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El imperio de la teoría Will H. Corral Daphne Patai Los universitarios confían en los profesores que los guían. Pero ¿qué pasa si la teoría que guía a estos últimos se corrompe? Bien puede pasar que ellos se defiendan a dentelladas contra todo intento de rectificación. El texto que sigue es la introducción a un urticante volumen que saldrá próximamente en inglés bajo el sello de la Universidad de Columbia. N° 61 Marzo - Abril de 2005 Nuestra antología, Theory’s Empire [El imperio de la Teoría], aparece en el momento en que los debates teóricos sobre la literatura se han estancado y, como si esto no bastara, se publican libros y artículos en defensa de la parálisis conceptual que ha conducido a ese mismo estancamiento. En estos primeros años del nuevo mileniolos teóricos se dedican a escribir sobre elimpasse por el que atraviesa la teoría y proponen alternativas tan extravagantes como las que alguna vez propusieron sobre la muerte del autor y de la novela. Existe, sin embargo, una diferencia reveladora entre la predecible y casi rutinaria revisión de nociones teóricas anteriores al estructuralismo y los últimos desarrollos de lo que hoy se conoce simplemente como Teoría, con mayúscula. Quienes la defienden no son capaces de reconocer que sus especulaciones sólo conducen a un callejón sin salida. Es verdad que en los años noventa vimos el comienzo de algunos mea culpa, pero tal arrepentimiento no llegó al punto de reconocer la diferencia que existe entre “teorías” (aproximaciones a un texto, unas tan válidas como otras), “una teoría” (un sistema de conceptos empleado en las humanidades) y La Teoría (la práctica dominante de nuestro tiempo). Esta limitación, a su vez, ha llevado a que los críticos, ávidos de reconocimiento, declaren interminables veces que continúan “haciendo teoría” y que, por tanto, están adelantando un trabajo

El Imperio de La Teoría

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El imperio de la teoríaWill H. CorralDaphne PataiLos universitarios confían en los profesores que los guían. Pero ¿qué pasa si la teoría que guía a estos últimos se corrompe? Bien puede pasar que ellos se defiendan a dentelladas contra todo intento de rectificación. El texto que sigue es la introducción a un urticante volumen que saldrá próximamente en inglés bajo el sello de la Universidad de Columbia.

N° 61Marzo - Abril de 2005

Nuestra antología, Theory’s Empire [El imperio de la Teoría], aparece en el momento en que los debates teóricos sobre la literatura se han estancado y, como si esto no bastara, se publican libros y artículos en defensa de la parálisis conceptual que ha conducido a ese mismo estancamiento. En estos primeros años del nuevo mileniolos teóricos se dedican a escribir sobre elimpasse por el que atraviesa la teoría y proponen alternativas tan extravagantes como las que alguna vez propusieron sobre la muerte del autor y de la novela. Existe, sin embargo, una diferencia reveladora entre la predecible y casi rutinaria revisión de nociones teóricas anteriores al estructuralismo y los últimos desarrollos de lo que hoy se conoce simplemente como Teoría, con mayúscula. Quienes la defienden no son capaces de reconocer que sus especulaciones sólo conducen a un callejón sin salida. Es verdad que en los años noventa vimos el comienzo de algunos mea culpa, pero tal arrepentimiento no llegó al punto de reconocer la diferencia que existe entre “teorías” (aproximaciones a un texto, unas tan válidas como otras), “una teoría” (un sistema de conceptos empleado en las humanidades) y La Teoría (la práctica dominante de nuestro tiempo). Esta limitación, a su vez, ha llevado a que los críticos, ávidos de reconocimiento, declaren interminables veces que continúan “haciendo teoría” y que, por tanto, están adelantando un trabajo exigente y trascendental. Hace algunos años Christopher Ricks escribió que “el imperio de la teoría es un imperio obsesivamente inquisitorial siempre que se trate de otros imperios y no del suyo”, y ése es el punto en el que todavía nos encontramos en 2005.

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Desde sus comienzos, lo que hoy llamamos Teoría despertó fuertes reacciones. Ya en los años sesenta se habían escuchado voces de alerta en contra de sus fundamentos y sus prácticas. Y sin embargo, tal fue el entusiasmo que generó su promesa de revitalizar el campo de los estudios literarios y de las humanidades, que los disidentes y los escépticos casi no fueron escuchados o apenas si crearon alguna controversia que se desvaneció de inmediato en medio del general entusiasmo. Tal es, pues, la situación que heredaron los profesores de literatura y que todavía persiste en estos primeros años del nuevo siglo. En las últimas décadas, a pesar de que la Teoría ya se enseña y se practica rutinariamente, han aparecido varias críticas vigorosas contra ella. Son tan numerosas esas objeciones que resulta imposible recoger en un solo volumen las más agudas y sensatas de todas las que han aparecido desde la famosa polémica Picard-Barthes de los años sesenta. No obstante, tan poco impacto han tenido estas voces disidentes que los compendios en los que se exalta la Teoría continúan siendo publicados y son un importante vehículo para comunicar a las nuevas generaciones de lectores las ideas dominantes sobre qué es y cómo debe ser estudiada la literatura. Tales compendios parten del supuesto de que la teoría vale más que la literatura a la que alguna vez interpretó y, además, suponen que algunas figuras centrales, algunos conceptos, algunos textos y movimientos teóricos son incuestionables. Entretanto, las objeciones que se han hecho a tales supuestos permanecen dispersas en revistas, en libros de un solo autor o en antologías poco conocidas, de tal manera que resultan casi inaccesibles a profesores y estudiantes. El conocido crítico y antologista Hazard Adams señaló en el prefacio a la edición revisada de su Critical Theory Since Plato [La teoría crítica desde Platón] (1992) que los críticos académicos pasan “menos tiempo discutiendo lo que... solía llamarse textos ‘literarios’ y más tiempo debatiendo acerca de las teorías propias y ajenas”. Como para corroborar esta observación, en una conferencia sobre el estado actual de la teoría, realizada en abril de 2003 en la Universidad de Chicago, pudo verse a los fundadores y promotores de la Teoría esforzándose en vano por revitalizar sus propuestas y pretendiendo además que tales propuestas tuvieran todavía alguna relevancia política. Son predecibles de tan convencionales los intentos por absolverse a sí mismos de toda responsabilidad, excusando los propios excesos, o por llamar a filas a sus seguidores y proclamar la

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vigencia de sus ideas. Como afirma Emily Eakin en un informe sobre la conferencia de Chicago escrito para The New York Times (19 de abril de 2003): “Si la utilidad política de la teoría es tan dudosa, ¿por qué los teóricos dedican tanto tiempo a hablar sobre hechos de actualidad?”. La reciente The NortonAnthology of Theory and Criticism [Antología Norton de teoría y crítica] (la más importante publicada en lo que va del nuevo siglo) corrobora nuestra percepción de que la Teoría todavía conserva sus sueños de grandeza. En efecto, se dice al finalizar su introducción: Según observa Jonathan Culler, existen razones de peso para que la teoría contemporánea determine la manera en que se realizan los estudios de cultura y literatura en las instituciones académicas. La teoría hace preguntas y propone respuestas sobre un amplio número de cuestiones fundamentales, algunas nuevas y otras viejas, y todas relacionadas con estrategias de lectura e interpretación, de literatura y cultura, de tradición y nacionalismo, de género sexual y género literario, de significado y paráfrasis, de originalidad e intertextualidad, del inconsciente y la intencionalidad del autor, de educación literaria y hegemonía social, de lenguaje formal y heteroglosia, de poética y retórica, de representación y verdad, y de otras más1.?

 Si los mismos manuales y las obras de referencia más recientes comoThe Edinburgh Encyclopedia of Modern Criticism and Theory [La enciclopedia Edimburgo de teoría y crítica moderna] (2002) no reconocen las críticas a estas exaltadas declaraciones sobre el dominio de la teoría, no debe sorprender que las actuales antologías rara vez incluyan o siquiera mencionen trabajos que cuestionan la aplicabilidad y aun los mismos fundamentos de las teorías y de las afirmaciones que se hacen en su nombre. Esta limitación es evidente en la mayoría de las antologías que se usan en los cursos de teoría, y es aún más obvia en la Norton, cuya aspiración a dominar en varias disciplinas está implícita en la ausencia de una referencia a “lo literario” en su título. En su reseña de esta antología, publicada en The Kenyon Review(primavera de 2003), Geoffrey Galt Harpham señala sus grandes vacíos, su arbitrariedad y su obsesión por las últimas modas, además de las tendenciosas introducciones a cada uno de los ensayos y el tono exaltado con que se celebran en ella las arriesgadas piruetas de la teoría. Harpham también incluye una lista de críticos y teóricos que la antología omite. Es interesante notar de quiénes se trata. Aunque su lista varía en algunos detalles de la nuestra, ¿qué puede

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pensarse de la exclusión de Shklovsky, Empson y Trilling en un volumen de más de 2.500 páginas en el que, en cambio, se da amplio espacio a un buen número de efímeras figuras de última hora? Un panorama básico de la teoría incluiría a teóricos como Booth, Abrams, Ellis, Tallis y Vickers —todos ellos ausentes de la Norton, pero incluidos en los capítulos de El imperio de la Teoría. 

1. Vicent B. Leitch et al. (ed.), The Norton Anthology of Theory and Criticism, Nueva

York, W.W. Norton & Company, 2001, p. 28.