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jorgebelinsky
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8/18/2019 El análisis como promesa.doc
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Todo análisis implica una promesa, cuyo contenido —
conciencia, sentido, verdad— puede dejarse por ahora
en suspenso.
«Promesa» deriva de prometer. Y prometer es dar
palabra, garantizar y aun asegurar y predecir, pero su
sentido originario y más profundo es hacer salir
adelante y dejar crecer. Construcciones en psicoan álisis
(1937) es un artí culo que contiene también una
promesa bajo la forma de una reflexión acerca delquehacer analí tico y su relación con la verdad.
Que dicha promesa se cumpla en el texto, y más aún,
en esa admirable novela-testamento, concluida en el
exilio, que es Moisé s el hombre y la religi ó n monoteí sta,
no nos exime, en nuestra calidad de analistas y lectores
de Freud, de prolongar su reflexión, como comentarioprimero, como pensamiento después. Ya que, a fin y al
cabo, la talla de un gran pensador no sólo se mide por
lo original y profundo de sus pensamientos, sino
también por su capacidad de brindar materia para
pensar.1
Que el artí culo en cuestión comience citando la opinión
de «un investigador meritorio», de cierto cientí fico, no
nos parece casual. Pues a través de ella se dibuja, más
allá de un juicio banal respecto de la situación
analí tica, lo que puede concluir acerca de ésta un
observador externo: la existencia del poder del
analista, del sometimiento del analizante, de la
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petrificación de la verdad como acto puramente
referencial que se enuncia en palabras pero que, en lo
esencial, nada tiene que ver con ellas.
Se tratarí a de una parodia de diálogo y de una parodia
de verdad, que asume la forma de un monólogo
fundado, en última instancia, en un saber anterior y
absoluto.
Esta visión no es sino aquella con la cual ese
observador extemo caracteriza el fundamento trans-fenoménico de la situación analí tica: el lugar del
sujeto-supuesto-saber.2 Pero con el lugar caracteriza
también al ocupante y concluye en la identificación de
ambos.
Sin duda existen los dos, lugar y ocupante, pero lo
decisivo, para la concepción del análisis y para lapráctica analí tica, es el modo de articulación entre
ambos; y éste se define en función de una estructura
cuyos polos son el ser y el estar.3 Basta que se pase de
uno a otro para que el proceso analí tico vire ciento
ochenta grados.
Indudablemente el observador externo citado por
Freud se confunde, y lee la articulación por el lado del
ser, cuando deberí a leerla por el lado del estar.
Confusión inocente; y, sin embargo, es suficiente pasar
de la exterioridad de esa visión —y de lo que
transparenta— al interior del proceso para comprobar
que tal confusión existe realmente, y que gran parte de
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la práctica analí tica se desarrolla en el nivel
imaginario4 que ella posibilita. El analista se encuentra
entonces ante la necesidad de pensar los fundamentos
teóricos que hacen posible su práctica y el nivel de
incidencia de los mismos. Esto es motivo también,
precisamente, de tres enérgicas intervenciones por
parte de Freud.
La primera, para caracterizar el objetivo del trabajo
analí tico como un suprimir-conservar la represión de
forma siempre renovada. Al definir así la relación
trabajo analí tico-represión, Freud es fiel a la
caracterización que de esta última hace en la
Metapsicologí a: la esencia del proceso de la represión
es impedir el devenir consciente. Vale decir que la
represión excluye a la vez que conserva; lo excluido
queda impreso en otro lugar y, en este sentido, terepresión, como proceso, imprime, en la doble acepción
de imprimir algo e imprimir impulso.
En su segunda intervención, Freud articula sí ntoma,
olvido y represión: el sí ntoma es el sustituto de lo
olvidado como consecuencia de la represión. ¿Por qué
entonces lo olvidado y no lo reprimido? Ambos
términos no se confunden en absoluto. Si Freud dice
olvidado y no reprimido es, creemos, porque al mismo
tiempo dice sí ntoma. Porque enfoca desde el sí ntoma,
apunta a lo olvidado. Si enfocara desde la represión,
apuntarí a a lo reprimido, pero para esto le harí a falta
introducir un nuevo operador, el sentido, y éste, de
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momento, permanece precisamente petrificado en el
sí ntoma.
Se puede decir que lo reprimido es ante todo laverdad.5 Pero es también, desde otro ángulo, el sentido
como pura posibilidad, es decir, como perpetuo
deslizamiento del sin-sentido bajo la barra de la
represión. Así , leí do desde el sí ntoma, lo reprimido
aparece como ya transformado en lo olvidado o,
también, lo olvidado como nexo mediador entre lo
reprimido y el sí ntoma.
La tercera intervención es aquella en la que Freud se
pregunta: «¿Qué clase de materiales nos ofrece,
aprovechando los cuales, podremos conducirlo al
camino por el que ha de reconquistar los recuerdos
perdidos?» La hemos citado completa, porque en ella
Freud sintetiza los tres interrogantes que presiden el
despliegue del texto y rigen, hasta cierto punto, cada
una de las partes en las que está dividido. Estos tres
interrogantes son: ¿A partir de qué? ¿Cómo? ¿Hacia
dónde?
¿A partir de qué? «De toda clase de cosas», responde
Freud. Este es el material que brinda el analizante:
«toda clase de cosas». Estas se inscriben, en principio,
en dos grandes registros: lo que el analizante dice
(relato de sus sueños, asociación libre) y lo que el
analizante hace (repeticiones en su actuar). ¿Significa
esto que hay un orden de la palabra y otro de la
acción? En absoluto: significa que tanto el registro del
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decir como el registro del hacer entran en el dominio
de la palabra tal como ella es hablada en el seno de la
lengua, es decir, en el dominio de la palabra y del
lenguaje.
Si la palabra pronunciada es siempre espera de la
palabra que está por pronunciarse, la palabra no
pronunciada es la que aguarda en las acciones que el
analizante realiza, que aguarda y que gobierna, lo que
constituye uno de los modos de entender la repetición.
«Toda clase de cosas» es aquello con lo que el analista
trabaja: el conjunto, en el lí mite infinito, del material
significante que el sujeto produce, lo cual significa que
todo lo que produce reúne la doble caracterí stica de
ser, potencialmente, equivalente y significante.
Equivalente y significante: aquí el valor de cambio
elimina por completo al valor de uso. Cada palabra
vale por su relación con las demás, su sentido no es
nunca uní voco, y en último término simplemente no es,
permanece en suspenso en el discurrir sin sentido del
analizante, es decir, en el libre juego de los elementos
de ese discurrir.
Por eso la transferencia se inicia, en sentido estricto, en
el momento en que el analizante acepta la regla
fundamental,6 que consiste, precisamente, en que debe
decir todo lo que se le ocurra (y no todo lo que sabe, ya
que esto supondrí a una identidad entre decir y saber).
Cuando el sujeto acepta decirlo todo, acepta también
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que no sabe quién es ni qué desea, y por este camino se
compromete en una búsqueda que tiene que ver con la
verdad (verdad de su identidad, verdad de su deseo).
Que el analizante acepte ese compromiso —sellado a
través del pacto analí tico— significa que la primera
acepción en que la verdad aparece en el proceso
analí tico es la acepción hebrea: emet (verdad) tiene la
misma raí z que emu-nah (confianza, firmeza) y que
amé n (verdaderamente, así sea). Se trata de la verdad
en relación con la promesa y con su cumplimiento, conalgo que se espera y que será.7
«Decir todo lo que se le ocurra.» Esto es, ocurrencia de
pequeñas ocasiones de casos significantes. «Caso»,
etimológicamente, es «caí da», o sea, oportunidad para
la intervención del analista. ¿Cómo? ¿Y hacia dónde?
El texto ofrece aquí sus mayores logros, pero también
sus puntos más débiles. Porque Freud vacila entre la
tierra prometida, que su obra posibilita, y que, sin
embargo, no termina de alcanzar, y el viejo horizonte
positivista del que partió sin retorno posible. Freud
dialoga con , dos interlocutores. Dialoga ante todo con
sus sucesores, con los que se harán caigo de su obra, es
decir, del psicoanálisis como nueva ciencia y como
nuevo modo de cientificidad. Pero dialoga también con
el interlocutor fantasmal que señala al inicio de su
artí culo: el «investigador meritorio», el cientí fico
clásico.
Sin duda la meta —el «hacia dónde»— tiene que ver
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con la verdad. Pero, ¿de qué verdad se trata? La
respuesta de Freud no es homogénea. Si tomamos su
afirmación de que el objetivo es alcanzar «una imagen
confiable e í ntegra en todas sus piezas esenciales», y
acentuamos el peso decisivo que ahí da a las
construcciones del aaaiista, estamos ante el abordaje
incorrecto del problema. Se trata aquí de la verdad en
la acepción esfcolástica: ventas, verdad que dice lo que
es acerca de una realidad ya dada, verdad como
adecuación del intelecto y de la cosa, verdad comorigor y exactitud. Incorrecto porque enfoca la cuestión
desde el analista y por lo tanto desde el saber, lo cual
no significa que, por mera inversión, abordar desde el
analizante pase a ser lo correcto. Lo decisivo no está ni
en uno ni en otro, sino en lo que pasa entre ambos, y
ello con toda la ambigüedad de la palabra. Pues Freud
no ignora que se trata de un trabajo en común ni lo
que hay de común en tal trabajo. Que hable de dos
escenarios, de dos personajes y de dos tareas no
excluye el hecho de que ese trabajo a dos sólo pueda
entenderse —so pena de permanecer en el plano de lo
puramente imaginario—, en referencia al tercer punto,
que lo articula a la vez que lo funda y lo hace posible:
represión y fantasma, repetición y diferencia, recuerdo
y olvido, y, en última instancia, inconsciente y lenguaje,
«inconsciente estructurado como un lenguaje», lugar
de la verdad. «Verdad histórica», dice Freud, y por
este solo enunciado nos exige interpretar esa
modalización de la verdad. ¿Verdad que funda la
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historia o verdad producida en el seno de la historia?
Ambas cosas: y, si esto puede parecer una paradoja, no
será sino una más de las que encierra el psicoanálisis
como nuevo modo de pensar.
En cualquier caso, es la verdad que se produce en la
constitución histórica del sujeto al mismo tiempo que la
verdad que lo sujeta como eslabón a la infinita cadena
de la especie. En cuanto a la historia, es aquella escrita,
conservada y borrada en el fantasma, es la que se sigue
escribiendo en el curso del análisis y, sobre todo, la que
está por escribirse. Pero verdad e historia son también
promesa y dialéctica, dialéctica de lo ya allí , de lo
nuevo y de lo a-posteriori.
Freud sostiene que la construcción es conjetura y aun
delirio, afirmación audaz y brillante y, sin embargo,
perfectamente coherente, tan pronto se piensa en la
equivalencia entre la falla de la represión originaria en
el psicótico y la ausencia de represión en el analista; el
artí culo de Freud afirma que el analista no ha
reprimido nada de lo que interesa, es decir, de lo que
está en juego, pero también el analista está en el juego
desde el principio.
La construcción es el saber del analista respecto del
analizante, armada a partir de fragmentos que surgen
de la desestructuración del fantasma y de la estructura
de la teorí a. El problema del analista es qué hacer con
esas construcciones, lo cual nos devuelve al segundo
interrogante: ¿Cómo operar en el análisis? Si
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comunica su construcción al analizante, ocupa con ella
el lugar que la desestructuración del fantasma deja
vací o, el lugar, precisamente, donde la verdad puede
emerger. Verdad que el analista no puede decir, que
únicamente puede simular, ya que su palabra es sólo
verosí mil.
Su modo de operar, entonces, es acatar, en su
intervención respecto de la palabra del analizante, el
paralelo que Freud marca entre la regla fundamental y
la atención (igualmente) flotante. Esto significa que si
el libre discurrir del analizante brinda la ocurrencia de
pequeñas ocasiones de casos significantes, entonces la
única intervención posible del analista es la
interpretación. La interpretación, en efecto, no ocupa
espacio, porque es puntual: es un punto singular en la
curva compleja que trazan las palabras del analizante.Un punto singular en una curva es un punto de
inflexión. En ese lugar algo ocurre, porque un cambio
se produce, una modificación en relación con la
repetición y con la represión. La interpretación es
también, desde nuestra perspectiva, el punto en el cual
emerge la promesa como promesa de conciencia, desentido y de verdad. Promesa que no es cumplimiento,
ya que al analista únicamente le corresponde crear las
condiciones que posibiliten un acontecimiento que sólo
el analizante podrá cumplir.
De este modo, la verdad asume el sentido que tiene en
la acepción griega aletheia, y agregaremos también
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poiesis: verdad como descubrimiento y verdad como
producción y como creación poética. Al unir las
acepciones hebrea y griega tendremos, a nuestro juicio,
el sentido más profundo de la verdad en psicoanálisis.
Porque al fin y al cabo, la f órmula de Lacan («lo
inconsciente está estructurado como un lenguaje»)8
significa la crí tica radical a la identificación entre
saber y verdad. Al mismo tiempo, la eliminación —
implicada en la f órmula— de todo elemento refe-
rencial en el lenguaje marca los rasgos distintivos de la
verdad en el campo analí tico: verdad en sentido auto-
referencial, como inmanente al lenguaje y como
consistencia de la palabra. Esta concepción de la
verdad es también una concepción del análisis:
plantear la verdad como promesa y, a través de la
interpretación, como fulguración significante,descubrimiento y creación, no es sólo una formulación
teórica. Su aceptación o su rechazo marcan de modo
decisivo las diferencias en la práctica.
Hemos caracterizado la interpretación como punto de
inñexión, como punto donde algo ocurre, donde un
cambio tiene lugar. ¿Qué ocurrencia, qué cambio? Un
acontecimiento. Pero precisamente la intervención
interpretativa del analista hace posible el
descubrimiento y la producción de un acontecimiento.
Mas el tiempo de la intervención y el tiempo del
acontecimiento no coinciden. La intervención puede o
no cristalizar en un acontecimiento, pero éste exige
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para su cristalización un trabajo insistente y
continuado. Ese trabajo tiene un nombre en
psicoanálisis (durcharbeiten) y un lugar en la
estructura del proceso analí tico (lo inconsciente del
analizante). Es ésta una ilustración ejemplar de hasta
qué punto la interpretación es tangencial respecto de la
inflexión que acaso genere.
El acontecimiento puede o no suceder, pero si sucede lo
hace siempre en una trama compleja que incluye lo ya
allí , lo nuevo y lo a-posteriori. En su cristalización no
es nunca lineal: algo se revela como «ya estando allí »,
es lo acontecido del acontecimiento. Pero lo acontecido
es letra inerte, letra que insiste sin llegar a existir,
repetición. Y la repetición es para Freud aquello que
impide el recuerdo a la vez que constituye una forma
del mismo. La repetición implica, por así decirlo, quelas cosas no sean recordadas y, a la vez, que no sean
olvidadas. Para que ese insistir de lo acontecido
alcance su existencia, algo nuevo debe advenir a él y
arrancarlo de la inercia uniforme de su movimiento.
Ese algo nuevo es el sentido. En este punto la presencia
de lo ausente se escinde en presente y en pasado. Lo a-posteriori es el acontecer mismo, el movimiento en
virtud del cual el sentido, como «advenir presentante»,
se hace cargo de lo acontecido y lo constituye (lo hace
historia) como acontecimiento.
Los elementos en juego son solidarios entre sí , ya que
lo descubierto como acontecido es inseparable de lo
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que lo produce como acontecimiento. La aletheia es
indisociable de la poiesis, así como de la promesa que
encuentra en ambas su cumplimiento, siempre
evanescente y siempre fugaz. Pero el acontecimiento se
mueve también con relación a tres coordenadas
básicas: represión, repetición y olvido/recuerdo. Dos
frases de Freud sobre el tema nos han llamado la
atención: aquella que ya señalamos, en la que dice que
el sí ntoma, como consecuencia de la represión, es el
sustituto de lo olvidado, y, en especial, la que cierra elartí culo al hablar de la verdad histórica, referida no ya
al individuo sino a la humanidad, en relación a la
«represión de los tiempos originarios olvidados»
(Verdr ä gung vergessener Urzeiten).
Parecerí a más lógico que Freud hablara ya sea de
«represión de los tiempos originarios», ya de «tiemposoriginarios olvidados». Sin embargo, une ambas
expresiones y plantea así un problema que exige una
interpretación. Supongamos que, en relación al
esquema propuesto, decimos que el acontecimiento
tiene estructura de recuerdo. ¿Lo olvidado serí a
entonces lo reprimido? Esta simetrí a, ya lo se
ñalamos,
nos parece falsa.
Lo olvidado serí a, más bien, consecuencia de lo
acontecido, pero a condición de que el sentido sea
situado del lado de la represión, como aquello que
siempre está por efectuarse a partir del sin-sentido, en
perpetuo deslizamiento bajo la barra de la represión.
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Ese deslizamiento constituye lo reprimido por
excelencia. Por eso la operación analí tica es dialéctica
en su relación con la represión: la suprime a la vez que
la conserva siempre de forma renovada. Wieder
aufheben dice Freud al definir el objetivo del trabajo
analí tico. En esta perspectiva, no hay simetrí a sino
articulación: el olvido y lo olvidado pueden ser
considerados como el nexo mediador entre lo
reprimido y el recuerdo. Nexo mediador debe
entenderse en sentido estricto, porque, cuando todopasa al campo de lo olvidado, no hay recuerdo posible.
Cuando todo ha caí do en el olvido —lethé —, no hay
aletheia ni poiesis posibles. Es el lí mite de la promesa y
el lí mite del análisis. Para comprender esto debemos
dirigirnos a la última de las coordenadas (la
repetición), ya que la frontera aludida es precisamente
la repetición en su aspecto último, en su forma más
pura.
Para entender la repetición es preciso distinguir en ella
lo repetido del repetidor. La distinción es el margen de
una diferencia posible, cuya anulación es el lí mite antes
señ
alado. Lo repetido de la repetició
n es el fantasma ylo que en él se dirime en términos de identidad y de
deseo. En cambio, el repetidor es el sujeto mismo.
En esta perspectiva, el proceso analí tico consiste en
señalar la diferencia entre lo repetido y el repetidor, por
medio de dos operaciones solidarias: desestructuración
del fantasma e intervención interpretativa. De este
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modo, el sujeto puede hacerse cargo de lo repetido bajo
la forma de acontecimiento a la vez que como escritura
de su historia.
En el caso de los fantasmas originarios, repetido y
repetidor coinciden de tal manera que no hay ya
diferencia posible: lo repetido es el repetidor mismo.
Aquí —en el ámbito de los fantasmas originarios—
todo pasa al campo de lo olvidado, que es, en definitiva,
el propio sujeto, en tanto producto de la historia de la
especie, cuya verdad —dice Freud— siempre termina
por imponerse.
Recordar serí a —en este marco— aniquilarse, ya que
la única forma de concebir el recuerdo así delimitado
es como eterno retorno, y, por lo tanto, como clausura
de toda identidad y de todo deseo, pues la eternidad
que aquí retorna es la de la especie, que harí a estallar
al individuo, excluyéndolo de cualquier historia
posible. Es el proceso inverso de aquel que caracteriza
Freud en ese pasaje admirable de El yo y el ello, donde
discurre sobre la dialéctica de lo intemporal en el
tiempo: «De este modo en el Ello, que es capaz de ser
heredado, están almacenados vestigios de las
existencias llevadas adelante por incontables egos
anteriores; y cuando el Yo forma su Super Yo a partir
del Ello quizá sólo esté reviviendo imágenes de egos
extinguidos y les esté asegurando una resurrección.»
Pasaje que en sí sólo exigirí a otro trabajo. Nos limi-
taremos a un último comentario del párrafo final de
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Construcciones en psicoan álisis: «represión de los
tiempos originarios olvidados» (Verdr ä gung
vergessener Urzeiten). A nuestro juicio, estamos ante
una formulación muy precisa de la represión
originaria, que puede definirse, a partir de esta frase,
como la ú nica en la que hay represión de un aconteci-
miento y, por lo mismo, la ú nica en la cual no hay
retorno de lo reprimido, ya que este retorno serí a,
como dijimos, eterno retorno. Eterno retorno... o
locura.
Este es el punto en el cual el sujeto cesa de ser una
totalidad, para asegurarse su sola forma posible de
existencia: la de sujeto escindido. Es así mismo el lí mite
de la repetición y el lí mite también de la promesa y del
análisis. Si el analista desconoce ese lí mite, que es
también el suyo, pasa a ser el genitor omnipotente acuya imagen y semejanza deberá conformarse el
analizante. Si lo reconoce, acepta sus propios lí mites.
Es el momento de desvanecerse en silencio, de concluir
un camino para que otro sea posible. Es el fin del
análisis. ¿Con qué palabras sintetizar este fin? Nada
mejor que la frase de Goethe tantas veces citada porFreud:
Was du erebt von deinen Vatem hast,
Erwirb es, um es w besitzen.
(Lo que has heredado d etus padres,
Conquí stalo, a fin de poseerlo)
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1 Hay lugar aquí para señalar que este parágrafo se articula con
la totalidad del complejo problema de la lectura y la escritura.
Problema tanto más acuciante cuanto que no sólo atañe a la
teorí a psicoanalí tica sino a la esencia del análisis mismo, almenos tal como hoy lo entendemos a partir de la obra lacaniana.
2 El término sujeto-supuesto-saber se ha conservado como
traducción literal del correspondiente término francés [sujet-
supposé-savoir), a pesar de la violencia que supone para nuestro
idioma, porque es así como se usa en las discusiones habituales
acerca de la concepción lacaniana. Que el nombre de Lacan no
haya sido citado en este punto, así como en muchos otros que le
son tributarios, no debe entenderse como un caso de «ingratitud
intelectual», sino como testimonio de que su obra ha producido
tal impacto en el pensar analí tico contemporáneo, que el
ejercicio reiterado de las citas nominales nos ha parecido
superfluo.
3 Estos polos, claramente diferenciados en las concepciones
freudiana y lacaniana, se benefician en nuestro idioma de una
diferencia semántica, que duplica y agudiza la correspondiente
diferencia conceptual.4 Cada vez que el lector encuentre el término imaginario, tendrá
presente, como es natural, la referencia a la tópica -Real-Imaginario-Simbólico- en la que reposa.
5 Véase al respecto La instancia de la letra en el inconsciente, y,
especialmente, los pasajes que se refieren al tema de la verdad.
Desde una perspectiva rigurosamente filosófica, Heidegger
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también apunta en este sentido, sobre todo en el artí culo que
consagra a un fragmento de Heráclito, bajo el tí tulo de
«Aletheia». El uso que hacemos de términos como poiesis, lethé y
aletheia, se inspira en gran medida en sus desarrollos.
6 A la clásica pregunta por el inicio del proceso analí tico —que es
una de las formas de interrogar por su temporalidad— la
respuesta que nos parece estructuralmente más concreta es que
comienza con el pacto analí tico. Este, en efecto, entendido como
explicitación y aceptación de la regla fundamental e instauración
de su correlato en la atención (igualmente) flotante, constituye
mucho más que una regla o una ley: Es un verdadero axioma
fundamental encarnado, que no sólo ordena los avalares futuros
del proceso analí tico, sino que confiere rango de historia de
modo retroactivo (Nachtrag) a sus momentos previos.
7 La brevedad del tiempo acordado a nuestra intervención nos
impidió entonces poner de manifiesto las sutilezas de la
concepción hebrea de la verdad, concepción que, por ser menos
familiar a nuestra cultura que las correspondientes concepciones
griega y latina, hací a necesaria esta expli cación. La palabra
Emet (verdad en hebreo) está compuesta por las letras inicial
(Aleph), medial (Men) y final (Tav) del alfabeto hebreo. De estemodo, su significado se conecta con Em (madre, origen) si
tomamos las letras iniciales, con Mavet (muerte) a través de Met
(muerto) por sus letras finales, y con Tam (perfección) por
inversión de las mismas. Así , para la interpretación cabalí stica,
la palabra que en hebreo significa verdad puede entenderse
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como el pasaje desde el principio al fin (de la Aleph a la Tav), a
través y alrededor de un punto medial (Men). También puede
concebirse como el hecho de que la verdad (Emet) es lo que está
entre el origen (Em) y el final (Met y Mavet), Por último, y porinversión de sus componentes, como la perfección última del
Aleph, (Aleph-Tam), que es figura de Dios y del hombre.
Este juego con el Verbo en la tradición cabalí stica de la cultura
hebrea, que es quizá más escritural que f ónico, resulta en
muchos aspectos fascinante. No sólo trabaja con palabras sino
también con letras y en ocasiones con fragmentos de las mismas.Desde esta perspectiva, donde nominar y ser son equivalentes si
no idénticos, hay un verdadero juego de espejos entre Dios y el
hombre (el mundo inferior como reflejo del mundo superior y
viceversa), a la vez que cada uno puede considerarse memoria y
recuerdo del otro.
Pensamos que las reflexiones que anteceden pueden co-rrelacionarse con el tema del poder que el analista extrae del
lugar que ocupa. Este poder puede asumir formas diversas, que
se ordenan, hasta cierto punto, alrededor de las coordenadas
temporales. De esta manera, una de esas formas, que tiene que
ver con el pasado, se estructura como un saber del analista
anterior a la palabra del analizante.
Rara de observar en la clí nica, vinculada a la psicosis y capaz, en
el lí mite, de adquirir aspectos terrorí ficos, esta forma de poder
parece vinculada con las construcciones, sobre todo cuando éstas
llegan a constituir en su conjunto una continua inyección de
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supuestos fantasmas inconscientes. Mucho más frecuente en sus
manifestaciones es el poder que emana de la facultad que el
analista posee de decidir acerca del sentido de lo que
«actualmente digo», donde la actualidad del decir y de ladecisión designan al presente como coordenada temporal
dominante y a la interpretación como operación privilegiada.
Hay por último una forma de poder vinculada al futuro: la de
conservar cada palabra pronunciada y aun cada rasgo, es decir
cada letra de la misma, en una especie de memoria absoluta y
por lo tanto inhumana. Menos manifiesta que la forma anterior
es, a pesar de ello, más temible que aquélla, ya que, al fin y al
cabo, siempre puedo oponer mi interpretación, por débil y
sospechosa que sea, a la que el analista formula. Pero en lo que
se refiere a palabras lanzadas al azar de un discurrir que se
supone libre, ¿cómo saber el modo —tal vez insensato, tal vez
pleno de sentido oculto— en el que serán ordenadas y en el que
se conservarán «para la eternidad o para el fuego»?
Véase al respecto el pasaje del Discurso de Roma, donde Lacan
examina el papel de registro y testigo que desempeña el analista;
asimismo la admirable creación de Borges en «Funes el
memorioso».
8 Este axiona, central en la concepción lacaniana, a fuerza de serrepetido por epí gonos y epí gonos de epí gonos, corre el riesgo de
convertirse (si es que no se ha convertido ya) en mera f órmula,
en aquello mismo que Lacan señalaba a propósito de una frase
de Mallarmé: «Moneda cuyo anverso y cuyo reverso no
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muestran ya sino figuras borrosas y que se pasa de mano en
mano “en silencio”.» El único modo de devolverle el valor que le
corresponde es reflexionar una y otra vez sobre él,
interrogándolo a fondo en tanto constituye (materia para pensar.
Se han señalado las múltiples posibilidades de interpretación que
ofrece el «está estructurado como» del axioma: identidad,
equivalencia, isomorfismo, metáfora o analogí a.
El propio Lacan zanja en parte la cuestión, ya que en
«Radiophonie» dice explí citamente «que el lenguaje es la
condición del inconsciente» (Scilicet, n.° 2/3, Seuil, p. 58).
Como quiera que sea, y aunque el punto anterior no deja de ser
importante, el aspecto decisivo parece estar en otro lugar; esto
es, en profundizar qué entiende Lacan por lenguaje: elucidación
no realizada todaví a y que es previa a toda discusión acerca de la
relación inconsciente/lenguaje. No creemos que existan dudas
acerca del valor central del lenguaje en la obra lacaniana. Sin
embargo, el modo de considerarlo no es homogéneo, ya que al
menos dos concepciones del mismo se despliegan en ella: una
concepción poético-retórica y una lógico-matemática.
La mayorí a de los desarrollos del Discurso de Roma, verdadera
obra de ruptura de Lacan, corresponden a la primera
concepción, mientras que la idea de una lógica del significante y
de un álgebra del sujeto, con sus pertinentes desarrollos,
corresponden a la segunda. A veces, ambas concepciones
convergen. Un buen ejemplo de dicha convergencia es La
instancia de la letra en el inconsciente. No creemos que en el
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estado actual de sistematización de la obra lacaniana, pueda
emitirse un juicio definitivo acerca de las posibles concepciones
del lenguaje que hay en ella, así como de su congruencia mutua.
Esta tarea es, sin embargo, básica, si queremos entender yprolongar lo que feacan dice y no meramente repetir lo que
Lacan ha dicho.