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VIERNES 26 DE JUNIO DEL 2015 EL COMERCIO .A27 E l escritor italiano habla de su vida, su familia y los éxitos de su carrera. — ¿Cómo era su padre, ‘professore’? Era el director de una empresa que vendía hierro y bañeras. Combatió en todas las guerras: la del 14-18, luego lo enviaron al frente de Libia, y en la Segunda Guerra Mundial. — ¿Qué influencia tuvo en su vocación de escritor? Era hijo de un tipógrafo, y yo he puesto en mi úl- tima novela nombres de familias tipográ- ficas a los persona- jes. Mi padre tuvo 12 hermanos, no podían comprarse libros, y se iba a los quioscos a leer los fascículos de las novelas por entregas, hasta que el quiosquero lo echaba. Colecciono aún libros im- presos por mi abuelo. Yo leía en su casa “Los tres mosqueteros” de Du- mas, ilustrado por Maurice Leloir. Cuando murió, se le quedaron mu- chos manuscritos por editar en una POSDATA Tengo 83 años. Nací en Alessandria, no la egipcia, sino la italiana, en 1932. En casa tengo un perchero donde cuelgo media docena de sombreros, muchos bastones, pero la gente se sorprende al ver paredes de color blanco, grandes ventanas diáfanas y muebles de diseño. “¿Qué pasa?”, les digo. “¿Esperaban un monasterio medieval?” En mi casa también tengo el pasillo de la literatura, que es como llamo a una parte de mi biblioteca de 35 mil volúmenes que se distribuyen en dos plantas. Al parecer, no hay un orden aparente, pero yo sí me oriento. Un dicho alemán dice: “Aprendo una palabra al día”, y yo las tengo todas aquí. Umberto Eco Escritor AFP “Hoy vivimos bajo el fenómeno de la hiperespecialización” Uno siempre tiene la nostalgia de la infancia. La mía es la de aquellas noches en los refugios antibombardeos, en un sótano oscuro y húmedo”. Vivimos en un mundo en que el físico que gana el premio Nobel no sabe nada de la historia de la literatura”. Colecciones El Comercio @elcomercio elcomercio.pe (51) 947-031-286 -- 1956 -- Ese año empezó a publicar. Fue su tesis doctoral: “El problema estético en Tomás de Aquino”. ilusión: “Umberto, ¡esta novela pa- rece escrita por un jovencito!”. Mis novelas anteriores me tomaron al menos seis años de trabajo cada una, pero esta se basa en experien- cias personales, en noticias políti- cas fáciles de encontrar y solo me ha ocupado durante un año. —¿Aún da clases? Bueno, voy una vez al mes a Bolo- nia. Doy alguna, sobre todo confe- rencias, dirijo la escuela superior que organiza los doctorados. Tengo la necesidad de hablar en público y explicarme, debo calmar esa necesi- dad. Dar clases permite darte cuen- ta de que haber escrito un libro sobre un tema no quiere decir que conoz- cas bien ese tema. En clase los alum- nos te exigen que se lo aclares bien y así descubres nuevas cosas y plan- teamientos falsos. Yo ya nunca escri- bo un libro sobre un tema sin haber dado antes clases sobre eso. —Su libro más influyente es “Cómo se hace una tesis”, ¿verdad? Yo diría que hasta el más leído. Mi- llones de estudiantes lo han usado como guía para redactar sus tesis. Si- gue siendo útil en la era de Internet aunque yo la haya escrito a mano. Después de mi muerte, ese será el único libro que me sobrevivirá. —Usted solo ha escrito siete nove- las, pero 40 ensayos… Bueno, 42. —Pero para la gente es un novelis- ta. ¿Le disgusta? No, porque la mayoría de mis obras se dirige a un público más restringi- do. Yo escribí mi primera novela tar- díamente, cuando salió “El nombre de la rosa” ya tenía 48 años. Quería editar unos 2.000 ejemplares de ese libro en una pequeña editorial muy selecta, pero me llamaron ensegui- da el gran Giulio Einaudi y el direc- tor de Mondadori para ofrecerme un gran contrato y una tirada de 30.000 ejemplares, sin haberlo leí- do. Me emocioné y con el dinero de ese adelanto me compré una maleta de cuero que todavía conservo. —¿Qué son los eruditos hoy? Es una paradoja, pero la verdad es que suelen ser perdedores. Vivimos en un mundo en que el físico que gana el premio Nobel no sabe nada de la historia de la literatura. Pue- de haber un corrector de libros que sea un sabio, pero ese conocimien- to excelso no le sirve para nada en la vida. Hoy se da un fenómeno de hiperespecialización, que es muy estadounidense. El otro día le dije a un prestigioso profesor de literatura francesa de una universidad de Es- tados Unidos que estábamos llegan- do a un “taylorismo” de la cultura, es decir, que cada uno es capaz de ha- cer solo una sola cosa. Y me pregun- tó: “¿Qué es el taylorismo, Umber- to?”. Pues eso mismo que le pasa a él, que no sabe casi nada de ninguna otra cosa que no sea lo suyo. E s la vida. Con sus cambios de piel, de clima, de densidad ósea, de ciudad. En cada muda, uno deja esa pátina gruesa, acora- zada, incómoda. La va perdien- do en el camino, como las serpientes y sus pieles ya tirantes, como las langostas y sus caparazones adustos y torpes. Lo que en algún tiempo revestía nuestro ser va que- dando pequeño. Reblandecidos, vulnera- dos en el proceso, crecemos. Salimos de allí reinventados en forma, color y estruc- tura. Viajamos a nuestro centro, allí donde el bagaje es poderoso porque no existe tal: solo se trata de una gota de sangre, médula ósea, saliva, una lágrima, un paseo breve por nuestra mirada, un trazo del alma. Po- demos decir que optamos por ser. Mudanzas. Hoy los objetos se han re- belado. Y revelado. Cajas de cajas de ellos anuncian la recuperación tediosa y esen- cial de la memoria. Es un ejercicio lento y profiláctico. Cambiar de casa será dejar alguna de las tantas pieles. Mirar, tocar, oler, evocar, conservar, desechar objetos, también. Solo si no se van recogiendo los pedazos, los añicos, las trizas y retazos de uno mismo para pegarlos al cuerpo, habrá valido la pena esta gigantesca aventura que es vivir, mucho más allá de la parafernalia que es vegetar. Escribe Kavafis en su poema “Ciudad”: “No hallarás otra tierra ni otro mar. La ciudad irá en ti siempre. Volverás a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez […]. Pues la ciudad es siem- pre la misma. Otra no busques –no la hay– ni caminos ni barco para ti. La vida que aquí perdiste la has destruido en toda la tierra”. Kavafis se percibe fatalista. No encuentra lugar al hom- bre para su redención. Lo perseguirá su des- ventura. Tiene razón el poeta en teñir su plu- ma de negro. Si el hombre no ha encontrado lo que busca dentro de sí mismo, no tendrá lugar adonde huir. Dará igual si cambia, si muda, una, dos, cien veces de destino. Nun- ca hallará su verdadera identidad. Menos aún su plenitud. Solsticio de invierno. Simbolismos, por- que los necesitamos con urgencia: Llega con el anuncio de una muerte. La de un ser que lleva mi nombre. Corrijo, llevo yo el suyo: Josefina Barrón. Mientras ella, mi querida tía, se marcha, yo estoy. Viva. Porque quiero meter los pies descalzos en la tierra. Porque quiero ser mi propia ciudad. Y es que, igual que concluye Felipe Carrillo, aquel perso- naje de Bryce Echenique que se ha pasado la vida cambiando de domicilio, de ciudad, de país, de continente, la última y única mu- danza debe ser interior. Esa mudanza debe realizarse al fondo de uno mismo. Habrá que sincerar el aire que uno respira, y vivir. JOSEFINA BARRÓN MUDAS Y MUDANZAS, SOLSTICIOS Y MUERTES “Hoy los objetos se han rebelado. Y revelado. Cajas de cajas de ellos anuncian la recuperación esencial de la memoria”. Lea mañana en Posdata a - Salvador del Solar - XAVI AYÉN “El Tiempo” de Colombia caja, novelas populares a las que nadie hizo caso. Esa caja terminó en el almacén de mi familia y yo a los 8 o 10 años devoré esos manuscritos, eran aventuras fantásticas. — ¿De niño fue feliz? Siempre tienes la nostalgia de la infancia. La mía es la de aquellas noches en los refugios antibombar- deos, en un sótano muy oscuro y húmedo, afuera se escuchaban las bombas. Nos despertaban en casa a las tres de la madrugada y nos lle- vaban abajo rápidamente, los pa- dres estaban asustados mientras los niños jugábamos. Para mí es un re- cuerdo agradable. — ¿Qué quería ser de mayor? Antes de los 5 años, conductor de tranvía, porque siempre que subía a uno me fascinaba la maleta tan bonita que tenía, con todos los bille- tes dentro. Luego, quise ser oficial del ejército, crecí en la época fascista. Andaba como un soldado por la calle, di- gamos que hasta los 8 o 9 años. Después ya quise ser periodista. Pero me inscribí en la Facultad de Filosofía, aunque no me veía ha- ciendo carrera univer- sitaria. — Nadie se cree que un libro de Umberto Eco se lea en dos tar- des. Este último, “Número cero”, no parece suyo. Mis novelas anteriores eran sinfo- nías, este es un solo de Charlie Par- ker. Lo mejor fue la llamada de mi editor francés, que me hizo mucha El paso de Umberto Eco por las calles de Milán es acompasado por los golpes de su bastón contra el pavimento. Con ese bastón de sauce, su sombrero modelo Fedo- ra, su gabardina y unos andares nerviosos, Eco tiene el aspecto de ser un detective clásico.

Umberto Eco

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  • viernes 26 de junio del 2015 el comercio .A27

    e l escritor italiano habla de su vida, su familia y los xitos de su carrera. Cmo era su padre, professore?Era el director de una empresa que venda hierro y baeras. Combati en todas las guerras: la del 14-18, luego lo enviaron al frente de Libia, y en la Segunda Guerra Mundial. Qu influencia tuvo en su vocacin de escritor?Era hijo de un tipgrafo, y yo he puesto en mi l-tima novela nombres de familias tipogr-ficas a los persona-jes. Mi padre tuvo 12 hermanos, no podan comprarse libros, y se iba a los quioscos a leer los fascculos de las novelas por entregas, hasta que el quiosquero lo echaba. Colecciono an libros im-presos por mi abuelo. Yo lea en su casa Los tres mosqueteros de Du-mas, ilustrado por Maurice Leloir. Cuando muri, se le quedaron mu-chos manuscritos por editar en una

    posdata

    Tengo 83 aos. Nac en Alessandria, no la egipcia, sino la italiana, en 1932. En casa tengo un perchero donde cuelgo media docena de sombreros, muchos bastones, pero la gente se sorprende al ver paredes de color blanco, grandes ventanas difanas y muebles de diseo. Qu pasa?, les digo. Esperaban un monasterio medieval? En mi casa tambin tengo el pasillo de la literatura, que es como llamo a una parte de mi biblioteca de 35 mil volmenes que se distribuyen en dos plantas. Al parecer, no hay un orden aparente, pero yo s me oriento. Un dicho alemn dice: Aprendo una palabra al da, y yo las tengo todas aqu.

    Umberto Eco Escritor

    afp

    Hoy vivimos bajo el fenmeno de la

    hiperespecializacin

    Uno siempre tiene la nostalgia de la infancia. La ma es la de aquellas noches en los refugios antibombardeos, en un stano oscuro y hmedo.

    Vivimos en un mundo en que el fsico que gana el premio Nobel no sabe nada de la historia de la literatura.

    Colecciones El Comercio

    @elcomercio elcomercio.pe (51) 947-031-286

    --1956

    --Ese ao empez a publicar. Fue su

    tesis doctoral: El problema esttico

    en Toms de Aquino.

    ilusin: Umberto, esta novela pa-rece escrita por un jovencito!. Mis novelas anteriores me tomaron al menos seis aos de trabajo cada una, pero esta se basa en experien-cias personales, en noticias polti-cas fciles de encontrar y solo me ha ocupado durante un ao.An da clases?Bueno, voy una vez al mes a Bolo-nia. Doy alguna, sobre todo confe-rencias, dirijo la escuela superior que organiza los doctorados. Tengo la necesidad de hablar en pblico y explicarme, debo calmar esa necesi-dad. Dar clases permite darte cuen-ta de que haber escrito un libro sobre un tema no quiere decir que conoz-cas bien ese tema. En clase los alum-nos te exigen que se lo aclares bien y as descubres nuevas cosas y plan-

    teamientos falsos. Yo ya nunca escri-bo un libro sobre un tema sin haber dado antes clases sobre eso.Su libro ms influyente es Cmo se hace una tesis, verdad?Yo dira que hasta el ms ledo. Mi-llones de estudiantes lo han usado como gua para redactar sus tesis. Si-gue siendo til en la era de Internet aunque yo la haya escrito a mano. Despus de mi muerte, ese ser el nico libro que me sobrevivir.Usted solo ha escrito siete nove-las, pero 40 ensayosBueno, 42.Pero para la gente es un novelis-ta. Le disgusta?No, porque la mayora de mis obras se dirige a un pblico ms restringi-do. Yo escrib mi primera novela tar-damente, cuando sali El nombre de la rosa ya tena 48 aos. Quera editar unos 2.000 ejemplares de ese libro en una pequea editorial muy selecta, pero me llamaron ensegui-da el gran Giulio Einaudi y el direc-tor de Mondadori para ofrecerme un gran contrato y una tirada de 30.000 ejemplares, sin haberlo le-do. Me emocion y con el dinero de ese adelanto me compr una maleta de cuero que todava conservo.Qu son los eruditos hoy?Es una paradoja, pero la verdad es que suelen ser perdedores. Vivimos en un mundo en que el fsico que gana el premio Nobel no sabe nada de la historia de la literatura. Pue-de haber un corrector de libros que sea un sabio, pero ese conocimien-to excelso no le sirve para nada en la vida. Hoy se da un fenmeno de hiperespecializacin, que es muy estadounidense. El otro da le dije a un prestigioso profesor de literatura francesa de una universidad de Es-tados Unidos que estbamos llegan-do a un taylorismo de la cultura, es decir, que cada uno es capaz de ha-cer solo una sola cosa. Y me pregun-t: Qu es el taylorismo, Umber-to?. Pues eso mismo que le pasa a l, que no sabe casi nada de ninguna otra cosa que no sea lo suyo.

    e s la vida. Con sus cambios de piel, de clima, de densidad sea, de ciudad. En cada muda, uno deja esa ptina gruesa, acora-zada, incmoda. La va perdien-do en el camino, como las serpientes y sus pieles ya tirantes, como las langostas y sus caparazones adustos y torpes. Lo que en algn tiempo revesta nuestro ser va que-dando pequeo. Reblandecidos, vulnera-dos en el proceso, crecemos. Salimos de all reinventados en forma, color y estruc-tura. Viajamos a nuestro centro, all donde el bagaje es poderoso porque no existe tal: solo se trata de una gota de sangre, mdula sea, saliva, una lgrima, un paseo breve por nuestra mirada, un trazo del alma. Po-demos decir que optamos por ser.

    Mudanzas. Hoy los objetos se han re-belado. Y revelado. Cajas de cajas de ellos anuncian la recuperacin tediosa y esen-cial de la memoria. Es un ejercicio lento y profilctico. Cambiar de casa ser dejar alguna de las tantas pieles. Mirar, tocar, oler, evocar, conservar, desechar objetos, tambin. Solo si no se van recogiendo los pedazos, los aicos, las trizas y retazos de uno mismo para pegarlos al cuerpo, habr valido la pena esta gigantesca aventura que es vivir, mucho ms all de la parafernalia que es vegetar.

    Escribe Kavafis en su poema Ciudad: No hallars otra tierra ni otro mar. La ciudad ir en ti siempre. Volvers a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegar tu vejez []. Pues la ciudad es siem-pre la misma. Otra no busques no la hay ni caminos ni barco para ti. La vida que aqu perdiste la has destruido en toda la tierra. Kavafis se percibe fatalista. No encuentra lugar al hom-bre para su redencin. Lo perseguir su des-ventura. Tiene razn el poeta en teir su plu-ma de negro. Si el hombre no ha encontrado lo que busca dentro de s mismo, no tendr lugar adonde huir. Dar igual si cambia, si muda, una, dos, cien veces de destino. Nun-ca hallar su verdadera identidad. Menos an su plenitud.

    Solsticio de invierno. Simbolismos, por-que los necesitamos con urgencia: Llega con el anuncio de una muerte. La de un ser que lleva mi nombre. Corrijo, llevo yo el suyo: Josefina Barrn. Mientras ella, mi querida ta, se marcha, yo estoy. Viva. Porque quiero meter los pies descalzos en la tierra. Porque quiero ser mi propia ciudad. Y es que, igual que concluye Felipe Carrillo, aquel perso-naje de Bryce Echenique que se ha pasado la vida cambiando de domicilio, de ciudad, de pas, de continente, la ltima y nica mu-danza debe ser interior. Esa mudanza debe realizarse al fondo de uno mismo. Habr que sincerar el aire que uno respira, y vivir.

    Josefina barrn

    MUDAS Y MUDANZAS,

    SOLSTICIOS Y MUERTES

    Hoy los objetos se han rebelado. Y revelado. Cajas de cajas de ellos anuncian la

    recuperacin esencial de la memoria.

    Lea maana en Posdata a- Salvador del Solar -

    xavi aynEl Tiempo de Colombia

    caja, novelas populares a las que nadie hizo caso. Esa caja termin en el almacn de mi familia y yo a los 8 o 10 aos devor esos manuscritos, eran aventuras fantsticas. De nio fue feliz?Siempre tienes la nostalgia de la infancia. La ma es la de aquellas noches en los refugios antibombar-deos, en un stano muy oscuro y hmedo, afuera se escuchaban las bombas. Nos despertaban en casa a las tres de la madrugada y nos lle-vaban abajo rpidamente, los pa-dres estaban asustados mientras los nios jugbamos. Para m es un re-cuerdo agradable. Qu quera ser de mayor?Antes de los 5 aos, conductor de tranva, porque siempre que suba a uno me fascinaba la maleta tan bonita que tena, con todos los bille-tes dentro. Luego, quise ser oficial

    del ejrcito, crec en la poca fascista. Andaba como un

    soldado por la calle, di-gamos que hasta los 8 o 9 aos. Despus ya quise ser periodista. Pero me inscrib en la Facultad de Filosofa,

    aunque no me vea ha-ciendo carrera univer-

    sitaria. Nadie se cree que un libro

    de Umberto Eco se lea en dos tar-des. Este ltimo, Nmero cero, no parece suyo.Mis novelas anteriores eran sinfo-nas, este es un solo de Charlie Par-ker. Lo mejor fue la llamada de mi editor francs, que me hizo mucha

    El paso de Umberto Eco por las calles de Miln es acompasado por los golpes de su bastn contra el pavimento. Con ese bastn de sauce, su sombrero modelo Fedo-ra, su gabardina y unos andares nerviosos, Eco tiene el aspecto de ser un detective clsico.