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8/20/2019 El Atuendo Celestial No Tiene Costuras - Bi Shumin http://slidepdf.com/reader/full/el-atuendo-celestial-no-tiene-costuras-bi-shumin 1/15 [407] TRADUCCIÓN EL ATUENDO CELESTIAL NO TIENE COSTURAS* BI SHUMIN Traducción de CHEN XIAOHANG Con la colaboración de LILJANA ARSOVSKA Bi Shumin Nació en Xinjiang en 1952. En 1969 entró al ejército y regresó a la vida civil en 1980. Después de veinte años ejercer la me- dicina en un hospital estatal, se dedicó a la creación literaria. Actualmente es miembro de la Asociación de Escritores de China, vicepresidenta de la Asociación de Escritores de Beijing, médica titular y posgraduada en literatura. Ganó el premio de literatura Zhuang Zhongwen de 1989, el premio Cien Flores en 1990, 1992 y 1994, el premio Beijing 2005 de literatura, el premio de literatura juvenil 2003, el premio 1993 de literatura China Times, y el premio de literatura United Daily News de 1996. Entre sus obras más conocidas están La receta roja , “La psicóloga”, “Cita con la muerte” y “El atuendo celestial no tie- ne costuras”. Este relato cuenta la historia de una mujer china, exitosa en el plano profesional y personal. Tiene un marido que la quiere, * Publicado en la Antología de Bi Shumin , Qunzhong Chubanshe, Beijing, 2005. Traducido en el seminario de traducción de literatura china contemporánea, impartido por la maestra Liljana Arsovska en El Colegio de México.

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[407]

TRADUCCIÓN

EL ATUENDO CELESTIAL

NO TIENE COSTURAS*

BI SHUMINTraducción de

CHEN XIAOHANG

Con la colaboración deLILJANA ARSOVSKA

Bi Shumin

Nació en Xinjiang en 1952. En 1969 entró al ejército y regresóa la vida civil en 1980. Después de veinte años ejercer la me-dicina en un hospital estatal, se dedicó a la creación literaria.Actualmente es miembro de la Asociación de Escritores deChina, vicepresidenta de la Asociación de Escritores de Beijing,médica titular y posgraduada en literatura. Ganó el premio deliteratura Zhuang Zhongwen de 1989, el premio Cien Floresen 1990, 1992 y 1994, el premio Beijing 2005 de literatura, elpremio de literatura juvenil 2003, el premio 1993 de literaturaChina Times, y el premio de literatura United Daily News de1996. Entre sus obras más conocidas están La receta roja, “Lapsicóloga”, “Cita con la muerte” y “El atuendo celestial no tie-ne costuras”.

Este relato cuenta la historia de una mujer china, exitosa enel plano profesional y personal. Tiene un marido que la quiere,

* Publicado en la Antología de Bi Shumin, Qunzhong Chubanshe, Beijing, 2005.Traducido en el seminario de traducción de literatura china contemporánea, impartidopor la maestra Liljana Arsovska en El Colegio de México.

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una familia que la adora y un trabajo que le gusta. Sin embargo,

tal vez por culpa del destino o del conejo que come en la casade su madre, Zou’an da a luz a una hermosa criatura con labioleporino. En China, donde actualmente sólo se puede tener unhijo, Zou’an decide buscar la perfección a toda costa. El resul-tado es desastroso. ¿Es Zou’an culpable o inocente? Muchasmujeres la critican en voz alta, otras la comprenden en silencio.La autora Bi Shumin no la juzga; describe un acto de búsquedade la perfección absolutamente a toda costa.

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EL ATUENDO CELESTIAL

NO TIENE COSTURAS

Zou’an había ido a casa de sus padres a cenar. Un olor agradablela envolvió mientras abría la puerta.

—¿Qué huele tan rico mamá? —Zou, ya casada, era una

oficinista desenvuelta, de mucho mundo. Pero cuando llegabaal hogar materno, afloraba su lado infantil.—¡Pruébalo! —dijo su mamá destapando la olla. Aunque

comían en la mesa, y el padre debía ser el primero, la señorasolía tomar de la olla el mejor bocado para su querida hija an-tes de comer.

Con el tazón lleno, Zou probó un sabroso bocado. Desdepequeña le gustaba comer carne. Su madre siempre decía que

si sus antepasados no habían sido changos, entonces ellos pro-venían de los tigres.—¿Qué tipo de carne será? Parece de gallina, pero no —Zou

jugueteó con un huesito.—Es conejo de nieve, me lo regalaron. Según dicen, esa lie-

bre crece comiendo nieve. Su carne evita las calamidades, pre-viene enfermedades, tonifica el cuerpo y alarga la vida. Comotiene poca carne, también le puse un poco de gallina —la señoramencionó el mito del animal con especial entusiasmo.En la cena, Zou apartaba la carne de gallina y sólo comía lade conejo, que absorbía más fácil la salsa de soya y adquiría uncolor ambarino.

Es muy probable que la liebre de nieve tuviera otras pro-piedades, pues al regresar a su casa, aunque ya era tarde, Zoudespertó a su marido para hacer el amor.

Los días que siguieron transcurrieron tranquilamente.Acababan de casarse, no tenían prisa de ser padres y tampocorechazaban la posibilidad. Aunque eran jóvenes respetaban elviejo estilo de no forzar la naturaleza. Hoy en día “dejar fluirla naturaleza” es una moda; en el pasado, los que tenían malasuerte usaban esa frase para consolarse y contentarse. Ahorala usan los afortunados.

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Zou quedó embarazada. Sin aspavientos, mostró el infor-

me médico a su marido; ella siempre despreciaba las cursileríasde telenovela, como aquello de que el esposo se entere hastaque vea a su mujer preparando un ajuar de bebé. “¡Qué detallemás cursi, no?”

Su expresión era tan tranquila que parecía que le estabadando a su marido unos boletos para el cine y no una prueba deembarazo.

Después de revisar el informe, él dijo:

—Buenas noticias, aunque ahora tendrás más trabajo.—No pasa nada, para las mujeres es muy natural —dijoZou con calma. Imaginaba traer al mundo un hermoso baúlpara llenarlo con tesoros.

—El bebé debe sacar lo mejor de los dos; por ejemplo, misojos y tus labios. ¿Te has fijado que tus labios son como du-nas subiendo y bajando suavemente en un desierto rojo? —ledijo su esposo más noche.

Zou sonrió. —Lo de mis labios lo has repetido más de milveces. En cuanto a las cualidades, en todas las familias dondehay embarazadas se habla de eso, pero cómo vienen los hijos,depende de la ley de probabilidades. Nuestros genes son naipessin orden, ¿cómo podríamos garantizar que sólo salgan cora-zones?

Él replicó:—Aunque no todos sean corazones, viniendo de padres

tan talentosos, ¿no crees que sacará uno que otro rey o sota yalgunos ases?Zou contó a sus colegas aquella plática. Ellos no le comen-

taron nada, se guardaron su opinión y decidieron esperar hastaver al bebé de la linda Zou.

El día del parto se acercó. Zou, muy gorda, parecía una te-tera llena de agua. Cuando se hizo el último estudio antes delparto, escuchó un diálogo entre dos embarazadas, una con vien-tre de canguro y otra con apenas una pancita.—¿Has comido conejo?

—¡No! ¿Quién se atreve a comer eso? Si comes conejo, elbebé trae labio de conejo.

—Eso es una superstición… pero es mejor no arriesgarse.Yo creo en las supersticiones chinas y en las que no lo son.

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Zou recordó de pronto el conejo de nieve y se estremeció de

miedo, pero pronto se dijo que tan sólo eran palabras absurdas,de gente ignorante. Se repetía una y otra vez: el conejo de nie-ve no es conejo.

Sabía que antes del parto todas las embarazadas teníanmiedo de dar a luz a un engendro, pero ella estaba joven y sa-na; nunca había sufrido radiaciones nucleares ni infeccionesvirulentas, y ni siquiera había tomado pastillas durante el em-barazo. ¿Por qué habría de tener un adefesio?

A la hora de parir se avergonzó de la calma que sentía. To-das las parturientas lloraban como almas en pena y gritandocomo lobas. La sala de partos parecía una sala de conciertosllena del rock de la vida. Zou no encajaba allí, mostraba unatranquilidad digna de una experimentada mujer a punto de pa-rir. El bebé nació sin problemas; cuando su cabeza entró encontacto con el aire frío, sin demora, empezó a chillar fuer-te, como un puma. A su juicio, eso no era llanto, pues el llanto

es signo de tristeza humana. Un recién nacido aún no conoce latristeza, su llanto es símbolo de alegría. La partera tomó al bebéen brazos. Zou, soportando el esfuerzo, lo miró de costado. Lacabeza del bebé estaba en las manos de la partera. No lo po-día ver claramente, y sólo supo que era un varón.

Mostrándoselo al médico, la partera preguntó:—¿Qué hacemos?El médico inquirió:

—¿Está su esposo?—No.—¿Y sus familiares?—Tampoco —contestó la partera.—Sólo podemos hablarlo con ella. ¿Está bien?—Bien. Todos sus signos son normales.—Bueno, lo hablaré con ella.Zou estaba muy consciente. Al escuchar ese diálogo, no sa-

bía si tenía relación con ella. Tendida en la cama, parecía unaballena blanca en reposo, esperando que alguien le mostrara elfruto de su vientre para revisarlo. La partera sostenía al bebécon mucho cuidado, como si se tratara de una espada gruesa.

El médico tomó al recién nacido, tan suave y frágil que pa-recía no tener huesos. Apoyando a la criatura en sus antebrazos,

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lo sentó en su codo. El bebé de pronto estuvo de pie ante los

ojos de su madre.Su marido había querido acompañarla, pero ella lo co-rrió.

—Haz tus cosas. Parir es asunto mío; no me gustan los in-trusos ni el exceso de atención. —También rechazó el apoyode su madre.

El médico levantó al bebé, pegado a su brazo como enrelieve.

—Es varón. Lo examinamos y todo está bien, sólo que tie-ne labio leporino; tómalo en brazos para que lo veas.Aún no terminaba de decirlo cuando el bebé bostezó. Sus

labios, de contornos suaves, eran los de Zou, pero en el centroyacía una grieta profunda como un cañón, revelando el paladarrosado y la garganta negra.

Zou se perdió inmediatamente en el laberinto rosado ynegro.

Cuando recuperó el conocimiento oyó los gritos de su ma-rido.—¿Cómo pudieron ser tan crueles? Acaba de parir, está

muy débil. ¿Cómo pudieron darle una noticia tan terrible yencima pedirle que lo viera?

Con tono calmado el médico explicó:—Según nuestro reglamento de protección al paciente no

debemos dar noticias negativas a las recién paridas, pero el hos-

pital ha enfrentado varias demandas por casos similares. Así queoptamos por certificar la autenticidad del niño en el acto; de locontrario, después del nacimiento, hay quienes no lo aceptany han dicho que queremos darles gato por liebre. Comprendanuestras dificultades y no se exalte. En realidad, un labio le-porino es una deformidad menor, lo reparan y queda como un“atuendo celestial sin costuras”.

Zou no abrió los ojos durante esa plática; después deabrirlos no supo qué decir. Sólo recordaba una frase: “atuendocelestial sin costuras”.

Al dejar el hospital con el niño, no esperó la visita de suscolegas. Inmediatamente se trasladó a la tierra natal de su ma-rido, una pequeña ciudad, para reposar después del parto. Nadiesupo del labio leporino y todos decían:

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—¡Qué suerte la de Zou, tiene su suegra para cuidarla!

Después de seis meses de vacaciones regresará con su hijo sanoy fuerte. Entonces iremos a felicitarla y a comer huevos rojos—en realidad, ahora mucha gente no come huevos por lo delcolesterol, pero todos querían animar a Zou.

Después de cinco meses, Zou regresó en secreto a la casade sus padres. Al verla, su mamá, asustada, preguntó:

—¿Porqué estás tan delgada? No pareces recién parida. ¿Teha tratado mal tu suegra? Deja que tu madre te consienta.

Con risa forzada Zou dijo:—Me ha cuidado bien, soy yo quien no tiene ganas decomer.

—Tu suegra no te ha culpado por el labio leporino, ¿verdad?Si te culpa le puedes decir que nosotros no tenemos ese gen,que seguramente viene de ellos.

—No me dijo nada. Al contrario, siempre me consoló. Se-gún ella, en el campo hay muchos niños con ese problema. Si el

niño es inteligente, lo demás da igual. Además, a esas criaturashay que darles mucho más cariño —me decía.—Bueno, tu suegra es comprensiva. Entonces, ¿qué te

preocupa?Sin poder contenerse, Zou empezó a llorar:—A un hijo así es más fácil criarlo en el campo, pero vivi-

mos en la ciudad. Cuando sea mayor se sentirá inferior. Aho-ra, hasta para contratar botones en los hoteles piden que sean

guapos como Romeo. Mi hijo es un desecho. Aunque nadiemencione el asunto, jamás podré perdonármelo.—Pero, ¿qué podemos hacer? Ya no puedes tener otro

hijo.1Zou permaneció callada. En las noches, llena de sentimien-

tos sombríos, pensó varias veces que sería mejor que su hijomuriera. Pero tan pronto la idea cruzaba su mente, empezabaa rasguñarse, pellizcarse y autocastigarse de mil maneras. Sucuerpo estaba lleno de moretones. Luego se quedaba tranquilapor unos días. Después del delito venía el castigo, y despuésotra vez el crimen. Esos pensamientos la asaltaban cada día

1 Debido a la política de planificación familiar, la mujer en la ciudad no puedetener más de un hijo.

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con más frecuencia. Zou odiaba la idea de matar, pero no se la

podía borrar de la mente. Era una mujer inteligente y fuerte;desde pequeña siempre había querido ser la primera en todo. Jamás imaginó que en eso de parir, que hasta las más estúpidaslo hacen bien, ella hubiera fracasado de un modo tan miserable.Era como una pregunta mal contestada, sin goma de borrar nipermiso para corregir.

A fin de librarse de esa locura regresó a casa con muchaprisa. En la ciudad había excelentes hospitales de cirugía plás-

tica. Quería dar a su hijo, lo más pronto posible, la aparienciadel “atuendo celestial sin costuras”. Después todo volvería ala normalidad.

Zou seguía esbelta, pues no amamantaba. Antes del parto,había abogado por dar pecho. Le dijo a su marido:

—Aunque mi cuerpo se convierta en un barril, amamanta-ré a nuestro bebé, no dejaré que tome leche de vaca; la leche devaca es para criar becerros, y nosotros somos seres humanos.

Su marido, besándola, le dijo:—Eres una madre heroína.Él se había ido al extranjero y Zou asumió toda la respon-

sabilidad.No era su culpa no amamantar al niño. Un bebé con labio

leporino no puede chupar leche materna; su boca es un em-budo. Al estar frente al granero, sin poder comer, a uno sólole queda llorar.

Después del parto, dos granadas repletas de leche colgabanen su pecho. Cuando caminaba sentía que iba a caerse. Preparóleche en polvo importada para su hijo, pero el bebé no podíacomer. La leche se le salía de la boca y su cara se llenaba deespuma. Si algo entraba a la garganta por casualidad, le causabauna fuerte tos; su carita se inflaba como una castaña a puntode explotar.

Zou lo aventó a la cama como solía hacer con sus muñecasfeas en la infancia. ¿De qué sirve un nene como éste? Su exis-tencia no sólo es una vergüenza para sus padres, sino tambiénun gran sufrimiento para él mismo.

El fuerte azote le salvó la vida al bebé; la leche se le salió dela tráquea. Respiraba con más facilidad y el llanto de hambrese oía claro y potente.

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Sin poder contenerse, la suegra dijo:

—¡Cárgalo! —la nuera era joven moderna, citadina, y natu-ralmente tenía sus teorías acerca de cómo criar a un hijo. Eradifícil que una vieja campesina se atreviera a enseñarle, peroel llanto de su nieto le dio valor.

Zou se vio obligada a tomar al bebé en brazos. Por elcambio de posición, el nene dejó de llorar un rato, pero al noresolverse el problema fundamental, el bebé indefenso le gritabaal mundo su resentimiento.

—Eres su madre, no puedes dejarlo llorar así. —Al no po-der soportarlo más, la abuela, sin preocuparse por los sen-timientos de la nuera urbana, hizo valer su autoridad desuegra.

—Pero, ¿es mi culpa? Su boca no es de un ser humano sinode conejo. ¿Acaso puedo criarlo con hierbas? —Zou tambiénempezó a llorar.

La suegra comprendió que la humanidad, aunque capaz deir al espacio y sentirse deidad de la luna, aún no había inven-tado una comida especial para niños con labio leporino. Debíausar el método antiguo del campo: con una cuchara metía lapapilla a la garganta del nieto. Así podía alimentarlo bien, sinpeligro de atragantarlo.

Al ver la torpeza con que Zou le daba la comida al niño,su madre expresó:

—El bebé es fuerte. Sin ver su cara, no te das cuenta de sudeformidad. Lo has cuidado bien, pero, ¿porqué te cuesta tantotrabajo alimentarlo?

Sin pensarlo, Zou contestó:—En el pueblo su abuela lo alimentaba. Yo no podía mirar

su cara deforme. Cuando lo veo, siento que mi labio tam-bién se deforma, sea como sea, se parece bastante a mí.

Suspirando, su madre cogió la cuchara:

—Déjame hacerlo.La papilla, mezclada con leche en polvo nestlé, estaba muysabrosa.

Con su hijo en brazos, Zou fue a un hospital de cirugíaplástica.

—Doctor, le ruego que opere a mi hijo.

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Él lo vio y con sólo una mirada entendió todo. Un médico

experimentado era como el carnicero, de un vistazo podía decircuánta carne se obtendría de un cerdo.El bebé, envuelto en pañales caros, con vellos finos de color

dorado en su cara, parecía un mango fresco. Al sentir miradasatentas, sonrió, evidenciando su deformidad.

—En nuestro hospital garantizamos esta operación. ¿Cuán-tos años tiene el niño? —el médico anotaba con prisa.

—Cinco meses y tres días. —Zou lo recordaba bien, pues justo eran los cinco meses y tres días más pesados de su vida.—Lo siento, ahora no podemos aceptarlo —apenado, eldoctor soltó la pluma.

—¿Acaso…? —Zou recordó los rumores acerca de los “sobres de agradecimiento” para los médicos, pero no sabía cómodecirlo. Después de cinco meses de ausencia posparto sentíaestar en una caja negra, aislada de todo el mundo exterior.

—Disponemos de suficientes recursos económicos paranuestro hijo, con tal de que lo curen, nosotros les agradece-remos muy bien —dijo con torpeza, con la cara tensa, comodespués de una mascarilla y con el corazón lleno de odio. Por“eso” que tenía en los brazos, tenía que bajarse de su pedestaly rogar a diestra y siniestra.

—No es por ahí señora. Me refiero a su corta edad. Segúnnuestra experiencia, la operación después de dieciocho mesestiene mayor garantía —explicó el médico.

—Yo he leído libros al respecto, dicen que en el extranjerola edad se bajó a seis meses. —Zou exageró un poco, pues ellibro decía “un año”, vio la fecha de publicación —ya era muypasado—, y pensó que para la magnitud de los avances médicos,capaces hoy en día de injertar un gen, una operación como esaera cosa sencilla.

Aquel médico, algo calvo, no dijo nada. Tal vez descubrióla mentira, pero asintió con la cabeza. Después de pensar unrato añadió:—Teóricamente, entre más pronto, mejor, para así aseguraruna recuperación total, pero demasiado temprano, para un bebétan pequeño, existe mucho riesgo con la anestesia.

Zou entendió mal las palabras del médico. Si hubiera dicho“mucho peligro”, ella lo reconsideraría. Pero como dijo “ries-

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go”, Zou interpretó que las complicaciones eran para el médico,

por lo que se esforzó en disuadirlo y salirse con la suya.—Confío en usted. Haremos que el bebé eternamente lorecuerde y le agradezca, pues gracias a usted será un niño nor-mal. Por favor, entre más pronto, mejor, ahora los vecinosno conocen su defecto, nadie sabrá el secreto. De lo contrario,aunque luego quede como “atuendo celestial sin costuras”, todoel mundo dirá a sus espaldas que era un labio leporino —llenade esperanza, trataba al médico con mucha familiaridad.

El doctor seguía asintiendo con la cabeza:—Ya que es tan insistente lo podríamos intentar, haymuchos bebés, aún más pequeños que han sido expuestos aoperaciones más complicadas que esa. En el extranjero inclu-so se practican cirugías en el feto, pero como usted no quiereaceptar las normas del hospital, deberá firmar una responsivadonde manifiesta su voluntad. Cualquier imprevisto no seránuestra responsabilidad; claro, si no está de acuerdo, lo dejamos

para después.Era la última oportunidad para Zou de retractarse y noponer en peligro la vida de su hijo, pero la gente confía nor-malmente en la sinceridad de los médicos. Pensamos que ellossiempre prevén y están preparados para lo peor, además, sue-len alarmarnos. Les gusta asustarnos, pero el resultado gene-ralmente no es tan trágico; y la gente acata sus decisiones sinreservas.

Zou firmó la responsiva con mucha dignidad. El médicole dijo:—Tiene bonita letra.Era una frase trillada. Desde pequeña todos apreciaban

su letra. Los elogios no la avergonzaban, pero las palabras delmédico la contentaron y pensó que eran de buen augurio. Siel médico notó su bonita letra, fue porque advirtió su confian-za en él. Seguramente trataría a su hijo con atención especial.

—Excepto por su labio, el niño está muy bien —dijo elmédico satisfecho.—En efecto, es como una piedra sólida, lista para esculpir

formas hermosas.—Sí, es un bebé sano y fuerte —dijo Zou con orgullo,

algo que jamás había sentido por el bebé. Esa vez, frente a un

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cirujano, supo cómo era el orgullo de una madre por su hijo

perfecto.—Si ha tomado la decisión, haga el favor de dejar su bebéaquí.

—¿Cómo? ¿Por qué? —Zou ni siquiera se había imaginadoque entraría con su hijo y saldría con las manos vacías. ¿Acasola operación era como reparar un televisor, lo dejas y esperastranquilo en casa?

—Para encariñarse con él, nuestras enfermeras deben ali-

mentarlo. Durante la recuperación el bebé no puede llorar, por-que se abrirían los puntos. Si el bebé se separa de la mamá apenasantes de ser operado, durante su recuperación no conocerá anadie, y claro que va a llorar. En los niños mayores podemoshacer labor de convencimiento, o incluso amenazarlos, perocomo es tan pequeño, debemos hacerlo que olvide temporal-mente la cara de su madre y se familiarice con las enfermeras—explicó el médico con elocuencia. Ante esa lógica, uno se

siente incapacitado para renegar.Con las manos vacías, Zou regresó a casa.Al pie de la letra repitió a su madre las palabras del médico.

Después de pensarlo, la señora dijo:—Es tu hijo y él no puede decidir, tú tienes que hacerlo

por él y debes tener mucho cuidado.—Mamá, soy tu hija. Decide tú por mí.—Jamás he estado en una situación similar, cuando naciste

no hubo piezas defectuosas.—¡Hasta usted se burla, madre! Por eso estoy decidida aoperarlo lo más pronto posible, para que sea un ser com-pleto.

Su mamá le acariciaba el cabello.—No quise decir eso, sólo te pregunto, ¿la prisa, es por él

o por ti?Entendió las palabras de su madre.—Es por mí, pero aún más por mi hijo. He pensado unay otra vez que si yo hubiera tenido labio leporino no hubiera

querido saberlo nunca, para crecer normal, lejos del dolor yla fealdad. Si mis padres hubieran eludido su responsabilidady me hubieran dejado la decisión para cuando fuera grande,hubiera sido un acto cruel, disfrazado de bondad.

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Su madre no cedía:

—¿No quieres platicarlo con tu esposo?—Ya lo hice, yo decido.Su madre, un poco enojada, dijo:—Eres mi hija, ¿porqué no me haces caso?La vergüenza de Zou se transformaba en enojo:—¡Si no me hubieras dado carne de conejo no hubiera pa-

sado nada de esto!Sabía claramente que el conejo no tenía la culpa pero, en-

colerizada, tuvo que decirlo.Su madre no contestó.En los días de espera Zou estaba angustiada. Muchas veces

tuvo ganas de ir al hospital y recoger al niño:—Lo dejaremos para después, así estamos bien, esperare-

mos a que crezca un poco —como un tronco llevado por lacorriente, esa frase revolvía su mente, incluso dormida lo decíaen voz alta.

Una noche su madre la escuchó.—Hija mía, por fin reaccionas, ¡qué bueno! En cuantoamanezca iremos al hospital a traer al niño.

Restregándose los ojos, Zou, con un rostro inexpresivo,dijo:

—Mis palabras de hace rato no cuentan.Callada, su madre sintió que se le hacía un nudo en la gar-

ganta.

Por fin llegó el día de la operación. Por la mañana, con sumejor ropa, Zou fue al hospital. ¿Por qué llevaba ropa bonita?¿Acaso su hijo la reconocería? ¿Quizás quería dejarle la mejorimpresión? Después de pensarlo mucho, supo que era por mie-do. Cuando una mujer tiene miedo, o se refugia en la comidao en la ropa; lo hace para sentirse segura.

Su madre preguntó:—¿Te acompaño?Zou, implacable, contestó:—No es necesario. Sólo es una pequeña intervención —en

realidad no tenía ganas de ir sola, y si le hubiera insistido unpoco, Zou habría aceptado, pero su madre no dijo nada más.Después de esperar un rato, supo que su madre no diría nadamás; salió de la casa muy decidida. En ese momento, compren-

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dió de pronto: su madre también le tenía miedo a la larga espera

durante la intervención.Al llegar al hospital se tranquilizó. Muchos enfermos gravesseguían vivos y llenos de vitalidad. Su hijo seguramente saldríaperfecto, como “atuendo celestial sin costuras”, pensó, y enton-ces lo amaría con todo el corazón. Cuando vio al médico depelos ralos quiso decirle algo, pero, ¿qué? Cuando mucho “se loencargo, por favor, haga todo lo posible”, pero resultaba muytrillado. Aún no encontraba algo adecuado qué decir cuando

el médico se le adelantó:—Vea al niño, a ver si lo nota más gordo o flaco queantes.

Ella contestó enseguida:—Confío por completo en usted.Sin ninguna expresión, el médico pidió a las enfermeras

traer al niño. Después de no verlo varios días parecía más gran-de. Excepto por su boca, era un niño hermoso. Un inmenso

cariño invadió a Zou de repente; abrazaba al nene, sintiendopalpitar su corazón, rápida y ordenadamente, como un tam-borcito.

El niño lloraba y forcejeaba como buscando a alguien. Zouse puso nerviosa, nunca lo abrazó demasiado, pero la sabíareconocer. ¿Qué pasaba ahora?

Lo tomó la enfermera y el niño dejó de llorar.Satisfecho, el médico dijo:

—Muy bien, antes de la operación tenemos que hacer es-ta prueba. Si el bebé no rechaza a su madre posponemos laoperación. Ahora, todo listo, podemos empezar.

Vio por última vez a su hijo acostado sobre la plancha. Seveía muy tranquilo. Estaba a punto de entrar a la sala de ope-ración, tan pequeño, bajo la sábana, ya anestesiado. Una enfer-mera empujaba suavemente la cama que parecía vacía.

Los siguió con la mirada, y vio al pequeño tronar la bocacon dulzura. Su sonrisa, como de pato en primavera, flotabatraviesamente en su cara.

No podía estar tranquila, ni de pie ni sentada. Las sillasde espera, alisadas por tanto uso, brillaban. Pensó que si undía se pudrían y las usaban para leña, el fuego sería de colornegro.

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8/20/2019 El Atuendo Celestial No Tiene Costuras - Bi Shumin

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BI : EL ATUENDO CELESTIAL NO TIENE COSTURAS 421

Había leído muchos libros de cirugía, por lo que casi po-

día ver lo que ocurría detrás de la pared: le pusieron anestesiageneral… cortaron su piel capa por capa… suturaron el labiocon hilo hecho de cabellos…

Era un sufrimiento incomparable; sentía estar presa en elarmazón de una montaña rusa. El corazón se le quería salirpara palpitar a la luz del día, torrentes de sangre golpeaban sugarganta; el glóbulo oscuro crecía y su temperatura corporalsubía. Luego se quedó sin sentir nada; supo que la operación

pronto terminaría y la agonía llegaría a su fin.Zou se dijo: “Cuando mi hijo sea un joven guapo le contarémi sufrimiento”.

De la sala, corriendo, salió una enfermera alterada.—¿Quién es la madre de Zou’an?De pronto no entendió, pero luego se dio cuenta. Al hacer

los trámites de registro le habían preguntado el nombre desu hijo. Ella dijo que aún no tenía nombre, que después de la

operación le pondría el más bonito. Le dijeron que fuera comofuera, se necesitaba un nombre para la historia clínica.Zou, nerviosa, se puso de pie:—Yo soy.—¡De prisa! ¡Pase a ver a su hijo!—¿Ha tenido éxito la operación?—La operación sí, pero su hijo no despierta de la anes-

tesia.

Esta vez Zou no perdió el conocimiento. Como ensueño, flotando en el vacío, entró en la sala después de laenfermera.

Su hijo, quieto, como un copo de nieve a punto de deshe-larse, estaba tendido.

Su cara perfecta tenía lo mejor de sus padres. Sobre todosus labios, como “atuendo celestial sin costura”, suaves y tier-nos, parecían la duna más bella del desierto.

Por cierto, una duna blanca. v