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El Evolucionismo ha muerto

y Darwin no ha estado en el entierro.

“El evolucionismo quiso ser una ciencia, pero no lo ha logrado. Desde que

en el siglo pasado Darwin fijara sus coordenadas fundamentales, losevolucionistas han ensayado toda suerte de artes, incluso las del engaño,

 para sacar adelante sus teorías. en vano. Hoy, el ultimo bastión en que se

apoyaba el sistema y su filosofía del progreso ha muerto”.

Publicado en “Próximo Milenio”

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EL EVOLUCIONISMO HA MUERTO Y

DARWIN NO HA ESTADO EN EL ENTIERRO.

“El evolucionismo quiso ser una ciencia, pero no lo ha logrado. Desde que en el siglo

 pasado Darwin fijara sus coordenadas fundamentales, los evolucionistas han ensayado

toda suerte de artes, incluso las del engaño, para sacar adelante sus teorías. en vano. Hoy, el ultimo bastión en que se apoyaba el sistema y su filosofía del progreso ha

muerto”.

Por Isidro Juan-Palacio/Publicado en “Próximo Milenio”.

Es frecuente notar en los ámbitos de la divulgación científica, en los terrenos más

 periféricos del debate de las ideas, en los lugares donde impera la prensa menos rigurosa

y contrastada, y donde las “verdades hechas” del sistema se imponen sin apelación

 posible a saber que las cosas pueden ser de otra manera; es corriente allí, como digo,tachar a quien defiende una posición no-evolucionista o antidarwiniana como

“acientífico” o como “anti-científico”, reduciendo enseguida su esquema a trasnochados

 postulados religiosos creacionistas “ya superados”. La mayoría de la gente tiende a

creer, por eso, que sólo los pensadores religiosos o tradicionales fieles a sus doctrinas

clásicas están en contra del evolucionismo en virtud de tales actitudes -irracionales- de

 pensamiento. Sin embargo, esa no es toda la verdad. Cada vez hay más “hombres de

ciencia” en un sentido estricto y, generalmente, situados en las vanguardias de las

investigaciones más sólidas y novedosas, que contradicen el axioma. La bioquímica, la

antropología, la nueva paleontología o la última biología, por no hablar de la genética,de la geología o de la nueva física, están aportando cada vez más nombres a este campo

de la crítica, estrictamente científica. Y lo curioso es que ya constituyen legión.

CIENTIFICOS CONTRA DARWIN Y EL EVOLUCIONISMO.

Rutilio Sermonti, hermano del mundialmente famoso Giuseppe Sermonti por sus

trabajos en la Universidad de Perugia, por la dirección de la revista internacional de

 biología Biology Forum y co-autor con el paleontólogo Roberto Fondi del definitivo

libro titulado Dopo Darwin (Más Allá de Darwin), es asímismo biólogo.

En un interesante opúsculo aún no traducido al español, Rutilio Sermonti publica en sus

 páginas un “breve” elenco de científicos adversarios del darwinismo y de las teorías

evolucionistas que, aunque silenciados en su mayoría, dieron muestras de una buena

agitación heterodoxa durante la pasada década en que Occidente celebrara el primer

centenario de la muerte del maestro. Por orden alfabético cita Sermonti a los siguientes.

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Acworth B. Grant Watson E.L. Nilsson H.

Bell-Dawson W. Herbert G.K. O’Toole G.B.

Betchell T. Kelley A.P. Raffaele F.

Bounoure L. Kleinschmidt O. Sermonti G.

Chance E. Kuhn O. Servier J.

Carazzi D. Lefevre J. Taylor G.Dewar D Lemoine P. Thomas M.

Diamare W. Marsh F.L. Vavilov N.J.

Fleischmann A. Mersone Davies L. Vuialleton L.

Fleming A. Moore J.N. Von Uexküll J.

Fano G. More L.T. Westenhofer M.

Fondi R. Murray D.

Con ser cualitativamente cuantiosa, la lista no es más que un botón de muestra. Y sin

exagerar, con varias décadas publicando la Rivista di Biologia arriba anotada, volumen

tras volumen, nuestra publicación no tendría páginas suficientes para mencionar tan sólo

los títulos y a los autores de los trabajos que allí se han venido reuniendo sobre el estado

crítico de esta cuestión. Lamentablemente casi nadie es consciente de este hecho,

 pasando, como es natural, desapercibido. Es más cómodo seguir en la inercia

manipuladora del sistema que conocer la verdad de lo que sucede. No importa, el último

de los muros del mecanicismo científico y de la filosofía del progreso está ya agrietado

irreparablemente.

Muy pocos saben, por otra parte, que al poco de salir publicado el Origen de las especiesde Charles Darwin, unos años después, su autor llegó a retractarse sobre el dato de la

llamada “selección natural”, aquella pieza básica en el entramado de la teoría que

 permitía explicar el mecanismo desencadenante o propiciatorio de la evolución. En

1871, Darwin escribió en su Descent of Man: “en las primeras ediciones de mi Origen

de las especies he atribuido probablemente demasiado a la acción de la selección natural

y de la supervivencia del más acto... creo que esto sea una de las más grandes

equivocaciones encontradas hasta ahora en mi trabajo...” A juzgar por los derroteros que

fue tomando la hipótesis darwinista y la teoría de la evolución, en las que ambos

 postulados acrecentaron aún más su importancia clave, puede afirmarse que los

mentores del evolucionismo que siguieron, defendieron o apoyaron a Darwin callaron

sospechosa e intencionadamente, manteniendo una falsedad dentro de los amplios

términos en que fue formulada, como en los últimos años de este siglo ha puesto de

manifiesto el embriólogo sueco S/oren L/ovtrup.

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EL TIEMPO, ESA CLAVE QUE TAMPOCO SE CUMPLE.

Otro de los aspectos del evolucionismo que tampoco ha conseguido resistir a la crítica

científica actual reside en la importancia que para la teoría evolutiva los darwinistas han

dado al tiempo. En efecto, para que la evolución, como ellos explican, pudiera haberse

ratificado, la Tierra, nuestro planeta, habría tenido que disponer de una antigüedad enmillones y millones de años que la nueva geología no puede aceptar. El científico

 británico Richard Milton, tras haber pasado veinte años recogiendo materiales y

realizando pruebas de investigación, llegó a presentar sus conclusiones dentro del marco

anual del congreso de la Asociación británica para el Avance de la Ciencia, de agosto de

1992. Su informe provocó un seísmo: la Tierra no tiene la edad de esos cientos, miles,

millones de millones de años necesarios para que haya podido permitir el pleno curso de

la evolución, mediante la selección natural, hasta llegar al hombre. Nuestro planeta, en

efecto, es mucho más joven, con lo que la teoría se hacía imposible. En la misma línea,

sir Melvin Cook, de la Universidad de Utah, mediante un método de datación

cronológica basado en el radiocarbono, llegó a demostrar idénticas aseveraciones que lasde Milton.

Otros libros podrían ser citados, como los del biólogo holandés Ouweneel. Y entre la

amplia panoplia de científicos que han rechazado la idea y la acción a seguir buscando el

“mítico” eslabón perdido podríamos nombrar a modo de ejemplo al paleontólogo Otto

Schindewolf, o a los biólogos George Simpson y Gordon Taylor, ambos estudiosos de

los fósiles de mamíferos. Para todos ellos no sólo nos faltaría el eslabón perdido entre el

mono y el hombre, sino entre toda suerte de animales y plantas. “La falta de formas de

transición es un fenómeno universal “-puntualizan-. De seguir, larga sería la lista en estalínea, que bien podríamos dejar provisionalmente cerrada con el biólogo de la

Universidad de Cambridge, Rupert Sheldrake, quien con sus aportaciones sobre los

campos morfogenéticos deja sin respiración a la teoría evolucionista.

El evolucionismo ha muerto, es cierto. Lo saben quienes, fieles todavía a algunas de las

 parcelas del Darwinismo, ya no pueden seguir manteniendo la evolución. Konrad

Lorenz llegó a escribir que, acaso, como mucho podría llegar a hablarse de

“mutaciones” y no de “evoluciones”. Pero al explicarse hería en pleno corazón al “mito

del iluminismo progresista” sobre el que filosóficamente basaba Darwin y todos los

evolucionistas sus especulaciones. La mutación genética -afirmaba el Premio Nobel demedicina austriaco-alemán- es posible, sin duda; sin embargo, se produce muy raras

veces en la naturaleza de los seres vivos (sólo una cada diez elevado a la octava

 potencia), y por regla general el resultado es casi, por no decir siempre, una anomalía,

con lo que el ser o el órgano u órganos nuevos que emergen suelen “empeorar” la fuente

o la especie de la que proceden o han nacido, siendo además, por lo común de las veces,

tales resultados inviables por su inadaptación al medio. De ahí que se haya alcanzado la

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máxima de las contradicciones en la teoría de la evolución, pues antes que referirnos a

ella, en su sentido literal, mejor sería hablar de “involución”. Tal vez por eso, del

inconsciente de Lorenz, brotaron simultáneamente a su obra científica, como etólogo

escritos culturales muy críticos sobre la decadencia que la humanidad occidental había

alcanzado con el progreso. Otros neo-darwinistas, como Stephen Jay Gould, de la

Universidad de Harvard, entonando un meritorio mea culpa, llega a sentenciar: nunca sellegará a encontrar el eslabón perdido porque, sencillamente, no existe. La evolución

continúa y por grados jamás ha podido ser demostrada.

“El tiempo es una de las claves en la teoría evolucionista. De hecho, para que pudiera

cumplirse, nuestro planeta tendría que tener una edad mucho mayor que la que en

realidad tiene, como han demostrado los científicos Richard Milton y Melvin Cook”.

EL EVOLUCIONISMO EN EL JAPON.

Un caso distinto es el representado por los científicos japoneses, para quienes Darwin

sería completamente inaceptable desde lo más básico de su teoría. La “lucha universal”,

la “competitividad”, la “lucha entre individuos de la misma especie”, por la “selección

natural”, hasta llegar a evolucionar, sería para Kinji Imanishi o para, en otro extremo,

Mooto Kimura, aspectos esenciales de la teoría evolucionista inadmisibles. Para el

Japón, más amante de los términos armoniosos en la naturaleza, donde los seres se

apropian y se reparten colectivamente un mismo territorio practicando el mutualismo,

Darwin sería “demasiado occidental”. Desde este punto de vista oriental, la naturaleza

sería más maternal al favorecer la continuidad, la asistencia mutua y la estabilidad;mientras que Occidente habría desarrollado el frente contrario: un plano donde la

naturaleza silvestre y salvaje sería más bien un objeto del que huir, a la vez que dominar,

hacia una vida no natural. Velocidad de fuga, huida de lo primitivo, del origen donde

nunca estuvo el paraíso, hacia un futuro de progreso.

HUIR DE LOS ORIGENES A TODA PRISA.

Eso es el evolucionismo, una teoría que ha llegado a divinizar el tiempo, que ha roto el

sentido de comunidad favoreciendo el individualismo y que, en el polo de los pueblos,ha enseñado que la civilización se levanta sobre la ruptura de los orígenes, sobre la

traición a las tradiciones, sobre la colonización y muerte de lo salvaje, de la tierra

 primordial. El mono es el recurso que el evolucionismo emplea para desligarse

rápidamente, por el progreso de los orígenes y de sus legados. Pues en lugar de un Dios

tendríamos en el inicio de la cadena de nuestros antepasados a un “monstruo” o, más

aún, materia inorgánica insensible. Para las religiones y formas espirituales antiguas,

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 para los mitos, los orígenes son siempre los más puros y añorados: ese presente operante

en todo tiempo y lugar, que no necesita correr hacia ninguna parte. El presente, y no la

loca carrera hacia un punto omega como quería Teilhard de Chardin en una precipitada

adaptación de la teoría evolucionista, al cristianismo, ese presente divino en el que la

eternidad toca al tiempo...

Menos mal que, como ha dicho Heisenberg en Física y Filosofía, la nueva ciencia le ha

dado la razón al hombre antiguo, se la ha quitado al mecanicismo, al determinismo, y a

ese “Newton de la biología” llamado Darwin, y le ha estrechado la mano.

“Para la ciencia actual, desde la paleontología a la genética, pasando por la

bioquímica, no sólo nos faltaría para explicar la teoría evolucionista el eslabón perdido

entre el mono y el hombre, sino entre toda suerte de animales y plantas”.

¿EVOLUCION DE LAS ESPECIES? 

“Si la evolución fuera una realidad, aparecerían “tipos intermedios” por todas partes,

dada la enorme variedad y complejidad de formas existentes, y además, con el

transcurso del tiempo, todos los seres tenderíamos a la “homogeneidad” pero la

enorme cantidad de fósiles encontrados no solo no rellenan los espacios vacíos, sino

que acentúan aun mas los perfiles fijos de cada tipo, que desde luego, permanecen en

 sus trece sin querer evolucionar”.

por Carlos Galicia/Publicado en “Próximo Milenio”.

Qué es el evolucionismo: una teoría, un sistema, una hipótesis? -se preguntaba Teilhard

de Chardin en 1944-. Nada de eso, sino una realidad, mucho más: una condición general,

a la cual, en lo necesario, deberá uno plegarse” (History of the Conflict between

Religion and Science Pekín 1944, página 765). Y un científico de la talla de Jean

Rostand, hacia 1957, en el Figaro Literaire hacía esta memorable confesión: “Creo

firmemente, porque no veo en qué otra cosa podría creer, que los mamíferos provienen

de los lagartos, y los lagartos de los peces; pero afirmando o pensando esto, no puedo

ocultar la monstruosidad de semejante aserción y prefiero dejar en la duda el origen de

tales metamorfosis, antes que añadir a su improbabilidad la de una ridícula explicación

cualquiera”. Y sin embargo -como dice el epistemólogo Karl Popper-, “ni Darwin ni

ningún darwiniano ha dado hasta ahora ninguna verdadera explicación causal de la

evolución adaptativa de un solo organismo o un solo órgano determinado”. ¿Cómo se

explica entonces la vigencia y la omnipresencia de un dogma tal ante el cual nadie en su

sano juicio se atrevería hoy a discrepar? ¿Por qué “deberá uno plegarse” ante semejante

monstruosidad y hacer profesión de fe sin más? ¿Cómo se ha producido esta alucinación

colectiva? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí y a dónde se nos pretende llevar?

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EL CAMBIO DE PARADIGMA.

En primer lugar hay que decir que desde Aristóteles hasta el sueco Karl von Linne

(Lineo) a nadie se le habría ocurrido pensar en un “continuum” de formas orgánicas

encadenado una tras otra a todas las especies vivientes. Por eso, cuando Buffon,

Lamarck e incluso el propio Darwin hablaron de ello, apenas encontraron eco en lacomunidad científica de su época. Casi todos los biólogos y naturalistas de fines del

siglo XVIII y principios del XIX, creadores de ciencias como la Paleontología, así como

Lineo, Cuvier, Owen, Lyell, Hooker, Agassiz, Bronn, etc., eran partidarios del modelo

“tipológico”, y no porque fueran especialmente religiosos o creacionistas sino porque

aunque su sistema de tipos no pudiera dar solución (todavía) a todos los problemas

 biológicos planteados, no obstante, era el suyo un modelo mucho más ajustado a la

realidad que los propuestos por los evolucionistas. Y esto es tan cierto como que las

críticas que hicieron en su día a Darwin, nunca refutadas, cobran hoy especial interés.

EL YACIMIENTO DE BURGESS.

Uno de los descubrimientos paleontológicos de este siglo es sin duda el yacimiento de

Burgess Shale (Columbia británica, Canadá), que ha venido a derribar todas las

conjeturas y esperanzas de la evolución enológica. Tal descubrimiento se produjo en

1909 auspiciado por el paleontólogo norteamericano Charles D. Walcott. En aquel

momento, y debido a los prejuicios evolucionistas, Walcott hizo una clasificación

“forzada” de los fósiles allí encontrados a fin de que pudieran encajar en la sistemática y

en el sentido evolutivo que exigía una diversificación lenta, gradual y progresiva de lasespecies. Posteriormente, y en virtud del prestigio que por entonces gozaba Walcott,

nadie se a atrevió a cuestionar su trabajo, hasta que en tiempos más recientes, gracias al

giro dado a los estudios paleoanatómicos por Harry Whittington y sus discípulos,

S.Conway y D. Briggs, el paleontólogo de Harvard Stephen Jay Gould llegó a realizar

en su magnífica obra Wonderful Life (1989) una nueva valoración del hallazgo.

Asemejándose más o recordando la idea creacionista de Cuvier, Gould incluye en su

trabajo el papel jugado en la historia de los seres vivos las grandes extinciones en masa

 provocadas por cataclismos cíclicos. Algo nada desdeñable. Pues bien, todo aquello que

hasta hace pocos años parecía disparatado, propio de una mente enferma (grandes

explosiones de vida, seguida de un descenso rápido de la tasa de “fila” -linajes o grandesgrupos de organización de la vida-, seguida de un proceso diezmador, y enseguida de

otra explosión de vida) ha quedado sorprendentemente demostrado. Si a esto unimos la

circunstancia de que ni de la “sopa primordial”, ni de los “coacervados”, probiontes,

etc., no se encuentran rastros en las rocas más antiguas (desde China a Groenlandia), de

tres mil quinientos millones de años, y sí en cambio de algas ya formadas, el origen

autónomo de vida (abiogénesis) ha quedado descartado. Sin embargo, como era de

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esperar, este extraordinario acontecimiento ha pasado desapercibido para el gran

 público. ¿Seguirá el mismo camino ese gran descubrimiento reciente de Atapuerca

(Burgos)? Quienes sí se han enterado son los biólogos darwinistas que recurren

constantemente a nuevos métodos (el Carbono 14, el Tandetron, Resonancia

Paramagnética, Termoluminiscencia, etc.) tratando de alargar el “tiempo de gracia”.

Sin embargo, ahí tenemos a las estrellas de mar, a los corales, a las ostras “con la misma

apariencia” -dice Simpson en The Meaning of Evolution- “e incluso el mismo sabor que

las que hoy se sirven en los restaurantes”. Lo mismo podemos decir de los primates que

llevan millones de años sin evolucionar. ¿A qué esperan pues para hacerlo? ¿No será

que las especies son “pancrónicas”, esto es, que aparecen de golpe, permanecen miles y

millones de años sin apenas sufrir variaciones (salvo las propias debidas a la adaptación,

que son siempre dentro de la especie e irrelevantes) y por fin desaparecen también de

golpe?

Si la evolución fuera una realidad, aparecerían “tipos intermedios” por todas partes, dadala enorme variedad y complejidad de formas existentes, y además, con el transcurso del

tiempo, todos los seres tenderíamos a la “homogeneidad”, pero la enorme cantidad de

fósiles encontrados no sólo no rellenan los espacios vacíos, sino que acentúan aún más

los perfiles fijos de cada tipo, que desde luego, permanecen en sus trece sin querer

evolucionar.

LOS FOSILES VIVIENTES.

Lo único que ya les faltaba a los evolucionistas era el hecho de que los pocos ehipotéticos “eslabones perdidos”, identificados en algunas especies fósiles desaparecidas

hace cientos de millones de años, volvieran un día a la vida para testimoniar no solo que

no han evolucionado nada durante tanto tiempo sino que su pretendida clasificación

como “especie intermedia” era totalmente errónea. Eso es lo que pasó con el Sphenodon,

con la Neopilina o con el Celacanto. Este último, un pez azulado de 1,80 metros y 90

kilos de peso, que vivió hace trescientos setenta millones de años y que se creía

desaparecido con los dinosaurios hace ochenta millones de años, fue pescado el 22 de

diciembre de 1938 en alta mar frente a East London (Africa del Sur, en las Islas

Comores). Se había pensado que, por la forma de sus aletas, parecidas a las patas de un

tetrápodo, constituiría por ello el “anillo entre los peces y los anfibios” más, ¡ohdesilusión¡, el celacanto (Latimeria Chalumae) no sólo no era capaz de dar un paso sino

que además sus órganos internos y su fisiología, no recordaba para nada a los anfibios.

Era simplemente eso... ¡un pez¡

“Es más cómodo seguir en la inercia manipuladora del sistema que conocer la verdad

de lo que sucede”.

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sido un montaje, tal y como había denunciado en su día el profesor de Berlín Rudolf

Virchow. Sin embargo, en aquel año de 1940 Europa estaba inmersa en la guerra, por lo

que nadie prestó demasiada atención a la confesión del arrepentido naturalista.

DAWSON Y CHARDIN

Charles Dawson, excavando desde 1911 en las gravas de Piltdown (Inglaterra), encontró

al siguiente año una gruesa bóveda craneal de diez a doce milímetros, pero de forma

netamente humana. En cuanto se difundió la noticia, enseguida acudieron al lugar sir

Smith Wooward y un jesuita francés, Tailhard de Chardin.

Por verdadera casualidad, nada más llegar este último personaje, Dawson descubrió una

mandíbula en el mismo sitio donde había estado trabajando dos años. Pero a pesar del

claro prognatismo, no se le concedió mayor importancia; y unos meses después se hizo

otro descubrimiento extraordinario: ¡al fin, “el eslabón perdido” era un simple caninosuelto! Y, ¿quién los encontró? El padre Pierre Teilhard de Chardin, naturalmente. Sir

Wooward atribuyó todos los fósiles al mismo individuo y lo llamó Eoanthro pues

Dawsoni Wooward, un verdadero “hombre-mono”. Pero no faltaron las contradicciones,

como la aportada, entre otros, por Friedericus, quien atribuyó el cráneo a un hombre

semejante al actual, en tanto que la mandíbula seguía perteneciendo a un antropoide que

llamó Boreo Pitecus. Además, este científico demostró que las distintas piezas del

rompecabezas no encajaban unas en otras. En 1950, el geólogo inglés Oakley, del

British Museum, utilizando el método del fluor, llegaba a la conclusión de que la

mandíbula y el cráneo eran de la misma época. Aquello acabó con los rumores. Todo parecía sentenciado, cuando en 1953 los científicos Weiner, Le Gros Clark y Oakey,

 probando un nuevo método de fluor, llegaron al sorprendente y bochornoso parecer de

que la mandíbula era de un simio actual, pero tratada de un modo que a la vista parecía

fósil. Además, como ya había apuntado Friedericus, se habían roto los cóndilos de la

mandíbula con el fin de que no pudiera comprobarse el fraude. Al publicar el boletín del

British Museum (Bol.2, núm.3) tales conclusiones estalló el escándalo. Se llegaron a

realizar nuevas dataciones con el método del nitrógeno y la mandíbula puso tanta

sustancia orgánica como la de un cadáver actual. También se realizó un examen

microscópico de la superficie de desgaste de las piezas dentales y se probó que estaba

limada. Igualmente se comprobó que el color de la mandíbula había sido teñida con permanganato potásico. A propósito de este sonado caso, el etnólogo Jean Servier,

cuenta cómo Teodoro Monod tuvo la desfachatez de reprocharle el haber dejado en

evidencia a Teilhard de Chardin y denunciar el engaño en el que éste había incurrido.

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TEILHARD DE CHARDIN

Otro tanto ocurrió con el Sinántropo de Chu-kutien. En este caso también nos topamos

con nuestro esforzado jesuita, el padre Pierre, quien de nuevo «encontró» otro diente,

como en el caso anterior. Con este nuevo «hallazgo» se dirigió con rapidez a la

Foundatión Rockefeller, donde se le concedió una subvención de 20.000 dólares. Conaquel dinero aparecieron más cosas. Enseguida, los restos de útiles de manufacturas

líticas fueron atribuidas como pertenecientes a los restos de monos que allí mismo

encontraron. En 1932, todo quedaría explicado. En una cantera situada por encima del

 pozo de las cenizas, se descubrieron tres esqueletos adultos con sus cráneos de

homosapiens, junto con hachas de piedra, rigurosamente idénticas a las que Teilhard de

Chardin, Black y sus ayudantes habían atribuido al Sinanthropus.

Teilhard de Chardin se implico directamente al menos en dos fraudes de los provocados

 por los evolucionistas para probar sus teorías.

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INDICE:

CIENTIFICOS CONTRA DARWIN Y EL EVOLUCIONISMO.

EL TIEMPO, ESA CLAVE QUE TAMPOCO SE CUMPLE.

EL EVOLUCIONISMO EN EL JAPON.

HUIR DE LOS ORIGENES A TODA PRISA.

¿EVOLUCION DE LAS ESPECIES? 

EL YACIMIENTO DE BURGESS.

EL CAMBIO DE PARADIGMA.

LOS FOSILES VIVIENTES.

FRAUDES EVOLUCIONISTAS