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102 AGO 09 103 Los gobernantes de Asia Central tienen a las grandes potencias comiendo de su mano gracias a las gigantescas reservas de hidrocarburos de sus países. Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea cortejan sin pudor a los líderes de las cinco exrepúblicas soviéticas de la región, quienes mientras tanto reprimen a sus pueblos y los hunden en la pobreza. Témoris Grecko reporta desde Tashkent, capital de Uzbekistán gran El juego sollozante y la madre

El Gran Juego y la Madre Sollozante

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Los regímenes autoritarios de los países de Asia Central aprovechan la competencia entre las grandes potencias para consolidar su dominio sobre la población.

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Los gobernantes de Asia Central tienen a las grandes potencias comiendo de su mano gracias a las gigantescas reservas de hidrocarburos de sus países. Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea cortejan sin pudor a los líderes de las cinco exrepúblicas soviéticas de la región, quienes mientras tanto reprimen a sus pueblos y los

hunden en la pobreza.Témoris Grecko reporta desde Tashkent, capital de Uzbekistán

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l Valle de Fergana es el centro del centro de Asia. Cuando los griegos de Alejandro Magno llega-ron ahí en el siglo ii a.C., seguidos por los chinos de Zang Qian una centuria más tarde, encontra-ron una región verde en medio de desiertos, una especie de oasis de 22,000 kilómetros cuadrados donde prosperaban pueblos y ciudades. En aquel tiempo, lo codiciaron por sus “caballos celestia-les”, su riqueza agrícola y su posición estratégica en la mitad de la Ruta de la Seda, el amasijo de vías comerciales que conectaba Oriente y Occidente. Hoy, las potencias mundiales y asiáticas anhelan las descomunales reservas de hidrocarburos cen-troasiáticas, que se disputan en una competen-cia económica, política, militar y cultural, de la que resultan beneficiados los dictadores de los cinco países de la zona: Uzbekistán, Kirguistán, Turkmenistán, Kazajstán y Tayikistán.

El propio Valle de Fergana ejemplifica las con-secuencias de esta ambición histórica. Desde 1991, cuando su independencia de la Unión So-viética (urss) le cayó encima, el Valle está frac-turado entre los tres países que se lo reparten, y no como si fuera un pastel cortado en rebanadas simétricas: las fronteras de Uzbekistán, Kirguis-tán y Tayikistán se enredan en este punto como dedos artríticos. Durante milenios, sus habitan-tes se movieron con libertad. Ahora, para viajar de un extremo a otro del Valle —las urbes de Osh (Kirguistán) y Khojand (Tayikistán), con paso necesario por Andiyón (Uzbekistán)— hay que cruzar tres veces los controles migratorios, tres veces las aduanas, y gastar en tres visados.

Así de fragmentada está el Asia Central con-quistada por el Imperio Ruso, heredada por la urss y ahora independiente. En esta región no hay una convivencia amistosa, sino una mezcla de tensiones armadas y fracaso económico, que amenaza con generar guerras y desestabiliza-ción más allá del ámbito local. Esto se debe a un hecho singular: casi todas las potencias que a lo largo de los siglos intentaron controlar la zona, se amontonan esta vez al unísono. Rusia y China en nombre propio; Turquía e Irán en calidad de herederos de los antiguos invasores (los nóma-das esteparios y los persas, respectivamente); y Arabia Saudí en un modesto relanzamiento de las campañas de expansión de la fe musulma-na, que adquiere tonos extremistas por la par-ticipación de grupos vinculados al Talibán y a al-Qaeda. La diferencia es que Estados Unidos ha ocupado el lugar de Gran Bretaña.

Los regímenes dictatoriales o seudodemocrá-ticos de Asia Central, que saquean los recursos naturales y violan los derechos humanos, se be-nefician de la competencia entre los poderes ex-

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tranjeros. El mejor ejemplo es Uzbekistán, un país con un gobierno agresivo y el ejército más poderoso de la región, que hace cuatro años ma-sacró a centenares de sus ciudadanos y que has-ta hora se ha salido con la suya. La matanza tuvo lugar en medio del Valle de Fergana, en la ciudad de Andiyón, frente a una mujer que llora.

Querido padre fundadorSalí de Osh, Kirguistán, y crucé la frontera con Uzbekistán el 25 de abril. Tras pasar el control migratorio, tomé una marshrutka (minibús) que me llevó a Andiyón. Ahí encontré alojamiento en un hotel soviético donde escurría más agua por las paredes que la que salía del grifo. Fui a la plaza Babur: flanqueada por un parque de di-versiones, una parte está cubierta por jardines arbolados y la otra es un amplio espacio desti-nado a destacar la estatua de la Madre Sollozan-te, un monumento levantado en recuerdo de los 400,000 soldados uzbekos que murieron en la Segunda Guerra Mundial. Frente a ella, el 13 de mayo de 2005, decenas de sus hijos cayeron acri-billados, esta vez por sus compatriotas.

Intenté hablar con alguien, no sobre el tema, pero tal vez acerca de la ciudad, de cosas de la vida, de algo que me diera pistas sobre cómo se sienten las personas después de esos hechos. Al-guien podría hablar inglés, acaso. Todos me evi-taban. Sólo se acercó un muchacho de los tantos cambiadores de dinero del mercado clandestino. En ese instante recibió una llamada a su celular, escuchó lo que le decían y se marchó.

Uniformados de color verde semáforo, dos po-licías se mantenían cerca de mí. No me inter-ceptarían en ese momento, sino al día siguiente, cuando salía del bazaar dominical. Me llevaron a una caseta donde un oficial revisó mi pasaporte, preguntó sobre los objetivos de mi visita y se dio por satisfecho cuando le informé que saldría en un par de horas hacia la capital, Tashkent. “Que-remos a los turistas en Andiyón”, dijo en mal in-glés, con una sonrisa. “Más los queremos fuera de Andiyón. Más, fuera del Valle”, remató.

Islam Karimov, el “padre fundador” de Uzbe-kistán, nombrado líder por los soviéticos y úni-co presidente desde la independencia de la urss en 1991, ha extirpado cualquier atisbo de opo-sición. Bombardeó aldeas en los países vecinos en el Valle de Fergana cuando sospechó que en ellas se escondían guerrilleros islámicos. Cerró fronteras, expulsó gente, encarceló a muchos y su gobierno es acusado de haber matado o des-aparecido a más. Sobre todo en Andiyón.

En mayo de 2005, 23 empresarios de Andiyón fueron arrestados bajo la acusación de formar

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En Asia Central no hay una convivencia

amistosa, sino una mezcla de tensiones armadas y fracaso

económico.

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parte de un grupo terrorista musulmán. “Lo que hacían era tratar de ayudar a los demás a sobre-vivir”, me dijo el hermano de uno de los presos, ahora refugiado en Osh. Este joven de 20 años, que tenía 16 cuando ocurrió la matanza, se hace llamar Alijon porque prefiere no identificarse con su nombre verdadero. Un informe de Human Rights Watch (hrw), difundido en mayo de 2008, justifica esta prudencia: el gobierno uzbeko ha empleado amenazas y torturas para silenciar a los testigos del crimen, dice el documento.

En octubre de 2008, Solizhon Abdurakhma-nov, un periodista y activista de derechos huma-nos, fue condenado a diez años de prisión por tráfico de drogas. También se acusa al gobierno de Karimov de haber enviado sicarios al vecino Kirguistán para asesinar a periodistas críticos.

La gestión económica de Karimov ha sido de-sastrosa. Un reporte de 2007 del International Crisis Group, titulado “Uzbekistán: estanca-miento e incertidumbre”, señala que “la econo-mía está en extremadamente mala forma”, que el “régimen sigue un camino insostenible” y que las “condiciones de desesperación son comunes en el país”. Por ello, los habitantes de cada pobla-ción intentan generar soluciones propias.

Con la ropa llena de sangreAkrom Yuldoshev, un matemático de Andiyón, creó una filosofía basada en la religión musulma-na (profesada por el 85% de los 25 millones de uz-bekos) que establece que los empresarios deben cooperar, en vez de competir, y buscar el bien co-mún. Karimov, quien al llegar al poder era un lí-der comunista secular, ve una amenaza en todo lo islámico y encerró a Yuldoshev en una prisión en Tashkent. Años después hizo lo mismo con los 23 empresarios mencionados, que eran due-ños y gerentes de los principales negocios de la ciudad, por seguir los postulados de Yuldoshev. “Nadie quería imponer la sharia (estricta ley islá-mica) ni enfrentarse al gobierno”, dice Alijon. “A mí me gusta beber vodka con mis amigos y vestir jeans, mi hermano sueña con ir a un concierto de U2, no somos radicales. Sólo buscamos formas de salir adelante, a nuestra manera”.

Las detenciones descabezaron la economía lo-cal y provocaron protestas. Un grupo de jóvenes atacó la cárcel y liberó a los presos. Luego, miles de personas se congregaron en la plaza Babur para demandar un juicio justo. Pedían que Yul-doshev testificara y demostrara que no había una conspiración religiosa contra el presidente.

Karimov tenía miedo. Sólo dos meses an-tes, un movimiento popular, al parecer res-paldado por el gobierno estadounidense de George W. Bush, había derrocado a las au-toridades en Kirguistán. Su respuesta fue enviar al ejército contra los manifestantes, que eran civiles desarmados.

Frente a la estatua de la Madre Sollozan-te, los soldados rodearon a los andiyonen-ses y los masacraron. El gobierno asegura que hubo menos de cien víctimas, pero grupos de derechos humanos estiman que pueden haber sido más de mil. Algunos es-caparon. Como les fue posible, recorrieron los 50 kilómetros de carretera hasta Osh. “Los guardafronteras de Kirguistán no lo podían creer”, me contó Alijon, mientras caminábamos frente a la estatua de Lenin en Osh. “Nos vieron llegar con los zapatos rotos, muchos descalzos, exhaustos de tan-to correr y llorar, con la ropa llena de sangre. Abrieron las puertas y nos dejaron pasar”.

Estados Unidos y la Unión Europea con-denaron los hechos y demandaron una in-vestigación. Karimov decidió golpearlos donde más les dolía.

Desde 2001, cuando Estados Unidos ata-có Afganistán para combatir al Talibán, Washington obtuvo el respaldo de varios países de Asia Central que habían pertene-cido a la urss. Moscú y Beijing no quedaron contentos, pero lo aceptaron como parte de la respuesta estadounidense a la destruc-ción de la Torres Gemelas. El Pentágono estableció una base militar en Kirguistán y otra en Uzbekistán. Karimov, indignado con las críticas por la matanza de Andiyón, ordenó el cierre de esta última.

De ese modo también se aseguró el apo-yo de Rusia y de China, incómodas con la presencia de tropas de Washington en Asia Central. Esta inmensa región de alrededor de cinco millones de kilómetros cuadra-dos ha estado en disputa durante milenios. China siempre ha participado en el juego, enfrentando a diversos rivales: primero a nómadas turcos y mongoles, después al im-perio persa y la caballería árabe.

Mientras tanto, en Turquía, el presi-dente Mustafá Kemal “Atatürk” lanzaba el ideal secular del pan-turquismo, que intentaba unir a todos los pueblos turcos. Por otro lado, en los distintos países islá-micos, los clérigos impulsaban un movi-miento que buscaba lo mismo, pero bajo la bandera de la religión musulmana.

Stalin decidió enfrentar los riesgos me-diante la creación de nuevas identidades. Sus ideólogos tuvieron cierto éxito al esta-blecer líneas de división entre los pueblos de Asia Central e inventaron repúblicas supuestamente mono-étnicas: los uzbe-kos en la suya, los tayikos en otra, lo mis-mo que turkmenos, kirguisos y kazajos.

Esto no tenía sentido, porque estos pue-blos practicaban la misma religión, habían vivido siempre juntos, les importaba más el clan familiar que la pertenencia a estos grupos y con excepción de los tayikos (de origen persa), hablaban dialectos de una lengua similar al turco. Pero Stalin les im-puso élites políticas que competían entre ellas y se esforzaban por fortalecer las di-visiones. Y les tenía regalos envenenados: trazó fronteras enredadas y complejas, sin seguir líneas geográficas naturales ni hacer separaciones étnicas claras. En ca-da país quedaron mezcladas mayorías de un grupo con minorías de otros; además, creó bolsas territoriales de población de un país dentro de otro.

El Valle de Fergana, que siempre había estado unido, quedó partido en tres paí-ses. En cada uno hay pequeños distritos que pertenecen a otra de las repúblicas, e importantes grupos de una etnia queda-ron viviendo dentro de las fronteras de otra nación. Dos ejemplos: en Uzbekis-tán, el 80 por ciento de la población son uzbekos, pero también hay rusos (5.5 por ciento), tayikos (5 por ciento), kirguisos (3 por ciento) y kazajos (5 por ciento); en Kirguistán, los kirguisos son dos terceras partes de los cinco millones de habitantes, pero además hay uzbekos (14 por ciento), rusos (10 por ciento), kazajos y tayikos.

Todo esto podía crear conflictos inte-rétnicos. Stalin logró su objetivo: los go-bernantes de cada país sabían que sólo podrían evitarlo si permanecían dentro de un Estado mayor, la urss, que resolvie-ra las diferencias y mantuviera el control. Esto funcionó durante casi 70 años, has-ta que la independencia los sorprendió.

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En la segunda mitad del siglo xix, tuvo lugar lo que el escritor Rudyard Kipling llamó “el gran juego”: los ingleses exten-dían las fronteras de su imperio desde In-dia hacia el norte y temían la expansión del Imperio Ruso hacia el sur. China, aunque debilitada, era el tercer competidor. Fue un apasionante conflicto que concluyó con una especie de gran acuerdo: para separar los dos imperios, unieron territorios y et-nias dispares en Afganistán, un país artifi-cial que sirvió de colchón amortiguador.

En el siglo xx, los soviéticos no se con-formaron con el pacto: durante décadas se metieron en la zona centroasiática con-trolada por China (la actual provincia de Xinjiang) y en 1980, invadieron Afganis-tán. Los británicos ya no estaban en India para combatirlos. Pero Estados Unidos sí, y usó a Pakistán para organizar y sostener militarmente a las guerrillas islámicas que humillarían a Moscú y se convertirían en el Talibán. La urss se colapsó en 1991 y sus 15 repúblicas se hicieron independientes.

Con el fin de aislar al presidente sovié-tico, Mijaíl Gorbachov, los presidentes de Rusia, Ucrania y Belarús declararon la desaparición de la urss. El anuncio fue recibido con alegría en países que habían luchado por separarse de la Unión. En los de Asia Central ocurrió lo opuesto: siem-pre habían sido pro-soviéticos y sus líderes nunca se habían enfrentado a Moscú. Se sintieron empujados a la orfandad.

Los regalos de StalinLa fragmentación del Valle de Fergana y de toda la zona fue decidida por el líder sovié-tico José Stalin, bajo el principio de dividir para vencer. Durante la guerra civil que si-guió a la revolución rusa de 1917, varios je-fes musulmanes quisieron crearse reinos propios, que los comunistas sometieron. Vladimir Lenin los integró a la urss como la República Socialista Soviética del Turkes-tán (la mayoría de los habitantes desciende de los pueblos turcos que invadieron la zo-na desde Siberia hace dos milenios).

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3. Ommodolo bortion ulla acin etue tat.

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En Andiyón, frente a la estatua de la madre

sollozante, los soldados rodearon a la multitud y

la masacraron.

Con la desaparición de la urss en 1991, los países soviéticos de Asia Central se sintieron empujados a la orfandad.

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Los jefes comunistas, como Karimov en Uzbekistán y Askar Akayev en Kirguistán, nombrados por Gorbachov, se tuvieron que convertir en mandatarios “democráticos” y convencer a sus pueblos de que eso era legítimo y estaba bien.

Tayikistán cayó en una sangrienta gue-rra civil de 1992 a 1997, que destruyó su ya de por sí pobre economía y que no quedó resuelta, por lo que hasta hoy persiste un predominio opresivo de las regiones nor-te y sudoccidental sobre las del centro y el este. Esto les sirvió a los otros cuatro presi-dentes para aplicar mano dura con el pre-texto de evitar el caos. Ya no tenían madre Rusia en la cual apoyarse. En 2001, en la co-yuntura de la guerra de Afganistán, Esta-dos Unidos llegó a reemplazarla.

El avance turcoWashington no era el único con intereses en la zona. El crecimiento de la economía china y la recuperación de la rusa permi-tió a Beijing y Moscú regresar al gran jue-go en la región. A ellos se sumaron Irán, Arabia Saudí y Turquía.

Esta última, por ejemplo, “estaba en posición de entender las necesidades de identidad nacional” de las nuevas nacio-nes, dice Oktay Aksoy, un embajador tur-co retirado, “y fue el primer país en darles reconocimiento sin discriminación”. De inmediato estableció embajadas en todos ellos, “les dio apoyo político y diplomático en un momento de debilidad, lo que les ha permitido consolidar su independencia y soberanía” y, en el campo económico, les dio asistencia “incluso al punto de estirar al máximo sus propios recursos”.

Mientras las grandes potencias compe-tían en la arena política, económica y mili-tar por ganar influencia, Turquía avanzaba en un ámbito que puede tener consecuen-cias más profundas: el cultural. A raíz de la conversión de los turcos al Islam, durante siglos su idioma se escribió con el alfabeto árabe. Los rusos, sin embargo, les impusie-ron a los habitantes del Turkestán su propia escritura cirílica. Uzbekistán, Turkmenis-tán y Kirguistán la están cambiando para adoptar el alfabeto latino. Esto tiene una clara influencia de “Atatürk”, el padre del pan-turquismo, quien en 1928 desechó el alfabeto arábigo e impuso en Turquía el la-tino que se usa en Europa Central y Occi-dental, para modernizar a su país.

Para conseguir la transformación del al-fabeto en Asia Central, “los esfuerzos tur-cos fueron instrumentales”, dice Aksoy, y esto “facilitará el acercamiento de los pue-blos de la región con un marco lingüístico similar”. ¿Bajo el liderazgo turco? “Bajo el interés común de Turquía y las naciones del Turkestán”, responde.

En Turquía hay preocupación por la for-ma en que Moscú pueda reaccionar, ya que “por más prudente que sean las activida-des turcas en estas repúblicas exsoviéticas, crean suspicacias en Rusia, que las toma co-mo una rivalidad. Aunque algunos en Tur-quía tengan sentimientos pan-turquistas, la política oficial no es ésa, Turquía no preten-de entrar en una batalla por influencia”.

Irán “ha encontrado más difícil desarro-llar su influencia”, apunta un diplomático destacado en una embajada europea que habló con Esquire a condición de mante-ner el anonimato, “pues sus recursos están ocupados en resistir la presión de Estados Unidos en dos de sus fronteras”, al oeste en Irak y al este en Afganistán. Karimov, no obstante, “ve como una provocación que

Teherán financie proyectos” económicos y religiosos para apoyar al pueblo tayiko, cuya lengua se deriva del persa.

Los tayikos, quienes llegaron a la zona cuando Persia era la potencia dominante, están presentes no sólo en Tayikistán, si-no en el Valle de Fergana, en Kirguistán y en las ciudades históricas de Samarcan-da y Bujara, ubicadas en Uzbekistán pe-ro que Tayikistán reclama como suyas. “El presidente (uzbeko) les tiene miedo a los tayikos, a los iraníes y a sus muchos enemigos reales e imaginarios”, añade el diplomático occidental.

Tendencias extremistasMientras tanto, millones de dólares han fluido desde Arabia Saudí para construir y reparar cientos de mezquitas en Asia Central, en un esfuerzo por impulsar el renacimiento islámico. Algunos ven este fenómeno como un resultado natural de la independencia. Al desaparecer la urss como factor de unidad, muchos han vol-teado a las prácticas religiosas, aunque de forma moderada, dice el embajador

Aksoy, pues el secularismo “está consagra-do en sus constituciones y se acepta el prin-cipio de separación del Estado”.

Sin embargo, el crecimiento del Talibán en Afganistán propició la aparición de ten-dencias extremistas del wahabismo (la sec-ta a la que pertenece Osama bin Laden). El Movimiento Islámico de Uzbekistán (miu) tenía unos 2,000 combatientes a principios de siglo y la capacidad para lanzar ataques desde sus bases en Tayikistán contra Uz-bekistán. El miu significó un reto armado importante para Karimov, quien ha denun-ciado un nexo entre el dinero que viene de Arabia Saudí y los grupos “terroristas”.

La invasión de Afganistán fue como una bendición para Karimov. En solidaridad con el Talibán, el miu se trasladó a luchar contra Estados Unidos en ese país y cien-tos de sus militantes murieron. Además, Washington canalizó recursos en efectivo y en especie para pagar el apoyo que recibió de los países de Asia Central. Sin embargo, desde la perspectiva de Karimov, la amistad con Estados Unidos es peligrosa y le costó el poder al presidente de Kirguistán, Askar

Akayev. En marzo de 2005, tras elecciones fraudulentas con las que Akayev se aferró al poder, en el que permanecía desde 1990, la oposición lanzó una ofensiva civil que empezó en Osh y otras ciudades de la par-te kirguisa del Valle de Fergana, y avanzó hasta tomar los edificios del gobierno en Bishkek, la capital. El mandatario escapó a Kazajastán y luego a Moscú.

Akayev culpó a Estados Unidos de apo-yar a los rebeldes. “No te puedo decir si los estadounidenses participaron en la planeación de las operaciones políticas”, comparte en Bishkek, Dmitri Lukyanov, un activista treintañero kirguiso de ascen-dencia rusa, “pero no hay duda de que es-taban interesados en promover opciones de cambio, como nuestro proyecto edito-rial, y nos daban un financiamiento genero-so”. Lukyanov colaboró en la edición de un periódico que reveló actos de corrupción de Akayev y hoy está desilusionado con el autoritarismo y los errores económicos del gobierno que ayudó a crear.

El movimiento contra Akayev fue bau-tizado como “revolución de los tulipanes”

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Estados Unidos, China y Europa quieren el combustible de Asia Central, pero Rusia

quiere que pase por su territorio.

El pAís dE lAs llAmAs EtErnAsEl 13 de mayo pasado, varios grupos de via-

jeros de distintos países occidentales lle-

garon a mi hostal en Tashkent, Uzbekistán.

Unos estaban molestos, otros frustrados.

Regresaban de la frontera con Turkme-

nistán, donde les habían negado el paso a

pesar de que tenían visas. El gobierno de

ese país había dado la orden de impedir el

acceso a todo aquél que no fuera ciuda-

dano de ese país o de Uzbekistán, como

medida de protección ante la epidemia de

influenza en el otro lado del mundo.

“Lo hacen todo el tiempo”, comentó Alí,

el dueño del alojamiento. “Es uno de los

países más cerrados del mundo”.

Saparmurat Niyazov, el líder impuesto

por los soviéticos convertido en “fundador

de la nación” y autodenominado “turkmen-

bashi” (“padre del pueblo turcomano”),

sometió a sus compatriotas a un sistema

autoritario y aislacionista en el que no sólo

hizo eliminar a todo aquel que pudiera

ser un rival, sino que creó alrededor de sí

mismo un culto a la personalidad que hace

parecer que José Stalin era modesto.

Turkmenistán tiene reservas de gas

natural que ocupan el cuarto lugar en el

mundo, con entre 3 y 4 millones de metros

cúbicos, además de entre mil y mil 500

millones de barriles de petróleo. El litro

de gasolina cuesta dos centavos de dólar

y como el gas es gratuito para sus cinco

millones de habitantes, muchos prefieren

mantener las hornillas encendidas todo

el día en lugar de gastar en fósforos. Sus

niveles de desarrollo humano, en cambio,

están entre los más bajos de Asia: Niyazov

recibía los pagos por la venta de hidrocar-

buros en cuentas privadas fuera del país.

Niyazov murió de un infarto en 2005. Su

sucesor, Gurbanguly Berdymukhamme-

dov, ha mantenido las principales líneas

de gobierno, excepto una: está dispuesto a

vender más combustible a los interesados.

Que son muchos: Estados Unidos y Europa

lo han tratado de convencer de que son los

socios ideales y, para darles la vuelta a los

rusos, presentaron un proyecto para cons-

truir un ducto desde el Mar Caspio, a través

de Azerbaiyán y Georgia, hasta Turquía.

Moscú quiere que sea su propia compañía,

Gazprom, la que lo revenda a los europeos.

Y China quiere asegurarse también una

parte de la producción turcomana.

No está claro que Turkmenistán pueda

satisfacer los deseos de todos. Sí lo está

que aquí también los derechos humanos

y un gobierno sostenible son aspiracio-

nes fuera de lugar.

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cipales amenazas para estos cinco países que las camarillas en el poder “han ama-sado grandes fortunas a través de la co-rrupción, el desvío de recursos, el soborno, el fraude y los ‘favores’ para hacer nego-cios”. Esto ha provocado un aumento del crimen callejero, debido a la facilidad pa-ra salir impune, así como un círculo vicio-so que apunta a mantener a la mayoría de los centroasiáticos en la pobreza. “El fra-caso en crear una amplia clase propietaria también ha imposibilitado la creación de una clase pagadora de impuestos”, sigue el documento, “lo que disminuye dramá-ticamente los ingresos del gobierno”. El pequeño grupo de nuevos ricos, además, está tan conectado a las cúpulas de poder que puede evadir el pago de impuestos. “El resultado ha sido una crisis en espiral de saqueo de las arcas públicas, impago de sa-larios y pensiones, y en consecuencia de protestas y huelgas. Mientras persista este ciclo, es mayor el riesgo de una desestabili-zación social” y de que la gente “se vuelva hacia el extremismo islámico (...)”.

Sus presidentes creen poder evitarlo mediante la represión. Otros observadores comparten el punto de vista presentado en el documento de referencia, que indica que “el peligro islamista debería estimular el interés de las élites por introducir un sis-tema de cambio pacífico” que permita “la generación de condiciones para el creci-miento económico”. En el informe “Ries-gos de la energía de Asia Central”, de mayo de 2007, el International Crisis Group ad-vierte que “la preocupación debería ser menos por la seguridad energética de oc-cidente y más por estos países como una fuente de inseguridad para la región y por la seguridad de sus habitantes”.

Pero cuando todos intentan ganar las sonrisas de los gobernantes autoritarios, los discursos democratizadores se con-vierten en coartadas. Dice el embajador Aksoy: “Después de 70 años de destruc-tivo mandato soviético, una introducción a la democracia demasiado precipitada puede conducir fácilmente a la anarquía, así es que tenemos que reconocer los mo-destos pasos que se han dado rumbo a la democracia”. La solución que propone es-te diplomático no es presionar a los gober-nantes, sino “cultivar mejores relaciones” con ellos, lo que “aumentará su confianza en sí mismos” y favorecerá una transición

en la prensa internacional, que la presentó como una continuación de las “revolucio-nes de colores” de los países exsoviéticos de Ucrania (2003) y Georgia (2004).

El cortejo de las potencias Dos meses después de la revolución de los tulipanes, ocurrió la matanza en Andiyón y la protesta de Estados Unidos le acarreó la pérdida de su base militar. En aquel mo-mento, esto último no pareció tan impor-tante: Washington sentía que el conflicto en Afganistán estaba bajo control y que te-nía suficiente con su base en Kirguistán, donde Kurmanbek Bakiyev, el nuevo pre-sidente, debería mostrarse amigable.

Las cosas dieron vuelta muy pronto. La guerra en Afganistán se complicó y Rusia sedujo al presidente kirguizo. “(Bakiyev) lo justificó con cuestiones morales, pero a fi-nal de cuentas todo aquí es cuestión de di-nero, de quién da más”, dice Lukyanov. El 4 de febrero de 2009, al salir de una reunión con el presidente ruso Dmitri Medvédev en Moscú (donde le prometieron 2,330 mi-llones de dólares en préstamos y ayuda), Bakiyev alegó que la situación en Afganis-tán había mejorado y que estaba molesto por las víctimas civiles de los ataques aé-reos de la otan, por lo que adelantó que presentaría al parlamento una resolución para exigir la salida de Estados Unidos de la base militar en agosto próximo.

Lo anterior sucede en el contexto de la competencia creciente entre las potencias mundiales por acceder a los recursos ener-géticos de Asia Central. Turkmenistán, Uz-bekistán y, sobre todo, Kazajastán tienen importantes reservas de gas y petróleo, que en este último caso alcanzan los 35 mil mi-llones de barriles y se calcula que en 2015 pueden llegar a los 100 mil millones de ba-rriles y ocupar el tercer sitio entre las ma-yores del mundo. Las reservas de gas de Turkmenistán están en el cuarto lugar en-tre las más grandes a nivel internacional. Europeos, estadounidenses y chinos de-sean llevar combustible a sus países, pero Rusia quiere que sea a través de su terri-torio para mantener el control sobre esos recursos. Por ello, todos están cortejando a los mandatarios centroasiáticos.

Ellos han aprendido a usar este juego pa-ra reforzar sus posiciones y bolsillos. Un informe del James Baker III Institute for Public Policy señala como una de las prin-

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pacífica. Son palabras que suenan muy dulce en los oídos de dictadores como Karimov, quien cada vez tiene que escu-char menos demandas de hacer justicia por lo ocurrido en Andiyón.

El 2 de marzo de 2009, sólo diez días después de que el parlamento de Kirguis-tán votara por echar a Estados Unidos de la base militar en su territorio, The New York Times reveló que Washington había ido de nuevo a pedirle favores a Karimov y había conseguido uno: la otan recibió permiso de usar Uzbekistán como nue-va ruta de aprovisionamiento para sus fuerzas en Afganistán. Ya que estos sumi-nistros pasarán por territorio ruso, tam-bién Moscú tendrá cartas poderosas para apostar más fuerte en el “gran juego” y presionar a los países occidentales.

El favor a la otan significa que Karimov tiene de nuevo el poder para asestar un golpe doloroso si los occidentales le re-cuerdan que hay derechos humanos y co-sas así. Al margen quedaron las iniciativas para darle viabilidad política y económica a la región, así como la noción de justicia. En la plaza Babor, en Andiyón, sigue en pie la estatua de una madre que llora.

Mientras persista la corrupción y la crisis, es mayor el riesgo de que la gente se vuelva hacia el extremismo

islámico.