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El fantasma de Canterville (fragmento)
Era un delicioso anochecer de julio y el aire olía a pinos. De vez en cuando oían a las palomas que se arrullaban con su dulce voz, o divisaban escondido entre los helechos el pecho dorado de un faisán. Pequeñas ardillas espiaban su paso desde la copa de los árboles, y los conejos escapaban entre la maleza, con los rabitos blancos tiesos en el aire. Sin embargo, al entrar al castillo de Canterville, un misterioso silencio pareció invadir la atmósfera. Una gran bandada de aves voló sobre sus cabezas y, antes de que llegaran al castillo, habían caído ya las primeras gotas de lluvia. Oscar Wilde
El fantasma de Canterville (fragmento)
Era un delicioso anochecer de julio y el aire olía a pinos. De vez en cuando oían a las palomas que se arrullaban con su dulce voz, o divisaban escondido entre los helechos el pecho dorado de un faisán. Pequeñas ardillas espiaban su paso desde la copa de los árboles, y los conejos escapaban entre la maleza, con los rabitos blancos tiesos en el aire. Sin embargo, al entrar al castillo de Canterville, un misterioso silencio pareció invadir la atmósfera. Una gran bandada de aves voló sobre sus cabezas y, antes de que llegaran al castillo, habían caído ya las primeras gotas de lluvia. Oscar Wilde
El fantasma de Canterville (fragmento)
Era un delicioso anochecer de julio y el aire olía a pinos. De vez en cuando oían a las palomas que se arrullaban con su dulce voz, o divisaban escondido entre los helechos el pecho dorado de un faisán. Pequeñas ardillas espiaban su paso desde la copa de los árboles, y los conejos escapaban entre la maleza, con los rabitos blancos tiesos en el aire. Sin embargo, al entrar al castillo de Canterville, un misterioso silencio pareció invadir la atmósfera. Una gran bandada de aves voló sobre sus cabezas y, antes de que llegaran al castillo, habían caído ya las primeras gotas de lluvia. Oscar Wilde
El fantasma de Canterville (fragmento)
Era un delicioso anochecer de julio y el aire olía a pinos. De vez en cuando oían a las palomas que se arrullaban con su dulce voz, o divisaban escondido entre los helechos el pecho dorado de un faisán. Pequeñas ardillas espiaban su paso desde la copa de los árboles, y los conejos escapaban entre la maleza, con los rabitos blancos tiesos en el aire. Sin embargo, al entrar al castillo de Canterville, un misterioso silencio pareció invadir la atmósfera. Una gran bandada de aves voló sobre sus cabezas y, antes de que llegaran al castillo, habían caído ya las primeras gotas de lluvia. Oscar Wilde
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Era un delicioso anochecer de julio y el aire olía a pinos. De vez en cuando oían a las palomas que se arrullaban con su dulce voz, o divisaban escondido entre los helechos el pecho dorado de un faisán. Pequeñas ardillas espiaban su paso desde la copa de los árboles, y los conejos escapaban entre la maleza, con los rabitos blancos tiesos en el aire. Sin embargo, al entrar al castillo de Canterville, un misterioso silencio pareció invadir la atmósfera. Una gran bandada de aves voló sobre sus cabezas y, antes de que llegaran al castillo, habían caído ya las primeras gotas de lluvia. Oscar Wilde
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Era un delicioso anochecer de julio y el aire olía a pinos. De vez en cuando oían a las palomas que se arrullaban con su dulce voz, o divisaban escondido entre los helechos el pecho dorado de un faisán. Pequeñas ardillas espiaban su paso desde la copa de los árboles, y los conejos escapaban entre la maleza, con los rabitos blancos tiesos en el aire. Sin embargo, al entrar al castillo de Canterville, un misterioso silencio pareció invadir la atmósfera. Una gran bandada de aves voló sobre sus cabezas y, antes de que llegaran al castillo, habían caído ya las primeras gotas de lluvia. Oscar Wilde