319

El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Embed Size (px)

DESCRIPTION

El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Citation preview

Page 1: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle
Page 2: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

!

!!!!! EL CÉNIT DE SIDUS Vanessa del Valle

!!!!!!!!!!!

Page 3: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

!!!!!

Título: El cénit de Sidus

© Vanessa del Valle Muñoz

© Ilustración de cubierta:  Vanessa del Valle Muñoz

Primera edición: septiembre 2014

Depósito legal:  B-186502014

ISBN: 978-84-617-1229-8

Corrección:  José María Bravo

www.elcenitdesidus.com !Todos los derechos reservados. No se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperación de la información ni transmitir alguna parte de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado -electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, etc.- sin el permiso previo de los titulares de los derechos de propiedad intelectual.

Page 4: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

!!!!

Agradecimientos a Alex Sola, Víctor Jané y Rubén Martínez.

A mis primeros lectores Iván González y Albert Cano.

A los creadores de películas y libros que me hicieron soñar.

!“All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.”

Blade Runner 1982

!!!!!!

Page 5: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

PRÓLOGO

!Vanessa del Valle es una creadora con multitud de pasiones artísticas.

Es una portentosa poetisa, guionista aficionada, soberbia cocinera y una hábil

ilustradora, como demuestra la portada de este mismo libro. Pero había un

arte que solo cultivaba en privado, el de la escritura. Ahora, cientos de

páginas después, se decide a ofrecer y demostrar, con una novela, sus

habilidades y vibrante creatividad.

Hace muchos años que conozco a la autora, y un tercio los ha

pasado desarrollando El cénit de Sidus. Por ello, pese a ser su primera obra,

rezuma pasión y disfrute. Sin duda, por haber estado hecha con dedicación y

paciencia, puliendo y abrillantando cada aspecto hasta ser de la calidad

exigida.

Gran aficionada al género, atesora lo mejor que ha recibido de él y lo

impronta en una novela singular y robusta, que sorprende por su ligereza. Su

dinamismo acerca la obra a un trepidante guión cinematográfico. Rehuyendo

del formalismo burocrático de un estilo más clásico, aquí el narrador es

prácticamente sustituido por una especie de corresponsal en directo, que

apenas tiene tiempo de retransmitir los sucesos. Con contadas concesiones a

la contemplación y a la recreación, la narración te arrastra por las solapas y te

lleva a una epopeya frenética. De igual manera, los protagonistas son

engullidos por los acontecimientos, y obligados a renunciar a su mundo y a

parte de sus propios valores, en pos de salvar de la extinción sus vidas y la de

los suyos. La narración, pese a huir del maniqueísmo, y ser clara y concisa, no

Page 6: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

cae en lo simplón y aprovecha esa austeridad narrativa para desarrollar con

descarnada intensidad las tragedias de los protagonistas. No solo ríes y lloras

con ellos, también pasas frío, hambre, dolor, placer, horror, ira y pasión;

podrás oír como respiran, saborear lo que beben, oler aquello que les hace

enloquecer. En esta obra los conceptos clásicos del bien y del mal

(protagonista-antagonista) se intercambian según cada punto de vista; nada es

malo y nada es bueno del todo, y todos tienen parte de razón, tanto que se

podría considerar una obra con cuatro protagonistas intentando ser

consecuentes con lo que creen que deben hacer. Sentimientos, que lejos de

ser primarios, son complejos y fuertes, y reaccionan como materia viva a los

acontecimientos, y los dejan marcados para siempre, con heridas que

costarán de cicatrizar.

Si algo define el texto es intensidad y complejidad, pero su fluidez y

claridad narrativas la convierten en una experiencia casi vital que deja con

ganas de más, y, como los grandes clásicos, te cambia un poquito.

Víctor Jané.

!!!!!

!

Page 7: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

!!!!!!

Dedicado a mi familia, en especial a mi padre, Rafael del Valle,

sin su ayuda y ejemplo no sería la persona que soy hoy en día.

Page 8: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 1

El atardecer de las seis lunas

!―No puedo dar cabida a todo el odio que siento dentro de mí.

―Mi cuerpo, mi alma y mi corazón roto. Lo que queda de mí solo

vivirá para dar muerte a todo lo humano.

!Una solitaria figura femenina se erguía frente a la balaustrada del

balcón del Palacio de Salis. Addaia contemplaba con añoranza el gran mar

que se perdía en el horizonte. De azul profundo y oleaje intenso. Pensó en su

planeta de origen, Pangea. Aquel océano se parecía tanto al mismo que la

había visto crecer…

La gélida brisa acariciaba su tez blanca mientras analizaba sus

pensamientos. Después de doscientos años aún seguía pensando en él;

cuánto lo echaba de menos. Ella, hija de una de las familias más antiguas de

su mundo, poseedora de la Ánima îre, se sentía débil y vieja cuando afloraban

sus recuerdos anidados.

Parpadeó. Notó que se le secaban los ojos; no lloraría. Su carga era

esa. Siempre añorando. Su nostalgia mezclada con el salitre y el amargor de la

pérdida.

Sintió el olor penetrante a mar tras una oleada de aire fresco, la

humedad perlada se impregnó en su rostro.

!8

Page 9: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia poseía una apariencia joven y esbelta, de piel aterciopelada,

cara ovalada y carnosos labios rojo carmín. El frío hacía que la sangre subiera

a sus mejillas, llenándolas de rubor. Su larga y oscura melena, mecida por el

viento, caía a lo largo de su cuerpo. Iba ceñida en una toga blanca con

bordados de plata y oro que le conferían un aire de alta nobleza. Sus

movimientos eran majestuosos, elegantes, propios de una desmodos de más

de mil años de antigüedad.

Dejó de pensar en él y se propuso entrar en el palacio en busca de su

padre. El hombre más querido para ella.

La arquitectura de aquel edificio era sencillamente soberbia. La

piedra blanca predominaba, junto con una decena de ventanales coronados

con arcos conopiales y arquillos. Poseía la típica imprenta de la erosión del

mar en sus paredes. Un arco de medio punto construido con minerales

cautês adornaba y aseguraba el portón de madera que daba entrada a una de

las estancias.

Se adentró en silencio en el salón principal del palacio, vio a su padre

nada más entrar. Este revisaba en su teluris alguna tesis importante, sentado

cómodamente en el diván. Observó el pequeño y delgado libro electrónico

que sostenía a la altura de sus ojos. Escrutó en su rostro esperando alguna

reacción a su entrada. Parecía inmerso.

―Padre ―dijo.

―Bendecida Addaia ―contestó sin prestarle demasiada atención.

Ella tomó asiento a su lado.

!9

Page 10: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Su padre, Samuel, era uno de los desmodos más admirados del

planeta, con más de mil trescientos años de longevidad. Se llevaban apenas

unos pocos años de diferencia. Aún irradiaba juventud y atractivo irresistibles

por todos sus poros. Casi se diría que una luz emanaba de él. De piel blanca,

labios finos y cabellos dorados como el Sol antiguo de Pangea. Olía a trigo

cada vez que se sentaba a su lado. Era curioso cómo ese aroma tan similar al

de los campos en los que jugaba de pequeño aún permanecía en él.

Antes de ser un desmodos, Samuel había sido un pequeño niño

humano despreocupado y alegre. Algo excéntrico, pero de buen corazón. El

pasar de los siglos lo habían tamizado hasta convertirlo en una persona sabia

y perseverante. Las desgracias pasadas también le habían transformado en un

viejo apático y huraño. Tan parecidos en algunas cosas… sin embargo tan

diferentes en muchas otras.

―Padre ―repitió―. Hemos de hablar sobre mis últimas

sensaciones.

Samuel dejó de estudiar su teluris y dirigió sus ojos hacia la nada,

pensativo.

Parvus, el pequeño androide acompañante de Addaia, apareció

caminando con sus peculiares andares por uno de los pasillos colindantes. Se

quedó parado frente a su dueña, observándola mientras esperaba

pacientemente.

―Siéntate a mi lado, Parvus ―le pidió.

De un gracioso saltito, el androide de apenas treinta centímetros

subió al gran diván que gobernaba aquella estancia.

!10

Page 11: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Tres cuadros enormes de la familia colgaban de una de las paredes.

Al otro lado, pinturas decorativas en tonos pálidos, anaranjados y azul cielo.

Dos columnas dóricas sostenían firmemente el techo, una primitiva caja de

música de cobre descansaba en el centro.

Samuel, tras un corto espacio de tiempo, rompió el vago silencio que

se había creado entre los dos.

―Qué sientes, Adda, dímelo. ―Así era como Samuel llamaba

cariñosamente en la intimidad a la que fuera su hija y alma gemela.

―Siento molestarte, padre, estos últimos días te he notado muy

inquieto, como si desearas decirme algo.

―Eso es… ―Samuel titubeó―. Algo que no debe preocuparte, mi

amada. Los problemas del gobierno se han intensificado. Eso es todo.

«Me está escondiendo algo», pensó Addaia.

―Siempre he creído en tus palabras, padre, pero hay algo raro en

esto.

Parvus siguió con su mirada de metal el teluris de Samuel mientras

este lo depositaba en una mesita de madera cercana a ellos.

Samuel sostuvo las dos manos de su hija firmemente.

―Vienen tiempos extraños para todos, Adda; has de tener paciencia.

«¿Qué es lo que no me quiere decir?», se preguntó Addaia, invadida

por una gran desazón.

!11

Page 12: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Me haces sentir como si no fuera parte de esto; quiero ayudarte en

lo que te aflige.

―Tienes que apoyarme, Addaia; dentro de unos días partiré de viaje,

estaré muy poco tiempo fuera. Cuando vuelva, quizás podamos hablar sobre

ello.

―¿Qué quieres decir, es que no me vas a llevar?―. Intentó

desesperadamente controlar sus sentimientos.

―Sé que hace siglos que no hemos estado separados, pero no puedo

llevarte, hija mía. ―Le acarició suavemente la mejilla―. Parvus se quedará

contigo.

El pequeño androide dirigió su mirada callada a Samuel y luego a

Addaia.

―No entiendo bien qué sucede, padre; hacía tiempo que no me

sentía así como ahora. Confundida.

Samuel abrazó a su hija notando cómo esta intentaba calmar su

perturbación interior.

―Prométeme al menos que cuando vuelvas me lo contarás todo

―rogó Addaia.

―Así será ―respondió él.

No consiguió sacarse las dudas de su cabeza. «Le seguiré ―pensó―.

Puedo saber dónde está en todo momento y él lo sabe, por eso necesita creer

que me quedaré aquí».

!12

Page 13: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Samuel acarició sus negros cabellos.

Parvus pensó que allí ya no le necesitaban. Tras dar otro saltito para

bajar del diván se fue caminando por el pasillo.

!13

Page 14: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Todo aconteció más rápido de lo que Addaia hubiera deseado. Los

desmodos solían ser personas pacientes y tranquilas. Por regla general, las

cosas se hacían despacio, sin prisas. Había toda una eternidad para

elaborarlas, dada la condición de inmortales de la que gozaban. No obstante,

el día de la partida de Samuel todo sucedió frenéticamente.

Todo estaba listo; impacientes, esperaban a la nave que le llevaría

lejos de ella.

Fuera del palacio, un cálido atardecer rojo purpúreo bañaba el cielo.

Cuarenta y dos años de luz antes de hacerse la oscuridad. Con las seis lunas

siempre visibles en el cielo. Calipe, Cea, Aristide, Fia, Domenia y Rea. Así era

su mundo.

Addaia sintió una punzada de sed. Hacía poco que había bebido su

dosis de cruor, pero estaba tan tensa que su cuerpo le pedía más

inusitadamente. Consiguió atenuar sus miedos. Tenía un plan para seguir a su

padre, aunque no iba a ser fácil.

Las naves desmodos eran ágiles y veloces, tenían sensores

excelentemente desarrollados que podían rastrear fácilmente a cualquiera que

intentara seguirlas. Sería detectada nada más despegar tras ellos. Por lo tanto,

solo podía confiar en sus sentidos: crearía una ruta lo más desviada posible,

pero con una curva lo suficientemente cercana para no perderlos.

Tenía la esperanza de que evitaran saltar a velocidad interplanetaria.

Albergaba suficientes sospechas como para creer que se dirigían a algún

satélite cercano.

!14

Page 15: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia salió de su ensimismamiento al escuchar la llegada de la nave

antes que nadie. Tanto ella como su padre se levantaron aprisa y salieron al

pequeño puerto que poseía el palacio en el exterior.

La nave êvo de transporte amerizó exitosamente y quedó suspendida

a escasos metros del mar.

La plataforma de la nave se acopló sobre el muelle y a continuación

descendió una silueta.

―¡Sir Samuel Stadpole! ―llamó la figura misteriosa alzando la voz

por encima de los ruidosos motores de la nave.

―¡Federic, está todo listo! ―contestó Samuel―. ¡Permítame solo un

momento!

―¡Por supuesto, sir Samuel! ―le indicó con un movimiento de

manos.

Su padre se acercó a ella con semblante sombrío. Besó su frente

susurrando dulcemente:

―Mi amada Adda, pronto estaré compartiendo el atardecer contigo.

―Padre… ―apenas murmuró.

Con gran preocupación le vio partir hacia su misterioso destino. La

êvo despegó sin demorarse lo más mínimo, alejándose rápidamente de allí.

―¡Parvus! ―chilló Addaia ahogadamente, como si aún pudieran

escucharla.

!15

Page 16: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El pequeño androide apareció repentinamente, observándola desde

el suelo con impaciencia.

―Prepara la vinger, hemos de despegar lo antes posible.

Parvus salió disparado y desapareció dentro del palacio.

Addaia sopesó el siguiente paso. Sus sentidos la advertían de que

algo oscuro acechaba aquella misión encubierta. Tan importante como para

que su ubicación no pudiera serle revelada. «Mi padre corre peligro»,

presintió.

Su planeta, Caelus Sidus, había gozado de la paz durante dos

preciosos siglos después de las guerras de Marso. Algo podría haber

perturbado esa tranquilidad o quizás algo relacionado con la única otra raza

existente en el sistema. Los humanos…

Estos vivían como animales en Fonteius Sidus o Tera, como

llamaban ellos mismos a su mundo. La terraformación de su planeta de gas

había sido muy complicada, ya que no dominaban la técnica tan

excelentemente como los desmodos. El hecho de que su atmósfera poseyera

un estado semilíquido complicaba el proceso en extremo. Los humanos

llevaban dos siglos rodeados de un hábitat irrespirable, tóxico y de altas

presiones. Suspendidos a cientos de kilómetros sobre un magma plateado

que cubría por completo su vasto e inmenso tamaño, que, además, iba

perdiendo su estado líquido a medida que se alejaba del núcleo, al igual que

su temperatura. Encerrados en ciudades cúpula gravitando alrededor de Tera,

la alternativa era la lujosa vida bajo tierra en satélites cercanos.

Las tensiones debían de haberse agudizado, de alguna manera.

!16

Page 17: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia se encaminó hacia su vinger, que se encontraba camuflada

bajo una placa de suspensión cercana al Palacio de Salis. Salió caminando por

los terrenos familiares sin mirar hacia atrás, desobedeciendo a su padre por

segunda vez en la vida.

Parvus parecía estresado con la puesta a punto de la nave. El

androide estaba preparado para todo tipo de tareas, desde cortar el pelo hasta

programar computadoras de vuelo. Dotado de una limitada inteligencia

artificial, como sucedía con todos los androides desde la creación de los

primeros modelos. Debían ser de pequeño tamaño y sin la posibilidad de

comunicarse verbalmente. Lo que menos querían los desmodos, y sobre todo

los humanos, era una nueva raza que se impusiera a las demás. Por aquella

principal razón los dos bandos siempre habían fabricado respetando la Ley

de la Prohibición Mecánica, independientemente de su enemistad. Así, esas

pequeñas vidas artificiales serían útiles y serviles, nunca una amenaza.

Transgredir esa ley era la mayor aberración que se podía llegar a cometer.

Addaia llegó justo en ese momento y descendió a la vinger.

―Los mares llevan mucha carga eléctrica hoy, tendremos un buen

despegue ―auguró.

Sacó el uniforme dermoadaptado de su cabina y se lo colocó

quitándose el vestido con destreza. Sintió un pequeño escalofrío al ajustarse

los sensores, tras notarlos filtrándose como pequeñas agujas en su piel.

Recogió su melena en una larga cola y miró a Parvus antes de tomar los

controles.

―Colócate de copiloto, Parvus; no vamos a poder invitar a nadie

más, vas a tener que ayudarme.

!17

Page 18: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Parvus subió al asiento torpemente, miró atónito hacia la consola de

mando y después a Addaia.

―¡No me mires así, busca algo para poder llegar a los controles,

venga!

Finalmente, hizo un hatillo con toda la ropa que se había quitado y la

puso sobre el asiento de Parvus.

―Toma, eres un quejica ―dijo bufando.

Parvus subió al bulto de ropa mientras estrechaba sus ojos metálicos

y sacudía su cabecita de lado a lado, indignado.

―Estás sentado sobre seda vermis, es todo un privilegio ―soltó con

ironía.

El androide emitió un suave chirrido de irritación apretando sus

juntas de metal, que consiguió que Addaia esbozara su primera sonrisa en

muchos días.

Se colocó la bioesfera transparente en la cabeza, aspiró

profundamente, cerró los ojos y se tendió bocabajo. La posición de pilotaje

en estas naves ligeras era bastante peculiar. Debía relajar todos sus músculos

y hacerse una con la nave. Sentir la vibración del mecrametal y el sistema

orgánico conductor. Parvus se encargaría de corregir cualquier tipo de error

que escapase a sus sentidos.

«Despeguemos ―pensó―. Suavemente».

El mar seguía bajo ellos, debía operar con la máxima precisión para

salir de debajo de la placa de suspensión.

!18

Page 19: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

La vinger avanzó lentamente sobrevolando las aguas como una ligera

pluma, haciendo que el oleaje se abriera tímidamente a su paso.

«Salgamos de aquí».

La nave salió tan disparada hacia el cielo que Parvus tuvo que

agarrarse firmemente al respaldo del asiento para no acabar rebotando como

una pelota.

Tras un soberbio pilotaje, en pocos minutos se encontraron en

órbita.

Antaño la radiación había sido un gran problema para navegar por el

espacio, sin embargo, ahora que los viajes interplanetarios no solían durar

más que unas pocas horas, se había reducido la exposición

considerablemente. La mayoría de las naves y trajes espaciales actuales

poseían protección ante campos magnéticos y electrostáticos que repelían

con efectividad las radiaciones. A eso había que añadir, además, la resistencia

natural que se había desarrollado a lo largo del tiempo.

Las estrellas rodearon la nave; desde el óculo inferior de la vinger,

Addaia contempló su mundo. Tan bello como Pangea cientos de años atrás,

aunque su azul era mucho más intenso. Había costado mucho tiempo, dolor y

lágrimas crear ese hermoso hogar.

«Tengo que concentrarme en padre ―pensó―. He de llegar hasta

él».

Después de largos años conviviendo juntos y dada la línea genética

que los unía, había adquirido esa singular habilidad de saber dónde se

encontraba en cualquier momento. Estaba mentalmente unida a él. Sin

!19

Page 20: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

embargo, ahora se encontraba muy lejos, más de lo que ella recordaba haber

estado nunca. «La señal es tan débil…», se lamentó.

―Creo que van a un satélite, Parvus, no van a quedarse en Caelus

Sidus. ¡Menos mal!

Introdujo las coordenadas con su mente y de forma manual para no

cometer errores.

―Al satélite de Rea ―murmuró―. Es allí adónde se dirigen.

!

!20

Page 21: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Samuel se encontraba sentado junto a Federic, levemente ansioso

por haber dejado atrás a su hija. Preocupado por no poder prever su

reacción. Después de mil años, Addaia seguía siendo un ser impredecible, no

deseaba verla mezclada en nada que pudiera situarla en serio peligro. Su

compañero de asiento le observaba también pensativo.

Federic era un prestigioso desmodos en Caelus Sidus. Aparte de ser

una de las piezas clave de la estructura de seguridad política del planeta, sus

obras literarias eran muy conocidas. Era lógico que fuera el encargado

durante ese viaje de la protección y necesidades de uno de los senadores.

Miró la pantalla que se encontraba delante de ellos, donde aparecía

información detallada del trayecto.

―Sir Samuel, en pocos minutos llegaremos a Rea. Aterrizaremos en

la ciudad de Pômum Rubra ―informó Federic.

―Perfecto ―contestó Samuel.

―Sabe que no podíamos decirle nada de esto, sir Samuel…

―comentó repentinamente refiriéndose a su hija.

―Lo sé.

―Addaia es una pieza clave en nuestra sociedad, de las pocas

poseedoras del Ánima îre, pero esta expedición es extremadamente secreta

―continuó Federic―. Solo tres miembros del Senado, incluido usted, han

sido convocados. Más un reducido equipo para poder velar por su seguridad.

―¿Conocemos ya a cuántos humanos vamos a recibir? ―preguntó

Samuel, distrayendo la conversación sobre su hija a propósito.

!21

Page 22: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Acudirán algunos miembros relevantes de la facción humana

Civitanig, no sabemos el número exacto. Apenas tuvimos comunicaciones

con la intención de evitar centinelas espía. ―Federic hizo una pausa,

quedándose pensativo.

―Desde que se firmó el tratado de neutralidad, hace más de

doscientos años, no hemos mantenido contacto alguno con humanos. Solo

algunas líneas abiertas con la facción Civitanig y con rigurosa discreción

―continuó―. Aunque no le estoy diciendo nada que no sepa. Solo quería

que comprendiese lo extremadamente delicado de la situación.

―No hace falta que se disculpe, Federic. Vienen tiempos aciagos

―suspiró.

―A veces pienso si nunca viviremos tranquilos; hemos visto morir a

tantos de los nuestros por el camino ―dijo el joven, sensiblemente afectado.

―El problema, Federic, es que nosotros recordamos a todos los que

hemos perdido durante nuestras largas vidas. En cambio, los humanos, con

su fugaz existencia, tienen la suerte de recordar a ninguno o quizás solo a

unos pocos. También es lo que nos hace más fuertes, la suma de todas las

desgracias y errores que hemos cometido durante siglos nos ha hecho sabios.

Por eso hoy estamos aquí.

―Aunque, a veces, la suma de todo eso también puede convertirse

en algo peligroso. Acaba superando nuestros límites y solo pensamos en

erradicar el mal que nos hostiga, como si de un tumor se tratara, por vías

mucho menos pacíficas. Por eso también hoy estamos aquí. ―Federic siguió

!22

Page 23: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

hablando mientras torcía la boca en una mueca al pronunciar su nombre―.

Todos sabemos que los rumores sobre los câlîgâtum son ciertos.

Federic era un desmodos relativamente joven, unos trescientos años

de vida, bastante atractivo, de tez suave y pajiza. No obstante, ya conocía bien

la pérdida y el desdén de la que hablaban. También la vergüenza de su propia

raza, los câlîgâtum. Esos seres infames que se escondían en la cara oculta de

Caelus Sidus, amparados por la oscuridad, enfermos de odio. Conspirando

contra los humanos. Poniendo en serio peligro los dos siglos de neutralidad.

«Siente aversión hacia ellos, no se lo reprocho, no son dignos de

nuestro linaje», pensó Samuel.

―Espero de verdad que esta reunión sirva para todos los que no

deseamos conflictos en el sistema ―confió Samuel.

―Que la sangre que fluye te oiga ―entonó Federic a modo de

pequeña plegaria.

!23

Page 24: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11 se encontraba inspeccionando la seguridad en las afueras de la

ciudad burbuja de Pômum Rubra, cerca del acantilado Verona, una grieta

espectacular de veinte kilómetros de profundidad, única en todo el sistema.

Pômum Rubra era territorio Kojna Dento, como su pueblo

denominaba a la raza desmodos. Él, como humano, se sentía maravillado por

la tecnología y belleza que habían creado en aquel satélite vacacional llamado

Rea. Jamás antes había estado fuera de su ciudad natal en Tera, al igual que

prácticamente toda la comitiva humana que le acompañaba. Ya solo el hecho

de poder caminar en el exterior sin presurización ni máscara le fascinaba.

Sus ojos rasgados eran de color avellana, como la tierra que pisaba.

Su pelo castaño oscuro, con un corte al estilo militar. Alto y de espaldas

anchas. Su cuerpo parecía vigoroso y ágil.

Siguió caminando observando las estrellas a su alrededor salpicadas

en el cielo. Solo la cúpula protectora transparente que preservaba la

atmósfera de la ciudad le separaba de ellas. Descendió la mirada al acantilado

bajo sus pies, salvaje y agreste. No pudo evitar un pensamiento fugaz:

«Cómo los hemos envidiado siempre, pero, en definitiva, todos han

sido humanos alguna vez».

La solemne quietud de la que disfrutaba en aquel hermoso lugar se

disipó bruscamente cuando zumbó el comunicador insertado en su oreja

derecha.

―¡B156 a K11!

―Aquí K11 ―contestó.

!24

Page 25: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Todo bien a este lado de la ciudad, la central me dice que tienes

problemas para establecer tu comunicador. ¿Todo bien?

―Sin novedad, procuraré no acercarme demasiado al acantilado

para evitar interferencias.

―De acuerdo. ―La comunicación se cortó.

Habían acudido con sistemas de comunicación rudimentarios de

corto alcance a propósito, para evitar cualquier tipo de detección no deseada.

Aunque eso mismo podía suponer un problema cuando perdían su propia

conexión.

Volvió a quedarse solo, tranquilo, a pesar de lo expuestos al peligro

que se encontraban en aquel lugar. No era menos inseguro que su propio

mundo.

Tera había sido colonizada enteramente por humanos hacía siglos,

las cosas no andaban bien desde mucho tiempo atrás. Las tres facciones

principales que poblaban su planeta cada vez se encontraban más

distanciadas. Él formaba parte de la facción Civitanig, la más marginada de

las tres. Un pueblo díscolo, naturalistas, reacios a las manipulaciones

genéticas y a los injertos artificiales. Expoliados y repudiados continuamente

de cualquier pertenencia o lugar. Las otras dos facciones que coexistían eran

los fanáticos Guberno-Industriales y los Laboristos, se necesitaban los unos

de los otros. Indistintamente del grupo al que pertenecían, todos eran

maltratados o absorbidos por el Credo Industrial simultáneamente. Tera al

completo estaba corrompida hasta los cimientos. En doscientos años de

historia las cosas no habían hecho nada más que empeorar.

!25

Page 26: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Salió repentinamente de sus abstraídos pensamientos cuando divisó

algo acercarse en el cielo.

Saltó a su vehículo y se dirigió aprisa hacia lo que parecía una

pequeña nave vinger adentrándose sin permiso dentro de la cúpula

Los sistemas de seguridad de la bóveda saltaron tras la intrusión,

inutilizando el vehículo invasor, que cayó a escasos metros del acantilado para

suerte del piloto. Tras un fuerte impacto, la vinger abrió un socavón en el

suelo.

K11 no cesó de intentar dar la voz de alarma a través de su

comunicador, sin suerte alguna. La conexión había vuelto a interrumpirse.

Los pelos de la nuca se le erizaron.

¡Fekaĵo! ¡Fekaĵo!, maldijo en su lengua natal.

Montó en su vehículo. Apenas tardó unos segundos en llegar a la

vinger siniestrada. Sacó de su guantera una dronimma, una potente arma

capaz de absorber el oxígeno, dejando sin respiración momentánea a sus

oponentes o dependiendo de su uso, definitivamente.

―¡No te muevas! ―gritó a ciegas hacia la nave, que se encontraba

prácticamente destrozada. No lograba ver nada, el humo y el olor a metal

quemado lo invadían todo. Tosió varias veces e intentó vanamente cubrirse la

boca con una mano. Finalmente, bajó de su vehículo para poder tener mayor

visibilidad, miró dentro de la cabina del aparato apuntando firmemente con

su arma.

«No hay nadie, ¿dónde…?».

!26

Page 27: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Si te mueves te dejo tieso… ―siseó una voz femenina a su

espalda. ―Suelta el arma, ¡ahora! ―vociferó.

Durante un par de eternos segundos pensó cómo reaccionar;

finalmente decidió levantar los brazos y sujetar la dronimma en el aire.

―¡Tírala al suelo, te doy un segundo! ―volvió a gritar la voz.

Siguió sus órdenes y tiró la dronimma bien lejos.

Acto seguido, un pequeño androide se apoderó de su arma y se alejó

con ella, acarreándola pesadamente

―¿Puedo girarme ya? ―preguntó K11.

―Puedes ―permitió la voz.

Poco a poco volteó sobre sí mismo. A escasos metros de él vio una

hermosa y joven mujer. Vestía un uniforme dermoadaptado igual de lívido

que su tersa piel. Sus ojos penetrantes le escrutaban. No recordaba haber

visto jamás una chica igual a esa. Se quedó tan cautivado que tardó varios

segundos más de lo normal en percatarse de que no iba armada.

―¿Cómo? ―bufó, bajando los brazos―. ¡¿Y tu arma!?

―No voy armada ―contestó la chica con cierta sorna.

―Pero…

―Pero tú sí ibas armado ―le cortó ásperamente.

―Entraste en zona restringida sin permiso; ¡devuélveme mi arma!

―restalló indignado―. ¿Cómo demonios te atreves?

!27

Page 28: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―No.

La mujer se dirigía hacia él impasible, con una calma sorprendente.

―¿Eres… un Kojna Dento? ―titubeó.

―No me gusta ese nombre ―se quejó ella exhibiendo una visible

mueca―. Si te refieres a si soy una desmodos, sí, lo soy.

Un escalofrío recorrió la espalda de K11. Nunca había conocido

antes a un desmodos. Esperaba que fueran mucho más terroríficos. Con

colmillos enormes y garras en vez de manos. No obstante, aquella chica

poseía una imagen de dulzura angelical, como una diosa bajada del cielo; ni

mucho menos se parecía a un demonio, como se lo habían representado

desde bien pequeño. Se maldijo a sí mismo por pensar así en ese momento.

―Vas… ¿vas a comerme? ―le dijo.

―Qué dices, idiota ―ella se mostró irritada.

K11 se sonrojó levemente.

―Hablas perfectamente mi idioma… ―continuó expresando sus

pensamientos en voz alta.

Se asombró de no notar diferencia alguna en su entonación, como si

se tratara de un humano quien estuviera hablando.

―Me llamo Addaia, soy hija de una persona muy importante que

hoy ha venido a esta ciudad. No tengas miedo, no voy a hacerte daño, pero

me encantaría que me explicases por qué hay humanos hoy aquí ―le dijo

señalándolo.

!28

Page 29: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Ah, no… no―K11 comenzó a deslizarse lentamente en dirección

a su vehículo.

El pequeño androide reaccionó a su movimiento y torpemente

apuntó la dronimma hacia él.

―¡Eh, tú, pequeñajo, ni se te ocurra! ―escupió K11 dirigiéndose

hacia él.

―Parvus, baja el arma ―La joven se acercó grácilmente hacia el

androide, agarró el arma y la lanzó con una fuerza insólita.

Sabía que los desmodos eran criaturas fuertes y ágiles, sobre todo los

más ancianos. Había conseguido salir de aquella nave antes de que se

estrellase y desarmarle con una treta. No confiaba en ella.

―Tienes que perdonarme ―dijo Addaia―. De verdad que no voy a

causarte ningún daño, hacía cientos de años que no veía a un humano…

Necesito llegar adonde está mi padre. Algo está a punto de ocurrir, lo

presiento ―suplicó.

K11 se encaminó de nuevo hacia su vehículo. Para su desgracia solo

era un transporte ligero, sin armamento equipado, que gravitaba a medio

metro del irregular suelo que pisaban. Subió sin mediar palabra. Cogió una

barra identificadora y la escaneó. Dio positivo en la identidad que le había

revelado. No salía de su asombro cuando la barra verificó que era hija de uno

de los senadores desmodos más importantes. K11 vaciló durante un par de

minutos, y tras sopesar la situación unos segundos se dirigió hacia ella

ceñudo.

―Está bien, sube, pero no intentes nada. Si lo haces…

!29

Page 30: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―No intentaré nada ―contestó ella.

―Y ese bicho ―dijo, señalando a Parvus―. Apágalo, o lo que sea.

Parvus entrecerró sus ojos de metal mirándole fijamente y le dedicó

una robótica mueca. Con su peculiar saltito subió a la parte trasera del

vehículo y se quedó de espaldas a él, malhumorado, con los brazos cruzados.

Addaia subió finalmente tras él.

Recorrieron toda la zona limítrofe del vertiginoso acantilado. Addaia

ya había estado allí anteriormente, durante las fiestas de la Vîndêmia. Ella y

su padre habían estado largo rato charlando en el borde del abismo,

admirando su espectacular dimensión. Una depresión sin fin, tan descomunal

que no se conseguía discernir dónde acababa o dónde comenzaba. Un lugar

tan singular, como misterioso y bello.

!!

!30

Page 31: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

La congregación secreta estaba a punto de iniciarse en la ciudad

principal del satélite Rea. Se había decidido esa ubicación por ser territorio

desmodos, seguro y neutral. Un sector vacacional, deshabitado

temporalmente por una falsa cuarentena. Una isla burbuja sobre un áspero y

escarpado suelo. Al adentrarse en ella, grandes zonas boscosas exuberantes y

húmedas te envolvían. Con un suave olor a musgo, almizcle y lavanda. Varias

especies animales aún no extinguidas se conservaban en aquel lugar, en total

libertad. Las edificaciones consistían en lujosas y abiertas estancias, todas

emulando a las maravillas de la naturaleza o fusionándose con la arquitectura.

Samuel estaba sentado en una de esas fastuosas salas. Mientras

esperaba sentado alrededor de una gran mesa oval, admiraba maravillado un

gran dragón blanco esculpido a mano, que hacía las veces de columna,

sosteniendo un alto techo cubierto por una gran manta de hiedra, esta caía en

una bonita ramificación en la mitad de la habitación a un par de metros de la

mesa. La iluminación, en cuidados tonos ocres y verdes, era también

exquisitamente acorde a una sensación imperativa de relajación y bienestar.

Compartía mesa con dos senadores desmodos más. Hombres fieles y

rectos como él. Federic, frente la gran puerta de entrada a la sala, montaba

guardia.

Fue entonces cuando los cuatro humanos llegaron. Solo uno, bajito y

de pelo canoso, se sentó en la mesa oval frente a ellos. Los otros tres se

quedaron custodiando la puerta cerca de Federic.

―Bienvenidos sean. Soy Samuel Stadpole ―se presentó

rápidamente haciendo un ostentoso ademán con la mano. El resto de

dignatarios se presentaron después de él.

!31

Page 32: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El humano parecía nervioso. Tras las presentaciones carraspeó y

susurró un nombre.

―Legi1, líder de la facción Civitanig en Tera. ―Señaló luego a los

humanos detrás de él―. KB21, A515 y M10, mis chicos de seguridad. ―Los

tres rudos humanos asintieron muy serios desde la puerta.

―Por favor… señores, si son tan amables de ir al grano. Este es un

lugar increíble, pero no estamos seguros aquí ―acabó diciendo,

perceptiblemente ansioso. Sus ojos saltones no paraban de mirar hacia un

lado y otro, inseguros.

―Por supuesto, sir Legi1; nosotros corremos el mismo peligro que

usted ―dijo uno de los dignatarios―. Esta sala está limpia de tecnología,

solo llevamos los traductores con nosotros.

―Câlîgâtum ―pronunció Samuel vehementemente.

Legi1 centró su mirada en él y después preguntó:

―¿Hay pruebas que corroboren esos rumores?

―Tenemos informes de movimientos no autorizados en la cara

oculta de Caelus Sidus. Rumores de que una fuerza desconocida se concentra

allí. Sospechamos que quizás pretendan cometer algún tipo de acto terrorista

contra la población humana.

―¿De cuántos individuos estamos hablando? ―preguntó Legi1.

―No lo sabemos a ciencia cierta, creemos que solo unos pocos.

―Torció el gesto levemente y continuó―. Pese a las guerras que nos hemos

!32

Page 33: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

visto obligados a vivir entre humanos y desmodos a lo largo de muchos

siglos, nosotros siempre hemos deseado la paz. Este grupo de terroristas que

se está creando es tan sorprendente para ustedes como para nosotros y no

debemos dejarlo fuera de control.

―Desde los tiempos antiguos de Pangea hemos sido enemigos, sir

Samuel ―manifestó Legi1―. Llevamos miles de años luchando contra su

especie, veo lógico que unos pocos Kojna Dento se rebelen incluso en tiempos

de paz.

Pese a que a Samuel le llegó la traducción de la palabra como

desmodos a través de su traductor acoplado, no pudo evitar oír de la boca del

propio representante de los humanos la alusión despectiva hacia su raza,

Kojna Dento, con el consecuente malestar y tensión palpable en la sala. Samuel

decidió obviar ese suceso por el bien de la reunión.

―Somos conscientes de ello, sir Legi1; comprenda que no nos

queramos ver envueltos en una nueva guerra por culpa de unos pocos

lunáticos.

―Sabe que desde el final de la guerra interplanetaria, tras el

Incidente de Marso, hemos malvivido en Tera. ―Las facciones de Legi1 se

tornaron más duras mientras hablaba―. Puedo decirle con seguridad que mi

propia gente actuaría bajo sospechosos intereses si esto sucediera. Haciendo

caso omiso a todo lo que no fuera conveniente. Por desgracia.

―¿Qué quiere decir exactamente, sir Legi1? ―preguntó uno de los

dignatarios.

!33

Page 34: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Que les bastará cualquier excusa para poder invadir su planeta.

―Hizo una breve pausa―. Y quedárselo. ―Se rascó la oreja inquieto.

Los tres dignatarios, incluido Samuel, se mostraron muy nerviosos

tras su declaración.

―¿Es que quieren repetir lo de Marso? ―dijo uno de los senadores

desmodos golpeando la mesa con el puño cerrado―. ¿Es que quieren volver

a aniquilar otro planeta? ¿!No han tenido suficiente!? ―maldijo, perdiendo

los papeles.

―Por favor, señores, mantengamos la calma… ―Samuel le lanzó

una mirada reprobadora que le hizo avergonzarse. No volvió a pronunciar

palabra durante el resto de la reunión.

―Tenemos que ser resolutivos, debemos tener una perspectiva clara

del asunto que nos concierne ―aconsejó Samuel tajantemente.

―Desde mi facción no podemos hacer gran cosa, sabe que somos

unos desplazados en nuestra propia sociedad ―dijo Legi1―. Aunque

queremos la paz tanto como ustedes quieren vivir tranquilos. El Credo

Industrial está haciendo mucho daño; vuelve a la gente cada vez más fría y

manipulable. Vivimos constantemente en crisis y tienen suficientemente

lavado el cerebro como para meterse de lleno en otra sangrienta batalla si se

les empuja. ―Carraspeó de nuevo―. Los câlîgâtum son una amenaza mayor

de lo que ustedes creen. ―No apartó la mirada y los miró fijamente,

entrecerrando los ojos.

!34

Page 35: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Un pequeño silenció viajó por la habitación, sumiendo todos los

pensamientos en penumbra.

Fue justo en ese momento cuando se oyeron los primeros gritos

provenientes del pasillo, tras la puerta de la gran sala. Federic sacó su arma

rápidamente y los tres humanos que protegían a Legi1 le imitaron

poniéndose en alerta. Medio minuto más tarde, una gran explosión

sobrevino, las paredes temblaron haciendo caer sobre ellos una lluvia de

hojas de hiedra.

Los dignatarios desmodos y el humano se levantaron asustados.

―¡Corran! ¡Corran a la sala contigua! ―gritó Federic indicando que

se apresuraran.

Los comunicadores que cargaban los humanos restallaron con

entrecortados gritos de alerta.

Apenas dio tiempo a que cruzaran la puerta de la otra habitación

cuando un gran estruendo sonó de nuevo en el pasillo. Lo último que vio

Samuel fue el rostro completamente desencajado de Federic, con los ojos

abiertos de par en par, separándose lentamente de la puerta.

!!!!!

!35

Page 36: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia y K11 estaban cruzando una arboleda dentro de la ciudad.

Para él era una travesía única, jamás había visto tanta naturaleza viva de

verdad. Estaba maravillado con el entorno cuando de repente oyeron una

explosión que venía del centro.

K11 paró el vehículo en seco.

―¿Qué ha sido eso? ¡¿Tú tienes algo que ver?! ―se dirigió

desconfiadamente hacia Addaia.

Haciendo caso omiso ella saltó del vehículo y comenzó a correr en

dirección a la explosión atajando camino por entre la espesura.

―¡Eh! ¡Eh! ¡Maldita sea! ―K11 dio un brinco yendo tras ella.

Corría como un demonio; después de varios minutos de carrera cada

vez la tenía a mayor distancia. Resollando como un animal de carga se paró

cinco segundos para coger aire. «¿Cómo es posible que sea tan rápida? Podría

recoger mi corazón del suelo». Frustrado, se frotó el pecho y siguió

acelerando tras ella.

Addaia sentía la presencia de su padre cerca, se apresuraba en llegar a

él con todas sus fuerzas. Se escuchó otra detonación, esta vez más lejana.

«Tengo que llegar a tiempo», se dijo.

Parvus estaba a varios metros de distancia, alcanzándola a pequeñas

zancadas y sorteando todo tipo de grandes obstáculos que trababan el paso a

su pequeño pero rápido cuerpo.

Addaia llegó hasta una alta pared blanca que circundaba el bosque.

Sobre ella había una pasarela donde aparentemente había sucedido la primera

explosión. Se quedó pegada al muro y afinó su oído. Gritos de auxilio,

!36

Page 37: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

angustia, disparos y jadeos. Pisadas cerca de ella, descontroladas. «Necesito

un arma ―pensó―. Si subo desarmada a la pasarela seré un blanco fácil».

―¡Parvus, sube y consígueme algo para defenderme!

El androide, que acababa de llegar, escaló por la pared rápidamente y

se esfumó por ella sin vacilar.

Tras un momento los gritos y las pisadas cesaron. Addaia explotaría

en cualquier momento si Parvus no aparecía inmediatamente. Se asomó unos

segundos más tarde portando un têlumn, un arma desmodos prohibida desde

hacía siglos. «¿De dónde demonios la ha sacado?».

―¡Ayúdame! ―Tendió una mano hacia el androide, que la ayudó a

subirse a la pasarela, y agarró el arma prohibida.

Con un ágil y controlado movimiento, rodó agazapada hasta cubrirse

tras un gran ornamento de piedra en forma de flor. La pasarela estaba

aparentemente vacía, solo podía entrever algún herido o cadáver tirado por el

suelo.

El olor a sangre humana le llegó como una bofetada. La pilló tan

desprevenida que tuvo que hacer un esfuerzo titánico para calmar la

tremenda sed que le sobrevino. Ya hacía horas de su última toma de cruor y

el resto de sus dosis permanecían en la vinger accidentada. El cruor era la

sustitución perfecta a la sangre desde hacía casi un milenio. Sin embargo,

aquel aroma tan puro… Cerró los ojos e intentó concentrase. Unos aullidos

humanos la despertaron de golpe.

K11 la vio agachada sobre la pasarela. Tomó otro camino para poder

acercarse, donde pudo escalar con facilidad hasta ella sin que nadie le viera.

!37

Page 38: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Él también había escuchado los alaridos provenientes de una zona más

apartada.

«No puede ser», pensó Addaia mientras contemplaba la escena a

unos veinte metros de ella. Un ser que parecía un desmodos devoraba un

humano. Tenía el pelo largo y enmarañado, de rostro endemoniado y

protegido con armadura negra. La sangre caía a borbotones de su boca

mientras clavaba con afán sus colmillos en la desgraciada víctima. Addaia se

quedó atónita ante aquel cuadro. Inesperadamente, el asqueroso desmodos

percibió su presencia. Se quedó mirándola fijamente, inmóvil.

K11 casi no pudo advertir los movimientos que ocurrieron a

continuación. De un salto impresionante el demonio subió a una torreta

cercana, apuntando directamente a Addaia con su arma, quien de pronto ya

no se encontraba donde la había visto por última vez.

Desde la otra punta de la pasarela nació una descarga cegadora, un

relámpago púrpura atravesó el escenario directo hacia la torreta. Tras un

fuerte estallido cayó fulminada en pedazos. Una fuerza destructiva como no

había visto jamás.

Pudo ver como la piedra y el desmodos se fundían a la vez en una

masa gelatinosa. Todo en un breve intervalo de tiempo. Poco después llegó

un olor nauseabundo a carne frita proveniente de aquella amalgama

sanguinolenta y la humareda que había causado. K11 se cubrió la nariz con

una mano, arrugando el entrecejo.

Todo parecía ahora en calma. Se acercó cautelosamente al origen de

los disparos esperando encontrarla. Cuando estuvo a escasos pasos de ella.

Addaia restalló:

!38

Page 39: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡No te acerques! Por favor… ahora no ¡Aléjate de mí! ―le dijo

jadeando.

―¿Te han herido? ―preguntó preocupado.

―No, no es eso, estoy bien es solo que…

Su voz sonaba débil y pesada.

Addaia sentía palpitar su sed, sus ojos se perdían en los restos de

sangre, la piel dulce de aquel chico…

―¡Vete! ―volvió a gritar con toda la voluntad que pudo concentrar.

K11 retrocedió dos pasos hacia atrás, confundido. La miró perplejo,

parecía como ida.

Cerró los ojos. «Mierda, vete, vete, vete, no pienses, Addaia, no

pienses, ¡concéntrate!», se obligó a sí misma.

Cuando alzó la vista, K11 ya no estaba allí, fue un alivio que

apaciguó ligeramente su ansiedad.

Consiguió sobreponerse a duras penas, saliendo de aquella marea

roja que la dejaba atontada. Parvus echó a andar tras ella.

K11 llevaba apenas un par de minutos en la sala de reunión bajo el

dragón blanco, cuando Addaia apareció por la puerta destrozada. Allí solo

había silencio y cuatro cuerpos inertes en el suelo.

Reconoció el cadáver del hombre que vino a recoger a su padre,

Federic, junto a tres humanos más.

!39

Page 40: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Estaba aquí, pero hace bastante que ya no está. Se lo han llevado

―dijo Addaia, con una gran carga de frustración en su voz―. O quizás

puede que esté muerto… ―Su voz sonó ahora como si le hubieran

arrancado el corazón.

K11 descubrió la sala contigua, completamente hecha añicos y su

interior vacío, esta vez sin restos. «También ha desaparecido Legi1», pensó

K11.

―Está claro que han sido los câlîgâtum, esto es una declaración de

guerra en toda regla ―sentenció K11.

Addaia tras oír la palabra câlîgâtum notó un escalofrío. Sabía de ellos.

Había conocido a algunos a lo largo de su vida. La mayoría despojos sociales

que habían sido desterrados. Pero aquello… aquello era diferente. Más

parecidos a monstruos que a desmodos.

Oyeron pisadas y voces provenientes del pasillo que se acercaban

hacia ellos. Los dos se apresuraron a esconderse poniéndose a cubierto.

Cuatro humanos armados con dronimma aparecieron en el gran

salón inspeccionando el lugar. Formaban parte del destacamento de

seguridad Civitanig. K11 se relajó.

―Esto es un desastre ―dijo el más joven de ellos.

K11 se levantó alzando las manos.

―No disparéis. Acabamos de llegar también.

Le apuntaron con sus dronimma.

!40

Page 41: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿K11, verdad? ―preguntó uno de los chicos que pareció

reconocerle.

―Sí.

―¡Bajad las armas! ―exclamó un tercero que parecía el líder―.

¿Quién va contigo? ―interrogó cuidadoso cuando vio una figura femenina

cerca de él.

―Un desmodos aliado. ―K11 observó claramente cómo todos la

miraron con visceral desprecio.

Tras una breve pausa reveladora uno de ellos habló cambiando su

tono de voz:

―Estamos bien jodidos. Solo hemos sobrevivido los de la periferia.

Ha sido un asalto relámpago.

―Quedan algunas naves utilizables, vamos a evacuar. No sabemos si

estos engendros son capaces de volver a acabar el trabajo. Nos vamos a

marchar ya ―instó el más joven.

―Tenéis razón, será mejor ir hacia el hangar ―dijo K11.

Miró a continuación a Addaia, que estaba con la mirada perdida;

parecía desorientada y decidió cogerla del brazo.

―Vámonos ―le instó―. Aquí ya no hay nada que podamos hacer.

Le siguió sin pronunciar palabra.

Llegaron a las pistas de aterrizaje en poco tiempo. Solo dos naves

parecían operativas a simple vista. Los crueles câlîgâtum habían pasado por

!41

Page 42: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

allí, matando y desangrando a todo aquel que habían encontrado. Por

supuesto, también se habían molestado en inutilizar toda vía de escape

posible a su paso.

―¡Solo dos funcionan! El transporte de cuatro tripulantes y la

vinger del fondo ―dijo uno de los soldados señalando―. Volvemos todos a

Tera inmediatamente. Hay que comunicar esta catástrofe y la desaparición del

cabeza Legi1.

―Tú y la señorita iréis en esa vinger ―ordenó el líder señalando a

K11 de manera taxativa―. Nosotros cuatro cabemos justos en la nave

transporte.

Addaia despertó de su sopor. No tenía ninguna intención de ir con

los humanos. Quizás sería su imaginación, pero podía sentir aún algún

resquicio del alma de su padre. Ya no se encontraba en aquel planeta, sin

embargo, podía estar en cualquier otro. Tampoco quería ser apresada en Tera

por su condición. Notaba el desagrado que creaba a su alrededor; nadie

quería verse mezclado con un desmodos. Decidió callar y esperar.

El soldado al mando, que parecía tener más experiencia que ninguno,

notó la mirada tensa de Addaia.

―¿Alguna objeción? ―dijo sin esperar respuesta alguna―. Una vez

allí nos dirán cómo debemos proceder ―sentenció.

Los cuatro soldados subieron aprisa a la nave de transporte y se

prepararon para el despegue. Addaia y K11 se dirigieron hacia la vinger, que

superficialmente parecía intacta.

― Parvus, sube ―ordenó al androide palmeándose el hombro.

!42

Page 43: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Con una intrépida soltura mecánica, Parvus subió escalando por su

cuerpo hasta sentarse en su hombro.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos de los soldados, K11

habló.

―¿Estás de acuerdo con esto?

―¿Qué opción me queda? ―le contestó ásperamente.

―Puedes quedarte aquí.

―Yo tampoco he visto ninguna nave más disponible ―contestó―.

Ni pilotos.

Sondeó su rostro en busca de alguna emoción o señal que le revelara

si estaba tramando algo. No parecía una mujer de las que se dejaban llevar.

Llegó a la pequeña nave aún dudando, pero se decidió a buscar un

uniforme dermoadaptado dentro de la cabina de la vinger.

―¿Sabes cómo pilotar esta nave? ―preguntó ella.

―Sé cómo hacerla llegar hasta mi casa. Como comprenderás no

puedo dejarte pilotarla.

―¿Es que soy una prisionera? ―Parvus se puso en tensión sobre su

hombro, se agarró con más fuerza, nervioso.

―Por favor, sube y ocupa el asiento de copiloto ―instó K11

amablemente con un ademán, evadiendo su pregunta.

!43

Page 44: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia ocupó su lugar ajustando todo perfectamente a su cuerpo, se

acopló la bioesfera de seguridad en la cabeza y revisó que todo estuviera

correcto.

La nave transporte con los cuatro soldados dentro despegó a pocos

metros de ellos y salió disparada por la compuerta reventada del hangar.

―Por Dios, espero que no haya nadie esperándonos ahí fuera

―murmuró él.

―No te estás poniendo bien los sensores ―le señaló Addaia desde

su asiento―. Harás que nos matemos.

―¡Está bien, hace mucho que no piloto una nave de estas!

―contestó encrespado.

Addaia cerró la escotilla de la cabina.

―Ayúdale, Parvus ―le indicó.

El androide se acercó a la parte delantera y ajustó los sensores a K11

como le habían ordenado, lo justo para que no se diera cuenta mientras

introducía uno de sus miembros periféricos en la ranura de propulsión de la

nave. La vinger se preparó para el despegue.

―¡Un momento! ―exclamó K11.

―¡Parvus! ¡Sujétale! ―ordenó Addaia.

Con gran pericia, Parvus deslizó una soga de mecrametal que extrajo

de su propio cuerpo alrededor de K11, inmovilizándolo.

!44

Page 45: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Maldito seas, bicho repelente! ―rugió con todas sus fuerzas,

forcejeando inútilmente―. ¡Me las vas a pagar, trasto inútil! ¡Y tú…! ¡Y tú…!

―exclamó tratando de mirar hacia atrás.

―Y yo… ―le interrumpió―. No pensaba irme a vuestro planeta

para acabar interrogada o, quién sabe, hasta torturada. Mi padre sigue ahí

fuera. ¿De verdad esperabas que no hiciera nada? ―le aseveró mientras

computaba sosegadamente su nuevo destino.

Consiguió despegar la vinger con pericia, no sin dar antes

instrucciones concretas a Parvus, que ahora se encontraba sentado sobre K11

al mando de la nave. Salieron al exterior de la ciudad. Afortunadamente nada

amenazante esperaba allí fuera.

K11 estaba intentando soltarse de sus ataduras cuando Addaia le

sugirió que se relajase.

―Es mejor que cierres los ojos. Vas a sufrir una ligera conmoción.

Tengo que calcular justo el momento en el que te desmayes. Si me paso

puedo matarte.

―¡¿Cómo?! ―aulló alarmado él.

Addaia chasqueó la lengua; había sido un intento inútil de persuadirle

para que se calmase.

―Parvus, agárrate bien.

El androide se apresuró a abrazarse a la pierna de K11.

Addaia aceleró la vinger de tal modo que los carrillos de él ondearon

abriendo su boca en un espasmo. De su garganta solo consiguió salir un grito

!45

Page 46: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

ahogado. Cuando la nave viró bruscamente en línea vertical, sus ojos

comenzaron a ponerse en blanco intentando resistir la fuerza de la gravedad.

Viró de nuevo lateralmente antes de salirse fuera de la inmensa bóveda.

Finalmente, dejó caer la cabeza cuando perdió el conocimiento.

Continuó un poco más hasta que estuvo segura de que este se había

desmayado y desaceleró la nave.

―Bien, por fin. Créeme, Parvus, cuando lleguemos a Caelus Sidus

nos matará por esto. ―Addaia hizo una mueca―. Átale mejor, por si acaso.

Parvus aprovechó que K11 estaba inconsciente para meterle una

patada en la espinilla con todas sus ganas.

!!

!46

Page 47: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 2

La noche más oscura

!―¿Por qué me retienes?

―Mi vínculo contigo no me permite matarte.

―Ella jamás te apoyará en esto, y lo sabes.

―Si hubiera habido algo en este mundo que me hubiera hecho

cambiar de idea, habría sido ella, pero también me la quitaron.

!!El planeta Tera era un lugar inhóspito y difícil. Sobrevivir allí

significaba formar parte de alguna facción, pobre o rica, pero todas servían al

Credo Industrial de manera ferviente.

Doscientos años atrás, la guerra interplanetaria entre Marso y Pangea

había acabado con la destrucción de uno de los planetas, Marso,

originariamente colonizado por la raza desmodos. Los humanos, tras el

fatídico suceso, acabaron huyendo de la peligrosa y contaminada Pangea,

conquistando pobremente el planeta adyacente, Fonteius Sidus o Tera, donde

la terraformación nunca fue completada del todo. La infertilidad, junto con la

!47

Page 48: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

gran mortalidad infantil, eran una merma entre la decadente sociedad, que se

agolpaba en las ciudades flotantes de plastometal.

Con una población de trece millones de personas en poco más de

mil quinientos kilómetros cuadrados, solo la burguesía gozaba de ciertos

privilegios, los llamados también fanáticos Guberno-Industriales. La mayoría

eran representantes de las principales empresas del planeta, embebidos por la

adicción y la corrupción interna. Todo Fonteius Sidus era ahora dirigido y

monopolizado por los Nueve, su gobierno actual, dividido en nueve

industrias diferentes que poseían el poder absoluto.

Uno de los Nueve, Isembard, se encontraba en una de las salas

pertenecientes a las más altas castas del planeta Tera, emplazada bajo tierra en

uno de los cuatro abarrotados satélites que giraban alrededor de Tera.

Observaba la muchedumbre a su alrededor, altivo y solitario.

Una especie de opulenta fiesta se celebraba allí de forma habitual, y

aunque todos los Nueve eran siempre invitados, pocos de ellos asistían ya.

Un hombre se acercó tambaleándose torpemente hasta Isembard,

plantó en su cara una especie de cóctel de color indefinido sosteniéndolo con

solo dos dedos. Un agente de seguridad a su lado se puso nervioso ante la

torpeza del espontáneo. Parecía borracho o drogado.

―Lord Isembard, tómbrese este potennnte tónico eshtimulante, ya

nadra será igual ―parloteó totalmente ebrio, alzando el jugo multicolor con

entusiasmo.

El hedor a alcohol revenido y la halitosis galopante le llegaron junto

con sus bamboleantes palabras. Se apoyó en la mesa porque no parecía poder

!48

Page 49: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

mantenerse en pie por más de dos minutos. Claramente iba hasta arriba de

cualquier tipo de drogas de las que corrían por allí a menudo.

―Guiu. ―Isembard pronunció su nombre con desdén―.

Agradecería que siguieras en la otra mesa. Me molestas.

Guiu asintió achispado.

―¡Disculbe, disculbe… ¡No volvrerá a pashar, majestad…! ―Alzó

un dedo hacia arriba y lo bajó después formando una línea recta, a modo de

torpe reverencia. Tras el gesto de burla se marchó dando un traspié muy

dignamente.

«No sé por qué sigo viniendo a estas estúpidas juergas», pensó,

dándole vueltas a su discreta y solitaria copa.

El ruido era ensordecedor, algarabía y risas de fondo. De entre toda

esa amalgama de sonidos se oía de fondo a la orquesta tocar. Un grupo de

tres desgraciados laboristos con instrumentos de cuerda Mola, tocando

alguna vieja canción que antaño pudiera haberle resultado divertida.

Pese a que la sala era enorme, el ambiente estaba cargado por una

densa capa de humo. Isembard se dijo a sí mismo que sería la última. Al

principio, hacía ya bastantes años, ese tipo de fiestas le complacían. Incluso

las drogas bailaban a su alrededor sin ningún tipo de pudor. Probándolo

todo. Con el tiempo, su interés había menguado hasta el punto de

encontrarlas decadentes. Ser uno de los Nueve era muy estresante y de vez en

cuando le venía bien abstraerse, pero aquello ya no le llenaba para nada.

Se frotó la barbilla pensativo. Llevaba días sin afeitarse, seguramente

tendría una pinta horrible. Tenía el cabello moreno, salpicado de canas,

!49

Page 50: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

recortado al estilo burgués. De ojos grises y mirada profunda, surcado por

unas pequeñas arrugas que ya comenzaban a ser demasiado pronunciadas

para su gusto.

Había heredado su industria, como casi todos los Nueve, a la edad

de veinticinco años; ahora tenía veinte más a las espaldas y últimamente las

preocupaciones le habían colapsado hasta el punto de volverse esquivo con la

gente. Las cosas no iban bien. Todo en Tera marchaba gracias a él; era dueño

de la industria de procesamiento de energías y el terrateniente del planeta

Pangea. Sin energía, Tera no era nada. Con su carencia todo dejaría de

funcionar. Su responsabilidad era tan grande como tener millones de vidas en

sus manos. Y las cosas no andaban nada bien.

Miró el fondo de su copa abstrayéndose del tumulto. Pensó en el

mar de Pangea. Ese océano radioactivo y contaminado. Un planeta

inhabitable, destrozado, succionado hasta la última gota de recursos y de

cualquier tipo de vida que lo hubiera podido llegar a habitar. Ahora solo

servía como una enorme masa recolectora de energía, gracias a las fuertes

tormentas eléctricas que envolvían todo el globo. Incluso los días habían sido

alterados desde que vaciaron su única luna, saqueando todas sus materias

primas. Esta se había ido alejando poco a poco de su campo gravitatorio,

alterando su órbita levemente, haciendo que los días fueran más largos. Sin

contar con la destrucción del planeta Marso, su vacío en el espacio también

supuso un cambio sustancial en parte de su nebulosa.

Todo era un cúmulo de mierda que se había ido amontonando hasta

llegar a ese punto.

!50

Page 51: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Y él era el propietario de un triste planeta destartalado. Ni siquiera

apto para terraformar. Pangea, el planeta origen y ahora convertido en la

ramera del sistema solar.

Su máxima preocupación era conseguir atajar los problemas de

degradación que estaban ocurriendo en la gran red de sistemas

automatizados asentados allí. Se estaban haciendo viejos y estaban fallando.

Su autosuficiencia tenía unos límites y las incursiones realizadas al planeta por

humanos eran extremadamente peligrosas, además de poco rentables. La

mayoría no volvían con vida.

Tera y sus satélites necesitaban más, cada vez más y el cada vez tenía

menos. ¿Cómo iba a salir de aquel círculo vicioso?

Alguien se acercó, obligándole a despertar de su sopor.

―¡Lord Isembard! ―voceó un chico joven uniformado frente a él.

Formaba parte de la seguridad de aquel lugar. No reconoció su cara.

―¿Qué rayos pasa? ―respondió malhumorado.

Algunas miradas se giraron a curiosear.

―Se solicita su presencia urgentemente en La Ĉambro Principal.

Señor.

―¿Cómo? ―Isembard sonó sorprendido―. ¿Quieren que viaje

ahora hasta Tera para una de sus estúpidas reuniones? Acabo de llegar al

satélite, no me pienso mover de aquí ―contestó agobiado.

Más miradas captaron su atención.

!51

Page 52: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Mi lord, los ocho restantes ya se encuentran allí. Lo siento, señor,

es altamente imperativo que se presente. Una vez lleguemos podrá entender

lo delicado de la situación.

El chico comenzó a ponerse nervioso y a mirar a su alrededor

inquieto. Hizo una reverencia apremiante a Isembard.

―¡Maldito seas…! Que alguien prepare mi transporte ¡Vamos, inútil!

―le espetó sin mirarle.

―Sí, milord, lo siento, milord.

El chico salió disparado, dejando una ristra de miradas curiosas a su

paso. El jolgorio del local había bajado sensiblemente, muchos asistentes se

interesaban por el suceso.

―Primero me terminaré mi copa ―se dijo a sí mismo Isembard,

disgustado.

!!

!52

Page 53: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

La Ĉambro Principal era la más extraordinaria estancia del edificio

del gobierno. Ubicada justo en el núcleo de la ciudad más enorme jamás

conocida. Suspendida a cientos de kilómetros sobre el mar de plata de Tera.

Aquella ciudad acogía a gran parte del total de la humanidad, principalmente

de clase trabajadora. Dividida en varias cúpulas o plataformas en forma de

colmena, que formaban una telaraña de edificaciones caóticamente

ordenadas, conectadas por gigantescos conductos que hacían las veces de

método de transporte.

Isembard entró en la sala. Había ocho personas sentadas alrededor

de una gran mesa negra con forma de círculo, un plafón transparente

sobresalía del centro. Altas paredes negras como la mesa, sobrias, con un par

de ventanales inmensos a cada lado. Con un techo abovedado a gran altitud

del suelo, blanco nacarado, dando una sensación de espacio monumental.

Casi provocaba vértigo al mirar.

No había decoración en aquel salón. Solo mobiliario funcional y

varios robots secretarios, más un par de androides que se dedicaban a servir

comida y bebida a los asistentes afanosamente.

Isembard se acercó a la mesa y ocupó el único asiento vacío que

faltaba por llenar.

―Ha tardado ―se quejó uno de los asistentes, sin dejar de mirar su

teluris.

Isembard se ajustó la ropa tras sentarse, ignorándolo.

―¿Qué es lo que corre tanta prisa, amigos míos? ―preguntó él.

!53

Page 54: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Estudió las caras de los demás; no presagiaban nada bueno, incluso

algunos de ellos sonreían levemente. Aquél gesto auguraba algo aún peor.

―Hemos sufrido un ataque desmodos.

Isembard entrecerró los ojos, suspicaz.

―¿Qué quiere decir exactamente con ataque?

―Te pondré al día, camarada ―dijo otro de ellos sardónicamente.

Se trataba de Malmastro. El cacique del Credo Industrial, el obeso

pastor universal de todas las almas de Tera. Su rechoncha barriga ocupaba

media sala.

―Tarde o temprano esto iba a pasar ―continuó―. Esos hijos del

demonio nos han atacado con todas sus fuerzas en un satélite cerca de su

planeta. Era una reunión secreta en misión de paz. Nosotros íbamos a

acogerlos en nuestro seno y mirad cómo nos lo pagan ―despotricó sin

pestañear.

―¿Alguien sabía algo acerca de esa reunión secreta? ―preguntó

asombrado Isembard a todos los presentes.

Esta vez fue el dueño de la industria fármaco-narcótica quien habló:

Tajdo Koruptita.

―Bueno, hasta donde sabemos ha sido la facción Civitanig la que ha

viajado hasta allí para contactar con ellos.

!54

Page 55: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―O sea, que no había sido aprobada por ninguno de nosotros. Que

yo recuerde, todavía está activa la Ley de No Contacto con los Kojna Dento

―conminó él.

―Así es, ha sido un acto deliberadamente separatista ―contestó

Tajdo.

―¡Siguen siendo humanos! ―restalló Malmastro, que veía su

opinión tambalearse ante aquellos dos―. ¿Es que vamos a quedarnos de

brazos cruzados mientras atacan a nuestros siervos? ¿Qué pasará con sus

almas, y las nuestras, cuando vengan a clavarnos sus colmillos en nuestras

propias casas?

El carácter de Malmastro era conocido por todos. Odiaba más que a

nadie a la raza desmodos. Su Credo radicaba en el odio hacia ellos y en la

veneración hacia el trabajo duro. Produce para vivir. Consume para liberarte.

Trabaja y sé servil. Esas eran sus consignas. Todos le hacían caso. Era un

hombre peligroso.

―Entiendo su postura, Malmastro ―contestó prudentemente

Isembard, intentando mantener la calma―. Desde hace milenios no había

acontecido nada semejante. Mi memoria no llega a recordar ni una sola vez

que nos hayan atacado primero. Adonde quiero ir a parar es que llevamos dos

siglos de tratado de neutralidad ―añadió―. ¿Qué razón necesitan ahora para

un ataque? Debe haber algún motivo que desconocemos.

―¡No hay ninguna explicación, la única razón es que siempre nos

han odiado! ¡Esto es una declaración de guerra! ―Malmastro alzó su

corpulento cuerpo de la silla bramando, desafiante.

!55

Page 56: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Un murmullo recorrió la estancia. Isembard sintió un terrible

escalofrío. «Una guerra no, ahora no; es una locura».

Tajdo, el dueño de la industria fármaco-narcótica, e Isembard, se

miraron.

―Hay que someterlo a votación ―dijo uno de los asistentes.

―Un momento, ¿tan rápido? ¿No deberíamos esperar a tener más

información al respecto?

Malmastro lanzó una mirada fulminante a Isembard.

―La información ya ha sido expuesta. Creo que todos pensamos

que es la hora de decidir; no podemos dejar esto en manos del tiempo.

Un nuevo murmullo de asentimiento recorrió la mesa, algunas

disimuladas sonrisas asomaron entre los asistentes.

―Deben declarar si apoyarán o no incondicionalmente una ofensiva

contra la raza desmodos, iniciando una guerra para la conquista del planeta y

la rendición de su gobierno.

Fue el representante de la industria de armamento quien pulsó los

botones de la pantalla de plastometal colocada en el centro de la mesa. Una

gran luz blanca apareció en la pantalla volviéndola opaca. Tras eso,

emergieron una serie de números en rojo y datos concernientes al tema.

―Por favor, señores, utilicen su teluris para dar el voto anónimo

―invitó gentilmente.

Isembard se sintió coaccionado; algo estaba siendo ocultado y

obviamente algunos de los presentes ya tenían esa información en su poder.

!56

Page 57: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Sin embargo, seguramente no les convenía compartirla. Muchos intereses

había allí, demasiados. Colocó un rotundo voto negativo en su teluris y

examinó a los demás, nervioso. Rezó para sus adentros, suplicando algún

milagro que le diera más tiempo.

Tras un escaso minuto que se le antojó eterno, el resultado de la

votación apareció flotando en llameante rojo. El mismo que tiñó su

semblante de estupor y desesperación mientras lo contemplaba.

!!

!57

Page 58: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El Palacio de Salis era ahora un sitio desierto y aislado. Antaño,

cuando Addaia era un a desmodos doscientos años más joven, la vida se

agolpaba con fervor entre sus paredes blancas. El bullicio de sirvientes,

invitados y todo tipo de personalidades atraídas por su famosa familia

revoloteaban constantemente como un enjambre a su alrededor. Venían

sobre todo atraídos por sus especiales dones. Ella era capaz de sentir cosas y

de crear muchas otras de forma genuina. Su belleza y aptitudes eran

envidiadas y veneradas. Eso a ella le disgustaba bastante. Prefería vivir una

vida sencilla, alejada de muchedumbres que solo la agasajaban. Su padre

siempre le aconsejaba que debía ser condescendiente con los demás. Su

responsabilidad no era ignorar a la gente que la amaba ni que la odiaba. Solo

aceptarla.

K11 yacía tumbado en la cama de su propia habitación. Addaia se

encontraba observándole de cerca mientras su mente divagaba. K11 poseía

una suave piel ligeramente tostada, llena de vida, le fascinaba. Unos rasgos

orientales muy marcados que le concedían un gran atractivo, de ojos rasgados

y boca sugerente, mandíbula marcada, un cuerpo fuerte y atlético. En

conjunto le resultaba cautivador. Pensó en su edad; comparado con ella debía

ser un niño. Addaia se preguntó si conocería algo de su raza asiática originaria

de Pangea, probablemente no. Las distinciones físicas entre los humanos se

habían perdido con el tiempo, quedaban tan pocos que ya no importaba,

tenían dos manos para trabajar y eso ya era suficiente.

Hacía siglos que no trataba con uno de ellos y ciertamente había

olvidado cómo comportarse en su presencia. Así que le había suministrado

una droga suave para inmovilizarle las piernas, antes de despertarlo. Por si

acaso.

!58

Page 59: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Debía ser precavida; su reacción podría ser muy mala. Él no era

consciente de que ella tenía fuerza suficiente como para quebrarlo como la

ramita de un árbol. Mejor evitar esa opción. Al menos dominaba su lenguaje

a la perfección, ni siquiera necesitaba de un traductor y eso facilitaba mucho

las cosas.

Apenas hacía una hora que habían llegado a Caelus Sidus,

aterrizando directamente en el palacio. Había habilitado una nave de

transporte êvo que la llevaría hasta donde tenían retenido a su padre. Cada

minuto que pasaba era una ocasión más para perderle. Así que tenía prisa por

irse. No iba a ser un viaje fácil… estaba segura de que se encontraba en la

cara oculta de Caelus, un lugar indómito y desapacible. Congelado en su

totalidad. Con fuertes ventiscas que te dejaban helado con solo tocarte.

Supuso que los radares enemigos podían detectarla fácilmente si se

acercaba demasiado desde el cielo; para evitarlo, había cargado en la bodega

de la êvo un transporte terrestre para cuando llegara a una distancia

prudencial del lugar.

Aunque había dos problemas añadidos. Sin un copiloto el viaje sería

demasiado complicado y tenía secuestrado a un humano.

Se acercó a K11. Pulsó delicadamente con la yema de sus dedos en el

sitio adecuado de su cuerpo; pronto se reactivaría su circulación recuperando

la conciencia. Se sentó cerca de él.

Parvus se encontraba junto a ella con gesto ceñudo, vigilándolo

todos sus movimientos atentamente.

K11 comenzó a parpadear, una intensa luz de atardecer le cegaba,

entraba por un gran ventanal cerrado, traspasando unas blancas y vaporosas

!59

Page 60: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

cortinas. Se sentía mareado y con muchas náuseas. Abrió los ojos lentamente

sintiéndose desorientado. No reconocía el lugar, pero una gran calma parecía

reinar allí. Se dio cuenta de que estaba estirado en una mullida cama. Las

sábanas estaban suavemente perfumadas y la cantidad de olores agradables

que le llegaban eran abrumadores y nuevos. Sobre todo comparándolo con su

cuartucho y sucia litera, de luz artificial perenne, que compartía con otros

civitanig en Tera. Su primera reacción fue incorporarse toscamente y vomitar.

Un pequeño androide saneador apareció repentinamente en la

habitación, limpiando todo aquel desastre sin dejar rastro.

Addaia se levantó y le tendió un pañuelo para que se limpiara.

―¡Tú! ¡Qué me has hecho! ―restalló él, rechazando su

ofrecimiento.

―Lo siento de veras ―se disculpó Addaia

―Mierda, me encuentro fatal. Todo me da vueltas.

―Te he suministrado una droga calmante.

―¿Qué me pasa en las piernas? ¡No puedo moverlas! ―exclamó,

mientras frustrado se removía en la cama intentando apresarla con una mano.

Addaia fintó y se irguió de nuevo grácilmente.

―Por favor, te ruego que me disculpes. No podía arriesgarme a ir a

tu planeta para ser apresada o quién sabe qué. Me vi obligada a hacerlo. Sin

embargo, no te deseo ningún mal. Puedes volver cuando quieras, te cederé un

transporte cuando gustes y una recompensa por las molestias.

Su voz parecía sincera. K11 se calmó por el momento.

!60

Page 61: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Te agradezco mucho la ayuda que me prestaste en Pômum Rubra

―siguió.

―Sí, ya veo tu forma de agradecer las cosas ―farfulló él indignado.

―Perdóname, ni siquiera sé tu nombre todavía.

Tras dudar un instante, dijo:

―Me llamo K11. Tú eras…

Ella recordó habérselo dado ya.

―Addaia Stadpole ―le ayudó―. ¿Qué tipo de nombre es K11? Oí

que se referían a ti así en Rea.

Su pregunta pareció quedar en el aire cuando K11 comenzó a notar

sensibilidad en las piernas poco a poco. Consiguió mover el dedo de un pie.

―El efecto se está disipando. Necesitas comer o beber algo. Creo

que el recopilador será capaz de reproducir algún alimento para humanos.

―Un poco de agua ―carraspeó.

―Claro.

Addaia se acercó al recopilador aprisa, apenas podía contener sus

nervios, era especialista en no mostrar sus sentimientos, pero no conseguía

contener su impaciencia. Había tomado una dosis de cruor al llegar,

acertadamente. La sed se le agraviaba más en momentos de tensión. «Agua,

no sé cómo demonios voy a reproducir agua».

El recopilador había sido una gran invención integrada en la

sociedad hacía más de medio milenio. Los desmodos lo habían creado para

!61

Page 62: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

sintetizar y reproducir cruor lo más rápida y eficazmente posible. Los

humanos lo habían rediseñado hasta añadir más proteínas y vitaminas de

nivel básico. Incluyendo el agua. El sabor jamás sería igual que un alimento

natural, pero suplía las grandes carencias del sistema alimentario.

Siguió dándole vueltas a la situación. Las cosas serían más fáciles si

no necesitara a nadie más para llegar a su padre. Intentarlo sola con Parvus

podía ser una apuesta arriesgada. Solo necesitaba acercarse un poco. Una vez

en el transporte terrestre, K11 podría esperarla allí. «¿Podré convencerlo?»,

pensó. No podía confiar en ningún desmodos. A esas alturas todo el consejo

sabría de la situación, pronto intentarían encontrarla. No podía demorarse

mucho allí. Ellos intentarían detenerla, no dejarían que se aproximara a la

zona oscura del planeta. Aunque, en realidad, era la única que podía averiguar

dónde estaba exactamente el enclave de esos repulsivos seres, los câlîgâtum;

sabía que su padre se encontraba allí. La sensibilidad hacia su padre se había

estabilizado; había dejado de alejarse. Tenía que llegar antes de que volvieran

a moverlo.

Algo parecido a agua se materializó en el recopilador. Un poco turbia

y con olor acre.

―¡Esto está realmente asqueroso! ―escupió K11 tras beber un

sorbo.

―Lo sé, pero te quitará la sed y te limpiará la garganta.

―¿Estás segura? Creo que me estás envenenando. Mira qué color

tiene. ¿Es agua de una letrina? ¡Sabe a rayos! ―espetó asqueado.

!62

Page 63: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Eres un niño. Bebe y calla. ―Hizo una breve pausa―. He de

pedirte algo, K11.

―Creo que no estás en posición de pedirme nada ―escupió.

Addaia le miró con semblante frío. K11 leía la preocupación en su

rostro.

―Puedo sentir a mi padre. Sé de cierto que aún está vivo. Puedo

llegar hasta él.

K11 la miró de soslayo.

―¿Sentirlo?

―Poseo una especie de don, algo especial en mi mundo.

K11 frunció el entrecejo. No entendía muy bien de lo que hablaba. A

pesar de que las ventanas estaban cerradas, en aquella estancia hacía mucho

frío. K11 estaba congelado, lo cual, añadido al sopor de estar recién

levantado, le dificultaba pensar.

―Igualmente, ir allí después de lo que ha ocurrido es una temeridad

―dijo―. Y de las grandes. ―Sorbió de nuevo del vaso con una mueca y le

recorrió un terrible escalofrío.

―¡Mi gobierno no hará nada! Se quedarán esperando como siempre,

aletargados en su diplomacia y sus leyes. No puedo quedarme quieta viendo

cómo pierdo a la persona más importante de mi vida. Iré de cualquier

manera. Me infiltraré allí donde le tengan y conseguiré sacarle sea como sea.

Solo te pido que me ayudes a llegar cerca de allí. Nada más. Te pagaré por

ello.

!63

Page 64: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11 se quedó pensativo, caviló durante un par de minutos.

―¿Cómo puedo saber siquiera que puedo confiar en ti? ―dijo.

―Te pagaré ahora. Lo que quieras. Solo pídeme lo que desees.

«Lo que desee…», pensó. Y no pudo evitar fijarse en sus labios

rojos, suplicándole. Los desmodos ya no le parecían tan glaciales y carentes

de vida. Sufrían por los suyos. Daban la vida por una familia, luchaban aun

sabiendo que tenían todas las de perder. Le recordaba mucho a…

―Tendré que comunicar de alguna manera a mi facción que me

encuentro vivo y supuestamente sano. ―Miro de soslayo su vaso―. Y que

tardaré en volver.

Addaia dio un brinco y se abalanzó sobre él. Hincó las rodillas y le

cogió una mano dulcemente.

K11 se asustó tanto que estuvo a punto de meterse debajo de la

cama, ante su inesperada reacción.

―Que el agua que fluye en ti te oiga. Gracias, K11 ―le agradeció

posando delicadamente la cabeza en el dorso de su templada mano.

!

!64

Page 65: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Isembard deambulaba por sus dependencias. Reflexionando sobre

los hechos acaecidos.

Le había parecido que Tajdo Koruptita, el amo de la industria

fármaco-narcótica, tampoco estaba muy de acuerdo con todo lo que estaba

pasando. Quizás podría convencerle a él y a algún miembro más del consejo

para presentar una moción formal. Tajdo era famoso por su diplomacia y

saber estar. Proveía al planeta entero de sustancias estimulantes y

psicotrópicas; no había nadie en Tera que no estuviera enganchado a alguna

droga de su industria. Era un hombre atrevido y emprendedor, pero muy

voraz a la vez. Tendría que ir con mucho cuidado si no quería acabar

jugándose su propio cuello.

Había estado memorizado las sonrisillas de la estancia, todos ellos

estaban descartados. Por no hablar de Malmastro, sus intenciones eran más

que claras. «Ese maldito gordinflón fanático…», pensó.

Se miró en un espejo que había colgado de la pared de su lujoso

despacho. Nuevas arrugas surcaban su rostro. Se palpó la cara. «Esta vida me

está haciendo viejo, ¿cómo pueden ni siquiera plantearse una guerra en esta

situación?». Inquieto, cruzó la habitación dirigiéndose a la puerta. Su injerto

orientador le comunicó que Tajdo se encontraba en su despacho oficial. Se

encaminó allí sin perder ni un segundo.

―Pase, lord Isembard ―le invitó Tajdo cuando le vio llegar.

Sus reflejos cobrizos brillaban en la penumbra de la habitación,

siempre con su sonrisa de medio lado. Sostenía una copa en sus manos.

!65

Page 66: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

A Tajdo no parecía sorprenderle el hecho de que estuviera allí, pero

Isembard sí que se mostró decepcionado cuando encontró a alguien más en

la habitación, aparte de su robot secretario.

―Ah, disculpe, pensé que no tendría compañía. ―Sonó un poco

incómodo.

―No se preocupe, yo mismo he mandado llamar a Geligio, quería

hablar con él sobre este asunto tan escabroso que acaba de suceder. Supongo

que usted viene a hablarnos de lo mismo.

Isembard carraspeó receloso. Tajdo notó su desconfianza y siguió

hablando.

―A ninguno de nosotros nos gusta la idea de entrar en una guerra

abierta. Me temo que muchas cosas escapan a nuestro entendimiento en este

momento. Ha sido todo tan rápido como imprevisto.

―Desde luego no podía pasar nada peor ―constató Isembard.

―El resultado ha sido claro ―habló por primera vez Geligio―.

Todos o casi todos han votado un tajante sí.

Geligio era un hombre tímido e introvertido. Dueño de la industria

terraformadora, era más científico que político. Isembard casi no había

tenido contacto con él hasta ahora. Le observó. Era delgado, de manos

temblorosas, labios finos y mejillas hundidas. Completamente calvo, ni un

solo pelo asomaba.

―Bueno, todo indica que Malmastro se ha aliado con algunos

miembros del consejo para conseguir ciertos objetivos desconocidos. Es un

!66

Page 67: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

personaje exageradamente conservador ―habló Isembard con rostro

iracundo―. Y peligroso… ―añadió.

―Tenga cuidado, Isembard, podrían tacharle de nihilista con esos

pensamientos.

―¡Jamás! ¡Yo creo en el Credo Industrial como todos en esta

habitación! Es la base de nuestro mundo. Produce para vivir. Consume para

liberarte. Trabaja y sé servil ―recitó la directriz suprema sin pestañear―.

¿Cómo pueden siquiera dudar de mí?

Tajdo y Geligio se mostraron sensiblemente incómodos ante la

airada reacción de Isembard.

―De acuerdo. ―Tajdo se aclaró la garganta―. Nos ha quedado

claro.

Isembard levantó una ceja y miró de soslayo a los dos.

―Entonces, señores, volviendo al tema anterior, ¿qué podemos

hacer para cambiar esta circunstancia tan poco conveniente?

―De lo único que somos capaces, ahora mismo, es de comprar

votos para una propuesta de refutación. ―Hizo una breve pausa―. ¿Quiere

una copa, lord Isembard?

El secretario robot de Tajdo les acercó una botella, posiblemente del

mejor elikĵiro de todo Fonteius Sidus. Era conocido como un gran amante de

todo tipo de bebidas etílicas ilegales. Geligio ya paseaba un vaso rojo y

cuadrado con el exquisito elixir dentro. Tajdo le sirvió una copa

personalmente mientras sorbía de su propio vaso.

!67

Page 68: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Gracias ―agradeció Isembard.

―Geligio ―dijo Tajdo, señalándolo con la copa, alzado su dedo

meñique―, su industria de terraformación está muy implicada con el

poseedor de las materias primas del planeta. ¿Qué nos puede decir de él?

―¿Tinkturo Farbo? Imposible. Es un fervoroso seguidor del Credo

y de Malmastro ―contestó.

―Ya veo. ―Tajdo gesticuló amargamente.

―¿Qué me dicen de Mucio? Su empresa de ocio y lujo se vería

mermada si la cosa empeora demasiado.

―Sí, podríamos concederle ciertos privilegios a cambio de su

colaboración. Y díganme, señores ―continuó―, ¿qué vamos a ganar

nosotros con todo esto? Quiero decir, si conseguimos cambiar el curso de

esta guerra ―dijo Tajdo, tras agotar su bebida y servirse otra más.

Geligio miró a Isembard, interesado en su respuesta.

―Bueno, creo que lo principal es que no queremos que las malas

decisiones de nuestra propia historia se repitan. Todos sabemos cómo acabó

la última guerra. Millones de personas perecieron cuando el planeta Marso

despareció del mapa galáctico, por no decir la manera en la que malvivimos

en este planeta por culpa de aquello.

Tajdo meneó su dedo meñique en el aire.

!68

Page 69: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―No, no, por favor, ese tema no. Sabe que no nos gusta recordar

viejas desgracias; ahora estamos en el presente, esta es la vida que nos ha

tocado y todo eso ya forma parte del pasado ―señaló.

Los dos le miraron esperando una respuesta.

―Estoy seguro de que cada uno de nosotros obtendrá sus propios

beneficios ―dijo finalmente Isembard.

Tajdo se giró dándoles la espalda para servirse otra copa, mientras se

decía a sí mismo en voz alta.

―Por supuesto que sí.

!!

!69

Page 70: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Apenas llegaba una tenue luz solar, reflejo de alguna luna errante en

aquel arisco paraje. El hielo se agolpaba agresivamente en la cara oscura de

Caelus Sidus, un frío aterrador envolvía todo. Debido a las largas temporadas

que aquella zona sufría con temperaturas extremas, las montañas heladas se

convertían en piedra casi tan sólida como puro diamante. Apenas lograban

pasar de los 130 °C bajo cero.

Una ráfaga de viento podía dejarte congelado como un témpano en

mitad de aquel lugar. Respirar aquel aire significaba congelar tus órganos

internos en cuestión de segundos. Addaia había sido cuidadosa al respecto.

Conocía bien aquellos parajes. Miles y miles de kilómetros en penumbra, tan

inmensamente inimaginable. Los xobiólogos de su planeta hacían incursiones

a menudo estudiando los organismos extremófilos que sobrevivían en

aquellas condiciones. Tenían equipos especiales para caminar, acampar y

extraer lo que hiciera falta del subsuelo, principalmente compuesto de una

capa gruesa de berilo. De ahí los colores azul verdoso que predominaban,

que hasta se llegaban a percibir desde el espacio exterior cuando las nubes

despejaban. Ella siempre había estado interesada en los estudios sobre esa

cara del planeta y a veces había sido invitada a cooperar con ellos.

Antes de la terraformación de aquel planeta de gas ni siquiera

podrían haber pisado ese suelo. Después de altas dosis de trabajo y

tecnología, su linaje les había brindado la posibilidad de aproximarse a la base

câlîgâtum, no sin ciertos riesgos. Podrían aterrizar y hacer el resto del viaje

por tierra con un transporte adaptado. Parecía fácil, pero no lo era.

K11 se peleaba con los mandos de la nave êvo mientras

sobrevolaban la parte oscura de Caelus cerca del suelo. Parvus se encontraba

!70

Page 71: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

frente a él vigilándole de manera constante. Aquel bicho metálico

impertinente le daba mucha grima.

―¡Deja de mirarme, lata! ―le advirtió con voz amenazadora.

Parvus entrecerró los ojos.

―¡Dejadlo ya! ―les reprobó Addaia―. Haced el favor de

concentraros en llegar al punto indicado en el mapa, no podemos fallar.

―No sé si te has dado cuenta, pero este bicho me tiene manía.

―Parvus no le tiene manía a nadie, solo es un androide.

―Un androide con muy mala leche… ―murmuró él.

Parvus dio un golpe al panel de la nave indignado. Nadie le hizo

caso.

―¡Demonios! ¿Por qué me duele tanto la espinilla? Tengo un

cardenal enorme ―se quejó K11.

Parvus hizo ruiditos con sus juntas, a Addaia le dio la sensación de

que se estaba riendo.

―¿Estás segura de que podremos sobrevivir allí abajo? Estoy

convencido de que no me vas a pagar lo suficiente.

Addaia lo miró de soslayo.

―Tenemos todo el equipo adecuado tanto para ti como para mí.

Cuando aterricemos, iré en un transporte terrestre; tú podrás esperarme aquí

en la nave, así que no estarás expuesto al exterior en ningún momento

―respondió, intentando disipar sus miedos.

!71

Page 72: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Ya… Todo suena muy bien, pero cada segundo me arrepiento

más y más de haberme metido en este lío. ―Carraspeó antes de continuar

con una pregunta que le había estado dando vueltas en la cabeza durante

largo tiempo―. ¿Podrías responderme a algo? ¿Por qué todas las naves que

fabricáis solo pueden ser pilotadas mínimo por dos personas? Las más

grandes aún lo entiendo, pero ¿por qué las más pequeñas?

―Forma parte de nuestra unidad de pensamiento. Por seguridad no

viajamos solos. Además, creemos que el trabajo en equipo es mucho más

importante que el trabajo de uno solo. Solemos vivir siempre en

comunidades o en parejas. Dos mentes siempre piensan mejor que solo una

―contestó Addaia, concentrada en el pilotaje.

―Es curioso lo diferentes que somos… Nosotros siempre nacemos

solos, crecemos y morimos solos ―comentó K11 ligeramente abatido.

Addaia siempre se había extrañado de aquella involución humana,

pero recordó sus clases de antropología. La palabra familia había sido

extinguida entre los humanos hacía tiempo.

―¿No tenéis un padre, una madre o hermanos, verdad? ―le picó la

curiosidad.

―Las pocas mujeres que quedan en Tera hace mucho tiempo que

dejaron de ser fértiles por culpa de la contaminación y la toxicidad de los

alimentos. Alguna vez logran quedar encintas, pero sus bebés mueren al poco

de nacer. Nos engendran en granjas de polisembrado con un control de

natalidad muy riguroso. Se nos prohíbe tener cualquier tipo de familia

adoptiva o crear lazos afectivos.

!72

Page 73: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11 se quedó apesadumbrado, con semblante severo.

Pese a ser humano y que ella no percibiera bien sus emociones si no

se las mostraba, Addaia lo tuvo fácil para averiguar que era mejor mantenerse

callada en ese momento. Pese a eso decidió hablar.

―Yo tengo un padre, biológico, aunque no es lo normal entre

nosotros. Cuando alguien te convierte pasa a ser tu padre, tu hermano, tu

amante, o todo a la vez. Tampoco somos fértiles, como vosotros, con la

diferencia de que nunca lo hemos sido. ―Hizo una breve pausa―.

Simplemente, somos eternos.

K11 no contestó.

Addaia por primera vez notó cierta compenetración. Era un

humano, comparado con ella era débil y lleno de vacíos. Pese a ello notaba

compasión y bondad en él, cierta rebeldía y misterio que le hacían aún más

interesante. Parecía haber llevado una vida llena de desgracias.

―¿Quién te convirtió a ti? ―K11 quiso indagar.

Ahora fue Addaia la que sintió una punzada de dolor… no quería

hablar de él y menos a K11, le incomodaba. Cada día de su vida lo había

vivido para recordarle, su creador y amante durante miles de años… Por

primera vez en mucho tiempo, su mente había descansado durante los

últimos días. Contuvo sus sentimientos y cambió de tema radicalmente.

―Bien, hemos llegado al punto donde creo que deberíamos

aterrizar. Aquí será imposible o al menos poco probable ser detectados; si

continuamos más allá de esas abruptas montañas no lo tengo tan claro.

!73

Page 74: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Está bien ―dijo suspirando K11―. ¿Y ahora qué? ―Examinó

sus controles con desespero.

―No te preocupes, te guiaré todo el tiempo.

Era increíble lo hermoso y peligroso que era a la vez su mundo.

Mientras lo sobrevolaban, Addaia observaba maravillada el terreno

resquebrajado, helado, con multitud de formas verdeazuladas que la

naturaleza, caprichosa, creaba.

Se colocó los sensores en su cuerpo. Chasqueó los dientes.

―Algo no anda bien ―dijo.

K11 la miró nervioso.

―¿Qué ocurre?

―No lo sé, algo está fallando ―volvió a decir, formando una mueca

en sus labios―. Parvus, en la parte posterior de la nave hay un panel de

navegación que puede que… ―Addaia se quedó pensativa un rato―. ¡El

trescientos nueve, ábrelo, rápido! ―le apremió.

Parvus salió corriendo hacia él inmediatamente; justo en ese

momento la nave dio un vuelco y el pequeño robot cayó rodando hacia los

paneles y chocó aparatosamente. Addaia sintió un dolor intenso en la cabeza.

Notó cada fibra de su cerebro punzante. Tras un breve alarido se retiró los

sensores, estirándolos violentamente.

―¡Maldita sea, K11, recalcula el aterrizaje! Introduce los dedos en el

gel conductor y ordena que la nave se pose en aquel claro que muestra el

radar.

!74

Page 75: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11, histérico, tocó todo lo tocable presa del pánico.

La nave volvió a volcar. Un prominente risco que se recortaba en la

penumbra se les echaba encima. Addaia hizo virar la êvo lo suficiente para

que no se partiera en dos, sin embargo, no pudo evitar que este los rozara.

Tras un gran y estrepitoso estruendo perdieron parte de su cargamento y se

desviaron aún más de la zona de aterrizaje. Parvus rebotaba como una pelota

de goma por toda la nave a cada embestida.

―¡Ahora sí que tenemos que aterrizar, nos guste o no! Hemos

perdido casi todo el fluido.

El desasosiego se apoderó de ellos. A Addaia la perspectiva de no

volver a ver a su padre por culpa de aquello la sobrecogía.

K11 activó aprisa la burbuja personal, una especie de campo

protector que repelía impactos directos sobre el piloto en caso de accidente.

Los movimientos eran densos dentro de ella y le costaba respirar. El choque

según el radar era inminente. Así que prefería meterse dentro de aquella bolsa

de plástico antes que despachurrarse como un mosquito contra el suelo.

Todas las luces de emergencia saltaron. Tras unos breves segundos,

K11 rebotó ferozmente contra el panel de control y todo se volvió oscuridad.

!

!75

Page 76: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 3

La congelación de la sangre

!―¿Te das cuenta de cómo son? Y tú los sigues protegiendo…

―Ahora lloro por los míos, pero sigo creyendo en ellos.

―Cuando el último de nosotros quede en pie, los seguirás

defendiendo, algún día entenderás que no merecen ni una ínfima parte de tu

perdón.

!!En la capital de Caelus Sidus hacía bastantes horas que había corrido

el rumor del ataque câlîgâtum al satélite Rea. Hacía doscientos años que

aquella ciudad albergaba la mayor concentración de población desmodos,

Initu Cîvitâ. La cuna del senado.

La cultura, la arquitectura y la tecnología se aglutinaban allí como en

ningún sitio que jamás hubiera existido. Una inmensa península rodeada de

naturaleza viviente, puertos aeronáuticos y en el centro, la gigantesca ciudad

blanca de piedra nácar.

La paz y felicidad que otrora abundara se habían tornado en palpable

angustia. Los más altos cargos desmodos se aglomeraban en la ciudadela del

!76

Page 77: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

senado pidiendo explicaciones. El resto de la población continuaba bulliciosa

sus quehaceres diarios con cierto escepticismo sobre lo sucedido. El temor y

la desconfianza inundaban sus rostros. La mayoría conocía perfectamente los

conflictos del pasado porque los habían vivido. Doscientos años de paz no

eran tantos como podría llegarse a creer, apenas habían comenzado a

disfrutarlos. Eran pocos los supervivientes desmodos de la última guerra,

comparados con la gran civilización que existió en su día. Su edad de oro se

desvaneció junto al planeta Marso. Retirados por propia voluntad a un

extremo de la galaxia. Con un tratado de paz firmado entre las manos, que

comenzaba a deshacerse en pedazos.

Algunos, la gran mayoría, solo querían vivir en paz. Otros, después

de miles de años intentando convivir con los humanos en Marso con un

resultado desastroso y recibiendo a cambio su más absoluto desprecio,

almacenaban odio en sus almas tras haber perdido a su familia y amigos en el

intento. Deseaban en silencio que toda la deleznable y egoísta raza humana

desapareciera. No era de extrañar todo lo ocurrido e incluso apoyaban

abiertamente el ataque. La llaga estaba abierta.

Quizás la mayoría de desmodos que se encontraban en Initu Cîvitâ

aquel día jamás en su ingenuidad hubieran pensado que sucedería todo tan

rápido tras los acontecimientos en Pômum Rubra. Una nube oscura solapó el

cielo repentinamente, dando paso a un enjambre de naves que cubrieron

todo el espacio aéreo casi sin dar tiempo a huir. Un ataque despiadado se

desató sobre la población civil posteriormente. Sin miramientos, sin

preguntar, sin importarles cuán culpables podían llegar a ser o no.

Los cruceros de guerra humanos llegaron sin previo aviso. No hubo

comunicados. Se abrió fuego sobre la ciudadela del Senado, destruyéndola

!77

Page 78: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

tan fácilmente como si pisotearan un castillo de naipes. Muchos desmodos

intentaron escapar en sus naves de transporte y esto desembocó en más caos

y muerte. La furia se desató en pocos minutos. Personalidades con carreras

de más de un millar de años, científicos, naturistas, historiadores, el más

selecto elenco de sabiduría y cultura que había quedado de su longeva

civilización, desaparecía segundo a segundo. El fuego arrasó la ciudad de

Nácar, que pasó del más inmaculado blanco al más horrible negro venido del

infierno. Apenas hubo oposición; desde luego nadie lo esperaba. Al menos

no de aquella manera tan voraz, cruel y cobarde. La guerra había abierto de

nuevo sus puertas de par en par y los jirones de papel del tratado volaron

sobre la ciudad vaporizada.

!!!

!78

Page 79: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Isembard golpeó la mesa de su despacho con fuerza. Hablaba por un

pequeño comunicador con uno de sus asistentes.

―¡Cómo es posible! ¿¡Quién ha dado la orden?

La respuesta no se escuchó en la sala, solo le llegó a él.

―¡Me da igual que sea clasificado! Formo parte de los Nueve, ¿es

que eso ya no significa nada? ―Isembard cada vez entraba más en cólera―.

¡Quiero un informe en quince minutos! ¿Me oye? Necesito saber qué está

pasando y detalladamente. Cómo es posible que hayan atacado la capital

Kojna Dento. ―Sus cabellos blancos se erizaron―. Se supone que ni siquiera

está implicada en los ataques terroristas ¡No me haga perder más el tiempo,

quiero ese informe ya, maldito estúpido! ―Cerró de un manotazo el

comunicador y lo tiró con furia sobre la mesa; acabó aterrizando en el suelo.

Intentó calmarse. Los ojos le ardían y notaba sus dientes rechinar. Se

dirigió al cajón de seguridad de su escritorio. Lo abrió sudando, nervioso,

sacó un pequeño tubo de cristal etiquetado con la marca distintiva de la

industria fármaco-narcótica, tres triángulos pequeños dentro de un triángulo

más grande. Aspiró energéticamente de él; sus ojos quedaron en blanco. Tras

un espasmo, sus globos oculares giraron alocadamente dentro de sus cuencas

durante un orgiástico segundo. Suspiró relajado tras guardar el tubo en el

mismo cajón y posó sus manos sobre la mesa pausadamente.

Un pitido comenzó a sonar intermitentemente sacándole de su

sopor. Alguien solicitaba entrar en su despacho. Su injerto orientador le

indicó que era Tajdo. Abrió las puertas sin vacilar.

!79

Page 80: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Tajdo se asomó, pero no pasó del umbral de la puerta. Parecía venir

solo. Ni siquiera se había traído a su robot secretario.

―Será mejor que demos un paseo, lord Isembard ―le sugirió con

apremio.

La mayoría de pasillos del centro industrial de Tera estaban

embaldosados con un precioso mosaico de un impoluto negro satinado,

menos el suelo por el que Tajdo e Isembard caminaban, que era totalmente

transparente y bajo sus pies dejaba ver con gran esplendor las enormes nubes

semilíquidas de hidrógeno. Cuando estas despejaban, se podía divisar el

bravío mar de plata que bañaba por entero su planeta. Solo el centro

industrial, que era la parte más onerosa de Tera, poseía esa clase de suelo.

Una curiosa arquitectura que dejaba entrever todas sus entrañas desde el

punto de vista del planeta.

―Está sudando, ¿se encuentra bien? ―observó Tajdo.

―Estoy perfectamente, ¿sabe algo de por qué esto se está

acelerando cada vez más? Porque casi me temo que ya no haya marcha atrás.

―Soy consciente de lo ocurrido en el planeta de los Kojna; desde

luego, el consejo no está demasiado contento con ello, o eso parece. Aunque

se haya aprobado la ofensiva, alguien está actuando rápidamente saltándose

bastantes trámites y pasos esenciales. Los dos sabemos, creo, de quién

estamos hablando ―insinuó Tajdo. Sus miradas se cruzaron.

―¿Cree que alguien ha podido filtrar el rumor de una moción

formal contra el voto? ―preguntó Isembard.

!80

Page 81: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Si le digo la verdad, no tengo ni idea. Pero creo que en Geligio

podemos confiar, es bastante pusilánime. No se atrevería ―afirmó muy

seguro de sí mismo―. Lo que sí tengo en mi poder es bastante información

referente al ataque câlîgâtum que sufrió el satélite. Créame si le digo que es

altamente secreta y debo unos cuantos favores por haberla conseguido

―continuó.

―De poco me sirve ya, me temo. Las cosas se han puesto más que

feas, aunque consiguiéramos esa moción, los Kojna Dento simplemente no nos

perdonarán el haber arrasado su capital. ―A Isembard comenzó a temblarle

la mano.

Tajdo se percató de ello. Eran los típicos síntomas posteriores a la

toma de uno de sus narcóticos. Sonrió complacido.

―Lord Isembard, creo que sería mejor ir a algún sitio más privado

para seguir nuestra conversación. Mejor si nos acercarnos a una sala de

simulador, allí estaremos más relajados.

―Me parece bien ―respondió él, aceptando la invitación.

Los simuladores eran implantes vergonzosamente caros. Con el

dispositivo adecuado, se conseguía enviar señales eléctricas al cerebro

simulando imágenes o sensaciones, para engañar así a la mente humana y

crear un entorno perceptiblemente real. Psicológicamente hablando era

mucho más complicado vivir en Tera sin ellos y no volverse loco.

Una vez en la sala, tanto Tajdo como Isembard introdujeron en el

orificio de su oreja un pequeño dispositivo alargado que quedaba totalmente

!81

Page 82: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

disimulado dentro de ella, accionándolo con un pequeño clic para que se

acoplara con el implante.

―¿Me permite elegir el mapeado? ―dijo Tajdo

―Como prefiera ―contestó Isembard; a esas alturas cualquier cosa

le parecía bien.

Una enorme cascada pasó por encima de su cabeza sin mojarle,

colocándose a sus espaldas. Le pareció que una suave brisa fresca le rozaba la

cara; grandes árboles de eucalipto colgantes que ya no existían en el mundo

real aparecieron; el suelo se cubrió de verde y el césped se amontonó

alrededor de sus gruesas y protuberantes raíces. De la nada nació un hermoso

cielo azul que abrigó todo aquel paisaje simulado. La calma y el sosiego se

instalaron de golpe en sus corazones. Y el falso oxígeno llenó sus pulmones

de ficticios y delicados aromas a bosque virgen.

―Ahora mi planeta, este planeta, solo es una gran batería

―murmuró Isembard con la mirada distante.

―¿Se refiere a Pangea? ―preguntó Tajdo―. Bueno, sabe que su

trabajo es uno de los más importantes, sin su industria nada en Tera

funcionaría. Las tormentas eléctricas y la radiación de Pangea nos tienen bien

abastecidos. ―Tajdo sonrió crédulamente.

―Es una lástima que nos rodeen paredes de plastometal, que todo

esto solo sea una visión que jamás vuelva a ser real ―suspiró Isembard

escuchándose solo a sí mismo.

!82

Page 83: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Eso puede llegar a cambiar ―le tentó―, si conquistamos el

planeta de los Kojna perfectamente terraformado. Quizá esté más de acuerdo

con Malmastro de lo que usted cree. Desde luego, después de recabar

información sobre el asunto câlîgâtum me han quedado muy claras las

verdaderas intenciones del cacique del Credo Industrial. Dado que no puede

ni quiere convertir a los Kojna, es mejor arrebatarles su planeta de nuevo,

quitándolos de en medio. Ahora la excusa perfecta para llevarlo a cabo le ha

llovido del cielo.

―Yo jamás estaría de acuerdo con un genocidio, no se equivoque

conmigo. ―Isembard lanzó una mirada iracunda hacia Tajdo.

―Cálmese, lord Isembard, estoy seguro de que a nuestra manera

todos sacaremos tajada de esto; evidentemente, siempre hay daños colaterales

que hay que aceptar y muchos beneficios directos e indirectos a cambio. A mí

me cae tan bien Malmastro como a usted. Que sepa que con todo esto que le

estoy contando estoy arriesgando mi propia vida.

Isembard se limitó a no contestar. Se quedó observando la hierba y

las flores que se mecían con el viento.

―Bien ―continuó Tajdo―, la cosa está así. Es cierto que el ataque

câlîgâtum que se cometió en el satélite de los Kojna no fue con el visto bueno

de estos. Poco se sabe de este grupo de terroristas, creemos que son pocos,

pero están bien organizados. Tenían conocimiento de la reunión clandestina

con la facción Civitanig y no solo no han evitado cualquier tipo de alianza

entre las dos razas, sino que han desatado una guerra entre ellas. De toda la

comitiva humana que se presentó allí hubo cincuenta muertos, ocho heridos

!83

Page 84: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

y dos desaparecidos. Uno de ellos Legi1, principal portavoz de la facción

Civitanig y el otro un don nadie laboristo de seguridad.

―¿Para qué querrían a un don nadie de seguridad?

―No lo sabemos; seguramente lo soltarían al espacio a modo de

juego o se lo llevarían como tentempié. Ha habido muchos problemas para

identificar a la mayoría de cadáveres, han utilizado armas de las que

desconocemos su origen, cruelmente destructivas ―afirmó Tajdo.

―¿Y qué hay de los Kojna?

―Tres de sus senadores fueron supuestamente secuestrados

también. El resto de su gobierno supongo que ha perecido en el ataque a su

capital.

―O sea, que se han quedado sin líderes.

―Eso parece.

―¿Crees que después de esto los câlîgâtum no nos atacarán en

nuestra propia casa?

―Que se atrevan ―amenazó Tajdo―. Con nuestras defensas

machacaríamos a esos sacos de sangre en un abrir y cerrar de ojos. Además,

calculo que en un par de horas toda nuestra flota volverá al completo.

Tajdo carraspeó antes de seguir hablando:

―Si le soy sincero… Creo que en este punto ya es difícil continuar

con la moción formal.

―No me aburra con cosas que ya sé. ―Isembard torció el gesto.

!84

Page 85: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

«Estamos jodidos… estamos bien jodidos», pensó.

!!!

!85

Page 86: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11 despertó con la cabeza dándole vueltas. Recordaba los últimos

segundos como si hubieran sido un mal sueño, teniendo la sensación de

haber estado desvanecido durante siglos.

La nave se había estrellado aparatosamente contra una angosta

cordillera. K11 oía la estridente alarma de escape en el casco y eso no era

para nada una grata noticia.

Addaia estaba inconsciente a su lado. Su burbuja personal se había

accionado automáticamente justo antes del impacto. Intentó incorporarse

para ir a socorrerla cuando notó que una de sus piernas no le respondía. Se

cayó de bruces contra el suelo sintiendo un horrible dolor. Su burbuja

personal había ardido a la altura de su gemelo derecho y no había estado

suficientemente protegido. Desprendía un espantoso olor a carne

chamuscada. Un hilo de sangre caía por su uniforme dermoadaptado. No

parecía una herida demasiado seria, aunque notaba la pierna como dormida.

La cabina había quedado en una posición inclinada; se agarró con

fuerza a la silla del copiloto y trepó arrastrándose como un reptil pesado.

―¡Addaia! ―gritó.

Ella seguía con los ojos cerrados.

―¡¡Addaia!! ―volvió a desgañitarse.

No respondía. Se acercó más a ella. Un gran cilindro mecrametálico

que formaba parte de la nave se descolgó y salió despedido hacia donde había

estado unos segundos atrás. Una nube de vapor envolvió la cabina dando

paso a un terrible viento gélido desgarrador. Comenzó a tiritar de frío.

!86

Page 87: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Despierta! ¿¡Estás bien!? ―La zarandeó suavemente. Observó sus

ojos moverse bajo sus párpados. Le tocó la frente, estaba fría.

―Despierta, por favor… ―Por un momento se imaginó solo en

aquel paraje espantosamente desolador. No quería morir allí.

Addaia abrió la boca. Sus carnosos labios le parecieron más rojos

que nunca. Sus dientes perlados asomaron al emitir un leve quejido, vio

claramente sus afilados colmillos. Un escalofrío le recorrió la espalda, sin

embargo, al oír su voz y sus ojos abiertos contemplándole, sintió un gran

alivio.

―Oh, Dios… ¿Tienes algo roto?

―Creo que tengo una hemorragia interna. Dame un minuto…

Addaia percibió la pierna lesionada de K11.

―Estás herido ―dijo―, y además sangras. ―Se le ensancharon las

pupilas y su cuerpo se puso en tensión―. Tienes que limpiarte la sangre para

que pueda curarte ―exigió, rígida como un palo.

―De acuerdo ―respondió K11―, solo que no creo que nos quede

mucho tiempo aquí dentro. Tendríamos que salir de aquí.

Addaia miró a su alrededor desorientada. Localizó a Parvus roto en

pedazos al fondo de una esquina. Se incorporó torpemente para poder

acceder al panel de control de la nave y lo observó durante dos segundos.

!87

Page 88: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Hemos perdido el transporte terrestre y parte del cargamento

―informó―, pero nos quedan un par de trajes protectores y una tienda

adaptada. ―Se irguió poco a poco. Soltó un leve quejido al intentar moverse.

―Hay que ponérselos y coger todo lo que podamos antes de salir

―siguió―. Solo espero que los câlîgâtum no nos hayan detectado. Al menos

hemos sobrevivido… eso ya es un milagro ―dijo pesadamente.

Se equiparon apresurándose por salir al exterior, dejando la nave êvo

estrellada tras ellos. Ahora era un cúmulo de chatarra inservible.

A K11 el frío le calaba tan hondo que aun metido en el traje tenía

que hacer acopio de todo su esfuerzo para dar cada paso sobre el

amenazador hielo. El viento era tan feroz que le sostenía de pie aunque se

dejara caer. De vez en cuando soplaba enérgicamente haciéndole perder

completamente el equilibrio debido a su cojera. Jamás había estado en un

sitio tan agreste, con ese viento tan huracanado parecía estar luchando

consigo mismo continuamente; era agotador.

Iban cargados con mochilas ligeras como plumas, llenas de todo lo

que habían podido llevarse, que no era mucho. K11 se maravillaba con el

instrumental, las mochilas y la tela del traje emanaban una luz difusa en la

oscuridad que les ayudaba a divisar el camino. La tecnología desmodos le

fascinaba.

Mientras pensaba en ello, Addaia pareció querer decirle algo.

―Esp… ra

Apenas se escuchaba nada. Se paró en seco cuando ella palmeó su

pecho.

!88

Page 89: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―No podemos… tinuar con es… viento

Addaia sacó a continuación la tienda adaptable de su mochila, un

tubo de metal ligero que abrió como un pergamino y se desplegó

automáticamente sobre el suelo al soltarlo. Tras posarse, unos poderosos

garfios se anclaron sobre el hielo. Una suave burbuja cubrió la tienda, similar

a la burbuja personal, pero azul tenue.

Una vez dentro todo estaba asombrosamente en calma. Apenas se

oía el rumor del viento, como si hubieran entrado en un portal mágico y ya

no estuvieran en la cara oscura de Caelus Sidus. Además, le pareció muy

espaciosa, lo suficientemente grande como para dar cabida en ella a unas

cinco personas cómodamente. Addaia colocó dos futones en el suelo que ya

de por sí era acolchado. No había ningún utensilio más adentro, aparte de

barras caloríficas y paredes de luz regulable.

K11 se quitó la bioesfera y la mochila. Respiro hondamente por fin.

Addaia se desabrochó el traje. «Aquí dentro estaremos a resguardo

durante un tiempo», pensó.

―Déjame ver esa pierna ―le dijo ella.

K11 se arremangó dolorosamente el pantalón, un considerable tajo

quemado por los bordes le cruzaba la pantorrilla.

Addaia comenzó a marearse por el atrayente olor.

―Puedo hacerlo yo solo, tengo el botiquín.

―No es suficiente, con esa pierna no podrás caminar y morirás

―aseveró―, límpiala un poco antes, por favor.

!89

Page 90: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11 obedeció.

Tras asearse ella le cogió el tobillo con una mano sin pensárselo. Sus

suaves y frías manos turbaron a K11. No estaba acostumbrado al contacto y

mucho menos de un desmodos. No entendía muy bien lo que estaba

haciendo.

―Tienes que ayudarme ―le pidió―, concéntrate conmigo en sanar

tu herida. Con humanos siempre me resultó más difícil.

―No entiendo ―dijo K11―. ¿Qué quieres que haga?

―Concéntrate ―le ordenó―. Imagina que tu herida sana por

voluntad propia. No importa que no lo entiendas, solo piénsalo.

K11 obedeció de nuevo. Comenzó a notar la mano de Addaia tibia,

al cabo de un minuto caliente. Su pierna comenzó a hormiguear, sintió una

oleada de bienestar que fue inundándole todo el cuerpo. Cuando bajó la

mirada a su pierna la herida estaba cicatrizando poco a poco, la sangre

coagulaba y se cerraba como si su cuerpo la estuviera absorbiendo.

Regenerándose a marchas forzadas. Notó un ligero picor que se desvaneció al

formarse la cicatriz. Ya no notaba nada. No daba crédito a lo que acaba de

presenciar.

―¿Cómo… cómo has hecho? Pero, entonces, ¿tu hemorragia

interna también…?

K11 estaba perplejo.

―Estoy bien. Hace una hora que la he parado.

!90

Page 91: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11 seguía desconcertado. Se tocaba la cicatriz como si hubiera

presenciado un truco de magia.

―¿Cómo haces…? ¿Todos lo hacéis? Me parece increíble.

―No todos los desmodos tenemos esta habilidad. La llamamos el

Ánima îre ―respondió ella.

De pronto la notó algo apática. Mejor aparcaría el tema. Sin

embargo, no dejó de frotarse la piel cicatrizada, como si fuera la lámpara de

un genio.

Addaia puso entre los dos una bolsa plateada que transportaba al

maltrecho Parvus. El accidente le había causado múltiples averías.

―¿Podrás arreglarlo?

―Creo que no tiene el cerebro dañado. Dedicándole un poco de

tiempo seguro que lo pondremos en marcha de nuevo ―conjeturó Addaia.

―No me cae bien, pero me da pena verlo así. Puedo echarte una

mano. Además de en seguridad, en Tera trabajaba como mecánico robótico.

―Gracias… gracias también por sobrevivir al choque y ayudarme

―Addaia esbozó media sonrisa.

K11 se puso nervioso al tenerla tan cerca. Poseía unos genuinos ojos

que a veces le parecían ocres, a veces azules y a veces una mezcla de ambos.

Unas pestañas larguísimas los decoraban, dándole una mirada tierna y

seductora a la vez.

!91

Page 92: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿Qué ha pasado con la nave? ¿Por qué nos hemos estrellado?

―preguntó cambiando de tema.

―Creo que los câlîgâtum tienen un perímetro de inhibidores de

naves êvo. No contaba con eso. Se supone que es una base pequeña, ese tipo

de tecnología requiere una estación muy grande y extensa. Debemos estar

muy cerca de ellos, calculo que a unos treinta kilómetros.

―¿Tu padre sigue allí?

―Sí, no se ha movido desde que salimos del Palacio de Salis, siento

su señal más intensa. No parece que le hayan torturado, pero está muy débil.

Al menos sigue vivo de momento… ―suspiró.

―Es sorprendente que puedas hacer todo eso y sentir todas esas

cosas; jamás había conocido a nadie igual.

―Los desmodos somos seres espiritualmente muy avanzados. No

dependemos tanto de la tecnología, nuestro cerebro contiene todo lo que

deseamos hacer con nosotros mismos y con los demás. Nuestros

pensamientos son armas poderosas. Vosotros aún no habéis aprendido a

sacarle partido a vuestro potencial interior, más bien parecéis haber

involucionado. Habéis dejado de lado lo realmente importante, que son los

sentimientos, los pensamientos, para dar paso a lo artificial ―continuó―. De

cualquier modo, dentro de mi mundo… soy también un poco especial.

K11 entendió solo la mitad de sus palabras. No obstante, ahora los

desmodos dejaban de parecerle criaturas frías y amenazadoras. Eran

terriblemente bellas y fascinantes. Se sintió abrumado por el aura que

!92

Page 93: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

envolvía a Addaia, le parecía una criatura increíble, ningún ser humano le

había atraído tanto jamás. Miedo y atracción. Se sintió débil y fuerte a la vez.

―Necesitamos cambiarnos, limpiarnos un poco y ponernos ropa

limpia y seca ―dijo ella.

K11 tragó saliva.

Addaia graduó la luz de las paredes de la tienda oscureciéndola hasta

casi solo apreciar sus siluetas y se despojó de todos sus ropajes de espaldas a

él sin ningún tipo de pudor. K11 quedó petrificado. Se olvidó por un

momento de su propia desdicha y el entorno mortal que le envolvía. Solo

podía recorrer con su mirada la espalda desnuda perfectamente moldeada de

Addaia. Sus firmes nalgas apoyadas en el suelo… Notó un impulso

irrefrenable en su entrepierna y se avergonzó.

―No te preocupes, es natural. Quítate la ropa, K11, tú más que

nadie debes protegerte del frío.

―¿También sabes leer la mente? ―le preguntó sonrojado.

―No, pero no me hace falta ―volteó la cabeza para mirarle y

sonreírle―. ¿Quieres que te ayude?

Tras oír su proposición corrió a darse la vuelta y hacerlo solo.

Addaia no pudo evitar reír entre dientes.

Ella solo había amado a una sola persona durante un largo milenio,

no conocía nada más. Nunca había visto a ningún otro hombre como tal.

Tampoco se le habría pasado jamás por la cabeza que acabaría en una

situación así, compartiendo intimidad precisamente con un humano. Eso no

!93

Page 94: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

evitaba que fuera consciente de su belleza. Cuando le llegaba el suave

perfume de los cabellos castaños de K11 no podía evitar que le subiera cierto

rubor, como cuando aún era humana y tenía dieciséis tiernos años. Se sentía

extraña con esas sensaciones.

El dolor se instaló de nuevo en su corazón, pensó en su amor

perdido, Arcadi… le había amado tanto que se había consumido sin él. Al

igual que su padre, tenía que admitir que con el paso de los siglos se había

vuelto algo insensible. Retenía sus sentimientos demasiado a menudo,

escondidos tras una capa de polvo acumulada durante años.

K11 la sacó de su sopor.

―Qué frío ―murmuró.

―Ponte junto a mí, emanaré calor de mi cuerpo para calentarte.

K11 se acercó a ella envuelto en su futón. Nunca había estado tan

cerca de una mujer; en su sociedad, sus vidas eran prácticamente doblegadas

al más absoluto celibato. Las drogas suplían los placeres carnales. Y pese a

que algunas mujeres le habían atraído, nunca había intimado con ninguna.

Por miedo o por asco algunas veces. Las humanas laboristos carecían

totalmente de higiene o modales y las civitanig no mostraban ningún tipo de

interés en los hombres. Se avergonzó de su inocente virginidad. Addaia era

una mujer fuerte, experimentada y libre de pensamiento, increíblemente

atractiva.

―¡Qué caliente! Estás ardiendo ―exclamó, intentando distraer su

mente.

!94

Page 95: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

A Addaia le agradaba particularmente la voz de K11, esos tonos

graves, su sencillez al hablar, las vibraciones en cada timbre. Se acurrucó un

poco más, sus músculos firmes y vivos la envolvieron, notaba cada tensión de

sus fibras al moverse. Era una delicia ver su piel delicadamente tostada, suave

y caliente moverse. Toda una tentación…

Addaia echó mano a su mochila y escarbó dentro, sacó un pequeño

recipiente cerrado herméticamente. Puso mala cara.

―Qué ocurre ―espetó K11.

―Solo se ha salvado uno.

―¿Uno, un qué?

Addaia le miró sin saber qué responderle. Era su única dosis de

cruor, ¿de qué iba a alimentarse hasta llegar a la base enemiga? Tardarían un

mínimo de dos días en cruzar las montañas; con una sola dosis no tenía ni

para comenzar, sobre todo teniendo en cuenta el esfuerzo físico y los

peligros que entrañaban aquella descabellada hazaña.

K11 tragó saliva.

―¿Con eso te alimentas? ―preguntó curioso.

―Sí ―respondió.

K11 comenzó a preguntarse cuán grave sería el hecho de que solo

quedara uno, y Addaia se planteó cómo podría alimentarse con una sola

dosis, ya que necesitaba un mínimo de cinco o seis. Nunca había pasado

tanto tiempo sin comer; no conocía sus reacciones llegado ese límite y

!95

Page 96: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

todavía menos estando en compañía de un humano… no quería ni pensar en

ello.

Abrió el pote con sumo cuidado para no derramar nada. K11

percibió el olor a óxido enseguida. Observó el brebaje intrigado, una masa

entre líquida y gelatinosa, de un rojo tan oscuro que casi podría ser negro.

Addaia pareció dudar en tomar la dosis.

―¿Te da vergüenza?, ¿no quieres que mire? ―preguntó K11.

―¡No me importa! ―respondió con orgullo mientras posaba su

boca despreocupadamente.

Deglutió solo un poco. Cerró sin vacilar.

―Te has manchado ―dijo K11 pasando un dedo por la comisura

de sus labios, ensuciando sus dedos de falsa sangre.

―¡No! ―Addaia reaccionó agarrándole la mano con cierta

agresividad―. Tengo que tomarme hasta la última gota. ―Le miró

fijamente―. Lo siento ―susurró apenas. Y pasó su lengua ardiente entre los

dedos de él, rozándole con sus afilados colmillos, erizando la piel de K11

hasta el extremo.

―Esto va a matarme ―suspiró―. Eres tan dulce y atrevido que

podría perder la cabeza. ―Addaia entrecerró los ojos en un estado de medio

éxtasis.

K11 todavía observaba sus dedos con estupor. Se sentía tan

colapsado por el miedo y la atracción brutal que sentía hacia ella ardiendo

!96

Page 97: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

entre sus piernas, que no sabía cómo reaccionar. Quería abalanzarse,

abrazarla, besarla. Desechó la idea.

Addaia presentaba una imagen de aparente fragilidad. Parecía más

joven que él, de menor altura y constitución más débil. Sin embargo, era

consciente de que su propio cuerpo fuerte y ancho de espaldas, entrenado día

y noche, no tenía nada que hacer contra un desmodos. «Si ella reacciona mal,

jamás lo contaré», pensó. Tragó saliva.

―¿Estás bien? ―le preguntó Addaia, preocupada por la expresión

de su cara―. Tú también tienes que alimentarte.

K11 se sobrepuso a la provocación como pudo y miró dentro de su

mochila disimuladamente; algunas cosas parecidas a alimentos humanos

reproducidas en el recopilador desmodos aparecieron.

―Espero morir antes de frío que por envenenamiento ―titubeó al

verlas.

―Ya estamos… Sé que tienen una pinta extraña, pero llevan todos

los componentes básicos que necesita tu cuerpo, deja de quejarte ―le

regañó.

―¿Puedo hacerte una pregunta personal? ―preguntó él de súbito.

―Claro.

―¿Qué edad tienes exactamente?

Se quedó pensativa mientras se peinaba con los dedos sus largos

cabellos negros.

!97

Page 98: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Tenía dieciocho años cuando mi vida humana acabó. Llevo mil

doscientos ochenta y ocho años con el mismo rostro, el mismo cuerpo… Lo

único que crece en mí es… digamos el interior.

K11 se imaginó a sí mismo viviendo todo ese tiempo; ¿realmente

alguien era capaz de vivir tantos años? Si tenía que ser en su planeta natal,

desde luego no. Tera era un nido de serpientes. La facción Civitanig a la que

él pertenecía era de lo poco sano que quedaba en el planeta. El Credo

Industrial había acabado absorbiéndolo todo. Luchó con sangre y sudor

durante años para abrirse camino, aprendió, peleó y estuvo a punto de morir

varias veces. Sus cicatrices eran testigo de ello. En ocasiones la vida allí perdía

su sentido. Era un extraño en un mundo cruel para el cual nunca estuvo

preparado. Decidió partirse las piernas si hacía falta para poder conseguir

alguna meta que le devolviera algún tipo de cordura y equilibrio a su vida.

―Yo no podría vivir tanto tiempo… ―pensó en voz alta.

―Todos podemos, si tenemos a los que amamos cerca.

―Tú tienes a Samuel ―dijo K11, acto seguido frunció el ceño

como si le costara continuar―. Antes no quise decir nada, pero… yo una vez

tuve algo parecido a una familia.

Addaia le miró intrigada.

―No entiendo… dijiste que no se os permitía tenerla en vuestro

mundo… ―Notaba que le costaba mucho hablar sobre ello. Probablemente

no lo habría hecho antes de ese día.

―Cuando era un bebé, no sé por qué demonios, dos laboristos se

empeñaron en adoptarme y criarme aun con las advertencias de todos los

!98

Page 99: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

que les conocían. Un día, cuando tenía alrededor de seis años, aparecieron

unos hombres con los uniformes del Credo. Se los llevaron a la fuerza

pretextando que solo iban a interrogarles. No volvieron nunca jamás y me

internaron nada más llevárselos. Años más tarde me enteré que habían sido

torturados y expuestos como ejemplo para los demás. Desaparecieron sin

más, no los volví a ver y me sentí totalmente perdido. Internado, me

obligaron a acatar sus frías normas durante años. «Saneamiento», lo llamaban

ellos. Produce para vivir. Consume para liberarte. Trabaja y sé servil. Hasta que

conseguí por fin salir de allí ―siguió hablando cabizbajo, sus preciosos ojos

verdes rasgados se entrecerraron llenos de dolor―. Te lavan el cerebro, te

hacen creer que aquello que has vivido no es bueno, pero yo solo podía

recordar el olor de los cabellos recién lavados de mi madre cayendo sobre mi

cara, los dedos anchos y fuertes de mi padre asiéndome para jugar a volar.

Para mí fueron seis años de felicidad, los mejores de mi vida, y de golpe todo

se volvió oscuridad. Era como si solo hubiera deseado la muerte desde

entonces, o la muerte de aquellos que se los llevaron. Viví teniendo la

esperanza de que volvería a verlos de nuevo algún día. Ahora tengo claro que

ya estarán muertos.

Addaia observó cómo se le enrojecían los ojos, la enorme rabia

contenida parecía no permitirle llorar. El fuego se arremolinaba en torno a

sus palabras. No podía evitar sentir también el desasosiego de todos aquello

por lo que debía haber pasado. Comprendía su amargura, el sentimiento de

pérdida, la confusión… Se sintió identificada con él, además de darle cierta

envidia la facilidad con la que abiertamente mostraba sus emociones.

!99

Page 100: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Luego fue cuando entré a formar parte de la facción Civitanig

―continuó―. Alejados lo máximo posible del Credo, rechazamos drogas e

injertos artificiales. Somos muy pocos, pero podría llamársele hasta familia.

Hasta ahora Addaia no se había fijado bien en sus labios. Eran

carnosos, de un maravilloso tono rosado, con unos dientes blancos

perfectamente alineados. Mientras hablaba, no podía evitar quedarse

hipnotizada. ¿Era posible que le atrajera tanto? Al verle por primera vez ni

siquiera se había fijado en su físico y ahora se sentía abrumada por locos

pensamientos.

―¿Hola?

―Sí… ―respondió, un poco desconcertada.

K11 había notado su mirada perdida y ahora sus mejillas se habían

puesto rojizas como si la hubieran cazado haciendo algo malo.

―¿Estás…?

―Descansemos ―le interrumpió acalorada antes de que acabara la

frase―. Estamos agotados. Ha sido un día muy largo y tenemos que dormir,

al menos unas horas, antes de continuar. ―Le dio la espalda secamente y se

tendió en el futón.

K11 se encontraba ciertamente sorprendido. Se tumbó junto a ella y

se puso a reflexionar sobre todo lo acontecido, que no era poco, antes de caer

en un profundo y reparador sueño.

!

!100

Page 101: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El amanecer no les cogería por sorpresa. Aquella cara de Caelus

Sidus era fría y oscura como una cueva. La estrella principal de su galaxia

alumbraba aquella zona cada cuarenta y dos años. En la otra cara del planeta,

su Sol, de encontrarse un poco más lejano, podría haberse confundido con

una estrella más en el firmamento. La sensación de ocaso permanente era

perfecta para la raza desmodos, que no soportaban la intensidad lumínica.

La capital desmodos y el Palacio de Salis se emplazaban

estratégicamente en los polos del planeta, donde la luz diurna era casi

permanente; en cualquier caso, la fría noche se instalaba durante veintiún

años por el efecto del peculiar eje de rotación de su planeta, durante los

cuales permanecían retirados dentro de edificios y estructuras ya preparadas

para tal fin.

Addaia sabía que por lo menos les quedaba un día y medio por

cruzar a pie aquel angosto paraje hasta encontrarse con la planicie donde se

encontraba la base câlîgâtum. Habían comenzado a ascender hacía un par de

horas por las escarpadas montañas de hielo, de abruptas pendientes difíciles

de atravesar, asediados constantemente por feroces vendavales. Solo gracias a

sus trajes y calzado era posible aquella travesía medio suicida.

Apenas le quedaba media botella de su única dosis de cruor y

comenzaba a sentir una sed acuciante. Sobre todo cuando K11 se acercaba

demasiado a ella y notaba su particular olor a humano. La ansiedad

comenzaba a consumirla por dentro.

«Tengo hambre», pensó.

―No veo nada con este traje, se me empaña todo ―farfulló K11

detrás de ella. Apenas le oía con el fuerte ruido de la ventisca.

!101

Page 102: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Prueba a respirar por el tubo rojo! ―gritó

K11 la miró y asintió, pudo percibir el cansancio en ella. Caminaba

más pesadamente que el día anterior.

―¡Pareces agotada! ―chilló K11

―¿!Qué?!

―¡Agotada! ¡Que pareces muy cansada!

Addaia jadeaba levemente.

―Estoy perfecta, no te preocupes ―agarró su brazo y señaló hacia

una de las descomunales montañas que se recortaban en el horizonte.

―Cuando lleguemos allí podremos descansar y montar la tienda ¿De

acuerdo?

K11 la agarró de la mano y la ayudó a subir un trecho.

―¡Y yo me quejaba de mi planeta! ―bromeó.

Addaia resbaló tontamente y cayó de rodillas al suelo. Sin querer hizo

resbalar a K11 con ella.

Addaia comenzó a reír a carcajadas.

―Muy bonito ―refunfuñó K11―. Me haces caer y encima te ríes

de mí

Addaia no podía parar de desternillarse y tampoco conseguía

levantarse, eso la hacía reír todavía más.

―Lo siento, lo siento… ―se disculpó.

!102

Page 103: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Cayó sobre él al intentar asirse a las gélidas rocas. K11 notó cada uno

de sus tiernos miembros aplastados contra él. La cogió por la cintura con

fuerza y la puso en pie. Addaia sonreía inocentemente, tan dulce como la

niña que aún aparentaba.

―Qué traviesa eres… ―sonrió K11. «No me habrá oído», pensó.

Addaia le tendió una mano.

―¡Si vamos agarrados será mejor! ―le chilló.

―Pero yo voy delante ―masculló tajante K11 mientras la aferraba y

subía con zancadas fuertes y firmes.

Addaia se sentía reconfortada. K11 era divertido, como una

corriente fresca comparada con la vida aburrida y lenta que había llevado

hasta ahora en palacio. Su manera de hacerle sentir segura le gustaba.

Recordó que pronto no tendría con qué alimentarse y sintió el aguijonazo del

miedo. Él no era consciente del peligro que corría a su lado. Pero la segunda

opción era abandonarle en mitad de la nada a una muerte segura.

!!!!

!103

Page 104: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Tajdo se encontraba en uno de los satélites de Tera. Estaba apoyado

sobre un gran ventanal casi opaco, la luz de la habitación donde se hallaba era

oscura, rojiza, penetrante. Una sala no muy grande, revestida de la misma

roca natural del lugar, tallada finamente y siguiendo las vetas naturales del

mineral. Jugueteaba con un pequeño tubo de cristal entre sus dedos con la

marca de su empresa.

Alguien estaba sentado en una mesa justo delante de él. Tajdo le

lanzó el tubito de cristal. Malmastro lo atrapó al vuelo.

―Es de la mejor que tenemos, pura y cristalina. Pruébela ―dijo

Tajdo.

―Las drogas son para los laboristos. Yo necesito tener la mente

clara y despejada.

Tajdo asintió.

―Aunque no te negaré una botella de ese elikĵiro ilegal que me han

dicho que tienes.

Captó la indirecta enseguida. A Malmastro le disgustaba cualquier

tipo de desobediencia a las leyes o normas establecidas. Le dedicó una sonrisa

nerviosa.

Se aproximó a la mesa donde se encontraba el cacique y se sentó

delante de él, de manera informal.

―Tu industria fármaco-narcótica va muy bien, Tajdo. Cada mes que

pasa tienes más volumen de demanda. Esta nueva droga que has creado está

haciendo que los laboristos se esfuercen y produzcan más rápido. Duermen

!104

Page 105: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

menos, trabajan más. Y vienen a rezarnos más a menudo. ―Guardó el tubito

de cristal en un cajón―. Dime, Tajdo, ¿eres fiel al Credo? ―añadió.

―Siempre. Soy servil siempre ―respondió con decisión.

―No hay nada peor que tener una rata traidora y sin fe entre

nosotros. ―Se arremangó las mangas de su oscura túnica repleta de caros

bordados y acercó su gorda y macilenta cara a Tajdo―. No sé si conoces las

costumbres de las ratas, Tajdo. Las ratas se adaptan a cualquier situación, son

ambiciosas, egoístas y no creen en el bien común, roban y comen lo que es

tuyo, ensucian, corrompen… ―añadió―. Yo creo en el Credo, porque soy el

Credo, y tengo el derecho supremo de guiar a nuestras ovejas y defenderlas

de todas las ratas de este mundo.

Entrecerró los ojos y miró fijamente a Tajdo.

―¿Lo ves?

Tajdo asintió incómodo.

Malmastro volvió a apoyar la espalda en su silla.

―Y ahora, cuéntamelo todo.

Tajdo se removió inquieto en su silla.

―Como ya le dije, una de las nueve industrias se está tambaleando.

Ha sido contraria a la guerra y a la opinión del consejo desde el principio.

―Sobrevino un leve silencio, Malmastro aguardaba esperando más.

―Primero quiero saber qué tipo de beneficios directos obtendré de

esto ―se aventuró a preguntar Tajdo.

!105

Page 106: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿Aparte de beneficiar a nuestros creyentes y devotos trabajadores?

―Una mueca parecida a una sonrisa cruzó su cara―. Créeme, si una de

nuestras industrias va mal, habrá que buscar a alguien más competente para

hacerse cargo de ella. Yo puedo convencer al consejo para poner a la persona

adecuada.

»En cualquier caso ―continuó Malmastro sin apenas respirar―, la

única industria que está dando problemas actualmente es la energética.

Estamos cruzando una pequeña crisis debido a la multiplicación del gasto de

energía durante la guerra. Sé que Isembard no es una persona belicista y

prefiere perder el tiempo dialogando, sus trabajadores hacen lo que quieren.

¿Hablamos de la misma persona?

Se notaba el sarcasmo en su tono de voz. Tajdo sabía perfectamente

que no solo no le tenía en estima, sino que no le soportaba

―Lord Isembard es un blando ―ratificó Tajdo.

―Me lo imaginaba… ―murmuró Malmastro.

Dirigió la mirada hacia una oscura esquina de la habitación y lanzó

una pregunta:

―Geligio, ¿tú también has tenido contacto con el traidor?

Geligio carraspeó intranquilo. Llevaba rato observando la escena en

silencio, sentado sobre un incómodo sofá negro. Su cara estaba sudada y las

manos le temblaban levemente.

―S…sí… ―contestó dubitativo.

!106

Page 107: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Ya veo. Entonces hay pruebas suficientes para encerrar a esa sucia

rata. ¿Me equivoco?

―Es un… es un nihilista ―farfulló Geligio.

―Lo sé ―dijo Malmastro satisfecho―. Ahora más que nunca

necesitamos purgarnos del mal. Cualquier amigo de los Kojna Dento debe ser

erradicado de nuestro sagrado consejo fulminantemente ―añadió

enjuagándose los labios de la emoción.

!107

Page 108: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El interior de la tienda era un auténtico remanso de paz comparado

con el caos que gobernaba fuera. K11 había estado reparando a Parvus

mientras Addaia intentaba descansar. No parecía encontrarse nada bien.

K11 bajó el nivel de las paredes lumínicas y se recostó a su lado.

Notó como la respiración de Addaia se aceleraba.

―No te acerques, por favor… ―le pidió.

Su voz era ronca y apagada; rozó la piel de Addaia con sus yemas,

estaba congelada como el hielo. Por un momento se asustó.

―¿Ya no tienes más de esa cosa para beber? ―preguntó K11 algo

nervioso.

―No… ―murmuró ella sin darse la vuelta―. ¿Por qué tu nombre

es un número? ―le preguntó pillándole por sorpresa. Parecía haber estado

pensando en ello.

K11 dudó un segundo.

―No lo sé, siempre ha sido así, una letra o dos, y varios números.

Es la forma de identificar y clasificar a la mayoría de laboristos.

―No me gusta ―respondió Addaia secamente.

Parvus, que había estado desconectado desde la caída de la nave,

estaba encendiendo sus circuitos poco a poco al otro lado de la tienda. Lo

primero que vio fue la espalda de K11, sus juntas chirriaron con

incomodidad. Además, estaba junto a su ama, muy cerca de su ama… con un

traspiés fue a parar entre los dos.

K11 se apartó sorprendido.

!108

Page 109: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Parvus abrazó a su ama mirándole con robótica aversión.

―¡Encima que te arreglo! ―aulló.

Addaia le calmó.

―Parvus, no pasa nada. Estoy un poco cansada. K11 te ha reparado,

no es un buen piloto pero es un gran mecánico; deberías estar agradecido.

K11 lanzo un bufido.

―¡Cómo que no…!

Parvus se acercó a él y le puso una manita metálica sobre su pierna.

Parecía querer hacer las paces, aunque sus ojitos metálicos seguían mirándole

de una manera insidiosa.

―No sé qué pensar… ―espetó en voz baja mirándole con los ojos

entrecerrados.

―Podemos estar contentos ―dijo ella―, Parvus nos ayudará a

llegar antes a la base, le programaremos para que nos guíe por el camino más

fácil y directo.

«Si no consigo cruor pronto, acabaré comiéndome a alguien…», se

dijo.

En realidad, aún le quedaba un sorbo en la botella. No sabía si

tomárselo. Tenía claro que si se la bebía tampoco se sentiría saciada, solo

pensaría en más y más.

K11 la miraba preocupado. No sabía qué hacer. Ella estaba así por

no tener suficiente de aquel líquido gelatinoso del que se alimentaba. A él

tampoco le había quedado mucha comida tras el accidente y también sentía

!109

Page 110: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

hambre, pero no como ella. Parecía estar en un estado febril. Esforzándose

en exceso.

―Acércame la mochila ―le pidió Addaia.

Sacó la botella con sumo cuidado e ingirió el último trago. Repasó

con su dedo las paredes del recipiente chupando hasta el último centilitro.

―Aún quedaba un poco… ―dijo él.

―No lo suficiente ―le miró con cara inexpresiva.

K11 tragó saliva y reunió hasta el último ápice de valor antes de

formular la pregunta.

―¿No podrías tomar un poco de mí?

Los ojos de Addaia fulguraron.

―¿Sabes lo que estás diciendo? ―contestó con un tono de voz más

áspero y grave de lo habitual―. ¿Crees que esto no es serio?

K11 notó cómo se le erizaban los cabellos de la nuca. Era una chica

joven y bella, pero… ¿también era un monstruo? El miedo se instaló de

repente en su interior.

―Deberías temerme y no hacerme ese tipo de preguntas… ¿O es

que quieres que te desangre aquí mismo? ―Addaia comenzó a jadear. Su voz

sonaba aún más oscura. Su mente comenzaba a descontrolarse. «Ese olor…

¡Ese maldito olor!».

K11 se quedó totalmente inmóvil y en silencio, aterrorizado. Su labio

inferior comenzó a temblarle ligeramente.

!110

Page 111: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia se imaginó abalanzándose hacia él, para partirle el cuello y

beber hasta emborracharse de líquido rojo y caliente. Volvió a la realidad y

acto seguido se mordió sin pensar su propio brazo salvajemente, mientras

gruñía y se agitaba como un perro loco, salpicando de sangre la cara de K11.

Que no osó ni siquiera mover un ápice de sus músculos, presa del pánico,

detenida hasta su respiración. Parvus corrió a esconderse bajo las mantas.

Addaia pasó de morderse ferozmente a quedarse mirando al infinito

como si estuviera conmocionada… Su tez pálida y sin mácula de niña

inocente estaba bañada de su propia sangre. Recortándose macabros dibujos

sobre su piel. Se recostó exhausta. Sus ojos, idos, hasta que un minuto

después los fijó en K11, que se encontraba inmóvil frente a ella. Blanco

como la nieve.

―Ah… lo siento… ―dijo con su voz dulce de siempre. Fue a

acercar su mano al rostro de K11, este emitió un leve quejido y se apartó de

ella como si acabase de ver una aparición fantasmal.

―Perdóname… perdóname… He tenido que hacerlo…; mi instinto

comenzaba a vencerme. Jamás te haría daño… antes me mataría a mi misma.

Te lo prometo ―se sintió avergonzada.

«¿Se ha mordido para no atacarme?», se preguntó a sí mismo.

K11 comenzó a arremolinar todo tipo de pensamientos. ¿Cómo

podía anteponer su propia vida a la suya? Apenas se conocían… él solo era

un humano de la clase más marginal que podía existir, ni siquiera tenía un

nombre. Ella una respetada desmodos, con miles de años de vida, con

poderes increíbles. ¿Cómo podía siquiera plantearse que su vida valía más que

la suya?

!111

Page 112: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia se desangraba abundantemente por la terrible herida que se

había autoinfligido. Pero no parecía prestarle atención.

K11 cogió su mochila y extrajo unas toallas. Se acercó a ella

lentamente. Addaia solo se limitó a mirarle mientras le vendaba con una de

ellas la herida. Cogió otra y la humedeció levemente. Se dedicó a limpiar con

ternura su rostro totalmente ensangrentado. Ahora le parecía una ingenua

criatura que había estado jugando con fuego y se había quemado, sintiéndose

culpable.

―Gracias ―agradeció ella.

―Me has asustado de veras ―logró decir con voz entrecortada―;

siento haberte dicho eso, no pensé que fuera tan grave.

―Lo es. En el mejor de los casos, si bebiera de ti morirías al

momento, y en el peor entrarías en trance, tu cuerpo herviría de dolor

durante horas y horas hasta acabar muriendo de todas maneras.

―No vuelvas a morderte. Encontraré alimento para ti sea como sea

―le dijo tan seguro de sí mismo como no lo había estado nunca. Addaia era

una joya, una estrella única en el firmamento. Todo lo que había sucedido le

había llevado a dónde estaba ahora, él no había hecho nada más que seguir el

hilo de los acontecimientos, pero… No dejaría que nadie la tocara, nadie. Su

estúpida e inútil vida cobraba sentido justo en aquel instante.

!112

Page 113: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 4

Corazones negros

!―Ya queda poco; pronto todo acabará.

―Lo que estás haciendo es abominable.

―No olvides que ellos comenzaron primero. Intentamos convivir, les

ofrecimos nuestro hogar, pero nunca nos aceptaron. Intentaron quitárnoslo y

ahora pretenden arrebatárnoslo de nuevo. Aunque nunca se esperaran que…

!!Aquel lugar era lúgubre y desarraigado como ninguno. Prácticamente

toda la estructura de la base câlîgâtum se encontraba bajo tierra. En la

superficie apenas había instalaciones básicas de rastreo y escudo,

pretendiendo ser indetectables desde el espacio.

Los corredores subterráneos recorrían kilómetros y kilómetros

llegando a bifurcarse en cientos de caminos con finales inciertos.

Una sombra oscura caminaba por uno de ellos. Sus pasos crujían tras

pisar rocas y piedras heladas de berilo. Iba ataviado con lo que parecía un

uniforme negro acorazado, ajado y sucio. Se podía ver el fulgor tintineante de

una hoja metálica que colgaba de uno de sus enganches. Una especie de

!113

Page 114: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

cuchillo ligeramente combado y muy afilado. Tenía el pelo negro,

enmarañado. Su rostro era enjuto, surcado de marcas y cicatrices profundas.

Parecía dirigirse apresuradamente hacia algún lugar.

Tras recorrer unos cuantos metros, el túnel dio a parar a un inmenso

espacio abierto de varios pisos de altura. La figura se perdió entre más de una

treintena de seres como él.

Todas las paredes estaban compuestas por mecrametal y roca. Una

construcción ruda, fea e incómoda. No obstante, podía albergar a una gran

cantidad de hombres, como por ejemplo, un ejército inimaginable de

câlîgâtums.

Addaia y K11 estaban en el lugar indicado. Se encontraban

agazapados tras un saliente. Allí en el exterior se podía divisar perfectamente

una especie de antena metálica que sobresalía del hielo. Unos metros más allá,

varios generadores de escudo. Addaia afinó todos sus sentidos. No parecía

haber ningún sistema de seguridad que les impidiera la entrada.

Sentía a su padre… estaba allí, por fin había llegado hasta él. Sin

embargo, aquello no era lo que esperaba. No se trataba de una base pequeña.

Era pasmosamente descomunal. ¿Cómo podía ser posible?

«Él no va a poder acompañarme… Le olerían nada más entrar»,

pensó.

Se giró hacia K11.

―¡Vas a quedarte aquí! ―chilló fuertemente para que le oyera

señalando hacia el suelo―, ¿me oyes? ―aseveró.

!114

Page 115: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―No puedo dejarte entrar sola ¿Estás loca? Esto es gigante, tiene

que haber cientos de bichos horribles ahí dentro y aún estás muy débil ―se

quejó.

―De veras no puedes venir. No lo entiendes, tienes que esperarme

aquí afuera. Encuentra un sistema para que podamos volver ¡Su hangar!

Encuentra su hangar y quédate observando en el exterior. Parvus irá contigo,

él tiene detectores que te ayudarán y sabré su posición en todo momento.

―¡No me gusta esto! ―contestó disgustado.

―Lo sé. Pero es la única manera. Llegaré hasta mi padre y luego iré

en tu busca. Es una locura pero tengo que sacarle de ahí como sea.

K11 no respondió, se limitó a mirarla con semblante serio y

lamentándose de su débil condición humana. Frustrado por no poder

protegerla y por incumplir todas sus promesas.

―No me va a pasar nada ―le alentó.

Le cogió la mano y la apretó fuerte.

―Voy a volver ¡¿Me oyes!? ―dijo ella nuevamente.

K11 asintió. Le soltó la mano suavemente y sin dejar de mirarle a los

ojos comenzó a alejarse de él. Se dio media vuelta y echó a andar hasta que su

sombra se perdió finalmente en la ventisca.

Miró a Parvus, el pequeño androide no apartaba la vista de donde

ella acababa de desaparecer.

―Vamos, Parvus ―le apremió.

!115

Page 116: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Parvus le miró y volvió a enfocar la vista de nuevo hacia el horizonte

por donde Addaia había marchado.

―Tienes que ayudarme ―le volvió a decir mientras salía de detrás

del saliente.

Parvus echó a andar tras K11 sin dejar de mirar atrás.

!!

!116

Page 117: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Había varios accesos para entrar a la base câlîgâtum. La mayoría de

ellos estaban vigilados. Cuando se encontraba cerca, Addaia podía percibir

vagamente la presencia de otros aunque no tuvieran ningún vínculo directo

con ella, lo suficiente para poder buscar la abertura más despejada. Se

introdujo ligera y silenciosamente sin apenas oírse sus pasos entre las

sombras. Tenía la genialidad de poder casi mimetizarse con su entorno

cuando la situación lo requería. Una técnica que había perfeccionado durante

años evitando a los aduladores que la visitaban en el Palacio de Salis. Era

triste pero cierto.

De todas maneras, la falta de cruor hacía mella cada segundo en ella.

Era prioritario encontrar abastecimiento antes de nada. En esa condición tan

exánime no podría ni siquiera salvarse a sí misma.

Se acercó a lo que parecía una garita. Dentro había uno de esos

demonios trabajando con su teluris, absorto en su tarea.

Addaia se acercó por detrás y con un rápido movimiento casi

imperceptible le agarró del cuello y clavó sus uñas hasta el fondo,

desgarrándole la yugular. El câlîgâtum cayó instantáneamente al suelo.

Le registró apuradamente sin disimular su ansiedad. Buscaba su dosis

de cruor, rezaba porque llevara una consigo. Encontró un recipiente metálico

más grande de lo habitual. Pesaba, estaba lleno. La abrió con desaforada

excitación. El olor a sangre la impactó; antes de que se diera cuenta ya la

estaba deglutiendo. No era cruor, ¡era sangre humana! que se deslizó a

borbotones por su garganta. Notó como las fuerzas y la calma volvían poco a

poco. Se había bebido más de media botella de golpe. Terriblemente

delicioso… No recordaba la última vez que había tomado sangre original. Se

sintió asqueada por dentro e increíblemente poderosa a la vez.

!117

Page 118: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Siguió registrándole y encontró un cuchillo combado que se guardó

en un bolsillo. Comenzó a retirarle la ropa sucia y maloliente para ponérsela

por encima de la suya, se cubrió el rostro y el cabello con un harapo oscuro y

mugriento que encontró dentro de la garita.

«Dios, esto apesta», se dijo mientras le sobrevenía una arcada.

¿Cómo podían ser los câlîgâtums tan diferentes siendo de la misma

raza?, ¿cuán grande podía llegar a ser esa dicotomía entre el bien y el mal?

Cuanto más tiempo pasaba, sus acciones más se reflejaban en su propia

apariencia. Con los años derivaban físicamente a su propio estado mental.

Las actitudes positivas hacían que resplandecieran o resaltaban su belleza

exterior. Eran atractivos y perfectos dentro de sus capacidades originales. Por

el contrario, los que elegían otro camino, de naturaleza huraña, perversa o

maligna, desarrollaban formas totalmente repulsivas, gestos agresivos y

facciones animales. Arrugados, sombríos, con colmillos salientes y ojos

negros como el carbón. Tanto que acababan pareciéndose los unos a los

otros, sin discernir hombres de mujeres. Antes de Marso este aspecto oscuro

de los desmodos rara vez ocurría. Tras la destrucción de su planeta, muchos

supervivientes se encerraron en sí mismos y acabaron tomando malas

decisiones. Fue un duro golpe para todos. Pero hoy le estaba quedando claro

que aquella condición estaba en su punto álgido.

Se aseguró antes de continuar que el câlîgâtum que acaba de tumbar

estaba fuera de la vista de otros que pudieran llegar a pasar por allí. Ajustó su

nuevo su atuendo y se adentró en uno de los corredores con todos sus

sentidos agudizados. Notaba algo… tenía clara la presencia de su padre. Era

fuerte e intensa ahora que estaba allí, pero… había algo o alguien que se

!118

Page 119: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

interponía, un rastro extraño, familiar, que la turbaba. Intentó concentrarse

en su padre y darse prisa por llegar.

Caminó un par de eternos kilómetros hacia abajo adentrándose en

las cavernas, hasta que se encontró de frente con dos guardias más. No

pareció llamar su atención, pasaron por su lado sin ni siquiera percatarse de

su existencia.

!El túnel excavado en la roca desnuda dio paso a un pasillo mejor

construido, con algunas galerías más pequeñas que se entrecruzaban. Fue ahí

donde comenzó a escuchar un murmullo de voces.

Notaba muchas presencias. Una gran concentración. Decidió seguir

el murmullo, que cada vez era más fuerte; al acercarse se le erizó el cabello.

Dios… aquello era un enjambre… estaba desconcertada. Se subió el harapo

hasta dejar prácticamente solo los ojos al descubierto.

Había mucha más luz al final del pasillo. Se cruzó con varios guardias

de nuevo, sin prestarle atención aparente. Al final, llegó a lo que parecía una

inmensa cúpula subterránea que albergaba a cientos de câlîgâtums reunidos,

quienes entonaban una palabra o nombre al unísono.

Jamás pudo haberse imaginado que fueran capaces de reunir tal

inconmensurable cantidad de efectivos, ¿cómo podían ser tantos? Según le

había contado K11 durante su viaje y por la información que ella tenía, se

suponía que solo eran unos pocos rebeldes. Aquello era mucho, mucho peor

de lo que esperaba.

Se fundió entre la hedionda muchedumbre para pasar desapercibida.

Nadie se fijaba en ella, todos parecían estar concentrados mirando hacia el

!119

Page 120: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

mismo sitio, algunos callados en silencio, otros pronunciando aquel nombre

que se repetía… «Cônspectus…, Cônspectus…».

Toda la jauría se silenció de una vez. Addaia echó un vistazo al

frente. Alguien se alzaba en lo alto de una plataforma, estaba de espaldas al

gentío. Vestía una toga negra y blanca como las que se utilizaban

antiguamente en los acontecimientos oficiales de la capital de Marso que

había caído en desuso hacía largo tiempo.

Y entonces habló.

―He venido a confirmaros lo que todos ya conocéis seguramente.

―La figura misteriosa se giró hacia la multitud―. Initu Cîvitâ ha sido

borrada del mapa. Todo desmodos que se encontraba en la capital ha sido

asesinado a manos de la barbarie humana.

Una gran ovación siguió a sus palabras. Como si hubiera sido un

dios el que acabase de hablar.

Addaia no supo discernir bien qué había identificado primero, si su

físico o su voz. Los dos habían cambiado mucho, pero lo supo de inmediato.

Un cúmulo de emociones ―incredul idad, confus ión,

desorientación― la colmaron de golpe, se quedó en blanco por más de

veinte segundos mientras intentaba digerir la realidad. Doscientos años de

soledad pasaron como un soplo por su cabeza, esfumándose como los ecos

de una vela recién apagada. Era él… su amor, su vida, su amante perdido.

Desaparecido en la explosión de Marso, había muerto, estaba segura.

Entonces… ¿Por qué estaba allí? ¿Quién era él? ¿Por qué no la había

buscado? ¿Initu Cîvitâ atacada?

!120

Page 121: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

«¿Qué es todo esto? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿¡Por qué?!».

Sin darse cuenta había comenzado a chocarse contra los demás.

Dando torpes traspiés, algunos se giraron a mirarla y se interesaron por su

actitud.

«Tengo que salir de aquí…».

Le faltaba el aire, el dolor había sido insoportable cuando se enteró

de su muerte. Como si le hubiesen arrancado brazos y piernas… En aquel

momento quiso haber muerto con él, acabar con su vida eterna, no merecía

la pena seguir ningún sendero sin su presencia, sin tenerle a su lado. Solo era

una muñeca de trapo, vacía. Su padre, tras largos años, había conseguido

sacarla de aquella agonía. ¿Y ahora era él, Arcadi, quien retenía a Samuel? ¿A

su querido padre? ¡También habían sido amigos desde hacía siglos, incluso

cuando aún eran inocentes niños humanos!

Cayó de bruces al suelo, algunos câlîgâtums hicieron corrillo

alrededor. El murmullo de curiosidad se acrecentó. Logró ponerse en pie

disimuladamente y se concentró en llegar al pasillo desde donde había

accedido. Si seguía así la descubrirían. Se encaminó como si no hubiera

pasado nada y algunos dejaron de mirarla.

Ya en el túnel se escondió en un hueco solitario fuera de la vista de

los demás, arrastró su espalda contra la pared hasta sentarse en el frío suelo,

agarrándose con las dos manos la cabeza, en un intento vano de sostener su

angustia. Nada tenía sentido.

Su viaje la había llevado hasta allí. Sin embargo, jamás pensó que se

encontraría cara a cara con sus recuerdos.

!121

Page 122: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia se asomó por la ventana del tren, le gustaba sentir las ráfagas de viento

en aquella calurosa época del año. Era 1926 y acaba de cumplir dieciséis años. Era una

niña aún, sin embargo ya se sentía mujer. Llevaba su cabello moreno cortado como

marcaba la moda de la época, corto y acabado en pequeños bucles, enmarcando su rostro

ovalado y sus mejillas sonrosadas. Su genuina belleza la aportaban también unos preciosos

ojos grises que, según la iluminación que les llegaba, cambiaban de color.

La locomotora de vapor pasaba por una de las estaciones ya cercanas a la ciudad

de Barcelona. Sabía que estaba cerca también porque esta vez era una estación grande de

hasta tres pisos. Leyó «Villanueva» en una de sus fachadas.

Los prados y las montañas le parecían familiares. No obstante, lo que más le

atraía eran las inmensas playas llenas de arena fina que recorrían todo el litoral.

Dejó de apoyarse sobre la ventana y se sentó bien de nuevo cruzando las manos

sobre su regazo. Llevaba un vestido marfil tejido a mano de seda francesa, con delicados

bordados florales y aplicaciones en ámbar amarillo, que se ajustaba a su cuerpo

maravillosamente, marcando sus curvas adolescentes.

Ella vivía junto a su padre en Montpellier, Francia. Este era su primer viaje

fuera de la ciudad natal. Su cuidadora, Violette, estaba sentada junto a ella en el mismo

compartimento. Le había prometido no separarse de ella durante el mes de estancia en la

casa señorial afincada en un pueblo llamado Sitges, que su bisabuelo Stadpole había

adquirido durante la revolución textil. Violette era una muchacha de corta edad, de

hombros anchos y de cara poco agraciada. Había sido la mucama de la casa desde que

tenía conocimiento.

Estaba impaciente. Su padre Jonathan le había dejado por fin visitar a su

familia residente en España aquel verano. Addaia había sido muy insistente con ello, pese

a las reservas de su padre.

!122

Page 123: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Su bisabuelo había emigrado desde Inglaterra a Barcelona a mediados del siglo

pasado. Se había dedicado a la industria de la maquinaria, con la que había amasado una

gran fortuna.

Tuvo un solo descendiente, Samuel, el abuelo de Addaia. Aunque este

desapareció cuando Jonathan tan solo contaba con catorce años. Fue entonces cuando

decidió emigrar a Francia y formar una familia.

Addaia no había conocido jamás a ningún miembro de la familia de su padre.

Sin embargo, cada año en la misma fecha recibía una carta desde España. No se la dejaba

leer a nadie y la rompía tras su lectura, sin responder nunca a la misiva. Aunque ella creía

saber de dónde venía… de algún familiar cercano.

Una de las cosas que la empujaban a visitar sus orígenes precisamente era el

misterio y el celo con que guardaba a veces su padre la historia de su parentela. Apenas

sabía nada sobre ellos.

Ahora vivía allí el primo hermano de su padre, casado y con dos hijas. Habían

continuado con el negocio de su bisabuelo, el cual seguía siendo muy próspero. No obstante,

las relaciones entre ellos eran muy distantes, ¿de qué tenía miedo su padre? Además, el

norte de España era un sitio precioso. Le encantaba.

La locomotora volvió a desacelerar, el revisor dio aviso de que esta era por fin su

parada. El atardecer había caído ya; esperaban que alguien hubiera venido a la estación a

buscarlas.

Efectivamente, un carruaje las vino a recoger.

El caserón de la familia se encontraba al final de un camino entre campos y

viñedos. Estaba rodeado por un jardín romántico. Con un pozo de piedra, un estanque y

enigmáticos árboles arqueados. Se respiraba muchísima paz y tranquilidad.

!123

Page 124: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El día había sido largo tras el viaje, y las presentaciones, el conocer a primos, tíos

y sirvientes, la habían dejado agotada. De todas maneras, antes de ir a la cama decidió

echar un vistazo en plena noche a aquel jardín tan hermoso que no le había dado tiempo

aún de explorar.

Violette dormía ya a pierna suelta, así que bajó sola al patio interior del

palacete, vestida solo con un camisón ligero y una chaqueta larga por encima. Le llegó el

tenue olor a vino almacenado en las bodegas mientras descendía por las escaleras. Dio la

vuelta hasta llegar a la parte trasera de la casa y allí se sentó en un banco de piedra junto

al estanque.

Le entró frío y comenzó a arrepentirse de haber bajado sin la compañía de

Violette.

Las ranas y los grillos estaban en pleno festival de sonidos. Aun así, pudo oír

perfectamente las pisadas, las hojas y hierba seca quebrándose al otro lado del jardín. Se

giró asustada, había una silueta cerca del pozo. Oscura, la miraba.

Salió corriendo como si acabara de ver un fantasma, subió las escaleras

aterrorizada, tropezándose con todo, cerró su puerta con cerrojo, se metió bajo las sábanas

y abrazó a Violette. No volvió a caminar sola nunca más fuera de la casa durante el resto

de los días siguientes.

El sol de la tarde se posaba ya en el horizonte mientras paseaban por la ciudad

de Barcelona, un par de días más tarde del suceso del jardín. No había contado nada a

Violette, se asustaría y la mandaría de vuelta a Francia. Addaia decidió separarse un

momento de su cuidadora. Violette estaba demasiado acalorada y había preferido quedarse

sentada en una de las terrazas de la ciudad en el barrio antiguo. La catedral de Barcelona

se alzaba a más de setenta metros de altura justo enfrente, majestuosa y bella. Addaia no

había podido resistirse a visitarla.

!124

Page 125: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Era enorme por dentro, con altos arcos góticos perfectamente esculpidos. Le

fascinó la bóveda y la cripta. Aunque no fue hasta que pasó al claustro que se quedó

prendada de ella. En el centro había un pequeño jardín compuesto principalmente por

palmeras y musgo, junto a un estanque gobernado por ocas de plumaje blanco, puro y

hermoso.

Paseaba maravillada en silencio. Absorta en los recovecos arquitectónicos y

naturales de aquel lugar. Cuando se topó con alguien, llevándose un considerable sobresalto.

―Disculpe, señorita ―dijo una voz joven y recia, en un perfecto francés.

Cuando Addaia alzó la vista vio a un chico no mucho más mayor que ella, de

unos diecinueve o veinte años. Resultaba extraño porque llevaba un traje de chaqueta de

lana tejida, muy formal y correcto. Los chicos de su edad solían ir más descuidados. Tenía

una cara atractiva y angulosa, cabello moreno y piel significativamente pálida. Resaltaban

sobretodo sus rojos labios y almendrados ojos de mirada profunda.

La primera reacción de Addaia fue apartarse.

―No, no se asuste, señorita Stadpole. Soy amigo de la familia. ―Le hizo un

gesto con la mano para que no se apartara.

Ella le miró entre sorprendida y asustada.

―¿Puedo acompañarla mientras dure su paseo dentro de la catedral?

―preguntó muy cortésmente―. Una niña tan joven no debería ir sola.

―No estoy sola y no soy una niña ―contestó ella intentando parecer irritada y

no asustada como estaba.

El chico sonrió, se quitó su sombrero y con una reverencia dijo:

!125

Page 126: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Tiene razón; además, he sido muy descortés al no presentarme primero. Me

llamo Arcadi Balasch, soy un viejo amigo de la familia.

«¿Viejo?», pensó Addaia.

―Me temo que no nos conocemos, señor Balasch; tampoco he oído hablar de

usted ―le contestó escéptica.

No sabía cómo, pero, de repente, se habían quedado solos en el claustro.

―Hay alguien de su familia que desea conocerla, señorita Stadpole. Aunque

tiene miedo.

―¿Miedo…, miedo de qué? ―le pudo la curiosidad.

Addaia notó la presencia de otra persona cerca de ellos. El chico que acababa de

conocer se giró en dirección hacia la figura recortada en la penumbra.

También era joven, rubio, de ojos azules. Llevaba un traje negro que hacía que

su piel clara resplandeciese. Estaba inmóvil en una esquina, pero en su cara se veía

reflejada la emoción. Los miraba atentamente.

A Addaia aquel rostro le era muy familiar. Recordó los retratos que colgaban de

las paredes en el caserón. Se parecía exageradamente a su abuelo Samuel de joven. Estaba

del todo segura…

―Vamos, Samuel ―le llamó inesperadamente el muchacho moreno―. No

tendrás otra oportunidad más que esta de conocer a tu nieta.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Aquellos dos chicos eran extraños, su voz,

sus gestos, su ropa… «¡¿Mi abuelo?! ¡Si tiene poco más que mi edad! ¡Imposible!», pensó

desconcertada.

!126

Page 127: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Arcadi percibió el temor en los ojos de Addaia. Posó sus manos suavemente

sobre ella y la sostuvo por los hombros.

―No temas, mi niña, hace tiempo que te observamos. Tu padre nos cuidó

durante muchos años hasta que quiso crear su propia familia y marchó. Lo entendimos

perfectamente y le echamos mucho de menos.

A Addaia le comenzaron a encajar las piezas del puzle que siempre le habían

quedado sueltas, pero aquello sobrepasaba su imaginación.

«¿Desde cuándo me observan? Aquella presencia anoche en el jardín… ¿Por qué

mi padre lo ha mantenido en secreto?». Un huracán de emociones y preguntas la

abrumaron. Se quedó en blanco sin saber qué decir o hacer.

Arcadi miró fijamente a sus ojos y acarició su cabello con delicadeza.

―Eres preciosa, serás tan bonita como lo fue tu abuela.

Samuel dejó de mirarla para centrar su mirada en Arcadi.

―Te dije que no tendríamos que haber venido ―dijo él bruscamente.

Continuaba separado de ellos a varios metros, nervioso. Arcadi se acercó a él.

―¿Qué hay de malo, Samuel? Somos su familia.

―No sabe nada de nosotros, ¿no lo ves? Es mejor así.

Addaia comenzó a temblar, quería saber, pero sentía terror. Deseó por un

momento que la pesada de Violette hubiera venido a buscarla. No obstante, nadie

apareció. Miró hacia la puerta de entrada. Cuando giró la vista de nuevo los dos jóvenes

habían desaparecido misteriosamente. Ahora se sentía confusa. ¡No quería que se fueran!

Miró hacia todos los lados y comenzó a correr por el claustro en su busca. Las ocas

comenzaron a graznar agitadas. Ya no había nadie.

!127

Page 128: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

«¡No! ¡No! ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están?».

Se le saltaron las lágrimas, no sabía si de lo atemorizada que había estado o por

la frustración y la rabia que sentía en esos momentos.

Corrió hacia la terraza donde aún estaba Violette medio dormitando.

―¿Qué te pasa, Adda? ―preguntó al verla llegar muy alterada.

Addaia se sumió en el más precavido silencio.

Pasó las sucesivas noches pensando incansablemente en aquel encuentro. No

podía evitar imaginar lo que hubiera pasado si ella hubiera actuado de manera más

valiente; era una cobarde.

Bajó varias noches al jardín sola, pero nadie la esperaba. Temió preguntar al

primo hermano de su padre, por si este la enviaba de nuevo a Francia, aunque parecía no

saber nada al respecto. Y llegó el momento de volver, el verano había terminado. Addaia se

subió de nuevo al tren, sin dejar de darle vueltas a aquel suceso; se juró a sí misma que

cuando llegara a casa no cesaría en su empeño hasta encontrarles. Nunca olvidaría esos

dieciséis años, aquel verano y ese primer encuentro. Sabía que se quedaría anclado en su

memoria por siempre. Y aquel chico… ¿Por qué no dejaba de pensar en él? Arcadi… sus

manos tocándola, su tacto, sus ojos, su voz. Le parecía fascinante, ¿quién era?

El corazón le daba un vuelco cada vez que le recordaba y no sabía por qué.

!!!!!

!128

Page 129: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

No había sitio más sombrío y peligroso que el planeta Tera. Las

ciudades cúpula levitaban gracias al poderoso campo magnético que generaba

su núcleo, llenas de vida mundana, fervorosa, toxicómana y esclavizada. La

maquinaria pesada, las nubes naranjas semilíquidas… Todo eso eran cosas

peligrosas, pero nada podía compararse a una bajada de energía.

Precisamente en ese instante Tera estaba viviendo la primera y más grave tras

la colonización del planeta doscientos años atrás.

Las zonas más pobres o marginales se habían bloqueado con

medidas de austeridad energéticas muy severas y los transportes entre cúpulas

se habían paralizado indefinidamente.

Pero la peor parte se la había llevado una facción de la flota invasora

que se había quedado rezagada en Caelus Sidus, acabando de sofocar lo poco

que quedaba del escaso contraataque desmodos. El gasto de energía era

brutal. Tanto, que cuando acabaron el trabajo no había suficiente para la

vuelta, y tampoco se enviaría más desde Tera, por supuesto. En un ejercicio

más del egoísmo humano, los dejarían a su suerte.

Isembard hacía horas que había comenzado a notar más miradas de

lo habitual sobre su persona. Había una nueva reunión de emergencia en La

Ĉambro Principal, sabía que los Nueve estarían allí esperándole y le pedirían

explicaciones. Algo que ya deberían saber, por los sucesivos informes que

enviaba semanalmente. «Pero como siempre… nadie quiere ver lo que no

desea ver hasta que ya es demasiado tarde».

¿Qué esperaban?, ¿que los problemas se arreglaran sin más cuando

todo se estaba degradando? La codicia del resto de las industrias le asqueaba.

Se alimentaban del miedo y de la miseria humana. Él al menos procuraba

!129

Page 130: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

tratar a sus trabajadores con cierta dignidad. Algunos morían, sí, pero eran

efectos colaterales que no podía evitar. Pangea era un planeta muy inestable.

Dejó de darle vueltas cuando las luces del pasillo por donde

caminaba se apagaron, quedando completamente a oscuras. Esta vez el corte

duró más de treinta segundos. Demasiado. Los burgueses que se encontraban

a su alrededor murmuraron, algunos asustados, otros se quejaron.

Se oyó un estruendo que recorrió como un eco todas las paredes de

plastometal, seguido de varios gritos ahogados. Isembard sabía que

desgraciadamente uno de los sectores más miserables y prescindibles se

habría descolgado. La tecnología en Tera vivía enteramente de grandes

cantidades de energía que provocaban una inmensa fuerza gravitacional que

repelía el campo magnético de su planeta; si este dejaba de actuar caían en

picado sin piedad. Eso significaba al menos un millar de víctimas despedidas

al gas naranja y mortal del planeta.

Todo por no querer invertir en nuevos recolectores de energía

voltaica en Tera. Sus propias tormentas no eran nada despreciables. Sin

embargo, las instalaciones en Pangea ya existían «Entonces para qué invertir,

¿no?, ¿para qué?, para qué, si puede morir gente, y eso no cuesta nada».

Su angustia se exacerbaba por momentos, ¿adónde iban a evacuar a

los millones de personas que residían en los núcleos más pobres si la

situación se agravaba? Los satélites estaban colapsados y las estaciones

espaciales también. Con el tiempo, además, si no se buscaba una solución,

todos correrían la misma suerte. Los satélites se acabarían enfriando y las

estaciones se apagarían como una vela.

!130

Page 131: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Pese a que su sol estaba demasiado lejano y no calentaba lo

suficiente, el núcleo del planeta Tera despedía muchísimo calor, justo en esa

franja óptima estaba situada la inmensa ciudad. Aprovechando al máximo

esas condiciones idóneas que no se daban en ningún lado más, pero

soportando altísimas presiones y vientos que con la terraformación apenas

habían podido aplacar.

Si no podían sostenerse no servía de nada, morirían como insectos

en una trampa mortal.

Llegó a la entrada de La Ĉambro Principal. Había más seguridad de

la normal, dos guardias se apostaron en la entrada tras su paso.

Una vez dentro se sentó en su lugar habitual delante de la gran mesa

negra. Los otros ocho la rodeaban. Se sintió inquieto. Sin embargo, sabía que

lo había hecho lo mejor posible, no tenía nada que recriminarse, había dado

su vida a aquella empresa, toda su vida entera. Y no iba a dejar que nadie le

dijera lo contrario.

Observó a Geligio, no tenía buena cara. Se le veía tenso y nervioso,

pálido como la cera, parecía a punto de vomitar. Tajdo miraba la nada

abstraído, sin centrar la vista en ninguno de los asistentes, repiqueteando en

la mesa con uno de sus famosos tubitos de cristal. Le miró fijamente durante

varios minutos, pero este no le devolvió la mirada. Isembard se maldijo a sí

mismo por no haberse metido un chute antes de entrar, realmente lo

necesitaba. Esas actitudes no presagiaban nada bueno.

Por supuesto fue Malmastro la voz cantante de la reunión y el

primero en hacerse notar, parecía estar deseándolo.

!131

Page 132: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Bienvenidos, camaradas! ―dijo alzando la voz como era peculiar

en él―. Todos estáis aquí por una simple razón, uno de nosotros está

saboteando nuestra misión y traicionando nuestras creencias ―continuó.

Estaba claro que quería ir al grano. Isembard se removió intranquilo

en su silla. Algunas miradas furtivas se le cruzaron.

―¡Nuestra misión!, ¿alguien puede decirme de qué se trata, qué es lo

que hacemos aquí? ¿Eh?… ¿Alguien? ―preguntó Malmastro a todos los

asistentes sin obtener respuesta. El silencio que recorría la sala era sepulcral.

―¡Yo os lo diré!, ¡cuidamos a nuestras ovejas!, les damos de comer,

les damos un objetivo, valores y cobijo. Sabéis que sin el Credo no seríamos

nada, ¡nada! ¿Y qué pasa cuando nos centramos en cosas más grandes y

obviamos los detalles más pequeños? ―Hizo una breve pausa―. Que

nuestra madriguera se nos infecta… poco a poco, y acabamos perdiendo lo

más grande. ¿Lo entendéis?, ¿¡entendéis lo que os estoy diciendo!? ―Puso

gran énfasis en esta última frase con su teatro habitual, torciendo tanto el

gesto que parecía un esperpento y señalando a varios de los asistentes como

si fueran tan culpables como el propio traidor.

El nivel de preocupación de Isembard sobre su persona crecía

exponencialmente.

El resto de la mesa se agitó incómoda.

Alguien chasqueó los dedos y el rumor de los zapatos de los guardias

llegó hasta Isembard, escuchó cómo se le acercaban por la espalda.

!132

Page 133: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Isembard, ¿tienes algo que alegar? ―Esta vez Malmastro se

dirigió a él particularmente.

―¿De qué se me acusa? ―respondió severamente. Dejó de mirar a

Malmastro y dirigió su atención a Tajdo. Este se retrajo en su silla.

―La mala organización de tu industria está causando estragos en

nuestra estructura social y centenares de bajas incalculables. Sin contar con el

gasto económico de reparación y mantenimiento generado por tus malas

funciones. ―Entrecerró los ojos como si llevara largo tiempo esperando ese

momento―. Varias fuentes me comunicaron tu falta de fe en nuestro Credo,

críticas hacia nuestras costumbres e historia, eso explicaría todo lo que está

pasando ahora mismo… Por si esto fuera poco, no es de extrañar que haya

llegado hasta mis oídos que has mantenido ciertos contactos con… esos

seres infames chupasangre.

Un murmullo exaltado recorrió toda la sala. Algunos

desconcertados, otros ya lo esperaban y asentían con la cabeza dando apoyo a

las duras palabras de Malmastro.

Isembard palideció por completo. Comenzó a brotarle un sudor frío

por todo el cuerpo. De repente notó una angustia exagerada en el estómago y

un cosquilleo que le subía desde las piernas, el miedo se apoderó de él. Los

nervios le traicionaron y su instinto le hizo salir disparado hacia la puerta. Al

segundo de levantarse recordó que los guardias estaban justo detrás de él para

detenerle, pero ya era demasiado tarde. Lo atraparon, apretando sus garras

como una abrazadera imposible de soltar. Isembard se revolvió desesperado.

!133

Page 134: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Es una trampa! ¡Me habéis tendido una trampa! ¡¡Soltadme ahora

mismo!!

―Solo las ratas caen en las trampas, Isembard. Si hubieras

mantenido la calma quizás te habríamos creído, pero está claro que tienes

muchas cosas que ocultar.

―¡Cállate, gordo de mierda! ¡No sabes ni lo que dices! ¡Todo se va ir

al traste! En menos de un mes estaréis todos allí en el fondo, ¡nadando en

metal líquido! ―Intentó señalar hacia abajo sin resultado, preso de la furia―.

Hace tiempo que ya no hay vuelta atrás, ¡castigándome no arreglaréis nada,

sois así de ignorantes y estúpidos!

El cacique se mostró horrorizado. Jamás nadie le había insultado y

mucho menos en público.

Isembard continuó escupiendo por su boca.

―¡Chupáis y chupáis del bote, y cuando no queda más buscáis un

culpable y no sois más que vosotros mismos! ―exclamó fuera de sí, sin dejar

de intentar zafarse de quienes le apresaban.

Los guardias lo arrastraron hasta la puerta mientras gritaba.

―¡Ningún Credo ni ninguna droga os salvará de vuestro

egocentrismo! Millones de personas morirán de nuevo hasta extinguir por

completo nuestra especie. Lo único que vais a conseguir matándome es

acelerar el proceso. ¡Sois la vergüenza de nuestra raza!

―¡Sacadle de aquí! ¡Sacadle de aquí! ―ordenó Malmastro

visiblemente afectado.

!134

Page 135: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Tiraron de él hasta que la puerta se cerró de un fuerte portazo; la

câmbro quedó sumida en el más aterrador de los silencios. Casi todos

miraban hacia el suelo con el ceño fruncido y otros habían enrojecido por el

suceso. Jamás se había presenciado ofensa igual en la sala.

!135

Page 136: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia estaba derrumbada. No sabía cómo demonios se habían

desarrollado las cosas de esa manera. No lograba concentrarse, todo estaba

resultando muy estresante. La cuestión es que su padre seguía preso, y pese al

dolor terrible de cabeza que sentía en ese momento, hizo acopio de toda su

fuerza de voluntad para continuar y no quedarse agazapada en un rincón

llorando desconsoladamente… Estaba muy cerca. Podía notar el aura de su

amado padre tan cerca… «¡Maldita sea!»

Se incorporó y subió por unas escaleras que daban a otra galería, esta

vez más estrecha. Aquella zona era un complejo sistema de túneles

subterráneos tallados en el subsuelo de Berilo, dando un lustre vítreo a las

paredes. Notó más presencias a su alrededor, alguien la estaba siguiendo.

Lamentablemente parecía haber llamado demasiado la atención con su escena

de antes y le andaba detrás. Se escondió en un oscuro recoveco esperando a

que pasara. El câlîgâtum miró hacia todos lados buscándola despistado y giró

por otro camino.

Detrás de ella había una puerta, escuchó perfectamente varias voces

que provenían de su interior; era muy extraño porque no había notado

presencias dentro de la habitación. Entreabrió la puerta y echó un vistazo

rápido disimuladamente.

El olor a humano le llegó inmediatamente en una ráfaga de hedor

inmundo. Había como media docena de ellos estirados en camas, sucios,

algunos parecían dormir, otros hablaban. «¿Qué demonios hacen aquí?»,

pensó mientras escuchaba atentamente lo que decían entre ellos.

!136

Page 137: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Me han dicho que una vez convertidos Cônspectus nos visita a

cada uno de nosotros personalmente, ¿será cierto? ―dijo uno de ellos, de

pelo canoso y piel arrugada, parecía muy cansado.

―Eso sería antes, ahora somos muchos queriendo transformar, y

más que van a llegar…

―Sí, pero nosotros ya hemos dado mucha sangre, seremos

especiales, lo sé; ya lo verás ―dijo otro más joven alzando la mano.

Un tubo de medio centímetro de espesor se hundía en su muñeca.

Addaia siguió el tubo con la mirada. Daba a parar a una especie de tanque.

Por el sistema que había instalado parecía una máquina de drenaje. Su sangre

iba a parar a un contenedor refrigerado, para conservarla fresca y recién

ordeñada. Un robot médico trajinaba de un lado para otro, atareado,

cambiando vías intravenosas y gestionando la extracción.

No daba crédito a lo que veía. No solo los câlîgâtum se contaban por

miles, sino que además… ¡Se alimentaban de seres humanos vivos!, y no

parecían estar retenidos o atados a sus camas sino… ¡Esperando a ser

convertidos! ¿Así había creado Arcadi su inmenso ejército, reclutando

humanos? Precisamente el enemigo contra el que luchaba era el mismo que

se unía a sus filas. ¡Aquello era un sinsentido! ¿Cómo se podía haber llegado a

tal extremo y desde cuándo? ¿Ya sabrían esos pobres diablos que la mayoría

de humanos no salían vivos del cambio? ¿Tan mal se estaba en Fonteius

Sidus que preferían traicionar a su propia raza aun sabiendo que la mayoría

iban a morir después de ser desangrados? Las preguntas se le amontonaron,

formando una pelota en su garganta imposible de deglutir. Aquello era un

descubrimiento tras otro y una desgracia continua.

!137

Page 138: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Arcadi… Arcadi era el artífice de todo aquel entramado… Pensó de

repente en K11, esperaba por todos los medios que estuviera bien. Si le

desangraban y luego le convertían, no se lo perdonaría en la vida. Ella le

había metido en este nido infecto de maldad. Por su condición de humano

no podía detectar su presencia, pero sí la posición de Parvus, la tenía

registrada en todo momento y no era nada alentadora. Es como si

permaneciera escondido en algún lugar en el interior de la estación. Así que

comenzó a preocuparse seriamente por que los hubieran atrapado.

Se habría quedado a averiguar más sobre aquellos pusilánimes

humanos, pero no podía entretenerse y menos arriesgarse a que la

descubrieran, ahora que alguien la estaba acechando.

Avanzó un poco más, cada vez hacía más frío.

Por fin encontró una gran puerta abierta que daba a lo que parecía

un enjambre de celdas, divididas alrededor de un gran círculo de mecrametal

en el suelo. No había nadie, ni tampoco estaban activados los sistemas de

seguridad, y eso no le gustaba nada. Había demasiada luz, si avanzaba más se

arriesgaba a ser vista fácilmente, pero no parecía haber ningún acceso más.

Así que no le quedaba más remedio que exponerse. Su padre estaba a escasos

metros de ella. Lo percibía.

Avanzó cautelosamente entre las celdas vacías. Fue justo en aquel

instante cuando olfateó a K11, su particular esencia llegó a sus fosas nasales

con sutileza. Lo habían atrapado.

De repente escuchó también su voz.

―¡No sigas! ¡Huye! ―gritó desde alguna parte. Un golpe seco lo

silenció.

!138

Page 139: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Padre! ¡Padre! ―chilló Addaia desesperada; había sido

descubierta.

No obtuvo respuesta. Intento escapar por donde había accedido.

Apenas llevaba recorridos unos metros de túnel cuando cinco câlîgâtums

aparecieron delante de ella entorpeciendo su paso.

Al primero que se acercó le asestó una patada en el estómago que lo

lanzó duramente contra la pared. Las descargas rojo púrpura provenientes de

sus têlumn no tardaron en aparecer, graduadas en menor intensidad para no

dañar los túneles y provocar con ello un derrumbamiento que los mataría a

todos. Addaia las esquivó hábilmente. Sacó su cuchillo combado con destreza

y se abalanzó sobre ellos como una leona a punto de dar caza a su presa.

Algunos câlîgâtums retrocedieron temerosos, no esperaban que

tuviera tanto poder. La acción apenas duró unos segundos. Dos de los

guardias yacían desmembrados en el suelo, los otros dos seguían atrás a la

defensiva. Addaia se limpió la sangre de la cara y comenzó a gritar

enfurecida.

―¡¡¡Devolvedme a mi padre!!! ―vociferó. El eco de su desgarradora

voz recorrió todos los pasillos de la base.

Con la cara desencajada, se volvió hacia atrás. Ahora eran más de

veinte los que venían a por ella.

―¡Vamos, vamos, miserables! ―les conminó.

Los câlîgâtums la rodearon, estaban ansiosos por atraparla. Se

reflejaba en sus asquerosas caras. Nadie disparaba ya sus têlumn. La querían

viva.

!139

Page 140: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

De repente se abrió un pequeño pasillo entre ellos. Dos câlîgâtums

aparecieron cuchillo en mano, amenazando con cortarle el cuello a K11.

―Sucia puta, si te mueves lo mataremos ―dijo el que sostenía el

cuchillo con voz áspera.

K11 no entendía nada de lo que hablaban, pero aun así suplicó:

―¡Addaia, por favor, recupera a tu padre y sal de aquí! No dejes que

estas bestias te atrapen por mi culpa!

El câlîgâtum de su derecha le asestó un codazo en las costillas. K11

se retorció sobre sí mismo y se clavó más hondo el cuchillo en el cuello. La

sangre comenzó a brotar.

―¡Apestosa lengua humana! ―gruñó uno de ellos.

La rabia y la impotencia se arremolinaron en el interior de Addaia. El

hedor de aquellos seres le llegaba como una bocanada de estiércol. Si no se

calmaba aquello no acabaría bien.

Apretó sus dientes con odio visceral. Dejó caer su cuchillo al suelo.

Varios câlîgâtums se abalanzaron sobre ella y la agarraron

enérgicamente, hasta el punto de que si Addaia no hubiera sido una

desmodos le habrían roto los dos brazos.

―¡Encadenadla! ―ordenó el câlîgâtum a la izquierda de K11.

Se afanaron en apresar sus manos con anillas de mecrametal y sus

dos piernas con argollas del mismo material, apretadas con fuerza.

!140

Page 141: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Eres una zorra muy fuerte. Has matado a tres de los nuestros

como si nada. Vamos a hacer que disfrutes del resto del día… ―dijo de

nuevo el câlîgâtum de la izquierda tras relamer la sangre que caía del cuello de

K11.

Varias risitas y jadeos contenidos se oyeron recorriendo el grupo.

Addaia les gruñó rabiosa enseñando sus brillantes colmillos blancos.

No parecía ella. A K11 aquella cara le recordó el momento cuando se mordió

a sí misma. Aunque todavía más temible y salvaje.

El câlîgâtum bajó su daga del cuello de K11 y la señaló con él.

―Me da igual quién eres o de dónde vienes. Te acabaremos

cortando la cabeza y nos la quedaremos como trofeo, no sin antes degustar

tu cuerpo lentamente. ―Después miró a K11―. Y a este humano inútil nos

lo vamos a zampar ahora mismo ―sonrió burlonamente―, delante de ti.

Addaia forcejeó incansablemente intentando liberarse, mientras

bufaba y gritaba totalmente fuera de sí.

―¡Como le toques un solo pelo te juro que arrasaré la sangre que

fluye por tus venas, jamás habrás conocido sufrimiento igual! ―le amenazó.

Todos se pusieron en tensión, ansiosos, algunos comenzaron a

tocarla indecorosamente. El câlîgâtum que poseía el cuchillo comenzó a reír a

carcajadas. Sin dejar de mirarla a los ojos dijo:

―Creo que tengo hambre.

!141

Page 142: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Mordió el cuello de K11, clavando fuertemente sus colmillos en él y

sorbiendo su sangre sin piedad. Este chilló amargamente retorciéndose de

dolor. Con su débil fuerza no podía hacer nada contra aquellos seres.

―¡No!, ¡no! ―Addaia no cejaba en sus intentos por liberarse de sus

ataduras, sin conseguirlo. Aquello había sido un absoluto desastre. Morirían a

manos de aquellos monstruos. «Estoy tan cerca de mi padre…», pensó. Le

dolía en el alma pensar que no volvería a ver a Samuel ni sabría de su destino.

Cuando K11 estaba a punto de exhalar su último suspiro, el

câlîgâtum que se lo estaba comiendo salió disparado en el aire; su cabeza se

estampó contra el duro techo de berilo y cayó muerto en el suelo

instantáneamente. Todos se apartaron asustados. K11 se desparramó en el

suelo como un trapo sucio, inconsciente.

Una alta figura emergió de entre las sombras.

Los câlîgâtums se alejaron de Addaia alarmados.

―Cônspectus… ―murmuraron.

Ahora que lo tenía justo delante no cabía duda alguna. Arcadi se

colocó en el centro del corrillo a escasos dos metros de ella con semblante

severo y amenazador.

Seguía siendo terriblemente atractivo, aunque su apariencia había

cambiado muchísimo. Ahora sus facciones eran mucho más duras, pequeñas

arrugas y cicatrices surcaban su piel, arrebatándole parte de su juventud.

Sobre todo sus ojos, esos ojos rojos… antaño fueron de un profundo y

precioso verde.

!142

Page 143: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Si alguien osa tocar a esta mujer de nuevo… ―Arcadi se dirigió a

todos los presentes con un tono de voz exageradamente grave―. Me

ocuparé personalmente de él ―sentenció.

No hizo falta que dijera nada más para que un evidente miedo

visceral se instalara en sus corazones, si alguna vez tuvieron alguno.

Le temían, más que a nada en el mundo, pero lo peor de todo es que

al parecer también le veneraban.

Arcadi miró a K11.

―Metedle en una celda ―ordenó―. Y a ella limpiadla, dadle ropa

nueva y traédmela cuando os lo ordene.

Addaia le miró enloquecida.

―¡¡Arcadi!! ¿Es que no vas a soltarnos?, ¿vas a dejarle morir?

Arcadi se alejó sin prestarle atención.

―¡¿Qué es lo que eres ahora?! ¡En qué te has convertido!

Su silencio permaneció impasible.

―¡No voy a ser tu ramera!, ¿¡me oyes!?, ¡¡me oyes!!, ¡monstruo,

devuélveme a mi padre!

Arcadi se detuvo un instante. Parecía que iba a contestarle, pero a los

pocos segundos siguió avanzando en silencio.

!143

Page 144: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 5

Razonamiento confinado

!Tras el cristal de la habitación donde Samuel estaba encerrado nada

se distinguía claro. Había perdido la noción de los días que llevaba allí

recluido. Sus largas charlas con Arcadi no habían servido de nada, había

intentado disuadirle, hacerle cambiar de idea. Sin embargo, aunque antaño

habían estado muy unidos, todavía no se habían perdonado muchas cosas y

su relación se había desgastado por completo. Tras siglos de separación eran

como un auténtico par de desconocidos.

Sabía que la única que podía convencerlo era Addaia. Su pequeña

niña. Ella que fue arrancada de su humanidad a manos del mismo Arcadi,

con apenas dieciocho años de edad, en contra de los deseos de Samuel.

Nunca se lo había perdonado del todo. Su terquedad y egoísmo le perdían,

consciente o inconscientemente. Tras la catástrofe de Marso creía haberle

dado por muerto, pero se habían acabado encontrando aquí, con el resultado

de verse encerrado sin escrúpulos. Como cebo. Lo tenía claro. Arcadi

esperaba que Addaia fuera en su busca. La conocía muy bien y los dos sabían

que lo intentaría. ¿Hasta cuándo les iba a hacer daño? A ellos, su única

familia, que tanto le habían amado. ¿Qué le había pasado en Marso?, ¿qué le

había hecho cambiar tanto?

Se deslizó una puerta que le despertó de su pesadez. Reconoció al

segundo la figura de Arcadi. Hizo un gesto desdeñoso al guardia que vigilaba

a Samuel para que desapareciera. Parecía de mal humor.

!144

Page 145: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Se parapetó delante del cristal, observándole fijamente.

―Tienes mala cara, Samuel ―espetó―. Pediré que te den doble

dosis para alimentarte.

―No voy a beber más sangre humana ―respondió iracundo.

―Hace mil años la bebías conmigo descaradamente, sin quejarte, de

todo aquel que se cruzaba en nuestro camino; hasta jugabas con ellos. ¿Qué

diferencia hay ahora?

―He crecido, sé ver lo que está bien y lo que está mal.

―¿Y quién marca esos límites, Samuel?, ¿lo haces tú?, ¿te crees con

el poder para juzgar según tu criterio quién da y quién quita? ¿Eres capaz de

sacrificar tu propia vida solo por esos tontos ideales? ―Suavemente

introdujo su mano entre los pliegues de su túnica y extrajo una dosis de

sangre humana. Abrió el cilindro metálico que la contenía―. Esta sangre nos

la dan los humanos voluntariamente. Quieren ser como nosotros y la única

vía es dándolo todo primero, asegurarnos de su absoluta predisposición y

fidelidad ―continuó―. Saben que la sociedad humana jamás les dará

ninguna oportunidad de ser alguien. Solo son usados como esclavos, un par

de manos que trabajan día y noche sin descanso y cuando dejan de servir los

tiran como basura, mano de obra obsoleta. ―Arcadi inclinó el cilindro y toda

la sangre se desparramó por el suelo, salpicando las partes blancas de su

túnica de rojo carmín intenso―. Y es ahí cuando nosotros los recogemos y

les damos un propósito, un objetivo, una mejora. No hay que despreciar lo

que nos es dado.

!145

Page 146: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Samuel no respondió. Se limitó a observarle, a analizar sus palabras y

acciones. En todos los días que lo había tenido cautivo jamás le había visto

tan irascible. Como a punto de estallar.

―¿Qué ha pasado? ―preguntó Samuel.

Arcadi cerró el cilindro con sumo cuidado y lo ocultó de nuevo entre

sus ropas. Se quedó en silencio.

―¿Es mi hija? ¿Addaia está aquí? ¿Está bien?

―Ella… ―Arcadi apretó sus finos labios.

―Déjame verla; te lo suplico, ¡por favor, Arcadi!

Enfurecido, dio una palmada al cristal que encerraba a Samuel.

―¡No me llames más así, estúpido idiota, ya no uso ese nombre!

¡Arcadi murió en Marso…! ―Su tono de voz era más que intimidante―. ¡Tú

la has puesto en mi contra y tú serás quien la convenza de que vuelva a mi

lado! ¿Me oyes? ―Dio de nuevo otro golpe al cristal―. ¡Nunca quisiste que

fuera mía, siempre te opusiste y cuando desaparecí aprovechaste para

embeberle la mente!

―Sabes de sobra que eso no es cierto. No sé qué te pasó. Pero ten

por seguro que tú te has labrado tu propio destino.

―Si no hablas con ella y la convences, os aniquilaré a los dos. ¿Me

has entendido? ¡No va a haber segundas opciones! ―Grandes dosis de

frustración y furia se concentraban en su voz.

!146

Page 147: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Sabes que ella no va a aceptar nunca lo que estás haciendo, ni en

qué te has convertido. ¿Por eso no volviste, verdad?

La angustia se reflejaba en la expresión de Samuel, que sentía

compasión por él.

―¡Cállate! ―le gritó―. Estamos a punto de acabar con la plaga de

la humanidad, no voy a dejar que nada ni nadie me distraiga. U os unís a mí o

yo mismo acabaré con vuestras vidas ―le advirtió.

Se giró de espaldas envuelto en cólera. Salió de la estancia dejando

una estela de dolor, plasmada solo en el suelo lleno de sangre.

Samuel se quedó solo en el silencio de su celda; sabía que sus

amenazas eran reales y acabó preguntándose a sí mismo si ya no sería

demasiado tarde para él.

!

!147

Page 148: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Tajdo estaba pálido como la cera de una vela. Se encontraba apoyado

en la mullida butaca de su despacho con la mirada perdida. Aquello había

sido una encerrona.

Su industria fármaco narcótica era la que más beneficios aportaba

actualmente. Fusionándose con la energética temporalmente previó una gran

subida de poder dentro de los Nueve, tanta que esperaba conseguir su propio

satélite en breve. Con el suficiente renombre para incluso quizás virar la

oficiosa supremacía autoritaria de Malmastro hacia él. Aunque aquellos

informes… Se los había releído hasta tres veces, había estado durante horas

intentando comprender el tremendo embrollo que había heredado. No solo

la falla en los sistemas no había sido culpa de una mala gestión por parte de

Isembard, sino que los sucesivos partes que había enviado advirtiendo de una

posible crisis habían sido reiterados. Como el resto de los Nueve ni siquiera

se había molestado jamás en leer nada, ocupado en sus propios asuntos o

esperando que algún otro se ocupase.

Y fue tras darse cuenta de ello que vio claramente no solo su final,

sino el de todos a largo plazo. No obstante, lo peor de todo ello era la guerra

abierta. Si los desmodos contraatacaban… La cosa se pondría mucho más

complicada. Al menos le reconfortaba ser consciente de que el enemigo

estaba totalmente debilitado y el puñado de rebeldes câlîgâtum ni siquiera se

había pronunciado. La guerra estaba prácticamente ganada.

En cualquier caso, su ánimo estaba completamente decaído. «Podría

hablar con Malmastro para que fuera Geligio quien llevara el nuevo cargo

―pensó―. Qué estupidez; Geligio es un pusilánime, ni de broma accedería,

¡todo para nada!, ¡todo este teatro para nada!».

!148

Page 149: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Lanzó su teluris sobre la mesa asqueado. Se recostó en su butaca y

esperó a que aquello se arreglara por sí solo, no iba a mover un dedo. Y

menos todavía invertir todas sus riquezas en salvar las zonas más mugrientas

de la ciudad. ¿Acaso otros lo hacían?

Las luces del despacho tintinearon. Un nuevo estruendo se oyó a lo

lejos; alguna que otra placa de la ciudad se había descolgado.

!149

Page 150: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia estaba encerrada en una habitación vacía. Rezaba porque

Parvus estuviera a salvo. Había apagado su geolocalización. Eso solo podía

suponer dos cosas: o lo habían atrapado y desmontado, o se encontraba

escondido y por miedo a que detectaran su señal la había desconectado.

La habían limpiado y le habían dado ropa nueva. Un suave vestido

blanco de seda vermis, con bordados y encajes transparentes de cristal, de

exquisito gusto. Era precioso, pero parecía como si hubiera sido escogido

previamente para ella. No le gustaba esa idea…

Llevaba su traje dermoadaptado debajo. Con la excusa del frío les

había obligado a traérselo a regañadientes. No obstante, los câlîgâtum sabían

que aquella extraña mujer era especial para Cônspectus y se negaban a

jugársela.

Dos câlîgâtum, las mismas que la habían vestido, probablemente

mujeres, entraron de nuevo.

―Vamos, síguenos.

Todavía llevaba las argollas de mecrametal que aprisionaban sus

manos. Al menos le habían retirado las de las piernas, pero se sentía tan

incómoda que solo un segundo libre de ellas le bastaría para terminar con

esas dos horribles criaturas que la custodiaban.

Se aproximaron a las celdas de nuevo. Addaia lo sabía porque

reconocía el aspecto de las paredes, ya había cruzado aquel túnel justo antes

de que la capturaran. El olor a humedad de las cavernas era penetrante en

aquella zona. Hacía muchísimo frío. Cualquier persona normal moriría

congelada en ellas en pocas horas. Comenzó a notar la presencia de su padre

extremadamente cerca. Las paredes de roca cesaron mientras se adentraban

!150

Page 151: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

por un pasillo de paredes blancas, teñidas con una tenue luz verdosa. Las

câlîgâtum abrieron una puerta y la lanzaron de malas maneras dentro,

cerrándola tras de sí. Los ojos de Addaia giraron como locos en busca de su

padre… ¡Tenía que estar allí!

Estaba encerrada en una de las celdas de cristal, una habitación

pequeña y vacía, que solo contenía un camastro sin colchón ni mantas. Había

otras tantas celdas vacías contiguas a ella. Aunque justo la que tenía enfrente

estaba ocupada. Había alguien tumbado de espaldas. Parecía dormido.

―¡Padre!

El sonido atravesó el cristal que los separaba. La figura levantó la

cabeza repentinamente mirando hacia atrás. ¡Era él!

Los ojos de Addaia se humedecieron dando paso a un mar de

lágrimas que no pudo contener. Resbalaron por su rostro surcando nuevos

caminos en su aterciopelada piel.

Samuel más que levantarse se tiró al suelo y se arrastró a gatas hasta

la pared que los separaba. Puso las palmas de sus manos sobre el cristal,

queriéndola tocar.

―¡Adda, mi niña!

Ella se agachó mirándole de cerca. Estaba demacrado.

―¿No te has alimentado, ¿por qué? ―le preguntó preocupada.

―Estoy bien, mi adorada, ahora estoy bien.

Las ojeras enmarcaban sus ojos. Tenía una palidez extrema y estaba

mucho más delgado. Sobre todo lo notaba en su ropas, las mismas que

!151

Page 152: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

llevaba antes de partir; le quedaban mucho más holgadas. Iba sucio y con

algún pequeño hematoma o herida fruto de una posible trifulca en Pômum

Rubra, por el color tenían varios días de antigüedad.

―Padre…, si pudiera tocarte…

Samuel se sentó en el suelo, extenuado.

―Adda, mi amor, no te preocupes por mí. He sido yo el que me he

negado a comer. He preferido morir antes de que llegaras aquí y te atraparan

por mi culpa. Sabía que vendrías en mi busca y Arcadi también lo sabía.

―¡Padre! ¡Si murieras, yo…! Hubiera venido de cualquier modo

aunque te hubiera dejado de sentir.

Addaia miró a su alrededor, buscando una vía de escape. Comenzó a

palpar las paredes de cristal.

―Adda, yo ya lo he intentado todo. No hay manera posible de salir.

Arcadi era un gran maestro diseñando y construyendo habitáculos como este.

―Ya lo veremos ―contestó con rencor―. Maldito sea… ¿Puedes

creer lo que ha hecho?, ¡¿puedes creerlo?!

Samuel la miró apenado. Sabía lo mucho que lo había añorado

durante más de dos largos y eternos siglos. Él mismo lo había sufrido junto a

ella.

―¿Sabes… lo que está haciendo con humanos? ―volvió a decir con

una mueca en la cara que solo podía significar asco.

Samuel asintió.

!152

Page 153: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Se sentó junto a él. Se quedaron en silencio mirándose.

Al rato Addaia le replicó lastimosamente:

―Tendrías que haberme llevado contigo. Nunca debiste haberte

alejado de mí, padre.

―Todo se complicó ―respondió él―. Debía ser una reunión

secreta, una toma de contacto extraoficial para un proceso de comunión.

Pero todo salió mal.

―Padre, la capital ha sido atacada ―la expresión de lástima hacia los

suyos se hizo patente.

―Lo sé. He mantenido largas conversaciones con Arcadi. Se ha

preocupado de mantenerme informado solo de lo que le convenía.

―Es horrible… Initu Cîvitâ invadida. ¿Ha sobrevivido alguien?

―Por lo que sé, solo unos pocos. Todo el personal gubernamental

ha sido asesinado o está desaparecido.

―Es un completo desastre, padre ¿Cómo podemos volver a casa?

―No lo sé. Lo que sí sé es que va a pasar algo dentro de poco.

Algún tipo de ofensiva, he oído a un guardia decir que estaban preparando

unas valquirias para hacer de avanzadilla. No creo que estemos aquí mucho

tiempo, los câlîgâtums están ansiosos por atacar.

―Podemos aprovechar la confusión para huir ―contestó Addaia.

―Sí…, pero Arcadi no nos dejará marchar así como así.

Addaia entrecerró los ojos.

!153

Page 154: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿Te has fijado cómo me ha vestido?, ¡como si no hubiera pasado

nada!, como si pretendiese que todo fuera a ser como antes… ―Addaia

sintió su alma retorcerse de furia―. Los dos pensábamos que estaba muerto;

aparece repentinamente de la nada, seguido por un ejército de monstruos,

ataca el satélite, ¡y te secuestra! ¿Cómo es posible que alguien cambie tanto?

No le reconozco. ―Las palabras se le amontonaron hasta que se le hizo un

nudo en la garganta―. ¿Cómo es posible, padre? Si estaba vivo, ¿por qué no

vino a mí? ¿Por qué? ―Las lágrimas aparecieron de nuevo en sus ojos, pero

esta vez evocaban frustración.

―Bendecida Adda…, tienes que darnos tiempo. Él quiere que estés

a su lado. Yo ya le he dicho que eso no es posible. Aunque si le rechazas del

todo puede que nuestras vidas se acorten abruptamente. Mide tus palabras

―le aconsejó―. Él ya no es la persona que conociste cuando tenías dieciséis

años… Ni tampoco con la que conviviste durante mil años más. No quiere

decirme qué le ha pasado ni tampoco quiere cejar en su objetivo de extinguir

la raza humana. Si le convences, quizás tú… quizás a ti te haga caso…

―Le odio y le quiero tanto, padre… puede que K11 muera por su

culpa.

―¿Quién?

―No he venido sola. Me acompañaba un humano.

―¿Un humano? ―La cara de sorpresa de Samuel fue notoria.

―Ha sido mordido por un câlîgâtum hace unas horas. No sé ni

dónde lo tienen ni en qué estado está. Me ha ayudado a llegar hasta aquí, sin

!154

Page 155: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

él no habría tenido suficientes fuerzas para seguir adelante. Le conocí en

Pômum Rubra y desde entonces no nos hemos separado hasta ahora.

―Addaia… ¿Pômum Rubra, me seguiste hasta allí? ―dijo Samuel

claramente decepcionado.

Addaia se sonrojó levemente. Nunca desobedecía a su padre.

―No lo pude evitar ―añadió.

―Doy gracias a la sangre que fluye que aún estés viva ―rezó para

sus adentros afectado.

―Lo siento, padre…

―Siempre has sido una rebelde, desde que eras una niña.

Conseguías lo que querías y nunca te has callado nada. Es tu fuerza interior lo

que más me gusta de ti. Tu empuje y valor. Nada te detiene. Por muchos años

que hayan pasado, Adda, eres la más íntegra de nosotros. Con el tiempo has

madurado hasta conseguir cosas increíbles que ningún otro desmodos ha

podido alcanzar. Yo creo que es fruto de tu perseverancia. ―Hizo una pausa

mirando fijamente sus preciosos ojos―. Pero arriesgas demasiado tu vida. Te

expones al peligro siempre y ahora que somos tan pocos, no podemos

perderte. Eres lo más importante que nos queda, Adda… No solo para mí,

tienes que ser consciente de que lo que queda de tu especie va a necesitarte

para remontar de nuevo. Si no…, no sé realmente si va a quedar algo bueno

de nosotros.

Addaia le miró en silencio. Era consciente de su singularidad, su

estigma era el Ánima îre. No obstante, sin su padre ella no era nadie. «¿Por

qué dice esas cosas?», pensó.

!155

Page 156: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Tú también eres importante, padre.

―Yo soy prescindible. Todos lo somos. Pero tus virtudes son únicas,

nadie más ha conseguido dominar el Ánima îre. Eres como un peldaño más

allá. Nuestra nueva escala evolutiva. Tu humildad es maravillosa, Adda, pero

debes ser consciente de que eres un ser superior. Ahora, con la que se nos

viene encima, no puedes dejar que… no debes desaparecer, ¿me oyes?,

simplemente vela por tu seguridad, por el bien de los demás. ¿Me lo

prometes?

―Me hablas como si fuera la última vez que nos fuéramos a ver…

Vamos a salir de aquí. Los cuatro. ¿Me oyes? Encontraremos a Parvus, a K11

y nos alejaremos lo máximo posible de toda esta locura sangrienta e

irracional.

―Que la sangre que fluye te oiga… ―volvió a rezar Samuel.

!!!!!!

!156

Page 157: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11 estaba tirado en el frío suelo de una habitación, encharcado en

su propia sangre. Apenas le llegó un retazo de conciencia sintió un agudo

dolor en lado derecho de su cuello; notaba el palpitar de su herida abierta.

Pudo entreabrir los ojos. Había dos figuras discutiendo delante de él.

―Necesito interrogarle antes de que muera. Mantenedle con vida

todo lo posible hasta que responda a todas mis preguntas.

Le recogieron del suelo y le sentaron sobre una silla. Uno de aquellos

monstruos le introdujo una aguja en el brazo. Su visión se hizo un poco más

clara. Otro de ellos le vendó el cuello, presionando la herida para detener la

hemorragia temporalmente. Todo de manera ruda y con prisas. Se marcharon

de la habitación.

Addaia ya le había advertido de que no se introdujera en la base. Le

habían cazado por su estupidez. Enseguida le siguieron el rastro, como

perros hambrientos. Suerte que Parvus había podido escapar, al menos él

seguiría en algún lado, escondido. Esperaba que encontrara a Addaia y la

ayudara a escapar, ahora que había sido atrapada por su culpa.

Estaba hecho un desastre, sentía mucho frío y punzadas por todo el

cuerpo. No había rincón de su organismo que no escapara de la terrible

tortura de la agonía.

Ahora veía más claramente al hombre que tenía frente a él. Era alto,

moreno, de facciones duras, tez pálida y ojos de un llamativo rojo sangre.

Parecía estar esperando a que K11 centrara su mirada. Aún estaba

medio ido.

!157

Page 158: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El hombre se sacó la toga que vestía y la colocó meticulosamente

sobre un sofá que había junto a él. Debajo llevaba un uniforme negro,

parecido al de los câlîgâtums, pero mucho más detallado. Ribeteado con hilo

de plata y algún tipo de emblema colgado del pecho. No reconocía bien el

animal representado, dibujado sobre un fondo rojo. La mayoría de fauna

animal conocida se había extinguido hacía más de quinientos años gracias al

genocidio perpetrado por los humanos durante milenios. Parecía un lobo o

un tigre o una mezcla de ambos.

―Al principio te confundimos con un voluntario perdido ―habló

en su idioma para que le entendiera, colocándose justo delante de él―. Por tu

ropa y olor, supimos que habías venido de fuera.

K11 apenas podía sostener su mirada. El dolor le consumía. No

respondió.

―Deberías considerarlo… ―continuó.

K11 juntó todas sus fuerzas para poder formular la pregunta con voz

ronca y maltrecha.

―¿Considerar el qué…? ―tosió esputando sangre.

―Convertirte en un voluntario de mi ejército. En uno de los

nuestros. Ahora mismo no te quedan demasiadas opciones, estás a medio

proceso de conversión, puede que te queden un par de horas de vida como

mucho. Con mi ayuda podrías sobrevivir a la transformación completa.

―No ―logró contestar a duras penas.

!158

Page 159: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿Crees que la humanidad te ofrecerá algo mejor? Tu segunda

opción es morir como un insecto. Si ese es tu deseo… ―Entrecerró los ojos

mientras se aproximaba un poco más, doblando la espalda hasta tener su

rostro casi al mismo nivel de él. Pudo observar de cerca sus extraños iris

rojos.

―¿Por qué estabas con Addaia? ―Esta vez su pregunta era seria y

directa. Parecía haber estado jugando con él hasta ahora.

K11 no respondió.

―Si no respondes, no te dejaré morir. Sufrirás durante horas y luego

te obligaré a convertirte. Serás un engendro, porque así nos ves a nosotros,

¿cierto?, quieres ser un engendro… ¿humano? ―escupió la última palabra

como si fuera veneno en su lengua.

K11 le miró con odio visceral. Era el peor destino que le habían

propuesto nunca. Sin embargo, ya todo le daba igual.

―¿Y quién eres tú? ―preguntó K11 casi inteligiblemente.

Cônspectus le observó detenidamente.

―Encontrar un humano con dignidad y carácter es como encontrar

una pepita de oro entre toneladas de barro ―respondió.

K11 no entendió ni una palabra.

―Soy Cônspectus, es todo lo que tienes que saber.

―Si tú no me cuentas… Yo no te contaré.

!159

Page 160: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Cônspectus se lo quedó mirando irritado. Dudaba entre matarle allí

mismo por su falta de respeto o sorprenderse de su fortaleza interior.

―No estás en posición de negociar. Aunque está claro que Addaia

no te eligió por casualidad. Debes ser importante para ella… ¿Su amante,

quizás?

Notó el sutil desdén en su última pregunta. K11 sonrió para sus

adentros.

―Parece que tú… sí lo fuiste.

―¡Escucha, insecto! ―Esta vez vociferó perdiendo la calma y

asiéndole de las solapas―. No sé si eres un temerario o un héroe, pero vas a

acabar muy mal si sigues por ese camino. ―Le enseñó sus dientes blancos y

relucientes, los más afilados que jamás hubiera visto. No parecía haber

encontrado las respuestas que buscaba y estaba disgustado.

K11 emitió un quejido sordo. Cada pequeño movimiento de su

cuerpo era un suplicio. Aparte de sentir cómo se desangraba y debilitaba a

cada segundo que pasaba, entreveía como una mancha negra, una sensación

de oscuridad cerniéndose sobre su cuerpo.

―No te pienso decir nada ―sentenció jugándosela.

Cônspectus se apartó de él, incorporándose sin soltarle. Frunció el

ceño haciendo una breve pausa como estudiándole. Dio media vuelta, lo

arrancó de la silla de un tirón y se lo llevó a rastras por el suelo, como a un

perro. K11 forcejeó inútilmente.

!!160

Page 161: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

La prisión en Tera era solo un preámbulo, realmente allí no había

ningún sistema carcelario, solo prisión preventiva. Por lo tanto, las celdas eran

simples habitaciones sin ventanas. Isembard se preguntaba si aquella sería la

mejor celda que había dada su condición noble. Era pequeña y rectangular,

de paredes marrones, una mezcla entre óxido y terracota. Olía a piel sintética

y a rancio. Llevaba muchas horas allí encerrado.

Hacía verdadero calor allí dentro. Solo habían abierto la puerta para

entregarle una ración de comida maloliente y deleznable.

Sabía que no iba a haber juicio. El estado de guerra permitía ese tipo

de trueques con las leyes. Malmastro había jugado bien sus cartas y él había

caído como un tonto.

Al menos, ahora que ya sabía su destino, ahora que sobre su cabeza

ya no pesaban las miles y miles de vidas de Tera, se sentía liberado. Preso y

libre al mismo tiempo.

El golpe bajo de Tajdo… no entendía cómo no lo había visto venir.

Tenía hambre de poder, era ambicioso, voraz, egoísta, corrupto… y Geligio

solo era una pieza débil, un peón en aquel juego de ajedrez.

Desde su estancia, en aquella pequeña celda, oía los ruidos

ensordecedores de las placas cayendo al frío y vacío núcleo de Tera; tenían

cientos de kilómetros cada una. Cada vez se sucedían con más frecuencia.

Muchas vidas perdidas, vidas que de momento eran prescindibles. Los cortes

de energía perduraban más en el tiempo; aquel que hubiera heredado su

industria no estaba haciendo bien las gestiones pertinentes de ahorro y la

cosa se estaba yendo a pique más rápidamente. Tenía la esperanza de ver el

ocaso de Tera antes de que lo expulsaran a Anillo. Ver cómo todo caía por su

!161

Page 162: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

propio peso antes de que fuera deportado a la peor cárcel que el ser humano

hubiera concebido antes. Un infierno hecho planeta. Un gran error de la

terraformación. Donde la esperanza de vida se acortaba drásticamente.

Daba igual cuál hubiera sido tu pecado o tu delito. La condena

perpetua en Anillo era la más corta que existía. Era preferible morir aquí que

seguir cualquier tipo de vida allí. Esperaría pacientemente los

acontecimientos sucesivos. Para él ni para el resto de

humanos ya no había futuro posible. Y lo peor de todo es que ellos

mismos habían caído dentro de su propia tumba. Como ya pasara en Pangea

y en Marso, y como sucedería de nuevo ahora. El ser humano no aprendía,

solo ligado al momento, al fugaz placer de poder y ambición que acababa

siempre desembocando en miedo, ira y destrucción.

Jamás aceptarían que los desmodos eran mejores «humanos» que

ellos. Una lección que no aprenderían hasta la extinción.

Isembard se dejó llevar por las cavilaciones, era lo único que le

quedaba en aquel rectángulo de vida, en aquel montón de baldosas que

delimitaba su espacio. Atrapado como un ratón, pero no más atrapado que la

propia inconsciencia humana.

!!!!!!

!162

Page 163: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Las valquirias de Cônspectus aguardaban pacientemente en el

hangar. Tres grandes y enormes navíos de combate, Gunnr, Rota y Skuld, que

podían albergar una cantidad ingente de efectivos, vingers y armamento

defensivo cada una. Pese a alcanzar hasta los doscientos metros de eslora,

eran capaces de viajar a una velocidad insólita por el espacio. Cônspectus las

había fabricado pacientemente durante años. Y ahora estaban preparadas

para su puesta en escena, su primer objetivo, el planeta Anillo.

Parvus se había dirigido hacía al hangar unas horas atrás, llevado por

el bullicio de movimiento que había detectado. Por estadística podía

encontrar a su ama allí, esperando como un animal agazapado cualquier tipo

de rastro que la llevara hasta ella.

Mientras vagaba perdido había estado estudiando la base y sus

habitantes, había robado mapas y órdenes. Contenía dentro de él hasta el

último dato accesible de sus computadoras. Sabía que el actual precepto era

flotar los tres navíos en las próximas horas.

Detectó algo cerca de la nave llamada Skuld. Un destacamento de

câlîgâtums custodiaba a dos figuras familiares. Su primera reacción hubiera

sido correr hasta allí y arañar a todos esos monstruos para que soltaran a sus

amos. No era buena idea; sus circuitos fraguaron otro plan.

A los pocos minutos Parvus ya se hallaba escondido dentro de la

nave Skuld, siguiendo con sigilo al destacamento hasta que concretó el lugar

donde los habían escoltado: unas pequeñas cámaras que previamente servían

para almacenar cruor, sangre humana y enseres, cerradas herméticamente

con grandes puertas metálicas y un pequeño ojo de buey central. Estaban

bloqueadas con un código que fácilmente obtendría y una cerradura, cuya

!163

Page 164: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

llave colgaba del cuello de uno de los guardias; no le sería tan fácil hacerse

con ella.

Ya se desesperaba cuando apareció otra figura familiar. Algo le decía

que reconocía a esa persona, pero… Se introdujo en sus memorias y obtuvo

una enigmática respuesta, aunque sus circuitos también le advirtieron de

grandes cambios físicos en él. Su último dato sobre aquel hombre consistía

en un informe completo sobre su desaparición y muerte en la gran guerra de

Marso. Su desconfianza le hizo permanecer escondido.

Arrastraba con él algo. Parecía un hombre convulsionándose

agitadamente y dejando un hilo de sangre tras él. No pudo más que apretar

sus junturas en un espasmo sobrecogedor al reconocer a K11.

Aquel tipo llamado Arcadi se quedó parapetado frente a la cabina

donde estaban encerrados sus amos. Con la mirada perdida parecía mirar a

través del ojo de buey. Después soltó a K11 inconsciente delante de la puerta

y se marchó por el pasillo sin más.

Parvus corrió de un salto hasta K11. Unos câlîgâtums aparecieron

sin darle tiempo a nada y se escondió entre sus ropas, encogido en su más

pequeña forma, como si de una lombriz enroscada se tratara.

Cogieron a K11 por los brazos y las piernas y lo tiraron al suelo

dentro de una celda adyacente, que cerraron tras de sí.

Parvus esperó unos segundos hasta estar seguro de que no había

nadie merodeando alrededor antes de salir. Revoloteó alrededor de K11 sin

saber por dónde empezar. Analizó la biblia médica alojada en su memoria y

comenzó a estudiarla. Una aguja fina salió de su minimochila con un líquido

rojizo que inyectó en él rápidamente. Este balbuceó algo inteligible, aún

!164

Page 165: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

inconsciente y con los ojos abiertos de par en par; una extraña veladura negra

los cubría, como una pátina semiopaca.

Rompió parte de su traje para poder ajustar y desinfectar el vendaje

del cuello. Repasó los pasos a seguir; no parecía haber nada más que pudiera

hacer. No hasta no examinarle bien en un tubo médico o similar. Podía tener

además, fracturas o hemorragias internas.

Inspeccionó la celda, no había cámaras ni micrófonos

afortunadamente, era igual que la cámara donde estaban encerrados sus

amos, un simple contenedor de alimento, por lo tanto más sencilla de abrir.

Seguramente le habían tirado allí simplemente esperando a que muriera de

frío o por las heridas. Sin embargo, Parvus le había dado un poco más de

esperanza de vida.

!!!!!!!

!165

Page 166: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Cônspectus! Todo está listo para el despegue ―dijo un enorme

soldado câlîgâtum mientras se cuadraba ante él, casi gritándole al oído. Era

uno de sus más altos generales. Terriblemente astuto y hambriento de sangre.

Estaba nervioso, de ahí su creciente ansiedad. El día tan esperado por fin

había llegado. El comienzo de la batalla. El momento que tanto deseaban sus

negros corazones. La venganza. La aniquilación de todas las almas humanas

que no fueran sometidas o asimiladas. ¡La extinción!

Cônspectus no respondió, se limitó a hacer un movimiento de

cabeza a modo de aprobación.

Él tampoco podía evitar la inquietud. Un malestar creciente en su

estómago, un hormigueo constante que no le dejaba pensar con claridad.

Aunque no era debido a la batalla que se avecinaba. Oh, no; ya sabía de

antemano que estaba ganada. Ver los cráneos aplastados de sus enemigos

solo le evocaba placer y regocijo. Se trataba de Addaia, ella era la fuente de su

desasosiego. El tenerla allí tan cerca después de tanto tiempo… Su actitud

rebelde… No había sabido cuánto la necesitaba a su lado hasta que la había

vuelto a ver. La quería, quería poseerla de nuevo. Su concubina eterna, su

hija, su amiga, su amante, su compañera… Pero la temía, temía encontrarse

con ella, temía encontrarse con su rechazo, ¿debía matarla?, ¿obligarla? No

podía arriesgar tanto en ese momento. No podía dejar de lado su objetivo

ahora, estando tan cerca. Una vez todo hubiera terminado no le quedaría otra

opción más que aceptarle… «Sí, solo es cuestión de tiempo…», pensó.

¿Y sus cambios físicos, le repugnarían? Ya no era la persona de antes

de Marso. Su cuerpo…

!166

Page 167: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Todo era por culpa de Samuel. Apretó la mandíbula y los puños sin

darse cuenta. Sentado en el puente de mando de la Skuld quiso borrar de la

faz del universo a todo aquel que había interpuesto un mundo entre ellos. Un

muro físico y mental que ya no sabía si podría sortear jamás. «Ella sigue

siendo la preciosa criatura de siempre y yo un triste monstruo lleno de rencor

y odio…». Aunque, al menos, podría curar el dolor de sus heridas con la

sangre de todos los seres humanos de este mundo.

Y seguía retorciéndose como raíces nudosas que se agrietaban su

corteza más y más con cada giro de sus pensamientos. Hasta que su mente

colapsó y lanzó por los aires, de un manotazo, la mesa que estaba delante de

él.

―¡A qué estáis esperando!, ¡quiero que esta nave esté ya en el aire!

Su airada acción puso en frenético movimiento a los soldados, que se

apresuraron en despegar las tres inmensas valquirias. Para ellos Cônspectus

era mucho más que un líder. Poco menos que un dios.

Las tres naves pusieron rumbo directo al planeta Anillo; si Tera tenía

una cloaca, era esa. Una pústula abierta llena de desechos, de pútrida y

hedionda plebe desterrada. Delincuentes, ladrones, asesinos o simples

estorbos en el camino de muchos, se amontonaban allí. Como en cualquier

medio salvaje, sobrevivía el más fuerte. Siempre había lugar para más, ya que

uno de cada dos prisioneros nuevos que llegaban a Anillo perecían en menos

de un mes, debido sobre todo a las bajas temperaturas. Los que sobrevivían

tampoco lo hacían durante demasiado tiempo. Un lugar perfecto para

recolectar soldados, convertir almas perdidas. Esta vez no se andarían con

disimulos, no habría espías ni conversores. Entrarían por la fuerza y todo

!167

Page 168: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

aquel que no se uniera a sus filas sería automáticamente liquidado. Pensaban

multiplicar sus efectivos de manera considerable antes de ejecutar la masacre

en Tera. No habría opción para la derrota. Ninguna.

De ahora en adelante él era la supremacía absoluta, el poder

arbitrario capaz de decidir la muerte de los que más despreciaba; utilizar sus

propios errores y debilidades tan solo lo hacía más placentero. Y allí estaban

las valquirias, listas para recoger en su regazo a los que ya no tenían nada más

ni mejor que hacer con sus vidas que convertirse en una simple arma a su

disposición.

Volvió a pensar en Addaia. ¡Dios!, ¡no se la sacaba de la cabeza!, no

podía postergar más su encuentro con ella. ¿Le dejaría tocarla? No creía que

fuera a tenerle miedo, pero era tan terca y temperamental. Tras largos

milenios a su lado conocía todos sus puntos débiles. Utilizaría esa ventaja.

Cônspectus se irguió de su asiento. Todos hacían su trabajo

eficazmente sin prestarle atención, como era debido.

―¡Tú!; trae la chica a mi cámara! ―Señaló a un câlîgâtum.

Salió corriendo sin vacilar.

!

!168

Page 169: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Parvus llevaba un buen rato observando a K11. Parecía estabilizado,

al menos había dejado de convulsionarse. Su ritmo cardíaco había mejorado y

ahora dormía mansamente. Se levantó en busca de alguna salida que le llevara

a la cámara de su ama, sabía que había una pequeña rejilla casi imperceptible

que daba a unos tubos de ventilación, según sus mapas.

Por suerte estaba cerca del suelo, solo tuvo que arrastrar a K11 y

subirse a su cabeza, no pareció importunarle demasiado. Desatornilló la placa

y se introdujo en el tubo. No tardó ni un minuto en llegar hasta donde

estaban sus amos. Miró a través de la rejilla, se encontraban allí, solos. Picó

insistentemente para que le oyeran.

Addaia y Samuel estaban abrazados y sumidos en una ligera

duermevela, cuando escucharon el sonido con claridad. Levantaron sus

cabezas hacia el techo con actitud curiosa. Fue ella quien se levantó y se

atrevió a mirar a través de la pequeña rejilla, vio un leve reflejo metálico

dentro de ella.

―¡Parvus! ―le reconoció emocionada.

Una pequeñísima herramienta parecida a un destornillador apareció

entre los delgados agujeros de metal. Addaia, con las muñecas aún

encadenadas, trató con dificultad de aflojar los remaches con cuidado hasta

dejar semidescolgada la placa. Parvus dio un salto para abrazarse a su ama

con fuerza; si hubiera tenido una sonrisa en su cara sería en ese momento la

mayor de su vida.

―¡Parvus, pequeño!, yo también pensaba que te había perdido…

―Ella le abrazó tiernamente. Era reconfortante verle de nuevo.

!169

Page 170: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Puso una manita de metal sobre Samuel; era una pena que los

androides no pudieran hablar en momentos como ese por culpa de la ley de

la Prohibición Mecánica. Sin embargo, así debía ser.

―¿Dónde está K11, Parvus? ―preguntó Addaia visiblemente

consternada.

Parvus señaló hacia una de las paredes.

―¿Está aquí?, ¿en una de estas cámaras?

Parvus asintió.

Addaia alzó su cuerpecito con ambas manos y le interrogó con

ansiedad.

―¡Dime!, ¿sigue vivo?, ¿Cómo está? ―Su voz sonaba lastimosa.

Parvus, con sus dotes de mimo, hizo una admirable actuación para

explicar que seguía vivo gracias a su ayuda, pero que se encontraba en pésimo

estado.

Escucharon pisadas en el pasillo, que se acercaban aprisa. Parvus

corrió a esconderse detrás de Samuel. La puerta de la cámara se abrió de

golpe.

―¡Tú! ―Uno de los cuatro câlîgâtums que abrieron la puerta señaló

a Addaia―.Ven ―ordenó.

Addaia miró a Samuel. Este contenía a Parvus, que se removía detrás

de él nervioso, no quería que su ama volviera a desaparecer.

―Adónde me lleváis ―ordenó que le respondieran.

!170

Page 171: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―He dicho que nos sigas. Cônspectus quiere verte.

Samuel hizo un leve gesto, que Addaia interpretó como un «No te

resistas».

Salió de la cámara de mala gana. Le aterraba la idea de separarse de

Samuel de nuevo.

«Cônspectus… ―pensó―. Es como si Arcadi Balasch siguiera

muerto. Ni siquiera respeta ya su nombre. ¿Dónde está el hombre que tanto

he amado?, ¿queda algo de él?».

Los câlîgâtums le hicieron recorrer casi toda la nave hasta llegar a

unas puertas enormes que daban a la zona de cola de la valquiria. Las puertas

se abrieron y la obligaron a pasar.

―¡Fuera! ―retumbó una voz al fondo de la sala, estaba rodeada de

amplios cristales que dejaban ver el inmenso espacio exterior―. No quiero

que se quede nadie. Solo ella.

Los câlîgâtums se retiraron con cierto escepticismo, aunque ninguno

se atrevía a contradecir ni sola una orden salida de su boca. A Addaia le

repugnaba su fervorosa devoción.

La gran puerta se cerró tras de sí. Apenas percibía la silueta de

Arcadi en aquel espacioso y oscuro salón. Solo la luz de las estrellas y unas

tenues lámparas iluminaban la estancia. Observó que los muebles eran de

madera, antiguos, como de época y todo el estilo general también. Una gran

alfombra con patrones del siglo XX reinaba en el centro. Resultaba

extrañamente reconfortante aquella decoración, con el espacio al fondo…

!171

Page 172: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Notó su respiración agitada. Ninguno de los dos se atrevió a romper

el silencio. Arcadi parecía estar esperando a que ella comenzara a hablar. No

obstante, ella no tenía nada que decir.

Se detuvo a observarla acercándose poco a poco.

―¿Te gusta el vestido? ―le preguntó.

Addaia, indignada, no respondió.

Arcadi se aventuró a acercarse un poco más.

Ella se retiró hacia atrás dando un ligero paso.

Con su mano sacó algo parecido a una llave de dentro de su túnica.

―Puedo… quitarte esto si quieres ―Señaló las anillas de

mecrametal que sujetaban aún sus manos.

Ella le miró airada. Seguía sin hablarle.

Tentando a la suerte Arcadi se acercó hasta casi tocarla e hizo el

amago de quitárselas. Addaia al principió gesticuló desconfiadamente. Sin

apenas darse cuenta, en un segundo Arcadi se las había retirado. Se frotó las

muñecas al instante sintiendo una leve quemazón por culpa del roce.

No se quitaban un ojo de encima. Addaia no podía dejar de mirarle

fijamente, seguía sin poder asimilar que su amado Arcadi estuviera delante de

ella, aquel esperpento… ¡Dios!, no podía por un segundo más contener su

rabia. Sus pupilas giraron en torno a la habitación buscando algo que pudiera

utilizar como arma. Cómo podía haberla abandonado de aquella manera.

¡Doscientos años le había llorado!, ¡doscientos años!, y ahora le preguntaba si

el vestido le parecía bonito…

!172

Page 173: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿Qué es lo que te propones? ―Le dio conversación para

distraerle. Su mente estaba fija ahora en un abrecartas antiguo sobre su mesa,

a poco más de dos metros de ella.

―No estoy del todo seguro, sé que ahora mismo me odias.

Addaia dio un paso a su izquierda mientras se atusaba el pelo.

―¿Y qué esperabas, después de secuestrar a mi padre y atacarnos a

mí y al humano que me acompañaba?

―Muchas cosas han cambiado ―respondió.

―No hace falta que lo jures. No te reconozco, no sé quién eres.

Pero si sé que Arcadi, el que yo conocía, ya no está.

―Si entendieras mis motivos…

―¡No hay nada que entender! ―Addaia comenzó a dirigirse hacia él

más enfurecidamente, girando sobre sí misma y acercándose

disimuladamente hacia la mesa―. Pudiste haber venido a mí cuando

sobreviviste a Marso, ¿qué demonios pasó? ¡No hay nada que pueda justificar

todo esto!, ¡nada!

Arcadi se aproximó más a ella, casi al punto de tocarla.

―¡No te acerques!, ¡o juro por toda mi sangre que te arrepentirás!

¡No oses ni siquiera tocarme!

―¿Quieres matarme?, ¿eso deseas? Mírame a los ojos y dime que me

quieres muerto, ¿quieres coger esa daga de ahí y cortarme el cuello?

!173

Page 174: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia se sintió descubierta y corrió hacia la mesa para alcanzar el

arma. Cônspectus se abalanzó sobre ella con una fuerza y rapidez

inimaginables. La estrechó contra la mesa y la inmovilizó en menos de un

segundo. Agarró el abrecartas y se lo puso en su propio cuello.

―¿Quieres que me raje aquí mismo? ¿Delante de ti? ―le gritó a la

cara.

Notó su cálido aliento. Su respiración entrecortada, su pecho

ardiendo arriba y abajo.

Addaia se quedó conmocionada por un momento. Su penetrante

mirada la atravesaba, esos ojos rojos… cuánto de Arcadi podía quedar en

él… Sentía miedo, rabia, furia, desconsuelo, amor, nostalgia. Iba a volverse

loca allí mismo.

Arcadi presionó con más fuerza la daga contra su cuello y se apretó

más contra ella. Una línea fina de sangre se deslizó por la hoja.

―Yo te necesito. Siempre te he necesitado, ¿crees que no quería

estar contigo?, ¿crees que no he pensado cada día de estos largos doscientos

años en ti? ¿Has visto cómo me miras?, ¡no soporto esa mirada de compasión

y odio!, ¿no me ves? Estoy destrozado por dentro, ellos me destrozaron. Me

lo quitaron todo, ¡todo! Y cuando salí de allí solo era una sombra de lo que

había sido. Un engendro, un monstruo como tú bien me has llamado…

¿Cómo podía ni siquiera pensar en volver adonde ya no pertenecía? ―Clavó

el abrecartas en la mesa, hundiéndolo como si la madera fuera mantequilla―.

Ahora este es mi nuevo mundo, soy un hombre nuevo con una nueva misión.

Voy a crear un mundo mejor y tú serás mi reina.

!174

Page 175: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Los perturbadores pensamientos de Addaia aletearon, un cúmulo de

sensaciones y emociones la embriagaron. Sentir de nuevo el abrazo fuerte y

poderoso de Arcadi alrededor de su cintura. Su voz, que aunque estropeada

seguía siendo su voz. Un batallón de recuerdos galoparon por su cerebro,

arrasando con todo, y no pudo más que permanecer en silencio. Confusa. ¿Le

estaba pidiendo que liderase con él aquella matanza? ¿Había estado

apresado?, ¿durante cuánto tiempo? ¿Qué habían hecho con él?

Apretó los dientes y sus ojos se humedecieron. La tensión de su

cuerpo aflojó y Cônspectus lo notó. Deshizo poco a poco el nudo que había

hecho con su propio cuerpo para bloquearla.

Por un momento, Addaia se sintió débil, su vida se había convertido

en un cúmulo de contradicciones. Quería a ese hombre, ¡oh, Dios, le amaba!

Pero no soportaba en lo que se había convertido. ¿Pero hasta qué punto tenía

él la culpa? Luego recordó las palabras de su padre: «Necesitamos tiempo,

Adda». Miró a Cônspectus, que esperaba ansioso una respuesta.

―Quiero que primero salves la vida del humano que venía conmigo

y liberes a mi padre ―solicitó decidida.

Cônspectus lo sopesó por un momento.

―No puedo liberar a tu padre hasta que extermine a los humanos.

―Si no le liberas, no me tendrás nunca.

Addaia se separó de él ásperamente.

!175

Page 176: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿Qué relación tienes con ese humano?, ¿por qué extraña razón

quieres salvarle la vida a ese pequeño parásito? ―Más bien pareció escupir la

pregunta.

Addaia consideró su respuesta durante unos segundos.

―Es mi amigo ―respondió.

―Ningún humano es amigo de un desmodos.

―Yo fui tu amiga durante dos años antes de que me convirtieras

―objetó Addaia.

Cônspectus no parecía convencido.

―¿Es tu amante? ―preguntó inquisitivamente.

―No ―respondió Addaia tajantemente.

―Bien, ningún patético ser humano se merece ese privilegio.

Addaia notó el visceral desprecio en sus palabras, surgía de lo más

hondo de su corazón. Había acumulado una aversión exacerbada hacia los

humanos, que había estado macerando en aguas de locura y depravación.

Para él no había distinciones, todos merecían sufrir o morir.

Sintió verdadera compasión por él.

―Está bien. Intentaré salvarle la vida, eso si sobrevive a la

conversión ―aceptó Cônspectus con desdén.

―Solo ha sido mordido, nadie le ha dado su sangre aún…

!176

Page 177: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Lo sé, pero si nadie le da de beber pronto, morirá y lo sabes. Al

menos le queda la oportunidad de convertirse completamente.

Addaia notó la desazón en lo más profundo de sus entrañas y se

sintió invadida por la culpabilidad.

!!!!!

!177

Page 178: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 6

La luz de la muerte

!!Isembard estaba sufriendo el calvario de las náuseas durante el viaje

de traslado a Anillo. Sentía la necesidad acuciante de ir al baño, su estómago

hervía de cosquillas, como si percibiera su inminente muerte nada más divisar

el planeta prisión desde la cabina de la nave donde era transportado. Hacía

pocas horas que le habían sacado del pequeño habitáculo donde había estado

retenido. Había sido embarcado en una nave de transporte común con todos

los demás delincuentes. Sin distinción alguna. Era insultante.

Las rodillas le estaban matando. Hacía tiempo que le dolían según los

cambios de temperatura. El hecho de estar tanto tiempo inmovilizado,

añadido al frío y la humedad penetrante, aumentaban el desgaste de sus

articulaciones hasta el punto de creer que no podría levantarse de donde se

encontraba sentado. Le habían sujetado fuertemente a su asiento, así que de

todas formas no podría moverse. Llevaba días sin asearse y alimentándose

mal, eso aún le hacía encontrarse más débil y cansado.

La nave estaba llena de presos, todos iban igual de sucios o peor que

él. El hedor en la nave era insoportable.

Seguían acercándose a Anillo lentamente… y a cada kilómetro que

avanzaban Isembard se sentía más viejo y decrépito, no duraría ni un día allí.

!178

Page 179: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Pasaron cerca de sus anillos, hermosas formaciones de rocas y polvo

girando a velocidades vertiginosas alrededor del planeta. Una visión

magnífica para un destino horrible.

La entrada al hangar era inminente.

La atmósfera del planeta era increíblemente inestable. Se

encontraban completamente rodeados por nubes de gas denso de un

profundo amarillo, donde la luz solar penetraba con muchísima dificultad.

Movidas por vientos huracanados a temperaturas bajas muy extremas.

Apenas se divisaba el tosco y anticuado recinto penitenciario a través de

débiles jirones de luz. Un amasijo de plastometal viejo y cristal sucio, lleno de

grietas y apaños chapuceros.

Los presos en Anillo se dedicaban única y exclusivamente a los

negocios sucios, tráfico, violaciones y recolección de carbono cristalino que

posteriormente intercambiaban en Tera por desechos, replicadores de comida

y combustibles. Todos los que sobrevivían campaban a sus anchas en aquel

agujero. No había celdas, todo era común, nada era de nadie y nada se

conservaba. La lucha por la supervivencia estaba servida.

Isembard tenía la mirada perdida en uno de los ventanales de la nave

cuando percibió algo que se movía entre las nubes. Primero fue una enorme

sombra que apareció de la nada sobre ellos. Nadie pareció darse cuenta

aparte de él. Entrecerró los ojos para enfocar mejor cuando de pronto asomó

el morro de una nave de dimensiones descomunales. El estómago se le acabó

de descomponer y la piel se le erizó en un segundo. No era ningún experto

en naves, pero estaba seguro de estar reconociendo una nave de combate y

no precisamente humana. La tendrían encima en pocos segundos.

!179

Page 180: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El resto de la tripulación comenzó a percatarse de la situación, su

nave comenzó a temblar, estaban sobre ellos, iba a arrollarlos si no se

apartaban del camino de atraque del hangar.

El piloto hizo una maniobra de emergencia, virando salvajemente

para alejarse de la nave de combate en un ejercicio de maestría y suerte.

La nave dio un vuelco tremendo. Todo lo que no estuviera bien

amarrado cayó al suelo bruscamente, incluyendo las personas. A Isembard

estaba a punto de darle un infarto. Aquello era una ofensiva desmodos. «¿En

el planeta Anillo? ¿Por qué?», se preguntó. ¿Y de dónde habían sacado

semejante navío?, se preguntaba aún cuando dos más aparecieron tras ella,

igual de enormes que la primera. Isembard se quedó atónito.

Perdió de vista las tres naves, el pánico se desató a su alrededor, todo

el mundo gritaba o intentaba quitarse los cinturones de seguridad.

La escena era dantesca. La primera gran nave se parapetó delante del

hangar y disparó a discreción a todo lo que se movía; en un abrir y cerrar de

ojos destruyó las pocas defensas que había y aterrizó a lo bruto, ocupando

casi todo el hangar. Seguramente era la primera visita forzada que vivía

Anillo, totalmente inesperada por todos, ¿quién iba a querer nada de allí?

Su propia nave dio una vuelta completa intentando alejarse de la

pesadilla. Todos los presos gritaban histéricos que el piloto volviera a Tera.

Estaba claro que sin el repostaje previo no iba a haber combustible para la

vuelta. Por más que les fastidiara, iban a tener que aterrizar en aquel infierno.

!!

!180

Page 181: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

!Cônspectus estaba excitado. Por fin había comenzado el exterminio;

tan largo tiempo esperando…

Su general se colocó frente a su campo de visión y le distrajo de sus

pensamientos.

―¡Cônspectus!, ¡todo está despejado, mi señor!, sus defensas eran

ridículas. Le informo de que los presos se están amotinando en el ala este de

la prisión.

―Perfecto… ―murmuró―. Controla ese motín y ordena al

negociador que comience las conversiones. No quiero que les den la

posibilidad de pensárselo ―le miró fijamente clavando sus iris rojo fuego―.

¿Me habéis entendido?, todo aquel que se niegue o dude desde el minuto

uno, lo ejecutáis.

―¡Sí, Cônspectus! ―respondió efusivamente.

―Una cosa más… ―añadió―. Tráeme a la chica y a su padre… y al

humano también.

―Pero…

Fue formar la palabra con sus labios y los ojos de Cônspectus

fulguraron. El soldado se dio cuenta de su error y salió disparado sin perder

ni un segundo. El câlîgâtum había sido uno de sus primeros reclutas, de los

más fuertes, listos y experimentados, no tenía nombre, era conocido

simplemente como el General y era también altamente respetado por todos.

!181

Page 182: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Cônspectus había conseguido ser su líder por una única razón. Le

había acogido en su lucha, le había guiado. No obstante, había un precio a

pagar. Él jamás aceptaría una sublevación o un destello de duda bajo su

bandera.

Jamás debían cuestionarse sus órdenes.

Comenzó fraguando aquella venganza reuniendo a unos pocos,

apenas unos treinta insurrectos. Algunos desmodos desarraigados o

expoliados por sus condiciones monstruosas. Poco a poco fue reclutando a

más, pero resultaban insuficientes; el mundo desmodos no podía proveerle

de suficientes efectivos rápidamente, tenía que recurrir a otros métodos si

quería conseguir sus objetivos, incluso si eso implicaba contradecirse a sí

mismo. Sin embargo, por qué no, al fin y al cabo el hecho de usar humanos

contra humanos le provocaba satisfacción y entretenimiento añadidos.

Todo marchaba según el plan, había acumulado un poderoso

ejército. Acólitos inflexibles que le amaban y le seguirían hasta la muerte.

Lo único que cojeaba en todo aquello era Addaia, tenía que estar

seguro de su lealtad, tenía planeada una prueba. La convertiría a su fe, como

hizo con todos los demás, ya lo había hecho una vez, ahora solo había que

pulsar el botón correcto de nuevo…

!!!

!182

Page 183: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Parvus había vuelto a la cámara donde se encontraba encerrado K11,

Addaia le había ordenado que se quedara con él. Iba a necesitar atención

constante, dado su estado, aunque al final no había sido necesario. Parvus

había observado que hacía unas horas había mejorado considerablemente la

temperatura del habitáculo. Además, se habían dedicado a sanarle y hacerle

varias curas mucho más minuciosas. Incluso le habían traído un camastro,

agua y comida.

Hacía una media hora que estaba comenzado a volver en sí,

balbuceando cosas incoherentes. La fiebre había bajado y parecía haber

recuperado un poco de color. Sus ojos enfocaron a Parvus sentado a su lado,

le señaló con un dedo.

―Tú…, bicho…

Parvus ladeó su cabecita, podría haber levantado una ceja si la

hubiese tenido.

K11 se intentó incorporar lentamente pero no pudo.

―¡Oh! Joder, estoy roto… ―Su voz seguía siendo áspera y

entrecortada.

Se agarró el cuello dolorido.

―Si vuelven a por mí ―dijo dirigiéndose a Parvus―, tómales nota

y diles que vuelvan más tarde.

Parvus siguió inmóvil observándole, relativamente sorprendido.

―Tus circuitos del sentido del humor están averiados… ―Se apretó

las sienes con fuerza―. Igual que mi cabeza, va a estallarme…

!183

Page 184: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

K11 frunció el ceño y preguntó intrigado

―¿Cómo has llegado hasta aquí?

Parvus señaló hacia el conducto de ventilación.

―¿Qué hay al otro lado?

El pequeño robot se tocó el corazón y se abrazó a sí mismo.

―¿Adda?

El androide asintió.

K11 salió de su letargo de golpe.

―¿Está bien, está viva?

Volvió a asentir positivamente y K11 suspiró aliviado.

Parvus se acercó y examinó de cerca los ojos de K11, el verde vivo

que los había caracterizado se oscurecía cada vez más, la membrana cubría

incluso el resto del globo ocular.

Se oyeron pasos y Parvus corrió a esconderse. K11 cerró los ojos

instintivamente haciéndose el dormido.

La puerta se abrió y tres soldados câlîgâtums, armados hasta los

dientes, entraron.

Uno de ellos le pegó una patada a su catre.

―¡Despierta!

K11 gruñó, le dolieron todas las costillas.

!184

Page 185: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Vamos, perro humano, levántate y ponte esto. ―Le tendieron

unas bonitas abrazaderas de mecrametal para sus finas muñecas.

Le costó terriblemente levantarse. Su aspecto era demasiado

lamentable, llevaba el traje protector todavía, roto por multitud de sitios por

donde el frío atravesaba sin piedad, y hasta arriba de sangre seca y suciedad.

K11 miró hacia al rincón donde Parvus se había agazapado. Sus

últimas esperanzas estaban puestas en aquel androide, tenía que conseguir la

manera de sacarles de allí; no creía que durasen mucho más con vida.

Cuando salieron al pasillo se encontró inesperadamente con Adda,

iba junto a otro desmodos alto, rubio y delgado, parecía tener su misma

engañosa edad.

―¡K11! ―chilló emocionada Addaia al verle, se le iluminó la mirada.

Le sorprendió que se alegrarse tanto de verle vivo, notó como sus

propias mejillas se sonrojaban con la poca sangre que le quedaba a su

maltrecho cuerpo.

―¡Vamos! ―Uno de los câlîgâtums les metió prisa.

Adda se colocó junto a K11 rápidamente. El chico rubio no dejaba

de observarle mientras caminaban, ¿sería su padre?, ¿al que con tanta ímpetu

había venido a buscar? «Parece más joven que yo», pensó.

―Me alegro tanto… ―Adda esbozó una semisonrisa, podía percibir

una gran preocupación en ella―. Tus ojos… ―Su sonrisa desapareció―. Ya

ha comenzado… ―se lamentó.

―¡Callad! ―les gritó uno de los câlîgâtum irritado.

!185

Page 186: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Permanecieron en silencio hasta llegar a una gran escotilla que daba

acceso al puesto de mando. De camino habían podido presenciar por

estrechos ojos de buey que se encontraban metidos en una especie de hangar

medio destruido. Addaia y Samuel habían oído el ataque anterior al aterrizaje.

Allí afuera todo estaba repleto de ajetreados soldados, la tensión era máxima

y se respiraba en el ambiente.

Addaia se comenzó a poner nerviosa ante la expectativa de lo que

podría suceder. Se cogió al brazo de Samuel, lo miró, estaba tan débil como

una hoja seca. Lánguido y delgado. Addaia se sintió atrapada. Pensó en

intentar matar a los câlîgâtums que los escoltaban y salir corriendo de allí.

Pero ¿y K11?, aquel chico oriental, fuerte y vigoroso ahora estaba pálido

como la leche y apenas caminaba arrastrando los pies. Había perdido sangre

en cantidades demasiado generosas y además se enfrentaba al peor dolor

inimaginable, al sufrimiento de la conversión…

Recordó cuando fue convertida con apenas dieciocho años por

Arcadi. Sin embargo, su suplicio fue dulce por la pasión del momento; Arcadi

estuvo constantemente a su lado y no se separó ni un segundo de ella. El

desconsuelo volvió a anidarse en su interior. Qué quedaba ya de aquello,

estaba enterrado bajo mil años de recuerdos, habían pasado por tantas cosas

maravillosas y también terribles. Qué tan atroz podía haber sido su vivencia

para acabar así. De saberlo… si hubiera tenido tan solo un ápice de duda

sobre su supervivencia tras el estallido de Marso le habría buscado por todos

los confines del universo.

La puerta se abrió y pudo verle, sentado, coronando el puente de

mando, bien patente su superioridad. La contemplaba atentamente, sus ojos

!186

Page 187: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

carmesí clavados en ella, estudiando cada uno de sus movimientos. Atento.

Tramando algo.

!!!!!!

!187

Page 188: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

La ansiedad por pegarse un chute podía con Isembard. Comenzó a

sudar como un cerdo y se maldijo a sí mismo por estar enganchado. Casi

todo su pensamiento se centraba en ello, justo en aquel momento, cuando

seguramente acabaría muriendo a la deriva envuelto en nubes de gas, sudor y

gritos.

Sentada a su lado había una mujer repulsiva que intentó asirle de una

mano en medio del caos. Intentó soltarse desesperadamente golpeándole la

mano, histérico. Solo pensar en el contacto con esa sucia mujer le causó una

aversión nauseabunda. Ya de por sí las hembras no le gustaban, tenía suerte

de que en su mundo hubiera pocas, eran totalmente inútiles.

El par de guardas que los custodiaban hacía rato que habían

desaparecido por la puerta de la cabina del piloto. La nave de transporte

volvió a maniobrar y se puso de cara al recinto penitenciario de Anillo. Las

dos valquirias restantes estaban parapetadas en la entrada al hangar. Aquello

era un suicidio.

Su único escape en esos momentos era conseguir deshacerse de los

cierres que le aprisionaban la cintura y las piernas. La hedionda mujer a su

lado miraba en derredor con los ojos desencajados, una mancha de humedad

comenzó a aparecer en sus harapos, hasta que un hilo de orina brotó de entre

sus piernas y encharcó todo el suelo.

―¡Qué asco! ―masculló Isembard.

Uno de los presos cerca de él consiguió soltarse las piernas

haciéndose sangre en las manos. De repente la nave recibió una ráfaga de

disparos que resquebrajó el casco e hizo explotar parte del interior de la

cabina. Isembard se quedó inconsciente por unos segundos tras el impacto.

!188

Page 189: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Al reaccionar, vio cómo su asiento había quedado maltrecho, su brazo

sangraba y la mujer a su lado había muerto aplastada por una de las paredes,

reventada por dentro.

Comenzó a faltarle el aire. Probó desesperadamente de nuevo a

soltarse. Las sujeciones habían sufrido tras el ataque y consiguió soltarse las

manos, aunque seguía con las piernas atadas. La nave viró de nuevo con poco

éxito. Isembard entró en pánico, le quedaban pocos minutos de vida.

Comenzó a sangrar considerablemente; usó la sangre de su brazo

para lubricar sus piernas en un intento loco de escapar, por fin se liberaron.

Cayó de bruces al suelo y una nueva ráfaga dejó la nave fuera de combate.

Rodó hacia una de las paredes entre alaridos de dolor y miedo.

La nave encaró de nuevo hacia el hangar. La cabeza le daba vueltas,

centró la mirada en un armario justo a su lado y a pesar de la locura

generalizada consiguió leer «Mantenimiento».

Su cerebro comenzó a trabajar velozmente. Quizás allí dentro

encontraría un traje de reparación exterior y podría usar la salida de

emergencia para huir. Posiblemente no sobreviviría, pero la nave iba camino

a estrellarse contra el hangar en esos instantes y no le quedaba mejor opción

que esa. Se arrastró hasta el armario; efectivamente, dentro había dos trajes,

uno inservible y otro que parecía aprovechable. Los presos que alcanzaban a

verle gritaban ferozmente que los ayudara a soltarse, algunos entre lloros y

pataleos, otros jurando matarle si no les auxiliaba.

Isembard no perdió el tiempo; en cuanto tuvo el traje puesto corrió

hacia la escotilla de emergencia y la cerró tras de sí. Cogió la llave roja de

expulsión que colgaba de una de las paredes y la conectó a la puerta de

!189

Page 190: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

emergencia, jadeante, medio ahogado, comenzó a nublársele la vista. Se

activó la cuenta atrás, los segundos más largos de su vida. Accionó su burbuja

personal y tras un pitido ensordecedor la escotilla salió disparada hacia la

atmósfera y él con ella.

Un instante más tarde la nave colisionó estrepitosamente contra una

de las paredes de vidrio del hangar. La estructura pareció resistir, sin

embargo, la nave se hizo añicos. Gran cantidad de metralla salió disparada,

fuego, llamas expandiéndose por las nubes de hidrógeno. Isembard quedó

cegado por unos instantes. Lo único que notó fue el impactar de su cuerpo

contra algo. Se asió con fuerza a lo primero que atrapó entre sus manos para

evitar seguir volando hacia la nada, notó un dolor terrible en la espalda y se

dobló sobre sí mismo. Sería un milagro si la precaria burbuja que llevaba su

vulgar traje de mecánico espacial no se había roto después de aquello.

Cuando por fin consiguió abrir los ojos y ver algo, su suerte le había

llevado a unos treinta metros de lo que parecía la entrada al hangar. Si

escalaba un poco conseguiría escabullirse dentro sin ser visto, eso si su

cuerpo malherido se lo permitía y si las ráfagas de viento gélido brutales de la

atmósfera de Anillo no le arrastraban al vacío. Gracias a Dios la burbuja y el

traje eran viejos pero funcionales.

Permaneció un momento inmóvil, recostado bajo la pared de cristal,

haciendo acopio de toda la poca fuerza que le quedaba. No iba a morir allí

como un perro, lucharía con todas sus fuerzas hasta que no le quedase

aliento. Quizás aquello había sido un golpe de suerte, quizás ahora tenía la

posibilidad de escapar de Anillo si jugaba bien sus cartas…

!!190

Page 191: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia acarició su vestido de seda vermis alisando las arrugas antes

de entrar al puente dignamente. Sus ojos no se apartaron de Arcadi. Quería

retarle con la mirada. Su orgullo seguía inmaculado. Ella era una dama, pese a

la humillación de haber estado prisionera por la persona que más había

amado en este mundo. Nada la doblegaría.

Se situó justo enfrente de él. Con Samuel y K11 detrás de ella. Los

câlîgâtums desaparecieron tras la puerta, solo quedaron Arcadi y su general.

El puente de mando era un sitio más bien pequeño y

despersonalizado, comparado al menos con su cabina personal. Maquinaria

fría, pero altamente sofisticada, concebida para la ofensiva total. Solo de un

vistazo pudo ver como Arcadi había estado poniendo todo su empeño en el

diseño de esas naves, aparte de la demencial base de Caelus Sidus de la que

habían partido.

Nada iba a convencerle de cejar en su obsesiva cruzada. Como si de

un profeta o un dios devastador se tratara, tenía una misión en mente.

Sintió ganas de llorar, aunque la rabia era más poderosa que el

lamento. No supo bien por qué, pero el recuerdo del Palacio de Salis afloró

de pronto. Quería volver, deseaba que todo volviera a ser como antes. Su

pensamiento desde que su padre partió se había centrado exclusivamente en

él. Pero ahora justo entendía. Justo en ese instante comprendía que ya nunca

jamás volverían.

―Cuanto más altiva te muestras, más bella me pareces ―habló

Arcadi estudiándola de cerca―. Siempre fue así. Por ese motivo me enamoré

de ti desde el mismo momento en que te conocí en aquella iglesia.

Addaia se mantuvo callada.

!191

Page 192: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Samuel se dirigió a él.

―¿Qué es lo vas a hacer con nosotros?

Arcadi torció el gesto.

―Samuel, viejo amigo ―se dirigió a él apáticamente―. Ya sabes lo

que quiero.

K11 comenzó a toser, sus ojos cada vez eran más sombríos, parecía

estar pasando un calvario. Comenzó a tener leves espasmos y dejó de poder

controlar bien sus movimientos. Addaia quiso haberle curado con todas sus

fuerzas, pero lo que ahora sufría, la oscuridad que le poseía, no podía ser

contrarrestada con sus dones, no era una enfermedad sanable, ni una herida

abierta. Necesitaba sangre, sangre desmodos…

―Va a morir ―sentenció Arcadi.

―Tú le has dejado morir ―contestó Addaia con desdén.

―Hice lo que me pediste, si no haría horas que ya habría muerto,

aunque lo único que has conseguido es alargar su sufrimiento.

Addaia se sintió como si la hubieran abofeteado.

―Haz que uno de tus seguidores le dé su sangre ―dijo Samuel.

Arcadi gesticuló negativamente y señaló luego a Addaia.

―Conviértele ―le ordenó.

Samuel avanzó un paso adelante y se puso a la defensiva.

―¡Sabes que eso no es posible!, ¡va contra sus principios! Adda

nunca…

!192

Page 193: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Cállate!, es ella la que va a tener que decidir si vive o muere,

¿entiendes? Solo es una mísera vida humana, a mí no me importa nada, hasta

qué punto le importa a ella…

―Convertirle no me hará mejor de lo que tú eres ahora… ―dijo

Addaia enfrentándose cara a cara con él.

Arcadi curvó sus labios en una breve sonrisa.

―Esa es mi intención.

―No voy a hacerlo ―dictaminó.

―Entonces morirá ―insistió Arcadi.

―No te cuesta nada salvarle la vida, hacéis conversiones humanas a

cientos, posiblemente ahora mismo a miles, si no qué hacemos en Anillo.

Aquí no hay nada salvo humanos ―dijo Samuel.

―Aún sigues teniendo agudeza mental… todavía no estás lo

suficientemente débil después de negarte a alimentarte durante días. ―Arcadi

suspiró―. Esta actitud que estáis tomando no os llevará a ningún lado. Si

queréis formar parte de este, mi nuevo mundo, vais a tener que acatar nuevas

normas y tomar acciones drásticas. Si no os implicáis en la causa, estáis

contra ella y por lo tanto contra mí ―carraspeó―. Os he tenido presos, sí,

aunque ahora os estoy brindando la oportunidad, sin ningún tipo de rencor,

de disfrutar esta nueva era que emerge con libertad y beneficios añadidos.

Addaia será mi reina y la madre de la nueva edad desmodos, una civilización

que florecerá como ninguna. Libre de lastres y molestas criaturas inferiores,

!193

Page 194: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

nosotros seremos su guía, el origen, el principio de todo. ¿No os dais cuenta

de la grandeza de lo que os estoy ofreciendo?

Se hizo un largo silencio. Addaia comprendía perfectamente lo que le

estaba pidiendo a cambio. Quería una prueba, una muestra de lealtad, verla

convertir a un humano. K11 justo había caído en medio de aquel patético

juego, se prestaba perfecto para la ocasión. Nunca había convertido a un ser

humano, ni siquiera sabía si su sangre sería buena; no todos los desmodos

estaban capacitados, había más o menos posibilidades según la casta y la

genética. Arcadi eso lo sabía muy bien, que ella le convirtiera era como jugar

a la ruleta rusa. Estaba tanteándola, hiriendo su moralidad e intentando

someterla a sus deseos.

«Cuánta crueldad puede llegar a albergar… Me lo dio todo y ahora

me lo quita…», pensó.

―Todo esto que estás haciendo no te hace mejor que el peor de los

humanos. Eres un genocida ―le acusó Addaia mordaz.

Arcadi, con un movimiento casi imperceptible al ojo humano, se

situó tras Addaia y cogió a K11 del pescuezo, ofreciéndoselo como si fuera

una frágil ave a punto de ser degollada.

―Aunque te lo niegues a ti misma ―dijo con inquina―, sabes que

son una raza inferior, no han hecho nada más que bailar a nuestra sombra

durante miles de años, intentando aniquilarnos cuando les dábamos la

espalda. Agobiados por nuestra supremacía, por nuestro poder,

inteligencia… Envidiando y ansiando todo lo que tenemos hasta el día de

hoy… No entienden que somos su propia evolución, un progreso que ha ido

dejando solo lo bueno para asegurar la supervivencia del más fuerte. Somos

!194

Page 195: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

criaturas superiores en todos los sentidos, nunca aceptarán que su raza

inferior está abocada a la extinción, yo mismo tengo la misión de acelerar ese

proceso. Precisamente esa es la razón por la que su sangre nos sirve para

alimentarnos, yo solo estoy haciendo que el tiempo corra más deprisa.

Addaia estaba desconcertada. Paralizada sin saber qué hacer o

pensar.

―¡Vamos! ―gritó Arcadi apremiándola―. ¡Lo único que han hecho

hasta ahora es asesinar y autodestruirse!, ¡son seres demenciales, crueles,

déspotas! No les importa el qué ni el cómo, solo su propia ambición y

codicia. Se han llevado dos planetas por delante, millones de vidas, ¡millones

de sueños!

Addaia se apartó de ellos. Arcadi, impaciente, cada vez estaba más

furioso. K11 intentó forcejear penosamente; se resistía en vano, como si una

hoja de papel intentara luchar contra el viento.

―¡Basta! ―gritó Samuel.

Al general de Cônspectus le brillaron los ojos observando la escena,

como si algo le dijera que estaba presenciando acontecimientos esenciales.

Firme como su Dios lo habría requerido. Escuchando en silencio.

Analizando.

Addaia no quería traicionarse a sí misma. «Pero… ¿voy a dejarle

morir? ―pensó; mil pensamientos fugaces la avasallaron―. ¿Cómo puede

obligarme?».

―¿Tanto te cuesta?, ¡solo es un saco de huesos y sangre!

!195

Page 196: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Arcadi entró en cólera atormentado por la indecisión de Addaia y

clavó los colmillos en K11. Este emitió un quejido. Era su fin.

Desde que saliera de Tera, siendo un simple agente de seguridad

civitanig, nunca se planteó ni siquiera la posibilidad de estar justo allí en ese

momento. Rodeado de desmodos. En el centro de una cruel guerra. Tratado

como un triste muñeco por todos, sin fuerza suficiente para cambiar los

acontecimientos. Había llegado hasta allí no sabía muy bien cómo, había

prometido protegerla y ni siquiera sabía protegerse a sí mismo. Y en un

destello, como si fuera un sueño, vio a Addaia saltar hacía él intentando

salvarle de las garras del demonio. Arcadi le pegó una fuerte bofetada,

deshaciéndose de ella fieramente; la vio salir disparada y golpearse la cabeza

contra una pared.

Samuel, salió disparado sin pensárselo a por él. El General, que hasta

ahora había estado quieto como una roca, se le echó encima.

Arcadi, con la boca llena de sangre, vociferó enfurecido.

―¿Tanto le quieres?, ¿es por esto?, ¿tanto le amas que le proteges a

toda costa? ¡¡Has preferido antes que a mí a un miserable humano!! ―Sus

colmillos chasquearon presa de la exaltación. Sus ojos centellearon al rojo

vivo; fue entonces cuando se dirigió personalmente a K11 lleno de rabia, en

su lengua natal.

―Creo que ya no quiero tu conversión… ―Comenzó a reír

abyectamente―. Creo que vas a estar mejor muerto, eres como una mosca

molesta… ¿Sabes?, iba a matarte en cualquier caso después de convertirte

―le dijo al oído en un susurro, con una sonrisa macabra dibujada en su boca.

!196

Page 197: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Mientras, Samuel jugaba su propia batalla con el General. Consiguió

noquearle en pocos segundos. Él era un desmodos ágil y fuerte, su larga

longevidad le había hecho un maestro en técnicas de combate, nadie podía

vencerle fácilmente pese a estar extremadamente debilitado.

Tras dejar al General fuera de combate, fue a por Arcadi sin

pensárselo. Le odiaba, odiaba lo que le había hecho a su pequeña, lo que le

había hecho a él mismo. Siempre había cogido lo que había querido, con o

sin razón, y ahora su egoísmo tomaba proporciones desorbitadas.

Arcadi lanzó al suelo a un medio moribundo K11 cuando percibió

que Samuel se le tiraba encima. Se enzarzaron en una pelea.

Addaia se incorporó medio desvanecida y presenció horrorizada

cómo su padre intentaba vencer a un Arcadi dominado por la ira; la velocidad

a la que peleaban era vertiginosa.

Arcadi asió a Samuel por un brazo y se lo rompió en un abrir y

cerrar de ojos. Se escuchó un leve crujido y cayó arrodillado a los pies de

Arcadi, retorcido por el dolor.

―¡No! ―chilló Addaia con todas sus fuerzas. Nadie la escuchaba.

Las acciones de Arcadi eran como las de una bestia fuera de control.

Sus colmillos chirriaron de nuevo antes de infligir la más salvaje de las

mordeduras en el cuello de su padre.

Los ojos de Samuel se desorbitaron y miraron a Addaia, presos del

pánico. Sabía que iba a morir…

!197

Page 198: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Ella intentó con todas sus fuerzas alcanzarlos. No obstante, en pocos

segundos Arcadi había absorbido toda su vida como un demonio

encolerizado.

Samuel yacía muerto en el suelo.

!!!!!!!

!198

Page 199: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Ya no notaba la yema de sus dedos, la congelación y el viento habían

hecho mella en su magullado cuerpo. Isembard intentaba escalar por la

cristalera de entrada al hangar de Anillo, tan toscamente que solo lograba

pensar en cuánto tardarían en engullirle las nubes amarillentas que se

arremolinaban a su espalda.

Se maldijo por no haber entrenado más su cuerpo. La vida noble en

Tera le había abocado a una existencia laxa, enterrado en papeles y

quehaceres mundanos. Sus músculos eran blandos y temblaban por el

sobresfuerzo al que estaban siendo sometidos. ¿Cuánto tardaría en caer al

vacío…? ¡No!, ¡tenía que llegar a ese maldito hangar! Después de todo por lo

que había pasado no iba a rendirse tan fácilmente. «Robaré una nave y saldré

de este endemoniado planeta. Sí… ¿Y adónde voy a ir?»

―¡Céntrate, joder! ―sacudió sus pensamientos derrotistas y siguió

avanzando. ¡Solo le quedaban unos metros!

Dentro del hangar había un bullicio imparable. Los ejércitos

câlîgâtums marchaban en formaciones compactas invadiendo todo el recinto.

A través de las cristaleras, Isembard observaba fugazmente como degollaban,

mataban o se llevaban a cientos de presos hacia la nave más grande. Era poco

alentador pensar que tampoco le esperaba nada bueno dentro…

Fuera, el panorama no era mucho mejor: naves vinger sobrevolaban

la zona y las dos valquirias gigantes, inmóviles, parecían observar con

beneplácito ese mosquito insignificante que subía por una de las paredes de

Anillo.

Por fin consiguió asir con sus tímidos dedos la cornisa de la entrada.

Ahora solo tenía que empujar sus setenta y cinco kilos hacia arriba,

!199

Page 200: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

posiblemente solo setenta después de haber estado varios días sin comer

bien. Intentó valerse de un peldaño sobresaliente empujándose con los pies.

Una mano se le soltó y casi cayó al vacío, se quedó colgando mientras se

bamboleaba en el aire. Justo cuando estaba a punto de caer una fuerte ráfaga

de viento le empujó milagrosamente hacia arriba.

Lanzó un grito aterrador cuando notó romperse una de sus

muñecas; se había retorcido todo el brazo, el latigazo del dolor fue horrible.

No obstante, había conseguido subir, estaba sobre el hangar. Vivo.

!!!!

!200

Page 201: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

A Addaia se le cortó la respiración cuando su corazón se paró

durante un instante. La imagen de Samuel sin vida en el suelo era demasiado,

demasiado para asimilarla. No podía estar pasando, ¡no estaba pasando!

Arcadi exhaló un suspiro y miró sus propias manos… Incrédulo. La

miró a ella, volvió a mirar a Samuel. Qué había hecho…

El General, ya recompuesto, ordenó entrar a varios câlîgâtums para

que se llevaran a Addaia y a K11 rápidamente de allí.

Arcadi pareció vacilar; solo reaccionó cuando en última instancia

fueron a llevarse el cuerpo inerte de Samuel, con un escueto…

―No.

Los câlîgâtums lo soltaron de nuevo y lo dejaron en el suelo. Arcadi

se sentó sin dejar de observarlo, callado. En silencio durante un buen rato.

Addaia ya estaba camino de las celdas; iban custodiados por cinco

câlîgâtums, uno de ellos arrastraba a K11. Addaia comenzó a digerir la

situación, un lazo se acababa de romper… La delgada línea que unía su

corazón con el de su padre se había soltado, desconectado y borrado de su

alma con un chasquido. No estaba, ya no estaba. Ni le volvería a coger de la

mano o acariciar sus suaves cabellos.

Su respiración se hizo más rápida. Su corazón comenzó a galopar

desmesuradamente. El grupo cada vez se alejaba más y más en silencio. Hasta

que ella paró en seco.

―¡Sigue caminando! ―espetó uno de los monstruos.

Ella no movió ni un dedo. Solo su pecho subía y bajaba sin cesar.

!201

Page 202: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Camina! ―gritó más enfadado.

Intentó asirla de un brazo. El movimiento fue tan rápido… Casi

imperceptible al ojo humano, Addaia le arrancó un brazo como quien

deshoja una flor. Los demás câlîgâtums abrieron los ojos sorprendidos y

dieron un paso hacia atrás confusos.

Se hizo un silencio sepulcral.

Volteó su rostro y los miró uno a uno a los ojos, desafiante. Estaba

sentenciándolos a muerte, quería arrancarles todos sus miembros, sacudir sus

entrañas, y quería hacerlo personalmente.

Apenas en un segundo, mortífera, pasó por cada uno de ellos como

una diosa de la muerte. Destripando, arrancando y degollando sin parpadear.

Ninguno tuvo tiempo de reaccionar, su poder y fuerza eran arrolladores.

Un pasillo encharcado de sangre, lleno de trozos de carne que antes

formaron parte de un organismo vivo… Addaia seguía expulsando aire tan

rápido que parecía que su pecho fuera a explotar. La sangre le llegaba hasta

los codos. Sus finos dedos ahora eran como afilados cuchillos y todavía le

temblaban ligeramente. Apretó sus puños con rabia contenida, cerró los ojos

y de su garganta surgió un atronador grito lleno de aflicción, chilló hasta que

su voz gutural pareció casi la de una bestia. Tan fuerte que se oyó por toda la

valquiria.

Más câlîgâtums aparecieron corriendo por un pasillo colindante.

Frenaron en seco y resbalaron con parte de la sangre que había salpicada por

todo el paso. Dubitativos, apuntaron sus têlumn hacia Addaia. Esta los miró

de reojo y soltó un bufido que les hizo erizar la piel a todos. Cogió a K11 y

desapareció en un segundo sin dejar rastro.

!202

Page 203: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Isembard se arrastraba por el hangar. Reptaba como un gusano a la

espera de que nadie se diera cuenta de su presencia. Se sacó la bioesfera

espacial con una sola mano cuando ya estuvo en una zona de temperatura

regulada y aire respirable; llevaba el cabello pegado a la cara por el sudor y

una pinta horrible. Además, su muñeca le ardía con un dolor insufrible.

Se escondió tras los tanques de combustible de la Valquiria cuando

pasó un ejército de ajetreados câlîgâtums cerca de él. Era la primera vez que

los veía cara a cara… Aquellos seres informes, deleznables, le hacían sentir

una mezcla nauseabunda entre asco y miedo visceral.

Dio un traspié y fue a parar al suelo. Al levantar la vista, de rodillas

en el suelo, pudo observar una pequeña nave solitaria en medio de aquel

terrible bullicio, parecía una nave êvo de clase media. Era tecnología

desmodos, pero la conocía bien. Aparte de noble, también había sido piloto y

de los buenos en sus años mozos, cuando aún soñaba con ser un gran

navegante. En aquel entonces su vida sí que había sido intensa y

esplendorosa, ahora era un viejo decrépito con principio de artritis y una vida

llena de mierda hasta el cuello.

Fue a ponerse en pie cuando por el rabillo del ojo observó un ligero

movimiento. Un câlîgâtum le había descubierto agazapado y apuntaba su

têlumn hacia él. Lo que parecía un gruñido formado por palabras salió de su

boca.

―¡Levántate!, ¡vas a ser convertido!

―No… ―logró balbucear Isembard, consciente de que iba a morir

en pocos segundos.

―¿No? Pues entonces muere, perro humano.

!203

Page 204: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Isembard cogió aire y se preparó para recibir el disparo cuando una

mano de finos dedos atravesó la cabeza del câlîgâtum y salió por la boca

entre chorros de sangre espesa y oscura.

Después de intentar contener una arcada con más bien poca suerte,

Isembard vomitó en el suelo. Era amarillento y cargado de bilis, destrozó su

garganta como si estuviera escupiendo ácido por la boca. Ya le daba todo

igual.

El câlîgâtum cayó al suelo muerto delante de él. Detrás apareció una

chica, de unos veinte años, cubierta de sangre, con un vestido blanco que le

caía hasta los pies. De rostro pálido y desencajado. Acababa de sacar su mano

de dentro de la cabeza del câlîgâtum, parecía una aparición.

Se quedó quieta observándole por un instante. Cargaba algo con

ella… ¿Un chico? Parecía muerto.

―¿Eres un preso? ―le preguntó vacilando.

―No.

―¿Sabes pilotar una êvo?

―Sí.

―Bien ―respondió la chica tajante.

Estaba claro que no era humana ni tampoco un ser infecto como el

que acababa de matar.

Jamás había interactuado con un Kojna Dento; los había visto, sí, en

algún videoreporte hacía años. Sin embargo, nunca había conocido a ninguno

!204

Page 205: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

de ellos; tampoco se esperaba que hablara tan perfectamente su idioma, ni

siquiera se había activado su injerto traductor.

«¿Quiere que la siga?», titubeó. La chica atravesó el hangar sin ni

siquiera intentar esconderse, o era una loca o una temeraria. Siguió

caminando directa hacia la êvo que había visto anteriormente, sin

preocuparse del jaleo que había a su alrededor.

Cuando Isembard giró la vista vio a lo lejos como un puñado de

câlîgâtums venía corriendo hacia ellos disparando como locos a discreción.

Se reincorporó de un salto y salió detrás de la chica sin pensárselo. Acababa

de salvar su vida.

Addaia abrió la compuerta principal de la nave êvo y colocó

suavemente a K11 dentro. El humano que acaba de encontrarse apareció

jadeante, la miraba como esperando una orden.

―Sube ―le dijo.

Isembard lo sopesó unos segundos y dio un salto a la cabina de

copiloto. Se colocó hábilmente los sensores sin vacilar. Addaia se fijó en ello,

también en su muñeca rota.

Ella ya llevaba el traje dermoadaptado debajo del vestido, solo debía

cerrar la compuerta y colocarse en posición. Se dio unos segundos para mirar

hacia atrás. Parvus… su geolocalización seguía desactivada, ¿se habría

quedado en las celdas de la valquiria?… No había tiempo. Con todo el dolor

de su corazón cerró herméticamente la nave; dejaba atrás parte de su vida en

aquel hangar…

!205

Page 206: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Acto seguido la êvo recibió un impacto proveniente de un têlumn

que destrozó el fuselaje delantero. La nave tenía unos seis metros de eslora y

era de las más sólidas, podía resistir, aunque por poco tiempo. Aquellas armas

eran tremendamente destructivas.

Las manos de ella volaron sobre los paneles, Isembard estaba

sorprendido al ver a una mujer capaz de pilotar así… ¿cómo era posible?

Intentó que sus habilidades tampoco pasaran desapercibidas y sin mediar

palabra, maniobraron un despegue conjunto a la perfección.

La êvo pasó como una bala entre la valquiria y la pared del hangar.

Rozando peligrosamente las paredes de plastometal y vidrio, sin apenas

espacio para maniobrar. Pasaron por encima de las cabezas de los soldados

que les disparaban, visiblemente frustrados al verlos escapar.

En el exterior todavía esperaban dos de las tres valquirias, como

gigantes guerreros de metal vigilantes, junto con un enjambre de pequeñas

naves vingers que zumbaban alrededor, así que no todo estaba acabado.

Además, el hecho de ir en una êvo de transporte todavía lo complicaba más,

ya que normalmente nunca iban equipadas con armamento de combate de

ningún tipo. Solo defensivo.

Al instante de salir despedidos a la turbulenta atmósfera de Anillo,

las vingers enemigas detectaron la êvo y salieron velozmente a su caza.

Tenían orden explícita de no dejar salir de Anillo nada que no fuera la

valquiria Skuld, que permanecía atracada en el hangar.

Addaia exprimía la êvo, forzándola a ir a máxima velocidad. Fue

consciente enseguida de que el copiloto humano que había adoptado en

Anillo era de gran ayuda, poseía maestría, parecía ser un buen experto. De

!206

Page 207: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

súbito estaba intrigada e interesada. En cualquier caso, ahora no había tiempo

para presentaciones, tenían que salir de allí como fuera…

A K11 apenas le quedaban unos minutos de vida, podía estar muerto

ya, al igual que su padre… había abandonado sus restos en aquel frío suelo;

ni siquiera había podido despedirse, más de mil años a su lado y solo hubiera

necesitado un minuto más para…

Un par de vingers se colocaron tras ellos, comiendo kilómetros a

cada segundo. No tenían velocidad suficiente para escapar de ellos; en breves

segundos iban a ser pasto de sus cañones, casi estaban a tiro. Addaia trazó

una maniobra desesperada, posicionó la nave repentinamente en ascenso, en

su verticalidad total, consiguiendo que frenaran drásticamente y las dos naves

vingers les pasaran de largo. Con esos pocos segundos de ventaja empleó

todo su esfuerzo para virar la nave 180º; Isembard notó como su estómago

se encogía como una nuez ante tal inesperado movimiento. La êvo volvió a

acelerar y se precipitó en descenso, desapareciendo en una grande y espesa

nube amarilla.

Despistaron con éxito a las vingers, pero desgraciadamente

aparecieron tres más que iban rezagadas, introduciéndose tras ellos en la

nube.

Apenas se podía divisar nada en el espeso cúmulo de nubes de gas.

Las vingers enemigas activarían sus radares en breve. Tenía que programar un

salto.

Aquella nave era muy parecida a la que vio partir en el Palacio de

Salis con su padre dentro. «Ojalá jamás la hubiera tomado… ―pensó―.

!207

Page 208: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

¿Hubiera cambiado algo?». Comenzó a notar un ligero escozor en los ojos.

No se podía permitir llorar. No ahora.

Asumió el riesgo y metió más adentro sus sensores, notando una

punzada de dolor; su mente haría que la nave êvo corriera a más velocidad de

la imaginada, tanto como ningún humano o desmodos hubiera presenciado

antes; huirían sin dejar rastro. Nunca antes lo había intentado tan al límite; sin

embargo, sabía que era capaz de hacerlo, lo sabía. Lo haría. «La respuesta a

todo está en la voluntad del universo. Yo soy el universo».

Su mirada se concentró en el horizonte, su mente viajó por su

interior y se arremolinó alrededor del espacio infinito haciéndose uno.

Sometiendo a la realidad conocida, le dio vida propia y la moldeó a su antojo.

Isembard notó un extraño temblor que duró apenas unos segundos

y…

Las vingers frenaron y se movieron alrededor confusas. Su presa

había desaparecido sin más.

!!!!!!!!

!208

Page 209: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

!!!!!!Parvus no podía contener más sus nervios, sus dueños no habían

vuelto a la celda desde hacía más de una hora y una extraña sensación le

embargaba. Volvió a la celda de K11 por el canal de ventilación. Tenía el

código de la puerta. No obstante, necesitaba la llave plana del guardia para

salir. Se asomó por el ojo de buey. No estaba. Qué extraño.

Miro hacia el panel de apertura, parecía desbloqueado. Abrió poco a

poco y asomó un pequeño ojo metálico. ¿Por qué se encontraba abierta?

Tenía que ser cauto, si deambulaba demasiado le acabarían cogiendo.

Atravesó el pasillo con mucho cuidado. Llegó a un panel de información e

insertó una larga aguja conductora. Había habido una baja importante, no

sabía quién, no obstante sus piezas de metal se erizaron.

Supo que en breve recolectarían toda la masa de humanos y que ya

habían comenzado las conversiones, allí mismo. ¿Dónde estaban sus amos?

¿Había una orden de busca y captura? Alguien había escapado. Un ruido seco

sonó tras él, corrió a esconderse en un armario de herramientas.

Dos câlîgâtums pasaron portando un camastro con alguien metido

en una bolsa de cadáveres. A Parvus se le encogió su minúsculo corazón

metálico. Por el tamaño y el peso calculó que era un hombre.

!209

Page 210: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Sin pensarlo, los siguió agazapado; tenía que saber quién había allí

dentro. Se encontraba muy confundido, sus circuitos estaban a punto de

entrar en pánico.

Se adentraron en una minúscula y fría sala sin puerta de acceso,

dejaron el cadáver en el suelo y se alejaron por donde habían venido.

Cuando Parvus estuvo seguro de que ya no estaban, se acercó

lentamente a la bolsa. Asustado. Por un momento no sabía si realmente

quería mirar dentro o dar media vuelta y echar a correr.

Tocó la bolsa helada. Desplegó el cierre poco a poco, como si ese

momento de incertidumbre significara que aún no tenía por qué pasar nada.

Refugiarse en esos pocos segundos era efímero, ya que su pequeñito corazón

metálico en realidad ya sabía que dentro de aquella bolsa fría y oscura estaba

su amo.

Unos cabellos rubios como el oro asomaron. Si los robots hubieran

podido llorar, ese hubiera sido el momento. Solo pudo entreabrir una parte

de la bolsa, su manita metálica acarició la suave mejilla de Samuel. Era su

despedida.

Aunque antes se llevaría algo…

De su cilíndrico cuerpo sacó unas pequeñas tijeras con las que cortó

un largo mechón de trigo dorado.

Si los robots hubieran tenido padre, Samuel lo hubiera sido para él.

Se quedó largo tiempo contemplándole. Era extraño; después de mil años, la

vida ya no formaba parte de él, inmóvil en el suelo, sin percibir su calor…

!210

Page 211: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Calor… alguien le observaba. Giró levemente su cuello para poder

ver a sus espaldas e introdujo suavemente el mechón dentro de él sin que se

notara.

Y allí estaba de nuevo aquella figura familiar, a un par de metros

detrás de él, observándole desde a saber cuándo. Apoyado pacientemente en

el marco de acceso a la sala, intrigado. Esperando a que Parvus se girara.

Sintió un escalofrío, no quería aceptarlo, pero sentía miedo de aquel hombre,

Arcadi.

Indefenso, había bajado la guardia por un momento y ahora se sentía

atrapado como un ratón. Sin posibilidad de salir corriendo en busca de su

ama.

Se giró por completo y le miró desafiante.

Arcadi torció el cuello y entrecerró los ojos, curioso. Era un diálogo

silencioso. Hasta que lo rompió.

―Te conozco.

A Parvus le sorprendió esa afirmación. Ya que los datos que tenía de

ese hombre eran meramente de archivo. No albergaba ningún recuerdo de él.

Parvus, obviamente, no contestó.

Arcadi continuó hablando.

―¿No me crees? ―Arcadi suspiró y alzó una mano―. Yo mismo te

diseñé con estas manos, justo antes de que estallara Marso y todo se fuera a la

mierda.

!211

Page 212: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Parvus estaba perplejo, ¿que pretendía? No gesticuló ni se movió un

ápice.

―No llegué a construirte. Aunque veo que Samuel acabó el trabajo

por mí y lo hizo muy bien. Qué curioso… encontrarte aquí…

Se quedó pensativo unos segundos frunciendo el ceño; aunque

parecía en calma, se cogió la cabeza con ambas manos de súbito. Parecía que

estuviera sufriendo algún tipo de ataque. Se pegó fuertemente con las dos

manos y se arañó la cabeza con fuerza hasta hacerse sangre.

Parvus observó la escena desconcertado.

―Qué he hecho… Qué he hecho… ¡¡¡Qué tengo dentro!!!

―vociferó totalmente ido―. ¡Y ahora apareces tú!, ¡para recordarme todos

esos momentos!

Se arrodilló en el suelo y se arrastró lastimeramente hacia el cadáver.

Sus ojos rojos parecían todo el tiempo a punto de sollozar. ¿Él tampoco

podía llorar?

Agarró un trozo de la bolsa que contenía a Samuel con una mano y

la retorció hasta casi romperla. Un espasmo de dolor pareció recorrerle.

―Samuel…; Samuel, ayúdame…

!!!!

!212

Page 213: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Aquel verano era radiante y abrasador, jamás se había vivido uno igual. Los

campos y viñedos resplandecían bañados por el sol. Era 1876 y las temperaturas no

dejaban de subir.

Sin embargo, tanto a Samuel como a Arcadi aquello les traía sin cuidado.

Corrían por el campo, como cada mañana, inmersos en sus pesquisas, sin importarles el

intenso calor del día.

Los dos tenían la misma edad, dieciocho años recién cumplidos, y aquello para la

época disgustaba a su familia. «A tu edad yo ya había sentado la cabeza y estaba casado»,

repetía sin cesar el padre de Arcadi, regañándolo. Era dueño de la mayor factoría textil de

Barcelona, uno de los hombres más ricos, amados y respetados de la ciudad. El padre de

Samuel proveía al padre de Arcadi de maquinaria textil importada directamente de

Inglaterra. Aparte de socios, eran grandes amigos, así que cada verano las dos familias se

juntaban y los dos jóvenes aprovechaban todo ese tiempo para divertirse lo máximo posible.

Caía ya el mediodía y el bochorno era insoportable. La hora de comer se les

echaba encima, así que corrieron entre risas, pegándose como críos, hacia la entrada

principal de la casa señorial de la que su familia era dueña.

Los dorados cabellos de Samuel brillaban bajo el sol, su sonrisa irradiaba

felicidad. Arcadi lo consideraba su hermano aunque no lo fuera de sangre, realmente él solo

tenía una hermana pequeña, a la que también amaba con locura. No obstante, envidiaba

a Samuel, quien tenía multitud de hermanos, primos y primos segundos. Entre ellos,

Clementine, que también había decidido pasar aquel verano en su compañía. Se encontraba

en la casa, seguramente ajetreada preparando la comida o aleccionando a algún sirviente.

Era una muchacha muy dulce y tímida, aunque una obsesa de la limpieza y el

orden; cualquier cosa que no estuviera en su lugar la enervaba.

!213

Page 214: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Entraron por la puerta principal, con las botas llenas de polvo, sin haberlas

limpiado primero y dándose coces y burlándose el uno del otro. Era grato entrar en el

vestíbulo, guarecido del calor, fresco y en sombra.

Se sobresaltaron al darse cuenta de que Clementine estaba justo en el umbral

delante de ellos. Inmóvil, de pie. Como esperándoles. Sus largos cabellos rojos caían en

bucles perfectos, llevaba un vestido polisón entallado de color crema que le hacía una figura

esbelta y estilizada. Era ciertamente exquisita.

Arcadi y Samuel se quedaron callados esperando la bronca.

Sin embargo, Clementine tenía una mirada extraña en los ojos, no dejaba de

mirar fijamente a Arcadi hasta que se llevó las manos a la boca y sus ojos se llenaron de

lágrimas.

―¿Que pasa, Clementine? ―preguntó Samuel desconcertado.

Ella se acercó a Arcadi y puso sus manos sobre su pecho. Esa confianza que

siempre mostraba Clementine con Arcadi fastidiaba a Samuel, que siempre había estado

enamorado de su prima segunda en secreto.

―Tu hermana…, tu madre… Arcadi…

Arcadi frunció el entrecejo, ¿qué estaba intentando decirle?

―Ha habido un accidente en Barcelona… el calor… con el tranvía…; no sé

cómo ha pasado exactamente, pero… pero…

―¿Qué quieres decir?, ¿están bien, no? ―comenzó a ponerse muy nervioso.

―Arcadi, yo… lo siento mucho… ―Clementine rompió a llorar sin

desconsuelo.

!214

Page 215: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Arcadi dio un pequeño paso hacia atrás; no podía contener la angustia que

atravesaba su corazón y su rostro era una máscara de dolor. Samuel intentó asirle de un

brazo. Estaba blanco como la leche, lo rechazó bruscamente.

―¿Dónde está mi padre? ―preguntó confuso―. ¿¡Dónde!?, ¿¡dónde está mi

padre!? ―comenzó a gritar.

Clementine no dejaba de llorar. Arcadi se acercó a ella y la agarró por los

hombros zarandeándola.

―¿¡Dónde está mi padre Clementine!? ¡Dímelo!

Clementine negó con la cabeza sin saber darle una respuesta.

Arcadi se quedó petrificado en silencio durante un par de eternos minutos,

procesando lo que había pasado. De repente salió disparado por la puerta sin mediar

palabra.

―¡Arcadi!, ¡Arcadi, adónde vas! ―exclamó Samuel.

Pero había arrancado a correr como un loco perseguido por el diablo. Desapareció

durante días. No fue hasta al cabo de una semana que volvió, con la misma ropa, sucio,

débil y maltrecho. Como si algo o alguien le hubiera atacado o se hubiera metido en una

pelea.

Su padre, mientras tanto, no pudiendo aceptar la desgracia que había ocurrido en

la familia Balasch, partió hacia Inglaterra. Apenas pasaba por la casa señorial afincada

en Sitges, dedicado por entero a sus negocios en el otro lado de Europa; había medio

abandonado a su hijo Arcadi, no podía evitar, al verle, recordar a su mujer y a su hija

perdida. Acabó formando una nueva familia en Londres y apenas si le volvió a ver nunca

más.

!215

Page 216: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Tras la muerte de su hermana y su madre en la casa todo cambió, Arcadi no

volvió a ser el mismo. Los primeros días los pasó encerrado en su habitación,

completamente a oscuras; parecía estar cursando alguna enfermedad grave. Todos pensaron

que había contraído la fiebre amarilla, que se había llevado a mucha gente durante esos

años. Sin embargo, tras recuperarse, siguió con la misma actitud taciturna y distante.

Dormía durante todo el día y caminaba por la casa durante las noches como un fantasma,

sin dirigirle la palabra a nadie…

Samuel decidió quedarse a vivir allí junto a su prima segunda para cuidar de él.

Arcadi era su familia, no iba a dejarle solo como había hecho su padre.

Y en un segundo pasaron tres años. Samuel se declaró finalmente a Clementine,

aun sabiendo que todavía guardaba sentimientos por Arcadi, y esta le aceptó. Se casaron y

al poco Clementine quedó embarazada. Decidieron dar a luz al bebé en la casa; tenían la

esperanza de que un niño reavivaría aquel hogar, Arcadi saldría de la oscuridad de su

cuarto y dejaría de estar ausente para todos.

Llegó otro caluroso día de verano y Clementine dio a luz a un niño hermoso y

rollizo, Jonathan. Todo hubiera ido bien si ella no hubiera muerto durante el parto…

Samuel llevaba horas preso de la rabia y el sufrimiento. Su mujer acaba de

morir, su amada de cabellos rojizos que tanta felicidad le había dado, y Arcadi seguía allí,

encerrado ¡Sin importarle nada! Su preciosa Clementine no iba a volver, su mejor amigo

estaba ido. Había perdido su autocontrol y su paciencia se había visto superada, ¡Arcadi

saldría de esa habitación con o sin su consentimiento!

Atravesó lanzado toda la casa y se plantó delante de sus aposentos. Una puerta

de madera cerrada a cal y canto le impedía el paso. Intentó abrirla; estaba cerrada por

dentro.

!216

Page 217: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Abre, Arcadi!, ¡abre!, ¡Clementine ha muerto! ―gritó para que le oyera―.

¡Abre, maldita sea! ¿Me oyes? ¡¡Abre!!

Dio un puntapié a la puerta.

Los sirvientes que pasaban por allí se mostraron muy alterados. Sabían que

Arcadi había dado orden explícita de que nadie, bajo ningún concepto, abriera la puerta

durante el día.

Sin embargo, Samuel estaba fuera de sí; le propinó otra fuerte patada a la puerta

e hizo ceder el marco levemente.

―¡Arcadi, estoy harto!, ¡estoy harto, me oyes!, ¡yo también he perdido a

Clementine! ¡¡Abre la puta puerta!!

Tres pasos hacia atrás… un minuto para sopesar el grosor de la madera antes de

estrellar su hombro contra ella furiosamente.

La puerta cedió por completo, cayendo al suelo con gran estruendo.

Apenas logró ver nada en el interior de la habitación, una serie de cortinas negras

totalmente opacas tapaban completamente las ventanas, por donde no pasaba ni un jirón de

luz. Olía a cerrado y el ambiente era sofocante.

Corrió airado hacia una de las ventanas y arrancó la cortina. Un poco de luz

entró. Arcadi estaba metido en su gran cama dosel, cubierto de mantas y almohadones.

Se incorporó de golpe.

―¡Qué estás haciendo! ―gritó―. ¡Cierra esa ventana ahora!

―¿Es que no me has oído?, ¡te acabo de decir que Clementine ha muerto!, ¡¡ha

dado a luz a mi hijo y ha muerto!!, ¿¡y solo te importan las malditas ventanas!? ―Samuel

hervía de dolor.

!217

Page 218: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Atormentado, arrancó otra cortina y otra, la luz cada vez entraba con más

fuerza en la habitación. El sol radiante se estaba adueñando de ella, ahora podía ver con

mucha más claridad, todo estaba dejado y cubierto de polvo. El ambiente era tétrico y

espeluznante.

―¡Por favor, Samuel!, ¡para!, ¡para!, ¡vas a matarme!

Arcadi se cubrió por completo con la sobrecama, Samuel se abalanzó sobre él y

estiró de la manta. Cogió bruscamente el brazo de Arcadi y lo arrancó fuera de su lecho,

quedó totalmente expuesto a los rayos del sol. Estaba pálido como la leche, solo destacaban

sus labios, intensamente rojos. Se quedó en el suelo observándose horrorizado.

Samuel apaciguó durante unos segundos su furia. ¿Por qué demonios actuaba

así?

De su piel comenzaron a brotar, súbitamente, miles de puntitos rojos. Su cara,

sus piernas, todo su cuerpo, incluso el blanco de sus ojos ya no era blanco, era rojo sangre,

como si todo su cuerpo estuviera supurando. Miró hacia Samuel aterrado y comenzó a

retorcerse de dolor.

―Qué… ―musitó Samuel, totalmente desorientado.

Arcadi intentó arrastrarse debajo de la cama, dejando un rastro de sangre a su

paso. Era una imagen dantesca, Samuel no lograba entender nada de lo que estaba

pasando. Se veía sobrepasado, todo iba muy rápido.

―Arcadi, qué… ―intentó ayudarle.

Este le agarró fuertemente la mano y una voz gutural salió de él.

―Pier… pierdo mi sangre… Necesito sangre… muero… el sol…

Nada tenía sentido.

!218

Page 219: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Samuel intentó cogerle en brazos.

―No… no…; vete… ―suplicó Arcadi con un hilo de voz, cada vez más

debilitado por el extremo desangramiento.

―¿Qué es?, ¿qué te pasa? Voy… Voy a llevarte al doctor ―le dijo, sin creer

demasiado en que el médico, que aún se encontraba en la casa, pudiera hacer algo por él.

Lo cogió en brazos como si fuera un muñeco de trapo y se lo cargó encima. La

sangre de Arcadi cayó a borbotones sobre él, bañó su cara, sus ojos, sus labios. Se relamió,

sabía a oxido.

Fue justo antes de cruzar el umbral de la puerta cuando notó una fuerte

quemazón en el cuello, como si dos afiladas agujas se le clavaran fuertemente provocándole

muchísimo dolor. Sintió como su propia sangre era drenada y cayó de rodillas.

―¡Pero qué! ―chilló mientras intentaba sacarse a Arcadi de encima, quien le

mordía con extrema avidez.

Cuando le recogió del suelo estaba muy débil y ahora no lograba ni deshacerse de

una de sus manos que le tenían agarrado como zarpas. Cada vez dolía más y más.

―¡Arcadi!, ¡Arcadi!, ¡¡basta!! ―bramó.

Los gritos desesperados de Samuel surtieron efecto, dejó de morderle y levantó la

cabeza enseñando unos largos colmillos bañados en sangre; era como un monstruo. Había

dejado de supurar, pegó un salto y se metió en un rincón oscuro entre la mesita de noche y el

armario. Sus ojos parecían los de una presa a punto de ser sacrificada.

Samuel se cogió el cuello y cayó al suelo; comenzó a perder levemente la

consciencia. Todo le daba vueltas, ¿estaba viviendo una pesadilla?, ¿todo aquello era real?

!219

Page 220: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Arcadi le había mordido como un perro salvaje y estaban ocurriendo cosas demasiado

extrañas como para que su cordura lo aceptara… ¿En que se había convertido?

Intentó alcanzarle, ¿iba a morir también? Parecía tan asustado…

Arcadi comenzó a sollozar como un crío y se encogió sobre sí mismo.

―Samuel…, Samuel…, ayúdame… ―musitó.

!!!!

!

!220

Page 221: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 7

Naturaleza divina

!!Isembard no salía de su asombro, acababa de presenciar una especie

de milagro. Jamás en la vida había visto nada igual. Después de todo lo vivido

en aquel fatídico día y tras pensar que nunca saldría vivo de aquel horrible

infierno no solo estaba a salvo, sino que acaba de vivir una experiencia única

que sobrepasaba el universo concebido para él.

Había notado como su cuerpo había dejado de ser su cuerpo e

inesperadamente se encontraba en otro lugar, lejos de las vingers, lejos de

esos engendros horribles, lejos de las muertes y de las nubes de gas. En el

espacio, rodeado de estrellas, envuelto en una quietud maravillosa y pasmosa

paz. Su radar marcaba que estaban a millones de kilómetros de dónde se

habían encontrado diez segundos atrás. Demasiado increíble. Aquella

muchacha… era increíble…

Addaia seguía con los ojos cerrados, sentía cosquillas por todo el

cuerpo. Notaba cada una de sus extremidades con aguda sensibilidad. Volvió

poco a poco a ser consciente de su situación actual. Aquella experiencia la

había dejado totalmente extenuada, casi no podía ni moverse.

Era consciente de que acababa de conseguir una proeza, ni ella

misma sabía muy bien cómo. Pero era obvio que sus habilidades

excepcionales se habían desarrollado con el paso de los años y el

!221

Page 222: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

entrenamiento. Como quien aprende a escribir o a dibujar, había aprendido a

forzar la realidad conocida a su voluntad. Como si fuera un Dios.

Un agudo dolor azotó su mente al recordar la muerte de su padre.

Hubiese preferido quedarse perdida en la inmensidad del universo antes que

volver a la conciencia y acordarse de lo sucedido, al menos allí el tormento no

existía.

Abrió los ojos poco a poco; K11 seguía en la cabina de atrás,

moribundo. ¿Seguiría vivo?

Intentó levantarse torpemente. Se sacó las agujas sensoras, no sin

una mueca de dolor e intentó abrirse paso a través de la nave, tropezándose

con todo.

―Cuidado ―balbuceó Isembard, aún con la boca abierta por lo

sucedido.

La vio meterse en la parte de atrás, donde estaba el chico que parecía

muerto. Se asomó disimuladamente para observarles.

Addaia se arrodilló y puso en su regazo a K11. Estaba en tan mal

estado… los humanos eran tan débiles y delicados, aunque aquel chico le

había demostrado valor, absoluta devoción sin pedirle nada a cambio. Ella

había sido la culpable de todo. Se había obsesionado en protegerla y por eso

ahora estaba en esa circunstancia. Ningún cuerpo humano podía resistir algo

así.

Y ahora solo le quedaba un destello de vida, una pequeña chispa

llameante que se apagaba a cada segundo. Si le daba su sangre probablemente

acabaría matándolo. Había sido mordido por un câlîgâtum y por Arcadi. Si

!222

Page 223: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

no bebía sangre desmodos moriría en cualquier caso de forma segura. La

necesitaba, pero ella no quería dársela.

Estaba tan agotada… intentó sanarle con todas sus fuerzas, se

concentró todo lo que pudo para cerrar sus heridas y salvarle de la infección.

Sin embargo, era inútil, solo consiguió que recuperara vagamente la

consciencia.

Isembard estaba intrigado, no sabía bien qué estaba haciendo con él,

pero de pronto pudo presenciar como el pobre chico medio muerto

comenzaba a reanimarse subiendo y bajando su pecho recuperando la

respiración. Le vio entreabrir ligeramente los ojos, parecía que aún estaba

vivo… ¿Había sido ella?

Addaia entremetió sus dedos en el suave pelo castaño de K11 y le

acarició.

―Hola… ―le dijo dulcemente.

―Hola… ―contestó él con una media sonrisa, esputando sangre.

―No hables ―le recomendó ella.

―¿Voy a morir, verdad? ―dijo, tan seguro de ello como nunca no lo

había estado de algo.

Addaia asintió y las lágrimas comenzaron a resbalarle por las mejillas.

―¿Dónde está tu padre? ―Hizo un vago intento de mirar alrededor

sin lograr verle.

Addaia gesticuló negativamente, no le salían las palabras.

!223

Page 224: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Entonces no ha ido bien… Pero tú sí estás viva ―volvió a

sonreír.

Su entereza era admirable.

Addaia siguió acariciándole.

―Lo siento mucho ―se lamentó.

K11 la miró a los ojos con ternura.

―Adda, he recordado algo… ―tosió de nuevo.

Ella formó una delgada línea con sus labios. Aquello era demasiado.

―He recordado mi nombre… ―Su cara reflejaba verdadera

felicidad―. Mi… mi madre me acariciaba así los cabellos cuando yo era muy

pequeño. Antes de que los del Credo… Ella pronunciaba mi nombre

mientras lo hacía y me contaba historias sobre Pangea. ―Hizo acopio de

toda la fuerza que le quedaba y cogió su mano―. Eltanin… Así me llamo.

Eltanin.

―Eltanin ―repitió Addaia con una sonrisa, sosteniendo su

mano―. Ya eres un hombre completo.

―No… ―musitó―. Lo hubiese sido si hubiera logrado protegerte.

―Tosió con fuerza y cerró los ojos―. Quiero… quiero…

Su mano cayó al suelo sin fuerza. Le perdía, como había perdido a su

padre. Ahora le tocaba a él… No obstante, todavía le quedaba una vaga

esperanza, un pequeño resorte al que acogerse antes de caer al vacío y este

residía en la sangre de ella, su valiosa sangre. Estaba tan asustada… «Tengo

!224

Page 225: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

que hacerlo, tengo que probar al menos…», se torturó. Por esa misma razón

había muerto su padre, debido a su terquedad. Apretó la mandíbula con

fuerza y en apenas un segundo se rajó la palma de la mano con sus afiladas

uñas, la sangre comenzó a brotar intensamente.

Se juró a sí misma perdonarse por lo que estaba haciendo. ¿Era

egoísmo su empeño en que siguiera viviendo?

Abrió suavemente la boca de Eltanin con una mano y la sangre se

introdujo en su garganta como un río rojo y caliente. Sus labios gruesos y

carnosos se tiñeron de carmesí.

Un par de lágrimas silenciosas brotaron del rostro de Addaia; no

solo estaba alejándose para siempre de sus dos grandes amores… También

estaba dejando atrás sus principios, su propia moral. Despojada de todo ya,

solo le quedaba redimirse del pecado salvando a otros.

No pasó ni un instante y K11 comenzó a convulsionar presa de la

conversión. Addaia se apartó ligeramente, temerosa. Cerró la herida que se

había autoinfligido con un simple gesto y dejó de sangrar.

En unas pocas horas sabría si lo superaría o no…

Isembard lo observaba todo con los ojos abiertos de par en par; fue

entonces cuando Addaia se percató de su presencia. Se enjuagó la cara con el

puño y le miró impasible. Volvió a centrar su mirada en Eltanin.

Había llegado la hora de tomar una decisión. Iba a dejar de ser

neutral en esta contienda. Su vida había cambiado por completo, la lenta

rutina de su vida durante largos años jamás volvería. Todo estaba roto ahora.

Como un jarrón de cristal se había caído al suelo haciéndose añicos, había

!225

Page 226: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

desparramado todos sus sentimientos en el frío suelo. Era hora de implicarse.

Era hora de elegir su propio destino.

Tera.

!!!!!!!!!!!!!!

!226

Page 227: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El General no podía estar más preocupado… Cônspectus se había

encerrado en sus aposentos y había ordenado que nadie le molestara hasta

que no terminaran las conversiones. No entendía por qué justo en esa

coyuntura actuaba así… En el momento de mayor gloria para su raza, no

parecía estar disfrutándolo. Más bien todo lo contrario…

Sacudió su cabeza intentando disipar sus pensamientos desleales.

Cônspectus sabía en todo momento lo que hacía y no iba a dudar de él jamás.

La venganza estaba servida. Y la victoria sería suya.

La mujer había escapado sin dejar rastro, por lo tanto, para su propia

tranquilidad, ya no quedaba nadie capaz de distraerle. Esa mujer le había

envenenado la mente.

Cônspectus había entrado en cólera al enterarse de que se les había

escapado; era una ramera poderosa. Sin embargo, el General,

inteligentemente, le recordó acto seguido que aún tenían el cadáver del otro

en la bodega y le preguntó qué quería que hiciera con él. Rápidamente, el

tema de la conversación viró y Cônspectus se mostró turbado, ordenándole al

final que se deshiciera de él.

Era obvio que se avergonzaba de esa muerte. No obstante, dar

muerte a cualquier traidor era una obligación, desmodos o no, no había nada

de lo que arrepentirse. El General se sentía orgulloso y los planes marchaban

bien, pero que muy bien…

―¡General! Tenemos las conversiones en proceso. Necesitamos

cargar las otras valquirias ―le informó un soldado câlîgâtum.

!227

Page 228: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Tácticamente no necesitaban más de seis mil efectivos. Sin embargo,

no quería quedarse corto, atiborraría las valquirias hasta el máximo de su

capacidad. Diez mil serían suficientes.

Las conversiones habían ido tan bien que incluso habían tenido

tiempo para drenar toda la sangre a los sobrantes para asegurarse un buen

botín. La penitenciaria de Anillo estaba repleta de perros humanos

perdedores que accedían sin vacilar, la única utilidad de los más débiles corría

por sus venas.

Las valquirias Gunnr y Rota seguían esperando fuera para recoger el

cargamento.

―Bien. ―El General se levantó―. Informaré a Cônspectus de que

necesitamos movernos.

Decidió hacerlo personalmente y se encaminó hacia sus aposentos

sin vacilar.

Que midiera casi dos metros empeoraba más aún el hecho de que su

aspecto físico se asemejara más al de una bestia que al de un humanoide.

Espalda arqueada, pelo muy largo, recogido en una coleta, rostro oscuro y el

par de afilados colmillos que sobresalían ominosamente de su boca acaban de

conformar su presencia indómita. Portaba satisfecho el uniforme câlîgâtum

estándar, mostrando sus galones en el pecho, rodeando el emblema del lobo-

tigre rojo.

El General tenía su propia historia. Llena de odio, rencor y

venganza. No por ninguna razón era la mano derecha de Cônspectus.

!228

Page 229: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Llegó a los aposentos de este y pidió permiso para acceder al

interior.

Las puertas se abrieron.

Todo estaba inusitadamente a oscuras. Hacía frío, humedad y se

sintió incómodo en su interior.

No logró ver nada, así que se dirigió hacia el vacío fondo de la sala.

―¡Cônspectus! Necesitamos dejar paso a las demás valquirias. El

cargamento está ya preparado.

Nadie respondió.

Notó un ligero movimiento sobre la mesa. Un reflejo metálico.

Se aventuró a acercarse unos pasos. Cuando centró la vista se dio

cuenta de que había un pequeño androide de menos de medio metro sentado

sobre ella. Un segundo antes de que saltara a por él, Cônspectus salió de

entre las sombras. Tenía mala cara.

―General, déjelo. Es mi invitado.

Antes de que hubiera movido ni un dedo, Cônspectus ya sabía lo que

iba a hacer. Le conocía demasiado bien.

―Tienes mi permiso ―contestó a sus demandas―. Haz lo que

creas conveniente. Confío en tus decisiones, no hace falta que me molestes

para cosas así.

El General no estaba seguro si le había sentado bien o mal ese

precepto. Ciertamente se sentía molesto. ¿Qué era ese androide? No pudo

disimular su inquieta mirada hacia el pequeño engendro de metal.

!229

Page 230: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿Alguna cosa más? ―preguntó Cônspectus, inclinando su cabeza

intrigado.

―¡No, Señor! ―contestó a su pregunta―. Le iré informando

mediante su teluris según transcurra lo cometido.

―Perfecto ―concluyó Cônspectus, asintiendo con la cabeza.

El General se cuadró delante de él antes de darle la espalda y salió de

sus aposentos, no sin cierto mal sabor de boca.

Una vez se hubo marchado, Arcadi se sentó en su gran sillón

Chesterfield marrón oscuro. Cruzó las piernas y miró a Parvus.

El androide llevaba bastante rato allí y todavía apenas se había

dignado a hablarle. Parvus no entendía bien qué quería de él y qué hacía ahí,

se había dedicado exclusivamente a observar cómo daba vueltas por la sala y

se sentaba en ese sillón a pensar.

Su mano se posó bajo su mentón y de pronto pronunció un nombre.

―Parvus.

Su nombre.

―Me ha costado recordarlo ―continuó.

Parecía que le costaba hablar, aunque también parecía no querer

estar solo. Hizo una larga pausa y de nuevo se dirigió hacia él.

―¿Me odias, Parvus? He matado a tu segundo padre.

No se inmutó ante la pregunta, estaba en su propia huelga de

silencio. Se sentía muy confuso, lo único que quería era salir de allí.

!230

Page 231: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Ven aquí ―le ordenó Arcadi señalando hacia sus pies.

No se movió.

―Ven aquí…, por favor.

No parecía un hombre de los que pedían las cosas por favor. Así que

le hizo caso.

Se acercó con recelo y se quedó como a un metro del sillón

mirándole con sus pequeños ojos artificiales.

Arcadi se incorporó.

―Es una pena que no puedas hablar…

Parvus escuchaba atentamente.

―Sabes… esas leyes no las decidí yo, las creó el ser humano. Vamos

a crear un nuevo mundo, donde yo voy a ser el único que dictamine las leyes.

¿Que te parecería si cambiase alguna de ellas?

Parvus entendía perfectamente cuál era su proposición, era tan

aterradora como tentadora. ¿Transgredir la ley de la Prohibición Mecánica?

Se le erizaban las junturas solo con pensar en ello.

Quería odiar a ese hombre por lo que había hecho. ¿Realmente era

su creador? ¿Hablar? Para él era un sueño totalmente inalcanzable.

Arcadi percibió su indecisión.

―Vas a quedarte conmigo ―sentenció―. Y tú, pequeño androide,

vas a ser el primero de muchos a los que vamos a poder escuchar…

!231

Page 232: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Cuando Parvus por fin entendió que hablaba en serio tembló de la

emoción y el miedo. Jamás en su pequeño corazón metálico habría pensado

que…

!!!!!!!!!!!!

!232

Page 233: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia se sentía agotada y hambrienta, había rebuscado por toda la

nave y solo pudo encontrar un cilindro lleno por la mitad de cruor. Se lo

bebió aprisa.

Hacía unos minutos el humano que había recogido en Anillo le había

explicado que era un laboristo entregado a Anillo para trabajos forzados. No

le creyó, sus manos no eran en absoluto las de un trabajador de la industria

del Credo. Además, gozaba de buena salud pese a estar ya entrado en años,

cosa que según tenía entendido no era nada habitual en Tera. Y aunque

forzara deliberadamente su forma de hablar, notaba grandes dosis de

educación y cultura en sus palabras. También parecía tener graves problemas

de drogadicción…

No obstante, ya se estaba acostumbrando a tratar de nuevo con

humanos. «Esos grandes mentirosos…». Eltanin era una rara excepción, no

tenía miedo a decir la verdad ni a mostrarse.

―Déjame ver tu muñeca ―le pidió a Isembard.

El hombre la observó de soslayo.

―Vamos ―aseveró.

Extendió su brazo intrigado. Tenía la muñeca rota, parecía saberlo.

Ella se habría dado cuenta al verle sufrir durante el pilotaje, realmente le ardía

de dolor. La aferró con sus finos y largos dedos mortíferos.

―Mírame a los ojos ―le ordenó.

La miró sin vacilar.

!233

Page 234: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Ahora quiero que me escuches, no te lo plantees, solo escúchame.

Piensa que tu muñeca ya no está rota.

―¿Cómo? ―preguntó confuso.

―No lo intentes, solo concentra tu pensamiento en que está

enteramente sana por unos segundos, ¿me harás ese favor? Te salvé la vida

allá abajo, no voy a hacerte daño.

Ya sabía que no iba a hacerle daño, no era eso. Es que no sabía que

pretendía con todo aquello.

Pasó del frío contacto de sus dedos alrededor de su muñeca a un

drástico calor. Ahora quemaban.

―¿Qué estás haciendo? ―dijo sensiblemente asustado.

―¡Concéntrate en que está sana! No me estás ayudando. Los

humanos sois tan cerrados ―le dijo ásperamente.

Le hizo caso, no quería verla enfadada bajo ningún concepto.

Se sentía extrañamente a gusto en su compañía, ninguna mujer le

había causado esa sensación antes. Ella era tan diferente a todas las laboristos

que había conocido hasta ahora… por no hablar de las altivas y estúpidas

burguesas. Era revelador, así que la tomaría en serio aunque le resultase

absurdo.

Antes de que dejase de pensar en ello su muñeca dejó de dolerle por

completo. También notó relajación en su dolorida espalda, como si se

hubiera tomado el tónico más potente jamás creado o la droga anestésica más

fuerte del mercado. En unos pocos segundos todo su cuerpo estaba…

!234

Page 235: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

¿sanado? Torció la muñeca hacia varios lados, incrédulo. Ni rastro de la

rotura. ¡Estaba completamente curada! No cabía en su asombro.

¿Quién era esa chica? ¿Qué era? ¿Cómo conseguía hacer todo

aquello…? Era un ser maravilloso… estaba fascinado.

Addaia observó como el hombre pasó de la desconfianza a

contemplarla como si fuera un dios.

―Y ahora… ―le dijo muy seriamente―. ¿Vas a contarme la

verdad?

Estaba avergonzado de que se diera cuenta tan fácilmente de sus

mentiras. Lo cierto es que había respondido a sus preguntas

atropelladamente. Creyó que si cualquier Kojna Dento se enteraba de que

formaba parte de los Nueve, aunque fuera un desgraciado repudiado por su

propia gente, se lo merendaría en menos de un segundo. Aunque ella, ella

era… Especial.

―Muy bien. ―Sus ojos bajaron hacia el suelo―. Aunque me

gustaría que no me juzgases. Soy un hombre de honor. ―Volvieron a subir y

fijaron su mirada en ella para reforzar aquella afirmación.

Addaia asintió.

―Puede que lo seas, aunque necesito saber… Quiero ser consciente

de si vas a poder ayudarme en mi próximo movimiento o no.

Isembard sopesó aquella proposición y sus posibles consecuencias.

―¿Qué es exactamente lo que…?

!235

Page 236: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Pon rumbo hacia Tera ―le interrumpió―. Y explícame quién

eres y por qué estás aquí.

!!!!!!!

!236

Page 237: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

En Tera, las cosas habían pasado de ir muy mal a ser un completo

desastre.

La energía seguía cayendo en picado; cuanto menos había, más

faltaba. Además, se hacía cada día más difícil cosecharla. Habían caído tantas

placas y ciudadelas enteras al vacío que las estruendosas explosiones de las

muertes en masa se habían vuelto una penosa rutina.

Los laboristos habían entrado en pánico, muchos habían dejado de

trabajar para tratar de huir a sectores más seguros, cosa que empeoraba todo

aún más. Se necesitada mucha cantidad de energía y efectivos para sofocar

dichas rebeliones que no habían sido previstas, las cuales, para desgracia de

todos, acababan con más derramamiento de sangre.

La flota no había vuelto al completo y se oían fuertes rumores de

que había habido una invasión en el complejo carcelario de Anillo. El miedo

y el nerviosismo comenzaban a olerse por todas las esquinas de Tera. Habían

desatado la serpiente, se había enroscado en su propio cuello y ahora no

sabían cómo deshacerse de ella; estaba a punto de morderlos y no tenían

ningún antídoto para contrarrestarla.

La palabra rendición comenzó a escucharse; solo era un susurro,

pronunciado con la boca pequeña. Los Nueve estaban bajo el punto de mira.

Siendo por primera vez cuestionados severamente por la burguesía, el Credo,

para desesperación de Malmastro, perdía fuerza a cada día que transcurría.

Tera estaba colapsada.

De poco servía ahora su fe si no paraba de morir gente cada día.

Tajdo y Geligio estaban reunidos en el despacho de Malmastro de

nuevo. Se respiraba una profunda tensión en el ambiente.

!237

Page 238: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El gordo estaba hincado en su silla. Embutido en su ostentosa túnica

negra, estaba más seboso que nunca. No se privaba de nada, incluso se estaba

comenzando a quedar calvo. A Tajdo le asqueaba su figura dejada, sus dedos

gordos y grasientos y su bien conocido carácter prepotente.

Le miraba con expresión acusatoria.

Geligio, como siempre, estaba sentado en una esquina, callado.

«Tremendo inútil…». Nunca había dejado de preguntarse cómo demonios

había conseguido llegar a ser uno de los Nueve.

Malmastro torció la boca antes de hablar.

―Nunca debí confiarte el sector energético.

Tajdo solo sentía ganas de incrustar su gorda cara en la pared.

Mantuvo la calma y no contestó a su provocación.

Los fatídicos vaticinios de Isembard se estaban haciendo realidad. Y

no era culpa suya, era culpa de todos.

Precedido por un estruendo, un apagón de energía aconteció y tras

ello, las luces de emergencia se encendieron y dejaron sumida la sala en una

espectral semioscuridad que hacía más palpable la grave situación.

―¡Todo esto es un desastre! ―Repiqueteó con sus gordos dedos

sobre la mesa claramente enfadado, sus ojos brillaban a través de la tenue luz.

―No te atrevas a culparme… ―murmuró Tajdo harto de su

agresiva actitud.

―A quién si no, ¿eh? ―Malmastro estaba histérico―. ¡Tú eras el

responsable de llevar esto y no has hecho más que empeorarlo! Perdemos

!238

Page 239: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

mano de obra a cada segundo que pasa, apenas fluyen suministros, los

transportes y las líneas comerciales están cerradas, la presión de la burguesía

es muy fuerte… ¡Incluso se está poniendo en entredicho el Credo!, ¡mi

Credo!, ¡mis ovejas! ―Cada vez gritaba más―. ¡Mis ovejas se están

perdiendo! ―escupía considerables cantidades de saliva a cada palabra que

espetaba. Era sumamente desagradable.

―Te hice un favor y me lo devolviste con algo ya estropeado

―respondió Tajdo insidioso―. Tú has sido el que me ha metido en este lío.

Llevabas tiempo queriendo la supremacía de los Nueve y nos has ido

barriendo del mapa poco a poco con tus manipulaciones diabólicas y tu

demagogia barata.

Malmastro abrió los ojos de par en par, gravemente insultado. Se

levantó de su silla repentinamente y dio un brusco manotazo a su mesa.

―¡No vuelvas a dirigirte a mí jamás así, maldito bastardo! ―Las

aletas de su nariz se abrieron, tenía los ojos inyectados en sangre.

Tajdo, en un destello de lucidez, apreció por las reacciones de su

obeso cuerpo que Malmastro parecía perjudicado por las drogas a las que

tanto repudiaba. La conversación cada vez se calentaba más.

Geligio, en una esquina, sin inmutarse, era como la sombra de un

hombre invisible.

Tajdo no tenía ninguna intención de recular, Malmastro no le daba

miedo. Estaba harto de su prepotencia. Era cierto que probablemente era el

que tenía más poder entre los Nueve, poseía muchos simpatizantes y

fervorosos creyentes, podría buscarle la ruina si se lo proponía… ¡Pero qué

!239

Page 240: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

demonios! Estaban con el agua al cuello ahora. Con una guerra en el peor

momento y situación, el tiempo no les era favorable y los cambios se

avecinaban. Su religión estaba acabada.

Tajdo, tras un forzado silencio, le recriminó:

―Vamos a terminar todos desangrados por un Kojna Dento… Tu

mayor preocupación no debería ser el cómo me dirijo a ti, sino en cómo

sacarnos de esta guerra en la que nos has metido sin estar preparados.

―¡Cómo te atreves!, ¡hubo una votación! ―graznó indignado al oír

su acusación.

―Sí… La hubo. Y todos sabíamos quién era el que más la deseaba

en esa sala. Isembard se te oponía y te lo quitaste de encima con una jugada

maestra.

―¡Tú también te oponías! ―chilló.

―Sí. Pero me dejé sobornar. Isembard no.

―¡Eres un estúpido!, ¡yo soy el pastor supremo!, ¡la gente me ama!

―Todos te culpan ―sentenció Tajdo en un tono más que cortante.

Malmastro se quedó en silencio por unos segundos mirándole con

odio acérrimo.

―No es cierto, maldito traidor… Rata inmunda… ―dijo al fin.

―Admítelo… ―le respondió Tajdo con una mueca jocosa―. Estás

acabado, tú y tu religión estáis acabados. Ya nadie cree en el Credo, ya nadie

quiere trabajar para ti si eso supone la muerte. Tus normas y tus leyes ya no

!240

Page 241: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

sirven de nada, nos han llevado al más absoluto desastre. Solo nos queda huir

lo más lejos posible sin mirar atrás. Isembard al menos ha sido un tipo con

suerte, no ha tenido que quedarse a ver como destruías a toda una

civilización por tus ansias de poder. A estas alturas ya debe estar muerto y en

paz.

Tajdo se dio la vuelta para marcharse. Ya había dicho todo lo que

tenía que decir, ese seboso fracasado no le iba a molestar más. Ahora mismo

en lo único que pensaba era en salvar su propio cuello a cualquier coste.

Ya estaba delante de la puerta cuando Malmastro, preso de la locura,

volteó la mesa de su despacho y cargó contra Tajdo, aún de espaldas. Movió

toda esa cantidad de kilos con una agilidad inédita mientras sacaba algo

brillante y afilado de debajo de su túnica, un punzón lo suficientemente largo

como para atravesar a alguien y lo suficientemente corto para no ser

detectado por los escáneres.

Tajdo se giró hacia él, alarmado, levantando sus brazos a modo de

defensa. El gordo había pasado por toda la sala atropelladamente, como un

camión sin frenos. Tajdo no pudo reaccionar a tiempo; el punzón le atravesó

la garganta y salió por el otro lado, un horrible estertor salió de su boca

mientras los ojos se le salían de las órbitas.

Cayó de rodillas al suelo, ahogándose en su propia sangre; agarró

con sus dos manos el punzón y Malmastro lo soltó. Convulsionó durante

unos segundos y acabó cayendo al suelo.

Hubo una pausa donde no se escuchó nada en absoluto, solo el

jadeo casi gutural del criminal. Tajdo se encontraba inerte en el suelo. Muerto.

!241

Page 242: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Geligio se removió por fin en su silla, su cara pálida apareció como

un fantasma en un resquicio de luz.

Malmastro le miró. Geligio tragó saliva sin pronunciar palabra.

El orondo asesino agarró el punzón que atravesaba la garganta de

Tajdo y estiró de el con fuerza. Lo sacó como si desensartara un trozo de

carne grande. Se quedó largo rato mirando con ojos entrecerrados el arma

homicida, sudaba como un cerdo.

Estaba seguro de lo que había hecho. Aquel necio ya no iba a hablar

nunca más. Su falta de respeto le había costado la vida, igual que al idiota de

Isembard. Aunque… no podía dejar testigos. Miró de reojo a Geligio, que

temblaba en su silla, y se giró hacia él.

―¿Qué haces…? ―apenas logró murmurar el hombre invisible,

totalmente aterrorizado.

Comenzó a acercarse despacio, nadie iba a subestimarle, todo lo

hacía por sus ovejas, necesitaban un guía. Él era su amo y le debían pleitesía.

Esas malditas ovejas… Iban a obedecerle, ¡les gustara o no!

Aceleró el paso hacia Geligio alzando el punzón en el aire.

!!

!242

Page 243: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia todavía intentaba digerir la magnitud de la situación. Aquel

hombre canoso que estaba frente a ella formaba parte de la mayor cúpula de

poder humana, los Nueve.

Isembard… un curioso nombre que le recordaba a épocas pasadas.

La primera versión de su historia había sido poco creíble, pero esta

lo era aún más. Sin embargo, Addaia sabía que esta vez estaba diciendo la

verdad.

Apoyó su espalda en su asiento y se puso a pensar ¿Cómo podía esto

arreglar las cosas?, ¿ayudaría este hombre y su estatus en algo? No obstante,

era una posición efímera… ya que había sido condenado por sus propios

colegas al haber intentado evitar la guerra.

Después de todo, se sentía sorprendida de cómo alguien con tanta

entereza podía formar parte de ese nido de serpientes. ¿Había esperanza para

los humanos?, ¿cómo podían acabar ellos dos solos con esta odiosa guerra y

salvar a su gente?

Entonces Isembard interrumpió sus pensamientos.

―Hay una posibilidad…

Addaia mostró interés en lo que tenía que decirle.

―Dices que ese hombre de ahí… ―señaló a Eltanin―. ¿Forma

parte de la facción Civitanig?

Ella asintió.

―Si contactáramos con ellos… Me refiero… la mayoría están en

contra del sistema. Debería haber alguna manera de…

!243

Page 244: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿Crees que recibirán a un desmodos entre su gente sin más en

medio de un terrible conflicto bélico?

―Lo sé…, lo sé ―le respondió frustrado.

Addaia tragó saliva.

Miró a Eltanin, que temblaba aún de dolor; estaba pasando un

calvario… Él era un civitanig. Era diferente… no lograba recordar la última

vez que había conocido un humano así. Generoso, valiente, transparente…

Parecían aptitudes propias de un desmodos. Addaia sopesó la coyuntura en la

que estaban. Tenía varias opciones, podía volver al palacio de Salis con

Eltanin, si es que aún existía y olvidarse de todo. Dejarse llevar por la

situación y abandonarse al destino… Esa era la vía más fácil. Sin embargo,

Arcadi estaba diezmando la galaxia entera… Cambiando el universo

conocido. Había matado todo lo que había amado alguna vez y no iba a

quedarse quieta viendo como todo pasaba. Tenía que acabar, tenía que

pararle.

―Confío en ti, Isembard ―dijo muy segura de sí misma fijando la

vista en él. Sus ojos grises eran hermosos―. Sé que hallarás la manera.

Isembard se puso nervioso. Su vida había sido compleja y llena de

multitud de responsabilidades… No obstante, ahora sentía mucho más peso

sobre sus espaldas que nunca. De él dependían ahora la supervivencia de

miles de vidas humanas y desmodos y ni siquiera sabía por dónde comenzar.

Sintió miedo. ¿Sería capaz?, ¿cómo lograrían parar esa guerra?, ¿o sacar

aquella gente de allí… y la pregunta más importante, ¿a dónde irían?

!244

Page 245: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia cogió sus manos inesperadamente y las puso entre las suyas.

Un agradable calor recorrió su cuerpo.

―Sé que lo haremos. Averiguaremos la manera de parar este caos

―le reconfortó, podía leer las dudas en su mente―. Puede que nos dejemos

la vida en ello, pero ahora no tenemos casa a la que volver, construyamos un

nuevo hogar con lo poco que nos quede.

No podía más que seguirla. Era una líder. Ella le había salvado la

vida y sentía que cualquier cosa podría hacerse realidad si continuaba a su

lado. Lucharía porque su mundo no desapareciera. Por un mundo justo y

ecuánime.

―Descansemos un poco, desde aquí aún tardaremos un par de

horas antes de llegar a Tera. Lo vamos a necesitar ―le dijo antes de

levantarse con su particular elegancia.

Cerró la puerta de la cabina tras ella; en la estancia quedó un singular

aroma. Hacía apenas unas horas que la conocía y ya la amaba.

Se quedó dormido enseguida, pensando que quizás, después de todo,

sí que había una manera… Una forma de conseguir pararlo todo. Una que

solo él conocía.

!!!!

!245

Page 246: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia seguía sintiendo hambre… su única y mísera dosis la había

tomado hacía apenas una hora. Podía aguantar un poco más, pero no por

mucho tiempo. En Tera iba a ser complicado obtener cruor. Sin embargo, ya

pensaría en ello más adelante.

La cabina de la parte de atrás de la nave de transporte era bastante

grande y confortable. Abrió una litera que había en una de las paredes y

ayudó a Eltanin a subir a ella. Le intentó asear lo mejor que pudo con lo que

encontró a mano, tenía todo el rostro lleno de sangre coagulada y su ropa

estaba sucia y ajada.

Mojó un paño y limpió su cara. Se había quedado dormido, aunque

su cuerpo aún temblaba levemente, sus vasos sanguíneos estaban abiertos de

par en par, recibiendo el nuevo torrente de sangre…

Le quitó cuidadosamente el calzado y los pantalones. La parte de

arriba… Limpió con suavidad el resto de su cuerpo. Brazos, piernas, torso…

Era tan suave, esbelto y perfecto. Se quedó mirándolo por largo rato. No

pudo contener rozar con un dedo sus labios, estaban preciosamente

formados, bajó por su cuello y tocó su pecho. Sintió la excitación en su piel,

se le erizó la nuca solo con pensar en sus dedos tocándola. Se sonrojó, no

podía contener la gran atracción que sentía por él.

Le tapó con la sábana y se recostó a su lado. Una fuerte convulsión

hizo presa de él, Addaia le agarró con todas sus fuerzas y le apretó contra

ella. Consiguió calmarse y entreabrió los ojos mirándola… Tan cerca… a

escasos centímetros de su cara, podía notar su respiración.

―Te pondrás bien ―le susurró al oído―. Necesito que te quedes

conmigo.

!246

Page 247: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Continuaron abrazados. Addaia intentó transmitirle toda la energía

que pudo para que sanara más rápido, la conversión parecía estar yendo bien.

Se quedó dormida al poco tiempo pensando en su amado padre, al que tanto

echaría de menos, pensando en Parvus, en dónde o qué estaría haciendo…

No fue hasta al cabo de una hora que algo la despertó.

Eran los labios de Eltanin…

Estaban besando los de ella. Eran dulces como la miel, tiernos y

suaves. No pudo apartarlos.

Con los ojos aún cerrados entreabrió su boca delicadamente para

que pudiera entrar en ella. Era un mundo de sensaciones exquisitas que había

dejado cientos de desesperados años atrás. Arcadi era la última persona que la

había tocado de aquella manera y ya no recordaba la increíble emoción que

resultaba del contacto.

Sin dejar de abrir los ojos sintió cómo un fuerte brazo la envolvía y

la apretaba contra sí. Sintió el pecho desnudo de Eltanin, sus latidos; ella le

agarró del cuello y se dejó llevar por él.

Las manos de Eltanin recorrieron su cuerpo en busca de más, no

podían frenar el hecho de querer poseerla. Addaia emitió un gemido, Eltanin

quiso morir de placer.

Se notaba diferente, se sentía fuerte y vigoroso. Podría levantar como

una pluma a Addaia si así lo quisiera. No sabía muy bien el cómo o el porqué,

pero en su interior sabía que a partir de ese momento ella sería el punto

neurálgico que daría motor a toda su fuerza. Necesitaba sentir su cuerpo y

fusionarse en uno con ella. La amaba más allá de cualquier sentimiento que

jamás hubiera pensado que podría llegar a existir. Para él todo eran

!247

Page 248: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

sensaciones nuevas, no sabía muy bien lo que hacía, sus manos se guiaban

solas… Los gemidos de Addaia le decían qué era lo que quería de él sin

saberlo. Notaba como ardía por dentro.

Sus suaves dedos exploraron todos los rincones prohibidos. La

lengua de Addaia entró con ansia y pasión dentro de él.

Aún tenía puesto el vaporoso vestido de seda vermis. Aunque hacía

un buen rato se había deshecho del traje dermoadaptado para poder

limpiarse y no llevaba nada debajo. Subió su vestido y le envolvió con sus

fuertes piernas.

Él siguió acariciándola hasta que Addaia se colocó debajo de él.

Eltanin se apartó levemente y la observó con el vestido subido hasta arriba

mostrando sus turgentes pechos. Desnuda, le parecía ahora tan vulnerable.

Sus preciosos cabellos negros esparcidos en la cama, su piel de porcelana…

Tan exageradamente bella.

Ella le miro a los ojos, su respiración era entrecortada. Él abrió sus

piernas con suavidad y besó sus rodillas. Se puso a horcajadas y acarició sus

tiernos labios con la yema de sus dedos, sus rosados labios de pequeña

adolescente. Ella iba a ser suya y no iba a parar. Addaia parecía ansiosa por

tenerle dentro de ella.

―Te amo… ―dijo Eltanin, casi en un murmullo, justo antes de

entrar con fuerza. Abrazándola fuertemente, besándola como si no hubiera

un mañana.

Sus cuerpos fueron uno durante largo rato hasta que estallaron en

una explosión de deleite mutuo. Permanecieron abrazados en silencio,

acariciándose sin dejar de mirarse a los ojos.

!248

Page 249: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Ella también le amaba.

!!!!!

!249

Page 250: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Las rebeliones en Tera se estaban recrudeciendo, la ley marcial se

establecía por todas partes, desaparecían altos cargos y la confusión era

palpable en todos los sectores.

Los humanos temían la aparición del ejército câlîgâtum. Estando tan

débiles podía ser una batalla tremendamente complicada o aún peor…

Podrían perderla. Sin apenas energía para sobrevivir, ¿cómo iban a resistir?,

¿cómo iban a volar sus naves? Esas preguntas recorrían la burguesía como la

pólvora, cuyos miembros esperaban sentados en sus cómodas cámaras a que

alguien arreglara toda aquella catástrofe.

Por si todo esto fuera poco, hacía apenas una hora sus radares

habían detectado tres descomunales naves que se acercaban a gran velocidad.

Al principio, pensaron que había sido un error del radar; si la lectura era real,

aquello no era un simple batallón, era un ejército de dimensiones

descomunales. Aunque fuese lo que fuese casi lo tenían encima… Y no

parecía humano ni amigo.

Los Nueve estaban en La Ĉambro Principal reunidos de urgencia,

sin ni siquiera la presencia de robots secretarios. Aunque ya no eran nueve,

ahora solo restaban seis.

No lograban ponerse de acuerdo y se gritaban los unos a los otros,

echándose las culpas sin llegar a ningún acuerdo o decisión.

―¿¡Dónde demonios están Tajdo y el inútil del terraformador!?

―bramó Tinkturo Farbo, sus posaderas apenas podían estar quietas en el

sillón de lo exaltado que estaba.

!250

Page 251: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Calma, señores… ―instó el representante de la industria

armamentística.

―¿Cómo que me calme, a nadie le preocupa que hayan

desaparecido? ―miró de reojo a Malmastro, que se encontraba frente a él.

Malmastro recibió la mirada con indiferencia.

―Corre el rumor de que han huido a los satélites ―comentó

impasible.

―Ya… supongo que no tiene nada que ver que la última

localización de su orientador fuera en tu sección y no en un hangar…

Malmastro no contestó a la acusación, se limitó a mostrarse inquieto

y molesto.

Al resto ni siquiera pareció importarle, parecían distraídos con algo;

uno a uno, todos se giraron a mirar hacia la misma dirección, como fichas de

dominó. Las tres valquirias de Arcadi se podían divisar a lo lejos, a través de

uno de los grandes ventanales de la sala.

Las alarmas de la ciudad saltaron.

Algunos de los Nueve se acercaron a observar. En un par de

minutos las tres naves estaban prácticamente sobre ellos, comenzaron a

arrojar vingers sin compasión y a dirigir hacia las plataformas potentes

descargas, que lo arrasaban todo ante sus conmocionados semblantes.

La Ĉambro Principal sufrió una intensa sacudida. Los seis ahora

entraron en pánico; fue el dueño de la industria alimentaria el primero en salir

corriendo despavorido.

!251

Page 252: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¡Un momento! ¡Un momento! ―gritó el dueño de la industria

armamentística, quejándose de la actitud de su compañero.

Todos se miraron de soslayo, dos más huyeron cobardemente tras el

primero.

Una feroz batalla se producía en el exterior, las nubes de gas líquido

ardían tras las explosiones como ríos de pólvora. Una fulminante ráfaga

proveniente de una de las valquirias impactó cerca de ellos y lastimó la mayor

parte de las instalaciones centrales. Los tres únicos dueños industriales que

quedaban en la sala se precipitaron hacia la puerta a la vez.

!

!252

Page 253: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 8

Voces en Guerra

!―Quiero volver junto a ella… »

―No te he dado el poder a cambio de nada. Ella está ya muy lejos de

aquí, jamás volverás a verla.

!!No parecía que se hubieran acercado tanto a Tera como para ser

detectados. No obstante, la infernal imagen que presenciaban sus ojos era

desproporcionada. Su radar se había vuelto loco a su llegada. Isembard,

Addaia y Eltanin observaban atónitos el caos desatado.

Cientos de naves câlîgâtum asolaban el lugar como un enjambre,

dentro de su pobre campo de visión también asomaba una de las valquirias

de Arcadi. Con una muy patética respuesta defensiva por parte de los

humanos, los efectivos de Arcadi sobrepasaban cualquier expectativa y Tera

parecía sucumbir atrozmente. No duraría demasiado, el tiempo jugaba en su

contra…

Con todo aquel ajetreo, de momento su pequeña nave pasaba

totalmente desapercibida. Se acercaron a uno de los tres hangares de entrada

a Tera que había sido recomendado por Isembard. Sin embargo, el atraque

allí iba a ser del todo imposible. Aunque consiguieran evitar las vingers

sedientas de sangre, casi todo lo que salía de aquel hangar era masacrado sin

!253

Page 254: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

compasión. El hecho de querer entrar en vez de salir, además de estar en una

nave êvo, quizás les salvaría de la quema, pero era demasiado arriesgado.

―¡Poneos los trajes! ―gritó Addaia señalando el armario de

mantenimiento con gesto ceñudo, sin dejar de observar atentamente por el

ojo de buey.

Isembard y Eltanin la miraron sorprendidos.

―¿Hay alguna entrada auxiliar a ese hangar, Isembard?, ¿alguna

compuerta externa? ―continuó sin pestañear.

―¿Cómo?, pretendes…

―¡Poneos los trajes, vamos! ―Se acercó al armario de

mantenimiento y sacó uno de ellos―. Con esta nave no llegaremos jamás,

somos un blanco demasiado fácil ―dijo mientras ella misma ya se estaba

colocando el traje de reparación exterior.

Para Isembard era la segunda vez que se colocaba uno de esos…

Pero esta vez sabía que la presión atmosférica allí fuera era si cabe peor que

en Anillo.

―¿Hay una entrada, Isembard? ¡Piensa, rápido!

―Sí, claro, claro que la hay, pero no sé si podremos abrirla desde el

exterior.

―No importa. Nos arriesgaremos. No nos queda combustible para

volver y tampoco tengo intención de echarme atrás. Vamos a entrar allí sea

como sea.

!254

Page 255: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

No sonaba muy esperanzador…

Eltanin no sabía de dónde había salido aquel hombre ni porque a

Addaia le daba tanta confianza. Parecía mayor, de unos cuarenta años,

demasiado refinado como para ser un laboristo. Aunque estaba claro que no

era un desmodos como ellos… Era humano y cada vez que le olía sentía en

su interior un hambre incontenible, una sensación nueva y extraña que le

hacía sentirse como si estuviera dentro de otro cuerpo.

Cada vez estaban más cerca de Tera, estaba claro que la ciudad

plataforma que un día fuera inmensa e imponente se estaba hundiendo en sí

misma. Arcadi estaba acabando con ella; cumplía así su deseo de venganza.

Pero ellos no lo iban a permitir.

―¡Adelante!, saltaremos desde aquí, yo iré primera. ―Pasó una

cuerda de plastometal uniendo a los tres para no separarse y les colocó

mochilas propulsoras en la espalda. Puso una mano sobre la manija de

apertura de la puerta de emergencia. Se dirigió hacia ellos decididamente:

―Saldremos impulsados en dirección al hangar, la presión del aire es

muy fuerte y la atmósfera muy densa, así que necesito que mantengáis la

gravedad al máximo desde que salgamos hasta que entremos. Expulsad

propergol para alinearos conmigo, ¿de acuerdo?

Isembard asintió ofuscado, Eltanin parecía confiar en sus palabras.

―¡Bien!, conectad vuestra burbuja personal a mínima potencia,

iremos más lentos, pero sin ella no llegaremos jamás. Son solo unos tres mil

metros, ¡vamos, preparaos!

!255

Page 256: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia abrió la esclusa; fueron expulsados al vacío de Tera con

fuerza, empujando sus tres pequeños cuerpos brutalmente al cielo naranja

líquido.

Consiguieron encararse hacia Tera. Isembard estaba aterrado, había

estado demasiado expuesto a la muerte en las últimas horas, tenía la

sensación de que había tentado demasiado su suerte, no veía con claridad

cómo iba a sobrevivir una vez más a todo aquello.

«Está bien… ―pensó―. Moriré si es preciso, pero no pienso volver

a ponerme jamás un maldito traje de estos, ¡Dios!».

Eltanin le agarraba del brazo con fuerza, tanto que iba a romperle de

nuevo la muñeca si seguía así. Hasta ahora no le había parecido un tipo tan

fuerte, de hecho hacía pocas horas era un tipo moribundo y ahora parecía

uno de ellos, un Kojna Dento… un desmodos. Había muchos interrogantes en

él.

A Addaia se le agolpaba cada vez más la lluvia naranja en su burbuja

personal. Los zarandeos de las corrientes eran cada vez más poderosos. Aun

con todas las dificultades disparó una pistola de anclaje con la precisión de un

experto, como si hubiera entrenado toda su vida para ello.

Poco a poco se fueron acercando. Algunas vingers pasaron cerca de

ellos, aceleradas, pero no parecían percatarse de su presencia o no les daban

suficiente importancia. Isembard miró hacia atrás. Su nave êvo sí que había

llamado la atención, una vinger espabilada disparó sin contemplaciones y la

fulminó en segundos. Tragó saliva.

Se sentía en el filo de la cuchilla todo el tiempo, aún estaba pensando

en ello cuando los tres rebotaron contra la pared del hangar torpemente.

!256

Page 257: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia asió un saliente con fuerza y ancló un garfio de plastometal.

Afortunadamente, estaban a escasos metros de la compuerta auxiliar.

Addaia reptó lentamente por las paredes de Tera y los demás la

siguieron. Aquella mujer tenía un cuerpo perfecto y una agilidad bárbara,

parecía haber nacido para ello. No solo poseía unos dones inusuales para

cualquier ser vivo, sino que físicamente estaba preparada para acometer

cualquier reto; desde luego pertenecía a una raza superior.

Llegaron a la compuerta. Una válvula enorme abría la esclusa que

daba al interior de la construcción. El plastometal repelía el óxido líquido del

ambiente magníficamente, pero sus trajes y burbujas ya se estaban

resintiendo.

Addaia la agarró con una mano e intentó abrirla sin éxito. La asió de

nuevo esta vez con las dos manos apretando los dientes fuertemente.

―¡Agghh! ―se quejó, intentando abrir la estúpida puerta con todas

sus fuerzas. Cada segundo que pasaba era un riesgo más para ellos. Comenzó

a jadear. Quizás Isembard tenía razón y era imposible abrirla desde fuera.

Addaia maldijo para sus adentros, con lo que les había costado llegar hasta

allí…

―Déjame, yo la abriré ―dijo Eltanin, que hasta ahora había

permanecido callado. Se adelantó decidido. Ella se apartó sorprendida.

Isembard levantó una ceja suspicaz. Addaia le observaba atónita, no

parecía el mismo, se había vuelto muy fuerte, mucho, ¿pero más que ella?

Imposible…

!257

Page 258: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Eltanin cogió con energía la llave de paso, sus músculos se tensaron.

Tiró hacia un lado y poco a poco comenzó a ceder, estaba abriendo la puerta

sin mayor dificultad. Isembard y Addaia se quedaron pasmados.

Claramente su cuerpo había cambiado por completo y una serie de

nuevas habilidades no conocidas estaban naciendo en él. Algo le decía que

aquella fuerza y esos ojos… no eran normales. Tenía demasiada potencia

para ser un recién nacido. ¿Qué podía haber sucedido durante la conversión?

Addaia se sentía seriamente turbada. No quería perderle ahora que le amaba.

Ella sabía mientras entraban y cerraban tras de sí que Eltanin, pese a

no decir nada, debía estar hambriento, su color de piel macilento lo delataba.

Recién convertido tenía que tener una sed brutal.

Apagaron sus maltrechas burbujas y se quitaron las bioesferas una

vez dentro de las instalaciones, después de asegurar y presurizar el ambiente.

El aire que se respiraba era pesado, incluso costaba tomar cada bocanada de

aire. Se encontraban sobre una plataforma de sucio plastometal, hacía mucho

calor y todo estaba muy oscuro, solo las luces de emergencia permanecían

encendidas.

A poco más de un kilómetro se encontraba el hangar y a un par más

el centro de la plataforma principal de Tera.

―Bienvenidos a mi hogar ―murmuró Isembard.

―También el mío ―masculló Eltanin.

Isembard le observó con curiosidad, no sabía nada de él.

Addaia se apoyó contra la barandilla de la plataforma y oteó el

horizonte.

!258

Page 259: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Las entrañas de Tera eran una maraña de cables y tubos que no

llevaban a ninguna parte; estaba claro que las construcciones humanas eran

caóticas y desordenadas. Addaia se preguntaba cómo podían haber

sobrevivido así tanto tiempo…

―Bien, Isembard, pongamos las cartas sobre la mesa. Ya estamos

dentro. Y ahora… cuéntanos tu plan.

Addaia estaba ansiosa, sus cabellos morenos caían por encima de su

traje espacial manchado de óxido. Se mojó los labios nerviosa.

―Primero hemos de llegar al tercer piso del hangar, desde allí

podremos acceder a un pasillo que nos llevará a mi antiguo despacho. Allí hay

un dispositivo dentro de una arqueta, escondida bajo la mesa…

―¿Qué hace ese objeto…? ―preguntó Eltanin.

Isembard titubeó.

―Se coloca sobre un indicador, es una especie de llave que abre la

consola de gestión de energías. Os diré como encontrarla. Desde allí se

accede a un panel de control principal que solo se puede accionar por voz.

―¿Por voz? ―preguntó Addaia.

―Sí, pero no necesariamente la mía. Eso sí, con unos comandos

muy concretos. Unos comandos que solo conozco yo…

―¿Y cómo sabemos que ese sitio no estará repleto de soldados

laboristos?

―No lo sabemos… ―respondió tajante Isembard.

!259

Page 260: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Está bien ―aceptó resignada Addaia―. ¿Qué accionan esos

supuestos comandos?

―Provocan el desanclaje de la fuente principal de energía. Es una

medida de emergencia que programé en caso extremo. Nadie la conoce ni

sabe de su existencia, pondría en riesgo demasiadas vidas. La verdad, jamás

pensé que la llegaría a utilizar.

―¿En definitiva…? ―preguntó ansiosa.

―Ocasionaría un colapso general dada la situación actual de las

plataformas. Tera caería.

―¿Toda Tera? ―dijo sorprendido Eltanin.

Isembard los miró fijamente a los ojos.

―Toda.

Se hizo un breve silencio.

―¿Y qué pasará entonces con la gente que aún queda aquí?,

¿también morirán? ¿De qué sirve si acabamos con todo? No entiendo…

―replicó Eltanin.

―Podemos salvar a algunos… En realidad, pensaba que ese plan lo

habíais pensado vosotros ―Isembard frunció el entrecejo.

Eltanin se quedó pensativo por unos momentos.

―Mi facción, los Civitanig, siempre han estado en contra de este

sistema. No podemos dejar… Deberíamos…

!260

Page 261: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Entiendo tu angustia ―le interrumpió Isembard―. El desanclaje

no es instantáneo. Además del tiempo que tardaremos en accionarlo, habrá

un lapso de por lo menos diez minutos antes de caer. Este sitio de cualquier

manera está acabado. Si conseguimos separar la fuente principal no se lo

esperarán y los câlîgâtum caerán con Tera. La fuerza centrípeta durante la

caída hará que la mayoría de las naves sean arrastradas y todos los que estén

dentro de las plataformas…

―Está bien, podemos rescatar a todos los que podamos antes de

eso. Lo haremos ―decidió Addaia―. Aunque tendremos que dividirnos.

A Eltanin no le acababa de gustar aquella idea y ella lo notó.

Le agarró suavemente la mano.

―Sabes que no podemos salvarlos a todos, sabes que esto va a ser el

principio de una nueva era. Tenemos que acabar con la oscuridad que está

arrasando la poca vida que existe y empezar de nuevo con lo poco que nos

quede.

Eltanin asintió con pesar en su rostro.

―¿Piensas que tus padres aún podrían estar aquí? ―Addaia sostuvo

con más fuerza su mano.

―No. Sé que ya no están vivos, no es eso.

―Estarían orgullosos de ti, de eso estoy segura. Yo también lo estoy

―le sonrió candorosamente y deseó besarle.

―Adelante entonces ―aceptó.

!261

Page 262: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Juntó sus labios con los suyos, tan delicados y suaves como lo habían

sido horas atrás mientras se amaban. Quiso poseerla de nuevo.

Isembard carraspeó.

―Perdón ―se separaron ligeramente, avergonzados.

―No hay tiempo ―habló con cierto recelo en su tono de su voz.

―De acuerdo; vamos ―dijo ella.

Recorrieron la plataforma camino al hangar lo más aprisa que

pudieron mientras seguían fraguando la misión.

―Yo iré a la oficina de Isembard y conseguiré la llave para activar la

zona energética. Ojalá Parvus estuviera aquí… ¡Me sería de gran ayuda!

―pensó Addaia en voz alta.

»Isembard, tú y Eltanin deberíais ir a evacuar a la máxima gente

posible de su facción. Nos reuniremos todos de nuevo en el hangar.

Eltanin frenó en seco.

―¡No!, ¡iré contigo!

―¡Vamos, no te pares!, no puede ser, es imposible que él solo llegue

a tiempo, tienes que ayudarle.

Addaia sabía que a velocidad humana tardaría mucho más de la

cuenta.

―Eltanin, recuerda que ahora eres un desmodos, tu facción no te

recibirá con los brazos abiertos. Isembard es humano, además de un

conocido dirigente mártir del sistema, le seguirán adónde les diga. Sé que

!262

Page 263: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

quieres protegerme, pero te necesito, necesito que vayas con él ―siguió

apremiándole.

Eltanin rechinó los dientes, no le gustaba la idea de separarse de ella.

Pese a todo, Addaia tenía razón. Sus cambios físicos eran evidentes, su piel,

sus ojos rojos como los de Arcadi. Esos afilados dientes que podía rozar con

la lengua también le resultaban totalmente inusuales a él mismo. Ahora era

uno de ellos y era muy, pero que muy rápido. Chasqueó la lengua.

―Bien, ¿ves esos paneles, Addaia? ―Señaló Isembard sin dejar de

correr―. Te guiarán hasta el centro de mando, mis estancias están justo en

un pasillo paralelo a La Ĉambro Principal. No te será fácil entrar. ―Se le

acercó y le susurró algo al oído.

―Creo que aquí nos separamos ―dijo tras alejarse de ella.

Addaia, después de aquello, gesticuló cierto asombro; Isembard le

había transmitido las palabras de la muerte, el código secreto que tras

pronunciarlo arrancaría de las fauces del lobo su alimento y lo dejaría

indefenso. Ninguno de ellos estaba exento de peligro. Después se giró para

mirar a Eltanin, su cara de preocupación era más que evidente.

―Estaremos bien ―le dijo mientras echaba a correr y sus caminos

se separaban.

La vio marchar por segunda vez en su vida. Aunque esta vez no sería

la bruma lo que la haría desvanecerse en el horizonte, sino la oscuridad,

estaba siendo devorada por la penumbra y ni tan solo tenía la certeza de si se

volverían a ver de nuevo. Pese al poco tiempo que había vivido junto a ella la

amaba con locura. Un sentimiento difícil de encontrar y mantener, tan frágil

!263

Page 264: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

como misterioso. «Estaremos bien…». Recordó sus últimas palabras con

angustia, retumbaban en su cabeza mientras aligeraba la marcha junto a

Isembard hacia el hangar.

―Voy a cogerte, procuraré no hacerte daño ―le anunció Eltanin

antes de agarrarle y acelerar poco a poco a una velocidad increíble.

Parecían estar volando, Isembard casi no tocaba de pies al suelo.

―¡Guau!, ¡guau!, ¡guau! ―exclamó, asombrado. Aquellas criaturas

eran increíbles, un aguijonazo de envidia le atravesó, se sentía poca cosa a su

lado. Sin embargo, era consciente de que le necesitaban, Tera era su mundo,

conocía todos sus rincones y todos sus secretos. Él le había dado la vida

todos estos años, de él era el derecho ahora de arrebatársela. Sus palabras

acariciarían como besos a un bebé mimado y lo arrancarían de la teta de la

madre.

!264

Page 265: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Justo despuntaba el pasillo de embarque, alzado a varios metros

sobre el hangar, cuando Eltanin desaceleró al escuchar ruidos y murmullos

cercanos. Se asomaron tímidamente desde donde nadie les pudiera ver.

La actividad allí era frenética, la gente corría despavorida intentando

huir de aquel lugar. Probablemente desconocían que afuera los esperaban aún

menos esperanzas de sobrevivir.

―Pasaremos entremedio de la gente, simulando estar desorientados

y asustados…

―¿Estás seguro? ―preguntó Eltanin.

―Sí ―afirmó dubitativo―. Quitémonos los trajes espaciales,

llamaremos menos la atención. Los civitanig están asentados justo al otro

lado de la estación. Tardaríamos demasiado yendo por otro camino.

―Sé dónde está mi facción ―se quejó Eltanin.

―Disculpa, no recordaba que fuiste uno de ellos. Ahora pareces…

No me acostumbro.

―No te preocupes, a mí también me cuesta reconocerme, aunque

me siento bien, como si pudiera empujar toda Tera solo con mis manos

desnudas ―afirmó mientras se acaba de quitar el traje. Abrió y cerró sus

puños observándolos detenidamente.

―¿Estás listo? ―le preguntó Isembard.

―Sí ―contestó muy seguro de sí mismo.

!265

Page 266: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Avanzaron un poco, aligerando el paso paulatinamente, intentando

actuar igual que los demás. Se adentraron por la planta superior del hangar,

una ancha y larga pasarela que cruzaba de punta a punta, desde la que se

divisaba la amplia zona de aterrizaje muchos metros hacia abajo. Allí habían

mezclados soldados y civiles laboristos con guberno-industriales, incluso

Isembard llegó a entrever algún burgués de alta alcurnia que en su día

compartiera celebraciones y drogas con él. Agachó la cabeza nervioso y

deseó poder taparse la cara con algo, aunque nadie se fijaba en su presencia,

estaban demasiado entretenidos intentando escapar de la muerte.

―¡Están asaltado los satélites! No hay escapatoria, ¡vamos a morir!,

¡vamos a morir todos! ―anunció alguien entre la algarabía a voz en grito.

Una fuerte sacudida proveniente de una gran explosión de origen

exterior hizo temblar la pasarela. Algunos perdieron el equilibrio y cayeron al

suelo.

Fue justo en ese instante cuando Isembard reconoció algunos

dirigentes integrantes de los Nueve de entre la muchedumbre. Se escabullían

por el puente, abandonando el barco a su suerte por la vía rápida. Y allí

estaba el peor de todos, sobresaliendo de entre los demás con su gruesa

figura. El hombre mantecoso, moviendo sorprendentemente sus carnes a

toda prisa. Cuánto le odiaba. Cuánto sufrimiento le había hecho pasar.

Isembard giró hacia él repentinamente, Eltanin se extrañó de su

cambio de viraje, pero le siguió a pesar de ello.

Casi habían cruzado toda la pasarela cuando Isembard se parapetó

delante de un humano orondo y sudoroso. Al pararse en seco le obligó a

detenerse a él también, Eltanin frenó sorprendido.

!266

Page 267: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

El tipo gordo abrió los ojos y la boca de par en par, claramente

sorprendido mientras daba dos pasos hacia atrás.

―Tú… ―balbuceó―. Imposible… ―dijo gesticulando

negativamente con la cabeza. Miró hacia Eltanin y se horrorizó todavía más.

El gordo le señaló con un dedo, Eltanin notó como su pecho se

llenaba de aire, estaba a punto de gritar.

Se abalanzó sobre él para silenciarle; lo agarró por un brazo y le tapó

la boca con la otra mano. Atrajeron algunas miradas furtivas, pero el resto de

humanos, incluidos los soldados, estaban demasiado atareados salvando sus

propias vidas.

Malmastro se removió como una serpiente. Sus ojos ahora reflejaban

verdadero pánico.

Entonces Isembard se dirigió a él:

―¿Escapando de tu propia creación?, ¡¿dónde están ahora tus

preciadas ovejas, Malmastro?! ―le dijo desdeñosamente.

!!!!!!

!267

Page 268: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia llegó a la cámara de Isembard enseguida. Todo el mundo

aparentemente había huido, exceptuando algún que otro androide auxiliar

que daba vueltas, confundido, el recinto estaba completamente vacío. Eso le

facilitaría mucho las cosas.

Se sentía una extraña allí; esos individuos vivían hacinados entre

paredes de plastometal grises, frías y tristes. Todo el lugar estaba impregnado

de un pútrido y viciado aire hediondo, era sofocante y procuraba no pensar

en ello, agradecía no haberse topado con ningún humano por el camino.

No le fue nada fácil conseguir la supuesta llave que daba acceso a la

zona de energía con las breves instrucciones que le había dado Isembard.

Estaba escondida en una pequeña arqueta bajo una baldosa disimulada

debajo del escritorio de Isembard, sin ningún tipo de marca o señal que la

identificara. Al abrirla no se veía nada, era una especie de fina tarjeta

escondida hábilmente a la vista, capaz de mimetizarse con cualquier

superficie que tocara; la encontró gracias a su hipersensible tacto.

Justo salía apresurada de los aposentos de Isembard cuando una gran

explosión hizo temblar toda la estructura, hasta el punto de inclinarse sobre

su propio eje, Addaia cayó hacia una de las paredes de manera violenta y, tras

golpearse fuertemente la cabeza, quedó inconsciente.

!

!268

Page 269: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Isembard podía llegar a comprender fácilmente lo patético que

resultaba Malmastro cuando se echó a llorar, a Eltanin le pilló por sorpresa.

Aquel seboso miserable era el ser más ruin que había conocido en

toda su vida. Se había echado a temblar nada más verse envuelto en aquella

situación; miró con ojos llorosos alrededor y juntó sus manos como rezando

a un Dios inexistente.

―Qué demonios… ―murmuró Isembard.

Un gran estruendo removió toda la plataforma desde su base,

inclinándose levemente hacia un lado. Una serie de gritos y confusión se

sucedieron cuando casi todos cayeron rodando cerca de la barandilla que

separaba la plataforma del vacío.

Malmastro había logrado deshacerse de su captor. Se había escurrido

como una serpiente y sus grasientas carnes habían amortiguado la caída.

El gordo se levantó torpemente fijando la vista en la esquina donde

Isembard había ido a parar, este aún ligeramente conmocionado por el golpe.

Metió las manos bajo su túnica y mostró abiertamente el afilado punzón que

escondía bajo ella. Lo alzó con violencia contra Isembard, encolerizado,

como si fuera imposible que segundos atrás hubiera estado llorando como un

crío.

―¡Rata asquerosa! ¡Es hora de que mueras de una vez! ―escupió

mientras se abalanzaba sobre él.

Isembard, perplejo, solo tuvo tiempo a ocultar su rostro en un acto

reflejo, intentando contener el ataque lo mejor posible.

!269

Page 270: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

En un destello donde los segundos se hicieron eternos el punzón

frenó en seco, justo antes de que su afilada punta se clavase a la altura de su

corazón. Una mano apretaba fuertemente el cuello de Malmastro, que

luchaba por respirar. Este soltó el punzón, arqueó su espalda e intentó

deshacerse de la mano que le ahorcaba, sin éxito. Estaba a un palmo del

suelo, alzado como un muñeco.

Los agudos y jóvenes dientes de Eltanin se clavaron en su grueso

cuello. Muchos laboristos presenciaron la escena, horrorizados. El pánico se

apoderó del lugar.

Por desgracia, unos cuantos soldados también se percataron y

corrieron hacia ellos desde el otro lado de la pasarela, gritando que soltara a

Malmastro.

Los ojos de Malmastro se quedaron en blanco. Eltanin estaba

drenando toda su sangre. Se sorprendió de sí mismo. No sabía quién era

aquel hombre, era la primera vez que lo veía. Aunque le resultaba familiar,

por su vestimenta estaba claro que formaba parte del clero superior. No

obstante, había amenazado a su nuevo amigo, tenía hambre, mucha hambre y

eso no lo iba a tolerar. Además, no podía pensar con claridad. El deseo de

sorber hasta la última gota de sus venas era feroz.

Abrió los ojos y observó delante de él a un Isembard consternado.

Hizo acopio del poco sentido común que le quedaba y antes de que

Malmastro falleciera desangrado desenterró sus colmillos y lo arrojó como a

un perro.

Los soldados comenzaron a disparar sus dronimma como locos.

Toda la gente huyó despavorida del lugar. Eltanin se giró hacia ellos rugiendo,

!270

Page 271: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

era evidente que las dronimma no tenían efecto alguno sobre él. Se dieron

cuenta, consternados, y antes de que pudiera alcanzar a los soldados estos ya

habían corrido a abandonar el lugar. «Malditos cobardes…», pensó

Malmastro se levantó del suelo, agarrándose con una mano la herida

abierta en su cuello.

Eltanin fijó de nuevo su vista en él.

El cacique del Credo Industrial dio un traspié hacia atrás queriendo

evitar al Kojna Dento, con un miedo proporcional a la aversión hacia su raza.

Isembard y Eltanin observaron anonadados como Malmastro

tropezó con el final de la pasarela a medio descolgar y cayó como un saco

pesado al vacío del hangar. Un grito gutural se escuchó antes del golpe seco.

Él solito se había caído por la pasarela, preso del terror. Se asomaron

rápidamente para ver si había sobrevivido. Efectivamente, el gordo estaba

muerto. Su cuerpo orondo había caído sobre una nave de transporte humana

similar a una êvo, espachurrado como un mosquito en un parabrisas.

―Maldito cerdo ―dijo Isembard ásperamente, su cara reflejaba

verdadero asco.

―Siento habérmelo comido ―comentó Eltanin en un extraño

arranque de sinceridad.

Isembard no podía creer la escena tan absurda que acababan de vivir,

pero Eltanin hizo que esbozara una sonrisa.

―Se lo merecía… Créeme ―le reconfortó.

!271

Page 272: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Pero aquello no había acabado, una nueva acometida se produjo. El

hangar tembló por completo cuando una de las valkirias irrumpió dentro; tal

como sucedió en Anillo, aterrizó violentamente como si de un abordaje se

tratara. Arrastrando tras de sí a decenas de naves con humanos dentro, una

auténtica escena de pesadilla.

A punto de caerse, Isembard tuvo que agarrarse bien a la barandilla;

Eltanin, con los labios aún manchados de rojo carmín, le sostuvo por el

hombro.

Sus manos eran como presas del mecrametal más duro que pudiera

existir, casi le rompieron la clavícula, pero agradeció no caer en el mismo sitio

que el gordo.

―Esto no pinta nada bien ―dijo Isembard.

Aquello era una certeza absoluta.

―Tenemos que llegar a la zona civitanig cuanto antes. ¿Estás bien?

―preguntó Eltanin.

―Sí, extremadamente agotado y viejo…; pero ya descansaré cuando

muera.

Aquel humano salido de la nada tenía una voluntad incuestionable.

Era obvio que no era un laboristo y según la descripción que le había dado

Addaia se trataba de una persona importante.

―Sabes, vas a tener que contarme un poco más sobre ti. ―Eltanin

formuló la propuesta sin esperar ninguna revelación, aunque sentía verdadera

curiosidad.

!272

Page 273: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―No lo dudes, amigo. Te lo contaré todo de camino. Tú también

podrás ponerme al corriente de muchas cosas, pero ahora será mejor que

echemos a correr.

Se sonrieron, cómplices, antes de desaparecer por la ahora desierta

pasarela a gran velocidad.

!

!273

Page 274: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

CAPÍTULO 9

El ocaso de un linaje

!La imperiosa Skuld reposaba sobre el hangar de Tera. Majestuosa.

Acababa de violentar la compuerta de entrada y estaba acomodada a sus

anchas, creando un gran tapón impenetrable.

De allí no iba a salir nadie más. Justo lo que Arcadi quería. Tenerlos a

todos atrapados y asustados como animales enjaulados, ese era su

propósito… Así se había sentido él durante casi doscientos años. Aquel era

su esperado triunfo.

Salió de la Skuld junto con un interminable ejército de câlîgâtums

que lo rodeaba como un enjambre de insectos, perfectamente adiestrados

para esa ocasión.

Rápidamente comenzaron a brotar las descargas púrpuras

provenientes de cientos de têlumn que arrasaban todo y a todos a su paso: su

tarjeta de bienvenida.

Un pequeño destello metálico se percibía entre las piernas de Arcadi,

moviéndose en círculos alrededor de él. Era Parvus.

Arcadi se parapetó en el centro del hangar.

―¡Vais a pagar por todos y cada uno de los crímenes que habéis

cometido durante miles y miles de años! ¡Todos y cada uno de vosotros! ¡¡Me

oís!! ¡¡¡TODOS!!! ―vociferó con agravio y rencor. La rabia y el dolor latente

clamaban venganza. Sus ojos rojos brillaron con más intensidad que nunca,

!274

Page 275: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

los entrecerró y caminó entre la masacre como un dios de la destrucción,

dueño del exterminio que se iba a cometer. Había nacido hacía mil años para

ese día. Así se sentía.

Era la guerra. Su guerra. El exterminio final.

!275

Page 276: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Sentía un punzante dolor de cabeza. Addaia se tocó la cabeza; un

largo y fino hilo de sangre caía por su frente. Se había dado un golpe

verdaderamente fuerte, de no ser un desmodos probablemente jamás habría

despertado.

Se concentró apenas unos segundos para sanar su herida. ¿Cuánto

tiempo había pasado?

Se quedó un minuto más en el suelo antes de levantarse. Se encontró

con varias sensaciones repentinamente, hasta el punto que tuvo que apoyarse

nuevamente en la pared para no caerse. Puso una mano sobre su vientre con

cara de sorpresa.

«No puede ser; no… no, es imposible…», pensó

Arcadi también estaba allí. En Tera. Lo sentía.

―¡Parvus! ―murmuró sonriendo por primera vez en mucho

tiempo. Había activado su geolocalización. ¡Era maravilloso! Sabía dónde

encontrarle y obviamente la estaba buscando; pensaba que lo había perdido

igual que a su padre. Sus ojos se humedecieron… y con una mano se secó las

lágrimas. Estaba emocionada y sus sentimientos esta vez afloraron

abiertamente en ella. Volvió a acariciar su vientre con un brillo especial en su

rostro…

―Pequeño… ¿cómo es posible?

Ruidos a lo lejos. Quizás había pasado demasiado tiempo

inconsciente. Se puso en guardia. Aparte del tufo reciente a humano le llegó

la percepción de tres seres, cada vez más cerca de ella.

!276

Page 277: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Estaba en un cuello de botella; tendría que salir al pasillo de las

oficinas si quería salir de allí. Debía dirigirse sin perder más tiempo al oeste,

para adentrarse en la plataforma principal, donde supuestamente estaba el

centro de control de energías, cerca de donde se encontraba.

Se quedó parapetada en el marco de la puerta de entrada.

«Demonios, ni siquiera tienes un arma», se dijo a sí misma, indignada

por su estupidez.

Sabía que si eran câlîgâtums lo más probable es que fueran armados

con têlumn y esta vez no iban a estar graduadas. Oh, no… iban a hacer todo

el daño posible… como en Pômum Rubra. Si uno solo de esos rayos del

infierno la alcanzaba moriría en el acto y la vida que llevaba consigo también.

Era increíble, pero lo sabía, lo tenía muy claro. Estaba en proceso de

gestación. Podía leer su cuerpo de manera transparente y clara, conocía y

controlaba cada célula de su organismo, y sabía que tras estar con Eltanin

algo insólito había ocurrido, como si de un milagro se tratase. Las palabras de

su padre le vinieron de repente a la mente… Ella era especial, muy especial…

El origen de un nuevo mañana, que justo nacía en la peor de las tormentas.

Una semilla débil y frágil en mitad de un cataclismo. Un preciado tesoro de

valor incalculable. El primer desmodos capaz de procrear. Única en su

especie.

Pero no podía ser solo obra de ella… La transformación de Eltanin

no había sido la de un desmodos normal. Su mutación había sido más que

inusual. Estaba claro que había influido en su estado. Una combinación

perfecta. Una posibilidad entre un billón, así era como nacían las nuevas

especies. No podía ser de otra manera.

!277

Page 278: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

De pronto las palabras de Arcadi también emergieron de la parte

más recóndita de su cerebro: «Serás la reina y la madre de la nueva edad

desmodos…». Sintió una punzada de dolor. «Evolución…», pensó. Y las

palabras rebotaron entre las paredes de su cabeza. Arcadi quizás no estaba

tan equivocado del todo… Puede que incluso tuviera algo de razón en su

concepto. Sin embargo, eso no significaba que fuera a aceptar el juicio cruel

que quería imponerles a todos; los humanos no debían extinguirse. No de

aquella manera, al menos…

No se dejó influir por el miedo, saldría de allí a cualquier precio y

cumpliría con su misión. Con más cautela que nunca.

Tenía a los tres câlîgâtums casi encima de ella. Vio a través del cristal

de la oficina el reflejo de uno de ellos; se acercaban lentamente, escudriñando

el lugar en busca de cualquier cosa de valor, aunque sobre todo olfateaban en

busca de humanos.

Su traje de reparación exterior apestaba a humano, así que se dio

prisa a deshacerse de él. Seguía llevando su traje dermoadaptado debajo.

Agarró un dispositivo parecido a un teluris que estaba sobre la mesa

de Isembard y lo lanzó a través del pasillo lo más lejos que pudo.

Los tres câlîgâtums, sobresaltados, persiguieron aprisa el ruido

empuñando sus mortíferas armas hacia la oscuridad del pasillo.

El último en pasar por delante de la oficina de Isembard se llevó un

hachazo directo a la cara. Addaia le propinó un fuerte golpe con su mano

derecha inclinada como si fuera un arma cortante. El impacto fue letal, el

câlîgâtum cayó de espaldas al suelo, con las piernas en el aire, y quedó fuera

de combate.

!278

Page 279: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Los otros dos câlîgâtums corrieron a girarse, pero Addaia ya tenía su

têlumn en las manos. Los miró fijamente antes de pulsar el gatillo. Vio cómo

los chorros de energía atravesaban el corredor y fundían todo lo que había

delante de ella sin compasión, reduciéndolos a una masa gelatinosa con olor a

carne putrefacta quemada.

Asqueada, pasó por encima hasta la puerta de salida. Debía

apresurarse, aquello se estaba llenando de câlîgâtums y el ruido ensordecedor

del têlumn seguramente habría llamado demasiado la atención.

Encontró fácilmente el camino y procuró esconderse entre las

sombras de los corredores. En menos de cinco minutos llegaría a su destino

si no encontraba ningún obstáculo. Fue dando zigzags a gran velocidad,

pausando en sitios seguros para no ser vista ni oída.

No fue hasta casi llegar al objetivo que escuchó más pasos y voces.

Ni rastro de humanos.

Se detuvo para escuchar un instante. Era la voz del general de

Arcadi, la reconoció al instante. Solo la había escuchado una vez y en un

lugar, justo tras morir su padre.

Para su desgracia estaba parapetado justo enfrente de la compuerta

de acceso al centro de control. Y no parecía tener intención de moverse.

Se asomó un poco más y observó que una mitad de la compuerta

estaba en el suelo, destrozada, y la otra mitad abierta. En su interior, Addaia

solo podía ver que el techo se había derrumbado.

Apoyó la cabeza contra la pared y suspiró amargamente; aquello

cada vez se ponía peor.

!279

Page 280: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

No sabía qué hacer y su tiempo comenzaba a acabarse. Contó los

câlîgâtums que había con él; eran cuatro, todos armados hasta los dientes.

Quizás era demasiado.

Había unas escaleras frente a ella, medio descolgadas, pero si se

posicionaba en ellas los tendría a tiro a todos. El problema era llegar hasta

allí; probablemente se descubriría y ella también estaría a tiro.

Se mordió el labio, nerviosa.

Ni siquiera sabía a ciencia cierta si podría llegar a la consola de

control aunque acabase con todos ellos y lograra por fin adentrarse. ¡Parecía

totalmente derrumbado!

Tensó sus músculos y se lo jugó todo a una sola carta. No iba a

rendirse.

Rodó por el suelo hasta llegar junto a la escalera, apuntó hacia una

zona donde había tres de los cinco câlîgâtums y los tiroteó sin compasión.

El mismo segundo tardó el General en percibir su presencia y

echarse al suelo a velocidad vertiginosa.

Las paredes se fundieron, junto a los tres câlîgâtums despistados, a

los que había dado de lleno. Un cuarto salió corriendo y disparó hacia la

escalera de donde provenían las descargas.

Una viga y parte de la escalera se fundieron y salpicaron su cara y su

hombro, hiriéndola de gravedad. Se contrajo de dolor y volteó nuevamente

hacia otra zona más segura mientras disparaba frenéticamente su têlumn al

cuarto câlîgâtum. Con pasmosa habilidad dio un tiro certero, prácticamente le

!280

Page 281: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

hizo explotar la cabeza. Era sumamente asqueroso ver derretirse a aquel ser

informe de arriba abajo.

―¡Alto! ¡Alto! ―vociferó el General. Addaia lo tenía ubicado pero

no a tiro.

Sudorosa, se quedó quieta de espaldas a él, agazapada cerca de la

escalera.

Su hombro había recibido la peor parte, estaba en pésimas

condiciones. Perdía mucha sangre, se retorcía de sufrimiento intentando

sanarse y dificultosamente pudo parar un poco la hemorragia. Era una herida

demasiado profunda.

Solo podía oír su propia respiración entrecortada en medio de aquel

horrible silencio, mientras notaba como un hambre voraz la golpeaba con

fuerza.

Por su mente pasaron Eltanin y Samuel, como un terrible presagio

de la antesala de la muerte. Su situación era extrema.

―Que la sangre que fluye me oiga…; padre, protege la vida que hay

dentro de mí… ―entonó en una breve y susurrante plegaria.

!!!!!

!281

Page 282: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Eltanin les obligó a quedarse tras él mientras avanzaba a través de un

oscuro pasadizo. Según aseguraba uno de los civitanig que los acompañaba,

ese pasillo se usaba para entrar mercancía de dudosa índole a Tera desde el

hangar principal del que provenían.

No sin gran dificultad, él e Isembard habían logrado llegar adonde se

asentaba la facción. La mitad de las instalaciones estaban destruidas y las

explosiones no cesaban de sucederse, una tras otra. Ir por aquel pasadizo

había sido un gran acierto, ya que Tera cada vez estaba más infestada de

câlîgâtums, sobre todo teniendo en cuenta que alrededor de trescientas

personas seguían sus pasos. Era un grupo enorme; niños, mujeres y hombres,

algunos heridos y otros asustados, quienes caminaban unos metros más atrás

de Eltanin, liderados por Isembard.

Apenas si habían tenido que convencerlos; como animales asustados

se habían ido juntando unos con otros. Confusos y totalmente en pánico se

hubieran aferrado a cualquier cosa, incluso el seguir a un Kojna Dento como él.

El avance era lento y en silencio, pero aparentemente seguro.

Aunque el factor tiempo no estaba precisamente a su favor.

Addaia debería haber podido acceder ya al centro de control, pero

cada vez que Eltanin se giraba para ver la aprobación en el rostro de

Isembard, este le respondía con una negativa. No parecía haberse iniciado

ningún desanclaje aún. Le resultaba extraño… ¿Se había metido en

problemas o no había conseguido la llave de acceso? Su preocupación era

alarmante y los nervios cada vez formaban una pelota más y más grande que

se le atascaba en la garganta. Sentía la necesidad apremiante de salir corriendo

tras ella. Pero no podía, tenía que proteger a toda aquella gente y ponerles a

salvo antes. Si no ni Addaia ni él mismo se lo perdonaría.

!282

Page 283: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Apenas una tenue luz los guiaba, todo estaba lleno de polvo, el calor

y la humedad eran sofocantes. Podía percibir cada ligero movimiento en la

casi absoluta oscuridad que había, cada pequeño e imperceptible cambio en el

ambiente. Desde luego, sus ojos habían cambiado. Miró de nuevo hacia atrás.

Isembard, a lo lejos, caminaba poco a poco, muy preocupado de que

nadie se quedara atrás. Le miró. Ninguna reacción por su parte.

Eltanin levantó una mano. Todo bien.

Este contestó a su señal; todo bien por allí también.

No debía de quedar mucho para llegar al hangar, llevaban más de

una hora caminando por ese estrecho corredor. Aunque de momento solo

alcanzaba a oírse el resquebrajamiento de las paredes, el crujir del plastometal

y sucesivas explosiones lejanas.

De pronto se detuvo. Isembard le estaba haciendo señas. Señaló con

un dedo hacia arriba y Eltanin alzó su mirada hacia el techo. Sobre su cabeza

había una gran placa metálica que parecía recortada sobre la cubierta, con un

enorme pasador que cerraba por dentro la compuerta. Habían llegado.

Eltanin les hizo una señal para que se detuvieran en silencio.

Isembard paró en seco la marcha de su séquito, rumores ahogados

de preocupación llegaron hasta sus oídos. Los civitanig estaban claramente

aterrados, se respiraba en el ambiente. Sería muy difícil conseguir salir con

vida de allí y más contando todos los que eran. Hacerlo de forma disimulada

había pasado a otro plano, ni siquiera se le ocurría la manera, pero había que

intentarlo; no había más opción.

!283

Page 284: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Eltanin hizo señas para comunicarle a Isembard sus intenciones de

salir al exterior del pasadizo a mirar; este contestó gesticulando

positivamente.

Con suma delicadeza corrió el pasador, un inevitable y angustioso

clic que le hizo ponerse la piel de gallina. Esperó unos largos segundos

tragando saliva.

Al no percibir ningún movimiento, entreabrió suavemente la

compuerta hacia abajo. La luz entró a chorros en el pasadizo. Se alzó sobre la

punta de los pies para poder observar disimuladamente por la rendija,

sintiendo molestias en los ojos por el cambio brusco de luminosidad.

Le sobrevino un fuerte olor a quemado y a muerte, el hedor era

insoportable, entró por sus fosas nasales como un torrente. Además de un

silencio inescrutable. Perturbador.

Abrió un poco más, hasta que la compuerta quedó en perpendicular

sobre el suelo. Tenía unos pequeños peldaños que hacían más fácil la subida.

Envió otra señal de nuevo a Isembard. Estaba decidido a subir.

La salida del corredor daba justo al mismísimo suelo del hangar, en

una discreta esquina retirada. Sus sentidos se aguzaron al máximo cuando

tuvo plena visión del lugar. Unas horas atrás este mismo sitio había estado

abarrotado de humanos que corrían despavoridos, huyendo hacia cualquier

lugar. Ahora solo había aniquilamiento por todas partes, sangre… Una masa

sanguinolenta, mezcla de metal y carne humana, parecido a lo que por

desgracia había tenido que presenciar en la ciudad satélite de Pômum Rubra,

solo una semana atrás, pero mucho más devastador.

!284

Page 285: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Una enorme y descomunal nave que reconoció al instante reinaba

entre aquella masacre. Justo unos cuantos metros delante de él podía

reconocer a la Skuld, intacta, que resposaba tranquila en medio del hangar.

Entonces, su ahora acelerada mente trazó el más imposible de los

planes. Esa nave era perfecta para embarcar a las más de trescientas personas

que esperaban bajo sus pies con la esperanza de sobrevivir.

!!!!!!!!!!!!!!

!285

Page 286: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Tras un par de minutos de quietud enervante, Addaia no podía

contener más las ganas de acabar con ese sucio y repugnante câlîgâtum que

acompañaba a Arcadi en todas sus pesquisas. No iba a ser tarea fácil; era

enorme, fuerte y rápido.

―En menos de cinco minutos tendrás aquí a todo un ejército,

preciosa ―le oyó decir tras la pared donde estaba escondido, beligerante.

Lo peor de todo es que tenía razón, probablemente incluso ya habría

informado a Arcadi de su presencia allí. Cosa que dificultaba aún más todo.

―Más te vale no pensarte demasiado tu próxima acción, chiquilla.

Después de que tu maldito padre me dejara semiinconsciente aún tengo más

ganas de acabar con tu inoportuna presencia. Al menos Cônspectus ya lo ha

quitado de en medio por mí, solo faltas tú, cara bonita ―dijo con sorna.

Cônspectus… cómo odiaba ese nombre. Le recordaba que Arcadi

no solo ya no era el hombre que había amado durante un milenio, sino que

su vuelta había traído consigo la mayor de las desgracias y llenado su vida de

crueldad y dolor.

El General quería provocarla para que se descubriera. Era obvio.

Para su pesar era más lista que eso. Aunque sentía un profundo odio hacia

aquel ser repelente. Los dos sabían que tenía que actuar y jugaba esa baza

para que perdiera el control.

Analizó toda la sala. Era una amplia zona de paso que desembocaba

una parte hacia el hangar y la otra hacia varias plataformas de trabajo

laboristas. La separaba de él la escalera donde estaba parapetada, el hueco de

!286

Page 287: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

esta y, varios metros atrás, la gruesa pared que se bifurcaba hacia otra zona,

que ahora mismo le servía de escudo al General.

Observó el hueco de la escalera, esta daba a parar a varios pisos.

Hacia abajo parecía estar totalmente derrumbada, pero guio su vista hacia

arriba. Si conseguía saltar hacia el piso superior a través del hueco asiéndose a

la barandilla que aún colgaba, conseguiría escapar de la funesta posición en la

que se encontraba y emboscar al General. Ahora mismo era su mejor opción.

Pero si fallaba en el salto…

Sus sentidos se aguzaron, percibió varias formas acercándose.

Incalculables. Se sentía cada vez más y más acorralada. Se le aceleró el

corazón, a cada segundo el tiempo se le escurría por los dedos sin control.

Asió con fuerza su têlumn y en una fracción de segundo proyectó toda su

energía en lanzarse con un tremendo salto hacia el hueco de la escalera. Una

acción prácticamente imperceptible al ojo humano.

La misma capacidad de reacción tuvo el General al disparar su

têlumn, sorprendido por la acción de esta. El disparo fundió parte del techo y

la barandilla que aún colgaba, sin éxito. Addaia ya estaba arriba.

―¡Mierda! ―vociferó el General tremendamente ofuscado.

Miró a su alrededor, nervioso. No sabía si perseguirla o mantenerse

en posición.

―¡Puta! ―gritó airado.

Dio un paso en falso, intentando decidirse, confuso. Había varias

zonas con el techo caído donde él se encontraba. «Si la perra me dispara

!287

Page 288: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

desde ahí estaré muerto… ―pensó―. Y si intento subir…». Soltó un

gruñido cargado de rabia.

Cuando aún estaba mirando hacia las oberturas del techo, obcecado

en cómo salir de aquella situación, Addaia le sorprendió por detrás. Sin darse

cuenta había vuelto tras sus pasos y le había sorprendido como a un tonto.

Disparó su têlumn hacia él. El General apenas consiguió esquivar el

tiro torpemente, perdió su arma que quedó completamente fundida y su

mano sufrió graves daños. Solo hacían falta milésimas de segundo para saber

el resultado de aquel combate. Tenía que conseguir desarmarla si quería

sobrevivir; se lanzó hacia ella sin vacilar.

Sus dos metros de câlîgâtum asieron el cuello de Addaia con odio

visceral. Escupió su aliento pútrido sobre ella e intentó romperle el pescuezo

en pos de asesinarla. Tenía una fuerza descomunal.

Addaia reaccionó soltando su têlumn y asestándole un fiero golpe

con ambas palmas de las manos en los oídos. Aturdido por el inesperado

golpe, el General dio un paso atrás llevándose las manos a la cabeza. Addaia

aprovechó para propinarle una mortal patada en las costillas que le hizo caer

al suelo dramáticamente.

Recogió el têlumn y le apuntó directamente a la cara.

―¡Zorra entrometida! ―vociferó faltándole el aire, sus ojos

chispeaban auténtica aversión.

Le miró por unos segundos, impasible. Sin ninguna emoción. Su

rostro solo era testigo de la suciedad y de la sangre que lo cubrían. Su cuerpo

!288

Page 289: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

herido y desnutrido, erguido, poderoso, denotaba su supremacía moral hacia

aquella criatura infecta que había traído el sufrimiento a su vida.

Apretó el percutor antes de que se arrojara de nuevo sobre ella; la

descarga fundió su figura en una masa humeante, una gelatina negra

parcialmente calcinada. Al estar tan cerca del objetivo el calor era abrasador.

No le importó.

Se quedó durante unos segundos observando cómo se licuaba poco

a poco. Una imagen que anteriormente le podría haber parecido sumamente

repugnante, pero de la que ahora disfrutaba con cierto placer.

Las presencias la sacaron de su sopor, ya casi estaban allí. No podía

desperdiciar ni un segundo. Escuchó pasos y murmullos de voces dando

órdenes. «Arcadi… está aquí». Lo sentía acercarse.

Dio una zancada y se introdujo a través de la puerta derrumbada

mientras apartaba los escombros enormes que entorpecían su paso. Entró

por fin en el centro de control.

Su moral se vino abajo cuando observó que el recinto estaba

totalmente desmoronado. No veía la consola que le había descrito Isembard,

que en teoría se encontraba en una plataforma superior. Estaba detrás de al

menos un par de metros de una. Tardaría horas en despejar aquella zona. Se

aferró a la esperanza de poder introducirse por algún hueco, buscó frenética

un pasadizo o rincón por donde deslizarse… «¡Imposible!, ¡es imposible!, no

puedo pasar por aquí», se maldijo a sí misma.

A través de un pequeño agujero consiguió divisar parte de la consola,

no parecía tener daños graves. Sacó la tarjeta llave que guardaba con mucho

cuidado. Miró hacia el hueco, parecía haber al menos un metro y medio de

!289

Page 290: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

distancia hasta el panel de control. Metió el brazo y parte del hombro y se

estiró lo máximo posible tratando de alcanzarla; sus heridas aún abiertas le

causaron un fuerte dolor. Pero las ruinas que la rodeaban eran inestables;

dejó de intentarlo. Aún podría acabar con su brazo sano aplastado.

Se arrodilló en el suelo. Exhausta. Sopesando toda la situación.

Angustiada.

Estaban ya allí, Addaia los sentía… ¡Parvus! ¡Parvus sí que cabía por

el hueco! Su mente se iluminó y se sumió de nuevo en las sombras.

«No… tiene que ser un humano o un desmodos el que lo accione

por comandos de voz. ¡Precisamente por eso no puede ser un robot!».

Resopló frustrada, necesitaba tiempo para pensar en algo y ni

siquiera le quedaban segundos.

Escuchó una extraña voz, no era ni de Arcadi ni de un câlîgâtum…

De dónde…

Dirigió su mirada hacia la entrada del recinto. Observó como Arcadi

traspasaba la puerta con prepotencia, seguido de un ejército de por lo menos

cien soldados câlîgâtums, pertrechados al completo.

Y su pequeñito androide estaba junto a él. Su pequeño Parvus…

estaba hablando.

!!!!

!290

Page 291: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Eltanin metió de nuevo la cabeza dentro del pasillo oscuro donde

Isembard y los demás permanecían resguardados, les hizo una señal para que

esperaran. No tenía intención ninguna de poner en peligro sus vidas. Esta vez

trabajaría solo. Isembard puso cara de estar poco convencido de sus acciones,

pero se mantuvo quieto.

Eltanin dejó la compuerta abierta tras de sí y con sigilosa destreza se

escurrió entre la amalgama de órganos y restos aún calientes descuartizados

en el suelo del hangar. Había grandes socavones que le restaban movilidad y

tenía que ir con sumo cuidado de no tropezar y caer. Aquel podía ser un

lugar fácilmente confundible con el infierno.

Se agazapó tras unas cajas negras enormes que transportaban vete a

saber qué y estudió de lejos la Skuld. No podía dejar que se dieran cuenta de

su presencia o intentaran despegar la nave.

Ya la conocía por dentro, al menos un poco. Lo suficiente para saber

que la cabina de mando estaba en la tercera planta, justo al frente. Concentró

sus nuevos instintos en la Skuld, sus profundos ojos rojos centellearon. Podía

ver a través de sus tripas metálicas, como en un esquema. Podía deducir para

qué y cómo servía cada cosa. En parte debido a su experiencia como

mecánico y por otra gracias a sus nuevas habilidades. Era algo inconcebible,

pero surgía de forma natural… ¿Podían todos los desmodos hacer eso? Se

hacía muchas preguntas con respecto a sus nuevas facultades. Solo el hecho

de ser más fuerte que Addaia le parecía sorprendente.

«Diez… no, doce câlîgâtums custodiándola», contó. Y los ubicó

perfectamente. Dos cerca del tren de aterrizaje, cuatro en la compuerta

principal, el resto repartidos dentro de la inmensa valquiria.

!291

Page 292: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

«¿Con cuántos puedo a la vez?», se preguntó.

Una media sonrisa astuta asomó en su rostro. «¡Probemos!».

Reptó hasta la panza de la Skuld. Vio a los dos câlîgâtums que

permanecían de guardia fuera de la nave. Iban equipados con sus diabólicas

armas; no se percataron en ningún momento de su presencia y parecían

disfrutar de su victoria; pateaban cabezas humanas muertas y les disparaban

en grado bajo. Un pasatiempo siniestro y repulsivo que duraría poco.

―¡Hey! ¿Y vuestras madres, qué tal? ―les dijo causándoles un gran

desconcierto mientras se colocaba justo detrás de ellos.

Los dos câlîgâtums sobresaltados intentaron con torpeza graduar sus

têlumn a máxima potencia para acabar con aquel desmodos idiota que había

aparecido de la nada. No fueron lo suficientemente rápidos, Eltanin ya había

cogido sus cabezas y las había aplastado la una contra la otra, rompiendo sus

cráneos como si fueran una nuez. Con un chasquido de huesos rotos, sus

miserables cuerpos se desparramaron por el suelo, muertos

instantáneamente. Eltanin también sintió ganas de patearles las cabezas y

escupir sobre sus cadáveres, pero no tenía tiempo para darse el placer con ese

par de bobos.

Se deslizó como una culebra justo hasta donde estaba una de las

piernas del tren de aterrizaje. Trepó unos metros hasta llegar a la panza de la

Skuld, aflojó unos cuantos pernos con sus propias manos y descolgó una

pequeña placa de mecrametal. Hurgó dentro de ella durante unos segundos.

Observó los movimientos en el interior de la Skuld. La cabina de la

compuerta principal estaba herméticamente cerrada. Los cuatro câlîgâtum

estaban en su interior. Pretendía crear un vacío en el habitáculo, absorbiendo

!292

Page 293: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

todo el oxígeno para causarles una grave hipoxia. Aunque los desmodos y

especialmente los câlîgâtum utilizaban mucho menos las vías respiratorias

que los humanos, sus células cerebrales seguían necesitando cierta cantidad

de oxígeno para poder funcionar. Sobre esa base se crearon los dronimma, la

única arma humana que podía llegar a detenerlos. A la que al parecer él era

inmune.

El aire comenzó a faltar dentro de la cabina de la compuerta

principal, los câlîgâtums comenzaron a ponerse nerviosos. Uno de ellos se

levantó y fue hasta el comunicador, intentó hablar con el puente de mando,

pero parecía estropeado. Miró el panel de control de la cabina e intentó

averiguar que ocurría sin éxito.

―Abre la compuerta ―ordenó uno de ellos―. No puedo respirar,

¿qué cojones pasa? ―se quejó.

El mismo câlîgâtum que estaba frente al comunicador fue hasta la

compuerta e intentó accionarla, pero extrañamente no respondía a sus

acciones.

Esta vez fueron los cuatro los que se levantaron exaltados.

Uno de ellos apuntó histérico con su têlumn hacia la compuerta

cuando se comenzó a ahogar.

―¡¿Estás loco?! ―le gritó uno de ellos, asiéndole el arma―.

¡Conspectus te matará si dañas su nave! ¿Cómo piensas que volveremos sin

ella? ―tras amonestarle comenzó a toser descontroladamente.

Eltanin esperaba con paciencia justo detrás de la compuerta. En sus

manos reposaba uno de los têlumn de los soldados anteriores, la había

!293

Page 294: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

graduado para no dañar la nave. Jamás había empuñado un arma de esas

características, pero aprendió su funcionamiento en un minuto a la

perfección.

Varios golpes se sucedieron dentro de la nave. Los câlîgâtum

parecían estar pasándolo mal.

Tras unos minutos de incertidumbre un gran cerrojo se deslizó

formando un estruendo considerable. La gran compuerta principal se abrió,

absorbiendo el aire hacia su interior en una gran bocanada.

Eltanin, sin perder un segundo, se introdujo dentro. Olía a perros

muertos.

Todos los câlîgâtums estaban fiambres en el suelo, los sorteó para no

pisarlos.

Era obvio que en el puente de mando ya habrían notado que la

compuerta se había abierto sin permiso, así que… Le quedaban seis más por

quitar de en medio. Esperaba que le vinieran de uno en uno, pero lo

importante era no darles tiempo a llamar a refuerzos. Para eso tenía que

inutilizar las conexiones exteriores, eso era lo principal ahora. Sabía que el

panel estaba en uno de los pasillos laterales. Lo tenía perfectamente ubicado.

No hay don más letal que la sabiduría, y él parecía saberlo todo.

No le costó demasiado acabar de inutilizar la nave y terminar el

trabajo. Tiró fuera de la nave a todos los câlîgâtums, sobre el cementerio de

cadáveres que ellos mismos habían creado.

!294

Page 295: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Isembard dio un respingo cuando, tras un largo y tedioso lapso de

tiempo, alguien golpeó con fuertes palmadas la compuerta de acceso al

hangar que aún permanecía abierta. Pequeños gritos contenidos y caras

asustadas se sucedieron entre los civitanig.

―¡Subid! ―gritó Eltanin asomando la cabeza.

Isembard suspiró más que aliviado.

―¡Vamos! ―apremió.

Isembard hizo una señal decidida al resto del grupo para que se

dieran prisa, se hacía un poco difícil organizar a tal cantidad de gente ellos

dos solos. Había personas que apenas podían caminar, mujeres sollozando

entre la multitud y algunos de edades tan tempranas que no comprendían qué

estaba sucediendo.

Los urgió para que salieran al hangar y siguieran a Eltanin con la

mayor presteza posible lo máximo que pudo.

Isembard fue el último en salir. Su cara de sorpresa fue legendaria,

abrió la boca de par en par. Los civitanig estaban embarcando en una

imponente nave, tan grande como las que habían asaltado Anillo, posada en

mitad de la masacre.

―¿Cómo?… ―murmuró atónito.

Eltanin se le acercó.

―¿Por qué no ha habido aún ningún desanclaje, Isembard? ―le

preguntó desesperado.

Isembard volvió a tierra.

!295

Page 296: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―No lo sé ―respondió.

―¡Voy a ir a por ella!

―¡Espera!, ¡tenemos que confiar en que llegará a tiempo! ―Le

agarró del brazo intentándole frenar―. No me puedes dejar solo con toda

esta gente ―sonaba inseguro.

―No lo entiendes… Sin ella no existe un mañana. La necesito,

todos la necesitamos, y ahora me necesita a mí.

Isembard resopló frustrado.

―Escondeos en la nave; al mínimo indicio de câlîgâtums despegad y

no nos esperéis. Si soltamos el anclaje y no volvemos en cinco minutos…

―continuó con el semblante muy serio, toda su jovialidad se había disipado

en aquel instante.

Isembard contuvo la respiración. Él tampoco quería perderla, como

le había pasado a Eltanin se había quedado prendado de ella. La admiraba…

la…

―¿Isembard, lo harás por mí? ―le cogió por los hombros y le

zarandeó suavemente.

Asintió sin ganas, quería que todo aquello pasase. Que las buenas

personas como Eltanin o Addaia dejaran de sufrir. Por fin había hecho un

amigo, justo en el peor momento… En un mundo donde jamás había sido

valorada la amistad, donde solo las riquezas y las posesiones individuales

primaban. Sobrevivir cómodamente era la máxima. Pero de qué servía todo

ello si no se compartía con alguien, en la soledad de su habitáculo siempre se

!296

Page 297: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

había preguntado cómo sería tener un amigo de verdad. Y ahora ni siquiera

sabía si volvería a verle o a reencontrarse con Addaia. ¿Qué haría con toda

esa gente?, ¿adónde iban a ir?

―Gracias por todo, Isembard. Volveremos a tiempo.

Dijo muy seguro de sí mismo antes de marcharse y desaparecer en

un segundo de su vista.

Casi todos los civitanig habían embarcado ya, solo quedaban los más

lentos o los lesionados; la mayoría estaban en condiciones lamentables.

Isembard ayudó al último de ellos a subir.

Una vez dentro, todos le miraron inquietos y asustados, como si

esperaran algo de él.

―Muy bien. ―Se cruzó de brazos―. Vamos a atrancar esta

compuerta y a escondernos… ―Se atragantó ligeramente―. Buscad un sitio

lo suficientemente bueno y escondeos. Vamos a salir de aquí con vida, ¿de

acuerdo? ¡Venga! Ayudad a los que no pueden moverse con facilidad. Las

reglas van a cambiar a partir de ahora y vamos a comportarnos como una

comunidad. ―Se quedó esperando a ver su reacción.

Todos se miraron y le hicieron caso vehementemente, sin perder

tiempo, pasando las ordenes a quienes no las habían escuchado por estar más

atrás.

―No tengo ni puñetera idea de cómo se pilota esta nave ―dijo en

alto―. Quien sepa algo de pilotaje de cruceros que venga conmigo,

buscaremos el puente de mando ―continuó.

!297

Page 298: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

No iba a amedrentarse… Después de todo por lo que había pasado y

tras días sin dormir ni comer apenas, aquella epopeya estaba llegando a su

final. Para bien o para mal iba a quemar su último cartucho para salvar

aquella gente. Y lo mejor de todo aquello era que no había vuelto a pasar por

su mente la necesidad de drogarse desde que volvió a poner un pie en Tera.

Su cuerpo tenía una verdadera misión ahora, que ya no era abstraerse de su

inútil y tediosa realidad.

!!!

!298

Page 299: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia no daba crédito. Un tremendo rechazo le recorrió todo el

cuerpo como un relámpago, cómo había sido capaz…

Parvus se encontraba a los pies de Arcadi, giró su pequeña cabecita

hacia donde todos estaban mirando. Vio a lo lejos a su querida ama de

rodillas en el suelo, sucia y con el hombro cubierto de sangre coagulada. Sus

circuitos chispearon. ¡Por fin! Dio un salto y corrió hacia ella sin importarle

nada, solo quería abrazarla y regocijarse de haberla reencontrado.

―¡Ama! ―chilló con una voz enlatada.

A Addaia le sobrevino un escalofrío.

Arcadi, que hasta ahora no había abierto la boca, maldijo al pequeño

robot.

―Después de todo, despreciable hojalata… ―entrecerró los ojos y

torció la boca.

Addaia abrazó fuertemente a Parvus.

―¡Cómo te atreves! ―le gritó desde la otra punta de la sala.

Una media sonrisa burlona asomó en la comisura de sus labios.

Violar la ley de la Prohibición Mecánica era una aberración

inconcebible. Habían acontecido muchas guerras, centurias de debates y

sufrimientos para acabar imponiendo una ley que protegía a todos. Con

penas de muerte fulminantes a quienes vulneraban ese estado de

conveniencia, conocida y asimilada tanto por desmodos y humanos. Aquello

era un insulto innecesario.

!299

Page 300: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―¿¡Ahora necesitas a todo un ejército para matarme!? ―le gritó

enfurecida entre grandes aspavientos.

Arcadi levantó una ceja y se giró hacia su prole.

―Diez de vosotros en la entrada ―les ordenó en un severo

susurro―. El resto según el plan. Vamos.

Toda la tropa despejó el lugar en un segundo, ahora estaban los tres

solos.

―Estoy muy disgustado, Adda… ―manifestó mientras caminaba

hacia ella, sorteando las ruinas―. Te has cargado a mi general en plena

batalla y he tenido que nombrar a un sucesor.

―¿Crees que me importa? ―le dijo con aspereza.

Mientras le veía acercarse su mente se centró brevemente, miró a

Parvus, recordó el hueco para llegar al panel de control por donde el

androide podría pasar perfectamente… Debía accionar el desanclaje antes de

que fuera demasiado tarde. Era lo más importante.

Cualquier movimiento extraño sería detectado por Arcadi,

demasiado astuto como para pretender engañarle. Tenía que pensar algo

rápido antes de que la matase.

Se quedó parapetado delante de ella. Parvus se abrazó con más

fuerza.

Arcadi fue a abrir la boca, pero la cerró de golpe, parecía sopesar sus

palabras.

―Siento de verdad lo de tu padre, Adda… Samuel era para mí…

!300

Page 301: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Me das asco ―le cortó abruptamente.

Arcadi la observó fijamente.

―No voy a matarte.

―Deberías.

―Todavía te amo, Adda, por esa razón me puse tan furioso. El saber

que no ibas a estar conmigo. ¡Te necesito y odio necesitarte! Samuel siempre

intentó separarnos y lo sabes. ―Esta vez dejó de mostrarse altivo y

manifestó su frustración.

―Estoy tan cansada de todo esto… No puedo más… No sé quién

eres… ―Se levantó del suelo como pudo y se enfrentó a él cara a cara.

Parvus se enroscó entre sus piernas.

―¿Sabes lo duro que es ver cómo me miras, Adda…? Aquel día…

El día que por fin salí de aquel infierno, lo primero que hice fue ir a buscarte.

Recorrí todos los confines del universo hasta dar contigo. Necesitaba verte,

necesitaba saber que estabas bien.

Addaia se quedó callada por unos instantes. Desconfiaba de sus

palabras.

Arcadi pestañeó antes de continuar con su confesión, detrás de

aquellos ojos parecía acumular un gran desconsuelo.

―Cuando llegué al palacio supe que estabas allí porque parte de él

era una réplica exacta de aquel al que tanto íbamos cuando nos conocimos…

Cuando aún eras humana y paseábamos frente al mar, cada atardecer, hace

más de un milenio de aquello. ¿Recuerdas?

!301

Page 302: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia tragó saliva, sus ojos comenzaron a humedecerse. Tenía

razón, parte de la entrada del Palacio de Salis era una copia detallada de aquel

lugar. Ella así lo pidió expresamente cuando su padre mandó construirlo

hacía más de cien años. Era su rincón favorito, donde siempre iba cuando la

nostalgia la invadía.

―Sabía que podrías detectarme, así que me quedé a una distancia

prudencial e intenté camuflar mi entidad.

―No entiendo… ―logró farfullar confusa.

―Te vi arrodillada en la capilla, murmurando una plegaria. Vestida

de blanco, con tu pelo negro trenzado, recogido con una cinta turquesa.

Estabas absolutamente preciosa, más de lo que podía llegar a recordar. Quise

acercarme, abrazarte, besarte…

Sus párpados cayeron cubriendo sus extraños iris rojos, ciertamente

compungido. En un destello fugaz Addaia vio al hombre que una vez amó

con locura.

―No pude ―continuó bajando su mirada al suelo.

No podía más que mantenerse callada y escucharle con un nudo en

la garganta. Las lágrimas de Addaia fluyeron sin freno, recorrieron con pena

un camino sin retorno.

―¿Por qué?, ¿por qué todo esto, Arcadi? ¿Qué pasó después de

Marso? ¿Qué fue lo que pasó…? Por favor…

Se hizo una breve pausa, una barrera casi impenetrable escondía ese

secreto, no quería hablar de ello. Pero al final cedió.

!302

Page 303: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

―Los humanos me retuvieron casi doscientos años… hasta que huí

como una mísera cucaracha de Dea Cereris…

Se refería a un satélite enorme situado entre Tera y el desaparecido

planeta Marso. Addaia lo conocía por ser un emplazamiento donde

supuestamente los humanos habían tenido bases de fabricación tecnológica

muchísimo tiempo atrás.

―Me torturaron y me humillaron sin descanso… casi acabaron con

mi psique. Yo no era más que una rata de laboratorio, hubiera preferido

morir cien mil veces antes que vivir aquello, pero ni siquiera tuve esa opción,

eso haría cambiar a cualquier hombre. ―Hizo una pausa, le costaba seguir

hablando―. Y entonces me refugié en el odio. El odio era algo más palpable,

estaba ahí siempre, mientras no estaba drogado, inconsciente o sufriendo un

dolor indescriptible me entretenía urdiendo un plan, memorizaba rostros y

voces. Me dediqué a conocerles, a profundizar en sus debilidades mientras

jugaban con mi ADN. Demasiado tiempo duró aquello, demasiado tiempo…

Perdí la cabeza muchas veces… Me abrieron tantas veces para experimentar

dentro… Obviamente allí había más desmodos como yo. Fuimos

secuestrados indiscriminadamente tras la explosión de Marso, solo sobreviví

yo.

Addaia estaba consternada, no daba crédito al relato de Arcadi. Su

amor… su vida… llevando ese trágico destino mientras ella le daba por

muerto. Cómo habían podido; cómo podía recriminarle…

El gesto de Arcadi se transformó diabólicamente antes de continuar.

―Pero no tuve suficiente con asesinar a todos cuando conseguí

escapar. Debía purgar mi odio… Me prometí a mí mismo que jamás dejaría

!303

Page 304: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

que nadie pasara por aquello, nunca, nunca más. Y eso solo sería posible de

una única manera, erradicando por completo el cáncer que es la humanidad.

No quería rendiciones, ni sometimientos, ni siquiera poder. Mi único deseo es

verles desaparecer. A todos. Solo así por fin obtendré la paz y nadie podrá

reprocharme nada, tengo ese derecho, la humanidad pagará por todos sus

actos inhumanos. Por cada uno de sus pecados a lo largo de la historia. Hoy

es ese día, por fin ha llegado el comienzo de su fin. Todos lo recordarán…

¡Todos me recordarán!

Addaia ya no estaba escuchando a Arcadi… estaba contemplando a

un monstruo desbocado. Creado tristemente por la propia humanidad.

Una explosión bien fuerte se oyó a lo lejos. La ofensiva continuaba y

sus pequeños corazones eran el centro en aquel momento. Un destino fatal

había roto su amor por siempre; ella sabía que jamás podrían estar juntos de

nuevo. Él también era consciente de ello desde el mismo día en que la visitó

en el Palacio de Salis. Su negación a aceptarlo era lo que les había llevado a

aquel punto fatídico.

Eltanin… notó su presencia. Estaba cerca.

―Llevo una vida dentro de mí ―soltó sin pensar. Dolorosamente

necesitaba distraerle con algo.

Arcadi reaccionó escéptico.

―Eso es imposible ―dijo desconcertado.

―Yo también lo creía, pero está aquí. ―Con sus ojos aún envueltos

en lágrimas tocó su vientre―. Dijiste que sería la madre de la nueva edad

!304

Page 305: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

desmodos. Tenías razón, estoy aquí para concebir una unión entre las dos

especies.

Arcadi dio dos pasos hacia atrás, conmocionado.

Se escuchó alboroto cerca de la puerta de entrada, pero estaba

demasiado aturdido como para prestarle atención. La revelación de Addaia le

había dejado conmocionado.

―No puedo creer… ¿cómo…? ―Las palabras se le atragantaban―.

Ese humano y tú… cómo has podido…

En un movimiento rápido e inesperado Arcadi la agarró

violentamente por el cuello.

Addaia abrió los ojos de par en par, la tenía inmovilizada. Parvus

comenzó a aullar frenético

―¡Suéltala! ¡Suéltala!

Se acercó a su oído lentamente mientras apretaba más y más su

cuello.

―Lo que llevas en tu vientre… es una abominación y un insulto a

todo lo que nos ha unido alguna vez.

Addaia comenzó a notar cómo el oxígeno abandonaba su cuerpo.

Arcadi no cejaba en mirarla fijamente. Sus ojos rojos, penetrantes, se

humedecieron, el dolor y la furia que reflejaban eran apabullantes. Iba a

matarla.

!305

Page 306: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Intentó vanamente deshacerse de su presa, la asfixia comenzó a

hacerse insoportable. Estaba a punto de darse por vencida cuando un fuerte

empujón la derribó hacia las ruinas, liberándola de las garras de Arcadi.

Cayó a varios metros sobre unas vigas de plastometal y se golpeó el

hombro herido. Se retorció de dolor y se agarró fuertemente el vientre para

protegerlo, luego comenzó a expectorar con fuerza. Había estado a punto de

morir estrangulada.

Una gran nube de polvo se había originado tras el suceso, parte del

techo había caído y no lograba ver nada. Parvus emergió de la nube,

corriendo hacia ella a grandes zancadas con sus pequeñas patitas.

El humo se comenzó a disipar. Addaia pudo entrever a Arcadi tirado

en el suelo intentando alzarse y a Eltanin erguido delante de él.

Addaia se agachó dolorida junto a Parvus.

―Escúchame atentamente ―le dijo.

―Sí ―respondió el pequeño androide totalmente dispuesto.

Addaia sacó la llave escondida en su traje dermoadaptado.

―Esto acciona un panel de control que está detrás de esas ruinas.

¿Ves ese hueco de ahí? ―Addaia señaló para que Parvus lo localizara

rápidamente.

―Sí ―afirmó.

―Debes colocar esto sobre el panel, si todo va bien, la consola se

activará. Tienes que accionar el desanclaje de la fuente principal de energía.

Te pedirá un comando de palabras…

!306

Page 307: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Parvus escuchó atentamente mientras Addaia le susurraba al oído:

―Malforta kandelo venas mallumo jam ne tute plenas.

Parvus asintió convencido y repitió en voz baja:

―Malforta kandelo venas mallumo jam ne tute plenas…

A Addaia le reconfortó el saber que todo iba a acabar de un

momento a otro.

―Deprisa, Parvus. Ahora todo depende de ti.

Sus esperanzas estaban puestas ahora en un androide que jamás

debería haber tenido voz.

Parvus obedeció a su ama fielmente y salió disparado.

Eltanin se giró a mirarla. A Addaia se le paró el corazón. Su aura era

fuerte e invencible, ya no tenía nada que ver con el frágil chico con un

número por nombre de Pommum Rubra… Un joven desprendido de todo,

inmerso en una civilización decadente, fría y manipuladora. Le había

demostrado más que muchos desmodos en toda su vida. Ahora era él quien

la defendía.

Por supuesto que aún había esperanza para la raza humana. Aunque

pasaran mil años más, aún quedaría en ella un atisbo de bondad, amor

incondicional y generosidad. Esa pequeña llama debía mantenerse encendida,

igual que el regalo de su vientre. Su semilla.

Eltanin seguía mirándola sin apartar la mirada, tampoco deshizo ese

vínculo cuando el desanclaje de Tera se accionó tras un desorbitado

!307

Page 308: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

estruendo. Los labios de Eltanin formaron una sola palabra. Addaia pudo

leerla perfectamente. «Vete…».

Arcadi había vuelto en sí y se echó sobre él como una bestia salvaje;

sin mediar palabra comenzaron una encarnizada batalla cuerpo a cuerpo.

Parvus salió de entre las ruinas trotando como un loco y se abrazó a

ella.

―¡Ya está, ama!, ¡ya está!, ¡tenemos cinco minutos para salir de aquí!

―exclamó.

Las primeras plataformas en caer serían las centrales, si querían llegar

al hangar a tiempo tenían que salir ya. Pero Eltanin…

Arcadi le asestó un golpe en el estómago que le dejó sin respiración

durante un segundo. El monstruo resoplaba fuera de sí, sus ansias de matarle

eran extensibles a su afán por destruir la raza humana. Solo que él había

dejado de ser un débil humano y ahora era tan poderoso como ese engendro

que tenía delante. Se lo iba a poner más que difícil.

Se había ventilado a más de veinte câlîgâtums antes de entrar allí,

pero la fuerza de sus soldados no era comparable a la de Arcadi.

Ese hombre amargado y resentido. Su venganza había traído la

muerte a humanos y desmodos. No obstante, ahora lo único que importaba

era salvar a ese ser precioso que le había dado la mayor experiencia de su

vida. Debía asegurarse de que iba a llegar a tiempo a la Skuld. Arremetería

contra él con todas sus consecuencias para conseguirlo.

―¡Addaia!, ¡tienes que marcharte! ―le gritó mientras luchaba.

!308

Page 309: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

«No… No… ―se dijo para sus adentros―. ¡No voy a irme sin ti!».

Parvus estiró de su mano para que se dieran prisa en salir de allí.

―¡No! ¡No voy a marcharme! ―chilló llorando y soltándose de

Parvus. Comenzó a acercarse a ellos.

―¡Maldita terca! ―le gritó Eltanin―. ¡Quedan pocos minutos para

que la plataforma caiga! ¡Id hacia el hangar! ―Un hilo de sangre comenzó a

caerle de la comisura; Arcadi le cogió encolerizado por las solapas.

Addaia frenó su acercamiento.

―Tú tienes la culpa de todo… ―farfulló Arcadi en su idioma a dos

centímetros de distancia de su cara―. ¡Por tu culpa ha muerto Samuel, ahora

va a morir ella y vamos a morir todos! Debería haberte cortado el cuello nada

más verte… ―Soltó una carcajada histérica―. Después de todo ella te ha

convertido… Sois patéticos, seguís oliendo a humanos, eso es, en el fondo

sois como humanos ―masculló como un perturbado. Había perdido la

cabeza por completo.

Los segundos se escurrían. Un cúmulo de explosiones consecutivas

acabaron por derrumbar casi toda la estancia; Addaia tuvo que esquivar los

escombros, a escasos metros de morir aplastada, y se vio obligada a acercarse

a la puerta de salida. Parvus seguía histérico tirando de ella.

Arcadi y Eltanin habían quedado atrapados entre las ruinas. El

tiempo se acababa, parte de la cúpula se resquebrajó y comenzó

despresurizarse. La consola de control explotó y toda la parte de atrás se vino

abajo. Sobrevino una gran llamarada de fuego y humo, consumiendo el poco

!309

Page 310: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

oxígeno que quedaba, el cual escapaba al espacio exterior, succionado

despiadadamente.

Addaia dio dos pasos hacia atrás. La plataforma al fin cedió y

comenzó a partirse en dos. La parte donde estaban Eltanin y Arcadi

comenzó a descender en lo que le parecieron segundos parados en el tiempo.

Addaia comenzó a llorar desconsoladamente, apenas lograba ver

nada. Un grito ahogado cada vez más lejano.

―¡Adda! ¡Corre! ¡Adda!

Su corazón comenzó a latir trastornado, su respiración se aceleró.

No podía hacer nada por él, debía salvarse a ella, a Parvus… a su hijo…

«¡Eltanin! ¡Eltanin! ¡Eltanin!», gritó con furia dentro de su mente mientras

huía a toda velocidad con Parvus, en contra de lo que le dictaba su corazón.

Se alejó impotente, sin mirar atrás, mordiéndose el labio con fuerza, cegada

por las lágrimas.

!

!310

Page 311: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

La plataforma llevaba mecidos a Eltanin y a Arcadi hacia el mar de

plata. Sin saber si morirían antes por la caída, la asfixia, o la presión. Un

enjambre de naves câlîgâtums comenzaron a estallar a su paso, era una visión

espectacularmente aterradora de su propio destino. Tampoco tardaría mucho

más en explotar todo Tera en racimo. Oh, Dios… Esperaba con todo su ser

que Addaia lograra llegar a la valquiria; su único deseo era ese. Que saliera de

allí con vida. Se daría por satisfecho y moriría en paz.

Arcadi ya no luchaba, solo esperaba a la muerte como él. Apenas le

oyó decir sus últimas palabras.

―Yo la quise… La quise mucho más que tú. Era especial, siempre lo

fue… desde el día en que la vi por primera vez lo supe ―balbuceó―. Ella

estaba destinada a ser la madre, la madre de un hijo… El primer hijo

desmodos… pero no así; ella…

Eltanin dejó de escuchar su voz al mismo tiempo que entendía el

alcance de sus palabras. ¿Addaia estaba embarazada…? Un hijo… Sus

lágrimas volaron hacia arriba mientras caía al vacío. «Ella… está

embarazada…». En ese momento se sintió por fin un hombre afortunado y

completo.

El mundo artificial construido por humanos desde hacía más de

doscientos años, Tera, se vino abajo para siempre. Acabó cayendo en gran

escala sobre el mar de plata y engulló a la gran mayoría de seres vivos que

existían en el sistema solar.

!!

!311

Page 312: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Isembard ya no podía esperar más, estaban poniendo en marcha los

motores de la Skuld. Tenía que despegar antes de que el hangar se partiera en

dos. La parte central ya había caído, en breve comenzarían a caer en descenso

ellos también. Significaba que en pocos segundos la base de Tera les

impulsaría hacia abajo. Y no habría escapatoria.

Estaba sentado gobernando el puente de mando, miró hacia atrás.

Todas aquellas caras desconocidas confiaban en él, seres a los que tiempo

atrás, cuando aún era joven y prepotente llegó a despreciar. Ahora le seguían

como a un verdadero líder, no por formar parte de los Nueve, no trabajaban

para él, ni les vendía nada o les hacía creer en ningún dogma místico.

Simplemente le seguían.

Lo que más sentía era partir sin ella, el corazón se le encogía. A esas

alturas daba a los dos por muertos, no podía esperar más. Eltanin había

asegurado que volverían, pero…

Justo cuando fue a dar la orden de despegue, un niño tocó su

hombro.

No sabía cómo dirigirse a él así que titubeó medio segundo.

―Señor ―dijo al fin―. Una mujer… Una mujer ha subido a bordo.

!

!312

Page 313: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Addaia acariciaba tiernamente su vientre ligeramente abultado.

Estaba de tres meses. Apoyada en la balaustrada del palacio de Salis miraba

hacia el infinito mar de Caelus Sidus, con esa mirada perdida que tenía desde

que había vuelto a su hogar. Llevaba un vestido largo hasta los pies de color

hueso, que se mecía suave y vaporoso con el viento. Los reflejos del atardecer

dibujaban luces y sombras en su pelo, el aire era puro y entraba en sus

pulmones acariciándolos dulcemente.

Parvus estaba allí con ella. En silencio. Había decidido por propia

voluntad volver al estado natural aceptado unánimemente por todos. No

quería hablar… No necesitaba hablar, su voz había conllevado, para bien o

para mal, nada más que destrucción y muerte.

Sus pequeños ojos metálicos la miraron, supo ver la tristeza en sus

ojos y agarró su dedo índice fuertemente.

Addaia le correspondió acariciando su cabecita con la otra mano.

―No te preocupes, Parvus… ―le dijo en un tono afable.

Isembard tocó su hombro en ese instante. Ella se giró a mirarle.

―Te estaba buscando ―dijo. Le sonrió levemente.

Llevaba un traje negro, impoluto, reflejaba su distinguida elegancia.

Era un hombre mayor pero atractivo, sus facciones ya no estaban tan

marcadas por el cansancio, aunque sus preocupaciones eran muchas. Aquel

hombre la había llevado de vuelta a su hogar. Se sentía agradecida.

El retorno a Caelus Sidus solo había sido posible pidiendo asilo a los

pocos desmodos que habían sobrevivido a la guerra. Era difícil, mucho… los

humanos sentían miedo. ¿Después de todo lo que había pasado la

!313

Page 314: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

convivencia sería posible?, ¿volvería a pasar lo mismo de nuevo? Solo Addaia

mantenía una esperanza de unión pacífica con el bebé que milagrosamente

esperaba. Pero sin la inestimable guía de Isembard, nada de aquello sería

posible.

Crear un nuevo mundo, surgido de las cenizas. Con humanos y

desmodos. Sin saber si los escasos câlîgâtums supervivientes de Tera serían

una amenaza que aún no se había pronunciado. El hecho de que su

estandarte, Arcadi, hubiera fallecido era un factor esencial para creer que no

aparecerían o que con suerte habrían perecido todos en mitad del espacio.

Tenían fe. Querían creer que esta vez sí funcionaría.

Solo que faltaba Eltanin… solo que faltaba Samuel…

―Necesito que vengas a hablar con la comunidad civitanig, están

nerviosos otra vez por el reparto de suministros. Además, uno de los niños,

Krizo, ha caído enfermo ―le pidió Isembard.

―Muy bien ―contestó ella sosegadamente.

Se hizo un minuto de silencio entre ellos.

―¿Qué es el Ánima îre, Adda?

Ella se vio sorprendida por lo inesperado de la pregunta. Contestó

sin vacilar.

―Es algo complicado de explicar; podría describirse como un

espectro amplio de emociones y sensaciones volcadas sobre ti mismo y en los

demás. Una sobreconsciencia. Una virtud. El entender el mundo que te rodea

en conjunto, sin distinciones ni prejuicios… formas parte de él y forma parte

de ti también.

!314

Page 315: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Isembard escuchaba atentamente.

―Los humanos habéis perdido toda conexión con vuestro cuerpo e

infravaloráis vuestra naturaleza ―continuó―. Ahora que habéis vuelto,

puedo enseñaros una nueva manera de vivir y sentir, podréis comenzar a

caminar por el camino adecuado. ―Hizo una breve pausa―. Nosotros

tampoco somos perfectos, hay cosas que deberíamos plantearnos si son

correctas o no, aun estando fieramente implantadas en nuestra cultura. El

poder de la duda y la curiosidad es lo que nos hará más completos―. Miró

hacia Parvus con miles de interrogantes y dudas que hasta ahora no se había

planteado jamás.

Isembard no acababa de comprender, pero creía firmemente en ella.

Aquellos últimos días en lo que por fin todo había comenzado a

asentarse, Addaia estaba más dispersa, abstraída y taciturna de lo normal. Se

sentía preocupado por ella.

―¿Piensas en él? ―se atrevió a preguntar.

Antes de contestar, por la mente de Addaia pasaron muchas

imágenes y rostros, amigos, familia… había perdido a muchos lo largo de mil

años. La pérdida era incuantificable. Incluso hubo un lugar para Arcadi…

―Sí, constantemente ―dijo al fin―. Volví a casa sin mi padre y

extravié mucho más por el camino… Lo que más me tortura es que no pude

despedirme, no pude expresarles cuánto los quería. Solo recuerdo a Eltanin

cayendo al vacío y el cuerpo de mi padre tirado en el suelo sin vida… No

pude llevarme nada de ellos. ―Acarició su vientre―. Sobre todo de mi

padre. ―Sus ojos se humedecieron―. Después de tanto tiempo… y yo…

!315

Page 316: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Parvus, que escuchaba atentamente, de repente tiró de su vestido.

―¿Qué ocurre, Parvus? ―dijo al verle excitado.

Hurgó dentro de su cuerpo y rápidamente extrajo algo de él…

Parecía cabello: un hermoso mechón de pelo dorado como el trigo emergió.

Parvus se lo extendió suavemente.

Addaia lo tomó en su mano. Pronto se dio cuenta de a quien

pertenecían esos cabellos.

―Samuel… ―murmuró.

Sus entrañas dieron un vuelco, lo alzó y aspiró su aroma. Se llevó el

mechón a la altura de su corazón y lo apretó contra él…

Parvus había traído hasta ella un pedacito de su padre, conservar

algo de su presencia la reconfortaba enormemente. Significaba mucho para

ella.

―Gracias, Parvus ―le agradeció con lágrimas en los ojos.

Sus pensamientos revolotearon en una amalgama de recuerdos.

Isembard pasó un brazo por su espalda intentando reconfortarla.

No sabían cómo sería su futuro, pero no importaba, solo importaba

el esperanzador mañana.

Habían pasado mil doscientos ochenta y ocho años desde que

aquella pequeña niña humana se había aferrado al amor con todas sus

consecuencias, el destino había sido despiadado la mayoría de veces. Todo

habría sido diferente si hubiera tomado otras decisiones o si no hubiera sido

la Addaia inquieta y valiente ya a sus tiernos dieciséis años. Pero las cosas

!316

Page 317: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

ocurrían porque así debían ser, no tenía sentido luchar contra el pasado ni

tener miedo al futuro.

Decidió ser una desmodos por amor a Arcadi… Ahora sería una

desmodos por amor a los humanos.

―¿Cómo vas a llamarla? ―preguntó de nuevo Isembard.

Addaia observó detenidamente su vientre con cariño y formó con

sus labios una delicada sonrisa.

―¿Cómo sabes que es niña?

Isembard sonrió y se encogió de hombros.

―Sperantia ―contestó acariciándola.

!

!317

Page 318: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

La noche era fresca y sosegada. Una noche perfecta…

Salieron del Cinema Madeleine cogidos del brazo. Acababan de ver una película

de cine mudo, era 1928 y París rebosaba creatividad por todos sus poros.

Caminaron a lo largo de la rue de Surène en dirección a su hotel. Las farolas

iluminaban tímidamente la calzada y la niebla era dueña del lugar, percibiendo la ciudad a

modo de una película en blanco y negro como la que acababan de ver.

―¿Estás segura? ―le preguntó Arcadi.

Era la primera vez que lo notaba verdaderamente nervioso. Nunca antes había

mostrado ningún tipo de debilidad ante ella, ni siquiera en los momentos más difíciles que

les había tocado vivir en los dos años que hacía que se conocían.

Apretó más fuerte su brazo y le miró a los ojos.

―No tengo ninguna duda ―respondió.

La niña de dieciséis años que había conocido en el claustro de aquella catedral se

había convertido en una hermosa y valiente jovencita. Su amor había traspasado fronteras

y sorteado huracanes enormes. Pero ella necesitaba más, necesitaba vivir como él para poder

estar más cerca de su corazón. Acompañarle eternamente.

Por supuesto que tenía miedo, estaba totalmente atemorizada. Pero confiaba en

él. Además, sabía que si Samuel, su abuelo, había logrado convertirse, ella, portadora de

su misma sangre, sobreviviría.

Arcadi debía conducirla al siguiente escalón, mecida en sus brazos, se dejaría

morder por ese apuesto hombre hasta desangrarse. Para bien o para mal su lazo sería

indestructible.

!318

Page 319: El Cenit de Sidus Vanessa Del Valle

Pasaron por delante de la Église de la Madeleine hasta llegar a la puerta del

Hotel Ritz, subieron a su habitación, la Suite Imperial.

Allí Arcadi la sentó en el sofá rojo de terciopelo que presidía la châmbre.

Recorrió con sus finos y largos dedos su cuello. Ella sintió un escalofrío, sus ojos se

encontraron.

Unos grandes y preciosos ojos verdes que la tenían hechizada. Su piel blanca y

suave, sus gruesos labios rojos entreabiertos…

―Addaia Stadpole ―pronunció su nombre susurrándolo tentadoramente.

―Arcadi Balasch ―contestó ella.

―¿Quieres ser mía eternamente? ―preguntó acariciando sus labios.

―Pase lo que pase.

―Pase lo que pase ―aseveró él―. ¿Tienes miedo?

―No sé si recordaré cómo era ser humano. ¿Tú aún lo recuerdas?

―Sí; yo también fui humano.

!Fin

!319