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LA CONTRA Tiemblan las ramas del rosal, medrosas; el viento sopla, la hojarasca rueda… Manuel Machado, Alma Vaya por delante las gracias a An- tonio San Martín, que me pidió un breve prólogo, muestra recíproca del cariño y amistad que mantene- mos desde años, colaborando así con mi escritura en su nueva expo- sición El jardín inquieto, título casi juanramoniano, donde vuelve a mostrarnos la originalidad que de- fine su estilo, de factura limpia, trazos elegantes, no exento, como he dicho en otras ocasiones, de un lirismo, pleno de sugestivas evoca- ciones románticas. La pintura de San Martín obliga siempre a mantener fija la mirada en cada uno de sus cuadros. Es parte decisiva de la travesía visual que nos invita a compartir. Pero este escribidor también considera recomendar al especta- dor que no divague la vista, bus- cando, como si se tratara de un enigmático juego, anécdotas, te- mas, quizás bien lejos de las inten- cionalidades del artista. Por el contrario, lo que debe hacer el que mira es caminar por esos es- pacios donde el pintor nos ofrece, en un rasgo de desprendida y ce- losa intimidad, su universo poéti- co, constante vieja y siempre nue- va en él. Porque San Martín lo que pretende, sin más, es que partici- pemos de una compleja contien- da, la que ha mantenido en su pro- ceso creativo. Combate abierto, a cuerpo lim- pio, trabajando con estrategias compositivas fascinantes, de las que surgen estas imágenes vagas, desdibujadas, tan suyas, producto de una consciente autorreflexión sobre el arte y su devenir. Aquí no hay nada arbitrario ni surge por casualidad, como suelen hacer los que manchan el papel o el lienzo, para después interpretar y anali- zar. En el arte, como en la vida –también lo decía Heráclito-, siempre es la lucha la que impone sus leyes y la auténtica verdad. En El jardín inquieto se rinde homenaje a la belleza. Y otra vez, lo cromático se alza con el prota- gonismo, como significante de un delirio, de un caos, del que habla- ba María Zambrano, donde según ella, empieza todo y todo se des- pieza. He aquí la filosofía que acompa- ñó al cubismo y a las abstracciones que vinieron después. El delirio, escribió la pensadora malagueña, está en el principio. Es el principio. Después vendrá la palabra, que nace, precisamente, de él y de un germen, casi un ADN ignoto, que es cuando, ya empiezan a interve- nir los dioses. Todo lo que el hombre crea, tie- ne su origen en el delirio, que no es otra cosa sino la belleza. Que más tarde esta se manifieste de múlti- ples maneras y con diversas fór- mulas de representación, ya es otro cantar. En estas obras que te- nemos delante, es evidente que el autor se apoya en una exploración de lo que ya es común en la totali- dad de su pintura. No está de más que recordemos que en el arte de la pintura, como en el literario, el Simbolismo fue quien marcó el ca- rácter variable que tienen los se- res, las cosas, la misma naturaleza. Mutaciones disparatadas en el dominio de lo plástico, evocacio- nes en el campo de lo lírico. Para ambas –Pintura y Literatura- se- rán visiones que se ajustan más a la lógica del sueño que a la reali- dad convencional. El jardín in- quieto es, precisamente, como tratar de contar un sueño; por eso no hay un hilo conductor capaz de someterlo a una unidad argu- mental. Tampoco existen fábulas, sólo parte de una escenografía ambiental, la del clásico hortus conclusus, el jardín ya viejo y abandonado de los latinos; lugar común hipercodificado como medio de representación de la in- terioridad del que crea. Como aquel “reino interior”, de Darío, que en el sueño le revela el goce al que pueden llegar vicios y virtu- des juntos (algo que sería más que imposible, monstruoso), a San Martín que se hizo jardinero para esta ocasión, su sueño le vino fragmentado y así nos lo aproxi- ma ahora. Intentemos descubrirlo, pues de lo que no hay duda es que, lo que fuese, está imbricado con lo bello y con lo sublime. En definiti- va, una y cien veces hermosa re- creación de lo que bulle en las pro- fundidades del hombre. MANUEL ABAD · UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA

El jardín inquieto de Antonio San Martín

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Manuel Abad en El Faro de Ceuta

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Page 1: El jardín inquieto de Antonio San Martín

LA CONTRA

Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;el viento sopla, la hojarasca rueda…

Manuel Machado, Alma

Vaya por delante las gracias a An-tonio San Martín, que me pidió unbreve prólogo, muestra recíprocadel cariño y amistad que mantene-mos desde años, colaborando asícon mi escritura en su nueva expo-sición El jardín inquieto, título casijuanramoniano, donde vuelve amostrarnos la originalidad que de-fine su estilo, de factura limpia,trazos elegantes, no exento, comohe dicho en otras ocasiones, de unlirismo, pleno de sugestivas evoca-ciones románticas.

La pintura de San Martín obligasiempre a mantener fija la miradaen cada uno de sus cuadros. Esparte decisiva de la travesía visualque nos invita a compartir.

Pero este escribidor tambiénconsidera recomendar al especta-dor que no divague la vista, bus-cando, como si se tratara de unenigmático juego, anécdotas, te-mas, quizás bien lejos de las inten-cionalidades del artista. Por elcontrario, lo que debe hacer elque mira es caminar por esos es-pacios donde el pintor nos ofrece,en un rasgo de desprendida y ce-losa intimidad, su universo poéti-co, constante vieja y siempre nue-va en él. Porque San Martín lo quepretende, sin más, es que partici-pemos de una compleja contien-da, la que ha mantenido en su pro-ceso creativo.

Combate abierto, a cuerpo lim-pio, trabajando con estrategiascompositivas fascinantes, de lasque surgen estas imágenes vagas,desdibujadas, tan suyas, productode una consciente autorreflexiónsobre el arte y su devenir. Aquí nohay nada arbitrario ni surge porcasualidad, como suelen hacer losque manchan el papel o el lienzo,para después interpretar y anali-zar. En el arte, como en la vida–también lo decía Heráclito-,siempre es la lucha la que imponesus leyes y la auténtica verdad.

En El jardín inquieto se rindehomenaje a la belleza. Y otra vez,lo cromático se alza con el prota-

gonismo, como significante de undelirio, de un caos, del que habla-ba María Zambrano, donde segúnella, empieza todo y todo se des-pieza.

He aquí la filosofía que acompa-ñó al cubismo y a las abstraccionesque vinieron después. El delirio,escribió la pensadora malagueña,está en el principio. Es el principio.Después vendrá la palabra, quenace, precisamente, de él y de ungermen, casi un ADN ignoto, quees cuando, ya empiezan a interve-nir los dioses.

Todo lo que el hombre crea, tie-ne su origen en el delirio, que no esotra cosa sino la belleza. Que mástarde esta se manifieste de múlti-ples maneras y con diversas fór-mulas de representación, ya esotro cantar. En estas obras que te-

nemos delante, es evidente que elautor se apoya en una exploraciónde lo que ya es común en la totali-dad de su pintura. No está de másque recordemos que en el arte de lapintura, como en el literario, elSimbolismo fue quien marcó el ca-rácter variable que tienen los se-res, las cosas, la misma naturaleza.

Mutaciones disparatadas en eldominio de lo plástico, evocacio-nes en el campo de lo lírico. Paraambas –Pintura y Literatura- se-rán visiones que se ajustan más ala lógica del sueño que a la reali-dad convencional. El jardín in-quieto es, precisamente, comotratar de contar un sueño; por esono hay un hilo conductor capaz desometerlo a una unidad argu-mental. Tampoco existen fábulas,sólo parte de una escenografía

ambiental, la del clásico hortusconclusus, el jardín ya viejo yabandonado de los latinos; lugarcomún hipercodificado comomedio de representación de la in-terioridad del que crea. Comoaquel “reino interior”, de Darío,que en el sueño le revela el goce alque pueden llegar vicios y virtu-des juntos (algo que sería más queimposible, monstruoso), a SanMartín que se hizo jardinero paraesta ocasión, su sueño le vinofragmentado y así nos lo aproxi-ma ahora.

Intentemos descubrirlo, puesde lo que no hay duda es que, loque fuese, está imbricado con lobello y con lo sublime. En definiti-va, una y cien veces hermosa re-creación de lo que bulle en las pro-fundidades del hombre.

MANUEL ABAD · UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA