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INTERNACIONAL EE. UU.: ANÁLISIS ELECTORAL Obama y la hegemonía inestable de la izquierda Martín Alonso, escritor. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense y en Economía y Relaciones Internacionales por la Universidad de Columbia 13/11/2012 Nº 164 AFP PHOTO/Rogerio Barbosa Los ciudadanos se preparan para depositar sus papeletas electorales el 6 de noviembre en Dixville Notch, New Hampshire, primer lugar donde se votó en estas elecciones presidenciales de 2012.

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INTERNACIONAL

EE. UU.: ANÁLISIS ELECTORALObama y la hegemonía inestable de la izquierda

Martín Alonso, escritor. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense yen Economía y Relaciones Internacionales por la Universidad de Columbia

13/11/2012Nº 164

AFP PHOTO/Rogerio Barbosa

Los ciudadanos se preparan para depositar sus papeletas electorales el 6 de noviembre en Dixville Notch, NewHampshire, primer lugar donde se votó en estas elecciones presidenciales de 2012.

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“América es el experimento más grandioso que el mundo haya visto jamás pero, me temo, no va a resultar un éxito”

Sigmund Freud

Resultado de las elecciones del 6 de noviembre

Como cada año bisiesto, el primer martes después del primer lunes de noviem-bre, en este caso el pasado 6 de noviembre, EE. UU. eligió 538 electores cuyosvotos determinarán la reelección del candidato demócrata, Barack Obama, comoPresidente cuando la sesión conjunta de Cámara de Representantes y Senado(cámaras baja y alta del Congreso americano) cuente oficialmente sus votos el6 de enero próximo. Barack Hussein Obama tomará posesión de su segundomandato el 20 de enero, habiendo conseguido 332, por encima de los 270 queconstituyen la mayoría. Su oponente republicano, Willard Mitt Romney, obtuvo206 electores. El colegio electoral siempre magnifica la diferencia en voto po-pular, por la razón que se explica en el párrafo siguiente. En este caso, un 50,5%de los sufragios lo fueron en favor del Presidente y de su compañero de “ticket”,el también reelegido Vicepresidente, Joe Biden, y un 48% en favor del ex Gober-nador de Massachussets, Mitt Romney y de su candidato a Vicepresidente, elcongresista Paul Ryan.

De acuerdo con la Constitución americana y las propias leyes electorales es-tatales, los votantes de cada estado de la Unión eligen un número de electoresigual a la suma del número de representantes y senadores que corresponden adicho estado en el Congreso Federal, oscilando entre los 55 del estado más po-blado, California, y los 3 de cada uno de los siete estados de menor población1.Salvo en dos casos (Maine y Nebraska, que asignan sus electores por distritos),

1 Tres electores adicionales se asignan al Distrito de Columbia, donde radica la capital federal, Washington,que, como no es un estado, no tiene representación en el Congreso como tal aun cuando sus habitantessí emiten sus votos para las elecciones presidenciales.

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“Estas elecciones suponen un punto de inflexión y marcan el momento en que EE. UU. deja de ser un país de centroderecha

para convertirse en un país de centroizquierda”

el candidato que consigue el mayor número de votos populares en un estadogana la totalidad de los electores en juego. Durante el mes de diciembre, loselectores se reunirán en la sede del Legislativo de cada estado y procederán aemitir su voto (que es, en la práctica, automático) a favor del candidato ganadordel estado. Una vez que lo hayan hecho, enviarán el certificado del resultado alCongreso federal.

Ese mismo Congreso, que hace el número 113 de la historia, se habrá cons-tituido en sesión el 3 de enero, habiendo sido elegido también el 6 de noviem-bre. Cada dos años se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes, queconsta de 435 miembros. El Partido Republicano ha revalidado su mayoría en lacámara baja, al obtener 234 escaños por 193 del Partido Demócrata (a falta deque concluya el recuento de 8 escaños que resulta generalmente obligatoriocuando los candidatos están separados por menos de un 1% del total de votosemitidos). En el Senado, que se renueva por tercios cada dos años (los sena-dores, a diferencia de los representantes, sirven durante seis años), los demó-cratas renuevan su propia mayoría en la cámara alta, de hecho aumentando adiez, de 45 a 55, la diferencia en escaños entre ambos partidos. Dicho en otrostérminos, los votantes americanos, que en teoría deploran el antagonismo entreambos partidos, han enviado a Washington a los mismos protagonistas del bienio2011-2012 en las mismas posiciones relativas.

No solo hubo elecciones presidenciales y legislativas el pasado 6 de noviem-bre, sino que también se eligieron Gobernadores y Legislativos en varios estadosy se sometieron a referéndum diversas iniciativas también del ámbito estatal. Sia escala nacional los republicanos se lamentan de la derrota en las elecciones

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presidenciales y en el Senado, en el plano local consolidan su hegemonía en losestados. Después de las elecciones, 30 gobernadores de otros tantos estadosson republicanos, por 18 demócratas y 2 independientes. El Partido Republicanocontrola asimismo 26 de los Legislativos estatales.

Los ventajas estructurales del Presidente y la realidad de su gestión

El Partido Demócrata es, en su modulación contemporánea, una coalición de gru-pos e intereses heterogéneos más que un partido con una plataforma ideoló-gica determinada, más allá de una difusa orientación izquierdista. Es el partidoal que se adscriben tradicionalmente las minorías raciales y étnicas (afro-ameri-canos, 14% de la población; hispanos, 15%; o judíos, 3%), los jóvenes, las mu-jeres, los trabajadores sindicalizados, los habitantes de las grandes ciudades ylas personas de renta más baja. Eso quiere decir que los demócratas absorbenun electorado cuyas preferencias abarcan desde el centroderecha hasta la iz-quierda más radical.

El Partido Republicano es un partido de derecha y centroderecha, de votantesde ideologías afines en materia económica (libre mercado, baja presión fiscal,menor intervención estatal), cultural (defensa de la libertad de religión, mayori-taria oposición al aborto) y seguridad nacional (afirmación de excepcionalidadamericana y de la supremacía militar de EE. UU.).

Durante la campaña electoral de 2004, Evan Thomas, entonces director dela revista Newsweek, expresó su convicción de que los medios de comunica-ción suponen un valor de un 15% de los votos del Partido Demócrata. Tho-

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“El Partido Republicano ha revalidado su mayoría en la cámara baja, 234 escaños por 193 del Partido Demócrata. En el Senado, que se renueva por tercioscada dos años, los demócratas renuevan su mayoría aumentando de 45 a 55”

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mas, de adscripción izquierdista, lejos de criticar el partidismo de la prensa yde la televisión americanas, avanzaba la idea para defender la necesaria sim-biosis que debe existir, a su entender, entre el aparato demócrata y su mani-festación propagandística en los medios. Ambas cosas, junto con los llamadosintelectuales, los educadores y la industria del entretenimiento, forman la van-guardia social para la “transformación fundamental” –término acuñado porBarack Obama– a la que debe someterse la política, la economía y la socie-dad americana.

Irónicamente, el Presidente, que ha basado su reelección en su condición depaladín de la lucha del hombre medio contra “los millonarios y billonarios”,contra los bancos y los empresarios y el gran capital, es el hombre más cele-brado por un mundo financiero que no quería resignarse a prescindir de sussubvenciones inacabables a los grandes bancos, de las nuevas y cuantiosasconcesiones al sector de seguros contenidas en su reforma de la sanidad, delas continuas e inflacionarias inyecciones de líquido por parte del Tesoro por elinveterado procedimiento de emitir dinero o de la bajada de los tipos de inte-rés aproximándose al tipo cero. Bien es cierto que estas y otras políticas hanincrementado la deuda pública americana en 6 billones de dólares (durantelas 43 administraciones anteriores, entre 1789 y 2008, la deuda incurrida porEE. UU. había sido de 10 billones en total), convirtiendo a EE. UU. en el paísmás en bancarrota de la historia con una deuda per cápita de 175.000 dóla-res. Obama, que se presentó en 2008 a las elecciones tachando a George W.Bush de antipatriota por haber aumentado la deuda en 4 billones y medio dedólares y llevaba camino de triplicar esa marca, dijo tener un plan para atajaresa progresión. De hecho, el balance de su gestión ha convertido el problemade la deuda americana en un problema global potencialmente terminal para lahegemonía americana y la estabilidad global.

El Presidente va a cerrar su primer mandato con un 8% de paro nominal, perocon una pérdida neta de empleo en sus cuatro años y un índice de paro real

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(acumulando las personas que han salido enteramente del mercado de trabajoy las personas subempleadas) del 15%. El paro nunca fue tan bajo durante sumandato, como el día –20 de enero de 2009– en que prestó juramento (7,6%).El crecimiento económico se encuentra aún, cinco años después del adveni-miento de la crisis, en el 1,4%. Y 49 millones, o una sexta parte de americanos,están hoy un 130% por debajo del umbral de pobreza, unos 19 millones másque al final de 2008.

La campaña electoral

Barack Obama ha perdido 9 millones de votos, pasando de 70 millones en 2008a 61 millones en 2012. Una sangría significativa aun cuando sigue siendo no-table que, con el panorama descrito, 61 millones de americanos le hayan otor-gado su voto con los ojos bien abiertos. Pero, y aquí es donde debe comenzar elanálisis de su oponente, Willard Mitt Romney ha perdido a su vez entre 1 y 2 mi-llones de votos con respecto a los votos totales del candidato republicano en2008, John McCain. Si Romney hubiera igualado el resultado de McCain habríaquizás empatado, al menos, en voto popular y, tal vez, se hubiera acercado altriunfo en determinados estados clave.

Una persona de la campaña de Obama definió la estrategia de reelección delPresidente en primavera como dirigida a “matar a Romney”. La campaña deObama inundó los estados clave de la elección, especialmente el Medio Oeste(desde Pennsylvania hasta Minnesota, pasando por Ohio, Michigan y Wisconsin),con un bombardeo inclemente de anuncios en los que llamaban la atención sobreel carácter de “buitre” capitalista de Romney, su fortuna personal, su posiciónopuesta a las subvenciones a la industria del automóvil que, en un área de fuertepresencia de las uniones sindicales y terreno abonado para ese tipo de discurso,caló entre la población antes de que Romney pudiera empezar a definirse a símismo y sus posiciones. La retórica de antagonismo entre clases funciona tam-bién en América (especialmente en América). Todos esos estados parecieron dar

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otras tantas oportunidades de victoria a Romney, pero todos, a fin de cuentas,terminaron en el casillero de Obama.

Tácticamente, y en retrospectiva, el aspirante debió haber sido más agresivoen octubre, cuando se vio con la ventaja de cinco a siete puntos en las encues-tas. El desastre de Benghazi, con la clamorosa ocultación al público de la auto-ría de Al Qaeda y los fuertes indicios de que la Administración economizó con laseguridad del embajador asesinado y denegó sus solicitudes de asistencia, hu-biera hundido a cualquier otra Administración y levantado en armas, micrófonosy tiendas de campaña a la prensa. Pero esta enterró el affaire, como ha venidohaciendo con otros escándalos como la entrega por el Departamento de Justiciaa la mafia mexicana de armas automáticas o la concesión de subvenciones paraenergías renovables a empresarios próximos a la Administración con bancarrotaincluida de alguna de las empresas en cuestión (Solyndra). Y Romney, en ciertomodo intimidado por esa misma prensa, que le acusaba de “politizar” cuestio-nes de seguridad nacional, dejó que Obama retrasara cualesquiera explicacionessobre Libia hasta después de las elecciones, como hace un año había retrasadoel debate sobre la elevación del techo de gasto público o sobre la expiración delas bajadas de impuestos de 2001 y 2003 (los llamados “Bush Tax Cuts”) hastadiciembre de 2012, después de las elecciones.

Un país de centroizquierda

Al final, lo que quiera que sea que resultara inadecuado de este candidato o desu estrategia electoral (resulta injusto vilipendiarle ahora cuando en vísperas dela elección parecía haber hecho lo suficiente y lo suficientemente bien para ganar

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“Obama ha perdido 9 millones de votos, pasando de 70 millones en 2008 a 61 millones en 2012, mientras que Romney ha perdido

entre 1 y 2 millones de los votos totales de McCain en 2008”

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con un cierto margen) solo sirve para subrayar los problemas estructurales y losdesafíos ingentes de conservadores y republicanos en elecciones nacionales.Los republicanos parecen batirse bien en las elecciones a Gobernador y en laselecciones a la Cámara de Representantes. En esas elecciones, de carácterlocal, la implicación de los medios nacionales es más difusa y los electores tie-nen la oportunidad de familiarizarse con los candidatos de manera más directa,mitigando la centralidad de la adscripción partidista que, como resulta evidente,favorece a los demócratas.

En cambio, en las elecciones presidenciales, la existencia de un mayor númerode demócratas, la capacidad del partido de apelar a todos sus grupos y a las or-ganizaciones de los mismos, y el grueso y el sesgo de los medios de comunica-ción de proyección nacional (con excepciones, obviamente) deja el margen deerror republicano en próximo al cero. Con dos problemas añadidos y crecientes.

El primero es el del voto latino (o hispano) republicano, que ha venido dismi-nuyendo paulatinamente desde Bush hasta Romney. Más allá de los principios,estén del lado que estén, el Partido Republicano no puede ganar ya unas elec-ciones nacionales sin ganar en alguno de los estados al Sur de las Rocosas (Co-lorado, Nevada, Nuevo México) que solían ser republicanos de forma casiautomática hasta 2008 y que ahora parecen ser inabordables por el crecimientode la población hispana en la región. Las posibilidades existen habida cuenta deque, culturalmente, los hispanos deberían ser más afines al republicanismo o, almenos, más afines en número de lo que son hoy día. Sería un grave error, contodo, abandonarse a la idea de que si el Partido Republicano se convirtiera enun partido pro inmigración y pro fronteras abiertas por las buenas o por las

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“Los hispanos votaron en un 71% a favor del Presidente (67% en 2008) y losafroamericanos en un 93% (dos puntos menos que en 2008). En cambio, entrelos votantes blancos, Romney sacó una insuficiente diferencia del 20%”

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malas, sería capaz de reconstruir una mayoría electoral con el apoyo latino. Losrepublicanos tienen líneas de avance con este grupo, pero su comportamientoelectoral está en consonancia con el del resto de las clases media-baja y bajaen el que se incardina económicamente la mayoría.

Se dirá que grupos de inmigrantes, también con fuertes identidades, del pasado,como irlandeses e italianos, alistados inmediatamente a la causa demócrata, hanterminado en posteriores generaciones pasándose al Partido Republicano de formamayoritaria. Según esa tesis, los hispanos –con referencias culturales y herencia ca-tólica similares– evolucionarán de una manera parecida a poco que el Partido Re-publicano dé con el medio, el mensaje y el masaje adecuados. Hay un obstáculo deuna cierta magnitud que impide replicar esa evolución histórica. Los inmigrantes ca-tólicos europeos llegaron antes de la transformación de EE. UU. en un Estado debienestar entre el “New Deal” de Franklin Roosevelt (1933-1945) –que creó la se-guridad social– y Lyndon Johnson (1963-1969) –que estableció la sanidad públicay las prestaciones de beneficencia–. Estos inmigrantes tenían que asumir las cua-lidades de iniciativa, esfuerzo y responsabilidad personal que impregnaban el paísal que inmigraban porque no tenían otra opción de supervivencia. Una vez que sushijos y sus nietos se encaramaban a la clase media, su traslado al republicanismoera una transición natural. Ese no es el caso de los inmigrantes actuales, legalese ilegales, que disfrutan de muchos beneficios de sanidad y educación gratuitas yque tienen un interés creado evidente en el partido que propugna la expansióneterna de las prestaciones sociales de todo tipo.

Este planteamiento lleva, precisamente, al segundo problema –en realidad esuno y el mismo con el primero– que se plantea cada vez más en las democraciasoccidentales y, con toda virulencia, en EE. UU. Contra lo que muchos españoles (o,de hecho, americanos) podrían pensar, EE. UU. está lejos de ser el país de losdesequilibrios entre ricos y pobres, de la nación donde los “ricos” no pagan im-puestos y donde el estado asistencial es una quimera. La verdad, en cambio, esque el 1% de la población de mayor renta paga un 40% del total de los impuestos

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directos. El 5% paga el 60% del total. Un 47% de americanos no paga impuestosobre la renta. Cuando salieron a la luz unas observaciones de Romney, en unacharla privada a sus donantes, respecto a que el foco de su estrategia de victoriase dirigía a maximizar el apoyo del 53% de personas que pagan impuestos, las crí-ticas fueron acerbas y el propio Romney manifestó que su formulación acaso habíasido inelegante y no suficientemente matizada (entre otras cosas porque era unaconversación “privada”). Pero el argumento de fondo expresaba una verdad in-soslayable. El Partido Demócrata puede llegar a la mitad de la población de formamecánica simplemente diciendo que va a aumentar los impuestos “a los millona-rios y billonarios” y ofrecer más prestaciones sociales a los que “menos tienen”.El Partido Republicano, cuyo leitmotiv es el control presupuestario, la lucha contrala deuda, el libre mercado y la libertad y responsabilidad individuales, no puede ofre-cer ningún incentivo a este sector al que, por razones de interés, la idea de recor-tar impuestos le parece otra forma de atacar dichas prestaciones. Un votante queno paga impuestos y que se acostumbra a ver el gasto público como un derechoinalienable está más allá del convencimiento para un candidato republicano.

La derrota de Mitt Romney

Sentados esos problemas estructurales y las propias decisiones tácticas de sucampaña, aun así Mitt Romney hubiera ganado las elecciones, de no concitarsedos causas próximas.

En el campo republicano, muchos eran críticos con las empresas de sondeopor cuanto estas tomaban como base la composición del electorado en 2008,cuando la afluencia de demócratas a las urnas superó en siete puntos a la derepublicanos (39% a 32%)2 y, en esa medida, aumentaban artificialmente la in-

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2 En EE. UU. un elector debe hacer el trámite de registro en el censo electoral (cosa que puede hacer inclusoen el mismo momento de emitir el voto en la mayoría de los estados) y manifestar en ese momento sidesea aparecer como republicano, demócrata, verde, conservador, libertario, independiente o de cualquierotro partido registrado como tal en el estado en cuestión).

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tención de voto a favor del candidato demócrata en cinco o seis puntos. La ma-yoría de los observadores conceptuaban ese margen como irreproducible en estaocasión y muchos vaticinaban (vaticinábamos) que republicanos y demócratasacudirían a las urnas en números similares. Ese no ha sido el caso y los demó-cratas han vuelto a superar a los republicanos en afluencia a las urnas por unmargen muy parecido al de 2008 (38% a 32% en este caso). Aun cuando Rom-ney ganó, también por seis puntos, entre los independientes, el número de estoses algo inferior al de los otros dos grupos (extrañamente, sin embargo, la dife-rencia a favor del gobernador Romney en cuanto al voto de independientes es si-milar al de republicanos que se han perdido entre las elecciones de 2008 y lasde 2012, sugiriendo, quizás, la idea de que parte de esos independientes sonex republicanos que han cambiado su registro electoral).

La consolidación en 2012 del patrón de participación electoral de 2008 ilustrael hecho de que el cambio demográfico en EE. UU. va acompañado de un aumentode la participación de las minorías en las urnas más que proporcional. La comu-nidad afro-americana y la hispana solían votar en un menor porcentaje que los con-vencionalmente definidos como blancos. En las elecciones del 6 de noviembre,sin embargo, la suma de estas dos minorías representó el 28% del total de los vo-tantes, aproximadamente igual a su peso demográfico, y el resto de la población,el 72%. Los hispanos votaron en un 71% a favor del Presidente (más que el 67%de 2008) y los afroamericanos en un 93% (un par de puntos menos que en 2008).En cambio, entre los votantes blancos, Romney sacó un 20% de diferencia aObama, insuficiente para enjugar la diferencia del 24% que es la ventaja neta queObama ha derivado en estas elecciones del apoyo de ambas minorías.

El segundo factor es la irrupción decisiva del huracán Sandy en la campañaelectoral. El lunes 29 de octubre, Gallup publicó su última encuesta previa a latormenta. Mitt Romney, como había venido siendo el caso en las semanas pre-cedentes, tenía una ventaja de 6 puntos en intención de voto. Gallup suspendiósu actividad durante los días siguientes en que Sandy estuvo percutiendo con-

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tra el Nordeste americano. La primera encuesta después del huracán registrabaun empate entre ambos candidatos, que se mantuvo en la subsiguiente, la vís-pera de las elecciones.

Hay más. Un 42% de los electores manifestaron, a pie de urna, que la res-puesta del Gobierno federal al huracán Sandy (o lo que percibían como la res-puesta del Gobierno federal al huracán, que, irónicamente, sin el filtro de lamercadotecnia y de los medios de comunicación resulta ser calamitosa) fue unelemento importante a la hora de decidir el sentido de su voto. Dos tercios deestos votaron por Barack Obama. En los días anteriores al huracán, el índice deaprobación del Presidente estaba en torno al 47%, donde había venido estandodurante el año y medio anterior. El día de la elección se situó en un 54%.

Si alguien ignorara el resultado de la elección y debiera adivinarlo por las res-puestas de los electores, supondría que Mitt Romney habría ganado por cinco oseis puntos el voto popular y por una diferencia amplia en el colegio electoral. Cla-ras mayorías de electores le conceptuaban como el mejor líder de los dos y elmejor gestor, otorgando la ventaja al Presidente solo en la respuesta a la pre-gunta “¿cuál de los dos candidatos está más próximo a los problemas de lagente común?”. La mayoría de los ciudadanos respondían también que el paísva por “mal camino” y casi tres cuartas partes que ellos “personalmente” estánpeor que hace cuatro años. Obama suspendía en la gestión de la economía, elparo y la deuda pública. Aun así, una porción significativa, aparentemente no viocontradicción alguna entre albergar esos sentimientos y votar por Barack Obama.Ese hecho es irreductible al análisis electoral y clama, más bien, por un análisisde psicología de masas.

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“En los días anteriores al huracán, el índice de aprobación del Presidenteestaba en torno al 47%, donde había venido estando durante el año y medio anterior. El día de la elección se situó en un 54%”

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Epílogo: la coalición victoriosa y sus contradicciones

La derrota republicana tuvo un carácter inesperado por cuanto quebró varias delas regularidades de la historia electoral americana, especialmente que ningúnPresidente, desde Franklin D. Roosevelt –y este en circunstancias muy excep-cionales– ha vencido con una economía y un índice de paro como el actual, ni conlos índices de aprobación de la gestión, política por política, de Obama. Por tanto,es legítimo avanzar la hipótesis de que estas elecciones suponen un punto deinflexión y marcan el punto en que EE. UU. deja de ser un país de centroderecha,para convertirse en un país de centroizquierda, con una coalición electoral, elPartido Demócrata, destinado a dominar durante la próxima generación, almenos. Sin embargo, coaliciones como la actual son inherentemente inestables.La deuda en EE. UU. es de tal magnitud que, más pronto que tarde, hará crisisy cuando lo haga, por mucho que se suban los impuestos, los recursos por losque compiten los diferentes grupos de la coalición demócrata sufrirán recortesy obligarán al Ejecutivo y al Partido Demócrata a priorizar entre unos grupos deinterés y otros.

La cuestión es si esa tormenta, infinitamente más destructiva que la que azotóla Costa Este y dio, tal vez, la victoria a Barack Obama, se llevará por delante solouna coalición triunfante o mucho del futuro de la nación americana con ella.

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