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Faculteit Letteren & Wijsbegeerte
El binomio de víctima y victimario en la
sociedad peruana contemporánea:
representación en dos obras literarias y
un documental.
Masterproef voorgelegd tot het behalen van de graad van
Master in de taal- en letterkunde: Iberoromaanse Talen.
Rommy Sterckx
Faculteit Taal- en Letterkunde
Literatura Hispanoamericana
Academiejaar 2015-2016
Promotor: Dra. Profesora Ilse Logie
2
Índice
1 Introducción .............................................................................................................. 3
2 Los Rendidos. Sobre el don de perdonar: Resumen................................................ 11
3 Memorias de un Soldado desconocido: Resumen. .................................................. 17
4 Tempestad en los Andes: Resumen ......................................................................... 23
5 El Perú y su batalla por la memoria ........................................................................ 31
5.1 El trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación ............................... 31
5.2 El carácter extremamente traumático de lo sucedido ...................................... 33
5.3 El perfil socioeconómico de las víctimas......................................................... 33
5.4 El discurso negacionista del Estado ................................................................. 35
5.5 La perdición de la memoria: peligros y resistencia ......................................... 38
6 El testimonio: la historia desde los de abajo ........................................................... 41
6.1 Representación de la violencia: alegoría y representación .............................. 41
6.2 El testimonio .................................................................................................... 42
6.3 La literatura testimonial ................................................................................... 45
6.4 El punto de vista desde abajo ........................................................................... 47
7 Víctima y victimario................................................................................................ 49
7.1 La víctima: definiciones ................................................................................... 49
7.2 La institucionalización de la víctima ............................................................... 51
7.3 La construcción del enfoque víctima-centrada ................................................ 53
7.4 El victimario .................................................................................................... 58
7.5 El papel del lenguaje en la estigmatización de los senderistas ........................ 60
7.6 Fragmentar el monstruo senderista: tantos senderistas, tantos senderismos.... 62
8 Conclusión ............................................................................................................... 65
9 Bibliografía.............................................................................................................. 68
25.700 palabras
3
1 Introducción
“La historia del Perú registra más de un trance difícil, penoso, de auténtica postración
nacional. Pero, con seguridad, ninguno de ellos merece estar marcado tan
rotundamente con el sello de la vergüenza y el deshonor como el fragmento de historia
que estamos obligados a contar en estas páginas.” (CVR, Prefacio informe final).
El siglo veinte ha sido para muchos países latinoamericanos un siglo marcado por
décadas de violencia generalizada, manifestándose por regímenes totalitarios y
conflictos armados internos. Perú, en este sentido, no forma una excepción: entre los
años 1980 y 2000 un conflicto armado entre el Partido Comunista del Perú – Sendero
Luminoso y el estado peruano dejó cerca de 70 000 víctimas mortales, de los cuales un
79% vivía en áreas rurales y un 75% tenía como lengua materna el quechua. Aquel dato
ya confirma la particularidad de la guerra interna peruana: parece indicar un conflicto
étnico, aunque la Comisión de Verdad y Reconciliación declaró en su informe final que
“no ha encontrado bases para afirmar, como alguna vez se ha hecho, que este fue un
conflicto étnico” (prefacio 13). Por varios motivos, que discutiremos más adelante, el
Perú, traumado y paralizado por los horrores que acababa de vivir, se demoró mucho en
investigar profundamente y en asumir lo que había exactamente sucedido en las dos
décadas de violencia. Durante y posteriormente a un trauma social como el de Perú se
construye una memoria nacional; o sea, se va fijando cómo la población recuerde los
eventos ocurridos. La memoria es social, dice Camila Sastre Díaz en su tesis sobre las
tensiones y polémicas en cuanto a las formas de conmemoración del conflicto armado
peruano:
“(…) los recuerdos se fijan por medio de la comunicación, “[…] palabras e ideas, que
no han inventado el individuo, sino que le vienen dadas por su entorno” (Halbwachs
2004: 54). Es así como, a través del proceso socio-comunicativo el sujeto transmite su
experiencia al resto de los individuos y el recuerdo adquiere forma.” (Sastre Díaz 18).
La narrativa peruana producida en el período desde el inicio del conflicto hasta ahora ha
jugado un papel crucial en la construcción de la memoria nacional y ha generado varios
imaginarios que hasta el día de hoy dominan los debates. Respecto a la narrativa que
aparece en los últimos años del conflicto Lucero de Vivanco sostiene que “lo particular
de estas narraciones es que no solo recomponen la trama de la experiencia bélica o de
algún aspecto de ella, sino que, lejos de ser objetivas, se afanan en subrayar una visión,
4
una interpretación, una perspectiva particular sobre lo vivido.” (de Vivanco, 2013: 12).
Uno de los discursos más persistentes, que hasta ahora sigue dividiendo el pueblo
peruano e impide una reconciliación verdadera, es la categorización de los involucrados
en víctimas y victimarios – otorgando a este primer grupo inocencia total y al segundo,
por lo contrario, culpa y responsabilidad total. Como veremos más adelante en este
capítulo, la guerra interna fue mucha más compleja que esto, visto que tanto los grupos
subversivos como los agentes del Estado cometieron graves infracciones a los derechos
humanos. En este capítulo introductorio expondré brevemente el desarrollo del conflicto
armado entre el PCP-SL y el gobierno peruano, para después fijarme en la construcción
de la memoria nacional. Por último indicaré qué polémicas dominan el debate posguerra
de hoy y presentaré las obras formarán la base de investigación y comparación de esta
tesis.
Antes de exponer brevemente el desarrollo del conflicto armado, hace falta aludir a un
problema arraigado profundamente en la sociedad peruana desde su principio: la
división abismal entre la población criolla urbana por un lado y la población indígena
serrana por otro. Esta tesis fue evidenciada por el fundador del partido comunista del
Perú, José Carlos Mariátegui, quien afirmó que este podría ser “el mayor problema
histórico del Perú.” (Escárzaga, 2001: 11). Tiene su origen en la conquista española:
Mariátegui señalaba que los españoles destruyeron la maquinaria de producción de los
incas, pero no eran capaces de sustituirla con otra más moderna. Por consiguiente, los
españoles se instalaron en la costa, lo que disminuyó gravemente la posibilidad de
mestizaje. “La diferenciación geográfica costa-sierra asumió así, caracteres étnicos,
culturales, políticos y económicos, cerrando las posibilidades de identificación y
homogenización entre la población. A lo largo de su historia el Perú permaneció
culturalmente dividido.” (Escárzaga, 2001: 12). Así el Perú se convirtió en un país con
dos caras: la de la población rural indígena empobrecida, y la de la urbe en pleno
desarrollo económico que buscaba imitar el gran ejemplo de la sociedad occidental.
Eran exactamente estas condiciones en las cuales surgió, en los años setenta, el Partido
Comunista del Perú – Sendero Luminoso (desde ahora PCP-SL) en la región de
Ayacucho. El partido fue fundado por Abimael Guzmán, profesor de Filosofía y
Derecho en la universidad de Ayacucho, basándose casi completamente en la teoría
maoísta. Su objetivo era destruir el poder establecido mediante una guerra popular que
se iniciaría en el campo con el estallido de guerrillas y proclamación de zonas liberadas,
5
para luego extenderse a la ciudad (Escárzaga, 2001: 7). Una vez caído el gobierno se
establecería un estado comunista. Es preciso insistir en el elemento popular de la
guerra: Guzmán quería organizar una revolución como la de China, solo que en el Perú
no serían los obreros que lucharían para la causa, sino los campesinos. Se declaró el
inicio de la lucha armada en 1979, momento en que SL contaba alrededor de 2000
militantes. Yerko Castro Neira subraya que al arrancar la guerra en 1980, la mayoría de
sus integrantes eran maestros de escuela, profesores y estudiantes universitarios. A
partir de este momento también se incorporaron gran cantidad de “jóvenes rurales con
educación secundaria (…) sin esperanza alguna.” (Castro Neira, 2013: 34). Inicialmente
el partido gozaba de bastante simpatía entre los campesinos, ya que se percibía la
revolución como una revuelta agraria o rebelión indígena. (Gavilán 2013: 34). Con su
discurso de igualdad y justicia para todos, Abimael Guzmán logró convencer a muchos
de ellos que solo se podía alcanzar la meta de una sociedad igualitaria mediante el
derrame de sangre. Sin embargo, es sólo en 1982 que el terror alcanza proporciones
excesivas, cuando “irrumpe en toda la región el segundo actor relevante de esta historia:
el Ejército peruano. Casi del mismo modo en que SL iba actuando con un uso
desmedido de violencia sobre cualquier oposición, las fuerzas armadas repetían el trato
dado a los campesinos.” (Castro Neira, 2013: 35). Gran parte de los campesinos retira
su apoyo al SL, no solamente por el motivo de presencia de los militares, sino también
por el gran número de asesinatos cometidos por SL, su autoritarismo, la arrogancia de
su dirigencia y su ataque a varias instancias oficiales respetadas por la población rural,
como las Iglesias pentecostales (Castro Neira, 2013: 40). Los campesinos, sintiéndose
atrapados entre dos fuegos, empezaron a organizar comités de autodefensa, las
denominadas ‘Rondas Campesinas’. Al final de la década de los ochenta se habían
multiplicado por toda la región (Castro Neira, 2013: 30). La situación en la sierra
ayacuchana de la segunda mitad de la década de los ochenta puede entonces ser
resumido así: el SL atacando a los militares asimismo a cualquiera comunidad
campesina que no les otorgaba su apoyo; las Fuerzas Armadas atacando al SL pero
matando en el acto mucha gente inocente visto que cada campesino quechuahablante era
un presunto terrorista; y finalmente los campesinos, sintiéndose otra vez abandonados
por el gobierno peruano, defendiéndose contra los ataques del Sendero mediante las
Rondas Campesinas. Una situación de caos en la que la violencia se convirtió en la
norma. Sin embargo, en Lima existió la percepción que lo que estaba pasando en la
sierra era un conflicto con el cual no tenían nada que ver. Esto cambió radicalmente
6
cuando el terrorismo impregnó en la capital a finales de la década, y donde alcanzó su
auge a principios de la década de los años noventa con ataques organizados y
cochebombas en distritos prósperos de Lima. En septiembre de 1992, el gobierno de
Alberto Fujimori capturó a Abimael Guzmán en un barrio popular de Lima (Sastre
Díaz, 2015: 38). Sendero Luminoso nunca superó la pérdida de su líder supremo, que se
había convertido en un mito y símbolo de la lucha: en los años siguientes la violencia
se decae hasta que en el 2000 el gobierno declaró oficialmente terminada la guerra.
La investigación oficial del conflicto por parte del gobierno se hizo esperar mucho. Por
un lado, se puede adscribir este problema al gobierno de Alberto Fujimori entre 1992 y
2000, período final de la violencia. “La naturaleza crecientemente autoritaria del
régimen de Fujimori, el permanente desmantelamiento de las instituciones civiles y la
manipulación del proceso electoral (…) (Youngers 2003: 390), hacía muy difícil
impulsar la promoción y respeto por los derechos humanos” (Sastre Díaz, 2015: 44). En
tal contexto, la creación de una comisión encargada con la tarea de investigar lo que
exactamente había ocurrido en las décadas de violencia no se pudo dar. Recién en 2001,
más de 20 años después del comienzo de la lucha armada iniciada por Sendero
Luminoso, se creó la Comisión de Verdad y Reconciliación, la que después de dos años
de investigación, en 2003, publicó su informe final. Por primera vez se declaró
públicamente que las infracciones a los derechos humanos fueron cometidos tanto por
Sendero Luminoso como por los agentes del estado:
“Durante años, las fuerzas del orden olvidaron que ese orden tiene como fin
supremo a la persona y adoptaron una estrategia de atropello masivo de los
derechos de los peruanos, incluyendo el derecho a la vida. Ejecuciones
extrajudiciales, desapariciones, torturas, masacres, violencia sexual contra las
mujeres y otros delitos igualmente condenables conforman, por su carácter
recurrente y por su amplia difusión, un patrón de violaciones de los derechos
humanos que el Estado peruano y sus agentes deben reconocer para subsanar.”
(CVR, Prefacio informe final: 15).
El mensaje propagado por la CVR parece ser claro: condenan en igual medida los
horrores cometidos por Sendero Luminoso y las fuerzas del orden. “Mientras las
Fuerzas Armadas peruanas hablan de excesos, haciendo énfasis en las responsabilidades
individuales, y restando importancia a las responsabilidades institucionales, la CVR
7
habla de “patrones de violaciones de derechos humanos.” (Sastre Díaz, 2015: 55) Sin
duda alguna fue un gran paso adelante en el proceso en la reconstrucción de la verdad
histórica. Mediante la recolección de testimonios por parte de la CVR, la población
campesina que tanto había sufrido por fin recibe la oportunidad de pronunciar su
experiencia de la violencia y de recibir reconocimiento del Estado. Sin embargo, surge
por primera vez el planteamiento ‘víctima-centrada’: “En este sentido, la postura
“víctimo-centrada” tuvo efectos en los criterios de construcción de la narración, pasando
a ser las víctimas y sus historia de violencia “[…] el hilo conductor de la reconstrucción
histórica.” (Sastre Díaz, 2015: 62). Si antes el campesino indígena fue representado
como ignorante y violento, ahora focalizaban en su rol de víctima impotente y débil,
indefenso contra el terror del SL y de las Fuerzas Armadas. Este procedimiento implicó
la creación de dos categorías inherentemente antagónicas: la de las víctimas inocentes y
la de los victimarios responsables, categorías bien delimitadas sin espacio intermedio
para matización. Aunque la CVR condena de forma explícita los crímenes cometidos
por las Fuerzas Armadas, ellos mismos nunca admitieron que las infracciones cometidas
por sus integrantes eran del mismo nivel que las de SL, defendiendo más bien la tesis
que el Sendero Luminoso los ha forzado a hacer uso de violencia excesiva. En el mismo
informe final de la CVR los senderistas son descritos como los que conscientemente
desconocieron el pacto social con el Estado, presentándolos como chivos expiatorios.
Considerando la violencia excesiva de las FFAA como una respuesta a la violación
inicial de SL, depositan en estos últimos toda la responsabilidad de todo lo ocurrido
(Sastre Díaz, 2015: 57).
En este punto hemos llegado al tema central de esta tesina: las representaciones y los
silencios alrededor de los terroristas del Sendero Luminoso en la narrativa peruana. Uso
conscientemente la palabra representaciones, porque hasta ahora no se ha podido
establecer un espacio en que los senderistas – sin importar el grado de su complicidad-
puedan expresar ellos mismos sus experiencias. Por ende las descripciones sobre ellos
provienen inevitablemente de la mano de personas de afuera. Gran contribución a este
tabú ha sido el cultivo de la figura del senderista irracional, tal como lo representó
Edgardo Gálvez en su novela Senderos de odio y muerte, en la cual describe a Abimael
Guzmán como un monstruo del mal y una bestia humana; y a los miembros de Sendero
Luminoso como secta de sanguinarios, asesinos, irracionales, salvajes, traidores de la
patria, narcoterroristas, etc. (de Vivanco, 2013: 329). La representación de los
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senderistas como sujetos inherentemente inmorales llega hasta tal punto que ya no son
considerados humanos. Esta percepción no solo existe en la narrativa, sino que también
ha tenido implicaciones en la realidad: los senderistas que han sufrido violación a sus
derechos humanos por parte de las Fuerzas Armadas no son considerados víctimas y sus
familias no han recibido reparaciones. Hoy en día todavía una cantidad grande de
peruanos la exclusión social por haber pertenecido a Sendero o ser familiar de un
senderista, además de ser negados la participación en el diálogo sobre la guerra interna.
Sin embargo, en los últimos años han surgido otras voces, que proclaman un espacio de
enunciación para estos sujetos estigmatizados, además de una representación más
correcta del conflicto que ilumina también el enfoque del victimario y no solamente el
de la víctima. La categorización binaria de culpables e inocentes ya no se puede
sostener, visto que mucha gente, tanto campesina como urbana, se ha visto implicada en
la campaña de Sendero Luminoso, desde el apoyo tácito hasta la participación activa.
En este contexto, he escogido tres obras que caben perfectamente dentro de esta nueva
corriente: dos obras literarias (Memorias de un soldado desconocido de Lurgio Gavilán
Sánchez (2012) y Los Rendidos: sobre el don de perdonar de Carlos Agüero (2015) ) y
un documental (Tempestad en los Andes bajo la dirección de Mikael Wistrom (2015)).
La primera obra, Memorias de un soldado desconocido, es la autobiografía del
antropólogo, ex-senderista y ex-militar Lurgio Gavilán Sánchez. Proveniente de una
familia quechua-hablante en la sierra, Gavilán se incorporó a los 12 años en las filas de
Sendero Luminoso como niño-soldado. Luego de haber sido atrapado por las Fuerzas
Armadas, se convirtió en militar y empezó a combatir la misma organización a la que
había pertenecido. Tras varios años en las bases militares de la sierra ayacuchana,
decide que quiere ser cura y se integra en un convento franciscano. Gavilán con total
honestidad y transparencia, recorriendo su historia desde su integración a SL hasta su
salida del convento franciscano. Por varios motivos es un libro excepcional. Para
empezar, su autor es de origen indígena y tiene el quechua como lengua materna: factor
que ya es excepcional en la producción literaria del Perú. Lo más importante, sin
embargo, es que Gavilán sí sabe crear un lugar de enunciación, que admite abiertamente
haber pertenecido al SL y esto por propia voluntad, como subraya Carlos Iván
Degregori en el prólogo: “No fue reclutado ni raptado ni secuestrado por la fuerza,
práctica usual de SL en los años posteriores al ingreso de Lurgio. A los 12 años, el niño
Lurgio esperó la columna senderista a la vera de un camino – por el que sabía pasar – y
9
se le unió.” (Degregori, 2013: 9). ¿Podemos suponer que un niño de 12 años es
responsable por su elección de integrarse en un grupo subversivo armado? Difícilmente:
“Soñamos con comer, el comunismo es comer, es llenarnos la panza.” Yerko Castro
Neira destaca esta frase del relato de Lurgio, cuestionando la capacidad del niño y por
extensión de los campesinos de comprender el discurso revolucionario de SL. (Castro
Neira, 2013: 25). Lo esencial es que la historia relatada por Gavilán acaba con la
imagen del senderista-victimario irracional: “(…) contribuye a la humanización de los
senderistas, especialmente los de base; a superar la visión simplista de que fueron una
suerte de ‘encarnación del mal.” (Degregori 2013: 14).
El segundo libro, escrito por Carlos Agüero, balancea entre autobiografía y ensayo. El
autor, que ahora es historiador, poeta y activista de derechos humanos, creció en un
barrio pobre de Lima en la época que el terror de SL ya había alcanzado la capital.
Ambos sus padres participaban activamente en la campaña de Sendero Luminoso,
ambos fueron asesinados extrajudicialmente por agentes del Estado. Este ya es otro
contexto que la situación de Gavilán: sus padres eran activistas resolutos, convencidos
del discurso revolucionario de Sendero Luminoso. El autor nos cuenta sobre sus
sentimientos más íntimos vinculados al activismo y la muerte de sus padres. Se atreve a
abordar directamente las problemáticas que ha cultivado la visión unilateral de víctimas
y victimarios: familiares de senderistas no tienen derecho a procesar su dolor, a la
conmemoración o a reparaciones. Están condenados a callarse y a olvidar sus queridos
que han causado tanto horror y a subir la exclusión social. Los temas centrales de su
relato son la culpa y el estigma. El autor rechaza por completo los actos de sus padres,
pero aboga sin embargo por otro enfoque: estima que deberíamos investigar las
motivaciones y trayectos personales de los senderistas, para así poder matizar el relato
posguerra.
Por último, el documental Tempestad en los Andes del director sueco Mikael Wiström
tiene como protagonista la joven sueca-peruana Josefin. Su tía – hermana de su padre –
era Augusta de la Torre, primera esposa del fundador de Sendero Luminoso Abimael
Guzman. Josefin, nunca haber estado en el Perú, solo conoce la versión de los hechos
que le ha contado su familia: que su tía murió luchando por la causa justa. Ahora, ella
decide que quiere viajar por primera vez al Perú y descubrir por ella misma de cerca la
historia del conflicto armado y el papel que ha jugado su tía en ello. Josefin habla con
especialistas del conflicto y conocidos de su tía, intentando averiguar qué tipo de
10
persona era su tía y cuáles eran sus motivaciones para iniciar junto a su marido un
conflicto tan sangriento. Sin embargo, el encuentro más notable es el de Josefin con
Flor Gonzales y su familia. Flor perdió su hermano durante la época de violencia. El
entonces joven estudiante fue asesinado extrajudicialmente en Lima por las Fuerzas
Armadas por supuestamente haber sido simpatizante de Sendero Luminoso. Sin
embargo, su familia siempre sostuvo su inocencia, y culpa al SL por su muerte. En este
contexto, surgen los mismos temas que encontramos en el relato de Agüero: culpa,
estigma, y sobre toda la cuestión si los familiares de senderistas heredan la culpa y el
estigma. Flor otorga toda la responsabilidad en Abimael y su esposa, y no entiende que
Josefin quiere ‘conocer’ su tía. Aquí el debate sobre los victimarios se ve literalmente
encarnado en dos personas: la víctima, Flor, y la familia del victimario supremo,
Josefin. No sorprende que el lanzamiento del documental causó bastante polémica en el
Perú, hasta tal punto que algunas instituciones se negaron a proyectar la película por ser
‘apología del terrorismo’. No obstante, al ver el documental los espectadores se darán
cuenta rápidamente que tal enunciación es absurda: más que nada, la película intenta
encontrar un equilibrio entre los enfoques de víctima y victimario.
Las tres obras son altamente complementarias y nos brindan con una visión general del
conflicto. Ambas zonas de conflicto son representadas: la sierra en la obra de Gavilán y
la capital en la de Agüero. El documental vacila entre los dos con las historias de Flor
por un lado y Augusta de la Torre por otro. De igual manera, son representadas las tres
‘capas’ de la pirámide jerárquica de Sendero Luminoso: el niño-soldado campesino
Lurgio como nivel de base, los padres activistas urbanos de Agüero como nivel
intermedio y Augusta de la Torre como nivel supremo. A partir de las tres obras
analizaremos cómo la nueva narrativa peruana intenta entrar en diálogo con el discurso
oficial sobre el conflicto armado y qué aspectos de éste quiere cambiar. Más
específicamente examinaré cómo se he creado la visión víctima-centrada, qué
implicaciones ha tenido en la realidad peruana y si se puede legitimar moralmente
desarrollar también un paradigma victimario-centrista. Además focalizaremos en la
representación de la culpa, sus límites y sus graduaciones. El objetivo final es de
formular si la nueva corriente en la literatura peruana podría significar un acercamiento
a la reconciliación entre la población peruana y si colabora o no a una memoria histórica
más correcta.
11
2 Los Rendidos. Sobre el don de perdonar: Resumen
José Carlos Agüero, autor de Los Rendidos. Sobre el don de perdonar (2015), es
historiador, activista de derechos humanos y especialista en la violencia política que
atormentaba el Perú desde 1980 hasta los años 2000. Esto no llamaría tanto la atención
si no fuera por lo que él llama su ‘condición’: ser hijo de terroristas del Sendero
Luminoso que han sido ejecutados sin proceso judicial (Agüero, 2015: 13). La
combinación de estas tres dimensiones personales – historiador, activista de derechos
humanos e hijo de senderistas – crea una perspectiva innovadora y única dentro del
campo de la memoria pública del conflicto armado en el Perú.
Durante muchos años, toda discusión o representación (literaria o no literaria) del
conflicto armado ha sido marcada por ideologías y el clash entre ellas. Solo se podía
hablar de la guerra en “las tradicionales oposiciones binarias” de izquierda y derecha.
Durante las dos décadas tras el final de la guerra no ha habido diálogo sobre el tema,
asegura Javier Torres en la presentación de Los Rendidos en Lima:
“Por el contrario, hemos asistido a innumerables monólogos. El monólogo del estado, el
monólogo de Sendero, el del MRTA, el de las fuerzas armadas, el de los empresarios, el
de los organismos de derechos humanos, el de los tecnócratas de la justicia transicional,
y un largo etcétera. Sea en la forma de decreto, de verdad revelada, de verdad científica,
de psicosocial, o de informe oficial, los peruanos y peruanas hemos dialogado muy poco
sobre el tema” (Torres, 2015: 76).
Una primera revolución dentro la narrativa peruana nació hace pocos años. Autores
como Alonso Cueto (La hora azul), Daniel Alarcón (Radio Ciudad Perdida) y Santiago
Roncagliolo (Abril rojo) “constituyen representaciones artísticas que exponen la
pesadilla colectiva de los años de violencia política sin propagar ideas tendenciosas”
(Saxton-Ruiz, 2010: 4). Sus obras rechazan la creación de ideologías fijas y estimulan la
adopción de un pensamiento ético-crítico (Saxton-Ruiz, 2010: 3). Pese a dicha
evolución, quedan muchos binomios que siguen dominando el debate. Binomios como
la oposición víctima y victimario que, excluyendo por completo el punto de vista de esta
última categoría por supuestos motivos morales, impide una visión más completa y
profunda de la lucha sangrienta. Fuera del obvio respeto por las víctimas de Sendero
Luminoso, varios otros motivos más han generado un tabú enorme en cuanto a la voz
de (ex)terroristas.
12
Tomando en cuenta este trasfondo, no es difícil comprender la importancia y el impacto
de un autor como Agüero, uno de los primeros que se atreve a cuestionar la omisión
total del punto de vista de los senderistas. Es, entre otras cosas, una tentativa de
contestar a una pregunta esencial que hasta ahora no tiene respuesta: “Por qué hicieron
lo que hicieron?” (Torres, 2015: 76). Se puede observar, analizar y crear teorías una y
otra vez, pero la verdad (o más bien las verdades) sólo puede salir de la boca de los que
lo hicieron y vivieron. Así también dice Manrique en su crítica del libro: “Se ha dicho y
escrito tanto sobre quiénes son los senderistas y sobre el mal que han causado, que se ha
construido un sólido y cerrado sentido común sobre el tema” (Manrique, La República
14/04/2015).
Agüero indica ya en el inicio de su libro que la naturaleza de su relato es difícil de
determinar. No es una autobiografía, pero sí tiene un componente autobiográfico. Se
compone de relatos cortos, reflexiones escritas impulsivamente durante los últimos
años, sin el objetivo de publicar un libro. Sólo después tomó la decisión de agruparlos y
hacerlos públicos, aunque cabe aclarar que algunos textos ya habían sido publicados en
su blog. Agüero mismo lo describe de la siguiente forma: “Llamémoslos textos de no-
ficción, sencillos, para no enrarecer más el entreverado campo de la memoria.” (2015:
13).
La información que Agüero nos ofrece en su relato es extraordinariamente íntima.
Además de describir cómo vivió su infancia en una casa frecuentada por senderistas y el
miedo continuo por la vida de sus padres, nos cuenta en detalle cómo estos murieron y
que sentimientos provocó su deceso en él. Cada episodio personal le sirve de base para
ir construyendo una reflexión más generalizada, creando nuevos enfoques que podrían
ayudar a matizar el discurso de posguerra institucionalizado. Nelson Manrique lo
expresa de la siguiente forma: “Y ahí está Agüero, invitándonos a revisar certidumbres,
lejos de pretender aportar otra verdad a las existentes, ofreciéndonos su experiencia
como una manera de poder construir juntos los significados que nos ayuden a redimir
esta historia.” (Manrique, La República 14/04/2015). Agüero es el primero en iluminar
la realidad sombría de un grupo de la población peruana que hasta ahora ha sufrido en
silencio: los familiares (inocentes) de los senderistas. Peruanos que, además de cargar la
vergüenza y el estigma por los actos de sus seres queridos, no tienen el derecho a
compasión ni a lamentar sus muertos. Como ejemplo, podemos evocar un capítulo sobre
su padre, el cual murió fusilado por las guardias en la prisión de la isla Frontón, y cuyos
13
restos nunca fueron entregados a su familia. Así, Agüero llega a demostrar que negar
todo derecho a los terroristas implica igualmente negar sus derechos a los familiares.
“Los hijos de terroristas no tienen derecho a grandes manifestaciones de duelo. Todo,
incluso la muerte, es parte de un secreto transparente y vulgar” (Agüero, 2015: 68).
Seis capítulos o núcleos temáticos que agrupan los relatos cortos estructuran el libro:
Estigma, Culpa, Ancestros, Cómplices, Las víctimas y Los rendidos. A pesar de ello,
existe a veces bastante discrepancia entre los textos de un mismo capítulo, visto que no
han sido escritos cronológicamente, sino agrupados posteriormente. Sin embargo, es
posible encontrar un hilo conductor en cada capítulo. Lo que más determina al libro
entero, es que Agüero nos escribe desde la auto-interrogación y la duda. Usa sus
experiencias personales para formular preguntas universales como “¿tiene un ‘tiempo’
el perdón?” (34) y “¿Hay sola maldad en cada acto senderista?” (67). No las evoca para
ofrecer una respuesta fija, sino para presentar un amplio espectro de argumentos. Ahí
realmente es donde se puede percibir más el tremendo valor de su identidad
heterogénea: tiene la capacidad de manejar diferentes enfoques al mismo tiempo. Para
empezar, la perspectiva de los senderistas, o al menos dos senderistas: sus padres.
También sabe lo que es ser familiar de un terrorista, lo que lo convierte en otro género
de víctima: víctima de rechazo social. Además toma en cuenta en gran medida el punto
de vista de las víctimas directas de Sendero Luminoso y de sus familiares, ya que
durante su trabajo para la CVR (Comisión de Verdad y Reconciliación) ha conversado
con muchos de ellos. Podríamos plantear que Agüero, solito, logra lo que todas las
instituciones y debates no han podido producir: un diálogo. En su libro, por primera vez
se enfrentan los diferentes puntos de vista, no para que se ataquen entre sí, sino para que
se complementen.
En el primer capítulo, Estigma, la palabra vergüenza ocupa una posición central, tanto
como experiencia personal como la de cercanos. Visto que el activismo terrorista de sus
padres era un secreto público en el barrio, la vergüenza, “un sentimiento de ser inferior
que ensucia los días” (Agüero, 2015:20), desde temprano se transformó en un aspecto
permanente de su personalidad. Para ilustrar esto, recuerda un episodio de su niñez en
que los padres de una amiguita le niegan la entrada a la casa para jugar con ella.
Describe su incomprensión y su rabia, pues él no había hecho nada para merecer ese
tipo de tratamiento (Agüero, 2015: 39). Por otro lado, describe la vergüenza como una
elección activa, “una renuncia a la autoprotección”, ya que implica reconocer que sus
14
padres voluntariamente han hecho decisiones que acabaron con la vida de muchas
personas (Agüero, 2015: 25).
Los capítulos dos, tres y cuatro, Culpa, Ancestros y Cómplices, son altamente
complementarios. El autor discute la noción de culpa, tanto la presencia de ella en su
vida personal, como en el conflicto en general. En primer lugar, recuerda la culpa sintió
al sentirse aliviado por la muerte de su madre. Se pregunta si este sentimiento es
meramente personal o si esta experiencia puede aportar algo a la profundización del
debate: ¿“No es una forma de padecer injusto que miles de personas han vivido en el
mundo y siguen viviendo, porque se ven forzados a necesitar que se muera lo que
aman?” (Agüero, 2015: 43). Otro tema importante es la herencia de la culpa: “Escribí
una vez: ‘los hijos no pueden heredar la culpa de los padres. No es justo’. Pero sí la
heredan. La culpa es compleja, tiene formas y se adapta porque las comunidades
necesitan culpables” (Agüero, 2015: 61). Agüero aboga por salir de la representación de
los terroristas como encarnación del mal, como un monstruo enorme infernal sino como
un grupo de individuos con diferentes motivaciones que les llevaron a participar en la
guerra. A los críticos de este procedimiento responde:
“devolverles densidad, darles contexto, recuperarlos en sus trayectorias de vida, de
generación. No creo que hacer esto justifique ningún crimen ni promueva
revisionismos. Tampoco creo que se trate solo de devolverles humanidad. Es más bien
mirarlos profundo y de frente para conocerlos socialmente” (Agüero, 2015: 56).
Cabe destacar también su preferencia por el título ‘cómplices’, donde hubiera podido
elegir por ‘culpables’ o ‘victimarios’. Una de las definiciones de la palabra cómplice,
según el diccionario de la RAE, es: “Participante o asociado en crimen o culpa
imputable a dos o más personas”. Un cómplice es culpable de un crimen, sin embargo,
puede verse involucrado involuntariamente a este, contrariamente a un victimario. Ahí
es donde Agüero pone el dedo en la herida, la imagen del senderista fanático
sanguinario en realidad se aplica a muy poca gente. Para esto nos ofrece el ejemplo de
Juan, habitante de un pueblo andino, que como tantos otros tuvo que matar a sus
vecinos para probar que él no era del Sendero (2015: 48). Por otro lado, otros sí se veían
seducidos por los discursos revolucionarios iniciales de Sendero, y ya no podían
retirarse cuando estalló la violencia total. Según Agüero, ya no se puede sostener el mito
de la comunidad inocente (Agüero, 2015: 74).
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En el quinto capítulo, denominado Víctimas, analiza profundamente la noción de
víctima. ¿Qué es una víctima y qué cualidades le otorga ese título? ¿Un terrorista que a
su vez sufre una violación a sus derechos, se puede convertir en víctima? ¿O pierde
estos derechos cuando comete crímenes espantosos? Parece también posicionarse en
contra de la tendencia reciente de aplicar grandes teorías académicas a la hora de
análisis del conflicto, como la de ‘la construcción de la víctima’. Discute también la
proposición de varios antropólogos de salir de la centralidad de la víctima a favor de los
victimarios: “Los pueblos y los barrios están poblados de recuerdos y estos nos hablan
de personas con experiencias complejas, que no se dejan encasillar en las categorías de
víctima y perpetrador” (2015: 97). Pero al mismo tiempo, se pregunta si la comodidad
de las víctimas no tiene que seguir siendo la absoluta prioridad, ya que son ellos los que
han subido el horror, la tortura, la pérdida de queridos. Es un continuo balance entre los
intereses académicos que abogan por una representación más correcta del conflicto y
respeto por el trauma de las víctimas.
En el último capítulo, Los Rendidos, reclama el derecho de recuperar su herencia. Es
decir, quiere que los familiares de senderistas no tengan que cargar durante toda la vida
los errores de su familia, y que tampoco sean obligados a borrarlos de su vida para así
mantener el tabú. Que tienen derecho a mantener vivo su recuerdo. Y sobre todo, que
ellos también pueden ser considerados víctimas de la guerra interna: “Entiendo que
algunos se esfuercen en no pensar más en términos victimocéntricos. Yo planteo el
camino inverso. Ser víctima por primera vez, para poder tener la oportunidad de
perdonar y, luego, rendirme” (2015: 120). Rendirse es una palabra que generalmente
tiene una connotación negativa, ya que significa dejar de pelear y darse por vencido. Sin
embargo, en este contexto tiene otro sentido. En el caso de Agüero, es dejar de pelear
con su pasado, dejar de defenderse y justificarse por los actos de sus padres. Si rendirse
implica normalmente una falta de valor, el rendirse de Agüero es justamente un acto que
requiere valor y esfuerzo. Y este acto cumple escribiendo su relato, exponiéndose
públicamente, colocándose voluntariamente en ese lugar vulnerable.
¿Qué es entonces el objetivo de Agüero publicando esta colección de reflexiones
intimísimas? Quiere abrir el diálogo, en los que todos los implicados tienen derecho a
voz. Quiere que sea posible hablar sobre los senderistas como humanos, con vidas
complejas y diferentes. Pero sobre todo, pide humanidad. Invita a los lectores a ‘ponerse
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en los zapatos del otro’, a dejar de lado las grandes teorías históricas y antropológicas y
de simplemente encontrar en sí la compasión.
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3 Memorias de un Soldado desconocido: Resumen.
La segunda obra que constituye la base del análisis de esta tesis es una autobiografía del
antropólogo peruano Lurgio Gavilán Sánchez. Las primeras palabras del libro, de la
mano de otro, conocido, antropólogo peruano Carlos Iván Degregori, quien se ocupó de
la redacción del prólogo, son: “Este es un libro excepcional; más precisamente, esta es
la historia de una vida excepcional.” (Degregori, 2013: 9). Es, por lo menos, una
afirmación poderosa de un intelectual que ha consagrado su vida al estudio del conflicto
armado. El título de su prólogo, ‘sobreviviendo el diluvio. Las múltiples vidas de
Lurgio Gavilán’ resume ya lo excepcional de esta autobiografía: Lurgio Gavilán fue
niño-soldado en las filas del PCP-SL, se integró después en el ejército peruano y
terminó en un convento siguiendo una formación para llegar a ser cura.
El mayor interés de este libro reside sin duda en que por primera vez un relato de los
hechos proveniente de una voz indígena se hace público. Sería falso decir que la voz del
indígena no ha sido escuchada – la CVR ha registrado miles de testimonios de la
población rural autóctona. Sin embargo, que una historia así se publica y llega a
incorporarse a la memoria pública de la historia peruana es muy innovador.
Precisamente a esto se refiere Yerko Castro Neira en el ensayo introductorio cuando
subraya que el relato no es una historia de vida, sino una autobiografía. La primera se
produce en el marco de una investigación mayor, con un investigador que hace
preguntas temáticas a un informante. Lurgio, por lo contrario, “Escribe con total libertad
y criterio personal, adoptando el estilo narrativo y la secuencia histórica que le dicta a su
propia imagen del proceso vivido.” (2013: 20). En cuanto a sus motivos de enunciación,
no existe mucha duda. No quiere producir un estudio de caso antropológico, ni suscitar
un debate moral. “Su intención es más bien sacarlo todo, hablarlo, mencionarlo,
haciendo así de su escritura un acto de autoliberación emocional (…)” (2013: 20)
Otro aspecto llamativo del libro es que parte del punto de vista de un niño. En cualquier
guerra, los niños forman un grupo demográfico muy vulnerable, pero en el caso de la
guerra interna del Perú los niños – mayormente de origen quechua – se vieron
excesivamente afectados. El antropólogo Nestor Taipe Campos señala que:
“El uso de niños en las hostilidades por el PCP-SL fue sistemático y generalizado. Se
presentó con mayor énfasis entre los años 1983-1985 y 1987-1990. La población más
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afectada pertenecía a Ayacucho, Huancavelica, Huánuco y Junín. Los niños participaron
como integrantes de la “masa” o “fuerza base”. (2014: 6)
Al mismo tiempo afirma que esta práctica también fue usada por el ejército; por
consiguiente ambas instituciones son culpables de la infracción a leyes nacionales e
internacionales que protegen los derechos del niño. (Nestor Taipe Campos, 2014: 6) Su
historia en sí es, por lo tanto, no tan excepcional; lo excepcional reside en que logró
encontrar un lugar de enunciación y que a través de su experiencia evoca las
experiencias de miles de niños andinos. En una entrevista con El Comercio Gavilán
dice: “Lo que pasa es que a tantos niños simplemente nos tocó vivir la guerra interna.
Nadie elige vivir esas cosas. Cuando estabas en SL y querías escaparte, te mataban.
Entré al Ejército porque me capturaron, era difícil salir.” (Vivas, F, El Comercio,
8/02/2015).
El libro, dejando de lado el prólogo de Degregori y el ensayo introductorio de Castro, se
divide en cuatro capítulos: ‘Parte I: En las filas de Sendero Luminoso’, ‘Parte II:
Tiempos en el cuartel militar’, ‘Parte III: Tiempos en el convento franciscano’ y por
último ‘Parte IV: Veinte años después, recorriendo las huellas del pasado.’ Estos
capítulos a su vez se dividen en fragmentos, algunos ocupando varias páginas y otros
apenas unas diez líneas. Los títulos indican de forma muy transparente que el autor
narra los hechos cronológicamente, organizando su relato según las tres fases
importantes que marcaron su juventud. Gavilán maneja un estilo vulgar y simple y
salpica su narración de vocabulario quechua, lo que facilita al lector desplazarse al
contexto cultural y geográfico de los Andes. De esto ya nos podemos dar cuenta en el
comienzo de primer capítulo, cuando hace uso de una metáfora particular: compara la
llegada del Sendero Luminoso con el fenómeno de las lluvias andinas.
“Así llegó SL a mi comunidad, como lluvia buena; las primeras gotas de lluvia dieron
esperanzas de vida, justicia social, pero las lluvias cada día se prolongaron (…)
Entonces se comenzó a vivir el “diluvio”, no quedaba otra opción que subirse al arca de
SL o unirse a la agrupación de Rondas campesinas.” (2013: 58)
En el 1983, cuando Lurgio tiene doce años, su hermano se marcha de su pueblo natal
Punku para luchar por la justicia social en el ejército rojo del PCP-SL. Lurgio va tras él,
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partiendo ‘a una aventura desconocida sin fecha de retorno (2013: 60) En esta
expresión, comparando su tiempo luchando como soldado a ‘una aventura’, ya podemos
ver un mecanismo de que el autor se servirá durante todo su narración: la infantilización
de la guerra. Lurgio acompaña a Raúl, amigo de su hermano y militante del SL, que
regresa a su pelotón después de haber pasado unos días con su familia en la selva.
Cuando el dúo encuentra el pelotón, Lurgio se integra en él. Nos ofrece mucha
información sobre el funcionamiento interno del pelotón: quiénes eran los militantes,
dónde se dormía, cómo se organizaba la vigilancia de noche, etc. Llama la atención la
descripción del uso del tiempo libre: “Luego, algunos se pusieron a leer los pocos libros
de Marx y las Cinco Tesis de Mao que teníamos; yo y otros niños ni entendíamos lo que
leían, solo veíamos letras rojas con dibujos del presidente Gonzalo.” (2013: 66). Esta
frase expresa perfectamente la quiebra aterradora entre dos tipos de senderistas: por un
lado jóvenes activistas que entendían el trasfondo ideológico del PCP-SL, y por otro
lado jóvenes y niños que no tenían idea para que exactamente luchaban, salvo una
noción vaga de justicia social y comida para todos. Otra imagen comparable es la del
hermano de Lurgio que andaba siempre con su librito rojo sin saber leerlo, y que
terminó disparado luchando por una causa que no entendía. Nos enterramos también de
las técnicas horrorosas usadas por SL para oprimir los campesinos. Cuando suponían
que un campesino había pasado información al ejército, lo acusaban de soplón o
yanauma y lo mataban a él y su familia en su casa.
Su tiempo como militante es un permanente vagabundeo entre diferentes comunidades
andinas, escondiéndose y atacando a militares y rondas campesinas. Cada vez pierden
más apoyo entre la población campesina; si antes ellos les regalaban comida ahora
tienen que robársela. Aborda también el control total y riguroso que el partido tenía
sobre sus militantes; dormirse en la guardia, por ejemplo, era considerado una traición
al partido y era castigado por la pena de muerte. Lo mismo valía por robar comida en el
pelotón. Se puede deducir que el partido manejaba dos códigos morales, ya que de un
lado propagaban teorías de igualdad pero al mismo tiempo el robo de campesinos era
una práctica generalizada. La situación de Lurgio cambia un poco cuando se convierte
en ayudante de una enfermera, curando heridos de los enfrentamientos con las rondas y
el ejército. Cuando vuelve a su pelotón, asciende de rango: se hace camarada, y poco
después, meses antes de cumplir 14 años, incluso lo designan mando político, la
jerarquía más alta. En el último fragmento del primer capítulo relata como él y otros
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compañeros se dejan sorprender por los militares que les tiran encima. Su mejor amiga
muere y el cae prisionero del ejército.
Ahí empieza una nueva etapa en su vida: se integra en las Fuerzas Armadas Peruanas.
Incluso le dan la oportunidad de ir al colegio cerca de la base militar, por lo que
finalmente aprende a leer y escribir. En este segundo capítulo maneja el mismo enfoque
que en el primero: nos provee con una gran cantidad de información histórica sobre la
organización interna del ejército, de las diferentes bases militares y de la vida cotidiana
de los soldados. La transición del SL al ejército transcurre, sorprendentemente, sin
problemas. Se puede percibir fácilmente este cambio drástico en su lenguaje: desde el
momento que se convierte en soldado se refiere a los senderistas con la palabra
terrucos, forma vulgar e insultante para denominar un terrorista del Sendero, a pesar de
que él lo había sido. No obstante, hay que tener en cuenta que para un niño de 14 años
la diferencia entre ambas instituciones era mínima, se trasladó de una institución
autoritaria dirigida por la violencia a otra idéntica. Una diferencia que resalta es que
tiene más atención por los caracteres de sus comandantes. En su pelotón de SL no
menciona ningún comandante en particular, todos son autoritarios y siguen ciegamente
los reglamentos del partido, su personalidad es reducida a ser militante senderista. En el
ejército nuevamente empieza abajo de la escalera jerárquica, aunque acá las
manifestaciones de poder y humillación de los de rango más bajo son mucho más
presentes. El autor menciona que siendo recluta (rango bajo), los monitores los hicieron
comer heces humanos. En el momento que se convierte en monitor hace lo mismo a sus
reclutas. “Cuánto nos odiarían, pero ellos también – cuando llegaran a ser cabos – se
vengarían con los que vinieran y luego se les olvidaría. En el ejército se cumplían las
órdenes sin llantos ni murmuraciones.” (2013: 120). A pesar de esto parece estar
bastante feliz durante su largo período en el ejército (ocho años), lo que se puede
atribuir a la fuerte sensación de unidad entre los soldados del mismo rango y a una
cierta seguridad de las necesidades básicas humanas – alojamiento, comida, etc, de las
que no disponía cuando luchaba para Sendero Luminoso. En 1993, tiene que pasar
algunos meses en un hospital de convalecencia en Lima. Cuando vuelve a la sierra, la
violencia se ha acabado, y los militares más que nada tienen que patrullar en las
regiones más afectadas. En una de estas se le presenta la oportunidad de conversar con
unas monjas, que le aseguran que podría llegar a ser cura. “Pero, más que los sueños,
esa parecía ser la oportunidad que estaba buscando desde niño. Hacer algo por los que
21
no tienen, por mis paisanos que tanto habíamos maltratado, robándoles y violando a sus
mujeres.” (203: 127) De esta frase se puede deducir que el autor sí tenía consciencia de
los actos que cometió durante su época en Sendero Luminoso y que se sentía culpable
de ello, a pesar de que solo era un niño.
Cuando finalmente decide dejar su vida de soldado, le cuesta encontrar un convento que
lo quiera acoger, considerando su pasado turbulento. Sin embargo, no piensa darse por
vencido y encuentra un convento franciscano donde puede abordar el noviciado. Por
tercera vez Gavilán abre todo un mundo nuevo para el lector, un mundo de madrugar
para la oración, de disciplina, de misiones a comunidades andinas, pero también de
diversión en los domingos libres. Describe a los franciscanos como hombres al servicio
de la comunidad, pero con sus defectos como cualquier humano. Cuenta algunas
anécdotas que más recuerda, como la del cura borracho. Sin embargo, la esencia de esta
nueva fase de su vida es que finalmente tiene el tiempo y el estado mental que le
permiten reflexionar sobre su pasado. En las horas de descanso en su celda, empieza por
primera vez a escribir sus recuerdos en un cuaderno. Contrariamente a su militancia en
el SL y su tiempo de servicio en las Fuerzas Armadas, su entrada al convento
franciscano es la primera etapa en su vida que desprende de una decisión propia y
consciente. Una tentativa de reconciliar su pasado y su presente. Finalmente no
completa su formación de cura, e ingresa a la universidad para estudiar antropología.
A pesar de ser el más breve, el último capítulo, denominado ‘Veinte años después,
recorriendo las huellas del pasado’, resulta muy interesante. Gavilán describe cómo
regresa a su tierra natal y contempla los paisajes en los cuales reencuentra tantos
recuerdos de su niñez y adolescencia. Si en los capítulos anteriores la sucesión de
hechos y la información histórica predominan sobre la percepción interna mental de su
pasado, en éste sí predominan los sentimientos; más que nada se mezclan la nostalgia y
el dolor por sus queridos que ahí ha perdido. “Tenía la impresión de que iba a
encontrarme con los amigos en esos lugares, o la idea de que mis compañeros de guerra
aún permanecían allí.” (2013: 162). También aclara por primera vez que su ingreso al
SL sí tenía un trasfondo ideológico: “Solo fuimos motivados en busca de una sociedad
más justa y equitativa. ¿Sabíamos los niños las consecuencias de la guerra emprendida?
¡Cómo íbamos a saberlo!” (2013: 167)
22
¿Qué podemos concluir de este resumen breve del relato de Gavilán? Por empezar se
vuelve más entendible el comentario de Degregori cuando dice que Gavilán cuenta para
‘sacarlo todo’: su relato es comparable a una ola descontrolada de información, lo que
es interesante, pero al mismo tiempo se nota que el autor no maneja criterios temáticos
ni presta mucha atención a la estética; su objetivo es simplemente registrar todos sus
recuerdos, y ahí está la información disponible para la persona que quiera leerla. Pero
aun así su relato es una revelación, porque – aunque el autor tal vez no lo vea así –
representa a un sector de la población que hasta ahora no ha tenido voz en el debate
público sobre la guerra interna. “Es su intérprete, su profeta.” (Agüero, 2015: 73). No
solamente pertenece a la población indígena, el grupo demográfico más débil que quedó
más afectado por la violencia, sino que también rompe el tabú que hay alrededor de los
(ex)terroristas. La afirmación que el Sendero Luminoso era la encarnación del mal y que
todos sus militantes eran diablos ya no se puede sostener con esta lectura. “Gavilán
narra como un niño, infantiliza la guerra, y en esta forma de contar reclama para sí esos
atributos del niño: la ingenuidad y la inocencia sobre todo.” (Agüero, 2015:73). Es
innegable que en algunos episodios, como cuando asista a la matanza de paisanos o la
violación de prisioneras senderistas, podría existir en el lector la expectativa de más
sensibilidad, ya que Gavilán cuenta estos acontecimientos como si fueran anécdotas. Sin
embargo hay que mantener muy claro que acá se trata de la visión de un adolescente
traumatizado, para quien la violencia era pan de cada día.
Terminamos con una cita de Martín Tenaka, doctor de ciencia política que trabaja para
el Instituto de Estudios Peruanos, que resume perfectamente la esencia del libro.
“Si bien podría decirse que nada de lo que el autor relata no ha sido analizado ya en
alguna parte de los nueve volúmenes del Informe Final de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación, el gran mérito del libro es que aborda esa temática en primera persona,
dando cuenta de la cotidianidad tanto de la vida senderista como de la vida del ejército
en misiones contrasubversivas. Así, resulta estremecedora en la descripción de Gavilán
entrever la humanidad de quienes perpetran crímenes espantosos.” (2012, IEP,
11/11/2012.)
23
4 Tempestad en los Andes: Resumen
La tercera y última obra que formará parte del análisis es el documental Tempestad en
los Andes del director sueco Mikael Wiström. La protagonista del filme es Josefin
Ekermann, una sueca de descendencia peruana por parte de su familia paternal. Su tía,
Augusta de la Torre, era la esposa de Abimael Guzmán, con el cual fundió el Partido
Comunista del Perú – Sendero Luminoso. Augusta murió – en circunstancias
misteriosas – durante la lucha armada, y sus familiares (entre los cuales el padre de
Josefín) tuvieron que exiliarse a Suecia por miedo de la posible persecución política.
Ahí, Augusta siempre fue conmemorado por la familia como una heroína que luchaba
contra las desigualdades de la sociedad peruana y que murió como mártir. Esta es la
versión de la guerra interna que Josefín había escuchado durante su infancia. Sin
embargo, fueron creciendo cada vez más las dudas sobre la historia oficial que le
contaba su papá, quien se negó a responder muchas de sus preguntas. Por consiguiente,
ella decide emprender un viaje a Perú, para reconstruir para sí misma la vida de su tía y
ver las huellas que la guerra popular ha dejado en la sociedad peruana. Es justamente en
este momento que empieza el documental: Josefin en el avión que la llevará al Perú,
llena de preguntas y también miedo por lo que va a encontrar.
El documental es una co-producción sueca-peruana. Aunque es relativamente
desconocido, ha recibido muchas críticas positivas desde el campo de los derechos
humanos. El documental ha sido proyectado en el Human Rights Watch Film Festival
de 2015 en Londres, así como en el Festival de Cine de Lima, y sigue siendo trasmitido
en muchos eventos culturales en Perú y otros países latinoamericanos.
Para comprender bien cómo el documental llegó a ser mucho más que la historia
personal de una joven sueca buscando sus raíces, resulta indispensable enfocarnos en
los antecedentes del director Mikael Wiström. En los años setenta, el entonces joven
fotógrafo sueco residió durante algunos años en pueblos andinos alrededor de Ayacucho
para registrar la vida diaria y las tradiciones culturales de los campesinos quechua-
hablantes. Fue una época conmovida en la sierra peruana central: tras haber sido
reprimidos durante varios siglos, los campesinos organizaron una toma de tierra –
pacífica- como respuesta a una reforma agraria impuesta por la dictadura del presidente
Juan Velasco Alvarado. En una entrevista, Wiström comentó lo siguiente:
24
“I studied economic history and social anthropology before I went, I had begun
to speak Spanish, and I really felt that I participated, that I was an observer to a
historical event. (…) I think at that moment it was really the force of the people,
that had been enduring for hundreds of years, that finally succeeded in taking
back the land. That’s no small feat, and illusions were born from that moment,
which led to disappointment afterwards, because the illusion was so profound, a
feeling of being freed from an oppression that has not only to do with the land
but with the subjugation they had suffered as human beings for such a long time
– the humiliation and knowing that they had been kept in ignorance and
obscurity and poverty, and that their children were going to continue to live in
that situation.” (Green, entrevista Sounds and Colours).
La victoria de los campesinos no fue de larga duración: el gobierno envió fuerzas
policiales a la sierra que violentamente restablecieron la organización feudal anterior. Y
era justamente en ese momento de esperanza pérdida y desesperación que surgió
Sendero Luminoso, propagando el mensaje de una revolución total. Wiström: “At that
moment, Sendero found the fertile ground for their violent ideology.” (Green, entrevista
con Sounds and Colours).
Por ende podemos afirmar que Wiström es alguien con gran conocimiento sobre la
pésima condición en la que vivían los campesinos indígenas y de las circunstancias
anteriores al surgimiento de Sendero Luminoso. Durante su estancia, se había hecho
muy amigo del campesino Samuel González, dirigente de la Federación Provincial
Campesina de Andahuaylas (FEPCA), que había sido uno de los líderes durante la toma
de tierras. En el trascurso de la guerra popular, Samuel y su familia, como miles de
otros, tuvieron que dejar su casa e huir a Lima por consecuencia de la violencia
creciente de Sendero. Una vez en Lima, su hijo mayor Claudio fue detenido y acusado
de ser integrante de Sendero Luminoso, por un poema ‘simpatizante’ que había escrito.
Murió en la matanza del Frontón del 19 de junio 1986, donde estaba esperando su juicio
que nunca vendría: un caso no del todo único en aquella época. La familia nunca pudo
procesar la muerte de Claudio, ya que su cuerpo no fue identificado y las circunstancias
en que murió siguen siendo borrosas hasta el día de hoy. Aquí nos reencontramos con el
argumento del documental: 20 años después de la muerte de Claudio, Wiström decide
hacer un documental sobre la búsqueda por la familia de la verdad sobre aquel día de
terror en el Frontón. Especialmente su hermana menor Flor ha dedicado su vida a la
25
lucha constante de limpiar el nombre de Claudio, ya que la familia está convencida que
Claudio no tuvo ninguna relación con SL, como podemos ver en la película.
No obstante, el argumento del filme estaba aún por cambiar. Durante los preparativos
para el rodaje, Wiström fue contactado por Josefín, quien le contó los enigmas de su
infancia. Se había enterado de que Wiström tenía vínculos estrechos con el Perú y
explicó que por fin quería viajar a Perú para conocer la verdad sobre su tía. Así es como
el documental llegó a ser una yuxtaposición de “drastically different yet interconnected
stories” de dos mujeres que intentan comprender la guerra interna y los efectos que ésta
ha tenido en su familia (Green, entrevista con Sound and Colours).
Wiström hace uso de diferentes materiales para componer el filme. Combina fragmentos
de video, rodados para el documental, con videos y fotografías de archivo sobre
Sendero Luminoso, así como fotografías propias tomadas en los años setenta y unas
pocas fotos en la posesión de Josefin. De este modo se cree una imagen muy visual del
transcurso del conflicto armado: contiene entre otros videos de filas de Sendero,
campesinas con armas, fragmentos grabados en el Frontón algunas horas después de la
masacre, discursos de presidentes, etc. Esta compilación (que se da esparcida al
transcurso del filme), aunque sea breve, constituye un panorama general de los años de
la violencia.
Josefin, aparte de ser protagonista, también cumple el papel de narradora. Su voz guía el
espectador no solo por su historia personal, sino también por la historia del Perú. De
esta forma el documental amplía su público potencial, visto que no se necesita
conocimiento previo para verlo. En varias ocasiones, la voz en off de Josefin se dirige a
su padre. Cito unas de las primeras frases del filme: “Papá, no querías que yo haga este
viaje. Tienes miedo que no sea tan leal con Sendero y Abimael como los demás en la
familia. Quiero saber la verdad. Y sé que no es un cuento.” [2:50 – 3:00]. El espectador
se da cuenta de una vez de la relación tensa con su padre y del conflicto interno que la
atormenta por la vacilación entre lealtad a su familia de un lado, y la necesidad
preponderante por conocer la verdad por otro.
El documental se desplaza continuamente entre Lima y la sierra alrededor de Ayacucho,
los dos lugares simbólicos de la guerra interna. La película no sigue el tiempo
cronológico de rodaje (al inicio aparecen fragmentos que han sido grabados al final y
viceversa), pero sí pretende reconstruir –más o menos- la cronología de los eventos
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históricos. Sin embargo, siempre se cruzan las historias de Josefin, Flor y la población
campesina. Por consecuencia, no me parece interesante exponer el documental
progresivamente de inicio a final. En lugar de eso, distinguiré los principales hilos
narrativos, los cuales comentaré separadamente.
En mi opinión, hay cuatro hilos narrativos. Los primeros dos son las ya mencionadas
historias yuxtapuestas de Josefin y Flor en su búsqueda de respuestas. En el caso de
Josefín, se trata de reconstruir la vida y personalidad de su tía Augusta de la Torre, con
el objetivo de comprender los motivos de Augusta al fundar una organización que
derramó tanta sangre. Amplía la imagen de su tía por medio de conversaciones con
familiares, amigos y conocidos de la familia de la Torre, que conocieron a Augusta
antes de que ella se convirtiera en ‘la camarada Norah’, nombre que usaba dentro del
partido. Todos dicen lo mismo: que Augusta era una mujer de gran belleza, pero
humilde y sencilla. Creció (al igual que el padre de Josefin) en un hogar de aristocracia
ayacuchana donde los debates sobre el comunismo eran pan de cada día. El padre
(abuelo de Josefin) era un partidario fanático del comunismo soviético. Unas frases
recogidas de los diálogos con conocidos de Augusta: “Augusta era una mujer de
sensibilidad social muy grande.” [22: 10’] (el fotógrafo que tomó las fotografías de su
boda); “Pienso que se equivocó, pero no hacía nada por motivos bajos.” (periodista que
se especializó en la vida de Abimael y Augusta); “Alegre, una persona bastante sencilla
(…) Nos enseñó a valorar nuestros raíces.” (mujer campesina) [32-33]. Surge la imagen
de una mujer que se enojaba por las desigualdades en la sociedad, y que valoraba las
tradiciones culturales de los campesinos a pesar de su descendencia criolla. Apasionada,
sí, pero las ideas revolucionarias solo la empezaron a intrigar cuando se casó con
Abimael Guzmán. Fue el catedrático aristocrático quien la familiarizó con la ideología
maoísta, que aboga por una revolución iniciada por el proletariado, junto al culto de una
persona (Abimael) para así derrocar de manera violenta el estado establecido e instaurar
un régimen comunista. En resumen, la imagen de Augusta que surge es mucha más
compleja de lo que dejen entender los medios de comunicación y en el discurso oficial
del Estado peruano, en los cuales se refieren a Abimael y Augusta como ‘pareja
infernal’. Por otro lado, Josefín habla con algunos sobrevivientes de la violencia. En
particular el testimonio aterrador de una mujer quechua-hablante que relata cómo
Sendero pasó por su pueblo cuando ella había salido a pastear las ovejas. Cuando
regresó encontró su madre degollada con cortes en todo el cuerpo. El llanto de la mujer
27
al recordar este episodio de su infancia deja a Josefin en lágrimas. A Josefín le resulta
imposible sumar estas dos impresiones de Augusta:
“Es tan difícil, porque yo llegué a Perú para entender Augusta, pero también
para entender este país, lo que pasó y todo. Pero cada vez saco una piedra y hay
un misterioso (sic) más, una cosa que yo no entiendo, toda la gente dice que
Augusta era un persona muy sencilla, muy lógica, inteligente, bonita, pero ella
salió con esta organización que han (sic) cometido unos errores muy grandes.”
[1:08:00’ – 1:08: 20’]
Esta discrepancia entre lo personal y lo político también está presente en los ensayos de
Jose Carlos Agüero. Esto hace surgir una pregunta compleja pero esencial: ¿lo político
anula lo personal? Los recuerdos que Agüero tiene de sus padres, la imagen de Augusta
como una mujer que defendía a los pobres, ¿todo esto se disolvió cuando decidieron
cometer actos violentos indefendibles?
La búsqueda de Flor, por su lado, es muy diferente. Contrariamente a la mayoría de los
peruanos, se niega a dejar el pasado en el olvido en su incansable lucha por justicia para
su hermano, aunque esto significa que ella y su familia se ven confrontados diariamente
con el dolor de su fallecimiento. “Estamos escarbando en la herida más profunda del
Perú, en lo que se quiere tapar, tapar, tapar (…) cuando realmente eso no está sanada, no
está curado.” [28:25’-28:35’] Claudio era la primera persona de su aldea que podía ir a
estudiar en la universidad, y en los ojos mojados de sus padres aún se puede ver el
orgullo que les trajo su hijo: “Era inteligente y cariñoso mi hijo.” [27:15-27:20] En un
fragmento particularmente conmovedor, vemos como Flor lee escritos antiguos de
Claudio de su época universitaria, que manifiestan una denuncia de la opresión de los
campesinos andinos. Cuando la familia ya se había mudado a Lima, Claudio fue
detenido por pertenecer supuestamente a Sendero Luminoso. La evidencia era un
poema, escrito en elogio de un soldado senderista. Declaró simpatizar con Sendero, pero
negó ser miembro. Aun así fue enviado al Frontón, donde murió en la supresión del
motín en junio de 1986. Según la familia es el entonces presidente Alan García quien
dio la orden de la matanza, pero están impotentes frente a este hecho: incluso después
de tanto tiempo, aún no se ha aclarado oficialmente como sucedió y nadie ha sido
castigado. Es exactamente lo que dice Flor: solo quieren tapar, tapar, tapar. Hacía la
final del documental podemos ver como Flor logra obtener el reconocimiento que
28
buscaba: el nombre de Claudio es integrado en ‘El Registro Único de Victimas’ y la
familia recibe un certificado de acreditación que dice que Claudio es una víctima. Es
aquí que podemos percibir la importancia enorme de este tipo de etiquetas: el hecho de
que Claudio sea considerado como una víctima es de importancia vital para su familia.
El tercer hilo narrativo es sin duda alguna el más esencial del documental: se trata de la
confrontación de Flor y Josefín. Con este procedimiento, Wiström revela unas de las
tensiones más presentes en la sociedad peruana que sigue dividiendo su población. Un
familiar de la persona que es vista como la responsable suprema de la violencia, cara a
cara con un familiar de una víctima (indirecta) de esta violencia. Las fricciones causadas
por el encuentro son dolorosas para ambas participantes, pero necesarias para abrir el
diálogo.
“Cuando llego a Lima, me entero de que Flor hubiera preferido no conocerme.
Ella opina que fue mi familia quien inició la guerra. Siento que estoy cargando
todo lo que mi familia ha ocultado. Tengo miedo.” [14:20’ – 14:30’].
La actitud que Flor adopta inicialmente frente a Josefin evoca una de las preguntas
centrales que José Carlos Agüero expresa en Los Rendidos: ¿Se puede heredar la culpa?
A pesar de que Josefin nació en Suecia y la lucha armada nunca fue parte de su realidad,
el lazo de sangre que le vincula a Augusta de la Torre y Abimael Guzmán es suficiente
para rechazarla. La postura de Flor queda muy clara: aunque su hermano técnicamente
murió a manos de las fuerzas policiales, responsabiliza directamente Sendero Luminoso
y sus fundadores para la muerte de Claudio: “Llevaron a cientos de jóvenes, a miles de
jóvenes a involucrarse en un proceso de revolución que confundieron las realidades y
miles de esos jóvenes murieron o desaparecieron. Y uno de ellos fue… Nosotros
perdimos uno.”. La respuesta de Josefin: “No estoy en Perú para defender el Sendero,
solamente estoy aquí para entender qué pasó en Perú y por qué. Llegué a Perú con ojos
frescos, no sé mucho… de la realidad que ustedes tenían, pero yo estoy aquí para
entender.” [14-17]. La posibilidad de diálogo requiere un acto de valor de ambas
personas: Flor tiene que enfrentar la sobrina de la simbólica victimaria de su hermano,
mientras que Josefin tiene que asumir la responsabilidad que tiene su familia en el
conflicto. Ambas eligen activamente enfrentar sus demonios. “Claudio y Augusta. Dos
nombres que nos unan y que son a la vez el abismo entre nosotros.” [36:30-36:40]. Sin
embargo, Wiström parece sugerir que las similitudes pesan más que las diferencias. En
29
vez de ver el dolor de los implicados en la lucha armada como algo que reparte la
población en dos campos, se podría verlo como un sentimiento universal que tiene el
poder de unir y conectar a la gente.
Para el último hilo de que se compone el filme, Wiström regresa a la aldea andina de
Samuel, donde tantos años atrás había sido testigo de la toma de tierras. Muestra las
fotografías de entonces a los campesinos que ahora ya son ancianos, y los deja relatar
(tanto en quechua como en español) sobre la situación social y económica que había
antes del inicio de la guerra interna: “En esta zona no había médicos, nada. La gente se
moría como perros. Y cuando usaban su voz de protesta, mandaban soldados para
masacrarlos. Eso era el gobierno.”. Cuando Samuel y unos pobladores más evocan la
toma de tierras, se insiste en el hecho que ésta transcurrió pacíficamente. Me parece
muy significante la conversación siguiente (traducida del quechua) entre dos de ellos
sobre la expulsión de los tenientes:
“¡Afuera no más!” (riendo)
“Pero sin dañarle físicamente. Porque se trataba de la tierra.”
“De la tierra.” (más serio)
[47:00-48:00]
El ambiente alegre, hasta eufórico, que predomina cuando se habla de la toma de tierras
contrasta violentamente con un fragmento siguiente en que algunas mujeres campesinas
discuten la llegada de Sendero Luminoso a su pueblo: la atmósfera se vuelve tensa y
deprimida, las entrevistadas hablan con voz más baja y lloran. Deja la palabra a varias
mujeres que han perdido a sus queridos por la violencia, tanto a mano de Sendero
Luminoso como a mano de las Fuerzas Armadas. Wiström acaba con el prejuicio de los
campesinos enojados y violentos que hubieran estado esperando el momento de atacar
el Estado peruano y enfoca en el hecho que las tentativas de los campesinos de mejorar
su situación, hasta la llegada de SL, eran pacíficas pero siempre reprimidas con
violencia excesiva por parte del Estado. Los campesinos no querían una lucha armada,
solamente querían sus tierras. Parece sugerir que no es tan sorprendente que después de
haber intentado en vano cambiar la situación por la vía pacífica, en un momento de
desesperación total, Sendero Luminoso pudo persuadir una parte de la población rural
que la violencia era la única salida a su pésima calidad de vida. El logro más grande, en
mi opinión, es que los campesinos se puedan expresar, en su propio idioma, de lo
30
sucedido, sin entrevistadores ni periodistas que deformen de alguna forma (con buenas
o malas intenciones) su discurso. Si la opinión y experiencia de los campesinos en los
primeros años después del conflicto fue ignorado, después sólo fue expresado ‘bajo
tutelaje’ de intelectuales limeños (me refiero, por ejemplo, a la recolección de
testimonios por parte de la CVR). Wiström demuestra que los campesinos son
perfectamente capaces de expresarse sobre lo ocurrido como cualquier otro grupo
involucrado en la guerra interna, y que ni su idioma ni su cultura forma un obstáculo
para participar en el debate nacional sobre ésta. No obstante, esto también se debe a la
forma misma de la obra: el carácter audiovisual abre mucha más posibilidades que un
texto escrito.
Por último quiero señalar que el filme termina de un tono optimista. Las últimas
palabras de Josefin son:
“Papá, tenía tanto miedo de hacer este viaje. Pero ahora no tengo miedo. El
cuento que me contabas no era la verdad. Pero lo que encontré fue infinitamente
más valioso. He conocido la crueldad más terrible, pero también he encontrado
la ternura más profunda.” [1:37:00- 1:37:25].
El documental cierra con fragmentos del paisaje impresionante de los Andes y de la
población andina en su vida cotidiana, mientras que en la voz off Flor lee un poema de
su hermano Claudio. Wiström elige conscientemente un planteamiento sentimental más
bien que objetivo-informativo, y es justamente en esto que reside la fuerza del filme.
Plantea la pregunta de cómo esta población, que ha sido aterrorizada de la manera más
horrible, pueda reconciliarse con su pasado reciente, y la respuesta parece residir en las
emociones: la compasión y el perdón.
31
5 El Perú y su batalla por la memoria
Antes de elaborar más extensamente el análisis y la comparación de las tres obras
discutidas, es indispensable detenernos un momento en la problemática relación que la
sociedad peruana mantiene con la memoria del conflicto armado interno. Cabe señalar
que no se trata de ‘la memoria por la memoria’, del recuerdo en sí de los sucesos y
eventos de los veinte años de guerra, sino de los significados e interpretaciones de los
cuales están dotados aquellos acontecimientos y de los efectos que ese pasado sigue
ejerciendo en la sociedad presente. En las palabras de Victor Vich: “Como comunidad
nacional, en el Perú todavía no logramos generar un mínimo consenso acerca de cómo
recordar el pasado que vivimos.” (2015: ¿Por qué insistir tanto en la importancia de la
memoria? Porque la memoria de una nación genera identidad y cohesión.
5.1 El trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
El proceso de reconciliación de una sociedad se compone de varias etapas. El primer
paso que una sociedad toma cuando ha transitado por una época de violencia en la que
los tejidos sociales y la confianza entre población y Estado se han visto afectados, es la
reconstrucción nítida de la verdad. En varios países latinoamericanos donde se vivió un
conflicto interno, esta necesidad de una instancia imparcial que tenía que encargarse de
esta tarea desembocó en la fundación de distintas ‘comisiones de la verdad’. En el Perú,
la CVR cumplió ese deber, ‘la verdad’ siendo “[…] relato fidedigno, éticamente
articulado, científicamente respaldado, contrastado intersubjetivamente, hilvanado en
términos narrativos, afectivamente concernido y perfectible, sobre lo ocurrido en el país
en los veinte años considerados por su mandato” (IFCVR 2003: Tomo I, 41). La
memoria, para la CVR, es un deber ético, político, humanitario y judicial.
Una vez reconstruida la verdad histórica, el país enfrenta la segunda etapa, igualmente
imprescindible: la aplicación de la justica. Los culpables tienen que ser castigados, las
víctimas tienen que ser recompensadas, y aún más importante, el Estado tiene que ver
dónde ha cometido errores y hacer todo lo posible para que no vuelvan a ocurrir. Todos
los perpetradores de derechos humanos, sean quienes sean, tienen que ser
responsabilizados. En algunos casos, las mismas comisiones de verdad se
comprometieron con este deber, porque “el sistema judicial se encontraba tan atado a
intereses políticos y tan carentes de instrumentos legales y reales, que les resultaba
imposible castigar a los culpables, o porque suplieron la ineficacia de los congresos o la
32
falta de confianza de la sociedad en el gobierno.” (Gaborit 2006: 665). Sin embargo,
esto no es lo que sucedió en el Perú. La CVR se limitó a denunciar los culpables y
establecer una lista de recomendaciones, dirigida hacia el gobierno, el cual sigue
ignorándolas hasta el presente.
“A la vez, el tiempo ha pasado, y luego de la CVR los gobiernos han dado pocas
señales de realizar cambios orientados al reconocimiento del CAI, al
resarcimiento de aquellos que fueron víctimas, o reformas estructurales que se
orienten a que este tipo de sucesos no vuelvan a repetirse” (Portugal Teillier,
2015: 80).
De hecho, el Estado se opone a una reformación de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas
Policiales, y siguen protegiendo a los perpetradores de Derechos Humanos en dichas
instituciones. “En suma, lejos de producir una “verdad” en la que todos deberían
reconocer su culpa, el informe de la CVR generó un nuevo terreno de desencuentros y
tensiones sociales.” (Vich, 2015: 96). Camila Sastre Díaz evoca un citado del Informe
Final de la CVR:
“La necesidad de verdad y justicia se debe a que se entiende que ambas
permitirían alcanzar la reconciliación, ya que “[…] una sociedad no puede
aprender a convivir pacíficamente y en justicia sino no es capaz de reconocer sus
heridas y su dolor, si no vuelve sobre su pasado en busca de lecciones (IFCVR
2003: Tomo I, 40).” (Sastre Díaz, 2015: 50)
Lo que ocurre es justamente lo contrario: “Hoy, en efecto, se impone el discurso de que
el pasado se encuentra completamente “en el pasado” y que no conviene regresar ahí.”
(Vich, 2015: 42). La sociedad peruana vive en una especie de contradictio in terminis:
no vuelven sobre esa época porque es doloroso y prefieren olvidarlo, pero mientras no
lo hagan la sociedad sigue siendo la misma que en la época de la violencia. Se tapa la
herida, impidiendo que se cure. En este capítulo, propondré algunas de las causas que
han contribuido a la memoria problemática en el Perú. Algunas están vinculadas a la
naturaleza del conflicto mismo, otras a la manera que se ha enfrentado el trauma en las
décadas después del final de éste.
33
5.2 El carácter extremamente traumático de lo sucedido
En Poéticas del duelo, Victor Vich evoca la resistencia de la sociedad peruana a
enfrentarse con la dimensión más salvaje de la verdad, y busca una explicación en “el
carácter verdaderamente traumático de lo sucedido.” (Vich, 2015: 8). No cabe duda que
la violencia generalizada en la sierra ayacuchana ha sido un horror total, que
difícilmente se deja expresar en palabras. Aparte de los enfrentamientos entre el SL y la
población, SL y las Fuerzas Armadas, y entre la población y éstos dos instancias
armadas, muchos campesinos se mataron entre ellos por sospechas o para demostrar que
no pertenecían a SL. La entera población campesina fue llevada en una espiral de
violencia que duró más de diez años. “(…) la violencia también puede ser observado
como de la población civil contra sí misma. De hecho, muchas comunidades
campesinas y grupos diversos terminaron enfrentándose y matándose “entre prójimos”.
(Theidon 2004, Sanchez 2007 en Vich, 2015: 13). Este tipo de enfrentamientos es
mucho peor que una guerra de dos países o dos comunidades, ya que la destrucción no
viene de ‘el otro enemigo’, sino desde adentro, del vecino, de la compatriota,
destruyendo comunidades enteras y dejando individuos heridos y traumatizados sin
redes sociales en que apoyarse. Además, estima Lurgio Gavilán, el recuerdo de la
violencia excesiva entre los mismos campesinos impide la reconciliación hasta el día de
hoy: “Las heridas siguen abiertas, duelen en nuestros cuerpos y en nuestras mentes, no
podemos terminar en un abrazo fraterno. No se va a dar eso por ahora. Entre paisanos
nos hemos matado, nos hemos hecho mucho daño.” (Entrevista con El Comercio
20/12/2015).
5.3 El perfil socioeconómico de las víctimas
Otra explicación de las tensiones alrededor de la conmemoración del conflicto armado
es que este se desarrolló casi en su totalidad en sectores pobres del campo, lejos de
Lima, el centro del país. La lejanía de la guerra (hasta que estalló también en Lima en
sus últimos años) causó una indiferencia en la opinión pública de los centros urbanos.
Repitimos que de los 70 000 muertos y desaparecidos, un 75% eran quechuahablantes.
No obstante, la desproporción se hace aún mucho más visible si agregamos que la
población quechuahablante solo constituye 17% en el Perú. Si la violencia hubiera
tenido la misma intensidad en todo el país que la en la población quechua, hubieran
muerto alrededor de 700 000 peruanos (Degregori 2015: 44). “Según Gustavo
Gutiérrez, por su perfil socioeconómico y cultural, desde el punto de vista del poder la
34
mayoría de las víctimas resultaban “in-significantes.” (Ibid). Contrariamente a lo que
sucedió en los países del Cono Sur, “donde la violencia política tuvo lugar en escenarios
urbanos y en un contexto de mayor desarrollo ciudadano”, las víctimas proviniendo del
‘Perú profundo’, muchas de ellas ni siquiera incorporadas en el Registro Civil, no eran
consideradas tan importantes como los ciudadanos urbanos que participan en el
desarrollo económico del país. Las inmensas brechas culturales y económicas entre la
población urbana y la población campesina impiden la existencia de una ‘comunidad
peruana.’ Gran parte de la población urbana criolla-mestiza no se identifica con la
población indígena y por consiguiente su actitud frente al duelo, memoria y reclamos de
justicia de las víctimas es una de indiferencia. Irónicamente, la CVR – precisamente la
organización que quería denunciar esta idea de los campesinos quechuahablantes como
ciudadanos inferiores – representaba la supuesta superioridad de la clase limeña letrada
en su misma composición:
“Sin embargo, la CVR no dejaba de reflejar las brechas existentes en el país, que
contribuyeron a explicar la propia violencia política. Por ejemplo, diez de los
comisionados eran varones y solo dos mujeres, todos de clase media urbana.
Todos también vivían en Lima. Solo uno hablaba y entendía quechua, la lengua
materna del 75% de las víctimas, y otro lo hacía a medias.” (Degregori, 2015:
36).
Esto hace surgir una pregunta pertinente: ¿Quién era el destinatario del Informe Final
de la CVR? ¿Las víctimas, o la población urbana que casi no había sido afectada por la
violencia? Según Sastre Díaz, el hecho que muchos de los testimonios en quechua
recogidos por la CVR fueron traducidos al castellano señala que los destinatarios
principales no eran las víctimas, “sino el arquetipo del peruano ileso de la violencia
política; es decir, el peruano criollo, limeño, blanco.” (Sastre díaz, 2015: 62). En el
mismo sentido, los espacios públicos dedicados a la memoria de la violencia política,
como el nuevo Museo de la Memoria, no se encuentran en la zona donde la violencia
fue más intensa y donde vive la mayoría de las víctimas, sino en Lima.
“Milton y Ulfe llaman la atención en que las discusiones y debates sobre la
construcción del museo surgieron “[…] siempre desde Lima, desde los grupos
letrados, sin incluir las experiencias locales donde ya había museo de memoria
35
instalados y donde ya se incluían otras formas artísticas y plásticas de expresar el
recuerdo.” (Milton, Ulfe, 2010: 4 en Sastre Díaz 2015: 15)
No es que las experiencias y vivencias de las víctimas campesinas sean excluidas, pero
son representados desde el punto de vista del peruano intelectual urbano. Podemos
concluir solamente que la supresión de la población indígena-campesina, uno de los
factores decisivos en el estallido de la guerra, sigue definiendo los debates de memoria
posguerra. El desequilibrio en cuanto a la representación de la comunidad peruana no
favorece la posibilidad de un diálogo en que todos los participantes son considerados
como iguales.
5.4 El discurso negacionista del Estado
La instancia que más ha determinado cómo la población peruana recuerda su pasado
violento, es sin duda el Estado. En conflictos internos como este, el Estado busca
generalmente imponer una versión única de los hechos:
“Esta historia oficial reclama, a través de imágenes publicitarias y comunicados
oficiosos, una única versión de los acontecimientos, que se considera
indispensable para la continuación de la vida política, social y cultural del país.
Esta versión es considerada por el Estado como única, verdadera e
imprescindible para la reconciliación nacional, aunque esté, efectivamente,
amparada en la impunidad y tenga como finalidad su perpetuación.” (Gaborit,
2006: 663).
Esta versión oficial de los hechos se impone a la memoria de sufrimiento del pueblo
(ídem). En el caso peruano, podemos discernir dos posturas del gobierno. La primera
narrativa surgió durante el gobierno de Fujimori, el presidente que supuestamente había
acabado con la violencia. Fujimori aprovechó de la situación para posicionarse como el
líder supremo, el salvador, que logró acabar con el Sendero Luminoso.
“Las Fuerzas Armadas y Policiales aparecían en esa gesta como actores
secundarios, y las instituciones civiles y ciudadanos de a pie como meros
espectadores pasivos de ese drama en blanco y negro en el cual la encarnación
del mal no eran solo Sendero Luminoso y el MRTA, sino todos aquellos que
discrepaban de la versión oficial sobre lo ocurrido en aquellos años.” (Degregori,
2015: 29).
36
En otras palabras: se instauró una política en la que personas en desacuerdo con la
narrativa posguerra del Estado también se convirtieron en criminales. Los gobiernos
siguientes tomaron el mismo rumbo. A pesar de que ya no se insistía tanto en el papel
salvador del gobierno de Fujimori, el cual había caído en desgracia, los gobernantes,
apoyados por la mayoría de los medios de comunicación, siguieron declarando que “las
violaciones de los derechos humanos cometidas por agentes del Estado durante el
conflicto habían sido el costo necesario que el país tuvo que pagar para acabar con la
violencia subversiva desatada en 1980 por el PCP-SL y cuatro años más tarde por el
MRTA.” (Degregori, 2015: 29). Se insistió en que no llevaba a nada solazarse en
recordar o discutir las dos décadas de sangre y violencia: lo mejor era voltear la página
y mirar hacia delante. (Ibid). La mayor motivación del Estado al propagar este mensaje
era tentar de censurar a todo costo los graves errores cometidos por parte del Estado y
sofocar los reclamos para una renovación profunda de todas las estructuras estatales que
habían fallido durante la guerra interna, tal como lo había recomendado la CVR. Así la
idea predominante sobre la guerra interna permaneció “que unos agredieron la sociedad
y que otros tuvieron que defenderla, una interpretación cómoda que obstaculiza la
autocrítica y la construcción de algo nuevo hacia el futuro.” (Vich 2015: 261). Victor
Vich también denuncia que los últimos presidentes de la república no solamente han
evadido de manera sistemática el tema de la guerra interna, sino que incluso “han
suprimido importantes presupuestos públicos destinados a reparaciones individuales y
colectivas, al registro de víctimas, a nuevas políticas culturales, entre otras medidas, y
solo parecen reaccionar ante las fuertes presiones nacionales e internacionales.” (Vich
2015: 42). De hecho, en el año 2009, el gobierno alemán ofreció una donación de dos
millones de dólares para la creación de un Museo de la Memoria dedicada al recuerdo
de las víctimas de la guerra civil. No es sorprendente que fue justamente Alemania que
ofreció la donación, “que mediante el mantenimiento de la memoria histórica ha logrado
cerrar heridas dejadas por la Segunda Guerra Mundial.” (Presidente de Alemania visita
el Lugar de la Memoria el comercio). Sin embargo el gobierno peruano – otra vez bajo
Alan García- lo rechazó, una decisión que causó mucha protesta en los círculos
intelectuales: entre otros Mario Vargas Llosa y Alfonso Cueto firmaron un comunicado
en que se opusieron a la decisión del gobierno. Bajo esta presión, el gobierno se vio
obligado finalmente a aceptar el presupuesto, pero otra vez quedó demostrada la mala
voluntad del Estado en cuanto al asunto de la guerra civil.
37
El fervor con el cual los gobiernos alternantes se han esforzado para evitar el tema
resultó en un clima de miedo y silencio en cuanto al tema de la guerra interna. Esto les
conviene muy bien a la mayoría de peruanos que no eran parte del conflicto y que
pueden seguir con su vida cotidiana como si nada hubiera pasado, pero deja a la
intemperie miles de otros que no pueden procesar su trauma antes de que haya claridad,
justicia y clausura para sus muertos, como Flor González y José Carlos Agüero. Como
ya hemos dicho anteriormente, el hermano de Flor y el padre de José Carlos ambos
fueron ejecutados extrajudicialmente en la matanza del Frontón. El 18 de junio de 1985,
los presos políticos en varias cárceles de Lima emprendieron un motín, tomando
rehenes entre las guardias. El gobierno aprista de Alan García reaccionó con el ingreso
de las Fuerzas Armadas a las cárceles para debelar ‘a sangre y fuego’ la rebelión de los
presos. En el Frontón, 118 presos murieron, sin haber recibido un juicio, sin que las
acusaciones contra ellos hubieran sido comprobadas. Este evento, que se convirtió en
uno de los símbolos de las infracciones masivas de derechos humanos por parte del
Estado, nunca fue investigado objetivamente por el gobierno, y aunque todo indica que
el expresidente Alan García dio directamente la orden para la matanza, nunca ha sido
cuestionado: “La conocida como ‘matanza de los penales’ cumple 30 años sin que haya
comenzado siquiera el juicio a los responsables de la represión y asesinato de más de
200 reos amotinados (…)”. (El Gran Angular, 19/06/2016). El deseo del gobierno de
ocultar esta parte de la historia es de tal dimensión que hasta el día de hoy el acceso a la
isla es prohibido. Los cruceros turísticos que pasan por la costa limeña para contemplar
lobos marinos en islas cercanas evitan cualquier comentario sobre la historia política de
la isla. Es solo una de las formas en que el gobierno intenta impedir la posibilidad de
memoria. ¿Por qué un Estado impide a los ciudadanos acercarse a un lugar que dice
algo sobre su propia historia? (Vich, 2015: 41). Un Estado que no quiere hacer frente a
sus errores. Otro ejemplo del autoritarismo del gobierno peruano cuando se trata de la
memoria es la ‘chalina de la esperanza.’ Esta iniciativa vio la luz en la sierra
ayacuchana, y se convirtió en una forma artística de visibilizar los 15 000 desaparecidos
durante la guerra civil. La chalina fue creada con aportes de miles de mujeres
campesinas con los nombres de sus seres queridos desaparecidos y reclamos de justicia.
La iniciativa incluso sobrepasó las fronteras peruanas y hubo contribuciones desde
varios otros países. Las organizadoras indicaron que “El tejido se convirtió así en "una
nueva manera de recordar a sus seres queridos y de llamar la atención frente a un Estado
y a una sociedad que se han mantenido ajenos a su dolor” (artículo de actualidad rt,
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26/11/2010). El producto final estaba cargaba, entonces, de un gran valor simbólico. Sin
embargo, el proceso mismo de la tejida de la chalina es lo que más había tenido
impacto: “(…) el ambiente destinado a tejer era un espacio agradable y conmovedor
donde mucha gente comenzaba a conocerse y donde asistían personas que nunca
quisieron denunciar lo que les había pasado, pero que ahí, tejiendo, se sentían más
cómodas y acogidas.” (Vich 2015: 281). La tejida de la chalina reunió a comunidades en
las que los lazos solidarios habían sido destrozados por la guerra interna. Lo más
llamativo, sin embargo, era que la chalina sería expuesta al gran público en el distrito
limeño de San Isidro, lugar estratégico por la presencia de muchos representantes
políticos del país. Surgió una situación sin precedentes: la inauguración fue un éxito y
se convirtió en “una verdadera “zona de contacto”, donde los sectores más altos del país
compartieron un mismo espacio con las madres de los desaparecidos, muchas de ellas
de origen rural.” (Vich, 2015: 283). Era una de las primeras veces que todos los sectores
de la comunidad peruana se unieron para conmemorar juntos el violento pasado y dar
reconocimiento al dolor de los que habían sufrido. Lamentablemente, el día después de
la inauguración, se borró por completo este paso adelante en el proceso de
reconciliación: “La exposición fue censurada y Antonio Meier, el alcalde de San Isidro,
se encargó de demostrar efectivamente en qué tipo de país vivimos los peruanos y qué
tipo de políticos hemos tenido siempre.” (Vich, 2015: 283). El desarmamiento de la
exposición fue un golpe en la cara para los familiares de los desaparecidos, que, otra
vez, subieron el desinterés de la clase política. Este ejemplo evidencia que el mayor
problema proviene de la clase política: por parte de la población surgen varias
iniciativas que estimulan la memoria de la violencia, pero éstas son ignoradas, o incluso
censuradas, por el gobierno. Practican una política de supresión de todo movimiento
cultural vinculado a la guerra civil.
5.5 La perdición de la memoria: peligros y resistencia
Como ya señalamos anteriormente, no se puede subestimar la importancia de la
memoria. La incompetencia de la comunidad peruana de hacer frente a su pasado
extremadamente violento implica varios peligros. La importancia de la memoria
resumida por Mauricio Gaborit:
“La memoria sirve para desmantelar los mecanismos que hicieron y siguen
haciendo posible la barbarie, para luchar contra la impunidad, para recuperar una
cierta noción de verdad, a la que tan remisa se muestra la postmodernidad, para
39
asumirla frente a posiciones preñadas de contaminantes interesados, es decir,
para desvelar las estrategias que han servido para justificar lo injustificable, para
fijar sobre cimientos sólidos las bases de la concordia, la reconciliación y de la
paz.” (Gaborit, 2006: 682)
Todos estos mecanismos a los que alude Gaborit aún son pan de cada día. Y mientras
las circunstancias que permitieron un conflicto sangriento de tal dimensión no cambien,
la violencia continuará manifestándose de otras formas, como la violencia social, el
crimen organizado y la inseguridad ciudadana. (Degregori 2015: 62). El descuido de la
memoria igualmente facilita el abuso o deformación de la verdad histórica. Si el Estado
peruano distorsiona la verdad histórica a su favor, otras instancias también pueden
hacerlo. Podemos pensar por ejemplo en el MOVADEF (Movimiento Por Amnistia y
Derechos Fundamentales), una fracción política que reclama la amnistía por los presos
políticos y de la cual muchos miembros elogian a Guzmán y otros senderistas: “Hoy
observamos atónitos cómo algunos jóvenes que se vinculan al Movimiento por
Amnistía y Derechos Fundamentales (…) asumen tranquilamente una falsa versión de la
historia (…)” (Vich 2015: 231). La falta de una memoria coherente y verídica convierte
el pasado en una materia prima de la cual cualquiera se puede apropiar para usarla a su
beneficio. Mientras tanto, la conciencia ciudadana del conflicto armado no cesa de
deteriorarse, y la versión oficial establecida por el Estado “queda depositada en la
memoria colectiva y queda instalada profunda, pero perversamente, en las relaciones
intergrupales y en la cotidianidad social y personal.” (Gaborit, 2006: 674).
Sin embargo, frente a este escenario político, surge una resistencia desde la comunidad
artística peruana que interroga los imaginarios fijados durante años de vaguedad
alrededor del conflicto.
“Es decir, ante una permanente negación de lo sucedido y ante la incapacidad
que siguen mostrando los sectores oficiales para lidiar con los traumas y la
verdad, está surgiendo, de parte de muchos artistas peruanos un importantísimo
esfuerzo por representar los legados de la violencia y por reavivar este debate en
la esfera pública.” (Vich, 2015: 14).
Cabe señalar que dichas producciones artísticas, que simultáneamente pueden servir
como dispositivos de la memoria y generadores de nuevos sentidos críticos (Vich, 2015:
14) van más allá de la mera representación: la motivación de los autores es influir en el
40
debate, romper tabúes, decir lo indecible. Vich se refiere sobre todo a arte plástica y
visual, ya que “hoy, en efecto, vivimos en una época en la que las palabras se
encuentran absolutamente desgastadas y mirar podría convertirse en una acción a partir
de la cual podrían desarrollarse nuevas estrategias de intervención política.” (Vich 2015:
15). No obstante, también se podría incluir aquellas obras que se distinguen de otros
textos escritos por una forma nueva y original, por su capacidad de llamar la atención de
un gran público de lectores. Las obras de Agüero y Gavilán, tanto como el documental
de Mikael Wiström, son peculiares por su punto de partida: la intimidad personal. Los
dos autores y las dos protagonistas del documental, Josefin y Flor, exponen una parte de
su vida que es a la vez íntima y pública, compleja y dolorosa. Estas obras sacan a la luz
una parte del conflicto que la sociedad peruana no quiere ver, ya que no cabe en la
narrativa generalizada del conflicto: las vivencias, sentimientos y reflexiones de
personas vinculadas a Sendero Luminoso. Hasta ahora, haber sido senderista o familiar
de un senderista implicaba la pérdida de derecho para pronunciarse de forma alguna
sobre el conflicto, pero estas tres obras acaban con esta interdicción encubierta, y se
resisten a asimilarse al papel que les otorga la narrativa del Estado.
41
6 El testimonio: la historia desde los de abajo
6.1 Representación de la violencia: alegoría y representación
Ahora, después de haber analizado profundamente Los Rendidos, Memorias de un
soldado desconocido y Tempestad en los Andes, podemos preguntarnos: ¿Qué es lo que
conecta estas obras entre sí? En un primer plano, podríamos mencionar unos aspectos
obvios, como el tema y la fecha de publicación (o estreno), que permiten clasificarlo
como producción cultural muy reciente sobre la guerra interna peruana. No obstante,
esta respuesta no es satisfactoria, visto la naturaleza variada de las obras (una colección
de ensayos autobiográficos, una autobiografía y un documental). En mi opinión, hace
falta hacer hincapié en dos dimensiones esenciales que comparten estas obras: su
acercamiento no-ficcional al conflicto armado y su inherente naturaleza testimonial.
Elizabeth Jelin dice que “la violencia puede ser tratada en el arte tanto desde la alegoría
(representación) como desde la literalidad (o la presentación).” (2005: 20) En el
contexto de la narrativa peruana sobre la violencia política, podemos discernir un
cambio de lo alegórico hacía lo literal. Algunas novelas como La hora azul (Alonso
Cueto, 2005), Abril rojo (Santiago Roncagliolo, 2006) y Radio Ciudad Perdida (Daniel
Alarcón, 2007) constituyeron un primer paso hacía un enfoque menos binario del
conflicto:
“En otras palabras, los proyectos literarios que se reflejan en los textos
seleccionados no abogan fuertemente por una de las oposiciones binarias
tradicionales (el interminable debate entre izquierda y derecha), sino que
constituyen representaciones artísticas que exponen la pesadilla colectiva de los
años de violencia política sin propagar ideas tendenciosas.” (Saxton-Ruiz, 2010:
4)
No es sorprendente que en una primera etapa la literatura se inclina hacía una
aproximación simbólica de una época tan espantosa, que difícilmente se deja expresar
en palabras. Un enfoque ficcional puede constituir una alternativa para la presentación
literal de la violencia, que en la época inmediata después del conflicto puede resultar
demasiado doloroso y directo. Las tres obras de análisis, a su vez, sí tratan el conflicto
armado de manera directa, desde la experiencia personal de los autores, en el caso de
Agüero y Gavilán, o de las protagonistas y entrevistados, en el documental. En los tres
42
casos, podemos discernir una fuerte voluntad de “hacer visible lo que se quiere dejar de
lado y a desestabilizar los pactos a veces inconscientes con los que damos por natural
nuestra realidad, nuestra historia de la guerra y su proyección en el orden del presente.”
(Agüero, 2015: 15). Agüero se refiere a la memoria colectiva, un concepto del filósofo
francés Maurice Halbwachs:
“En todo caso, según Halbwachs, la memoria colectiva es el proceso social de
reconstrucción del pasado vivido y experimentado por un determinado grupo,
comunidad o sociedad. Este pasado vivido es distinto a la historia, la cual se
refiere más bien a la serie de fechas y eventos registrados, como datos y como
hechos, independientemente de si éstos han sido sentidos y experimentados por
alguien.” (Aguilar, 1991: 2)
Son aquellas narrativas sobre la guerra interna que se han ido formando a través del
discurso político, los medios de comunicación y la opinión pública. Si la literatura sobre
la guerra interna publicada anteriormente tenía el mero deseo de representar el horror
vivido en todos sus aspectos, ahora podemos percibir un cambio hacía una literatura
altamente emancipada que desea llenar los huecos en la memoria colectiva peruana y de
la que el objetivo supremo es interrogar los imaginarios que se han establecido, sobre
todo los que surgieron alrededor del tabú de los senderistas y sus familiares. Los tres
autores/protagonistas – Agüero, Gavilán y Josefín – están vinculados de una u otra
forma al Sendero Luminoso, lo que les convierte en voces ‘ilegítimas’ en el actual
clima. No obstante, en un acto de valor, se exponen públicamente, ofreciendo sus
testimonios personales para confrontar los mitos y prejuicios que dominan los debates.
Aquí llegamos a la segunda particularidad de las tres obras: su naturaleza testimonial.
La literatura testimonial es un campo bastante actual y por ende se puede encontrar una
abundancia de definiciones y opiniones sobre ella dentro del mundo académico. En
primer lugar, cabe destacar la diferencia entre testimonio y literatura testimonial
6.2 El testimonio
Empecemos con el término de base, el testimonio:
“Si partimos en busca de su etimología vemos que entronca con la de testigo. La
palabra tiene su cabida dentro de la literatura jurídica, no dentro de la literatura
artística. "El testigo" -aporta la última edición del Diccionario de la Academia
Española (1970)- "da testimonio de una cosa, o lo atestigua"; testigo es, pues, el
43
que depone en un juicio sobre un hecho real, no ficticio, que le consta de manera
directa, no por referencias.” (Margaret Randall, 1992: 23).
El testimonio ha sido un instrumento indispensable en el proceso de la reconstrucción
histórica después del conflicto armado: la Comisión de Verdad y Reconciliación recogió
alrededor de 17000 testimonios en todo el país (Degregori, 2015: 36), convirtiéndolo en
uno de los pilares de su Informe Final. Sin embargo, un testimonio puede tener otros
empleos aparte de la reconstrucción histórica. En segundo lugar puede ser una forma de
consuelo para el testimoniante y reconocimiento como víctima de lo ocurrido. Esto fue
el caso en la recolección de testimonios por parte de la CVR, visto que los
investigadores llegaron recién una década después de la final de la guerra a la zona más
afectada. Después de años de silencio impuesto, los campesinos podían relatar cómo
habían vivido la violencia: “Lo que había eran voces silenciadas por la lejanía y la
indiferencia pues, en contraste con los países del Cono Sur, donde la violencia política
tuvo lugar en escenarios urbanos y en un contexto de mayor desarrollo ciudadano, en el
Perú el polo más golpeado por la violencia política fue el pobre-rural-indígena-joven.”
(ídem, 38) La CVR logró llevar a la esfera pública el sufrimiento de miles de peruanos
que hasta entonces no habían podido ni expresar su dolor ni empezar el proceso de
duelo para sus muertos por la presión de la sociedad que estima que había que relegar lo
vivido al pasado sin mirar atrás. (ídem, 38). En su análisis de los imaginarios de la
violencia en algunas novelas peruanas, José Antonio Giménez concluye que el ‘contar’,
o mejor dicho el ‘no olvidar’, es el ingrediente imprescindible para poder superar el
trauma de la violencia política. (¿año?: 6) Evoca el siguiente citado de Elizabeth Jelin:
“[…] para relatar sufrimientos, es necesario encontrar del otro lado la voluntad de
escuchar […] Hay coyunturas políticas de transición […] en que la voluntad de
reconstrucción es vivida como contradictoria con mensajes ligados a los horrores del
pasado. En el plano de las memorias individuales, el temor a ser incomprendido también
lleva a silencios. Encontrar a otros con capacidad de escuchar es central en el proceso de
quebrar silencios.” (Jelin 2003 34-35 en Giménez 6)
Es decir, una persona traumatizada no puede procesar los sucesos traumáticos solo. Jelin
subraya la necesidad de un segundo sujeto dispuesto a escuchar. Es una situación de
interacción humana en que el receptor es de igual importancia que el emisor del
mensaje.
44
En tercer lugar, el testimonio forma también una vía para las víctimas por la que pueden
hacer demandas:
“Por otro lado, pocas veces los y las testimoniantes se quedaban en la súplica;
sobreponiéndose al dolor, la mayoría planteaba demandas. Y el abanico de
reclamos no se quedaba en las reparaciones económicas, sino que incluía en
lugar prominente demandas de justicia, educación, apoyo psicológico, para
mencionar solo las más frecuentes. (…) Quienes daban su testimonio
protestaban “contra los abusos y tratos discriminatorios, especialmente en el
acceso a la justicia”, exacerbados mas allá de cualquier umbral de tolerancia
durante los años de la violencia política.” (Íbid, 40).
Resumiendo, la influencia del testimonio es inmensa. Margaret Randall incluso llega a
sugerir que el testimonio implicó una transformación radical en la tradición histórica.
Ella recuerda que “La conquista de América la hemos tenido que conocer a través de la
pluma de los conquistadores. Escasos relatos tenemos de la misma desde el punto de
vista de los habitantes originales de nuestro Continente.” (1992: 25). La historia siempre
ha sido escrita por una élite letrada privilegiada de la clase dominante. El testimonio, a
su vez, permite la participación de comunidades marginadas, oprimidas e incluso
analfabetas en el proceso de construcción de la memoria colectiva, iniciando una
verdadera revolución en la historiografía hacía un enfoque más socialista:
“En la etapa socialista tenemos la posibilidad de escribir una historia mucho más
veraz: para empezar, se escribe desde el punto de vista del proletariado, del
pueblo en el poder. Y no solo "desde el punto de vista de", sino que en la medida
en que el pueblo tenga real acceso a la cultura y a las herramientas propicias,
puede por primera vez escribir su propia historia.” (Idem, 26).
En Tempestad en los Andes podemos percibir esta categoría de testimonios en su forma
más cruda. Aunque el director también insertó entrevistas con expertos y periodistas, la
película se apoya mayormente en los testimonios de los campesinos ayacuchanos,
dándoles la oportunidad de expresarse sobre su vivencia de la guerra. Incluye temas
como la negligencia constante del Estado peruano hacía las regiones serranas, la llegada
de Sendero Luminoso y sus tácticas de persuasión, dando al mismo tiempo la
oportunidad a las víctimas de mostrar el duelo y el dolor por sus familiares o amigos
decesos. Como ya subrayé en el análisis del documental, el carácter audiovisual
45
aumenta aún el impacto de los testimonios. Los casos clásicos de recolección de
testimonios exigen la presencia de un transmisor – generalmente una persona con
equipaje académico, de una clase más alta que el entrevistado- que graba, transcribe y
edita el testimonio (Randall: aquí quiero citar todo un capítulo, no sé cómo hacerlo). En
este proceso, se pierden inevitablemente muchos detalles. En el documental de
Wiström, la necesidad de una persona intermediaria desaparece: el espectador puede
contemplar directamente los testimoniantes, incluso aspectos como el lenguaje
corporal, entonación, etc. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que todavía existe un
cierto filtro, ya que el director decide sobre las preguntas y el montaje, pero aun así el
testimonio audiovisual es mucho más completo que el testimonio transcrito, como es el
caso en los testimonios recogidos por la CVR. El poder percibir de forma tan directa las
emociones de los entrevistados facilita también la identificación del espectador con
éstos, generando sentimientos de compasión y comprensión.
6.3 La literatura testimonial
La literatura testimonial, a su vez, es un término mucho más amplio. Propongo una
definición muy elaborada, pero completa, de John Beverly:
“(…) es una narración -usualmente pero no obligatoriamente del tamaño de una
novela o novela corta- contada en primera persona gramatical por un narrador
que es a la vez el protagonista (o el testigo) de su propio relato. Su unidad
narrativa suele ser una "vida" o una vivencia particularmente significativa
(situación laboral, militancia política, encarcelamiento, etc.). La situación del
narrador en el testimonio siempre involucra cierta urgencia o necesidad de
comunicación que surge de una experiencia vivencial de represión, pobreza,
explotación, marginalización, crimen, lucha. En la frase de Rene Jara, el
testimonio es una "narración de urgencia" que nace de esos espacios donde las
estructuras de normalidad social comienzan a desmoronarse por una razón u
otra. Su punto de vista es desde abajo.” (1987: 9).
Para resumir, los aspectos que destacan son el tamaño (novela o novela corta), la
concordancia entre autor y protagonista mediante el uso de la primera persona
gramatical, el tema (vivencia significativa por su connotación social) y la motivación
de la escritura (situación de desintegración de estructuras sociales, como la lucha).
46
Nuevamente se pone énfasis en el punto de vista ‘desde abajo’, de los marginados.
Efectivamente, las dos obras escritas cumplen con todos los requisitos mencionados
para poder ser calificadas literatura testimonial. Tanto Gavilán como Agüero son autor y
protagonista de su relato, y tratan un tema de violencia excepcional que subieron
personalmente. Ambos escribieron por sus ‘condiciones’ excepcionales: Agüero como
hijo de terroristas de Sendero Luminoso y Gavilán como ex-senderista y ex-militar de
las Fuerzas Armadas. Ambos también explicitan en el texto su motivación para escribir.
Agüero, por su cuenta, tiene un proyecto muy elaborado. Quiere a la vez recordar sus
padres y usar las experiencias de éstos, “casi como instrumentos para compartir
preguntas y errores.” (Agüero, 2015: 17). Además quiere dar el primer paso a una
situación en que personas con su ‘condición’ se atreven a tomar la palabra: “Lo que sí sé
es que escribo porque creo que a otros que han vivido situaciones parecidas, que son
hijos de terroristas, más directamente, han militado en organizaciones subversivas y han
sobrevivido, puede servirles que se hable de estos temas fuera de la intimidad de los
hogares.” (Ibid, 15). Por último, destaca su voluntad de “(…) revisar nuestro lenguaje,
¿puede este ejercicio tener consecuencias sobre nuestra propia mirada, nuestros
recuerdos o el modo en que los hemos construido?” (Ibid, 15). Gavilán, por su parte,
menciona el propósito de su texto en la primera frase del prólogo de forma breve y
transparente: “Escribo esta historia para recuperar mi memoria; y también para que
nunca vuelva a ocurrir algo así en el Perú.” (2013: 49). En el mismo prólogo, expresa
sus dudas en cuanto al impacto de su relato: “¿Escribirla serviría para que Perú conozca
la vida del guerrillero?, ¿para qué Perú sienta el dolor humano?, ¿Para que la historia no
se repita?”. (Idem, 49). En el ensayo introductorio, Yerko Castro Neira señala que la
intención de Gavilán es “más bien sacarlo todo, hablarlo, mencionarlo, haciendo así de
su escritura un acto de autoliberación personal; un ejercicio de ayuda para sí mismo y de
reconciliación con lo pasado y con lo vivido.” (Ibid, 21). La escritura de Gavilán es más
orientada hacia sí mismo, sin grandes pretensiones sociales. Esto no disminuye su valor
como testimonio, visto que él es uno de los primeros ex-senderistas que se atreve a
exponer su historia públicamente. Además, la publicación de su libro puede “ayudar a
que otros hablen, escriban, memoricen sus experiencias, porque solo así será posible
pensar en que nunca más se vivan esos enfrentamientos.” (Ibid, 22). Las distintas
motivaciones de los autores se reflejan en la forma de sus textos. El libro de Agüero se
distingue por sus rasgos académicos, intertextualidad y formulación de preguntas éticas-
filosóficas, que dan un toque universal a su trabajo. Gavilán optó por una autobiografía
47
que se compone de acontecimientos, anécdotas y desgracias, sin grandes pretensiones
moralizadoras, en un estilo que tiene muchos rasgos de la oralidad. Aun así, en ambos
predomina el valor testimonial.
6.4 El punto de vista desde abajo
Lo más llamativo de las dos obras, sin embargo, es el lugar de enunciación de sus
autores. Me refiero al último punto en la definición de John Beverly: “un punto de vista
desde abajo.” Tanto Agüero como Gavilán ocupan un espacio marginado frente a la
sociedad peruana, ya que ésta los rechaza. Esta afirmación puede parecer exagerada,
visto que los dos autores son académicos, respectivamente historiador y antropólogo,
miembros respetados de la sociedad. Sin embargo, no se trata de una marginación en la
cotidianidad, sino de una marginación vinculada a sus condiciones específicas de ‘ex-
senderista’ e ‘hijo de senderistas’. Los tabús, que tienen sus raíces en las narrativas
posguerras, creen una situación en que toda persona vinculada a SL está obligada a
autocensurar esa parte de su existencia, rompiendo el contacto entre lo personal y lo
público. Por lo tanto se produce una marginación y exclusión de los debates sobre este
tema. Agüero y Gavilán restablecen ese contacto entre su vida personal y su vida
pública, pese al estigma hacía ellos que surge en la sociedad. Es más: reclaman su
derecho a un lugar de enunciación y denuncian su posición marginada.
Para completar este tema, quiero agregar una característica de la literatura testimonial
que no está incluido en la definición de John Beverly:
“En tercer lugar, la construcción de una versión diferente, cuando no opuesta, a
las narrativas institucionales y oficiales sobre el pasado reciente. En ese sentido,
muchos de los analistas culturales han vinculado la emergencia de la literatura
testimonial a la búsqueda de canales nuevos de expresión para las comunidades
subalternas.” (Peris Blanes, 2014: 2).
De lo que precede, podemos concluir definitivamente que las tres obras concuerdan con
este último aspecto. Las obras analizadas interrogan, cada una a su manera, los
discursos oficiales, evidenciando algo obvio pero incómodo: que los senderistas
también son seres humanos con una historia que contar, y que no se puede encerrar estas
historias en una caja para nunca volver a abrirlo.
48
Margaret Randall estima que “(…) no se debe temer escribir una historia compleja,
multidimensional. Si la realidad es multidimensional, así tiene que ser la historia que la
refleja.” (26). Si algo nos demuestran las tres obras de investigación, es que tanto el
testimonio como la literatura testimonial parecen ser los instrumentos indicados para
llegar a una representación multidimensional y compleja del conflicto armado y de
todos sus actores.
49
7 Víctima y victimario
En este punto del trabajo, ha llegado el momento de adentrarnos en el tema central de la
tesis: la reducción del conflicto armado complejo a las categorías de víctima y
perpetrador o victimario en la memoria colectiva.
7.1 La víctima: definiciones
Con la finalidad de desmantelar los mecanismos que han contribuido a la polarización
de los conceptos de víctima y victimario, es imprescindible definir en primera instancia
el significado de los mismos. Aunque son términos conocidos que a primera vista
parecen simples, puede resultar beneficioso revisar algunas nociones. Desde el
comienzo, se debe tomar en cuenta que podemos comprender la palabra víctima de dos
formas: como término universal que figura en los diccionarios, y como término en la
situación específica de la (pos-) guerra peruana, una ‘condición’ que ha ido adquiriendo
cualidades y connotaciones a través del tiempo. Empecemos con lo básico: la Real
Academia Española propone cinco definiciones de la entrada víctima, de las cuales las
primeras dos no parecen pertinentes para este análisis (“persona o animal sacrificado o
destinado al sacrificio” y “persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio
de otra”). Las demás definiciones son:
3. f. Persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita.
4. f. Persona que muere por culpa ajena o por accidente fortuito.
5. f. Der. Persona que padece las consecuencias dañosas de un delito.
Cada definición incluye el sujeto, es decir, persona. Distinguimos dos verbos, morir y
padecer, los cuales indican la impotencia del sujeto frente a los sucesos que sube. Los
efectos son daño, consecuencias dañosas y muerte. Destacan la culpa ajena, la causa o
accidente fortuito y el delito como causas del daño o muerte del sujeto. Podemos
subdividir dichas causas en dos grupos: lo accidental (accidente o causa fortuita) o la
mala voluntad (culpa ajena y delito). Al hablar de víctimas de violencia, casi siempre se
trata de la segunda categoría. La definición propuesta por la ONU (Organización de
Naciones Unidas) es más judicial y elaborada:
50
“Víctimas de delitos. Se entenderá por "víctimas" las personas que, individual o
colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales,
sufrimiento emocional, pérdida financiera, o menoscabo sustancial de los
derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen
la legislación penal vigente en los Estados miembros, incluida la que proscribe el
abuso de poder.” (http://www.lavozdelderecho.com/index.php/actualidad-2/corrup-
5/item/2822-diccionario-juridico-concepto-de-victima-en-el-derecho-
internacional#sthash.JWh0lwZC.dpuf)
Contrariamente a la definición enciclopédica, esta explicación resulta más práctica y
fuertemente anclada en la sociedad y las construcciones judiciales del presente.
Comprende, además, una enumeración de todo lo que se entiende como daño: lesiones
físicas y mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera, menoscabo sustancial de
los derechos fundamentales, cuando éstos son el resultado de una infracción a la
legislación penal vigente.
La víctima en la narrativa de la guerra interna peruana no coincide completamente con
la definición de la ONU. Además, Paulo Drinot sostiene que en la sociedad peruana
existen diferentes interpretaciones sobre “(…) las responsabilidades y culpabilidades de
los actores violentos y no violentos, y sobre cómo la sociedad peruana en un contexto
de post-violencia debe enfrentar el pasado violento reciente.” (2007: 53). Estas
interpretaciones del conflicto han desembocado en posturas muy distintas sobre quienes
han sido víctimas y quienes han sido victimarios. Con el objetivo de comprender bien
las causas de la polarización tan fuerte de estos dos términos en la sociedad peruana,
hace falta comprender bien las interpretaciones respecto al conflicto armado interno.
Según Drinot, la interpretación dominante consiste en adscribir todo la responsabilidad
de la violencia a Sendero Luminoso:
“Si bien esta interpretación admite que parte de la violencia es atribuible a las
acciones del Estado, acciones que en algunos casos se enmarcaron dentro del
ejercicio legítimo de la violencia por parte de éste y en otros no, en el último
análisis, según esta visión, no hubiese habido violencia en el Perú si no fuese por
el hecho que Sendero Luminoso inició una lucha armada en 1980.” (2007: 64).
Como ya se mencionó en el capítulo introductorio sobre la memoria colectiva
posguerra, esta interpretación se inscribe en la narrativa que todos los gobiernos desde
51
el inicio de la lucha armada han defendida. “Hubo violencia política porque en su
esencia los senderistas eran violentos.” (2007: 66). Esta narrativa deja de lado por
completo los antecedentes y problemas en la sierra andina. Según esta tesis, los únicos
victimarios son los senderistas, mientras que todos los inocentes (víctimas civiles sin el
más mínimo vínculo a Sendero Luminoso) e incluso las Fuerzas Armadas son víctimas.
“A diferencia de lo que ocurre en el resto de los países del Cono Sur, un buen
sector de la sociedad peruana considera a los militares como víctimas. Esto se
puede contrastar con lo que sucede con los senderistas muertos y ejecutados de
manera extraoficial (…), a quienes no se les considera como víctimas de
violaciones a los DD.HH., e incluso se les niega su posibilidad de exigir
reconocimiento y justicia.” (Sastre Díaz, 2015: 97).
Esta interpretación está ampliamente divulgada en la población. Sin embargo, existe un
análisis muy diferente, que cuenta con más apoyo del mundo académico, el cual afirma
que la violencia fue producto de la naturaleza violenta de la sociedad peruana:
“Si la violencia es expresión de problemas estructurales propios de la sociedad
peruana, es la sociedad peruana la que, en el último análisis, es responsable de la
violencia. Dado que la violencia, en esta interpretación, es vista como la
gramática que articula las relaciones sociales, la violencia de Sendero Luminoso
es vista entonces como una entre muchas.” (2007: 65).
Esta tesis no absuelve los senderistas de su responsabilidad y papel de victimarios. Lo
que sí hace es intentar de ver el panorama entero: ¿Qué tipo de sociedad ha podido
producir una fracción subversiva tan violenta? Aquí, todos los actores violentos (los
Senderistas, las Fuerzas Armadas y los ronderos) son victimarios y todos los que han
sufrido daño son víctimas, y un sujeto puede ser ambos al mismo tiempo. “En cierto
modo, esta interpretación sostiene que hubo violencia política en el Perú no porque en
su esencia los senderistas eran violentos, sino porque en su esencia el Perú era
violento.” (2007: 66).
7.2 La institucionalización de la víctima
A fin de exponer la interpretación institucionalizada de la víctima, nos tenemos que
remontar al año 1985, cuando nace la “Coordinadora Nacional de Derechos Humanos
del Perú”. Este comité decide, desde el primer comienzo, adoptar una postura rigurosa
52
contra los senderistas y no defenderlos, “a pesar de haber muerto en condiciones
extrajudiciales, haber sufrido torturas u otra situación que se enmarque dentro de lo
considerado como violaciones a los derechos humanos.” (Sastre Díaz, 2014: 100). Esta
decisión va tanto en contra de las normas de la ONU (cada ser humano dispone de
derechos fundamentales, sea lo que sea que hicieron) y de la legislación peruana de
entonces, que no permitía ni tortura ni pena de muerte. A pesar de ello, miles de
personas fueron asesinados extrajudicialmente. Las ONG de derechos humanos
siguieron el paso del CNDDHH, una postura fuertemente criticada por Agüero:
“Esta historia se puede contar como la de una práctica hipócrita de las ONG, que
abdicando de su mandato de defender a todos por igual, pues un derecho
humano no es negociable, escogieron identificar inocentes de acuerdo con
ciertos criterios de exclusión, defenderlos solo a ellos y abandonar a todos los
demás, a los culpables, a la tortura segura, la cárcel, la desaparición y la muerte.”
(2015: 77).
El autor estima, además, que aceptar la exclusión de víctimas vinculadas a Sendero
Luminoso del proceso de reparaciones es “una negociación de un derecho humano no
negociable” (2015: 111). En el presente, es el Registro Único de Víctimas (RUV),
creado en el 2005 (más de una década después del final de la guerra) por el gobierno,
que se dedica a determinar si alguien es víctima y, por consiguiente, si tiene derecho a
reparaciones (financieras). El artículo 2 de su reglamento sostiene que:
“No se consideran víctimas, para los efectos específicos de su inclusión en el
Registro Único de Víctimas de la Violencia, a los miembros de las
organizaciones subversivas, sin perjuicio de la calificación que pueda
corresponder de conformidad con otras normas legales.” (Reglamento RUV).
La RUV mantiene tres categorías de víctimas directas: “víctimas fallecidas o
desaparecidas”, “víctimas que sufrieron lesiones y otras violaciones” y “familiares de
fallecidos y desaparecidos”. Por ende, las torturas y asesinatos de (presuntos)
senderistas no son considerados como infracciones a los Derechos Humanos. No hay
excepción para los que eran menores de edad al momento de militar en Sendero
Luminoso. Esto significa que los padres de Jose Carlos Agüero, tanto como él mismo,
no pueden ser calificados como víctimas de la violencia política. De igual manera,
Lurgio Gavilán, si hubiera sufrido lesiones en el momento de su captura (a la edad de 15
53
años) o si hubiera sido disparado, como su mejor amiga Rosaura, no calificaría con los
requisitos de víctima tampoco. Incluso para personas inocentes, sobre las cuales habían
sospechas de simpatizar con Sendero, es casi imposible de ser consideradas como
víctimas. Lo demuestra la larga batalla, que pudimos observar en Tempestad en los
Andes, de Flor Barbarán y su familia para que su hermano Claudio (inocente) fuese
reconocido como víctima:
“En el gobierno dispuso el Registro Único de Víctimas, cuando mis padres
solicitaron la inscripción de Claudio, esto se demoró años, cuando se hizo la
gestión le informaron que Claudio no podía ser inscrito por ser sospechoso de
haber pertenecido a SL […]. El proceso de Claudio seguía abierto a pesar de los
años que habían pasado de su desaparición y en las resoluciones el salió absuelto
y en algunos por la prescribir de los delitos aunque ese término no nos gusta,
recién con esas resoluciones judiciales se pudo demostrar la inocencia de
Claudio y el posterior reconocimiento como víctima a Claudio en el Registro
Único de Víctimas.” (Flor Barbarán, comunicación personal 8/07/2016).
Esta conducta rígida sin embargo ha contribuido a polarización de los conceptos de
víctima y pepetrador: uno es o bien inocente (víctima), o culpable (victimario), sin
ningún espacio intermedio.
“La caracterización realizada por el Estado “[…] no permite las zonas grises, ya
que define con claridad quiénes son considerados víctimas para el Estado […]”
(Ulfe 2013: 79). Lo problemático se haya en que la condición de víctima se
construye en oposición al sujeto victimario, creándose “[…] una polaridad con la
imagen del perpetrador” (Ulfe 2013: 45 en Sastre Díaz 2015: 82).
7.3 La construcción del enfoque víctima-centrada
En Los Rendidos, Agüero habla varias veces del ‘victimocentrismo’, indicando que
desde el mundo académico, es decir desde las ciencias sociales y el campo de la
memoria histórica, hay voces para alejarse de este enfoque respecto a la interpretación
del conflicto armado. (2015: 95). Pero ¿qué es el enfoque víctima-centrada y cuando
surgió? Como ya mencionamos anteriormente, en los primeros años que seguían el final
de la guerra, bajo el gobierno de Fujimori, no había ninguna voluntad de reconocer
víctimas: la gente, traumatizada por la violencia, sufría en silencio. Cuando se creyó la
CVR, uno de sus objetivos principales era reconocer y registrar el sufrimiento de los
54
campesinos silenciados por el gobierno de Fujimori y sacarlo al espacio público. En su
último trabajo, No hay mañana sin ayer, Degregori reflexiona sobre el trabajo de la
CVR (siendo él uno de los comisionados). El historiador enfatiza que la decisión de la
comisión de recrear la historia desde las víctimas era activa y que, asimismo, los
comisionados eran conscientes de las limitaciones de este enfoque. (2015: 37). Parece
lógico que en un proceso de reconstrucción de la verdad histórica, se incluye las
experiencias de las víctimas. Mauricio Gaborit afirma que “(…) la exclusión de la
narrativa de las víctimas de la memoria colectiva termina empobreciendo el imaginario
social, ya que “reduce el mundo de los objetivos significativos que le conformen.””
(2006: 673). No obstante, la concentración sobre las víctimas fue tan excesiva (tal vez
porque la CVR quería recompensar la pésima forma en que la población campesina
había sido tratada sin obtener el más mínimo reconocimiento de su sufrimiento) que
ellas llegaron a ser los protagonistas de la narrativa del Informe Final. “Se asumía que
los espacios de escucha que la CVR había creado eran un primer paso en los procesos
de re-dignificación y reconocimiento de las víctimas. La acción de reconocer que las
historias relatadas por los campesinos eran verídicas conllevaba una reparación
simbólica, luego de años de negación de sus experiencias.” (Sastre Díaz, 2015: 58).
Agüero apunta que este procedimiento “deja de lado el problema de las motivaciones y
la voluntad de los sujetos para poner de relieve exclusivamente el daño que ha sufrido.
Inicia un proceso de purificación de los actores quitándoles su agencia política (la
inocencia de la víctima).” (2015: 96). El enfoque victima-centrada de la CVR tuvo
algunas consecuencias cuestionables. Se representa el campesino indígena como “un
sujeto pasivo, colmado de sufrimiento, y que sólo obtiene reconocimiento cuando el
ciudadano “histórico” del Perú “[…] le restaura la voz –o la historicidad- […]” (Poole y
Rojas 2012: 279).” (Sastre Díaz, 2015: 90). El campesino es percibido como un sujeto
despolitizado, impotente ante la violencia que se le cayó encima. Esta homogenización
de las experiencias de los campesinos oculta muchas ‘zonas grises’, tomando en cuenta
que muchísima gente en la sierra estaba activamente involucrada de menor o mayor
grado en el conflicto, sea en Sendero o sea en las Rondas Campesinas. Surgió, por
segunda vez, una imagen estereotipada del indio campesino: si durante la guerra, “ser
campesino y quechua llegó a ser sinónimo de ser un criminal y un presunto terrorista”
(Castro Neira, 2012: 37), ahora existe una asociación entre “la imagen de la víctima a la
de pobre/rural/indígena; una estrategia esencialista que al reducir la experiencia solo al
sufrimiento termina por alimentar y reproducir los mismos estereotipos raciales sobre
55
las poblaciones andinas.” (Agüero y Del Pino, 2014: 16). Agüero evoca la crítica por
parte de Elizabeth Jelin: “[…] mantener la centralidad cultural de la víctima genera que
no importe lo que la persona hizo, sino lo que se le hizo. Ello nos quita al actor y nos
entrega un personaje indefenso, despolitizado, donde lo que ponemos de relieve es que
haya sido violentado en sus derechos y que haya sufrido.” (Agüero, 2015: 98).
En segundo lugar, el reconocimiento como víctima de la violencia política significaba
para los campesinos una especie de prestigio social. El Estado, que siempre había estado
ausente y los había tratado de ‘ciudadanos secundarios’ o incluso ‘ciudadanos
invisibles’, llegó por primera vez a las zonas más remotas del país (bajo la forma de la
CVR, una instancia estatal) para escucharlos y reconocer su sufrimiento. El peligro que
desprende de esta situación es que los campesinos que solo pueden acceder a este
reconocimiento cuando se identifican como víctima, y que por consiguiente las
comunidades sacan beneficio de presentar una versión homogeneizada de la época de
violencia, ya que “los campesinos adquieren reconocimiento social sólo desde (y luego
de) su condición de víctimas.” (Sastre Díaz, 2015: 87). Muchas de las personas que
recibieron un certificado de víctima carecían de cédula de identidad – este documento
era su único vínculo a la nacionalidad peruana y tenía importancia que los campesinos
lo plastificaron y llevaban siempre consigo. (Sastre Díaz, 2015: 64). El deseo de poseer
este documento llevó a cabo un “ejercicio de invisilibización” que causó “una
homogeneización de experiencias de los campesinos y campesinas, negando y
ocultando la participación y apoyo que algunos le entregaron a Sendero Luminoso.”
(Sastre Díaz, 2015: 99). Sastre Díaz alude al trabajo de la antropóloga Kimberly
Theidon. Ella cuenta que en varias ocasiones, durante su trabajo de campo en la sierra,
los campesinos la decían “Mira cómo él se pone muy víctima, pero no fue así. Fue uno
de esos caminantes [senderistas]. ¡Y ahora quiere decir que ha sido víctima! Yo, yo sí
he sido víctima, pero él no.’” (Theidon 2004: 232 en Sastre Díaz 2015: 99). No cabe
duda que este ‘mito de la comunidad inocente’, como lo formula José Carlos Agüero,
solo ha contribuido a alejar aún más los conceptos de víctima y perpetrador,
contrastando la inocencia pura (el campesino violado) contra la culpabilidad total (el
senderista). “Los pueblos y los barrios están poblados de recuerdos y estos nos hablan
de personas con experiencias complejas, que no se dejan encasillar en las categorías de
víctima y perpetrador.” (Agüero, 2015: 97). Esta narrativa constituyó el hilo conductor
en el Informe Final y se prolongó, entre otros, en los museos dedicados a la guerra
56
interna. Para su tesis, Camila Sastre Díaz investigó las diferentes formas de
representación del conflicto armado en los museos, especialmente en el de Yuyanapaq,
una exposición fotográfica organizada por la CVR. De las 27 salas temáticas, una se
llama ‘homenaje a las víctimas’. Sastre Díaz observa que en dicha sala hay dos
fotografías que ella llama “algo problemáticas”. (2015: 81). Las imágenes muestran
campesinos indígenas en su captura por pertenecer a SL. En una foto, se trata de una
pareja, en la otra de un niño de ocho años. En ambos casos, se indica claramente que los
sujetos habían sido reclutados a fuerza, y que por consiguiente son inocentes. “Es esa
situación la que los convierte en víctimas y no victimarios, justificando su incorporación
en una sala como ‘homenaje a las víctimas.’” (Ibid). Así, las autoridades (culturales)
fijan firmemente los límites entre víctimas y victimarios, a pesar de que la realidad es
mucho más compleja. Agüero, por su cuenta, relativiza la discusión.
“Que la víctima haya sido por décadas el centro del discurso respecto de la
guerra no ha sido gratuito, ni ha sido un error. Pero hoy esa urgencia ha cedido.
No es que las demandas de verdad, justicia y reparación hayan sido atendidas. Es
que la necesidad de comprender la guerra también se hace poderosa, pide su
lugar junto a la agenda de las organizaciones de afectados y las ONG.” (2015:
96).
El autor pone de relieve que después de un conflicto tan horrífico, hay diferentes etapas
que engloban distintas necesidades. Si los procesos de justicia y de reparaciones a las
víctimas hubieran sido efectuados de la forma adecuada, los reclamos y la indignación
de las víctimas y los familiares conocerían un bajo significativo y el victimocentrismo
desaparecería automáticamente (de poco a poco), por lo que la transición a la próxima
etapa, es decir la comprensión profunda del conflicto no sería tan brusca. Pero el
mensaje de Agüero es claro: haya habido o no haya habido justicia, ya no se puede
adelantar más la necesidad de investigar bien el conflicto de todos los ángulos, aunque
ello sea doloroso para una gran parte de la población.
Respecto a esta ‘autovictimización’ del campesino, la autobiografía de Lurgio Gavilán
ha generado bastante polémica. En sus palabras introductorias, Carlos Iván Degregori
sostiene que el ex-miembro de Sendero y ex-militar asume sus responsabilidades por
completo y que el autor no quiere ser considerado como el indio de Uchuraccay como lo
representa Mario Vargas Llosa. (2013: 9) Agüero, por otro lado, considera que Gavilán
57
sí se autorepresenta como víctima y que cultiva la imagen del campesino atrasado e
incapaz de hacer política. (2015: 74). Podemos encontrar argumentos para ambos
puntos de vista. En su relato, Gavilán pone bastante énfasis en el hecho de que buscó
conscientemente las filas de SL para integrarse como recluta. Hallamos frases como
“Por estos pueblos, en aquel entonces, caminé convencido con el pensamiento del
PCP.” (2013: 166), que evidencian su conciencia de las ideas de Sendero Luminoso,
todos los horrores incluidos. Sin embargo, las referencias a sus motivaciones son más
bien escasas e incluso ambiguas. En una nota de pie de página casi al final del relato,
figuran las siguientes frases:
“Los profesores en las escuelas nos repetían, todos los días, que los españoles
nos han fregado la vida, que los chilenos nos han quitado nuestro territorio, que
los gobiernos de turno solo sirven para enriquecerse. Entonces, ya era hora de
hacer algo por el Perú. Hacer escuchar la voz para cambiar los niveles de miseria
que siempre existieron en esta región. (…) ¿Qué sabíamos los niños de la
política comunista y del pensamiento Gonzalo? Nada.” (2013: 166).
La delegación de esta información bastante importante a un segundo plano (en una nota
de pie de página, que se considera generalmente como información de fondo), ya es
muy significativo en sí. Lo que para Gavilán predomina es la acción y los
acontecimientos ‘exteriores’. Pone tan poco énfasis en su vida interna o los procesos
mentales que casi podríamos decir que otro autor hubiera podido escribir su libro,
solamente con conocimiento previo de su historia de vida. En este citado revela su
emancipación social y su deseo de ‘cambiar’ la situación, pero al mismo tiempo
minimiza significativamente su responsabilidad diciendo que los niños no sabían nada
de la política del partido. Esto es, sin duda, cierto. Sin embargo, también vemos como la
vida en las filas de SL se convierte muy rápido en su nueva realidad, y que formula
mucho menos dudas y reflexiones frente a los horrores en los que está implicado de lo
que, como lector, podríamos esperar, por ejemplo en su primer asesinato. Como ya
indicamos en el capítulo sobre este libro, Gavilán hace uso de una cierta
‘infantilización’ de los horrores. “Gavilán evita en todo lo posible generar algún
momento de tensión que lleve a una discusión sobre su moral. No es casualidad. Todo
se convierte, aún una escena de violación sexual masiva, en un hecho gracioso o fútil.”
(Agüero, 2015: 75). No obstante, es muy difícil juzgar si se trata de una táctica o de una
narración natural, visto que Gavilán vivió toda esta época siendo niño y adolescente y
58
que lo más seguro es que, cuando recuerda su pasado, es a través de este ‘filtro’ de su
niñez. Algunos pasajes parecen poner en evidencia su ingenuidad infantil: cabe destacar
el episodio en que evoca el uso del tiempo libre, en que algunos reclutas se dedicaron a
leer el libro rojo del comunismo, mientras que él y otros niños “solo veían los dibujos”.
(Gavilán, 2013: 66). Podemos asimismo hacer referencia a los cantos de guerra: tan
entusiasmado que canta “¡Abajo el imperialismo! ¡Muera! ¡Viva nuestra libertad!”
(2012: 64), tan convencido canta unos meses después “Terruquito, si te encuentro,
comeré tu cabeza.” (2012: 103). La facilidad con la que el protagonista se adapta a la
vida en el ejército, dato que puede constituir una fuente de incredulidad para el lector, es
algo inherente a los niños. Podríamos entonces plantear que el enfoque usado por el
autor – el niño Lurgio- para describir los eventos es natural, pero que podríamos esperar
más intervenciones reflexivas del ‘Lurgio Gavilán autor y antropólogo’ respecto a
dimensiones morales y procesos mentales.
En el documental de Wiström, las dimensiones y fricciones de los conceptos víctima y
victimario son igualmente muy complejas. Aquí la interrogación sobre los papeles de
víctima y victimario es muy explícita mediante la confrontación de (familiares de) estas
dos categorías. Sin embargo, las diferentes conversaciones con campesinos siguen
confirmando los estereotipos del campesino víctima, ya que solo se deja la palabra a
campesinas que perdieron sus seres queridos ‘completamente inocentes’, distanciándose
así de otra clase de víctimas ‘sucias’, vinculadas a Sendero Luminoso. Wiström ha
dejado de lado la oportunidad de crear un panorama aún más matizado. Al incluir
testimonios de familiares de muertos o desaparecidos vinculados a SL, hubiera podido
demostrar que su dolor, su duelo, es tan real que el de los familiares de ‘víctimas puras’.
7.4 El victimario
Como ya mencionamos en la parte sobre víctimas, en los ojos de muchos peruanos e
incluso de las autoridades, los terroristas de Sendero Luminoso son los únicos y
completos malhechores en la historia del conflicto armado. Sin embargo, cuando
consideramos la responsabilidad de las víctimas mortales a nivel de cifras, vemos que
un poco más de la mitad de las víctimas mortales y desaparecidas son atribuidas a
Sendero Luminoso (54%). (Degregori, 2015: 46). Las demás murieron a manos de las
Fuerzas Armadas y las Rondas Campesinas. En otras palabras, la responsabilidad de las
víctimas mortales recae casi de igual cantidad en los dos campos (si consideramos que
las FFAA y las Rondas Campesinas son un mismo campo). ¿Cómo explicar que el
59
Sendero Luminoso ha sido adelantado como culpable único y total? Podemos discernir
dos mecanismos que han contribuido a la creación de la imagen del senderista como
victimario total: la tesis de la exterioridad de Sendero Luminoso y la demonización de
los senderistas. En su ensayo Voices of the war: Exploring the motivation of Sendero
Luminoso militants, Andrea Portugal señala que desde el primer comienzo, la erupción
de SL fue representada como un peligro de afuera que vino a atacar la sociedad: “In this
sense, the PCP-SL was understood as an exogenous factor; a disease erupted in the
outside world and extended locally among ignorant Peruvian society, led by fanatics
and resentful people.” (2008: 5). El Estado se negó a analizar las raíces del conflicto, ya
que esto implicaría un ejercicio de autocrítica, y ha preferido, hasta el presente, referirse
a Sendero, en las palabras irónicas de Degregori, como “un conjunto de alucinados que
cayó del cielo” (Degregori en Vich 2015: 262). Por otro lado, los senderistas fueron
representados como un grupo homogéneo en el cual reinaba la irracionalidad y la
monstruosidad. “In summary, the official discourse characterised the militants of the
PCP-SL as fanatics, irrational robots radicalised by a dogmatic and extremely violent
discourse under the leadership of international communism.” (Portugal 2008: 12). En
oposición a la figura de la víctima pura e inocente, se construye la figura del victimario
total y malvado. Alan García, el presidente responsable por los masacres de los penales
en Lima que posteriormente fue reelegido en el año 2006, describió el Perú como “un
país que fue víctima de la insania y de la forma diabólica de destrucción de una secta
que quiso destruir a nuestra Patria.” (Drinot, 2007: 56). En este mismo enunciado ya
está comprendido el binomio de víctima y victimario. Insania, diabólica, secta: este es el
campo de vocabulario del cual se prestan palabras para describir a Sendero Luminoso.
Aparte de ser cargados de connotaciones muy negativas, estos términos también
instigan miedo en la población. El estigma que los (ex)miembros de Sendero Luminoso
y sus familiares tienen que cargar es enorme y se traduce en exclusión social. Destaca
un episodio en el libro de Agüero, en el que cuenta sobre una amiga que se había
enterado de su pasado (o el pasado de sus padres) y que su familia la había
recomendado alejarse de él, ya que le vieron como “un anexo de mi madre”,
“Proyectado como una fuente de resentimiento, un senderista biológico, esencial,
contagioso.” (2015: 40). Aquí también domina la idea de SL como enfermedad. La
CVR confirmó, parcialmente, esta interpretación en su Informe Final. Aunque ellos si
hablan de graves infracciones a los derechos humanos por parte de las Fuerzas
Armadas, los responsables principales siguen siendo los senderistas, ya que ellos
60
desconocieron conscientemente el pacto social del Estado democrático de Perú. (IFCVR
2003: Tomo IX, 33). Sastre Díaz resalta esta discrepancia dentro del punto de vista de la
CVR:
“De la declaración anterior impresiona el énfasis que se hace a la acción
“consciente” de desconocimiento del pacto social de parte de Sendero
Luminoso, depositando en ellos toda la responsabilidad de lo ocurrido,
presentándolos como chivos expiatorios, haciendo aguas la crítica anterior
prodigada por el mismo Informe.” (2015: 57).
7.5 El papel del lenguaje en la estigmatización de los senderistas
Un gran factor en la construcción de la imagen del senderista ‘subhumano’ en el
imaginario social ha sido el uso del lenguaje. Carlos Aguirre nos recuerda que “el
lenguaje nos permite aprehender el mundo que nos rodea y desempeña un rol central en
la «construcción social» de la realidad. Pero el lenguaje es también un arma en el
ejercicio del poder y la resistencia, un instrumento que puede ser utilizado tanto por los
dominadores como por los subalternos.” (2011: 105). Un primer paso en el proceso de
estigmatización de los senderistas fue la decisión de denominarlos terroristas:
“El uso de otras posibles denominaciones —revolucionarios, guerrilleros,
combatientes o insurgentes— fue prácticamente abandonado bajo el criterio de
que dichos términos conllevaban una connotación positiva y atribuían a los
grupos levantados en armas una especie de idealismo, el cual, según la visión
oficial, no poseían. Como notó Nelson Manrique, una manera de bloquear el
debate sobre los grupos armados, sus motivaciones, sus agendas y las causas
detrás de su insurgencia era precisamente llamarlos «terroristas». (24) Esta
manera de denominarlos, sugirió Flores Galindo, convirtió a los senderistas en
puros criminales: «no eran guerrilleros ni combatientes de una causa política».”
(Aguirre 2008: 114 – 115).
Durante los años de violencia política, surgió una palabra altamente estigmatizada para
referirse a un (supuesto) senderista: terruco o terruca. Agüero estima que “Decir
‘terruco’ o ‘terruca’ es como decir ‘bruja’ o ‘demonio’. Este rótulo fija a una persona
como un horror-error. Un ser de espanto ajeno a la comunidad, que debe ser eliminado.
Desde este lenguaje es imposible un intento por recuperar a estas personas como sujetos
políticos.” (2015: 103). Es decir, mediante este término se subhumaniza y se despolitiza
61
el miembro de Sendero Luminoso, negando que éste pueda tener motivaciones o un
agenda política más allá del deseo de violencia y destrucción.
“En el imaginario de una porción importante de la población peruana, por lo
tanto, la palabra «terruco» sugería la imagen de personas de extracción indígena
que cometían actos de violencia sanguinaria que, a su vez, revelaban (es decir,
confirmaban) su condición de individuos hipócritas, fanáticos, traidores,
antipatriotas e incluso subhumanos. Por ende, no eran merecedores de ninguna
consideración y menos aún de los derechos civiles y legales que todo ciudadano
tiene garantizados según la Constitución y las leyes.” (Aguirre, 2008: 110).
En el capítulo titulado Estigma, Agüero evoca una escena significativa de su barrio de
niñez. Relata que en el barrio, ubicado en un distrito pobre de Lima, vivía una mujer
con sus dos hijos en miseria extrema. La madre del autor, indignada por las injusticias
sociales, la ayudaba, y la familia compartía su escasa comida con la vecina y sus dos
hijos. “Ella fue la que nos señaló con más odio. Con rabia. “Esa mujer es una terruca, es
la lideresa”; les decía a las policías. (…) Había entrevisto un nivel más abajo. Nosotros.
Los que además de pobres, estábamos sucios.” (2015: 29-30). Este pasaje del libro pone
de relieve que el hecho de ser vinculado a SL anula cualquier otro aspecto que una
persona pueda poseer; la persona y toda su identidad desaparece y solo queda el terruco.
Podemos ver la palabra también como una forma de deshumanización del enemigo, una
práctica común en épocas de guerra, en la que “el insulto se convierte también en un
arma de combate.” (Aguirre, 2008: 107). Cuando Lurgio Gavilán se interna
(obligatoriamente) en el ejército después de haber sido capturado como senderista,
relata como él y sus compañeros cantan con convicción “Terruquito, si te encuentro,
comeré tu cabeza.”. La hipocresía es total: Lurgio, ex-miembro de Sendero, participa en
el mismo discurso patriarcal y grotesco de las autoridades respecto de la organización
subversiva.
Esta estereotipización de los senderistas también se manifiesta en los museos e incluso
en la censura de algunas imágenes. Camila Sastre Díaz propone como ejemplo una foto
de la captura de un líder del MRTA (otra fracción terrorista) junto a su esposa y su hijo.
La fotografía no fue expuesta en Yuyanapaq porque “finalmente humaniza. Claro que es
un ser humano. Sin duda. Pero nuestra intención no era mostrar el dolor de ellos, ni a él
como padre de familia, sino de las víctimas (…) (comunicación personal, 27 de
62
noviembre de 2012).” (2015: 82 – 83). Se difiere ‘el dolor de ellos’ de ‘el dolor de las
víctimas’, reforzando aún más la idea que las víctimas y los victimarios son dos
categorías intrínsecamente contrarias a las que corresponden distintos derechos y
sentimientos. “Parece que hoy no puede un amigo recordar a un senderista con afecto en
público. Que no puede un hijo estar orgulloso de esa muerte horrenda ni de ninguna otra
de sus muertes posibles e infinitas.” (Agüero, 2015: 67). Cabe destacar que la pérdida
de todo derecho judicial y moral no solamente se aplica a los senderistas, sino que
también se extiende a sus familiares, a los cuales se niega el derecho a reparaciones y
duelo (público). Pero ¿deben cargar ellos las decisiones de sus parientes? ¿Se puede
cuestionar la legitimidad de duelo de una persona? El punto de vista de la protagonista
del documental queda claro: “No one can tell a mother, father or a sibling to stop
mourning their brother, sister or child. The heart doesn’t see politics or ideologies, pain
is pain, loss is loss. The families of terrorists will mourn just as much and their
mourning is just as real as anyone else.” (Josefin Ekermann, comunicación personal,
26/06/2016). No podemos sino confirmar que las brechas entre las víctimas y los
victimarios no dejan de crecer y que las narrativas institucionales solo siguen
alimentando las tensiones en la sociedad peruana, bloqueando la vía hacia la
reconciliación.
7.6 Fragmentar el monstruo senderista: tantos senderistas, tantos senderismos
No hace falta decir que la verdad es mucho más compleja que esta visión homogénea de
Sendero Luminoso. No solamente porque cada senderista tenía distintas motivaciones e
ideales con diferentes niveles de compromiso, sino también porque el discurso
revolucionario se difundió en un grado mucho más alto de lo que las autoridades
querían reconocer. Nelson Manrique estima que el Senderismo excede ampliamente los
límites de la militancia activa, ya que más bien hay que verlo como un fenómeno social
que vivía en gran sector de la población peruana, de la cual solo una parte pequeña
terminó convirtiéndose en reclutas activas:
“El resto se sitúa como una periferia partidaria e, inclusive, al margen de toda actividad
política, manteniendo una actitud de simpatía con lo que Sendero representa, sin
comprometerse orgánicamente, aportando ese ‘consenso pasivo’ que es fundamental
para todo proyecto revolucionario, porque constituye su potencial de crecimiento. Esto
supone romper con esa visión que esencializa a los senderistas, considerándolos como
63
un conjunto social inmutable, “el enemigo”, situado al otro lado de la barda, al que solo
cabe aniquilar.” (2003: 107-108).
En el mismo sentido, Aguëro plantea la necesidad de superar “las grandes narraciones”
y “los grandes miedos” a favor de un análisis más profundo y detallado de las historias
de los senderistas:
“Es decir, el monstruo senderista pudo haber tenido su motivación y esta pudo
ser muy diversa y pudo cambiar en el tiempo, pudo haber tenido su padecer y
este no haber sido banal. Este monstruo en realidad esconde a un monstruo de
mil cabezas o toda una fauna o bestiario. Tantos senderistas con sus
senderismos, en tensión con el Sendero institucional.” (2015: 56).
Cabe destacar que la CVR sí recogió varios testimonios de senderistas presos, pero
según Andrea Portugal, estos contienen muy pocas indicaciones sobre la vida personal
de los terroristas, lo que dificulta comprender su posición violenta. (2008: 31). En el
mismo sentido, Agüero evoca que “es la pregunta que hasta el final de su vida rondaba a
Carlos Iván Degregori, quien decía algo como “eso nos falta, comprenderlos, por qué lo
hicieron, es decir, no las explicaciones generales, esas ya las sabemos más o menos,
sino entender a las personas, a Juan, a María, es lo que no alcanzo a comprender…”. Y
se frustraba, como yo, como tantos otros.” (57). En otras palabras, hay un fuerte
impulso por parte de algunos académicos para acabar con la imagen homogénea del
senderista y un deseo de comprender comienza a romper, poco a poco, los tabúes:
“A small group from the academic community tried to go beyond this
schematic characterisation, finding the roots of violence in an unequal
and exclusive system. However, little was really known about who these
people were and why they gave their lives for a war they believed would
make things better not only for themselves, but for a large majority,
particularly the poor.” (Portugal, 2008: 2).
Esto constituye una trama preponderante en las tres obras: aunque los senderistas
cometieron crímenes aterradores e injustificables, tampoco se puede dejar de lado que
en la mayoría de los casos sus motivos eran buenos. Andrea Portugal intenta encontrar
vínculos entre la vida de los senderistas (antes de entrar en el partido) y su militancia en
los testimonios de la CVR. La autora señala que la mayoría de ellos eran estudiantes
64
universitarios que habían hecho grandes sacrificios financieras y personales (dejar la
familia) para su carrera. Vivían en los distritos más pobres de Lima, enfrentando todos
los días la pésima condición de vida de esta parte de la población. Por último, eran
personas con una gran preocupación por los demás y un fuertísimo sentimiento de
justicia que sintieron un deber de cambiar la situación injusta y desequilibrada en la que
vivía la mayoría de los ciudadanos. (2008: 31). Esta descripción responde perfectamente
a la identidad de los padres de Agüero. No obstante, el tema de emancipación social
vuelve también en la historia de Lurgio Gavilán y la de Augusta de la Torre. Cabe
señalar que el caso de esta última es el más difícil de juzgar en términos de grado de
responsabilidad. De todas las personas discutidas ella también es la única que no
pertenece ni un mínimo grado de ‘víctima’. Finalmente, la mayoría de las personas no la
ven como una persona autónoma, sino como la mitad de la ‘pareja infernal’ que inició la
guerra. “Fue la segunda cabeza. Detrás de Abimael, estaba ella.” (Flor Barbarán,
Tempestad en los Andes). En toda la literatura, incluso la más ‘progresiva’, Guzmán es
descrito como un manipulador que sabía desde el primer comienzo lo que había
desencadenado. “Guzmán cleverly manipulated the psyche of his followers, altered their
moral principles and made them believe that hatred and the desire to harm were
legitimate emotions that had a rational foundation.” (Portugal, 2008: 47). Sin embargo,
la imagen de Augusta de la Torre que surge en el documental es la de una joven mujer
rebelde, emancipada e interesada en los valores culturales de la población indígena.
Como Josefin lo dice en el documental, es casi imposible sumar estas dos identidades,
la de Augusta hija, hermana y tía y la de la camarada Norah. El filme, de hecho, no
ofrece una respuesta a esta problemática. Pero el mero contraste, la fricción que nace de
esta yuxtaposición, es inmensamente valiosa porque lleva un poco más de la verdad a la
versión institucionalizada:
“Devolver densidad, darles contexto, recuperarlos en sus trayectorias de vida, de
generación. No creo que hacer esto justifique ningún crimen ni promueva
revisionismos. Tampoco creo que se trate solo de devolverles humanidad. Es
más bien mirarlos profundo y de frente para conocerlos socialmente. Si alguien
quiere devolverles algo, humanidad o no, es asunto de cada quien.” (Agüero,
2015: 56).
65
8 Conclusión
El Perú sigue siendo, hoy en día, un país dividido, no solamente en pobres y ricos,
indígenas y criollos, pero también en víctimas y victimarios. La narrativa oficial, que
presenta el Sendero Luminoso como chivos expiatorios y como fuente única de la
violencia, fue adoptada por la mayoría de la población como la versión verídica de los
acontecimientos. Esta interpretación polarizó los conceptos de víctima y victimario,
colocándolos en dos extremos del espectro de responsabilidad, es decir ‘culpable’ (toda
la responsabilidad) o ‘inocente’ (libres de responsabilidad). Este planteamiento binario,
que implica que en el conflicto armado solo había dos tipos de actores - los inocentes y
los culpables – resulta nefasto para la convivencia y bloquea la vía hacia la
reconciliación nacional. Dentro de esta narrativa, los conceptos víctima y victimario se
convirtieron en términos altamente polarizados, cargados de connotaciones, prestigio o
desprestigio a los que corresponden diferentes tratamientos judiciales. En ambos casos,
hay una deshumanización del sujeto al que se otorga el rótulo: la identidad del sujeto
desaparece y se convierte en una víctima total o un victimario total. Además, estas
etiquetas son de naturaleza estática: pese a que el conflicto terminó hace más de dos
décadas, las víctimas y los victimarios siguen siendo víctimas y victimarios.
A esta narrativa se opone otra: un análisis más transcendente de la guerra interna que
supone que la violencia de Sendero Luminoso debe ser entendida dentro del contexto de
una sociedad que ha surgido de la violencia (colonial), en la que reina una represión que
existe desde hace varios siglos. Esta lectura del conflicto armado interno hace aguas del
binomio de víctima y victimario: “Si la violencia era estructural, si el germen de la
violencia residía en todos los peruanos, entonces, todos los peruanos fuimos víctimas y
victimarios. El grado de responsabilidad puede haber variado según las acciones
concretas que cada uno tomó, pero en el último análisis, todos fuimos víctimas y
victimarios.” (Drinot ¿ 67). No cabe duda de que esta última interpretación, que habla
de ‘grados de responsabilidad’ en vez de mantener el paradigma binaria de
inocente/culpable, resulta mucho más verídica y productiva, ya que admite ‘zonas
grises’ que en la narrativa oficial son borrados a favor de una de las dos posiciones
extremas, perdiendo de este modo una cantidad enorme de detalles y matices
importantes.
66
¿Cómo hacer evolucionar el imaginario social hacia la segunda interpretación y acabar
con la binaridad de las dos posiciones ideológicas? Un cambio grande a nivel nacional
parece inalcanzable sin un cambio en la actitud del Estado, y como podemos deducir del
contexto histórico descrito en este trabajo, esto no se va dar por ahora. No obstante,
existe otra opción: cambiar el imaginario social a través de la producción cultural. Esto
es justamente lo que hacen los dos libros y el documental analizados en este trabajo:
exponen lo que la narrativa oficial quiere suprimir, incitan a la duda y al relativismo y
causan grietas en la narrativa única e institucionalizada sobre la violencia. En este
sentido, podemos clasificar estas obras como lo que Victor Vich denomina ‘Poéticas del
duelo’: “Es decir, ninguna de estas intervenciones intenta producir una memoria cerrada
y total, sino que su estrategia consiste en tomar algunos pedazos de lo sucedido y
mostrarlos públicamente para interrumpir el presente.” (Vich, 2015: 292). La
particularidad de las obras analizadas en este trabajo es que lo hacen mediante el
testimonio, que deja de ser una mera huella de las tradiciones orales y que se convierte
en un instrumento para fundar un nuevo imaginario social: “The value of such
testimony today lies in its power as a life story which, together with other similar
stories, creates a new national narrative shaping alternative forms of political
organisation and ways of understanding the national from a counterhegemonic
perspective.” (Santisteban 2008 en Portugal, 2008: 5). El testimonio humaniza los
actores anteriormente deshumanizados y van en contra de las corrientes
homogeneizantes, demostrando que no se puede juzgar un grupo de sujetos en términos
universales, si en verdad son grupos muy heterogéneos, tanto las víctimas como los
victimarios, y todo lo que queda entre los dos. Los testimonios pueden ser considerados
como “polifonías que interrumpen la metanarrativa” (Theidon 2003 en Drinot 2007:
68).
Finalmente, cabe señalar también que la literatura testimonial es un género
intrínsecamente humano que puede generar sentimientos de identificación y compasión.
Cuando uno lee el libro de Agüero, la autobiografía de Gavilán o cuando ve el
documental de Mikael Wiström, ‘el monstruo senderista’ toma diferentes formas y
dimensiones, reduciéndolo de una secta diabólica a un conjunto de humanos capaces de
errores, de crueldades, pero también de valor y sacrificio.
“Qué difícil parece aproximarse con ganas de comprender un poco a los
enemigos o a los culpables. No para estar de acuerdo, ni para perdonarlos, ni
67
para ganar una batalla ideológica, sino solo con ese fin, comprender sin más, sin
recompensas extras, sin premios ni reconocimiento por ser héroes de la empatía.
Es difícil porque no genera ganancias sociales.” (Agüero, 2015: 35).
Mediante los testimonios de las obras analizadas, esta aproximación se hace cada vez
más factible.
68
9 Bibliografía
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Impreso.
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HISTORICA XXX, Vol. 1. 2011: 103-139.
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Casos De Violaciones De Derechos Humanos”. San José: Instituto
Interamericano De Derechos Humanos, 2010
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