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7/25/2019 El acabose del evolucionismo.pdf
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El Evolucionismo ha muerto
y Darwin no ha estado en el entierro.
“El evolucionismo quiso ser una ciencia, pero no lo ha logrado. Desde que
en el siglo pasado Darwin fijara sus coordenadas fundamentales, losevolucionistas han ensayado toda suerte de artes, incluso las del engaño,
para sacar adelante sus teorías. en vano. Hoy, el ultimo bastión en que se
apoyaba el sistema y su filosofía del progreso ha muerto”.
Publicado en “Próximo Milenio”
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EL EVOLUCIONISMO HA MUERTO Y
DARWIN NO HA ESTADO EN EL ENTIERRO.
“El evolucionismo quiso ser una ciencia, pero no lo ha logrado. Desde que en el siglo
pasado Darwin fijara sus coordenadas fundamentales, los evolucionistas han ensayado
toda suerte de artes, incluso las del engaño, para sacar adelante sus teorías. en vano. Hoy, el ultimo bastión en que se apoyaba el sistema y su filosofía del progreso ha
muerto”.
Por Isidro Juan-Palacio/Publicado en “Próximo Milenio”.
Es frecuente notar en los ámbitos de la divulgación científica, en los terrenos más
periféricos del debate de las ideas, en los lugares donde impera la prensa menos rigurosa
y contrastada, y donde las “verdades hechas” del sistema se imponen sin apelación
posible a saber que las cosas pueden ser de otra manera; es corriente allí, como digo,tachar a quien defiende una posición no-evolucionista o antidarwiniana como
“acientífico” o como “anti-científico”, reduciendo enseguida su esquema a trasnochados
postulados religiosos creacionistas “ya superados”. La mayoría de la gente tiende a
creer, por eso, que sólo los pensadores religiosos o tradicionales fieles a sus doctrinas
clásicas están en contra del evolucionismo en virtud de tales actitudes -irracionales- de
pensamiento. Sin embargo, esa no es toda la verdad. Cada vez hay más “hombres de
ciencia” en un sentido estricto y, generalmente, situados en las vanguardias de las
investigaciones más sólidas y novedosas, que contradicen el axioma. La bioquímica, la
antropología, la nueva paleontología o la última biología, por no hablar de la genética,de la geología o de la nueva física, están aportando cada vez más nombres a este campo
de la crítica, estrictamente científica. Y lo curioso es que ya constituyen legión.
CIENTIFICOS CONTRA DARWIN Y EL EVOLUCIONISMO.
Rutilio Sermonti, hermano del mundialmente famoso Giuseppe Sermonti por sus
trabajos en la Universidad de Perugia, por la dirección de la revista internacional de
biología Biology Forum y co-autor con el paleontólogo Roberto Fondi del definitivo
libro titulado Dopo Darwin (Más Allá de Darwin), es asímismo biólogo.
En un interesante opúsculo aún no traducido al español, Rutilio Sermonti publica en sus
páginas un “breve” elenco de científicos adversarios del darwinismo y de las teorías
evolucionistas que, aunque silenciados en su mayoría, dieron muestras de una buena
agitación heterodoxa durante la pasada década en que Occidente celebrara el primer
centenario de la muerte del maestro. Por orden alfabético cita Sermonti a los siguientes.
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Acworth B. Grant Watson E.L. Nilsson H.
Bell-Dawson W. Herbert G.K. O’Toole G.B.
Betchell T. Kelley A.P. Raffaele F.
Bounoure L. Kleinschmidt O. Sermonti G.
Chance E. Kuhn O. Servier J.
Carazzi D. Lefevre J. Taylor G.Dewar D Lemoine P. Thomas M.
Diamare W. Marsh F.L. Vavilov N.J.
Fleischmann A. Mersone Davies L. Vuialleton L.
Fleming A. Moore J.N. Von Uexküll J.
Fano G. More L.T. Westenhofer M.
Fondi R. Murray D.
Con ser cualitativamente cuantiosa, la lista no es más que un botón de muestra. Y sin
exagerar, con varias décadas publicando la Rivista di Biologia arriba anotada, volumen
tras volumen, nuestra publicación no tendría páginas suficientes para mencionar tan sólo
los títulos y a los autores de los trabajos que allí se han venido reuniendo sobre el estado
crítico de esta cuestión. Lamentablemente casi nadie es consciente de este hecho,
pasando, como es natural, desapercibido. Es más cómodo seguir en la inercia
manipuladora del sistema que conocer la verdad de lo que sucede. No importa, el último
de los muros del mecanicismo científico y de la filosofía del progreso está ya agrietado
irreparablemente.
Muy pocos saben, por otra parte, que al poco de salir publicado el Origen de las especiesde Charles Darwin, unos años después, su autor llegó a retractarse sobre el dato de la
llamada “selección natural”, aquella pieza básica en el entramado de la teoría que
permitía explicar el mecanismo desencadenante o propiciatorio de la evolución. En
1871, Darwin escribió en su Descent of Man: “en las primeras ediciones de mi Origen
de las especies he atribuido probablemente demasiado a la acción de la selección natural
y de la supervivencia del más acto... creo que esto sea una de las más grandes
equivocaciones encontradas hasta ahora en mi trabajo...” A juzgar por los derroteros que
fue tomando la hipótesis darwinista y la teoría de la evolución, en las que ambos
postulados acrecentaron aún más su importancia clave, puede afirmarse que los
mentores del evolucionismo que siguieron, defendieron o apoyaron a Darwin callaron
sospechosa e intencionadamente, manteniendo una falsedad dentro de los amplios
términos en que fue formulada, como en los últimos años de este siglo ha puesto de
manifiesto el embriólogo sueco S/oren L/ovtrup.
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EL TIEMPO, ESA CLAVE QUE TAMPOCO SE CUMPLE.
Otro de los aspectos del evolucionismo que tampoco ha conseguido resistir a la crítica
científica actual reside en la importancia que para la teoría evolutiva los darwinistas han
dado al tiempo. En efecto, para que la evolución, como ellos explican, pudiera haberse
ratificado, la Tierra, nuestro planeta, habría tenido que disponer de una antigüedad enmillones y millones de años que la nueva geología no puede aceptar. El científico
británico Richard Milton, tras haber pasado veinte años recogiendo materiales y
realizando pruebas de investigación, llegó a presentar sus conclusiones dentro del marco
anual del congreso de la Asociación británica para el Avance de la Ciencia, de agosto de
1992. Su informe provocó un seísmo: la Tierra no tiene la edad de esos cientos, miles,
millones de millones de años necesarios para que haya podido permitir el pleno curso de
la evolución, mediante la selección natural, hasta llegar al hombre. Nuestro planeta, en
efecto, es mucho más joven, con lo que la teoría se hacía imposible. En la misma línea,
sir Melvin Cook, de la Universidad de Utah, mediante un método de datación
cronológica basado en el radiocarbono, llegó a demostrar idénticas aseveraciones que lasde Milton.
Otros libros podrían ser citados, como los del biólogo holandés Ouweneel. Y entre la
amplia panoplia de científicos que han rechazado la idea y la acción a seguir buscando el
“mítico” eslabón perdido podríamos nombrar a modo de ejemplo al paleontólogo Otto
Schindewolf, o a los biólogos George Simpson y Gordon Taylor, ambos estudiosos de
los fósiles de mamíferos. Para todos ellos no sólo nos faltaría el eslabón perdido entre el
mono y el hombre, sino entre toda suerte de animales y plantas. “La falta de formas de
transición es un fenómeno universal “-puntualizan-. De seguir, larga sería la lista en estalínea, que bien podríamos dejar provisionalmente cerrada con el biólogo de la
Universidad de Cambridge, Rupert Sheldrake, quien con sus aportaciones sobre los
campos morfogenéticos deja sin respiración a la teoría evolucionista.
El evolucionismo ha muerto, es cierto. Lo saben quienes, fieles todavía a algunas de las
parcelas del Darwinismo, ya no pueden seguir manteniendo la evolución. Konrad
Lorenz llegó a escribir que, acaso, como mucho podría llegar a hablarse de
“mutaciones” y no de “evoluciones”. Pero al explicarse hería en pleno corazón al “mito
del iluminismo progresista” sobre el que filosóficamente basaba Darwin y todos los
evolucionistas sus especulaciones. La mutación genética -afirmaba el Premio Nobel demedicina austriaco-alemán- es posible, sin duda; sin embargo, se produce muy raras
veces en la naturaleza de los seres vivos (sólo una cada diez elevado a la octava
potencia), y por regla general el resultado es casi, por no decir siempre, una anomalía,
con lo que el ser o el órgano u órganos nuevos que emergen suelen “empeorar” la fuente
o la especie de la que proceden o han nacido, siendo además, por lo común de las veces,
tales resultados inviables por su inadaptación al medio. De ahí que se haya alcanzado la
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máxima de las contradicciones en la teoría de la evolución, pues antes que referirnos a
ella, en su sentido literal, mejor sería hablar de “involución”. Tal vez por eso, del
inconsciente de Lorenz, brotaron simultáneamente a su obra científica, como etólogo
escritos culturales muy críticos sobre la decadencia que la humanidad occidental había
alcanzado con el progreso. Otros neo-darwinistas, como Stephen Jay Gould, de la
Universidad de Harvard, entonando un meritorio mea culpa, llega a sentenciar: nunca sellegará a encontrar el eslabón perdido porque, sencillamente, no existe. La evolución
continúa y por grados jamás ha podido ser demostrada.
“El tiempo es una de las claves en la teoría evolucionista. De hecho, para que pudiera
cumplirse, nuestro planeta tendría que tener una edad mucho mayor que la que en
realidad tiene, como han demostrado los científicos Richard Milton y Melvin Cook”.
EL EVOLUCIONISMO EN EL JAPON.
Un caso distinto es el representado por los científicos japoneses, para quienes Darwin
sería completamente inaceptable desde lo más básico de su teoría. La “lucha universal”,
la “competitividad”, la “lucha entre individuos de la misma especie”, por la “selección
natural”, hasta llegar a evolucionar, sería para Kinji Imanishi o para, en otro extremo,
Mooto Kimura, aspectos esenciales de la teoría evolucionista inadmisibles. Para el
Japón, más amante de los términos armoniosos en la naturaleza, donde los seres se
apropian y se reparten colectivamente un mismo territorio practicando el mutualismo,
Darwin sería “demasiado occidental”. Desde este punto de vista oriental, la naturaleza
sería más maternal al favorecer la continuidad, la asistencia mutua y la estabilidad;mientras que Occidente habría desarrollado el frente contrario: un plano donde la
naturaleza silvestre y salvaje sería más bien un objeto del que huir, a la vez que dominar,
hacia una vida no natural. Velocidad de fuga, huida de lo primitivo, del origen donde
nunca estuvo el paraíso, hacia un futuro de progreso.
HUIR DE LOS ORIGENES A TODA PRISA.
Eso es el evolucionismo, una teoría que ha llegado a divinizar el tiempo, que ha roto el
sentido de comunidad favoreciendo el individualismo y que, en el polo de los pueblos,ha enseñado que la civilización se levanta sobre la ruptura de los orígenes, sobre la
traición a las tradiciones, sobre la colonización y muerte de lo salvaje, de la tierra
primordial. El mono es el recurso que el evolucionismo emplea para desligarse
rápidamente, por el progreso de los orígenes y de sus legados. Pues en lugar de un Dios
tendríamos en el inicio de la cadena de nuestros antepasados a un “monstruo” o, más
aún, materia inorgánica insensible. Para las religiones y formas espirituales antiguas,
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para los mitos, los orígenes son siempre los más puros y añorados: ese presente operante
en todo tiempo y lugar, que no necesita correr hacia ninguna parte. El presente, y no la
loca carrera hacia un punto omega como quería Teilhard de Chardin en una precipitada
adaptación de la teoría evolucionista, al cristianismo, ese presente divino en el que la
eternidad toca al tiempo...
Menos mal que, como ha dicho Heisenberg en Física y Filosofía, la nueva ciencia le ha
dado la razón al hombre antiguo, se la ha quitado al mecanicismo, al determinismo, y a
ese “Newton de la biología” llamado Darwin, y le ha estrechado la mano.
“Para la ciencia actual, desde la paleontología a la genética, pasando por la
bioquímica, no sólo nos faltaría para explicar la teoría evolucionista el eslabón perdido
entre el mono y el hombre, sino entre toda suerte de animales y plantas”.
¿EVOLUCION DE LAS ESPECIES?
“Si la evolución fuera una realidad, aparecerían “tipos intermedios” por todas partes,
dada la enorme variedad y complejidad de formas existentes, y además, con el
transcurso del tiempo, todos los seres tenderíamos a la “homogeneidad” pero la
enorme cantidad de fósiles encontrados no solo no rellenan los espacios vacíos, sino
que acentúan aun mas los perfiles fijos de cada tipo, que desde luego, permanecen en
sus trece sin querer evolucionar”.
por Carlos Galicia/Publicado en “Próximo Milenio”.
Qué es el evolucionismo: una teoría, un sistema, una hipótesis? -se preguntaba Teilhard
de Chardin en 1944-. Nada de eso, sino una realidad, mucho más: una condición general,
a la cual, en lo necesario, deberá uno plegarse” (History of the Conflict between
Religion and Science Pekín 1944, página 765). Y un científico de la talla de Jean
Rostand, hacia 1957, en el Figaro Literaire hacía esta memorable confesión: “Creo
firmemente, porque no veo en qué otra cosa podría creer, que los mamíferos provienen
de los lagartos, y los lagartos de los peces; pero afirmando o pensando esto, no puedo
ocultar la monstruosidad de semejante aserción y prefiero dejar en la duda el origen de
tales metamorfosis, antes que añadir a su improbabilidad la de una ridícula explicación
cualquiera”. Y sin embargo -como dice el epistemólogo Karl Popper-, “ni Darwin ni
ningún darwiniano ha dado hasta ahora ninguna verdadera explicación causal de la
evolución adaptativa de un solo organismo o un solo órgano determinado”. ¿Cómo se
explica entonces la vigencia y la omnipresencia de un dogma tal ante el cual nadie en su
sano juicio se atrevería hoy a discrepar? ¿Por qué “deberá uno plegarse” ante semejante
monstruosidad y hacer profesión de fe sin más? ¿Cómo se ha producido esta alucinación
colectiva? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí y a dónde se nos pretende llevar?
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EL CAMBIO DE PARADIGMA.
En primer lugar hay que decir que desde Aristóteles hasta el sueco Karl von Linne
(Lineo) a nadie se le habría ocurrido pensar en un “continuum” de formas orgánicas
encadenado una tras otra a todas las especies vivientes. Por eso, cuando Buffon,
Lamarck e incluso el propio Darwin hablaron de ello, apenas encontraron eco en lacomunidad científica de su época. Casi todos los biólogos y naturalistas de fines del
siglo XVIII y principios del XIX, creadores de ciencias como la Paleontología, así como
Lineo, Cuvier, Owen, Lyell, Hooker, Agassiz, Bronn, etc., eran partidarios del modelo
“tipológico”, y no porque fueran especialmente religiosos o creacionistas sino porque
aunque su sistema de tipos no pudiera dar solución (todavía) a todos los problemas
biológicos planteados, no obstante, era el suyo un modelo mucho más ajustado a la
realidad que los propuestos por los evolucionistas. Y esto es tan cierto como que las
críticas que hicieron en su día a Darwin, nunca refutadas, cobran hoy especial interés.
EL YACIMIENTO DE BURGESS.
Uno de los descubrimientos paleontológicos de este siglo es sin duda el yacimiento de
Burgess Shale (Columbia británica, Canadá), que ha venido a derribar todas las
conjeturas y esperanzas de la evolución enológica. Tal descubrimiento se produjo en
1909 auspiciado por el paleontólogo norteamericano Charles D. Walcott. En aquel
momento, y debido a los prejuicios evolucionistas, Walcott hizo una clasificación
“forzada” de los fósiles allí encontrados a fin de que pudieran encajar en la sistemática y
en el sentido evolutivo que exigía una diversificación lenta, gradual y progresiva de lasespecies. Posteriormente, y en virtud del prestigio que por entonces gozaba Walcott,
nadie se a atrevió a cuestionar su trabajo, hasta que en tiempos más recientes, gracias al
giro dado a los estudios paleoanatómicos por Harry Whittington y sus discípulos,
S.Conway y D. Briggs, el paleontólogo de Harvard Stephen Jay Gould llegó a realizar
en su magnífica obra Wonderful Life (1989) una nueva valoración del hallazgo.
Asemejándose más o recordando la idea creacionista de Cuvier, Gould incluye en su
trabajo el papel jugado en la historia de los seres vivos las grandes extinciones en masa
provocadas por cataclismos cíclicos. Algo nada desdeñable. Pues bien, todo aquello que
hasta hace pocos años parecía disparatado, propio de una mente enferma (grandes
explosiones de vida, seguida de un descenso rápido de la tasa de “fila” -linajes o grandesgrupos de organización de la vida-, seguida de un proceso diezmador, y enseguida de
otra explosión de vida) ha quedado sorprendentemente demostrado. Si a esto unimos la
circunstancia de que ni de la “sopa primordial”, ni de los “coacervados”, probiontes,
etc., no se encuentran rastros en las rocas más antiguas (desde China a Groenlandia), de
tres mil quinientos millones de años, y sí en cambio de algas ya formadas, el origen
autónomo de vida (abiogénesis) ha quedado descartado. Sin embargo, como era de
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esperar, este extraordinario acontecimiento ha pasado desapercibido para el gran
público. ¿Seguirá el mismo camino ese gran descubrimiento reciente de Atapuerca
(Burgos)? Quienes sí se han enterado son los biólogos darwinistas que recurren
constantemente a nuevos métodos (el Carbono 14, el Tandetron, Resonancia
Paramagnética, Termoluminiscencia, etc.) tratando de alargar el “tiempo de gracia”.
Sin embargo, ahí tenemos a las estrellas de mar, a los corales, a las ostras “con la misma
apariencia” -dice Simpson en The Meaning of Evolution- “e incluso el mismo sabor que
las que hoy se sirven en los restaurantes”. Lo mismo podemos decir de los primates que
llevan millones de años sin evolucionar. ¿A qué esperan pues para hacerlo? ¿No será
que las especies son “pancrónicas”, esto es, que aparecen de golpe, permanecen miles y
millones de años sin apenas sufrir variaciones (salvo las propias debidas a la adaptación,
que son siempre dentro de la especie e irrelevantes) y por fin desaparecen también de
golpe?
Si la evolución fuera una realidad, aparecerían “tipos intermedios” por todas partes, dadala enorme variedad y complejidad de formas existentes, y además, con el transcurso del
tiempo, todos los seres tenderíamos a la “homogeneidad”, pero la enorme cantidad de
fósiles encontrados no sólo no rellenan los espacios vacíos, sino que acentúan aún más
los perfiles fijos de cada tipo, que desde luego, permanecen en sus trece sin querer
evolucionar.
LOS FOSILES VIVIENTES.
Lo único que ya les faltaba a los evolucionistas era el hecho de que los pocos ehipotéticos “eslabones perdidos”, identificados en algunas especies fósiles desaparecidas
hace cientos de millones de años, volvieran un día a la vida para testimoniar no solo que
no han evolucionado nada durante tanto tiempo sino que su pretendida clasificación
como “especie intermedia” era totalmente errónea. Eso es lo que pasó con el Sphenodon,
con la Neopilina o con el Celacanto. Este último, un pez azulado de 1,80 metros y 90
kilos de peso, que vivió hace trescientos setenta millones de años y que se creía
desaparecido con los dinosaurios hace ochenta millones de años, fue pescado el 22 de
diciembre de 1938 en alta mar frente a East London (Africa del Sur, en las Islas
Comores). Se había pensado que, por la forma de sus aletas, parecidas a las patas de un
tetrápodo, constituiría por ello el “anillo entre los peces y los anfibios” más, ¡ohdesilusión¡, el celacanto (Latimeria Chalumae) no sólo no era capaz de dar un paso sino
que además sus órganos internos y su fisiología, no recordaba para nada a los anfibios.
Era simplemente eso... ¡un pez¡
“Es más cómodo seguir en la inercia manipuladora del sistema que conocer la verdad
de lo que sucede”.
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sido un montaje, tal y como había denunciado en su día el profesor de Berlín Rudolf
Virchow. Sin embargo, en aquel año de 1940 Europa estaba inmersa en la guerra, por lo
que nadie prestó demasiada atención a la confesión del arrepentido naturalista.
DAWSON Y CHARDIN
Charles Dawson, excavando desde 1911 en las gravas de Piltdown (Inglaterra), encontró
al siguiente año una gruesa bóveda craneal de diez a doce milímetros, pero de forma
netamente humana. En cuanto se difundió la noticia, enseguida acudieron al lugar sir
Smith Wooward y un jesuita francés, Tailhard de Chardin.
Por verdadera casualidad, nada más llegar este último personaje, Dawson descubrió una
mandíbula en el mismo sitio donde había estado trabajando dos años. Pero a pesar del
claro prognatismo, no se le concedió mayor importancia; y unos meses después se hizo
otro descubrimiento extraordinario: ¡al fin, “el eslabón perdido” era un simple caninosuelto! Y, ¿quién los encontró? El padre Pierre Teilhard de Chardin, naturalmente. Sir
Wooward atribuyó todos los fósiles al mismo individuo y lo llamó Eoanthro pues
Dawsoni Wooward, un verdadero “hombre-mono”. Pero no faltaron las contradicciones,
como la aportada, entre otros, por Friedericus, quien atribuyó el cráneo a un hombre
semejante al actual, en tanto que la mandíbula seguía perteneciendo a un antropoide que
llamó Boreo Pitecus. Además, este científico demostró que las distintas piezas del
rompecabezas no encajaban unas en otras. En 1950, el geólogo inglés Oakley, del
British Museum, utilizando el método del fluor, llegaba a la conclusión de que la
mandíbula y el cráneo eran de la misma época. Aquello acabó con los rumores. Todo parecía sentenciado, cuando en 1953 los científicos Weiner, Le Gros Clark y Oakey,
probando un nuevo método de fluor, llegaron al sorprendente y bochornoso parecer de
que la mandíbula era de un simio actual, pero tratada de un modo que a la vista parecía
fósil. Además, como ya había apuntado Friedericus, se habían roto los cóndilos de la
mandíbula con el fin de que no pudiera comprobarse el fraude. Al publicar el boletín del
British Museum (Bol.2, núm.3) tales conclusiones estalló el escándalo. Se llegaron a
realizar nuevas dataciones con el método del nitrógeno y la mandíbula puso tanta
sustancia orgánica como la de un cadáver actual. También se realizó un examen
microscópico de la superficie de desgaste de las piezas dentales y se probó que estaba
limada. Igualmente se comprobó que el color de la mandíbula había sido teñida con permanganato potásico. A propósito de este sonado caso, el etnólogo Jean Servier,
cuenta cómo Teodoro Monod tuvo la desfachatez de reprocharle el haber dejado en
evidencia a Teilhard de Chardin y denunciar el engaño en el que éste había incurrido.
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TEILHARD DE CHARDIN
Otro tanto ocurrió con el Sinántropo de Chu-kutien. En este caso también nos topamos
con nuestro esforzado jesuita, el padre Pierre, quien de nuevo «encontró» otro diente,
como en el caso anterior. Con este nuevo «hallazgo» se dirigió con rapidez a la
Foundatión Rockefeller, donde se le concedió una subvención de 20.000 dólares. Conaquel dinero aparecieron más cosas. Enseguida, los restos de útiles de manufacturas
líticas fueron atribuidas como pertenecientes a los restos de monos que allí mismo
encontraron. En 1932, todo quedaría explicado. En una cantera situada por encima del
pozo de las cenizas, se descubrieron tres esqueletos adultos con sus cráneos de
homosapiens, junto con hachas de piedra, rigurosamente idénticas a las que Teilhard de
Chardin, Black y sus ayudantes habían atribuido al Sinanthropus.
Teilhard de Chardin se implico directamente al menos en dos fraudes de los provocados
por los evolucionistas para probar sus teorías.
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INDICE:
CIENTIFICOS CONTRA DARWIN Y EL EVOLUCIONISMO.
EL TIEMPO, ESA CLAVE QUE TAMPOCO SE CUMPLE.
EL EVOLUCIONISMO EN EL JAPON.
HUIR DE LOS ORIGENES A TODA PRISA.
¿EVOLUCION DE LAS ESPECIES?
EL YACIMIENTO DE BURGESS.
EL CAMBIO DE PARADIGMA.
LOS FOSILES VIVIENTES.
FRAUDES EVOLUCIONISTAS