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1 Domingo Sarmiento, Édouard Laboulaye, y el “momento Lincoln” en el republicanismo atlántico del siglo diecinueve 1 Eduardo Zimmermann Universidad de San Andrés En la primavera de 1867, Domingo Faustino Sarmiento, representante diplomático del gobierno argentino en los Estados Unidos, escribió desde Nueva York al Ministro de Relaciones Exteriores en Buenos Aires con sus opiniones sobre lo que él consideraba una nueva dirección en asuntos constitucionales en el país del norte, producida por “una serie de actos del gobierno federal de los Estados Unidos durante la Guerra Civil.” Sarmiento interpretaba estos actos, -la imposición del estado de sitio y la ley marcial, la suspensión del habeas corpus-, como fundamentados en “el principio de que las libertades individuales y las de Estado ceden, en casos de insurrección, a la suprema necesidad de salvar la integridad amenazada del territorio, o esa misma constitución a cuya sombra quieren acogerse los que intenten derribarla. A continuación, aconsejaba al Ministro reconocer esa necesidad y considerar un programa similar para su país, sacudido por las rebeliones provinciales de 1866-67. 2 Más tarde en ese mismo año, esta vez en París, mientras visitaba la Exposition Universelle, Sarmiento se entrevistó con el político liberal francés Édouard Laboulaye, con quien mantendría luego una extendida y amistosa relación epistolar que duraría casi dos décadas. Laboulaye era, como veremos, un ferviente defensor en Francia de la causa de la Unión durante la Guerra Civil y la Reconstrucción en los Estados Unidos (y el inspirador y promotor de la construcción de la Estatua de la Libertad, donada por el gobierno francés), y sus escritos y discursos tendrían con el tiempo una marcada influencia en América Latina. Según Sarmiento, a lo largo de varios encuentros y durante muchas horas, ambos habían encontrado muchos puntos de acuerdo, tanto respecto al papel de modelo que las instituciones norteamericanas tenían para el pensamiento constitucional moderno, como en torno a la estrecha relación entre “las 1 Taller de Historia Global, Programa de Posgrado en Historia del Departamento de Humanidades, Universidad de San Andrés, 9 de noviembre de 2018. 2 Domingo Faustino Sarmiento, “Las represiones necesarias. Nuevos rumbos constitucionales”. Nota desde N. York al Ministro de Relaciones Exteriores, 22 de marzo de 1867, en Obras Completas (Buenos Aires, 1900), vol. XXXIII, pp. 18-24.

Domingo Sarmiento, Édouard Laboulaye, y el “ omento ......imposición del estado de sitio y la ley marcial, la suspensión del habeas corpus-, como fundamentados en “el principio

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1

Domingo Sarmiento, Édouard Laboulaye, y el “momento Lincoln”

en el republicanismo atlántico del siglo diecinueve1

Eduardo Zimmermann

Universidad de San Andrés

En la primavera de 1867, Domingo Faustino Sarmiento, representante diplomático del

gobierno argentino en los Estados Unidos, escribió desde Nueva York al Ministro de Relaciones

Exteriores en Buenos Aires con sus opiniones sobre lo que él consideraba una nueva dirección en

asuntos constitucionales en el país del norte, producida por “una serie de actos del gobierno

federal de los Estados Unidos durante la Guerra Civil.” Sarmiento interpretaba estos actos, -la

imposición del estado de sitio y la ley marcial, la suspensión del habeas corpus-, como

fundamentados en “el principio de que las libertades individuales y las de Estado ceden, en casos

de insurrección, a la suprema necesidad de salvar la integridad amenazada del territorio, o esa

misma constitución a cuya sombra quieren acogerse los que intenten derribarla.” A continuación,

aconsejaba al Ministro reconocer esa necesidad y considerar un programa similar para su país,

sacudido por las rebeliones provinciales de 1866-67. 2

Más tarde en ese mismo año, esta vez en París, mientras visitaba la Exposition

Universelle, Sarmiento se entrevistó con el político liberal francés Édouard Laboulaye, con quien

mantendría luego una extendida y amistosa relación epistolar que duraría casi dos décadas.

Laboulaye era, como veremos, un ferviente defensor en Francia de la causa de la Unión durante

la Guerra Civil y la Reconstrucción en los Estados Unidos (y el inspirador y promotor de la

construcción de la Estatua de la Libertad, donada por el gobierno francés), y sus escritos y

discursos tendrían con el tiempo una marcada influencia en América Latina. Según Sarmiento, a

lo largo de varios encuentros y durante muchas horas, ambos habían encontrado muchos puntos

de acuerdo, tanto respecto al papel de modelo que las instituciones norteamericanas tenían para

el pensamiento constitucional moderno, como en torno a la estrecha relación entre “las

1 Taller de Historia Global, Programa de Posgrado en Historia del Departamento de Humanidades, Universidad de

San Andrés, 9 de noviembre de 2018.

2 Domingo Faustino Sarmiento, “Las represiones necesarias. Nuevos rumbos constitucionales”. Nota desde N. York

al Ministro de Relaciones Exteriores, 22 de marzo de 1867, en Obras Completas (Buenos Aires, 1900), vol. XXXIII,

pp. 18-24.

2

instituciones republicanas y la educación popular”, un punto que surgía de la común admiración

que ambos tenían por la figura de Horace Mann, el educador de Massachusetts, a quien ambos

dedicaron esbozos biográficos. Al año siguiente, cuando Sarmiento fue elegido Presidente de la

Argentina, Laboulaye enumeró en un artículo periodístico los libros del argentino sobre Lincoln

y sobre las escuelas en los Estados Unidos como evidencia del conocimiento que Sarmiento tenía

de las instituciones norteamericanas.3

Durante su estadía parisina Sarmiento procedió a entrevistar también a Matías Romero, el

representante diplomático en Washington, para discutir la nueva situación política creada por el

derrocamiento y posterior ejecución del emperador Maximiliano, el punto final de los planes de

Napoleón III en América Latina, y la restauración de la república en México. Como quedó

registrado en la correspondencia entre ellos, entre mayo y agosto de 1867, Sarmiento felicitaba a

Romero por los triunfos militares de Benito Juárez (“Méjico ha conquistado su lugar entre las

naciones”), le ofrecía su solidaridad ante el duro tratamiento que la prensa francesa había

propinado a Méjico tras la ejecución de Maximiliano (“¡cuán indigna se mostró en sus desahogos

la prensa francesa!”), y expresó sus deseos por el éxito de la causa común, que involucraba desde

la “desespañolización” cultural hasta la consolidación de una nueva forma de republicanismo que

contribuyera a la estabilización política de los dos países (“Méjico y mi propio país se hallan en

idéntica situación: de terminar la guerra civil y proceder por nuevas vías a extinguir sus teas.”) A

su vez, Romero confió en Sarmiento como colaborador en la causa de Méjico en Francia, y

Sarmiento prontamente le informó de sus conversaciones con Adolphe Thiers, en las que, dijo,

había avanzado con todos los argumentos que Romero había planteado en forma privada al

sanjuanino. Finalmente, Sarmiento no dejaba de señalar a Romero que en sus conversaciones con

Laboulaye ambos habían expresado la posible influencia que las ideas del francés podían llegar a

tener bajo el nuevo gobierno republicano en Méjico.4

3 El relato de Sarmiento sobre el encuentro de 1867 en París con Laboulaye, en Domingo Faustino Sarmiento, “El

norteamericanismo republicano”, “Cuestiones de Actualidad. La Tribuna, abril 23 y siguientes”, 1875, Obras

Completas, vol. XXXIX, pp. 67-72. Para la correspondencia previa entre ellos, véanse vols. XIX, pp. 225-226;

XXIX, p. 184; XXX, pp. 7, 368-369; and XXXVII, pp. 322-327. Las cartas originales se encuentran en el Museo

Histórico Sarmiento, Buenos Aires.

4 “Asuntos de Méjico. Cartas a Matías Romero”, Obras Completas de Domingo F. Sarmiento, vol. XXXIV, pp. 265-

269. Para la influencia de Laboulaye en los debates constitucionales mejicanos de la década de 1870, Charles Hale,

The Transformation of Liberalism, pp. 81-82, 94.

3

Tanto la Reconstrucción en los Estados Unidos como el derrocamiento de Maximiliano

en Méjico dejaron su huella también en el pensamiento del por entonces rival intelectual de

Sarmiento, Juan Bautista Alberdi. Exiliado en Europa y prácticamente en un ostracismo forzado

por el triunfo de la facción liberal porteña guiada por Mitre y Sarmiento, Alberdi, -siempre

escéptico de las posibilidades de una adopción ingenua de las instituciones norteamericanas a la

realidad argentina-, había producido en esos años un manuscrito (publicado sólo eventualmente

en sus escritos póstumos) en el que consideraba la posibilidad de generar una nueva forma de

gobierno para las nuevas naciones hispanoamericanas, “un gobierno a la europea”. Monárquico

en espíritu, sino en sus formas, tenía como características principales “la centralización, la

consistencias; la unidad de que los gobiernos a la europea derivan la fuerza.” Alberdi

consideraba ese modelo “más aclimatable en Sudamérica que el gobierno a la Norte-Americana,

copiado en Méjico y Buenos Aires.” Sin embargo, para 1867, había terminado agregando un post

scriptum en el que matizaba considerablemente su formulación original: “los sucesos en los

Estados Unidos, México, Chile, Perú, y Brasil” lo habían llevado a reconsiderar sus perspectivas

y a reconocer que el espíritu republicano no podía ser debilitado en ninguna experiencia futura.5

Estos tres episodios son sólo una muestra de un importante rasgo de ese período

fundacional del liberalismo republicano argentino de mediados del siglo diecinueve: su clara

inscripción en lo que se ha llamado la “Crisis Atlántica” de la década de l860, un complejo

proceso internacional de transformaciones políticas que incluyó “múltiples guerras civiles,

invasiones europeas, rebeliones separatistas pero también procesos de unificación nacional y

luchas independentistas, levantamientos y emancipaciones de esclavos”, que tendría el

significado profundo de poner a prueba el destino de los experimentos republicanos en el nuevo

mundo. La Guerra Civil de los Estados Unidos fue probablemente el evento más importante de

todo ese proceso, y las marcas que la presidencia de Abraham Lincoln dejó en el mismo, fueron

tal vez el legado más relevante para la evolución del régimen republicano en el mundo.6

5 Juan Bautista Alberdi, Del gobierno en Sud América según las miras de su revolución fundamental, in Escritos

Póstumos de Juan Bautista Alberdi (Buenos Aires: Imprenta Europea, 1896), vol. IV, pp. 653-654.

6 Don H. Doyle, “Introduction. The Atlantic World and the Crisis of the 1860s”, en Don H. Doyle, editor, American

Civil Wars. The United States, Latin America, Europe, and the Crisis of the 1860s (Chapel Hill: The University of

North Carolina Press, 2017), pp. 1-10.

4

Como sabemos, las elites políticas latinoamericanas siguieron la consolidación de las

instituciones norteamericanas y sus sucesivas transformaciones con profundo interés,

prácticamente desde el momento de las independencias. Los letrados hispanoamericanos

tradujeron y divulgaron obras clásicas del constitucionalismo norteamericano desde los primeros

años del siglo diecinueve. Entre 1820 y 1850, Filadelfia y Nueva Orleans, con sus imprentas y

sus redes comerciales con los puertos latinoamericanos operaron como centros de difusión de las

ideas liberales y republicanas en sus distintas variantes, a través de las labores de exiliados de

toda América Latina, como Fray Servando Teresa de Mier, Lorenzo de Vidaurre, Vicente

Rocafuerte y Félix Varela. Algunos exiliados llegados del Río de la Plata contribuyeron también

tanto a la temprana adopción simbólica en Buenos Aires de la figura de “el gran Washington”

como a la aparición de los primeros debates locales en torno a las distintas concepciones del

federalismo, tema que jugaría un papel central en los clivajes políticos de las décadas siguientes.7

Ese proceso de circulación transnacional de ideas ha sido estudiado por la historiografía reciente

como una pieza clave en la construcción de un sentimiento “americanista” a lo largo de todo el

continente, al que se veía como inmerso en una lucha común, y en la conformación de una

“pedagogía republicana” y un nuevo vocabulario con el cual fundamentar las nuevas

instituciones y prácticas políticas.8

En las décadas de 1860 y 1870 se produjo en la Argentina un renacer de ese espíritu de

identificación con las instituciones norteamericanas, presente desde comienzos del siglo

diecinueve. El contexto de la “Crisis Atlántica” ofreció varios hitos significativos para el Río de

la Plata, -la unificación italiana y el papel en ella de los triunfos de Garibaldi, por ejemplo, que

7 Rafael Rojas, Las repúblicas del aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica, (Buenos Aires:

Norma, 2010), cap. II; Gabriel Di Meglio, “Un brindis por ‘el gran Washington’. Miradas sobre los Estados Unidos

en el Río de la Plata, 1810-1935”, Co-herencia. Revista de Humanidades. Universidad EAFIT, julio-diciembre

2016, pp. 61-88.

8 Algunos trabajos recientes que se enfocan en esos lazos entre los Estados Unidos y ls nuevas naciones

hispanoamericanas son Thomas Bender, A Nation among Nations. America’s Place in World History (New York:

Hill and Wang, 2006); Caitlin Fitz, Our Sister Republics. The United States in an Age of American Revolutions

(New York: W.W. Norton, 2016); Steven Hahn, A Nation Without Borders. The United States and Its World in an

Age of Civil Wars, 1830-1910 (New York: Viking, 2016); Jay Sexton, The Monroe Doctrine. Empire and Nation in

Nineteenth-Century America (New York: Hill and Wang, 2011). Una interpretación de las causas de la declinación

en los Estados Unidos de esa perspectiva de un futuro común para las Américas en Greg Grandin, “The Liberal

Traditions in the Americas: Rights, Sovereignty, and the Origins of Liberal Multilateralism”, American Historical

Review, 2012, 117, 1, pp. 68-91.

5

dada sus incursiones anteriores en la región tenían una especial atractivo; o la restauración de la

república liderada por Benito Juárez en Méjico, que podía ser vista como una señal inequívoca

de la derrota definitiva del imperialismo europeo en América Latina.9 Pero sin dudas el triunfo

de Lincoln y la Unión sobre los estados esclavistas del Sur representó en todo el mundo la

reivindicación más contundente del gobierno popular sobre las fuerzas arcaicas de las sociedades

aristocráticas tradicionales. Estudios recientes han explorado en gran detalle las formas en las

que las ramificaciones internacionales de la Guerra de Secesión generaron procesos de

reorientación militar, política, económica y social en todo el mundo, abriendo la posibilidad de

interpretar el conflicto no sólo como la culminación del proceso de unificación nacional en los

Estados Unidos sino también como un capítulo trascendental en la consolidación de los

experimentos republicanos en distintas partes del globo.10

Sumada a esa enorme significación simbólica, la Guerra dejó importantes lecciones en

términos del diseño institucional para esos experimentos republicanos, que condujeron a una

nueva conceptualización entre las dirigencias políticas, hombres de estado, intelectuales, y la

prensa periódica de algunos de los temas más problemáticos en las agendas de ese período, tales

como el equilibrio entre los gobiernos centrales y los poderes locales, entre los distintos poderes

del estado, y en términos más generales entre el orden y la libertad en una república.11

En ese

9 Don H. Doyle, ‘The Cause of All Nations.’ An International History of the American Civil War (New York: Basic

Books, 2015) introduction, “American Crisis, Global Struggle”, pp. 7-8. Erika Pani, “Juárez vs. Maximiliano:

Mexico’s Experiment with Monarchy”, en Doyle, ed., American Civil Wars, pp. 167-184; Michael Gobat, “The

Invention of Latin America: A Transnational History of Anti-Imperialism, Democracy, and Race” American

Historical Review, December 2013, pp. 1345-1375.

10 Don H. Doyle, editor, American Civil Wars. The United States, Latin America, Europe, and the Crisis of the

1860s (Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2017); Doyle, ‘The Cause of All Nations.’ An

International History of the American Civil War; Jörg Nagler, Don H. Doyle, and Marcus Gräser, editors, The

Transnational Significance of the American Civil War (Palgrave Macmillan, 2016); Axel Körner, Nicola Miller, and

Adam I.P. Smith, America Imagined. Explaining the United States in Nineteenth-Century Europe and Latin America

(Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2012).

11 Thomas Bender, A Nation among Nations. America’s place in world history (New York: Hill and Wang, 2006), p.

122; Kate Ferris, “A Model Republic”, in Körner et al, eds., America Imagined, pp. 51-79. Para distintos casos de

discusión, adaptación y/o adopción de modelos institucionales norteamericanos en la Argentina del siglo diecinueve,

Jonathan Miller, “The Authority of a Foreign Talisman: A Study of US Constitutional Practice as Authority in

Nineteenth Century Argentina and the Argentine Elite’s Leap of Faith’, The American University Law Review 46,

(1997), pp. 1484–572; Eduardo Zimmermann, “Translations of the “American Model” in Nineteenth Century

Argentina: Constitutional Culture as Global Legal Entanglement”, en Thomas Duve, ed., Entanglements in Legal

History: Conceptual Approaches, Global Perspectives on Legal History, I, (Frankfurt: Max Planck Institute for

European Legal History, 2014); Laura Cucchi & Ana L. Romero, “Tensions between congress and the executive in

nineteenth-century Argentina: federal intervention and separation of powers”, Parliaments, Estates &

6

sentido es que utilizo la expresión de un “momento Lincoln” en el desarrollo del pensamiento

republicano occidental a mediados del siglo diecinueve.12

El “momento Lincoln” I: la unificación nacional

La actuación del Presidente Lincoln durante la Guerra Civil puso en debate algunas de las

preguntas más acuciantes para el republicanismo del siglo diecinueve: ¿cómo podían conciliarse

las soberanías estaduales (o provinciales) con el poder del gobierno nacional; la autoridad del

poder ejecutivo con las prerrogativas de los cuerpos legislativos; los derechos individuales y sus

garantías con las necesidades de garantizar el orden y la seguridad en situaciones de excepción?

En todas esas cuestiones, se plantearon profundos debates en torno a la legitimidad

constitucional de las decisiones del presidente Lincoln, pero en el largo plazo, quedó claro que

sus decisiones, vindicadas por el eventual triunfo en la Guerra, consagraron una serie de

respuestas a esos interrogantes que marcarían la evolución del pensamiento liberal republicano

en todo el mundo.13

En esta sección se analizará el impacto del primero de esos interrogantes.

En la Argentina de mediados de siglo, las cuestiones en torno a diferentes concepciones

del federalismo, el asiento de la soberanía, los orígenes de la nación, y finalmente la legitimidad

del gobierno nacional para garantizar por la fuerza la unidad territorial, estaban todavía lejos de

ser resueltas. La facción liberal porteña encabezada por Mitre y Sarmiento había considerado

siempre al ideal de la unificación nacional como parte de su proyecto, y estaba dispuesta a

llevarlo adelante combatiendo lo que veían era una amenaza de “seccionalismo” planteada por

los caudillos provinciales, incluyendo a la facción autonomista de Buenos Aires, y esto

demandaba una nueva conceptualización de la idea de “soberanías provinciales”. En cierto

modo, ese proceso reproducía muchas de las cuestiones que en torno a los state rights se venían

planteando en los Estados Unidos, y tal como había ocurrido allí, un elemento importante en esos

debates era el fortalecimiento en la creencia en la preexistencia de la nación argentina como una

Representation, vol. 37, no. 2, 2017, pp. 193–205, https://doi.org/10.1080/02606755.2017.1333773; El «modelo»

norteamericano en la reglamentación de las intervenciones federales en la Argentina decimonónica. Debates en el

Congreso Nacional (1869 y 1894)”, Anuario de Estudios Americanos, 74, 2, julio-diciembre, 2017, pp. 615-642.

12 Con las disculpas del caso por el descaro en aludir a los brillantes estudios de Pocock sobre “el momento

maquiaveliano” y de Rosanvallon sobre “el momento Guizot”.

13 Daniel Farber, Lincoln’s Constitution (Chicago: The University of Chicago Press, 2003), introduction.

7

unidad, originándose en la independencia, o en los antecedentes coloniales, y no como el

resultado de un pacto entre las provincias. Si bien la reforma constitucional de 1860 había sido

usada por la facción liberal porteña como una oportunidad para introducir algunos rasgos

descentralizadores en la versión del federalismo que el texto de 1853 había consagrado, de modo

de realzar la posición de Buenos Aires frente a la Confederación, una vez producida la

unificación, gradualmente fue creciendo el consenso en torno a esa narrativa “unificadora” de la

historia política y constitucional del país.14

Algo similar había producido el Presidente Lincoln en los Estados Unidos. Su

interpretación de la precedencia de la Unión se había basado en sus lecturas de interpretaciones

anteriores sobre el tema, como las de Daniel Webster y Joseph Story, para quienes la

Declaración de la Independencia, no la Constitución de 1787, era el verdadero documento

fundacional de los Estados Unidos. En sus Commentaries, Story había afirmado que la

Declaración de la Independencia “no había sido un acto producido por los gobiernos estaduales

entonces organizados, ni por personas por ellos elegidos. Había sido, enfáticamente, un acto de

todo el pueblo de las colonias unidas… Desde el momento de la Declaración, sino incluso desde

un momento anterior, las colonias unidas deben ser consideradas una nación de facto…” Lincoln

hizo suya esta interpretación, declarando “la Unión es anterior a los estados; y, de hecho, es

creadora de los mismos en cuanto estados.” Fue esta la base de su decisión para forzar el respeto

a esa unión por medio de la fuerza, rechazando los argumentos de los estados sureños sobre la

retención de la facultad de separarse. En estos últimos, una interpretación opuesta había sido

14

Botana, La Tradición Republicana; Tulio Halperin Donghi, “Una nación para el desierto argentino”; José Carlos

Chiaramonte, «Formas de identidad en el Río de la Plataluego de 1810», Boletín del Instituto de Historia Argentina

y Americana «Dr. E. Ravignani», 3ªserie, nº 1, 1er. semestre de 1989; «El mito de los orígenes en la historiografía

argentina», Cuadernos del Instituto Ravignani, nº 2, 1991; José Carlos Chiaramonte y Pablo Buchbinder,

«Provincias,caudillos, nación y la historiografía constitucionalista argentina, 1853-1930», Anuario del IHES,Tandil,

nº VII, 1992; Pablo Buchbinder, «Emilio Ravignani: La historia, la nación y las provincias», en Fernando Devoto

(comp.), La historiografía argentina en el siglo XX (I), Buenos Aires, CEAL, 1993; Michael Riekenberg, «El

concepto de la nación en la región del Plata (1810-1831)», Entrepasados.nº 4-5, 1993; y los trabajos de

Chiaramonte, Natalio Botana y Germán Bidart Campos sobre el federalismo argentino en Marcello Carmagnani

(coord.), Federalismos latinoamericanos: México/Brasil/ Argentina, México, Fondo de Cultura Económica, 1993;

Eduardo Míguez, Bartolomé Mitre. Entre la nación y la historia (Buenos Aires: Edhasa, 2018), cap. 2, “Liberalismo

y nación”; Alejandro Agüero, “Autonomía por soberanía provincial. Historia de un desplazamiento conceptual en el

federalismo argentino (1860-1930)”, Quaderni Fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno, 43, 2014,

pp. 341-392; Eduardo Zimmermann. “Soberanía nacional y soberanías provinciales ante la Corte Suprema de

Justicia. Argentina, siglo XIX”, Estudios Sociales 48, 2015.

8

desarrollada por publicistas como John Calhoun, para quien la Constitución era la creación de los

estados en un acto de ejercicio de su soberanía, lo que los facultaba a anular actos de las

autoridades federales creadas por esa Constitución si así parecía necesario.15

Ya en sus Comentarios a la Constitución argentina, Sarmiento había adoptado esa

perspectiva, consagrando a “Joseph Story y sus doctrinas” como la guía más adecuada para

interpretar el texto argentino.16

Muchos buscaron entonces reafirmar ese punto de vista

unificador, para demostrar que incluso antes de la sanción de la Constitución, la Argentina era ya

una nación, y no una liga confederal de provincias cuasi-soberanas. Tomemos dos ejemplos,

producido en 1866 y 1872. En el primero, José María Cantilo produce en un breve texto de

instrucción cívica para las escuelas secundarias, un ejercicio de preguntas y respuestas al

respecto:

“P. ¿Deberemos considerar [a la Constitución] como un simple pacto, liga o confederación, que

exista por la voluntad de una o más provincias en su capacidad política, y a merced de su libre

arbitrio? R. No. La Constitución ha sido formada por los representantes del pueblo de la Nación,

y en seguida adoptada y jurada por él mismo; es obligatoria para todas las provincias, mientras no

sea alterada, enmendada o abolida por el pueblo en la manera que ha determinado en ella. P.

¿Antes de darse el pueblo la Constitución existía la unión nacional? R. La unión nacional ha

existido desde la emancipación política de la República.”17

En el segundo, Clodomiro Quiroga, un estrecho colaborador del Presidente Sarmiento, publicaba

en otro texto de instrucción cívica para ser distribuido en escuelas y universidades una

explicación más detallada de los debates en torno al mismo punto en los Estados Unidos, y su

relevancia para la situación argentina:

15

Joseph Story, Commentaries on the Constitution of the United States, bk. II, ch. 1, citado en Garry Wills, Lincoln

at Gettysburg. The Words That Remade America (New York: Simon & Schuster, 1992), pp. 123-133; Farber,

Lincoln’s Constitution, pp. 30-31; Ross M. Lence, ed., Union and Liberty. The Political Philosophy of John C.

Calhoun (Indianapolis: Liberty Fund, 1992); Herman Belz, ed., The Webster-Hayne Debate on the Nature of the

Union. Selected Documents (Indianoapolis: Liberty Fund, 2000).

16 D. F. Sarmiento, Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina (Santiago de Chile: Imprenta de

Julio Belín, 1853), p. v. Analicé el proceso de traducciones de doctrina constitucional norteamericana en la

Argentina de mediados del siglo diecinueve en Zimmermann, “Translations of the ‘American Model’, y “Soberanía

nacional y soberanías provinciales”.

17 José María Cantilo, La Constitución Arjentina esplicada sencillamente para la instrucción de la juventud. Con la

Acta de Independencia y el Himno Nacional, Buenos Aires, 1866, pp. 5-6.

9

Allá por los años de 1830 a 1834 se agitaron las doctrinas de “Nulificación”, o sea el derecho de

los Estados para anular y resistir cualquier ley de los Estados Unidos a fin de ponerla en armonía

con la Nación. Estas fueron las opiniones del Sur, cuya juventud ardiente abrazó, como cosa

natural, la teoría consagrada por las resoluciones de Virginia y de Kentucky, y la tentadora

escuela de Calhoun, o sea de los “Derechos de Estado”. Pero el autor más conspicuo de estas

resoluciones y sin duda el arquitecto en jefe de la Constitución, Mr. Madison, decía que

“nulificación y separación” tenían el mismo origen emponzoñado…. La misma lucha, el mismo

antagonismo de aquel tiempo se renovó con motivo de la esclavitud; y la escuela de los

“Derechos de Estado” quedó definitivamente vencida. (…)

Soy de los que sostienen que la Constitución ha creado un gobierno y no una mera agencia o

pacto; una unión perdurable y no una liga disoluble al arbitrio de cualquier Provincia; un

gobierno con poderes limitados sin duda, pero con todos los necesarios para proteger, defender y

perpetuar la Nación. Con tales convicciones, en cuanto al principio y a la conveniencia pública,

no es posible mirar los conatos de separación y aislamiento provincial sino como una revolución,

como una resistencia a la autoridad legítima, sin justificación aparente.

Durante el período de la Reconstrucción] la necesidad fue una razón suprema para ejercer de

todos modos el poder. En el esfuerzo para sofocar la rebelión, el poder militar se ejerció en

términos que no se concibe mayor centralización; y todo obstáculo que se opuso, se removió sin

ceremonia. (…) Y así quedó establecido que el poder nacional de reprimir y quebrar la rebelión, y

la obligación de garantir la forma republicana, traen aparejado el derecho de no reconocer

gobierno alguno de Estado como legal, sino a los que estén en armonía con la Nación.18

Esta era precisamente la visión que Sarmiento iba a desplegar en su política frente a las

rebeliones provinciales de esos años. La precedencia de la soberanía nacional volvía inaceptable

las demandas de mayor independencia que podían traer aparejadas los levantamientos de los

caudillos provinciales, y justificaba la utilización de mecanismos de excepción para suprimirlos.

Esto había quedado para Sarmiento patentemente ilustrado con la experiencia de Lincoln en los

Estados Unidos, y ese precedente daría forma no sólo a la manera en la que serían ahora

interpretadas las relaciones entre el gobierno nacional y los gobiernos provinciales, sino también

a la manera en la que se consideraría el equilibrio entre el poder ejecutivo y el poder legislativo

a la hora de debatir y sancionar la aplicación de esos mecanismos de emergencia.19

Tal como ha

18

Clodomiro Quiroga, Manual del Ciudadano. Testo sobre el Gobierno. Cuidadosamente anotado con numerosas

definiciones y citas explicativas de la Constitución, tomadas de Jueces y Estadistas Americanos, Europeos y

Argentinos, y de otras autoridades respetables, Buenos Aires, 1872; and Manual del ciudadano, texto abreviado

para el uso de las escuelas, Buenos Aires, 1873. Para el tratamiento ante la Corte Suprema de conflictos

jurisdiccionales que involucraban esas diferentes visiones sobre la soberanía nacional y las provincias,

Zimmermann, “Soberanía nacional y soberanías provinciales”.

19 Laura Cucchi & Ana L. Romero, “Tensions between congress and the executive in nineteenth-century Argentina:

federal intervention and separation of powers”, Parliaments, Estates & Representation, vol. 37, no. 2, 2017, pp.

193–205, https://doi.org/10.1080/02606755.2017.1333773; “El «modelo» norteamericano en la reglamentación de

las intervenciones federales en la Argentina decimonónica. Debates en el Congreso Nacional (1869 y 1894)”,

10

sido señalado por Nicola Miller, una de las imágenes de Lincoln que con más fuerza circuló por

toda América Latina fue la del “constructor de la nación” (“Lincoln as Nation-Builder”). Lo que

le daba a esa imagen parte de su atractivo era que enfatizaba la capacidad y la voluntad de

preservar la república, las instituciones liberales y la unidad nacional a través de medidas

extraordinarias como la suspensión del habeas corpus y la imposición de la ley marcial, incluso a

veces al borde de la inconstitucionalidad. Los presidentes Mitre y Sarmiento, enfrentando

conflictos externos, como la Guerra del Paraguay, e internos, como los levantamientos de los

caudillos provinciales, se sintieron reivindicados por ese precedente.20

El “momento Lincoln” II: “el prestigio moral” de la autoridad del Ejecutivo

En 1876, Sarmiento, ahora miembro de la Comisión de Negocios Constitucionales del

Senado, rechazaba enérgicamente un proyecto de ley que introducía límites a las facultades del

Ejecutivo para imponer el estado de sitio. Ese intento de limitar esas facultades, que Sarmiento

equiparaba a “desnudar al Presidente de la República”, centradas en el potencial peligro que el

Ejecutivo abusara de sus poderes, y en la demanda de mayor control parlamentario, estaban

basadas en un serio error: debilitaban la fuerza moral del ejecutivo, y por lo tanto de la noción de

autoridad, y dejaban preparado el terreno para nuevos levantamientos:

Estas leyes que vienen sospechando el mal de antemano traen una funesta consecuencia, y es

quitarle a la fuerza el prestigio moral de que debe estar revestida. Dictemos esta ley, y veremos

cómo se preparan los revolucionarios y las revoluciones, para hoy, para mañana o para de aquí a

veinte años, porque nuestra generosidad va muy lejos… No, señor: no es así como se gobiernan

los Estados.21

Este punto de vista, que ponía en debate un problema clásico de la teoría política del liberalismo,

como era el de la tensión entre la simultánea construcción y limitación de la autoridad,

combinaba no sólo el precedente dado por Lincoln en los Estados Unidos, sino también la más

Anuario de Estudios Americanos, 74, 2, julio-diciembre, 2017, pp. 615-642; Marcela Ternavasio, “La fortaleza del

Poder Ejecutivo en debate: una reflexión sobre el siglo XIX argentino”, Rev. Hist., N° 24, vol. 2, julio-diciembre

2017: 5 – 41; Cucchi, Romero, & Polastrelli, “Construir y limitar el poder en la república durante el siglo XIX”, ms.

20 Nicola Miller, “‘That Great and Gentle Soul’: Images of Lincoln in Latin America”, en Richard Carwardine and

Jay Sexton, The Global Lincoln (Oxford: Oxford University Press, 2011), pp. 206-222.

21Sarmiento, “El estado de sitio” (sesión del Senado del 11 de julio de 1876), Obras Completas, vol. XX (Debates

parlamentarios), pp. 96, 101.

11

reciente experiencia francesa de la Tercera República. En la correspondencia de esos años entre

Sarmiento y Édouard Laboulaye puede detectarse esa combinación entre lo que Sarmiento

llamaría “el norteamericanismo republicano”, la evolución política francesa leída por Laboulaye,

y el contexto local sacudido por los levantamientos provinciales de 1863, 1866-67, 1870, y el

alzamiento mitrista de 1874 contra el Presidente Avellaneda.

Laboulaye, quien ya en 1849 había incluido en su curso de legislación comparada en el

Collège de France una lección sobre la constitución norteamericana y la utilidad de su estudio

para la política francesa, se había convertido en la década de 1860, cuando Sarmiento lo conoció,

en el más enérgico defensor de la causa de la Unión.22

Por un lado, Laboulaye intentaba frenar

las simpatías por la Confederación que muchos tenían en la Francia del Segundo Imperio; por

otro, sus trabajos apuntaron a dirimir cuestiones constitucionales y de diseño institucional que

tenían gran vigencia en Francia. Como un genuino heredero de Constant y de Tocqueville, ha

apuntado Lucien Jaume, Laboulaye fue el mejor intérprete de una nueva síntesis del

republicanismo liberal y de los arreglos institucionales que veía como los más adecuados para

ese régimen. El modelo de estado norteamericano que surgió tras la Guerra Civil, y en particular

el uso de los poderes presidenciales de parte de Lincoln durante la Guerra, inspiraron a

Laboulaye y otros liberales franceses del período en su oposición al régimen de Napoleón III.

Para ellos, Lincoln ofrecía, al igual que para algunas elites políticas latinoamericanas, una

fórmula invalorable: la preservación de los rasgos básicos de un gobierno liberal reconciliado

con la utilización de fuertes dosis de autoridad ejecutiva y el uso de poderes de emergencia en

22

En 1862 Laboulaye publicó Les États-Unis et la France, en el que incluía una dura crítica a los intentos de los

estados de la Confederación por obtener el reconocimiento y el apoyo del gobierno francés. Al año siguiente, su

novela Paris en Amérique, (publicada bajo el seudónimo René Lefebvre, sería luego traducida al español por

Domingo Sarmiento hijo) se convirtió en un enorme éxito editorial, vendiendo más de doce mil copias ese año y

alcanzando treinta y cuatro ediciones en francés solamente. Cf. De la constitution américaine et de l'utilité de son

étude: discours prononcé, le 4 décembre 1849, à l'ouverture du cours de législation comparée (París: Hennuyer,

1850); Édouard Laboulaye, Les États-Unis et la France (París: E. Dentu, 1862); René Lefebvre, Paris en Amérique

(París: Charpentier, 1863). Todos estos títulos pueden encontrarse en gallica.bnf.fr. Sobre la vida de Laboulaye y

una bibliografía más completa véase Doyle, The Cause of all Nations, pp. 141-142; Marc Kirsch, « A portrait of

Édouard Laboulaye », La lettre du Collège de France, 4 | 2008-2009, URL : http://lettre-cdf.revues.org/783; Simone

Goyard-Fabre, “Édouard Laboulaye, légataire de Montesquieu : la «République constitutionnelle»”, Dix-huitième

Siècle, n°21, 1989, pp. 135-147; y especialmente, Walter D. Gray, Interpreting American Democracy in France. The

Career of Êdouard Laboulaye, 1811-1883 (Newark: University of Delaware Press, 1994).

12

circunstancias extraordinarias, permitiendo así una crítica tanto del régimen bonapartista como

de la tradición republicana revolucionaria francesa.23

Desde esa perspectiva, se ha dicho, “el estado (norte) americano del siglo diecinueve

parecía proveer uno de los modelos más potentes para pensar el estado de excepción en un

contexto liberal democrático.”24

¿En qué habían consistido más específicamente esas

innovaciones que operarían como modelo para muchos? Durante la Guerra Civil, y a pesar de la

imagen del “tirano Lincoln” que muchos opositores pintaron, el presidente norteamericano se

había comportado como un líder democrático, si bien dispuesto a operar frecuentemente sin

respaldo legislativo, aprovechando las deficiencias o lagunas en torno a la definición de los

límites de la autoridad presidencial en el texto constitucional y la jurisprudencia norteamericana.

Envió tropas a situaciones de combate sin aprobación del Congreso, suspendió el habeas corpus

y permitió el arresto de civiles por autoridades militares, estableció en algunos casos

restricciones severas a la libre expresión, y en otros sancionó medidas que iban explícitamente en

contra de decisiones del Congreso o de autoridades judiciales. Muchos de estos actos fueron

luego disputados en sede judicial (notablemente en los fallos “ex parte Merryman” y “Milligan”

de la Corte Suprema de los Estados Unidos); otros fueron ratificados ex post facto por el

Congreso, y en general, se ha sostenido que muchos de los actos de dudosa legalidad “no eran el

resultado de una mayor centralización y fortaleza del gobierno, sino más bien de su debilidad y

su accionar descentralizado.”25

En todo caso, fuera de los Estados Unidos esos actos fueron interpretados como señales

de la voluntad del gobierno de moverse más allá de los límites estrictos de la ley para proteger la

23

Lucien Jaume, “Tocqueville et le problème du pouvoir exécutif en 1848”, Revue française de science politique,

41e année, n°6, 1991, p. 753; Stephen W. Sawyer, “An American Model for French Liberalism: The State of

Exception in Édouard Laboulaye’s Constitutional Thought”, The Journal of Modern History 85 (December 2013), p.

744; Gray, Interpreting American Democracy in France, pp. 36-37.

24 Stephen W. Sawyer, “Beyond Tocqueville’s Myth: Rethinking the Model of the American State”, en James T.

Sparrow, William J. Novak, y Stephen W. Sawyer, editors, Boundaries of the State in U.S. History (Chicago: The

University of Chicago Press, 2015), pp. 57-78; véase también Michael Vorenberg, “Liberté, Egalité, and Lincoln:

French Readings of an American President”, en Richard Carwardine y Jay Sexton, eds., The Global Lincoln

(Oxford: Oxford University Press, 2011), pp. 95-105.

25 Farber, Lincoln’s Constitution, p.145.

13

unión nacional y la Constitución, y fue eso lo que hizo de Lincoln un símbolo, la encarnación de

una nueva manera de pensar el gobierno democrático en situaciones de excepción, que probó ser

particularmente relevante para los contextos latinoamericanos del siglo diecinueve.26

En su biografía de Lincoln, Sarmiento había destacado el papel que la suspensión del habeas

corpus y la imposición de la ley marcial habían tenido en el triunfo de la Unión, y no se había

privado de señalar las similitudes con la situación argentina. Como en otras ocasiones,

Sarmiento sugería, en forma no demasiado velada, los puntos de contacto entre la trayectoria del

biografiado y lo que demandaba la situación argentina:

¿Qué diríamos de él como hombre de estado? Sólo que encontró el edificio del Gobierno

dilacerado desde los capiteles a la base, y que en cuatro años de lucha lo dejó firme y seguro,

como el mundo entero no lo había imaginado posible… Vio el fin adonde él y la nación habían de

llegar. Su misión como Presidente, era según tantas veces lo repitió, salvar la Unión, y la Unión

fue salvada.27

En los primeros años de la presidencia de Sarmiento se publicaron dos traducciones locales de

dos textos norteamericanos fundamentales para comprender los poderes de guerra del presidente

Lincoln: la traducción de Luis. V. Varela de Poderes Ejecutivos del Gobierno de los Estados

Unidos (que era en realidad la sección pertinente del tratado de John Pomeroy, An Introduction

to the Constitutional Law of the United States); y la traducción de Adolfo Rawson de la obra de

William Whiting, Poderes de Guerra del Presidente bajo la Constitución de los Estados Unidos.

No parece haber habido, en cambio, una traducción del influyente Código Lieber, las

“Instrucciones del Gobierno para los Ejércitos de los Estados Unidos en el campo de batalla, u

Orden General Nro. 100”, que ordenó las reglas que debían guiar la conducta de las fuerzas

militares durante la Guerra, incluyendo la imposición de la ley marcial, la jurisdicción militar, y

el tratamiento de prisioneros de guerra.28

26

El problema del diseño adecuado de mecanismos institucionales para la utilización de poderes de emergencia ha

sido estudiado como un problema clave en el desarrollo político latinoamericano por José Antonio Aguilar Rivera y

Gabriel Negretto. Gabriel L. Negretto y José Antonio Aguilar Rivera, “Liberalism and Emergency Powers in Latin

America: Reflections on Carl Schmitt and the Theory of Constitutional Dictatorship”, Cardozo Law Review 21,

1797, May 2000.

27 Sarmiento, Vida de Lincoln, Obras Completas, vol. XXVII, p. 293.

28 Poderes Ejecutivos del Gobierno de los Estados Unidos. Capítulo estractado de la obra An Introduction to the

Constitutional Law of the United States por John Norton Pomeroy. Traducción de L.V.V. (Buenos Aires: Imprenta

de Tipos a Vapor, 1869); William Whiting, Poderes de Guerra del Presidente bajo la Constitución de los Estados

Unidos. Traducido de la 10ma edición por Adolfo Rawson (Buenos Aires: Imprenta Argentina, 1869). Sobre la

14

En la década de 1870 el precedente sentado por Lincoln respecto a las facultades del

poder ejecutivo en momentos de excepción aumentó aún más su popularidad. En Francia, en la

primavera de 1871, el estallido de la Comuna de París se convirtió en una instancia de

revalorización del mismo. Adolphe Thiers, como cabeza del poder ejecutivo reflejó estar

perfectamente consciente de ese precedente, y hasta trazó paralelos entre la insurrección de París

y la Guerra de Secesión, y entre su papel como cabeza del ejecutivo y lo hecho por Lincoln con

sus poderes de guerra.29

Sarmiento conocía bien el papel que Thiers y Laboulaye habían jugado

en esas jornadas: “Laboulaye… ha logrado imprimir al centro izquierdo de que forma parte en la

Asamblea, su espíritu yankee, su detestación de las revoluciones, aceptando los hechos

producidos por la mayoría monarquista, organizando nuevos trabajos y asociando mayor número

de voluntades, hasta lograr al fin sin sacudimientos, sin violencia, que la República moderada, tal

como ya la proponía M. Thiers, sea la forma definitiva de gobierno de la Francia.”30

El alzamiento del General Mitre contra el Presidente Avellaneda en 1874 produjo una

nueva ola de entusiasmo en Sarmiento tanto por el modelo norteamericano como por la nueva

síntesis alcanzada en Francia con la Tercera República.31

Ya en las conferencias de 1849

Laboulaye había comparado y contrastado lo que él llamaba la “école revolutionnaire ou école

francaise” con la “école americaine”. La primera, triunfante en la revolución de 1848, era

legataria del predominio jacobino de 1793-94, y se encarnaba en ciertos mecanismos historia del Código Lieber, la codificación de los poderes de guerra de Lincoln y la evolución del pensamiento ylas

prácticas en torno a los poderes presidenciales de guerra en los Estados Unidos véase el brillante estudio de John

Fabian Witt, Lincoln’s Code. The Laws of War in American History (New York: Free Press, 2013). Sobre las

relaciones entre Francis Lieber y Édouard Laboulaye, Ernest Nys, “Francis Lieber--His Life and His Work”, The

American Journal of International Law, Vol. 5, No. 2 (Apr., 1911), pp. 355-393.

29 Sawyer, “Beyond Tocqueville’s Myth”, pp. 69-70.

30 Sarmiento, “Cuestiones de Actualidad”, La Tribuna, abril 23 y siguientes, 1875.

31 El New York Times ofrecía a sus lectores una interpretación de la revolución mitrista que parecía seguir el punto

de vista sarmientino: “The chaotic Republic of Buenos Ayres (sic) is again in a great state of perturbation. The

process of crystallization which had a partial development under the peaceful rule of Dr. Domingo Sarmiento during

the past six years is suddenly interrupted at the very beginning of the Presidential term of his amiable successor, Dr.

Avellaneda. The elements of cohesion have never been sufficiently strong to withstand the strain of a Presidential

election.” Sin embargo, el periódico se negaba a aceptar otra de las tesis que Sarmiento reiteraría en varias

oportunidades, la de la equivalencia entre las revoluciones argentinas y la secesión de los estados sureños en los

Estados Unidos: “President Sarmiento compared the revolt to the attempt of the slave States to divide the Union; but

this is scarcely a parallel. The sectional character of our strife is altogether absent from this trouble.” The New York

Times, November 21 1874.

15

institucionales específicos, como una Asamblea unicameral con amplias facultades. La escuela

americana se apoyaba en una clara división de poderes, y una estructura de checks and balances

entre los mismos, parecía evolucionar ahora en un nuevo fortalecimiento del poder ejecutivo que

permitiera defender al republicanismo liberal frente a nuevas amenazas.

Sarmiento iba a utilizar frecuentemente esa distinción entre la “escuela francesa” y la

“escuela americana” en sus textos y discursos condenando las “doctrinas revolucionarias”

argentinas, y sería siempre explícito respecto a su acuerdo con Laboulaye, a quien veía como el

mejor representante de esa nueva síntesis del republicanismo moderno:

Quien haya leído París en América, y son todos los americanos del Sur, saben que M. Laboulaye

es el continuador del trabajo de Tocqueville, para hacer conocer a la Francia, tantas veces

descarriada en su concepción de la forma republicana de gobierno, cuales son los principios, la

práctica y jurisprudencia de los Estados Unidos, única autoridad en materia de libertad y

república… Al fin ha llegado para los republicanos de su escuela, la hora del triunfo, sobre

los incurables republicanos revolucionarios, como sobre los monarquistas (…)

¿Serán tales ideas menos felices en la República Argentina, donde las instituciones son en la letra

norteamericanas pero son traducidas a la práctica por la tradición francesa de las revoluciones,

desde los Jacobinos a la de Termidor, del Directorio al 18 Brumario…?32

En la misma línea, Sarmiento aprovechaba su correspondencia con Laboulaye como fuente de

autoridad para respaldar sus opiniones tanto en la prensa periódica como en los debates

parlamentarios. “En carta de mi digno y respetable amigo M. Laboulaye, presidente hoy del

centro izquierdo republicano”, -sostenía Sarmiento en el Congreso en 1875, discutiendo

nuevamente las tendencias revolucionarias en la Argentina y la necesidad de fortalecer la

autoridad del ejecutivo nacional para reprimirlas-, “me decía: un Congreso dividido en partidos,

agitado por pasiones diversas, estará expuesto siempre a poner trabas al Poder Ejecutivo, y

tendrá por resultado fomentar desórdenes. El rol de un Congreso no es otro que hacer leyes y el

rol de un Presidente es hacerlas cumplir por todos. Si se mezcla el Congreso en la

administración, se debilita la autoridad, y serán desconocidos, a la vez el Poder Ejecutivo y

32

Sarmiento, “Las doctrinas revolucionarias 1874-1880”, Obras Completas, vol. XXXIX; Sarmiento, “El Norte

Americanismo Republicano”, Obras Completas, vol. XXXIX, pp. 67-72. En carta al presidente chileno Manuel

Montt, Sarmiento se lamentaba por la persistencia de la tradición revolucionaria “afrancesada” como rasgo de la

cultura política argentina: “Nuestra República es todavía la de Mably o la del Contrato Social. En mi trabajo asiduo

de crear el Gobierno, me encontré casi solo, pues las largas revoluciones y las pasadas tiranías han dejado hasta en

el ánimo de los viejos la levadura de los antecedentes…” Manuel Montt y Domingo F. Sarmiento. Epistolario 1833-

1888; carta a Manuel Montt del 14 de noviembre de 1874, pp. 172-173.

16

Legislativo. — El defecto de las democracias modernas es de figurarse que se puede establecer

la libertad debilitando al Poder Ejecutivo.”33

Sarmiento no dudaría en reafirmar una y otra vez que el Ejecutivo debía contar con

amplias facultades para enfrentar los levantamientos provinciales, incluyendo la imposición de la

ley marcial en las provincias sublevadas, “mientras dure la rebelión armada (…) sin que esto

altere el sistema federal ni estorbe como consecuencia asegurar la permanencia en las

instituciones.”34

La justicia federal argentina, -los llamados jueces de sección y la Corte Suprema

federal, sin embargo, frecuentemente actuaron como freno a esa interpretación expansiva de la

jurisdicción militar, defendiendo la jurisdicción ordinaria y las garantías procesales tanto a los

rebeldes arrestados como a civiles perjudicados en los movimientos.35

En última instancia, Sarmiento amplió su interpretación sobre las causas del espíritu de

rebelión que parecía no extinguirse nunca. No era solamente el producto de los choques entre

versiones enfrentadas de los límites de acción del gobierno nacional y las autonomías

provinciales; ni el legado perverso de una tradición revolucionaria jacobina enquistada en la

cultura política argentina, sino el resultado de largo plazo de la falta sistemática de educación de

las clases populares del país. Sólo una campaña sostenida en favor de la educación popular podía

revertir esa situación y sentar las bases para un orden republicano progresista. También en este

punto encontraría coincidencias y un importante aliado en Édouard Laboulaye.

El “momento Lincoln” III: la educación popular

Como sabemos, Sarmiento promovió, -tanto siendo Presidente como en su cargo de

Ministro de Educación de su sucesor en la presidencia, Nicolás Avellaneda-, un muy ambicioso y

exitoso programa de educación popular, multiplicando significativamente el número de escuelas

33

Sarmiento, “Cuestión Amnistía”, Discursos Parlamentarios, Senado, 6 de julio de 1875, Obras Completas, vol.

XIX, pp. 225-226.

34 Sarmiento, “Las represiones necesarias. Nuevos rumbos constitucionales” (nota desde N. York al Ministro de

Relaciones Exteriores, 22 de marzo de 1867), Obras Completas, vol. XXXIII, pp. 18-24.

35 E. Zimmermann, “En tiempos de rebelión. La justicia federal frente a los levantamientos provinciales, 1860-

1880”, in Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez, coordinadores, Un nuevo orden político. Provincias y estado

nacional, 1852-1880 (Buenos Aires: Editorial Biblos, 2010).

17

y de maestros en esos años. La educación popular produciría no sólo la transmisión de

habilidades básicas que apuntaban al perfeccionamiento del capital humano de la nación, sino

también un nuevo conjunto de virtudes requeridas para el surgimiento de una sociedad civil

moderna. También en este punto los antecedentes norteamericanos ofrecían un modelo de

superación de un legado cultural que era visto como un agente de la inestabilidad política y del

estancamiento económico del país.

Laboulaye y Sarmiento encontraron en la convicción en torno a la relación entre la

expansión de la educación popular y el republicanismo otro punto de fuertes coincidencias. En

palabras de Sarmiento, “esta circunstancia traía necesariamente un intercambio de ideas que se

relacionan, -las instituciones republicanas y la educación del pueblo, que son base y

consecuencia a la vez.” Ese cruce era para Sarmiento otro elemento importante del

“norteamericanismo republicano”.36

Por su parte, Laboulaye reconocía que Francia se

encaminaba hacia un futuro democrático, en el que las clases trabajadoras tendrían un lugar

central. En ese sentido, el partido liberal debía tomar como misión ilustrar a los ciudadanos a

través de la educación formal e informal. En lugar de resistir la fuerza de la democracia, la

sociedad francesa debía consagrarse a la educación, y eso inyectaría nuevas energías en el

proyecto liberal de preservar la libertad individual contra la centralización estatal.37

Como gesto de reconocimiento de ese entendimiento mutuo, Laboulaye saludó la

elección de Sarmiento como Presidente en 1868, con un artículo periodístico en el Journal des

Debats, felicitando al pueblo argentino por haber elevado a esa posición “a un maestro de

escuela, en lugar de un general”, comentario que Sarmiento valoró en uno de sus primeros

discursos.38

Ambos admiraban a Horace Mann, a quien le dedicaron sendos esbozos biográficos,

36 Sarmiento, “El Norte Americanismo Republicano” (En “Cuestiones de Actualidad”, La Tribuna, abril 23 y

siguientes, 1875), Obras Completas, vol. XXXIX, pp. 67-72.

37 Gianna Englert, "Enlightened Democracy: Liberalism and Citizenship after 1848.", unpublished paper, The

Political Theory Project Workshop, Brown University.

38 Journal des Débats Politiques et Littéraires, August 24 1868, p. 1 (gallica.bnf.fr): “il est doux de voir aux bords

de la Plata un peuple qui s’honore en choissant pour son chef un maître d’école, et qui le préfére à un général.”

Sarmiento expresó públicamente su satisfacción por ese comentario de Laboulaye en una de sus primeros discursos

presidenciales: “la exaltación al mando supremo de un Maestro de Escuelas, era un hecho tan nuevo en esta parte de

América, que M. Laboulaye lo hacía notar en el Journal des Débats en Francia.” Sarmiento, “Manifestación de las

Escuelas de Buenos Aires a la llegada del Presidente electo. Septiembre de 1868”, in Obras Completas, vol. XXI, p.

243.

18

Sarmiento habiéndolo conocido en su primer viaje en la década de 1840, y manteniendo luego

una larga amistad con su viuda, Mary Peabody Mann.39

A lo largo de esos años de amistad con Mary Mann se fue forjando una perspectiva de

otro punto de contacto entre la historia de los Estados Unidos de Lincoln y de la Argentina, que

Sarmiento repetiría una y otra vez: la situación de atraso e ignorancia en las provincias del

interior argentino era equivalente a la situación de los estados del sur norteamericanos que

debían ser “reconstruidos” tras la Guerra Civil. En 1868, coincidiendo con su ascenso a la

presidencia de la nación, Mary Mann publicó su traducción al inglés del Facundo. Tanto en su

introducción como en el perfil biográfico de Sarmiento que se incluía en la versión inglesa del

libro, la señora Mann enfatizaba esa equivalencia sobre la situación social y política en los

estados del Sur norteamericano y las provincias argentinas. La educación popular sería la

solución en ambos frentes; “el conocimiento y las ideas adquiridas en el hemisferio norte” serían

impartidos en los países del sur del continente.40

Sarmiento había ya desarrollado esa idea con anterioridad. En 1866, dirigiéndose a un

coloquio de maestros y superintendentes de escuelas en Indianapolis, había señalado: “nuestras

instituciones son igualmente federales, i tenemos Estados mucho más atrasados en la difusión de

la educación i en todo grado de cultura que los más remotos Estados del Sud de esta Unión…”

En términos más llamativos había insistido unos meses más tarde en que el Sur norteamericano

“quedaba muy atrás y tenía el mismo carácter de nuestras Provincias del Interior, con los mismos

elementos, masas populares ignorantes, llámeseles poor whites o paisanos a caballo, con el

39

“El célebre autor de Paris en América escribe desde París donde se está: «Estoy enteramente de acuerdo con Vd.

El porvenir de la civilización está ahí. Las Escuelas regenerarán al mundo. Día vendrá en que se comprenda que

Horacio Mann ha sido más grande y útil a la humanidad que todos los Césares.» Obras Completas, vol. XXIX,

p.184. Véase también vol. XXII, p. 159, para el intercambio sobre la creación de bibliotecas populares en Francia y

la Argentina, y pp. 347-48, 388, para otras observaciones de Sarmiento sobre las campañas de Laboulaye por la

educación popular en Francia.

40 Life in the Argentine Republic in the Days of the Tyrants; or, Civilization and Barbarism. From the Spanish of

Domingo F. Sarmiento, LL.D., Minister Plenipotentiary from the Argentine Republic to the United States. With a

Biographical Sketch of the Author by Mrs. Horace Mann. (London: Sampson Low, 1868), pp. 393-394. Sobre

Sarmiento, Mary Mann, y esa percepción compartida sobre las situaciones en los Estados Unidos y la Argentina

véase Ivan Jaksic, The Hispanic World and American Intellectual Life, 1820-1880 (New York: MacMillan, 2002),

capítulo 6; Mark S. Weiner, “Domingo Sarmiento and the Cultural History of Law in the Americas”, Rutgers Law

Review, 63, 3, 2011, 1001-1015.

19

mismo desvío de todo sentimiento nacional y tendencias a conservarse en el círculo de sus

intereses locales.” Y en su regreso a la Argentina, habiendo sido ya electo como Presidente, en

1868:

Cuando en los Estados Unidos los primeros estadistas me preguntaban algo sobre mi país, yo con

dolor les contestaba, que nuestra situación era igual a la de los Estados del Sur. Allí como entre

nosotros, la sociedad está dividida entre aristócratas, que son los ricos, los que tienen la tierra y

ocupan el poder, y en “poor whites” como allí les llaman a los pobres blancos, que no tienen

fortuna, ni quieren instruirse y que forman la clase que se llama la canalla.41

Finalmente, en la versión en inglés del Facundo, se incluía una carta que Sarmiento había

dirigido al senador Charles Sumner, sobre un voto en el Senado por la supresión del

Departamento Nacional de Educación. La carta resulta interesante porque Sarmiento fija su

crítica básicamente en tres puntos que reflejan, una vez más, su permanente intención por

asimilar las soluciones a los problemas en el norte y sur del continente como una causa común:

uno, los antecedentes de las escuelas norteamericanas mostraban que eran una pieza clave en el

funcionamiento del sistema político norteamericano (punto central del libro de Sarmiento Las

escuelas: base de la prosperidad y la república en los Estados Unidos); dos, ese modelo era una

guía para los futuros procesos de superación de los viejos órdenes aristocráticos y de los

regímenes opresivos en todo el mundo al suprimir los estados de incapacidad de las clases

populares y los frutos que en ella se originaban, las revoluciones; tres, existía por lo tanto una

responsabilidad en sostener ese sistema, y la supresión del Departamento Nacional de Educación

ponía en riesgo ese proyecto, que debía servir además como guía para superar el atraso en el Sur

de los Estados Unidos y en las nuevas naciones del sur del continente.42

41

Las tres referencias son, respectivamente: “Discurso del Ministro argentino, D. F. Sarmiento, en la reunión de la

Asociación de Superintendentes de Escuelas, y Asociación Nacional de Maestros, Indianápolis, agosto de 1866”, en

Ambas Américas. Revista de Educación, Bibliografía i Agricultura, bajo los auspicios de D. F. Sarmiento, I, New

York, 1867, pp. 114-117; “Las represiones necesarias. Nuevos rumbos constitucionales”; y “Manifestación de las

Escuelas de Buenos Aires a la llegada del Presidente electo. Septiembre de 1868”, en Obras Completas, vol. XXI, p.

243.

42 “The visible sign of the advanced North American system of government is the Common School, and if ever the

South shows the same visible sign, its regeneration will be secured. For the Republicans of Europe and South

America, the North Americans have added a new organism of government in the COMMON SCHOOL, thus solving

a great difficulty which the ancient Republics could not solve. (…) The SCHOOL of the American Republic will

make useless the ancient aristocracies and the modern repressive governments, by suppressing the popular

incapacity and its legitimate fruits –revolutions. You will understand why, with these ideas and hopes, I deplore the

suppression of the National Department of Education, which proposes to be a guide at home and abroad to the

laggards of the South in the United States, and would have been a Pharos to the other nations, in the new path

marked out by the North.” Life in the Argentine Republic, Appendix, pp. 399-400.

20

Laboulaye fue igual de generoso que la señora Mann en ofrecer a Sarmiento

oportunidades para divulgar sus ideas sobre la educación popular, así como señales de

reconocimiento del prestigio personal del sanjuanino, gestos que Sarmiento valoraba tanto o más

que los acuerdos programáticos. Cuando Sarmiento publicó en 1866 su libro sobre las escuelas

americanas, Laboulaye recibió inmediatamente una copia y fue adecuadamente elogioso, al

menos en la versión que Sarmiento hizo pública en más de una oportunidad: “Hasta Laboulaye

me escribe que (el libro) le ha abierto nuevas vías (…) Con la exquisita gracia de un francés, me

dice que si vuelve a los Estados Unidos será para entrar a la Escuela, con motivo de Las

escuelas, base de la prosperidad y de la república.”43

Los dos últimos “americanos”

Poco tiempo antes de morir, en 1883, Édouard Laboulaye escribió su última carta a

Domingo Sarmiento, acusando recibo del envío del último libro del argentino, Conflictos y

armonías de las razas en América. Tal vez presagiando el cercano final, Laboulaye le recordaba

a Sarmiento sus amistades con Longfellow y las hermanas Peabody, y más sustantivamente

reflexionaba sobre los temas comunes a lo largo de su correspondencia, aunque ahora con un

tono más desesperanzado:

Nuestra República, en lugar de americanizarse vuelve a la centralización y a la administración

monárquica. Yo no soy sino vox clamans in deserto, por no decir un profeta ridículo, un

importuno, a quien no se quiere escuchar. Los hechos se encargan de darme razón, sin embargo.

Ya ve Vd. mi querido señor, que estoy perfectamente de acuerdo con Vd.; ¿pero no seremos los

dos los últimos americanos?

Sarmiento también había adoptado en aquel libro un tono más pesimista sobre las posibilidades

de las naciones hispanoamericanas de superar las barreras que las separaban del progreso. La

clave racial, sugerida a Sarmiento en sus lecturas tardías de Spencer, era la que predominaba

ahora en sus interpretaciones. En carta a Francisco P. Moreno reconocía esa misma desesperanza

que había percibido en la carta de su amigo francés: “me escribe el viejo senador Laboulaye,

43

Las escuelas, base de la prosperidad y de la república en los Estados Unidos, Obras Completas, vol. XXX, “Carta

a Pedro Quiroga, desde N. York, 13 de noviembre de 1866”.

21

autor de París en América, y como yo aquí, él en Francia, americanizante, como él lo caracteriza,

pues que ambos hemos trabajado en la misma viña, sin fruto. Da pena oírlo.”44

Ese tono algo melancólico, de final de época, que recorre ambas cartas contrasta

fuertemente con el optimismo progresista que había marcado sus intercambios a lo largo de dos

décadas en torno a las posibilidades que ese modelo “americanizante” ofrecía al republicanismo

moderno. Para Sarmiento ese optimismo había significado no sólo la posibilidad de adaptación

de las instituciones norteamericanas a la realidad argentina, sino también la de ofrecer al mundo

la experiencia de las nuevas naciones del sur del continente como forma de reconocimiento de

las complejidades que los nuevos experimentos republicanos enfrentaban en todo el mundo. Ya

en el Facundo había reclamado con fuerza “¿no significa nada para la Historia y la Filosofía, esta

eterna lucha de los pueblos hispanoamericanos?” A la vez global en sus orígenes e inspiraciones

ideológicas y eminentemente práctico en los procesos de adaptación a las realidades locales, ese

“republicanismo moderado” por el que tanto Laboulaye como Sarmiento se habían sentido tan

atraídos sentó las bases institucionales de desarrollo del estado argentino, en un proceso que se

profundizaría y aceleraría en las últimas dos décadas del siglo, cuando se produciría la

integración más plena a lo que José Moya llamó la trans/formación del mundo atlántico.45

Dos observaciones finales, una histórica y otra historiográfica. La observación histórica

apunta a recordar que además de los cambios de diseño institucional que el “momento Lincoln”

había propiciado, esa versión del republicanismo “moderado” en la Argentina fue acompañada

de un intento por trascender los entusiasmos ideológicos de las versiones democráticas más

radicales, para ofrecer lo que Sarmiento describió como el tono práctico, “menos sublime” de esa

“síntesis del republicanismo moderno”, que convenía “al pulpero lo mismo que al noble o al

44

Carta de E. Laboulaye a Sarmiento, del 10 de marzo de 1883; Carta del 9 de abril de 1883 de Sarmiento a

Francisco P. Moreno, ambas reproducidas en Sarmiento, Obras Completas, vol. XXXVII, pp. 322-327.

45 José Moya, “Modernization, Modernity, and the Trans/formation of the Atlantic World in the Nineteenth

Century”, pp. 179-197. Véase también José Moya, “Introduction: Latin America –The Limitations and Meaning of a

Historical Category”, para un análisis de la precocidad de los procesos de formación del estado-nación en América

Latina cuando se los observa desde una perspectiva global. También resulta apropiado en este punto recordar la

observación de Halperin Donghi en “Una nación para el desierto argentino”: la excepcionalidad del caso argentino

residen en la manera casi única en la que un cierto número de escritos producidos a mediados del siglo diecinueve

anticiparon efectivamente el camino de progreso que el país iba a experimentar en las décadas siguientes.

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estudiante, paz-tranquilidad-libertad.” 46

Hacia la década del Ochenta, se ha sugerido, los viejos

ideales republicanos clásicos, tales como los del “ciudadano en armas”, habían comenzado a

debilitarse para ser gradualmente reemplazados por otras versiones del discurso liberal, que

ponían más énfasis en la capacidad civilizatoria, y estabilizadora de la política, del comercio.47

La observación historiográfica apunta a señalar la creciente producción en lo que

podríamos llamar una historia transnacional de la construcción del estado liberal moderno, y a la

manera en la que la experiencia argentina y latinoamericana puede ser inscripta en esos procesos.

La búsqueda de esa síntesis del republicanismo “moderado” latinoamericano no parece

demasiado diferente a lo que Stephen Sawyer describe como el surgimiento en los Estados

Unidos y en Francia de “un eje alternativo constante en el tiempo de construcción estatal en el

siglo diecinueve, el estado liberal democrático” que, trascendiendo la opción entre el modelo

continental europeo y el mito del estado norteamericano “débil”, buscaba “equilibrar la tensa

puja entre la expansión de la democratización y una defensa de los derechos individuales a

través del estado, en lugar de en su contra.” 48

En su análisis de los rasgos caracterizadores del

“liberalismo de gobierno” estructurado en el siglo diecinueve argentino, Darío Roldán provee

una excelente puerta de entrada para una reflexión de ese tipo.49

En todo caso, los estudios más recientes de los procesos de desarrollo político

latinoamericano del siglo diecinueve reiteran ese reclamo de Sarmiento por integrar la

experiencia histórica de las naciones latinoamericanas a las grandes cuestiones del diseño

46

Sarmiento, “El Norte Americanismo Republicano”, en Obras Completas, vol. XXXIX, pp. 67-72. Y en este punto

las diferencias con Alberdi tendían a desaparecer, como puede verse en la persistencia de ese enfoque en los textos

de Alberdi a lo largo de las tres décadas que van desde las Bases hasta La omnipotencia del estado.

47 Hilda Sabato, La política en las calles, p. 165.

48 Sawyer, “Beyond Tocqueville’s Myth”, pp. 72-74, en James T. Sparrow, William J. Novak, y Stephen W. Sawyer,

editors, Boundaries of the State in U.S. History (Chicago: The University of Chicago Press, 2015). Véase también

William Novak, “The Myth of the ‘Weak’ American State”, American Historical Review Vol. 113, No. 3 (June

2008), pp. 752-772; y William Novak, Stephen Sawyer, and James Sparrow, “Toward a History of the Democratic

State,” The Tocqueville Review/La Revue Tocqueville, 33, no. 2, 2012.

49 Darío Roldán, “La cuestión liberal en la Argentina en el siglo XIX. Política, sociedad, representación”, en Beatriz

Bragoni y Eduardo Míguez, coordinadores, Un nuevo orden político. Provincias y estado nacional 1852-1880

(Buenos Aires: Editorial Biblos, 2010), pp. 275-291. Habría aquí algunas diferencias fuertes con el análisis de la

“modernidad republicana americana”, que con evidentes puntos de contacto con la literatura sobre los “liberalismos

populares” latinoamericanos delinea James Sanders en su libro The Vanguard of the Atlantic World: Creating

Modernity, Nation, and Democracy in Nineteenth-Century Latin America (Duke University Press, 2014).

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institucional republicano. Como hemos visto, los debates por la elaboración de una nueva

fórmula de gobierno hacia mediados del siglo diecinueve tocaron varios de los problemas más

complicados de la teoría del gobierno republicano en todo el mundo: la centralización y las

autonomías provinciales, la división de poderes, y las tensiones entre la construcción de

autoridad y la preservación de las libertades individuales. Esto, se ha sugerido, permite

vislumbrar un camino que permita apartarse a los analistas de la visión corriente de las elites

políticas latinoamericanas como “fallidos importadores del constitucionalismo occidental” y

comprender las dificultades de la región como “ejemplos de las complejidades involucradas en

los procesos de construcción estatal.50

50

Lauren Benton, “No Longer Odd Region Out: Repositioning Latin America in World History”, Hispanic

American Historical Review, 84, 3, 2004, 423-430; Moya, “Latin America”; Aguilar Rivera, En pos de la quimera.

Reflexiones sobre el experimento constitucional atlántico (México: Fondo de Cultura Económica, 2000); y el muy

reciente trabajo de Hilda Sabato, Republics of the New World. The Revolutionary Political Experiment in

Nineteenth-Century Latin America (Princeton University Press, 2018).