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    Todo análisis implica una promesa, cuyo contenido —

    conciencia, sentido, verdad— puede dejarse por ahora

    en suspenso.

    «Promesa» deriva de prometer. Y prometer es dar

    palabra, garantizar y aun asegurar y predecir, pero su

    sentido originario y más profundo es hacer salir

    adelante y dejar crecer. Construcciones en psicoan álisis

    (1937) es un artí culo que contiene también una

    promesa bajo la forma de una reflexión acerca delquehacer analí tico y su relación con la verdad.

    Que dicha promesa se cumpla en el texto, y más aún,

    en esa admirable novela-testamento, concluida en el

    exilio, que es Moisé s el hombre y la religi ó n monoteí  sta,

    no nos exime, en nuestra calidad de analistas y lectores

    de Freud, de prolongar su reflexión, como comentarioprimero, como pensamiento después. Ya que, a fin y al

    cabo, la talla de un gran pensador no sólo se mide por

    lo original y profundo de sus pensamientos, sino

    también por su capacidad de brindar materia para

    pensar.1

    Que el artí culo en cuestión comience citando la opinión

    de «un investigador meritorio», de cierto cientí fico, no

    nos parece casual. Pues a través de ella se dibuja, más

    allá   de un juicio banal respecto de la situación

    analí tica, lo que puede concluir acerca de ésta un

    observador externo: la existencia del poder del

    analista, del sometimiento del analizante, de la

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    petrificación de la verdad como acto puramente

    referencial que se enuncia en palabras pero que, en lo

    esencial, nada tiene que ver con ellas.

    Se tratarí a de una parodia de diálogo y de una parodia

    de verdad, que asume la forma de un monólogo

    fundado, en última instancia, en un saber anterior y

    absoluto.

    Esta visión no es sino aquella con la cual ese

    observador extemo caracteriza el fundamento trans-fenoménico de la situación analí tica: el lugar del

     sujeto-supuesto-saber.2  Pero con el lugar caracteriza

    también al ocupante y concluye en la identificación de

    ambos.

    Sin duda existen los dos, lugar y ocupante, pero lo

    decisivo, para la concepción del análisis y para lapráctica analí tica, es el modo de articulación entre

    ambos; y éste se define en función de una estructura

    cuyos polos son el ser y el estar.3 Basta que se pase de

    uno a otro para que el proceso analí tico vire ciento

    ochenta grados.

    Indudablemente el observador externo citado por

    Freud se confunde, y lee la articulación por el lado del

    ser, cuando deberí a leerla por el lado del estar.

    Confusión inocente; y, sin embargo, es suficiente pasar

    de la exterioridad de esa visión —y de lo que

    transparenta— al interior del proceso para comprobar

    que tal confusión existe realmente, y que gran parte de

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    la práctica analí tica se desarrolla en el nivel

    imaginario4 que ella posibilita. El analista se encuentra

    entonces ante la necesidad de pensar los fundamentos

    teóricos que hacen posible su práctica y el nivel de

    incidencia de los mismos. Esto es motivo también,

    precisamente, de tres enérgicas intervenciones por

    parte de Freud.

    La primera, para caracterizar el objetivo del trabajo

    analí tico como un suprimir-conservar la represión de

    forma siempre renovada. Al definir así   la relación

    trabajo analí tico-represión, Freud es fiel a la

    caracterización que de esta última hace en la

     Metapsicologí  a:  la esencia del proceso de la represión

    es impedir el devenir consciente. Vale decir que la

    represión excluye a la vez que conserva; lo excluido

    queda impreso en otro lugar y, en este sentido, terepresión, como proceso, imprime, en la doble acepción

    de imprimir algo e imprimir impulso.

    En su segunda intervención, Freud articula sí ntoma,

    olvido y represión: el sí ntoma es el sustituto de lo

    olvidado como consecuencia de la represión. ¿Por qué

    entonces lo olvidado y no lo reprimido? Ambos

    términos no se confunden en absoluto. Si Freud dice

    olvidado y no reprimido es, creemos, porque al mismo

    tiempo dice sí ntoma. Porque enfoca desde el sí ntoma,

    apunta a lo olvidado. Si enfocara desde la represión,

    apuntarí a a lo reprimido, pero para esto le harí a falta

    introducir un nuevo operador, el sentido, y éste, de

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    momento, permanece precisamente petrificado en el

    sí ntoma.

    Se puede decir que lo reprimido es ante todo laverdad.5 Pero es también, desde otro ángulo, el sentido

    como pura posibilidad, es decir, como perpetuo

    deslizamiento del sin-sentido bajo la barra de la

    represión. Así , leí do desde el sí ntoma, lo reprimido

    aparece como ya transformado en lo olvidado o,

    también, lo olvidado como nexo mediador entre lo

    reprimido y el sí ntoma.

    La tercera intervención es aquella en la que Freud se

    pregunta: «¿Qué   clase de materiales nos ofrece,

    aprovechando los cuales, podremos conducirlo al

    camino por el que ha de reconquistar los recuerdos

    perdidos?» La hemos citado completa, porque en ella

    Freud sintetiza los tres interrogantes que presiden el

    despliegue del texto y rigen, hasta cierto punto, cada

    una de las partes en las que está  dividido. Estos tres

    interrogantes son: ¿A partir de qué? ¿Cómo? ¿Hacia

    dónde?

    ¿A partir de qué? «De toda clase de cosas», responde

    Freud. Este es el material que brinda el analizante:

    «toda clase de cosas». Estas se inscriben, en principio,

    en dos grandes registros: lo que el analizante dice

    (relato de sus sueños, asociación libre) y lo que el

    analizante hace (repeticiones en su actuar). ¿Significa

    esto que hay un orden de la palabra y otro de la

    acción? En absoluto: significa que tanto el registro del

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    decir como el registro del hacer entran en el dominio

    de la palabra tal como ella es hablada en el seno de la

    lengua, es decir, en el dominio de la palabra y del

    lenguaje.

    Si la palabra pronunciada es siempre espera de la

    palabra que está   por pronunciarse, la palabra no

    pronunciada es la que aguarda en las acciones que el

    analizante realiza, que aguarda y que gobierna, lo que

    constituye uno de los modos de entender la repetición.

    «Toda clase de cosas» es aquello con lo que el analista

    trabaja: el conjunto, en el lí mite infinito, del material

    significante que el sujeto produce, lo cual significa que

    todo lo que produce reúne la doble caracterí stica de

    ser, potencialmente, equivalente y significante.

    Equivalente y significante: aquí   el valor de cambio

    elimina por completo al valor de uso. Cada palabra

    vale por su relación con las demás, su sentido no es

    nunca uní voco, y en último término simplemente no es,

    permanece en suspenso en el discurrir sin sentido del

    analizante, es decir, en el libre juego de los elementos

    de ese discurrir.

    Por eso la transferencia se inicia, en sentido estricto, en

    el momento en que el analizante acepta la regla

    fundamental,6 que consiste, precisamente, en que debe

    decir todo lo que se le ocurra (y no todo lo que sabe, ya

    que esto supondrí a una identidad entre decir y saber).

    Cuando el sujeto acepta decirlo todo, acepta también

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    que no sabe quién es ni qué desea, y por este camino se

    compromete en una búsqueda que tiene que ver con la

    verdad (verdad de su identidad, verdad de su deseo).

    Que el analizante acepte ese compromiso —sellado a

    través del pacto analí tico— significa que la primera

    acepción en que la verdad aparece en el proceso

    analí tico es la acepción hebrea: emet (verdad) tiene la

    misma raí z que emu-nah  (confianza, firmeza) y que

     amé n (verdaderamente, así  sea). Se trata de la verdad

    en relación con la promesa y con su cumplimiento, conalgo que se espera y que será.7

    «Decir todo lo que se le ocurra.» Esto es, ocurrencia de

    pequeñas ocasiones de casos significantes. «Caso»,

    etimológicamente, es «caí da», o sea, oportunidad para

    la intervención del analista. ¿Cómo? ¿Y hacia dónde?

    El texto ofrece aquí  sus mayores logros, pero también

    sus puntos más débiles. Porque Freud vacila entre la

    tierra prometida, que su obra posibilita, y que, sin

    embargo, no termina de alcanzar, y el viejo horizonte

    positivista del que partió   sin retorno posible. Freud

    dialoga con , dos interlocutores. Dialoga ante todo con

    sus sucesores, con los que se harán caigo de su obra, es

    decir, del psicoanálisis como nueva ciencia y como

    nuevo modo de cientificidad. Pero dialoga también con

    el interlocutor fantasmal que señala al inicio de su

    artí culo: el «investigador meritorio», el cientí fico

    clásico.

    Sin duda la meta —el «hacia dónde»— tiene que ver

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    con la verdad. Pero, ¿de qué   verdad se trata? La

    respuesta de Freud no es homogénea. Si tomamos su

    afirmación de que el objetivo es alcanzar «una imagen

    confiable e í ntegra en todas sus piezas esenciales», y

    acentuamos el peso decisivo que ahí    da a las

    construcciones del aaaiista, estamos ante el abordaje

    incorrecto del problema. Se trata aquí  de la verdad en

    la acepción esfcolástica: ventas, verdad que dice lo que

    es acerca de una realidad ya dada, verdad como

    adecuación del intelecto y de la cosa, verdad comorigor y exactitud. Incorrecto porque enfoca la cuestión

    desde el analista y por lo tanto desde el saber, lo cual

    no significa que, por mera inversión, abordar desde el

    analizante pase a ser lo correcto. Lo decisivo no está ni

    en uno ni en otro, sino en lo que  pasa entre ambos, y

    ello con toda la ambigüedad de la palabra. Pues Freud

    no ignora que se trata de un trabajo en común ni lo

    que hay de común en tal trabajo. Que hable de dos

    escenarios, de dos personajes y de dos tareas no

    excluye el hecho de que ese trabajo a dos sólo pueda

    entenderse —so pena de permanecer en el plano de lo

    puramente imaginario—, en referencia al tercer punto,

    que lo articula a la vez que lo funda y lo hace posible:

    represión y fantasma, repetición y diferencia, recuerdo

    y olvido, y, en última instancia, inconsciente y lenguaje,

    «inconsciente estructurado como un lenguaje», lugar

    de la verdad. «Verdad histórica», dice Freud, y por

    este solo enunciado nos exige interpretar esa

    modalización de la verdad. ¿Verdad que funda la

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    historia o verdad producida en el seno de la historia?

    Ambas cosas: y, si esto puede parecer una paradoja, no

    será sino una más de las que encierra el psicoanálisis

    como nuevo modo de pensar.

    En cualquier caso, es la verdad que se produce en la

    constitución histórica del sujeto al mismo tiempo que la

    verdad que lo sujeta como eslabón a la infinita cadena

    de la especie. En cuanto a la historia, es aquella escrita,

    conservada y borrada en el fantasma, es la que se sigue

    escribiendo en el curso del análisis y, sobre todo, la que

    está por escribirse. Pero verdad e historia son también

    promesa y dialéctica, dialéctica de lo ya allí , de lo

    nuevo y de lo a-posteriori.

    Freud sostiene que la construcción es conjetura y aun

    delirio, afirmación audaz y brillante y, sin embargo,

    perfectamente coherente, tan pronto se piensa en la

    equivalencia entre la falla de la represión originaria en

    el psicótico y la ausencia de represión en el analista; el

    artí culo de Freud afirma que el analista no ha

    reprimido nada de lo que interesa, es decir, de lo que

    está en juego, pero también el analista está en el juego

    desde el principio.

    La construcción es el saber del analista respecto del

    analizante, armada a partir de fragmentos que surgen

    de la desestructuración del fantasma y de la estructura

    de la teorí a. El problema del analista es qué hacer con

    esas construcciones, lo cual nos devuelve al segundo

    interrogante: ¿Cómo operar en el análisis? Si

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    comunica su construcción al analizante, ocupa con ella

    el lugar que la desestructuración del fantasma deja

    vací o, el lugar, precisamente, donde la verdad puede

    emerger. Verdad que el analista no puede decir, que

    únicamente puede simular, ya que su palabra es sólo

    verosí mil.

    Su modo de operar, entonces, es acatar, en su

    intervención respecto de la palabra del analizante, el

    paralelo que Freud marca entre la regla fundamental y

    la atención (igualmente) flotante. Esto significa que si

    el libre discurrir del analizante brinda la ocurrencia de

    pequeñas ocasiones de casos significantes, entonces la

    única intervención posible del analista es la

    interpretación. La interpretación, en efecto, no ocupa

    espacio, porque es puntual: es un punto singular en la

    curva compleja que trazan las palabras del analizante.Un punto singular en una curva es un punto de

    inflexión. En ese lugar algo ocurre, porque un cambio

    se produce, una modificación en relación con la

    repetición y con la represión. La interpretación es

    también, desde nuestra perspectiva, el punto en el cual

    emerge la promesa como promesa de conciencia, desentido y de verdad. Promesa que no es cumplimiento,

    ya que al analista únicamente le corresponde crear las

    condiciones que posibiliten un acontecimiento que sólo

    el analizante podrá cumplir.

    De este modo, la verdad asume el sentido que tiene en

    la acepción griega  aletheia,  y agregaremos también

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     poiesis:  verdad como descubrimiento y verdad como

    producción y como creación poética. Al unir las

    acepciones hebrea y griega tendremos, a nuestro juicio,

    el sentido más profundo de la verdad en psicoanálisis.

    Porque al fin y al cabo, la f órmula de Lacan («lo

    inconsciente está   estructurado como un lenguaje»)8

    significa la crí tica radical a la identificación entre

    saber y verdad. Al mismo tiempo, la eliminación —

    implicada en la f órmula— de todo elemento refe-

    rencial en el lenguaje marca los rasgos distintivos de la

    verdad en el campo analí tico: verdad en sentido auto-

    referencial, como inmanente al lenguaje y como

    consistencia de la palabra. Esta concepción de la

    verdad es también una concepción del análisis:

    plantear la verdad como promesa y, a través de la

    interpretación, como fulguración significante,descubrimiento y creación, no es sólo una formulación

    teórica. Su aceptación o su rechazo marcan de modo

    decisivo las diferencias en la práctica.

    Hemos caracterizado la interpretación como punto de

    inñexión, como punto donde algo ocurre, donde un

    cambio tiene lugar. ¿Qué ocurrencia, qué cambio? Un

    acontecimiento. Pero precisamente la intervención

    interpretativa del analista hace posible el

    descubrimiento y la producción de un acontecimiento.

    Mas el tiempo de la intervención y el tiempo del

    acontecimiento no coinciden. La intervención puede o

    no cristalizar en un acontecimiento, pero éste exige

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    para su cristalización un trabajo insistente y

    continuado. Ese trabajo tiene un nombre en

    psicoanálisis (durcharbeiten)  y un lugar en la

    estructura del proceso analí tico (lo inconsciente del

    analizante). Es ésta una ilustración ejemplar de hasta

    qué punto la interpretación es tangencial respecto de la

    inflexión que acaso genere.

    El acontecimiento puede o no suceder, pero si sucede lo

    hace siempre en una trama compleja que incluye lo ya

    allí , lo nuevo y lo a-posteriori. En su cristalización no

    es nunca lineal: algo se revela como «ya estando allí »,

    es lo acontecido del acontecimiento. Pero lo acontecido

    es letra inerte, letra que insiste sin llegar a existir,

    repetición. Y la repetición es para Freud aquello que

    impide el recuerdo a la vez que constituye una forma

    del mismo. La repetición implica, por así  decirlo, quelas cosas no sean recordadas y, a la vez, que no sean

    olvidadas. Para que ese insistir de lo acontecido

    alcance su existencia, algo nuevo debe advenir a él y

    arrancarlo de la inercia uniforme de su movimiento.

    Ese algo nuevo es el sentido. En este punto la presencia

    de lo ausente se escinde en presente y en pasado. Lo a-posteriori es el acontecer mismo, el movimiento en

    virtud del cual el sentido, como «advenir presentante»,

    se hace cargo de lo acontecido y lo constituye (lo hace

    historia) como acontecimiento.

    Los elementos en juego son solidarios entre sí , ya que

    lo descubierto como acontecido es inseparable de lo

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    que lo produce como acontecimiento. La  aletheia  es

    indisociable de la poiesis, así  como de la promesa que

    encuentra en ambas su cumplimiento, siempre

    evanescente y siempre fugaz. Pero el acontecimiento se

    mueve también con relación a tres coordenadas

    básicas: represión, repetición y olvido/recuerdo. Dos

    frases de Freud sobre el tema nos han llamado la

    atención: aquella que ya señalamos, en la que dice que

    el sí ntoma, como consecuencia de la represión, es el

    sustituto de lo olvidado, y, en especial, la que cierra elartí culo al hablar de la verdad histórica, referida no ya

    al individuo sino a la humanidad, en relación a la

    «represión de los tiempos originarios olvidados»

    (Verdr ä gung vergessener Urzeiten).

    Parecerí a más lógico que Freud hablara ya sea de

    «represión de los tiempos originarios», ya de «tiemposoriginarios olvidados». Sin embargo, une ambas

    expresiones y plantea así  un problema que exige una

    interpretación. Supongamos que, en relación al

    esquema propuesto, decimos que el acontecimiento

    tiene estructura de recuerdo. ¿Lo olvidado serí a

    entonces lo reprimido? Esta simetrí a, ya lo se

    ñalamos,

    nos parece falsa.

    Lo olvidado serí a, más bien, consecuencia de lo

    acontecido, pero a condición de que el sentido sea

    situado del lado de la represión, como aquello que

    siempre está por efectuarse a partir del sin-sentido, en

    perpetuo deslizamiento bajo la barra de la represión.

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    Ese deslizamiento constituye lo reprimido por

    excelencia. Por eso la operación analí tica es dialéctica

    en su relación con la represión: la suprime a la vez que

    la conserva siempre de forma renovada. Wieder

     aufheben dice Freud al definir el objetivo del trabajo

    analí tico. En esta perspectiva, no hay simetrí a sino

    articulación: el olvido y lo olvidado pueden ser

    considerados como el nexo mediador entre lo

    reprimido y el recuerdo. Nexo mediador debe

    entenderse en sentido estricto, porque, cuando todopasa al campo de lo olvidado, no hay recuerdo posible.

    Cuando todo ha caí do en el olvido —lethé —,  no hay

     aletheia ni  poiesis posibles. Es el lí mite de la promesa y

    el lí mite del análisis. Para comprender esto debemos

    dirigirnos a la última de las coordenadas (la

    repetición), ya que la frontera aludida es precisamente

    la repetición en su aspecto último, en su forma más

    pura.

    Para entender la repetición es preciso distinguir en ella

    lo  repetido del repetidor. La distinción es el margen de

    una diferencia posible, cuya anulación es el lí mite antes

    señ

    alado. Lo repetido de la repetició

    n es el fantasma ylo que en él se dirime en términos de identidad y de

    deseo. En cambio, el repetidor es el sujeto mismo.

    En esta perspectiva, el proceso analí tico consiste en

    señalar la diferencia entre lo repetido y el repetidor, por

    medio de dos operaciones solidarias: desestructuración

    del fantasma e intervención interpretativa. De este

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    modo, el sujeto puede hacerse cargo de lo repetido bajo

    la forma de acontecimiento a la vez que como escritura

    de su historia.

    En el caso de los fantasmas originarios,  repetido  y

     repetidor  coinciden de tal manera que no hay ya

    diferencia posible: lo  repetido es  el  repetidor  mismo.

    Aquí  —en el ámbito de los fantasmas originarios—

    todo pasa al campo de lo olvidado, que es, en definitiva,

    el propio sujeto, en tanto producto de la historia de la

    especie, cuya verdad —dice Freud— siempre termina

    por imponerse.

    Recordar serí a —en este marco— aniquilarse, ya que

    la única forma de concebir el recuerdo así  delimitado

    es como eterno retorno, y, por lo tanto, como clausura

    de toda identidad y de todo deseo, pues la eternidad

    que aquí  retorna es la de la especie, que harí a estallar

    al individuo, excluyéndolo de cualquier historia

    posible. Es el proceso inverso de aquel que caracteriza

    Freud en ese pasaje admirable de El yo y el ello, donde

    discurre sobre la dialéctica de lo intemporal en el

    tiempo: «De este modo en el Ello, que es capaz de ser

    heredado, están almacenados vestigios de las

    existencias llevadas adelante por incontables egos

    anteriores; y cuando el Yo forma su Super Yo a partir

    del Ello quizá   sólo esté   reviviendo imágenes de egos

    extinguidos y les esté   asegurando una resurrección.»

    Pasaje que en sí  sólo exigirí a otro trabajo. Nos limi-

    taremos a un último comentario del párrafo final de

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    Construcciones en psicoan álisis:  «represión de los

    tiempos originarios olvidados» (Verdr ä gung

    vergessener Urzeiten). A nuestro juicio, estamos ante

    una formulación muy precisa de la represión

    originaria, que puede definirse, a partir de esta frase,

    como la ú nica en la que hay represión de un aconteci-

    miento y, por lo mismo, la ú nica  en la cual no hay

    retorno de lo reprimido, ya que este retorno serí a,

    como dijimos, eterno retorno. Eterno retorno... o

    locura.

    Este es el punto en el cual el sujeto cesa de ser una

    totalidad, para asegurarse su sola forma posible de

    existencia: la de sujeto escindido. Es así  mismo el lí mite

    de la repetición y el lí mite también de la promesa y del

    análisis. Si el analista desconoce ese lí mite, que es

    también el suyo, pasa a ser el genitor omnipotente acuya imagen y semejanza deberá   conformarse el

    analizante. Si lo reconoce, acepta sus propios lí mites.

    Es el momento de desvanecerse en silencio, de concluir

    un camino para que otro sea posible. Es el fin del

    análisis. ¿Con qué  palabras sintetizar este fin? Nada

    mejor que la frase de Goethe tantas veces citada porFreud:

    Was du erebt von deinen Vatem hast,

     Erwirb es, um es w besitzen.

    (Lo que has heredado d etus padres,

    Conquí stalo, a fin de poseerlo)

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    1 Hay lugar aquí  para señalar que este parágrafo se articula con

    la totalidad del complejo problema de la lectura y la escritura.

    Problema tanto más acuciante cuanto que no sólo atañe a la

    teorí a psicoanalí tica sino a la esencia del análisis mismo, almenos tal como hoy lo entendemos a partir de la obra lacaniana.

    2  El término  sujeto-supuesto-saber  se ha conservado como

    traducción literal del correspondiente término francés  [sujet-

     supposé-savoir), a pesar de la violencia que supone para nuestro

    idioma, porque es así  como se usa en las discusiones habituales

    acerca de la concepción lacaniana. Que el nombre de Lacan no

    haya sido citado en este punto, así  como en muchos otros que le

    son tributarios, no debe entenderse como un caso de «ingratitud

    intelectual», sino como testimonio de que su obra ha producido

    tal impacto en el pensar analí tico contemporáneo, que el

    ejercicio reiterado de las citas nominales nos ha parecido

    superfluo.

    3  Estos polos, claramente diferenciados en las concepciones

    freudiana y lacaniana, se benefician en nuestro idioma de una

    diferencia semántica, que duplica y agudiza la correspondiente

    diferencia conceptual.4  Cada vez que el lector encuentre  el  término imaginario, tendrá

    presente, como es natural, la referencia a la tópica -Real-Imaginario-Simbólico- en la que reposa.

    5  Véase al respecto La instancia de la letra en el inconsciente,  y,

    especialmente, los pasajes que se refieren al tema de la verdad.

    Desde una perspectiva rigurosamente filosófica, Heidegger

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    también apunta en este sentido, sobre todo en el artí culo que

    consagra a un fragmento de Heráclito, bajo el tí tulo de

    «Aletheia». El uso que hacemos de términos como poiesis, lethé y

     aletheia, se inspira en gran medida en sus desarrollos.

    6 A la clásica pregunta por el inicio del proceso analí tico —que es

    una de las formas de interrogar por su temporalidad— la

    respuesta que nos parece estructuralmente más concreta es que

    comienza con el pacto analí tico. Este, en efecto, entendido como

    explicitación y aceptación de la regla fundamental e instauración

    de su correlato en la atención (igualmente) flotante, constituye

    mucho más que una regla o una ley: Es un verdadero axioma

    fundamental encarnado, que no sólo ordena los avalares futuros

    del proceso analí tico, sino que confiere rango de historia de

    modo retroactivo (Nachtrag) a sus momentos previos.

    7  La brevedad del tiempo acordado a nuestra intervención nos

    impidió   entonces poner de manifiesto las sutilezas de la

    concepción hebrea de la verdad, concepción que, por ser menos

    familiar a nuestra cultura que las correspondientes concepciones

    griega y latina, hací a necesaria esta expli cación. La palabra

     Emet  (verdad en hebreo) está  compuesta por las letras inicial

    (Aleph), medial (Men) y final (Tav) del alfabeto hebreo. De estemodo, su significado se conecta con  Em  (madre, origen) si

    tomamos las letras iniciales, con Mavet (muerte) a través de Met

    (muerto) por sus letras finales, y con Tam  (perfección) por

    inversión de las mismas. Así , para la interpretación cabalí stica,

    la palabra que en hebreo significa verdad puede entenderse

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    como el pasaje desde el principio al fin (de la  Aleph a la Tav), a

    través y alrededor de un punto medial (Men).  También puede

    concebirse como el hecho de que la verdad (Emet) es lo que está

    entre el origen (Em) y el final (Met y  Mavet), Por último, y porinversión de sus componentes, como la perfección última del

     Aleph, (Aleph-Tam), que es figura de Dios y del hombre.

    Este juego con el Verbo en la tradición cabalí stica de la cultura

    hebrea, que es quizá   más escritural que f ónico, resulta en

    muchos aspectos fascinante. No sólo trabaja con palabras sino

    también con letras y en ocasiones con fragmentos de las mismas.Desde esta perspectiva, donde nominar y ser son equivalentes si

    no idénticos, hay un verdadero juego de espejos entre Dios y el

    hombre (el mundo inferior como reflejo del mundo superior y

    viceversa), a la vez que cada uno puede considerarse memoria y

    recuerdo del otro.

    Pensamos que las reflexiones que anteceden pueden co-rrelacionarse con el tema del poder que el analista extrae del

    lugar que ocupa. Este poder puede asumir formas diversas, que

    se ordenan, hasta cierto punto, alrededor de las coordenadas

    temporales. De esta manera, una de esas formas, que tiene que

    ver con el pasado, se estructura como un saber del analista

    anterior a la palabra del analizante.

    Rara de observar en la clí nica, vinculada a la psicosis y capaz, en

    el lí mite, de adquirir aspectos terrorí ficos, esta forma de poder

    parece vinculada con las construcciones, sobre todo cuando éstas

    llegan a constituir en su conjunto una continua inyección de

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    supuestos fantasmas inconscientes. Mucho más frecuente en sus

    manifestaciones es el poder que emana de la facultad que el

    analista posee de decidir acerca del sentido de lo que

    «actualmente digo», donde la actualidad del decir y de ladecisión designan al presente como coordenada temporal

    dominante y a la interpretación como operación privilegiada.

    Hay por último una forma de poder vinculada al futuro: la de

    conservar cada palabra pronunciada y aun cada rasgo, es decir

    cada letra de la misma, en una especie de memoria absoluta y

    por lo tanto inhumana. Menos manifiesta que la forma anterior

    es, a pesar de ello, más temible que aquélla, ya que, al fin y al

    cabo, siempre puedo oponer mi interpretación, por débil y

    sospechosa que sea, a la que el analista formula. Pero en lo que

    se refiere a palabras lanzadas al azar de un discurrir que se

    supone libre, ¿cómo saber el modo —tal vez insensato, tal vez

    pleno de sentido oculto— en el que serán ordenadas y en el que

    se conservarán «para la eternidad o para el fuego»?

    Véase al respecto el pasaje del Discurso de Roma, donde Lacan

    examina el papel de registro y testigo que desempeña el analista;

    asimismo la admirable creación de Borges en «Funes el

    memorioso».

    8 Este axiona, central en la concepción lacaniana, a fuerza de serrepetido por epí gonos y epí gonos de epí gonos, corre el riesgo de

    convertirse (si es que no se ha convertido ya) en mera f órmula,

    en aquello mismo que Lacan señalaba a propósito de una frase

    de Mallarmé: «Moneda cuyo anverso y cuyo reverso no

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    muestran ya sino figuras borrosas y que se pasa de mano en

    mano “en silencio”.» El único modo de devolverle el valor que le

    corresponde es reflexionar una y otra vez sobre él,

    interrogándolo a fondo en tanto constituye (materia para pensar.

    Se han señalado las múltiples posibilidades de interpretación que

    ofrece el «está   estructurado como» del axioma: identidad,

    equivalencia, isomorfismo, metáfora o analogí a.

    El propio Lacan zanja en parte la cuestión, ya que en

    «Radiophonie» dice explí citamente «que el lenguaje es la

    condición del inconsciente» (Scilicet, n.° 2/3, Seuil, p. 58).

    Como quiera que sea, y aunque el punto anterior no deja de ser

    importante, el aspecto decisivo parece estar en otro lugar; esto

    es, en profundizar qué entiende Lacan por lenguaje: elucidación

    no realizada todaví a y que es previa a toda discusión acerca de la

    relación inconsciente/lenguaje. No creemos que existan dudas

    acerca del valor central del lenguaje en la obra lacaniana. Sin

    embargo, el modo de considerarlo no es homogéneo, ya que al

    menos dos concepciones del mismo se despliegan en ella: una

    concepción poético-retórica y una lógico-matemática.

    La mayorí a de los desarrollos del Discurso de Roma, verdadera

    obra de ruptura de Lacan, corresponden a la primera

    concepción, mientras que la idea de una lógica del significante y

    de un álgebra del sujeto, con sus pertinentes desarrollos,

    corresponden a la segunda. A veces, ambas concepciones

    convergen. Un buen ejemplo de dicha convergencia es  La

    instancia de la letra en el inconsciente. No creemos que en el

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    estado actual de sistematización de la obra lacaniana, pueda

    emitirse un juicio definitivo acerca de las posibles concepciones

    del lenguaje que hay en ella, así  como de su congruencia mutua.

    Esta tarea es, sin embargo, básica, si queremos entender yprolongar lo que feacan dice y no meramente repetir lo que

    Lacan ha dicho.