4|Julio|2020
Por Ob. Fernando López A.EL DIVORCIO
La disolución matrimonial dentro del cristianismo es
rigurosamente inflexible porque descansa sobre cierta
interpretación rabínica. El divorcio sufrió una caprichosa
evolución desde Moisés hasta Jesús; pero sin duda, la época
intertestamentaria —pese a su marcada heterogeneidad— fue decisiva
al respecto. Dos importantes escuelas debatieron los alcances del
vocablo hebreo ervá, «desnudez, indecencia, inmundicia»1 y sus
aplicaciones para validar el divorcio. Mientras algunos rabinos
permanecerían solteros (1 Cor. 7:1-16). La teología n e o t e s
t a m e n t a r i a , poco maleable, redujo entonces la posibilidad
de ruptura.
No obstante, existen factores que configuraron el pensamiento
neotestamentario frente al divorcio. Como Pablo relacionó los
binomios Jesús-esposo e Iglesia-esposa (2 Cor. 11:2), todo
matrimonio, por deducción, resultaría indisoluble. Además, la
estética cristiana del matrimonio no reconoce sino un único amor4,
el divorcio con intensión de realizar segundas nupcias es
inadmisible en un cuadro fuertemente monoteísta, pues violenta su
unicidad (Mt. 19:5-6).
______________________________1. H6172. STRONG, James.
The new Strong’s complete dictionary of bible words. Nashville:
Thomas Nelson, 1996, p. 482. «Cuando alguno tomare mujer y se
casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna
cosa indecente [ervá], le escribirá carta de divorcio.» Dt.
24:1.
2. Gittin, 9:10. Cf. Gittin 90a.
3. Nedarim 11:12, Ketubbot 7:2-5, 9.
4. KIERKEGAARD, Søren. La validez estética del matrimonio.
Madrid: Gredos, Biblioteca de Grandes Pensadores, 2010, pp.
383-384.
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famosos e influyentes se mantuvieron laxos, otros, endurecieron
la cuestión.
En virtud del sistema patriarcal antiguo, Moisés (Dt. 24:1)
consentía la disolución matrimonial si el marido hallaba defectos
en su esposa; pero como omitió puntualizar las causas legítimas que
no parecían circunscribirse exclusivamente al adulterio —castigado
con lapidación según Dt. 22:22—, la época intertestamentaria se
encontró polarizada, los varones judíos utilizaron excusas muy
banales para solicitar divorcio. Hilel y Aquiba admitían como
razones lícitas desde enamorarse de otra mujer hasta, incluso, que
la esposa actual no supiera cocinar; pero Shamai, menos heterodoxo,
aceptó fragmentar los votos matrimoniales sólo por inmoralidad
sexual, indecencia o fornicación2. En el judaísmo triunfó Hilel;
Shamai, en cambio, permeó silenciosa y sutilmente el cristianismo.
Tiempo después, se autorizó que la mujer también repudiara al
varón3 por diversas causas: disfunción eréctil, violencia
intrafamiliar, anomalías fisiológicas, etc.
Como el divorcio permitía contraer nuevas nupcias (Dt. 24:2-4) y
la incógnita seguía irresoluble, los fariseos cuestionaron a Jesús
para conocer su postura. Suscrito a Shamai, Jesús mencionó de forma
ortodoxa el único motivo válido de divorcio: «fornicación» (cf. Mt.
19:9). Pablo, sin embargo, asumió una actitud más rígida que
probablemente imperaría en la cristiandad primitiva. Para Pablo las
segundas nupcias eran posibles sólo tras morir un cónyuge (Rom.
7:2-3) y, en separación voluntaria, ambos
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