El Infierno de Vladavhel

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Poesía Gótica y Pagana

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  • El Infierno de Vladavhel

    Por Vladavhel (Claudio T. Ferri)

  • Por m se va hasta la ciudad doliente,

    por m se va al eterno sufrimiento,

    por m se va a la gente condenada.

    La justicia movi a mi alto arquitecto.

    Hzome la divina potestad,

    el saber sumo y el amor primero.

    Antes de m no fue cosa creada

    sino lo eterno y duro eternamente.

    Dejad, los que aqu entris, toda esperanza.

    Dante Alighieri

    Salud a ti, visitante, que este portal sirva para iluminar tus miedos y monstruos... La

    Oscuridad no es ms que otra manera de volver a la fuente, que todos sabemos, es Luz. Que

    las sendas de esta espiral-laberinto sean propicias...

  • ndice

    1. Angst

    2. Caminando en los Sueos

    3. Cripta

    4. Crucis

    5. El Corazn

    6. El Cuidador de Cementerios

    7. El Hijo de la Noche

    8. El Verdugo

    9. Enigma

    10. La Confesin de Lzaro

    11. La Visita

    12. Manuscrito de Vlad

    13. Mi Mundo

    14. Nadie

    15. Piedad

    16. Retorno I

    17. Retorno II

    18. Soledad

    19. Tempus

  • ANGST

  • La Angustia, atraviesa con sus garras mi carne, mi mente y mi alma. La Melancola y la

    Tristeza, embotan mis sentidos... La Soledad, re en siniestras carcajadas.

    Mis mundos de sombras se agitan como mares furiosos y la desolacin y la desesperanza,

    cabalgan las olas de mi honda agona. Mi existencia se vuelve cada vez ms tortuosa, a

    medida que los das se suceden rebosantes del tedio ms inmundo.

    La Muerte se contonea delante de m, voluptuosa y obscena, mientras vomita fantasmas de

    cuencas vacas y manos nudosas.

    Las imgenes ms terribles fornican con mis pensamientos y en su cpula desenfrenada,

    salpican con sangre los negros muros de mi gran laberinto. Como jirones de carne de

    descuartizados, los peldaos de mi escalera infinita se agrietan y al fin, se convierten en

    granos de arena que claman, morbosos, mi nombre en la Oscuridad.

    La inercia del Olvido me arrastra lentamente y con sus innumerables tentculos ahoga mi,

    ya moribunda, endeble voluntad.

    Miento la alegra de mis ojos y de mi voz... poco a poco, mi fe se consume en el sopor del

    hasto.

    An as, creo en el Amor y en la Belleza de las personas; a pesar del vaco de mi interior,

    creo en la amistad, el cario, la ternura... la inocencia de los nios, la paciencia de los

    viejos. Aunque contemple esas maravillas como un espectador invisible, ausente y ajeno,

    me emociona saber que existen.

    Es verdad lo que alguna vez, una bella y sabia persona escribi para m: ... el crculo se

    ha completado, las imgenes pierden su color, para ser mohosas, herrumbradas, grises,

    negras, blancas, que simbolizan el nacimiento de otra figura: el comienzo de una espiral,

    tu espiral, que asciende o desciende para hacerte sentir en vida el dolor de los

    desesperados; la angustia de los que nada poseen; la agona del que mira de frente a la

    muerte y sabe que no saldr victorioso; el sabor de las cenizas; el sufrir, la msica de las

    almas perdidas; los gritos de la noche... Esta espiral, para llenarla, comprenderla,

    atraparla, olerla, mirarla, escucharla, desearla... la transitars en soledad.

  • Esta es mi Esencia, esto es lo que Soy; la Angustia, la Melancola, la Tristeza y la Nostalgia

    determinan mi Ser... Para qu luchar contra eso? Para qu intentar cambiarlo? Si negara

    estas certezas, estara negndome a m mismo.

    S con seguridad, que la vida no me ser fcil y que, probablemente, la Soledad ser la

    nica y fiel compaa hasta que llegue el fin. De todas formas, lo acepto, no por facilismo o

    resignacin ante lo inevitable, sino para conciliarme y reencontrarme con mi Espritu. Ya

    estoy cansado de batallar contra m mismo, de tratar, en vano, de enmascarar lo que soy...

    ya no tengo fuerzas para eso y mi voluntad se niega a hacerlo, defendiendo un argumento

    por dems indiscutible: eres lo que eres y yo no puedo cambiarlo y aunque pudiese, no lo

    hara, ya que no puedo negarme, negndote a ti.

  • CAMINANDO EN LOS SUEOS

  • La puerta crujiente se abri ante m como los prpados de un espritu inconsistente.

    Baj las escaleras, cruc los pasillos... y all estabas, dormida, en la oscuridad.

    Entonces cerr los ojos.

    Te vi volar, me vi sumergindome en la niebla del tiempo... y escapar.

    Montaas de luz de estrellas y praderas de palabras, nmeros de emocin, dulce irona

    invernal.

    Lluvia fantstica, destino de agua y sal, sudor de lgrimas.

    Despert.

    Recost mi cuerpo junto al tuyo y esper.

    No escuch tu respiracin, sin embargo percib tu aliento.

    Estuviste viva alguna vez?

    Caminaste por las calles grises?

    O debo creer que mi mente te construy como un hada destinada a calmar mi dolor?

    No quiero conocer la respuesta.

    Djame disfrutar este momento.

    Ests a mi lado... inexistente o no.

    El sueo ha comenzado, sin embargo estoy de pie, caminando bajo la noche.

  • CRIPTA

  • Observo el espejo... Vacua inmensidad de una mirada que ha perdido el brillo y las ganas

    de vivir. Me sumerjo en el abismo de mis ojos, abrazando el horror de la espantosa soledad.

    En este torbellino descendente en el que mi vida se ha configurado, escucho los gritos de

    mi mente que se enferma y se destruye... mientras mi alma se flagela con la lengua

    venenosa de mi demonaca consciencia.

    Mi autodestruccin ser lenta... tanto como el crepsculo en la tierra de las hadas. El

    abandono me seduce con crueldad, vistindose con los despojos de mis sueos y

    esperanzas. Al fin comprendo que la Sombra ha ganado todas las batallas y enarbola con

    orgullo el estandarte de la Nada.

    Envidio a los fantasmas, que al menos se aferran a sus pasiones... y aman, y lloran, y

    sienten.

    Soy menos que cenizas; las que contemplo desde lejos esperando que me inviten a volar

    sobre las nubes. Cenizas que caen lentamente sobre mi lecho de races, tierra, piedras y

    gusanos.

  • CRUCIS

  • 1. ANGUSTIA

  • I

    El Ocano me llama en forma de lamento.

    La tormenta se acerca desde lejos.

    Percibo las rfagas primeras: la desesperacin.

    El Ocano sabe mi nombre...

    y lo pronuncia con vehemencia.

    No s si mi barca puede resistir el oleaje.

    No s si en verdad en ella deseo navegar.

    A veces creo que mis pies las lgrimas quieren besar,

    y luego mi cuerpo todo... y luego mi alma entera.

    He conocido antes la furiosa turbulencia.

    En sus ms profundas aguas

    ahogu mil veces mi alegra.

    Sus criaturas, sus abismos, sus colores;

    todo lo recuerdo, en un pasado eviterno.

    Luego respir sobre la arena, en la costa.

    Poco a poco a la luz me acostumbr,

  • mis primeros pasos fueron dbiles...

    y camin. Y re, y am, y cre.

    Y viv.

    Pero...

    El Ocano sabe mi nombre,

    y yo el de l.

    Nos conocemos, nos miramos, nos deseamos,

    el uno al otro, como amantes furtivos.

    S que l ha dado el primer paso.

    S hacia dnde dirige la tormenta.

    No voy a escapar... no voy a gritar.

    El agua es fra,

    y dibuja sus caricias en mi piel.

    Mis pies bajo el agua...

    Mis ojos all, donde la tempestad se agita;

    all lejos, donde los jinetes del crepsculo

  • rasgan el celaje y cabalgan en el viento.

    Escucho mi nombre en la oscuridad.

    Su voz me desgarra.

    Su cacofona me aturde.

    No hay nadie en la oscuridad.

    El silencio me rodea;

    el llanto, el dolor, la convulsin.

    Escucho mi nombre una vez ms,

    y esa voz que me desgarra,

    y esa voz que nace agonizante,

    y se desprende, y se retuerce

    entre pedazos de mi alma.

    Esa voz vaca, infinitamente honda...

    Esa voz, que nace de mi voz.

  • II

    Bruma. Espectral nebulosa.

    Visin aturdida.

    Clamor... solemne silencio.

    De cenizas mis alas, mi presente persiguen,

    y mis piernas cansadas, torpes, ciegas,

    mis pasos maldicen, abominan, niegan.

    No hay testamento, ni ltimas palabras.

    Solamente recuerdos,

    de mil muertes anteriores.

    Por qu no fulgurantes nacimientos,

    y slo despedidas lbregas y oscuras?

    Una a una mis lgrimas nombr;

    sin embargo, bastardas, diluidas, vulnerables,

    el Tiempo las azota, inclemente, imperturbable.

    El Olvido anhelado busqu y esper...

  • mas la Tormenta, siempre victoriosa,

    es divinidad, implacable, lacerante.

    III

    Mi forma es una sombra

    que trastabilla en callejones,

    miserable, solitaria, prxima y distante.

    La Sombra tropieza, grita, llora,

    se esconde y farfulla,

    lacnica, pattica, eglatra y mustia.

    La Sombra se esconde y se abraza a mi miedo.

    Entre el moho y el tedio

    su carcajada desgarra, mancilla, profana.

    La Sombra orgullosa cobarde espantajo

    habitando el silencio, me observa, macabra, oculta,

    esperando... detrs del Espejo.

  • 2. MELANCOLA

  • Hoy pronunci palabras, te nombr.

    Tiempo y mundo en un Todo se fundieron:

    uno sin premura, por fin congelado;

    el otro un murmullo, por fin acallado.

    Dulce regocijo, antiguo y extrao;

    ausente presencia que, como jugando,

    te escondes de todo, incluso de m.

    Entonces renaces, gloriosa y altiva,

    y el llanto sinfnico tu vuelo bautiza.

    Sobre el mar de nostalgias

    tus alas de lgrimas los vientos agitan;

    del ocaso los vientos,

    de mis recuerdos los vientos,

    sobre el mar de nostalgias.

    Te vistes de lluvia, tu aliento es invierno,

    tus cuadros son bosque,

    tus sueos neblina.

    Eres noche, magia, y dulce agona.

  • Cuntas veces fui fantasma.

    Cuntas veces fui despojos.

    Cuntas veces fui cadver.

    Cuntas veces clam entre las sombras.

    Cuntas veces en soledad am.

    Apresaste mi alma en mis das primeros.

    Tu marca grabaste en mi luz y en mis sueos.

    De mujer y demonio, de ngel y hada,

    las formas tomaste.

    Gigante Musa, Virgen y Belleza,

    luna y estrellas de mi honda tristeza.

    Ya no puedo negarte, ya no quiero olvidarte.

    Puedo decirte Te Amo?

    Melancola

  • Hoy pronunci palabras, te nombr.

    Mi noche y mi invierno,

    mi bosque y neblina. Djame

    descansar en tus brazos.

    Arrulla mi alma dolida y tan vieja.

    Melancola

    Compaera, amante, gua.

    Melancola

    Mi Amada Cuna de Ambrosa.

  • 3. TRISTEZA

  • Desciendes soando ser copos de nieve,

    Oh, lluvia de invierno, tan fra y sutil!

    Cristal que suspiras un canto sagrado:

    la voz lacrimosa del viento en el sauce.

    Paisaje de magia y de cuentos de hadas,

    que guardas celoso el tierno trinar

    del pjaro triste que vuela en lo alto

    y al alba plomiza despierta cantando.

    Mirada del viejo que escucha y contempla

    el tiempo pasar... y los nios correr.

    Poesa olvidada en grises castillos,

    en montes, en prados... en tardes que caen.

  • 4. NOSTALGIA

  • Suspiro del sauce que vuela en la brisa

    y endulza el sabor de mis tristes recuerdos.

    Ocaso del tiempo y lejanas vivencias,

    que niega el Olvido besando una lgrima.

    Con ocres colores la foto agoniza,

    en cajas que tosen la vieja ceniza.

    Luz de durazno, de domingo en silencio;

    herida del da... fulgor taciturno.

    Oh, suave caricia!, que el pasado habitas

    y con tu ternura el dolor desvaneces,

    acunando mi alma en tus brazos de seda.

    Oh, nia Nostalgia!, que juegas sin miedo

    debajo del sauce que es remembranza,

    y luego, cansada, en la brisa te duermes.

  • EL CORAZN

  • El olor a noche se filtr lentamente dentro de m. La paciencia pareca un hilo de sangre

    derramando gota tras gota sobre una flor muerta. Mis pasos en el fango dejaban huellas

    efmeras, voltiles, informes. El sudor fro en mi piel jugaba al verdugo, clavando pequeas

    dagas en mi cuerpo. Un cuerpo ya insensible al dolor, ya dbil para llorar. El sendero por el

    cual caminaba no era tal, simplemente una huella entre ralas agujas verdosas; ningn rbol,

    ni montaa, ni construccin. El horizonte se funda con nubes plomizas cual metal prximo

    a dar a luz una espada sin dueo. Tras de m, alguien segua las imgenes de mis recuerdos.

    Saba que alguien contemplaba mi alegra de nio, mi pasin de joven, mi trabajo de

    hombre, mi tristeza de viejo y mis despojos de nada. Una nada pensante, ambulante,

    sentimental y, por qu no, pattica. La nada de mi propio olvido. La esencia de estos restos

    descarnados que ahora son mi cuerpo.

    Entonces tuve miedo y corr. Cruc mis propias fronteras entre consciencia e inconsciencia

    y me abraz el horror ms espeluznante... y ca.

    Abr los ojos y vi mi cuerpo de radiante nio con un corazn ennegrecido entre sus manos

    temblorosas.

    Qu has hecho con mi corazn? pregunt el nio.

    No pude responder y el nio prosigui:

    Antes, mi corazn era del color de los tomates maduros y bombeaba vida y alegra.

    Mralo ahora, parece un montn de ciruelas picadas por los cuervos, ya no se mueve; est

    duro como una piedra y si lo aprieto se desgrana como la tierra.

    Efectivamente, el nio estruj con sus pequeitas manos el corazn, que se desarm poco a

    poco como un pedazo de barro reseco por el sol.

    El nio se alej hacia el horizonte y cuando ya casi lo perda de vista, dio la media vuelta y

    corri y se abraz a mi cintura. Su rostro se pos sobre mi vientre y luego mirndome con

    lgrimas muy negras en sus mejillas, dijo:

    Slvame por favor, cudame, no quiero seguir solo.

  • Lo abrac temblando y cerr los ojos. De pronto una cuchillada de hielo corri por mi

    espalda. Mir y entre mis dedos el seco corazn se deshizo confundindose con la negra

    tierra.

  • EL CUIDADOR DE CEMENTERIOS

  • El sonido de sus pasos pareca provenir de un tiempo antes del tiempo. Sus ojos

    escudriaban cada loza color crema, mientras el humo con olor a nicotina impregnaba sus

    bigotes de morsa, gruesos y entrecanos. Sus manos speras, de dedos gordos y rugosos

    como patas de elefante, pedan descansar despus de un largo da de trabajo.

    Se sent en la base de cemento que sostena la baranda de rejas de la galera y tom una

    botella plstica que instantes antes haba llenado con agua de un grifo. Bebi de a grandes

    sorbos y respir profundamente.

    El crepsculo se acercaba galopando el horizonte y el hombre viejo pero no tan viejo,

    pens:

    Recuerdo cuando era nio y me preguntaba por qu la gente lloraba cuando alguien

    mora, no entenda las lgrimas ni las caras largas y fras. Tambin siempre me llam la

    atencin el color de las cosas que tienen que ver con la muerte: las ropas negras, los

    carros negros y lustrosos, los cementerios grises y las lpidas sin color. Hasta las flores

    parecen plidas y sin alegra.

    Cuando alguien nuevo llega aqu al cementerio, los pjaros, especialmente las palomas, lo

    reciben con un extrao canto. Si uno presta atencin, con el tiempo, se da cuenta que no es

    el mismo canto que tienen en las ciudades o en las plazas. No es algo lgubre ni de

    espanto, es casi como un himno... algo solemne y de respeto. Luego que los familiares se

    marchan y el nuevo inquilino est ya instalado, las palomas vuelven a cantar como siempre

    lo hacen. Yo pienso que es su manera de brindar un minuto de silencio por el nuevo

    husped que acaba de llegar.

    Yo quiero pensar que son como inquilinos que no pagan alquiler, si uno los ve como

    muertos, no tiene con quien hablar, no tiene a quien saludar por la maana, ni de quien

    despedirse por la tarde. As que para m, son inquilinos a los cuales no hay que cobrarles.

    El problema es la familia, a ellos s hay que cobrarles y muchas veces hacen con mis

    inquilinos lo mismo que hacen con los abuelos que abandonan en los asilos. Nunca ms

    una visita y nunca ms pagar el alquiler. Por supuesto, muchos de mis inquilinos son esos

    abuelos que decidieron irse del albergue donde estaban. Claro, si ya nadie los visita, para

    qu seguir all. Lo que me entristece del caso es que a esos abuelos aqu tampoco nadie

  • viene a visitarlos. Por eso yo trabajo aqu, nos damos compaa mutua, yo les hablo de mis

    cosas, y ellos escuchan atentos y no me interrumpen. Y cuando yo quiero escucharlos a

    ellos, me siento debajo de los sauces cuando el cielo est nublado y escucho... mientras

    fumo un poco de tabaco.

    Algunos viejos amigos me preguntan de vez en cuando por qu eleg este trabajo, y yo

    respondo con la verdad. Este trabajo me eligi a m y no yo a l. El cuidador anterior se

    haba jubilado y yo pas a preguntar si necesitaban un jardinero justo la maana en que

    Don Pedro, el viejo cuidador, se despeda de los compaeros de trabajo. Al da siguiente

    ya estaba trabajando y con el tiempo le tom gran cario al oficio... vaya que s.

    El cuidador de cementerios se puso de pie, camin por la galera y fue en busca de sus

    cosas. Guard algunas herramientas, tom su abrigo liviano de otoo, su cartera y la

    bicicleta. Salud a sus compaeros y decidi dar una larga vuelta a pie recorriendo todo el

    camposanto, con la tranquilidad de estar fuera del horario de trabajo.

    Las ropas color caqui estaban con algo de polvo, pero se mantenan prolijas por ser lunes,

    ya que como todo el mundo sabe, este tipo de ropa de trabajo se lava slo los domingos. El

    abrigo liviano de otoo era una campera deportiva color azul oscuro con tres franjas

    blancas a lo largo del dorso de las mangas. El morral ajado, viejo y cansado de cuero

    marrn, colgaba hacia el costado izquierdo y la bicicleta negra, con bocina y dos redondos

    espejitos, cruja como un grillo, a medida que avanzaba, tomada de la mano, a la diestra de

    su dueo.

    El negro es el color de la noche, es el color del monstruo que est debajo de la cama... es

    el color de la nada, o no? Qu color tendr la nada? Ninguno? Yo creo que la nada

    tiene color negro, muy profundo y lleno de eso: nada. Y como no sabemos nada de la

    muerte, nos vestimos de negro en ocasiones de luto. Seguramente es nuestra manera de

    expresar la intriga que nos posee cuando alguien se muere. Nos preguntamos: eso fue

    todo? No hay nada ms? Y nos vestimos de negro, nos vestimos de nada, nos vestimos de

    profundo vaco, y todas las cosas empiezan a desteirse, como queriendo acercarse cada

    vez ms a la negra nada. Las lpidas se vuelven grises y se despintan rpido; el yeso se

    oscurece y los brillos se opacan; y el musgo, ms negruzco que verde, lo comienza a cubrir

  • todo. Si la nada nos llenara el alma de celeste y turquesa, seguramente esos seran los

    colores con los que nos vestiramos al asistir a cualquier evento mortuorio. Pero la nada

    nos llena el alma de profunda oscuridad y eso a m me basta y me sobra para entender el

    por qu del negro, en el vecindario de la muerte.

    Las escasas luminarias de mercurio comenzaron a encenderse por las callejuelas del

    cementerio y el cuidador supo que en un cuarto de hora la oscuridad natural se cernira

    sobre el mundo. Las lpidas y placas de las otras galeras eran fras y extraas; l estaba

    acostumbrado a las de su pabelln, conoca sus historias, sus tragedias, e imaginaba las

    ilusiones y sueos de sus dueos. Pero stas tumbas y lozas eran para l como los

    documentos polvorientos de bibliotecas olvidadas; miradas extraas de personajes

    inexistentes; flores dejadas por descuido en cualquier nicho sombro.

    Las flores parecen sin color si de muertos se trata. Aunque creo que no es as. Las flores

    son ms brillantes o ms opacas segn la ocasin en que se usen y segn quin las use. Si

    un enamorado llega a lo de su amada con un ramo de margaritas desteidas y medio

    desahuciadas, pero con una enorme y sincera sonrisa dibujada en el rostro, de seguro la

    novia ver en las manos de su prncipe las rosas amarillas ms vistosas y encantadoras de

    toda la creacin. Ahora si un doliente a un fretro se acerca portando solamente un

    capullo de tierna rosa roja, los dems, y estoy seguro que no pocos, vern al fulano con un

    monstruoso ser nervudo, casi sanguinolento y coagulado entre sus dedos y muy lejos

    dejarn la belleza de tan inocente florecilla.

    As pues, creo que las flores se destien por culpa del cristal de nuestros ojos, de belleza

    pura a horror con espinas, de color del ms brillante a la oscuridad entre ptalos; son

    nuestros ojos los que forma, belleza o fealdad a las cosas todas conceden.

    Pero lo que ms recuerdo de nio, son las lgrimas de las personas cuando alguien mora.

    Con el tiempo y con las muertes de seres muy queridos, me vi llorando igual que las

    personas a las que observaba cuando nio. Y son difciles de explicar esas lgrimas,

    porque no son de dolor fsico, por supuesto que no, pero tampoco son de angustia, aunque

    la gente las confunda. Son, entre otras cosas, lgrimas de egosmo. Como ya no vamos a

    ver ms a nuestro amado conocido, lloramos porque nos duele no verlo nunca ms, aunque

  • ste vaya directo a su descanso o paraso. Cuando era pequeo cre que la gente lloraba

    porque le dola algo, y claro que duele algo!, y es justo entre los pulmones y el corazn.

    Por eso es que se confunde a ese dolor con el padecimiento de la angustia, a uno le cuesta

    respirar, se siente mareado y aturdido y, en algunas ocasiones, se puede vomitar de la

    impresin. De la impresin que nos conmueve la misteriosa, trgica e inentendible

    realidad de que a partir de ese momento nuestro ser tan amado nunca ms se cruzar

    delante de nosotros. Jams caminar a nuestro lado y nunca ms podremos or su voz.

    Ante la imposibilidad de aceptar tal cosa, lloramos... y aunque pase mucho tiempo, alguna

    tarde de domingo, con una foto en nuestras manos... volvemos a llorar.

    El cuidador de cementerios termin de dar una vuelta completa al camposanto y

    tranquilamente se dirigi hacia los portones. Al pasar por la casilla de la entrada hizo sonar

    la bocina de su bicicleta, salud al sereno y a sus dos perros, y camin muy lentamente,

    haciendo crujir las hojas.

  • EL HIJO DE LA NOCHE

  • Bosque umbro regado de lgrimas,

    neblina escarlata, tortura de nimas.

    Aullidos furiosos, voz de la noche;

    gritero infernal, confuso y menstrual.

    Como de Apocalipsis jinete, cabalgo el dolor,

    regando las rosas con virgen elxir de negro color.

    Despliego mis alas, membranas de miedo.

    Invoco al Silencio, violando el sosiego.

    La Luz mancillada de m se ha alejado

    y el Hado fatal con estertor se ha quebrado.

    La Muerte a mi izquierda, en su trono se sienta...

    Clavar su pual cuando al alba repose?

  • EL VERDUGO

  • Es la noche.

    Todos los das son noches.

    El sol... un espritu eclipsado.

    No percibo el amanecer, tampoco el ocaso.

    No escucho el canto de los pjaros, ni veo arco iris cuando llueve.

    Ya no me enceguece el satn prpura del horizonte.

    Ahora slo el aullido de los lobos.

    Slo los rayos de las tormentas.

    He olvidado el brillo de las estrellas... mis pupilas no se contraen.

    Camino, tropezando con el Olvido, aturdido por mi memoria... sin gua.

    Miro alrededor y veo miles de almas solitarias que se esconden unas de las otras, se ocultan

    entre las sombras, abrazadas a los recuerdos... Y all estoy, viajando, cansado, desterrando

    mi poca fe en los milagros.

    Ya no s si estoy vivo, y si lo estoy, no tengo a quin preguntarle qu es la muerte.

    Tampoco duermo, parece que tambin olvid qu es el sueo, pero estoy cansado; sin

    embargo, el hambre es ausente, y el agua me seduce dbilmente, por instinto.

    El cansancio no es de este cuerpo.

    Las lgrimas son de mi alma.

    Todo se volvi Noche desde que la Angustia, vestida de verdugo, decapit mi voluntad.

  • ENIGMA

  • Gritar o callar, vivir o morir...

    El Camino se divide de dos en dos, nicamente de dos en dos.

    Salas oscuras cegan la luz.

    Silencios en el pentagrama aturden los odos de los irredimidos.

    Frases de sangre se abrigan con mantas de opresin.

    Juicios bastardos y dilogos tortuosos perecen en las calles de la locura.

    El futuro recuerda a las miradas, voces, y sabor del infortunio y la decadencia.

    En los ojos de los espritus noctmbulos, las estaciones van desapareciendo como el rostro

    en una vieja foto.

    En los siglos del Pentateuco y en la grafa del Tetragrmaton se esconden las voces del

    pasado...

    Hoy, los mensajes de los antiguos dioses callan ante la violencia de los hombres.

  • LA CONFESIN DE LZARO

  • Oh, Cristo, mi Seor, mi Gua!

    Por qu me has vuelto a la vida?

    Por qu me has liberado de las eternas llamas y los gusanos siguen comiendo de mi

    vientre?

    Por qu me has llamado del Hades y an los perros del infierno continan lamiendo mis

    malolientes lceras?

    Por qu, T, mi Seor, Hijo de Dios, me dejas an oler mi propia pestilencia?

    Dnde est la compasin y la paz, al lado del Padre?

    Por qu, si morir es la mayor bendicin de los hijos de Jehov, se me arrebata as la

    oportunidad de adorar a mi Dios por toda la eternidad?

    Acaso es que deber mendigar entre las bestias que se alimentan de mi horrorosa forma?

    Entonces... a quin deber adorar, oh, mi Seor? Al padre que est en los cielos, o a los

    gusanos que se arrastran en la inmundicia?

    Y es que mi alma no comprende el poder todopoderoso de mi Seor; el poder que deja que

    mi sangre se seque bajo el sol, torciendo mi esperanza y mi fe.

    Es el designio de mi Dios?... O es que el Padre no puede hacer nada contra los hijos de la

    muerte y la enfermedad?

    Oh, Cristo, mi Seor, mi Gua!

    No olvides a tu siervo lacerado...

    No dejes que, entre mis vsceras, los gusanos se conviertan en demonios.

  • LA VISITA

  • La muerte se acerc a m, su hedor de podre llen mi consciencia, sus sigilosos pasos jams

    los escuch. Cuando mir, all estaba, sonriendo, mirndome con la picarda de los cuervos.

    Abri sus alas de cenizas y su aliento a excremento me ceg. Habl en silencio, con irona

    orgistica y dijo:

    Mi pequeo, qu bueno es verte a los ojos, qu hermoso es tocar tus manos. Me gusta tu

    calor, me hechiza el bombeo de tu corazn, hasta tu respiracin me recuerda al perfume de

    infinitos teros y matrices. S que escribes sobre m y sobre mis hijos; sobre mis hermanas

    la Tristeza y la Angustia. Y s que sobre mi hermana gemela, la Vida, tambin has

    dedicado algunas lneas.

    No pretendo que seas mi esclavo, tampoco busco hoy tu alma, algn da golpear tu puerta

    y caminaremos juntos para siempre... hasta luego mi pequeo.

    La muerte se alej lentamente, con su sonrisa de bufn.

    Hasta pronto...

  • MANUSCRITO DE VLAD

  • Bucovina, otoo de 1897

    Elizabetha, mi Amada y Divina doncella:

    Los vuelos de los pjaros me dicen que tiempos de tribulacin se acercan, agitando los hilos

    del Destino. Anhelo el claro color de tus ojos, el perfume de tu cabello... aguardo tu luz, tu

    gua. Sabes que soy tuyo, en cuerpo, alma y pensamiento.

    Quisiera or tu voz de ocanos, aunque slo sea para liberar mis lgrimas; quisiera tomar

    tus manos, aunque slo sea para despedirme otra vez.

    El Tiempo es cruel. Hay noches en las que el Tiempo se acerca y otras, en las que el

    Tiempo me destruye.

    Ahora, mi dbil y agnica felicidad es pensar que, en donde ests, seguramente

    resplandeces, caminando por los bosques, con tu alma de eterna Virgen.

    A pesar de este dolor, mi corazn se regocija porque s que al fin, antes de morir, ver tu

    belleza inmaterial, hasta que algn da, seamos Uno para siempre.

    Mientras, camino largamente como la brisa de los pramos y busco secar mis lgrimas con

    el viento de la soledad.

    Miles hubieron de morir bajo la ira de mi venganza; los ros, con la sangre de inocentes

    hubieron de teirse.

    Ni bestia ni demonio logr jams vencerme y las splicas en el nombre de Dios inflamaron

    ms an mi alma herida. Viaj sobre el mar, despertando las tormentas. Camin cada

    bosque, guiando las brujas grises. Los portales del misterio se abrieron ante m... y perdn

    para mi alma, creo ya no existe.

  • Sin embargo, mi Amada, detrs de esta vaca mirada, se esconde el ms fulminante de los

    sufrimientos... entre las sombras pestilentes de mi odio, se oculta tal Amor, que mortal

    alguno siquiera podra imaginar.

    Por qu no he de tenerte, ni t a m?

    Entre las nubes del Olvido, veo tu imagen que me llama; danzas en mi alma cuando el

    ocaso reina.

    Cul habr de ser mi fatal y trgico destino?

    Noche tras noche, espero al redentor que ponga fin a mis terribles das...

    Elizabetha, te necesito.

    Recuerdo la clida paz entre tus brazos, mientras las arpas enmudecan al silencio, y

    nuestras lgrimas de Amor eran cuarzo y esmeralda, hijas de las estrellas.

    Recuerdo la luz de las tinieblas y mis pies respirando la memoria de siglos de agona en

    esta tierra.

    En otros tiempos, mis carruajes viajaron por estos senderos; en otra poca, grandes

    construcciones fortificadas se levantaron ms all del valle...

    Ahora, como un mendigo sin nombre y sin historia, busco refugio entre las sombras de los

    rboles; y quiz pretendo encontrar algn alivio bajo los rayos de la luna. Mientras escribo,

    los duendes y las hadas, me observan en silencio... y las danzas de las grgolas me

    hechizan, cuando, sin aliento, aguardo del alba el fro.

    Ya tortura demasiada es vivir sin alma, sin corazn. Entretejidos en mi alegra inexistente,

    percibo los colores, perfumes y sabores de cuando estabas a mi lado. El murmullo confuso

    del viento me castiga sin compasin...

    Detrs de qu estrella te escondes? Por encima de cul cielo me observas? En qu

    bosque me esperas?

    Paz... tan lejana de mi cansado existir. Elizabetha, quisiera al fin morir amndote.

  • Recuerdo esa vieja cancin:

    En el ocaso de Abril,

    por el Tiempo tus lgrimas viajaron.

    Fuiste nubes, sol y luna de esperanzas

    y en ocanos eternos tu imagen se fundi.

    Recorrieron tus manos la ilusin;

    de un ngel cado la ilusin.

    Tu cabello fue el camino;

    de un duende negro los sueos.

    Si vuelvo a los Reinos sin Edad,

    como un espejismo mi alma podr verse.

    Si tu nombre escucho una vez ms,

    de otoo la lluvia mi lamento ser.

    Alguien el puente verde cruza.

    Alguien todava en los viejos Dioses cree.

    La marea ha subido

    y tus suspiros son la brisa.

  • Ests detrs de la luna?

    O tal vez dentro de m?

    Recuerdo ese viejo dolor. Recuerdo el templo alejndose de mi vista, mientras,

    desesperado, corr hacia el Abismo. Poco a poco, mis ojos se cerraron y lentamente, mi

    cuerpo se enfri. Ya no quise comprender, ni siquiera preguntar; entre los Seres Sin

    Nombre aguard un amanecer... que nunca lleg. Ahora escucho extraas voces y en la

    madrugada, los escalofros se divierten con mi cuerpo...

    As, en la Noche, grab tu figura en cada estrella y tus ojos fueron mi paisaje ms soado.

    Detrs de cada rbol, una Sombra me acecha. Las olas del mar furioso golpean mi

    inconsciencia y en caminos de desolacin, tus lgrimas parecidas a Erinias despiadadas,

    viajan hasta m como la bruma de un alba que no existe.

    Las campanas suenan una vez ms... y las arpas se apagan en la locura. Como espritus

    hurfanos, mis ojos vagan en la penumbra. El fro me entumece y la tierra hmeda en mi

    lecho se transforma.

    Mis ilusiones se desgarran... tu imagen se despedaza acompaada de alaridos y gritos

    infernales.

    Las Sombras detrs de los rboles me atrapan... Elizabetha, el peso de las edades tortuosas

    me aplasta y los jinetes del amanecer se acercan implacables.

    Ya es tiempo de reposar mi anciano y triste agotamiento. Ya es tiempo de cruzar el ltimo

    de los umbrales. Pronto, la Mujer de Negras Tnicas habr de besarme. De a poco, las

    melodas callarn, los dibujos sern borrados... al fin.

    Mi alma se extinguir, como la lumbre de las velas bajo la lluvia. Mis lgrimas se

    congelarn... mi sangre se secar.

  • Ya camin durante el Da... y la Noche. Ya llor por tu tristeza... y re de la ma...

    Elizabetha, Amada ma, la Magia se termina... el bosque al fin me llama, gritando en la

    noche mi nombre, junto al mar.

    Elizabetha... siempre.

    Eternamente tuyo, Vlad.

  • MI MUNDO

  • En soledad espero escuchar la dbil voz de mi interior. Espero la armona que se esfuma

    cuando por fin creo alcanzarla. Rodeado de palabras, el silencio vuelve a adormecer mis

    sentidos. Un gran torbellino se cierne a mi alrededor como legiones sin nombre que

    persiguen una presa ya entregada, ya inconsciente.

    Habl sobre mi musa, la sempiterna Melancola; grit el nombre de mi fantasma, la fatal y

    persistente Angustia inmaterial. As vaci mi alma en poco tiempo...

    Ya no creo en mis sueos postergados y me aferro a cadveres de esperanzas que

    desaparecen cuando miro mi pasado.

    La enfermedad de mi espritu se hace ms fuerte y tengo miedo de contagiar a los que

    quedan a mi lado.

    Acabo de escribir fatales lneas, con sentencias macabras y sombras y sigo esperando... la

    nada, la nada que me atormenta y me acecha por las noches.

    S que voy a resistir y para los dems seguir viviendo... Pero, a quin habr de

    confesarme cuando a nadie quiero herir?

    El Destino se va cumpliendo y me aterra comprender las lejanas sospechas.

    Cuando en paz creo estar, mis emociones vuelven a traicionar mi razn.

    Ahora estoy mirndome a m mismo, intentando explicar lo que nunca deb preguntar ni

    cuestionar.

    Es mi mundo, nico, malfico o noble, sombro o de luz... es mi mundo y ya.

    Las puertas se cierran como hace tiempo supe.

    Mi mundo se cierra y nadie excepto yo puede habitar sus moradas.

    Estoy solo, en mi mundo singular.

    Dejar que la llave se pierda y tapiar todas las ventanas.

    Mi mundo se cierra ante m y es la nica certeza.

  • Que golpeen mil veces estas puertas, que llamen mil veces mi nombre, que griten un milln

    de veces que me aman.

    No abrir...

    Cuando mi mundo abra sus puertas y las maderas de mis ventanas se pudran, que entren en

    la galera... y entierren mi cadver.

  • NADIE

  • Mi Espritu se retuerce, grita en su profundo silencio el clamor de su existencia. En las

    cavidades de mi ser, sus lgrimas negras trazan grafismos indescifrables. Mi propia

    vacuidad ha parido demonios con forma de sanguijuelas, que lamen y maman los deshechos

    de una voluntad vestida de podre nauseabunda. Soy el Monstruo, la Nada... el Ser que se

    niega a s mismo. Soy un hombre vencido por su propia humanidad... y que lentamente deja

    perecer sus ilusiones, pasiones, ideales.

    Soy nadie.

    Soy un hombre joven con sangre de viejo; un joven anciano que venera la Muerte...

    Soy un hombre que ama, y que en sus manos lleva la espada para decapitar al Amor.

    Soy un silencio en la noche... mientras graznan los cuervos.

  • PIEDAD

  • Sollozos,

    el Arcngel de las tinieblas

    mir el abismo de los recuerdos;

    esper un hlito celestial...

    que nunca lleg.

    Lgrimas,

    las nubes de dolor

    se clavaron como flechas

    en su viejo pecho de dragn.

    El Arcngel oscuro,

    con sus manos de atardecer

    acarici el rostro de la tristeza,

    como si de un amor tierno se tratara...

    inexistente.

    Lentamente sus ojos se cerraron;

    como una imagen fuera del tiempo,

    sus negras alas se desplegaron

    con el anuncio de la tormenta.

  • Vol al gran cielo sin historia

    y esper que el sol se marchara

    observ las nacientes estrellas,

    y durmi para siempre,

    en los brazos de la Angustia.

  • RETORNO I

  • Ha muerto el Mago... que nunca fue.

    Demonios antiguos, primigenios, hambrientos, emergen desde las profundidades de mi

    mente y mi alma.

    Una vez ms soy su alimento.

    Una vez ms los he parido entre espasmos.

    Una vez ms el espejo me muestra mi verdadero rostro.

    Miro entonces mis ojos... mienten estar vivos.

    Y la Sombra que re como siempre.

    Todo este tiempo de ilusin me enga.

    Esperaba, con su indiscutible virtud, la paciencia infinita.

    Mientras yo soaba ser alguien que no soy ni ser, ella afilaba una a una sus garras. Pasaba

    su lengua por sus dientes... ansiosos por desgarrar... mi ser completo.

    No soy escriba ni alquimista.

    No soy poeta ni msico.

    No soy nada de lo que cre ser...

    No soy un Mago y nunca lo ser.

    Soy la Sombra.

    Mi destruccin.

    Como siempre lo supe.

  • RETORNO II

  • El tiempo pasa.

    Los minutos y segundos dibujan espirales grises y cepias; y las horas, como rayos de

    tormenta, atraviesan los brazos espiralados del pulpo hambriento del vaco.

    He vuelto a perder.

    Perd alegra, sobre todo eso: la alegra de vivir.

    Perd la sensacin de agradecimiento a la vida por lo que estaba ocurriendo.

    He de rearmar mi vida una vez ms, mientras el designio arcano que siempre sent, veo

    cumplirse, da tras da.

    Una vez ms la Gran Cruz:

    En el nombre de la Angustia, la Melancola, la Tristeza y la Nostalgia.

    Una vez ms, y esto ya pas antes, camino solo por la vida.

  • SOLEDAD

  • Me voy desmoronando poco a poco

    Como cenizas de huesos olvidados

    los restos de mi alma

    p

    r

    e

    c

    i

    p

    i

    t

    a

    n

    sobre el mar

    Solo

    Amando la Nada

    Desesperadamente solo

  • TEMPUS

  • I

    Tiempo implacable que la rosa flagelas,

    tuerces, marchitas, secas, mansillas,

    agotas su aroma y su bello color.

    No hueles ni amas el ptalo frgil;

    corres, te escondes, bajo las horas,

    y mudo te escurres, oh, gran serpiente!

    Las plumas del ave arrancar te divierte;

    ni el nido, ni el sol, ni el claro color

    emocin logra en ti... que todo perviertes.

    La inocencia del nio muere en tu garra;

    en el fuego insensible del desencanto,

    quemas su mundo de risas y miel.

    Torturas al viejo en el tramo final;

    ya no le hablas, aunque suplique

    y en lecho profundo te duermes con l.

  • Tiempo implacable que la rosa flagelas,

    tuerces, marchitas, secas, mansillas,

    agotas su aroma y su bello color.

    II

    Inmenso y amorfo espejismo lejano

    que mi alma olvidada habr de mirar:

    roca y montaa transfiguradas

    en granos pequeos de tiempo y edad.

    Parezco un fantasma bailando en la lluvia,

    imagen primera fundida en el mar

    de la soledad, que medita en silencio:

    Suspiro del tiempo que guardas mi aliento,

    mi ser configuras, mis mundos, mi dios;

    la muerte en secreto, reservas al fin.

    Como un espejismo amorfo y lejano,

    corriendo en el prado, un venado agoniza.

  • III

    Saeta certera de Cronos, el dios,

    que vuelas artera y piedad no conoces.

    Tu reino: el silencio, la piedra y el cuarzo.

    Saeta certera de Cronos, el dios.

    En selva insondable, siempre acechando,

    en sombra profunda la presa esperando;

    y el pobre venado que su hado no sabe,

    y corre y retoza... que salte el venado!

    Usurpas las ropas a la muerte dormida

    y despacio te mueves, estela de polen...

    Lo rozas, lo estudias, te acercas a l,

    Oh, pobre venado, la saeta no ves!

    Tiempo implacable que mi rosa flagelas.

    Saeta asesina de Cronos, el dios.

    Como un espejismo amorfo y lejano,

    soy el venado que habr de morir.

  • Vladavhel (Claudio T. Ferri) Ao 2012. Todos los derechos reservados.