Eco, Umberto - La Isla Del Dia de Antes

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Coleccin dirigida por ANTONIO VILANOVALa isla del da de antesUmberto Eco5Coleccin dirigida por ANTONIO VILANOVAUMBERTO ECOLA ISLA DEL DA DE ANTESTraduccin de Helena Lozano MrallesEDITORIAL LUMENTtulo original: L'isola del giorno primaPublicado por Editorial Lumen, S.A.,Ramn Miquel i Planas, 10 08034 Barcelona.Reservados todos los derechos de edicinen lengua castellana para todo el mundo.Primera edicin: 1995 Segunda edicin: 1996 1994 R.C.S. Libri & Grandi Opere S.p.A.Hecho el depsito de ley ISBN: 9509924873 Impreso en ArgentinaIs the Pacifique Sea my Home?John Donne, Hymne to God my GodStolto! a cui parlo? Misero! Che tento?Racconto il dolor mia 'insensata rivaa la mutola selce, al sordo vento...Ahi, ch'altro non rispondeche il mormorar de l'onde!Giovan Battista Marino, Eco, La Lira, XIX1 DAPHNEY con todo eso, me envanezco de mi humillacin, y pues a tal privilegio estoy condenado, casi gozo de aborrecida salvacin: soy, creo, a memoria de hombre, el nico ser de nuestra especie que ha hecho naufragio en una nave desierta.De tal suerte, con impenitente conceptuosidad, Roberto de la Grive, presumiblemente entre julio y agosto de 1643.Cuntos das llevaba vagando sobre las ondas, atado a una tabla, boca abajo de da para que el sol no le cegara, el cuello innaturalmente tendido para evitar beber, requemado por la espuma, ciertamente febricitante? Las cartas no lo dicen y dejan pensar en una eternidad, pero debe de haberse tratado de dos jornadas a lo ms, si no, no habra sobrevivido bajo el azote de Febo (como figurativamente lamenta), l, tan enfermizo como se describe, animal noctvago por natural defecto.No se hallaba en condiciones de llevar la cuenta del tiempo, mas me figuro que el mar habase sosegado inmediatamente despus de la borrasca que lo haba arrojado del Amarilis y esa suerte de balsa que el marinero le haba delineado a la medida habale conducido, empujada por los alisios en un pilago sereno, durante una estacin en la que al sur del ecuador hay un invierno de mucha templanza, a obra de algunas millas, hasta que las corrientes le haban allegado a la baha.Era de noche, se haba adormecido, y no haba dado en la cuenta de que se estaba acercando al navo hasta que, con un sobresalto, la tabla haba chocado contra la proa del Daphne.Y como a la luz del plenilunio haba dado en la cuenta de que estaba flotando bajo un bauprs, al hilo de un castillo de proa del que colgaba una escala de cordel, no lejos del cable del ancla (la escala de Jacob, la habra llamado el padre Caspar!), habanle vuelto en un instante todos los espritus. Debe de haber sido la fuerza de la desesperacin: calcul si tena ms aliento para gritar (pero la garganta era un fuego seco), o para desceirse de las cuerdas que le haban rayado surcos lvidos, e intentar la ascensin. Creo que en esos instantes un moribundo se convierte en un Hrcules que estrangula las serpientes en la cuna. Roberto se muestra confuso a la hora de registrar el acontecimiento, pero se ha de aceptar la idea, si al final estaba en el castillo de proa, que de alguna manera a aquella escala se haba aferrado. Quiz subi poco a poco, exhausto a cada trecho, tirse allende la batayola, arrastrse sobre las jarcias, encontr abierta la puerta del castillo... Y el instinto debe de haberle hecho tocar ese barril, a cuyo borde se iz para encontrar una taza atada a una cadenilla. Y bebi todo lo que pudo, derrumbndose luego harto, quiz en sentido pleno del trmino, pues esa agua deba de retener tantos insectos anegados que le era alimento y bebida juntos.Debera de haber dormido veinte y cuatro horas; es un clculo apropiado si es que se despert de noche, pero como renacido. Con que, era de nuevo noche, y no todava.l pens que todava era de noche, si no, a cabo de un da, alguien habra debido encontrarlo. La luz de la luna, penetrando desde la cubierta, iluminaba aquel lugar, que se daba a conocer como la cocinilla de a bordo, con su caldera pndula sobre el fogn.El paraje tena dos puertas, una hacia el bauprs, la otra a la puente. Y a la segunda habase asomado, divisando como si fuera de da las amarras bien acomodadas, el cabestrante, los palos con las velas recogidas, pocos caones en las portas y el contorno del alczar. Haba hecho ruido, pero no responda alma viva. Se haba asomado a las amuradas y a la derecha haba divisado, a eso de una milla, el perfil de la Isla, con las palmas de la ribera agitadas por la brisa.La tierra formaba como un seno orlado de arena que blanqueaba en la plida oscuridad pero, como le acontece a todo nufrago, Roberto no poda decir si era isla o continente.Haba dado traspis hasta la otra borda y haba entrevisto pero esta vez a lo lejos, casi al filo del horizonte los picos de otro perfil, tambin l delimitado por dos promontorios. El resto, mar, como para hacer la impresin de que el navo hubiera dado fondo en una rada a la que habase llegado pasando por un amplio canal que separaba las dos tierras. Roberto haba decidido que, si no se trataba de dos islas, sin duda tratbase de una isla que miraba a una tierra ms vasta. No creo que intentara otras hiptesis, visto que nunca haba sabido de bahas tan amplias que hicieran la impresin en quien se encontrara en medio de estar ante dos tierras gemelas. As, por ignorancia de continentes desmedidos, haba dado en el blanco.Un hermoso caso para un nufrago: con los pies en lugar slido y tierra firme al alcance del brazo. Pero Roberto no saba nadar, ah a poco habra descubierto que a bordo no haba ningn esquife, y la corriente, entre tanto, haba alejado la tabla con la que haba llegado. Por lo cual, al alivio por la muerte evitada se acompaaba ahora la desazn por aquella triple soledad: del mar, de la Isla vecina y del navo. Ah de la nave, debe de haber intentado gritar, en todas las lenguas que conoca, descubrindose dbilsimo. Silencio. Como si a bordo estuvieran todos muertos. Y jams se haba expresado l, tan generoso de smiles tan a la letra. O casi. Y es de este casi de lo que quisiera decir, y no s por dnde empezar.Con todo, he empezado ya. Un hombre vaga, agotado, por el mar ocano, y las aguas indulgentes lo arrojan a un navo que parece desierto. Desierto como si el marinaje lo acabara de abandonar, porque Roberto vuelve con esfuerzo a la cocina y encuentra una lmpara y un eslabn, como si lo hubiera posado el cocinero antes de acostarse. Junto al fogn hay dos catres superpuestos, vacos. Roberto enciende la lmpara, mira en derredor, y encuentra una gran cantidad de comida: pescado seco, y bizcocho, apenas azulado por la humedad, que basta rasparlo con el cuchillo. Saladsimo, el pescado, pero hay agua a toda voluntad.Debe de haber recobrado pronto las fuerzas, o las tena consigo cuando escriba, porque se explaya, literatsimo, sobre las delicias de su festn, jams tuvo el Olimpo par en sus convites, suave ambrosa a m desde el hondo ponto, monstruo cuya muerte ahora me es vida... Pero stas son las cosas que Roberto escribe a la Seora de su corazn:Sol de mi sombra, luz de mi noche:Por qu no me humill el cielo en aquesa tempestad que tan fieramente haba excitado? Por qu sustraer al mar voraz este cuerpo mo, si luego en esta avara soledad an ms desafortunada, hrridamente naufragar deba mi alma?Si el cielo piadoso no me enva por ventura socorro, vos no leeris nunca la carta que agora os escribo, y abrasado cual hacha por la luz de estos mares habrme de volver yo oscuro a vuestros ojos, Selene que, habiendo aym demasiado gozado de la luz de su Sol, en tanto cumple su viaje allende el arco,extremo de nuestro planeta, despojada del auxilio de los rayos del astro suyo soberano, primeramente mengua a imagen de la hoz que le corta la vida, luego, lnguida linterna, vase disolviendo en ese espacioso cerleo escudo donde la ingeniosa naturaleza forma heroicas empresas y misteriosos emblemas de sus secretos. Privado de vuestra mirada soy ciego pues no me veis, mudo pues no me hablis, desmemoriado pues de m no os acordis.Y slo vivo, ardiente oscuridad y tenebrosa llama, vago fantasma que mi mente, configurando siempre igual en esta adversa pugna de contrarios, prestar querra a la vuestra. Salva la vida en esta gnea roca, en este fluctuante baluarte, prisionero del mar que del mar me defiende, castigado por la clemencia del cielo, escondido en este hondo sarcfago abierto a todos los soles, en este areo subterrneo, en esta crcel inexpugnable que me ofrece la fuga por doquier, desespero yo de veros un da.Seora, yo os escribo con la ofrenda, indigno homenaje, de la rosa ajada de mi desconsuelo, y con todo eso, me envanezco de mi humillacin y, pues a tal privilegio estoy condenado, casi gozo de aborrecida salvacin: soy, creo, a memoria de hombre, el nico ser de nuestra especie que ha hecho naufragio en una nave desierta.Acaso es posible? A juzgar por la fecha de esta primera carta, Roberto se pone a escribir inmediatamente despus de su llegada, en cuanto encuentra papel y lpiz en el camarote del capitn, antes de explorar el resto del navo. As y todo, habr debido de emplear algn tiempo y reponerse de fuerzas, pues estaba en estado de animal herido. O quiz sea pequea astucia amorosa, ante todo intenta dar en la cuenta de dnde ha ido a parar, luego escribe, y finge que era antes. A qu pro, visto que sabe, supone, teme, que estas cartas no llegarn jams y las escribe slo para su afliccin (afligido consuelo, dira l; pero intentemos no tomarle gusto)? Ya es difcil reconstruir gestos y sentimientos de un personaje que sin duda arde de amor verdadero, aunque no se sabe nunca si expresa lo que siente o lo que las reglas del discurso amoroso le prescriben. Y, por otra parte, qu sabemos nosotros de la diferencia entre pasin sentida y pasin expresada, y cul precede a la otra? En ese momento, estaba escribiendo para s mismo, no era literatura, estaba de verdad all, escribiendo como un adolescente que persigue un sueo imposible, surcando la pgina de llanto no por la ausencia de la amada, ya pura imagen incluso cuando estaba presente, sino por ternura de s, enamorado del amor...Habra material para sacar una novela pero, una vez ms, por dnde empezar?.Yo digo que esta primera carta la escribi despus, y antes mir en derredor; y lo que vio lo dir en las cartas siguientes. Pero tambin aqu, cmo traducir el diario de alguien que quiere hacer visible mediante metforas perspicaces lo que ve mal, mientras va de noche con los ojos enfermos?Roberto dir que de los ojos padeca desde los tiempos de aquella bala que le haba rozado la sien en el asedio de Casal. Y puede que as sea, pero en otras partes sugiere que se le haban debilitado a causa de la peste. Roberto era, sin duda, de complexin grcil, por lo que intuyo, tambin hipocondraco, aunque con juicio; mitad de su fotofobia deba de deberse a bilis negra, y mitad a alguna forma de irritacin, acaso agudizada por los preparados del seor D'Igby.Parece seguro que el viaje en el Amarilis lo haba realizado estando siempre bajo la cubierta, visto que el del fotfobo era, si no su natural, por lo menos el papel que tena que desempear para poder controlar los trfagos en la bodega. Algunos meses, todos en la oscuridad o con la luz del pbilo; y luego el tiempo en el despojo de naufragio, cegado por el sol ecuatorial o tropical que fuere. Cuando arriba al Daphne, por lo tanto, enfermo o no, odia la luz, pasa la primera noche en la cocina, se reanima e intenta una primera inspeccin la segunda noche, y luego las cosas van casi de su cuenta. El da le da miedo, no slo los ojos no lo soportan, tampoco las quemaduras que deba de tener en la espalda, y se amadriga. La bella luna que describe aquellas noches le reanima, de da el cielo es como por doquier, de noche descubre nuevas constelaciones (heroicas empresas y misteriosos emblemas precisamente), es como encontrarse en un teatro: se convence de que aqulla ser su vida durante largo tiempo y quiz hasta la muerte, recrea a su Seora sobre el papel para no perderla, y sabe que no ha perdido mucho ms de lo que ya no tuviere.En ese punto, se refugia en sus velas nocturnas como en un tero materno, y con mayor razn decide rehuir el sol. Quiz haba ledo de aquellos Resurgentes de Hungra, de Livonia o de Valaquia, que huronean inquietos entre el ocaso y el alba, para esconderse luego en sus sepulturas al canto del gallo: el papel poda seducirle...Roberto debera de haber empezado su censo la segunda noche. Ya haba gritado bastante como para estar seguro de que no haba nadie a bordo. Pero, y le causaba temor, habra podido encontrar cadveres, alguna seal que justificara aquella ausencia. Habase movido con circunspeccin, y por las cartas es difcil decir en qu direccin: nombra de manera imprecisa el navo, sus partes y los objetos de a bordo. Algunos le son familiares y se los ha odo mencionar a los marineros, otros desconocidos, y los describe por lo que se le representan. Ahora que tambin los objetos conocidos, y signo de que en el Amarilis la chusma deba de estar compuesta por bellacos de los siete mares, deba de habrselos odo indicar en francs al uno, al otro en holands, a otro ms en ingls. As, dice a veces staffe como deba de haberle enseado el doctor Byrd para referirse a la ballestilla; es trabajoso entender cmo estaba una vez, propiamente, en el alczar, y otra en el gagliardo de atrs, que es galicismo para decir la misma cosa; usa bateras en lugar de portas y se lo concedo de buen grado porque me recuerda ciertos libros de marinera para nios; habla de parrocchetto, que para los italianos es el velacho de trinquete, pero como para los franceses perruche es la vela de sobremesana, en el rbol de mesana, no se sabe a qu se refiere cuando dice que estaba debajo de la parrucchetta, sin contar con que en espaol el perroquete es un mastelero de juanete. A veces llama al rbol de mesana artimone, sin duda a la francesa, pues para un marino espaol es una vela de galera, pero entonces qu querr decir cuando escribe misena o mizzana que para los franceses es el trinquete (pero, pobres de nosotros, no para los ingleses, para los cuales el mizzenmast es la mesana, como Dios manda)? Y cuando habla de gronda probablemente est refirindose a un imbornal. Tanto que he tomado una decisin: intentar descifrar sus intenciones y luego traducir usando los trminos que me resultan ms familiares, pues me ha parecido pasar estas y otras menudencias, porque no venan bien con el propsito principal de la historia, la cual ms tiene su fuerza en la verdad que en las fras digresiones.Dicho esto, establezcamos que aquella segunda noche, despus de haber encontrado una reserva de comida en la cocina, Roberto procedi de alguna manera, bajo la luna, a la travesa de la cubierta.Recordando la proa y la anchura del buque, vagamente vislumbrados la noche de antes, a juzgar por la cubierta ligera y por la forma del gallardo, perdn, el alczar, y por la popa estrecha y redonda, y comparando con el Amarilis, Roberto concluy que tambin el Daphne era un fluyt, o pingue holands, o urca, o flte, o fluste, o flyboat, o fliebote, como variamente se llamaban aquellos galeones de comercio y de medio arqueaje, por lo normal armados con una decena de caones, a descargo de conciencia en caso de ataque de piratas y que, con aquellas dimensiones, podan gobernarse con una docena de marineros, y embarcar muchos pasajeros ms, si se renunciaba a las comodidades (ya escasas), arrumando jergones hasta tropezar con ellos. Y ea, causa de miasmas de todo tipo por si no haba bubones a suficiencia. Un pingue, por tanto, pero mayor que el Amarilis, con la puente reducida, casi, a una escotilla nica, como si el capitn ansiara embarcar agua a cada embate de mar demasiado vivaz.En cualquier caso, que el Daphne fuera un pingue era una ventaja, Roberto poda moverse con cierto conocimiento de la disposicin de los lugares. Por ejemplo, habra debido estar, en el centro de la cubierta, el esquife, capaz de contener el marinaje al completo: y el que no estuviera dejaba creer que el marinaje estaba en otro lugar. Pero esto no tranquilizaba a Roberto: un marinaje no deja jams el navo sin custodia y a la merced de la mar, aun anclado con las velas recogidas en una baha tranquila.Aquella noche haba apuntado inmediatamente ms all de la plaza de armas, haba abierto la puerta del alczar con recato, como si tuviera que pedirle permiso a alguien... Junto a la rueda del timn, la aguja de marear le dijo que el canal entre las dos tierras se extenda de sur a norte. Luego, haba dado en la que hoy llamaramos la cmara de oficiales, una sala en forma de L, y otra puerta lo haba admitido en la cmara del capitn, con su amplio ventanal sobre el timn y los accesos laterales a la galera. En el Amarilis la estancia de mando no formaba un todo con aquella donde dorma el capitn, mientras que aqu pareca que se hubiera intentado ahorrar espacio para hacer lugar a algo ms. Y, en efecto, mientras a la izquierda de la cmara se abran dos camarotes para sendos oficiales, a la derecha se haba obtenido otro paraje, casi ms amplio que el del capitn, con un catre modesto en el fondo, pero dispuesto como un lugar de trabajo.La mesa estaba llena de mapas, que le parecieron a Roberto ms de los que un navo usa para la navegacin. Pareca aqul el gabinete de un estudioso: con las cartas de navegar estaban dispuestos de diferente manera anteojos de larga vista, un hermoso nocturlabio de cobre que emanaba reflejos leonados como si fuera en s mismo un manantial de luz, una esfera armilar fijada al plano de la mesa, otros pliegos recubiertos de clculos, y un pergamino con dibujos circulares en negro y en rojo, que reconoci, por haber visto algunas copias en el Amarilis (si bien de hechura ms vil), como una reproduccin de los eclipses lunares del Regiomontano.Haba vuelto a la cmara alta: saliendo a la galera se poda ver la Isla, se poda escriba Roberto fijar con linces ojos su silencio. En definitiva, la Isla estaba all, como antes.Deba de haber llegado al galen casi desnudo: creo que, en primer lugar, sucio como estaba por la espuma marina, se lav en la cocina, sin preguntarse si esa agua era la nica a bordo, y luego encontr en un cofre un buen vestido del capitn, el que haba de conservarse para el desembarco final. Quiz hasta se pavoneara en su uniforme de mando; y calzar botas debe de haber sido una manera de sentirse nuevamente en su elemento. Slo en ese punto un hombre de bien, propiamente vestido y no un nufrago menoscabado puede tomar oficialmente posesin de un navo abandonado, y no advertir ya como violacin, sino como derecho, el gesto que hizo Roberto: busc en la mesa y descubri, abierto y como dejado interrumpido, junto a la pluma de oca y al tintero, el cuaderno de bitcora. Por la primera hoja supo inmediatamente el nombre del navo, pero por lo dems era una secuencia incomprensible de anker, passer, sterrekyker, roer, y poco til le fue saber que el capitn era flamenco. Sin embargo, la ltima lnea llevaba la fecha de algunas semanas antes, y a cabo de pocas palabras incomprensibles campeaba bien rayada una expresin en latn: pestis, quae dicitur bubonica.He aqu una huella, un anuncio de explicacin. A bordo del navo habase declarado una epidemia. Esta noticia no inquiet a Roberto: su peste habala pasado trece aos antes, y todos saben que quien ha sufrido el morbo ha adquirido una suerte de gracia, como si esa sierpe no osare introducirse por segunda vez en el espinazo de quien habala domado una primera.Por otra parte, aquella alusin no explicaba mucho, y dejaba espacio a otras inquietudes. As sea, eran todos muertos. Pero entonces habranse debido encontrar, diseminados descompuestamente sobre la puente, los cadveres de los ltimos, admitiendo que stos hubieran dado piadosa sepultura en el mar a los primeros.Estaba la ausencia del esquife: los ltimos, o todos, habanse alejado del navo. Qu es lo que convierte un bajel de apestados en un paraje de invencible amenaza? Ratones, por ventura? Parecile a Roberto interpretar en la escritura ostrogoda del capitn, una palabra como rottenest (ratas, ratones de albaar?): e inmediatamente se haba dado la vuelta levantando el candil, dispuesto a divisar algo deslizndose a lo largo de las paredes y a or el chillido que habale helado la sangre en el Amarilis. Con un escalofro record una noche en que un ser peludo habale rozado el rostro mientras estaba durmindose, y su grito de terror haba hecho acorrer al doctor Byrd.Todos, luego, habanse redo dl: incluso sin la peste, en un bajel hay tantas ratas como pjaros en un bosque, y con las ratas hase de tener costumbre si se quiere correr los mares.Pero, por lo menos en el alczar, de ratas ningn aviso. Quiz habanse reunido en la sentina, con sus ojos rojeantes en la oscuridad, en espera de carne fresca. Roberto se dijo que, si las haba, era menester saberlo al punto. Si eran ratones normales y un nmero normal, podase convivir. Y qu otra cosa podan ser, si no? Se lo pregunt, y no quiso darse una respuesta.Roberto encontr una escopeta, un espadn y un cuchillejo. Haba sido soldado: la escopeta era uno de aquellos caliver, como decan los ingleses, que poda apuntarse sin horquilla; se asegur de que todo estuviera en orden, ms para sentir confianza que por proyecto de desbaratar una turba de ratones con el plomo, y, de hecho, se haba ceido a la cintura el cuchillo, que con los ratones sirve para poco.Haba decidido explorar el casco de proa a popa. Vuelto a la cocina, por una escalerilla que bajaba arrimada a la carlinga del bauprs, haba penetrado en el paol (o despensa, creo), donde haban sido amasadas provisiones para una larga navegacin. Y puesto que no podan haberse conservado por transcurso de todo el viaje, el marinaje acababa de hacer bastimento en una tierra hospitalaria.Haba cestas de pescado, ahumado desde no haba mucho, y pirmides de cocos, y barriles de races de forma desconocida pero con aspecto de poderse comer sin perjuicio, y visiblemente capaces de soportar una larga conservacin. Y luego frutos, como los que Roberto haba visto aparecer a bordo del Amarilis despus de las primeras arribadas en tierras tropicales, tambin ellos resistentes al paso de las estaciones, erizados de espinas y escamas, empero con un perfume agudo que prometa carnosidades bien defendidas, humores azucarados escondidos. Y de algn producto de las islas deban de haberse extrado aquellos costales de harina gris, con olor a tufo, y con sta probablemente habanse cocido tambin unos panes que, al probarlos, recordaban a aquellas excrecencias inspidas que los indios del Nuevo Mundo llamaban batatas.En el fondo haba tambin una decena de cubetas con su espita. Extrajo de la primera, y era agua an no podrida, antes bien, recogida recientemente y tratada con azufre para conservarla ms tiempo. No era mucha, pero calculando que tambin las frutas habranle calmado la sed, habra podido permanecer mucho tiempo en el navo. Y con todo eso, estos descubrimientos, que deban dejarle entender que en la nave no habra muerto de inedia, le inquietaban an ms. Como por lo dems les acaece a los espritus melanclicos, para los cuales cualquier aviso de fortuna es promesa de infaustas consecuencias.Naufragar en una nave desierta es ya un caso innatural, pero si por lo menos la nave hubiere sido abandonada de los hombres y de Dios como despojo impracticable, sin objetos de naturaleza o de arte que la hicieran apetecible albergue, esto habra estado en el orden de las cosas, y de las crnicas de los navegantes; pero encontrarla as, aparejada como para un husped deseado y esperado, como un ofrecimiento insinuante, empezaba a saber a azufre, mucho ms que el agua. A Roberto le vinieron a las mientes varias consejas que le contaba la abuela, y otras con mejor prosa que se lean en los salones parisinos, donde princesas perdidas en el bosque entran en una roca y encuentran cmaras decoradas suntuosamente con lechos y baldaquines, y armarios llenos de vestidos lujosos, o incluso mesas aderezadas... Y ya se sabe, la ltima sala habra reservado la revelacin sulfrea de la mente maligna que haba tendido el lazo.Haba tocado un coco en la base del cmulo, haba turbado el equilibrio del conjunto, y aquellas formas cerdosas se haban precipitado en alud, como ratas que hubieran esperado tcitas en el suelo (o como los murcilagos se cuelgan invertidos de las vigas de un techo), dispuestas ahora a subirle por el cuerpo y a oliscarle el rostro salado de sudor.Era menester asegurarse de que no se trataba de sortilegio: Roberto haba aprendido durante el viaje qu se hace con los frutos de ultramar. Usando el cuchillo como un hacha, abri de un solo golpe un coco, y desmenuz en mil pedazos la cscara, y roy el man que se ocultaba bajo la corteza. Era todo tan suavemente delicioso que la impresin de la insidia se acrecent. Quiz, se dijo, estaba ya en manos de la ilusin, se saboreaba con cocos e hincaba el diente en roedores, absorba ya su quididad, a cabo de poco sus manos habranse vuelto finas, uosas y corvas, su cuerpo habrase recubierto de un bozo agrio, su espalda habrase arqueado, y habra sido acogido en la siniestra apoteosis de los hirsutos habitantes de aquella barca del Aqueronte.Empero, y para acabar con la primera noche, otro aviso de horror haba de sorprender al explorador. Como si el derrumbamiento de los cocos hubiera despertado a criaturas durmientes, oy venir, ms all del mamparo que separaba la despensa del resto de la entrecubiertas, si no un chillido, un piar, un cuchichear, un escarbar de patas. Luego la insidia exista, seres de la noche se daban cita en algn cubil.Roberto se pregunt si, escopeta en ristre, deba encarar enseguida aquel Armagedn. El corazn le temblaba, se acus de cobarda, se dijo que o aquella noche u otra, antes o despus, habra tenido que hacer frente a Esotros. Perdi tiempo, volvi a subir a la cubierta, y por fortuna divis el alba que acariciaba con sus manos de marfil el metal de los caones, hasta entonces regalado por los reflejos lunares. Estaba surgiendo el da, se dijo con alivio, y era deber suyo huir su luz.Como un Resurgente de Hungra atraves corriendo la cubierta para volver al alczar, entr en el camarote ya suyo, se atrincher, cerr las salidas a la galera, coloc las armas al alcance de la mano, y se dispuso a dormir para no ver el Sol, verdugo que corta con el hacha de sus rayos el cuello de las sombras.Agitado, so su naufragio, y lo so como hombre de ingenio, por lo que incluso en sueos, y sobre todo en ellos, ha de hacerse de suerte que las proposiciones hermoseen el concepto, que los reparos lo aviven, las conexiones misteriosas lo hagan preado, profundo las ponderaciones, salido los encarecimientos, disimulado las alusiones, y las transmutaciones sutil.Me imagino que en aquellos tiempos, y en aquellos mares, eran ms los bajeles que naufragaban que los que volvan al puerto; pero a quien le aconteca por vez primera, la experiencia deba de ser fuente de pesadillas recurrentes, que la costumbre a bien concebir deba hacer pintorescas como un Juicio Universal.Desde la tarde de antes, el aire se haba como enfermado de catarro, y pareca que el ojo del cielo, grvido de lgrimas, no consiguiera ya seguir sosteniendo la vista de la extensin de las ondas, el pincel de la naturaleza descoloraba la lnea del horizonte y esbozaba lejanas de provincias indistintas.Roberto, cuyas vsceras ya vaticinaban el inminente terremoto, se tira en el catre, acunado por una nodriza de cclopes, se adormece entre sueos intranquilos que suea en el sueo del que nos habla, y cosmopea de estupores acoge en su regazo. Se despierta con la bacanal de los truenos y los gritos de los marineros, luego embates de agua le invaden el jergn, el doctor Byrd se asoma corriendo y le grita que suba a la puente, y que se mantenga bien agarrado a cualquier cosa que est un poco ms firme que l.En la cubierta, confusin, lamentos y cuerpos, levantados como por la mano divina, arrojados al mar. Por un poco Roberto se ase a la vela de mesana (creo entender), hasta que sta se lacera, vulnerada por saetas, la entena da en emular la curva carrera de las estrellas y Roberto es impelido a los pies del palo mayor. Aqu un marinero de buen corazn, que se haba atado a l, no pudiendo hacerle sitio, le lanza un cabo y le grita que se ate a una puerta, desquiciada hasta all desde el alczar, y bueno fue para Roberto que la puerta, con l parsito, se deslizara luego contra el pasamanos porque, entre tanto, el rbol se parte por la mitad, y un mastelero se precipita a abrirle la cabeza al adjutor.Por una brecha del costado del navo, Roberto ve, o suea haber visto, abrirse una enorme boca y entre el bostezo horrendo, su lengua esgrime rayo, vibra espada, cola escamosa despierta el estruendo, que confunde la bveda estrellada, lo que me parece un consentir demasiado al gusto de la cita preciosa. Mas en fin, el Amarilis se inclina de la parte del nufrago dispuesto al naufragio, y Roberto con su tabla se desliza en un abismo encima del cual divisa, descendiendo, el Ocano que libre asciende a simular precipicios, en deliquio de crestas ve surgir Pirmides cadas, es acureo cometa que huye en la rbita de ese torbellino de hmedos cielos. Mientras cada ola relampaguea con lcida inconstancia, aqu se curva un vapor, aqu un vrtice hace borborigmos y abre un hontanar. Haces de meteoritos enloquecidos hacen el contracanto al aire sedicioso y roto en truenos, el cielo es un alternarse de luces remotsimas y aguaceros de tinieblas, y Roberto dice haber visto Alpes espumosos dentro de lbricos sulcos con mieses si no espumas, y a Ceres florecida entre zafiros reflejados, y ms tarde, un precipitar de relucientes palos, cual si la telrica hija Proserpina hubiera tomado el mando exiliando a la frugfera madre.Y en el horror nocturno que brama airado, mientras sufre la ira del ponto procelosa, Roberto, de repente, cesa de admirar el espectculo, del cual se convierte en insensible actor, se desmaya y nada sabe ya de s. Slo despus, supondr, soando, que la tabla, por piadoso decreto, o por instinto de cosa natante, se adece a esa jiga y como hubiere bajado, naturalmente torne a subir, sosegndose en una lenta zarabanda en la clera de los elementos tambin se subvierten las reglas de toda urbana secuencia de danzas y siempre con ms amplias perfrasis lo aleje del ombligo de la justa, donde, en cambio, se hunde, peonza astuta en las manos de los hijos de Eolo, el desventurado Amarilis, bauprs al cielo. Y con l toda nima viva en su bodega, y el judo destinado a encontrar en la Jerusaln Celestial la Jerusaln terrena que ya no habra alcanzado jams, y el caballero maltes separado para siempre de la nsula Escondida, y el doctor Byrd con sus secuaces y al fin sustrado por la naturaleza benigna a los consuelos del arte mdica aquel pobre perro infinitamente ulcerado, del cual por lo dems no he tenido modo de hablar porque Roberto escribir sobre l slo ms tarde.En fin, presumo que el sueo y la tempestad haban hecho el reposo de Roberto lo bastante susceptible como para limitarlo a un tiempo brevsimo, al que haba de seguir una vigilia belicosa. En efecto, l, al aceptar la idea de que afuera era de da, reconfortado por el hecho de que poca luz penetrara por los ventanales opacos del alczar, y confiando en poder descender a la entrepuentes por alguna escalerilla interna, se dio nimos, volvi a ceirse las armas, y march con temerario temor a descubrir el origen de aquellos sonidos nocturnos.O mejor, no va enseguida. Pido la venia, pero es Roberto quien al contrselo a la Seora se contradice: signo de que no cuenta cabalmente lo que le ha pasado, sino que intenta construir la carta como una narracin, mejor an, como un borrador de lo que podra llegar a ser carta y narracin, y escribe sin decidir qu elegir luego, disea por as decir las piezas de su ajedrez sin establecer en seguida cules mover y cmo disponerlas.En una carta dice haber salido para aventurarse bajo cubierta. Pero en otra escribe que, recin despertado por la claridad matinal, fue sorprendido por un lejano concierto. Eran sonidos que procedan ciertamente de la Isla. Al principio, Roberto tuvo, la imagen de una turba de indgenas apindose en largas canoas para abordar la nave, y apret la escopeta, luego el concierto le pareci menos batallador.Rayaba el alba, el sol no hera todava los cristales: fue a la galera, advirti el olor del mar, entreabri el postigo de la ventana, y con los ojos entrecerrados intent fijar la ribera.En el Amarilis, donde de da no sala a la puente, Roberto haba odo a los pasajeros contar de auroras encendidas como si el sol estuviera impaciente por traspasar el mundo con sus saetas, mientras ahora vea, sin lagrimear, colores tenues: un cielo espumoso de nubes oscuras apenas hiladas de madreperla, mientras un matiz, un recuerdo de rosa, estaba ascendiendo detrs, de la Isla, que pareca coloreada de turqu en un papel grueso.Pero aquella paleta casi nrdica le bastaba para entender que ese perfil, que le haba parecido homogneo de noche, era la resultante de los contornos de una colina boscosa que se detena con rpido declivio en una franja del litoral recubierta por rboles de alto fuste, hasta las palmas, que hacan de corona a la playa blanca.Lentamente, la arena se haca ms luminosa, y a lo largo de los bordes se divisaban, a los lados, unas grandes araas embalsamadas mientras movan sus extremidades esquelticas en el agua. Roberto quiso verlas de lejos como vegetales ambulantes, pero en aquel momento el reflejo ya demasiado vivo de la arena hizo que se retrajera.Descubri que, all donde los ojos le traicionaban, el odo no poda, y al odo se encomend, entornando casi del todo el postigo y dando oreja a los rumores que venan de tierra.Aunque acostumbrado a las albas de su colina, comprendi que, por primera vez en su vida, oa cantar de verdad a los pjaros, y en cualquier caso, jams tantos y tan variados haba odo.Millares saludaban el levantarse del sol: le pareci reconocer, entre gritos de papagayos, al ruiseor, al mirlo, a la calandria, a un nmero infinito de golondrinas, e incluso la voz aguda de la cigarra y del grillo, preguntndose si de verdad poda or animales de aquella especie, y no algn hermano de las antpodas... La Isla estaba lejos, y con todo hzose la impresin de que aquellos sonidos arrastraban una fragancia de flores de azahar y de albahaca, como si el aire por toda la baha estuviera impregnado de perfume; y por otra parte, el seor D'Igby le haba contado cmo, en el curso de uno de sus viajes, haba reconocido la cercana de la tierra por un revuelo de tomos olorosos transportados por los vientos...Mientras oliscando tenda el odo a aquella multitud invisible, como si desde las almenas de un castillo o desde las troneras de un baluarte mirase un ejrcito que vociferando se dispona en arco entre el degradar de la colina, la llanura frontera, y el ro que protega las murallas, hzose la impresin de haber visto ya lo que oyendo imaginaba, y ante la inmensidad que le pona cerco, se sinti cercado, y casi le vino el instinto de apuntar la escopeta. Estaba en Casal, y ante l se extenda el ejrcito espaol, con su ruido de carruajes, el chocar de las armas, las voces tenoriles de los castellanos, la vocinglera de los napolitanos, el spero gruido de los lansquenetes y, en el fondo, algn sonido de clarn que llegaba acolchado, y el sonido ligero de algn tiro de arcabuz, cloc, paf, pum, como los morteretes de una fiesta patronal.Casi como si su vida se hubiera desarrollado entre dos asedios, el uno imagen del otro, con la nica diferencia de que ahora, al cerrarse ese crculo de dos lustros abundantes, ya tambin el ro era demasiado ancho y circular (lo cual haca imposible cualquier salida), Roberto revivi los das de Casal.2 DE LAS COSAS DE LA GUERRA EN EL MONFERRATORoberto deja entender bastante poco de sus diecisis aos de vida antes de aquel verano de 1630. Cita episodios del pasado slo cuando le parecen exhibir alguna conexin con su presente en el Daphne, y el cronista de su crnica porfiada debe espiar entre los pliegues del discurso. Si siguiramos sus resabios, parecera como un autor que, para diferir el descubrimiento del homicida, le concede al lector slo escasos indicios. Y as robo alusiones, como un delator.Los Pozzo de San Patricio eran una familia de la pequea nobleza que posea la extensa propiedad de la Griva en los confines del territorio alejandrino (en aquellos tiempos, parte del ducado de Miln y, por tanto, dominio espaol), pero que por geografa poltica o disposicin de nimo se consideraba vasalla del marqus del Monferrato. El padre que hablaba en francs con la esposa, en dialecto con los campesinos, y en italiano con los extranjeros con Roberto se expresaba de diferentes guisas segn le enseara una estocada, o lo llevara a cabalgar por los campos, soltando reniegos por los pjaros que le echaban a perder la cosecha. Por lo dems, el muchacho pasaba su tiempo sin amigos, fantaseando entre s tierras lejanas cuando vagaba aburrido por las vias, cetrera cuando cazaba vencejos, y combates con dragones cuando jugaba con los perros; y tesoros escondidos mientras exploraba los aposentos de su castillejo o castilluelo que fuere. Le encendan estos vagamundeos de la mente los libros y los poemas de caballeras que encontraba llenos de polvo en la torre meridional.As pues, no cultivado no era, y tena incluso un preceptor, aunque fuera temporario. Un carmelita que se deca haba viajado a Oriente donde, murmuraba santigundose la madre, insinuaban que se haba hecho moro llegaba una vez al ao a la hacienda con un siervo y cuatro machillos cargados de libros y otros cartapacios, y se le brindaba hospitalidad durante tres meses. Qu enseara al alumno no lo s, pero cuando lleg a Pars, Roberto haca figura, y de todas maneras aprenda rpidamente lo que oa. De este carmelita se sabe una cosa sola, y no es una casualidad que Roberto la mencione. Un da, el viejo Pozzo habase cortado, limpiando una espada, y ya fuere porque el arma estaba herrumbrosa, ya fuere que se haba daado una parte sensible de la mano o de los dedos, la herida le procuraba fuertes dolores. Entonces el carmelita haba cogido el acero, lo haba rociado con unos polvos que tena en una cajilla, e inmediatamente Pozzo jur que experimentaba alivio. El caso es que al da siguiente ya la llaga estaba cicatrizndose.El carmelita habase complacido del estupor de todos, y dijo que el secreto de aquella substancia habale sido revelado por un moro, y se trataba de un medicamento mucho ms poderoso que aquel que los espagricos cristianos llamaban unguentum armarium. Cuando le preguntaron cmo era que los polvos no se colocaban sobre la herida sino sobre la hoja que la haba producido, respondi que as acta la naturaleza, entre cuyas fuerzas ms fuertes est la simpata universal, que gobierna las acciones a distancia, y aadi, que si la cosa poda resultar difcil de creer, no haba sino que pensar en la imn, la cual es una piedra que atrae hacia s la limadura de metal, o en las grandes montaas de hierro, que cubren el norte de nuestro planeta, las cuales atraen la aguja de marear. Y as el ungento armario, firmemente adhiriendo a la espada, atraa aquellas virtudes del hierro que la espada haba dejado en la herida y que impedan su curacin.Cualquier criatura que en su propia infancia haya sido testigo de tanto, no puede sino quedar marcada para toda la vida, y veremos pronto cmo el destino de Roberto fue decidido por su atraccin hacia el poder atractivo de polvos y ungentos.Por otra parte, no es ste el episodio que marc mayormente la infancia de Roberto. Hay otro, y si hablramos con propiedad, no lo llamaramos episodio, sino una especie de estribillo del cual el muchacho haba conservado recelosa memoria. As pues, parece ser que el padre, que a buen seguro estaba encariado con aquel hijo, aunque lo tratara con la aspereza taciturna propia de los hombres de aquellas tierras, a veces, y precisamente en sus primeros cinco aos de vida, lo levantaba del suelo y le gritaba con orgullo: T eres mi primognito! Nada extrao, en verdad, excepto un venial pecado de redundancia, visto que Roberto era hijo nico. Si no fuera que, creciendo, Roberto haba empezado a recordar (o se haba convencido de recordar) que, ante aquellas manifestaciones de contento paterno, el semblante de la madre daba en una expresin entremezclada de turbacin y leticia, como si el padre hiciera bien en decir aquella frase, pero al orla repetir se le despertara un ansia ya sosegada. La imaginacin de Roberto haba traveseado durante mucho tiempo en torno al tono de aquella exclamacin, concluyendo que el padre no la pronunciaba como si fuera un aserto obvio, sino una indita investidura, enfatizando aquel t como si quisiera decir t, y no otro, t eres mi hijo primognito.No otro o no esotro? En las cartas de Roberto aparece siempre alguna referencia a cierto Otro que lo obsesiona y la idea parece haberle nacido precisamente entonces, cuando l se haba convencido (y qu poda cavilar un nio perdido entre torreones llenos de murcilagos y vias, lagartijas y caballos, cohibido al tratar con los rsticos que le eran impares coetneos, y que si no escuchaba algunas consejas de la abuela escuchaba las del carmelita?) de que por algn lugar de esos mundos iba otro no reconocido hermano, el cual deba de ser de ndole aviesa, si el padre lo haba repudiado. Roberto era primero demasiado pequeo, y despus demasiado recatado, para preguntarse si este hermano le era tal por parte de padre o por parte de madre (y en ambos casos sobre uno de los padres habrase extendido la sombra de un yerro antiguo e imperdonable): era un hermano, era sin duda culpable de algn modo (quiz sobrenatural) de la repulsa que haba sufrido, y por esto sin duda lo odiaba, a l, a Roberto, al predilecto.La sombra de este hermano enemigo (que, con todo, habra querido conocer para amarlo y hacerse amar) haba turbado sus noches de nio; ms tarde, adolescente, hojeaba en la biblioteca viejos volmenes para encontrar escondido en ellos, qu s yo, un retrato, un auto del prroco, una confesin reveladora. Vagaba por las buhardillas abriendo viejos bales llenos de ropa de los bisabuelos, oxidadas medallas o un pual moruno, y se demoraba en interrogar con los dedos perplejas camisolas bordadas que sin duda haban arropado a un infante, pero quin sabe si aos o siglos antes.Poco a poco, a este hermano perdido habale dado tambin un nombre, Ferrante, y haba dado en atribuirle pequeos crmenes de los que se le acusaba sin razn, como el robo de una golosina o la indebida liberacin de un perro de su cadena. Ferrante, favorecido por su cancelacin, actuaba a sus espaldas, y l se cubra detrs de Ferrante. Es ms, poco a poco, la costumbre de acusar al hermano inexistente de lo que l, Roberto, no poda haber hecho, habase transformado en la costumbre de cargarle tambin lo que Roberto de verdad haba hecho, y de lo que se arrepenta.No es que Roberto les dijera a los dems una mentira: es que, llevndose en silencio, y con un nudo en la garganta, el castigo por las propias sinrazones, consegua convencerse de la propia inocencia y sentirse vctima de un atropellamiento.Una vez, por ejemplo, Roberto, para probar un hacha nueva que el herrero acababa de entregar, en parte tambin por despecho de no s qu injusticia que consideraba haber padecido, abati un arbolillo frutal que el padre haba plantado no haca mucho con grandes esperanzas para las estaciones por venir. Cuando dio en la cuenta de la gravedad de su tontera, Roberto configur consecuencias tremendas, como mnimo una venta al Turco, quien le hara remar de por vida en sus galeras, e iba disponindose a intentar la fuga y a concluir su vida como forajido en las colinas. En busca de una justificacin, se convenci, en poco tiempo, de que el que haba cortado el rbol, con toda seguridad, haba sido Ferrante.Pero el padre, descubierto el delito, haba congregado a todos los muchachos de la hacienda y habales dicho que, para evitar su ira indistinta, el culpable habra hecho mejor en confesar. Roberto se sinti piadosamente generoso: si hubiera culpado a Ferrante, el pobrecillo habra padecido una nueva repulsa; en el fondo, el infeliz haca el mal para colmar su abandono de hurfano, ofendido por el espectculo de sus padres que colmaban a otro de caricias... Dio un paso al frente y, temblando de miedo y de braveza, dijo que no quera que nadie fuera culpado en su lugar. La afirmacin, puesto que no lo era, haba sido tomada por una confesin. El padre, torcindose los bigotes y mirando a la madre, haba dicho con huraas carrasperas que claramente el crimen era gravsimo, y la punicin inevitable, pero no poda no apreciar que el joven seor de la Griva hiciere honor a las tradiciones de la familia, y que siempre dbese portar ans un hidalgo, aun teniendo slo ocho aos. Luego, sentenci que Roberto no participara a la visita de mediados de agosto a los primos de San Salvador, que era en verdad castigo penoso (en San Salvador hallbase Quirino, un viador que saba izar a Roberto sobre una higuera de altura vertiginosa), pero sin duda menos que las galeras del Soldn.A nosotros la historia nos parece simple: el padre est orgulloso de tener un vastago que no miente, mira a la madre con mal celada satisfaccin, y castiga sin rigor, as, para salvar las apariencias. Pero Roberto a este acontecimiento debi de echarle ribetes durante mucho tiempo, llegando a la conclusin de que el padre y la madre, a buen seguro, haban intuido que el culpable era Ferrante, haban apreciado el fraterno herosmo del hijo predilecto y habanse sentido aliviados de no tener que poner al desnudo el secreto de la familia.Quiz sea yo el que les echa ribetes a escasos indicios, pero es que esta presencia del hermano ausente tendr un peso en esta historia. De ese juego pueril hallaremos rastros en el proceder de Roberto adulto, o por lo menos de Roberto en el momento en el que lo encontramos en el Daphne, en una situacin que, para ser sinceros, habra abrumado a cualquiera.En cualquier caso, son digresiones de poco fruto; todava tenemos que establecer cmo lleg Roberto al asedio del Casal. Y aqu conviene dar rienda suelta a la fantasa e imaginar cmo pudo haber sucedido.A la Griva las noticias no llegaban con mucha tempestividad, empero desde haca por lo menos dos aos se saba que la sucesin al ducado de Mantua estaba provocndole muchos problemas al Monferrato, y un medio asedio lo haba habido ya. Brevemente y es una historia que otros ya han contado, aunque de manera ms fragmentaria que la ma en diciembre de 1627 mora el duque Vicente II de Mantua y, en torno al lecho de muerte de este disoluto que no haba sabido hacer hijos, se representaba un sainete con cuatro pretendientes, con sus agentes y con sus protectores. Se lleva la palma el marqus de SaintCharmont que consigue convencer a Vicente de que la herencia le corresponde a un primo de rama francesa, Carlos de Gonzaga, duque de Nevers. El viejo Vicente, entre un estertor y otro, hace o deja que el de Nevers s case a toda prisa con su sobrina Mara Gonzaga, y expira dejndole el ducado.Ahora bien, el Nevers era francs, y el ducado que heredaba comprenda tambin el marquesado del Monferrato con su capital, Casal, la fortaleza ms importante de Italia del Norte. Situado como estaba entre el Milanesado espaol, y las tierras de los Saboya, el Monferrato permita el control del curso superior del Po, de los trnsitos entre los Alpes y el sur, del camino entre Miln y Gnova, y se entraba como una almohadilla entre Francia y Espaa, ninguna de las dos potencias pudiendo fiarse de esa otra almohadilla que era el ducado de Saboya, donde Carlos Manuel I estaba haciendo un juego que sera magnnimo definir doble. Si el Monferrato iba al de Nevers era como si fuera a Richelieu y era, por tanto, obvio que Espaa prefiriera que fuera a cualquier otro, digamos al duque de Guastalla. Aparte del hecho de que tena algn ttulo a la sucesin tambin el duque de Saboya. Mas como un testamento exista, y designaba al de Nevers, a los dems pretendientes les quedaba slo esperar que el Sagrado y Romano Emperador Germnico, de quien el duque de Mantua era formalmente feudatario, no ratificara la sucesin.Los espaoles, sin embargo, estaban impacientes y, a la espera de que el Emperador tomara una decisin, Casal ya haba sido cercado una primera vez por Gonzalo de Crdoba y ahora, por segunda vez, por un imponente ejrcito de espaoles e imperiales bajo el mando del Espnola. La guarnicin francesa disponase a resistir, a la espera de una armada francesa de refuerzo, todava ocupada en el norte, que Dios sabe si habra llegado a tiempo.Los acontecimientos estaban ms o menos en este punto, cuando el viejo Pozzo, a mediados de abril, reuni ante el castillo a los ms mozos entre sus criados y familiares y a los ms despabilados de sus campesinos, distribuy todas las armas que haba en la hacienda, llam a Roberto, y les hizo a todos este discurso, que deba de haberse preparado durante la noche:Gentes, aguzad el odo. Esta nuestra tierra de la Griva siempre ha pagado tributo al Marqus del Monferrato que desde ha poco es como si fuere el Duque de Mantua, el cual hase convertido en el Seor de Nevers, y a quien viniere a decirme que el Nevers no es ni mantuano ni monferrn le atizo una patada en salvasealaparte, porque sois unos tarlocos que veis el cielo por un embudo, y para estas cosas tenis menos entendederas que las gallinas, y por tanto, es mejor que guardis la boca y dejis hacer a vuestro amo que al menos l est al cabo de lo que es el honor. Pero como vosotros el honor os lo pasis por ese sitio, habis de saber que si los imperiales entran en Casal, esa es gente que no se anda con melindres, vuestras vias os las meten a barato y de vuestras mujeres mejor no hablar. Conque partimos para defender Casal. Yo no obligo a nadie. Si hay algn haragn trashoguero que quiere salirse por peteneras, que lo diga enseguida y lo cuelgo de aquella encina.Ninguno de los presentes poda haber visto todava los aguafuertes de Callot con racimos de gente como ellos colgando de otras encinas, pero algo deba de haber en el aire: todos levantaron, quienes los mosquetes, quienes las picas, quienes unos bastones con el hocino atado en la punta y gritaron viva Casal, abajo los imperiales. Como un solo hombre.Hijo mo dijo el Pozzo a Roberto mientras cabalgaban por las colinas, con su pequeo ejrcito que segua a pie, ese Nevers no vale uno de mis cojones, y a Vicente cuando le pas el ducado, adems del pito, no le tiraba ni siquiera el cerebro, que ni siquiera antes le tiraba. Pero se lo pas a l y no a ese badulaque del Guastalla, y los Pozzo son vasallos de los seores legtimos del Monferrato desde los tiempos de Maricastaa. Por tanto, se va a Casal y si es menester, nos hacemos matar porque, cuerpo de Dios, no puedes estar con uno mientras las cosas van como miel sobre hojuelas y luego dejarle tirado cuando est con la mierda en el gollete. Pero si no nos matan es mejor; as pues, ojo.El viaje de aquellos voluntarios, desde los confines del Alejandrino a Casal, fue sin duda uno entre los ms largos que la historia recuerde. El viejo Pozzo haba hecho un razonamiento en s ejemplar:Yo conozco a los espaoles haba dicho, y a fe ma que es gente a la que le gusta tomrsela con calma. Entonces, se dirigirn a Casal atravesando la llanura que est en el sur, que por ella pasan mejor los carruajes, caones y dems pertrechos. As, si nosotros, justo antes de Mirabello, nos dirigimos hacia occidente y tomamos el camino de las colinas, echamos en remojo un da o dos, pero llegamos sin encontrar un qu cosa es cosa, y antes de que lleguen ellos.Desafortunadamente, el Espnola tena ideas ms tortuosas sobre cmo deba prepararse un asedio y, mientras al sureste de Casal empezaba a hacer ocupar Valencia del Po y Ucimin, desde haca algunas semanas haba enviado al oeste de la ciudad al duque de Lerma, a Ottavio Sforza y al conde de Gemburg, con unos siete mil infantes, a intentar tomar inmediatamente los castillos de Rosin, Pontestura y San Jorge, para bloquear toda posible ayuda que llegara de la armada francesa, mientras como una tenaza, desde el norte, atravesaba el Po, hacia el sur, el gobernador de Alejandra, don Gernimo Agustn, con otros cinco mil hombres. Y todos habanse dispuesto a lo largo del recorrido que Pozzo crea fecundamente desierto. Ni, cuando nuestro hidalgo lo supo por algunos campesinos, pudo cambiar rumbo, porque en el este haba ya ms imperiales que en el oeste.Pozzo dijo simplemente:A nosotros no nos da ni fro ni calentura. Servidor conoce estas partes mejor que ellos, y pasamos por en medio como garduas.Lo que implicaba, recodos o curvas, hacer muchsimos. Tanto que se encontraron incluso con los franceses de Pontestura, que en el nterin habanse rendido, y con tal de que no volvieran a entrar en Casal, habales sido concedido que bajaran hacia el Final, donde habran podido llegarse a Francia por va marina. Los de la Griva se los encontraron por los parajes de Otteglia, corrieron el riesgo de dispararse unos a otros, cada uno creyendo que los otros eran enemigos, y Pozzo vino a saber por su comandante que, entre los conciertos de capitulacin, habase establecido tambin que el trigo de Pontestura haban de vendrselo a los espaoles, y stos habran dado el dinero a los casaleses.Los espaoles son unos seores, hijo mo dijo Pozzo, y es gente contra la que da gusto combatir. Por suerte, ya no estamos en los tiempos de Carlomagno contra los Moros, que las guerras eran todo un mata t que te mato yo. stas son guerras entre cristianos, vive Dios! Agora sos estn ocupados en Rosin, nosotros les pasamos por detrs, nos enfilamos entre Rosin y Pontestura, y estamos en Casal en tres das.Dichas estas palabras a finales de abril, Pozzo lleg con los suyos a la vista de Casal el 24 de mayo. Hicieron, por lo menos en los recuerdos de Roberto, un gran caminar, siempre abandonando caminos y trochas de arriero y cortando por los campos; total, deca el Pozzo, cuando hay una guerra todo va enhoramala, y si a las cosechas no les damos cabo nosotros, son ellos los que no dejan verde. Para sobrevivir dironse un alegrn entre vias, frutales y corrales: total, deca el Pozzo, aquella era tierra monferrina y tena que alimentar a sus defensores. A un campesino de Mombello que protestaba hizo que le dieran treinta azotes, dicindole que si no hay un poco de disciplina las guerras las ganan los dems.A Roberto la guerra empezaba a parecerle una experiencia hermossima; vena a saber por los viandantes edificantes historias, como la del caballero francs malherido y capturado en San Jorge, que se haba quejado de que habale robado un soldado un retrato que tena en mucha estima; y el duque de Lerma, habiendo odo la noticia, mand que se lo volviesen y despus de muy bien curado le dio un caballo y le envi a Casal. Y por otra parte, aun con desviaciones en espiral, que se perda todo sentido de la orientacin, el viejo Pozzo haba conseguido hacer que la guerra guerreada su banda todava no la hubiera visto.Fue, as pues, con gran alivio, pero con la impaciencia de quien quiere tomar parte en una fiesta esperada durante mucho tiempo, cuando un buen da, desde lo alto de una colina, vieron a sus pies, y ante sus ojos, la ciudad, bloqueada al septentrin, que les quedaba a la izquierda, por la gran cinta del Po, que justo delante del castillo recortaba dos grandes islotes en medio del ro, y hacia poniente, el lugar formaba casi una punta, con la masa en forma de estrella de la ciudadela. Gozosa de torres y campanarios por dentro, por fuera pareca verdaderamente inexpugnable, toda hirsuta como era de torreones en diente de sierra, que pareca uno de aquellos dragones que se ven en los libros.Era de verdad un gran espectculo. Todo en derredor de la ciudad, soldados con ropas abigarradas arrastraban mquinas obsidionales, entre grupos de tiendas hermoseadas por estandartes y caballeros con sombreros harto emplumados. De vez en cuando, llegaba de entre el verde de los bosques o el amarillo de los campos un deslumbramiento no prevenido que hera el ojo y se trataba de gentileshombres con corazas de plata que hacan donaires con el sol, y tampoco se entenda hacia qu parte iban, y a lo mejor cabrioleaban por dar escena.Bello para todos, el espectculo le pareci menos ameno al Pozzo que dijo:Gentes, esta vez estamos chulados de verdad.Y a Roberto que le preguntaba cmo poda ser, dndole un pescozn en la nuca:No me seas babeo, aquellos son los imperiales, no irs a creerte que los casaleses son tantos de esos, y pasendose fuera de las murallas. Los casaleses y los franceses estn dentro amontonando blagos de paja, y cganse de miedo porque no son ni siquiera dos mil, mientras aquellos de all abajo son cien mil, poco ms o menos; mira tambin en aquellas colinas all adelante.Exageraba, el ejrcito de Espnola contaba slo con dieciocho mil infantes y seis mil caballos, pero bastaban y sobraban.Qu hacemos, padre mo? pregunt Roberto.Hacemos dijo el padre, que andamos con la barba sobre el hombro: dnde estn los luteranos? y por ah no se pasa, que no s qu no se hiciera entre ellos: in primis, no se entiende una hostia de lo que dicen, in secundis, primero te matan y luego te preguntan quin eres. Mirad bien por dnde parecen espaoles: ya habis odo que esa es gente con la que se puede tratar. Y que sean espaoles de buena crianza. En estas cosas lo que es el todo es la educacin.Hallaron un paso a lo largo de un campamento con las divisas de sus majestades cristiansimas, donde centelleaban ms corazas que en otros lugares, y bajaron encomendndose a Dios. En la confusin, pudieron proceder durante un largo trecho en medio del enemigo, pues en aquellos tiempos el uniforme lo tenan slo algunos cuerpos elegidos como los mosqueteros, y para el resto no entendas nunca quin era de los tuyos. Pero a un cierto punto, y justo cuando no quedaba sino cruzar una tierra de nadie, se toparon con un puesto avanzado y fueron detenidos por un oficial que pregunt urbanamente quines eran y a dnde iban, mientras a sus espaldas una escuadra de soldados estaba en el quin vive.Seor dijo el Pozzo, hganos la gracia de darnos camino, pues que es cosa que tenemos que ir a colocarnos en el lugar adecuado para disparar contra Vuestra Merced.El oficial se quit el sombrero, hizo una reverencia y un saludo como para barrer el polvo dos metros por delante de s, y dijo en su lengua:Seor, no es menor gloria vencer al enemigo con la cortesa en la paz, que con las armas en la guerra. Y luego, en un buen italiano: Pase, Seor, si un cuarto de los nuestros tiene la mitad de su intrepidez, venceremos. Que el cielo me conceda el placer de volver a encontrarle en el campo, y el honor de matarle.Fisti orb d'an fisti secc murmur entre dientes el Pozzo, que en la lengua de sus tierras sigue siendo hoy en da una expresin optativa con la cual se hacen votos, ms o menos, de que el interlocutor sea primeramente privado de la vista y que inmediatamente despus sea aquejado por una perlesa. Pero en voz alta, apelando a todos sus recursos lingsticos y a su sabidura retrica, dijo en un buen romance:Yo tambin!Salud con el sombrero, dio una ligera espolada, aunque no tanto como la teatralidad del momento exiga, pues deba dar tiempo a los suyos de seguirle a pie, y dirigise hacia las murallas.Dirs lo que quieras, pero son gentileshombres dijo dirigindose al hijo, y bien hizo en volver la cabeza: evit una arcabuzada que le haban disparado desde los baluartes. Ne tirez pas, conichons, on est des amis, Nevers, Nevers grit levantando las manos, y luego a Roberto: Lo ves, es gente sin gratitud. No hablo por hablar, pero son mejores los espaoles.Entraron en la ciudad. Alguien deba de haber sealado inmediatamente aquella llegada al comandante de la guarnicin, el seor de Toiras, antiguo hermano de armas del Pozzo mayor. Grandes abrazos, y un primer paseo sobre los bastiones.Querido amigo deca Toiras, a los registros de Pars les resulta que yo tengo en la mano cinco regimientos de infantera de diez compaas cada uno, por un total de diez mil infantes. Pues el seor de la Grange tiene slo quinientos hombres, Monchat doscientos y cincuenta, y, todos juntos, puedo contar con mil y setecientos hombres a pie. Adems tengo seis compaas de caballeros, cuatrocientos hombres en total, aunque bien equipados. El Cardenal sabe que tengo menos hombres de los debidos, pero sostiene que tengo tres mil y ochocientos. Yo le escribo dndole pruebas de lo contrario y Su Eminencia simula no entender. He tenido que reclutar un regimiento de italianos a la buena de Dios, corsos y monferrines, y con el permiso de Vuestra Merced, son malos soldados, tanto que he tenido que mandar a los oficiales que levantaran un tercio aparte con sus lacayos. Los hombres de la Grive se asociarn al regimiento italiano, a las rdenes del capitn Bassiani, que es un buen soldado. Mandaremos tambin al joven Roberto, que vaya al fuego comprendiendo bien las rdenes. En cuanto a Vuestra Merced, querido amigo, se unir a un grupo de esforzados gentileshombres que hanse llegado con nosotros de su voluntad, al igual que Vuestra Merced, y que estn en mi squito. Vuestra Merced conoce el pas y podr darme buenos consejos.Juan del Caylar de SaintBonnet, seor de Toiras, era alto, moreno con los ojos azules, en la plena madurez de sus cuarenta y cinco aos, colrico pero generoso y propenso a la reconciliacin, brusco de modos pero, al fin y al cabo, afable tambin con los soldados. Habase distinguido como defensor de la isla de R en la guerra contra los ingleses, pero a Richelieu y a la Corte no les resultaba simptico, segn parece. Los amigos murmuraban acerca de un dilogo suyo con el canciller de Marillac, que habale dicho desdeosamente que habranse podido encontrar dos mil gentileshombres en Francia capaces de llevar igualmente bien el asunto de la isla de R, y l haba replicado que habra sido posible encontrar cuatro mil capaces de tener los sellos mejor que Marillac. Sus oficiales atribuanle tambin otro buen lema (que segn otros era, sin embargo, de un capitn escocs): en un consejo de guerra en la Rochela, el padre Jos, que era en definitiva la famosa eminencia gris, y se picaba de estrategia, haba puesto el dedo sobre un mapa diciendo cruzaremos por aqu y Toiras haba objetado con frialdad: Reverendo Padre, desgraciadamente su dedo no es una puente.He aqu la situacin, cher ami segua diciendo Toiras, recorriendo las murallas e indicando el paisaje. El teatro es esplndido y los actores son lo mejor de dos imperios y de muchas seoras: tenemos de cara incluso un regimiento florentino, y mandado por un Mdicis. Nosotros podemos confiar en Casal, entendida como ciudad: el castillo, desde el que controlamos la parte del ro, es una hermosa bastilla, defendido por un buen foso, y sobre las murallas hemos dispuesto un terrapln que permitir a los defensores trabajar bien. La ciudadela tiene sesenta caones y baluartes a regla de arte. Son dbiles en algn punto, pero los he reforzado con medias lunas y bateras. Todo esto es ptimo para resistir un asalto frontal; claro que Espnola no es un novicio: observe Vuestra Merced esos movimientos de all, estn aprestando unas minas, y cuando lleguen aqu abajo ser como si hubiramos abierto las puertas. Para detener los trabajos ser menester descender a campo abierto, pero ah somos ms dbiles. Y en cuanto el enemigo haya adelantado aquellos caones, empezar a batir la ciudad y entonces entra en juego el humor de los burgueses de Casal, en los que fo poqusimo. Por otra parte, los entiendo: a ellos intersales ms la salvacin de su ciudad que al seor de Nevers y todava no se han convencido de que es un bien morir por los lises de Francia. Se tratar de hacerles entender que con el de Saboya, o con los espaoles, perderan sus libertades y Casal ya no sera una capital sino una fortaleza cualquiera como Susa, que el de Saboya est dispuesto a vender por un puado de maraveds. Por lo dems, se improvisa; si no, no sera una comedia italiana. Ayer sal con cuatrocientos hombres hacia Fregene, donde estaban concentrndose unos imperiales, y retirronse. Mientras estaba ocupado all abajo, unos napolitanos instalronse sobre aquella colina, justo por el lado opuesto. Orden que la artillera la batiera durante unas cuantas horas y creo haber hecho una buena carnicera, pero no se han ido. De quin ha sido la jornada? Juro sobre Nuestro Seor que no lo s y no lo sabe ni siquiera Espnola. En cambio, s qu haremos maana. Ve Vuestra Merced aquellas casucas en la llanura? Si las controlramos tendramos bajo tiro muchos puestos enemigos. Una espa me ha dicho que estn desiertas, y esta es una buena razn para temer que haya alguien escondido. Mi joven seor Roberto, no ponga esa cara desdeada y aprenda, primer teorema, que un buen comandante gana una batalla usando bien a las espas y, segundo teorema, que una espa, pues que es un traidor, no tarda nada en traicionar a quien le paga para que traicione a los suyos. En cualquier caso, maana la infantera ir a ocupar aquellas casas. Antes que tener a las tropas a que se pudran dentro de las murallas, mejor exponerlas al fuego, que es un buen ejercicio. No patalee, seor Roberto, todava no ser su jornada: pasado maana el tercio de Bassiani tendr que cruzar el Po. Ve Vuestra Merced aquellos muros all abajo? Son parte de un fuerte que habamos empezado a construir antes de que aqullos llegaran.Mis oficiales no estn de acuerdo, pero creo que est bien retomrnoslo antes de que lo ocupen los imperiales. Se trata de mantenerlos bajo tiro en la llanura, de suerte que se les estorbe y se retrase la construccin de las minas. En resumidas cuentas, habr gloria para todos. De momento, vayamos a cenar. El asedio est empezando y todava no escasean las provisiones. Que ya ms tarde nos comeremos los ratones.3 EL SERRALLO DE LOS ESTUPORES Librarse del asedio de Casal, donde los ratones al final, por lo menos, no haba tenido que comrselos, para arribar al Daphne donde quiz los ratones habranselo comido a l. Meditando temeroso sobre este hermoso contraste, Roberto por fin habase dispuesto a explorar aquellos lugares de los que la noche antes haba odo llegar aquellos inciertos ruidos.Haba decidido bajar desde el alczar y, si todo hubiera sido como en el Amarilis, saba que habra debido encontrar una docena de caones a ambos lados, y los jergones de paja o las hamacas de los marineros. Haba penetrado por la timonera en el rancho de Santa Brbara, atravesado por la caa que oscilaba con lento chirro, y habra podido salir enseguida por la puerta que daba a la entrepuentes. Mas casi para tomar confianza con aquellos parajes profundos antes de encararse con su incgnito enemigo, por una escotilla habase descolgado an ms abajo, donde por lo normal habra debido haber otros bastimentos. Y, en cambio, all haba encontrado, organizados con gran economa de espacio, catres para una docena de hombres. As pues, la mayor parte de la chusma dorma all abajo, como si el resto se reservara a otras funciones. Los catres estaban en perfecto orden. Si epidemia haba habido, entonces, a medida que alguien mora, los supervivientes habanlos aderezado con sumo arte, para decir a los dems que nada haba acontecido... Pero en fin, quin haba dicho que los marineros hubieran muerto, y todos? Y, una vez ms, ese pensamiento no lo haba tranquilizado: la peste, que mata al marinaje completo, es un hecho natural, segn algunos telogos a veces providencial; pero un acontecimiento que haca huir a ese mismo marinaje, y dejando el navo en aquel orden suyo innatural, poda ser mucho ms preocupante.Quiz la explicacin se encontraba en la segunda cubierta, era preciso darse nimos. Roberto volvi a subir y abri la puerta que daba al lugar temido.Comprendi entonces la funcin de aquellos vastos ajedreces que horadaban la puente. Con ese recurso, la entrecubiertas haba sido transformada en una especie de nave, iluminada a travs de las rejillas por la luz del da, ya pleno, que caa oblicua, cruzndose con la que llegaba de las portas, colorendose con el reflejo, ahora ambarino, de los caones.Primeramente, Roberto no divis nada ms que aceros de sol en los que se vean agitarse infinitos corpsculos, y como los vio, no pudo sino recordar (y cunto se difunde en jugar de eruditas memorias, para asombrar a su Seora, en vez de limitarse a decir) las palabras con las cuales el Cannigo de Digne lo invitaba a observar las cascadas de luz que se derramaban en la oscuridad de una catedral, animndose, en su proprio interior, de una multitud de mnadas, semillas, naturalezas indisolubles, gotas de incienso macho que estallaban espontneamente, tomos primordiales empeados en lides, batallas, escaramuzas con escuadrones, entre un sinnmero de encuentros y separaciones. Prueba evidente de la composicin misma de este nuestro universo, por otra cosa no compuesto que por cuerpos primeros hormigueantes en el vaco.Inmediatamente despus, casi como confirmacin de que lo creado no es sino obra de aquesa danza de tomos, hzose la impresin de encontrarse en un jardn y dio en la cuenta de que, desde que haba entrado all abajo, haba sido asaltado por un tropel de perfumes, mucho ms fuertes que los que le haban llegado antes desde la ribera.Un jardn, un vergel cubierto: eso era lo que los hombres desaparecidos del Daphne haban creado en aquel paraje, para conducir a la patria flores y plantas de las islas que estaban explorando, permitiendo que el sol, los vientos y las lluvias les concedieran sobrevivir. Que el bajel pudiera conservar posteriormente, durante meses de viaje, aquel botn silvestre, que la primera tempestad no lo envenenara de sal, Roberto no saba decirlo, pero a buen seguro el que aquella naturaleza estuviera an en vida confirmaba que, como para la comida, la reserva habase hecho recientemente.Flores, arbustos, arbolillos habanse transportado con sus races y sus terrones, y alojados en banastos y cajas de improvisada hechura. Muchos de los receptculos se haban podrido, la tierra se haba derramado formando entre los unos y los otros una capa de limo hmedo en el que ya estaban hincndose los mugrones de algunas plantas, tal que pareca estar en un Edn que germinase de las tablas mismas del Daphne.El sol no era tan fuerte que ofendiera los ojos de Roberto, pero s lo suficiente para hacer descollar los colores del follaje y hacer que se abrieran las primeras flores. La mirada de Roberto se posaba sobre dos hojas que antes le haban parecido la cola de un camarn, del cual brotaban flores blancas, luego sobre otra hoja verde tierno en la que naca una especie de media flor de una macolla de azufaifas ebrneas. Una vaharada repugnante lo atraa hacia una oreja amarilla en la que pareca hubieran enjaretado una panocha, a su lado descendan festones de conchas de porcelana, cndidas con la punta rosada, y de otro racimo pendan unas trompetas o campanillas invertidas, con una ligera sospecha de musgo. Vio una flor color limn de la cual, en el curso de los das, iba a descubrir la volubilidad, porque habrase vuelto albaricoque a la tarde y rojo oscuro a la puesta del sol, y vio otras, azarcn en el centro, que se difuminaban en un albor lilial. Descubri unos frutos speros que no habra osado tocar, si uno de ellos, cado al suelo y abirtose por fuerza de sazn, no hubiera revelado un interior de granada. Os catar otros, y los juzg ms a travs de la lengua con la que se habla que con la que se gusta, visto que define uno como una bolsa de miel, man congelado en la fecundidad de su tallo, alhaja de esmeraldas repleta de diminutos rubes. Que luego, leyendo a contraluz, osara decir que haba descubierto algo muy parecido a un higo.Ninguna de aquellas flores o de aquellos frutos le resultaba conocido, cada uno pareca nacido de la fantasa de un pintor que hubiera querido violar las leyes de la naturaleza para inventar inverosimilitudes convincentes, laceradas delicias y sabrosas mentiras: como aquella corola cubierta por una pelusa blancuzca que se pululaba en un copete de plumas violeta, o no, una bellorita descolorida que expulsara un apndice obsceno, o una mscara que encubriera un rostro canoso de barbas cabrunas. Quin poda haber ideado ese arbusto con hojas por un lado verde oscuro con decoraciones silvestres rojiamarillas, y por el otro llameantes, rodeadas de otras hojas de un ms tierno verde guisante, con substancia carnosa contorcida en guisa de cuenco, que poda contener an el agua de la ltima lluvia?Embargado por la sugestin del lugar, Roberto no se preguntaba de qu lluvia contenan las hojas los restos, visto que, desde haca por lo menos tres das, seguramente no llova. Los aromas que lo aturdan disponanlo a juzgar natural cualquier sortilegio.Le pareca natural que un fruto flojo y cadente oliera a queso fermentado, y que una suerte de granada violcea, con un agujero en el fondo, al sacudirla hiciera or en su propio interior una que otra semilla danzante, como si no de flor se tratara, sino de juguete, y tampoco se extraaba por una flor en forma de cspide, con el fondo duro y redondeado. Roberto no haba visto jams una palmera llorona, como si fuere sauce, y la tena ante s, pateante de races mltiples sobre las que se injertaba un tronco que sala de una nica mata, mientras sus frondas de planta nacida al llanto doblegbanse extenuadas por su misma lozana; Roberto no haba visto todava otra zarza que generara hojas largas y pulposas, entumecidas por un vergajo central cual hierro, listas para ser usadas como platos y bandejas, mientras junto a ellas crecan otras hojas ms, a guisa de cedientes cucharas.Incierto de si vagaba en una floresta mecnica o en un paraso terrenal escondido en lo ntimo de la tierra, Roberto erraba en aquel Edn que lo instigaba a fragrantes delirios.Cuando ms tarde se lo relate a la Seora, hablar de rsticos freness, caprichos de los jardines, ricos Proteos de frondas, cedros (cedros?) enloquecidos de ameno furor... O lo revivir como un antro flotante rico de engaosos tteres donde, ceidas por sogas horriblemente contorcidas, surgan fanticas capuchinas, impos serpollos de brbara espesura... Escribir sobre el opio de los sentidos, de una ronda de ptridos elementos que, precipitando en impuros extractos, habanlo conducido a las antpodas de la cordura.Al principio, haba atribuido al canto que le llegaba de la isla, la impresin de que voces plumadas se manifestaran entre las flores y las plantas: mas de golpe se le erizaron los pelos por el paso de un murcilago que casi le roz la cara, e inmediatamente despus tuvo que apartarse para esquivar un halcn, que se haba arrojado sobre su presa derribndola con un golpe de rostro.Penetrado en la entrepuentes, oyendo todava a lo lejos a los pjaros de la Isla, y convencido de percibirlos todava a travs de las lumbres de la sentina, Roberto oa ahora aquellos sonidos harto ms prximos. No podan venir de la ribera: otros pjaros, por tanto, y no lejanos, estaban cantando allende las plantas, hacia la proa, en direccin de aquel paol en el que la noche de antes haba odo los ruidos.Le pareci, avanzando, que el vergel terminaba a los pies de un tronco de alto tallo que perforaba la puente superior, luego entendi que haba llegado ms o menos al centro del navo, donde el rbol mayor se entrevenaba hasta la nfima carena. En aquel punto, artificio y naturaleza estbanse confundiendo tanto que podemos justificar la confusin de nuestro hroe. Tambin porque, precisamente en ese punto, su nariz empez a advertir una mezcla de aromas, calumbres terrosas y hedor animal, como si lentamente estuviera pasando de un huerto a un redil.Y fue al caminar allende el tronco del rbol mayor, hacia la proa, cuando vio la pajarera.No supo definir de otra forma ese conjunto de jaulas de caa, atravesadas por slidas ramas que ranles percha, habitadas por animales voladores, dedicados a adivinar esa aurora de la que reciban slo una limosna de luz, y a responder con voces discordes al reclamo de sus semejantes que cantaban libres en la Isla. Apoyadas en el suelo o pndulas de las rejillas de la puente, las jaulas se disponan a lo largo de aquel otro crucero como estalactitas y estalagmitas, dando vida a otra espelunca de las maravillas, donde los animales revoloteando hacan oscilar las jaulas, y stas se cruzaban con los rayos del sol, y ellos creaban un mariposeo de colores, una nevasca de arco iris.Si hasta aquel da jams haba odo cantar de verdad a los pjaros, tampoco poda decir Roberto que los hubiera visto, por lo menos con tantas hechuras, a tal punto que se pregunt si estaban en estado de naturaleza o si no los habra pintado la mano de un artista y aderezado para alguna farsa, o para simular un ejrcito en revista, cada infante y cada caballero envuelto en su propio estandarte.Cohibidsimo Adn, no tena nombres para aquellas cosas, sino los de los pjaros de su hemisferio; he aqu una garza, se deca, una grulla, una codorniz... mas era como tratar de oca a un cisne.Aqu, prelados con la amplia cola cardenalicia y el pico en forma de alquitara desplegaban alas de hierba, inflando una garganta purpurina y descubriendo un pecho azul salmodiaban casi humanos; all, mltiples escuadras se exhiban en gran justa intentando asaltos a las deprimidas cpulas que circunscriban su arena, entre relmpagos de trtola y estocadas rojas y amarillas, como oriflamas que un alfrez estuviera lanzando y recogiendo al vuelo. Enojados jinetes, con largas patas nerviosas en un espacio demasiado angosto, relinchaban airados era era era, a veces vacilando sobre un pie solo y mirndose recelosos en derredor, vibrando los copetes sobre la cabeza tendida... Solo, en una jaula construida a su medida, un gran capitn, con el manto azulino, el justillo bermejo como el ojo, y el penacho de lirios sobre la cimera, exhalaba un gemido de paloma. En una jaulilla junto a sta, tres peones permanecan en el suelo, faltos de alas, brincantes ovillos de lana encenagada, el hociquito de ratn, bigotudo en la raz de un largo pico recorvo dotado de aletas con las cuales los pequeos monstruos husmeaban, picoteando las lombrices que encontraban por el camino... En una jaula que se desanudaba como un intestino, una pequea cigea con las patas de zanahoria, el pecho aguamarina, las alas negras y el pico morado, se mova titubeante, seguida por algunos pequeos en fila india y, al detenerse aquella senda suya, despechada graznaba, primero obstinndose en romper lo que crea una maraa de sarmientos, luego reculando e invirtiendo el camino, y sin saber sus criaturas si caminarle delante o detrs.Roberto estaba dividido entre la excitacin del descubrimiento, la piedad por aquellos prisioneros, el deseo de abrir las jaulas y ver su catedral invadida por aquellos heraldos de un ejrcito de los aires, para substraerlos al asedio al cual el Daphne, a su vez asediado por sus otros semejantes all afuera, los obligaba. Pens que estaran hambrientos, y vio que en las jaulas aparecan slo migajas de comida, y que las vasijas y las escudillas que haban de contener el agua estaban vacas. Pero descubri, junto a las jaulas, sacos de simientes y jirones de pescado seco, preparados por quien quera conducir aquel botn a Europa, pues una nave no va por los mares del opuesto sur sin traer a las cortes o a las academias testimonios de esos mundos.Siguiendo adelante encontr tambin un recinto hecho con tablas, con una docena de animales que adscribi a la especie gallincea, aunque en su casa no haba visto semejante plumaje. Tambin ellos parecan hambrientos, aunque las gallinas haban puesto (y celebraban el acontecimiento como sus socias de todo el mundo) seis huevos.Roberto cogi inmediatamente uno, lo agujere con la punta del cuchillo y lo bebi como acostumbraba de nio. Luego se meti los dems en la camisa, y para compensar a las madres, y a los fecundsimos padres que lo fijaban ceudos meneando las barbas, distribuy agua y comida; y as hizo jaula por jaula, preguntndose qu providencia habale allegado al Daphne precisamente mientras los animales estaban extremados. Haca, en efecto, ya dos noches que Roberto estaba en el navo y alguien haba cuidado de las jaulas a lo sumo el da anterior a su llegada. Sentase como un invitado que llega, s, con retraso a una fiesta, pero justamente apenas hanse ido los ltimos huspedes y las mesas an no se han recogido.Por lo dems, se dijo, que aqu antes haba alguien y agora ya no lo hay, est claro. Que estuviere uno, o diez das antes de mi llegada, no cambia para nada mi hado, a lo sumo lo hace ms burln:naufragando un da antes, habra podido unirme a los marineros del Daphne, donde quiera que hayan ido. O acaso no, habra podido morir con ellos, si murieron. Lanz un suspiro (por lo menos no era un asunto de ratones) y concluy que tena a disposicin tambin unos pollos. Pens otra vez en su propsito de rendirles la libertad a los bpedos de ms noble linaje, y convino en que, si el exilio suyo haba de durar mucho, tambin aquestos habran podido resultar de buen yantar. Eran bellos y abigarrados tambin los hidalgos ante Casal, pens, y con todo, les disparbamos, y si el asedio hubiera durado, nos los habramos incluso comido. Quien ha sido soldado en la guerra de los treinta aos (digo yo, pero quien la estaba viviendo entonces no la llamaba as, y quiz no haba ni entendido que se trataba de una larga y nica guerra en la cual, de vez en cuando, alguien firmaba una paz) ha aprendido a ser duro de corazn.4 LA FORTIFICACIN DEMONSTRADAPor qu Roberto evoca Casal para describir sus primeros das en el navo? Desde luego, existe el gusto del smil: cercado una vez y cercado la otra, aunque a un hombre de su siglo le pediramos algo mejor. En todo caso, de la semejanza deban fascinarle las diferencias, fecundas, de elaboradas anttesis: en Casal haba entrado por su eleccin, para que los otros no entraran, y al Daphne haba sido arrojado, y anhelaba slo salir. Yo dira, ms bien, que mientras viva una historia de penumbras, recorra con el pensamiento una sucesin de acciones convulsivas vividas a pleno sol, de suerte que las rutilantes jornadas del sitio, que la memoria le devolva, lo compensaran de ese su plido vagamundear. Y quiz haya ms. En la primera parte de su vida, Roberto haba tenido slo dos perodos en los cuales haba aprendido algo del mundo y de los modos de habitarlo, me refiero a los pocos meses del asedio y a los ltimos aos en Pars: ahora estaba viviendo su tercera edad de formacin, quiz la postrera, al final de la cual la madurez habra coincidido con la disolucin, y estaba intentando conjeturar su secreto mensaje viendo el pasado como figura del presente.Casal haba sido, al principio, una historia de salidas. Roberto se la cuenta a la Seora, transfigurando, como para decirle que, incapaz como haba sido de expugnar la tan guardada fortaleza de su nieve intacta, herida pero no encendida por la llama de sus dos soles, a la viva llama de otro sol haba sido, en cambio, capaz de confrontarse con quien pona cerco a su ciudadela monferrina.La maana siguiente a la llegada de los de la Griva, Toiras haba enviado unos oficiales aislados, carabina al hombro, a observar qu estaban instalando los napolitanos sobre la colina conquistada el da de antes. Los oficiales habanse acercado demasiado, haba seguido un intercambio de disparos, y un joven lugarteniente del regimiento Pompadour haba sido muerto. Sus compaeros lo trajeron dentro de las murallas, y Roberto vio el primer muerto matado de su vida.Toiras decidi hacer ocupar las casas a las que aludiera el da de antes.Poda seguirse bien, desde los baluartes, la avanzada de diez mosqueteros, que a un cierto punto habanse dividido para ensayar una tenaza sobre la primera casa. De las murallas sali un caonazo que pas sobre sus cabezas y fue a destechar la casa: como una bandada de insectos, salieron algunos espaoles que se dieron a la fuga. Dejronlos escapar los mosqueteros, apoderronse de la casa, atrincherronse en ella, y abrieron un fuego de estorbo hacia la colina.Era oportuno que la operacin se repitiera sobre otras casas: incluso desde los baluartes poda verse ahora que los napolitanos haban empezado a excavar trincheras ribetendolas con vigas y gaviones. Pero stas no circunscriban la colina, se adelantaban hacia la llanura. Roberto vino a saber que as se empezaban a construir las minas. Una vez llegadas a las murallas, habran sido estibadas, en el ultimsimo trecho, con pipas de plvora. Era preciso impedir continuamente que los trabajos de excavacin alcanzaran un nivel suficiente para proceder bajo tierra, si no, a partir de aquel punto los enemigos habran trabajado bien amparados. El juego estaba todo all, prevenir desde fuera y al descubierto la construccin de las galeras, y excavar galeras de contramina mientras no llegara la armada de socorro, y mientras hubieran durado las vituallas y municiones. En un asedio no hay nada ms que hacer: estorbar a los dems, y esperar.La maana despus, como prometido, fue el turno del fuerte. Roberto se encontr embrazando su escopeta en medio de un ayuntamiento indisciplinado de gente que en L, en Coccaro, o en Odalengo, no tena ganas de trabajar, y de corsos taciturnos, abarrotados en barcazas para cruzar el Po, despus de que dos compaas francesas hubieran tocado ya la otra ribera. Toiras con su squito observaba desde la ribera derecha, y el viejo Pozzo le hizo al hijo un gesto de saludo, primero indicando un anda, anda con la mano, luego llevando el ndice a que estirara el pmulo, para decir ojo.Las tres compaas acampronse en el fuerte. La construccin no haba sido completada, y parte del trabajo ya hecho habase cado en pedazos. La tropa pas la jornada atrincherando los huecos en las murallas, pero el fuerte estaba bien protegido por un foso, allende el cual fueron enviadas algunas centinelas. Al caer la noche, el cielo era tan claro que las centinelas dormitaban, y ni siquiera los oficiales juzgaban probable un ataque. Y en cambio, de repente, oyse tocar a la carga y vieron aparecer a la caballera espaola.Roberto, colocado por el capitn Bassiani detrs de algunas balas de paja que colmaban un trecho derrumbado del recinto, no tuvo tiempo de entender lo que suceda: cada caballero llevaba tras de s un mosquetero y, como llegaron junto al foso, los caballos empezaron a costearlo en crculo, mientras los mosqueteros disparaban eliminando a las pocas centinelas, luego todos los mosqueteros haban saltado de la grupa, rodando en el foso. Mientras los jinetes se disponan en hemiciclo ante la entrada, obligando a los defensores a cubrirse con un fuego nutrido, los mosqueteros ganaban inclumes la puerta y las brechas menos defendidas.La compaa italiana, que estaba de guardia, haba descargado las armas y habase dispersado presa del pnico, y por esto habra de llevarse gran escarnio, mas tampoco las compaas francesas supieron comportarse mejor. Entre el principio del ataque y la escalada de las murallas haban pasado pocos minutos, y los hombres fueron sorprendidos por los atacantes, ya dentro del cerco, cuando todava no se haban armado.Los enemigos, aprovechando la interpresa, estaban haciendo una matanza de la guarnicin, y eran tan numerosos que mientras algunos se empeaban en derribar a los defensores an de pie, otros lanzbanse ya a despojar a los cados. Roberto, despus de haber disparado sobre los mosqueteros, mientras recargaba con fatiga, por el hombro aturdido a causa de la coz de la escopeta, haba sido sorprendido por la carga de los caballos, y los cascos de un animal que le pasaba por encima de la cabeza, a travs de la brecha, habanle sepultado bajo el desmoronamiento de la barricada. Fue una fortuna: protegido por la paja cada, habase librado del primer y mortal impacto, y ahora, escudriando desde su pajar, vea con horror a los enemigos rematar a los heridos, cortar un dedo para llevarse un anillo, una mano por un brazal.El capitn Bassiani, para reparar la mancilla de sus hombres en fuga, todava estaba batindose animosamente, pero fue rodeado y hubo de rendirse. Desde el ro haban dado en la cuenta de que la situacin era crtica, y el coronel la Grange, que acababa de abandonar el fuerte despus de una inspeccin para volver a Casal, intentaba lanzarse en socorro de los defensores, refrenado por sus oficiales, que aconsejaban, en cambio, pedir refuerzos en la ciudad. De la ribera derecha salieron otras barcas, mientras, despertado de sobresalto, llegaba al galope Toiras. Se comprendi en poco tiempo que los franceses estaban en fuga, y lo nico era ayudar con tiros de cobertura a los que se haban salvado para que alcanzaran el ro.En esta confusin, viose al viejo Pozzo que, en ascuas, iba y vena cual lanzadera entre el estado mayor y el amarradero de las barcas, buscando a Roberto entre los que se haban librado. Cuando estuvo casi seguro de que ya no haba ms barcas por llegar, oysele emitir un: Oh, crspolis! Luego, como hombre que conoca los caprichos del ro, y haciendo pasar por mentecatos a los que hasta entonces habanse afanado remando, haba elegido un punto delante de los islotes y haba empujado el caballo al agua, espolndolo. Atravesando un bajo estuvo en la otra ribera sin que tuviera el caballo ni siquiera que nadar, y arrojse como un loco, la espada alzada, hacia el fuerte.Un grupo de mosqueteros enemigos le sali al encuentro, mientras ya el cielo se aclaraba, y sin entender quin era aquel solitario: el solitario los atraves, eliminando por lo menos a cinco con fendientes seguros, top con dos caballeros, hizo que el caballo se empinara, inclinse de lado evitando un golpe y de golpe irguise haciendo con el acero un crculo en el aire: el primer adversario abandonse sobre la silla con los intestinos colgantes a lo largo de las botas mientras el caballo hua, el segundo quedse con los ojos abiertos de par en par, buscndose con los dedos una oreja que, unida a la mejilla, colgbale por debajo de la barbilla.Pozzo lleg bajo el fuerte, y los invasores, ocupados en despojar a los ltimos fugitivos heridos por la espalda, no entendieron ni siquiera de dnde vena. Entr en el recinto llamando en voz alta al hijo, arroll a otras cuatro personas mientras llevaba a cabo una especie de torneo blandiendo la espada hacia todos los puntos cardinales; Roberto, asomando de repente de entre la paja, lo vio de lejos, y antes que al padre reconoci a Paufli, el caballo paterno con el que jugaba desde haca aos. Metise do