribuyendo a que los físi-cos puedan definir lo que de otra forma se-ría indefinible, no son en absoluto seguros cuando se aplican a entidades o fenómenos tan complejos como los de la Biología. “Un quark –dice Horgan– es un constructo to-talmente matemático y sus propiedades, como el encanto, el color, la extrañeza, son propiedades matemáticas que no tienen analogía con el mundo macroscópico en que vivimos” (9).

Ese matematicismo, o fisicismo matemati-cista tiene su referencia, en gran medida, en el célebre enunciado de Galileo (1564-1642) de que “la naturaleza está escrita en lenguaje matemático” (10), así como en el

Foto: David Castillo Dominici

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racionalismo del siglo XVII, que el tiempo ha demostrado que reduce y coacta la extensa realidad natural, y muy especialmente la de los fenómenos no lineales, que son quizás la mayoría y desde luego los más importantes. Paul Dirac (1902-84), en nuestros días, ha retomado la misma idea pero corrigiéndola con humildad y tomando buena nota de los excesos de la física matematicista; porque no todas las soluciones de las ecuaciones / leyes matemáticas han de tener significado físico. Dirac aclaró que en su opinión la fí-sica era matemática, aunque no cualquier tipo de matemática, y puesto que postula-ba que “las leyes físicas deben tener belleza matemática”, las expresiones matemáticas bellas eran, para él, las razonable e intrínsi-camente efectivas en las ciencias naturales. Otra observación de aplicación en nuestra reflexión es que si bien las estructuras ma-temáticas son infinitas no sucede lo mismo con las leyes que describen la naturaleza: es decir, que lo que es matemáticamente posi-ble no tiene por qué serlo físicamente (11). Cabría añadir, a esa “revisión galileana”, que no puede asegurarse que todos los fenóme-nos y leyes físicas hayan de tener expresión matemática exacta, o al menos, que se haya

de encontrar un día su representación ma-temática correcta...

Entre las consecuencias no menos impor-tantes de estos excesos matemáticos en la física contemporánea ha de anotarse el ale-jamiento y la desconfianza que el ciudada-no, incluso el bien informado, opone a este trabajo tan críptico como elitista. No ha de extrañar, entonces, cierta alarma del ciuda-dano que ha de escuchar, o leer, a sesudos científicos concentrados en su mundo de constructos físico-matemáticos con obser-vaciones a medio camino entre el drama-tismo científico y la perplejidad ordinaria; como ésta: “Podría confirmarse que la rea-lidad procede de los retorcimientos de bu-cles de energía en un hiperespacio de diez dimensiones...” (12).

Crisis de la idea de progreso

En buena medida, es la venalidad de gran parte del trabajo científico-tecnológico lo que ha hecho que, por primera vez en los doscientos años de vigencia casi indiscuti-da, se halle seriamente cuestionada la idea de progreso como proceso lineal y necesa-rio. Es positivo, desde luego, que este para-digma haya entrado en crisis tras la larga etapa de aceptación y auge casi universales, desde que lo acuñara Condorcet (1793) en sus dimensiones verdaderamente moder-nas (13). La discusión sobre esta idea, a la luz de la evolución de cuanto se considera progreso social, y sobre todo a lo largo del siglo XX, deja muy amplio margen para el escepticismo frente a la ciencia y la tecno-logía.

Sobre todo, este binomio ciencia-tecnología (entre cuyos componentes ya no es posible establecer relaciones de sumisión o de an-telación) ha de enfrentarse a las acusacio-nes que le niegan la capacidad de resolver los problemas sociales más acuciantes y bá-sicos: pobreza, enfermedades, guerras. Por el contrario, parece instalarse, más bien, en El físico teórico británico Paul Dirac (1902-

1984)

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una plataforma fatal de generación de nue-vos problemas y de agravamiento de los or-dinarios. En su intento de desentrañar cada vez fenómenos más complejos “la ciencia está dejando atrás nuestros axiomas inna-tos” (14).

Tampoco la ciencia viene distinguiéndose, en los años de mayor arrogancia y preten-sión, por contestar a nuestras preguntas fundamentales, como las que tienen rela-ción con el sentido de la vida y la presen-cia del hombre en el mundo. Precisamente, parece que el mayor embate actual que va a sufrir la idea de progreso procederá de la discusión que biólogos y paleontólogos vie-nen animando sobre la evolución de la vida con un cariz cada vez más escéptico, inclu-so “destructivo”. Así, se recusa actualmente la idea de evolución progresiva de la vida como producto ideológico de la Inglaterra victoriana (darwinista, liberal-imperialis-ta) y resultado de la selección que imponen los más fuertes para ser sustituida por “un proceso donde el éxito evolutivo se basa fundamentalmente en la suerte” (15) (es decir, en el caos).

La crítica desde la biología reforzará los planteamientos más inconformistas desde lo social, que si bien parecen arrancar del 68 francés tienen mucho más que ver con

la crítica ecologista del último tercio de siglo. No es posible aceptar que el medio ambiente en general discurra por canales de progreso sensible, sino todo lo contra-rio; tampoco es evidente que hechos tan elementales como la alimentación (a esca-la local, nacional o planetaria) evolucione favorablemente, resultando espectaculares tanto los puntuales escándalos que salpican el mundo entero como el progresivo desli-zamiento desde tradiciones saludables ha-cia pautas culinarias y gastronómicas abe-rrantes.

Son muchos los que sostienen que cada vez es más sensible el regreso general en salud personal y pública, tanto la física como la mental. La medicina química y tecnológica encuentra cada vez más dificultades para demostrar que evoluciona en una trayecto-ria adecuada y para garantizar que no gene-ra más perjuicio que beneficio. Aunque esta apreciación, bastante extendida, necesita desde luego de matización y equilibrio, no puede separarse de hechos igualmente pre-ocupantes, como sucede con el retorno de enfermedades “erradicadas” y la aparición de otras consideradas “nuevas”. La verdad es que adquiere forma por momentos un estado patológico general muy en conexión con el desarrollo económico (e incluso, se diría, con la calidad de vida tal y como sigue siendo considerada) y caracterizado por el estrés y la velocidad, el desasosiego y la competitividad, el aislamiento y la insolida-ridad, etc.

El ritmo económico, y la casi absoluta ins-trumentalización de la ciencia y la tec-nología por las exigencias productivas y crematísticas nos recuerdan que ciencia y tecnología son un producto social y que en consecuencia responde a las fuerzas y resortes dominantes de cada momento en esa sociedad. Y está claro que cada vez me-nos ese impulso social procede de objetivos y anhelos colectivos, amplios, verdadera-mente sociales, sino más bien de grupos o instituciones parciales pero privilegiadas,

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como el empresariado, la competencia in-ternacional, la comunidad científica o inclu-so la clase política.

Malos tiempos, pues, para creer en el pro-greso según el optimismo y la reflexión de nuestros ancestros ilustrados y desarrollis-tas, para los que esa idea actuó como motor o meta. Hoy esa meta resulta o desconocida o indeseable, y obliga a someter a revisión profunda –radical– todos los componentes de la llamada “civilización moderna”. Pero hay que reconocer que no podía ser de otra

forma: el progreso se ha ido identificando más y más con índices y criterios económi-cos y hasta economicistas, y ha llegado a ha-cernos olvidar que era de progreso social de lo que se trataba, y que ese progreso social, que es el verdadero, consiste en algo muy distinto a la sucesión de cifras económicas en progresión.

Recordemos, finalmente, que las raíces del escepticismo frente a la idea de progreso han tenido siempre un fundamento, diga-mos, metafísico. Ya en 1920, John Bury ad-vertía en un clásico trabajo que la creencia

en el progreso pertenece a ese tipo de ideas que no dependen de la voluntad huma-na, sino de la aceptación o no de su propia realidad o falsedad. La idea de progreso –como la inmortalidad personal, el Destino o la Providencia– atañe a los misterios de la vida y por eso se puede creer o no en ella, porque puede ser verdadera o falsa (16).

Apunte interdisciplinario

No creo que sea cuestión, llegados a este punto, de esperar que la ciencia como pro-

ducto e institución sociales reconduzca sus esfuerzos con otros criterios y priorida-des. La feroz competencia entre Estados, empresas e individuos no augura ninguna reorientación positiva de sus pretensio-nes y objetivos, sino, por el contrario, una agudización de sus aspectos rentabilistas y economicistas, lo que afectará a su alta es-pecialización y a la dedicación abrumadora hacia unos aspectos frente a la marginación de otros. Se agravará, pues, su alejamiento de las necesidades verdaderamente socia-les, como viene siendo palpable desde me-diados de este siglo.

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Pero esto no debe hacernos olvidar que la ciencia –la verdadera ciencia, es decir, la que tiene siempre finalidad social– es sólo una, y no es acertado el asumir su compleji-dad aparente como razón indiscutible para seguir atomizándola ad infinitum. Porque esto no solamente crea desazón y frustra-ción personales tanto en las etapas de for-mación como, sobre todo, en la de ejercicio profesional, sino que configura un lamen-table panorama en el que proliferan más y más los científicos que son –y así se mues-tran, muchas veces con orgullo– verdaderos analfabetos en casi todas las parcelas del saber menos en la que cultivan ordinaria y –casi siempre– apasionadamente.

La polémica electromagnética refleja sufi-cientemente la posición científica parcial de cada protagonista (sea individual o colecti-vo): cada exponente parte de un enfoque, o punto de vista, generalmente separado o aislado de numerosos otros posibles. Esto sucede sobre todo entre profesionales o es-pecialistas de las diversas ciencias natura-les, como físicos y biólogos.

En la actitud del especialista suele estar presente el desprecio hacia toda definición generalista del saber, y esta es una actitud con connotaciones político-sociales. Barry Barnes, que cree que la actividad científica en cuanto tal es una actividad colectiva y or-ganizada que se haya inserta en la división social del trabajo, señala que “la especiali-zación estaría en el origen del formidable poder de los científicos considerados como grupo social” (17).

Pero esa especialización del saber lleva a niveles de exageración que rozan lo ridí-culo, porque no pocas veces un especialis-ta en determinada rama de la Matemática, por ejemplo, ha perdido la visión general sobre la Matemática como ciencia... Robert Oppenheimer hacía observar (1965) que “se han desarrollado las disciplinas especia-lizadas como los dedos de la mano, unidos en su origen pero que ya no están en con-tacto unos con otros”, y sentenciaba, presa

de una indisimulable desolación personal: “En la actualidad el conocimiento científico no constituye un enriquecimiento de la cul-tura general” (18).

De ahí que sea precisamente la formación amplia, la ambición científica universalis-ta, la recomendación que haya de hacerse siempre que posiciones pretendidamente científicas se enfrenten sin diálogo, atrin-cheradas en sus respectivos postulados o paradigmas tradicionales y específicos. Esa lamentable separación –radical, vital, nada trivial– entre “ciencias” y “letras” tanto en los planes de estudio como entre científicos, intelectuales y profesionales del momento ilustra el punto necio y disparatado al que han llegado la institución de la enseñanza y en consecuencia la comunidad científica y tecnológica. El vulnerar este determinante, este corsé y esta perspectiva chata del mun-do y el conocimiento que sobre él hemos de pretender puede salvarnos de las dedi-caciones obsesivas y de la sobrevaloración de la propia actividad, que configuran una actitud siempre indeseable.

La crítica científico-tecnológica sólo es po-sible con un amplio bagaje científico y con un mínimo de experiencia tecnológica pero, sobre todo, exige una sólida vocación por lo social, lo que –a despecho de muchísimos científicos naturales– también constituye un empeño científico y genera una parcela del saber con pretensiones bien fundadas, de tanta o mayor universalidad como pueda arrogarse la física teórica. (No está de más recordar que una de las causas que origina-ron la sociología como ciencia moderna fue la “reacción” ante las consecuencias nocivas que la Revolución Industrial mostraba ya en la transición de los siglos XVIII a XIX; y de ahí que siempre se preocupara de la re-orientación de la ciencia, dando prioridad a sus aspectos y determinantes sociales, con afán declarado de unificación).

Además, desde el famoso trabajo de Tho-mas S. Kuhn (19) (1962) pocos siguen dis-cutiendo que la ciencia no sea otra cosa

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que “una empresa colectiva de solución de enigmas”. Y ya no se pueden ignorar ni su dimensión social ni su enraizamiento histó-rico (20).

Notas

(1) COMMONER, Barry: Ciencia y supervi-vencia. Plaza & Janés, Barcelona, 1970.

(2) Del artículo de Francisco Vergara, “Ries-gos para la salud humana de las exposi-ciones ambientales a campos eléctricos y magnéticos” en Física y sociedad, Revista del Colegio Oficial de Físicos, n14 10 (pri-mavera de 1999).

(3) Siguiendo a Alejandro Úbeda, biólo-go, en “Campos magnéticos ambientales y cáncer”, El País, 1-6-1994, en respuesta al artículo “¿Afectan los campos eléctricos y magnéticos al hombre?”, del físico Miguel Aguilar, publicado en El País, 11-5-1994.

(4) Según S. Castaño, A Real y J.M.Gómez, del CIEMAT, en “Campos electromagnéticos generados por las líneas de alta tensión. Po-sibles efectos sobre la salud y el medio am-biente”, en Física y Sociedad, op. cit.

(5) Según Francisco Vergara, op. cit.

(6)Véase el artículo de Robert Clevel and, “Radiofrequency radiation in the environ-ment: sources, exposure standards and re-lated issues”, en Ayrepetyan, S. y Carpenter, D.: Biological Effects of Electric and Magne-tic Fields. Academic Press, San Diego (Cal.), 1994.

(7) MAYR, Ernst: Towards a New Philoso-phy of Biology, citado en John Horgan: El fin de la ciencia. Los límites del conocimiento en el declive de la era científica. Paidós, Bar-celona, 1998.

(8) SÁNCHEZ RON, J.M.: Diccionario de la Ciencia. Planeta, Barcelona, 1996.

(9) Horgan, John:op. cit.

(10) Aunque la redacción y su contexto es ligeramente distinto, tal y como aparece en Il Saggiatore, 1623, VI, 232.

(11) Citado en Sánchez Ron, J.M.: op.cit.

(12) HORGAN, John: op.cit.

(13) Marqués de Condorcet: Esbozo de una imagen histórica del progreso del espíritu humano. Publicado en 1795, un año des-pués de su muerte.

(14) Citado en John Horgan, op. cit. aludien-do al pensamiento de Gunther Stent y Gre-gory Chaitin.

(15) Del artículo de Pere Alberch, “El con-cepto de progreso y la búsqueda de teorías generales en la evolución”, en El progreso. ¿Un concepto acabado o emergente?, edi-tado por Jorge Wagensberg y Jordi Agus-tí. Tusquets Editores/Fundació "la Caixa", Barcelona, 1998.

(16) BURY,John: La idea del progreso. Alian-za, Madrid, 1972.

(17) Barnes, Barry: Sobre ciencia. RBA Edi-tores, Barcelona, 1995.

(18) Robert Oppenheimer, citado en W.O.Hagstrom: The Scientific Community. Basic Books, Nueva York, 1965.

(19) KUHN, T.S.: La estructura de las revolu-ciones científicas. FCE, Madrid, 1990.

(20) Citado en M.González, José A. López y José L. Luján: Ciencia, tecnología y socie-dad. Una introducción al estudio social de la ciencia y la tecnología. Tecnos, Madrid, 1996

© Pedro Costa MorataIngeniero técnico de telecomunicación y sociólogo.Gabinete de Medio Ambiente del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos de Telecomunicación.

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Campos electro-magnéticos y salud: estado actualLa exposición actual a los campos magnéti-cos bajo diversas fuentes de energía intere-sa no solo a los profesionales sino cada vez más a una gran parte de la población pre-ocupada por conocer sus posibles efectos sobre su salud.

Esta nueva exposición no puede ni debe compararse con la sufrida hasta ahora y debida fundamentalmente al campo mag-nético de la tierra que es de origen estático e inocuo para nuestro organismo, por no proceder de cargas en movimiento (electri-cidad).

Además, la corriente utilizada generalmen-te por la industria es alterna en vez de con-tinua con lo que el nivel de percepción o intensidad mínima de corriente que el ser humano es capaz de detectar es menor. Este valor es muy subjetivo, oscilando entre 10 microamperios (que daría lugar a un CM de 0,5 microteslas) y 0,5 miliamperios para alterna y entre 2 y 10 mA para continua. Además, es importante mencionar que des-afortunadamente los umbrales más bajos de percepción se dan precisamente para las

frecuencias de las líneas industriales (50-60 Hz).

Sin embargo, los límites de exposición reco-mendados por la OMS/NHMRC en un prin-cipio se establecieron en función de los efec-tos inmediatos que sobre la salud pudieran inducir CE o CM externos. Estos límites se corresponden con las densidades de co-rriente que están generalmente en el límite de los CEM generados por nuestro propio organismo por encima de 10 miliamperios. Según este criterio, se establece en 0,5 mi-liteslas el umbral de afectación que corres-pondería con una intensidad de corriente entre 1 y 10 miliamperios. Sin embargo, si tuviéramos que utilizar el concepto de ni-vel de percepción mínimo tendríamos que adoptar un criterio 1.000 veces menor de umbral tolerable y admitir como 0,5 micro-

teslas el valor de CM como valor de expo-sición aceptable, al menos para personas de máxima sensibilidad. Pero ¿cuál sería el nivel aceptable de tolerancia para un indi-viduo en gestación, o en niños o en adoles-centes? Por desgracia, mientras se protege laboralmente y socialmente a la mujer em-barazada de las radiaciones ionizantes (Ra-yos X...) no sucede lo mismo con las no ioni-zantes. Multitud de utensilios profesionales y domésticos generan importantes CM a su alrededor. Desde un secador de pelo hasta

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un aparato de magnetoterapia pueden aso-ciar un CM que exceden los 100 uT y cuya efecto teratogénico (riesgo para el feto) ha sido valorado en algunos estudios. Así, Juu-tilainen et al. (1993) llegaron a la conclu-sión de que las mujeres expuestas a CM de origen doméstico durante su gestación con intensidades superiores a 0,63 uT tenían más riesgo de aborto que aquellas mujeres expuestas a un CM inferior a 0,13 uT.

Previamente, Delgado et al. (1983) descri-bieron como se detenía la embriogénesis de un embrión de pollo cuando se le exponía a un CM de 1 uT de 100Hz de frecuencia do-méstico. En re-sumen, niveles poco significa-tivos para algu-nos pueden ser determinantes para otros. Por ejemplo, los es-tudios de Green et al. (1999) establecen una mayor asocia-ción entre CM y riesgo de leuce-mia en función de la edad. De esta forma, los más jóvenes se-rían en princi-pio más vulne-rables.

Además, la falta de sintomatología propia que pueda rela-cionar la exposición a CM con una enfer-medad específica hace que el diagnóstico por parte del clínico sea más complicado, sobretodo si por desconocimiento no pue-de lógicamente llegar a pensar en tal posi-bilidad. Por ejemplo, desde 1966 se conoce la existencia de la enfermedad de las radio-frecuencias o síndrome de los microondas a partir de la aparición de unos síntomas en trabajadores de bases militares expuestos crónicamente a hiperfrecuencias que son la base de la telefonía móvil actual. Dichos sín-tomas son comunes a cualquier otra altera-ción funcional debida a múltiples causas y

solo la aparición de estos signos en una po-blación determinada y médico-laboralmen-te controlada pudo orientar eficazmente su causalidad. Sin embargo, esta dolencia distribuida en el conjunto de la población y debida a cualquier fuente de radiación EM es difícilmente identificable no solo por el sujeto afectado sino por su médico desco-nocedor de esta nueva sindromología.

Diversas hipótesis apuntan sobre la glándu-la pineal como una de las explicaciones más plausibles. Se conoce que la exposición cró-nica puede alterar la liberación de su hor-mona melatonina responsable de los ritmos

biológicos a nivel de sistemas u órga-nos como el cere-bro, corazón, endo-crino..., inhibición de la peroxidación favorecedora del envejecimiento... e incluso activación del gen supresor de las formación de tumores. Por lo tanto, una disminu-ción de la melato-nina puede jugar a corto y largo plazo un papel crucial en la aparición de en-fermedades neuro-lógicas, cardiológi-cas, inmunológicas o mayor vulnera-bilidad frente a los

agentes infecciosos además de favorecer la aparición de tumores. Por ejemplo, recien-temente la revista Journal of Sleep Research (1) publicaba un trabajo realizado en hu-manos demostrando que la hormona me-latonina, producida por la glándula pineal, disminuía cuando se conectaba una fuente de radiación de un microtesla y se recupe-raba cuando ésta se apagaba. El experimen-to de por sí concluyente no lo hubiera sido tanto si esto no hubiera sido correlaciona-do con una disminución objetiva mediante EEG de la calidad del sueño de los sujetos sometidos a la radiación EM.

La falta de sintomatología propia que pueda relacionar

la exposición a CM con una enfermedad

específica hace que el diagnóstico por par-te del clínico sea más

complicado

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Por otro lado, desde los trabajos de Wer-theimer y Leeper (2) se baraja la posible asociación entre la exposición crónica a los CEM y diversas enfermedades como por ejemplo el cáncer.

Los trabajos (3,4) del Instituto Karolinska de Estocolmo (Suecia) han puesto de ma-nifiesto que existe un riesgo de contraer leucemia cuando el CM al que están some-tidos crónicamente los niños supera los 0,2 microteslas. Riesgo que aumenta a medida que lo hace la magnitud del CM. De esta for-ma, se puede hablar de asociación o riesgo moderado en el caso de 0,2 microteslas y de elevado cuando sobrepasa los 0,3 microtes-las.

Este estudio, publicado en el American Journal of Epidemiology en Octubre de 1993, realiza cuatro medidas del CM (de cinco minutos cada una), no sólo donde vi-vía cuando se diagnosticó su leucemia sino en todas las viviendas anteriores de tal for-ma que obtiene un promedio de CM medio de exposición. Sin embargo, otros estudios famosos como el de Martha Linet (5) publi-cado en el New England Journal of Medicine no tuvo en cuenta exposiciones anteriores a los cinco años desde el diagnóstico de la en-fermedad basándose en que no existe evi-dencia de que una baja CM pueda inducir efectos genotóxicos. Es decir, que como no hay datos de que estos bajos CM produzcan daños en el genoma es improbable para es-tos autores afirmar que un niño expuesto a los CM sólo en su infancia pueda sufrir un cáncer con posterioridad.

Pero lo que más nos llama la atención es que este artículo utilizado como exponen-te de la negatividad de relación entre CM y cáncer no es totalmente rotundo en esa aseveración. Así, admite que no puede ex-cluir la posibilidad de riesgo, aunque habla de pequeño cuando el valor del C pueda ex-ceder los 0,5 microteslas (página 6, primer párrafo).

En resumen, y solo con respecto a las leuce-mias en niños, existen al menos 11 trabajos que asocian estadísticamente la exposición

crónica a CM y dichos cánceres mientras que otros seis –si incluimos el de Linet– no encuentran esa clara asociación. Una ex-plicación plausible viene dada por Green y colaboradores en un artículo publicado en la revista Cancer Causes and Control en 1999 (6) donde evidencia que posiblemen-te la disparidad encontrada puede deber-se a aspectos metodológicos. Así, observa que cuando se realizan medidas continuas del CM con un dispositivo capaz de medir la magnitud del CM colocado permanente-mente en el niño los resultados evidencian una mayor asociación entre exposición a CM y leucemia que cuando se efectúan me-didas puntuales. Y además la evidencia es más constatable para CM superiores a 0,3 microteslas. De aquí que se podría deducir que si los trabajos anteriores hubieran uti-lizado este dispositivo de medida la asocia-ción hubiera sido probablemente más evi-dente.

En suma, creemos que las recomendacio-nes de los organismos tales como el NIEHS y la OMS de extremar la precaución no es-tán encontrando el respaldo de la sociedad en su conjunto, desde los propios afectados hasta los organismos competentes. Solo los muy avezados conocen que hay que alejar-se lo más posible de los CM, ya sean líneas o fuentes de emisión como móviles, pantallas de TV, ordenadores, transformadores...

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Además, la industria y por desgracia algu-nos centros públicos pero con vinculación privada emiten constantemente comuni-cados que tachan incluso de irracionales o alarmistas las noticias que alertan de la necesidad de tomar adecuadas medidas de precaución. En este caos de mentidos y desmentidos, de falta de más estudios epi-demiológicos y de rumores e histerismos nos movemos en la actualidad. Esta situa-ción favorece aún más la alarma social, lle-gándose a producir situaciones extremas y encontradas entre los partidarios de ambos planteamientos.

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© C. Gómez-Perretta y M. Portolés SanzCentro de Investigación, Hospital Universi-tario LA FE (Valencia)

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La tecnología Wi-FiEl desarrollo de dispositivos informáticos y no-informáticos conectados ha supuesto el crecimiento de la instalación de tecnologías basadas en las radiofrecuencias y microon-das que permiten la conexión inalámbrica entre distintos ordenadores o portátiles. La tecnología wi-fi (wireless fidelity), ofrece la posibilidad de conexiones rápidas a través de señales de radio sin cables o enchufes. Las tecnologías Bluetooth, wi-fi, PDAs, Wi-MAX (wi-fi de banda ancha) tienen el deno-minador común de referirse a tecnologías

que permiten la comunicación de voz y da-tos sin utilizar cables.

Estas tecnologías (tecnologías wireless) es-tán reemplazando a los cables de conexión. Las redes inalámbricas tipo Bluetooth, con un alcance de 100 metros o los sistemas wi-fi, de un alcance superior, donde podemos estar permanentemente conectados. Todos estos sistemas emiten campos electromag-néticos de microondas pulsantes similares a la telefonía móvil. En el Estado español, se adapta la norma-tiva internacional concretada en la banda de 5 gigahercios de frecuencia para siste-mas de acceso inalámbricos (wi-fi) a la red fija a alta velocidad. Designa la banda de 14

gigahercios para hacer posible el acceso a Internet desde aviones (American Airlines y Delta Air Lines ya tienen previsto incor-porarlo) y reserva la banda 2.500 a 2.690 megahercios para futuras ampliaciones de los sistemas de telefonía móvil de tercera generación UMTS. Los sistemas wi-fi y los impactos ambientales y sanitario Wi-fi es la abreviatura de wireless fidelity, un conjunto de normas para redes inalám-bricas (redes en la cual la comunicación

entre sus componentes se realiza median-te ondas electromagnéticas) que sigue las especificaciones técnicas que se ajustan al protocolo IEEE 802.11 o WI-FI, un estándar de protocolo de comunicaciones del Insti-tute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE). El IEEE es una asociación profesio-nal mundial que, entre otras cosas, estable-ce protocolos y normas de funcionamiento de los sistemas de comunicación inalámbri-cos. El sistema wi-fi se creó para ser utili-zado en redes locales inalámbricas de orde-nadores LAN (Local Area Network) para el acceso a Internet. Los routers wi-fi emiten a lo sumo 100mW, pero suponen un riesgo para la población escolar por su cercanía a los niños en espe-

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cial a la cabeza, en edad pediátrica, cuan-do se está desarrollando su cerebro y su sistema nervioso. Los sistemas wi-fi emi-ten cuando hay transferencia de datos. Sin embargo se consigue una mejor conexión y una mayor velocidad con conexión por cable. Habría que usar el wi-fi como últi-mo recurso, cuando no se pueda establecer conexión por cable y si es absolutamente necesario. Así pues, no se debería instalar en los dormitorios de los niños o cerca de los mismos. Con todo, en muchas empresas y colegios se emite muy cerca de la perso-na y su cerebro, en una exposición horaria continua y amplia en ámbitos laborales o en centros de enseñanza durante el horario escolar. El problema fundamental son los niveles de emisión / inmisión de microondas pul-sátiles a los que estamos expuestos, y las emisiones de los sistemas wi-fi se sumarán a las emisiones de los sistemas de telefo-nía móvil y, especialmente, en los grupos de edad sensibles como personas mayores o niños cuando se instalan estos sistemas, por ejemplo, en centros de enseñanza, uni-do al problema de una exposición continua a estas emisiones de los trabajadores de determinadas empresas. Uno de los riesgos emergentes en el ámbito laboral europeo, son los campos electromagnéticos, riesgos

físicos identificados como más peligrosos en un reciente Informe del Observatorio Europeo de Riesgos de la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (1).

La polémica mediática sobre el uso de los sistemas wi-fi comenzó en Gran Bretaña después de que una investigación hecha por el programa Panorama, de la cadena es-tatal BBC, denunciara los peligros que esta tecnología puede acarrear sobre los seres humanos. Este programa centró sus tesis en que la emisiones de estas ondas radioeléc-tricas eran tres veces más potentes que las emitidas por un aparato de telefonía mó-vil, por lo que sus posibles efectos adver-sos afectarían en la misma proporción. La Agencia de Protección Sanitaria británica quiere acabar con el debate entre científi-cos y expertos y realizar un estudio siste-mático sobre si las emisiones de los siste-mas wi-fi pueden afectar a la salud pública; dado que en el Reino Unido la mayoría de los centros educativos tienen sus redes in-formáticas conectadas por wi-fi; con la lógi-ca preocupación entre docentes y padres y madres de alumnos. La Comisión Internacional para la Seguridad Electromagnética (ICEMS) en su conferen-cia internacional Aproximación al Principio

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de Precaución y los Campos Electromagné-ticos: Racionalidad, legislación y puesta en práctica, en la ciudad de Benevento, Italia, (22-24 de febrero de 2006) llegó a una serie de conclusiones, a través de la Resolución de Benevento, en la que propone promover las alternativas a los sistemas de comunica-ción sin hilos; por ejemplo, el uso de la fibra óptica y de los cables coaxiales (2). Las pro-puestas del ICEMS para los sistemas inalám-bricos urbanos (por ejemplo: wi-fi, WIMAX, sistemas de banda ancha por cable o línea eléctrica o tecnologías equivalentes) deben estar sometidas a una revisión pública de la exposición potencial a campos electromag-néticos (CEM) y, en el caso de estar instalados anteriormente, los municipios deben asegurar una informa-ción disponible para todos y ac-tualizada regu-larmente. La universidad de Lakehead, en Ontario, Cana-dá, ha eliminado las conexiones wi-fi en aquellos lugares donde no se pueda ac-ceder a Internet mediante fibra óptica. Fred Gilbert, presi-dente de la Universidad, se muestra caute-loso con el empleo de dichas redes: “No se conoce el impacto que puede tener sobre las personas el uso de las ondas electro-magnéticas”, basa esta medida en estudios aparecidos recientemente que relacionan casos cancerígenos ocurridos en animales, y humanos, con estos campos electromag-néticos (3). El 20 de julio de 2007, el Ministerio Federal Alemán de Medio Ambiente, señalaba que –como medida de precaución– son preferi-

bles los sistemas de transmisión de datos por cable como alternativas a los sistemas wi-fi. Se recomendaba a escuelas y centros de enseñanza que, si era posible, se evitase los sistemas wi-fi. En septiembre de 2007 se presentaba el denominado Bioinitiative Report; realizado por un grupo internacional de científicos, investigadores y profesionales de la salud pública (4). La Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA) ha contribuido en este nuevo informe con un capítulo redactado de un estudio de la propia EEA: “Últimas lec-ciones de las primeras alertas: el principio

de precaución 1896-2000” pu-blicado en 2001. El informe expo-ne una detalla-da información científica sobre los impactos en la salud cuando se está expues-to a la radiación electromagnéti-ca cientos y mi-les de veces por debajo de los límites estable-cidos.

Los autores han revisado más de 200 estudios

científicos y trabajos de investigación, y han concluido que los niveles existentes de seguridad pública son inadecuados para la protección de la salud. Desde el punto de vista de las políticas de salud pública, se justifica establecer unos nuevos límites de seguridad a la luz del peso total de las prue-bas.

Los investigadores señalan que las eviden-cias sugieren que los efectos biológicos e impactos en la salud pueden ocurrir y de hecho ocurren a niveles mínimos de expo-sición, niveles que pueden estar miles de

Los investigadores señalan que las

evidencias sugieren que los efectos biológicos e impactos en la salud

pueden ocurrir y de hecho ocurren a niveles mínimos de exposición

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veces por debajo de los límites públicos de seguridad actuales. Los campos electro-magnéticos de radiofrecuencia o microon-das pueden considerarse genotóxicos (que dañan el ADN de las células) bajo ciertas condiciones de exposición, incluyendo los niveles de exposición que están por debajo de los límites de seguridad existentes. Ad-vierten además de que niveles muy bajos de exposiciones pueden llevar a las células a producir proteínas de estrés, reconocen las exposiciones a estas emisiones como dañi-nas y que hay una evidencia substancial de que estas emisiones pueden causar reac-ciones inflamatorias, reacciones alérgicas y cambiar las funciones inmunes normales a niveles permitidos por los actuales valores limite de seguridad. También en septiembre de ese año la Agen-cia Europea de Medio Ambiente (EEA) seña-la que es necesario cuestionar los límites de exposición actuales a los CEM, incluidos los emitidos por los sistemas wi-fi, de acuerdo con el Grupo de Trabajo BioInitiative (5). En noviembre de 2007, El Comité de Hi-giene y Seguridad (CHS) de la Dirección de Asuntos Culturales de la ciudad de París ha votado la propuesta que reclama una mo-ratoria para la implantación del wi-fi en bi-bliotecas y museos hasta haber constatado los efectos sanitarios del wi-fi. Las asocia-ciones alegan los efectos genotóxicos de las frecuencias del wi-fi. En diciembre la Alcal-día de Paris desactivaba las instalaciones wi-fi de seis bibliotecas públicas de la ciu-dad, debido a que los trabajadores se que-jaban de problemas de salud, invocando el principio de precaución (6).

El investigador prof. Olle Johansson, del prestigioso Instituto Karolinska de Estocol-mo, ha expresado su preocupación sobre la enorme difusión de los sistemas wi-fi, y aseguró que hay miles de artículos científi-cos relativos a lo efectos adversos de radio-frecuencias y microondas.

En el estado federal austriaco de Salzburgo (Austria), el gobierno ha estado sugiriendo a las escuelas no instalar redes wi-fi duran-te los últimos meses, y está considerando una prohibición.

En Gran Bretaña, Philip Parkin, Secretario General de Voice, antigua Asociación Profe-sional de Docentes, estima que una genera-ción de niños son efectivamente “cobayas en un experimento a gran escala” (7).

Un estudio in vivo, la tesis doctoral del Dr. Dirk Adang, que trabajó, con 124 ratas, bajo la dirección del catedrático André Van der Vorst en la Universidad Católica de Lou-vain-La-Neuve, en Lovaina (Bélgica), alerta en sus conclusiones de que las radiaciones de los teléfonos móviles, las antenas de te-lefonía y los aparatos wi-fi no sólo hacer perder memoria y deterioran el organismo sino que en algunos casos aceleran la muer-te.

El Dr. Adang formó con los roedores cuatro grupos; a tres les expuso durante 18 meses a dos horas diarias de radiaciones –cada grupo con distintos niveles e intensidades– y el cuarto no recibió radiación. Las tasas de mortalidad en los tres grupos radiados fueron respectivamente del 48,4%, 58,1% y 61% mientras que en el grupo de control el

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número de roedores que murió fue de sólo un 29%. Paralelamente, Adang investigó el impacto sobre la memoria y la conclusión fue que una larga exposición (15 meses) causa “evidentes pérdidas de memoria”. El catedrático que ha dirigido la tesis, Van der Vorst, reconoció haberse quedado “im-presionado” con el hecho descubierto y agregó que, aunque los resultados no pue-den extrapolarse sin más a los humanos, todo indica que “es necesario dictar normas más rigurosas mientras no se pruebe que estas radiaciones no son peligrosas para la salud. Las normas actuales de radiación máxima en la mayor parte de los países eu-ropeos no son suficientemente estrictas a excepción de Suiza y Luxemburgo”. (8) En enero de 2009, algunos residentes de la ciudad de Glastonbury (Reino Unido) han afirmando que una red wi-fi es la responsa-ble de una serie de problemas de salud que están sufriendo. También en Canterbury, el Consejo Parroquial se ha opuesto a la solici-tud ante el ayuntamiento de dos torres wi-fi ; por motivos de impacto visual, posibles efectos sobre la salud y el hecho de que el

permiso no se haya pedido antes de su ins-talación.

Bélgica, Italia y Austria ya han limitado severamente el límite máximo permisible para las emisiones de wi-fi y en Alemania el gobierno está asesorando para que el públi-co en general vuelva a la banda ancha por cable. En el Estado español, el Ayuntamiento de Basauri (Vizcaya) ha anunciado que va a sustituir poco a poco las redes inalámbri-cas de acceso a Internet, existentes en las Casas de Cultura por otras de cable ADSL (9). También se han producido movilizacio-nes vecinales y ecologistas a favor de otras alternativas de acceso a Internet frente al sistema wi-fi en Valladolid y en León, para-lizando un juzgado, en este último caso, de forma cautelar, el despliegue de las antenas wi-fi en el casco histórico (10).

Conclusiones Las antenas wi-fi se pueden comprar por Internet y por lo tanto su radiación es más incierta que la de las estaciones base de te-lefonía móvil. En la práctica, nadie regula dichas potencias ni el número de usuarios on-line, y cualquiera puede montar una es-tación base en su casa. Un panorama real-mente caótico si consideramos sus riesgos. Es necesaria, por tanto, una moratoria en su implantación, al menos en centros de enseñanzas, bibliotecas públicas y universi-dades y edificios públicos y su sustitución, también en ambientes laborales en ambien-tes laborales, por sistemas ADSL de cablea-do coaxial o fibra óptica. El desarrollo de un mayor control sobre los niveles de emisión / inmisión de las ante-nas y sistemas wi-fi es una labor concreta de administraciones locales, regionales y las inspecciones territoriales de telecomu-nicaciones que eviten la proliferación caó-tica que han supuesto los anteriores des-pliegues de las redes de telefonía móvil.

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Notas 1. Declaraciones de Eusebio Rial, director de la institución. Europa Press 1/03/2207. Pedro Belmonte Espejo: La tecnología wi-fi. El Ecologista, Nº 57, 2008 , pags. 44-46. Foster K.R.: Radiofrequency exposure from wireless LANs utilizing Wi-Fi technology. Health Phys. 2007 Mar;92(3):280-9

2. AA. VV: Benevento Resolution 2006. Elec-tromagnetic Biology and Medicine, Volume 25, Issue 4 2006. pp. 197-200. Francesco Boella, Francesco Mozzo, Francesco Panin, Livio Giuliani: Perspectives in risk mana-gement in Italy: the impact of WiMax and Wi-fi (PP presentation) Foundations of bioelectromagnetics: towards a new ratio-nale for risk assessment and management. 6th ICEMS Workshop, December 17, 2007, Venice, Italy. Salles, Alvaro A. de; Fernández Claudio R.: Exclusion Zones Close to Wire-less Communication Transmitters Aiming to Reduce Human Health Risks .Electro-magnetic Biology and Medicine, Volume 25, Issue 4 , December 2006, pages 339 – 347.

3. Lakehead University: wi-fi policy policies.lakeheadu.ca/policy.php?pid=178 .

4. Carl Blackman, USA, Martin Blank, USA, Michael Kundi, Austria, Cindy Sage, USA, et alii: BioInitiative Report: A Rationale for a Biologically-based Public Exposure Stan-dard for Electromagnetic Fields (ELF and RF).Release Date: August 31, 2007, 610 pp. www.bioinitiative.org .

5. www.eea.europa.eu/highlights/radia-tion-risk-from-everyday-devices-assessed. Published: 17 Sep 2007. The Independent. 16/09/2007(UK). The New Zealand Herald 16/09/1007(NZ).

6. www.news.fr/actualite/socie-te/0,3800002050,39376062,00.htm

7. Mail Online News. 28th July 2008.8. EFE, 24 de junio 2008, El Periódico de Aragón 25/06/ 2008.Info7 2008 TV Azteca Noreste

9. Deia. Bilbao. 22 de julio de 2008

10. 20 minutos. Valladolid. 11.07.2008. Dia-rio de León. León. 27 de Julio de 2008. Auto del Juzgado Contencioso / Admtvo. N.2 de León. N.º de Identificación Único: 24089 3 000968 / 2008. León 31 de julio de 2008.

© Pedro Belmonte Espejo (Ecologistas en Acción) Fuente de los tres artículos: www.contaminacionelectromagnetica.org(cortesía de Raúl de la Rosa) Para saber más

BUENO, M. El gran libro de la casa sana. Ed. Martínez Roca. Barcelona, 1993

DE LA ROSA, R. Contaminación electromag-nética. Ed. Terapion. Valencia, 2002

GONZÁLEZ, M.; CASADO, E. Cáncer y medio ambiente. Ed. Noesis, 1997

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The Giza ProphecyEl Código de Orión y las enseñanzas secretas de las Pirámides

SCOTT CREIGHTON y Gary Osborn - Pró-logo de GRAHAM HANCOCK

"Extraordinario ... original ... convincente ... explosivo".- Graham Hancock, autor del best seller “Las Huellas de los Dioses

Un estudio detallado de las proporciones de las pirámides de Giza y cómo éstas revelan los cambios del eje terrestre en el pasado remoto... y en el futuro próximo.

Desacredita la teoría de las "pirámides como tumbas" y demuestra cómo son "bóvedas de re-cuperación" para asegurar el renacimiento de la civilización después de una catástrofe mundial.

Con una nueva y radical perspectiva acerca de la Gran Pirámide de Giza y todas las estructu-ras que lo rodean, incluyendo la Esfinge, los au-

tores muestran cómo los diseñadores de Giza dispusieron intencionadamente estas estructuras masivas para crear una línea de tiempo de grabación astronómicos de eventos catastróficos en el pasado, así como de advertencia a las generaciones futuras del momento exacto de futuras catástrofes. Revelan cómo se crearon las pirámides del Imperio Antiguo de Giza, no como tum-bas para los faraones y sus reinas, sino como "bóvedas de recuperación" para asegurar el rena-cimiento del Reino de Egipto después de un desastre global, al actuar como almacenes de la antigua cultura egipcia -sus herramientas, las semillas, el arte, y los textos sagrados.

Mediante el uso de fotografías, mapas y diagramas de la meseta de Giza, los autores explican en detalle cómo los ángulos y la geometría de la Gran Pirámide se alinean con las estrellas del cinturón de Orión para codificar un mensaje importante: que los cambios en la inclinación del eje terrestre se han producido en el pasado remoto, la última vez en 3980 a.C. y volverá a ocurrir en un futuro próximo.

Tras destacar la aparición en todas partes de los ángulos de 23,5 grados -el más importante de los ángulos precesionales codificados en las pirámides de Giza - en las obras de arte clásicas , desde la antigüedad hasta el presente día , incluyendo la obra de Leonardo da Vinci y los retra-tos de Juan el Bautista y George Washington , revelan cómo este ángulo, la Gran Pirámide, y su mensaje profético están ligados a la Masonería y otras sociedades secretas y cómo estos grupos conocen el cambio de polaridad que se avecina. Concluyendo con la revelación extraordinaria anunciada en el mito de Osiris de que puede haber un 14ª " bóveda de la recuperación " todavía no descubierta en la meseta de Giza , los autores muestran que la profecía de Giza es un mensaje de primera importancia para nuestra propia civilización .

Visite:http://www.amazon.com/Giza-Prophecy-Secret-Teachings-Pyramids/

dp/1591431328/ref=sr_1_1?ie=UTF8&s=books&qid=1302770731&sr=8-1

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DogmaCeroHORIZONTE ALTERNATIVO

Y en el próximo número...

Güdrun Greunke, veterana periodista alemana, es entrevistada en ex-clusiva para Dogmacero. En este número incidimos en el escándalo del llamado “Síndrome tóxico español” de los años 80 y despejamos todas las incógnitas de este polémico caso de salud pública, que –dada la tremenda quimicalización de nuestra alimentación cotidiana– podría repetirse en nuestros días

Robert Temple, autor de la obra de referencia “El misterio de Sirio” y nuevo colaborador de Dogmacero, nos introduce en una nueva inter-pretación de la Gran Esfinge de Guiza, desmarcándose de la versión oficial de la egiptología pero también de la conocida alternativa de J. A. West y Robert Schoch.

Assensi Teixidor, investigador español, presenta en su artículo una ampliación de las famosas leyes biológicas de la Nueva Medicina Ger-mánica, que de la mano del Dr. Hamer han abierto una revolucionaria vía de comprensión y cura de las principales enfermedades, especial-mente del cáncer.