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El dragón pregunta

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Relatos breves

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EL DRAGÓN PREGUNTA

Hernán Schillagi

Relatos breves

2011

Para Cecilia y Rosario,pequeñas luces en el viaje.

MENSAJE DEL TIEMPO

Un día descubrió que, si se enviaba un mensaje de texto a sí mismo desde su celular, podía viajar a otras épocas. Escribía la fecha, la hora, el lugar y entonces daba el okey.

Cuando se quedó sin crédito en mayo de finales de los '60 en París, el viajero del tiempo comenzó a entender, muy tarde, eso de «la imaginación al poder».

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL DENGUE

Ellos son dos autómatas y se abrazan. Tienen la orden de hacer bullir el aceite de su sangre para que los mecanismos internos funcionen a la perfección. De pronto, el ojo telescópico de él visualiza a un insecto alado en la nalga de acero de su torneada co-equiper sexual. Identifica las pintitas blancas del mosquito y sin dudarlo, por una piadosa sanidad, cachetea el culo de ella. El sonido, tan dulce de perverso, los despierta y los vuelve humanos.

MENSAJES POR DEBAJO DE LA PUERTA

Siempre tengo la sensación cuando llego a la puerta de mi casa que, en mi ausencia, alguien ha venido. Entonces yo, al mover hacia abajo el picaporte y empujar, voy a sentir arrastrarse un papelito.

Imagino (o presiento) la angustia del visitante al no encontrar a nadie. No importa el mensaje en sí. Importa que un resabio amargo de esa desazón se pega a la hoja, que la caligrafía muta asombrosamente al apoyar el trozo de papel en la pared o en la mano, que la tinta de la bic se entrecorta al escribir horizontalmente. Además, el conocido en cuestión se va sin saber la suerte que le depara a su nota.

Sin embargo, la mayoría de las veces, llego escupido por las babas de una rabiosa realidad, muevo la hoja de la puerta y nada. Ni nadie.

¿Por cuál de todos los umbrales, ya dentro de la cocina, debo arrastrar el mensaje avisando que todavía no habito aquí?

Formas de soledad.

FALSA MORAL

El palacio queda más arriba -me respondió el puestero-, en la montaña. Pero para entrar hay que descender.

LA TRANQUILIDAD DE UNA MADRE

«Me tenés toda la noche con el Jesús en la boca», le decía la madre a su hijo que volvía tardísimo de la bailanta. Harto, el muchacho la hizo examinar por el curandero de la esquina, y luego la llevó hasta la tele a un programa charlatán de fenómenos paranormales.

La gente del barrio construyó un altar en los labios de la madre, encendió velas en su dentadura postiza y le rezaba en procesión para que los hijos regresaran salvos antes del amanecer.

Fue un milagro tanta convocatoria. Hasta que, a los dos meses, otra vecina aseguró frente a las cámaras que había visto una calle que era «una auténtica boca de lobo». Todos corrieron a fotografiar los colmillos.

LECTURA AGÓNICA

El ciego lee su libro como tomándole el pulso a un moribundo. Sólo él puede reproducir sus últimas palabras.

EL FUTURO DE LA LITERATURA EN INTERNET

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Cuando despertó, la mariposa todavía estaba allí.

CAMINO DEL ESPEJO

Lo ves venir con la cara angulosa incrustada en el óvalo de su capucha negra. Es lo más parecido que vi a la Parca, decís. Pero nadie te escucha. El pibe tendrá unos diecinueve, veinte y toda una vida llevada a los empujones. Seguro que a su viejo lo metieron en cana cuando él todavía manoteaba armas como un juguete, es probable que su hermana entregue el poco cuerpo que le queda por dos líneas rebajadas con neón molido, puede ser que la madre ahogue sus llantos con un tetra de vino barato. Lo ves venir, sí. Pero él también te ve venir con tu cabeza fría de gel y el traje desacomodado. Parece un muñeco de torta el chabón, dice. Nadie lo escucha. Tendrás unos treinta y toda una vida de posibilidades. Seguro que tu mamá cuenta las horas del mismo modo como traga pastillas de colores, es probable que tu hermana se coja a todo el barrio privado y vomite a escondidas hasta olvidarse de todo, puede ser que tu padre sueñe con ir a la cárcel para entregar la parte del cuerpo que realmente desearía.

Los dos se ven venir, sin embargo agachan las cabezas, arremeten uno contra otro hasta chocar con todas sus fuerzas.

Ahora lo ves irse y le deseás lo mejor. En la ciudad te espera una noche agitada de corridas contra la muerte. Entonces te ponés la capucha y buscás perderte entre la gente que pasa.

QUÉ NOS SUCEDE, VIDA

Lunes. El sol no alcanza aún la ventana de la mañana. Cae el café molido sobre el filtro y es una abundante montaña que se disuelve con el agua caliente.

—Está tan cargado que parece tinta, dice ella.—¿Y qué escribirías con el café?—Escribiría preguntas como esa.

PUNTOS DE VISTA DEL NARRADOR

De pronto toma una carrera inusitada y cruza la calle de la plaza sin cuidarse de los autos. Me paro sobre los pedales de la bici, tomo impulso y la sigo. En realidad lo sigo a él, que treinta segundos antes me había guiñado un ojo y ahora escapa con una sonrisa bamboleante. Miro hacia al frente, un micro avanza y ellos, la chica y su trasero, lo quieren alcanzar hasta con el último aliento. Pedaleo, freno, pedaleo. Me pregunto por qué el apuro, a dónde van. Soy un narrador testigo sin protagonismo alguno que se relame con la posibilidad de contar una historia, una del estilo «No sabés el culo que tenía una mina que iba corriendo por el centro con un jean al palo». O quizás una muy distinta, una historia que me tenga como un omnisciente -que se las sabe todas-, pero que pague la condena de tener que hablar sobre lo que nunca le ha pasado. Y desde afuera.

LA NAVE DE CARTÓN

La caja del viejo televisor de mi abuela, con las tapas abiertas como alas, hacía las veces de nave espacial intergaláctica. O bien podía ser una cápsula que se cerraba al vacío para los viajes sin rumbo por las estrellas. Siempre las comunicaciones con la base terrestre fallaban. A veces, el roce de la cola de un cometa me hacía dar vueltas por toda la cochera hasta dar contra el portón.

Juan verifica que todos los controles estén calibrados para el descenso. La nave que comanda despide hacia abajo unos chorros de humo gris que la hacen flotar con suavidad hasta tocar la corteza. Éste, sin dudas, es el planeta que siempre ha querido visitar.

Mi abuela me observaba. No quería que saliera lastimado de mis excursiones. Ella era un satélite atento con esa voz que se parecía a una luz intermitente en la noche. Enviaba mensajes cortos pero definitivos.

Juan pisa sin sentir el suelo. La atmósfera es un cartón que no le permite respirar bien. Su abuela le había dicho que el día que saliera de la Tierra la empezara a buscar como se busca un recuerdo. Juan nota que el volumen de oxígeno en el aire es escaso.

Estaba solo hacía mucho rato. Años luz para el niño asustado que yo era. Seguía adentro y nadie me llamaba. La cápsula había mutado de pronto en una marchita caja de un toshiba. Intenté hallar con los radares mal dibujados la voz de mi abuela en los límites de la cochera y el comedor. Nada.

Un poco antes de perder el conocimiento, Juan sintió en ese extraño, pero deseado planeta, una voz que le decía «Vamos. Es hora de tomar la leche».

LA BREVE

Y sí, sos breve, turra. Apenas te dejo lamer el blanco de mis labios, rozar la fría mirada que te niego. Venís caliente, huacha. Años y años socavando mi pecho con tu aliento salvaje de pus, pero no hay humedad entre mis piernas, sino una arena entumecida que te enfurece. Por eso me entrego así, hija de puta, sin reservas. Porque tu gloria, ahora que la veo, es fugaz; y todos saben que sólo se triunfa para fanfarronear eternamente. Hasta en eso te querés parecer a dios, puta hermosa.

DESHACER ESCRITURA

Tu paso acaba de aplastar la última hoja del otoño. Entrás al cíber y ya es invierno. Buscás entre las cabinas como se busca una palabra en el diccionario. «Habilitame la 9, flaco». Tecleás lentamente tu nombre en el buscador: más de mil páginas te reflejan. De algún modo, pensás, alguien me está persiguiendo. Alguien desea que yo exista a mi pesar. Por eso borrás letra por letra cada referencia a tu miedo, cada rastro de tu carne, cada testigo de tus huellas.

De pronto escuchás que alguien pide la cabina 9 y se sienta en tu silla y escribe sobre vos tu nombre.

Las redes no fueron hechas para salir.

BORGEANA MAL

Gladys Baum sabía que su plan estaba ya escrito. La justicia tiene cuerpo de mujer y ella lo entregaría al sudor de un marinero sueco. Esta vez no, el dinero no sería roto. Gladys tomará el remís hasta la fábrica, sus pasos asustados pero firmes la conducirán hasta la oficina de Webber, su jefe, que espera con ansias la denuncia que ella le había adelantado por celular.

Gladys sabe que tendrá que hacer fuego y decir con todo el odio de su sangre «He vengado a mi padre y no me podrán castigar…»; sin embargo, por más años que transcurran, las historias de algún modo tienden a repetirse y Webber ya estará muerto cuando ella abra la boca. La coartada será repasada en su cabeza mientras se desabrocha la blusa.

—¿Lo creerá, Sargento?- dijo el forense—. Gladys Baum no tuvo en cuenta las pruebas de ADN.

ÚLTIMA PARADA: PLAZA CORTÁZAR

Cuando me subís al micro quiere que lo sentamos en filas separadas. Primera. Segunda. Tercera. Pero un singular grito nos vuelvo un puño cerrado: «al fondo hay lugar». Llorás un pibe, cantamos esa vieja un bolero, temed yo una mano indebida. Hasta que algunos tocaste el timbre y las primeras personas bajan al frío de la plaza con los brazos estirados al tope para que nadie los abracemos.

ARRASTRADA

Una mujer que parece escapada de una fotografía del año 1920 contempla, en el mármol grisáceo y familiar, las borrosas inscripciones de Aquiles Arrufat, Leonides Llegat de Arrufat y Robertito Arrufat. Todos muertos el mismo año y el mismo día. Y a la misma hora, piensa la vestida toda de negro, con un sombrero en forma de turbante y un bolso que le cuelga del brazo como un higo más que podrido.

Hoy tampoco les traje flores. Disculpen. Pero si les contara que todo este tiempo fui otra, me entenderían. Jugué a ser madre, tía, justiciera. También a ser feliz. Y no la arrastrada que ustedes me decían. No, la que supo equivocarse y recibió nada más que odio y repulsión. Hoy terminé la ceremonia que empezó la noche que dejé el gas abierto antes de salir de nuestra casa. Les gustará saber que, desde entonces, he sido una santa.

para Marco Denevi

LA MÁQUINA DE HACER PASADO

El presente se adelgaza más y más…Marcela Basch

Mi vida es un flash. Cada movimiento lo capturo sin pensar y lo miro inmediatamente en el lcd de la pantallita. Mi cámara digital es la que viaja, la que baila, la que besa. Si ella no congela esas imágenes, la memoria de mi cuerpo apenas las registra. Mi presente cada vez se parece más a un hilo que pasa sin puntería por la aguja de mis emociones. Todo lo convierto en un ancho pretérito. Todo ya es pasado. «Yo fuiste aquel que hoy nomás decía», me digo -me dije- en este fugaz canto de vida y desesperanza.

SUÁREZ Y LA LEYENDA DE LAS COSAS PERDIDAS

La lógica lo permite. Por eso un día, Suárez comenzó a encontrarse con todo lo que alguna vez había perdido. Al principio, cosas sin importancia como unas bolitas japonesas, las llaves de su primer auto, un magiclick gastado. Luego, las botellas que había consumido, los amigos de la infancia, las novias de la adolescencia.

El control remoto lo seguía como un perrito faldero, las monedas de cinco centavos se le abultaban en los bolsillos hasta no dejarlo caminar. Suárez se mudó a casas cada vez más grandes. Compró vastos baúles sin llaves, para no tener que extraviarlas y recuperarlas después. Modificó su rostro con dolorosas operaciones, pero los viejos amores y las amistades de antaño se las ingeniaban para cruzarse en su camino. Las acusaciones de poligamia, de latrocinio y de avaricia ya no cabían en su museo ambulante y personal.

Cansado de haberse convertido en un agujero negro donde ninguna partícula material, ni siquiera los fotones de luz podían escaparse; Suárez estiró la mano, buscó sin titubear en cualquiera de los cajones de un armario y sacó un revólver para llevarlo hasta su frente. Disparó. Nada. El arma no estaba cargada. Rastreó las balas por sus habitaciones con una sonrisa irónica. Nada otra vez.

A las cuatro horas de revisar hasta debajo de las baldosas, Suárez se dio cuenta de que estaba curado, libre de su magnetismo impiadoso. Sintió nostalgia por un breve instante. Ahora le quedaba recuperar solamente la sorpresa de los pasos perdidos de su antigua vida entregada al azar.

LA REBELIÓN DE LOS OSCUROS

A poco de empezar la crisis energética, los tecnosabios descubrieron que podía extraerse electricidad del dolor y las penas de la gente. Una usina melodramática permitiría seguir viéndonos por las noches el rostro en los espejos solitarios.

Sin embargo, la unión de dos bocas en la sombra hacía apagar las heladeras. El regreso de un hijo descarriado cegaba en el acto tres manzanas de la ciudad. Hasta que un apagón general aterrorizó a la Compañía Doloeléctrica. Un ejército, entonces, salió a cantar patéticos boleros a los balcones, a empujar cartas de despedida bajo las puertas, a vocear noticias de un apocalipsis inminente por las esquinas. Ni a los inútiles faroles lograron conmover.

Cuando de repente, una luz de esperanza llegó al comité directivo. La rebelión de los oscuros sería aplastada. Pero al brindar por la idea fue tanta la alegría, que la última de las afligidas lámparas se extinguió para siempre.

EL JUEGO DE LAS LÁGRIMAS

Luna llena. Salgo, porque así mi vestido es más luminoso. Tengo pies, pero los dejé una noche a la orilla del río para no olvidar el lugar donde tiré a mi hijito. Hace tiempo que no lloro. Siglos, tal vez. Como cuando me subía a los caballos y, con un abrazo de hielo, detenía para siempre el rumbo de los pecadores.

Mienten los que ahora dicen que me han visto lagrimear triste por las rutas asfaltadas. Solo me dejo atravesar por el filo de los autos y camiones hasta que, de tantas cosquillas, lloro de la risa.

LA CAJERA SALE A LAS 22

Soy la cajera del súper. Hace siete horas que no me levanto de la silla. Pasan el suavizante, el raid max, los caldos light, la mayonesa, el maple de huevos como una línea de naves espaciales que yo elimino con mi rayo láser. Tengo prohibido ir al baño y quiero gritarlo.

Mi lengua es un tícket que no puedo arrancar.

Pero hay una esperanza que no tiene precio: en media hora dejarán que me cambie los pañales.

PETER PUM

Crecer es el límite. El cuerpo de los adultos se agiganta solo para que le entre más basura. No deseo para mí un hogar, como la traidora de Wendy. Aprieto el gatillo. Pum.

Era la última cebita. Ahora me queda aprender a caminar entre tanta gente sin alas.

ORDEN Y PROMESA

No lo podemos culpar al hombre que al escuchar de la voz de Jesús una orden tan clara, no la fuera a cumplir.

Tampoco podemos cargar sobre las penas de Lázaro que se atreviera a preguntarle:

—Maestro... ¿Me promete que me voy a morir de nuevo, no?.

Para José Saramago

UN SOLEADO DÍA DE DUELO

Como un águila maltrecha, la cámara deberá planear hacia el suelo en picada y tragarse todo el polvo de la calle del pueblo. Cuando la nube se disipe y abra los ojos verá el cartel del Saloon y el otro de la herrería. El cartón piedra hará el resto para que todo quede ambientado.

Con un lento zoom se llegará a las caras de los duelistas. Dos arcillas adustas que se resquebrajan al sol del Lejano Oeste. Uno de los dos, el de sombrero negro, comienza a hablar:

-Si hemos llegado hasta aquí no ha sido porque lo hemos querido nosotros.- ¿Y por qué, si no?

El de sombrero negro demora la respuesta. Mira hacia un costado, pero nadie le pasa la letra de esta toma:

- A veces pienso que el odio nos ha creado.- Es mentira. El odio no me ha dejado pensar en todo este tiempo. - Entonces tendrás que disparar.

El otro, el del sombrero marrón como una butaca de cine, separa los brazos de su cuerpo y escupe:

- No traigo armas, sólo el desprecio.- Ahora los dos sabemos quién es el que debe morir.

La cámara comenzará a batir sus alas y se alejará sin perder foco. Uno de los sombreros caerá bruscamente.

Otro, un tercero, que en todo momento estuvo agazapado y frío en la oscuridad sabrá que le tocará ponerse de pie, caminar por la alfombra sucia, traspasar las cortinas de terciopelo y, como si fuese un figurante temeroso, sólo podrá reproducir ese silbido final mezclado con una guitarra salvaje, y así, poder hacerle frente sin sombrero a las últimas luces de la tarde.

EL PEQUEÑO ESCRIBIENTE LAVALLINO

Hasta que un día su padre le puso la tiza en la mano y le dijo: «Los melones ahora cuestan el doble, andá». El niño atravesó el patio. La cuenta se le enredaba entre los rulos. Esa tarde, el granizo había ensayado un malambo helado sobre el lomo amarillo de las frutas. Llegó hasta el pizarroncito, borró y escribió: «El cielo nos ha subido los precios» Y más abajo estampó un doce grande al lado de una k y un punto.

EXAGERADA QUIROMANCIA DEL NUEVO MUNDO

La gitana le dijo por dos monedas que iba a morir si viajaba en avión, que nunca se le ocurriera subir a ese Boeing 747, porque terminaría en el fondo del mar Caribe.

Entonces, la reina se hizo católicamente la señal de la cruz, despidió a la adivina y por fin le concedió la audiencia a ese genovés que la esperaba hace una semana con un huevo en la mano.

EL DRAGÓN PREGUNTA

Unos dedos desaparecen bajo la pollera; segundos antes han estado afilándose en el hierro de esos muslos incandescentes: «Así está bien», pregunta, y sabe que la respuesta llegará desde unos ojos en blanco, desde unos labios mordidos, desde una lengua vigilante que igual se suelta: «Más arriba, ahí».

Los dedos siguen con su faena, pero una miel ácida comienza a fluir, sin tregua, hasta descarnarlos: «De todo tu cuerpo solo voy a recordar a este dragón de tres cabezas que me quiere raptar hasta tu torre de carbón».

Los dedos no cesan de clavar sus colmillos y de escupir fuego para apagar tanta humedad: «No me digás que vas a escribir un poema sobre este momento». Y la pregunta justo se mezcla con un gemido cómplice, para que, furtivamente, el último verso salga a encontrarse con el silencio.