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DON MARCO FIDEL SUAREZ ANTE EL PROBLEMA DE LA LENGUA * La figura de don Marco Fidel Suárez ofrece a la crítica los más variados aspectos, tanto por su obra escrita como por su intervención en la vida pública colombiana durante medio siglo, como por la misma índole compleja de su carácter. Pro- bablemente esas múltiples facetas no han sido suficientemente estudiadas, ni se ha hecho el enfoque que arroje toda la luz necesaria para apreciar en detalle la posición estética, política, o simplemente humana, que haya de asignársele definitiva- mente en la historia nacional. Existe, en cambio, una concien- cia colectiva entre los hombres de cultura, según la cual el señor Suárez ocupa un alto puesto en el firmamento literario de América; pero cuando se trata de precisar el significado exacto de su obra o de su vida, se suele llegar a una especie de nebulosa en que sus méritos y virtudes se nivelan por lo alto, o por lo bajo, se invierten sus valores y se desdibuja su perso- nalidad. Es el sino de muchos grandes hombres sobre quienes sólo a paso lento y por amplia perspectiva histórica se va cua- jando el juicio más aproximado a la realidad. Para llegar a ella es menester una larga depuración y un paciente análisis, hecho a contribución y en virtud de parciales esfuerzos, de cuya suma únicamente puede deducirse la conclusión que deja satisfecho el afán crítico y firme el pedestal de la gloria. Quizás no sea hora todavía, tratándose del señor Suárez, de dibujar el cuadro total de su vida y de su obra, primero porque aquella no está aún lo suficientemente alejada de la nuestra para que hayan cesado las pasiones que entorpecen el juicio, y segundo porque • Discurso pronunciado en la Academia de la Lengua para conmemorar el pri- mer centenario del nacimiento del escritor antioqueño, el día 21 de abril de 1955.

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DON MARCO FIDEL SUAREZ ANTE EL PROBLEMA

DE LA LENGUA *

La figura de don Marco Fidel Suárez ofrece a la crítica losmás variados aspectos, tanto por su obra escrita como por suintervención en la vida pública colombiana durante mediosiglo, como por la misma índole compleja de su carácter. Pro-bablemente esas múltiples facetas no han sido suficientementeestudiadas, ni se ha hecho el enfoque que arroje toda la luznecesaria para apreciar en detalle la posición estética, política,o simplemente humana, que haya de asignársele definitiva-mente en la historia nacional. Existe, en cambio, una concien-cia colectiva entre los hombres de cultura, según la cual elseñor Suárez ocupa un alto puesto en el firmamento literariode América; pero cuando se trata de precisar el significadoexacto de su obra o de su vida, se suele llegar a una especie denebulosa en que sus méritos y virtudes se nivelan por lo alto,o por lo bajo, se invierten sus valores y se desdibuja su perso-nalidad. Es el sino de muchos grandes hombres sobre quienessólo a paso lento y por amplia perspectiva histórica se va cua-jando el juicio más aproximado a la realidad. Para llegar a ellaes menester una larga depuración y un paciente análisis, hechoa contribución y en virtud de parciales esfuerzos, de cuya sumaúnicamente puede deducirse la conclusión que deja satisfechoel afán crítico y firme el pedestal de la gloria. Quizás no seahora todavía, tratándose del señor Suárez, de dibujar el cuadrototal de su vida y de su obra, primero porque aquella no estáaún lo suficientemente alejada de la nuestra para que hayancesado las pasiones que entorpecen el juicio, y segundo porque

• Discurso pronunciado en la Academia de la Lengua para conmemorar el pri-mer centenario del nacimiento del escritor antioqueño, el día 21 de abril de 1955.

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la investigación sobre ésta se encuentra apenas en etapa inci-piente y no existen las contribuciones que faciliten la elabora-ción de una síntesis completa. ¡Ojalá el centenario que estamoscelebrando sea ocasión propicia para tan necesarios aportes!

Yo me propongo, por encargo honrosísimo de la AcademiaColombiana, recibido a manera de imposición reglamentaria,contra la cual no valdrían excusas personales, hacer unas cuan-tas consideraciones en torno al tema de lo que significó el autorde los Sueños de Luciano Pulgar dentro de los estudios filoló-gicos en Colombia, y de su posición frente al problema de lalengua. Quisiera, al menos, sentar las bases para un capítulode la historia de la filología en nuestro país, ambicionable tareapara doctos investigadores futuros.

Dicen los biógrafos del señor Suárez que su preocupaciónpor el idioma se hizo sentir desde los años de su primera ju-ventud. No se han aducido los documentos pertinentes, comoserían las tareas escolares de su adolescencia y los primerosejercicios literarios realizados en sus años de seminario, pero síconsta que su afición a los estudios del lenguaje lo llevó a pre-sentarse a un concurso que la recién fundada, y ya prestigiosa,Academia Colombiana abrió en 1881 para premiar el mejortrabajo a propósito del primer centenario del nacimiento dedon Andrés Bello. En efecto, su Ensayo sobre la Gramática dedon Andrés Bello, con el que entró a la competencia, obtuvoun fácil triunfo, y al conquistar para su autor el título de aca-démico correspondiente, lo colocó de golpe entre los eruditosmaestros del idioma. La fama bien ganada de don Rufino JoséCuervo como maestro de la filología, atraía a los jóvenes y eraparte principal para suscitar nuevas vocaciones. Sus trabajosanteriores al primer viaje a Europa, en especial las Apuntacio-nes críticas sobre el lenguaje bogotano, eran lectura tan seriacomo amena y constituían, junto con los sesudos ensayos de suamigo don Miguel Antonio Caro, preciosos aportes a la nuevaciencia que florecía en los cultos centros de ultramar. Así quea un muchacho como Marco Fidel Suárez, venido de su lejanaAntioquia con fiebre de sabiduría y anhelos de superación, unambiente tal tenía que deslumhrarlo y centrar sus intereses in-telectuales en torno a los estudios filológicos. Además, los dos

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egregios bogotanos tenían virtudes de Mecenas magnánimos, ydon Rufino, comprendiendo que en el tímido vencedor delcertamen académico alentaba un espíritu de fina garra, lo llevóa su lado para que le ayudara en la recolección de materialespara su gran Diccionario de construcción y régimen. Hay queimaginarse cuál sería la emoción de Suárez cuando, vencida latragedia de su niñez y de su adolescencia, ve abrírsele los ca-minos del triunfo y se siente llamado a colaborar con el maes-tro por quien experimenta una especie de extática admiración.En encantadora reminiscencia nos ha dejado el dato cronoló-gico exacto de ese inolvidable momento de su vida: "Qué cu-rioso — dice en uno de sus Sueños—. Ahora recuerdo quehace cuarenta y cuatro años, siendo yo escribiente del bonda-doso y caritativo autor de las Apuntaciones y del Diccionario,le oía decirme: trabaje, trabaje, que aunque a veces las semi-llas caen en pedregal, al fin brotan y no se pierden". Tal elcomienzo de la obra filológica del señor Suárez. Buen comien-zo, sin duda, para un joven de veintiséis años que unía a unrico bagaje intelectual el mérito de ganarse por asalto el pres-tigio y la simpatía en círculos sociales y culturales bien distan-tes de la zona opaca en donde se había educado. Fiel al consejode su maestro y estimulado por su gloria, Suárez prosigue ensu empeño de ahondar en el conocimiento de Bello y se da ala tarea de ampliar su Ensayo, ya sin otro propósito que el dedivulgar las teorías del caraqueño y hacerlas acoger por el pú-blico hispano como suma y compendio de ciencia gramaticalinsuperable. Así nacen sus Estudios gramaticales: Introduccióna las obras filológicas de Andrés Bello, publicados en libro enMadrid en 1885, con Advertencia y Noticia bibliográfica porMiguel Antonio Caro.

La materia está aquí condicionada por la misma obra deBello, pues su comentador va siguiendo paso a paso la Gramá-tica para glosar sus doctrinas y señalar sus fundamentos, cote-jarlas con otros autores y aportar datos para corroborarlas,procurando aclarar aquellos puntos que juzga menos dilucida-dos para ponerlos al alcance de todos, siempre dentro de untono de reflexivo elogio que no le impide, en ocasiones, apar-tarse discretamente de las doctrinas del Maestro.

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En una Introducción de ocho breves capítulos hace la re-seña histórica de la gramática castellana hasta llegar a Bello,para fijar los tres criterios que lo guiaron en su composición,a saber: el estudio del castellano en sí mismo, la aplicación deun método primordialmente experimental, y la atención al usode los escritores castizos. Al desenvolver el pensamiento deBello así condensado, Suárez hace hincapié en el acierto conque el autor se propuso estudiar el castellano, desligándolo delos viejos prejuicios que lo ataban a la gramática latina y pres-cindiendo de las endebles teorías, muy en boga por aquellaépoca, sobre la gramática general, a la que concedió don An-drés Bello mínima importancia.

El antioqueño observa, sin embargo, que en ese punto, Be-llo llegó a una natural exageración y sacó conclusiones, "si noevidentemente confutables, a lo menos muy dudosas". Mássevero todavía, critica la que estima contradicción de Bello,quien al par que propugna un método inductivo, aplica confrecuencia otro ideológico; pero a renglón seguido exculpa asu maestro afirmando que no pudo científicamente sustraersea esa aparente contradicción, lo cual confirma "su gran pru-dencia y exquisito tino" en no abandonarse a un método único.En cuanto al delicado problema del uso, el señor Suárez coin-cide con Bello en aceptar como norma el de los doctos, o, comodice el autor de la Gramática, "el buen uso, que es el de lagente bien educada". A este respecto hace interesantes conside-raciones sobre la inevitable variación de los idiomas — corrup-ción se decía entonces—; sobre la autoridad competente paralegislar en esas materias; sobre la unidad del idioma en lospueblos hispanolatinos; sobre los escritores del Siglo de Oro;sobre arcaísmos y neologismos, pudiendo afirmarse que en todoello sienta tesis lingüísticas corrientes en su tiempo y en su me-dio, sin alcanzar, por supuesto, la profundidad filosófica de unMiguel Antonio Caro ni el rigor científico de un Rufino JoséCuervo, quienes disertaron en su hora sobre tales problemas.Pero es ya mérito de Suárez haber sabido interpretar y comentarcon lucidez el pensamiento de Bello sobre materias que muchosreputaban por antiguallas académicas que debían ceder el pasoal cientifismo de la gramática general, y que hoy, tras un siglo

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de hondo cavilar y experimentar, vuelven a constituir en con-junto la posición teorética más acertada, ganando para Bello ysu defensor el título de magistrales expositores que en muchosuperaron a sus contemporáneos.

El autor de los Estudios gramaticales comienza luego a pon-derar lo que debe la ciencia gramatical a Bello como clasifica-dor sagaz de la conjugación castellana e intérprete feliz delsignificado de los tiempos verbales; riguroso analista de la pro-posición; expositor didáctico de materias abstrusas (acerca delo cual hace muy sensatas reservas), y, en fin, autor del textomás original y novedoso, más profundo y erudito que hastaentonces se hubiera escrito sobre cuestiones gramaticales. Queel señor Suárez no andaba descaminado en una apreciacióntan laudatoria, bastarían a probarlo las palabras que acaba deestampar el nunca bien llorado maestro de la filología hispá-nica, Amado Alonso, al presentar la nueva edición de Obrascompletas del gran venezolano: "La Gramática de la lenguacastellana de Andrés Bello, escrita hace más de un siglo, siguehoy mismo siendo la mejor gramática que tenemos de la len-gua española".

No quiero fatigaros haciendo el recuento minucioso de loque el señor Suárez opina sobre cada uno de los temas tratadospor Bello. Simplemente os diré que su plan consiste en ir exa-minando capítulo a capítulo la obra de Bello, y luego de sinte-tizar en breves términos la idea del gramático, glosarla conpertinentes reflexiones que la amplían o precisan, ponderar lanovedad de sus doctrinas y exhortar a su seguimiento, sin dejar,como ya lo anoté, de señalar, con criterio independiente, loque cree susceptible de enmienda o de mejora. Pero presientoque a muchos habrá asaltado la pregunta de fondo: ¿en susEstudios gramaticales el señor Suárez aportó algo nuevo a laGramática de Bello? Yo me atrevo a afirmar que, doctrinaria-mente y en lo que es esencial a la misma, el comentador nocontribuyó propiamente con tesis totales o parciales que reva-lúen o den mayor valor al libro inmortal. Suárez hizo una exé-gesis de la Gramática, de indudable mérito, porque en ella re-forzó, con recta interpretación y en limpio estilo, las doctrinasfilológicas que tan genialmente concibió don Andrés. Su obra

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es lo que hoy llamaríamos una reseña bibliográfica hecha,desde luego, a conciencia e inteligentemente, pero sin que lamateria reseñada sufra un tratamiento nuevo o se replantee conenfoques distintos. El reseñista examina las fuentes de Bello,coteja sus teorías, las completa con datos adjetivos muy útiles yconsigue lo que en realidad se propuso, que no fue otra cosaque difundir el admirado texto bellista y ganarle adeptos alvenerado maestro. Caso muy distinto al de Cuervo cuando aco-metió la tarea de glosador de la Gramática. Este tomó puntosconcretos de ella y en su estudio se detuvo, cuando el caso lorequería, con extensión y rigor analítico notables, hasta darnueva luz a lo tratado, o remodelarlo en forma distinta del ori-ginal, produciendo así un comentario de tipo investigativo yeminentemente científico que dio nuevo ser a la Gramática yconvirtió a Cuervo en coautor del libro, como universalmentese acepta, hasta el punto de que hoy no puede reeditarse omi-tiendo la parte del colombiano, porque se considera esencial aél e indisoluble, como un solo cuerpo de doctrina. Diríamosque los dos colombianos toman en sus manos el cuadro dibu-jado por Bello, pero al paso que el uno lo contempla con amory lo exhibe ante los espectadores con frase laudatoria, el otroretoca con finura la imagen, le infunde nueva vida y le impri-me su peculiar fisonomía. Lo de Suárez es una disquisicióncrítico-expositiva en torno a la Gramática; lo de Cuervo es unanálisis de carácter lingüístico y filológico sobre determinadospuntos de ella, con penetración y agudeza que van a la raízmisma de los problemas. Cada uno tiene su mérito dentro delrespectivo fin propuesto y bien logrado; mas desde el punto devista del avance científico, valen sin comparación mucho máslas Notas a la Gramática de Bello de don Rufino José Cuervoque los Estudios gramaticales de don Marco Fidel Suárez; di-cho sea en honor de la verdad tantas veces desfigurada, y sindisminuir con esto la gloria del procer, cuyo centenario ha dedarnos ocasión para defenderlo de hiperbólicas alabanzas tantocomo de protervos ataques. Con este criterio de justicia, siga-mos avanzando en el examen de su obra filológica.

Poco antes de los Estudios gramaticales había publicado enel Repertorio Colombiano (X, 123) un artículo sobre El pro-

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nombre posesivo que subtituló "Muestra de una gramática his-tórica de la lengua castellana", y que incorporó en gran partea los mismos Estudios. Debemos reconocerle a este ensayo deSuárez un mérito extraordinario, porque en una época en quepara el español no habían nacido los estudios de gramáticahistórica, pues aún estaban lejos Menéndez Pidal y FedericoHanssen, Suárez hacía un primer intento de sistematización,limitado a una clase de pronombres, pero evidentemente agudoen lo que respecta a la delicada diferenciación de matices se-mánticos y con un abrumador acopio de testimonios del usoclásico, antecedentes que hubo de tener en cuenta don RufinoJosé Cuervo, según propia confesión, para su monografía sobrecuyo, en el segundo tomo de su Diccionario. Suárez flaquea encuanto a orientación del criterio y no parece conceder mayorimportancia ni al método comparatista, ya tan avanzado a fi-nes del siglo, ni al uso dialectal que se hace imprescindibletratándose de buscar la clave de los problemas a la luz de lahistoria. Es también grave descuido suyo la vaguedad e impre-cisión en la parte documental de su ensayo, máxime cuandotenía a la vista en esa materia el ejemplo del rigorismo cientí-fico de Cuervo, quien una vez superada la etapa de sus prime-ros trabajos, se señaló por la más escrupulosa atención a mí-nimos detalles, que en estas disciplinas resultan ser de máximaimportancia. Pero sea de ello lo que fuere, Suárez apunta enese juvenil escrito muy al blanco de arduas cuestiones de laciencia lingüística, en la que hubiera dado de lleno si su clarainteligencia logra desligarse algo más del prejuicio de la lógicay de la gramática, aceptadas como únicos carriles para llegaral análisis del lenguaje. Suárez miraba todavía con demasiadafijeza, para orientarse por el mar de la ciencia, al criterio deluso regido por la lógica, y tenía de la gramática un conceptodemasiado rigorista. Su norma fue siempre la corrección gra-matical y a ella fue tan insobornablemente fiel, que en sus arassacrificó muchas veces el vuelo juguetón de su fantasía, pueslo vemos en sus escritos de madurez complacerse en acogergiros o vocablos cuya expresividad reconoce pero a los que con-dena en holocausto a la gramática. Suárez demostró, con suelocuente ejemplo, que se puede ser escritor de calidad artística

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muy alta siguiendo los preceptos de la gramática normativa, yprecisamente por ello, con lo cual puede comprobarse de pasoque si para ser buen escritor no basta la gramática, ésta tam-poco es un estorbo, como muchos han aseverado con rebeldía,que acaso no es más que velada incapacidad de comprenderla,o franca repulsión del esfuerzo mental que ella requiere.

Puede decirse que estos dos primeros ensayos, porque de-mostraban la sólida estructuración y notable cultivo intelectualde su autor, le granjearon merecida fama e hicieron esperar deél nuevas y más notables producciones. Lamentablemente noacaeció así. El medio frustró, en gran parte, esta vocación quese iniciaba con tan buenos auspicios, y el novel académico, porobra de circunstancias personales, necesidad de recursos de for-tuna y natural inclinación hacia el terreno de la acción, en ser-vicio de sus ideales políticos y religiosos, ingresó a la adminis-tración pública y empezó a perfilarse con eximias virtudes deestadista. La sociedad iba ganando un conductor, al paso quela especulación científica perdía a uno de sus más promisoriosiniciados. A medida que avanza en su carrera pública y con-quista más y más lauros como político, sagaz expositor de teo-rías y defensor de prácticas operantes en el campo del derechointernacional, orador de impecable prosa castiza que fluye delrico tesoro de sus conocimientos enciclopédicos, disminuyen lasposibilidades de que cuaje en obra de aliento su magna capaci-dad e intuitiva penetración de los problemas lingüísticos. Suslecturas se alejarán cada vez más de aquellos a quienes dedicósu ávida curiosidad juvenil, y en la ancianidad sólo lo acompa-ñarán recuerdos un tanto borrosos del elocuente Max Müller ode los creadores de la romanística, especialmente Diez y Pott,vagas reminiscencias del filosófico Leibnitz, comprensiva ad-miración por Hervás y Panduro, por Littré, por Bello, y comoes natural, por sus compatriotas y protectores Caro y Cuervo,a quienes repasa con moroso deleite.

En 1907 apareció a la luz pública una novela titulada Pax,cuyos autores eran don Lorenzo Marroquín, ganador con Suá-rez del premio otorgado por la Academia en 1881, y don JoséMaría Rivas Groot, el famoso escritor de Resurrección y Eltriunfo de la vida. En esa obra, cuyo juicio no me corresponde,

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se quiso ver figurados una serie de personajes de la vida realcolombiana, lo que dio origen a acerbas críticas y graves resen-timientos, porque la fina sátira de los autores vapulaba sin es-crúpulos a muchos notables de la época. Don Marco Fidel Suá-rez, parece que erróneamente, se sintió allí aludido y zaheridoen punto muy delicado, como que se hacía relación a genealogíasy timbres de nobleza, de los que tuvo siempre un concepto muydemocrático. Saltó entonces, con pluma que destila veneno, ahacer una crítica mordaz del libro y, tomándolo hábilmente porel lado en que su autoridad no hallaba réplica, escribió el Aná-lisis gramatical de Pax. Para la comprensión de su carácter con-tradictorio y complejo, que se revela en manifestaciones de su-prema humildad cristiana y brotes de altivo resentimiento, re-sulta particularmente interesante este escrito del señor Suárez,que daría al biógrafo tema para un atento estudio sicológico.No tiene, en cambio, mayor interés desde el punto de vista fi-lológico. Suárez toma la novela para analizar su lenguaje pá-gina tras página (por cierto con una ordenación sui géneris ala que no se le halla explicación fuera del deseo de llamar laatención) y hace una pormenorizada lista de los que reputayerros gramaticales o pecados contra las normas del buen decir.El susceptible académico quiere ingeniosamente cazar gaza -p o s de lenguaje en todas y cada una de las páginas de Pax, yse ensaña en su censura con notoria injusticia. Se tiene a vecesla impresión de que su análisis es más una broma de tono zum-bón y malicioso, que el producto de un sincero esfuerzo en prode la pureza del idioma; pues si bien Suárez fue siempre ague-rrido defensor de los preceptos retóricos y los cánones gramati-cales, su criterio no fue tampoco tan estrecho como para equi-pararlo con el de un Baralt o un Padre Mir. Repásense sus fre-cuentes defensas de neologismos y provincialismos, en las quellega hasta a apartarse de las doctrinas académicas, y no se ol-vide que él mismo gustaba de innovar su castiza prosa con re-franes y giros pintorescos de su nativa Montaña. Más aún: porlas últimas páginas del Análisis corre un ligero soplo de arre-pentimiento por haberse excedido en el reproche. Oigámoslo:"Agregaré, por fin, como se estila al pie de todo balance, queformulo este diagnóstico salvando cualquier error que haya po-

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dido inspirarme la parcialidad que tiene que haber nacido enmí de verme lastimosamente retratado en la tremenda novela".Y a renglón seguido anota concretamente que críticas como lasque hizo a incapaz, policía, pozo y tranvía pueden haber sido"más severas y exigentes de lo necesario". Por lo demás, la obra,que hace involuntariamente recordar a don Antonio de Val-buena, no deja de acumular una buena cantidad de finas ob-servaciones sobre buenos y malos usos, sobre la lógica que alescritor debe guiar y sobre el cuidado y atildamiento que exigeuna obra literaria en su plan general y redacción particular.Prueba además su indiscutible conocimiento de los mejoresautores de la lengua desde los tiempos medioevales hasta suscontemporáneos. En suma: el Análisis gramatical de Pax esmás un curioso documento biográfico y una muestra del am-biente cultural colombiano en la primera década del siglo, queuna obra de valor filológico de la que pueda derivarse algúnprovecho.

Con motivo del centenario de la Independencia Nacionalen 1910, don Marco pronunció en la Academia Colombiana undiscurso que ha venido figurando en su bibliografía con elnombre, impuesto por el mismo autor, de El castellano en mitierra. Comprende dos partes claramente definidas y de muydistinto valor. En la primera hace un resumen de la evolucióndel castellano e indica cuáles fueron los elementos que contri-buyeron a su formación, siguiendo un derrotero que en su tiem-po tenía alguna originalidad y que hoy es común y corrienteen cualquier manual de historia de la lengua. En la segundaentra a hacer un cotejo interesantísimo entre el habla popularamericana, más precisamente colombiana y antioqueña, y la queusaron en sus obras muchos de los escritores peninsulares. Sepropone demostrar cómo el contacto de los descubridores conlas cosas y el ambiente del Nuevo Mundo produjo en la lenguauna serie de modificaciones que deben reputarse como naturalcapacidad de adaptación y prueba de la riqueza y flexibilidaddel romance castellano. Con la cita de numerosos ejemplos vahaciendo ver que en su Antioquia nativa el pueblo conservaiguales, o con ligera variación, modos de decir que fueron pa-trimonio de la tradición española desde remotos tiempos. La

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conclusión a que llega es la que se desprende lógicamente desu manera de estudiar los hechos lingüísticos; que el deber delos hablantes americanos es preservar, defender y conservar puroy castizo el caudal del idioma. Respaldar la tarea de la RealAcademia Española de fijarlo y depurarlo en ambos mundos.Todo lo cual se ilustra con el obligado símil horaciano del ár-bol cuyas hojas "verdean, amarillean y se caen para volver abrotar, pero siempre con una savia y una forma, hasta que alcabo de los años viene el tronco a tierra".

Los últimos cinco años de su vida los dedicó el señor Suáreza escribir esa admirable serie que se conoce con el nombre deSueños de Luciano Pulgar, especie de enciclopedia de sus co-nocimientos y experiencias en la vida pública, magistral reco-pilación de las ideas y principios que amó y defendió en todasu vida, y justificación de sus actuaciones como jefe político ycomo gobernante. En ellos no podía faltar el tema de su pre-dilección, ni dejar de aparecer su constante preocupación porlas cuestiones del lenguaje. A cada paso el escritor que, a imi-tación del clásico de Samosata, empleó el diálogo como formaliteraria de expresión, interrumpe el relato de un suceso de lavida nacional o la docta disquisición jurídica, filosófica o reli-giosa, para entremezclar con gracia y oportunidad, ora unapunte gramatical, ora el posible origen de un vocablo o de unrefrán, ya un dato de la historia del castellano o de la literatu-ra. En el transcurso de la obra incide sobre el mismo caso dos,tres y más veces, ya que los diálogos se escribían a vuela plumay sin previo planeamiento, de suerte que el tema general adop-tado lo iba llevando de una en otra digresión. Es seguro queel señor Suárez pensó en recoger en forma sistematizada y or-denada todo ese acervo de notas dispersas en sus Sueños; perolo cierto es que la vida no le dio tiempo para dar cima a unaobra que hubiera podido ser lo mejor de su cosecha en el terrenode la filología románica.

El académico don Eduardo Caballero Calderón tuvo elacierto de seleccionar en un tomo que lleva el título de Sueñosgramaticales de Luciano Pulgar, todas aquellas apuntacionesque sobre lenguaje dejó don Marco en los doce volúmenes desu obra, interpretando así el querer del autor de presentarlas

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en libro aislado e independiente. Tenemos, pues, mucho de loque hubiera sido esa obra no concluida, y nos queda, de todosmodos, coleccionado lo que fue real labor filológica dentro delos Sueños. Aquí observamos las mismas virtudes y defectosdel resto de su obra; el mismo criterio gramatical y académicode purismo moderado; la misma profusión de datos y mate-riales aprovechables; igual finura para fijar acepciones y escla-recer significados, y la utilización de su vasto y seguro conoci-miento de la literatura clásica. Aquí y allá acuden a su fielmemoria recuerdos de sus lecturas predilectas, y transcribeapuntes hechos al correr de esas mismas lecturas, que quedancomo bocetos o proyectos, diseñados con cariño, mas nuncaterminados. De manera particular revela curiosidad por la ono-mástica, campo entonces tan escasamente explorado, y trae aese respecto aportes de mucha consideración que no podrándejar de tenerse como antecedente valioso por quienes en Co-lombia se dediquen a esa difícil rama de la investigación. Tam-bién atiende al tema de los americanismos, por el que se sintiósiempre tentado, y consiguió de ellos aquí una clasificación bienpensada y cuidadosa que desarrolló con acopio de noticias im-portantes sobre las vicisitudes en nuestra tierra de los vocabloscastellanos y sobre el enriquecimiento que dio América a la Es-paña imperial a causa del abundoso léxico aborigen. Todo esematerial filológico de los Sueños podría bien utilizarse con ca-rácter de información para trabajos de dialectología americana,y está esperando una clasificación y unos índices, labores nointentadas por Caballero Calderón, que den al investigador lafacilidad necesaria para su manejo.

Otros trabajillos menores del señor Suárez, como su sonadofallo gramatical en el pleito del Ferrocarril del Norte, o la res-puesta a consultas que se le hacían sobre buenos y malos usos,no añaden nada a su obra de conjunto, ni alteran el conceptoque de ella nos hemos formado.

Y puesto que no deseo seguir abusando de vuestra ya largapaciencia, permitidme terminar con un intento de parangónentre Caro, Cuervo y Suárez, los tres grandes colombianos aquienes la crítica superficial ha catalogado como filólogos emi-

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nentes, sin discriminación de su labor realizada, de su tempe-ramento y de su posición ante la ciencia del lenguaje.

En realidad, son ellos tres casos bien diferentes que apenastienen de común el hecho de haberse ocupado en problemasde la lengua. Los dos primeros llevan sobre el último, en eltiempo, dos lustros de ventaja, pero a todos tres los nivela, enun momento dado, la misma inclinación vocacional, idénticatensión del espíritu, ávida sed de lecturas, gran capacidad detrabajo y muy semejantes dotes para comprender y asimilar. Sucomún preocupación en un principio es la pureza idiomática,la corrección del lenguaje. Piensan en un tipo ideal de español,el español del Siglo de Oro, el que desean fijar y conservar comoinstrumento de las más perfectas calidades estéticas para ex-presar el pensamiento. La idea que inspiró a los fundadores dela Real Academia en el siglo xvm sigue estimulándolos en suceloso apostolado para predicar las excelencias de la lengua deCastilla, reputada como dechado de cortesanía y elegancia. Elanhelo de unidad lingüística, el impulso historicista hacia lonacional hispánico para contrarrestar el peligro siempre ame-nazante de fraccionamiento, son los resortes que mueven anuestros filólogos de mediados y fines del siglo xix. Pero alpaso que Suárez no salió en su vida de esta postura académica,con haber sobrevivido en quince años a sus colegas, Caro tuvoocasión de mostrar su amplia visión y la característica densidadde pensamiento que puso sello de profundidad a casi todas susobras y Cuervo la abandonó radicalmente, hasta llegar a unextremo positivismo desde el cual miró, impotente y melan-cólico, la lucha contra una fatal desmembración. La actitudcultural de Caro y Suárez fue radicalmente académica, y aun-que ambos se dispersaron hacia múltiples actividades del espí-ritu, lejos del puro especialismo lingüístico, nunca dejaron deluchar porque se mantuviera una ideal pureza idiomática.Cuervo, al ahondar con tesón invariable en un estudio que leabsorbió todas las horas y concentró todas sus facultades, fuealejándose visiblemente del dogmatismo académico y perdien-do, junto con la fe casticista de su juventud, el duro ceño decensor. Suárez no se desilusionó nunca de la posibilidad deimponer una norma disciplinaria al castellano; Cuervo, a me-

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dida que se adentraba en el dominio de los hechos lingüísticos,se tornaba cada vez más escéptico, pero amaba con mayor pa-sión la lengua como expresión de la vida del espíritu, y lograbasorprender mejor el misterio de su capacidad creativa. Por esoel aporte de importancia para la ciencia del lenguaje está dellado de Cuervo y no de Suárez. Y en el balance de lo que aColombia deben las disciplinas del idioma, el saldo favorablepertenece al autor de las Apuntaciones y el Diccionario, sinque nadie vaya a menospreciar lo que dejaron Caro y Suárez,quienes no necesitan para su gloria de títulos que no les corres-ponden. Caro será siempre el humanista integral de nuestrahistoria literaria, el más agudo crítico y ágil polemista que he-mos tenido y quien, paradójicamente, encarna mejor en Amé-rica un tipo de cultura renacentista que fue ambicionado pornuestros hombres de letras del siglo xix. Suárez lo sigue muyde cerca en las disciplinas humanísticas y en la vibrante de-fensa de su ideárium hispanista y católico; lo supera en purezade estilo y sobriedad de lenguaje, pero no alcanza la solidez yextensión de pensamiento que en Caro dan la impresión deuna inconmovible mole de granito. Las incursiones que uno yotro realizaron por los campos de la filología, más frecuentesy más serias en Caro, no son sino el producto de una visióntotal de la cultura que descubre repentinamente en la lenguaun motivo atrayente, porque al plantearles el problema de laarcana relación del signo con lo significado, se les ofrece comoclave para penetrar en un vasto universo de belleza que ellosanhelan poseer. La posición de Cuervo, en cambio, que inicial-mente parecía ser la misma, llega a ser la contraria. El mirala cultura desde dentro de la lengua y en ella encuentra larazón de ser de los fenómenos culturales. La evolución delhabla le va dando la explicación del desenvolvimiento intelec-tual de los pueblos, y acude a la historia del castellano parahallar una luz con la que pueda alumbrar el camino del des-arrollo cultural. Cuervo tiene una vivencia de la lengua, y des-de ésta mira al mundo; Caro y Suárez la contemplan como unbello espectáculo en el horizonte abierto de las ciencias huma-nas. Pero es interesante observar que todos tres tienen claraconciencia de la posición que han adoptado. "Hablo con abso-

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luta independencia científica, sin amor ni desamor", le dice elseñor Cuervo a don Juan Valera en la célebre polémica quesostuvieron en 1900; y a don Ernesto Quesada al mismo pro-pósito: "Al escribir ese artículo no tuve otro intento que el dedefender la verdad científica contra las pretensiones del dile-tantismo". En cambio, en los Sueños, obra de la vejez del señorSuárez, se leen a cada paso frases como esta que no puedenachacarse a falsa modestia: "Hay que repetir y volver a repetirque nosotros no poseemos ni aun el christus de estas recónditasespecies, las cuales se fundan en principios y se desarrollan porleyes que son patrimonio exclusivo de verdaderos profesores".Caro, por su parte, nunca se confiesa ignorante de tales asuntoso mero aficionado, ni alardea tampoco de lingüista, pero sabea ciencia cierta qué son y hasta dónde llegan en su tiempo lasdisciplinas científicas del idioma. "Admiro la verdadera filolo-gía, dice, que es ciencia difícil y profunda e íntimamente en-lazada con las demás ciencias y con la historia, y gusto de lasgramáticas y obras de crítica gramatical, escritas por personascompetentes que, a decir verdad, son rarísimas en los países delengua española". Y en otra parte sentencia: "La civilizaciónno avanza en todas sus formas paralelamente, y en las regionesen que se habla el español la filología está en mantillas". Estasbreves referencias, tomadas al azar, sirven para ilustrar lo quecada uno siente de sí mismo frente a una ciencia que ama yque ve desarrollarse y crecer a su lado. Cuervo sabe que es unespecialista y que, por haberse quemado las pestañas en largasvigilias inquisitivas, puede rechazar enfático a quienes conaudacia de dilettanú sientan tesis sin sólida base de experimen-tación. El percibe su superioridad, y aunque su discreción nole permite decirlo, está seguro de que conoce mejor que todossus contemporáneos de Hispano-América los problemas y elmétodo de la filología, que ha aprendido en los más sapientesautores de cada época. Caro no estudia el idioma como ser ensí, sino como medio para subir a planos más altos y resolverproblemas de índole cultural, y porque se da cuenta del esfuerzoque realiza en ese sentido, le conviene a cabalidad el dictadode filólogo. Suárez encuentra en la gramática tradicional elmedio más conducente para analizar el idioma, y en esa direc-

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ción trabaja para hallar conexiones que pongan de acuerdo lalógica con el uso erudito. Desconfía todavía de las conclusionesa que puede llevar el comparatismo lingüístico, pero no des-deña las descripciones del lenguaje oral o dialectal, hechas em-píricamente, como mera contribución de aficionado a los prin-cipios y leyes que saben fijar "los verdaderos profesores". Deaquí que Suárez no se hubiera ocupado, verbi gratia, de la fo-nética general, que ya en sus días cobraba la importancia deciencia-clave en los estudios de lenguaje, ni hubiera tocado lafonética histórica, recurso obligado de la etimología, ni hubieraabocado, más que de soslayo, problemas de índole semasioló-gica, ni mucho menos hubiera empleado el rigor textual y laescrupulosidad en las citas o en la nomenclatura, que eran yacorrientes en la fecha de su primera salida literaria, en 1881,cuando don Rufino José Cuervo publicaba la cuarta edición desus Notas a la Gramática de Bello. A Suárez le estorba el apa-rato crítico y no sacrifica a la erudición documentada la fluidacorriente de su prosa. Prefirió en toda su vida ser un escritora lo clásico y decir lo que tenía que decir en lenguaje de sen-cillez magistral, que es el más difícil de los lenguajes, y no sepuso a desenmarañar la compleja red del idioma en el que veíaun prodigio de la inspiración divina y no un esfuerzo de lainventiva humana.

Sintetizando ya, en términos a los que puede dárseles laelasticidad que se quiera, pero que de cualquier modo apuntana una realidad inobjetable, podemos afirmar que don RufinoJosé Cuervo fue casi exclusivamente un filólogo y un lingüistaen la plena acepción de estas palabras. Don Miguel AntonioCaro fue un filólogo, aparte de otros atributos culturales deque disfruta ampliamente, y don Marco Fidel Suárez fue ungramático que tuvo la eximia cualidad de la gracia de estilo.

Reciba él en esta conmemoración centenaria nuestra másférvida alabanza por ese don que tan pocos hombres alcanza-ron, y acepte nuestro homenaje a esa virtud intelectual que enél es reflejo de su virtud moral y que ha sido privilegio de muycontados inmortales.

RAFAEL TORRES QUINTERO.