El Anillo Del Nibelungo - Richard Wagner

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    El Anillo del NibelungoRichard Wagner

    Todos los Derechos Reservados.

    Libro de Publicacin Electrnica.

    Diagramacin: Vulpini-book.

    Octubre, 2015.

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    Presentacin

    El Oro del Rin, La Valquiria, Sigifrido y El Ocaso de losDioses, son las cuatro partes que integran este libro es-

    crito por Richard Wagner. Una apasionante historia que

    inicia con el oro del Rin, una masa aurfera que descansa

    en el fondo del ro; despus de robarla se forja con ella

    un anillo mgico que concede a su portador el poder de

    dominar el mundo, siempre y cuando asuma el precio de

    la maldicin que lo obligar a renunciar al amor. El ena-

    no nibelungo Alberich ser quien, al sentirse despechado

    por las hijas del Rin, unas ondinas que custodian el oro,

    decidir asumir la maldicin, robar el oro y forjar el ani-

    llo. Diversos seres mticos luchan despus por la pose-

    sin del anillo, incluido Wotan (Odn), el lder de los dio-

    ses. El plan de Wotan para superar sus limitaciones, quese extiende por generaciones, es el motor de gran parte

    de la historia. Despus, el hroe Sigfrido gana el anillo

    como pretenda Wotan, pero acaba siendo traicionado y

    asesinado. Finalmente, la valquiria Brunilda (amante de

    Sigfrido e hija desleal de Wotan) devuelve el anillo al Rin.

    Durante el proceso, los dioses son destruidos.

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    Presentacin 7

    I. El Oro del Rhin 11

    II. La Walkyria 30

    III. Sigfried 52

    IV. El Crepsculo de los Dioses 74

    Bigrafa: Richard Wagner 94

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    Desde la antigua fuente de los siglos la clara luz de

    la aurora y la verdosa del atardecer iluminan las aguasdel viejo Rhin, que bordean las selvas de la agreste Ger-

    mania. Cuando los rayos rasantes del sol doran las aguas

    parece brotar del fondo del cauce sombro una extraa

    cancin. Los fresnos y las encinas que trepan las em-

    pinadas riberas son los testigos del instante mgico. La

    paz y la soledad del anochecer son propicias al encanta-miento de las aguas que corren presurosas a volcarse en

    el brumoso mar; slo los pjaros sorprenden al silencio

    con sus cantos.

    Una roca escarpada emerge del centro de la corriente;

    a su alrededor la meloda se oye clara y ntida. Cantan las

    ondinas, las hijas del viejo ro, mientras velan un tesoro

    escondido en el peasco: el oro brillante, cuya posesinconcede la riqueza, la herencia del mundo y el podero

    sin lmites.

    Wotan, el primero de los dioses nrdicos, protege a

    las ondinas que da y noche custodian el tesoro; un ene-

    migo oculto y artero acecha el instante propicio para ro-

    barlo y disputar a los dioses el dominio del mundo.

    I.EL ORO DEL RHIN

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    En el inundo celeste ele las nubes y las nieblas moran

    los dioses. Un palacio etreo, reluciente y fantstico, ha

    sido construido por la raza de los gigantes por orden y

    deseo de Wotan; por ello, ha contrado un compromisocon esa raza y el pacto ha sido inscripto en el asta hecha

    del fresno inmortal que sostiene al mundo. Son las ru-

    nas, que Wotan deber cumplir a pesar de su destino.

    Los dioses aguardan impacientes la terminacin del pa-

    lacio para habitarlo y protegerse del manto opaco de la

    noche.

    Sobre la tierra enverdecida por bosques y prados; con

    sus ros, nieve endurecida en invierno y corriente abun-

    dosa en verano, est el dominio de los gigantes, Rcsen-

    hein, an no hecho suyo por los hombres. En las entraas

    de la tierra, en sus senos oscuros y sombros mora una

    raza de enanos, sin belleza y sin bondad, los Nibelungos;

    su reino es Nibelhein. Welgunda, Floshilda y Woglinda son las ondinas que

    entonan todas las tardes su cancin al viejo Rhin. Cuan-

    do la ltima llamarada del sol alumbra al ro parece que

    las aguas se incendiaran alrededor de la roca sagrada. La

    corriente parece un ascua movible un instante; luego la

    sombra cae sobre las aguas, y la niebla desciende oscure-

    cindolo todo hasta la jornada siguiente. El enano Alberico decide salir del fondo negro de su

    reino y conquistar una ondina, cuyos cabellos de brillo

    broncneo y ojos de agua verdosa suea con mostrar a la

    envidia de los Nibelungos. Pequeo y horrible, viviendo

    en un dominio sin luz y sin alegra, tiene el alma cegada

    de amargura. La envidia a la raza de los dioses lo corroe.

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    Aspira a derribar la maravillosa fbrica de nubes que les

    han construdo los gigantes y, erigindose en rey de los

    Nibelungos, dominar al universo todo.

    El enano no puede lograr ser amado; jams dulce demujer que supiera a mieles halag su odo. Surgiendo

    del reino de las sombras contempla desde las altas ro-

    cas el correr libre de las aguas bordeadas de mrgenes

    boscosas. Le llega el canto de las hijas del Rhin; en las

    aguas brillan los torsos y otan las cabelleras de las be-

    llas guar- dianas. Se arroja al agua y las persigue.

    La fealdad y la torpeza de Alberico, que salta de roca

    en roca jadeante y amenazador, les dan motivo de bullicio

    y de risueos comentarios. Juegan con l y le provocan;

    le humillan y le consuelan falsamente. Palabras de amor

    apasionado y colmadas de angustia pronuncia Alberico.

    La juguetona alegra de las hijas del ro es lo nico que le

    responde. Cansado y dolido el enano reprocha la maldady el desvo de las ondinas.

    -Ardiente amor me quema! Y aunque riis y min-

    tis voy a perseguiros; alguna se me rendir! Ah, si este

    puo pudiese alcanzar a una!

    Un rayo ltimo de sol se desliza hasta el fondo del ro

    y como todos los atardeceres la luz aumenta por grados

    y luego es un fuego vivsimo al acercarse a la roca cen-tral, desde donde se irradia en una mgica iluminacin.

    La sorpresa del enano es indecible; olvida su amor y la

    persecucin de las ondinas.

    -Decidme -pregunta.- Qu es ese intenso resplandor?

    -Cmo! De dnde sales que no has odo hablar del

    oro del Rhin, cuyo ojo vela y duerme alternativamente?

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    Quien posea un anillo forjado con el oro del Rhin es due-

    o del mundo.

    Y nadando y rebullendo alrededor de la roca las ondi-

    nas prosiguen su canto: -Oro del Rhin! Oro del Rhin! Qu placer causa tu

    brillo! Qu vivo resplandor se desprende de tu seno!

    Despierta! Rodearemos tu lecho cantando y bailando.

    Atnito el enano contempla la irradiacin del oro bajo

    el temblor de las aguas mientras piensa en las palabras de

    las ondinas que cuentan los poderes que concede su po-

    sesin. Pero slo podr alcanzarlo -le dicen las hijas del

    Rhin- quien renuncie al amor y a sus deleites; porque slo

    as podr forjar el anillo. No puede quitar sus ojos del bri-

    llo mgico y una ambicin irrefrenable empieza a domi-

    narlo. Despreciado por el amor, objeto de las burlas de las

    ondinas, resuelve renunciar a la conquista de las hijas del

    Rhin y de toda otra mujer y de inmediato trama el robo. Las ondinas mismas favorecen sus planes. Cmo

    temer de un enano torpe y sensual, que se pasa la vida

    buscando quien le ame? Juegan en la corriente y des-

    cuidan el tesoro. Entonces el oscuro nibelungo se hunde

    de improviso en las aguas y con mpetu arranca el oro,

    sumergindose con l en el fondo del Rhin.

    La oscuridad desciende de pronto al lecho del ro yse oyen las voces angustiadas de las ondinas que claman

    por el oro. Se llenan las riberas con sus ecos y lamenta-

    ciones. Invocan a los dioses, llaman al padre Wotan:

    -Detenedle! Salvad el oro! Socorro, socorro!

    La tarde ensombrecida ve llegar la noche; el viejo

    Rhn sigue su incansable carrera al mar, oscuro y hos-

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    co. La noche pasa presurosa con su carga de estrellas y cl

    nuevo da alumbra la desolacin de las ondinas.

    La niebla lechosa del amanecer vela el reino celeste

    de los dioses. El da naciente ilumina el castillo etreode Wotan, erizado de almenas relucientes, con puentes

    levadizos, sostenido por el arco de las nubes y levanta-

    do ms all de los montes. En la tierra se aclaran el en-

    verdecido valle del ro, las crestas de las montaas y la

    mancha oscura de los bosques. Los dioses despiertan y

    admiran el alczar. El padre inmortal descansa sobre el

    csped y su esposa Fricka junto a l le habla:

    -Despierta del dulce engao del sueo; despierta y

    medita!

    El dios se incorpora y admira la obra construda por

    los gigantes, tal como la so su fantasa y la dese su

    voluntad: hermosa y fuerte. Pero la contemplacin de la

    belleza no les hace olvidar el dolor que su existencia en-cierra. Para erigirlo, la raza de los gigantes ha exigido un

    pago excesivo. Fasolt y Fafner han levantado piedra so-

    bre piedra, construido las torres y los puentes en medio

    de muchas fatigas; en pago exigen la entrega de Freia, la

    hermana de Fricka, la diosa de la juventud y la alegra.

    La esposa del primero de los dioses lamenta la suerte de

    su hermana y recrimina a Wotan que, a causa de su des-medida vanidad y ambicin de poder, no ha dudado en

    sacricar a la joven diosa. Pero Wotan replica:

    -Acaso fuiste ajena a mi ambicin al pedir la cons-

    truccin del palacio?

    -Compart tu ambicin, porque inquieta con tus ve-

    leidades tena que pensar en cautivarte proporcionn-

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    dote un lugar deleitoso para retenerte a mi lado. Pero al

    levantar el palacio no has hecho ms que responder a tu

    deseo de poder ilimitado - contesta Fricka.

    -Has de concederme -responde Wotan-, que ascomo ansiabas cautivarme, intente yo cautivar al mundo.

    Adems no he pensado seriamente en entregar a Freia.

    Wotan, irritado, parpadea con su ojo nico, pues

    perdi el otro hace tiempo. Los lamentos de Freia se

    sienten cercanos; las amenazas del gigante Fasolt la es-

    tremecen y gime su desventura. Ella es la encargada decuidar en el jardn de los dioses de las manzanas de oro.

    De ese fruto divino se alimenta la eterna juventud de los

    dioses y la vejez y la senectud haran presa en ellos si les

    faltara la fruta.

    En tanto los gigantes irritados por la indecisin del

    dios se presentan airados; blanden mazas enormes y su

    furia es grande.

    -Mientras las dulzuras del sueo cerraban tus ojos

    hemos construido incansables tu palacio, poniendo

    piedra sobre piedra, hasta culminar en la esbelta torre;

    puertas y ventanas de distinta altura se abren a la luz y

    protegen el interior majestuoso. Contmplalo a la luz del

    da. Entra y domina desde su interior, pero..., cmple-nos lo pactado!

    El dios intenta disuadirlos:

    -Cmo habis tomado en serio un ofrecimiento

    que slo fue una chanza? No se cri para vosotros, gen-

    te brutal y ruda, una criatura tan dulce y encantadora

    como Freia!

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    La clera de los gigantes no reconoce lmites. Exigen

    que Wotan sea fel a los pactos y que no es vano juego el

    contrato inscrito en el asta de la lanza. L a paz ha de huir

    de los dominios del dios si no cumple con sus promesas. Ycon profundo desprecio Fasolt se dirige a los bellos dioses:

    -Nos despreciis sin razn! Nosotros amamos la be-

    lleza y hemos fatigado nuestras manos encallecidas para

    obtener el cario de una mujer que viva junto a nosotros,

    mientras que vosotros, que debis el poder a la belleza,

    despreciis el amor por obtener un palacio, Wotan, in-

    quieto, desea que el astuto Loge, su astuto consejero haga

    su aparicin. Siempre lo ha ayudado a pesar de las pro-

    testas de Fricka. Donner y Froh, dioses inmortales, due-

    os del rayo y del trueno, quieren salvar a Freia luchando

    contra los gigantes; pero el viejo dios, que ha divisado a

    Loge, nge ceder y cumplir lo pactado en la lanza.

    Wotan pide consejo a Loge y a pesar de las arguciasde ste para no hacerlo, consigue que le sugiera algo dia-

    blico. Loge se queja de la ingratitud con que siempre

    premiaron sus servicios.

    -Sin embargo, por ti, viejo dios, buscaba algo en el

    universo para dar a los gigantes en reemplazo de Freia.

    Pero me he convencido de que en el mundo nada hay

    para el hombre que signique tanto como la gracia deuna mujer. Slo un ser ha podido renunciar al amor: el

    nibelungo Alberico. Enfurecido por los desdenes de las

    ondinas del Rhin les rob el oro conado a su custodia,

    renunciando para siempre al amor.

    Y Loge repite la acongojada queja de las ondinas que

    lloran su desventura, y el ruego que formulan a Wotan

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    para que castigue al ladrn y les devuelva el tesoro ro-

    bado. Pero el dios se irrita porque l mismo se encuentra

    en un apuro muy grande y mal puede correr en ayuda de

    otros. Loge les dice que en las profundidades de la tierrael nibelungo hace forjar un anillo por el herrero Mime,

    hermano del enano, y un casco alado; y luego enumera

    los poderes del anillo, hecho de oro divino con el cual se

    puede dominar el mundo, y los del casco, con el que se

    puede volver invisible y trasladarse a cualquier sitio, por

    ms lejano que sea. Todos se sienten estremecidos por el

    deseo de poseerlo; hasta los gigantes titubean y traman

    exigir de Wotan el rescate del oro y que les sea entregado

    en lugar de Freia.

    Loge, astuto y artero, sugiere a Wotan el robo del

    anillo del nibelungo. Cmo es posible que el primero de

    los dioses no pueda engaar a un enano, sbdito de Ni-

    belhein? Slo se trata de quitarle a un ladrn lo del rob.Luego podr devolverlo a las hijas del Rhin. Pero Frica se

    encoleriza, pues siente celos de las ondinas. En tanto, los

    gigantes se apoderan de Freia y gritan a los dioses:

    -La llevaremos lejos de aqu! Hasta la cada de la

    tarde ser considerada corno prenda; volveremos luego y

    si no encontramos preparado el oro, habr terminado la

    tregua y Freia ser para siempre nuestra. Dicho esto se la llevan precipitadamente y, a lo lejos,

    se oyen los gritos desgarradores de la diosa dispensadora

    de la juventud.

    Una pesada neblina comienza a enturbiar la lumi-

    nosidad de la maana. Los dioses empiezan a perder su

    lozana y una vejez prematura y dolorosa asoma a sus

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    semblantes. Marchitan y palidecen; pierden el vigor, y

    los atributos de su fuerza y poder caen de sus manos. En

    las ramas, las manzanas divinas empiezan a perder su

    frescura y pronto han de caer como las hojas. -Sin las manzanas la raza de los dioses envejecer y

    morir achacosa, ludibrio del inundo! -les dice Loge.

    Fricka, la esposa de Wotan, lamenta su desventura

    v el viejo dios, que nada resuelve hacer para consolar a

    las hijas del Rhin y devolverles el tesoro, decide sacrif-

    carlas para conservar la fruta que rejuvenece a su raza.Buscar al nibelungo Alberico y rescatar el tesoro para

    salvar a Freia.

    El oro no volver al seno acuoso que velan las ondi-

    nas; ha de salvar la perennidad de los dioses y la inmor-

    talidad de su palacio etreo.

    Loge desciende con Wotan a los abismos. En las os-

    curas simas de la tierra, donde la subterrnea raza de los

    nibelungos repta y se afana, Mime contina su tarea de

    forjar un casco alado y milagroso. Alberico podr hacerse

    invisible con l y vigilar sin esfuerzo el trabajo del noc-

    turno ejercito de los nibelungos, a quien domina y some-

    te a esclavitud.

    A esas profundidades ha descendido Wotan. Le ayu-da en su propsito el resentimiento de Mime que, a pesar

    de ser un herrero sin par y haber forjado el casco mila-

    groso, ha sido maltratado por Alberico. Loge con su as-

    tucia logra despertar la conanza de Mime; y este, entre

    lamentos, le narra la triste condicin de los nibelungos

    despus del robo del oro a las ondinas del Rhin.

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    -Ahora, ese perverso de Alberico me tiene encade-

    nado. Con astucia diablica robo el oro y con el se forj un

    anillo, cuyo poder admiramos. En otros tiempos forjba-

    mos y laborbamos sin cuidados, riendo alegremente enmedio de esa tarea liviana, adornos y joyas para nuestras

    mujeres. Ahora, trabajamos arrastrndonos por las pe-

    as solo para acumular inmensos tesoros; con el anillo

    mgico acierta a descubrir el sitio donde est escondido

    el oro. Trabajamos entre las rocas para extraerlo; lo fun-

    dimos y labramos joyas mal ncas, todas para ese mal-

    vado dueo.

    El enano Mime prosigue con sus quejas; acaba de azo-

    tarlo Alberico porque, a pesar de haberle hecho el casco

    milagroso con los detalles que le diera el nibelungo, no

    est agradecido de su tarea. Loge se burla de l llamn-

    dolo holgazn; pero Mime le dice que el azote no fue por

    tal cosa, sino porque despus de haber forjado el cascoquiso quedarse con el, sabedor de su poder maravilloso, y

    transformarse en rey.

    -Pero ay de m! Yo que hice el yelmo no conoca bien

    sus poderes. Y en cambio lo nico que recib fueron los

    azotes de su mano invisible cuando hecho el casco se lo

    coloco e hizo uso de su magia.

    Loge hace notar a Wotan las dicultades que signi-ca querer robar el anillo; pero el dios, que recuerda la

    pena de envejecimiento que pesa sobre su raza, incita a

    Loge a vencer con astucia al nibelungo.

    Del fondo tenebroso de los subterrneos terrestres

    van apareciendo ante los ojos de los dioses los nibelun-

    gos organizados en regimientos, movindose bajo el res-

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    tallar del ltigo de Alberico y cargados de oro. El enano

    rey repara en Wotan y Loge, y arrojando nuevamente a

    los abismos a sus aterrorizadas huestes, los increpa en-

    sendoles el anillo: -La envidia os trae a Nibelhein! Se lo que signican

    huspedes tan osados que se permiten penetrar en mis

    dominios!

    Pero Loge, el a sus mtodos, intenta apaciguarlo

    recordndole que cuando temblaba de fro tirado en su

    oscura madriguera fue Loge, en tanto fuego vivicador,

    quien le dio luz y acogedora llama. Adems, ,de que le

    servira forjar si no contara con el auxilio del fuego para

    calentar la fragua? Protesta Loge de la ingratitud de Al-

    berico, a quien llama amigo y pariente. Pero no logra

    vencer la desconanza del nibelungo, quien ya conoce

    las astucias y artera de Loge. Y declara que hace frente a

    todos los dioses. -De qu te sirven tales tesoros en este triste pas de

    tinieblas? - le pregunta Wotan.

    -Los que habitis la alta regin en donde sopla la bri-

    sa suave - responde Alberico - vivs entregados al amor y

    a la alegra despreciando el tenebroso mundo del enano.

    He renunciado al amor, pero he ganado el poder del oro.

    Con l dominar vuestro mundo y convertir en escla-vos a los que se burlaron de m. Cuidado con el nocturno

    ejrcito de los nibelungos cuando salga de las profundi-

    dades de Nibelhein a la claridad del da!

    Las arrogantes palabras del enano enardecen a Wo-

    tan; slo la prudencia de Loge impide que el primero de

    los dioses vuelque su clera prematuramente. Y con su

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    vieja sabidura, maniesta incredulidad y desconanza

    de los poderes mgicos del anillo y del casco. La vanidad

    que trastorna al enano hasta hacerle perder la prudencia

    lo lleva a proclamar cules son tales poderes. -Muchas rarezas he visto -le responde Loge-, pero

    nunca tal maravilla. No puedo creerlo, porque entonces

    tu poder sera innito.

    Y el enano cae en la emboscada. Para demostrar sus

    medios de dominio y sus artes se convierte en serpiente

    que se enrosca en s misma y luego, seducido por el mie-

    do aparente de Loge, resuelve convertirse en un pequeo

    sapo. Y es en ese momento cuando Loge le dice a Wotan

    que aprese al pequeo animal que aparece en uno de los

    rincones de las grietas. Wotan coloca su pie sobre l y lo

    aplasta; luego Loge lo atrapa y se apodera del casco alado.

    Alberico es descubierto en su poder y aniquilado en su

    fuerza mgica; y en medio de su rabiosa desesperacin,impotente y vencido, es hecho prisionero y maniatado

    por Wotan.

    Con el rey de Nibelhein preso ascienden, desde el

    fondo de las profundidades, los dioses de los llanos ce-

    lestes. Todava cubre las cumbres la lechosa neblina que

    descendiera al abandonar Freia los dominios de los dio-

    ses. Antes de expirar el plazo jado por los gigantes, Al-berico, preso e inutilizado, intenta transigir con los dio-

    ses a n de obtener por lo menos su libertad: dar todos

    sus tesoros. Y ordena ascender al oscuro ejrcito y depo-

    sitar en los prados divinos todas las alhajas y riquezas.

    Un dorado y brillante montculo se forma ante los dioses

    asombrados; brilla la llama ardiente del oro y el rayo lu-

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    nar de la plata. Se aclara el mbito con los reejos de los

    metales.

    Alberico clama entonces su libertad. Pero no ha con-

    tado con la sutil astucia de Loge, quien sugiere que el res-cate de su vida debe pagarse con el anillo mgico, hecho

    con el oro robado al Rhin. En vano Alberico hace presente

    que el poder del oro se ejerce por el anillo gracias a que

    l lo forjara. El nibelungo increpa a los dioses porque en-

    gaan, roban y despojan sin justicia. Pero el anillo le es

    arrebatado y en su desesperacin, l, que es un maldito,

    maldice entonces al anillo y a quien lo posea.

    -A m su oro me dio riquezas y podero sin lmites;

    que ahora su magia lleve la muerte a quien lo posea.

    Nunca la alegra acompae a su dueo; que la pena y la

    inquietud atormenten al poseedor y la envidia a quien

    no lo tenga; que su dueo lo posea en paz, pero que le

    atraiga el verdugo. Que el miedo acompae toda la vida almaldito y la vida sea una eterna agona hasta el momento

    de su muerte y que lo robado vuelva a mis manos. As el

    tesoro arrebatado al nibelungo recibe mi bendicin!

    Y en medio de su rabia e impotencia, desatado por

    Loge, desaparece en las, profundidades el horrible ena-

    no. Sus ltimas y enconadas palabras se pierden en las

    sombras. Loge advierte a Wotan el tremendo sentido que en-

    cierran las maldiciones del nibelungo; pero Wotan per-

    manece extasiado observando el anillo.

    La ligera neblina empieza a transparentarse y la cla-

    ridad del da alegra y rejuvenece a los dioses. Freia, tra-

    da por Fafner y Fasolt, se acerca y renueva todo a su paso.

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    El aire se embalsama y la alegra entra en los corazones.

    Slo arriba, en el fosco cielo germano, an las nubes en-

    turbian la visin resplandeciente del alczar de Wotan.

    Los dueos de Riesenhein, los gigantes, exigen elrescate del nibelungo antes de entregar a la dulce y lo-

    zana Freia. El encanto de la diosa ha perturbado a los se-

    ores de los montes y de los bosques; una rara inquietud

    impulsa a Fasolt a lamentar la prdida de Frea.

    -El no ver ms a esta mujer hermosa me causa mu-

    cho pesar -dice Fasolt, - pero ya que as debe ser amon-tonad tanta cantidad de joyas y riquezas, tanto que no

    pueda verla y logre olvidarla mejor.

    Fafner y Fasolt hincan sus clavas en el suelo delante

    de Freia marcan su altura y ancho. Loge y Froh acumulan

    las riquezas entre las estacas, pero brutalmente Fafner

    estruja el contenido y exige siempre ms. El tesoro es

    agotado; pero an deben aadir el casco milagroso para

    no dejar ver el ondear del cabello de la diosa.

    - Ya no veo a la hermosa Freia! Tendr que aban-

    donarla? An veo el brillo de su mirada por una rendija!

    Mientras pueda ver esos ojos divinos no puedo separar-

    me de esa mujer! - grue Fasolt.

    -Ya os liemos dado todas las riquezas. Qu msqueris? -responde Loge.

    -El anillo que veo brillar en el dedo de Wotan -con-

    testa Fafner.

    -Recordad que ese oro pertenece a las hijas del Rhin

    y he comprometido mi palabra de devolverlo a las que

    geman -responde Loge.

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    -A m no me obliga lo que t prometiste -dice Wo-

    tan-; me quedo con el anillo. Por nada en el mundo en-

    trego el anillo a los gigantes. Es mi botn!

    Los gigantes arrastran hacia s a Freia; se oyen loslamentos de Fricka y los dems dioses rogando a Wotan

    que entregue el anillo. Pero el dios se niega encolerizado.

    La oscuridad ha empezado a descender de nuevo. De las

    hondas regiones ignotas surge un resplandor azul; en

    medio de l aparece Erda, la mujer milenaria mil veces

    sabia. Una cabellera negra y abundosa enmarca su ros-tro; su gura es noble y arrogante y su mirada tiene algo

    de terriblemente lejano y misterioso. Con acento sibilino

    y grave conmina a Wotan a que entregue el anillo, esca-

    pando as a la maldicin del nibelungo.

    -Quin eres t que as me adviertes? -pregunta el dios.

    -Tengo un saber innito; s todo lo del mundo, lo

    que es y lo que ser. Tengo tres hijas, las Parcas, que no-

    che a noche te develan el secreto que yo ahora veo. Erda

    te predice un peligro que te amenaza.

    El resplandor azulino comienza a oscurecerse y la -

    gura se borra poco a poco.

    -Detente! -grita Wotan-. Tu voz me pareci miste-

    riosa; espera, dime algo ms! -Te advierto el peligro y esto debe bastarte. Desgra-

    cias se te avecinan si sigues en posesin del anillo! -res-

    ponde con acento sombro, y desaparece.

    Los dioses quedan sobrecogidos; Wotan lamenta el

    sentido trgico que parece tener su destino y con me-

    lancola resuelve entregar el anillo.

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    -Con los dioses, Freia, diosa de la juventud y de la

    alegra! Tomad el anillo y devolvednos a la doncella. Y t,

    Freia, haz que retorne la frescura y la lozana en el rostro

    de los dioses y en los frutos de nuestro jardn. Los dioses resplandecen de gozo y el brillo de su

    sonrisa reaparece; colman de caricias a la diosa. El da se

    pone radiante, despejado de brumas y nieblas, En lo alto,

    el alczar de los dioses se recorta ntido en el cielo puro.

    El divino reino de las divinidades germnicas brilla con

    renovada lumbre y las hojas del viejo fresno que sostiene

    al mundo reverdecen.

    Pero no en vano el oro est cargado con las tremen-

    das maldiciones del enano Alberico; su posesin es causa

    inmediata de dolor y de muerte. En medio de la alegra de

    los dioses, Fafner extiende una tela enorme para reco-

    ger todo el botn. Pero Fasolt se arroja sobre l y reclama

    partes iguales en cl reparto. -Me quedar con la mayor parte del tesoro! -grita

    Fafner-. Ms que cl oro te gust Freia; con gusto hubieras

    renunciado al oro.

    -A m tal injuria! Oh, dioses inmortales! A voso-

    tros demando justicia!

    Wotan vuelve la espalda con gesto despectivo; pero

    Loge aconseja a Fasolt sutilmente: -Djale todas las riquezas, pero qudate con el anillo!

    Los gigantes se traban en una lucha a muerte., arras-

    trados por el inujo trgico de la maldicin del enano. El

    oro robado y luego maldito ejerce ya su poder nefasto.

    Y ante el asombro atnito de los dioses, cae la primera

    vctima; Fasolt muere bajo cl golpe de Fafner. Termina el

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    gigante de hacer su montn y marcha luego con el saco

    bien repleto.

    -Ahora veo en su terrible fuerza el poder de la mal-

    dicin! -dice Wotan consternado-. Se apodera de minimo un profundo temor. El miedo me conturba; slo

    Erda puede poner paz en esta extraa agitacin ma. Su

    sabidura profunda puede ensearme a evitar desgracias

    futuras.

    Su esposa Fricka, celosa y temerosa de una nueva

    veleidad de Wotan, le ruega que se quede en los pradoscelestes. Acaso no ha levantado un palacio maravilloso

    para descansar y vivir en la serenidad divina? Pero el dios

    slo contesta lamentando el precio que ha debido pagar

    por l. El cielo an est turbio de brumas y nubes; Don-

    ner, el dios de las nubes y de los vapores, quiere aclararlo.

    Grita a las nubes desde lo alto para formar con ellas una

    tempestad de rayos y truenos; el cielo brillar pursimo

    despus. Golpea con su martillo y el eco llena los valles

    y las selvas. Las nubes se agrupan a su alrededor en un

    negro nubarrn; brota el relmpago, se oye el ronco rim-

    bombo del trueno y el rayo baja veloz a las campias.

    Desde las cumbres, Donner llama a su hermano Froh

    y le ordena que ensee a los dioses el camino que lleva alpalacio etreo. Froh acude y luego desaparece en la nube;

    de pronto sta se desvanece con la tormenta y en el aire

    lmpido aparece cl puente trazado por Froh: el trazo lu-

    minoso del arco iris alumbra el crepsculo y la estrella

    vespertina brilla al fondo, sobre la cresta de los montes.

    Al nalizar el da, Freia ha vuelto a sus divinos dominios

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    y el gigante Fafner ha desaparecido cargado con sus ri-

    quezas dejando abandonado el cadver de Fasolt.

    Wotan se ha quedado extasiado contemplando el pa-

    lacio donde ha ele morar por una eternidad. Admira subrillo a la luz del sol poniente y evoca la visin melanc-

    lica de la maana cuando an no haba ascendido a ha-

    bitarlo. Pero cuntas penas, cuntas angustias y cuntos

    males ha acarreado su posesin. De la maana a la tarde

    cuntos pesares soportados por l. Y dirigindose a los

    dioses les dice:

    -Seguidme! La noche avanza y el palacio nos preser-var de sus tinieblas. Asciende, esposa ma, por cl puente

    luminoso que ha trazado Froh. Vamos a vivir en nuestro

    mundo divino y eterno; en el Walhalla!

    -Qu extraa palabra acabas de pronunciar? -pre-

    gunta la esposa Fricka.

    -Cuando veas realizado ante tus ojos lo que mi valor

    invent dominando al miedo, comprenders el sentidode esa palabra -responde Wotan.

    Los dioses se encaminan hacia el puente de luz.

    Loge los ve partir con amargura; se avergenza de

    tener relaciones con ellos. No han querido escuchar el

    clamor de las hijas del Rhin y han abandonado el oro en

    manos de la ruda gente de Riesenhein. Con qu deseos

    Loge se convertira de nuevo en llamas y los destruira

    dentro de su nueva y magnca morada! Y animado por

    tal idea sbita resuelve acompaar a los dioses y se en-

    camina con ellos en direccin al arco luminoso que hace

    de puente.

    -Slo falsedad, engao y miseria reinan en el mun-

    do de los dioses! -clama a lo lejos el llanto de las ondinas

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    del Rhin. Wotan las escucha y se detiene encolerizado a

    preguntar a Loge por tales quejas.

    -Son las hijas del Rhin que lloran el oro y se lamen-

    tan del abandono. -Hazlas callar! -grita Wotan.

    Y a la luz empalidecida del crepsculo las ondinas

    vuelven a sus lamentaciones, mientras nadan en las

    sombras aguas del ro que marcha hacia el norte, a per-

    derse en un mar de nieblas y brumas. Lloran su tesoro y

    lamentan el olvido de los dioses; la voluptuosidad de sus

    vidas y las mezquinas pasiones que los animan han he-

    cho que no se preocuparan por su sagrado deber.

    Y con malicia llena de intencin, Loge les grita desde

    lo alto:

    -Escuchad lo que os dice Wotan! Hijas del agua, ya

    que no os ilumina el brillo del oro, contentaos con con-

    templar el esplendor de la morada de los dioses. Y del fondo de las aguas brota la melancola de la

    queja de las ondinas:

    -Oro del Rhin! Oro puro. Oh, si an brillases con tu

    esplendor en el fondo de las aguas! Slo all, en la movi-

    ble corriente del viejo ro, existe la sinceridad y la fran-

    queza; all arriba todo es cobarda y ngimiento en me-

    dio del esplendor de la morada de los dioses! La paz cae sobre los tres dominios del mundo: las

    oscuras entraas de Nibelhein, los montes y bosques de

    Riesenhein y el esplendor dorado de los prados divinos de

    los dioses. En el silencio de la noche que avanza arrebu-

    jando montes y cumbres, la lenta cancin del ro se hace

    murmullo y va muriendo con la marcha de la sombra.

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    La tempestad destroza las viejas encinas y los copu-

    cos fresnos; el rayo hiende los troncos los torrentes sehan salido de madre. Los hilos del aguacero, constantes

    y tupidos, envuelven la tierra; los animales silvestres se

    han guarecido y slo al amainar el trueno y cesar la lluvia

    las ardillas se animan a corretear por las ramas y las ga

    celas a pisar la alta hierba. Al anochecer, un viajero mis-

    terioso, fatigado y rendido, con el claro cansancio de la

    huida, penetra de improviso en la casa de madera rsticaque sirve de vivienda al cazador Hunding y a su mujer,

    Siglinda. Como las viejas casas de la selva germana, su

    construccin es primitiva y simple. Ha sido levantada

    circundando un fresno enorme cuyas races se hunden

    en el piso y cuyo ramaje emerge del techo hacia el cielo.

    La llama que brilla en la gran chimenea de la habitacin

    principal arde acogedora. El viajero, agotado, se tiende

    frente a ella y una suave somnolencia reemplaza a la an-

    gustia y a la premura de la huida. El batir de la puerta y

    el andar del hombre han provocado agitacin en la soli-

    taria casa de Hunding, y Siglinda baja de su aposento y

    descubre al husped inesperado. Se inclina sobre l para

    observar si es visible alguna herida.

    II.LA WALKYRIA

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    -Agua! Un poco de agua! - dice el viajero en voz baja.

    La mujer corre a llenar un cuerno para ofrecerle. El

    agua alivia la fatiga del caminante y, entonces, pregunta

    por el dueo de la casa, mientras contempla admiradola alta, majestuosa y bella gura de la mujer, tan rubia

    como l.

    Siglinda le hace saber que est en casa de Hunding y

    en su nombre le ofrece hospitalidad.

    -Estoy desarmado y a un husped herido no ha de

    negarle hospitalidad tu esposo - responde cl viajero.

    -Mustrame tus heridas! - dice la mujer con angustia.

    -Son leves y no merecen que hablemos de ellas; an

    conservo mi vigor. Si la lanza y el escudo hubieran re-

    sistido la mitad de lo que poda hacerlo mi brazo, nunca

    hubiera vuelto la espalda al enemigo; pero me los des-

    trozaron.

    Luego narra a Siglinda el combate desigual con susenemigos, durante la tempestad en el bosque. Siglinda

    le reconforta dndole a beber hidromiel. Una extraa

    ternura los invade poco a poco, y conmovido agradece el

    hombre la ayuda y se apresta a partir. Pero las palabras

    emocionadas de Siglinda lo instan a quedarse y a esperar

    el regreso del dueo de la casa.

    Una rara atmsfera de amor se cierne sobre los dosseres; el herido se reclina junto al hogar y la mujer aguar-

    da en silencio el paso de los instantes. Cuando Hunding

    penetra en su casa su mirada severa repara en el viajero

    rendido.

    -Cansado y yaciendo junto al hogar encontr a este

    hombre - dice Siglinda. - La necesidad le trae a nuestra

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    casa. He apagado su sed y le he prodigado los cuidados de

    la hospitalidad.

    Siglinda ha colgado las armas del esposo en las ra-

    mas del viejo fresno y prepara la mesa para obsequiar alhusped. Hunding, grave y adusto, aprueba la hospita-

    lidad concedida al viajero mientras lo observa deteni-

    damente; sorprendido descubre la completa semejanza

    sonmica con su mujer.

    Tendida la mesa, puestos el pan y el hidromiel sobre

    ella, se sientan los tres en torno y conversan. Hunding

    pide al viajero que proporcione datos acerca de supersona y de sus hechos. Ante su silencio obstinado se

    lo pide en nombre del inters que ha despertado en su

    mujer.

    La clara y recta mirada del viajero se posa un instante

    en Siglinda y luego con voz grave y contenida responde:

    -Mucho me gustara orme llamar Friedmund1, pero

    slo puedo llamarme Wehwalt2. Mi padre fue un welsa3;vine al mundo junto con una hermana que apenas pude

    conocer, as como a mi madre.

    Luego evoca la selvtica e inquieta existencia de su

    padre, cuyo valor y vigor se templaban en su lucha contra

    los enemigos que siempre le rodeaban y en las andanzas

    de cazador. El dolor y la ira trastornan el semblante del

    viajero al recordar el ltimo regreso al hogar despus de

    una esforzada batida en el bosque, cuando lo encontraron

    reducido a cenizas, carbonizado el tronco de la encina,

    muerta la madre y sin vestigios de la nia. Desterrado,

    huy el padre llevando a su hijo; largos aos vivi como

    un lobo con su cachorro v aunque fueron perseguidos de-

    fendieron con valor sus vidas.

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    Pero, en el correr de los aos, una vez lograron se-

    pararlo de su padre. Lo busc en la selva y slo descubri

    la piel de lobo con que se cubra. No pudo saber nunca

    nada ms de l. Sinti odio por el bosque, por la verdosasoledad de sus prados y arboledas y quiso abandonarlo

    para entrar en el mundo de los hombres. Pero siempre le

    acompa la desgracia; no tuvo amigos ni pudo obtener

    el amor de una mujer. Desaado, perseguido, odiado,

    slo el dolor y la desdieha fueron sus dominios.

    Cmo habra de llamarse sino Wehwalt!

    Hunding escucha apenado y lamenta el oscuro desti-

    no del hombre; su mujer Siglinda anima al viajero a con-

    tar sus luchas.

    El husped narra entonces la ms terrible y reciente

    de sus hazaas, cuando una joven le pidi amparo en sus

    desventuras porque sus familiares la obligaban a des-

    posarse sin amor. Luch a favor de ella; pero corri lasangre de hermanos en la contienda, y la pena domin

    entonces el furor de la joven, que abrazndose a los ca-

    dveres de sus parientes llor arrepentida.

    Sin dejarle reponer las fuerzas cayeron de nuevo los

    enemigos contra el defensor, dispuestos a ultimarlo; le

    fue imposible huir, pues la joven no quiso moverse del

    lugar. Tuvo que defenderla del mpetu de venganza delos atacantes protegindola durante largo tiempo con su

    lanza y su escudo, basta que se los destrozaron. Qued

    desarmado, moribunda la joven, y perseguido por una

    banda enfurecida.

    -Ahora ya sabes, mujer, por que no me llamo Fried-

    mund! -termina con voz grave y dolida el husped.

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    La mujer ha escuchado conmovida. Slo interrumpe

    el silencio la voz cargada de odio de Hunding:

    -Conozco una raza salvaje para quien no hay nada

    sagrado; todos, y yo particularmente, la odiamos. Fuillamado para vengar la sangre vertida de mis parientes

    y llegu tarde; regreso, y encuentro en mi propia casa al

    criminal fugitivo. Hoy te protege mi hogar y por esta no-

    che te admito como husped; pero maana tendrs que

    defenderte con fuertes armas porque es el da que elijo

    para el combate y la venganza. Has de pagar la deuda de

    los muertos!

    Erguido, soberbio y brillantes los ojos se levanta

    Hunding de la mesa y ordena a su mujer que prepare su

    bebida y le aguarde en su aposento. Ella mira intensa-

    mente al viajero y al salir el esposo seala con disimulo

    al husped un punto en el rbol cuyas races levantan el

    piso de la morada. Pero Hunding la reclama imperioso ydesaparece con ella dejando solo al desconocido, mien-

    tras proere amenazas.

    Junto al fuego el viajero se sume en profunda medi-

    tacin y rememora las casi olvidadas recomendaciones

    que le hiciera su padre para cuando se encontrara en pe-

    ligro. Lo invoca en su recuerdo y desea con fervor poseer

    la espada que esgrimiera en sus combates. Luego, al bri-llo mortecino de la lea ardida, piensa en la bella y au-

    gusta mujer cuyo encanto le atrae y le domina.

    Las llamas del hogar se han ido apagando; una lti-

    ma chispa salta luminosa y va a caer junto al sitio sea-

    lado por Siglinda y, a su lumbre, se divisa la empuadura

    de una espada enterrada en el tronco del viejo fresno.

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    El viajero asombrado se pregunta si lo que brilla no es

    el reejo de la mirada de la mujer, porque en la oscuri-

    dad de su vida solitaria el fuego de sus ojos ha rozado sus

    prpados dndoles luz y calor. Tal vez ese mismo fuegoha prendido en el troneo. Despus del ehisporroteo nal

    del ltimo leo la habitacin ha quedado sumida en la

    oscuridad. La tormenta ha cesado y slo el viento blando

    con olor a tierra mojada tiembla en la habitacin. De im-

    proviso, Siglinda toda de blanco aparece en lo alto de la

    escalera que baja de su habitacin.

    -Duermes, husped? -pregunta en voz baja. El via-

    jero se incorpora sorprendido.-

    -Quin se acerca?

    -Yo -dice Siglinda-. Escchame! Hunding yace en

    profundo sueo; le prepar una bebida adormecedora y

    ningn sonido ha de conmoverlo.

    Ante la ansiosa mirada del viajero la mujer le dice queva a ensearle una espada escondida y que fuera destina-

    da al ms fuerte. Ella sabe dnde fue hundida; y con voz

    llena de antiguas quejas le cuenta que durante las estas

    de sus bodas, cuando todos los guerreros invitados por

    Hunding vinieron desde la montaa y el bosque a festejar

    la falsa alegra de unos desposorios odiados, porque gen-

    te extraa la casaba sin amor, en medio del jbilo de losotros un anciano penetr en la morada, vestido de gris y

    con un gran sombrero inclinado cubrindole un ojo. El

    brillo del otro infunda temor; toda su apariencia tena

    un aire de soberbia y dignidad propias de un dios.

    Slo tuvo cuidados para con la mujer desdichada a la

    que prodig consuelos. Luego, ante el asombro de, to-

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    dos, blandi una espada y mirando a la doncella la hun-

    di hasta el puo en el tronco del fresno, diciendo que el

    acero slo pertenecera al valiente y esforzado que pu-

    diera arrancarlo del rbol. Los convidados se empearonuno a uno en lograrlo intilmente. Desde entonces per-

    maneca clavada all a la espera del fuerte y valeroso que

    pudiera hacerla suya y liberar entonces a la mujer.

    El viajero ha escuchado extasiado. Al terminar, Siglin-

    da prorrumpe en llanto invocando al guerrero esperado y

    elegido que ha de arrancar de su sitio la espada, terminan-

    do con ello la dominacin del hombre no querido.

    -Oh, si pudiera encontrarle, le estrechara entre mis

    brazos!

    El husped se conmueve ante el lamento y la abraza

    dicindole:

    -Yo soy el destinado a merecer la mujer, arrancando

    esa espada. En mi pecho arde una llama que ha de unir-me a ti. Encuentro en ti lo que siempre he buscado y tan-

    to he deseado; t padeciste el oprobio, yo sufr la pena; t

    fuiste humillada, yo desterrado.

    Y ella riendo y llorando escucha en xtasis las palabras.

    La puerta entreabierta deja pasar la claridad de la

    luna. Es casi como una presencia invisible, pero trmula,

    que los rodea. La mujer siente que alguien ha entrado ose ha ido y tiembla de miedo; pero el hombre la tranqui-

    liza y la protege con suavidad.

    -Nadie se ha ido, pero alguien ha entrado. No ves

    cmo nos sonre la primavera? Venci a las tempestades

    invernales; su templado ambiente se mece en los bos-

    ques y en los prados; a todos sonren sus ojos abiertos

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    y el dulce trino de los pjaros es su canto. Respira exha-

    lando perfumes y de su sangre brotan hermossimas o-

    res. Subyuga al mundo adornada con armas delicadas. De

    ella huye el invierno y las borrascas. El amor que ahora sealegra a la luz de la hermosa luna y se esconda antes en

    nuestros pechos, la ha atrado. Vencido est el obstculo

    que separaba la primavera del amor!

    -Te he visto y te he presentido cuando me miraba en

    el agua de los arroyos! - contesta Siglinda-; te he espe-

    rado desde el tiempo ya perdido y en brumas. He llevado

    eseondido y en seereto mi amor a ti; tu voz me era cono-

    cida y sonaba a msica extraa y divina!

    Los amantes se oyen inundados de un mutuo encan-

    tamiento; se cuentan sus sueos, sus penas y esperan-

    zas; reconocen que la imagen de cada uno ya viva en am-

    bos; que la voz era un viejo eco conocido cuyo acento les

    vena de lejos, desde la niez perdida. -De veras te llamas Wehwalt? -pregunta Siglinda.

    -Desde que me amas dej de llamarme as; ahora do-

    mino las delicias y los encantos del amor.

    -Puedes llamarte Friedmund?

    -Llevar cl nombre que t me des.

    -No era lobo tu padre?

    -Era lobo para zorros cobardes! -T eres un welsa! -grita la mujer-, Welsa era el

    anciano que hundi la espada en el fresno y que reconoc

    como a mi padre! Deja que te llame Siegmund, boca de la

    victoria! Siegmund te llanto yo!

    Siegmund enajenado se acerca al rbol, toma la espada

    del puo, e impulsado por su amor la arranca con mpetu.

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    -Nothung! -grita al contemplarla.

    Y la presenta a Siglinda como regalo de bodas.

    -As me desposar con la mujer ms ideal; as la

    arrancar a mi enemigo! Sgueme lejos de aqu! Vente conmigo a donde ha-

    bita la hermosa primavera; Nothung nos proteger y aun

    pereciendo yo, ella te proteger!

    Y Siglinda entusiasmada se apresta a seguirle,

    dicindole:

    -T eres Siegmund y yo Siglinda, que ansiosa te es-peraba! Has ganado con tu espada a tu hermana y a tu

    esposa!

    -Esposa y hermana eres! -responde Siegmund-.

    Surja, pues, de nosotros una nueva estirpe de los welsas!

    Y el resplandor lunar ilumina a los amantes; afuera se

    siente en el bosque el susurro de las hojas movidas por el

    viento maanero. Pronto el viejo sol alumbrar los cami-

    nos y las corzas corrern entre los matorrales. Unidos en

    el destino la pareja abandona la casa de Hunding y se pier-

    de en la umbra de las selvas y el silencio del amanecer.

    Los dioses desde el Walhalla han visto el derrotero de

    los amantes; la mirada de Wotan los ha acompaado por

    los senderos del bosque. Hunding, vuelto de su letargo, conoce el abandono

    de Siglinda y una tremenda clera lo conmueve. Invoca

    a Fricka, la protectora del matrimonio, y clama vengan-

    za. El viejo Wotan lucha entre su preferencia por el wel-

    sa Siegmund, su propio hijo, y la inuencia de su esposa

    que reclama justicia para Hunding.

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    Cuando en otro tiempo Wotan descendi a la tierra

    en busca de Erda, la mujer de sabidura innita, la fasci-

    n con su dominio y de los amores de amibos naci la hija

    predilecta del dios: Brunilda. Con ella suman nuevesus hijas, todas walkyrias, jvenes guerreras que cabal-

    gan entre las nubes llevando los cadveres de los hroes

    muertos en combate y que luego formarn las legiones

    del Walhalla. Ellas son las guardianas de la tranquilidad

    de los dioses y deenden los dominios de Wotan de las

    arteras de los Nibelungos. Habitan las elevadas crestas

    de los montes, lejos de la celosa mirada de Fricka, que

    no ha perdonado jams la preseneia de hijas que no son

    suyas.

    Con los primeros instantes del amanecer el primero

    de los dioses llama a Brunilda recordndole que pronto

    ha de iniciarse el combate entre Hunding y el welsa. Ad-

    vierte a su hija que l ha prometido la victoria a Sieg-mund. Brunilda le hace presente que para ello deber lu-

    char contra el deseo de su propia esposa, que deende el

    derecho de Hunding. Fricka, justamente, se acerca en un

    carro tirado por chivos.

    Wotan se anima a s mismo para afrontar el enojo de

    su mujer. Fricka se acerca al grupo y colrica reprocha al

    esposo por proteger amores nefastos y ser injusto con elclamor de Hunding. El dios se deende replicando que

    no considera sagrado el juramento que une a dos seres

    que no se aman. Fricka se horroriza y le recrimina todo

    su pasado de engaos; de haberse ocultado tras nom-

    bres distintos y adoptado formas diversas para vagar por

    los bosques y campos como un lobo; de sus amores con

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    mortales, de los que haban nacido todas sus hijas, las

    walkyrias; y lo que ms la enfureca era su perodo pasa-

    do en las selvas viviendo con su hijo Siegmund, verdade-

    ro retoo welsa de Wotan. El dios no se conmueve con la clera de su esposa; no

    intenta explicarle sus oscuros desig- nios que lo llevan

    a tan raras transformaciones y peregrinajes que realiza

    en la tierra y en el mundo de los hombres; ni tampoco

    quiere develarle el destino sombro que ha concedido a

    sus hijos.

    Fricka puede estar en paz respecto a las hijas de Wo-

    tan; las nueve walkyrias estn sometidas a la voluntad

    de Fricka, aunque no sean sus hijas. No consigue calmar

    la agitacin de la diosa, que le reprocha el auxilio dado

    a sus hijos welsas; exige que se le arrebate a Siegmund

    antes del combate su espada maravillosa, Nothung, para

    que pueda perecer en manos de Hunding. Fricka quiere elexterminio de los welsas; ni ayuda al hombre, ni piedad a

    la mujer. En vano Wotan le hace notar que la espada fue

    ganada lealmente por fuerza y por coraje y cuando ms

    falta le haca; en el colmo de la ira la diosa le replica que

    va a enfrentarse con las decisiones ele su proio esposo a

    n de obtener el triunfo de Hunding, que para ella es el

    triunfo de la delidad con- yugal. -Qu exiges de m? -contesta con semblante sombro

    el dios.

    -Que abandones a Siegmund! Mrame de frente y

    no suees con engaarme!

    Aleja tambin de l a la walkyria Brunilda! Prohbele

    que d la victoria al welsa!

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    Wotan apela a todas las argucias posibles para evitar

    la entrega del welsa y su derrota por el enemigo y deen-

    de el derecho de Brunilda para protegerlo. Pero la clera

    y el odio de Fricka son grandes v en nombre de los dio-ses pide el sacricio del hroe; su honor de esposa del

    primero de los dioses lo exige. Y Wotan promete y jura

    condenar a Siegmund a la derrota.

    A lo lejos yese el grito de guerra que lanza Brunil-

    da desde un pen de la montaa. Es el canto blico que

    anima al combate y enardece a los hroes a luchar sin

    desmayo; el acento es desgarrado y cruel, pero el tono

    tiene una vibracin heroica que hace estremecer de en-

    tusiasmo al corazn varonil que ha de esforzarse en la

    pelea. S muere venciendo, podr beber el hidromiel en

    el crneo del vencido y embriagarse con el encanto de las

    walkyrias.

    Brunilda ve pasar a Fricka, triunfante el gesto, de-saante la mirada, y su corazn se conmueve al com-

    prender que la suerte de Siegmund ha sido echada y que

    Wotan lo abandonar en su lucha con Hunding. Se acer-

    ca al dios en procura de respuesta; pero el divino padre

    en un instante de debilidad conesa su pesar a la hija

    predilecta. Las graves palabras del dios le revelan cmo

    despus de haberse amortiguado en el el fuego del amordese el poder, e impelido por esta pasin conquist el

    mundo entero. Pero el amor no se extingui del todo. De

    ah sus hijos dispersos por el mundo y la existeneia de

    las walkyrias. Luego le narra cmo habiendo arrancado al

    nibelungo Alberico el anillo forjado con el oro del Rhin,

    en vez de devolverlo a las ondinas como se lo rogaban,

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    pag con el el rescate de Frea, el precio del Walhalla eri-

    gido por los gigantes.

    As sacric el oro del Rhin en nombre del podero

    y de la eternidad de los dioses amenazados en su exis-tencia. Tiembla Brunilda al saber la prediccin de Erda,

    la mujer que sabe lo que el mundo fue cuando con pala-

    bras oscuras predijo que se pondra n a la eternidad de

    los dioses. Fue entonces cuando Wotan decidi bajar al

    mundo de los mortales y arrancar a Erda el secreto del

    destino de los dioses. Cautiv a la extraa mujer y fue

    padre de Brunilda.

    -Contigo y con tus ocho hermanas, Brunilda, he

    querido postergar y alejar la profeca de Erda: el n ver-

    gonzoso de los eternos dioses. Os encargu que crearais

    hroes para que el enemigo encontrara poderosa resis-

    tencia. Siempre debis ineitar al rudo combate para reu-

    nir en el Walhalla a los ms esforzados guerreros. -Llenaremos el Walhalla de hroes valerosos; mu-

    chos ya hemos conducido. Que puede aigirte entonces,

    padre, si nunea hemos tardado en complacerte?

    Pero Wotan insiste en la prediccin de Erda. El n de

    los dioses vendr de los ejrcitos del nibelungo Alberico,

    que renunci al amor para poseer el anillo. Es preciso que

    sea vencido por los hroes del Walhalla antes de recon-quistar el anillo que ha de darle todo el poder sucien-

    te como para obligar a los mismos hroes del Walhalla a

    luchar contra cl propio Wotan. Por ello, jams debe caer

    el anillo en manos de Alberico. El gigante Fafner lo guar-

    da celosamente junto a los dems tesoros; deber Wotan

    luchar contra l para arrancrselo y asegurar as la eter-

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    nidad de los dioses; pero no podr hacerlo porque media

    entre ambos un pacto. Las runas estn an indelebles

    en la lanza de fresno sagrado y el dios debe cumplir sus

    promesas si no quiere perder su condicin de inmortal.De ah su queja y su angustia. Slo un mortal, un hroe

    que no fuera ayudado por los dioses y que siendo extrao

    a ellos y libre de su proteccin pudiese sin plan previo,

    ni consejo divino, sino por propia inspiracin y en su de-

    fensa luchar v vencer a Fafner, ejecutara la accin que le

    est vedada a Wotan.

    Dnde est el hroe cuyo valor l a de salvar la eter-

    nidad del Walhalla?

    -Pero, el welsa Siegmund no obra segn tu voluntad?

    -le responde Brunilda.

    -He reconocido los bosques con l como una alimaa

    salvaje y luego, ya hombre, lo he armado con una espada

    invencible. Cmo querer engaarme a mi mismo? Frckadescubri el engao; por ello tengo que acceder a su vo-

    luntad -responde amargamente el dios.

    Una vez ms el primero de los dioses se entrega a la

    desesperacin lamentando haber retenido el oro de Albe-

    rico para salvar la juventud de los dioses; a causa de ese

    hecho ahora se ve obligado a sacrifcar lo que ms ama.

    -Lejos de m el altivo esplendor, el podero y la divi-na magnifcencia! Hndase cuanto he creado! Concluida

    est mi obra; slo una cosa quiero ahora: el fn. .. el fn!

    Y del n se encargar Alberico! Ahora comprendo

    el terrible signicado de las atroces palabras de Erda:

    Cuando d un hijo el nocturno enemigo del amor, cerca-

    no estar el n de la divinidad!

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    Una gran clera sucede a la profunda desespera-

    cin en Wotan. Luego vuelve a su pattica lamentacin

    y cuenta a Brunilda que ha sabido que el enano Alberico,

    gracias al oro, ha conquistado a una mujer mortal y de losamores ha de surgir el fruto del odio que utilizar contra

    el Walhalla.

    -Y ese prodigio La sido logrado por el que maldijo al

    amor! Y yo que siempre lo he adorado, nunca he creado

    al hroe libre que combata por m!

    Y en su furor lega a Brunilda la pompa de la divinidad

    y la conmina a pelear por Frela abandonando a Siegmund.

    Brunilda se subleva ante tal resolucin. La ira de Wo-

    tan no reconoce lmites, entonces, y le ordena obediencia

    absoluta; y si acaso la temeridad la lleva a desobedecer, el

    mximo castigo caer sobre ella tal como corresponde al

    ultraje inferido.

    Y dejando a la walkyria sumida en la desolacin, eldios se interna en las escarpadas montaas donde moran

    las jvenes guerreras.

    A lo lejos, y en estrecha garganta, asindose a las ro-

    cas, Brunilda ve ascender trabajosamente a Siegmund y

    Siglinda. Los esposos marchan fatigados pero animosos.

    -No ms lejos, esposa amada! La dicha del amor te ani-

    ma y andas tan de prisa, que apenas puedo seguirte. Ensilencio atraviesas prados y selvas y no puedo detenerte.

    Descansa! Habla conmigo y disipa la angustia que tu si-

    lencio me causa!

    Siglinda oye a su esposo y en un rapto de dolor le

    insta a que huya; horror y espanto se han anidado en su

    alma junto a su amor. Es una mujer maldita y ser la cau-

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    sa de la ruina de Siegmund. Pero el hroe piensa en la

    lucha que ha de iniciar en breve y se exalta al imaginar

    que hundir su espada hasta el puo en el corazn de su

    enemigo. Se oye la llamada de un cuerno guerrero que incita a

    la pelea; resuenan gritos de guerra y de desafo. Es Hun-

    ding que ha despertado de su sueo y llama en los bos-

    ques a las tribus y a los perros, clamando venganza con-

    tra los perjuros. Las jauras se acercan y Siglinda tiembla

    por la suerte de Siegmund. Es tal el dolor que le provocala visin de los tormentos que imagina han de inigir a

    Siegmund las manadas feroces de Hunding, que cae des-

    mayada. Siegmund la coloca suavemente en sus rodillas,

    observa su lenta respiracin y besa su frente. Brunilda

    mira la escena teniendo, con una mano, de la brida a su

    caballo, y sosteniendo el escudo con la otra.

    -Siegmund! -dice-. Levanta hacia m la mirada! Slo

    me ven los que estn condenados a muerte. Me aparezco

    en el combate slo a los valientes. El padre de las batallas

    te ha escogido; te conducir entonces al Walhalla!

    -A quin encontrar all? -responde el hroe.

    -Al Welsa, tu padre; a las almas de innidad de h-

    roes muertos; la hija predilecta de Wotan te servir lacopa de hidromiel; las hermosas walkyrias te recibirn

    con amor - dice Brunilda.

    -Ver tambin a Siglinda?

    -No; ella debe an respirar el aire de la tierra.

    -Entonces, saluda a Walhalla, al Welsa, a los hroes

    y a las walkyrias; no te sigo - replica Siegmund.

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    -La suerte te obliga a hacerlo, pues Hundng te ma-

    tar en el combate. El destino te est sealado y el que te

    condena a muerte ha quitado todo poder a tu espada!

    -Calla y no asustes a la amada que duerme! -le rue-ga Sie ;round; y dolorido por el sentimiento de su aciaga

    suerte, lamenta el destino desventurado que le espera a

    Siglinda, luego de su derrota por Hunding.

    Conmovida Brunilda ante la angustia y el amor de

    Siegmund, que no lamenta su muerte cercana sino el

    desamparo en que ha de dejar a la amada, pide al h-

    roe le confe a su mujer y al hijo que nacer de ella. Pero

    Siegmund desea la misma suerte que Siglinda; preere

    matarla con su propia espada Nothung, ya que no ha de

    servirle para obtener la victoria.

    La walkyria siente tocado su corazn por la prueba de

    tan grande amor y tan grave saericio; promete entonces

    a Siegmund que desobedecer las ordenes de Wotan paraque pueda derrotar a Hunding y vivir en la felicidad con

    su esposa y su hijo.

    -Fate de la espada, y combate con conanza! -dice

    al hroe-. Fiel te ser, lo mismo que mi ayuda!

    Luego, lanzando su grito de guerra, escapa en su ve-

    loz caballo.

    Siegmund, esperanzado, se vuelve hacia su esposa.Los instantes se apresuran y el combate es inminente.

    Como si presintiera los sufrimientos de los hombres, el

    cielo se cubre de nubes grises mientras ascienden desde

    el fondo del valle a la cumbre de los montes los sones

    belicosos y desaantes de las trompas y cuernos de caza

    que anuncian la entrada en la lucha.

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    Siegmund reclina la dormida cabeza de Siglinda so-

    bre un montculo de tierra y dispone su cuerpo al abrigo

    de una roca. El rostro sereno de la mujer no transparen-

    ta su sueo de siempre: el bosque donde transcurri suinfancia, la morada de los padres, el fresno familiar, las

    voces antiguas y el dolor y la tragedia de la destruccin de

    su hogar y la dispersin y muerte de los suyos.

    La tempestad arrecia en todo el mbito del ciclo; los

    relmpagos rasgan las nubes y los truca nos despiertan a

    Siglinda. Se oye su grito angustiado llamado a Siegmund.

    Un relmpago alumbra la escena del combate en lo alto

    de una roca y llega el eco de los gritos enconados de Hun-

    ding atacando.

    -Deteneos! Matadme a un primero! -clama Siglinda.

    Un resplandor vivsimo le descubre a la walkyria

    protegiendo con su escudo a Siegmund. El hroe anima-

    do y fuerte va a clavar su espada Nothung en el enemi-go; pero, en ese instante, cl primero de los dioses, col-

    rico por la desobediencia de Brunilda, se aparece y con

    su lanza detiene la espada, que al chocar se quiebra en

    pedazos. Queda desarmado el hroe; el cobarde Hunding

    aprovecha el momento y hunde su arma en Siegmund.

    La walkyria ve morir a su protegido y espantada por

    la ira de Wotan corre a salvar a Siglinda. La encuentra de-solada y estremecida junto a la roca protectora; la toma

    en sus brazos y colocndola en el caballo huye por entre

    los desladeros.

    Atrs, en la cresta del monte, en lo que fue escenario

    del combate, slo queda el cadver del hroe. Hunding

    proere gritos de victoria; pero la clera y el dolor de

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    Wotan son terribles y arroja de su presencia a Hunding.

    Ante el desprecio del dios, el guerrero cae muerto.

    Ahora el furor de Wotan se dirige a la walkyria prefe-

    rida, que ha violado sus rdenes y ayudado al hroe. Con-tra ella ha de ejercer un castigo ejemplar y duro.

    La tempestad- decrece y los densos nubarrones hu-

    yen hacia el Oeste. El viento fro descubre al cielo y, en la

    tierra, relucen las hojas de los pinos del bosque lavadas

    por la lluvia.

    En la cumbre de los montes escarpados, llevadas por

    cl viento cabalgan las walkyrias. Los cadveres de los

    guerreros muertos penden de las sillas v el trotar de los

    caballos y yeguas resuena acompasado en las oquedades

    de la montaa. El desle va acompaado de gritos, de-

    safos, sonidos de bronce de sus armas y corazas. Al en-

    contrarse reunidas se saludan con jbilo; descienden en

    un pinar, dejan descansar a las bestias y comentan loscombates que han presenciado.

    -No somos ms que ocho; an falta una! -dice una

    de las jvenes-. Dnde est Brunilda?

    La walkyria tarda en llegar; luego aparece tras velo-

    csima v agitada carrera. Viene huyendo de la clera del

    padre y conduciendo a Siglinda. Al llegar al pinar, co-

    rre al encuentro de sus hermanas, a las que pide ayuda yproteccin.

    -Por primera vez huyo y soy perseguida! El padre de

    las batallas me persigue!

    No soy ya su Bija predilecta!

    Las walkyrias se horrorizan ante tal acontecimien-

    to. jams han desobedecido al dios; la desventura de

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    Brunilda las conmueve en extremo. Pero no se atreven

    a desaar la clera de Wotan. Ante sus ojos espantarlos

    ven avanzar la tempestad en cuyas nubes se acerca el

    dios colrico. No podrn ayudar a Brunilda, pues debenobediencia a su padre; ni siquiera pueden proteger a la

    desventurada Siglinda, que trastornada por la muerte de

    Siegmund clama que se la mate. Nadie podr salvarla!

    Las jvenes guerreras en cabalgata desesperada se pier-

    den en los montes, gritando:

    -Afuera esa mujer! Que ninguna walkyria la proteja!

    Slo Brunilda, conmovida y resuelta, decide salvarla

    cumpliendo su promesa al hroe. Y en medio del fragor

    de la tormenta que anuncia al dios orienta a Siglinda ha-

    cia el bosque cercano, en donde escondido en una cueva

    el dragn Fafner guarda el anillo v los tesoros arrebata-

    dos al nibelungo Alberico.

    -Es cl mejor lugar para protegerte de la clera deWotan! Un pacto le impide combatirlo. Salva a tu hijo,

    mujer! Ser el ms valiente de los hroes! Guarda los

    fragmentos de la espada Nothung; forjada de nuevo po-

    dr usarla en los combates.

    Siegfried debes llamar a tu hijo! Que goce en paz de

    los frutos de la victoria!

    Siglinda, animosa y agradecida, huye para salvar a suhijo. Al instante un huracn se desata en los montes y en

    medio del trueno se oye la orden de Wotan.

    -Detente, Brunilda!

    Pero, ahora, todas las walkyrias compadecidas izan

    regresado y la protegen con sus cuerpos. El dios reclama

    a la desobediente y perjura; recrimina la debilidad de las

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    guerreras y exige la presencia de Brunilda. Y sta apare-

    ce, rme y resuelto cl paso.

    -No sers ya mi mensajera!; no te sealar hroes

    en el combate! Ni estars en los festines de los dioses!Ni besar tu boca inocente! Quedas fuera del ejrcito di-

    vino y expulsada de la raza de los dioses!

    Ante tan tremenda condena lloran y ruegan las

    walkyrias; pero Wotan es inexible. Brunilda debe dejar

    el mundo brillante de los dioses y convertida en mortal

    deber hilar y obedecer a un hombre, siendo el blancode las burlas. Las walkyrias huyen desoladas al caer el

    crepsculo.

    Bajo un cielo limpio ahora de nubes, Brunilda se diri-

    ge a su padre con las viejas palabras del afecto y le recuer-

    da el momento en que el dios, morticado por Fricka, le

    contara sus pesares. Ella slo ha cumplido los oscuros e

    inconfesados deseos de su padre, que no poda realizar-

    los por su promesa a Fricka.

    Pero el primero de los dioses es inexible en sus de-

    signios; reprocha a Brunilda el amor encendido por el

    hroe Siegmund que la impuls a desobedecer su man-

    dato y alejarla del padre. Sin piedad alguna, ordena que

    abandone el Walhalla. Humilde y desesperada, la hija preferida de Wotan

    le ruega, por ltimo, que si ha de expulsarla de la raza de

    los dioses y someterse a un hombre, que ste no sea ni

    indigno ni cobarde.

    -Te someter a un profundo letargo! El que logre

    despertarte ser tu esposo! - le replica el dios.

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    -Oye la ltima splica que te dirijo! -ruega Bru-

    nilda-. Esto imploro de ti- Haz que ardientes llamas

    circunden la roca donde duerma y que devoren a quien

    se atreva a acercarse! As slo el ms valeroso de loshroes lograr despertarme!

    El dolor de Brunilda conmueve por n a Wotan y

    accede al ruego de la doncella.

    -Un fuego nupcial como nunca ardi para novia

    alguna te rodear! Abrasadoras llamas circundarn la

    roca y atemorizado huir el cobarde! Slo obtendr a

    la doncella quien sea ms libre que yo, que soy un dios!

    -conjura Wotan.

    Acaricia a Brunilda por ltima vez, elogia su ternura

    y belleza inocente. La besa en los ojos, que se cierran in-

    mediatamente, y la joven queda dormida junto a las o-

    res del prado y bajo el verdor de los pinos.

    Wotan le cie el casco y la cubre con el escudo. Invo-ca a Loge, y el fuego brota; una llama brillante empieza

    a rodear el sitio elegido formando un crculo ardiente y

    alto, que alumbra al anochecer.

    Dormida dentro del cerco llameante queda Brunilda;

    y el primero de los dioses, ante la bella y serena visin de

    su hija, formula an su ltima voto:

    -Quien tema ni lanza, no pase nunca a travs deestas llamas!

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    III.SIGFRIED

    Los encinares del bosque se apretujan junto a la en-

    trada de una gruta. De su interior llega el eco acompasa-do de un hierro golpeado en el yunque y el soplar de un

    fuelle. Los pjaros preludian sus cantares maaneros y

    las hojas de los pinos y de los robles, de erguida planta,

    tienen el verde fresco y brillante. Los zorros y los lobos

    no sesgan con sus aullidos la tranquilidad de la selva.

    Slo cl lamento de Mime, el enano herrero que forja en lagruta, rasga el silencio.

    -Tormento pesado! Trabajo sin fruto! La mejor es-

    pada que forj en mi vida resistira a los puos de los

    gigantes. Y este jovenzuelo, que he criado y prohijado,

    la rompe como si fuera de juguete! Carezco del arte que

    pueda unir los pedazos de la espada Nothung! Y qu pre-

    mio tendra si pudiera lograrlo! Y Mime, agobiado por su trabajo sin fruto y sin des-

    canso, prosigue la forja. Oh, si l pudiera unir los frag-

    mentos de Nothung! Fafner cl gigante, en cuyo poder

    est el anillo del Nibelungo y el casco alado, dueo de

    todos los tesoros que exigiera por la devolucin de Freia,

    es ahora un dragn misterioso y terrible, de inmenso

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    cuerpo, boca armada de losos dientes, desgarradores

    de carne, y una cola poderosa que destroza golpeando.

    Si Nothung fuese soldada, el joven que ha criado Mime el

    enano podra librar combate con el dragn y conquistarel tesoro del Nibelungo para su tutor; Alberico no cuenta

    para nada en este plan.

    Un toque vibrante de cuerno de caza seguido de un

    grito de alegra se oye a la entrada de la gruta. Un joven

    hombre alto, fuerte, erguido y hermoso como un dios;

    rubia la cabellera, azules los ojos; tostada la piel por los

    soles del verano y curtida por la ventisca del invierno;

    rme de msculos, ancho de pecho, robusto de torso,

    gil el paso; una risa franca y un semblante abierto; el

    gesto desaante y el aire osado de adolescente. Sigfrido

    es su nombre, segn Mime lo llama; y suya es la exigen-

    cia de soldar a Nothung y que el enano por ms que se

    esfuerza no puede lograrlo. Entra bullanguero en la grutatrayendo consigo un oso apresado en el bosque, que inci-

    ta contra Mime, con alegra maliciosa.

    -Murdelo! Cmelo! Cmete a ese intil forjador!

    -Aparta de m a esa era! -dice temblando Mime

    acurrucado detrs del hornillo.

    -Lo traigo para atormentarte mejor! A ver, pregn-

    tale por la espada! -y acerca el oso, que grue, al enanoque gime espantado.

    -Hoy la acabar de pulir! -asegura.

    -Aleja a ese animal.

    Y Sigfrido riendo quita la cuerda al oso, que escapa de

    inmediato al bosque. A los reproches de Mime por haber

    trado la era a la cueva, Sigfrido responde que siempre

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    siente la necesidad de buscar un compaero mejor que

    Mime y a quien pueda amar y sentirse su amigo. Corrien-

    do entre la arboleda del bosque ha hecho sonar su cuerno

    llamando al amigo imaginario; slo el oso sali refunfu-ando de los matorrales.

    Pero ahora quiere la espada invencible que Mime

    debe haber forjado. El enano presenta la hoja reluciente;

    Sigfrido prueba su punta, luego la blande y la dobla con

    sus fuertes manos; los trozos de metal brillan despus en

    el suelo. Y nuevamente su clera se despierta. Vive so-

    ando con una espada que resista a sus manos; con ella

    podr matar los dragones y entablar combates contra gi-

    gantes sanguinarios; realizar hechos heroicos y hazaas

    esforzadas. Sin embargo, no puede hacerlo an porque cl

    arte de Mime no acierta a forjar la espada.

    Y Sigfrido reprocha su inhabilidad al enano:

    -Hasta cundo has de engaarme, fanfarrn! -gritaairado.

    Entonces, Mime le reprocha su ingratitud. Ahora es

    un fuerte y hermoso joven; pero, quin le cuid al na-

    cer? Quin le ense a andar? Quin gui sus primeros

    pasos? Quin le hizo conocer el bosque, distinguir sus

    hierbas y treparse por los troncos y cantar con los pja-

    ros? Quin ha velado sus noches, preparado el alimen-to, y elegido los frutos silvestres para el nio? Quin?

    La ingratitud de Sigfrido lo hunde en la desesperacin;

    mientras Mime trabaja y forja, el joven vagabundea por

    el bosque, canta y caza. Sigfrido conoce toda la larga la-

    mentacin de Miele; siempre la ha escuchado desde nio,

    pues el enano se la repite desde que se dio cuenta de que

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    poda entenderle. As ha credo poder obtener el cario

    del joven; pero lo nico que ha logrado es su encono y el

    creciente alejamiento.

    La presencia contrahecha del enano, su andar cojo,y su ademn torpe, no despierta compasin sino irrita-

    cin en Sigfrido. Le repugna el alimento que le prepara,

    no puede conciliar el sueo en el blando lecho que le dis-

    pone; siempre ve y siente la mala intencin que mueve

    al enano y nunca se le apareci leal y bueno. Por eso no

    siente afecto hacia l ni podr sentirlo.

    A veces una duda asalta su limpia conciencia de

    hombre criado en plena naturaleza.

    -Cmo es que huyendo por cl bosque para no estar

    contigo, vuelvo otra vez a tu casa?

    -Porque estoy cerca de tu corazn -responde Mime.

    -No olvides que no puedo sufrirte!

    -Eso se debe a tu ferocidad; an debo suavizar tusimpulsos. As copio los pichones pan por el nido y los

    cachorros gimen por sus padres, t, sediento de cario,

    vienes a m. Porque yo, Mime, soy para ti como el ave

    madre para el hijuelo.

    -Oye, Mime; si eres ingenioso contesta a esto: los

    pjaros cantan, se llaman uno al otro en la primavera.

    T me dijiste que eran macho y hembra. Construyen sunido y luego incuban los huevecillos; mas cuando nacen

    los polluelos, los cuidan juntos y los alimentan. El lobo

    macho lleva la comida a los cachorros y la hembra los

    cuida. En ellos aprend lo que era el amor y jams en mis

    correras por el bosque rob un hijuelo. Dnde est tu

    hembra, Mime, para llamarla madre?

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    Mime se encoleriza y reprocha a Sigfrido su preten-

    sin. -Acaso l es pjaro o un zorro para ser igual a ellos?

    Pero, entonces, Sigfrido quiere saber cmo es que

    puede haber un nio sin madre. Y aunque el enano in-tenta convencerlo de que l es su padre y su madre a la

    vez, Sigfrido no le cree y le recrimina el embuste.

    -Y los hijos se parecen a los padres! En las aguas

    claras de los arroyos he visto reejarse los rboles, los

    pjaros, las nubes; all tambin contemple mi imagen y

    me he visto completamente distinto de ti. Dime, enton-

    ces, quines fueron mis padres?

    Mime intenta disuadirle una vez ms, pero Sigfrido

    salta a su cuello como un tigre joven. Slo entonces pue-

    de conocer el secreto de su origen.

    -Gimiendo encontr en el bosque a una mujer -co-

    mienza diciendo el enano; - la traje junto a mi fragua

    para calentarla. En este sitio naciste t. Ella muri y tte salvaste. Por ella me fue dado tu nombre; deba impo-

    nrtelo porque te hara fuerte y libre.

    Y nuevamente Mime quiere repetir la enumeracin

    de sus cuidados y esfuerzos, pero Sigfrido le interrumpe:

    -Quiero saber el nombre de mi madre!

    -Lo habr olvidado?... Espera... Siglinda cre recor-

    dar que fue. -Y el de mi padre ...

    -Qu fue de mi padre?

    -Nunca le vi. Tu madre slo dijo que muri en un

    combate; como hurfano y desamparado te recomend.

    -Quiero una prueba de todo esto!

    Y Mime le muestra los fragmentos de la espada No-

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    thung que el padre de Sigfrido llevaba al perecer en su

    ltimo combate.

    Una alegra desbordante da paso a la pena en el jo-

    ven. Con los pedazos de la espada rota deber forjar elarma que blandir en sus luchas. Quiere que Mime los

    una y trabaje un arma sin igual. Con ella saldr del bos-

    que y entrar en el mundo. Cmo ser ele feliz en su li-

    bertad! Tal como el pjaro y la alimaa en la selva. Como

    el viento que mueve las hojas y el agua que corre en los

    torrentes. Embriagado con la esperanza de su liberacin

    corre al bosque llenando el aire con sus gritos de jbilo.

    Mime no puede retenerlo a pesar de sus llamadas.

    Una nueva preocupacin se suma a sus afanes. Cmo

    podr unir los pedazos del acero de Nothung? No hay

    horno con suciente calor para ablandarlo ni martillo de

    nibelungo que venza su dureza; ni la envidia que devora

    su alma ni su rudo trabajo de enano tendrn la sucientefuerza como para insistir en soldarla.

    Adems, cmo podr ahora inducir a Sigfrido a que

    penetre en la cueva de Fafner el dragn y entable comba-

    te matndolo y muriendo a la vez?

    Las lamentaciones de Mime se interrumpen de gol-

    pe. Un viajero extrao ha entrado en su guarida; usa lan-

    za, lleva un manto azul oscuro y un sombrero de anchasalas cae sobre su ojo tuerto.

    Saluda al herrero asustado, que se cree amenazado

    por un peligro nuevo y no le ofrece hospitalidad. Pero

    el viajero le dice palabras signicativas al descubrir su

    miedo y su turbacin: l conoce de todo y nada le est

    oculto a su saber. Por qu el enano no intenta poner-

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    lo a prueba? Mime se anima y le formula tres preguntas,

    apos- tando su hornillo contra la cabeza del extrao.

    -Qu estirpe vive en las profundidades?

    -Los Nibelungos y Nibelhein es su patria. Son negrosy Alberico en un tiempo fue su rey mediante el poder

    mgico de un anillo forjado con el oro del Rhin y que le

    proporcion incontables riquezas.

    -Mucho sabes, viajero; pero, dime ahora: `qu espe-

    cie domina en la supercie de la tierra?

    -La raza de los gigantes, cuya patria es Riesenhein;

    Fasolt y Fafner fueron los gigantes que ganaron el anillo

    del nibelungo Alberico, y con l su poder. Sin embargo, la

    maldicin del anillo los llev a la discordia y a la lucha a

    muerte.

    -Qu estirpe habita la regin de las nubes? Contes-

    ta ahora, viajero!

    -Los dioses; su morada es el Walhalla. Wotan los rigey su lanza est hecha de la rama sagrada del fresno del

    mundo. En su asta estn las runas, frmulas misterio-

    sas, inscriptas, que revelan los pactos convenidos. Quien

    posea la lanza es dueo del mundo. Ante Wotan se incli-

    na el ejrcito de los Nibelungos y la raza de los gigantes

    acata sus consejos.

    -Viajero: has salvado tu cabeza; sigue, ahora, tu ca-mino -dice el enano.

    Pero el extrao, a su vez, quiere poner a prueba el

    saber del enano; su cabeza ha de servir de prenda si no

    logra responder a tres preguntas que el viajero ha de for-

    mularle. Mime con humildad replica que hace tiempo

    abandon su patria y se separ de su madre. La mirada

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    de Wotan un da ilumin su cueva. Emplear todo su in-

    genio en salvar su cabeza, pues.

    -Cul es la raza que Wotan trata peor y, sin embar-

    go, es la que ms ama? - comienza el viajero. -La de los welsas. Siegmund y Siglinda, dos desdi-

    chados gemelos, descienden de ella; fueron padres de Si-

    gfrido, el ms poderoso de su raza.

    -Resolviste la primera pregunta. Ahora: Qu espada

    blandir Sigfrido para matar a Fafner?

    -Nothung se llama la espada. Wotan la hundi en unfresno de donde slo Siegmund logr sacarla. Con ella

    fue al combate contra Hunding, pero Wotan se la que-

    br en pedazos. Sus trozos los guarda un hbil herrero,

    pues con ella, Siete fried, nio sencillo y osado, vencer

    al dragn.

    -Eres muy ingenioso; pero, a que no sabes respon-

    der quin ha de forjar con los pedazos de Nothung la fu-

    tura espada?

    Mime no puede contestar a esta pregunta y conesa

    su ignorancia, ya que, aunque es el ms sabio herrero, no

    ha podido forjarla.

    Con tono sibilino el extrao le comunica que tal cosa

    slo podr hacerla quien no sepa lo que es miedo. Y luegoagrega:

    -Desde hoy tu cabeza est empeada y la ceders a

    aquel que nunca sinti el temor. El nibelungo queda ate-

    rrado; el viajero ha desaparecido en el bosque circundan-

    te. Mime se deja caer junto al yunque y medita abatido.

    Un vivo resplandor y un gran estruendo le llega desde

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    afuera; es Fafner que pasa hacia su cueva aplastando y

    destrozando lo que encuentra a su paso.

    El enano, rendido y tembloroso, queda escondido a la

    espera de Siegfried. Un grito alegre y juvenil lo vuelve en s; es el joven

    que regresa. Al entrar pide la espada que ya deba haberle

    trabajado Mime; en ese momento se da cuenta el enano

    del oculto sentido de la sentencia del viajero: Slo podr

    forjarla aquel que no sabe lo que es miedo. Sigfrido, por

    lo tanto. De modo que su cabeza de enano est em- pe-

    ada al joven, cmo podr salvarse si no es infundin-

    dole miedo, hacindole conocer el temor?

    No duran mucho las meditaciones de Mime; Sigfrido

    pide a gritos su espada.

    Entonces el enano le dice en tono misterioso:

    -Es preciso que te ensee a tener miedo!

    -Y qu es el miedo? -replica el joven. -Cuando a la luz del crepsculo ests solo en lo mas

    intrincado de la selva, no has sentido alguna vez co-

    rrer un fro aterrador por tus miembros, perturbados tus

    sentidos, oprimido el pecho y tembloroso el corazn?

    -Con gusto quisiera sentir ese fro y ese temblor.

    Pero, cmo me lo ensears?

    -Sgueme -dice artero el enano y lo lleva fuera de la

    gruta-; aqu cerca hay un dragn espantoso cuyas vcti-

    mas sin innumerables. Fafner y su terrible presencia te

    ensearn a tener miedo.

    -Dnde est? -pregunta el joven resuelto.

    -No lejos del inundo, en una cueva que se llama de la

    envidia - responde Mime.

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    El joven se siente dominado por el entusiasmo y en la

    embriaguez de la lucha prxima pide la espada.

    Asustado, el enano conesa que no se siente capaz

    de soldar los trozos de Nothung. Entonces, Sigfrido re-suelve hacerlo l. Entonando un canto alegre y jubiloso

    llena de carbn el hornillo y la llama brota viva y ardien-

    te; luego linea los fragmentos de la espada ante el asom-

    bro del viejo herrero, reducindolos a polvo, que coloca

    en un crisol sobre las ascuas, mientras aviva el fuego con

    el fuelle. -Nothung! Notliung! -invoca Sigfrido y canta su

    trabajo mientras sopla el fuelle y se funde el metal.

    -Pronto te blandir, espada ma, Nothung, acero

    deseado!

    El enano perverso y sombro contempla el triunfo de

    Sigfrido y trama su muerte. Lo har enfrentarse con Fa-

    fner alentando su ansia guerrera; que con Nothung mate

    al dragn y se apodere del anillo y del casco; pero luego le

    dar a beber un brebaje que le producir la muerte.

    El joven sigue absorbido por su tarea y canta:

    -Forja, martillo mo, forja la resistente espada!

    Cmo me alegran estas chispas brillantes! La clera es

    un adorno para el valiente. Sumerge el acero en el agua y se re al or el chispo-

    rroteo; en tanto Mime piensa en la trama que su perdia

    prepara.

    -Nothung, espada envidiada! -grita Sigfrido en su

    exaltacin blandiendo el acero. - Ya ests otra vez