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Pág. 1 El Libro de Hebreos Índice Prefacio ......................................................................................................................... 01 La Importancia y el Contenido de Hebreos ................................................................. 04 El Autor de Hebreos ....................................................................................................... 11 Capítulo 1 del Libro de Hebreos: La Deidad de Cristo .............................................. 15 Observaciones Adicionales: Cristo el Heredero Señalado .............................................. 27 Los Ángeles ................................................................................................................ Capítulo 2 del Libro de Hebreos: La Humanidad de Jesús .............................................. 30 Observaciones Adicionales: Sufrimiento y Muerte de Cristo .................................... 43 La Doctrina Bíblica de la Trinidad .................................................................................... La Sra. E. G. White y la Divinidad de Cristo ................................................................. El Derecho y el Costo de una Agencia Moral Libre ....................................................... Capítulo 3 del Libro de Hebreos: Cristo y Moisés ....................................................... 58 Capítulo 4 del Libro de Hebreos: El Sábado ................................................................. 65 Observaciones Adicionales: El Descanso de Dios ........................................................ 75 Capítulo 5 del Libro de Hebreos: Las Calificaciones de Cristo como Sumo Sacerdote .... 82 Observaciones Adicionales: La Sra. E. G. White y el Estudio de la Biblia .................. 87 Capítulo 6 del Libro de Hebreos: Firmeza en la Fe – El Juramento del Pacto .................. 94 Observaciones Adicionales: Un Ancla del Alma ........................................................ 102 Capítulo 7 del Libro de Hebreos: Cristo es Superior a Melquisedec ............................ 104 Observaciones Adicionales: La Ley Ceremonial ........................................................ 113 Capítulo 8 del Libro de Hebreos: Los Dos Pactos ........................................................ 115 Observaciones Adicionales: Los Pactos ........................................................................... 121 La Sra. E. G. White y los Pactos .................................................................................... Capítulo 9 del Libro de Hebreos: Nuestro Sumo Sacerdote en el Cielo ............................ 138 Observaciones Adicionales: El Santuario ........................................................................... 159 La Sra. E. G. White y el Templo .................................................................................... Capítulo 10 del Libro de Hebreos: Completa Santificación ............................................... 183 Observaciones Adicionales: Santificación .................................................................. 201 Capítulo 11 del Libro de Hebreos: Fe ........................................................................... 207 Capítulo 12 del Libro de Hebreos: Exhortaciones a la Fe y a la Constancia .................. 224 Capítulo 13 del Libro de Hebreos: Consejo de Despedida ............................................... 233 Índice de los Textos de las Escrituras ........................................................................... 239 Índice de Asuntos ....................................................................................................... Prefacio.- El libro de Hebreos apareció en un tiempo crítico en la historia de la iglesia primitiva. La destrucción de Jerusalén estaba por realizarse – todas las señales mostraban que el evento no podía estar muy lejano – y muchos de los creyentes creían que esto sería el fin del mundo. No debemos sorprendernos de esto, ya que aun en las mentes de algunos de los apóstoles la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo estaban interligados de una forma muy cercana, debido a la pregunta que hicieron: “¿Cuándo serán estas cosas? ¿Y cuál será la señal de la venida, y del fin del mundo?”. Mat. 24:3. Los discípulos habían estado perturbados con la reacción de Jesús cuando Él visitó la ciudad y el templo por la última vez. En la mitad de la entrada triunfal, cuando las personas Lo estaban aclamando en forma jubilosa como Rey, Él lloró sobre la ciudad y dijo, “¡si tu supieses, al menos, en éste tu día,

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El Libro de Hebreos

Índice

Prefacio ......................................................................................................................... 01La Importancia y el Contenido de Hebreos ................................................................. 04El Autor de Hebreos ....................................................................................................... 11Capítulo 1 del Libro de Hebreos: La Deidad de Cristo .............................................. 15Observaciones Adicionales: Cristo el Heredero Señalado .............................................. 27Los Ángeles ................................................................................................................Capítulo 2 del Libro de Hebreos: La Humanidad de Jesús .............................................. 30Observaciones Adicionales: Sufrimiento y Muerte de Cristo .................................... 43La Doctrina Bíblica de la Trinidad ....................................................................................La Sra. E. G. White y la Divinidad de Cristo .................................................................El Derecho y el Costo de una Agencia Moral Libre .......................................................Capítulo 3 del Libro de Hebreos: Cristo y Moisés ....................................................... 58Capítulo 4 del Libro de Hebreos: El Sábado ................................................................. 65Observaciones Adicionales: El Descanso de Dios ........................................................ 75Capítulo 5 del Libro de Hebreos: Las Calificaciones de Cristo como Sumo Sacerdote .... 82Observaciones Adicionales: La Sra. E. G. White y el Estudio de la Biblia .................. 87Capítulo 6 del Libro de Hebreos: Firmeza en la Fe – El Juramento del Pacto .................. 94Observaciones Adicionales: Un Ancla del Alma ........................................................ 102Capítulo 7 del Libro de Hebreos: Cristo es Superior a Melquisedec ............................ 104Observaciones Adicionales: La Ley Ceremonial ........................................................ 113Capítulo 8 del Libro de Hebreos: Los Dos Pactos ........................................................ 115Observaciones Adicionales: Los Pactos ........................................................................... 121La Sra. E. G. White y los Pactos ....................................................................................Capítulo 9 del Libro de Hebreos: Nuestro Sumo Sacerdote en el Cielo ............................ 138Observaciones Adicionales: El Santuario ........................................................................... 159La Sra. E. G. White y el Templo ....................................................................................Capítulo 10 del Libro de Hebreos: Completa Santificación ............................................... 183Observaciones Adicionales: Santificación .................................................................. 201Capítulo 11 del Libro de Hebreos: Fe ........................................................................... 207Capítulo 12 del Libro de Hebreos: Exhortaciones a la Fe y a la Constancia .................. 224Capítulo 13 del Libro de Hebreos: Consejo de Despedida ............................................... 233Índice de los Textos de las Escrituras ........................................................................... 239Índice de Asuntos .......................................................................................................

Prefacio.-

El libro de Hebreos apareció en un tiempo crítico en la historia de la iglesia primitiva. La destrucción de Jerusalén estaba por realizarse – todas las señales mostraban que el evento no podía estar muy lejano – y muchos de los creyentes creían que esto sería el fin del mundo. No debemos sorprendernos de esto, ya que aun en las mentes de algunos de los apóstoles la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo estaban interligados de una forma muy cercana, debido a la pregunta que hicieron: “¿Cuándo serán estas cosas? ¿Y cuál será la señal de la venida, y del fin del mundo?”. Mat. 24:3.

Los discípulos habían estado perturbados con la reacción de Jesús cuando Él visitó la ciudad y el templo por la última vez. En la mitad de la entrada triunfal, cuando las personas Lo estaban aclamando en forma jubilosa como Rey, Él lloró sobre la ciudad y dijo, “¡si tu supieses, al menos, en éste tu día,

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las cosas que pertenecen a tu paz! Pero ahora están escondidas de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, donde tus enemigos te rodearán con vallados, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán”. Luc. 19:42-43. A esto Él le agregó posteriormente, “todas estas cosas vendrán sobre ésta generación”. Mat. 23:36.

Esto causó consternación entre los discípulos. No parecía posible que Dios fuese a abandonar Su ciudad y Su pueblo. ¿Y cómo podría un enemigo, aun cuando fuese poderoso, destruir el templo? ¿No estaba construido con piedras macizas, incapaces de ser destruidas? Tal vez Cristo no había percibido cuán grandes eran estas piedras. Si Él lo supiese tal vez habría sido más cauteloso en Sus expresiones. Y así “sus discípulos vinieron hacia él para mostrarle el edificio del templo” Mat. 24:1, aparentemente sin darse cuenta del hecho de que Él sabía más acerca de ellos de lo que ellos probablemente suponían.

A medida que caminaban, “uno de sus discípulos le dijo, Maestro, ¡mira qué especie de piedras y qué edificios hay aquí! Mar. 13:1. Ellos esperaban fervientemente que la vista de la solidez de la estructura haría tal impresión sobre Él, que no se referiría livianamente con respecto a su destrucción. ¿No era el templo el lugar de habitación de Dios? ¿No estaba construido de una forma tan sólida que nada en la tierra podría destruirlo? Era problemático para ellos el hecho que Cristo hiciese declaraciones, que ellos firmemente creían que nunca irían a suceder.

No somos informados cuál de los discípulos le preguntó que considerase la “especie de piedras y los edificios que hay aquí”; pero Cristo inmediatamente se dio vuelta y le dijo, “¿ves tu estos grandes edificios?”. Y entonces añadió, “no quedará una piedra sobre la otra, que no sea derribada” Mar. 13:2. Estas palabras fueron dichas con tal seguridad, que los discípulos no dijeron nada más. Pero ellos se maravillaron.

Esta conversación había tomado lugar cuando la compañía dejó el templo camino al Monte de las Olivas. Sin duda que los discípulos conversaron a respecto de esta situación durante el camino hacia el jardín, ya que era una predicción muy importante y sorprendente la que había hecho Cristo. Por eso, cuando Él estaba sentado en el “monte de las Olivas frente al templo, Pedro y Jacobo y Juan y Andrés le preguntaron en forma privada”, diciendo, “dinos, ¿cuándo sucederán estas cosas? ¿Y cuál será la señal de tu venida, y del fin del mundo?” Mar.13:3; Mat. 24:3.

Por razones que desconocemos, Cristo no hizo ninguna diferenciación, en Su respuesta que está en el capítulo 24 de Mateo, en cuanto a la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo. Es evidente, sin embargo, que un evento es un símbolo del otro, y que la profecía tiene una doble aplicación, refiriéndose a dos eventos, los cuales, aun cuando estén ampliamente separados en el tiempo, tienen mucho en común. Los discípulos habían hecho dos preguntas: la primera, “¿Cuándo serán estas cosas?” refiriéndose a la declaración de Cristo de que no quedaría una piedra sobre otra en la destrucción de la ciudad y del templo; la otra, “¿Cuál será la señal de tu venida, y del fin del mundo?”. Cristo en Su respuesta lo hizo juntando ambos eventos.

Los discípulos deben haber estado intensamente interesados en lo que Cristo dijo acerca de la destrucción de Jerusalén. Ellos habían Lo habían escuchado decir que “los días vendrán sobre ti, en que tus enemigos te rodearán con vallados, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti; y no dejarán en ti piedra sobre piedra; por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación” Luc. 19:43-44. Estas declaraciones les llegaron muy cerca, porque ellos amaban a Jerusalén, la ciudad del Dios viviente, y a través de la declaración de Cristo ellos concluyeron que la destrucción sería en sus días.

Existen bases para creer que los discípulos esperaban un retorno muy cercano de su Maestro. Él había prometido volver, y había dicho “no os dejaré sin consolador (margen: “huérfanos”): vendré a vosotros” Juan 14:18. “Un poquito, y no me veréis; y nuevamente un poquito, y me veréis” Juan 16:16. Cuando ellos en perplejidad se maravillaron, “¿Qué es esto que Él dice, un poquito? No entendemos lo que Él dice” (verso 18), Él les preguntó, “¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije, un poquito, y no me veréis; y nuevamente un poquito, y me veréis?” (verso 19). Entonces Él les contó a respecto de la pena que tendrían, pero que su pena se volvería en alegría, y entonces les dio la promesa,

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“os veré nuevamente, y vuestro corazón se regocijará, y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (verso 22).

“Os veré nuevamente”. Lindas palabras. Ellos esperaron y oraron para que Él volviese luego. ¿Qué podría ser más natural que esto? Pero pasó un años tras otro, y Cristo no vino. En el tiempo en que el libro de Hebreos fue escrito, se habían pasado más de treinta años, y aun no se había escuchado ninguna palabra del Maestro. ¿Había olvidado Su promesa? ¿Volvería alguna vez? Habían muchas indicaciones de que Jerusalén sería muy luego sitiada por el ejército romano en cumplimiento a la predicción de Cristo: “Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora, de que habló el profeta Daniel, (quien lea que entienda), entonces los que estén en Judea huyan a las montañas; que aquel que esté en el techo de su asa no descienda para tomar alguna cosa de su casa, ni tampoco el que esté en el campo vuelva para tomar sus ropas” Mat. 24:15-18. ¿No sería tiempo de que Cristo volviese? Ciertamente el tiempo tenía que estar cerca.

Los apóstoles deben haber buscado bastante en las Escrituras durante este tiempo de espera. Aquellos que habían conocido a Cristo y habían caminado con Él, y que habían atesorado cuidadosamente cada palabra que Él había dicho, repasaron una y otra vez lo que Él había dicho, y sacaron las cuentas y lo anotaron. Estas cuentas fueron comparadas con las profecías, y fue arrojada luz sobre muchas cosas que los tenían perplejos. Cristo estaba volviendo nuevamente; de eso no podía haber duda. Los profetas del Antiguo Testamento así lo declaraban; y Cristo había confirmado sus declaraciones. Pero aparentemente Él no estaba volviendo inmediatamente. Ellos encontraron, al estudiar las promesas de Cristo, que el fin no podría venir hasta que el evangelio fuese predicado en todo el mundo; y eso no había sido hecho. (Mat. 24:14). También habrían señales en los cielos; el sol, la luna, y las estrellas testificarían del cumplimiento de la profecía, y estas señales no habían aparecido, ni tampoco habían sido zarandeados los poderes del cielo. (versos 29-30). Aparentemente habían no pocas cosas que ellos habían pasado por alto. Sin embargo, ciertas cosas irían a suceder en su misma generación, de acuerdo con las palabras de Cristo expresadas en Mat. 23:36, “todas estas cosas sucederán en esta generación”. ¿Pero vendría Él mismo? Ellos esperaban que viniese, y oraron para que así fuese.

No debiéramos censurar a los primeros discípulos debido a su esperanza en relación a la pronta venida de Cristo. Ellos se aferraron a las promesas de Su pronto regreso, y pasaron por alto otras promesas que equilibraban las primeras. Esta actitud hizo con que Pablo hiciese una advertencia en su segunda carta a la iglesia de los Tesalonicenses, los cuales evidentemente creían que el regreso de Cristo estaba a las puertas. “Que nadie os engañe de ninguna manera”, dijo él, como un eco a la primera declaración de Cristo en relación a este mismo asunto, “Mirad que ningún hombre os engañe” Mat. 24:4. “Aquel día no vendrá”, continuó Pablo, “hasta que primero venga la apostasía, y que el hombre de pecado sea revelado, el hijo de la perdición” 2 Tes. 2:3.

Esto muestra que Pablo no creía que Cristo fuese a regresar en sus días. Él sabía que primero tendría que ser revelado el hombre de pecado y que pasarían muchos años antes de que Cristo pudiese regresar. De tal manera que él alertó a la iglesia para que no tuviesen una falsa esperanza.

La carta de Pablo les trajo luz a los discípulos, pero también causó una cierta medida de desaliento. Los creyentes habían esperado que la venida del Señor estaba muy próxima, y ahora se les decía que dicho evento estaba bien lejano. Los meses y los años posteriores a la recepción de esa carta fueron probantes. Parecía que la esperanza de la iglesia había desaparecido, y que lo que los había mantenido a flote y había ocasionado la persecución, había desaparecido.

Si alguna vez la iglesia necesitó ayuda y ánimo, era ahora. Los apóstoles estaban desapareciendo uno tras otro, y muy luego la iglesia sería dejada sola para pelear sus batallas. Cristo había prometido no dejarlos huérfanos (Juan 14:18). Pero ahora parecía que era eso mismo lo que iba a suceder. Era un tiempo crítico. Y fue en esta hora de perplejidad que apareció el libro de Hebreos con su luz y so conforto.

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Aquello que justamente le producía preocupación a la iglesia era la razón de la larga ausencia de Cristo. Pablo les había dado alguna información a respecto de este asunto cuando le dijo a los Tesalonicenses que debía “venir primero una apostasía, y que el hombre de pecado debía ser revelado, el hijo de la perdición” 2 Tes. 2:3. Pero evidentemente esta no era una explicación suficiente. ¿Qué estaba haciendo Cristo? ¿Estaba Él sentado en ociosa expectación, esperando que ciertas cosas sucediesen antes que pudiese volver, o estaba haciendo alguna otra obra más importante que afectaba vitalmente su salvación, y la salvación de toda la humanidad? Si esto último fuese el caso, si Cristo estuviese llevando a cabo un servicio comparable al del sacerdote, el cual, después de matar el sacrificio iba al Lugar Santo, para allí ministrar la sangre de la víctima, entonces la ausencia de Cristo se hacía entendible. Todo Israel entendía bien que la muerte del sacrificio no era suficiente para otorgar el perdón. Tenía que haber una ministración de la sangre para que la ofrenda fuese eficaz. Si Cristo realmente era un sacerdote, si como víctima Él había muerto en el Calvario y allí había derramado Su sangre, ¿no era necesario que esa sangre fuese ministrada? ¿Y era esto lo que Cristo estaba efectuando ahora en el cielo?

Fue para responder estas preguntas que fue escrito el libro de Hebreos. Cristo realmente es sacerdote y Sumo Sacerdote. Él “no entró en los lugares santos hechos con manos (todo el templo), los cuales son figuras del verdadero; sino que en el cielo mismo, ahora para aparecer en la presencia de Dios por nosotros” Heb. 9:24. Allá en el templo celestial él “apareció para quitar el pecado a través del sacrificio de Sí mismo” (verso 26). Y allá, dice Pablo, “la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras consciencias de las obras muertas para servir al Dios vivo” (verso 14).

Lo que el pueblo necesitaba era una clara concepción de la obra que Cristo estaba haciendo por ellos en las cortes celestiales. Ellos necesitaban entender el santuario celestial y sus servicios. Eso explicaría el atraso de Su retorno, y restauraría su fe vacilante.

Las condiciones y los problemas que enfrentaba la iglesia de aquellos días no son diferentes de los problemas que la iglesia enfrenta hoy. Ellos estaban viviendo en el tiempo del cumplimiento de la primera parte de la profecía de Cristo – la destrucción de la ciudad de Jerusalén y del templo. Nosotros estamos viviendo en el tiempo del cumplimiento de la segunda parte de la profecía – la venida del Señor Jesús en las nubes del cielo. Así como entonces habían puntos de vista extravagantes y errados; así como entonces habían algunos que mantenían un vago concepto de la obra de Cristo en el santuario; así hoy existen aquellos que también se equivocan. Existe la misma necesidad hoy de un profundo estudio de las Escrituras como lo había en aquel entonces, y hoy aún más.

El libro de Hebreos fue un factor importante en la estabilización de la iglesia apostólica en la hora crítica anterior a la caída de Jerusalén. Es de esperar que un análisis de los poderosos temas del libro de Hebreos sea de mucha ayuda para la iglesia de Dios hoy. Como creyentes en el pronto regreso de Cristo, debemos apoyarnos firmemente en la fe una vez dada a los santos. Todos tienen que tener sus ojos puestos en nuestro gran Sumo Sacerdote y en la obra que Él está efectuando en el santuario celestial, donde “él vive para siempre para interceder por ellos” Heb. 7:25. Y que sea el bendito privilegio de muchos “entrar en el lugar santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo, el cual Él nos ha consagrado para nosotros, a través del velo, esto es, su carne” Heb. 10:19-20. Esta fue la oración y la esperanza del autor de Hebreos, y esta es también la oración y la esperanza del autor de este volumen.

El AutorLa Importancia y el Contenido de Hebreos

El libro de Hebreos posee un importante y único lugar en el canon del Nuevo Testamento, ya que tiene que ver en forma muy cercana con el Cristo que ascendió y se sentó a la diestra de Dios. Si no fuese por este libro, sabríamos ahora muy poco a respecto de la obra de Cristo en el cielo y su actual posición; la ascensión habría sido el último rayo de luz que habríamos tenido de Él hasta que volviese;

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Su obra mediadora sería casi completamente desconocida; las referencias proféticas del Antiguo Testamento relacionadas con la purificación del santuario no habrían tenido ninguna confirmación en el Nuevo Testamento; y toda la ministración sacerdotal Aarónica habría sido apenas una curiosidad descartada del Antiguo Testamento en vez de ser una representación viva de la obra redentora de Cristo en el santuario celestial.

Hubieron muchas cosas que Cristo podría haberle contado a Sus discípulos de manera que hubiesen estado espiritualmente preparados para recibirlas. Debido a su embotamiento en la comprensión Él tuvo que pesar y medir cada palabra “conforme a lo que podían oír” Mar. 4:33. Cuando Él les contó a respecto de Su sufrimiento, muerte y resurrección, “ellos nada comprendieron de estas cosas, y estas cosas les eran encubiertas, y no entendían lo que se les decía” Luc. 18:34.

Casi en tono de reproche Cristo les había dicho a los discípulos, “ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas?” Juan 16:5. Esto sugiere que Él se habría puesto muy alegre en verlos interesados en Su futura obra, y que Él les habría respondido lo que ellos le hubiesen preguntado. Pero en vez de eso, Él se vio compelido a responder, “aun tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” Juan 16:12. Por lo tanto Él les contó solamente las cosas que ellos eran capaces de soportar, dejando para el futuro la otra información, la cual necesitaban, pero que solamente el tiempo y un posterior avance en el conocimiento cristiano los capacitaría para entenderla.

En los 26 libros del Nuevo Testamento, dejando para el presente el libro de Hebreos, poseemos una historia bien relacionada y relativamente completa de la vida y enseñanzas de Cristo; del avance de la obra en la tierra después de Su partida; del establecimiento y crecimiento de las iglesias apostólicas y de las grandes doctrinas cristianas; terminando en el último libro de la Biblia con el cuadro profético de la batalla y la eventual victoria de la iglesia en el conflicto con el mal. Pero en esta cuenta comprensiva está faltando una fase importante: se nos dice poco, casi nada, a respecto de Cristo después de desaparecer de la vista de los apóstoles en Su ascensión, nada de Su obra mediadora a la diestra de la Majestad en el cielo. Y sin embargo, este era el verdadero asunto al cual Él se había referido cuando en perplejidad preguntó, “ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas?”

En el Calvario, Cristo murió y derramó Su sangre por nosotros. Esto fue en cumplimiento del tipo del santuario, en el cual un cordero era muerto para proveer una expiación. Pero la muerte del cordero no efectuaba ninguna expiación en sí misma. “Es la sangre la que efectúa la expiación”, y no la muerte del sacrificio. Lev. 17:11. La sangre del cordero pascual tuvo que ser colocada en los marcos de la puerta antes que pudiese estar disponible para la expiación. ¿Debiera ser realizada una ministración similar de la sangre de Cristo, el verdadero Cordero de Dios? Hebreos responde esto en forma afirmativa, y presenta a Cristo como Sumo Sacerdote del santuario celestial, el cual ministra Su propia sangre, obteniendo así eterna redención para nosotros. “No por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por Su propia sangre, entró una vez para siempre en el santuario, habiendo obtenido (u obteniendo a través de ella) eterna redención”. Heb. 9:12.

El Libro de Hebreos es Único.-

La epístola a los Hebreos es el único libro que argumenta a respecto de la Deidad de Cristo, presentándolo como imagen expresa del Padre, el Creador y Mantenedor de todas las cosas, a quien el propio Padre lo llama Señor y Dios. Es el único libro que analiza a Cristo como apóstol y Sumo Sacerdote, comparando y contrastando Su sacerdocio con el de Aarón. Es el único libro que interpreta los sufrimientos y la muerte de Cristo como siendo vital y necesario en Su preparación para el sacerdocio, declarando que solamente así podía Él volverse un misericordioso y fiel Sumo Sacerdote. Es el único libro que nos da la sorprendente información de que ”las cosas celestiales” deben ser purificadas con la sangre de Cristo, y así nos asiste correctamente para interpretar la purificación del antitipo celestial. Es el único libro que retrata la entrada de Cristo en el “santuario” celestial a través del mayor y más perfecto tabernáculo del cual Él es ministro, estableciendo así un paralelo entre la entrada

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del sumo sacerdote en la tierra y la entrada de Cristo en el cielo. Es el único libro en el Nuevo Testamento que consistentemente usa todo el lenguaje del santuario, tal como: el primero y el segundo tabernáculo; el santo y el santísimo; ofrendas por el pecado; ofrendas quemadas y sacrificios; el asperjamiento del altar con sangre, y el transporte de la sangre dentro del santuario; el velo; los sacerdotes y el sumo sacerdote efectuando el servicio; la quema del cuerpo de la ofrenda por el pecado fuera del campamento; constituyendo todas estas referencias un paralelo entre la obra de Cristo y aquella del sacerdote levítico, mostrando la conexión entre la muerte del cordero en el altar del santuario y el verdadero Cordero de Dios. Así le es dado un real significado y aun una gloria al sistema sacrificial instituido por Dios.

Hebreos es el único libro en el Nuevo Testamento que analiza el Sábado del séptimo día a la luz del descanso de Dios en la creación, informándonos que permanece la guarda del Sábado para los hijos de Dios. Es el único libro que relaciona el descanso del alma con el descanso del Sábado del séptimo día que Dios instituyó en el jardín del Edén, lo cual enfatiza el Sábado como siendo la verdadera señal de la santificación. Es el único libro que nos informa que el Dios que una vez remeció la tierra cuando Él dio los Diez Mandamientos en el Sinaí, remecerá una vez más, no solamente la tierra, sino que también los cielos. Es el único libro que presenta la segunda venida de Cristo en el marco de la doctrina del santuario, informándonos que “a aquellos que lo buscan, Él aparecerá por segunda vez, sin pecado, para salvación”. Es el único libro que, para darnos ánimo, analiza a un grupo de personas, los cuales a pesar de sus faltas y debilidades, finalmente obtienen un buen informe y tienen sus nombres inscritos en el libro de la vida del Cordero. Es el único libro que presenta a los santos entrando con Cristo en el santuario a través de un nuevo y vivo camino, y entonces mantiene delante de ellos la posibilidad del alto honor e inexpresable gloria de permanecer en la no velada presencia de Dios.

Un Libro Para Este Tiempo.-

De tal manera que Hebreos ocupa un lugar muy alto y muy importante en las Escrituras. Es un libro para este tiempo, ignorado por algún tiempo, pero que ahora está llegando a su debido lugar. Correctamente entendido, nos proporciona el marco del santuario para la preparación del último mensaje de misericordia para el mundo, y así ayuda grandemente en la predicación del Sábado de una forma más completa.

Este libro ha sido grandemente negligenciado por el pueblo de Dios. Hemos hecho hincapié en Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, pero existe una tendencia a negligenciar el único libro en el cual esta obra es enfatizada. En todo el resto del Nuevo Testamento no hay ningún análisis de Su obra sacerdotal; de hecho, fuera del libro de Hebreos, el término “Sumo Sacerdote” no es mencionado ni una sola vez en relación a Cristo. Por otro lado, capítulo tras capítulo en Hebreos el asunto es Cristo como Sumo Sacerdote, y diez veces el título es aplicado directamente a Él; en otras siete oportunidades Él es comparado o contrastado con los sumo sacerdotes terrenales, además de numerosas referencias adicionales. Privados de este libro, los Adventistas del Séptimo Día no podrían sostener fácilmente su doctrina en relación a Cristo, o presentar una confirmación bíblica para ciertas posiciones relacionadas con la doctrina del santuario.

El libro de Hebreos relaciona el santuario terrenal con el santuario celestial. La primera mitad del libro nos da una visión y una revisión de los servicios terrenales, haciendo constantes referencias al servicio más importante del cielo. Compara y contrasta las calificaciones de los sacerdotes terrenales con la mayor dignidad y excelsa gloria de nuestro gran Apóstol y Sumo Sacerdote en el cielo. Deja un sólido fundamento de un conocimiento preciso en relación al servicio del santuario terrenal, el cual es necesario para un correcto entendimiento de la obra de Cristo en el cielo. Una y otra vez efectúa el paralelo entre el tabernáculo y sus servicios terrenales, y el tabernáculo y los servicios en el cielo, presentando al primero como un tipo del segundo.

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Habiendo instruido completamente a sus lectores en el sacerdocio y servicio terrenal; habiendo enfatizado en forma particular que los sacerdotes entraban diariamente en el primer compartimiento, pero que el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo una vez al año, el autor del libro ilumina y vitaliza sorprendentemente el servicio terrenal diciendo que el Espíritu Santo quiere significar algo con todo esto (Heb. 9:8). Esta es una declaración muy importante, ya que coloca el sello de aprobación de la tercera persona de la Deidad sobre aquello que de otra manera pudiese haber sido considerado apenas un ritual desechable. Ya que el Espíritu Santo juega una parte significativa en la encarnación; ya que el Espíritu Santo testifica de la divinidad de Cristo en Su bautismo; ya que el Espíritu Santo se volvió el representante especial de Cristo al partir este; entonces el Espíritu Santo llama ahora la atención al servicio del santuario y lo reviste de un significado típico. Este apoyo del Espíritu Santo sobre el servicio del santuario no debiera ser pasado por alto fácilmente. Esto lo eleva sobre el nivel de un ritual Judío a aquel de una representación típica de las profundas cosas de Dios en el plan de la salvación.

Condiciones en la Iglesia Terrenal.-

El número de creyentes en el tiempo de la muerte de Cristo no era muy grande, “cerca de ciento veinte”, pero fue grandemente aumentado en el día del Pentecostés cuando “cerca de tres mil almas” fueron convertidas y adicionadas a la iglesia (Hechos 1:15;2:41).

La iglesia en Jerusalén luego creció para ser grande e influyente. Fuera de los apóstoles, un “gran número de sacerdotes fueron obedientes a la fe”, y también “algunos de la secta de los Fariseos que creyeron” (Hechos 6:7; 15:5). Treinta años después aun habían “muchos miles de Judíos” en la ciudad, aun cuando la persecución había compelido a muchos a abandonarlos (Hechos 21:20).

Podría esperarse que, tan luego como fuese posible, después de la ascensión, fuese construida una casa de adoración en Jerusalén para acomodar a los creyentes. Esto, sin embargo, parece no haber sido el caso. Se nos dice que a la hora de la oración Pedro y Juan fueron al templo, y que “todos los que creyeron” continuaron “diariamente en el templo” Hechos 2:44,46. Aun cuando pequeñas compañías partían el pan “de casa en casa”, y durante el tiempo de persecución “muchos se juntaban para orar” en “la casa de María madre de Juan, cuyo apellido era Marcos”, la iglesia continuó a usar el templo como su lugar de reunión, probablemente reuniéndose en el pórtico de Salomón, el cual era suficientemente espacioso como para recibir a una gran congregación (Hechos 2:46; 12:12).

Ritos y Ceremonias.-

Del registro del libro de Hechos, parece ser que no solamente la iglesia continuó adorando en el templo, sino que los creyentes también observaron muchos de los ritos y ceremonias de los Judíos, incluyendo la circuncisión (Hechos 15:1). Teniendo en cuenta el hecho que una gran compañía de sacerdotes pertenecían a la iglesia, esto no es sorprendente; porque naturalmente tomaría tiempo para que estos se ajustasen a sí mismos a las nuevas condiciones. Los apóstoles no vieron claramente los cambios que la concepción de Cristo como Sumo Sacerdote necesitaban en su relación con el templo. Él no había dado ningún mandamiento aboliendo la ley mosaica, ni tampoco había hablado contra los servicios del templo. Aun cuando no tengamos ningún registro que demuestre que Él mismo observó las ordenanzas, Él reconocía su validez al amonestar al pueblo a que hagan todo lo que los escribas y Fariseos les decían que observaran, así como le dijo al leproso, “ve y muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés” Mat. 23:2; 8:4. Estas declaraciones serían aprovechadas por aquellos que estaban inclinados a “observar y hacer” todo lo que Moisés había ordenado como prueba de la continua validez de las ordenanzas Mosaicas.

Aun cuando la muerte y la resurrección de Cristo nos llevó a la era del nuevo pacto, no era aparentemente el intento de Dios terminar finalmente con los Judíos en ese tiempo. Ellos habían

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rechazado a Cristo y lo habían crucificado, pero la misericordia aun se extendía para ellos; y por algunos años – por lo menos hasta el término de las setenta semanas proféticas – la principal obra de los apóstoles estaba confinada con los Judíos. Los discípulos fueron grandemente animados cuando en el día del Pentecostés miles se convirtieron, y también cuando muchos eran diariamente adicionados a la iglesia.

La “gran compañía de sacerdotes” naturalmente hicieron sentir su influencia en la iglesia y aumentaron su prestigio, así como también lo hizo la “secta de los Fariseos”. Evidentemente este no era el tiempo para que la iglesia tomase una actitud antagónica contra el templo y sus servicios. Miles de Judíos habían sido ganados para Cristo en pocos meses. ¿Podría ser posible que aun otros miles aceptarían al Mesías, y que los Judíos permaneciesen como el pueblo escogido de Dios?

Si alguien tenía esas expectativas, sería llevado a la decepción. La nación Judía no estaba lista para aceptar a Jesús como su Mesías. Habían crucificado al Salvador, apedreado a Esteban, y golpeado a los apóstoles (Hechos 5:40; 7:58). Cuando aumentó la persecución, Pedro fue llevado a la prisión y amenazado de ejecución, y Jacobo, el hermano de Juan, fue muerto con la espada (Hechos 12:1-19). La nación Judía se estaba alejando de la nueva doctrina. Había poca esperanza que Israel aceptase a Jesús como su Mesías.

La muerte de Esteban parecía haber sido el punto clave en la actitud del pueblo Judío en contra de la fe cristiana. “se levantó en aquellos días una gran persecución la iglesia que estaba en Jerusalén”. Hechos 8:1. Muchos de los creyentes fueron dispersos a través de Judea y Samaria, el método de Dios para sembrar la semilla de la verdad en esas regiones. Es significativo que aun cuando el pueblo estaba disperso, los apóstoles permanecieron en Jerusalén (verso 1).

Pablo.-

Uno de los principales perseguidores de los cristianos era Saulo, un joven Fariseo. Él “asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” Hechos 8:3. Su propio testimonio es de que él “los compelía a blasfemar; y siendo extremamente malo con ellos... (él) los perseguía aun hasta ciudades extranjeras” Hechos 26:11.

Este era el hombre que Dios había seleccionado para que fuese “un instrumento escogido..., para llevar mi nombre ante los gentiles, y reyes, y los hijos de Israel” Hechos 9:15. En el camino a Damasco, donde él estaba yendo para prender a los cristianos para llevarlos presos a Jerusalén (Hechos 9:2), fue él mismo hecho prisionero de Dios, completamente convertido, y comenzó inmediatamente a contarle a otros a respecto del nuevo Salvador que había encontrado. Esto levantó el odio de los Judíos, y él fue compelido a huir para salvar su vida. Luego después de esto, se fue a Arabia, donde pasó algún tiempo, tal vez años, en reclusión, y entonces comenzó calmamente su ministerio público.

Los siguientes pocos años escuchamos poco a respecto de Pablo. Que debe haber estado activo, es evidente, porque Pablo no podía estar ocioso. Estos fueron años de preparación para la obra que Dios tenía en mente para él. Él debe haber estudiado mucho y debe haber meditado durante este tiempo; porque cuando finalmente comenzó su servicio activo, toda su concepción religiosa y su teología estaba madura. Había pensado bien las cosas, y estaba listo para la obra que Dios le había dado para hacer.

El Primer Concilio de la Iglesia.-

Es en Antioquía que encontramos a Pablo algunos años más tarde trabajando con Bernabé y otros. Aquí él fue ordenado al ministerio evangélico (Hechos 13:1-3). Después de su ordenación Pablo comenzó su primer viaje misionero, el cual lo llevó a tener un contacto directo con los gentiles. En este viaje encontró tanto éxito como oposición, fue tratado como un dios, y también fue apedreado y abandonado para que muriese. Cuando él y Bernabé volvieron a Antioquía, ellos le contaron a la iglesia

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“todo lo que Dios había efectuado con ellos, y cómo había abierto la puerta de la fe a los Gentiles” Hechos 14:27.

La obra de Pablo entre los gentiles no tuvo la aprobación de aquellos creyentes Judíos que eran a favor de las leyes ceremoniales. Esto sucedía porque él no les exigió a los gentiles que fuesen circuncidados y tampoco les dijo que observasen la ley de Moisés. Cuando esto llegó a los oídos de la iglesia de Jerusalén, algunos hombres de Judea vinieron a Antioquía, los cuales no dudaron en decirles a los nuevos creyentes, “a menos que seáis circuncidados tal como lo indicó Moisés, no podéis ser salvos” Hechos 15:1. Esto causó ”no poca disensión y disputa”, de tal manera que la iglesia de Antioquía finalmente “determinó que Pablo y Bernabé, y algunos otros, subiesen a Jerusalén hasta los apóstoles y los ancianos a respecto de esta cuestión” Verso 2.

Pablo concordó con esto, y a su debido tiempo él y Bernabé llegaron a Jerusalén, donde se encontraron con los apóstoles y ancianos, y les contaron “todas las cosas que Dios había hecho con ellos” Verso 4. A medida que iban relatando su obra por los gentiles, “se levantaron algunos de la secta de los Fariseos los cuales creían diciendo, que era necesario circuncidarlos, y mandarles que guardasen la ley de Moisés” Verso 5.

Evidentemente los apóstoles esperaban que el discurso de Pablo satisficiese al pueblo a medida que escuchaban sobre las bendiciones que habían sido derramadas sobre la obra de ambos misioneros. Pero cuando los Fariseos tomaron su decisión de que “era necesario circuncidarlos, y ordenarles que guardasen la ley de Moisés”, entonces no había ninguna manera de evitar una discusión pública.

Como resultado, “los apóstoles y los ancianos se reunieron para considerar esta materia”, y hubo “mucha discusión” Versos 6 y 7. Que Pablo y Bernabé eran el centro de la “discusión”, no cabe ninguna duda. Pablo más tarde habla de sus opositores como siendo aquellos “a los cuales ni por un momento accedimos a someternos” Gal. 2:5. Pablo permaneció en su terreno. Fue un debate interesante y muy vivo.

Finalmente Pedro se levantó y dijo, “Varones y hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” Hechos 15:7-11.

La substancia del discurso fue que él no pensaba que la ley ceremonial debiese ser forzada sobre los gentiles, ya que Dios había mostrado que “no hizo ninguna diferencia entre nosotros y ellos, purificando sus corazones por la fe”. El discurso de Pedro fue de un compromiso, y no levantó la cuestión de la circuncisión de los Judíos. Su recomendación fue que los gentiles solamente no debían ser circuncidados.

Después que Pedro habló, “la multitud guardó silencio, mientras Pablo y Bernabé les contaban lo que “Dios había hecho entre los gentiles a través de ellos” Verso 12.

Decisión del Concilio.-

Jacobo, quien presidía la reunión, dio ahora su decisión. Él confirmó que lo que Pedro había dicho estaba en armonía con “las palabras de los profetas; como está escrito, después de esto volveré, y levantaré nuevamente el tabernáculo de David, el cual está caído; y repararé nuevamente sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el residuo de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos”. Versos 15-17.

Por lo tanto él lo dio como su sentencia “por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de

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fornicación, de ahogado y de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada Sábado” Versos 19-21.

Como resultado de esta reunión, dos hombres fueron enviados con Pablo y Bernabé a Antioquía y una carta escrita por los apóstoles y los ancianos diciendo, “por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Así que enviamos a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os harán saber lo mismo. Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien” Versos 24-29.

Pablo, al contar su historia de su visita a Jerusalén, nos da esta información adicional: “Pasados 14 años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse” Gal. 2:1-3.

Es significativo que Pablo encontró necesario ir a Jerusalén y reunirse con los hermanos acerca de la circuncisión, y también para hablar “privadamente con aquellos que tenían cierta reputación, para que por cualquier medio no corra o haya corrido en vano” Verso 2.

Esta decisión del concilio arroja una interesante luz sobre las condiciones en la iglesia de Jerusalén. No solamente continuaron los creyentes a observar la ley ceremonial muchos años después de Cristo, sino que una gran parte en la iglesia decidió que los gentiles también tenían que circuncidarse, al igual que los Judíos. La decisión, sin embargo, concernía solamente a los gentiles. Ellos estaban liberados de la obligación de observar la ley ceremonial, mientras que por implicación los Judíos continuaban observándola como hasta entonces. Pablo ganó así solamente una victoria parcial. Él podía ir ahora libremente hacia los gentiles, sabiendo que no serían compelidos a ser circuncidados.

Mientras que el status de los gentiles era así resuelto en este primer concilio, el principio subyacente de la ley ceremonial parece no haber sido reconocido. Sin embargo, aun así, un gran paso hacia delante fue dado. Los gentiles fueron liberados del yugo de la esclavitud “que ni nuestros padres ni nosotros hemos llevado” Hechos 15:10. Una vez que fue tomada esta decisión, no pasaría mucho tiempo hasta que este principio fuese también aplicado a los Judíos, como lo había sido a los gentiles.

El Segundo Concilio de Jerusalén.-

Pablo pasó los años siguientes en ardorosa labor en muchas partes del campo del Mediterráneo, trabajando tanto para los Judíos como para los gentiles. Cerca del año 60, o un poco más tarde, visitó nuevamente Jerusalén para informarles a respecto de la obra que había hecho. Cuando los hermanos escucharon el relato de Pablo, “glorificaron al Señor, y le dijeron, ya ves, hermano, cuántos millares de Judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley. Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los Judíos que están entre os gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres. ¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto, porque oirán que has venido. Haz, pues, esto que te decimos: hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley. Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación”. Hechos 21:20-25.

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Pablo Arrestado.-

Había en Jerusalén en aquel tiempo “muchos miles de Judíos” que creían. Estos eran todos “celosos de la ley”. Jacobo y los ancianos, por eso, aconsejaron a Pablo para que tomase a cuatro hombres y que con ellos cumpliese algunos requerimientos ceremoniales menores, no vitales en sí mismos, pero que servirían para mostrar que Pablo caminaba ordenadamente y guardaba la ley. No sabemos la razón por la cual Pablo acató este requerimiento. Tal vez él razonó que la “circuncisión no es nada, y que la incircuncisión tampoco es nada” 1 Cor. 7:19. De cualquier manera, Pablo fue con los hombres y realizó la purificación requerida por la ley. Como resultado de algún mal entendido por parte de las autoridades del templo, en relación a los hombres que acompañaban a Pablo, éste fue arrestado y colocado en custodia (Hechos 21:33).

Es significativo encontrar que cerca de treinta años después de la muerte de Cristo, habían miles de Judíos en Jerusalén que creían, y sin embargo eran celosos de la ley ceremonial, y que este elemento en la iglesia era tan influyente, que Jacobo, los ancianos, y aun Pablo, creyeron necesario ceder a sus prejuicios. La iglesia de Jerusalén no se había liberado a sí misma de las ideas de adoración del Antiguo Testamento, y aun estaba observando ordenanzas que Pablo había descartado. Aun cuando éste no era el caso en otras iglesias, por lo menos no donde la influencia de Pablo prevalecía, el ejemplo de la iglesia de Jerusalén afectó vitalmente a los creyentes en todas partes.

Bajo estas circunstancias era natural que Pablo sintiese la necesidad de que los creyentes Judíos recibiesen instrucción la cual dejaría clara la naturaleza temporal y provisoria del sistema levítico, con una explicación del nuevo sistema que tenía que tomar su lugar. Pero Pablo estaba ahora en la prisión y no podía visitar personalmente la iglesia. Los creyentes, y particularmente la iglesia de Jerusalén, necesitaba ayuda, la cual no debía tardar en llegar. Roma estaba marchando; habían guerras y rumores de guerra; y no pasaría mucho tiempo hasta que los ejércitos imperiales estuviesen a las puertas. Cuando la ciudad fuese tomada, sería muy tarde; porque, de acuerdo con la profecía de Jesús, los creyentes tendrían entonces que huir, y la iglesia sería dispersada (Luc. 21:20-21). Lo que tuviese que ser hecho, tenía que ser hecho rápidamente.

Entonces, súbitamente, exactamente en el tiempo correcto, apareció el libro de Hebreos, dando justamente la ayuda necesaria. Vino en la directa providencia de Dios para salvar la iglesia en Jerusalén. ¿Cómo vino a surgir a la existencia? ¿Quién lo escribió?

El Autor de Hebreos

Al declarar que Pablo es el autor de Hebreos, sabemos muy bien que a los ojos de los críticos nos descalificamos a nosotros mismos para alguna consideración seria posterior. Los argumentos comunes a favor o en contra de la autoría paulina de Hebreos, ha sido exhaustivamente presentada por otros, y muy poco puede ser dicho que no haya sido dicho muchas veces antes. Estamos, sin embargo, convencidos que se le ha dado mucha evidencia a la evidencia interna, a la construcción gramatical, al uso de frases que se ha dicho que no son paulinas, y a la línea de argumentos usados por el autor y a la forma de su presentación. A nosotros nos parece precario decir que esta o aquella frase o palabra no sean paulinas, por ninguna otra razón que porque no aparece en ninguno de sus otros libros. Esos argumentos son negativos, y no es sabio construir siempre una filosofía positiva o incierta, con declaraciones negativas.

Los argumentos en el libro de Hebreos, y su presentación general, era exactamente lo que necesitaba la iglesia de Jerusalén en aquel tiempo. Pablo sabía de la adherencia de “miles de Judíos” al sistema levítico. También sabía que para que los apóstoles, los ancianos y el pueblo, dejasen las ceremonias inútiles, era necesario que la naturaleza temporaria y provisoria del templo y sus servicios fuese expuesta. Si Pablo no escribió Hebreos, alguien lo escribió, y éste sabía exactamente lo que era

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necesario, y que sabía la urgencia de presentar a la iglesia el verdadero significado de aquello que estaba pasando, así como aquello que tomaba su lugar.

Que los argumentos y pensamientos del libro de Hebreos llevaba la estampa de Pablo es admitida aun por muchos que no creen que Pablo sea el autor. Cuando consideramos la historia de la iglesia cristiana primitiva, y la actitud de la iglesia en Jerusalén; cuando sabemos que Pablo estaba en la mitad de una controversia acerca de la real cuestión con la cual el libro de Hebreos se relaciona; que él era un escritor con experiencia; que, estando en prisión, no podría enfrentar estos problemas personalmente; que era el único apóstol que podía o se había colocado contra las enseñanzas judaizantes en la iglesia y que no temía enfrentar incluso al propio Pedro; ¿cómo puede alguien bajo estas circunstancias dejar de creer que Pablo quería expresarse a sí mismo en un asunto que le parecía tan grande a él y que era tan importante?

Realmente, habría sido mucho más raro que Pablo reprimiese sus deseos de escribir. Él vio, como ningún otro, la naturaleza típica del sistema ceremonial. Él sabía, como ningún otro, la verdadera naturaleza de la obra mediadora de Cristo en el cielo. Él entendió, como ningún otro, la naturaleza del poder que lo exaltaría a sí mismo hasta que su representante se sentase finalmente en el templo de Dios mostrando que Él mismo es Dios. Con esto en vista, Pablo, sobre todos los hombres, sentiría la necesidad de dejar una base firme para un entendimiento de la obra mediadora de Cristo la cual mostraría inmediatamente la inutilidad de los sacrificios Judíos y que también constituye la mayor defensa contra el falso sistema mediador que aparecería muy luego por aquel que se declaró a sí mismo el representante de Cristo en la tierra. Pareciera que el mejor hombre, podríamos aun decir que el único hombre, que podría escribir tal documento tendría que ser Pablo. Él conocía el problema. Él había enfrentado a los judaizantes cara a cara. Él era el hombre mejor preparado para escribir un tratado como ese.

Los Argumentos de los Críticos.-

Tal como hemos dicho, los argumentos que los críticos colocan contra la autoría paulina de Hebreos se basan principalmente en el lenguaje de la epístola, la cual, dicen ellos, es mucho más bonito y elegante que aquel de las epístolas paulinas. No creemos que estos argumentos sean conclusivos. Podrían serlo solamente en la suposición de que no era posible que Pablo escribiese correctamente y en forma hermosa el Griego, y aun en la suposición de que no pudiese cambiar su estilo habiendo un cambio en el asunto principal. No creemos que ninguno de estos argumentos sean válidos.

En la tensión y en la agitación de una vida llena de actividades, Pablo podía establecer rápidamente una comunicación que no soportase la prueba de una construcción gramatical correcta, tal como parece ser el caso en algunas de sus epístolas. Pero ahora él estaba en la prisión y tenía tiempo suficiente para escribir. Tampoco se puede afirmar inequívocamente que Pablo no era capaz de escribir correctamente Griego. Él poseía educación, conocía el Griego, y sería precipitada la persona que afirmase que Pablo no podía producir un tratado como el de Hebreos, si él efectivamente se lo propusiese. La diferencia entre los primeros y los últimos escritos de Pablo, muestra que, aun cuando Pablo no modificó su teología, su estilo sufrió un cambio con los años.

A nosotros nos parece que los críticos le han dado muy poca importancia al fondo histórico. Clemente, Bernabé, Lucas, Apolos, pueden haber escrito algún tipo de tratado relacionados con este asunto; pero ninguno de ellos tenía la experiencia que Pablo poseía, ni tampoco sintieron la necesidad que Pablo sintió, especialmente después de su última visita a Jerusalén. Debe haber entristecido a Pablo el hecho de haber cedido a la demanda de la iglesia de observar una ordenanza obsoleta, aun cuando era inofensiva. Mientras él estaba en la prisión solitaria, meditando en la obra que podría estar haciendo por las iglesias, si no estuviese prisionero, debe haber sentido como nunca antes, que le estaba debiendo algo a sus hermanos Judíos. ¿No había dicho el Señor que él era un vaso escogido para llevar Su nombre “ante los gentiles, y reyes, y los hijos de Israel”? Hechos 9:15. Dios había enviado a Pablo a

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los gentiles, pero también lo había enviado a los Judíos. Pero hasta aquí, Pablo había hecho poco por Israel. Él tenía una deuda para con ellos, y había llegado el tiempo de saldarla. Él había fallado cuando se había reunido la última vez con la iglesia de Jerusalén. Por lo tanto, tenía que efectuar algunas enmiendas.

La Pronta Destrucción de Jerusalén.-

Pablo tenía la necesaria y correcta visión de las ordenanzas y ceremonias mosaicas, justo para evaluarlas y darles su justo lugar en el plan de la salvación. Él conocía su naturaleza transitoria y que había llegado el tiempo de eliminarlas. No solamente Pablo conocía esto, sino que parecía ser el único de los líderes que poseía esta clara visión. Ninguno de los demás apóstoles sentía la crisis que confrontaría a la iglesia cuando la ciudad y el templo fuesen destruidos. Y eso estaba muy cerca en el futuro. Era más que tiempo no solamente para que la iglesia fuese advertida, sino para que recibiese una instrucción positiva en las profundas cosas de Dios relacionadas con la ministración de su Sumo Sacerdote en el cielo. Esto sería necesario cuando todas las cosas terrenales comenzasen a fallar y su templo yaciese en ruinas.

Cuando Pablo efectuó su última visita a Jerusalén, estaba próximo el tiempo cuando, de acuerdo con la profecía de Jesús, la ciudad y el templo serían destruidos. Fue en Octubre del 66, que comenzó el sitio de Jerusalén. Cuando Pablo efectuó su última visita, justo antes de la destrucción, la iglesia parecía estar inconsciente de las calamidades que se les venían encima. Aun guardaban las fiestas; continuaban haciendo sacrificios como antes; aun eran celosos por la ley ceremonial. Tenían una vaga comprensión de la obra de Cristo en el santuario celestial; sabían muy poco de Su ministerio; no comprendían que sus sacrificios eran inútiles, debido al gran sacrificio hecho en el Calvario.

Era más que tiempo que sus ojos fuesen abiertos a las realidades celestiales. Cuando su templo fuese destruido, sería necesario que ellos tuviesen su fe anclada en algo seguro y firme, que no les venga a fallar. Si sus mentes pudiesen ser llevadas a ver al Sumo Sacerdote celestial y a Su santuario, y a los mejores sacrificios que aquellos de bueyes y machos cabríos, ellos no desmayarían cuando apenas una estructura terrenal fuese destruida. Pero si ellos no poseyesen tal esperanza; si ellos no consiguiesen ver el santuario celestial, quedarían aturdidos y perplejos cuando viesen la destrucción de aquello en lo cual habían confiado.

Todo esto lo entendía Pablo mejor que cualquier otra persona. Él temblaba cuando pensaba en lo que le sucedería a la iglesia cuando viniese esa destrucción a la ciudad y al templo. Y él temblaba aun más con el pensamiento de lo que sucedería a sus iglesias en las provincias cuando los creyentes de Jerusalén fuesen dispersados hasta los confines de la tierra, al mantener sus puntos de vista en relación a las observancias ceremoniales. Él había podido ver una demostración de cuán tenazmente ellos se aferraban a la circuncisión y a las ordenanzas mosaicas. Cuando fuesen dispersos debido a la persecución, estos creyentes entrarían en todas las iglesias que él había establecido, y le enseñarían a las personas que a menos que ellos fuesen circuncidados y guardasen la ley de Moisés, no podrían ser salvos. Esto había sucedido antes, y los creyentes de Jerusalén aun eran celosos por la ley, tal como Pablo lo había experimentado. Y cuando ese tiempo viniese, Pablo no podría ayudarlos.

Esto era una triste visión. Parecía que toda la iglesia cristiana se dividiría en relación a la ley ceremonial. Los profesores y creyentes de Jerusalén, cuando fuesen dispersos, tratarían de crear facciones en cada iglesia cristiana. La situación era crítica. Pablo era el único que entendió completamente los asuntos envueltos. Pero era inútil en la prisión. ¿Podía alguien dudar de que él estaba ansioso para comunicarle a la iglesia la luz que Dios le había dado, y así salvar la iglesia de la división?

El interés de Pablo en la iglesia en Jerusalén sería suficiente como para impelerlo a escribir; pero el peligro adicional que les llegaría a sus iglesias a medida que los creyentes fuesen dispersados en la destrucción de Jerusalén, sería aun una razón más poderosa por la cual él debía escribir una tal epístola

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a los Hebreos. Si los creyentes en Jerusalén alguna vez viesen y entendiesen la obra de Cristo en el santuario celestial; si entendiesen que había algo mejor aguardándolos; si entendiesen que Cristo estaba ahora sirviendo como su Sumo Sacerdote en el santuario celestial, ellos poseerían una esperanza segura y firme; y en vez de ser desanimados debido a la destrucción de su ciudad, verían en eso el cumplimiento de la profecía de Cristo; y cuando fuesen dispersados hacia las provincias, serían uno con los creyentes de las iglesias de Pablo, se encontrarían con otros que poseían exactamente la misma fe preciosa, y se regocijarían en su esperanza común. En vez de crear disensión, serían una fuerza para las iglesias.

Es difícil para nosotros apreciar completamente la crisis que enfrentó la iglesia primitiva. La única cosa que podía salvar al pueblo del aturdimiento y del desaliento, cuando los ejércitos romanos dejasen su hermoso templo en ruinas, era una clara concepción del verdadero santuario y de sus servicios en el cielo. Eso, y solamente eso, podía explicar la experiencia que tenían que atravesar. Tan ciertamente como el pueblo de Dios en 1844 pudo entender su decepción y su obra futura solamente en la luz del verdadero santuario, así esta era la única esperanza de la iglesia apostólica. Un entendimiento del santuario era su salvación. Luz en este asunto vital tenía que llegarles si es que querían triunfar victoriosamente.

Y la luz vino. El libro de Hebreos apareció en esta hora de crisis, conteniendo la bendita verdad del santuario; del mayor y más perfecto tabernáculo; de Cristo el Sumo Sacerdote; del nuevo pacto; de la sangre “que habla mejores cosas que aquella de Abel”; del remanente que permanece como pueblo de Dios; y de la bendita esperanza que es como un ancla del alma, segura y firme, la cual entra más allá del velo (Heb. 6:19).

La Fecha en que Fue Escrito.-

Algunos críticos sumariamente dicen que Pablo es el autor de Hebreos por la simple razón de que la epístola fue escrita no antes sino que después de la caída de Jerusalén, algunas veces dicen que fue en los años noventa o aun más tarde. Desde luego, que está claro, que si Hebreos fue escrito tan tarde, Pablo no podría ser su autor; porque él murió en los años sesenta. La fecha de la escritura de la epístola, por lo tanto, se vuelve importante.

Existen diversas razones por las cuales una fecha tan tardía no puede ser aceptada. Nosotros daremos tres.

Hubiese sido muy extraño que en un tratado que tuviese que ver con la abolición de las ordenanzas levíticas, no mencionase nada relacionado con lo que tenía que ser hecho con la destrucción del templo, si ésta ya hubiese sucedido. No solamente la caída de Jerusalén fue un evento importante en la historia de Israel, sino que fue el evento supremo, en sus mentes, comparable al fin de todas las cosas. Que un escritor fuese a lidiar con el templo y que aun así no haga ninguna referencia a su destrucción, si es que ya estaba en ruinas, es completamente increíble.

Esto se vuelve más evidente si consideramos que el autor negligenció unos de los argumentos más fuertes para su posición, al no hacer mención de tal destrucción, si es que ésta ya había sucedido. Si él podía mostrar que no solamente Dios había tratado de abrogar las ordenanzas ceremoniales, sino que efectivamente ya habían sido abolidas a través de la destrucción del templo, él habría tenido un argumento incontestable. También, si en el tiempo en que fue escrita la epístola el templo ya estaba en ruinas e Israel ya había sido dispersado hasta los confines de la tierra, ciertamente el autor no dejaría de mencionar esto y mostraría que el desagrado de Dios se había demostrado significativamente. Así él habría apoyado su argumento de un nuevo sacerdocio en lugar de aquel que había ya terminado de funcionar. Todo el argumento de la epístola habría tomado una dirección diferente, culminando en el hecho indiscutible de que Dios ya había destruido su templo y ya había dispersado al pueblo. No podemos creer que el autor, del porte que escribió Hebreos, hubiese omitido este poderoso argumento.

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La segunda razón para que creamos que Hebreos fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén, se encuentra en el hecho que los servicios del templo son mencionados en Hebreos como aun siendo efectuados. Algunas pocas ilustraciones de las muchas que existen, serán suficientes para nuestro propósito. “La ley hace de los hombres sumos sacerdotes”, (Nota del Traductor: noten cómo la KJV coloca este versículo), solamente se puede referir a una situación presente. Heb. 7:28. Si el autor hubiese estado mirando hacia atrás, hacia una práctica ya abolida, habría dicho, “la ley hizo de los hombres sumos sacerdotes”. Nuevamente, “habiendo aun sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley” Heb. 8:4. Esto habría sido cambiado para “habían sacerdotes que presentaban las ofrendas según la ley”. “Que sirven bajo el ejemplo y sombra de las cosas celestiales”, habría sido escrito, “que servían”. El autor observa que Cristo “sufrió” fuera de las puertas, mientras que en el mismo contexto él dice que la sangre de las bestias “es traída al santuario”, y los cuerpos “son quemados fuera del campamento” Heb. 13:11-12. El sufrimiento de Cristo es colocado en el pasado; el ministerio de la sangre y la disposición del sacrificio son colocados en el tiempo presente. Esto es explicable solamente sobre la base de que Hebreos hubiese sido escrito antes del año 70.

Aun otro argumento relacionado en sí mismo con el cambio de punto de vista de las observancias ceremoniales que llegaron a los creyentes en Jerusalén antes de la caída de la ciudad. En el tiempo de la última visita de Pablo habían “muchos miles de Judíos” en la iglesia (Hechos 21:20). No sabemos exactamente cuánto significa “muchos miles”, pero dos o tres mil no pueden ser considerados “muchos miles”. Además, el pueblo común allí era “una gran compañía de sacerdotes”, y también los “Fariseos que creyeron” (Hechos 6:7; 15:5). Todos estos eran “celosos de la ley”, tanto así que Pablo tuvo que inclinarse a su mandato y observar una ordenanza obsoleta (Hechos 21:26). Esto demuestra que ellos aun enseñaban que “a menos que os circuncidéis según la ley de Moisés, no podréis ser salvos” Hechos 15:1. Estos muchos miles de creyentes fueron dispersados a todas partes en el tiempo de la caída de la ciudad, y podemos esperar razonablemente que, si ellos aun en ese tiempo creían que no había salvación sin la circuncisión, a donde fuese que ellos fuesen, continuarían llevando sus convicciones con ellos; y serían celosos de la ley, lo cual crearía división y distensión en todas las iglesias, dividiendo así al cristianismo.

Pero nada de esto sucedió. No hubo división. La cristiandad no fue dividida en secciones Judías y gentiles. Hubo solamente una iglesia, y esa iglesia no fue una iglesia circuncidada. Algo le sucedió a los creyentes Judíos y a los Zelotes de la ley, y ese algo debe haber sucedido antes del año 70. El aparecimiento del libro de Hebreos nos da la única solución razonable.

Los historiadores de la iglesia primitiva están bajo la obligación de tomar en consideración el repentino cambio en los puntos de vista de la iglesia de Jerusalén entre el tiempo de la visita de Pablo en los años sesenta y la caída de la ciudad en el año 70 d.C. Solamente hubieron unos pocos años entre el tiempo de su celoso resguardo de la ley y de su aceptación verdadera del cristianismo. Este cambio milagroso tiene que haber tenido una base firme. La única causa suficiente que nosotros conocemos, es el aparecimiento de la epístola a los Hebreos. Aquellos que creen en una fecha posterior para Hebreos están bajo la obligación de producir sus razones para la preservación de la unidad doctrinal de la iglesia, en vista de la fuerte y ardiente adherencia a las ceremonias Judías de la iglesia de Jerusalén inmediatamente antes de la caída de la ciudad, y del punto de vista opuesto mantenido por las iglesias paulinas. El aparecimiento del libro de Hebreos precisamente en este tiempo, aclara todos los hechos, y no sabemos de ninguna otra causa eficaz.

Capítulo 1 del Libro de Hebreos: La Deidad de Cristo

Sinopsis del Capítulo.-

Algunos de los apóstoles aun estaban viviendo cuando el libro de Hebreos fue escrito en los comienzos de los años sesenta del primer siglo después de Cristo. Muchos otros cristianos estaban

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viviendo que habían escuchado predicar a Cristo y lo habían visto andar de lugar en lugar a través del país. Entre ellos habían algunos que habían estado presentes en la ascensión y habían escuchado las palabras de los ángeles: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera como le habéis visto ir al cielo” Hechos 1:11.

Jesús había prometido volver, y los discípulos habían esperado que Su venida no tardaría mucho; pero en el tiempo en que el libro de Hebreos fue escrito, se habían pasado treinta años, y ninguna palabra se había escuchado de Él. En vano habían escudriñado los cielos para encontrar alguna señal del retorno del Señor. ¿Por qué no había venido? ¿Qué lo detenía? ¿Vendría alguna vez?

La iglesia no tenía un claro entendimiento de la obra mediadora de Cristo, ni tampoco habían entendido la amplitud del plan de Dios, el cual envolvía el paso de los siglos y aun algunos milenios antes que el fin pudiese venir. Realmente, Jesús había mencionado algunas cosas que deberían suceder primero, pero Sus palabras habían sido débilmente comprendidas. Los creyentes preferían aferrarse a aquellas palabras que parecían prometer un pronto regreso.

En vista de la inminente destrucción de Jerusalén, la cual Cristo había predicho y de la cual Él había dicho que ocurriría en su generación, era necesario que el pueblo fuese totalmente informado en relación a la obra sumosacerdotal de Cristo. Un claro entendimiento de esto no solamente ayudaría a entender su prolongada ausencia, sino que también explicaría la abolición de la ley ceremonial y el cese de los servicios del templo. Como estas observancias habían sido instituidas por el propio Dios y eran consideradas sagradas, solamente Dios podía abolirlas. Si Jesús, para eso, abrogaba la ley ceremonial, era necesario que Él fuese mostrado como siendo Dios. Esto, el autor lo hace en el primer capítulo de la epístola.

Hebreos 1:1-3. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su substancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas”.

Los versículos contienen un resumen de toda la epístola. Ellos presentan al preeminente Hijo como el heredero señalado de todas las cosas; el Creador; la expresa imagen de Dios; el sustentador de todas las cosas; el Redentor; el Rey-Sacerdote, sentado a la diestra de Dios. Como profeta, Él habla de Dios; como sacerdote, Él limpia nuestros pecados; como Rey, Él comparte el trono de la majestad en el cielo.

Verso 1. “Dios... habló en el pasado”. Muchos críticos no aceptan los escritos del Antiguo Testamento como siendo inspirados. Si ellos le conceden cualquier inspiración al final, es de una naturaleza inferior. Ellos deberían considerar la declaración inicial de Hebreos. Dios es ahí presentado como Aquel que habló en el Antiguo Testamento, aun cuando los libros lleven el nombre de Job, Isaías y Malaquías. La admonición, “mirad que no desechéis al que habla”, tiene una aplicación aquí. Heb. 12:25. Porque si Dios les habló a los hombres en el pasado, no es a Moisés sino a Dios a quien los hombres rechazan cuando descartan los escritos del Antiguo Testamento. De esto, Cristo dice, “porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?”. Juan 5:46-47.

Dios habló en los profetas, tal como se lee en los originales, lo cual sugiere que Dios no usó a estos profetas como meros instrumentos mecánicos, como uno lo hace al tocar un cuerno; sino que mientras el Señor hablaba, los labios humanos armaban las palabras y las revestían con un lenguaje humano.

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Dios habló en “otro tiempo y de muchas maneras”. No existe un exacto equivalente en Inglés para la expresión original, pero la idea está clara, que las revelaciones antiguamente eran fragmentarias y de muchas formas diferentes. En visiones y en sueños; en desastres y guerras; en sufrimientos y hambruna; a través de una viva voz del cielo; escribiendo en una muralla; a través de terremotos y fuego; por una suave y pequeña voz; por un sacerdote y un profeta; por un rey y un campesino; por una estúpida bestia y un profeta apóstata; por señales en los cielos y calamidades en la tierra, a través de estos y otros medios Dios habló. Sea cual fuere el camino que Él escogió para dar Su mensaje, era Dios el que hablaba. Esto coloca a los escritos del Antiguo Testamento en un nivel muy alto.

Verso 2. Dios habló “por su Hijo”, más bien, “en su Hijo”. El propio Dios que antes había hablado en los profetas, habló ahora en Su Hijo. Esto coloca a Jesús en la línea profética como uno de los mensajeros y profetas de Dios.

Se dice que el Hijo fue “escogido heredero” (constituido heredero). Algunos han tomado esto para afirmar que vendrá el día cuando el Padre renunciará a Su trono y se delegará a Sí mismo a un lugar secundario, y el Hijo tomará permanentemente el reinado. Pero esto no puede ser. Existen ciertos poderes a los cuales Dios ha renunciado, y que ahora son ejercidos por el Hijo, pero al final el Hijo se someterá a Sí mismo al Padre, para que Él – el Padre – sea todo en todos (1 Cor. 15:27-28). Vea las observaciones adicionales de Heb. 1:2 que aparecen en las páginas XXXX.

Como el Hijo de Dios, Cristo es en Sí mismo Dios, y como Él es el Creador de todas las cosas, ellas son suyas por derecho de creación. Cuando se dice que el Hijo, entonces, ha sido constituido heredero, la referencia es a Él como el nuevo Adán; y la herencia referida es el reinado dado originalmente al hombre, el cual Adán perdió a causa del pecado, y el cual Cristo redimió. “y ha dado la tierra a los hijos de los hombres”, de la cual Adán fue el primer representante Salmo 115:16. Cuando Adán pecó, perdió su derecho a lo que Dios le había dado, y así se hizo un peregrino y un extraño en la tierra, en vez de su señor.

Sin embargo, en el momento en que Adán pecó, Cristo entró. Él tomó el lugar del hombre, cumplió las condiciones de vida dejadas por Dios, redimió la vergonzosa falta de Adán, y se volvió el segundo Adán. Habiendo cumplido todos los requerimientos, Él se volvió y fue constituido heredero. Cuando el hombre se une a Cristo también se vuelve “un heredero de Dios a través de Cristo” Gal. 4:7. Fue así que Abraham se volvió “el heredero del mundo”, y de la misma manera los cristianos se vuelven “herederos de Dios, y coherederos con Cristo” Rom. 4:13; 8:17. La promesa es, “bienaventurados son los mansos, porque ellos heredarán la tierra”; y al final los fieles escucharán las palabras de bienvenida, “venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Mat. 5:5; 25:34.

Cuando se dice que el Hijo, por ello, es constituido heredero de todas las cosas, el significado es simplemente que Dios Lo ha aceptado como el segundo y nuevo Adán, para tomar Su lugar como cabeza de la raza humana, en lugar del primer Adán que cayó, y que a Él debe llegar el dominio que Adán perdió.

Fue a través de Cristo que Dios “hizo los mundos” (hizo el universo). Aquel que tomó el lugar de Adán y fue constituido heredero, es el Creador de todas las cosas. Al hacer el universo, Dios usó al Hijo como Su intermediario, no como alguien usa una herramienta, sino como un trabajador amigo.

Que Cristo sea el Creador indica una división de actividades entre los miembros de la Divinidad. El Espíritu Santo posee Su obra para hacer; así la posee también el Hijo, y así también la posee el padre. En el plan de Dios, el que iba a ser el Redentor del hombre, también fue su Creador.

Cristo hizo no solamente este mundo, sino que todos los mundos. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” Juan 1:3. “Mundos” tiene un significado más amplio que apenas la creación física. Envuelve también las fuerzas espirituales e intelectuales en el universo, tal como es sugerido por la declaración de Pablo, “porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sena tronos, sean

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dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” Col. 1:16. Cristo, el Creador de los mundos físicos, es también el autor del gobierno, del orden, y de la ley en el cielo y en la tierra. “A través de él todas las cosas consisten”, o como Meyer y Alford sugieren, “en él el universo tiene su continuidad y su orden”. Citado en la Biblia Variorum, comentando Col. 1:17.

Lightfoot dice que “todas las leyes y propósitos que guiaron la creación y el gobierno del universo residen en él, la Palabra Eterna, como su punto de encuentro”. Citado en M. R. Vincent, Estudios de la Palabra, Vol. 4, página 381.

Cuando pensamos en la magnitud de la creación de Dios, en los millones y billones de mundos circundando el trono de la deidad, poseemos una concepción mayor de la grandiosidad de Dios. Asombroso en sabiduría, conocimiento, y poder tiene que ser nuestro Dios. Pero si nosotros le aplicamos al universo lo que se dice de nuestra tierra, y lo que evidentemente es un principio general, que “no la creó en vano, la creó para ser habitada” (Isa. 45:18), nuestra concepción adquiere aun proporciones mayores. Si concebimos que muchos de esos mundos están habitados, que en ellos hay tronos y dominios y principados y poderes (Col. 1:16), esto es, gobiernos ordenados, y que estos fueron creados no solamente por Él sino para Él, una expresión que desafía nuestra imaginación, y entonces consideramos que este es el mismo Dios que tanto nos ama que vino a este mundo a buscar y a salvar aquello que se había perdido, exclamamos asombrados con el salmista, “¿qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites? Salmo 8:4.

El Dios que hizo las leyes del universo, que determinó las leyes de la naturaleza, también hizo las leyes que gobiernan la naturaleza mental y física del hombre. Él es también el mismo Dios que dio los Diez mandamientos como un guía de vida.

Fue de acuerdo con un plan predeterminado que la ley que demanda la vida del transgresor pudo haber tenido como autor a Aquel que más tarde sufriría la penalidad por la transgresión del hombre a ella. Cristo, quien dio la ley y requirió obediencia a la misma, quiso habitar en las condiciones que él había colocado para otros, y sobre la falla del hombre, para tomar su lugar y sufrir la penalidad que Él mismo había ordenado. Con estos hechos en mente, nunca podemos acusar a Dios de injusto. Él no requiere de nadie que haga lo que Él mismo está dispuesto a hacer. Esto lo califica para ser el Juez final de la humanidad, el Arbitro del destino del hombre.

Verso 3. El tercer verso presenta a Cristo como “siendo el resplandor de su gloria”. El participio “siendo” es una expresión de existencia eterna, sin limitación de tiempo, y tiene el mismo sentido de “era” en Juan 1:1, “en el principio era la Palabra”. La Palabra es Cristo. (verso 14). Él no vino a la existencia en el principio. en el principio Él era. Cuando Él vino a este mundo se hizo carne. Antes no había sido carne. Contrastando esto, Él no se hizo el resplandor de la gloria del Padre. Él siempre lo fue. Esto constituye la base esencial y eterna de Su personalidad.

“Resplandor” es traducido también como brillar, emitir rayos, reflejar. Posee la misma relación con la gloria de Dios que los rayos del sol poseen con el sol. Los rayos no pueden ser separados del sol, ni el sol de sus rayos. Los dos son inseparables.

Así es con el Padre y el Hijo. El Hijo revela al Padre, es el resplandor del Padre. A través y en Él vemos a Dios. Es como cuando miramos al sol, no vemos al sol sino a sus rayos; de la misma manera no vemos al Padre sino al Hijo. Ya que el propio Dios es invisible, “habitando en la luz a la cual ningún hombre puede acercarse; a quien ningún hombre ha visto, ni puede ver” 1 Tim. 6:16. La gloria de Dios es la suma total de Sus atributos (ver Exo. 33:18; 34:6-7).

El hombre fue creado a la imagen de Dios, pero Cristo es “la expresa imagen” del Padre. Como un sello expresa su exacta imagen sobre la cera, así Cristo es la exacta contrapartida de Dios. “Imagen” es la traducción del griego “charakter”, de donde nosotros derivamos nuestro “carácter”. Originalmente “charakter” significaba la herramienta usada para grabar o marcar. Posteriormente pasó a significar la marca en sí misma. La misma transformación se puede observar en algunas palabras inglesas (y españolas). Así “sello” significa un instrumento usado para hacer una impresión sobre el medio que la

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recibe, pero también significa la impresión en sí misma. Así “estampa” es tanto el instrumento como la marca producida.

La palabra griega “hupostasis”, traducida como “persona”, es la misma palabra traducida como “substancia” en Heb. 11:1; mientras que en 2 Cor. 11:17 y Heb. 3:14 es traducida como “confianza”. Su raíz significa “aquello que permanece debajo de”, como algo que se coloca debajo de, una subestructura, un soporte, un fundamento, sobre el cual se puede construir; y de esa manera significa firmeza, estabilidad, seguridad, confianza. Permanece realmente en contraste con la imaginación y la fantasía, y es usada para la esencia de las cosas, la naturaleza más íntima de una persona, lo verdaderamente real. Su significado queda muy bien expresado por “permanecer” en el Salmo 69:2. “Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo permanecer”. En Eze. 26:11 la misma palabra es traducida como “tierra”.

Cuando se dice que Cristo, por ello, es la expresa imagen de la persona de Dios, Le atribuimos más que apenas una semejanza externa. Él es la exacta expresión de la naturaleza más íntima de Dios; sobre la cual los hombres pueden construir con absoluta confianza; en la cual pueden confiar totalmente. Así como es el Padre, así es el Hijo, uno en esencia, uno en carácter, uno en mente y propósito. “Aquel que me ve ha visto al Padre” Juan 14:9. “Yo y el Padre somos uno” Juan 10:30.

Se dice que Cristo es “sostenedor de todas las cosas”. La palabra “sostenedor” de nota más que meramente sostener algo de tal manera que no colapse. Significa llevar hacia delante hacia un destino. Así como incluye la idea de sostener, también posee el significado adicional de movimiento, guía, o progreso con un propósito.

Cristo es aquel que sostiene el universo y mantiene a los cuerpos celestiales en sus órbitas predeterminadas. Pablo en un lugar dice que “a través de él todas las cosas consisten”, o se mantienen juntas. Col. 1:17. “Sostener” posee un significado más amplio que “consistir”, y alcanza el concepto de trabajar con un propósito, de planificación, de llevar a una predeterminada conclusión. El cuadro es aquel de un trabajador llevando a buen término una estructura planificada.

Esta definición cambia el concepto de aquel de un mero poder sosteniendo el universo físico a aquel de una inteligencia, la cual posee un plan y está en el proceso de llevarla hacia delante. Si en el “todas las cosas” de las que Cristo se dice que sostiene, incluimos cosas “visibles e invisibles, ya sea tronos, o dominios, o principados, o poderes”, necesariamente tenemos que pensar que Cristo está haciendo más que llevar simplemente un peso muerto. Col. 1:16. Su “sostener” incluye la superintendencia de millones de mundos, con todos sus dominios y principados y poderes.

El plan de Dios para el universo no está exhausto en crear millares de mundos y enviándolos girando a través del espacio, ya que con eso no se está consiguiendo ningún resultado especial. Pablo sugiere esto cuando dice “el misterio que ha sido mantenido en silencio a través de los tiempos eternos” Rom. 16:25. En Efe. 1:9-10 él dice que Dios nos ha “hecho conocido el misterio de su voluntad, de acuerdo con su buen placer el cual el mismo se ha propuesto: que en la dispensación de la plenitud de los tiempos el juntaría todas las cosas en Cristo, tanto las que están en el cielo como las que están en la tierra; en Él mismo”. Podemos no estar capacitados para comprender todo lo que esto incluye; pero nos asegura que Dios posee un plan, y que a su debido tiempo éste será revelado.

Cristo “por sí mismo purificó nuestros pecados”. Estas palabras nos presentan a Cristo como Sumo Sacerdote. La palabra “nuestros” no se encuentra en los mejores manuscritos, y debe ser omitida. La lectura entonces dice que Cristo “por sí mismo purificó los pecados”, o mejor aun, “hizo la purificación de los pecados”. Es verdad que Cristo purificó “nuestros” pecados, pero el autor aquí toma un punto de vista más inclusivo, aun cuando después analizará completamente “nuestros” pecados. Puede ser resaltado que mientras la frase “por sí mismo” es cuestionada por algunos, la forma griega para “purificación de pecados” es tal que este pensamiento tiene que ser incluido. Lo que Cristo hizo, lo hizo por Sí mismo. No tenía a otro ayudador a no ser el Padre. Él pisó el lagar sólo (Isa. 63:3).

La frase “purificación de pecados” en el griego está en la voz mediana, en la cual la acción termina en el sujeto. Por eso, cuando se dice que Cristo ha hecho la “purificación de los pecados”, su

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primer significado es que esto se refiere a una reacción sobre Sí mismo. En Su propia vida Él venció la tentación. Aun cuando los pecados del mundo fueron colocados sobre Él, su propia alma no fue manchada por ellos. Él repelió toda sugestión al mal. Satanás nunca consiguió una ventaja en ningún punto. Miles de ataques fueron hechos contra Él, pero ninguno tuvo éxito. Este es el primer significado de “purificación de los pecados”. Aun cuando, como se ha dicho, “por sí mismo” no está incluido en los manuscritos más antiguos, la misma idea está contenida en la voz mediana en griego, y bien puede ser traducido como “por sí mismo”, o “para sí mismo”.

De la frase bajo consideración Wescott dice que el genitivo purificación de los pecados “puede expresar ya sea 1) la purificación de los pecados, esto es, la remoción de los pecados. Compare Mat. 8:3; Job 7:21 (Exo. 30:10), o 2) la purificación (de la persona) de pecados. Compare con 9:14”. B. F. Wescott, La Epístola a los Hebreos, pág. 15.

A través de Su expiación Cristo realizó tanto la purificación de los pecados como la purificación de la persona de pecado. La purificación de los pecados fue terminada en la cruz; la purificación de los pecadores aun está en andamiento y no terminará hasta que la última alma sea salva.

En la cruz Cristo terminó Su obra como víctima y sacrificio. Él derramó Su sangre, y así proveyó una “fuente abierta... para el pecado y para la inmundicia” Zac. 13:1. Pero Su obra como intercesor no terminó en la cruz; ni aun está terminada. Él es aun nuestro abogado con el Padre, uno que es “capaz de salvar hasta lo sumo al que viene a Dios a través de él, siendo que vive para siempre para hacer intercesión por ellos” Heb. 7:25. Aquellos que enseñan que Cristo no es ahora nuestro abogado, que Él terminó Su obra en la cruz, poseen una visión muy limitada e imperfecta de la expiación.

Algunos aspectos de la expiación pueden requerir una consideración posterior. Si Cristo efectuó la purificación de los pecados, y el pecado aun existe, ¿qué quiere decir entonces la “purificación de los pecados”? Esta pregunta se vuelve aun más importante cuando aprendemos que no solamente Cristo efectuó la purificación de los pecados posibles, sino que le colocó un fin a los pecados, y que esto tenía que ser realizado dentro del periodo profético de las setenta semanas. El ángel le dijo a Daniel, “setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la transgresión, y para ponerle término a los pecados, y para hacer reconciliación por la iniquidad, y para traer justicia eterna, y para sellar la visión y la profecía, y para ungir el santísimo”. Dan. 9:24.

Para terminar con los pecados quiere decir más que meramente perdonar los pecados. Quiere decir la completa erradicación del pecado de la vida. Quiere decir santificación, el desarraigamiento de todo mal, una vida totalmente controlada por el Espíritu Santo. Esta fue la obra de Cristo, y esto Él tuvo que hacerlo dentro del tiempo mencionado por el ángel.

Cuando Cristo estuvo en esta tierra dio una demostración de lo que Dios puede hacer cuando la humanidad se entrega completamente a Él. En el cuerpo preparado para Él, fue tentado tal como el hombre es tentado. “Él fue oprimido y fue afligido”; “él llevó nuestras penas, y sufrió nuestros dolores”; fue “herido por nuestras transgresiones” y “molido por nuestros iniquidades”. Él fue “despreciado y desechado por los hombres”, “derramó su alma hasta la muerte: y fue contado con los transgresores”; “llevó los pecados de muchos” e hizo de “su alma una ofrenda por el pecado”. Debido a esto Él “justificó a muchos: porque él llevó sus iniquidades”. Isaías 53.

Esto presenta a Cristo como un sostenedor. Dios “lo hizo pecado por nosotros, al que no conoció pecado” 2 Cor. 5:21. “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”. 1 Pedro 2:24. Él fue “tentado en todos los puntos así como lo somos nosotros, pero sin pecado” Heb. 4:15. En el cuerpo preparado para Él, ganó la victoria sobre toda tentación, rechazó todo avance de Satanás, triunfó sobre todo obstáculo, hasta que Satanás al final no tuvo más dardos en su aljaba para lanzarle. “El príncipe de este mundo viene”, dijo Cristo, “y no tiene nada en mí” Juan 14:30.

Cristo tomó voluntariamente nuestros pecados sobre Él. Toda tentación que nosotros tenemos que enfrentar, Él la enfrentó, hasta que los dardos de Satanás se agotaron. Con ninguna otra ayuda por parte de Dios que la que nosotros podemos tener, Él demostró que es posible resistir el pecado y tener una

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constante victoria sobre toda tentación. El templo de Su cuerpo, el cual Satanás trató de contaminar, era inmaculado.

Esta parte de Su obra Él la terminó ante la cruz. Él anuló el pecado en Su propio cuerpo, haciéndolo algo sin poder e ineficaz. Satanás trató por todos los medios malignos, y falló. Cristo desafió públicamente a los emisarios de Satanás, “¿quién de ustedes me convence de pecado?” y no hubo ninguna respuesta. Juan 8:46. Cuando Él llegó al final de Su ministerio público y enfrentó el Getsemaní y el Gólgota, afirmando confidencialmente, “Yo te he glorificado en la tierra: Yo he terminado la obra que me diste para hacer”. Juan 17:4. Dentro del tiempo asignado, y tanto cuando le concernía, Él le colocó “término al pecado”. Esta obra Él la terminó ante la cruz en el cuerpo que le fue dado. Esta fue la primera fase de su obra expiatoria.

La segunda fase de Su obra comenzó en el Getsemaní, y fue completada cuando exclamó en la cruz “está consumado”. Juan 19:30. En Su segunda fase Cristo llevó los pecados de los hombres con el propósito de sufrir por ellos y pagar la penalidad debida al pecado.

Cuando Cristo enfrentó el Getsemaní Él sostuvo una relación diferente con el Padre que la que Él había sostenido anteriormente. Hasta aquí Él había descansado en la protección y en el cuidado del Padre, y aun cuando fue severamente probado, él siempre estuvo consciente del amor y del cuidado del Padre. Pero ahora tenía que tomar el lugar del transgresor, y sufrir en su lugar. Tenía que ser tratado como el pecador merece ser tratado, y finalmente ser abandonado por Dios, hasta que en angustia de alma Él gritó, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Mar. 15:34.

¿Sería Cristo capaz de soportar esta dura prueba? En pruebas anteriores Dios siempre había venido en Su ayuda. Pero ahora toda esperanza y conforto tuvo que ser retirado. El conocimiento que Sus sufrimientos no serían en vano, había sido hasta aquí una fuente de fortaleza para Él. ¿Qué pasaría si este incentivo fuese retirado? ¿Qué sucedería si todo incentivo fuese retirado?

Satanás había una vez desafiado a Dios, acusando a Job de servirlo por otros motivos. “¿Sirve Job a Dios de balde? preguntó él despectivamente. Job 1:9. Para mostrar la falsedad de la acusación de Satanás, se le permitió probar a Job. Él le aplicó toda tortura posible, pero Job no pecó. Finalmente Satanás se retiró derrotado. Job había soportado la prueba y comprobó que la acusación de Satanás era falsa. “Aun cuando él me mate, continuare confiando en él”, exclamó. Job 13:15.

Cristo tuvo que pasar por una prueba similar. Todo incentivo tuvo que ser retirado. Él tuvo que ser probado como Job lo fue, solo que de una forma más severa. Y así fue probado. El Getsemaní y el Gólgota son testigos tanto de la severidad como del resultado de la prueba. Bajo todas las apariencias Cristo se fue a la tumba olvidado por Dios y por el hombre. Él pisó el lagar sólo. Escuche estas palabras.

“El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. Sintió la angustia que el pecador sentirá cuando la misericordia no interceda más por la raza culpable. El sentido del pecado, que atraía la ira del Padre sobre él como substituto del hombre, fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón”. DTG:701.

Sin embargo, no debemos suponer que Cristo murió con algún sentimiento de derrota. Él murió como vencedor.

“Entre las terribles tinieblas, aparentemente abandonado de Dios, Cristo había apurado las últimas heces de la copa de la desgracia humana. En esas terribles horas había confiado en la evidencia que antes recibiera de que era aceptado de su Padre. Conocía el carácter de su Padre; comprendía su justicia, su misericordia y su gran amor. Por la fe, confió en Aquel a quien había sido siempre su placer obedecer. Y mientras, sumiso, se confiaba a Dios, desapareció la sensación de haber perdido el favor de su Padre. Por la fe, Cristo venció”. DTG:704.

Cuando Cristo finalmente exclamó, “está consumado”, Él había completado la segunda fase de Su obra. Pero aun había una tercera fase delante de Él, la cual incluía el sentarse a la diestra de Dios y

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la demostración que Él tenía que hacer en Sus santos aquí en la tierra, una obra estrechamente relacionada con aquella que Él tenía que hacer en el santuario celestial, y vital para nuestra salvación.

Cristo ha demostrado en Su propio cuerpo que era posible ser totalmente victorioso sobre el pecado; pero la pregunta surge naturalmente, si Su victoria era meramente una demostración singular hecha posible por Su impar relacionamiento con el Padre, o si otros podían hacer lo que Él había hecho. ¿Podía el hombre vencer como Él venció?

Para completar la obra de Cristo y hacerla eficaz para el hombre, una demostración de esa índole tenía que ser hecha. Tenía que demostrarse que el hombre puede vencer como Cristo venció. La demostración había estado bastante tiempo siendo contemplada, ya desde la eternidad, pero su ejecución se estaba demorando. Ahora había llegado el tiempo para el aparecimiento de los hijos de Dios. En los 144.000 la demostración final sería hecha. Ellos habían seguido, y actualmente lo hacen, al Cordero donde quiera que este fuese. Apoc. 14:4). Ellos permanecen en pie sin un mediador, enfrentan la muerte, y permanecen verdaderos. “Cuando Él abandone el santuario, las tinieblas envolverán a los habitantes de la tierra. Durante ese tiempo terrible, los justos deben vivir sin intercesor, a la vista del santo Dios”. CS:671-672. Con Job ellos dirán, “aun cuando me mate, continuaré confiando en Él”. Ellos responden totalmente a la acusación de Satanás de tener otros motivos para hacer la voluntad de Dios. El desafío despreciativo de Satanás será enfrentado por los santos de la última generación. Cuando la respuesta sea dada, Cristo habrá finalmente completado Su obra y permanecerá glorificado en Sus santos. Entonces se cumplirá la profecía: “Aquí está la paciencia de los santos: los que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús”. Apoc. 14.12.

Por lo tanto existen tres fases en la obra expiatoria de Cristo. En la primera fase Él enfrenta el pecado cara a cara y lo derrota. En ninguna instancia Él falló; ni una mancha de pecado contamina Su alma pura. Su cuerpo-templo era santo, un lugar adecuado para que Dios habite. Esta etapa terminó antes del Getsemaní.

La segunda fase incluye el Getsemaní y el Gólgota. Allí los pecados que Él enfrentó y venció fueron colocados sobre Él, para que los pudiese llevar hasta la cruz y anularlos, siendo éste el significado de “quitar de en medio” de Heb. 9:26. En la primera fase Él llevó los pecados con el propósito de vencerlos y eliminarlos de la vida. En la segunda fase Él llevó los pecados con el propósito de sufrir y morir por ellos, para que en Su “muerte pueda destruir al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”. Heb. 2:14.

En la tercera fase Cristo demuestra que el hombre puede hacer lo que Él hizo, con la misma ayuda que Él tuvo. Esta fase incluye el sentarse a la diestra de Dios, como Su ministro sumosacerdotal, y la última exhibición de Sus santos en su última batalla contra Satanás, y su gloriosa victoria. Entonces la sentencia de muerte, que al principio fue pronunciada contra la serpiente en el jardín, largamente demorada, será llevada a cabo. Esto fue hecho cierto cuando Jesús rechazó todo avance de Satanás en la tierra; fue hecho doblemente cierto cuando Él murió en la cruz, destruyendo así la muerte y a aquel que tenía el poder de la muerte; y finalmente será ejecutada cuando Satanás demuestre que él no ha cambiado, que él matará a los santos así como mató a Cristo, y que él no duda en atacar aun la ciudad santa de Dios y al propio Dios. Entonces, finalmente, el pecado y los pecadores no existirán más, y el completo fin del pecado habrá llegado.

Es la primera y la segunda de estas fases a las cuales se refiere Heb. 1:3. Estas están incluidas en la purificación de los pecados. La tercera fase está ahora en andamiento en el santuario celestial y en la iglesia terrenal. Cristo quebró el poder del pecado en Su obra aquí en la tierra. Él destruyó el pecado y a Satanás por medio de Su muerte. Ahora Él está eliminando y destruyendo el pecado en Sus santos en la tierra. Esto hace parte de la purificación del verdadero santuario.

Cuando Cristo haya terminado Su obra en la tierra, “se sentará a la diestra de la majestad en las alturas”. “Se sentará” no denota aquí el mero acto de sentarse, sino que es un sentarse formal, como lo es en la inauguración o instalación de una oficina. Es una palabra de poder delegado; de investidura con autoridad; un conocimiento formal del derecho para ejercer el oficio; una coronación. Marca el

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comienzo de una actividad, no el fin. La idea de que Cristo, una vez habiendo terminado Su obra en la tierra, se sienta para descansar, esperando ver los resultados, está muy lejos de la verdad. El Padre lo instala y lo trata como Sumo Sacerdote, le da el lugar más alto a Su diestra, y Lo autoriza a trabajar como mediador conforme a la orden de Melquisedec. En esto está incluido la última fase de la expiación, la cual comprende la obra de Cristo en el santuario celestial y Su obra en la iglesia terrenal. Es esta fase de la cual habla Hebreos cuando dice que Cristo “es capaz de salvarlos hasta lo máximo a aquellos que van a Dios a través de él, siendo que él vive para siempre para interceder por ellos” Heb. 7:25.

La introducción, o la coronación, de Cristo tuvo lugar, consecuentemente, después de Su ascensión. Él había cumplido las condiciones que le habían sido dadas; había vivido una vida perfecta, y había vencido a Satanás; había sufrido y finalmente había muerto en el Calvario; la sangre había sido derramada, por y a través de la cual Él entraría en los lugares santos en el cielo; y ahora está listo para comenzar Su obra como sacerdote. Por medio de la coronación Dios reconoció Su derecho al sacerdocio, lo sentó a su propia diestra, y el Dios-hombre tomó Su lugar al lado del Padre en el trono del universo.

“A la diestra de la majestad en el cielo” es el asiento de honor, o de autoridad. Este asiento le fue dado a Cristo después de haber efectuado la purificación del pecado. Él había terminado la obra que se le había encomendado que hiciera en la tierra. Él había triunfado donde Adán había fallado, y había ganado para Sí mismo la aprobación de Dios y el derecho de hablar y actuar por la humanidad.

“Si él estuviese en la tierra, no podría ser un sacerdote, siendo que ya existen sacerdotes que ofrecen dádivas de acuerdo con la ley”, y lógicamente Cristo no tenía nada que ofrecer, hasta que muriese. Heb. 8:4. Pero si Cristo iba a ser sacerdote, “es necesario que este hombre también tenga algo que ofrecer”. Verso 3. Este “algo” no era “la sangre de machos cabríos ni de becerros, sino... su propia sangre”. Heb. 9:12. Apenas esta sangre fue derramada en el calvario, Él tenía “algo” para ofrecer. Ahora podía comenzar Su ministerio sacerdotal, y Dios, inmediatamente después de Su ascensión al cielo, Lo instala a Su diestra. Ahora Él es un sacerdote para siempre según la orden de Melquisedec, y está listo para interceder por el hombre en los lugares santos del cielo.

Hebreos 1:4-14. El Hijo llegó a ser tanto más excelente que los ángeles, así como el Nombre que heredó es más sublime que el de ellos. Porque, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: "Mi Hijo eres tú, yo te engendré hoy". Y otra vez: "Yo seré su Padre, y él será mi hijo"? A Cristo, el Padre lo llama Dios. En otra ocasión, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios". De los ángeles dice: "Hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros llamas de fuego".

En cambio, al Hijo le dice: "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de equidad el cetro de tu reino. "Amaste la justicia, y aborreciste la maldad. Por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de alegría con preferencia sobre tus compañeros". También le dijo: "Tú oh Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obras de tus manos. "Ellos perecerán, pero tú permaneces. Todos ellos envejecerán como un vestido, "como un manto los envolverás, y serán mudados. Pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán". Y, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies"? ¿No son todos ellos espíritus servidores, enviados para ayudar a los que han de heredar la salvación?”.

La Deidad de Cristo fue la gran piedra de tropiezo en el camino de los Judíos, para aceptar el cristianismo. Israel se había enorgullecido mucho de su monoteísmo. Otras religiones tenían muchos dioses; Israel poseía solamente Uno. “Escucha, oh Israel: el Señor vuestro Dios uno es” Deut. 6:4, había sido el desafío para sus vecinos paganos, por más de mil años.

¡Y ahora la deidad era reclamada por Cristo! ¿Cómo podía esta creencia ser armonizada con las santas Escrituras, las cuales reconocían solamente un Dios?

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Bajo estas condiciones, se hizo necesario presentar pruebas de las Escrituras del Antiguo Testamento, que Jesús era realmente divino. Esto es lo que hace Pablo en la sección que tenemos delante de nosotros.

Verso 4. “Siendo hecho”, o mejor “habiendo sido hecho”. Esto está en contraste con el “siendo” del verso tres, ya que allí significa un estado permanente, invariable, eterno. Aquí “habiendo sido hecho” o “volviéndose”, significa una condición resultante de la encarnación, un cambio de un estado a otro.

“Mucho mejor que los ángeles”. El resto del capítulo está dedicado a un análisis del contraste entre Cristo y los ángeles. El autor muestra que Cristo es esencialmente Dios y en el más alto sentido. Esto Él tiene que serlo si es que es nuestro Salvador y si es que nos purifica de nuestros pecados. Grandes como son los ángeles, y tan alto como los colocaron los Judíos, aun así ningún ángel puede nunca ser un salvador.. solamente Dios puede perdonar pecados; solamente Dios puede salvar. El autor por lo tanto procede a mostrar que Cristo es “mucho mejor” que los ángeles.

“Un nombre más excelente”. Cristo obtuvo por herencia un nombre más excelente. Aun cuando aquí no se nos dice lo que significa ese nombre, y aun cuando se le dan muchos nombres a Cristo en la Biblia, nos inclinamos a creer que “Jesús” sea el nombre al cual se refiere. Este era el nombre que se Le dio a Él en Su nacimiento; y se le dio a Él como reconocimiento del hecho de que Él debería “salvar a su pueblo de sus pecados”; y como el ángel que anunció el nombre estaba apenas ejecutando un mandato de Dios, este en realidad fue el que le dio ese nombre (Mat. 1:21). Por lo tanto creemos que sea “Jesús” el nombre al cual aquí se está refiriendo.

En Su estado preencarnado, Cristo era igual a Dios. Él estaba con Dios y era Dios. (Juan 1:1). Pero Él no mantuvo Su ser en una igualdad con Dios, como siendo una cosa a la cual aferrarse, “sino que se vació a Sí mismo, tomando la forma de siervo, siendo hecho a la semejanza de los hombres; y siendo encontrado en forma de hombre, se humilló a Sí mismo, volviéndose obediente aun hasta la muerte, si, la muerte en la cruz. Por lo cual también Dios lo exaltó, y le dio el nombre que está sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla, de las cosas del cielo y de las cosas de la tierra y bajo la tierra, y para que toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre” Fil. 2:7-11.

Al hacerse hombre, Cristo naturalmente se hizo menor que los ángeles, pero solamente por “un momento”. Heb. 2:7, margen. Después de Su humillación y muerte, y causa de ella, Dios lo exaltó grandemente y le dio “un nombre que está por sobre todo nombre: que bajo el nombre de Jesús toda rodilla se doble”. Este nombre es el “más excelente nombre”. “Angel” quiere decir “mensajero”, “sirviente”; “Jesús” significa “Salvador”, bajo todos los puntos de vista, un nombre más excelente.

Verso 5. “Tú eres mi Hijo”. Los ángeles nunca son llamados hijos de Dios individualmente, aun cuando ellos puedan ser llamados así colectivamente (Job 2:1). Ni fueron ellos engendrados por Dios, sino que fueron creados. Pero no fue así con Cristo. Él es Dios en Su propio derecho, no es un ser creado.

Pablo habla del “Hijo Jesucristo nuestro Señor, el cual fue hecho de la semilla de David de acuerdo a la carne; y declaró ser el Hijo de Dios con poder, de acuerdo al espíritu de santidad, por la resurrección de la muerte” Rom. 1:3-4. En su discurso en Antioquía, Pablo dijo:

“Te declaramos buenas nuevas, como fue que la promesa que fue hecha a los padres, Dios ha cumplido lo mismo con nosotros sus hijos, en lo que él ha levantado a Jesucristo nuevamente; como también está escrito en el segundo Salmo, Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado” Hechos 13:32-33.

Estas escrituras declaran que el Hijo “fue hecho de la semilla de David de acuerdo a la carne”, esto es, Él se volvió verdaderamente hombre (Rom. 1:3), y que Él fue “declarado ser el Hijo de Dios con poder” (Rom. 1:4). La lectura no es que Cristo se volvió el Hijo de Dios, o fue hecho el Hijo de

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Dios, sino que fue declarado ser el Hijo de Dios. El que era Hijo se hizo carne. Juan 1:14. Jesús no se volvió Dios, porque Él ya era Dios. Simplemente se declaró ser el Hijo de Dios.

¿Cuándo le fue hecha la declaración al hombre, de que Jesús es el Hijo de Dios? Primero fue hecha por el ángel cuando Jesús nació. “Os ha nacido hoy en la ciudad de David el Salvador, el cual es Cristo el Señor”. Luc. 2:11. Posteriormente fue anunciado por el propio Dios en el bautismo: “Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco”. Luc. 3:21. Y después de la resurrección se “declaró que Él es el Hijo de Dios con poder... por la resurrección de la muerte”. Rom. 1:4.

“Hoy te he engendrado”. De acuerdo con Hechos 13:32-33, previamente citado, esto fue por la resurrección de la muerte. Cristo es el eterno Hijo de Dios, pero Él sostuvo y mantuvo un relacionamiento con el Padre cuando fue levantado de la muerte. Como hombre Él era un miembro de la familia humana. Cuando fue levantado de la muerte y Su obra fue aceptada por Dios, fue el primer hombre que en su propio derecho pudo reclamar haber cumplido la condición de vida dejada por Dios, la cual en efecto es, “obedece y vive”.

Dios le había prometido vida al hombre bajo la condición de obediencia (Exo. 19:5; Luc. 10:25-28). Cristo cumplió la condición dejada, y así ganó el derecho a la vida; y Dios, al levantarlo de la muerte, reconoció y admitió este derecho. Aun cuando algunos creen que “engendrado” se refiere a la eterna generación de Cristo, parece ser mejor aplicarlo a la primera venida de Cristo a este mundo, especialmente en vista del “por” en el verso 5, el cual apunta hacia atrás al hecho de que Cristo por herencia obtuvo un nombre mejor. Como “herencia” apunta a un evento definido en el tiempo, es mejor considerar “engendrado” como perteneciendo a la primera experiencia de Cristo.

Verso 6. “Que todos los ángeles de Dios lo adoren”. Estas palabras no las encontramos en la versión actual de Hebreos en nuestras Biblias, pero se encuentran en el original griego de la Septuaginta de Deut. 32:43.

Este mandamiento a los ángeles es confirmatorio de la deidad de Cristo. Al ser uno de la Deidad, Cristo era adorado antes que Él viniese a esta tierra. Cuando Él se hizo hombre, surgió naturalmente la pregunta entre los ángeles en relación a su derecho de adorarlo; porque si Él era hombre, y solamente hombre, Él no tenía el derecho de recibir adoración. La pregunta por lo tanto, era la siguiente: ¿Había perdido Cristo su divinidad al volverse hombre? El propio Padre colocó la pregunta cuando Él mandó a los ángeles que Lo adorasen. Solamente Dios puede ser adorado (Apoc. 22:8-9). Por lo tanto, Cristo es Dios.

El mandamiento de Dios hacia los ángeles en relación a la deidad de Cristo es final. Él fue Dios antes de la encarnación; Él fue Dios durante la encarnación; y Él es Dios después de la encarnación. Podemos creer que este mandamiento para adorar a Cristo fue escrito con el propósito específico de enfrentar la objeción de algunos que dicen que Cristo, después de haber adoptado la humanidad, es menor que Dios. Adorar a cualquier criatura, no importa cuán exaltada sea, es idolatría; es substituir un ser creado por el Creador. Cuando Juan se inclinó para adorar a un ángel, fue amonestado, “no lo hagas, porque yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos los profetas, y de aquellos que guardan las palabras de este libro: adora a Dios”. Apoc. 22:9. Cuando Dios mandó a los ángeles a adorar a Cristo, Él, con esto, enfatizó la deidad de Cristo. En esta proclamación Él está diciendo en efecto: “Mi Hijo ha asumido la humanidad. Él ha sufrido, muerto, y ha resucitado nuevamente. Que nadie piense que Su divinidad ha sufrido algún deterioro. Así como Él era Dios antes, así Él es Dios ahora. Que todos los ángeles de Dios Lo adoren”.

Por eso, no dudemos más de la esencial e incuestionable deidad de Cristo. Cristo es realmente Dios, y el Padre no solamente ha dado permiso para que Lo adoren, sino que ha mandado que Lo adoren.

Verso 7. “El que hace sus ángeles espíritus”. Los ángeles son los ministros de Dios. Son Sus siervos, hacen Su voluntad. Así como el viento y las olas hacen la voluntad de Él, así como el fuego

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cumple Su designio, así Dios usa a Sus ángeles donde sean necesarios. Algunos ven en este verso una referencia al querubín y al serafín. “Espíritus” es la misma palabra que en otras partes se usa para vientos, y del querubín está escrito: “Cabalgó sobre un querubín, y voló; voló sobre las alas del viento”. Salmo 18:10. “Serafín” significa quemar, fuego, los que brillan. Así, la Versión Revisada traduce, “El que hace a sus ángeles vientos, y a sus ministros una llama de fuego”. La intención de Pablo al citar esta declaración, es la de mostrar que los ángeles son siervos y que Dios los usa como Sus ministros. Por contraste, se muestra que el Hijo es Dios.

Verso 8. “Tu trono, oh Dios”. En estas palabras el Padre se dirige reverentemente al Hijo, y Lo llama Dios. Este es el clímax en el argumento del apóstol en relación a la posición y dignidad de Cristo. No puede haber un testimonio más elevado en relación a la deidad de Cristo que estas palabras del padre hacia el Hijo. En la manera más solemne, la Divinidad de Cristo es afirmada, y esto por el propio Dios.

La referencia al trono y al cetro es significativa. Esto indica posesión actual, y no apenas potencialmente, del poder. Indica que el reino no es apenas futuro, sino que también presente, y que está en activa operación. El trono y el reino son eternos; y el cetro, el gobierno, es en justicia.

Verso 9. “Has amado la justicia y aborrecido la maldad”. Esto es una referencia especial a la vida terrenal de Cristo, ya que esta es la base sobre la cual, posteriormente, la última parte del verso está basada. Porque Cristo amó la justicia y odió la iniquidad, Dios Lo ungió.

Nosotros hacemos hincapié en el amor como una virtud esencial del cristiano, pero en nuestro estado presente, necesitamos desarrollar tanto el odio como el amor. Ningún hombre está salvo sino ha aprendido a odiar el pecado.

Un hombre puede resistir y aun abstenerse de pecar sin odiarlo. Simplemente no le atrae y no lo tienta. Otras fases del pecado pueden atraerlo; pero sabiendo que eso es pecado, él se rehusa a aprobarlo. Un hombre como ese puede ser elogiado por su resistencia, pero no se puede decir que esté salvo. No, hasta que haya aprendido a odiar el pecado, y no solamente ha ser indiferente a él; entonces será salvo. El hombre que desea el pecado, que lo encuentra atrayente o interesante, aun no ha alcanzado la norma de Cristo. Tiene que aprender a odiar el pecado así como a amar la justicia.

Esto es lo que hizo Cristo. Y porque Él tanto amó como odió, Dios lo ungió con el aceite de la alegría sobre Sus compañeros. Esta unción, sin lugar a dudas, tuvo lugar en la coronación de Cristo, después de Su ascensión, y constituyó la aprobación de Cristo y Su obra, así como una ordenación para un servicio futuro. Debe observarse que el nombre “Cristo” significa “el Ungido”.

Los “compañeros” aquí mencionados son probablemente aquellos que, como Cristo, son ungidos, ya sean profetas, sacerdotes, reyes o querubines. Todos estos fueron dedicados a sus obras específicas. Aun Lucifer fue ungido. “Tú eres el querubín ungido cubridor”, dijo Dios de él. Eze. 28:14. Pero de todos estos, Cristo posee la preeminencia.

Verso 10. “Tú, Señor”. En el verso 8 el Padre se dirige al Hijo como siendo Dios. Aquí Él se dirige a Él como Señor. Jesús es tanto Señor como Dios. Pedro dice que “Dios ha hecho a ese mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, tanto Señor como Cristo”. Hechos 2:36. Este es otro atributo de Dios hacia la deidad de Cristo.

Verso 11. “Tú permaneces”. Esta declaración también es una prueba de la deidad de Cristo. Como Creador, Cristo existió antes de la creación; y después que la creación desaparezca, Él aun permanece. Esto argumenta a favor de la eternidad de Cristo.

Verso 12. “Tú eres el mismo”. Así como el verso 11 manifiesta la eternidad de Cristo, así este manifiesta Su inmutabilidad, que es otro atributo de la deidad.

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Versos 13-14. Los ángeles están alrededor del trono en una actitud de reverencia y adoración, y nunca han sido convidados a sentarse a la diestra de Dios. Ellos son siervos, espíritus ministradores, enviados para ministrarles a aquellos que heredarán la salvación. “El heredero, mientras sea un niño, no difiere en nada de un siervo, aun cuando sea señor de todos; sino que está bajo tutores y gobernantes hasta el tiempo señalado por el padre”. Gal. 4:1-2. El hombre es ahora inferior a los ángeles. Pero vendrá el tiempo, cuando crecerá y reclamará su herencia.

En este primer capítulo el apóstol prueba la deidad de Cristo, y exitosamente cumple su objetivo. Su propósito al escribir el libro requiere que él establezca, fuera de cualquier duda, que Cristo es Dios. Él trata de mostrar que las ceremonias que habían sido instituidas por Moisés, bajo el mandato de Dios, se habían cumplido y habían sido abolidas por Cristo. Los Judíos consideraban estas ceremonias como siendo el verdadero corazón de su religión, y ellas estaban indisolublemente ligadas con el templo. Si cualquier hombre tocase estas ordenanzas, tocaba la niña de sus ojos. Los Judíos sostendrían enérgicamente que únicamente el mismo Dios que les mandó que construyesen el templo, y que había instituido sus servicios, podía con derecho, efectuar algún cambio.

Este punto Pablo lo concedería. Su primera obra, por lo tanto, es probar, fuera de cualquier duda, las deidad de Cristo. Esto él lo hizo, primero representándolo a Él como Creador y Redentor, después mostrando Su inmensa superioridad sobre los ángeles, y finalmente presentando al propio Padre como el mayor testigo de la Divinidad de Cristo. Como estas pruebas están todas respaldadas por citas del Antiguo Testamento, las cuales los Judíos reconocían como teniendo autoridad, el apóstol probó su punto de vista. Cristo es Dios. Las Escrituras así lo dicen, y Dios lo confirma.

Pero Pablo tenía algo más en mente que meramente establecer un dogma teológico. Él presenta tranquilamente el mandato de Dios para los ángeles para que adoren a Cristo. El Judío que poseía discernimiento, concluiría inmediatamente que, si a los ángeles les fue mandado que adorasen a Cristo, el hombre no podía hacer menos que eso; y el Judío era entonces confrontado inmediatamente con el desafío de qué es lo que iba a hacer con Cristo. Es a este punto que Pablo lleva a sus lectores. Él los coloca cara a cara con su deber, tal como es definido por Dios.

Observaciones Adicionales

Cristo el Heredero Señalado. Heb. 1:2.-

Existen varias declaraciones en el Nuevo Testamento que indican que el Padre, por algún tiempo, le dejó ciertos poderes al Hijo, pero el Hijo le devolvería estos poderes al Padre “cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia”. 1 Cor. 15:24. Esto, sin embargo, no tiene nada que ver con el apuntamiento del Hijo como heredero. Este apuntamiento fue simplemente el conocimiento del Padre del exitoso cumplimiento de la obra de Cristo como el segundo Adán. El primer Adán había fallado. El segundo Adán toma su lugar como hombre, y es reconocido por Dios como el justo heredero al dominio que le fuera dado primero a Adán. El segundo Adán desplaza al primero y es oficialmente apuntado como heredero.

Esto, sin embargo, es completamente distinto del acuerdo entre el Padre y el Hijo como miembros de la Divinidad, a través de la cual el Padre por algún tiempo renunció y el Hijo asumió ciertos poderes para dominar la rebelión que había surgido a causa de la apostasía de Lucifer.

Por razones no conocidas completamente por el hombre, a Cristo se le dio la obra de lidiar con Lucifer y sus ángeles. “”Hubo guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles”. Apoc. 12:7. Como era de esperar, Lucifer y sus ángeles “no prevalecieron; ni se encontró más su lugar en el cielo. Y el gran dragón fue lanzado, aquella antigua serpiente, llamada diablo y Satanás”. Apoc. 12:8-9.

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Esta controversia que comenzó en el cielo, continuó cuando Cristo se encarnó, y en el desierto ambos antagonistas se enfrentaron cara a cara. En el cielo Cristo venció a Lucifer; y en la tierra, debilitado y demacrado como estaba Cristo, el enemigo se retiró derrotado. Los eventos finales de esta controversia, cuando toda las reglas, la autoridad y el poder de Satanás sean finalmente destruidos y eliminados para siempre, es a lo que Pablo se refiere en 1 Cor. 15:23-28. Estos versículos dicen lo siguiente:

“Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego viene el fin, cuando haya entregado el reino a Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y poder. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”.

El problema en estos versos es el uso de los pronombres él, de él. Estos son normalmente interpretados así:

Verso 24. “Entonces viene el fin, cuando él (Cristo) haya entregado el reino a Dios y Padre, cuando él (Cristo) haya suprimido todo dominio, toda autoridad y poder”.

Verso 25. “Porque él (Cristo) debe reinar, hasta que él (Cristo) haya puesto a todos sus enemigos bajo sus (de Dios) pies”.

Verso 27. “Porque él (Dios) ha puesto todas las cosas bajo sus (de Cristo) pies. Pero cuando él (Dios) dice todas las cosas son puestas bajo él (Cristo), es manifiesto que él (Dios) está exceptuado, el cual colocó todas las cosas bajo él (Cristo).

Verso 28. “Y cuando todas las cosas sean subyugadas bajo él (Dios), entonces también el Hijo se sujetará a sí mismo bajo él (Dios), el cual puso todas las cosas bajo él (Cristo), para que Dios sea todo en todos”.

De acuerdo al verso 24, cuando venga el fin, Cristo “habrá entregado el reino a Dios y Padre”. Estas palabras son claras y precisas; el Hijo le entrega el reino al Padre. Las palabras del verso 27 también son claras: “Él ha puesto todas las cosas bajo sus pies”. Esto solamente puede significar que el Padre ha puesto todas las cosas bajo los pies de Cristo, de acuerdo con las declaraciones de Cristo, “se me ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra”. “Sabiendo Jesús que el Padre le ha colocado todas las cosas en sus manos”. “Todas las cosas que posee el Padre son mías”. “El Padre ama al Hijo, y le ha dado todas las cosas en sus manos”. Mat. 28:18; Juan 13:8; 16.15; 3:35.

No estamos ahora preocupados con el tiempo exacto cuando el Padre le dio todas las cosas en las manos del Hijo, ni tampoco la razón para ello. Es suficiente decir que en vista de la encarnación y del sufrimiento y muerte de Cristo, hubo una cierta obra que el Hijo tenía que realizar y que él tenía el derecho a hacerla, como mediador y juez. Esto incluyó el “suprimir toda regla, y toda autoridad y poder” que se oponga a Dios. 1 Cor. 15:24.

Cuando esto es hecho, el propio Cristo “se someterá a él que le entregó todas las cosas, para que Dios pueda ser todo en todos”. Verso 28.

Los Ángeles. Heb. 1:13-14.-

Los ángeles eran tenidos en gran estima entre los Judíos, tanto así, que Pablo por un lado advirtió contra la adoración de ángeles (Col. 2:18). Esta tendencia a reverenciar ángeles sin lugar a dudas, hizo que el argumento de Pablo en Hebreos fuese muy eficiente. Si los Judíos, o algunos de ellos, pensaban que la adoración de ángeles tenía algún valor, el mandamiento de Dios diciéndoles a los ángeles que adorasen a Cristo, debe haber hecho una impresión mucho más profunda entre los Judíos. Si Cristo era tan elevado que se le pedía a los ángeles que lo adorasen, entonces solo podía ser el propio Dios.

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Que ángeles, aun cuando sean solo ministros, siervos, sean colocados en lugares muy altos y se le confíen grandes responsabilidades, es claramente enseñado en el Antiguo Testamento, así como en el Nuevo.

Los ángeles estuvieron presente en la creación, como también cuando se le entregó la ley a los hombres (Job 38:7; Hechos 7:53). Un querubín guardó el camino hacia al árbol de la vida, y ángeles en forma de hombres visitaron y le dieron instrucciones a Abrahán (Gén. 3:24; 18:2,16). Ángeles fueron enviados con mensajes a todos los patriarcas y profetas (Gén. 32:1; Num. 20:16; 1 Reyes 19:5; Isa. 63:9; Dan. 9:21-22; Zac. 1:9; Hechos 27:23, etc.). Ángeles acompañaron a Cristo cuando Él vino (Mat. 25:31); ángeles reunirán a la cizaña al final del mundo, y también a los escogidos (Mat. 13:41; Mar. 13:27); y finalmente ángeles atarán a Satanás y lo lanzarán al abismo (Apoc. 20:1); los ángeles poseen acceso inmediato a Dios (Mat. 18:10), y continuamente llevan mensajes hacia y desde el cielo (Juan 1:51). Ellos están a cargo de los elementos (Apoc. 14:18; 16:5) así como Lucifer una vez estuvo a cargo del aire (Efe. 2:2); y ellos finalmente derramarán las siete plagas (Apoc. 16:1). La Biblia está llena de ejemplos de la obra y del poder de los ángeles, tanto así, que podemos entender perfectamente por qué Israel los tenía en un honor tan alto.

Un ejemplo es registrado en el capítulo cuatro de Daniel, el cual no solamente ilustra la gran responsabilidad que Dios les otorga a los ángeles, sino que también revela el método que Dios utiliza para gobernar.

La historia en sí misma es tan bien conocida, que necesitamos apenas relatar los puntos más significativos. En un sueño, Nabucodonosor vio un gran árbol que parecía alcanzar el cielo y cubrir la tierra. El árbol era bello y tenía muchos frutos, y toda carne se alimentaba de él. Entonces bajó un ángel del cielo y mandó que el árbol fuese talado, pero que dejasen el tocón en la tierra. Después el ángel dijo, “que su corazón de hombre sea cambiado y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos” Dan. 4:16.

Este sueño hizo con que el rey se preocupase bastante, y cuando los hombres sabios no pudieron interpretarlo, vino finalmente Daniel y el rey le relató el sueño y le dijo: “todos los sabios de mi reino no son capaces de hacerme saber la interpretación: pero tú eres capaz; porque el espíritu de los santos dioses está en ti”. Verso 18.

Daniel inmediatamente percibió la seriedad del sueño, y que predecía un problema, pero el rey lo animó a que hablara libremente.

Daniel entonces le dio la interpretación: el árbol, “eres tú, oh rey, que creciste y te hiciste fuerte”. Verso 22. Que el árbol sea talado pero que el tocón sea dejado en la tierra, significa que el rey perdería su capacidad de razonar y se juntaría con las bestias del campo durante siete años, “hasta que sepas que el Altísimo gobierna en el reino de los hombres, y se lo da a quien él quiere”. Verso 25.

Aun cuando esto le sobrevendría al rey, había misericordia mezclada con juicio. “ Tu reino estará seguro debajo de ti, hasta que reconozcas que los cielos realmente gobiernan”. Verso 26. Eso significa que si el rey aprendía su lección, su reino le sería restaurado. Entonces Daniel le hizo una petición personal: “Oh rey, que mi consejo te sea aceptable, y redime tus pecados con justicia y tus iniquidades haciendo misericordia para con los pobres; pues tal vez eso será una prolongación de tu tranquilidad”. Verso 27.

Pero el rey no hizo caso. Aun cuando Dios le dio un año para pensar sobre el tema, finalmente el juicio vino, u Nabucodonosor “fue separado de los hombres, y comió pasto como los bueyes, y su cuerpo estaba mojado con el rocío del cielo, hasta que sus cabellos crecieron como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves”. Verso 33.

Sin embargo, en su condición de humillación, se volvió hacia Dios y fue aceptado. Él cuenta su restauración de la siguiente manera:

“Al mismo tiempo mi razón me fue devuelta; y para la gloria de mi reino, mi honor y mi brillo me fueron devueltos; y mis consejeros y mis señores me buscaron; y fui establecido en mi reino, y me fue adicionada excelente majestad. Ahora yo, Nabucodonosor, alabo y engrandezco y honro al Rey del

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cielo, cuyas obras son todas verdaderas, y sus caminos juicio: y aquellos que caminan con soberbia, él los puede humillar”. Versos 36-37.

Ser privado de la razón puede ser considerado como una de las peores cosas que le pueden suceder a un hombre. Nabucodonosor fue privado de esa manera, tal como él lo relata: “Mi razón me fue devuelta”. Verso 36. Severo como puede haber sido el juicio, trajo los resultados deseados, ya que Nabucodonosor realmente se convirtió.

¿Cómo y por quién fue establecido este castigo? Fue un santo, un ángel, que bajó del cielo y anunció el juicio. Verso 23. Pero mucho más aun: “Esta sentencia es por decreto de los vigilantes, y la demanda por la palabra de los santos”. Verso 17. Los ángeles fueron los que determinaron lo que debía ser hecho, y también fueron ellos los que llevaron a efecto el decreto.

Cada persona posee un ángel acompañante (Mat. 18:10), el cual es el encargado del individuo y que con algunas limitaciones decide lo que debe ser hecho en los casos específicos. Nosotros concebimos esta relación como algo parecido a la relación que existe entre una empleada o enfermera, la cual tiene a su cargo a los pequeños y decide todas las cosas menores dentro de las líneas previamente establecidas. Esto es sin duda lo que Pablo tenía en mente cuando dijo “que el heredero, mientras sea un niño, no difiere en nada de un siervo, aun cuando él sea el señor de todos; sino que está bajo tutores y gobernantes hasta el tiempo señalado por el padre”. Gal. 4:1-2.

Así estamos bajo la custodia de los ángeles que están encargados de nosotros. Ellos son “espíritus ministradores, enviados para ministrar por aquellos que serán herederos de la salvación”. Heb. 1:14.

Podemos imaginarnos al ángel de Nabucodonosor estando muy preocupado con su encargado. El rey tuvo posibilidades para hacer el bien, pero se volvió ingobernable, orgulloso y presumido. Muchas cosas fueron intentadas. Fue llevado a ponerse en contacto con Daniel y con los tres hebreos. Vio el poder de Dios al salvar a los tres jóvenes el fiero horno. Aun se le permitió ver junto con los tres jóvenes dentro del horno, “la forma de un cuarto... como el Hijo de Dios”. Dan. 3:25. Pero el efecto de todo esto pasó, y él ahora se estaba glorificando a sí mismo, lo cual solamente le correspondía a Dios. ¿Qué podía hacer este ángel? ¿Qué podía hacer cualquier persona?

Aparentemente el ángel de Nabucodonosor sintió la necesidad de consejo, ya que otros fueron llamados y el asunto fue analizado. Ellos concordaron en que algo extraordinario tenía que ser hecho si Nabucodonosor debía ser salvo, y finalmente decidieron llevar a cabo la severa sentencia, de que tanto su reino como su razón debían serle retiradas. Parece ser que en este caso ellos consideraron el asunto como de tanta importancia, que le llevaron su decisión al propio Dios y recibieron Su aprobación. Y así fue firmada la sentencia “por el decreto de los observadores, y la demanda por la palabra de los santos”, esto es, un grupo de ángeles en reunión habían llegado a su conclusión, pero posteriormente somos informados que también fue “el decreto del Altísimo”. Verso 17, 24. El Señor concurrió en el decreto, y aprobó lo que se había hecho.

Esto nos da una interesante información de la obra de los ángeles, y también nos da una visión de la forma en que funciona el gobierno de Dios. Los ángeles no son apenas los mensajeros de Dios. Son eso, pero también son mucho más. Ellos poseen responsabilidades: ellos tienen que tomar decisiones, y tienen que llevar a cabo decretos. Ellos son una parte vital del gobierno de Dios.

Capítulo 2 del Libro de Hebreos: La Humanidad de Jesús

Sinopsis del Capítulo.-

Este capítulo inicia con una advertencia contra la indiferencia. Es la primera de muchas amonestaciones encontradas a través del todo el libro, lo cual evidencia la ansiedad del autor por el bienestar espiritual de sus lectores. De la naturaleza de las exhortaciones aprendemos que, de manera diferente a los Corintios, los peligros que los estaban amenazando no eran delincuencias morales, sino

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que una gradual separación de las cosas que habían escuchado, juntamente con una falta de deseo de aplicarse a sí mismos a un serio estudio de la Palabra.

La mayor parte del capítulo está dedicado a un análisis de la humanidad de Cristo. En el primer capítulo, el autor trajo pruebas indiscutibles en relación a la deidad de Cristo. En el segundo capítulo él muestra que es necesario que Cristo se haga hombre si es que Él va a ser un misericordioso y fiel Sumo Sacerdote. ¿De qué otra manera podría Él tratar cariñosamente al débil y al errante? Él debía ser tentado en todos los puntos así como nosotros lo somos; porque es solamente pasando por las experiencias a las cuales los hombres son sometidos, que Él puede ayudar a aquellos que son débiles.

Hebreos 2:1-4. “Por lo tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”.

Esta sección contiene una advertencia contra los pecados sutiles de la apatía y la falta de cuidado. Pablo estaba muy preocupado con la condición espiritual del pueblo. Habían tiempos problemáticos por delante para la iglesia. La persecución se iniciaría muy luego; en muy pocos años el ejército Romano tomaría la ciudad, el templo sería destruido, y los cristianos serían compelidos a huir por sus vidas. A pesar de esto, la iglesia no estaba completamente despierta. Estaban a la deriva sin tener una ancla segura. Su condición era crítica, y lo más serio de todo, era que no habían detectado el peligro.

Verso 1. “Por lo tanto” se refiere al hecho de que Dios había enviado a Su Hijo y a través de Él les había hablado. Esta era una razón adicional por la cual ellos debían prestar más atención al llamado de Dios.

“Con más diligencia”. Cristo nunca predicó con el único propósito de compartir información. Aun cuando fuesen maravillosas las verdades que Él reveló, sus predicaciones poseían un propósito más profundo que aquel de enriquecer la mente. Él quería mover a los hombres a la acción; él quería que ellos le prestasen atención a lo que Él les había dicho; Él quería que ellos fuesen hacedores y no oidores olvidadizos de la Palabra.

También esta es la intención del apóstol. Él advierte a la iglesia a prestarle mucho más atención a lo que ellos han escuchado. Él los intima diciéndoles que no están completamente atentos; pero él quiere que ellos le presten más atención a las cosas que pertenecían a su paz. Ellos ya poseían el conocimiento necesario. Ellos sabían lo que tenían que hacer. Pero ellos no estaban viviendo a la altura de la luz que poseían. Tenían que ser llevados a actuar.

“Las cosas que hemos oído”. El apóstol no les está presentando una nueva luz. Esto él lo hará más tarde cuando les muestre algo de las cosas profundas de Dios y ellos estén aptos para recibirlas. Pero primero él quería que ellos prestasen más atención a las cosas que ya sabían. Ellos estaban en una condición peligrosa y debían ser sacados de su letargo.

“No sea que nos deslicemos” o más literalmente, “no sea que flotemos y los ultrapasemos”, o “nos alejemos de ellos”.

El cuadro se refiere a un bote que está siendo llevado por la corriente, siendo que los ocupantes ignoran el hecho de que ellos van a la deriva. Antes que ellos se den cuenta de que se están acercando rápidamente a la catarata, bastante lejos de los hitos antiguos, y que el peligro ya está encima de ellos, vendrá la destrucción.

Ir a la deriva es una de las maneras más fáciles y placenteras de locomoción, pero también es una de las maneras más peligrosas que existe. No se necesita hacer ningún esfuerzo para ir a la deriva, y a

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medida que uno se desliza hacia abajo por el río, hacia una muerte segura, el sentimiento es de bienestar y de contentamiento, con una agradable sensación de amodorramiento. El movimiento hacia abajo es apenas perceptible, porque a medida que el bote se mueve hacia abajo, el río pareciera permanecer sin movimiento. El agua se mueve con el bote y las apariencias son engañosas. A menos que uno despierte a tiempo, el peligro es muy real.

Esta era la condición de la iglesia a la cual el autor le estaba escribiendo. Ellos estaban a la deriva espiritual, y no se percataban de su peligro. Lentamente se estaban acercando al precipicio, y muy luego sería demasiado tarde.

Para todos los que caen en gran pecado, hay diez que están a la deriva. Aun donde uno parece saltar sorpresivamente al pecado, a menudo se trata de un caso donde él ha estado a la deriva antes de dar ese salto, sin que los demás se den cuenta de su real condición, y tal vez ni él mismo se ha dado cuenta de ella. Los pecados más grandes comienzan con un ligero deslizamiento. Por eso, es mejor que todos estén advertidos.

“Flotar y ultrapasar”, “ir a la deriva”, “deslizarse”. Estas son diferentes maneras de expresarlo y todas son significativas. Se nos dice que debemos prestar la mayor atención; esto es, debemos, tenemos, es imperativo. Tenemos que estar alerta o entonces flotaremos y ultrapasaremos o nos deslizaremos de las amararas de la Palabra de Dios. En vista de este peligro, es conveniente que cada uno se examine a sí mismo, para que no ande a la deriva sin estar alertado de su peligro. Falta de atención en la oración, discontinuidad del culto familiar, ausencia de los servicios de la iglesia, tibieza espiritual en las actividades de la iglesia, negligenciar el estudio de la Biblia o de la devoción privada, hacer poco caso de las ordenanzas de la casa del Señor, ser remisos en la devolución del diezmo y de las ofrendas, esto y muchas otras señales, deben ser observadas cuidadosamente. Nuestra actitud hacia ellas indica si estamos o no a la deriva y cuán rápido lo estamos haciendo. La amonestación del apóstol contra el deslizamiento es aplicable hoy en día de la misma manera que cuando fue escrita.

Verso 2. “La palabra dicha por los ángeles”, mejor aun “a través” o “por medio de” los ángeles. Esta es sin duda una referencia a la ley que Pablo dijo que fue “ordenada por ángeles”, y que Esteban dice que Israel la había recibido “por la disposición de los ángeles” (Gal. 3:19; Hechos 7:53).

La palabra dicha era “firme”; esto es, la transgresión de la ley, o negligenciar sus provisiones, era severamente punida.

La presencia de ángeles en el Sinaí es aludida en estos textos: “El Señor vino del Sinaí, y se levantó de Seir hasta ellos; brilló desde el monte Parán, y vino con diez mil santos: de su diestra salió una ley fiera para ellos”. Deut. 33:2. “Los carruajes de Dios son veinte mil, aun miles de ángeles: el Señor está entre ellos, como en el Sinaí, en el lugar santo”. Salmo 68:17. No se nos dice cuál era la función de todos estos ángeles, más allá de la información contenida en las referencias del Nuevo Testamento antes mencionadas. Los Judíos creían que el fuego, el humo y la tormenta en el Sinaí fueron causadas por los ángeles, y citan el Salmo 104:4 como prueba. “El que hace a sus ángeles espíritus; y a sus ministros flamas de fuego”.

La mejor explicación de este pasaje en Hebreos es que Pablo, conociendo la alta estima en que los Judíos tenían a los ángeles, usó esta creencia para enfatizar el hecho que si el mundo de los ángeles era mantenido en tan alta estima, cuánto más deberían entonces estimar la Palabra de Cristo, el cual está muy por encima de los ángeles.

Verso 3. “¿Cómo escaparemos nosotros, si negligenciamos (descuidamos)?”. Esta pregunta está construida de tal manera que no podemos colocar otra respuesta, a no ser que “no escaparemos”. El peligro aquí señalado no es el de rechazar a Cristo y el evangelio. Muchos hacen eso para su perdición eterna. Pero somos persuadidos que muchos más lo que negligencian (descuidan) que los que rechazan. Y es contra el negligenciamiento (descuido) que el apóstol nos advierte.

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Comparativamente son pocos los que definitiva y finalmente rechazan la oferta de Dios de vida eterna. La mayoría de los hombres tratan en algún tiempo de atender sus deberes religiosos. Pero ellos postergan y negligencian; y antes que se percaten de eso la cosecha ya pasó, el verano se terminó, y no están salvos. (Jer. 8:20). Siempre es peligroso negligenciar (descuidar). Ahora es el tiempo aceptable.

¡Cuánto mal ha venido al mundo a causa de la negligencia y de la demora! Una tarea desagradable es dejada para el último momento; la confesión es largamente demorada, pero no es está próxima; un ser querido está aguardando ansiosamente una carta, pero el espíritu malo de procastinación está operando, y la carta no es escrita. Los jóvenes pueden estar convencidos de que ha llegado el tiempo cuando deben entregarle sus corazones a Dios, pero se demoran, y algunas veces con resultados fatales. Cuán a menudo hemos querido hacer una buena obra, decir alguna palabra amable, enviar un ramo de flores; pero nos demoramos y esperamos, y algunas veces esperamos demasiado. Es bueno estar atentos. “Si hoy escuchares su voz, no endurezcáis vuestros corazones”, es el mensaje que todos debemos escuchar. Heb. 3:15.

“Habiendo sido anunciada primeramente por el Señor”. Aquí se dice que el Señor es el primer predicador del evangelio; y en un sentido muy real esto es verdadero, porque fue Él quien en el jardín del Edén proclamó primero las buenas nuevas a Adán y Eva cuando dijo, “pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; ésta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el calcañar”. Gen. 3:15. Esta es la primera promesa del evangelio. Cristo es el Cordero muerto desde la fundación del mundo (Apoc. 13:8).

“Nos fue confirmada por los que oyeron”. Pablo no fue uno de los doce apóstoles, y no tenemos ningún registro donde se diga que él alguna vez haya escuchado a Cristo hablar, excepto en su visión en el camino a Damasco. Por lo tanto él correctamente dice “por los que oyeron”, y no “nosotros que oímos”. Esto, incidentalmente, excluye a cualquiera de los doce apóstoles de ser los autores de Hebreos. El escritor de esta epístola fue uno que no escuchó a Cristo personalmente.

Verso 4. “Testificando Dios juntamente con ellos”. Los primeros tres de estos testigos, señales, maravillas, milagros, son mencionados en Hechos 2:22. Los dones son enumerados en 1 Cor. 12:11,28-31.

Bien podemos considerar una reprensión a la iglesia hoy de que estas señales no estén más en evidencia de lo que las están. Cuando Cristo dijo, “estas señales seguirán a los que crean”, Él no exceptuó a ninguna generación. Mar. 16:17. Nosotros poseemos hoy muchas invenciones modernas, pero ninguna de ellas puede resolver nuestro problema de falta de poder espiritual. La iglesia hoy está en peligro de decir, “estoy rico y enriquecido y no tengo necesidad de nada; y no sabes que eres desgraciado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. Apoc. 3:17.

Existen aquellos que dicen que ahora nosotros no estamos necesitando de aquellas cosas que pueden haber sido apropiadas y útiles para otras edades. ¿Por qué deberíamos pedirle al Señor que nos sane, cuando poseemos tan excelentes instituciones médicas? ¿Por qué deberíamos pedirle al Señor que haga llover, cuando la irrigación es mucho más segura? ¿Por qué pedirle sabiduría al Señor si ya la poseemos, o la podemos obtener, en una institución universitaria? ¿Por qué deberíamos esperar señales y maravillas por parte de Dios cuando el mundo está lleno de cosas maravillosas que el hombre ha hecho? Dios puede hacer con que el asno de Balaán hablase, pero el hombre puede hacer con que un cilindro encerado hable. Dios pudo transporta a Felipe una corta distancia a través del aire, pero el hombre con sus aeroplanos ha excedido en mucho esa distancia. Dios puede hacer con que un hacha flote, pero el hombre hizo flotar un barco de cincuenta mil toneladas. Es verdad, hay algunas cosas que Dios ha hecho y que el hombre no puede hacer, o por lo menos hasta ahora no las ha hecho. Pero entonces, Dios posee más experiencia que el hombre. Dele al hombre un poquito de tiempo, y se convertirá en un rival del Altísimo, y se jactará de eso. Existen aquellos que creen que está cerca el tiempo cuando Dios deba retirarse dando gracias por los servicios pasados. Puede ser que Él haya sido necesario en el pasado, pero no lo necesitaremos en el futuro.

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Excepto cuando estamos cara a cara con las realidades de la vida; cuando un ser querido está en el lecho de la muerte, y cuando ninguna mano humana puede salvarlo; cuando los edificios colapsan, y la muerte cae desde el cielo; cuando estamos dentro de una balsa en el océano y la ayuda humana está muy lejos; cuando buscamos a tientas en la oscuridad por una luz, y la vida y la muerte son igualmente incomprensibles; cuando buscamos un lugar seguro para anclar nuestras almas en este mar salvaje con olas tremendamente grandes en nuestras vidas; cuando aparece la estrella de la tarde y nos echamos al mar y en aturdimiento preguntamos, “¿adónde?”.

No, en las cosas que importan, no podemos andar sin Dios. Y más que todo, en un tiempo como este, cuando se han soltado las amarraduras antiguas, cuando se han abandonados los fundamentos, cuando la tormenta está a punto de pasarnos a llevar. Y en este tiempo, cuando ansiosos ojos están escudriñando el horizonte en vano, tratando de encontrar a los hijos de Dios, la iglesia no le está dando el sonido certero a la trompeta. El tiempo está aquí, retrasado, cuando la verdadera iglesia de Dios tiene que ponerse en pie para diferenciarse clara y distintamente de los cientos de sectas y denominaciones que llenan el país. El hombre caminante no debe ser dejado más en duda. La iglesia debe levantarse y brillar.

En la iglesia primitiva Dios hizo grandes cosas por Su pueblo. A medida que los apóstoles testimoniaban de las cosas que habían visto y oído, Dios también “testificaba junto con ellos”. Él providenció el poder, y mientras ellos trabajaban lado a lado con Él, tres mil fueron convertidos en un día. Señales y maravillas acompañaban las predicaciones, los pecadores temblaban, los hipócritas eran expuestos, los enfermos eran sanados, y muchas maravillas fueron hechas. Y la iglesia creció poderosamente.

Hoy el mundo necesita del evangelio más que nunca antes; el evangelio puro, no adulterado de Cristo y la iglesia primitiva. Y en este tiempo el pueblo de Dios corre el peligro de confiar en la sabiduría de los hombres en vez de confiar en el poder del Espíritu Santo. La actividad es substituida por la espiritualidad; dispositivos por la unción de lo alto. Estadísticas, metas, campañas, y vehículos son usados para medir el progreso; pero ellos nunca podrán medir los frutos del Espíritu. Cuando Dios y los apóstoles llevaban testimonios en los primeros tiempos, los hombres “eran compungidos en sus corazones, y le dijeron a Pedro y al resto de los apóstoles, hombres y hermanos, ¿qué haremos?”. Hechos 2:37. Cuando les dijeron “arrepentíos y sed bautizados”, ellos respondieron, y miles se juntaron a la iglesia. Ni tampoco apostataron después de esto. “Ellos perseveraban en la doctrina de los apóstoles y en la comunión unos con otros”. Verso 42.

Como resultado de este trabajo, “el temor vino a toda alma: y muchas maravillas y señales fueron hechas por los apóstoles”. Verso 43. Es a esto que se refiere el autor de Hebreos cuando menciona que en este trabajo Dios estaba “también testificando con ellos, tanto con señales como con maravillas, y con diversos milagros y dones del Espíritu Santo, de acuerdo a Su voluntad”.

Cuando contrastamos el Pentecostés con algunos reavivamientos populares de hoy, podemos ver mejor la necesidad de la iglesia. En el Pentecostés hubo pequeños apelos hacia las emociones, ningún himno para quebrar la resistencia, ninguna organización elaborada para obtener resultados. Pero había un hombre, un hombre lleno con el Espíritu Santo, un pobre y débil hombre, que unas pocas semanas antes había maldecido y jurado y negado a su Señor, pero que se había arrepentido y encontró el perdón que ahora se lo estaba ofreciendo a otros; y sobre todos ellos estaba “Dios testificando juntamente con ellos”, y el resultado fue que los hombres suplicaron en angustia por ayuda. Dios estaba obrando.

No estamos criticando la organización, por los llamados, cantos evangélicos, o apelos emocionales. Que todos los que pueden usar eso con éxito, que lo hagan, y que Dios los bendiga. Pero es nuestra profunda convicción que la iglesia necesita un poder mayor que el que posee ahora, y que cuando reciba este poder, no será con los dispositivos que usa ahora para obtener resultados, y aquellos que están convertidos estarán más firmes que lo que lo están ahora. Por ese poder clamamos, por ese poder oramos, poder para cambiar los corazones y mover a los hombres; poder para terminar con la apostasía; poder para mantener a los jóvenes en el amor de la verdad; poder para volver los corazones

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de los padres hacia los hijos, y el de los hijos hacia sus padres; poder para ungir al servicio; poder para evangelizar el mundo; poder para ponerle un fin al pecado y a la transgresión, y para traer la justicia eterna. El tiempo para la Lluvia Tardía ha llegado, pero la lluvia no está aquí. “Gotas de lluvia están cayendo alrededor nuestro, pero nosotros clamamos por la lluvia”.

Hebreos 2:5-8. “Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando; pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas”.

Cristo es aquí presentado como siendo menor que los ángeles, no obstante es coronado con gloria y honor. Es mostrado como verdadero hombre, tan ciertamente como en el primer capítulo fue mostrado como siendo verdadero Dios. Su humanidad lo capacita para ser el tipo de Sumo Sacerdote que los hombres necesitan.

Es una fuente siempre presente de conforto para el cristiano el saber que Cristo entiende nuestras pruebas y perplejidades, y que simpatiza con nosotros. Si Cristo no se hubiese hecho hombre, habría surgido fácilmente la pregunta, ¿cómo podemos saber que Dios nos ama y se preocupa por nosotros, cuando Él nunca ha experimentado las pruebas que nosotros tenemos que enfrentar, nunca ha sido pobre o abandonado, y nunca ha conocido lo que es estar solo y enfrentar un futuro desconocido? Él nos pide que seamos fieles hasta la muerte, pero Él nunca ha enfrentado las cosas que nosotros tenemos que enfrentar. Si Él fuese uno de nosotros y uno con nosotros, Él sabría cuán duro es enfrentar ciertas pruebas. Pero si Él nunca se ha hecho hombre, ¿conoce Él realmente nuestras penas, y puede Él simpatizar con nosotros cuando erramos?

A esto nosotros respondemos sin ninguna duda que Dios, siendo Dios, ciertamente nos conoce, y que no fue por Su propio bien, sino por el nuestro, que Él se hizo pobre; no fue por Su propio bien sino que por el nuestro que Él sufrió y murió. Nosotros necesitábamos la demostración que Cristo vino a dar, o entonces nunca habríamos entendido la profundidad del amor de Dios por la humanidad doliente; ni tampoco hubiésemos entendido los sufrimientos que el pecado trajo al corazón de Dios. “Todo el cielo sufrió en las agonías de Cristo; pero ese sufrimiento no comenzó ni terminó con Su manifestación en la humanidad. La cruz es la revelación para nuestros torpes sentidos del dolor que, desde su propio comienzo, el pecado ha traído al corazón de Dios”. Educación:263.

Verso 5. “No sujetó a los ángeles”. Dios no ha puesto al mundo para que venga a estar en sujeción a los ángeles. Debido al pecado el hombre cayó muy bajo en la escala de valores. Cuando Cristo se identificó a Sí mismo con la humanidad y se hizo hombre, una nueva dignidad se hizo nuestra. Ahora estamos estrechamente unidos con Dios en un compañerismo que es aun más cercano que aquel que conocen los ángeles. En este nuevo relacionamiento Dios no colocó al hombre bajo la sujeción de los ángeles. Nosotros nos relacionamos directamente con Cristo sin ningún intermediario.

Verso 6. “Qué es el hombre?”. Esta declaración está tomada del Salmo 8, en el cual el hombre es analizado. Comparado con la creación en general, con los ángeles, con Dios, el hombre es tan débil e insignificante que parece ser que Dios nunca lo podría tomar en cuenta. Sin embargo Dios está atento con él, y aun lo visita, sin lugar a dudas una referencia primaria a la encarnación. El hombre tiene un lugar definido en los pensamientos de Dios. Escuche estas palabras: “Yo conozco los pensamientos que yo tengo hacia ti, dice el Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para darte el fin que esperas”. Jer. 29:11. Para “fin que esperas” el margen dice, “darte un futuro y una esperanza”. Este es el plan de Dios para nosotros.

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Verso 7. “Un poco menor que los ángeles”, o como dice el margen, “un poco inferior a los ángeles”. Que el hombre en muchos aspectos es ahora inferior a los ángeles, es evidente. Que él es potencialmente mayor es igualmente claro.

Los ángeles exceden en fuerza: se mueven a una velocidad mayor que la luz; y poseen poderes no otorgados al hombre (Salmo 103:20; Dan. 9:21; Isa. 37:36; 2 reyes 19:35). Ellos pronuncian y ejecutan juicios sobre la tierra; protegen y acampan alrededor de los santos de Dios; y poseen poder aun para atar a Satanás. (Dan. 4:13,17; Salmo 34:7; Apoc. 20:2).

Por otro lado, hay cosas de las cuales ellos han sido privados, pero que el hombre posee. Los ángeles son seres unitarios sin vida familiar tal como nosotros la conocemos, con todos sus problemas y atracciones. Los ángeles no poseen padres ni madres, hermanos o hermanas, hijos o hijas. Ellos no se casan; sin embargo, les son extraños algunas de las más profundas experiencias de la vida. Los ángeles nunca han conocido las alegrías de la niñez, ni nunca han traído alguna vida a la existencia en el mundo; nunca han sentido la exaltación de la maternidad o de la paternidad; tampoco, haciendo un contraste, han pasado por las aguas profundas, mirando ansiosamente al lado de una cama a un pequeño ser querido, viendo cómo la vida se va lentamente. Las profundas y exaltadas experiencias del amor conyugal, del amor del padre y de la madre, como también sus penas, no les son dadas a experimentar a los ángeles.

Los ángeles no son comisionados para predicar el evangelio, ni tampoco se les permite sufrir ni morir por su fe. Nunca han enfrentado una prisión o la tortura, ni han experimentado la extrema alegría de ser levantados del fango del pecado hasta el reino de Dios. La conversión es un libro cerrado para ellos así como las experiencias personales, y nunca han escuchado las buenas nuevas del perdón de los pecados. Tanto cuanto nosotros podemos juzgar, la más profunda y sagrada de las experiencias de la vida, tal como las conocemos nosotros aquí, les son negadas. Ellos poseen, hasta aquí, mucho más sabiduría que la del hombre; pero en algunos aspectos el hombre es aun superior a ellos.

Mientras los ángeles posiblemente poseen poderes compensadores y oportunidades de las cuales nosotros no sabemos nada, potencialmente el hombre está destinado a un lugar más alto en el plan de Dios que los ángeles. Sin querer llevar este asunto más lejos, nosotros prestamos atención meramente a los hechos de que los ángeles son espíritus ministradores, siervos, mientras nosotros somos hijos y herederos. El heredero, mientras sea un hijo, está bajo la jurisdicción de los siervos. Cuando él se hace adulto, se vuelve señor de la casa. (Heb. 1:14; Gal. 4:1-2).

En vez de colocar “un poco menor que los ángeles” algunas versiones colocan “un poco menor que Dios”, o “sino poco menor que Dios”. Nosotros preferimos la versión “un poco menor que los ángeles”, como siendo más consonante con el argumento del apóstol, aun cuando “un poco menor que Dios” es una traducción correcta.

“Gloria y honor”. Esto apunta distintivamente a la experiencia de Adán y Eva registrada en el primer capítulo de Génesis. Dios no creó al hombre para que fuese un siervo o un esclavo. Él lo hizo para que sea un rey, y le concedió gloria y honor. Esto, aun cuando él perdió su primer estado a causa del pecado, es profético del alto destino que Dios tiene en mente para él. Los hombres pueden degradar a los hombres, usar y hacer mal uso de ellos, y tratar de borrar la imagen de Dios en el alma. Los hombres pueden aun degradar y hacer mal uso de ellos mismos, completamente contrarios al plan de Dios. Pero Dios tiene algo mayor guardado para ellos. El día de la redención revelará esto completamente.

Verso 8. “Todas las cosas en sujeción”. En el plan original de Dios, el hombre fue colocado “sobre las obras de tus manos”; esto es, él fue hecho gobernador de la tierra, y se le dijo que “la subyugara; y que tuviera dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo, y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”. Gen. 1:28.

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Los estudiosos no están de acuerdo en cuanto a la extensión de este dominio original, algunos contienden diciendo que incluía poder sobre la naturaleza y sobre los elementos así como Cristo tenía poder sobre ellos mientras estuvo sobre la tierra; otros dicen que todo lo que se dice es afirmar que al hombre se le dio dominio sobre todo, y que era superior sobre toda la creación bruta. El lector debe decidir por sí mismo esta cuestión que no es muy importante.

“Pero todavía no vemos”. El hombre aun no tiene dominio sobre la tierra. Él está constantemente cara a cara con poderes sobre los cuales no posee control. Pero Dios trata de que el dominio que este perdió a causa del pecado, le sea restaurado de acuerdo a la promesa registrada por el profeta: “Hasta ti vendrá el señorío primero”. Miq. 4:8. Este, entendemos, es el significado de “pero todavía”, lo cual constituye realmente una promesa de lo que va a ser.

Hebreos 2:9-18. “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré. Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio. Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y de sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no tomó sobre sí la naturaleza de los ángeles, sino que él tomó sobre sí la simiente de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”.

Los sufrimientos de Cristo siempre han sido un campo fructífero para el estudio y la contemplación. En los versos que ahí están delante de nosotros, nos es presentado uno de los aspectos más profundos de la redención. Fue por la gracia de Dios que Cristo experimentó la muerte por todo ser humano. Esto en sí mismo es una declaración extraordinaria, y aun mayor es la declaración de que le “convenía” a Dios permitirle que hiciera eso. A través del sufrimiento Cristo fue hecho perfecto, otra expresión notable, y Su muerte se volvió el medio a través del cual Satanás, quien poseía el poder de la muerte, fuese destruido. En todas las cosas convenía que Cristo fuese hecho semejante a Sus hermanos, para que pudiese ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel. Habiendo sufrido siendo tentado, Él es capaz de socorrer a los que son tentados y llevarles la necesaria ayuda.

Esta sección necesita de un cuidadoso estudio. Llamaremos la atención del lector a las observaciones adicionales al final del capítulo, donde ciertas fases del asunto son consideradas más exhaustivamente.

Verso 9. “Pero vemos a Jesús”. El “pero” aquí denota contraste. El hombre “aun no” posee dominio, “pero vemos a Jesús”. Él posee dominio, aun cuando estuvo aquí en la tierra. Él envió a Pedro a pescar un pez, y en la boca del pez se encontró la moneda necesaria para la ocasión. (Mat. 17:27). Él les dijo a los discípulos que lanzasen la red y ellos pescaron una multitud de peces. (Juan 21:6). Él mandó los vientos y las olas, y ellos Le obedecieron. (Mat. 8:26). Él maldijo a la higuera, y ella se secó. (Mat. 21:19). Él hizo exorcismo con los demonios, sanó al enfermo, y levantó al muerto. (Mar. 5:13; Mat. 8:14-15; Juan 11:43-44). Él multiplicó los panes y los peces, caminó sobre el agua, y reprendió a Satanás. (Mar. 8:1-9; Mat. 14:25; 4:10-11). No había ninguna circunstancia en la cual Jesús no fuese el Maestro. “Aun no vemos” al hombre en posesión de estos poderes, “pero vemos a Jesús”. Él es profético de las posibilidades del hombre.

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“Un poco menor que los ángeles”. Cuando Jesús se hizo hombre fue hecho un poco menor que los ángeles, o como dice en el margen, “un poco inferior a “. así Jesús en un sentido bien real tomó nuestra naturaleza sin perder Su Divinidad, aun cuando Él renunció al uso independiente de las prerrogativas de la Deidad. En ningún momento ejerció Él Sus poderes divinos, excepto cuando recibió el mandamiento de Dios (Juan 14:31; 5:19). Como hombre estuvo siempre sujeto a Dios.

“Por el sufrimiento de la muerte”. La Versión Autorizada (en inglés) afirma que Jesús se hizo hombre para que pudiese sufrir y morir. Él fue hecho “un poco menor que los ángeles con (el propósito) de sufrir la muerte”. La Versión Revisada (en inglés) afirma que fue como una recompensa por Su sufrimiento y muerte que Cristo fue coronado con gloria y honor. Las diferencias de interpretación dependen del significado de la preposición que en la Versión Autorizada es traducida como “por”, y en la Versión Revisada es traducida como “a causa de”. Como la construcción de la frase no es conclusiva en griego, y como ambas traducciones son posibles, nosotros aceptamos ambas. Es verdad, tal como lo dice la Versión Autorizada, que Cristo se hizo hombre para que pudiese morir. También es verdad, tal como lo dice la Versión Revisada, de que como una recompensa a su fidelidad Él fue coronado con gloria y honor. Ambos puntos de vista poseen capacitados defensores. En el caso en que dos interpretaciones son posibles y en que ambas son verdaderas, no vemos ninguna razón para entrar en controversias.

“Por la gracia de Dios”. Los sufrimientos de Cristo no están aquí considerados como puniciones dejadas caer sobre Él, porque fue por “la gracia de Dios” que Él experimentó la muerte por cada ser humano, y esto es una expresión significativa. Algunos de los manuscritos más antiguos en vez de “por la gracia de Dios” dicen “separado de Dios”, lo cual sugiere que Cristo en Su muerte sufrió solo sin la presencia sostenedora de Dios. Esto apoyaría su grito desesperado, registrado en Mat. 26:46 que dice “y cerca de la hora nona, Jesús clamó con gran voz, diciendo: Eli, Eli, ¿lama sabactani? Esto es, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

“Experimentase la muerte por todo hombre”. Esto no significa, como algunos sugieren, que Él meramente experimentó superficialmente la muerte y que no sufrió toda la muerte. El Getsemaní muestra que Él bebió la copa hasta las heces y experimentó (probó) la muerte como ningún otro hombre jamás lo ha hecho.

Verso 10. “Porque convenía a aquel”. Era propio de Él; era característico de Él. “De Él” aquí es el padre, así como “capitán” incuestionablemente es Cristo.

Cuando el apóstol dice que convenía que Dios hiciese a Cristo perfecto a través del sufrimiento, él está de hecho colocando un juicio moral sobre la expiación. A medida que él ve el plan de Dios para la redención del hombre, él aprueba lo que Dios está haciendo, diciendo que es apropiado que Dios haga eso, que está en armonía con Su carácter. Una opinión tal expresada por un hombre puede parecer algo extremamente presuntuoso; porque ¿qué es el hombre para que pese las acciones de Dios y pronuncie juicio sobre él? En verdad, el apóstol está aprobando el plan de Dios; pero el derecho a aprobar lleva también el derecho a desaprobar. El apóstol realmente está intrépidamente sujetando a Dios a la tasación del hombre; también, parece ser que Dios corre el serio riesgo, al permitir que el hombre evalúe Su obra.

En esto como en todas las cosas podemos creer que Dios sabe lo que Él está haciendo. Él está tan seguro de lo que está haciendo, que no duda en permitir que el hombre exprese su punto de vista acerca de la idoneidad moral de Sus acciones. Él sabe que un juicio iluminado de la humanidad Lo sostendrá. Y así el permite confiadamente que el apóstol diga que era propio de Dios hacer con que Su Hijo se perfeccionase a través del sufrimiento, lo cual es apenas otra manera de decir que en vista de la entrada del pecado y para su completa erradicación, era justo y conveniente que Cristo viniese a este mundo y compartiera las experiencias de la humanidad.

Que Dios tome así en cuenta al hombre y confíe en él, es uno de sus reconfortantes atributos. Observe la invitación hecha, y la confianza de Dios en el hombre expresada en esta declaración: “Ven

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ahora, y razonemos juntos, dice el Señor”. Isa. 1:18. “Considera lo que digo”. 2 Tim. 2:7. “Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo”. 1 Cor. 10:15. Dios deja Su caso ante los hombres y apela a su juicio. Esto también es propio de Dios, una característica Suya.

“Perfecto a través de sufrimientos”. Esto no quiere decir que Cristo no fuese antes perfecto. Cristo era perfecto como Dios. Él era perfecto como hombre. Por Sus sufrimientos Él se hizo perfecto como Salvador. El pensamiento es el de alcanzar una meta prescrita, el de terminar una carrera, el de completar una tarea. Antes que Cristo viniese a la tierra, el camino que tenía que pisar estaba claro ante Él; cada paso estaba claro. Para alcanzar la meta, Él tenía que recorrer todo el camino. Él no podía detenerse un poquito antes de Su último destino; tenía que perseverar hasta el fin. Es el término de este camino que está envuelto en el texto que está ante nosotros, ningún atajo moral. Es el de un hombre corriendo una carrera, que alcanza la tercera parte de su carrera corriendo fuertemente, sin mostrar ninguna señal de debilidad. Pero aun no ha terminado la carrera. Solamente cuando llegue a la meta podrá recibir la corona. Es el último pedazo de la carrera el que cuenta. Cuando finalmente él termina la carrera, entonces lo consigue, y recibirá el premio. Entonces él ha perfeccionado su transcurso.“Perfecto” aquí significa “alcanzar la norma colocada; obtener la maduridad de crecimiento y el pleno desarrollo de los poderes físicos, intelectuales y espirituales; alcanzar la posición o condición deseada, y disfrutar del privilegio así conseguido”.

Los sufrimientos sirven para un propósito definido en el plan de Dios. Si Cristo hubiese venido a esta tierra y hubiese hecho la perfecta voluntad de Dios; si Él no hubiese fallado en nada y hubiese vivido sin mancha ante Dios y los hombres; aun así no habría alcanzado la norma de Dios o las necesidades del hombre, si no hubiese sufrido. No es lo que el hombre hace en la fuerza de la humanidad o con los aplausos de la multitud lo que cuenta. Es en la adversidad, en el dolor, en la agonía del cuerpo y de la mente, que la verdadera fuerza y nobleza son medidas. Fue en el desierto, en el jardín, en la cruz, cuando Cristo reveló Su grandeza. Hasta que Él no hubo experimentado completamente el significado de beber la copa, no estaba perfeccionado. Es a Su vida, que culmina en la cruz, a lo que se refiere cuando dice, “hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día seré perfeccionado”. Luc. 13:32.

Verso 11. “Porque el que santifica” es Cristo. “Los que son santificados” son Sus hermanos. El “uno” es Dios. Aun cuando Cristo es Hijo de una manera diferente de nosotros, aun así poseemos un Padre. La intención de Dios es traer muchos hijos a la gloria. Cristo es el capitán que lleva a Sus hombres a la batalla. Ellos Lo siguen a donde Él los lleva, y por esta razón “él no se avergüenza de llamarlos hermanos”. Ellos se enorgullecen de su Capitán, y Él se enorgullece de ellos. Observe cuán cariñosamente Cristo habla de Sus hermanos:

“Y él alargó su mano hacia sus discípulos, y dijo, ¡he aquí mi madre y mis hermanos! Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Mat. 12:49-50.

“Jesús le dijo, no me toques; porque aun no he ascendido a mi Padre; pero ve adonde mis hermanos, y diles, yo asciendo a mi Padre”. Juan 20:17.

Cristo no se avergüenza de nosotros si es que nosotros no nos avergonzamos de Él. Pero “cualquiera que se avergüence de mi y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, y en la gloria del padre, y de los santos ángeles”. Luc. 9:26, RV.

Aquí es presentada la santificación no como una teoría sino como vida, la cual hace de Cristo y sus hermanos uno. Cristo dijo, “por ellos me santifico a mi mismo, para que ellos puedan ser santificados por la verdad”. Juan 17:19. Cristo se santificó a Si mismo con un propósito: este propósito Él dice que es “para que ellos también sean santificados”. Él coloca el ejemplo que otros deben seguir.

“Por cuya causa él no se avergüenza”. El autor está hablando de santificación. Relatando su propia experiencia, él dice:

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“No que yo ya la haya alcanzado, ni que ya sea perfecto; pero continuo, para ver si puedo aprehender aquello por lo cual también yo soy aprehendido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo aun no le aprehendido, pero esto hago, olvidándome de aquellas cosas que están atrás, y alcanzando aquellas que están adelante, prosigo hacia la meta por el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Por eso, todos los que somos perfectos, sintamos esto mismo, y si en alguna cosa pensamos diferente, Dios os lo revelará”. Fil. 3:12-15.

Pablo no dice que ya lo había alcanzado, el ya ser perfecto, pero él “siguió adelante”. Y Cristo no se avergonzó de él. Ni tampoco se avergonzará de cualquiera que “piense así”. No es solamente lo que ya hemos caminado en el sendero cristiano lo que cuenta, sino que es la dirección en la cual estamos caminando. Como capitán, Cristo nos indica el camino. Él no se avergüenza de aquellos que Lo siguen. Todos ellos piensan de la misma manera y están avanzando hacia la misma meta; algunos han avanzado más rápido que otros, pero “ lo que hemos alcanzado hasta aquí, lo hemos andado por la misma regla (norma), y hemos pensado de la misma manera”. Fil. 3:16.

Verso 12. De aquellos que caminan por la misma regla y piensan las mismas cosas, Cristo se enorgullece. Con esos Él adorará, y a esos Él declarará el nombre de Dios, cantando alabanzas por Él “en medio de la iglesia”.

Estas declaraciones han sido citadas del salmo 22:22, y nos presentan a Cristo como adorando con Sus hermanos en la iglesia. Él es completamente uno con nosotros, y Su voz se levanta con la nuestra al dar alabanza a Dios por Su maravillosa bondad. ¡Qué cuadro! ¡Y cuánto mayor será la realidad!

Verso 13. Estas dos citas están tomadas de Isa. 8:17-18, la primera de la Versión de la Septuaginta. Ambas hacen hincapié en el hecho de que Cristo es uno con nosotros. Si colocamos nuestra confianza en Dios, entonces Él coloca Su confianza en el Padre, dando así prueba de Su humanidad y de Su unidad con la humanidad. Es un cuadro perfecto de Su completo compañerismo con nosotros. Él posee la misma confianza y fe que demanda de nosotros.

En la segunda cita la metáfora es cambiada de hermanos para hijos. Este es un término especialmente atractivo, el cual Cristo usó para expresar Su profunda solicitud y amor por los suyos (Luc. 13:34: Mat. 18:2). Cuán bonitas y significativas son las palabras que Cristo le dirige a los discípulos, alguno de los cuales eran de más edad que Él, “Hijitos, ¿tenéis alguna comida?”. Juan 21:5.

“Los hijos que Dios me ha dado”. En su oración sumosacerdotal, Cristo se refirió ocho veces en seis versos, a los discípulos como habiéndoles sido dados por Dios. (Juan 17:2,6,9,11-12,24). Él no se atribuye el honor a Sí mismo, sino que le da a Dios la gloria por el resultado de Su obra. Su preocupación era que fuesen fieles. Él fue animado por el hecho de que “aquellos que tu me diste yo los he guardado, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de la perdición”. Juan 17:12.

Cuán bueno sería si los padres pudiesen tener el feliz privilegio de algún día aparecer ante Dios y ser capaces de decir, “He aquí, yo y los hijos que el Señor me ha dado”. Isa. 8:18. Sería mucho mejor que ser enfrentados con la terrible pregunta, “¿dónde está el rebaño que te fue dado, el lindo rebaño?”. Jer. 13:20.

Pero que nadie se desespere. La promesa en Prov. 22:6 puede aun ser cumplida: “Instruye al niño en el camino en que debe andar, y cuando sea adulto, no se apartará de él”. Las buenas nuevas de que existe esperanza que “tus hijos puedan volver a sus propias fronteras”, y “pueda volver nuevamente del país del enemigo” puede encontrar un cumplimiento no esperado. Jer. 31:16-17.

Verso 14. “Los hijos comparten” (RV). El apóstol aun está considerando a Cristo completamente humano. Así como los hijos comparten la carne y la sangre, así también sucede con Cristo. Para que Él pudiese participar de todas las experiencias de la humanidad, se sujetó a Sí mismo a la muerte; pero esta muerte tenía un propósito. Él no murió a causa porque había cumplido Sus días y la disolución se estaba aproximando. Así como Él tenía una obra que hacer mientras estaba vivo, así Él tenía una obra

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para hacer en la muerte. Él murió para que “pudiese hacer de ningún valor a aquel que tenía el poder de la muerte, esto es, el diablo”. (RV).

Aquí se dice que Satanás posee “el poder de la muerte”. Esto no es verdad en el sentido absoluto. Él posee el poder de la muerte solamente como resultado del pecado. Su reino es un reino de muerte, y en él gobierna. “A través de un hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte a través del pecado”. Rom. 5:12 RV. Como originador del pecado, Satanás es el causante de la muerte. Así como el pecado gobierna en nuestras vidas, así la muerte gobierna, y Satanás gobierna. Al hacer con que el hombre peque, él ocasiona la muerte. Solamente de esta manera posee él el poder de la muerte.

“A través de la muerte... destruyó al que posee el poder de la muerte”. La Biblia registra dos excepciones a la regla general de que todos tienen que morir. Enoc y Elías. (Gen. 5:24; 2 Reyes 2:11). Los hombres están bajo el dominio del pecado, y por lo tanto son llevados a la muerte. Cuando Jesús murió en la cruz, Satanás triunfó; pareció que aun el Hijo de Dios reconocía el poder de la muerte de Satanás y se sujetó a él. Pero Dios tenía otro propósito.

Desde la antigüedad se había hecho la pregunta, “¿será quitado el botín al poderoso, o será liberado el cautivo?”. Isa. 49:24. A esto le fue dada una respuesta: “Ciertamente los cautivos serán rescatado del poderoso, y el botín será arrebatado al tirano; porque yo contenderé con el que contiende contigo, y yo salvaré a tus hijos”. Verso 25. Sobre esto, Cristo doce: “Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte, y saquear sus bienes, excepto si antes lo amarra; entonces podrá saquear su casa”. Mar. 3:27.

Cristo fue el que entró en la casa del hombre poderoso, lo ató, y liberó a sus prisioneros, y de esta manera cumplió las Escrituras que dicen “los cautivos del poderoso serán rescatados, y el botín del tirano será liberado”. Cristo entró en la muerte, la verdadera fortaleza de Satanás, y le arrancó su botín. Cuando Satanás pensaba que tenía a Cristo en su poder, cuando la tumba fue sellada y Cristo fue encerrado dentro, Satanás exultó. Pero Cristo reventó las ataduras de la muerte y salió caminando de la tumba, porque “no era posible que Él permaneciese retenido en ella”. Hechos 2:24. No solamente Cristo se levantó, sino que “las tumbas fueron abiertas, y muchos cuerpos de los santos que dormían se levantaron, y salieron de las tumbas después de su resurrección”. Mat. 27:52-53. Y “cuando él ascendió a lo alto, llevó cautiva la cautividad”. Efe. 4:8. Y así, aun cuando el “hombre poderoso y armado guardase su palacio... uno más poderoso que él vendrá y lo vencerá”. Luc. 11:21. El hombre más fuerte, Cristo, entró en el reino de la muerte, y en la muerte venció a aquel que tenía el poder de la muerte, liberó “el botín del tirano” (Isa. 49:25), se llevó a sus cautivos, y despojó su casa (Mat. 12:29); “y habiendo despojado principados y potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. (Col. 2:15).

Mucho antes de esto, “Miguel el arcángel, cuando estaba contendiendo con el diablo, disputando el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo, el Señor te reprenda”. Judas 9. Pero en esta oportunidad, cuando Jesús entró en los dominios de Satanás para despojarlo, no hubo ninguna disputa. Él simplemente entró en la casa del hombre poderoso, le quitó las llaves, quebró las ataduras de la muerte, liberó “el botín del tirano”, y soltó a los Satanás mantenía cautivos. Como primicia Él se llevó a algunos hasta el cielo, llevó cautiva la cautividad, y los exhibió públicamente en triunfo. Desde aquí en adelante, la muerte para los creyentes es apenas un sueño; ellos descansan en paz hasta que Dios los llame. Para muchos será hasta que un bendito sueño (Apoc. 14:13). Cristo “abolió la muerte”. 2 Tim. 1:10. Él posee “las llaves del infierno y de la muerte”. Apoc. 1:18 (Ver también 1 Cor. 15:51-57).

Verso 15. “Temor de la muerte”. Aquellos que viven en este tiempo y en países favorecidos, pero que vagamente comprenden la esclavitud de aquellos que viven con “temor de la muerte”. Impíos y paganos están en profunda superstición y aprensión. La adoración de muchos de ellos consiste en apaciguar los espíritus malos, en la suposición que los buenos espíritus no los perjudicarán, pero el

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maligno les puede hacer innumerables perjuicios. Esto resulta en una adoración del diablo. Sus vidas están en constante temor: temor a los enemigos, temor a los espíritus malos, temor a la muerte.

Pero no solamente son los impíos los que viven atemorizados. En países civilizados miles yacen en camas de enfermedad y dolor, temiendo lo que vendrá; millones están ansiosamente mirando las cosas que suceden en esta tierra, viviendo en constante aprensión, en una verdadera esclavitud, de la cual solamente Cristo puede liberarlos. Si tan solo supiesen que Cristo ha quitado el aguijón de la muerte, ha removido su ponzoñoso colmillo, y ha cambiado la muerte por un sueño, ellos se regocijarían.

El miedo a la muerte atrapa no solamente a los de más edad y a los enfermos, sino que a muchos que están comenzando a vivir. Este temor aumenta a medida que los años van pasando. Pero esto no tiene por qué ser así. Para el verdadero cristiano el Salmo 23 es real. “Aunque ande a través del valle de la sombra de la muerte, no temeré mal alguno”.

El temor al futuro viene sobre muchos hombres cuando ellos aun son jóvenes. Puede ser amenazado con un desastre financiero; puede ser atemorizado con una seria operación; puede ser enfrentado a la muerte en el campo de batalla; puede ser enredado en envolvimientos legales. A todos ellos Dios los invita a venir a Él, para ser relevados de sus temores, y encontrar conforto. Aun cuando algunos puedan estar motivados apenas por un temor físico, Dios escuchará su llanto; y muchos son los que han encontrado en la oración no solamente un consuelo presente, sino que una esperanza duradera. ¿No creeremos que Dios usa ciertas experiencias para volver los corazones de los hombres a Él? Y a medida que los hombres se vuelven hacia Dios, el temor se disuelve y la fe toma su lugar.

Suponemos, sin embargo, que esta referencia al temor de la muerte se aplica primariamente a aquellos millones de queridas almas que están en esclavitud de pecado y están clamando por una liberación. Ellos temen el presente; ellos temen el futuro; ellos temen la vida; ellos temen la muerte. ¿Existe alguna esperanza o conforto de liberación? La respuesta es que Cristo ha destruido el poder de Satanás, ha abolido la muerte, y ha liberado, y liberará, a todos de los temores que los han esclavizado.

Verso 16. “Él tomó sobre Sí”. De acuerdo con nuestra traducción, Cristo no tomó sobre Sí la naturaleza de los ángeles, sino que la del hombre. Sin embargo, una traducción mejor es, “Cristo no le extendió ayuda a los ángeles, sino al hombre”. Cuando los ángeles pecaron, lo hicieron en pleno conocimiento de las consecuencias. Cuando ellos dieron el paso que los separaba de Dios, no había nada más que Dios pudiese hacer por ellos. Toda la luz del cielo había sido de ellos; toda súplica había sido hecha; pero todos los apelos habían sido rechazados. Dios había hecho todo lo que podía ser hecho. Su paso era irrevocable. Su pecado era imperdonable.

Verso 17. “Convenía que Él”. La palabra “convenir” lleva en ella la idea de obligación moral. En los versos siguientes, la misma palabra griega es traducida de diversas maneras: “ser conveniente”, “deber”, ligado a”, necesidades obligatorias”, “deudor”, “deuda”, “debido”. “Vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros”. Juan 13:14. “¿Cuánto le debes a mi amo?”. Luc. 16:5,7. “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios”. 2 Tes. 2:13. “Pues en tal caso os sería necesario salir del mundo”. 1 Cor. 5:10. “Pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor”. Mat. 23:16. “Hasta que pagase la deuda”. Mat. 18:30. “Hasta que pagase todo lo que le debía”. Mat. 18:34.

Los comentaristas se maravillan de la audacia de meros hombres diciéndole a Dios lo que Él debe hacer. El autor, desde luego, no haría esto si no supiese que está expresando el propio punto de vista de Dios.

Dios no necesitaba haber creado. Él podría haber omitido la creación, y haber evitado todas las obligaciones. Pero si Él creó, si Él llamó a la existencia criaturas morales, ciertas responsabilidades recaen sobre Él. Así como el padre de una familia posee obligaciones debido a que él es la cabeza de la casa, así también Dios posee responsabilidades. No es correcto decir, como algunos lo hacen, que debido a que Dios no creó a Satanás como un ser pecador, Él está libre de toda obligación. Es verdad

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que Dios no creó a Satanás, pero sí creó a Lucifer, el cual se volvió Satanás, y a causa de esta creación, algunas necesidades recaen sobre Dios. Esto sería lo último que Él puede negar o evitar. Él no es de ninguna manera responsable por el pecado, pero hay algunas cosas con las cuales Él está obligado a hacer debido a la existencia del pecado. Es esto lo que el autor tiene en mente cuando usa la palabra “convenía”.

¿Qué es lo que Él “debe” o “convenía” que hiciese? “Convenía que fuese hecho semejante a sus hermanos” “en todas las cosas”. ¿Qué significa esto? Significa que Él debía ser hecho hombre tan completa y totalmente que nunca pudiera decirse que Él es un extraño a cualquier tentación, cualquier pena, cualquier prueba o sufrimiento que los hombres deben pasar y realmente pasan. Aunque esto no signifique que Sus experiencias tienen que ser idénticas a las nuestras en cada detalle, porque ni una ni mil vidas serían suficientes para eso, pero sí significa que las pruebas tienen que ser representativas, y en principio incluye todo lo que el hombre tiene que sufrir, y que en severidad tienen que medir completamente todo aquello que los hombres tienen que soportar.

La razón por la cual Cristo tiene que sufrir así es “que Él tiene que ser un misericordioso y fiel Sumo Sacerdote” (“Él tiene que ser hecho un misericordioso y fiel Sumo Sacerdote” ARV). Las dos características de misericordia y fidelidad son necesarias para un ministro justo. Sólo la misericordia puede ser muy indulgente, y puede ignorar la justicia. La fidelidad proporciona un equilibrio con la misericordia, en la medida en que la considera los derechos y deberes tanto del ofensor como del ofendido. Como Sumo Sacerdote Cristo debe ser gentil y debe entender al ofensor, pero también debe ser verdadero con la justicia y no ignorar la ley. La fidelidad mantendrá el precioso balance entre la misericordia incondicional y la implacable justicia. El Sumo Sacerdote debe considerar al pecador, pero también debe considerar al cual se le cometió pecado. Debe ser fiel a la confianza que se le tiene como también debe ser misericordioso con el transgresor.

Como todo pecado es un primariamente un pecado contra Dios, la reconciliación que el Sumo Sacerdote debe efectuar debe incluir, en primer lugar, la reconciliación del hombre a Dios. Esto envuelve la norma de justicia de Dios, Su ley. Sin llevar en consideración sus demandas, ninguna reconciliación verdadera puede ser efectuada. Esto es lo que está envuelto en que Cristo sea un “misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en las cosas pertenecientes a Dios”. Él debe ser justo con todas las partes envueltas.

“Hacer reconciliación”. Esta era la obra de los sacerdotes, y particularmente del sumo sacerdote. Cabe hacer notar que la palabra “reconciliar”, ya sea en el Antiguo Testamento o en el Nuevo Testamento, nunca es usada en el sentido de reconciliar a Dios con el hombre, sino que siempre para reconciliar al hombre a Dios.

Verso 18. “Sufrió siendo tentado”. Esta frase nos da una idea de la naturaleza de las tentaciones de Cristo. El cuerpo que Le fue dado no era uno con el cual no se sintiese afectado por las tentaciones, de tal manera que para Él, en realidad, no hubiesen tentaciones. Existen personas buenas cuya disposición es tal que ciertas tentaciones que son muy severas para otros, no los son para ellas. Pero esta no fue la experiencia de Cristo; porque si así hubiese sido, Él no habría experimentado la terrible batalla de un pobre pecador, el cual es poderosamente tentado a ceder. ¡Cristo tenía que ser tentado en todos los puntos así como lo somos nosotros! Él tenía realmente que sufrir (padecer) siendo tentado.

Cuánto fue lo que Cristo tuvo que padecer, lo revelan el desierto, el Getsemaní y el Gólgota. En los dos primeros casos la tentación fue tan abrumadora, que Él habría muerto bajo el impacto, si un ángel no hubiese sido enviado para fortalecerlo. El cáliz no fue removido a pesar de su oración. Él tenía que beberlo. A estas experiencias sin duda se refiere el apóstol cuando dice, “Aun no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Heb. 12:4. Cristo realmente resistió hasta la sangre. Las tentaciones y los sufrimientos de Cristo son nuestra base para creer que “él es capaz de socorrer a los que son tentados”, o que “están bajo tentación”. El corazón de Cristo se quebró bajo la tensión o el peso.

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Dice el salmista, “Dios es nuestro refugio y fortaleza, ayuda muy presente en las tribulaciones”. Salmo 46:1. La idea de una “ayuda muy presente en las tribulaciones”, es el significado transmitido en la declaración de que Cristo es capaz de socorrer a aquellos que son tentados. El tiempo en el original implica que Cristo está listo para suplir ayuda inmediata a aquellos que están en medio de la tentación, o que están siendo continuamente tentados. Esta es una muy preciosa promesa.

Observaciones Adicionales

Sufrimientos y Muerte de Cristo.-

En cualquier evaluación de los sufrimientos de Cristo debe dársele atención a los aspectos espirituales de la agonía más bien que meramente al aspecto físico. Tanto cuanto nos preocupa el sufrimiento del cuerpo, otros han sufrido tanto o aun más, y exhibieron un coraje que debe admirarnos.

Pero meramente la agonía física no explica el grito salido de lo más profundo del corazón del Salvador, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Mat. 27:46. Solamente una aflicción espiritual puede producir esto, un sentimiento de estar siendo olvidado, siendo dejado solo, y eso en la hora de mayor crisis. No escuchamos ninguna queja cuando los clavos fueron clavados en Sus manos; no escuchamos ninguna queja cuando la cruz es rudamente lanzada dentro del hoyo; no escuchamos ninguna queja cuando fue escupido, azotado, insultado; la preocupación de Su mente era que Dios se estaba alejando (escondiendo, desapareciendo). Los mártires fueron sostenidos en su última hora por la seguridad del amor y del cuidado de Dios. Pero no fue así con Cristo. Él estaba solo, y aparentemente olvidado. Para Él, Dios parecía muy lejano.

Nosotros no conseguimos imaginarnos todo el cuadro, sin embargo, de los sufrimientos de Cristo si nos confinamos apenas a la cruz. Observe estos extractos de los escritos de la Sra. Ellen White:

“Los que piensan en el resultado de apresurar o impedir la proclamación del Evangelio, lo hacen con relación a sí mismos y al mundo; pocos lo hacen con relación a Dios. Pocos piensan en el sufrimiento que el pecado causó a nuestro Creador. Todo el cielo sufrió con la agonía de Cristo; pero ese sufrimiento no empezó ni terminó cuando se manifestó en el seno de la humanidad. La cruz es, para nuestros sentidos entorpecidos, una revelación del dolor que, desde su comienzo, produjo el pecado en el corazón de Dios. Le causan pena toda desviación de la justicia, todo acto de crueldad, todo fracaso de la humanidad en cuanto a alcanzar su ideal. Se dice que, cuando sobrevinieron a Israel las calamidades que eran el seguro resultado de la separación de Dios: sojuzgamiento a sus enemigos, crueldad y muerte, Dios "fue angustiado a causa de la aflicción de Israel". "En toda angustia de ellos él fue angustiado... Y los levantó todos los días de la antigüedad". Educación:263.

“Toda su vida fue un sacrificio de sí mismo por la salvación del mundo. Ora ayunase en el desierto de la tentación, ora comiese con los publicanos en el banquete de Mateo, estaba dando su vida para la redención de los perdidos”. DTG:244.

“Pero Dios sufrió con su Hijo. Los ángeles contemplaron la agonía del Salvador. Vieron a su Señor rodeado por las legiones de las fuerzas satánicas, y su naturaleza abrumada por un pavor misterioso que lo hacia estremecerse. Hubo silencio en el cielo. Ningún arpa vibraba. Si los mortales hubiesen percibido el asombro de la hueste angélica mientras en silencioso pesar veía al Padre retirar sus rayos de luz, amor y gloria de su Hijo amado, comprenderían mejor cuán odioso es a su vista el pecado...

“La agonía de Cristo no cesó, pero le abandonaron su depresión y desaliento. La tormenta no se había apaciguado, pero el que era su objeto fue fortalecido para soportar su furia. Salió de la prueba sereno y henchido de calma. Una paz celestial se leía en su rostro manchado de sangre. Había soportado lo que ningún ser humano hubiera podido soportar; porque había gustado los sufrimientos de la muerte por todos los hombres”. DTG:642-643.

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“Todo el cielo y los mundos que no habían caído fueron testigos de la controversia. Con qué intenso interés siguieron las escenas finales del conflicto. Vieron al Salvador entrar en el huerto de Getsemaní, con el alma agobiada por el horror de las densas tinieblas. Oyeron su amargo clamor: "Padre mío, si es posible, pase de mi este vaso". Al retirarse de él la presencia del Padre, le vieron entristecido con una amargura de pesar que excedía a la de la última gran lucha con la muerte. El sudor de sangre brotó de sus poros y cayó en gotas sobre el suelo. Tres veces fue arrancada de sus labios la oración por liberación. El Cielo no podía ya soportar la escena, y un mensajero de consuelo fue enviado al Hijo de Dios”. DTG:707-708.

De estas citas aprendemos que el sufrimiento de Dios no comenzó ni terminó con la manifestación de Cristo en la humanidad, sino que el sufrimiento había sido la porción de Dios desde el comienzo del pecado. En este sufrimiento no podemos diferenciar entre el sufrimiento del Padre y aquel del Hijo. Tan cierto como uno sufrió, así lo hizo el otro. Cuando Isaac estaba atado al altar y el padre estaba listo para clavar el cuchillo en el corazón del hijo, no podemos creer que solamente Isaac sufrió. Tampoco podemos creer que Jesús fue el único que sufrió. Para que el Padre escuchase las aprehensivas palabras, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? y sin embargo no las podía responder, “Hijo, no te he abandonado; estoy justamente aquí”, debe haberle causado una tremenda agonía al Padre, la cual solo puede ser comparada con lo que el Hijo sufrió cuando no escuchó ninguna respuesta. Nos rehusamos a juzgar quién sufrió más.

Con esto en mente, el autor anteriormente citado nos dice que lo que sucedió en el Getsemaní llenó a Jesús “con una pena tan amargura que excede la última gran batalla con la muerte”. En nuestra evaluación de los sufrimientos de Cristo, no podemos omitir el Getsemaní.

¿Qué sucedió en el Getsemaní? Fue ahí donde aconteció la separación del Padre y del Hijo. En la oscuridad, y solo, ellos se apartaron. El Hijo había tomado la suprema decisión. Él bebería la copa, amarga como ella era. Pero Su naturaleza humana sucumbió. Cayó agonizando en tierra, y habría muerto si no se le hubiese dado fuerza sobrehumana con el propósito de poder soportar el sufrimiento que aun venía. Si hubiese muerto ahí, no habría experimentado completamente la muerte. Él soportó todo lo que la humanidad puede soportar; Su cuerpo no podía soportar más. Pero no se le permitió morir, no importa cuán bienvenida habría sido la muerte, ya que habría sido el fin del sufrimiento. Él tuvo que vivir más allá del punto en que la humanidad naturalmente habría muerto; Él tenía que llegar conscientemente al momento de la muerte y experimentar totalmente lo que representa la muerte, separación del Padre. Cuando Él se levantó de la batalla, “había experimentado los sufrimientos de la muerte por todos los hombres”. En la cruz Él murió. En el Getsemaní Él experimentó la muerte. Observe este extracto adicional, también de la Sra. Ellen White:

“En el jardín del Getsemaní, Cristo sufrió en lugar del hombre, y la naturaleza humana del Hijo de Dios tambaleó bajo el terrible horror por la culpa del pecado, hasta que de Sus pálidos y temblorosos labios fue forzada el agonizante clamor, ‘Oh Padre mío, si es posible, que este cáliz pase de Mi’; pero si no existe ningún otro camino a través del cual la salvación del hombre caído pueda ser consumada, entonces ‘que no sea como yo quiero, sino como tu quieres’. La naturaleza humana habría entonces muerto ahí bajo el horror del sentido del pecado, si un ángel del cielo no lo hubiese fortalecido para soportar la agonía. El poder que le infligía justicia retributiva sobre la garantía y sobre el substituto del hombre, era el poder que sostuvo y mantuvo al Sufridor bajo el tremendo peso de la ira que habría caído sobre un mundo pecaminoso. Cristo estaba sufriendo la muerte que había sido pronunciada sobre el transgresor de la ley de Dios. Es una cosa muy temerosa para el pecador arrepentido caer en las manos del Dios viviente. Esto es probado por la historia de la destrucción del mundo antiguo a través del diluvio, por el registro del fuego que cayó del cielo y destruyó a los habitantes de Sodoma. Pero nunca había sido probado de una manera tan grande y extensa como en la agonía de Cristo, el Hijo dl Dios infinito, cuando Él llevó la ira de Dios por un mundo pecaminoso. Fue debido a la consecuencia del pecado, la transgresión de la ley de Dios, que el jardín del Getsemaní se ha convertido en el lugar preeminente del sufrimiento de un mundo pecaminoso. Ninguna pena, ninguna agonía, puede medirse

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con esa que fue soportada por el Hijo de Dios. El hombre no ha sido hecho un portador de pecado, y él nunca sabrá el horror de la maldición del pecado que el Salvador llevó. Ninguna pena puede ser comparada con la pena de Él sobre quien la ira de Dios cayó con fuerza abrumadora. La naturaleza humana puede soportar una cantidad limitada de pruebas. El finito solamente puede soportar lo finito, y entonces la naturaleza humana sucumbe; pero la naturaleza de Cristo tenía una capacidad mayor para sufrir; porque lo humano existió en la naturaleza divina, y creó la capacidad de sufrir para soportar aquello que resultó de los pecados de un mundo perdido. La agonía que Cristo soportó aumenta (ensancha), profundiza y nos da una concepción más extensa del carácter del pecado, y del carácter de la retribución que Dios traerá sobre aquellos que continúan en pecado. El salario del pecado es la muerte, pero el don de Dios es la vida eterna a través de Jesucristo para el arrepentido y creyente pecador”, Ministry, Mayo de 1938, pág. 38-39.

Un hombre que muere, no necesariamente a través de ese hecho experimenta la muerte. La mayor parte de las personas que mueren ignoran lo que está sucediendo. Pocos son los que están capacitados para evaluar sus propias reacciones a medida que se acerca el fin, y la mayoría de ellos ya están inconscientes algunos instantes antes de que llegue ese momento. Pero aun los que están conscientes de su estado pierden la consciencia cuando llega el momento de la muerte, cuando debieran estar más alertas que nunca, para que realmente puedan experimentar (probar) la muerte. De tal manera que en cierto sentido se puede decir, aunque parezca una contradicción, que ningún hombre que haya muerto ha experimentado realmente la muerte. Esto solamente se puede hacer permaneciendo consciente en el momento de la disolución.

En el mismo sentido se puede decir que ningún hombre que haya muerto ha experimentado los sufrimientos hasta el máximo. No importa cuánto haya soportado, cuando viene la muerte, el sufrimiento termina. Una persona con un cuerpo con resistencia débil no es capaz de soportar un sufrimiento físico como alguien que posea una constitución más fuerte, y por lo tanto va a sucumbir antes. Pero no importa cuán fuerte pueda ser una persona, él puede soportar apenas una cierta cantidad de sufrimiento y tortura, y después de eso muere. Si se le diese una fortaleza sobrehumana, y así fuese capaz de vivir más allá del punto donde él normalmente moriría, se podría decir con mayor propiedad que esa persona sufrió lo máximo.

También debiéramos tener en mente que el momento de la muerte no es todo lo que se incluye en la muerte como castigo. Aun cuando la muerte es el clímax del castigo, también es el fin del sufrimiento.

Un hombre es sentenciado a ser colgado después de tres semanas que la sentencia fue pronunciada. Esas tres semanas son una parte vital de su castigo. Cada día él está un día más cerca del día fatal, y su ansiedad y su tortura aumenta diariamente. Cuando finalmente llega el momento, cuando salta la trampa, cuando se quiebra el cuello, sus sufrimientos terminan. La muerte es tanto el clímax del sufrimiento como su liberación. Ninguna evaluación de los sufrimientos de la muerte es adecuado si toma apenas en cuenta el momento de la misma. Se le debe dar una debida consideración a lo que sucede antes.

Si aplicamos esto al caso de la muerte de Cristo, encontramos que ninguna evaluación de Su sacrificio y sufrimiento es adecuada si es que el Getsemaní es dejado afuera. La experiencia del jardín está íntimamente relacionada con el Gólgota; ambas no pueden ser separadas. En la cruz, Cristo sufrió y murió; en el Getsemaní Él también sufrió y en algunos aspectos alcanzó profundidades mayores que en la cruz. Con esto en mente, observe nuevamente los extractos previamente citados: “Al retirarse de él la presencia del Padre, le vieron entristecido con una amargura de pesar que excedía a la de la última gran lucha con la muerte”. DTG:707.

La Doctrina Bíblica de la Trinidad.-

Autor: Samuel T. Spear

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Extraído del New York Independent, del 14 de Noviembre de 1889.Publicado por la Pacific Press como Nº 90 de la Librería del Estudiante de la Biblia.

“La Biblia, aun cuando no de una definición metafísica de la unidad espiritual de Dios, enseña Su esencial unidad en oposición a todas las formas de politeísmo, y también asume la capacidad del hombre de comprender la idea suficientemente para todos los propósitos de adoración y de obediencia. Juan 17:3; 1 Cor. 8:6. La misma Biblia enseña claramente que la adorable Persona conocida como Jesucristo, cuando es considerado en Su naturaleza total, es verdaderamente divino y verdaderamente Dios en el más absoluto sentido. Juan 1:1-18; Juan 5:20; Rom. 1:3-4; 9:5; Tito 2:13.

Existe, sin embargo, un sentido en el cual Cristo de la Biblia, aun cuando es esencialmente divino, sin embargo es, en algunos aspectos distinto de y subordinado a Dios el padre. Él se dice, y frecuentemente habla de Sí mismo, como siendo el Hijo de Dios, como el unigénito del Padre, como el unigénito del padre, como siendo enviado por Dios el Padre a este mundo, y como haciendo la voluntad del Padre. Él nunca es confundido con el Padre, y nunca toma Su lugar. ‘Mi Padre’ es una frase que estuvo a menudo en Sus labios. Él no solamente oró al padre, sino que Él mismo se describe a Sí mismo como haciendo siempre las cosas que Le agradan. Juan 8:29. Él le dijo a María Magdalena, después de Su resurrección, ‘Anda donde mis hermanos, y diles, yo asciendo a mi Padre, y vuestro Padre; y a mi Dios y vuestro Dios’. Juan 20:17. Él les dijo a los discípulos en el aposento alto, justo antes de Su muerte, ‘voy al Padre, porque mi Padre es mayor que yo’. Juan 14:28. No hay ninguna dificultad en encontrar en Su ministerio abundantes referencias a Dios el Padre, en algunos aspectos distinto de y superior a Sí mismo, y, así, encontrar la idea de Su propia subordinación.

El mismo hecho aparece en los escritos de los apóstoles. Pablo le dijo a los Corintios, ‘y vosotros de Cristo y Cristo de Dios’. 1 Cor. 3:23. También les dijo, ‘y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios’. 1 Cor. 11:3. Después le dijo a esta iglesia: ‘Y cuando todas las cosas le sean sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos’. 1 Cor. 15:28. Se dice que Dios ‘lo levantó (a Cristo) de la muerte, y lo colocó a Su diestra en los lugares celestiales’, de haberlo ‘exaltado en gran manera’, después de Su resurrección, y de haberle ‘dado un nombre que está sobre todo nombre’. Efe. 1:20; Fil. 2:9. Estos pasajes y los pasajes paralelos, fuera de toda duda, hacen una distinción entre Dios el padre y Jesucristo, y realmente le asignan una especie de superioridad que implica en una subordinación en el último. Esa superioridad nunca le fue atribuida a Cristo en relación a Dios el Padre.

Estos hechos, a saber, la absoluta unidad de la Divinidad, excluyendo toda la multiplicidad de dioses, la absoluta divinidad del Señor Jesucristo y la subordinación de Cristo en algunos aspectos a Dios el padre, cuando son tomados en conjunto, han llevado a los teólogos bíblicos a considerar la cuestión que relaciona el método para armonizar todo esto. ¿Qué se puede decir en relación a esto? Las siguientes observaciones son propuestas como respuestas a esta pregunta:

1.- Todos los hechos anteriores se apoyan en la misma autoridad, y, así, ninguno de ellos puede ser negado sin negar esta autoridad o mal interpretar el lenguaje usado.2.- La Biblia, aun cuando se restringe solamente a los hechos, no asume ni siquiera una aparente falta de armonía entre ellos, y no nos da en términos explícitos, una teoría específica para armonizarlos. En un tipo de pasajes tenemos la unidad de la Divinidad; en otro tipo de pasajes, la absoluta divinidad de Cristo; aun en otro tipo de pasajes, una distinción entre Dios el Padre y Cristo, y la subordinación de este último al primero; y no hay ningún esfuerzo en ninguno de estos pasajes, o en ningún otro lugar en la Biblia, para armonizar las diferentes declaraciones. De tal manera que el asunto permanece en la palabra de Dios; y si los cristianos deben confinar sus pensamientos exclusivamente por lo que dice esa palabra, nunca levantarán preguntas curiosas en relación a este asunto, el cual es, tal vez, en su totalidad, el mejor curso a seguir.

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3.- No es necesario, para los propósitos prácticos de la Divinidad y de la salvación, especular sobre este punto, o saber qué teólogos han pensado y qué han dicho en relación a esto. Es suficiente tomar la Biblia y leerla tal cual ella lo expresa, para creer lo que ella dice, y parar donde ella para.4.- Si, sin embargo, como algunos están inclinados a hacer, nosotros tratamos de explicar las diferentes declaraciones de la Biblia relacionadas con este asunto, entonces no debemos, por un lado, adoptar ninguna teoría de la trinidad o de la Divinidad, de la cual la divinidad de Cristo es un elemento, que envuelve la suposición de tres dioses en vez de uno, y, por otro lado, no debemos adoptar ninguna teoría de la unidad de Dios, o en relación a Cristo, que lógicamente excluya la divinidad de este último. Todas las declaraciones de la Biblia deben ser aceptadas como verdaderas, con cualesquiera que sean las calificaciones que ellas mutuamente impongan sobre las demás. Toda la verdad está en ellas cuando son tomadas colectivamente.

Los Arrianos, que miran a Cristo como más que humano pero menos que divino, y también los Socinianos, que Lo miran como simplemente humano, están todos en falta al razonar a partir de esos pasajes que colocan Su subordinación al Padre, y en omitir en darle la debida y propia fuerza a aquellos que enseñan Su absoluta divinidad. Ni tampoco aceptan todo los testimonios de la Biblia en relación a Cristo. Esto los lleva a ambos a pensamientos falsos aunque no a las mismas conclusiones. Cristo no es, como lo afirman los Socinianos, simplemente un hombre, y Su naturaleza superior, no es, como lo declaran los Arrianos, menos que divina. Él es un Cristo teantrópico, siendo divino y humano al mismo tiempo, y así es, correctamente designado como siendo el Dios-hombre. Grande como pueda ser el misterio de este hecho, es, sin embargo, un hecho de acuerdo con Sus propias enseñanzas y con la de los apóstoles.5.- La subordinación de Cristo, tal como es revelada en la Biblia, no está adecuadamente explicada refiriéndose simplemente a Su naturaleza humana. Es verdad que, en esa naturaleza, Él era un ser creado y dependiente, y en este respecto semejante a la raza cuya naturaleza Él asumió; sin embargo la declaración de la Biblia de Su subordinación se extiende hasta Su divinidad tanto cuanto a Su naturaleza humana. Pablo nos dice que Dios ‘creó todas las cosas por Jesucristo’, y que Él es la persona, o agente, ‘por quien también Él (Dios) hizo los mundos’. Efe. 3:9; Heb. 1:2. Ninguna de estas declaraciones puede tener alguna relación con la humanidad de Cristo, y sin embargo en ambas Dios es representado como actuando en y a través de Cristo, y el último representado como siendo el medio de tal acción. Así, también, Dios es descrito como enviando a Su Hijo al mundo, como dando a ‘Su unigénito Hijo’, pero enviándolo ‘por todos nosotros’. Gal. 4:4; Juan 3:16; Rom. 8:32. Estas declaraciones implican que este Hijo, que no es otro sino el propio Cristo, existió antes de Su encarnación, y que, al existir, fue enviado, dado, no escatimado, sino que fue entregado, por Dios el Padre. El hecho asignado a Dios el Padre al dedicar ‘a Su propio Hijo’ a la obra de la redención humana, Lo relaciona a Él como existiendo antes de que asumiese nuestra naturaleza en la persona de Jesús de Nazaret, y supone en el Padre alguna especie de primacía al hacer esta dedicación.

También aprendemos de Pablo que cuando este Hijo, habiéndose encarnado en la tierra, y habiendo sido posteriormente exaltado en el cielo, debe haber poseído todas las cosas bajo Él, ‘entonces el propio Hijo estará sujeto a Él que le sujetó todas las cosas, para que Dios pueda ser todo en todos’. 1 Cor. 15:28. Esto implica subordinación por parte del Hijo a Dios el padre; y esta subordinación, cualquiera que haya sido su exacta naturaleza, obviamente está relacionada con la naturaleza superior de Cristo, y no simplemente a Su humanidad. Fue en esta naturaleza superior que Él descendió al valle de la humillación, y fue en esta naturaleza que Dios ‘lo exaltó grandemente’. Fil. 2:9.

Cristo, cuando, después de Su resurrección, al darle a Sus apóstoles la comisión final, les dijo, ‘todo poder me es dado en el cielo y en la tierra’. Mat. 28:18. La palabra griega traducida por poder significa autoridad; y Cristo aquí habla de su autoridad como siéndole delegada. ¿Quién se la delegó? Evidentemente Dios el padre, respecto a quien Cristo dijo en otra ocasión, ‘todas las cosas me han sido

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entregadas por mi Padre’. Mat. 11:27. En otro pasaje encontramos estas palabras: ‘El Padre ama al Hijo, y le ha dado todas las cosas en Sus manos’. Juan 3:35.

Estas escrituras, tomadas juntas, muestran que la subordinación de Cristo a Dios el Padre, tal como es declarado en la Biblia, no está limitada simplemente a Su naturaleza humana, sino que se extiende en algún sentido a Su naturaleza superior. Este es el punto de vista expresado por el Dr. Meyer, en su comentario de las palabras, ‘y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios’. 1 Cor. 3:23. Él dice que es ‘precisamente por el lado divino de Su ser que Cristo es, de acuerdo con Pablo, el Hijo de Dios, y por ello, no está simplemente subordinado en relación a Su humanidad’.6.- La conclusión de todas las Escrituras colocadas juntas es que hay en la Divinidad una distinción esencial e inminente relacionada con el modo de subsistencia y de operación, en virtud de la cual Cristo está apropiadamente hablando de subordinación a Dios el padre, y también está hablando como divino e igual al Padre en poder y gloria, y que esta distinción, cualquiera que sea, no colide con la doctrina de la unidad divina tal como es enseñada en la Biblia. Este hecho relacionado con la Divinidad aparece en el gran plan de la salvación del hombre. Dios, en este plan, es traído delante de nuestros pensamientos bajo los títulos personales de Padre, Hijo y Espíritu Santo, los cuales divergen en oficios, relaciones, y acciones para con los hombres. Estos títulos y sus significados especiales, tal como son usados en la Biblia, no son intercambiables. El término ‘Padre’ nunca es aplicado al Hijo, y el término ‘Hijo’ nunca es aplicado al Padre. Cada título posee su propia y permanente aplicación, y su propio uso y sentido.

La distinción así revelada en la Biblia es la base de la doctrina del Dios tri-personal... Esta doctrina, tal como es mantenida y declarada por aquellos que la adoptan, no es un sistema de triteísmo, o la doctrina de tres Dioses, sino que es la doctrina de un Dios subsistiendo y actuando en tres personas, con la calificación que el término ‘persona’, tal vez de la mejor forma que pueda ser usado, no es, cuando es usado en esta relación, que no debe ser entendida en cualquier sentido que la haga inconsistente con la unidad de la Divinidad, y así, no debe ser entendida en el sentido común como es aplicada a los hombres. Los trinitarianos bíblicos no son triteístas. Ellos simplemente tratan de explicar, de la mejor manera que pueden hacerlo, lo que la Biblia está enseñando.

Nuestro Salvador, al prescribir la fórmula a ser observada en el bautismo, dirigió a los conversos cristianos a que fuesen bautizados ‘en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo’. Mat. 28:19. Aquí tenemos el elemento distintivo de trinidad en tres títulos personales de la Divinidad; y mientras esto implica algún tipo de distinción entre las personas así designadas, el lenguajes los coloca a todos al mismo nivel de la divinidad. La fórmula bautismal, tal como fue dada por Cristo, es un fuerte argumento a favor de esta distinción; y sin embargo ningún trinitariano nunca entendió a Cristo como si aquí estuviese diciendo o implicando cualquier cosa inconsistente con la unidad esencial de la Divinidad.

Pablo creía en la unidad de la Divinidad; pero en su epístola a los Efesios, él dice: ‘Porque a través de Él (Cristo) nosotros (Judíos y Gentiles) tenemos acceso por un Espíritu (el Espíritu Santo) delante del Padre (Dios)’. Efe. 2:18. Aquí, en última instancia, hay una manifiesta suposición de tres personalidades. Hay una diferencia, considerada en relación a este ‘acceso’ entre las personalidades mencionadas. El acceso es a través del primero mencionado, por el segundo, y sobre el tercero. La doctrina de la trinidad, tal como es derivada de la Biblia, está aquí incidentalmente implícita como existiendo en la mente del apóstol. Ciertamente, el elemento trinitario, en algún sentido no contradictorio esencialmente con la unidad, es claramente enseñado en las Escrituras en relación a Dios.Esta trinidad, además, no es, tal como es proclamada por aquellos que sostienen la teoría Sabeliana, aparecer ser simplemente una triple manifestación de Dios, como si uno fuese a hablar de Él como siendo Creador, el Gobernador moral, y el providencial Gobernante del mundo. Esa teoría no expresa con justicia el lenguaje natural y propio de la Biblia, y no puede ser aplicado a ese lenguaje sin expresarlo de forma tautológica o absurda. Podemos decir de un hombre que es un padre, un

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ciudadano, y un juez al mismo tiempo; pero ninguna persona cándida, si está familiarizada con la Biblia, pensaría alguna vez en decir que esto es análogo al uso de los títulos Padre, Hijo y Espíritu Santo, tal como son empleados en la Biblia en relación a Dios. Estos títulos, parecen poseer un carácter personal, y manifiestamente son usados así. La única razón por la cual deben ser calificados en ese uso proviene del hecho de que la unidad de la Divinidad también es revelada en la Biblia. Si el triteísmo fuese la doctrina de ese libro, entonces estos títulos, sin ninguna calificación, expresarían apropiadamente el hecho.7.- todos los esfuerzos para explicar la exacta naturaleza de la distinción en virtud de la cual el Dios de la Biblia es en algún aspecto tri-personal, y en virtud del cual Cristo, siendo esencialmente divino, es, en algunos aspectos, subordinado a Dios el Padre, debe terminar en una total falla, y así, es mejor que sea totalmente omitida. El asunto principal envuelto no radica dentro del dominio del pensamiento humano, y debe ser dejado entre las cosas que no podemos saber, y con las cuales no debemos dejarnos a nosotros mismos perplejos.

La teoría de la eterna generación del Hijo por el Padre, con la teoría cognitiva de la eterna procesión del Espíritu Santo del Padre, o del Padre y del Hijo, la cual es difícil aun de ser comprendida, y la cual es como máximo una especulación mística, es un esfuerzo para ser sabio, no solamente con lo anteriormente escrito, sino que más allá de las posibilidades del conocimiento humano. Es casi tan grande como un misterio ya que trata de explicar, y realmente no explica nada.

Así, también la teoría de un Dios triuno con tres conciencias, una conciencia para Dios el Padre, otra conciencia diferente para Dios el Hijo, y una tercera y diferente conciencia para Dios el Espíritu Santo, es otra especulación en relación a la cual no sabemos, por lo menos en este mundo, lo suficiente como para aceptarla o negarla. El modo exacto en el cual la Trinidad es revelada es un hecho y debe ser para nosotros un misterio, en el sentido de nuestra total ignorancia al respecto. No podemos, para creer en el hecho revelado, entenderlo de este modo.8.- La doctrina cristiana de la Trinidad, que en sus elementos, tomados colectivamente o separadamente, a pesar de ser un dogma seco, impracticable y sin uso, se ajusta a sí mismo a la condición y deseos de los hombres como pecadores. Pablo les dijo a los Efesios que hay ‘un espíritu, así como vosotros sois llamados en una esperanza’, y entonces agrega que hay ‘un Señor’, Jesucristo, conectando con Él ‘una fe’ y ‘un bautismo’, y entonces, llegando al clímax del pensamiento, adiciona nuevamente que hay ‘un Dios y Padre de todos, el cual está sobre todos, y a través de todos, y en todos vosotros’. Efe. 4:4-6. ¿Qué cabeza o corazón de un cristiano objetará esta declaración de la Trinidad?

A los corintios el apóstol les dijo: ‘La gracia de nuestro Señor Jesucristo, y el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo, esté con vosotros. Amén’. 2 Cor. 13:14. ¿Quién encuentra alguna falla en la Divinidad tal como es colocada en esta oración? A la misma iglesia también le dijo: ‘Pero para nosotros existe tan solo un Dios, el Padre, de quien son todas las cosas, y nosotros en Él; y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él’. 1 Cor. 8:6. La frase ‘de quien son todas las cosas, y nosotros en Él’, siendo aplicada a ‘un Dios el Padre’, y la frase ‘por medio de quien son todas las cosas, y nosotros por medio de Él’, siendo aplicada a ‘un Señor Jesucristo’, difiere cada una de la otra; y esta diferencia en la preposición que es usada implica una distinción entre Dios el Padre y el Señor Jesucristo. Dios el Padre aparece en este lenguaje como siendo la fuente primera, y Cristo aparece como el medio. Así, también, el apóstol le dijo a los Efesios: ‘Y sed amables los unos con los otros, con corazón cariñoso, perdonándoos los unos a los otros, así como Dios por amor a Cristo os perdonó’. Efe. 4:32. Aquí el perdón viene de Dios, el cual es una de las personalidades de la Trinidad; pero viene ‘por amor a Cristo’, y a través de Él, el cual es otra personalidad de la misma Trinidad. ¿Quién puede tener alguna objeción con la doctrina tal cual es presentada aquí? ¿Quién cavila con ella cuando le pregunta el Padre para perdonar en el amor de Cristo?

La verdad es que Dios el Padre en la primacía endosada a Él en la Biblia, y Dios el Hijo en la obra redentora y salvadora asignada a Él en la misma Biblia, y Dios el Espíritu Santo en Su oficio de regeneración y santificación, ya sea considerado colectivamente como un Dios o separadamente en la

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relación de cada uno con la salvación del hombre, están realmente omnipresentes en, y le pertenecen, toda la textura del revelado plan para salvar a los pecadores. En este plan no hay nada superfluo, y nada que no esté adaptado a los sentimientos percibidos por el hombre. El cristiano de mente simple, cuando piensa en estos deseos, y al contemplar a la divina Trinidad, tal como se encuentra en la Biblia, no tiene ninguna dificultad con la doctrina. Es una ayuda para sus pensamientos y un gracioso poder en su experiencia. Sosteniendo los hechos revelados y usándolos espiritualmente, él no tendrá problemas con ellos. Él no debe tratar de analizar metafísicamente al Dios que adora, sino que pensar que Él fue revelado en Su palabra, y siempre puede unirse en la siguiente doxología:

¡Alabado seas Dios, de quien vienen todas las bendiciones!¡Alábenlo todas las criaturas aquí abajo!¡Alábenlo arriba, todas las huestes celestiales!¡Alabado sea el padre, el Hijo y el Espíritu Santo!

Es solamente cuando los hombres especulan fuera de la Biblia y más allá de ella, y tratan de ser más sabios que lo que pueden ser, que surgen las dificultades; una doctrina gloriosa se vuelve entonces en perplejidad, y los sume en una confusión de su propia creación. Lo que ellos necesitan es creer más y especular menos”.

Extractos de los Escritos de la Sra. Ellen G. White en Relación a la Divinidad de Cristo.-

“Será provechoso contemplar la divina condescendencia, el sacrificio, la autonegación, la humillación, la resistencia que el Hijo de Dios encontró al hacer Su obra por los hombres caídos. Bien podríamos salir delante de la contemplación de Sus sufrimientos exclamando: ¡asombrosa condescendencia! Ángeles maravillados, que con intenso interés observan al Hijo de Dios descendiendo paso a paso el camino de la humillación. Es el misterio de la divinidad. Es la gloria de Dios para ocultarse a Sí mismo y Sus caminos, no manteniendo a los hombres en ignorancia de la luz celestial y del conocimiento, sino que sobrepasando la máxima capacidad de los hombres en conocer. La humanidad puede comprender solo en parte, pero eso es todo lo que el hombre puede llevar. El amor de Cristo ultrapasa el conocimiento. El misterio de la redención continuará siendo el misterio, la ciencia inagotable y el eterno canto de la eternidad. Bien puede la humanidad exclamar, ¿quién puede conocer a Dios? Nosotros podemos, tal como lo hizo Elías, envolvernos con nuestros vestidos, y escuchar la quieta y suave voz de Dios”. Bible Echo, 30 de Abril de 1894, pág. 133.

“Dejando a un lado Su corona real y Su ropa real, Cristo vistió Su divinidad con la humanidad, para que los seres humanos pudiesen ser levantados de su degradación, y sean colocados en terreno ventajoso. Cristo no podría haber venido a esta tierra con la gloria que Él tenía en las cortes celestiales. Los seres humanos pecaminosos no habrían soportado esa visión. Él veló Su divinidad con el manto de la humanidad, pero Él no de deshizo de Su divinidad. Un Salvador divino-humano, vino para permanecer a la cabeza de la raza caída, para compartir su experiencia desde la niñez hasta la madurez. Para que los seres humanos pudiesen ser participantes de la naturaleza divina, Él vino a esta tierra, y vivió una vida de perfecta obediencia”. Review and Herald, 15 de Junio de 1905, pág. 8.

“Solamente Jesús le podía dar seguridad a Dios; porque Él era igual con Dios. Solamente él podía ser un mediador entre Dios y el hombre; porque Él poseía la divinidad y la humanidad. Jesús pudo así dar seguridad a ambas partes a través del cumplimiento de las condiciones prescritas. Como Hijo de Dios Él le da seguridad a Dios a nuestro favor, y como la Palabra eterna, como Uno igual al Padre, Él nos asegura del amor del Padre para proteger a quien cree en Su comprometida palabra. Cuando Dios quiere asegurarnos de Su inmutable consejo de paz, Él da a Su Hijo unigénito para que sea uno de la

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familia humana, reteniendo para siempre Su naturaleza humana como un compromiso que Dios cumplirá Su palabra”. Review and Herald, 3 de Abril de 1894, pág. 210.

“Pero mientras la Palabra de Dios habla de la humanidad de Cristo cuando estuvo sobre esta tierra, también habla decididamente en relación a Su preexistencia. La Palabra existió como un ser divino, aun como el eterno Hijo de Dios, en unión y en unidad con Su Padre. Desde la eternidad Él fue el Mediador del pacto, Aquel en quien todas las naciones de la tierra, tanto Judíos como Gentiles, si es que Lo aceptan, fueron bendecidos. ‘la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios’. Ante que los hombres o los ángeles fuesen creados, la Palabra estaba con Dios, y era Dios.

El mundo fue hecho por Él, ‘y sin Él nada de lo que se ha hecho se hizo. Las palabras dichas en relación a esto son tan decisivas que nadie debe ser dejado en duda. Cristo era Dios esencialmente, y en el más alto sentido. Él estaba con Dios desde la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre.

El Señor Jesucristo, el divino Hijo de Dios, existió desde la eternidad, una persona distinta, y sin embargo uno con el Padre. Él era la gloria incomparable del cielo. Él fue el comandante de las inteligencias celestiales, y el adorable homenaje de los ángeles era recibido por Él como siendo justo. Esto no era robarle nada a Dios...

Hay luz y gloria en la verdad de que Cristo era uno con el Padre antes que fuese colocada la fundación del mundo. Esta es la luz brillando en un lugar oscuro, haciéndolo resplandeciente con gloria divina y original. Esta verdad, infinitamente misteriosa en sí misma, explica otras verdades misteriosas y de otra manera inexplicables, mientras esté guardada en luz, inaproximable e incomprensible”. Review and Herald, 5 de Abril de 1906.

“¡Maravillosa combinación de hombre y Dios! Él podría haber ayudado Su naturaleza humana para permanecer en las embestidas de las enfermedades derramando vitalidad de Su naturaleza divina y vigor sin decadencia hacia la humanidad. Pero Él se humilló a Sí mismo a la naturaleza humana. Él hizo esto para que se cumpliesen las Escrituras; y el plan fue introducido por el Hijo de Dios, conociendo todos los pasos de Su humillación, que debía descender para efectuar una expiación por los pecados de un mundo condenado y gimiente. ¡Qué humildad fue esta! Maravilló a los ángeles. La lengua jamás podrá describirla; la imaginación no consigue alcanzarla. ¡La Palabra eterna consintió en ser hecha carne! ¡Dios se hizo hombre! Fue una maravillosa humillación”. Review and Herald, 4 de Septiembre de 1900, pág. 561-562.

“Jesucristo ‘no tomó como algo a que aferrarse el ser igual con Dios’. Porque solamente la divinidad podía ser eficiente en la restauración del hombre de la contusión venenosa de la serpiente, el propio Dios, en Su asumida naturaleza humana unigénita, y en la debilidad de la naturaleza humana sostuvo el carácter de Dios, vindicó Su santa ley en cada respecto, y aceptó la sentencia de la ira y de la muerte por los hijos de los hombres. ¡Qué pensamiento es este!

En Él había vida; y la vida era la luz de los hombres. No es una vida física la que se especifica aquí, sino inmortal, la vida que es propiedad exclusiva de Dios. La Palabra, que estaba con Dios, y que era Dios, tenía esta vida. La vida física es algo que todo individuo recibe. No es eterna ni inmortal; porque Dios, el dador de la vida, la toma nuevamente. El hombre no posee control sobre su vida. Pero la vida de Cristo no era prestada. Nadie podía quitarle su vida. ‘Yo la depongo de Mí mismo’, dijo Él. En Él había vida, original, no prestada, no derivada. Esta vida no es inherente en el hombre. Él puede poseerla solamente a través de Cristo. Él no la puede obtener; le es dada con un don gratuito si es que cree en Jesús como su Salvador personal. ‘esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tu has enviado’. Esta es la fuente abierta de la vida para el mundo”. Signs of the Times, 8 de Abril de 1897, pág. 214.

“’Antes que Abraham fuese, Yo soy’. Cristo es el Hijo de Dios preexistente y autoexistente. El mensaje que Él le dio a Moisés para que se lo diese a los hijos de Israel era, ‘así le dirás a los hijos de Israel, Yo soy me ha enviado’.

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El profeta Miqueas escribió de Él: ‘pero tu, Belén Efrata, pequeña para estar entre los miles de Judá, de ti me saldrá el que será gobernador en Israel; cuyas salidas son desde el principio, desde la eternidad’. Miq. 5:2.

A través de Salomón Cristo declaró: ‘El Señor me poseía en el comienzo de Su camino, antes de Sus obras antiguas. Yo fui establecido desde la eternidad, desde el comienzo, antes que la tierra fuese. Cuando no habían profundidades, fui traído; cuando no habían fuentes abundantes con agua. Antes que las montañas fuesen colocadas, antes que los montes fuesen, Yo fui traído... Cuando Él le dio a los mares Sus decretos, que las aguas no ultrapasarían Sus mandamientos: cuando Él colocó los fundamentos de la tierra; entonces Yo fui a través de Él, como uno traído juntamente con Él; y Yo fui diariamente Su delicia, regocijándome siempre ante Él’. Prov. 8:22-25,29-30.Hablando de Su preexistencia, Cristo lleva la mente hacia atrás, hacia las edades sin fecha. Él asegura que nunca hubo un tiempo donde Él no estuviese en íntimo compañerismo con el Dios eterno. Aquel a quien los Judíos estaban entonces escuchando, había estado con Dios como uno traído juntamente con Él”. Signs of the Times, 29 de Agosto de 1900, pág. 2-3.

“El apóstol llamaría nuestra atención de nosotros mismos al Autor de la salvación. Él presenta ante nosotros Sus dos naturalezas, divina y humana. Aquí está la descripción de la divina: ‘Quién, siendo en la forma de Dios, piensa no ser un robo el ser igual con Dios’. Él era ‘el brillo de Su gloria, y la expresa imagen de Su persona’.

Ahora, la humana: ‘Él fue hecho a semejanza del hombre; y siendo encontrado en forma de hombre, Él se humilló a Sí mismo, y se hizo obediente hasta la muerte’. Él voluntariamente asumió la naturaleza humana. Fue Su propio acto, y por Su propio consentimiento. Él vistió Su divinidad con humanidad. Él fue siempre como Dios, pero no apareció como Dios. Él veló las demostraciones de la Deidad que había comandado el homenaje, y llamado la admiración, del universo de Dios. Él era Dios mientras estuvo sobre la tierra, pero se desvistió a Sí mismo de la forma de Dios, y en su lugar tomó la forma y la apariencia de un hombre. Anduvo sobre la tierra como hombre. Por amor a nosotros se hizo pobre, para que nosotros a través de Su pobreza pudiésemos ser hecho ricos. Él dejó a un lado Su gloria y Su majestad. Él era Dios, pero las glorias de la forma de Dios, Él las renunció por un momento. Aun cuando caminó entre los hombres en pobreza, dispersando Sus bendiciones a donde quiera que fuese, a Su palabra legiones de ángeles rodearían a Su Redentor, y Le prestarían homenaje. Pero Él caminó en la tierra irreconocible, sin confesarlo, con algunas pocas excepciones, por Sus criaturas. La atmósfera estaba contaminada con el pecado y las maldiciones, en lugar de la antifonía de la alabanza. Su parte era la pobreza y la humillación. A medida que pasaba de aquí para allá sobre Su misión de misericordia para liberar al enfermo, para erguir al deprimido, raramente una voz solitaria que Lo llamaba bendito, y las mayores naciones pasaban a Su lado con desdén.

Esto contrasta con los ricos en gloria, la abundancia de alabanza derramada por lenguas inmortales, los millones de ricas voces en el universo de Dios en antifonías de adoración. Pero Él se humilló a Sí mismo, y tomó la mortalidad sobre Sí. Como un miembro de la familia humana Él era mortal, pero como Dios Él era el fundamento de la vida para el mundo. Él podía, en Su persona divina, haber resistido los avances de la muerte, y haberse rehusado a estar bajo su dominio; pero Él voluntariamente dejó a un lado Su vida, y al hacerlo Él pudo dar vida y traer la inmortalidad a la luz. Él llevó los pecados del mundo, y soportó la penalidad que rodó como una montaña sobre Su alma divina. Él rindió Su vida como sacrificio, para que el hombre no muriese eternamente. Él murió, no habiendo sido compelido a morir, sino que por Su propia y libre voluntad. Esto fue humillación. Todo el tesoro del cielo fue derramado en un don para salvar al hombre caído. Él trajo a Su naturaleza humana todas las energías dadoras de la vida que los seres humanos necesitarán y tienen que recibir”. Review and Herald, 5 de Julio de 1887, pág. 417.

“Pero aun cuando la gloria divina de Cristo fue por algún tiempo velada y eclipsada por Su asumida humanidad, pero aun así no dejó de ser Dios cuando se hizo hombre. Lo humano no tomó el lugar de lo divino, ni lo divino lo humano. Este es el misterio de la divinidad. Ambas expresiones, lo

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humano y lo divino, estaban, en Cristo, íntimamente e inseparablemente unidas, y sin embargo poseían una individualidad distinta. Aun cuando Cristo se humilló a Sí mismo para hacerse hombre, la Divinidad era la suya propia. Su Deidad no podía ser perdida mientras Él se mantenía fiel y verdadero a Su lealtad. Rodeado de pena, sufriendo, y de contaminación moral, despreciado y rechazado por el pueblo a quien le había confiado los oráculos del cielo, Jesús pudo aun hablar de Sí mismo como el Hijo del hombre en el cielo. Él estaba listo para tomar nuevamente Su gloria divina cuando Su obra en la tierra fue hecha”. Signs of the Times, 10 de Mayo de 1899, pág. 306.

“Al contemplar la encarnación de Cristo en la humanidad, permanecemos desconcertados ante un insondable misterio, que la mente humana no puede comprender. Mientras más reflexionamos sobre ello, más asombroso nos parece. ¡Cuán amplio es el contraste entre la divinidad de Cristo y el indefenso infante en el pesebre de Belén! ¿Cómo podemos atravesar la distancia entre el poderoso Dios y el indefenso niño? Y sin embargo es el Creador de los mundos. Aquel en quien está toa la Divinidad en cuerpo, fue manifestado en el indefenso bebé en el pesebre. Mucho mayor que cualquiera de los ángeles, igual al Padre en dignidad y gloria, ¡y aun así vistiendo las vestiduras de la humanidad! La Divinidad y la humanidad se combinaron misteriosamente, y el hombre y Dios se hicieron uno. Es en esta unión que encontramos la esperanza de nuestra raza caída. Mirando a Cristo en la humanidad, miramos a Dios, y vemos en Él el brillo de Su gloria, la expresa imagen de Su persona”. Signs of the Times, 30 de Julio de 1896, pág. 5.

“Como legislador, Jesús ejerció la autoridad de Dios; Sus mandamientos y decisiones fueron apoyadas por la soberanía del trono eterno. La gloria del padre fue revelada en el Hijo; Cristo hizo manifiesto el carácter del Padre. Él estaba tan perfectamente conectado con Dios, tan completamente abrazado en Su luz circundante, que aquel que vio al Hijo, ha visto al Padre. Su voz era la voz de Dios”. Review and Herald, 7 de Enero de 1890, pág. 1.

“En Cristo, la divinidad y la humanidad se combinaron. La divinidad no se degradó en la humanidad; la divinidad mantuvo su lugar, pero la humanidad por estar unida con la divinidad, resistió la más fiera prueba de la tentación en el desierto”. Review and Herald, 18 de Febrero de 1890, pág. 97.

El Derecho y el Costo de una Agencia Moral Libre.-

El uso del autor de las palabras “convenía” y “debía” en los versos 10 y 17 levanta la cuestión de la agencia libre del hombre. Que el hombre le haya dado al hombre el derecho a pensar, es evidente del propio uso que el autor hace de este derecho. La importancia del asunto se hace presente cuando consideramos que si no existiese el derecho de libertad de pensamiento y de escoger, no habría pecado y no existiría la necesidad de un Salvador, y la muerte de Cristo nunca habría tenido lugar. La pregunta puede ser levantada con justicia, si el derecho a pensar y a determinar nuestras acciones valen la pena en relación al costo. Dios responde esta pregunta en la forma afirmativa habiéndole dado este derecho al hombre.

Es evidente que en la creación de seres inteligentes, Dios se creó serios problemas para Sí mismo, problemas que surgieron simplemente debido a que Dios decidió crear. La creación no era una necesidad colocada sobre Dios. Él creó porque quería crear. Siendo así, Dios tiene necesariamente que aceptar las consecuencias de Su acción, preverlas, y prepararse para ellas. Él no puede ser tomado por sorpresa, o entonces no sería Dios. Para enfatizarlo: Dios no necesitaba crear, pero si creó tiene que preverlo y prepararse para todas las eventualidades. Esta necesidad es colocada sobre Él y Él acepta la responsabilidad. Aun cuando Él no es responsable por el pecado, Él tiene que ajustar las cosas de tal manera en la creación que consiga lo esperado y venza los obstáculos. Y como el pecado primariamente no es un fenómeno físico sino una actitud mental, es con las mentes que Él tiene que lidiar, mentes que Él mismo ha creado, y a las cuales Él les ha dado medios morales libres.

En el derecho a pensar, radica el problema de Dios, si es que se puede llamar así. Dios, habiéndole dado al hombre este derecho, no puede acortar ese derecho sin colocar en problema Su

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propia integridad. Si Él tratase por cualquier medio de forzar el pensamiento de los hombres, en ese acto Él se estaría negando a Sí mismo. Él tiene que respetar a cualquier costo el derecho que le ha dado al hombre. Es Su más precioso don a la humanidad; de hecho, la única cosa que hace con que los hombres estén por sobre la creación bruta. Retirar ese derecho, acortarlo en cualquier sentido, y el hombre deja de ser hombre.

Este derecho a pensar ha tenido serias consecuencias para el hombre, pero más para Dios. En el ejercicio de ese derecho, las religiones y filosofías se han permitido crecer y florecer, diametralmente opuestas a todo lo que Dios ha establecido. Los gobiernos se han establecido, los cuales son contrarios al orden de Dios, pero que Él aun así reconoce, debido al derecho básico a pensar, el cual Él le ha dado al hombre. Es sobre esta premisa que Pablo puede decir que “los poderes que existen están ordenados por Dios”. Rom. 13:1. Un caso en pauta es el gobierno romano en el tiempo de Pablo. Era opresivo y en ningún sentido semejante a Dios. Pero Dios, habiéndole dado a los hombres el derecho a pensar, respeta ese derecho y también el derecho de ellos a actuar en base a eso.

Esto presenta un problema serio. Si la naturaleza de Dios no permite que Él dirija el pensamiento del hombre por la fuerza, Su único recurso es tratar de cambiar sus mentes a través de la persuasión y de la argumentación. Esto Lo compele a usar argumentos que apelarán a la razón que Él le ha dado a los hombres. Solamente así puede prosperar Su causa.

Los apelos de Dios a la razón de los hombres está fuertemente establecida en las palabras de Pablo: “Yo os hablo como a hombres sabios; juzgad cada uno lo que digo”. 1 Cor. 10:15. Dios estaba tan seguro de Su caso, que pudo haberle hecho decir a Pablo, “voy a dejar la decisión contigo. He presentado el caso. Tu tienes que ser el juez”. En estas palabras Pablo reconoció el derecho de los hombres a pensar por sí mismos. A través de Pablo, Dios apeló al juicio de los hombres, a su intelecto. Él sintió Su argumento tan conclusivo que podía dejarlos que en seguridad ellos tomasen la decisión.

Cuando falsas filosofías, pensamiento pervertido, y teorías erróneas invaden las mentes de los hombres y determinan sus acciones, el único recurso de Dios es colocar la verdad delante de ellos. Si los hombres no escuchan, Dios los deja experimentar sus teorías, para demostrarles cómo funcionan. En esos experimentos los hombres y los gobiernos están ahora envueltos. A través de la prueba y del error Dios ha hecho con que los hombres lleguen a la conclusión que la regla dorada no puede ser improvisada, y que el plan de Dios no es solamente un buen plan sino que el único que funcionará. Cuando un número suficiente lo han decidido así, Dios preparará un reino que nunca perecerá. Este reino será establecido en el derecho de los hombres a pensar y tomar sus propias decisiones. Dios en el comienzo fundó un reino así, pero debido al pecado ha sido retrasado algunos miles de años.

Estamos acostumbrado a pensar en el tremendo costo que esto le ha significado a los hombres; y tenemos que admitir que el costo ha sido enorme. Creemos, sin embargo, que Dios llevó en consideración el costo antes que crease, y que decidió que el derecho a pensar, el derecho de agencias morales libres, valía la pena del costo. Antes de cuestionar la justicia de esta decisión, consideremos el costo para Dios, porque uno no puede llegar a una justa estimativa del valor de una agencia moral libre hasta que el costo total haya sido llevado en consideración.

¿Cuál ha sido el costo para Dios al darle a los hombres libertad para pensar y actuar? Como Pablo lo dice, mucho en muchos sentidos.

La encarnación fue un resultado previsto de la creación. Como Dios previó y anticipó la llegada del pecado, así Él también sabía que había solamente un camino para restaurar al hombre. Y ese era el camino de la cruz. El pecado significa sufrimiento y muerte aun para la Divinidad. ¿La creación, la agencia moral libre, valía la pena a ese precio?

El pecado comenzó con Lucifer, un ángel exaltado. De acuerdo con la Biblia, él era un querubín, ungido para esta posición por el propio Dios. (Eze. 28:14). La expresión “tu eres el querubín ungido” parece indicar que él era el único así ungido, o tal vez el mayor de todos los ungidos. Si este no fuese el caso, la expresión sería, “tu eres un querubín ungido”. Nosotros, por lo tanto, creemos que él era un ángel exaltado, tal vez el mayor de los seres creados.

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Bajo el símbolo del rey de Tiro, se dice que Lucifer fue “más sabio que Daniel”. Aun cuando fue creado perfecto, su “corazón se engrandeció” y se volvió orgulloso. Finalmente llegó a decir, “yo soy Dios”. (Eze. 28:3,17,9). Fue expulsado del cielo debido a su orgullo y a la usurpación de poder después de haber tratado a través de la guerra, de ganar la posición codiciada. “Hubo guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón; y el dragón peleó y sus ángeles, y no prevaleció; ni fue encontrado más su lugar en el cielo. y el gran dragón fue expulsado, aquella antigua serpiente, llamada el diablo, y Satanás, que engaña a todo el mundo: fue expulsado hacia la tierra, y sus ángeles fueron expulsados con él”.

Isaías adiciona esta información referente a la revuelta de Lucifer: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana! ¡Cómo fuiste expulsado a la tierra, y debilitaste a las naciones! Porque dijiste en tu corazón, ascenderé al cielo, exaltaré mi trono sobre las estrellas de Dios; me sentare también sobre el monte de la congregación, en los lados del norte; ascenderé sobre las altas nubes; seré como el Altísimo”. Isa. 14:12-14.

Esto no deja ninguna duda en relación a la intención de Lucifer. Él quería gobernar las “estrellas de Dios”, los ángeles. Él sería “como al Altísimo”. El se sentaría “en los lados del norte”, la habitación de Dios. El clímax fue su proclamación, “Yo soy Dios”. Eze. 28:9.

Aun cuando no estamos en posesión de los detalles que llevaron a Lucifer a una abierta rebelión contra Dios, algunas cosas están claras.

La guerra en el cielo, de acuerdo con el registro del capítulo 12 del libro de Apocalipsis, estaba íntimamente ligada con la obra de Cristo como Redentor. El nacimiento de Jesús está ahí registrado, y también el intento del adversario “para devorar al niño tan luego como naciese”. Verso 4. Pero el “niño fue arrebatado hacia Dios, y a su trono”. Verso 5. La frase “y para su trono” es significativa. Cuando Cristo ascendió al cielo, Él “se sentó a la diestra de la majestad en las alturas”. Heb. 1:3. Pero este es exactamente el lugar que Lucifer trató de ocupar. Él quería ser “un dios”, “como el Altísimo”. (Eze. 28:2; Isa. 14:14). Y ahora Cristo ocupó ese lugar, y Lucifer fue expulsado.

La controversia entre Cristo y Lucifer comenzó en el cielo antes de la creación de este mundo. Cuando Adán y Eva estaban en el jardín, Lucifer ya se habría transformado en Satanás, y apareció en la forma de una serpiente para tentarlos. No sabemos cuánto antes de la creación de esta tierra cayó Lucifer, pero como una rebelión toma tiempo para transformarse en una revuelta, debe haber sido algún tiempo antes. En cada evento, el plan de Satanás fue completamente desarrollado antes de la caída del hombre. Que su aborrecimiento y su rebelión estaban dirigidos contra Cristo, es evidente por la declaración de Dios, de que la semilla de la mujer “herirá tu cabeza, y tu le herirás en el calcañar”. Gen. 3:15. A través de esto sabemos que la controversia era entre Cristo y Satanás, y que comenzó antes de la creación de este mundo.

La controversia, con la eventual encarnación de Cristo y Su muerte resultante, pudo haber sido evitada por el simple expediente de no crear; o si tenía que haber una creación, creando seres que no poseyesen atributos morales o que no estuviesen dotados con libertad de pensamiento y de agencia moral libre. Pero por razones que Él mismo conoce mejor, Dios procedió a la creación, conociendo bien lo que Le costaría.

Habían otras consideraciones envueltas en la creación; entre ellas, y tal vez la más importante, era la cuestión del derecho de Dios a gobernar y a dar obligaciones morales a Sus criaturas. ¿Cómo adquirió Dios tales poderes, y qué derecho posee Él para imponer obediencia? Satanás dice que Él simplemente tomó esos poderes para Sí mismo. De acuerdo con Él, Dios estaba primero en escena, y como no había nadie que disputase con Él, se proclamó a Sí mismo Dios. Ahora Él se rehusa a compartir con otros, y cuando Lucifer decidió también a ser Dios, fue hecho un intento para expulsarlo del cielo. Dios fue arbitrario, y no se consideró Él mismo sujeto a las leyes que Él le había dado a otros.

Las siguientes citas son de la Sra. Ellen G. White:Satanás “trató de falsificar la palabra de Dios, y pervertir Su plan de gobierno ante los ángeles. Él

reclamó que Dios no era justo al darle reglas y leyes a los habitantes del cielo. Él representó a Dios

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como si no estuviese negándose a Sí mismo, y que Cristo no se estaba negando a Sí mismo; ¿Por qué, entonces, tenían los ángeles que negarse a sí mismos?”. Review and Herald, 9 de Marzo de 1886, pág. 145.

“En el cielo él se quejó contra la ley de Dios, declarándola innecesaria y arbitraria. Él representó mal al Señor Jehová, y al alto Comandante del cielo. Él reclamó que estaba sobre la ley, y mantuvo que el derecho estaba de su lado; pero dejó completamente manifiesto que los principios que él apoyaba eran malos y perjudiciales”. Review and Herald, 25 de Abril de 1893, pág. 257.

“Satanás acusó a Dios re requerir negación de sí mismo a los ángeles, cuando él no sabía nada lo que significaba negarse a sí mismo, y cuando él mismo no haría ningún sacrificio por los demás. Esta fue la acusación que Satanás hizo contra Dios en el cielo; y después que el maligno fue expulsado del cielo, continuamente acusó al Señor de querer un servicio exigente, el cual Él mismo no se lo daría. Cristo vino al mundo para enfrentar estas falsas acusaciones, y para revelar al Padre”. Review and Herald, 18 de Febrero de 1890, pág. 97.

“Disputar la supremacía del Hijo de Dios, enjuiciando así la sabiduría y amor del Creador, se convirtió en el propósito de este príncipe de los ángeles”. PP:14.

“Lucifer deseó en el cielo ser el primero en poder y en autoridad; él quería ser Dios, para tener el gobierno del cielo”. Review and Herald, 16 de Enero de 1913, pág. 52.

“Él (Satanás) llevó el asunto a Dios, declarando que era el sentimiento de muchos de los seres celestiales, de que él tuviese la preferencia antes que Cristo”. Review and Herald, 4 de Febrero de 1909, pág. 8.

“Satanás reclamó estar apto para presentar leyes que eran mejores que los estatutos y juicios”. Review and Herald, 17 de Junio de 1890, pág. 370.

Habría sido embarazoso para Dios enfrentar estos cargos si ya no hubiese hecho, desde mucho antes, la provisión para responderlos. Dios, sabiendo el fin desde el principio, creó el universo con la redención en mente. Él sabía que cuando crease seres pensantes, ellos inquirirían el principio de las cosas, y que cada acto suyo necesitaría ser justificado ante los hombres. Así como los hombres son juzgados por sus caracteres, mostrados a través de sus obras, así a su vez las criaturas de Dios juzgarían a su Creador. Las ideas de derecho y de justicia que Él había instilado en los hombres sería la norma de su juicio de Dios. Y por ese juicio Él tendría que tolerarlos. ¿Cómo enfrentaría ahora Dios los cargos de Satanás, o mejor, cómo tenía ya Dios (de hecho, desde la eternidad) la respuesta lista? Porque no creemos que sea digno que Dios haga cualquier ajuste en Su plan debido a cargos hechos en Su contra. Estos cargos deben haber sido previstos y se deben haber tomado provisiones para solucionarlos. Esperar hasta que las circunstancias y los cargos demanden un cambio no sería la manera de actuar de Dios.

Y así encontramos un plan de Dios, guardado en silencio desde los tiempos eternos, el cual a su debido tiempo le fue revelado al hombre. (Col. 1:26). Este plan enfrenta todos los cargos posibles y revela a Dios como Aquel que nunca le pedirá a Sus criaturas que hagan algo o tomen alguna decisión que Él mismo no estuviese deseando hacer o tomar. Este plan, como ya lo hemos visto, incluyó la encarnación, no meramente una encarnación temporaria, (la cual demostraría el deseo de Dios para sufrir), la cual no afectaría permanentemente a Dios, sino una encarnación que era permanente, y que permanecería para siempre como una prueba del deseo de Dios de compartir todo lo que Él posee o es.

El reclamo de Satanás de ser igual con Dios, ser Dios, envolvió el cargo de que Dios había usurpado la autoridad que no era de Él, y que una vez que obtuvo poder, Él no quería que nadie más lo compartiese con Él. Realmente Él tenía poder, pero era un poder usurpado, reclamaba Satanás, y Él no reinó a través del consentimiento de los gobernados. Si alguien decidiese, “no queremos que este hombre reine sobre nosotros” (Luc. 19:14), Dios eliminaría la rebelión a través de la fuerza y continuaría gobernando. Su palabra y Su práctica no concordaban.

Dios, tal como se dijo anteriormente, previó todo esto. Por lo tanto, desde la eternidad, desarrolló un plan que hace posible con que Él sea uno con nosotros, se humille a Sí mismo para hacerse hombre,

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y estar sujeto a todo lo que el hombre está sujeto. Si los hombres quedasen entonces tan impresionados con Su valor, que de ellos mismos Lo escogiesen como su gobernante, Él gobernaría con el consentimiento de los gobernados.

Si, después, Él decidiese compartir el trono con Sus criaturas, haciéndolas herederas de Dios y juntándolas con Cristo, habiéndolas hecho sentarse con Él en Su trono tal como Cristo se sentó con el Padre en Su trono, entonces en un sentido muy real Él no gobernaría sobre sino con Su pueblo, y todos serían sacerdotes y reyes.

Dios, teniendo todo esto en mente y habiendo dado cada paso para eso, no se perturbó en lo más mínimo con las acusaciones de Satanás. Ni siquiera se apresuró para enfrentar el desafío de Satanás. A su debido tiempo la encarnación tomaría lugar, no antes. Satanás usó los cuatro mil años intervenidos para burlarse de Dios y hacerle creer a los hombres que Dios no tenía intención de dar nada de Su poder. Pero sus aserciones y reclamos solamente sirvieron para enfatizar el predeterminado consejo de Dios, cuando llegó el tiempo de actuar. Para Pablo, y en un grado menor para otros de los apóstoles, Dios hizo saber Su plan, el cual había permanecido oculto desde las edades y generaciones. (Efe. 3:1-3). Este plan efectivamente enfrentó todos los cargos de Satanás y mostró que todos ellos no poseen una base sólida. Dios permaneció justificado.

Todo esto “convenía” que Dios se hiciese (Heb. 2:10). Fue conveniente para Él arreglar las cosas de tal manera que Sus criaturas no solamente estarían satisfechas con la existencia que Él les había dado, sino que estarían tremendamente agradecidas por el privilegio de la vida. Su intento es que su vida pueda ser medida con la de Él y que sea una vida feliz y satisfactoria. “En tu presencia hay plenitud de alegría; a tu diestra hay placeres eternos”. Salmo 16:11.

No solamente “convenía” que Dios hiciese lo que hizo y está haciendo por el hombre,, sino que “convenía” que Cristo fuese hecho en todas las cosas semejante a Sus hermanos. Y así Cristo vino a este mundo, gobernado como estaba por Satanás, se puso Él mismo voluntariamente bajo su dominio, y no solamente demostró que bajo las más crueles y amenazantes circunstancias, los hombres pueden ser verdaderos para con Dios, sino que también le dio a Satanás una oportunidad de demostrarle lo que él haría si tuviese la oportunidad. ¿Qué haría Satanás? Tomaría el Hijo de Dios, lo insultaría, le escupiría, lo azotaría,, le pondría una corona de espinos, lo clavaría a una cruz, y ahí lo dejaría morir, aun cuando Él no hubiese nada malo, ni siquiera había una malicia en Él.

En esta demostración el verdadero carácter de Satanás fue revelado; así como también en la encarnación fue revelado lo que Dios haría por el hombre, vivir por él, morir por él, amarlo y cuidarlo, perdonarle sus pecados y transgresiones, y por último darle un lugar con Él en el trono. Él demostró que no había nada que Él no hiciese por los hombres; que no había un lugar muy bajo para Él mismo; que Él estaba queriendo compartir, dar, sufrir. No tomó algo como a que aferrase el ser igual a Dios. Él estaba queriendo dar todo y tomar Su lugar junto con los hombres.

Lejos de ser impíos al pensar en los pensamientos de Dios después que Él nos dio una mente, es un bendito privilegio que Dios le haya dado a los hombres mentes que pueden, por lo menos en un pequeño grado, sondear y apreciar lo que Dios está haciendo. Debiéramos estar agradecidos que Dios no solamente nos permite, sino que nos insta a pensar. El costo de este privilegio, para Dios, ha sido más allá de nuestra capacidad de comprenderlo plenamente. Pero Dios, habiéndonos dado el derecho, cree que vale la pena el costo.

En vista del costo para Dios, el costo para el hombre, de libertad para escoger, es infinitesimal. De hecho, visto bajo la luz de la eternidad, el costo es pura ganancia. Pablo lo expresó en estas palabras: “Porque reconozco que los sufrimientos de este tiempo presente no son comparables con la gloria que será revelada en nosotros”. Rom. 8:18.

Capítulo 3 del Libro de Hebreos: Cristo y Moisés

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Sinopsis del Capítulo.-

El capítulo tres se divide naturalmente en dos partes, del verso 1 al 6 y del verso 7 al 19. La primera sección compara y contrasta a Cristo y Moisés; la segunda comienza el análisis de Israel en el desierto, cuyo asunto continua en el capítulo cuatro.

Moisés mantuvo un lugar de alta estima en Israel. Él les había dado la ley que vino a ser conocida como la ley de Moisés. Él había estado en el monte con Dios, y había intercedido por el pueblo. Él había construido el santuario, y a él Dios le había hablado cara a cara. Los rabinos enseñaban que el alma de Moisés era equivalente a todas las almas de Israel. Ellos también pensaban que era significativo que el título Moisés, o Rabí, tuviese el valor numérico de 613 en hebraico, lo cual es el mismo valor numérico de las letras en Señor Dios de Israel.

La última parte del capítulo analiza a Moisés e Israel. Moisés sacó a Israel de Egipto y lo llevó al desierto, donde ellos vagaron cuarenta años. Él nunca los llevó a la Tierra Prometida, razón por la cual salieron de Egipto. Esa, sin embargo, fue la falta del pueblo. Ellos murmuraron y se quejaron, y fallaron en entrar debido a la incredulidad.

Hebreos 3:1-6. “Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús; el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios. Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo. Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios. Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza”.

Estos versos contrastan y compara la obra de Cristo con aquella de Moisés. Al hacerlo, el apóstol no habla mirando en menos a Moisés, sino que lo elogia por su fidelidad. Tanto Cristo como Moisés construyeron una casa, y ambos fueron fieles en su obra. Cristo, sin embargo, fue el mayor de los dos, porque Él era el Hijo en la casa, mientras que Moisés era siervo. Tal como el autor lo ha mostrado previamente, Cristo siendo mejor que los ángeles, así él lo muestra ahora como siendo mayor que Moisés.

Verso 1. “Considerad al apóstol y Sumo Sacerdote”. Jesús es el nombre terrestre del Salvador, y cuando es usado en el Nuevo Testamento, generalmente se refiere a Su estado encarnado. Cristo, o el Mesías, se refiere a Su naturaleza divina. Jesús lo representa como siendo el Hijo del hombre; Cristo como el Hijo de Dios. Cuando los dos nombres son usados en conjunto, tal como en el verso 1 del capítulo 3, se hace referencia al Dios-hombre, nuestro Salvador y Señor, Cristo Jesús.

En este verso somos amonestados a considerarlo específicamente en Su posición como apóstol y Sumo Sacerdote. Un apóstol es alguien que es enviado. Este es el único lugar donde Cristo es llamado por ese nombre, aun cuando en muchos lugares se dice que Él está siendo enviado (Juan 5:24; 6:44; 17:3.

Verso 2. “Fiel... así como lo fue Moisés”. El autor presenta a Cristo como siendo el antitipo de Moisés, comparándolo y contrastándolo con el gran líder de Israel. Aun cuando Moisés no fuese ni un apóstol ni un sumo sacerdote en el sentido estricto, aun así sirvió como ambos. Él fue llamado por Dios para hacer esta obra. Él fue el mensajero de Dios con una comisión divina, escogido por el propio Dios, tan ciertamente como lo fueron los apóstoles. Él construyó el tabernáculo; él instituyó el servicio del santuario e instruyó a Aarón; él ofreció los primeros sacrificios, y supervisionó la obra de Aarón. Él fue en este sentido un sumo sacerdote, y más.

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El hincapié en este verso es en la fidelidad tanto de Moisés como de Cristo “a aquel que los designó”. El registro de la vida de Cristo enfatiza este punto. En ninguna parte hizo Cristo su propia voluntad o dijo Sus propias palabras. “Yo no hago mi propia voluntad, sino que la voluntad del Padre el cual me ha enviado”. Juan 5:30. “La palabra que escucháis no es mía, sino del padre el cual me envió”. Juan 14:24. Su verdadero nombre es “el testigo fiel y verdadero”. Apoc. 3:14.

Así también fue Moisés fiel en la obra que se le dio para hacer. Él fue “fiel en toda mi casa”, esto es, en la casa de Dios. (Num. 12:7). Al construir esta casa el propio Dios le dio el padrón, y le dijo a Moisés, “mira que la hagas conforme al modelo que se te mostró en el monte”. Exo. 25:40. El registro dice: “De acuerdo a todo lo que el Señor le mandó a Moisés, así los hijos de Israel hicieron toda la obra. Y Moisés miró toda la obra, y he aquí, que ellos la habían hecho como el Señor les había mandado, así la habían hecho; y Moisés los bendijo”. Exo. 39:42-43.

De la misma manera Cristo pudo decir, “las obras que el padre me ha dado para terminar, las mismas obras que Yo hago, dan testimonio de mi, de que el Padre me ha enviado”. Juan 5:36. “El Hijo no puede hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque las cosas que él hace, estas también el Hijo las hace”. Juan 5:19. Y cuando Su obra fue hecha, Él anunció, “He terminado la obra que me diste para hacer”. Juan 17:4. Así Moisés y Cristo fueron ambos fieles en sus respectivas esferas.

Verso 3. “Mayor gloria”. Cristo posee mayor gloria que Moisés, así como el constructor es mayor que la casa. Es patente, desde luego, que no importa cuán gloriosa pueda ser una casa, el que la construye es mayor.

El autor considera aquí a Cristo como un constructor, y a Moisés como siendo la casa, una figura que él va a cambiar un poco más adelante.

Verso 4. “Aquel que construye todas las cosas es Dios”. La iglesia es la casa de Dios, y como tal Moisés hizo parte de la casa. Cristo es el constructor de esta casa, y como aquel que construye todas las cosas es Dios, este es un pronunciamiento indirecto diciendo que Cristo es Dios.

Verso 5. “Moisés... siervo”. La figura aquí es cambiada, ya que ahora Moisés no es más la casa sino el siervo en la casa. Como tal él fue fiel, tal como lo expresa el registro.

“Un testimonio”. El hecho de que Moisés fuese el constructor de la casa era un testimonio de las cosas que iban a ser dichas después; esto es, era un símbolo del verdadero tabernáculo y del verdadero servicio del cual Cristo tenía que ser ministro. El propio Moisés sabía que Alguien semejante a él vendría, cuando anunció, “El Señor tu Dios levantará delante de ti un Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, semejante a mi; a él oiréis”. Deut. 18:15.

Verso 6. “Cristo... Hijo”. Cristo es Hijo sobre Su casa, cuya casa somos nosotros, pero solamente si nosotros “retenemos firmes hasta el fin la confianza y el regocijo de la esperanza”. La palabra aquí usada significa más que confianza. Es una confianza que bordea la intrepidez; pero una intrepidez santa basada en la confianza.

Ningún niño es intimidado por el hecho de que su padre posee un gran oficio, si las relaciones entre padre e hijo son las correctas. Encontramos al hijo de un rey acercándose intrépidamente a su padre y sin miedo, sujetándose de su mano o subiéndose sobre sus rodilla mientras los oficiales se inclinan profundamente y muestran gran deferencia hacia el rey.

Dios quiere que nos aproximemos a Él con confianza, y no con el miedo de un esclavo; y Él mantiene esta confianza en tal alta estima que la considera una señal de filiación. Si realmente somos hijos y no siervos, mostraremos una intrepidez santa.

De esto Pablo dice en Romanos: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Porque no habéis recibido el espíritu de esclavitud para temer nuevamente; sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, a través del cual exclamamos, Abba, Padre. El propio espíritu da testimonio con nuestro espíritu, que somos hijos de Dios: y si somos hijos, entonces somos

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herederos; herederos de Dios, y coherederos con Cristo; si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”. Rom. 8:14-17.

En Gálatas él presenta el mismo asunto: “Por lo tanto ya no eres un siervo, sino un hijo; y si eres hijo, entonces eres heredero de Dios a través de Cristo”. Gal. 4:7.

Pablo critica aquí el espíritu de siervo, el espíritu de esclavitud. No es este espíritu el que nosotros hemos recibido, dice él, sino que el espíritu de adopción, el cual en Gálatas es llamado “el espíritu de su Hijo”, “a través del cual clamamos, Abba, Padre”. “Abba” es la palabra aramaica para padre; expresa en un sentido peculiar y en un gran grado el amor y la confianza del hijo en sus padres. Es usada desde la niñez como un término atractivo. Es notable que Cristo lo haya usado en la hora oscura del jardín, cuando dijo, “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aleja este cáliz de mi; sin embargo, que no sea lo que Yo quiero, sino lo que tú quieres”. Mar. 14:36.

Algunos cristianos exhiben mucho del espíritu de siervo y poseen un pronunciado complejo de inferioridad que ellos confunden con humildad. Cristo era manso y humilde de corazón, pero no había una humildad afectada en Él, ni tampoco poseía el espíritu de siervo. Véanlo esa noche cuando “se levantó de la cena, y dejó a un lado su manto; y tomó una toalla, y se ciño a Sí mismo. Después derramó agua en una vasija, y comenzó a lavarle los pies a los discípulos, y a secarlos con la toalla con la cual estaba ceñido”. Juan 13:4-5. Nunca fue Él mayor que en esta ocasión cuando condescendió a servir. Él sabía quien era y de dónde venía. El sabía “que el Padre le había dado todas las cosas en sus manos, y que él había venido del Padre, y volvía a Dios”. Juan 13:3. Y estaba en la consciencia de Su grandeza que Él había surgido para servir. He aquí Aquel a quien se le dio todo el poder en el cielo y en la tierra, el cual sabía que venía de Dios y volvía a Dios. Véanlo arrodillado para servir, pero no en el espíritu de servidumbre o con un sentimiento de inferioridad. No, con toda la gracia del cielo, con toda la majestad de Su presencia, Él se arrodilló, no para recibir un favor, sino que para conceder uno. ¡Qué maravillosa condescendencia, qué incomparable humildad, qué impresionante dignidad! Él sirvió, pero no en el espíritu de servilismo.

Se cuenta una historia de dos clérigos, un pastor cristiano y un rabino Judío, quien, camino a una entrevista con el Presidente de los Estados Unidos, analizó cómo deberían acercársele. El rabino sugirió que a él le gustaría hacer lo que hizo Jacob cuando se le apareció ante el Faraón y lo bendijo. Ambos coincidieron en que esto era lo que tenían que hacer, y cundo aparecieron ante el Presidente, en vez de efectuar la ceremonia introductoria usual, el rabino levantó sus manos en bendiciones, diciendo, “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob te bendiga y te guarde”. El Presidente se levantó y con la cabeza inclinada recibió la bendición. Toda la atmósfera fue inmediatamente cambiada. Los dos hombres habían venido a pedir un favor. Ahora habían concedido uno.

Los cristianos son hijos del Dios Altísimo. Ellos poseen un derecho de poder permanecer ante la dignidad dada por Dios como embajadores del Rey del cielo. Aun cuando deben ser mansos y humildes, no deben ser serviles. No deben ocultar su identidad. No deben avergonzarse de su fe. Son hijos del gran Rey, y deben exhibir un espíritu quieto, confiante, la marca del verdadero hijo de Dios.

Posteriormente en el libro de Hebreos somos exhortados a “entrar con intrepidez en el lugar santísimo a través de la sangre de Jesús”, algo que el sumo sacerdote aquí en la tierra nunca podía hacer. Heb. 10:19. Nuevamente, somos instados a venir “con intrepidez al trono de la gracia”, y en el último libro de la Biblia, aquellos “que guardan sus mandamientos” poseen el “derecho al árbol de la vida, y pueden entrar por las puertas a la ciudad”. Heb. 4:16; Apoc. 22:14. Porque para ellos las puertas no están apenas abiertas un poquito, puertas entreabiertas, como cantamos. No, ellas están completamente abiertas. “Abrid las puertas, para que la nación justa que guarda la verdad pueda entrar”. Isa. 26:2. Ellos poseen el derecho al árbol de la vida. Ellos pertenecen al reino. Ellos entran con intrepidez.

Filiación, sin embargo, debe ser distinguida por algo más que intrepidez. Debemos mantener no solamente “la esperanza firmemente”, sino que “regocijarnos en la firme esperanza hasta el fin”. Dios no está satisfecho teniendo a Sus hijos apenados y curvados como un junco. Esto es un reflejo de Él, así

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como es un reflejo en un padre terrenal el tener a sus hijos habitualmente infelices y abatidos. Damos un falso testimonio acerca de Dios cuando estamos tristes y desanimados. Dios quiere que seamos cariñosos, y que no demos una falsa impresión de Dios debido a nuestro comportamiento. Esta es una de las señales que debieran distinguir al heredero del siervo.

Hebreos 3:7-19. “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años. A causa de lo cual me disgusté contra esa generación, y dije: siempre andan vagando en su corazón, y no han conocido mis caminos. Por lo tanto juré en mi ira: no entrarán en mi descanso.

Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortáos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad”.

Esta sección lidia con el vagar de Israel en el desierto. Recuenta la falla de Israel para entrar en el descanso de Dios, y muestra las razones para esta falla.

El apóstol tiene dos propósitos en mente al recontar la experiencia del desierto, siendo ambas importantes.

La primera es para mostrar la superioridad de Jesús sobre Moisés y Josué. Ni Moisés ni Josué llevaron a Israel al descanso que Dios había planeado para ellos. El propio Moisés no entró en Canaán, sino que murió en la frontera; de tal manera que no hizo entrar a Israel; y a través de Josué los hizo entrar, pero no los hizo descansar. Lo que ni Moisés ni Josué pudieron hacer, Cristo lo hizo y lo está haciendo. Este argumento está de acuerdo con el propósito general del autor para mostrar la superioridad de Cristo sobre todos los demás.

El hecho de que Israel no entró debido a la incredulidad, provee al apóstol la oportunidad para amonestar a sus lectores para que no caigan en la misma falla que Israel. Apareció ahora un líder que los llevará al verdadero descanso de Dios. Ellos no deben fallar en seguirlo, y así poder hacer con que su llamado y elección sean seguros. Este es su segundo propósito.

Verso 7. “El Espíritu Santo dice”. Esta cita está tomada del Salmo 95:7-11. Mientras nosotros le atribuimos el Salmo a David, la inspiración se lo atribuye al Espíritu Santo. Esto debiera darle un peso adicional a las palabras.

“Hoy”, tal como es usado aquí y en el capítulo siguiente, es el hoy del llamado de Dios, el día de la salvación; es en este día, en cualquier día, en todos los días, que resuena el llamado. En los días de Israel fue en ese día; en el día de Cristo fue hoy; en nuestro día es hoy. Es el siempre presente hoy. El día no se terminó en el desierto, aun cuando muchos murieron allí porque no atendieron al llamado. No se terminó en los días de Cristo, aun cuando muchos Lo rechazaron. No se ha cerrado hoy, aun cuando el último llamado de misericordia está a punto de sonar. Aun es hoy para aquellos que oirán y atenderán.

Verso 8. “No endurezcáis vuestros corazones”. La primera vez que Israel murmuró contra Moisés y provocó a Dios, fue en Mara, tres días después que habían cruzado el Mar Rojo (Exo. 15:23-26). Cuando llegaron sedientos a este lugar, no pudieron beber agua, porque estaba amarga. Dios le

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mostró a Moisés un árbol y le dijo que lo lanzara dentro del agua; e inmediatamente después que hubo hecho eso, el agua se puso dulce.

La declaración, “allí él los probó” (verso 25), indica que Dios los trajo propositalmente hasta las aguas margas para probarlos. Él quería fortalecerlos debido a los probantes días que estaban por delante, en los cuales necesitaría tener fe en Dios; de tal manera que permitió que ellos fuesen privados de agua, para que pudiesen aprender a confiar en Él. Él acababa de salvarlos del ejército del Faraón, y había abierto en dos el Mar Rojo para ellos. Cuando llegaron a las aguas margas, Dios se habría alegrado si ellos hubiesen dicho, “el Dios que hizo con que nosotros pasásemos en seco el Mar Rojo, que destruyó al ejército de Faraón, no permitirá que muramos de sed. Esperemos y seamos pacientes. Dios nos está probando. Él nos enviará agua cuando Él crea que es mejor”.

En vez de mostrar fe, ellos murmuraron contra Moisés y Aarón. No habían aprendido a confiar en Dios. Tenían muy poca o ninguna fe. Dios no podía usarlos como Sus instrumentos cuando revelaron tal falta de confianza en Él. ¿Debe Dios mostrarles aun más milagros antes que ellos crean en Él?

Poco después, cuando faltó comida, Dios hizo descender maná desde el cielo para ellos. Se les dijo que recogiesen “una cierta cantidad todos los días, para que yo los pueda probar, para ver si es que van a andar en mi ley o no”. Exo. 16:4. Así, Dios los probó nuevamente; pero no supieron pasar la prueba.

La tercera prueba vino cuando Israel “y acamparon en Rifidim; y no había agua para que el pueblo bebiese”. Exo. 17:1. A esta altura ellos debieran haber sabido que Dios los estaba probando. Pero ellos lloraron pidiendo agua, levantando las antiguas quejas contra Moisés: “¿Para qué nos has sacado de Egipto, para matarnos a nosotros y a nuestros hijos y a nuestro ganado con esta sed?” Verso 3. Entonces Dios les dio agua habiendo Moisés golpeado la roca (Versos 5-6).

Es esta última experiencia a la cual se refiere el libro de Hebreos y que está ahora ante nosotros. Dios no los reprendió ni la primera ni la segunda vez, pero en la tercera vez cuando “ellos tentaron a Jehová, diciendo, ¿está Jehová entre nosotros o no?” ahí fueron demasiado lejos. Exo. 17:7. Dios había sido provocado, y Hebreos lo llama “la provocación” (Heb. 3:8). Dios hizo mucho por ellos, pero ellosno aprendieron la lección.

Verso 9. “Vuestros padres me tentaron... cuarenta años”. Al final de su vagabundeo en el desierto, casi cuarenta años después de la experiencia mencionada anteriormente, Israel llegó al desierto de Sin, y nuevamente faltó agua. Pareciera que después de este largo periodo de tiempo debieran haber aprendido a confiar en Dios; pero en vez de eso, ellos lloraron tal cual lo habían hecho anteriormente, “¿por qué habéis traído a la congregación del Señor a este desierto, de tal manera que tanto nosotros como nuestro ganado muramos aquí?”. Num. 20:4. Y así Dios les dio agua. Una vez más habían fallado en soportar la prueba. “Esta es el agua de Meribá; porque los hijos de Israel lucharon con el Señor, y él fue santificado en ellos”. Num. 20:13.

Verso 10. “Yo fui desagradado”. (ARV). Esta es una declaración muy suave. Dios tenía razones como para estar mucho más desagradado. Durante cuarenta años ellos habían visto Sus obras. Todas las semanas había caído maná del cielo. (Exo. 16:4). Sus ropas habían sido milagrosamente preservadas: “Vuestras ropas no se ha envejecido sobre vosotros, y vuestros zapatos no se han envejecido en vuestros pies”. Deut. 29:5. “Ni tampoco se han hinchado vuestros pies”. Deut. 8:4. A pesar del maná que caía del cielo y del milagro muy personal de la preservación de sus ropas, ellos no habían aprendido su lección. “Siempre yerran en sus corazones”, dijo Dios, “y no han conocido mis caminos”.

Verso 11. “No entrarán”. Dios los había soportado bastante. No podía hacer nada más por ellos. Ellos habían errado, no solamente en actos sino que “en su corazón”. Y así, en forma reacia, Dios juró, “no entrarán en mi descanso”.

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“Mi descanso”. La mayor ambición de Israel era la de entrar en la Tierra Prometida. Dios les había prometido descanso de sus enemigos; ellos estaban cansados de vagar por el desierto, y pensaban que su entrada en Canaán resolvería sus dificultades. Por lo tanto, y naturalmente, todas sus esperanzas estaban centradas en Canaán, su hogar prometido.

Pero Dios tenía más en mente para ellos que meramente entrar en la Tierra Prometida. Él quería que ellos entraran en Su descanso. Era una invitación comparable a aquella que hizo Cristo cuando dijo, “venid a Mi, todos vosotros que estáis sobrecargados, y Yo os daré descanso”. Mat. 11:28. Entrar en el país de Canaán nunca les daría el descanso que Dios tenía en mente. Su descanso es el descanso del alma, cuando la carga del pecado es alejada y el hombre es hecho libre. Era para este descanso que Él llamaba a Israel.

Pero Israel no respondió. Unos pocos, en verdad, entraron por la fe, pero la gran mayoría rehusó, y murieron en el desierto. Dios rechazó a esa generación; y de los miles que finalmente entraron en Canaán, solamente unos pocos entraron en el descanso de Dios.

Verso 12. El apóstol ahora aprovecha la ocasión para dar una advertencia, basado en el ejemplo de Israel. “Hacedme caso”, dice él, “que no haya en ninguno de vosotros un corazón malo de incredulidad”. Un “corazón malo de incredulidad” era el problema real de Israel en el desierto. Esa era la razón por la cual no entraron en el descanso de Dios. El peligro era el mismo en los días de Pablo, y no es menor en nuestro tiempo. A pesar de las lecciones del pasado, nosotros perdemos rápidamente la fe cuando no aparece la ayuda en el tiempo y de la manera en la cual nosotros pensamos que debe venir. En relación con esto, somos aun menos creyentes que ellos; porque hemos tenido las evidencias del poder y del cuidado de Dios, las cuales ellos no tuvieron. Nuestra falta de fe permanece en marcado contraste con la fidelidad de Cristo y de Moisés tal como está registrado en la primera parte de este capítulo.

Verso 13. “Exhortáos los unos a los otros día a día” (A.R.V.). Nosotros constantemente necesitamos que se nos recuerde la bondad de Dios y nuestro deber, caso contrario nos olvidaremos. Necesitamos sacarle ventaja a cada medio que Dios ha provisto para el crecimiento de la iglesia de Dios: periodos públicos de adoración, oración y meditación, estudio y comunión, adoración familiar, esfuerzo misionero, trabajo por los infortunados y abandonados, trabajo en los hospitales y en las prisiones, atención a las ordenanzas dentro de la casa de Dios, y cualquier otro medio que pueda animar a otros y fortalecer nuestra propia fe.

“El engaño del pecado”. Muchas personas están advertidas de la atracción y del efímero placer del pecado. A menudo aparece en forma muy atractiva, y los hombres son atraídos a la trampa. El engaño no siempre es aparente inmediatamente. El vino puede ser placentero al gusto y puede dar una sensación de hilaridad y deleite. Pero la reacción revela su engaño; y con arrepentimiento el hombre descubre la pérdida temporaria del autocontrol y de la sanidad. Otro pecado también puede ser atractivo y puede prometer mucho placer; y la autohipnosis puede durar por un momento. Pero así como un hombre siembra, así cosecha; y el despertar hacia la realidad de la cosecha, salud arruinada, un hogar destruido, desgracia, el desprecio de las personas que piensan correctamente, pérdida de amigos y posesiones, condenación de la consciencia, pérdida de la vida eterna, vienen como un terrible golpe. La autodestrucción parece ser para muchos la única solución, el medio más cobarde y egoísta de terminar con una vida de pecado, y traer aun más desgracia y pérdida a los queridos. Es bueno que seamos diariamente exhortados, para que no endurezcamos nuestros corazones a través del engaño del pecado.

Verso 14. “Participantes de Cristo” o “con Cristo”. No es en un futuro remoto que seremos hechos participantes con Cristo. La unión con Cristo aquí y ahora es la experiencia más preciosa, y el mayor logro posible para un cristiano.

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Este verso es paralelo con el verso 6, donde somos amonestados a mantener nuestra confianza y el regocijo de nuestra esperanza firmemente hasta el fin. En este lugar se nos dice que mantengamos firmemente no solamente nuestra confianza sino que “el comienzo de nuestra confianza”. Así como nuestra fe, confianza e intrepidez eran fuertes al comienzo, cuando estábamos en nuestro primer amor, así tenemos que continuar firmes. No debemos perder nuestro primer amor o nuestra primera confianza.

Estas amonestaciones fueron escritas para los miembros de la iglesia de Jerusalén, y es allí donde poseen su primera aplicación. Ellos compartieron con otros las cosas que tenían, y muchos dejaron todas sus posesiones terrestres a los pies de los apóstoles (Hechos 2:44-45; 4:32-35). Ellos esperaban que Cristo viniese luego.

Pero desde entonces han pasado muchos años, y aun no hay señales de la inmediata vuelta de Cristo. Él ha ido a prepararles un lugar. Pero, ¿por qué se ha demorado tanto? Moisés estuvo con Dios 40 días en el monte; pero Cristo ya se fue hace casi 40 años. Su fe se estaba desvaneciendo. Ellos necesitaban la amonestación para permanecer firmes; pero más que eso, ellos necesitaban tener un claro concepto de la obra de Cristo, de tal manera que no esperasen ociosa expectación, sino que cooperasen inteligentemente con Él en Su obra.

Israel no entró en el descanso de Dios aun cuando hayan entrado en Canaán, y en los días de Pablo, la iglesia en Jerusalén estaba en el mismo peligro. Era más que tiempo para despertar. Dios quería que Su iglesia entre por la fe con Cristo “dentro del velo; donde el precursor entró por nosotros, Jesús”. Heb. 6:19-20. Pero pocos fueron los que atendieron al llamado.

Verso 15. Este verso es una repetición del verso 8 haciendo un énfasis. Dios estaba ansioso que Israel no endureciese sus corazones. Esto podía ser hecho tal como el Faraón endureció su corazón en una final impenitencia; pero existen otros endurecimientos menores, los cuales, aun cuando no resulten inmediatamente en la pérdida del alma, sin embargo producen mucho daño, y tenemos que permanecer alertas contra ellos.

Es peligroso insensibilizar (endurecer) el corazón contra los llamados de ayuda al necesitado, al pobre, al abandonado. Algunos pueden pensar que no todo el dinero recolectado es usado sabiamente, y pueden restringir sus donaciones. Pero una actitud así, tiende a secar la leche de la bondad humana en nuestros propios corazones, y así aumenta el daño.

El constante contacto con la enfermedad y el sufrimiento poseen una tendencia a hacer con que las personas simpaticen menos de lo que debieran. Este es un peligro que nos amenaza a todos, especialmente a los médicos y a las enfermeras. Ellos saben que el sufrimiento es a menudo el resultado de alguna transgresión, y que el sufrimiento es meramente la cosecha de lo que fue sembrado. A menudo esto es verdad, pero ningún cristiano se puede permitirse, debido a esto, el matar o extinguir el impulso de simpatizar y tener cariño por alguien.

Algunos deciden que se van a controlar a sí mismos todo el tiempo, y bajo ninguna circunstancia comenzarán a llorar, ni tampoco exhibirán ningún entusiasmo especial o alegría. Ellos se están inhibiendo a sí mismos, y después de algún tiempo son incapaces de responder adecuadamente a aquello que normalmente efectuaría un llamado más profundo (o un sentimiento más profundo). Ellos se están engañando a sí mismos, y no están viviendo a la completa medida de sus capacidades. Se vuelven lentos (embotados) y son desinteresados cuando son mayores; los jóvenes no disfrutan de su compañía, y siempre son relegados a un asiento tranquilo en alguna esquina. La vida se les ha ido.

Existen aquellos que tratan de ser insensibles al hablar, en los derechos propios, en los hábitos personales. No necesitamos particularizar, pero los pequeños hábitos tienen la tendencia a endurecer permanentemente la conducta. Cuando Dios nos amonesta para que no endurezcamos nuestros corazones, Él se está refiriendo a algo más que al pecado final, imperdonable. Que cada uno se examine a sí mismo.

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Verso 16. “Algunos... provocaron”. De los prominentes que entraron en el país, Caleb y Josué son mencionados. (Num. 26:65). Otros, de menos prominencia, fueron Eleazar, el sacerdote, y Finees, su hijo (Josué 17:4; 22:13,31-32; Num. 25:7). Un estudio de los registros revela que otros de los sacerdotes también fueron fieles.

Verso 17-18. “Disgustado 40 años”. Desde el principio hasta el fin, Israel fue consistentemente desobediente. Cuarenta años los soportó Dios. Ellos estaban ansiosos para entrar en Canaán y descansar de vagar por el desierto, pero no estaban dispuestos a conformarse con las condiciones para entrar en el descanso de Dios. Finalmente Dios fue compelido a rechazarlos por no ser idóneos para entrar en el reino.

Verso 19. “Ellos no entraron debido a la incredulidad”. Aun cuando Dios había jurado que no entrarían, ello no fue un decreto arbitrario. Ellos simplemente no estaban capacitados para entrar: no podían entrar. Su incredulidad hacía eso completamente imposible.

Capítulo 4 del Libro de Hebreos: El Sábado

Sinopsis del Capítulo.-

Pablo estaba ansioso de que no se repitiese la experiencia de Israel con sus lectores. Así como Israel vagó 40 años en el desierto, así ahora también se habían pasado casi 40 años desde la ascensión de Cristo. El Israel del tiempo de Pablo no estaba más preparado para entrar en el descanso de Dios que el Israel del tiempo de Moisés. Los grandes eventos que Jesús había previsto eran inminentes: su gloriosa ciudad y el templo serían dejados en ruinas. Dios había esperado casi 40 años para que el pueblo se ajustase a sí mismo al nuevo orden; el nuevo pacto había sido ratificado por la sangre de Cristo; lo antiguo había sido descartado; y era tiempo que su símbolo, el templo, fuese descartado. Pero Israel aun se aferraba a las antiguas ceremonias. Había pasado una generación desde que el sacerdocio Aarónico de había vuelto ineficaz, pero los Judíos aun se adherían a él. De esa manera, ellos no habían “entrado”.

Para el apóstol el paralelo entre Israel en el tiempo de la ratificación del antiguo pacto y el Israel en el tiempo del establecimiento del nuevo pacto estaba claro, y también fatal. ¿Si Israel repetía el error de sus padres? Todas las indicaciones mostraban que así sería. Pero Dios no les permitiría que lo hicieran sin un apelo final para salvarlos de cometer este error fatal. Por lo tanto, Pablo les repitió la experiencia de Israel, y se las contó para que tuviesen cuidado, no fuese el caso que se quedasen cortos.

La falla de Israel en guardar el Sábado fue una de las causas principales para ser rechazados por Dios, como resulta evidente de una lectura del capítulo 20 de Ezequiel. Esto no fue a causa de su falla en guardar el día en sí mismo, sino que debido a su falla en entender lo que el Sábado simbolizaba, conversión, completa dedicación a Dios, santificación, descanso, amistad, santidad.

Hebreos 4:1-5. “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aun la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Pero los que hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré en mi ira, no entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día. Y otra vez en este lugar: si entrasen en mi reposo”.

El apóstol analiza el descanso de Dios en el cual Israel falló en entrar, y lo conecta con el Sábado del séptimo día. Esta referencia del Nuevo Testamento al Sábado de la creación y su íntima relación a la vida santa, hace de esta sección una notable contribución a la doctrina cristiana y a la santificación.

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No es meramente la cuestión de un día, sino de una vida, una vida de dedicación y santidad. Esta vida la rechazó Israel desde la antigüedad, y con ello también su señal de santificación, el Sábado. Existe peligro que los hombres hagan lo mismo hoy en día.

Verso 1. “Habiéndosenos dejado la promesa”. El tiempo presente aquí usado indica un continuo dejar a un lado, y también una presente y continua invitación y amonestación a entrar. La promesa había sido continuamente dejada a un lado, pero cada generación había rechazado la promesa, y así había terminado su prueba. La generación de Pablo iba a hacer lo mismo, pero mientras aun había tiempo, Dios haría aun un intento más. La puerta aun estaba abierta, y la promesa aun estaba siendo dejada a un lado, pero no había tiempo que perder. Estaban en peligro de no corresponder a ella, tal como lo había hecho el Israel de antaño. Esto Dios quería prevenirlo, si es que podía.

“Su descanso”. No es descanso en general, ni aun el descanso, sino el Suyo, el descanso de Dios. Sobre esto vamos a escuchar un poco más.

Verso 2. “El evangelio”. Las buenas nuevas. Esto nos fue predicado a nosotros, y les fue predicado a ellos. La lectura de este verso es interesante. No es, “sobre ellos fue predicado el evangelio así como a nosotros”, sino que lo inverso, “sobre nosotros fue predicado el evangelio, así como sobre ellos”. A través de tipos y ceremonias, en sacrificios y rituales, los padres recibieron el conocimiento del evangelio.

“No les aprovechó”. Ellos recibieron poco provecho de la predicación, debido a que la palabra no estaba “mezclada con fe”. Esto se hace más enfático cuando nosotros aprendemos que la lectura no es usando la palabra “predicó”, sino la palabra “escuchó”, o la palabra “de escuchar”: “La palabra de escuchar (margen) no les aprovechó, porque no estaba mezclada con fe”.

Esta declaración arroja una solemne responsabilidad sobre los predicadores, pero también sobre los oidores. El éxito en la predicación no depende solamente del que habla. Hasta puede, realmente, no depender en absoluto de él. Aun Cristo estuvo limitado por la receptividad de los oidores. “Él no hizo muchas obras poderosas debido a su incredulidad”. Mat. 13:58. Es posible que los oidores anulen completamente una predicación. Es bueno tener esto en mente. Existen veces cundo el púlpito es menos culpable que el banco de la iglesia.

Nosotros siempre estamos queriendo echarle la culpa al predicador debido a los exiguos resultados que produce la predicación. Este puede ser el lugar al cual pertenece la culpa, ya que hay tantos predicadores mediocres, hombres sin un mensaje vital para darle a otros, hombres que ni ellos mismos han sido tocados por la llama celestial, que predican en forma insípida, aburrida, discursos sin vida que fastidian tanto a Dios como a los hombres. Sin duda existen muchos hombres hoy en día que debieran estar predicando en vez de seguir el arado, pero hay una gran cantidad de predicadores que le harían un bien mayor a la humanidad si trabajasen en otra profesión, en vez de estar predicando.

Aun cuando esto es verdad, es igualmente verdad que la responsabilidad por los resultados insatisfactorios no siempre descansan sobre el ministro. Y es esta fase del problema que nuestro texto está tocando. Él coloca la culpa exactamente en los oidores. Ellos no mezclaron la fe con el oír. Ellos escucharon las palabras, tal vez, pero les faltó fe.

Noé persuadió solamente a siete personas para que fuesen con él dentro del arca. Eso fue realmente un pequeño resultado para ese tiempo. Pero pocos culparían a Noé, aun cuando no permanecería en la nómina si estuviese predicando hoy en día. Nosotros concebimos que esta amonestación de Pablo en relación a la predicación y al oír haría mucho bien si fuese atendida hoy en día. Ciertamente necesitamos mejores predicadores y más eficientes. Pero ciertamente necesitamos mejores oidores. Sería bueno para cada uno aplicar esto a sí mismo personalmente.

Verso 3. “Los que hemos creído entramos en el descanso”. El último verso en el capítulo tres afirma que Israel “no pudo entrar debido a su incredulidad”. Aquí el autor declara que “los que hemos

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creído entramos en el descanso”. Esto muestra que el descanso aun estaba disponible, porque en el exacto momento en que Pablo estaba escribiendo, algunos estaban entrando. Ellos no entraron debido a la incredulidad. Nosotros que hemos creído, de hecho entramos.

El descanso en que el creyente entra es aquí llamado el descanso en el original, no meramente descanso o un descanso. Es una infelicidad que el pronombre el, haya sido dejado a un lado, ya que apunta claramente para Su descanso en el verso 1, el cual es el descanso de Dios. El punto que el apóstol analiza, es que la puerta aun está abierta, y “nosotros que hemos creído entramos”, o mejor, estamos entrando. Dios no ha expulsado a Su pueblo. Como una prueba de esto, el apóstol dice que algunos están ahora entrando. Moisés no hizo entrar a Israel. Josué realmente hizo entrar a Israel a Canaán, pero no en el descanso de Dios. Dios, por lo tanto, ha hecho un llamado tras otro, a cada generación sucesiva. Aun en los tiempos de Pablo Su casa aun no estaba llena. Había espacio para que otros entren; y ellos entraron, ellos estaban entrando.

“Si ellos entrasen en mi descanso”. Esta es la misma construcción que en el capítulo 3, verso 11, donde dice “ellos no entrarán”. Es meramente una manera enfática de decir que alguna cosa no va a ser hecha; y donde sea que se encuentre esta declaración, como aquí en el verso 5, debe leerse, “ellos no entrarán”. Es confuso para el lector común, encontrar una expresión idéntica traducida de dos maneras diferentes.

El pensamiento en esta parte del verso 3 es por lo tanto esta: “Nosotros que hemos creído estamos entrando en el descanso de Dios. Pero de los otros que no creen, Dios ha jurado que no entrarán en su descanso”.

“Aun cuando las obras estuviesen terminadas”. Desde el mismo comienzo de la creación de este mundo, Dios tuvo en mente proveer descanso para Su pueblo. Esto es evidente del hecho que después de los seis días de la creación, Dios descansó e invitó a los hombres a descansar con Él. Dios no hizo a Adán y a Eva para imponerles meramente una vida de labor y de continuo trabajo. Por lo tanto, inmediatamente después del día en que los creó, en el segundo día de sus vidas, Él los convidó a descansar y a que pasen el día con Él. Ellos habían tenido un día de labor; ahí vino el día de descanso. En estos dos días ellos obtuvieron un completo sentido de la vida, tal como Dios la había planeado para ellos. Ahora ellos pudieron escoger inteligentemente y evaluar el maravilloso don de la vida que Dios les había dado. Dios les había dado una muestra de lo que Él les tenía reservado. Esto no fue hecho mil años después de la creación, sino que tan luego como “las obras estuvieron terminadas desde la fundación del mundo”.

Pablo usa aquí este hecho para probar que Dios desde el mismo comienzo tenía en mente proveer para Sus criaturas una vida plena, una vida completa, satisfactoria, una vida que combinaba en forma justa las proporciones del trabajo y del descanso. En su vagar por el desierto durante aquellos 40 años, ellos vieron muy pocas promesas de descanso. Años tras año caminaron, y aun estaban marchando. En Egipto poseían hogares, hecho moradas, donde ellos podían cuidar a sus hijos y vivir en comparativa paz, aun cuando ellos no tuviesen que trabajar duro. Ellos poseían sus ollas con carne y no eran dependientes del maná del cielo para su sustento. En conjunto, si comparaban su situación actual con aquella que tendrían en Egipto, estaba claro que Egipto poseía muchas ventajas sobre el desierto. Si esto era todo lo que Dios tenía para ofrecerles, entonces era mejor volver nuevamente a Egipto. Dios les había prometido un descanso, pero no había ningún descanso a la vista.

¿Por qué no les había permitido Dios entrar en la Tierra Prometida? Debido a que no estaban espiritualmente preparados. En el momento en que estuviesen listos, Dios los haría entrar, pero nunca antes. Su entrada dependía de su condición espiritual.

Este era el punto crítico de la situación. Dios les daría el descanso de andar vagando, descanso de sus enemigos, tan luego como ellos tuviesen descanso en sus almas. Se les había dado la seguridad, “mi presencia irá contigo, y yo te daré descanso”. Exo. 33:14. Este era el descanso al cual se refería Jesús cuando dijo, “venid a Mi, todos los que trabajáis y estáis sobrecargados, y Yo os daré descanso. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi; porque Yo soy manso y humilde de corazón; y encontraréis

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descanso para vuestras almas”. Mat. 11:28-29. Este era el llamado que llegó a Israel en el tiempo de la cautividad: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por los caminos antiguos, dónde está el buen camino, y caminad por él, y encontraréis descanso para vuestras almas. Pero ellos dicen, no caminaremos en ese camino”. Jer. 6:16.

“Descanso para vuestras almas”. Este era el descanso en el cual Dios quería traerlos, el descanso en el cual Dios estaba sumamente interesado y el pueblo no lo estaba. El pueblo estaba sumamente interesado en entrar en la tierra de Canaán y encontrar descanso de su vaguear. Pero la condición para este descanso era descansar en Dios, descanso para sus almas.

Continuamente venía el pensamiento a la mente de los hijos de Israel en el desierto: ¿nos llevará Dios alguna vez a la Tierra Prometida? Hemos estado en el desierto diez, veinte, treinta años, y estamos más lejos de Canaán que nunca. ¿Moriremos todos aquí? ¿Nunca entraremos? ¿Nunca obtendremos nuestro descanso?

Pablo está respondiendo estas preguntas en el verso que está delante de nosotros. Si, Dios te hará entrar. Él te dará descanso. Este, ciertamente, había sido el propósito de Dios desde el tiempo en que “las obras estaban terminadas desde la fundación del mundo”. Después que Él terminó Su obra, descansó. El descanso hacía tanta parte de Su programa como la obra. Entréguense vosotros mismos en las moldeadoras manos de Dios, y Él os dará descanso, descanso para vuestras almas, y descanso de vuestro vaguear.

Este argumento Pablo lo está aplicando a su propia generación. Los Judíos habían sido el pueblo escogido de Dios; pero, a pesar de eso, a ellos les parecía que habían sufrido más que cualquier otra nación. Era verdad que estaban en el país, pero ciertamente no habían tenido un descanso de sus enemigos. Y ahora una crisis se estaba aproximando. Sin duda ellos no sabían lo que nosotros sabemos ahora: que esa era su última oportunidad. Estaba a punto de hacerse efectivo el último llamado. ¿Le harían ellos caso al llamado de Jesús e irían a ir a Él para que pudiesen encontrar descanso para sus almas?

¿Pero no era demasiado tarde ahora? No, dice Pablo, algunos están entrando: “nosotros que hemos creído entramos”. Eso significaba que otros también podían entrar.

Versos 4-5. “El séptimo día”. El descanso del alma, en el cual Dios está vitalmente interesado, está íntimamente relacionado con el Sábado. Descanso en Dios significa unidad con Dios, una completa dedicación de todo el ser a Él, cada obstáculo debe ser removido para obtener una perfecta comunión. El descanso del alma significa una completa santificación, una entrega completa de todo al Maestro, una zambullida dentro de Dios.

De esta experiencia el Sábado es la señal. “Yo les di mis Sábados”, dice Dios, “para que sean una señal entre ellos, para que ellos sepan que Yo soy el Señor que los santifico”. Eze. 20:12. Él dice más aun, que “serán una señal entre Yo y ustedes, para que ustedes sepan que Yo soy el Señor vuestro Dios”. Verso 20.

En estos versos Dios combina la santificación y el Sábado, diciendo que este último es una señal de la primera. Estas son declaraciones que van juntas con aquellas del capítulo 56 de Isaías: “Bendito el hombre que hace esto, y el hijo del hombre que lo abraza; que guarda el Sábado para no contaminarlo, y que guarda su mano de hacer cualquier mal”. Isa. 56:2. A los “los eunucos que guardan mis Sábados, y escogen las cosas que me agradan, y abracen mi pacto”, Dios les dice, “Yo les daré lugar en Mi casa y dentro de mis muros y un nombre mejor que el de los hijos e hijas: Yo les daré un nombre eterno, que no perecerá”. Versos 4-5. Y para que no se piense que esto tenía una relación únicamente con los Judíos, Dios añade: “Los hijos de los extranjeros, que se unen al Señor, para servirle, y para amar el nombre del Señor, para ser sus siervos, todo aquel que guarde el Sábado de profanarlo, y abrace Mi pacto; aun a esos voy a traer a mi santo monte, y los llenaré de regocijo en mi casa de oración: sus ofrendas quemadas y sus sacrificios serán aceptados en mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” Versos 6-7.

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Todas estas declaraciones dejan claro que el Sábado está íntimamente relacionado con el verdadero cristianismo, con el descanso en Dios, con la santificación, tan íntimamente que Dios lo llama una señal de santificación.

Así como Dios descansó en el primer Sábado con los Suyos en el jardín del Edén, la perfección alcanzaba la vista de todo lo que se miraba. No había nada para herir o para destruir en toda la santa montaña de Dios. Y así como “Dios descansó el séptimo día de todas sus obras”, Él vio una creación terminada; todo el mundo unido alabándolo, y en todas partes había armonía y amor. El Sábado era el sello perfecto para toda esta ocasión, la perla de todos los días, el día para el cual los otros días habían tenido una preparación. Y así “en el séptimo día Dios terminó su obra que había hecho; y descansó en el séptimo día de toda su obra que había hecho. Y Dios bendijo el séptimo día, y lo santificó; porque en él descansó de toda su obra que Dios creó e hizo”. Gen. 2:2-3.

“Dios bendijo el séptimo día y lo santificó”, y “descansó en el séptimo día de todas sus obras”. Gen. 2:3; Heb. 4:4. Este día que Él santificó en el comienzo y sobre el cual Él descansó, se volvió la señal de la santificación, de la santidad, del descanso en Dios. Hebreos lo llama “su descanso”, “mi descanso”, “aquel descanso” (Heb. 3:18; 4:1,3,11).

Con esta base puede fácilmente ser entendido por qué Dios llamó la atención al séptimo día cuando habló de entrar en Su descanso, tal como está en el verso 4 delante de nosotros. El Sábado está tan íntimamente relacionado con el descanso en Dios, que santifica, que Él no podía hacer algo diferente.

“En este lugar nuevamente”. El autor está aquí repitiendo lo que Él dijo antes, que el desobediente no entrará. Es una afirmación de la declaración de Heb. 3:18, “¿A quiénes él juró que no entrarían en su descanso, sino a aquellos que no creyeron?”.

Hebreos 4:6-11. “Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva, no entraron a causa de la desobediencia, otra vez determina un día: hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Porque si Josué les hubiera dado reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia”.

No sabemos el número con el cual Dios decidirá que Su casa deba ser llenada. El mandamiento de Dios es “salir a los caminos y a los vallados, y compélelos a entrar, para que mi casa se llene”. Luc. 14:23. Su casa no estaba llena en los tiempos de Israel, porque “aquellos a quienes fue predicado al comienzo, no entraron, debido a su incredulidad”. Verso 6. No se llenó en el tiempo de David, porque sino “no habría hablado él después de otro día” en el cual debían entrar. Verso 8. No se llenó en los tiempos de los apóstoles, porque en ese caso no podría haber una invitación a trabajar “para que entren en mi descanso”. Verso 11. Es tan verdad ahora como entonces, que “permanece por eso un descanso para el pueblo de Dios”. Verso 9. Aun hay espacio, espacio para todos; pero la puerta no permanecerá abierta para siempre. En la parábola de las diez vírgenes las fatídicas palabras están registradas, “y la puerta se cerró”. Mat. 25:10.

Verso 6. “Falta que algunos entren en él”. Esto hace referencia al descanso de Dios, el verdadero descanso del alma. Tal como se dijo antes, aun cuando Israel entró en Canaán, pocos de ellos entraron en el descanso de Dios.

Pero algunos tienen que entrar. Dios tendrá Su casa llena. La incredulidad de los hombres puede hacer con que Dios cambie Sus métodos de trabajo, pero al final, el eterno plan de Dios será llevado adelante.

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Verso 7. “Él limitó cierto día”, o mejor, “apuntó”. Este día es “hoy, si escuchareis su voz”. En el original, “cierto día” y “hoy” están en aposición (figura por la cual se ponen dos substantivos en el mismo caso sin conjunción), “hoy” definiendo lo que se entiende por “cierto día”.

Verso 8. “Si Jesús les había dado descanso”. Es una infelicidad que la palabra “Jesús” sea usada, cuando debiera ser “Josué”, tal como se ve en el margen. A respecto de esto dice Alford, “nuestros traductores, al retener la expresión “Jesús” (la forma Griega de Josué) aquí, han introducido en la mente del lector inglés común, una total confusión. Fue hecho en violación a sus instrucciones, las cuales prescribían que todos los nombres propios serían colocados tal como se les encontraba normalmente”. El Nuevo Testamento para los Lectores Ingleses, Vol. 2, pág. 640.

El apóstol aquí enfrenta la objeción que surgiría en la mente de algunos, que aun cuando Moisés no llevó al pueblo hasta la Tierra Prometida, Josué sí lo hizo, y que por eso, el propósito de Dios se había cumplido cuando Josué condujo a Israel dentro de Canaán.

Pero este es justamente el punto que el apóstol afirma que no es lo que Dios tenía en mente. Tal como se dijo antes, no era suficiente que Israel entrase en el país. Dios quería que ellos entrasen en Su descanso. En el tiempo en que esta cita fue tomada del Salmo, y fue escrita, Israel ya estaba en Canaán, y había estado ahí muchos años; pero aun cuando ellos estuviesen en el país, no habían entrado en el descanso de Dios. Así, Dios hizo otro llamado, “en David”.

“Otro día”. Si Josué les había dado descanso, el intento de Dios se habría cumplido. Pero Josué no les dio descanso. Él meramente los introdujo en Canaán. Que Josué no les dio descanso está indicado en el “si”. “Si Josué les hubiese dado descanso”. Esta declaración prueba en forma conclusiva que Dios entiende por “descanso” algo más que simplemente entrar en Canaán; porque no hubo ningún “si” en relación a la entrada en Canaán. Ellos ya estaban ahí; y en los tiempos de David, cuando este Salmo fue escrito, ellos ya estaban ahí por varios cientos de años. Pero Josué no les dio descanso. Por lo tanto Dios los convidó a que entrasen hoy.

Verso 9. “Permanece por lo tanto un descanso para el pueblo de Dios”. La palabra Griega para “descanso” en este verso es diferente que la palabra “descanso” en los otros lugares. Aquí es sabbatismos, una palabra que deriva de Sábado, y que puede ser traducida “guardando el Sábado”, o “guarda del Sábado”. El texto por lo tanto se puede leer, “permanece por lo tanto una guarda del Sábado para el pueblo de Dios”.

“Permanece”. Ni Moisés ni Josué ni David tuvieron éxito en hacer entrar a Israel en el descanso de Dios. Por lo tanto permanece una guarda del Sábado, o como lo traduce Franz Delitzsch, “permanece por lo tanto un descanso Sabático para el pueblo de Dios”.

Explicando esto Delitzsch dice: “La promesa aun está abierta, su cumplimiento no se ha agotado: aun está reservada para el pueblo de Dios, aun es esperada por ellos, como una iglesia de creyentes, un sabbatismos, la guarda de un Sábado, el placer de un descanso Sabático. Así es y así será; porque el Sábado de Dios, el Creador, está destinado a ser el Sábado de toda la creación”. Comentario de la Epístola a los Hebreos, Vol. 1, pág. 197.

“Permanece” significa que ha sido dejado, restante, que no ha sido apropiado. Este es exactamente el significado aquí. No es un nuevo Sábado; es el mismo Sábado que en el Edén, como en los tiempos de Moisés, Josué y David, como en el tiempo de Jesús y de Pablo. Es el mismo Sábado que siempre ha sido y que permanece.

Farrar dice: “Desde que la palabra usada para “descanso” es aquí una palabra diferente a la usada en la parte anterior de la argumentación (sabbatismos) es una lástima que los traductores de la KJV, que consienten en tantas variaciones innecesarias, no introdujeron aquí un cambio necesario en la expresión. La palabra significa “un descanso Sabático”, y nos da una importante ligación para el argumento, apuntándonos el hecho de que “el descanso” el cual el autor tiene en vista es el descanso de Dios, un concepto mucho más elevado de descanso que cualquiera que Canaán pudiese tipificar. El

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Sábado, el cual en 2 Macabeos 15:1 es llamado “el Día de Descanso”, es un tipo más cercano al Cielo que Canaán”. La Epístola de Pablo a los Hebreos, pág. 68.

Verso 10. “Porque el que ha entrado en su reposo”. Este verso ha sido interpretado de dos maneras, dependiendo del significado del primer “el”. Algunos toman “el” como refiriéndose a Cristo, esto es, Él, Cristo, ha entrado en el descanso de Dios. Otros toman “el” como refiriéndose al hombre en general, de tal manera que el significado sería, “cualquiera que haya entrado en el descanso de Dios”. No existe nada en el contexto que muestre a quién se está refiriendo “el”. Por lo tanto se nos ha dejado que nosotros determinemos por nosotros mismos su significado.

Tal como se ha dicho antes, donde hay dos interpretaciones para un texto, y ninguna de las dos violenta a la sana exégesis, normalmente cada una de ellas posee algo de valor. Esto es verdad en la interpretación de “el” en este caso. Si por “el” debemos entender Cristo, entonces es verdad que Él entró en el descanso de Dios, y cesó de Sus labores, así como Dios cesó de las suyas. Ya sea si tomamos aquí el descanso de Dios como significando el descanso que es la herencia de los santos y en la cual ellos entraron después de la conversión, el mismo descanso al cual Dios le ha dirigido tantos llamados, como están registrados en esta sección de Hebreos, o si tomamos su significado como el descanso mencionado en el verso 4, donde “Dios descansó el séptimo día de todas Sus obras”, Cristo entró en un descanso así. (Mat. 11:28-29; Luc. 4:16).

Si por otro lado tomamos “el” como significando al hombre en general, la interpretación sería: “Cualquiera que entre en el descanso de Dios”, cualquiera que esté genuinamente convertido, también ha cesado de sus propias obras así como Dios lo hizo con las Suyas”. La palabra “cesó” es la misma palabra que es traducida por “descanso” o “descansó” en los otros casos donde ella ocurre en esta sección, tal como en el verso 4, “Dios descansó”, y es la misma palabra que es traducida por “descanso” en el verso que está ante nosotros; de tal manera que la lectura sería: “Aquel que ha entrado en el descanso de Dios, ese también ha descansado de sus propias obras así como Dios ha descansado de las Suyas”.

Si preguntamos cómo descansó Dios de Sus obras, encontramos la respuesta en el verso 4: “Dios descansó el séptimo día de todas sus obras”. Cuando incorporamos esta respuesta en la interpretación de nuestro texto, obtenemos el siguiente resultado: “aquel que ha entrado en el descanso de Dios, aquel que está realmente convertido, descansa en el séptimo día, tal como lo hizo Dios”. El Sábado es la señal de Dios de la santificación (Eze. 20:12). Pero una señal es de poco valor sin la realidad por la cual ella permanece. Cualquiera, por lo tanto, que guarde el santo Sábado, tiene él mismo que ser santo. Esto es lo mismo que descansar de, o cesar de, nuestras propias obras.

Podemos creer que Dios tiene un propósito al ligar el Sábado con la verdadera conversión y con la santificación. La historia de la desobediencia de Israel, tal como está registrada en el capítulo 20 de Ezequiel, revela claramente esa falla en guardar el santo Sábado y pesó grandemente en su rechazo por parte de Dios. Esto, sin embargo, tal como ha sido notado anteriormente, significa más que la guarda de un día. El día era importante, pero sin embargo era apenas la señal externa de una experiencia interna, una señal de santidad, una señal de santificación. Su falla en reconocer y observar el Sábado reveló un estado interior de rebelión, una falta de inclinación a obedecer a Dios, lo cual necesitó una purga de los rebeldes. (Eze. 20:38).

Muchos años, muchos siglos, soportó Dios a Israel. Y ahora, en los días de Pablo, justo antes de la destrucción de Jerusalén, Él hace un último apelo. Él vuelve a contar la historia de la falla de sus padres, les cuenta a los hijos por qué fallaron los padres, les cuenta a los hijos por qué los padres fallaron en entrar en el verdadero descanso de Dios, y los alerta a que no sigan en las pisadas de sus padres, sino que se vuelvan a Dios cuando aun estaban en el día que se llama hoy.

Este apelo, aun cuando fue dirigido a la iglesia apostólica, también es un apelo a todo cristiano nominal, dondequiera que se encuentre, para que se vuelva a Dios y entre en Su descanso. Es un apelo

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para una completa vuelta hacia la casa de Dios, una vuelta a Su descanso, un retorno al glorioso Sábado de Dios.

Verso 11. “Trabajemos entonces para entrar en ese descanso”. Seamos diligentes, deseosos, sinceros, en nuestros esfuerzos para entrar en el descanso de Dios.

“Bajo el mismo ejemplo”. Vaughan comenta esto: “Que nadie caiga (colocando sus pies) en la marca dejada por las pisadas de la generación del Exodo”. Ellos respetaron (hicieron cumplir, impusieron) la lección previamente impresa, de que hemos sido advertidos a no seguir las pisadas de aquellos que apenaron a Dios por su desobediencia.

Hebreos 4:12-16. “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta. Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para ayuda en el tiempo en que la necesitemos”.

Verso 12. “Palabra de Dios”. Cuando se dice que la Palabra de Dios es rápida y poderosa, la referencia específica es la de los escritos del Antiguo Testamento, ya que el Nuevo Testamento aun no había sido escrito y aun no hacía parte del canon. Esto enfatiza lo que se dice en el primer capítulo, de que fue Dios quien habló a través de los profetas de antaño.

Delitzsch traduce el verso 12 y 13 como sigue: “Porque la Palabra de Dios es llena de vida, y llena de energía, y más cortante que una espada de dos filos, y penetrante como para dividir en pedazos el alma y espíritu, así como las juntas y la médula, y para pasar juicio sobre los pensamientos e intentos del corazón. Y ninguna criatura se puede esconder de ella; sino que todas las cosas están desnudas y expuestas a los ojos de quien tenemos que dar cuentas”. Comentario de la Epístola de Hebreos, Vol. 1, pág. 202.

Existen aquellos que dicen que “la palabra de Dios” aquí significa Cristo personificado. Sin embargo, parece ser más natural referirse a la Palabra hablada y escrita de Dios, especialmente la última.

La Palabra de Dios no es un registro muerto del pasado, sino una fuerza viva, tal como lo indica la palabra “rápida”. Dios es el “Dios viviente”, y Su Palabra es la Palabra viviente. (Heb. 3:12). Aun cuando esto es verdad en la Palabra de Dios en general, aquí tiene una referencia específica de lo que justamente se ha dicho del descanso de Dios y de las advertencias para aquellos que “parezcan no haberlo alcanzado”. (Verso 1). A. T. Robertson, en Pinturas de la Palabra”, dice que esto es una referencia a lo que ha sido “citado acerca de la promesa de descanso y del descanso de Dios, pero real de cualquier palabra verdadera de Dios”. Vol. 5, pág. 363. El Comentario de Lange dice: “Es claro a partir del contexto que el pasaje es designado para justificar y hacer cumplir la advertencia anterior (verso 11), terminando enfáticamente y decididamente con su sugestivo “apeitheias” (incredulidad o desobediencia)”. Hebreos, pág. 93. Vincent, en Estudios de la Palabra”, tiene la misma opinión, colocándolo en estos términos: “El mensaje de Dios que promete el descanso e insta a buscarlo, no es un precepto muerto, formal, sino que instintivamente está lleno de energía viviente”. Vol. 4, pág. 426. Delitzsch es muy claro. Citando los versos 12 y 13, él comenta: “Podemos tomarlo como si estuviese garantizado, y como algo que no se puede negar, que la única conexión lógica de estos dos versos con los que les preceden, y con los que les siguen, es que ellos expresan la viva e inexorable energía de aquella palabra, que anteriormente trajo muerte sobre los contemporáneos de Moisés a través de su

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desobediencia a sus órdenes, así ahora impuso en la iglesia de Jesucristo el deber de una sincera lucha para alcanzar la prometida salvación”. Comentario de la Epístola de Hebreos, Vol. 1, pág. 202.

Cuando el autor por lo tanto dice que la Palabra de Dios es viva y activa, o enérgica, entendemos que esto es verdad de toda la Palabra de Dios, pero que aquí es citado para reforzar lo que se ha dicho del descanso de Dios y el castigo que le vino a aquellos que fueron desobedientes.

Es de esperar que los incrédulos se mofarían de Dios; ¿pero ahora cómo podemos ver a los así llamados cristianos tomando la Palabra y Sus mandamientos en forma liviana, y en particular el mandamiento del séptimo día? Es esta misma Palabra y mandamientos que aquí están siendo considerados, y los cuales el apóstol afirma que son vivos y activos. Dios sabía que algunos que irían a leer estas amonestaciones y advertencias, irían a despreciar los mandamientos como si fuesen letra muerta de la ley. Es por esos, y por todos, que Él afirma que el cuarto mandamiento aun está vivo y activo.

Esto también es el significado del primer “porque” en el verso 12. Estemos todos alertados, dice él, a no seguir los pasos del pueblo del Exodo, los cuales fueron desobedientes, porque la Palabra de Dios aun es viva y poderosa, y el mandamiento no está caduco. Ellos sufrieron debido a su desobediencia. La Palabra no es menos poderosa ahora que entonces.

Al hacer esta aplicación de estas palabras que estamos considerando, no estamos forzando este punto para apoyar nuestro punto de vista del Sábado y de la ley de Dios. De las citas colocadas se puede ver que no estamos solos en esta interpretación. De hecho, hacer con que estos versos muestren una teoría general y no hagan ninguna aplicación al asunto bajo análisis, parece ser completamente fuera de cualquier propósito (o razón). El autor ha traído ilustraciones de la experiencia de Israel para mostrar cómo ellos fallaron para entrar en el descanso de Dios; cómo fueron desobedientes y apenaron a Dios. Él ha ligado el descanso de Dios con el séptimo día, algo muy pertinente, ya que era la contaminación del Sábado lo que era una de las razones para el rechazo de Israel por parte de Dios, tal como está registrado en Ezequiel. Él le había suplicado a su pueblo para que no siguiesen el ejemplo del pueblo del desierto, sino que entrasen en el descanso de Dios, el cual aun es llamado hoy, recordándoles que aun hay una guarda del Sábado para el pueblo de Dios. Y ahora, a menos que las advertencias y amonestaciones no tengan ninguna aplicación presente, que el séptimo día Sábado sea una letra muerta, él nos recuerda que la Palabra es viva y activa, que es más afilada y cortante que una espada de dos filos, y que no es un requerimiento ceremonial ineficaz.

“Poderosa” es la traducción de la palabra griega energes, de donde nosotros derivamos la palabra inglesa (y castellana) “energía”. La Palabra de Dios es viva, viviente, así como Dios es vivo; y también es activo, poderoso, energético. Estas palabras casi siempre personalizan a la Palabra, y la dotan con características que normalmente asociamos con la personalidad. Nos recuerdan de los dos testigos en Apocalipsis 11, los cuales tenían poder para subir al cielo, los cuales podían transformar el agua en sangre y destruir la tierra con plagas (versos 13-16).

La Palabra no solamente es viva y energética, sino que más afilada que una espada de dos filos. Una espada afilada separa las juntas y la médula, y así lo hace la Palabra, cortando hasta lo más profundo de alma y del espíritu, y deja desnudos los pensamientos e intentos del corazón.

Así como un cirujano corta los tejidos humanos y decide lo que tiene que ser removido, así la Palabra de Dios juzga los pensamientos y motivos del corazón con precisión infalible. La palabra “discernir” en el original es un adjetivo verbal que junta las ideas de separar, discriminar, juzgar. Esto es lo que la Palabra hace con los motivos y pensamientos humanos. No solo actúa como juez de nuestras acciones, sino que deja al desnudo el motivo oculto que los hombres llegan a concebir.

Verso 13. Lo que ha sido predicado de la Palabra ahora es atribuido a Dios. El cuadro es notable y poderoso. Nada está oculto de Dios. Todo es como un libro abierto para Él. El alma está desnuda en Su presencia.

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Esta visión de Dios es aterrorizante, o confortadora, de acuerdo a la relación que los hombres tengan con el Juez de todo. El hipócrita, el impuro, el justo a sus propios ojos, tiembla al pensar en el ojo que todo lo ve de Dios. El que confía, el sincero y honesto, el alma caída y humilde se regocija en que Dios conozca y entienda todo. Ningún hombre puede engañar a Dios. Él pesa la acciones y los motivos de los hombres en las balanzas del santuario. Y Sus decisiones son justas.

Verso 14. “Un gran sumo sacerdote, que ha traspasado los cielos”. Mejor que “a través de los cielos”. Cristo es presentado aquí como estando a la “diestra de la Majestad en lo alto”. Heb. 1:3. Aquí Él es llamado “Jesús el Hijo de Dios”, una combinación de lo humano con lo divino, unidos con el título “Hijo”. Este texto es usado por algunos como prueba de la restauración a Cristo de todos los atributos que Él posee como Dios, de tal manera que en Su humanidad Él ahora ejerce todas las prerrogativas antes reservadas para la Divinidad.

“Retengamos”, suena tenazmente como a continuar reteniendo. “Profesión” significa confesión, fe, doctrina.

Verso 15. “Sumo Sacerdote”. El verso precedente menciona el “gran” sumo sacerdote. La grandeza de Cristo es el asunto de toda la epístola. Él es mayor que los ángeles, que Moisés, que Josué. Y ahora es presentado no solo como un apóstol y sumo sacerdote (capítulo 3:1), sino como un gran sumo sacerdote. ¿Es Él mayor que Aarón, el cual fue también un gran sacerdote? Esto es lo que el autor va a analizar luego. Mientras tanto, él nos asegura que aun cuando Jesús es grande, aun es uno que puede ser tocado con los sentimientos de nuestras enfermedades; porque Él fue tentado en todos los puntos así como lo somos nosotros, pero sin pecado.

Muy a menudo los hombres pierden el sentimiento de compañerismo que poseían antes de ser escogidos para un alto puesto o lugar. Así, el mayordomo jefe, cuando fue restaurado al favor real, se olvidó completamente de su compañero prisionero, aun cuando José había hecho amistad con él. (Génesis 40). Aun cuando esta es una falla común entre los seres humanos, se nos asegura que Jesús no es así; que Él no ha perdido Su contacto con nosotros, aun cuando esté sentado a la diestra de Dios.

“No pueda ser tocado con el sentimiento de nuestras enfermedades”. Esto no significa apenas que Cristo tiene sentimientos tiernos hacia nosotros, y se compadece de nosotros, sino que Él sufre con nosotros y es uno de nosotros en todas las cosas.

“Debilidades” sería una palabra mejor que “enfermedades”. Cristo sufre con nosotros así como nosotr0s sufrimos, pero Él sufre más. Muchas de nuestras dificultades son el resultado de enfermedades, no de una franca rebeldía o de una impía testarudez, sino una lamentable debilidad que nos hizo desistir en vez de resistir, y causó todo tipo de dificultades. Aun esta condición Cristo la entiende. Tal vez Él no esté dispuesto a excusarnos, pero podemos estar seguros que Él siente lo que nosotros sentimos y nos entiende; porque Él mismo fue tentado en todos los puntos así como lo somos nosotros, o tal como lo dice una traducción literal, “de una manera parecida”.

¿Estuvo Cristo alguna vez enfermo? Físicamente, si. Vaya con Él hasta el desierto, y allí Lo encontrará batallando hasta la muerte con lo malo, siendo que ya estaba debilitado por un ayuno de 40 días, Sus poderes corporales disminuyendo gradualmente a medida que aumentaban las tentaciones. Una persona en la fortaleza de la humanidad puede resistir mucho más que uno que está con el cuerpo debilitado. Cristo estaba debilitado físicamente hasta el punto del completo agotamiento, pero ni por un instante Él cedió. Nunca estuvo moralmente debilitado.

La debilidad puede ser comparativamente inocente, aun cuando a menudo es causada por el pecado. Pero que todos sepan que cualquiera que sea la condición, o la causa de la falla, Cristo la entiende. Él ha tenido tentaciones “de una manera parecida” a la nuestra, y Él posee el remedio.

La vida real es medida no por una secuencia de eventos, sino por una actitud para con los principios. “Aquel que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho”, es un principio de amplia aplicación. Luc. 16:10. No es necesario que un hombre sea tentado en el mismo punto o en todo detalle

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como otro hombre, para que sea capaz de entender y de simpatizar. Pero él debe enfrentar las tentaciones y pruebas que son típicas para la humanidad. Cristo hizo eso. El agudo reproche a Pedro, “¡quítate delante de mi, Satanás!”, es más revelador en relación a las tentaciones internas de Cristo, tal vez insospechadas por otros. (Mat. 16:23). Todo lo relacionado con Cristo da a entender el inusual conocimiento de los problemas de los hombres y una simpatía para entenderlos. Esto puede ser obtenido solamente a través de una identificación con las pruebas en todas las condiciones de la vida.

Verso 16. “El trono de la gracia”. Esta expresión en la terminología cristiana siempre ha estado íntimamente relacionada con la oración, y así con el trono de la misericordia. Fue en el trono de la misericordia que el sumo sacerdote le suplicaba a Dios por perdón en el Día de la Expiación. Somos invitados a ir ahí para encontrar gracia para ayuda en tiempos de necesidad.

Observaciones AdicionalesEl Descanso de Dios.-

Cuando Dios sacó a Israel de Egipto, le dijo a Moisés, “mi presencia irá contigo, y yo te daré descanso”. Exo. 33:14.

Para Moisés y para Israel estas fueron buenas nuevas. En aquel tiempo Israel estaba en el desierto, y no poseía un lugar fijo donde habitar. A medida que iban pasando los años y ellos aun estaban en el desierto lejos de Canaán, sus corazones ansiaban el descanso, el descanso que les vendría después que su vaguear terminase y que cada hombre pudiese sentarse bajo su propia viña y su propia higuera.

Este descanso, sin embargo, no se podía obtener simplemente entrando en el país. Los enemigos estaban ocupando Canaán; allí habían gigantes: los Amoritas, Amalequitas, Perezitas, Filisteos y otros. Aun cuando Israel entrase en Canaán, habían muchos años de guerra por delante. El simple hecho de cruzar el Jordán no les traería el descanso prometido.

En el plan de Dios, sin embargo, esto ya estaba provisto. Dijo Dios: “Porque mi Ángel irá delante de ti, y te llevará hasta los Amoritas, y los Hititas, y los Perezitas, y los Canaanitas, los Hibitas, y los Jebuseos; y yo los expulsaré... Yo les enviaré mi miedo delante de ellos, y destruiré todos los pueblos a quienes llegares; y yo haré con que todos tus enemigos te den las espaldas. Y yo enviaré avispones delante de ellos, los cuales expulsarán a los Hibitas, los Canaanitas y los Hititas, de delante de ti. No los expulsaré delante de ti en un año; para que el país no quede desolado, y las bestias del campo se multipliquen contra ti. De a poco los expulsaré de delante de ti, hasta que ustedes hayan crecido, y hereden el país”. Exo. 23:23-30.

Estas promesas fueron dadas bajo condiciones, “si obedeciereis realmente su voz, e hiciereis todo lo que dije; entonces yo seré un enemigo para tus enemigos, y un adversario para tus adversarios”. Verso 22.

Israel, sin embargo, estaba más interesado en entrar en la Tierra Prometida que en cumplir las condiciones para entrar. Pero ellos recordaron las promesas; las condiciones fueron olvidadas. Como resultado Dios permitió que ellos vagaran 40 años en el desierto, esperando que se encontrasen finalmente con ellos mismos, cumpliesen las condiciones, y entrasen. Pero aprendieron poco de su vaguear, y la mayoría de ellos murieron en el desierto y nunca vieron la Tierra Prometida.

A esta experiencia se refiere Hebreos, donde Dios dice que Israel no entrará en Su descanso. Él llama la atención al Sábado del séptimo día, y lo une con la rehusa de Israel para entrar en Su descanso, amonestándolos a no “caer bajo el mismo ejemplo de incredulidad”. Heb. 4:11. A medida que estudiamos la experiencia de Israel, se ve claramente que el Sábado estaba íntimamente ligado con la entrada de Israel en la Tierra Prometida, y que su falla en entrar fue grandemente causada por su contaminación del Sábado.

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El Verdadero Descanso de Dios.-

El descanso de Dios es una experiencia espiritual en la cual el alma entra después de la conversión. En el hombre no regenerado hay desasosiego y conflicto; y una consciencia mala hace de la vida una carga; el corazón se llena con pensamientos impíos; las ambiciones mundanas ejercen influencia; la envidia y el orgullo traen tristeza y pena; las impurezas dominan la mente; y el hombre está en guerra con sus compañeros, consigo mismo, y con su Dios. Entonces llega el bendito día de la entrega. El alma se arroja ella misma sobre la misericordia de Dios y es aceptado. Las cosas pasadas desaparecen, todas las cosas son hechas nuevas, y todas las cosas son de Dios. Él entra en un mundo nuevo, se vuelve un nuevo hombre, posee un nuevo nombre, es una persona diferente. Finalmente hay paz en su corazón, sus pecados son perdonados. Finalmente su alma descansa; ha encontrado a Dios. Se han ido las acusaciones de la consciencia; se han ido sus ambiciones impías, su envidia y orgullo, su amor por el mundo, su amor por el pecado. Él es una criatura completamente nueva. Ha entrado en el descanso de Dios. Ha atendido al llamado de Cristo, “venid a mi todos los que estáis trabajados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi; porque yo soy manos y humilde de corazón: y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y mi carga es liviana”. Mat. 11:28-30.

Este es el descanso que fue prometido a Israel cuando Dios le dijo a Moisés: “Mi presencia irá contigo, y yo te daré descanso”. Exo. 33:14. Era de este descanso que hablaba Jeremías cuando dijo, “paráos en los caminos, y ved, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y encontraréis descanso para vuestras almas. Pero ellos dijeron, no andaremos”. Jer. 6:16. Isaías dice, “El Señor te dará descanso de tus penas, y de tu miedo, y de la dura esclavitud en la cual te hicieron servir”. Isa. 14:3.

Este llamado a descansar ha sonado a través de todos los tiempos y aun está sonando. Muchos han atendido a ese llamado, pero muchos más lo han rechazado. Los llamados han sonado en todas las generaciones: “Ve por los caminos y por los vallados, y compélelos a entrar, para que mi casa se llene”. Luc. 14:23.

El escritor de Hebreos liga este descanso con el descanso de Dios en la creación cuando “las obras fueron terminadas desde la fundación del mundo... Y Dios descansó el séptimo día de todas sus obras”. Heb. 4:3-4. La conexión entre el descanso en el cual Dios invita al creyente y Su propio descanso en la creación, aunque cercano, puede no ser inmediatamente aparente; una pequeña reflexión, sin embargo, lo dejará claro.

Cuando Dios terminó Su trabajo de seis días en la creación, aquello que había sido planificado desde la eternidad, finalmente se hizo una expresión visible. La tierra estaba en pie en su prístina belleza, los ángeles regocijándose, los hijos de Dios gritaban de alegría, y las estrellas de la mañana cantaban todas juntas. Con cuánto asombro y maravilla miraron los ángeles el gradual desenlace de la sabiduría y el poder de Dios a medida que Él “hablaba y estaba hecho; Él mandaba, y prontamente estaba listo”. Vieron la luz infiltrarse en las tinieblas, y la belleza comenzó a tomar forma. Cuando, en el clímax, Dios tomó barro sin vida y de él formó al hombre; cuando del hombre tomó una costilla y la transformó en una mujer; cuando el hombre y la mujer se encontraron, siendo el uno el complemento perfecto del otro; cuando los ángeles entendieron que lo que había sido creado era por amor a los seres recientemente creados; cuando comenzaron a comprender a fondo, porque hasta ahí lo habían comprendido todo muy vagamente, que todo esto tenía una relación con el pecado, el cual había aparecido tan misteriosamente en el universo y el cual amenazaba con quebrar la armonía previa del cielo; cuando comprendieron que Dios en Su bondad había permitido que ellos testimoniasen la divina prerrogativa de la Divinidad, la creación de la vida, y que ellos mismos serían llamados a desempeñar una parte en el desarrollo del drama de la erradicación del pecado del universo, su alegría no conoció límites. Cristo, a través de quien Dios había hechos los mundos, había sido exaltado ante sus ojos (Heb. 1:2). Ellos lo habían visto crear; lo habían visto soplar el hálito de vida en una forma sin vida y crear un

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hombre a Su propia imagen, un candidato a la inmortalidad, capaz de alcanzar aun mayores alturas que aquellas que ellos mismos eran capaces de alcanzar. Era maravilloso su Dios, e igualmente maravilloso era Aquel a quien acababan de ver revelando el poder de la Divinidad.

El día que siguió a la creación del hombre fue el mayor de todos los días. Dios entendió, desde luego, lo que los ángeles vagamente habían entendido, y el hombre no había entendido nada, el significado y el costo de la creación. Él vio el futuro. Él conocía el pecado y los oscuros días que vendrían; pero Él también sabía que el supremo paso había sido dado, el cual concluiría con la completa vindicación de Dios y la limpieza final del pecado del universo. Él miró hacia delante al tiempo cuando un solo impulso se escucharía a través de toda la creación, una sola canción de armonía saldría de todas las lenguas, cuando la familia en el cielo y en la tierra unirían sus voces en alabanza a Él que se sienta en el trono y al Cordero.

El Primer Sábado.-

El primer Sábado en la tierra fue el clímax de la experiencia de la creación. Cuando la familia de Dios en el cielo y en la tierra se encontraron en aquel día en el Edén, todos obtuvieron un concepto más profundo de la belleza de la vida y lo que ésta puede representar. Dios, durante los seis días, dio una demostración de trabajo y actividad; ahora Él da una demostración de comunión, amor, vida social, adoración. Aquí estaba el día para el cual todos los demás días habían sido hechos, la corona, la gloria, la perla de todos los días. En este día Dios puso Su sello de aprobación. Él lo bendijo y lo santificó.

Cuando el primer Sábado llegó a la tierra, solamente Dios había trabajado durante los seis días precedentes. Los ángeles habían mirado maravillados y admirados, pero ellos no habían creado nada. El hombre había sido traído a la existencia en el sexto día. De tal manera que ni los ángeles ni el hombre habían trabajado seis días. Adán había apenas trabajado durante el día de su creación dándole nombres a todos los animales. Pero eso representó apenas una parte de ese día. En un sentido especial, por lo tanto, el primer Sábado en el Edén fue el Sábado de Dios, porque Él era el único que había trabajado seis días. Era Su santo día, Su día de descanso. De ahí, la fortaleza y la apropiación de la declaración bíblica: “El séptimo día es el Sábado del Señor”. Exo. 20:10. “Mi santo día”. Isa. 58:13. “Mi descanso”. Heb. 3:11; 4:3,5. “Su descanso”. Heb. 3:18; 4:1,10.

“En el séptimo día Dios terminó su obra”. Gen. 2:2. La palabra “terminó” no expresa exactamente el significado del original, el cual sería mejor traducido como “terminado”. Realmente, el verso precedente dice que “los cielos y la tierra fueron terminados”, y “terminado” es la misma palabra que es traducida como “terminó” en el verso siguiente.

Dios hizo más que meramente terminar Su trabajo en el séptimo día. Una persona puede parar su trabajo sin terminarlo. Dios no solamente paró Su trabajo, sino que lo terminó. Y lo terminó en el séptimo día. Si hubiese terminado Dios su trabajo en el sexto día, no habría habido un Sábado para la humanidad. Pero Dios incluyó el Sábado en la semana de la creación, y así hizo con que Su trabajo incluyese ambas cosas, el trabajo y el descanso. Habiendo trabajado seis días y habiendo descansado en el séptimo, Dios le dice al hombre, “Yo he trabajado seis días y he descansado en el séptimo; ahora tú trabajarás seis días y descansarás en el séptimo, porque el séptimo día es el Sábado del Señor”. Es notable que dos mil años después de la creación, Dios hablando del Sábado no dice que el séptimo día era el Sábado del Señor, sino que aun lo es. En esto coincide Cristo cuando afirma que el Hijo del hombre es, no era, Señor del Sábado.

El ideal de Dios para la vida perfecta, para la perfecta comunión, para el perfecto amor, alegría, y paz, encuentra su expresión en el primer Sábado en el Edén. Tal como lo hemos visto, en un sentido peculiar y distinto era Su Sábado. Su descanso. Que el primer Sábado dejó una profunda impresión en el propio Dios, lo podemos ver a través de la forma en que Él se refiere al Sábado más tarde. Cuando, por ejemplo, en Hebreos Él invita y apela a Israel a entrar en Su descanso, Él definitivamente apunta hacia a tras, al Sábado del Edén, para definir lo que Él quiere decir por Su descanso, declarando que

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“mi descanso” fue aquel en el cual Él entró cuando “las obras fueron terminadas desde la fundación del mundo”, y que entonces “Dios descansó en el séptimo día de todas sus obras”. Heb. 4:3-4. Si Dios hubiese querido significar apenas un descanso en general, Él lo habría dicho así. El hecho de que Él tome el séptimo día y mencione específicamente que ese es el día en el cual Él descansó en el comienzo, y que es “Su descanso” al cual Él convida a todos para que entren, es muy significativo. Y que esto está registrado en el Nuevo Testamento en Hebreos, más de 30 años después de la muerte de Cristo, es igualmente significativo. Los cristianos harían bien en ponderar esto.

Que la mente se detenga en este primer Sábado. Dios ha terminado Su obra y cuando Él la contempla, la encuentra “muy buena”. Dios dice esto de una manera muy modesta, porque la tierra y lo que Él ha hecho debe haber sido inmensamente bello. Así como Dios contempla a Sus criaturas; así como Él vio a Adán en su perfección de fortaleza y humanidad, y a Eva en su belleza; así como Él vio a los ángeles y a los hombres, hijos de Dios, querubines y serafines; así como vio “a toda la familia en el cielo y en la tierra” en una dulce comunión y compañerismo, Él vio la vida tal como Él dijo que es: ideal, pura, completa, satisfactoria. Y entonces, así como Él se devoró toda la escena, Él descansó y fue refrescado. (Exo. 31:17). El ideal y el clímax han sido alcanzados. De esto dice el profeta, “Él se regocijará sobre ti con alegría; él descansará en su amor; él se alegrará sobre ti con canto”. Sof. 3:17.

Adán nunca olvidó aquel primer Sábado. Mientras vivió, él le contó a sus hijos y a sus nietos hasta la séptima generación, la gloria de aquel primer Sábado. Y así como Adán no lo olvidó, así Dios tampoco lo olvidó. Está siempre fresca en Su mente el recuerdo de aquel glorioso primer Sábado. Los hombres pueden olvidarse del Sábado, pero Dios nunca lo hará. El Sábado permanece como un memorial de aquello que una vez fue y que nuevamente será.

El Sábado así se vuelve para Adán un símbolo de descanso con Dios, de perfecta comunión, de unidad con Dios. Fue el único mandamiento que Dios escogió para honrarlo uniendo al hombre en su observancia; o aun mejor, convidando al hombre a unirse a Él en su observancia. Es el único mandamiento que le fue comunicado al hombre no apenas a través de la ley, sino que también a través del ejemplo de Dios. Entre los diez mandamientos, permanece como único, como símbolo de la idea de Dios de perfección, de santidad, de descanso, de la existencia ideal con Dios.

Es esta idea del Sábado del séptimo día que se presenta en Hebreos para simbolizar el descanso de Dios. Desde la “fundación del mundo” Dios habló del séptimo día como Su descanso (Heb. 4:3-4). Es evidente a través de esta lectura, que Dios conecta el séptimo día, el séptimo día original “desde la fundación del mundo”, cuando Él había terminado Su obra, con entrar en Su descanso.

Existen tres caminos diferentes en el cual el “descanso” es usado en este capítulo. Primero, entrando en la tierra de Canaán, siendo que así lo entendía el pueblo de Israel. Segundo, descanso del pecado, descansando en Dios, teniendo Su paz en el corazón, descanso para el alma, verdadera conversión. Y tercero, el símbolo perfecto y señal del descanso, el Sábado, instituido por el propio Dios, el cual no es un nuevo Sábado o un nuevo Sábado, sino que el original séptimo día de la creación, el cual “permanece” y el cual Dios bendijo y santificó y se lo dio al hombre como una señal de santificación. (Eze. 20:12,20).

La Experiencia de Israel.-

Es interesante en esta conexión recordar que la experiencia de Israel con el Sábado, lo cual forma la base de las declaraciones de Dios en el cuarto capítulo de Hebreos. Esta historia revela claramente que el Sábado del séptimo día estaba íntimamente ligado con la entrada de Israel en Canaán, nos da un punto en la introducción del Sábado en el argumento en Hebreos, y es altamente significativo en vista de la advertencia de que no debemos “caer en el mismo ejemplo de incredulidad”. Heb. 4:11.

La historia está registrada en el capítulo 20 de Ezequiel, y debiera ser estudiado en esta conexión. Ezequiel vivió y profetizó en el tiempo de la invasión de Judea por Nabucodonosor, cerca del año 600 a.C. el rey de Babilonia ya había estado una vez en Jerusalén, y se había llevado a algunos de los Judíos

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a la cautividad, pero la ciudad y el templo habían sido salvados. Fue un tiempo incomún en el cual los Judíos se encontraron con el libro de Hebreos había sido escrito, y los romanos vinieron y finalmente destruyeron el templo.

En este tiempo crítico, algunos ancianos de Israel vinieron a inquirir del Señor, y se sentaron delante de Ezequiel, el profeta. (Eze. 20:1). El Señor prontamente les informó que Él no iría a responder sus preguntas. En vez de eso, Él era el que quería comunicarle algo al pueblo. “Hazles conocer las abominaciones de sus padres”, le dijo al profeta. Verso 4. Él entonces procedió a mostrarle Su experiencia con los padres, y cómo se habían rebelado contra Él y habían rechazado Su consejo. Él hizo esto con el propósito de mostrar que las calamidades que los habían asolado, eran el resultado de haberlo rechazado a Él, y que su única esperanza era volver a Dios.

Dios comienza diciendo que Él le dio a conocer a Israel en Egipto, cuando Él decidió llevarlos a la Tierra Prometida, una tierra donde fluía “leche y miel” (Verso 6). Él les pidió que lanzasen fuera sus ídolos y otras abominaciones., “pero ellos se rebelaron contra mi, y no quisieron obedecerme; no lanzó de sí cada uno las abominaciones de delante de sus ojos, ni tampoco abandonaron los ídolos de Egipto; entonces dije, derramaré mi furia sobre ellos, para llevar a cabo mi ira contra ellos en el medio de la tierra de Egipto”. Verso 8.

Dios por eso consideró dejarlos en Egipto y no liberarlos; pero en vez de hacer eso, Él fue misericordioso con ellos por amor de Su nombre, y los sacó de Egipto hacia el desierto. (Verso 10). Allí les habló desde el cielo y les dio estatutos y juicios, “por los cuales el hombre que las cumpliere vivirá. Y también les di mis Sábados, para que sean una señal entre yo y ellos, para que sepan que Yo soy el Señor que los santifico”. Versos 11-12.

Pero como se habían rebelado contra Dios en Egipto, así se rebelaron ahora en el desierto. “Ellos no caminaron en mis estatutos, y despreciaron mis juicios, por los cuales el hombre que las cumpliere vivirá; y mis Sábados profanaron grandemente”. Verso 13.

Dios considera nuevamente la posibilidad de terminar Sus relaciones con Israel “porque ellos despreciaron mis juicios, y no caminaron en mis estatutos, sino que contaminaron mis Sábados; porque sus corazones se fueron tras sus ídolos”. Verso 16. Pero nuevamente Él los preservó y no “terminó con ellos en el desierto”. Verso 17.

Israel vagó muchos años en el desierto, hasta que la mayor parte de la generación que dejó Egipto muriese. Dios entonces les habló a los hijos y les dio las mismas promesas que les había dado a sus padres, con la advertencia: “No andéis en los estatutos de vuestros padres, ni guardéis sus leyes, ni os contaminéis con sus ídolos; Yo soy el Señor vuestro Dios; andad en mis estatutos y guardad mis preceptos y ponedlos por obra; y santificad mis Sábados; y ellos serán una señal entre mi y vosotros, para que sepáis que yo soy el Señor vuestro Dios”. Versos 18-20.

Pero los hijos no lo hicieron mejor que sus padres. Ellos también se rebelaron contra Dios; “no anduvieron en mis estatutos, ni guardaron mis juicios para ponerlos por obra, por los cuales el hombre que los cumpliere vivirá; profanaron mis Sábados”. Verso 21.

Dios no podía hacer nada más por ellos. Él había probado tanto a los padres como a los hijos, y todos habían fallado. Por lo tanto, Dios decidió “esparcirlos entre los impíos, y dispersarlos entre las naciones; porque no ejecutaron mis juicios, sino que despreciaron mis estatutos, y profanaron mis Sábados, y sus ojos se fueron tras los ídolos de sus padres”. Versos 23-24.

Debido a estas experiencias, Dios le dijo a Ezequiel que le dijera a los ancianos que Él no aceptaría sus preguntas, porque ellos no abandonaron los pecados de sus padres. Sin embargo, Dios no los expulsó completamente. Si ellos atendiesen a Su voz, dijo Él, “os haré pasar bajo la vara, y os haré entrar bajo el vínculo del pacto; y apartaré de vosotros a los rebeldes y a los que transgreden contra mi”. Versos 37-38. Habiendo purgado a Su pueblo de los rebeldes, Dios dijo, nuevamente “os aceptaré, y allí demandaré vuestras ofrendas, y las primicias de vuestras oblaciones, con todas vuestras cosas santas. Os aceptaré como incienso agradable, cuando os haya sacado de entre los pueblos, y os haya

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congregado de entre las tierras en que estáis esparcidos; y seré santificado en vosotros ante los impíos”. Versos 40-41.

Como Israel no se arrepintió, Dios los amenazó con esparcirlos entre los impíos, y eso se cumplió parcialmente en los días de Ezequiel. Unos pocos años después de esta entrevista Nabucodonosor vino a Jerusalén por la última vez, destruyó la ciudad y el templo y se llevó al pueblo en cautividad. (2 Cron. 36:13,20). Dios les ha enviado en repetidas oportunidades mensajeros, pero ellos han “despreciado sus palabras, y han mal interpretado a sus profetas, hasta que la ira del Señor se levantó contra su pueblo, hasta que no hubo más remedio”. Verso 16.

¡No hubo más remedio! Espantosas palabras. Y así Israel estuvo cautivo en Babilonia. Pero Dios una vez más los restauró. Después de 70 años, se les permitió que volviesen, reconstruyeron el templo y la ciudad, y se les dio la última prueba. Pero nuevamente no lo hicieron mejor que antes. Así como sucedió antes, ellos “despreciaron sus palabras, y mal interpretaron sus profetas”, y como última esperanza, Dios les envió a Su propio Hijo. Es a este Cristo que se refiere la parábola de la viña.

“Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos. Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon. Envió de nuevo otros siervos, más que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera. Finalmente les envió su hijo, diciendo: tendrán respeto a mi hijo. Mas los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y le mataron. Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?”. Mat. 21:33-40.

Cuando los Judíos pronunciaron así su propia sentencia, Cristo lo confirmó diciendo: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él”. Verso 43.

Cuando Pablo escribió Hebreos, el clímax se estaba aproximando. El templo sería destruido por última vez, y nunca más sería reconstruido. El reino les sería quitado a los Judíos y les sería dado a otras naciones que les traerían los frutos. Se les estaba haciendo el último llamado a través del apelo de Pablo, después del cual “no habría remedio”.

Es esta larga historia de incredulidad y de desobediencia a la cual se hace referencia en los capítulos 3 y 4 de Hebreos. Con esto en mente queda claro el por qué el apóstol analiza el Sábado del séptimo día. Este es el mandamiento específico que es mencionado en la cuenta de los defectos de Israel, y también es la razón específica dada por Dios para rechazarlos y para que pudiese descargar Su ira contra ellos. Seis veces Dios enfatiza “mis Sábados” en el capítulo 20 de Ezequiel, lo cual nos muestra la importancia que Dios le asigna a la observancia del Sábado. (Eze. 20:12-13,16,20-21,24).

El Último Llamado a Israel.-

Podemos levantar la siguiente pregunta: ¿No eran los Judíos cuidadosos en la observancia del Sábado después de haber vuelto de la cautividad? A esto debemos responder que eran más que cuidadosos. Se fueron a tales extremos en el lado errado, que pervirtieron completamente los intentos de Dios relacionados con el Sábado.

En el tiempo de Cristo el Sábado entre los Judíos se había vuelto un yugo de esclavitud, una carga insoportable. En vez de ser una señal de santificación, se había vuelto una señal de intolerancia, de legalismo, de fariseismo, y de orgullo espiritual. Había perdido completamente su significado como símbolo del descanso de Dios, y se había vuelto un símbolo de su propia justicia.

Bajo estas circunstancias, ¿qué podía hacer Dios? Envió a Su Hijo para restaurarles el verdadero significado del Sábado y su observancia. Pero ellos rechazaron al Hijo y finalmente lo mataron. Bien podría preguntar Dios, casi en desesperación, cuando apela para su propio juicio: Y ahora, oh

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habitantes de Jerusalén, y hombres de Judá, juzguen, se los suplico, entre mi y mi viña. ¿Qué más podría haberle sido hecho a mi viña, que yo no le hubiere hecho?”. Isa. 5:3-4. Dios no podía hacer nada más.

Pero aun había un remanente en Jerusalén. Antes de la destrucción final de la ciudad y del templo, Él les envió un mensaje. Les llamó la atención a la historia de las fallas de sus padres y por qué Dios los había rechazado, enfatizando su negligencia para con el Sábado. Después los advirtió para que “no cayesen en el mismo ejemplo de incredulidad”. Heb. 4:11. Él les llamó específicamente la atención para con el Sábado del séptimo día, el Sábado de la creación, cuando “Dios descansó de todas Sus obras en el séptimo día”. Heb. 4:4. Esta declaración Él la conectó íntimamente con el llamado al arrepentimiento, asociando así el descanso al cual Él estaba llamando a Su pueblo, descanso en Dios, verdadera conversión, con el Sábado del séptimo día.

Este asunto del Sábado tal como es presentado en el libro de Hebreos es significativo en vista del hecho que Dios les quitó la viña a Israel y se la dio “a una nación que le trajese los frutos de él”. Mat. 21:43. Dios sabía que llegaría el tiempo cuando esta nueva “nación” iría aun más lejos que donde Judíos habían llegado, y rechazarían completamente el Sábado y traerían un sábado espurio, y tratarían de substituirlo por el propio día de Dios. Por esta razón, 40 años antes de la crucifixión, cuando el templo estaba para ser destruido y la nueva “nación” estaba a punto hacerse cargo, Dios les llamó la atención hacia Su Sábado, el Sábado del séptimo día, ligándolo con la verdadera conversión, y estableciendo así la guarda del Sábado con una base Neotestamentaria, una señal del nuevo nacimiento, de la verdadera santificación.

Dios está ahora reuniendo una compañía de hombres y mujeres que entrarán en una nueva relación de pacto con su Creador; Él está llamando, y ha llamado desde siempre, desde que el hombre dejó su hogar en el Edén, para que ellos vuelvan, para que el Edén pueda ser restaurado; Él los está llamando a entrar en el descanso preparado para ellos desde la fundación del mundo.

Este llamado para entrar en el descanso de Dios es nada menos que un llamado a la santidad, a la consagración, a la santificación. Sin santidad ningún hombre puede ver a Dios, y mucho menos morar con Él. Era evidente que Israel no pudo alcanzar el descanso de Dios cambiando meramente de residencia. Ellos necesitaban un cambio de corazón. Por esta razón Dios no pudo aceptar al pueblo desobediente y rebelde que salió de Egipto. Nosotros somos advertidos a no caer en el mismo ejemplo de desobediencia.

Capítulo 5 del Libro de Hebreos: Las Calificaciones de Cristo Como Sumo Sacerdote

Sinopsis del Capítulo.-

Para los Judíos, un sumo sacerdote gentil y compasivo era una novedad. En el tiempo de Cristo el sagrado oficio había caído a bajos niveles. La arrogancia, el orgullo, y una actitud de arrogancia eran comunes entre los líderes. La marca de los Fariseos, “este pueblo que no conoce la ley son malditos”, describe bien la estima que le tenían a las clases más bajas. Juan 7:49.

Cuando Pablo, por eso, puso compasión para el débil y errante como una de las calificaciones para el oficio de sumo sacerdote, debe haber hecho una profunda impresión en el pueblo; porque ellos necesitaban compasión y entendimiento, y el hecho de que Cristo tenía esas calificaciones los podía predisponer a favor del cambio de sacerdocio.

En el capítulo cinco el autor hace hincapié en Cristo como el sacerdote ideal. En Él, Israel tendría el deseo de sus corazones, y estarían asegurados de un sumo sacerdote compasivo y que no se dejaría corromper, el cual no sería suplantado en el tiempo por uno menos valioso.

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Hebreos 5:1-10. “Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad; y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto por sí mismo como también por el pueblo. Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec”.

Verso 1. Los sumo sacerdotes son tomados entre los hombres y ordenados para los hombres. (Exo. 28:1).

“Cosas pertenecientes a Dios”, hace referencia a todas las cosas en las cuales la relación del hombre toca a Dios, tales como el pecado, el perdón, la mediación, la oración, y el dar gracias.

“Ofrendas y sacrificios”. Se piensa que las ofrendas se refieren a las cosas que no tengan que ver con la sangre y los sacrificios con las cosas que tienen que ver con la sangre. Los sacerdotes no deben mandar sobre los hombres sino servirlos. Ellos no solamente tienen que aceptar las ofrendas y sacrificios sino que ofrecerlas.

Verso 2. “Compasión” significa sentir bondad hacia el que sufre. La palabra denota un temperamento impar, “la diferencia entre apasionado e indiferente”. Esta disposición la debe mantener el sacerdote en vista del hecho de que él mismo no es perfecto, y necesita de compasión.

“El ignorante”. Los hombres a menudo muestran contentamiento por el ignorante cuando necesitarían piedad. El sumo sacerdote no debe hacer acepción de personas. Debe tratarlas a todas igual. “Al ignorante, y... a aquellos que están fuera del camino”, al errante, los cuales son los pecadores ignorantes y los que yerran en asuntos menores.

Verso 3. “Debe ofrecer”. Tiene que hacerlo, está obligado a hacerlo, a ofrecer por sí mismo. Esto puede hacer con que él sea compasivo. Él no tiene que tener sentimientos de superioridad, sabiendo que él es un pecador así como los demás. Él es uno con el pueblo, y debe ofrecer por sus propios pecados, así como por los del pueblo.

Verso 4. Una consideración importante en el oficio de sumo sacerdote es el llamado. Este tiene que venir de Dios. Si un hombre recibe un llamado de Dios, él es divinamente preparado para ejercer las prerrogativas de su llamado, y los hombres tienen que darle su debido honor.

Verso 5. En el siglo anterior a Cristo, la selección de candidatos para el sumosacerdocio se volvió irregular, y no estaba más confinada a la casa de Aarón. Los hombres impíos buscaban el honor, y a menudo obtenían el oficio a través de los medios más deshonestos. Originalmente el oficio era para toda la vida, y descendía del padre hacia los hijos, pero ahora todo sumo sacerdote servía apenas un par de años, y entonces era desplazado para darle cabida a otro, el cual a su vez podía haber obtenido el oficio a través de soborno o aun a través de un asesinato. En los 125 años antes de Cristo hubo un total de 29 sumo sacerdotes. El sumo sacerdote sabio mantenía su oficio solamente hasta que conseguía llenar sus cofres. Continuar sirviendo lo exponía a ser removido por la violencia. Esta costumbre

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explica por qué habían varios sumo sacerdotes viviendo contemporáneamente en el tiempo de Cristo. Ellos habían renunciado o habían sido removidos por la fuerza para hacerle espacio a otros.

Condiciones como estas hacen más pertinente la declaración de que Cristo no se glorificó a Sí mismo para ser sumo sacerdote. “Es mi Padre el que me honra a mi”. Juan 8:54. Cristo no se escogió Él mismo. El Padre lo escogió.

Este hecho refuta el concepto que algunos tienen de que el Padre es un Maestro duro y cruel, no muy deseoso de perdonar, y que se le da un bledo por nada. Al contrario, Dios escogió a Cristo como mediador, indicando así Su interés en la salvación del hombre. “Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo, no imputándoles sus transgresiones sobre ellos; y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”. 2 Cor. 5:19.

Las siguientes citas enfatizan el hecho de que Cristo no se escogió a Sí mismo como sumo sacerdote, y también que “el ejercicio de eso esperó hasta la ascensión”, la cual fue la coronación:

“Cuando Jesús se levantó como las primicias de los muertos, Él estaba totalmente constituido el administrador sumosacerdotal del ‘pacto eterno’. Cuando Él ascendió a la diestra de Dios, Él se vistió a Sí mismo ‘con honor y majestad’ y entró a Su administración”. Comentario de Bishop, observación a Heb. 5:6.

“La resurrección fue la virtual investidura de Cristo con el sumosacerdocio. El ejercicio de ello esperó por la ascensión, la cual fue para con la resurrección como la coronación es para con la ascensión de un soberano”. C. J. Vaughn, La Epístola a los Hebreos, pág. 92.

Verso 6. Las dos citas en las cuales Dios declara que Cristo es el Hijo y también Sumo Sacerdote, son del Salmo 2:7 y 110:4. La primera cita el hecho de que Cristo es el Hijo de Dios, y la segunda lo apunta como Sumo Sacerdote.

Cristo, como el Hijo de Dios, posee el derecho de acercarse al Padre. Aun como el Hijo del hombre, siendo perfecto, no se Le puede negar el acceso. Pero Él esperó el ser escogido por el Padre, y no se glorificó a Sí mismo asumiendo el oficio que podría haber reclamado como siendo Su derecho. Es significativo de que fue Cristo, el ungido, el que tuvo derecho al oficio, el que no se glorificó a Sí mismo. (Heb. 5:5). Por otro lado, el Padre “glorificó a Su Hijo Jesús, el Hijo del hombre, como mediador. (Hechos 3:13).

Verso 7. Esta es una clara diferencia al Getsemaní. Fue allí que Él “ofreció oraciones y súplicas con gran llanto y lágrimas”, aun cuando la experiencia en la cruz tuvo que ser adicionada a esto. (Mat. 26:36-44; Luc. 22:39-44; Mar. 14:32-41; Mat. 27:46; Mar. 15:34; Luc. 23:46).

“Fue oído”. Esta declaración ha ocasionado alguna dificultad debido al hecho de que Cristo no fue salvo de la muerte, y así pareciera que Su oración no fue escuchada.

Este texto no dice que Cristo pidió para ser salvo de la muerte, sino que solamente que Él oró a Aquel que es capaz de salvarlo a Él de la muerte, y el recuento en los evangelios paralelos claramente declaran que Cristo oró para que “si fuese posible, la hora pasase de Él”. Mar. 14:35. En Mateo Él es citado orando, “Oh mi Padre, si esta copa no puede ser alejada de mi, a menos que Yo la beba, que sea hecha tu voluntad”. Mat. 26:42. Estas declaraciones solamente pueden ser entendidas a la luz del deseo de Cristo de no pasar por la muerte, si fuese posible y fuese consistente con la voluntad de Dios. ¿Cómo, entonces, se puede decir que Él fue escuchado, cuando Su petición no fue garantizada?

Si Cristo en Su oración hubiese pedido perentoriamente ser salvo de la muerte, entonces deberíamos admitir que Su solicitación fue negada. Pero Cristo no pidió esto. Cuando Él adicionó las palabras de sumisión, “que sea hecha tu voluntad”, Él le aclaró el camino a Dios para que hiciese lo que fuese mejor, y se comprometió a Sí mismo a aceptar la decisión de Dios. Como la voluntad de Cristo también era la voluntad de Dios, sea lo que fuese lo que Dios decidiese, también estaría de acuerdo con la decisión de Cristo. En este sentido el fue escuchado, y en este sentido toda oración es escuchada y asciende a Dios en sumisión a Su voluntad.

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Nosotros a menudo lo hacemos innecesariamente más difícil, para que Dios escuche nos escuche, debido a nuestras oraciones no sabias. El alfarero, un buen hombre, ora para que salga el sol y se caliente el tiempo para que puedan secarse los potes. El agricultor, un buen hombre, ora por lluvia para que pueda obtener una buena cosecha. Cuatro marineros que están viajando a la vela en cuatro direcciones diferentes, todos oran por un viento favorable. Es casi imposible para Dios atenderlos a todos, y a Él le gustaría que los hombres aprendiesen a orar como Cristo lo hizo. “Si envío lluvia”, dice Dios, “mi buen alfarero va a pensar que yo no he escuchado sus oraciones; si envío tiempo seco, entonces mi buen agricultor pensará que lo he olvidado. Y en relación a mis marineros, tengo la misma dificultad. Si tan solo ellos pensasen un poco más en este asunto, sabrían que yo no puedo agradarlos a todos. Me gustaría tanto que ellos tuviesen esto en mente y me diesen una salida libre”.

Qué cosa maravillosa sería si todos pudiésemos aprender esta lección. Como cristianos deberíamos saber que no somos sabios, que algunas cosas que nosotros deseamos mucho, pueden no ser para nuestro bien, y debiéramos poseer suficiente fe en Dios como para decir, “Señor, yo realmente deseo mucho esto, y me parece que debe ser placentero para Ti el dármelo. Sin embargo, he aprendido que hay cosas que yo deseo que pueden no ser buenas para mi. Pero yo tengo fe en Ti, Señor. Tú sabes lo que es mejor. Yo dejo este asunto contigo. Tú sabes el fin desde el comienzo. Entonces, Señor, que sea hecha Tu voluntad”.

Que ningún cristiano piense que esta oración no es oída. Cada oración sincera es oída, aun cuando no sea respondida favorablemente. “No” es una respuesta tan definitiva como “Si”; pero a menudo la respuesta no es ni “si” ni “no”, sino “espera”. Dios puede ser reacio a decir no, tal vez, y está esperando que nosotros nos ajustemos a nosotros mismos de tal manera que pasemos a orar, “que sea hecha Tu voluntad”. En el momento que actuemos así, Dios está liberado y auxilia. Ahora Él puede hacer lo que tiene que ser hecho, y posee nuestra cooperación. La sumisión a la voluntad de Dios es el gran secreto de la oración efectiva.

Existe otro punto de vista de la oración de Cristo en el Getsemaní, la cual, para nuestras mentes, explica mejor tanto la agonía de Cristo en el jardín y la declaración de que Su oración fue escuchada. Está inherente en la respuesta a la pregunta, “¿por qué fue que Cristo oró realmente?”. ¿Fue para ser salvo de la muerte temporal, o fue debido al asunto mayor, que era la separación del Padre, tal como es sugerido en Su desesperado llanto en la cruz, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”. Mar. 15:34. Nosotros creemos que debe ser la última.

Cristo previó y predijo Su muerte. Él había contado con ese costo. Escúchelo decir, “mi alma está ahora turbada; ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora; pero a causa de esto vine hasta esta hora”. Juan 12:27. En vista de esta declaración, está claro que algo más estaba envuelto en Su oración en el jardín que la salvación de la muerte temporal. Para esa misma hora Él había venido. Lo que Él quería no era la salvación de la muerte, sino la victoria sobre la muerte, la seguridad de una resurrección, la seguridad de que la separación del Padre no sería eterna. Y en eso Él fue escuchado.

Este punto de vista encuentra una confirmación en el hecho de que en el Griego “salvar... de la muerte” es literalmente “salvar fuera de la muerte”. Aun cuando a menudo es traducida apenas como de, aquí parece estar más de acuerdo con fuera de. Esto entonces no significaría que Cristo oró para ser salvo de la muerte, (Él esperó descender a las tinieblas), sino que Él oró para ser salvo fuera de ella. Bajo este punto de vista no hay ninguna dificultad con Juan 12:27, el cual de otra manera parece inexplicable.

“En lo cual él temió”. El significado es, “debido a que él temió”. Temer significa aquí temor reverente, el temor de Dios, piedad. De tal manera que es traducido de diversas maneras, “por su piedad”, “debido a que temió a Dios”, “por su reverencia”, debido a que tenía a Dios en honra”. El significado es que Cristo fue escuchado debido a Su vida de piedad, debido a que Él temió y reverenció a Dios.

Este verso, tomado en conexión con el verso 3, ha sido la base de la idea de que Cristo se identificó tanto a Sí mismo con la humanidad, que se hizo necesario que Él, “tanto para el pueblo como

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para Él mismo, ofrendase por los pecados”. El sumo sacerdote de la antigüedad así lo hacía, ya que no podía ofrecer por otros si antes no había ofrecido por sí mismo. Ya que nadie duda que Cristo de ninguna manera pecó, surge la pregunta entonces en qué grado Cristo se hizo uno con nosotros. ¿Fue Él hecho pecado a tal punto que fue tratado como un pecador, y necesitó dar los pasos que un pecador tiene que dar? ¿Los pecados que Él cargó se transformaron en Sus pecados? El sumo sacerdote ofrecía por sí mismo, y aquí Cristo es presentado como orando por Sí mismo para ser salvo de la muerte, o fuera de la muerte. ¿Es el paralelo aquí presentado motivo de un estudio reverente?

No estamos tratando de obtener una solución, porque muchos factores están envueltos, los cuales no pueden ser analizados adecuadamente aquí. Nos gustaría decirle al lector interesado que lea el capítulo del “Getsemaní” en el Deseado de Todas las Gentes, donde encontrará muchas cosas valiosas en relación a esta pregunta. Alertamos al lector, sin embargo, a reservar su decisión hasta que esté en posesión de todos los hechos disponibles.

En cualquier evento, todos concuerdan en que nada se le puede imputar a Cristo que lo pueda detractar de Su dignidad como Hijo de Dios y como el sin pecado. Si lo encontramos orando para ser salvo de la muerte, tenemos que encontrar la base de su oración en algo más profundo que el temor que miles y millones de mártires han aclamado alegremente. Tenemos que ser capaces de evaluar declaraciones como estas: “Cristo estaba ahora en una posición diferente de la que nunca antes había estado... Como substituto y seguridad del hombre pecador, Cristo estaba sufriendo bajo la justicia divina. Él vio lo que significaba la justicia. Hasta ahora Él había sido un intercesor para otros; ahora ansiaba tener un intercesor para Sí mismo”. DTG:637.

Verso 8. “Aprendió obediencia”. Cristo había sido siempre obediente, y no necesitaba aprender nuevamente eso. Aun cuando aquí se dice que Él aprendió a través del sufrimiento. Hasta ahora no había sido una cuestión de sufrimiento para Cristo el ser obediente; pero en Su vida terrena encontró cada mes más dificultades y sufrimiento concurrente en adherir al padrón divino. La obediencia le estaba siendo costosa a Él. Le significaba el Getsemaní y el Gólgota. (Fil. 2:8). Era el camino más duro para aprender obediencia, pero Él no retrocedió.

Que Cristo sabía el costo de la obediencia es sugerido cuando Él dice, “piensas tu que no puedo ahora orar a mi Padre, y él me daría ahora más de doce legiones de ángeles?”. Mat. 26:53.

Verso 9. “Siendo hecho perfecto”, o “habiendo sido hecho perfecto”, o “perfeccionado”. Esto presenta el concepto de haber alcanzado el objetivo. Esta meta fue alcanzada cuando Él “se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Fil. 2:8. Él había demostrado Su obediencia hasta el punto de llegar a la muerte, y fue perfeccionado. Él podía ahora pedirnos que fuésemos igualmente obedientes; y así Él se volvió el autor, o causa, de eterna salvación para todos aquellos que Le obedecen. Habiendo aprendido Él mismo el costo de la obediencia, Él tiene el derecho a pedirle a otros a andar donde Él ya nos ha mostrado el camino.

Verso 10. “Llamado” es una palabra diferente, en el original, de la palabra traducida como “llamado” en el verso 4. En el cuarto verso tiene el simple significado de ser llamado o escogido para un oficio. En el verso 10 significa “nombrado” o “direccionado” o “saludado”, como en reconocimiento de una posición merecida o un título de honor. La aplicación es la de Cristo tomando Su posición a la diestra de Dios y siendo formalmente direccionado por Dios como sumo sacerdote. Es el reconocimiento del Padre de la posición que Cristo ha merecido. Dios expresa aprobación del nuevo ministerio en el cual Cristo de aquí en adelante va a servir.

“Orden”. La palabra Griega para “orden” es definida como “disposición regular; sucesión fija (o categoría o carácter); dignidad oficial”.

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Hebreos 5:11-14. “Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”.

Estos versos contienen una exhortación a expulsar la tardanza que aflige a los creyentes y hacen imposible que el autor haga por ellos todo lo que quiere.

Verso 11. “Acerca” (de quien), tanto de Melquisedec como de Cristo. Pablo entiende la dificultad de su asunto, porque para entender el mismo se necesita percepción espiritual. Es evidente que él está bien familiarizado con sus lectores, o no hablaría para ellos y de ellos tal como lo hace. Ellos son “lentos para escuchar”, y esto hace difícil para que presente su asunto. Su dificultad es doble: un asunto difícil y oidores lentos.

Verso 12. “Debiendo ser maestros”. Estos no eran nuevos conversos, o entonces esto no sería verdadero. Pero ellos aparentemente no habían ido tan lejos ni tan rápido como era su privilegio.

“Vuelva a enseñar”. Ellos ya habían sido enseñados antes, pero habían olvidado sus lecciones, o necesitaban ser enseñados nuevamente. Lo que habían olvidado eran “los primeros principios de los oráculos de Dios”.

Los oidores de Pablo no son los únicos culpables de lentitud. Muchos hoy en día se creen profesores cuando aun están necesitando ser enseñados. Tanto los viejos como los jóvenes desperdician tiempo en aquello que no es esencial, fallan en mejorar sus oportunidades, y tienen que aprender nuevamente los primeros principios del cristianismo, cuando en este tiempo ya debieran ser profesores. Esta es una condición lamentables.

“Leche”, “comida fuerte”. Pablo está queriendo que la iglesia trabaje. Él no está haciendo de la Palabra una luz llamándola leche; él no la está menospreciando de ninguna manera. Pero se siente constreñido a decir que ellos se sienten satisfechos con comida muy liviana. A esas alturas ellos debieran estar capacitados para digerir comida fuerte, pero en vez de eso están satisfechos con comida para guaguas. Existe, en verdad, una “leche sincera de la palabra”, pero para “guaguas recién nacidas”, y debe dárseles para que “crezcan con ella”. 1 Pedro 2:2. Un bebé es algo maravilloso, pero un bebé de 60 años no lo es. Alguien así necesita ser destetado, y masticar y asimilar su propia comida, y no depender de otros para que se la den. Aun hoy en día existen aquellos que dependen casi completamente del predicador para sostenerse espiritualmente, y que rehuyen todo aquello que requiera estudio de su parte. Ellos se glorían “en la leche sincera de la palabra”, y son como bebés en brazos, que deben ser cuidados y llevados. Dios quiere que todos nosotros crezcamos hasta la completa estatura de la humanidad en Cristo, y “de ahí en adelante que no seamos más niños, yendo de aquí para allá, y llevados por cualquier viento de doctrina”. Efe. 4:14. Él quiere que crezcamos “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe, y del conocimiento del Hijo de Dios, hasta el hombre perfecto, hasta la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Efe. 4:13.

Verso 13. “Inexperto”. “Él es un niño”. Así como los hombres se vuelven experientes en alguna ocupación o profesión, así quiere Dios que nosotros nos volvamos experimentados en el uso de la Palabra. La palabra bebé es normalmente usada como un término atractivo, pero aquí es un término de reproche. Aquí se aplica a los laicos, pero tememos que en algunos casos se puede aplicar también a los ministros; por lo menos en cuanto a lo que son en contraste con lo que podrían ser y deben ser. Pero que cada uno aplique esto a sí mismo.

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Verso 14. El autor evidentemente está preparando a sus lectores para darles un consejo bien serio. Él habla de comida fuerte y les dice que esto es para hombres hechos y derechos, a quienes él define como siendo aquellos que “a través del uso de la razón han ejercitado sus sentidos para discernir tanto el bien como el mal”.

Esta exhortación fue destinada a despertar a los miembros de la iglesia a un grado de interés más profundo, en el cual el apóstol le gustaría que ellos estuviesen. Él piensa que ha llegado el tiempo para que la iglesia de un paso hacia delante, abandone sus hábitos infantiles, y se vuelva adulta. A los niños se los puede mantener interesados con cualquier juguete o algún incentivo. Los adultos debieran haber crecido de tal manera, que ya hayan dejado todas las infantilidades y todas las cosas propias y los métodos de los juveniles y adolescentes, y como hombres, llevar a cabo el trabajo que se les ha encomendado. Las amonestaciones de Pablo son verdad presente.

Observaciones Adicionales

La Sra. Ellen G. White y el Estudio de la Biblia.-

El capítulo cinco de Hebreos termina con una reprensión a la iglesia por no ser más diligente en su estudio de las Escrituras. Ellos habían tenido suficiente experiencia, de tal manera que Pablo pudo decir que a esta altura “debían ser profesores”, pero en vez de eso “estáis necesitando que se os enseñe nuevamente cuáles son los primeros principios de los oráculos de Dios”. Heb. 5:12.

En vista de esta reprensión, la cual no dudamos que puede ser aplicada antes y ahora, sería muy bueno que la leyésemos nuevamente las advertencias y amonestaciones enviadas a nosotros para animarnos a tener mayor fidelidad en el estudio de la Biblia.

De Rodillas Dobladas.-

“La ignorancia no excusará ni al joven ni al adulto, ni los librará de las puniciones debidas a la transgresión de la ley de Dios, porque está en sus manos una presentación fiel de esa ley y de sus principios y de sus reclamos. No es suficiente tener buenas intenciones; no es suficiente hacer lo que un hombre cree que es justo, o lo que el ministro les dice que es justo. La salvación de sus almas está en juego, y ellos debieran buscar las Escrituras por sí mismos. Aun cuando sean fuertes sus convicciones, aun cuando su confianza sea muy grande en lo que dice el ministro dice que es la verdad, esta no debe ser su base. Él posee un plano que le muestra todas las señales del camino hacia el cielo, y él no debe confiar en ninguna otra cosa, sino en saber qué es la verdad. Él debe buscar en las Escrituras con las rodillas dobladas; en la mañana, en la tarde y en la noche, las oraciones debieran ascender desde los lugares secretos, y una continua oración debiera elevarse de sus corazones, para que Dios los guíe a toda la verdad”. Bible Echo, Mayo de 1886.

“Que todos traten de comprender, en la máxima amplitud de sus facultades, el significado de la Palabra de Dios. La mera lectura superficial de la Palabra traerá poco beneficio, porque cada declaración hecha en las páginas sagradas requiere un estudio cuidadoso. Es verdad que ciertos pasajes no requieren tan diligente concentración como otros, pues su significado es más evidente. Pero el estudiante de la Palabra de Dios debe tratar de comprender la relación que existe entre un pasaje y otro, hasta que la cadena de la verdad se revele a su vista. Como las venas del precioso metal se encuentran ocultas debajo de la superficie de la Tierra, así las riquezas espirituales están escondidas en el texto de las Sagradas Escrituras, y es necesario un esfuerzo mental y una devota atención para descubrir el significado oculto de la Palabra de Dios. Que todo estudiante que aprecia el tesoro celestial aplique al máximo sus facultades mentales y espirituales, y cave bien hondo en la mina de la verdad, para que

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pueda obtener el oro celestial, la sabiduría que lo vuelva sabio para la salvación”. Fundamentos de la Educación Cristiana:169-170.

“La Biblia contiene todos los principios que los hombres necesitan para ser ajustados ya sea para esta vida o para la vida futura. Y estos principios pueden ser entendidos por todos. Nadie que posea un espíritu que aprecie sus enseñanzas, puede leer un único pasaje de la Biblia, sin recibir de él algún pensamiento que lo ayude. Pero la enseñanza más valiosa de la Biblia no se obtiene a través de un estudio ocasional o sin estar relacionado con algo. Su gran sistema de la verdad no es presentado de tal manera que sea discernido por los lectores que no tienen cuidado o por los que son precipitados. Muchos de sus tesoros están bien lejos de la superficie, y pueden ser obtenidos solamente a través de diligente investigación y de esfuerzo continuo. Las verdades que van a constituir una gran unidad, deben ser buscadas y juntadas “un poquito aquí y un poquito allí””. Signs of the Times, 19 de Septiembre de 1906, pág. 7.

“El estudio de la Biblia requiere nuestro más diligente esfuerzo y constante pensamiento. Con el mismo afán y la misma persistencia con que el minero excava la tierra en busca del tesoro, deberíamos buscar nosotros el tesoro de la Palabra de Dios.

En el estudio diario, el método que considera un versículo tras otro es a menudo utilísimo. Tome el estudiante un versículo, concentre la mente para descubrir el pensamiento que Dios encerró para él en ese versículo, y luego medite en el pensamiento hasta hacerlo suyo. Un solo pasaje, estudiado en esa forma hasta comprender su significado, es de más valor que la lectura de muchos capítulos hecha sin propósito definido y sin que se obtenga verdadera instrucción”. Educación:184.

“Jesús no rehusaba repetir antiguas verdades familiares, pues era el Autor de esas verdades. Él era la gloria del templo. Separó del error las verdades que habían sido perdidas de vista, que habían sido desvirtuadas y mal empleadas, y que fueron desligadas de so posición correcta; presentándolas como preciosas joyas en su propio fulgor, volvió a colocarlas en su debido marco, y ordenó que permaneciesen firmes para siempre. ¡Qué obra fue esa! Era de tal naturaleza que el hombre finito no podía comprenderla o realizarla. Solamente la Mano divina podía tomar la verdad que, en su ligación con el error, había estado favoreciendo la causa del enemigo de Dios y del hombre, y colocarla donde pudiese glorificar a Dios y ser la salvación de la humanidad. La obra de Cristo consistió en restituir al mundo la verdad en su frescura y belleza originales. Él representaba lo espiritual y celestial a través de las cosas de la naturaleza y de la experiencia. Daba el tierno maná al alma hambrienta y presentaba un nuevo reino a ser establecido entre los hombres”. Fundamentos de la Educación Cristiana:237.

“Los cristianos verdaderos, sinceros y los que se autosacrifican, entenderán más y más el misterio de la Deidad. El Espíritu de Cristo habita con ellos. Ellos son colaboradores con Cristo, y a ellos el Salvador les revela Sus propósitos. No se ve en ellos el trabajo superficial que lleva el carácter empequeñecido, débil y enfermizo. Diariamente crecen en la gracia y en el conocimiento de Dios. Reconocen la misericordia que administra reprobaciones y alcanzan la mano para restringir el mal. En palabras y en obras ellos dicen, ‘Señor, ¿a dónde iremos? Tu tienes las palabras de la vida eterna’”. Signs of the Times, 15 de Mayo de 1901, pág. 308.

“Nadie puede buscar en las Escrituras en el Espíritu de Cristo sin ser recompensado. Cuando un hombre quiere ser instruido como un niño, cuando se somete totalmente a Cristo, encontrará la verdad en Su Palabra. Si los hombres fuesen obedientes, entenderían el plan del gobierno de Dios. El mundo celestial abriría sus tesoros de gracia y gloria a la exploración. Los seres humanos serían todos diferentes de lo que son ahora; porque al explorar las minas de la verdad, los hombres serán ennoblecidos. El misterio de la redención, la encarnación de Cristo, Su sacrificio expiatorio, no serán,

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como lo son ahora, cosas vagas en nuestras mentes. Ellos serán, no solo mejor entendidos, sino que todos serán más altamente apreciados”. Signs of the Times, 12 de Septiembre de 1906, pág. 523.

“Dios trató que para el investigador más sincero, las verdades de Su Palabra, fuesen siempre desdobladas. Mientras ‘las cosas secretas le pertenecen al Señor nuestro Dios’, ‘aquellas que han sido reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos’. La idea de que ciertas porciones de la Biblia no pueden ser entendidas ha llevado a negligenciar algunas de sus verdades más importantes. Los hechos necesitan ser enfatizados, y repetidos a menudo, porque los misterios de la Biblia no son tales, debido a que Dios trató de juntar la verdad, pero debido a nuestra propia debilidad o ignorancia, nos incapacita de comprender o de apropiarnos de la verdad. La limitación no está en su propósito, sino que en nuestra capacidad. De aquellas mismas porciones de las Escrituras que a menudo son dejadas a un lado, como siendo imposibles de ser entendidas, Dios desea que las entendamos tanto como nuestras mentes sean capaces de recibirlas. ‘Todas las Escrituras han sido das por inspiración de Dios’, para que nosotros seamos ‘completamente provistos de todas las buenas obras’”. Signs of the Times, 25 de Abril de 1906, pág. 264.

“El tema central de la Biblia, el tema alrededor del cual se agrupan todos los demás del Libro, es el plan de la redención, la restauración de la imagen de Dios en el alma humana. Desde la primera insinuación de esperanza que se hizo en la sentencia pronunciada en el Edén, hasta la gloriosa promesa del Apocalipsis: “Y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes”, el propósito de cada libro y pasaje de la Biblia es el desarrollo de este maravilloso tema: la elevación del hombre, el poder de Dios, “que nos da la victoria, por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

El que capta este pensamiento, tiene ante sí un campo infinito de estudio. Tiene la llave que le abrirá todo el tesoro de la Palabra de Dios”. Educación:121.

“Todos debieran procurar entender las grandes verdades del plan de la salvación, para que pueda estar listo para dar una respuesta a todo aquel que le pregunte la razón de su fe. Debemos saber lo que causó la caída de Adán, para que no cometamos el mismo error, y perdamos el cielo así como él perdió el paraíso. Debemos estudiar las vidas de los patriarcas y profetas, y la historia de Dios que tuvo que ver con los hombres en el pasado; porque estas cosas fueron ‘escritas para nuestra amonestación, sobre quienes ha llegado el fin del mundo’. Debemos estudiar los divinos preceptos, y tratar de comprender sus profundidades. Debemos meditar sobre ellos hasta que discernamos su importancia e inmutabilidad. Debemos estudiar la vida de nuestro Redentor, porque Él es el único ejemplo perfecto para los hombres. Debemos contemplar el infinito sacrificio del Calvario, y mirar la extremada pecaminosidad del pecado y la justicia de la ley. Saldremos fortalecidos y ennoblecidos de un estudio concentrado del tema de la redención. Nuestra comprensión del carácter de Dios será más profunda; y con todo el plan de la salvación claramente definido en nuestras mentes, estaremos más capacitados para cumplir nuestra divina comisión”. Review and Herald, 24 de Abril de 1888. Pág. 258.

“¿Qué fue lo que Jesús retuvo debido a que ellos no podían comprender? Fueron las verdades más espirituales y gloriosas relacionadas con el plan de la redención. Las palabras que el Consolador les recordaría en sus mentes después de Su ascensión, los llevaron a pensar más cuidadosamente y a orar más sinceramente, para que pudiesen comprender Sus palabras y darlas al mundo. Solamente el Espíritu Santo podía capacitarlos para apreciar el significado del plan de la redención. Las lecciones de Cristo, venidas al mundo a través del inspirado testimonio de los discípulos, poseen un significado y un valor que están más allá que aquel que le da el lector casual de las Escrituras. Cristo trató de dejar claras Sus lecciones por medio de ilustraciones y parábolas. Él habló de las verdades de la Biblia como siendo un tesoro oculto en un campo, el cual, cuando un hombre lo encuentra, va y vende todo y compra el campo. Él representa las gemas de la verdad, no como si estuviesen directamente en la

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superficie, sino que enterradas profundamente en la tierra; como tesoros escondidos que deben ser buscados. Debemos cavar para encontrar las preciosas joyas de la verdad, como un hombre cavaría en una mina”. Review and Herald, 14 de Octubre de 1890, pág. 625.

“El gran plan de la redención, tal como es revelado en la obra final de estos últimos días, debiera ser minuciosamente examinado. Las escenas conectadas con el santuario celestial debieran hacer una impresión sobre las mentes y corazones de todos aquellos que pueden estar capacitados para impresionar a otros. Todos necesitan ser más inteligentes en relación a la obra de la expiación, que se está desarrollando en el santuario celestial. Cuando esta gran verdad es vista y entendida, aquellos que la sostienen trabajarán en armonía con Cristo para preparar un pueblo que permanezca en pie en el gran día de Dios, y sus esfuerzos tendrán éxito. A través del estudio, de la contemplación y de la oración, el pueblo de Dios será elevado sobre los pensamientos terrenales comunes y sobre los sentimientos, y será traído en armonía con Cristo y Su gran obra de purificación del santuario celestial de los pecados del pueblo. Su fe irá con Él dentro del santuario, y los adoradores en la tierra estarán cuidadosamente revisando sus vidas, y comparando sus caracteres con la gran norma de justicia. Verán sus propios defectos; también verán que necesitan de la ayuda del Espíritu de Dios si es que quieren ser calificados para la gran y solemne obra para este tiempo, la cual es colocada sobre los embajadores de Dios”. 5T:575.

“La ciencia de la redención es la ciencia de todas las ciencias; la ciencia que es el estudio de los ángeles, y de todas las inteligencias de los mundos no caídos; la ciencia que capta la atención de nuestro Señor y Salvador; la ciencia que entra en el propósito empollado en la mente del Infinito, ‘mantenida en silencio a través de los tiempos eternos’; la ciencia que será el estudio de los redimidos de Dios a través de las edades sin fin. Este es el estudio más alto en el cual es posible que el hombre se empeñe. Como ningún otro estudio lo puede hacer, este reavivará (acelerará) la mente, y levantará el alma...

El tema de la redención es uno que a los ángeles les gustaría examinar: será la ciencia y el canto de los redimidos a través de todas las edades de la eternidad. ¿No debiera ser motivo de un cuidadoso y valioso estudio ahora?...

A medida que se desdobla la vida y el carácter de Cristo en Su misión, rayos de luz brillarán más claramente en cada intento de descubrir la verdad. Cada nueva búsqueda revelará algo más profundamente interesante de lo que hasta aquí ha sido desdoblado. El asunto es inagotable. El estudio de la encarnación de Cristo, Su sacrificio expiatorio y Su obra mediadora, emplearán la mente del estudiante inteligente mientras dure el tiempo; y, mirando hacia el cielo con sus incontables años, exclamará, ‘grande es el misterio de la divinidad’.

En la eternidad aprenderemos que si hubiésemos recibido la iluminación que era posible obtener aquí, nos habría abierto nuestro entendimiento. El tema de la redención empleará los corazones y las mentes y las lenguas de los redimidos a través de las edades eternas. Ellos entenderán las verdades que Cristo deseaba mostrarle a Sus discípulos, pero para las cuales ellos no tuvieron fe como para captarlas. Eternamente aparecerán nuevos puntos de vista de la perfección y de la gloria de Cristo. A través de las edades sin fin el fiel padre de familia extraerá sus nuevas y antiguas cosas preciosas”. Signs of the Times, 18 de Abril de 1906, pág. 246.

“La encarnación de Cristo, Su divinidad, Su expiación, Su maravillosa vida en el cielo como nuestro abogado, el trabajo del Espíritu Santo, todos estos temas vitales y vivos de la cristiandad, son revelados desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Los eslabones dorados de la verdad forman una cadena de la verdad evangélica, y el primero y básico, se encuentra en las grandes enseñanzas de Jesucristo”. Fundamentos de la Educación Cristiana:385.

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“Así como los hombres buscan tesoros terrenales, así debieran buscar diligentemente por la verdad. La verdad debe ser mirada como poseyendo más alto valor que cualquier cosa que pueda atesorar el hombre, y el que la busca debe estar dispuesto a comprarla a cualquier costo para él mismo. La palabra de Dios es la mina de la verdad, y el Señor quiere que nosotros busquemos individualmente las Escrituras, para que estemos familiarizados con el gran plan de la redención, y nos adentremos en este gran asunto tanto como le sea posible a la mente humana, iluminada por el Espíritu de Dios, para entender el propósito de Dios. Él quiere que comprendamos algo de Su amor al darnos a Su Hijo para que muera, de manera que Él pudiese contrarrestar el mal, quitar las manchas contaminadas del pecado de la destreza de Dios, y restablecer el alma perdida y elevarla y ennoblecerla a su estado original de pureza a través de la justicia imputada de Cristo”. Review and Herald, 8 de Noviembre de 1892, pág. 690.

Actitud en el Estudio.-

“Aquellos que desean conocer la verdad no tienen nada que temer de la investigación de la palabra de Dios. Pero sobre el umbral de la investigación de la Palabra de Dios, los inquiridores que buscan la verdad deben dejar a un lado todo prejuicio, y dejar en suspenso toda opinión preconcebida, y deben abrir el oído para escuchar la voz de Dios a través de Sus mensajeros. Opiniones acariciadas, costumbres y hábitos largamente practicadas, deben ser colocadas bajo la prueba de las Escrituras; y si la Palabra de Dios se opone a vuestros puntos de vista, entonces, por amor a vuestras almas, no torzáis las Escrituras, como muchos lo hacen para la destrucción de sus almas, para que parezca que ellos están dando un testimonio que apoya sus errores. Que vuestra pregunta sea: ¿Qué es la verdad? Y no: ¿Qué es lo que yo he creído hasta aquí como verdad? No interpretéis las Escrituras a la luz de lo que hasta entonces habéis creído, pretendiendo que alguna doctrina humana sea la verdad. Que vuestra pregunta sea: ¿Qué dicen las Escrituras? Que Dios les hable de Sus oráculos vivos, y abra vuestros corazones para recibir la Palabra de Dios”. Review and Herald, 25 de Marzo de 1902, pág. 177.

“No debéis procurar con el propósito de encontrar textos de las Escrituras para que construyáis una prueba para vuestras teorías; porque la Palabra de Dios declara de que esto es torcer las Escrituras para vuestra propia destrucción. Debéis vaciaros vosotros mismos de todo prejuicio, e ir en el espíritu de oración a investigar la Palabra de Dios”. Fundamentos de la Educación Cristiana:308.

“Si procuráis en las Escrituras para vindicar vuestras propias opiniones, nunca encontraréis la verdad. Procurad aprender lo que dice el Señor”. PVGM:83-84.Cómo Estudiar.-

“¿Cómo procuraremos en las Escrituras? Debemos establecer las bases de nuestras doctrinas una tras otra, y entonces tratar de hacer con que las Escrituras se adapten a nuestras opiniones establecidas? ¿O debemos tomar nuestras ideas y nuestros puntos de vista y llevarlos a las Escrituras, y entonces medir nuestras teorías por todos lados por las Escrituras de la verdad? Muchos que leen y aun enseñan la Biblia, no comprenden las preciosas verdades que están enseñando o estudiando.

Los hombres mantienen errores, cuando la verdad está claramente marcada, y si apenas quisiesen traer sus doctrinas hasta la Palabra de Dios, y no leer la Palabra de Dios a la luz de sus doctrinas, para probar que sus ideas están correctas, no caminarían en las tinieblas y en la ceguera, o en los errores acariciados. Muchos le dan a las palabras de las Escrituras un significado que favorecen sus propias opiniones, y se engañan a sí mismos y a otros a través de sus falsas interpretaciones de la Palabra de Dios”. Review and Herald, 26 de Julio de 1892, pág. 465.

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“A medida que tomamos el estudio de la Palabra de Dios, lo debiéramos hacer con corazones humildes. Todo egoísmo, todo amor a la originalidad, debe ser dejado a un lado. Opiniones largamente acariciadas no deben ser miradas como si fuesen infalibles. Fue la falta de voluntad de los Judíos para abandonar sus tradiciones largamente acariciadas que probaron ser su ruina. Ellos estaban determinados a no ver ningún defecto en sus opiniones o en sus exposiciones de las Escrituras; pero no importa por cuánto tiempo los hombres mantengan ciertos puntos de vista, si no son claramente sostenidos por la palabra escrita, deben ser descartados. Aquellos que sinceramente desean la verdad no vacilarán a dejar completamente abiertas sus posiciones para la investigación y a la crítica, y no se irritarán si sus opiniones e ideas son contrariadas. Este fue el espíritu acariciado entre nosotros hace cuarenta años”. Review and Herald, 26 de Julio de 1892, pág. 465.

“Yo les diría a mis hermanos y hermanas, permaneced cerca de la instrucción que se encuentra en la palabra de Dios. Deténganse sobre las ricas verdades de las Escrituras. Solamente esto os puede hacer uno en Cristo. No tenéis tiempo para entrar en controversia en relación a la matanza de insectos. Jesús no ha colocado esta carga sobre usted. ‘¿Qué es la paja para el trigo?’ Estos asuntos laterales que son levantados como el heno, madera, rastrojo, y que son comparados con la verdad para estos últimos días. Aquellos que abandonas las grandes verdades de la Palabra de Dios para hablar de esos asuntos, no están predicando el evangelio. Ellos están lidiando con la sofistería ociosa, la cual es traída por el enemigo para apartar las mentes de las verdades que conciernen con el bienestar de sus propias vidas eternas. Ellos no poseen ninguna palabra de Cristo para vindicar sus suposiciones.

No gastéis vuestro tiempo en el análisis de tales materias. Si tenéis alguna pregunta en relación a lo que debéis enseñar, cualquier pregunta en relación al asunto en el cual debéis deteneros, id directamente a los discursos del Gran Maestro, y seguid Sus instrucciones...

Teorías erróneas, sin autoridad de la palabra de Dios, entrarán por el lado derecho y por el izquierdo, y para debilitar estas teorías, aparecerá como verdad lo que fue hecho sabio. Pero ellos son como nada. Y sin embargo muchos miembros de iglesia han quedado tan satisfechos con esta comida barata que poseen una religión dispéptica. ¿Por qué deberían los hombre y las mujeres menospreciar sus experiencias reuniendo cuentos ociosos y presentándolos como materias dignas de atención? El pueblo de Dios no tiene tiempo para detenerse en preguntas indefinidas y frívolas, las cuales no tienen apoyo en los requerimientos de Dios”. Review and Herald, 13 de Agosto de 1901, pág. 517-518.

Debe Estudiarse el Santuario.-

“Aquellos que compartirán los beneficios de la mediación del Salvador, no debieran permitir que nada interfiera con su deber de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Las preciosas horas, en vez de ser entregadas al placer, a la ostentación, o a la búsqueda de ganancias, debieran ser devotadas a un estudio sincero, fervoroso y en oración de la Palabra de la verdad. El asunto del santuario y del juicio investigador debiera ser claramente entendido por el pueblo de Dios. Todos necesitan un conocimiento por sí mismos de la posición y obra de su gran Sumo Sacerdote. De otra manera, serás imposible que ellos ejerciten la fe que es esencial para este tiempo, o para ocupar la posición que Dios ha designado que ellos cumplan. Todo individuo posee un alma que salvar o perder. Todos tienen un caso pendiente en el tribunal de Dios. Todos deben enfrentar el gran Juicio cara a cara. Cuán importantes es, entonces, que cada mente contemple a menudo la solemne escena cuando el juicio se siente y los libros sean abiertos, cuando, con Daniel, todo individuo deba permanecer en su suerte, al final de los días”. CS:542.

“En el futuro, surgirá todo tipo de engaño, y nosotros queremos un terreno sólido para nuestros pies. Queremos sólidos pilares para los edificios. Ni un alfiler debe ser removido de aquello que el Señor ha establecido. El enemigo traerá falsas teorías, tal como la doctrina de que no hay santuario.

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Este es uno de los puntos donde habrá un alejamiento de la fe. ¿Dónde encontraremos seguridad a menos que sea en las verdades que el Señor nos ha estado dando en los últimos cincuenta años?”. Review and Herald, 25 de Mayo de 1905, pág. 17.

“El santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres. Concierne a toda alma que vive en la tierra. Nos revela el plan de la redención, nos conduce hasta el fin mismo del tiempo y anuncia el triunfo final de la lucha entre la justicia y el pecado. Es de la mayor importancia que todos investiguen a fondo estos asuntos, y que estén siempre prontos a dar respuesta a todo aquel que les pidiere razón de la esperanza que hay en ellos.

La intercesión de Cristo por el hombre en el santuario celestial es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz”. CS:543.

“El significado del sistema de culto judaico todavía no se entiende plenamente. Verdades vastas y profundas son bosquejadas por sus ritos y símbolos. El Evangelio es la llave que abre sus misterios. Por medio de un conocimiento del plan de redención, sus verdades son abiertas al entendimiento. Es nuestro privilegio entender estos maravillosos temas en un grado mucho mayor de lo que los entendemos. Hemos de comprender las cosas profundas de Dios. Los ángeles desean contemplar las verdades reveladas a las personas que con corazón contrito están investigando la Palabra de Dios, y están orando para alcanzar más de la longura y la anchura, la profundidad y la altura del conocimiento que sólo él puede dar”. PVGM:103.

“Satanás está continuamente esforzándose para introducir suposiciones imaginativas en relación al santuario, degradando las maravillosas representaciones de Dios y el ministerio de Cristo para la salvación en algo que agrada a la mente carnal. Él remueve el poder que lo preside de los corazones de los creyentes, y suple su lugar con teorías fantásticas inventadas para hacer vanas las verdades de la expiación, y destruir nuestra confianza en las doctrinas que hemos mantenido sagradas desde que el mensaje del tercer ángel fue primeramente dado. Así él nos roba nuestra fe en cada mensaje que nos ha hecho un pueblo separado, y nos ha dado carácter y poder para nuestra obra”. Testimonios Especiales, Serie B, Nº 7, pág. 17. (20 de Noviembre de 1905).

Resultados del Estudio de la Biblia.-

“La estricta integridad debe ser acariciada por todo estudiante. Toda mente debe volverse con una atención reverente a la palabra revelada de Dios. Luz y gracia se les dará a aquellos que así le obedecen a Dios. Ellos obtendrán grandes cosas de Su ley. Grandes verdades que han quedado sin que se les de atención e invisibles, desde el día de Pentecostés, deben brillar de la Palabra de Dios en su pureza nativa. A aquellos que realmente aman a Dios, el Espíritu Santo les revelará verdades que se han desvanecido de la mente, y también les revelará verdades que son completamente nuevas. Aquellos que comen la carne y beben la sangre del Hijo de Dios, traerán de los libros de Daniel y del Apocalipsis, la verdad que es inspirada por el Espíritu Santo. Ellos colocarán en acción fuerzas que no pueden ser retenidas. Los labios de los niños serán abiertos para proclamar los misterios que han estado ocultos de las mentes de los hombres. El Señor ha escogido a las cosas tontas del mundo para confundir a las poderosas”. Fundamentos de la Educación Cristiana:473.

“Tan luego como haya un diligente estudio de la Biblia tal como debe ser, no fallaremos en notar una marcada diferencia en los caracteres del pueblo de Dios”. Review and Herald, 9 de Abril de 1889, pág. 226.

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Capítulo 6 del Libro de Hebreos: Firmeza en la Fe – El Juramento del Pacto

Sinopsis del Capítulo.-

El apóstol continua la exhortación que comenzó en el capítulo cinco. Sus lectores son lentos, y han estado viviendo de leche cuando debieran haber estado nutriéndose de alimentos más substanciosos. Por lo tanto él les propone dejar algunos de los primeros principios del evangelio y continuar hacia las cosas más profundas de Dios.

Comenzando con el verso 4, él les hace una solemne advertencia contra el peligro de apostasía. Desde su primera declaración parece que él se está dirigiendo particularmente a ellos, pero a partir de los versos 8 y 9 él nos asegura que está persuadido de cosas mejores en relación a ellos. Sin embargo, es dejada la impresión de que aun cuando no estén necesitando de una inmediata corrección, hay suficiente base en su actitud como para que se justifique en advertirlos a ellos.

En la última sección, en los versos 13 al 20, él analiza el juramento que Dios le hizo a Abraham, mostrando la inmutabilidad del consejo de Dios y dando firmeza a la esperanza colocada delante de ellos.

Hebreos 6:1-3. “Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe de Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Y esto haremos, si Dios en verdad lo permite”.

Estos versos están íntimamente relacionados con la exhortación precedente para dejar las cosas infantiles atrás, y a actuar como hombres y mujeres maduros. Ellos han sido niños bastante tiempo, y es más que tiempo que crezcan. El apóstol enumera seis doctrinas fundamentales sobre las cuales el cristianismo está construido, pero que él tratará de dejarlas y no analizarlas. Él no está descartando estas doctrinas, sino que quiere construir una sobre estructura sobre ellas. El hombre que continua a colocar los fundamentos, nunca poseerá un edificio terminado. Pablo quiere completar la estructura.

Verso 1. “Dejando”, no en el sentido de abandonar, sino de haber dejado los fundamentos; él deja de construirla y comienza a erigir la casa.

“Arrepentimiento”. Esto es mencionado como siendo el primer principio del fundamento. Esta doctrina era prominente en el Antiguo Testamento. Escuche al profeta hablando, “arrepentíos, y volveos vosotros mismos de todas vuestras transgresiones; de tal manera que la iniquidad no sea vuestra ruina”. Eze. 18:30. “Arrepentíos, y volveos vosotros mismos de vuestros ídolos”. Eze. 14:6. “Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué habríais de morir, oh casa de Israel?”. Eze. 33:11. Juan el Bautista preparó el camino para Cristo predicando “el bautismo del arrepentimiento”. Mar. 1:1-4.

“Fe hacia Dios” es lo segundo en la lista de las doctrinas fundamentales. El capítulo 11 de Hebreos es un comentario de la necesidad de fe, y cómo los hombres de antaño la ejercitaron. El arrepentimiento y la fe son tan familiares para los lectores del Nuevo Testamento, que necesitamos decir poco en relación a ellos. Son el primer paso en la vida cristiana, sin los cuales no se puede hacer ningún progreso en nuestra aproximación hacia Dios.

Verso 2. “La doctrina de bautismos”. Algunos han tropezado sobre el hecho de que aquí sea usado el plural, cuando Pablo siempre enfatiza el hecho de que hay un solo bautismo. (Efe. 4:5). La misma palabra plural es usada en Heb. 9:10, donde es traducida como “abluciones”, y se refiere a los muchos actos de purificaciones en el ritual Judío. Esto, sin embargo, no puede ser su significado aquí,

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ya que Pablo no consideraría estas abluciones como una doctrina fundamental ni en el cristianismo ni en la fe Judía.

La explicación más simple parece ser que los dos bautismos en la iglesia cristiana, el bautismo por el agua y el bautismo del Espíritu, son aquí mencionados. Juan el Bautista dice eso, “yo realmente os he bautizado con agua: pero él os bautizará con el Espíritu Santo”. Mar. 1:8. Después de Su resurrección Jesús dijo, “Juan realmente bautizó con agua; pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después”. Hechos 1:5 (ver también Hechos 11:16; 1 Cor. 12:13; Juan 3:5). Teniendo en vista estas declaraciones, estamos justificados en creer que el bautismo por agua y el bautismo del Espíritu son los dos bautismos indicados por el uso del plural.

“Imposición de manos”. En el Antiguo Testamento la imposición de manos era una ordenación por mandamiento. Así los Levitas eran ordenados por la imposición de manos para “ejecutar el servicio del Señor”. Num. 8:10-11. Así también fue ordenado Josué. “El Señor le dijo a Moisés, toma a Josué el hijo de Nun, e imponele las manos”. “y él le impuso las manos, y le dio un cargo, tal como lo mandó el Señor”. Num. 27:18,23. (Deut. 34:9).

En el Nuevo Testamento la misma costumbre era seguida. (Hechos 8:17). Era por la “imposición de las manos de los apóstoles que el Espíritu Santo era dado”. Verso 18. Esta costumbre, la cual en muchos lugares ha caído en el desuso, es merecedora de estudio por el pueblo de Dios. Aquí es enumerada entre los fundamentos del cristianismo.

“Resurrección de la muerte”. “Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob”. Luc. 20:37. (ver también Salmo 16:9-10; Isa. 26:19; Dan. 12:2).

De la misma manera el Nuevo Testamento hace hincapié en la resurrección. Pablo resume la importancia de la resurrección cuando dice, “pero si no hubiese resurrección de la muerte, entonces Cristo no resucitó; y si Cristo no resucitó entonces nuestra predicación es vana, y vuestra fe también es vana”. 1 Cor. 15:13-14.

“Juicio eterno”. Desde los tiempos más antiguos los hombres sabían que vendría un juicio. “Y Enoc también, el séptimo desde Adán, profetizó de esto, diciendo, ved, el Señor viene con diez mil de sus santos, para ejecutar juicio sobre todos”. Judas 14-15. (ver también Salmo 9:3-8,15-16; Dan. 7:9).

En el Nuevo Testamento el juicio igualmente ocupa un lugar prominente. (ver Mat. 12:41-42; 25:31-46; Luc. 11:31-32; 2 Cor. 5:10).

Se observa que estos seis principios fundamentales son los mismos tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo Testamento. “El fundamento de Dios permanece seguro”. 2 Tim. 2:19. Es un asunto reconfortante saber que mientras ciertos cambios provinieron de la encarnación, los principios fundamentales son los mismos, que están seguros, y que Dios no salvó a los hombres en el Antiguo Testamento de una manera diferente a como lo hizo en el Nuevo Testamento. Aun es verdad que existe un único nombre dado entre los hombres por el cual somos salvos.

Si alguien estuviese dispuesto a cuestionar la declaración de que todos estos principios fundamentales son los mismos en ambas dispensaciones, y cita el bautismo como un ejemplo, nosotros no argumentaríamos el cuestionamiento. Sin embargo, llamaríamos la atención al hecho de que el bautismo no es solamente una ordenanza del Nuevo Testamento, y que estaba en uso antes de Cristo. Juan bautizó como un precursor de Cristo, y tenemos buenas razones para creer que no fue el primero, sino que por mucho tiempo previo, un tipo de bautismo estaba en uso entre los Judíos. La prueba de esto no es pertinente con este análisis, de tal manera que apenas referiremos al lector interesado a cualquier enciclopedia bíblica que trate del asunto.

Verso 3. Pablo va a “dejar” estos principios por ahora, esperando y creyendo que están bien entendidos. Él va a tratar de presentar algunas de las verdades más profundas, la “comida fuerte”, lo cual lo llevará a la obra de Cristo como Sumo Sacerdote, y a un estudio del santuario celestial, el verdadero tabernáculo. Antes de entrar en este campo, sin embargo, él divaga al considerar el destino

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de aquellos que rechazan la Palabra de Dios, siendo que una vez fueron iluminados, y para darles una advertencia.

Hebreos 6:4-12. “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada. Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así. Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndolos aun. Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”.

Esta sección lida con el pavoroso destino de aquellos que renuncian a la fe y se alejan de Dios. De los tales se dice que es imposible renovarlos nuevamente al arrepentimiento. Es infeliz que la traducción inglesa no deje claro que este destino está reservado solamente para aquellos que persisten en rebelarse y rehusan arrepentirse.

Dos cosas necesitan ser observadas en una exégesis de estos versos. Primero, es la idea de que todos los que se alejan de la fe están más allá del arrepentimiento y que están irrevocablemente perdidos. Esta enseñanza ha sido la causa de mucho desánimo, y tal vez pérdida de almas. El otro peligro es tan real como el anterior. Si hay esperanza para todos los que se arrepienten, y todos serán eventualmente salvos, ¿para qué estar indebidamente alarmados? Si no existe eso de pecado imperdonable, ¿por qué deberíamos estar preocupados con eso? Esto también es una falsa doctrina. Existe un pecado imperdonable, y debemos estar advertidos de eso. Esto será analizado cuando veamos los versos que se refieren específicamente a eso.

Verso 4. “Es imposible”. La pregunta en relación a esto es la posibilidad de restaurar a aquellos que han tenido una profunda experiencia cristiana y después se han alejado. ¿Pueden ellos ser restaurados al compañerismo cristiano y recibir nuevamente misericordia?

Que el autor no está analizando el cristianismo común, sino que aquel de una experiencia avanzada, parece bastante claro. Una vez ellos fueron iluminados y “probaron el don celestial”. “Siendo iluminados”, es la expresión común de alguien que acepta a Cristo. (Efe. 1:18; Juan 1:9). “Probaron el don celestial” significa la bendición del perdón de los pecados, y probablemente también incluye algún don especial del Espíritu.

Ellos también han sido “participantes del Espíritu Santo”; esto es, recibieron el Espíritu. De esto queda claro que ellos fueron genuinamente convertidos, y han hecho un progreso definido en la vida cristiana.

Verso 5. “Probaron la buena Palabra de Dios”. Esto incluye una apreciación de la Palabra y de las promesas de Dios.

“Los poderes del mundo por venir”. En los comienzos de la era apostólica, muchos milagros fueron labrados, efectuadas liberaciones, enfermos sanados, y aun los muertos fueron restaurados a la vida. Probar estos poderes es tener parte en ellos, ya sea como el asunto de algunas curas u otro milagro, o habiéndolos ejecutados. Significa que estas personas han testimoniados el poderoso poder de Dios haciendo lo que está más allá del mero poder del hombre para realizar.

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Verso 6. “Si llegan a separarse”. (“Y recayeron” en la RVR). Esta es una traducción infeliz, porque enseña que aquellos que han testimoniado o han tenido parte en estos poderes de Dios, los que han visto poderosas obras realizadas y después se han apartado, no son capaces de ser restaurados. “Ellos crucifican a sí mismos el Hijo de Dios otra vez, y lo exponen a vergüenza”.

Estas palabras han sido una fuente de mucha perplejidad para aquellos que temen haber pasado los límites de la misericordia, cometen pecado contra el Espíritu Santo, y que no hay esperanza para ellos. Consideremos cuidadosamente lo siguiente:

Tal como se ha observado anteriormente, la traducción del texto en la Versión King James es infeliz, porque conlleva la idea no garantizada que todos los que se separan después de haber tenido ciertas experiencias, están perdidos para siempre. El margen de la Versión Revisada (otra versión bastante usada en inglés) llega más cerca dando el significado correcto cuando dice que es imposible renovar a los hombres al arrepentimiento “mientras crucifican”; esto es, mientras ellos continúan crucificándolo. El pensamiento es que no hay esperanza para ellos, a menos que se vuelvan de sus malos caminos; no hay esperanza para ellos mientras continúen resistiendo al llamado de Dios.

El asunto del pecado contra el Espíritu Santo no será analizado aquí, excepto para decir que comúnmente este se manifiesta en una continua resistencia al llamado de Dios y de la solicitación del Espíritu. Consiste en un endurecimiento del corazón, hasta que no hay ninguna respuesta a la voz de Dios. Así, una persona que ha pecado contra el Espíritu no tiene remordimientos, ningún sentimiento de pena por el pecado, ningún deseo de alejarse de él, y ninguna consciencia que lo acuse. Si uno tiene el sincero deseo de hacer lo recto, puede seguramente creerse que aun hay esperanza para esa persona.

Esto puede ser una fuente de conforto para el alma desanimada, pero de ninguna manera puede ser usado como un incentivo para el descuido. Dios desea confortar al desconsolado, pero Él también quiere advertir a Su pueblo a no seguir al Israel de antaño en su incredulidad. La historia de su desobediencia está escrita para nuestra advertencia. Dice Dios, “mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron”. Judas 5. Y Cristo en la parábola nos advierte de aquellos que “no tienen raíces, los que por un momento creen, y en el tiempo de la tentación se alejan”. Luc. 8:13.

Verso 7. “La tierra... que bebe la lluvia”. El cuadro aquí es aquel de la tierra, que recibe la lluvia del cielo, y como resultado produce hierbas y alimento para el hombre. Esta es una ilustración del corazón humano, el cual recibe la bendita lluvia y el rocío del cielo, la buena Palabra de Dios, como resultado debiera producir fruto para la gloria de Dios.

Verso 8. “Espinos y abrojos”. Si, por otro lado, la tierra recibe lluvia del cielo, y produce solamente espinos y abrojos, entonces es rechazada, y “está próxima a ser maldecida; y su fin es el ser quemada”.

Esta es una ilustración más fuerte, y una que no puede ser mal entendida. Dios nos bendice, y Él espera que le produzcamos frutos. Si con todas las bendiciones que Él nos ha dado y con toda la luz que ha iluminado nuestro camino, aun rehusamos producir frutos, o si nos alejamos, existe apenas una camino para nosotros: olvido y separación de Dios.

Esto debiera preocuparnos. Dios es bueno, y aun así nos hemos extraviado, Él aun nos recibirá, a menos que continuemos en el mal. Él enviará la lluvia “a menudo”, pero no siempre. Existe una línea más allá de la cual no pasaremos. Es bueno que todos estén advertidos.

Verso 9. El apóstol le ha hablado agudamente a sus lectores a través de advertencias y amonestaciones. Ahora él los tranquiliza. Él está persuadido de que ellos no tienen la intención de rechazar el llamado de Dios, sino que atenderán a las “cosas que acompañan a la salvación”.

Verso 10. “Obra y trabajo de amor”. Los hombres no son salvos por las obras, pero Dios no es injusto como para olvidar a aquellos que han ministrado y continúan ministrando en lo que algunos

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pueden clasificar como capacidades menores. Ministrar a los santos puede parecer poca cosa para que el apóstol lo mencione, cuando existen asuntos bastante pesadas como para acaparar su atención. Una pensión, alimento y bebida para el forastero, hospitalidad y cariño, todo esto es registrado en el libro de Dios. Y Dios no es injusto como para olvidar esos actos de atención. (Mat. 10:42; 25:31-40).

Verso 11. “Para la completa seguridad de la esperanza”. Es una buena cosa comenzar; es una cosa mejor terminar. No importa cuan bueno pueda ser un comienzo, es inútil a menos que se persevere hasta el fin. “Las manos de Zorobabel han puesto los fundamentos de esta casa; sus manos también la terminarán”. Zac. 4:9. La promesa de Dios es que “aquel que ha comenzado una buena obra en vosotros la ejecutará hasta el día de Jesucristo”. Fil. 1:6. Muchos comienzan pero no terminan.

Los creyentes a quien la epístola es dirigida han sido celosos en entretener los santos, y Pablo quiere que continúen sus ministraciones. Las palabras, sin embargo, van más allá de la mera ministración, e incluye aquello de mostrar “la misma diligencia para la completa seguridad de la esperanza”. Por medio de esto el apóstol quiere decir que debemos ser tan diligentes en su deseo de salvación como lo son en otros asuntos. No debe haber paradas, sin alejamiento, sin disminuir el ritmo de la carrera por el premio.

Verso 12. “Perezosos”. Perezoso es lo opuesto de diligente. Para muchos, la religión es una fácil ocupación que puede ser atendida cuando uno tenga tiempo. No es lo primero en sus programas sino que prácticamente lo último de la lista. Todo lo demás debe ser hecho antes, y Dios debe tener lo que sobre. Estos necesitan ser cambiados.

Los jóvenes a veces deciden que la religión puede esperar hasta que ellos sean mayores; cuando ellos hayan obtenido todo lo que se puede obtener de la vida aquí, entonces es tiempo para atender asuntos más importantes. Otros toman la religión livianamente, y siguen la línea de la menor resistencia. Dios quiere que todos sean diligentes, “no perezosos en los negocios; fervientes en espíritu; sirviendo al Señor”. Rom. 12:11. Él quiere que nosotros seamos “seguidores de aquellos que a través de la fe y de la paciencia heredan las promesas”.

Hebreos 6:13-20. “Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: de cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho Sumo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”.

Que Dios condescendió en hacer un juramento es una extraordinaria ilustración de Su voluntad en ayudarnos en todas las cosas, aun a gran costo para Él mismo. Muchos años esperó Dios que Abraham llegase al punto donde la fe sobrepujase todo lo demás. Y ahora ha llegado el momento. Abraham no dudaba más. Su obediencia era absoluta, su fe era sin la menor mezcla. Ahora Dios podía usarlo. Es interesante observar que Abraham vivió lo suficiente después de esto, como para comenzar a ver el cumplimiento de la promesa en el nacimiento de sus nietos Jacob y Esaú.

Un ancla es un símbolo de aquello que es retenido, y por lo tanto de garantía y seguridad. El cristiano posee un ancla así, la cual lo retendrá en cualquier tormenta de la vida que pueda aparecer. Él está seguro y firme, porque él mismo está anclado en Cristo.

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Versos 13-14. “Dios hizo la promesa”. La primera promesa que Dios le hizo a Abraham en relación a una herencia fue poco después que le dijo que saliera “de su país, y de sus parientes, y de la casa de tu padre, a un país que Yo te mostraré”. Gen. 12:1. La promesa estaba contenida en las palabras: “Yo haré de ti una gran nación, y Yo te bendeciré”. Verso 2. En aquel tiempo Abraham tenía 75 años de edad. Verso 4.

Se pasaron algunos años, y Abraham aun no tenía hijos. Dios vino entonces hasta él “en una visión, diciendo, no temas Abraham: Yo soy tu escudo, y tu extraordinariamente grande recompensa”. Gen. 15:1. Abraham le recordó a Dios que él no tenía hijos, y que a esta altura había poca esperanza que le naciese un hijo a Sara, y él pensó que tal vez uno que naciese en su casa podría ser apuntado como heredero. A esto Dios le respondió, “ese no será tu heredero; sino aquel que provenga de tus propias entrañas, ese será tu heredero”. Verso 4. Dios le mostró entonces los cielos, y le pidió que contase las estrellas, si es que era capaz de hacerlo, y entonces dijo, “así será tu simiente. Y él creyó en el Señor; y eso le fue imputado como justicia”. Versos 5-6.

Sin embargo, Abraham no estaba completamente satisfecho, y cuando preguntó cómo podría saber que iba a heredar ese país, Dios le dijo, “toma una novilla de tres años, y un macho cabrío de tres años, y un carnero de tres años, y una tórtola, y una paloma joven. Y él tomó todo eso, y los dividió por la mitad, y colocó cada pedazo uno al lado del otro; pero los pájaros no los dividió”. Versos 9-10.

Este era el camino normal para hacer un pacto. Los animales eran tomados, y cortados en dos desde la cabeza hasta la cola. Entonces los pedazos eran colocados uno contra el otro, cada pedazo al lado opuesto del otro y a una pequeña distancia entre sí, y las partes contractuales caminaban entre los pedazos (ver Jer. 34:18-19). Y así en la noche, “cuando se ponía el sol, y estaba oscuro, he aquí una hoguera humeante, y una lámpara ardiente que pasaba entre aquellos pedazos. En el mismo día el Señor hizo un pacto con Abraham, diciendo, a tu simiente le he dado este país, desde el río de Egipto hasta el gran río, el río Eufrates”. Gen. 15:17-18. La hoguera humeante y la lámpara ardiente eran símbolos de la presencia de Dios.Cuando después de algunos años Sara no tuvo ningún hijo, y como para ese tiempo ella ya tenía 75 años de edad, había poca esperanza que le naciese algún hijo, ella sugirió que tal vez su criada, Agar, pudiese darle un hijo a Abraham y que este hijo fuese el heredero. Se habían pasado diez años desde que Dios les había prometido un heredero, y Abraham sin duda creyó, junto con Sara, que este era el camino a seguir. A su debido tiempo, a partir de ahí, nació un hijo de Agar, siendo que Abraham en aquel entonces ya tenía 86 años de edad.

Se pasaron otros 13 años, y Abraham tenía ahora 99 años de edad, y su esposa 89. Dios visitó a Abraham, y le dijo que no llamase a su esposa Sarai, “sino que Sara será su nombre. Y Yo la bendeciré y te daré a ti un hijo de ella; si, Yo la bendeciré, y ella será una madre de naciones; reyes de pueblos saldrán de ella”. Gen. 17:15-16. Esto fue demasiado para Abraham, y él “cayó sobre su rostro y se rió, y dijo en su corazón, ¿le nacerá un hijo al que tiene 100 años de edad? ¿Y Sara, que tiene 90 años, tendrá un hijo? Verso 17. “Y Dios dijo, Sara tu esposa te dará realmente un hijo; y tú le llamarás Isaac; y Yo estableceré mi pacto con él por pacto eterno, y con su simiente después de él... Pero mi pacto yo lo estableceré con Isaac, el cual Sara tendrá en este mismo tiempo el próximo año”. Versos 19,21.

Un poco más adelante Dios visitó nuevamente a Abraham y preguntó por Sara, y se le dijo, “he aquí que está en la tienda”. Gen. 18:9. Dios entonces renovó la promesa, “ciertamente volveré a ti de acuerdo con el tiempo de la vida; y Sara tu mujer tendrá un hijo. Y Sara oyó esto a la puerta de la tienda, la cual estaba detrás de él. Ahora Abraham y Sara eran ancianos y bien afligidos en edad; y cesó de ser en Sara lo que sucedía con todas las mujeres. Por lo que Sara se rió dentro de ella, diciendo, ¿después que he crecido hasta ser anciana, tendré placer, siendo que mi señor también es anciano? Y el Señor le dijo a Abraham, ¿Por qué se ha reído Sara, diciendo, tendré yo ciertamente un hijo, yo que soy anciana? ¿Hay algo que sea demasiado difícil para el Señor? En el tiempo predicho volveré a ti, de acuerdo con el tiempo de la vida, y Sara tendrá un hijo. Entonces Sara negó, diciendo, no me reí; porque tenía miedo. Y él dijo, no; pero tú te reíste”. Versos 10-15.

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Verso 15. “Y así, después de haberlo soportado pacientemente, obtuvo la promesa”. Abraham esperó 25 años por el hijo prometido. No se puede decir que durante este tiempo ni Abraham ni Sara mostraron mucha fe. Verdad, al comienzo Abraham creyó en Dios, y le fue imputado como justicia; pero a medida que pasaban los años, su fe creció más débilmente, y un año antes que naciera el hijo él se rió abiertamente de Dios.

La prueba suprema le vino después que Isaac ya había prácticamente crecido. “Dios probó a Abraham, y le dijo... Toma ahora tu hijo, a tu único hijo Isaac, a quien amas, y ve al país de Moriá; y ofrécelo allí como ofrenda quemada sobre una de las montañas que yo te mostraré”. Gen. 22:1-2. La historia es muy bien conocida como para repetirla. Cuando finalmente llegaron al monte, e Isaac fue amarrado al altar, “Abraham estiró su mano y tomó el cuchillo para matar a su hijo”. Verso 10. Una voz del cielo detuvo su mano, y se le dijo que no matase a su hijo Isaac, sino que Dios había provisto una ofrenda en lugar de su hijo. Un carnero enredado en el bosquecillo fue entonces tomado y ofrecido a Dios. Verso 13. Entonces el ángel del Señor llamó a Abraham y le dijo, “por mí mismo he jurado, dice el Señor, porque tu has hecho estas cosas y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; que te bendeciré y que te multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y como la arena que está sobre la playa; y tu simiente poseerá las puertas de tus enemigos; y en tu semilla todas las naciones de la tierra serán bendecidas; porque has obedecido mi voz”. Versos 16-18.

Versos 16-17. La confirmación de la palabra de Dios por un juramento mencionado en Hebreos es el mismo registrado en el capítulo 22 de Génesis. Pasaron por lo menos 40 años desde que la promesa fue dada por primera vez a Abraham cuando salió de Caldea, hasta que fue dada la confirmación del juramento, cuando Abraham se dio cuenta que Dios estaba dispuesto a levantar a Isaac, “aun desde la muerte; de donde también él lo recibió en figura”. Heb. 11:19. (Gen. 12:2; 22:13).

Fue un Abraham diferente el que estuvo con la mano levantada listo para matar a su hijo, del cual se había reído de la promesa de Dios unos 15 años antes. Él había aprendido mucho desde entonces, y no dudó después de esos tres días en que recibió la orden de tomar a su único hijo y de ofrecerlo. Abraham había aprendido a confiar en Dios sin dudar. No confió más en la carne; no dependió más en su propios asuntos. Él no sabía todo lo que estaba envuelto en el mandamiento de Dios, pero entendió que Dios era capaz de levantar a Isaac de la muerte, si así fuese necesario. Había aprendido a confiar totalmente en Dios. Él era meritorio de ser el padre de los fieles. La suprema prueba se le había dado. Y él no había fallado.

“La inmutabilidad de su consejo”. La promesa que Dios le dio a Abraham no terminó con el nacimiento de Isaac. Él realmente era un hijo de la promesa, un hijo de un hombre “ya casi muerto” y una mujer “fuera del tiempo de la edad”. (Heb. 11:11-12). Él no era la simiente prometida, sino que solamente un eslabón, aun cuando fuese uno necesario, en la larga línea que finalmente trajo el niño hombre que también fue milagrosamente concebido. Cuando Dios le dijo a Abraham que “en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra”, Pablo toma esta declaración refiriéndose a Cristo. (Gen. 22:18). “Él no dice, y a simientes, como si fuesen muchas; sino que a una, y a tu simiente, la cual es Cristo”. Gal. 3:16. Abraham había esperado muchos años para que naciese Isaac. A veces su fe casi le falló. La promesa le parecía imposible de ser cumplida. Pero a su debido tiempo el hijo nació.

Desde el tiempo en que le fue dada por primera vez la promesa a Abraham hasta el tiempo en que Cristo vino a esta tierra, pasaron aproximadamente dos mil años, así como nosotros también estamos a dos mil años después que Cristo vino. Para el pueblo de Dios esto debe haber parecido mucho tiempo. Si el Mesías tenía que venir, ¿por qué Él esperó tanto? ¿Había Dios olvidado Su promesa?

La larga espera de Abraham por su hijo era profético de la larga espera del pueblo de Dios hasta que el verdadero Hijo viniese. Dios tenía razón para esperar, así como Él tenía razón para esperar en el tiempo de Abraham. “Cuando llegó la plenitud del tiempo (y no antes), Dios envió a Su Hijo”. Gal. 4:4.

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Los propósitos de Dios no conocen ni apresuramiento ni demora, y Él no actúa hasta que el tiempo está maduro.

Verso 18. “Dos cosas inmutables”. La promesa de Dios y Su juramento. La palabra de Dios en sí misma es inmutable. Ningún juramento puede adicionar nada a lo que Dios ha dicho, ni hacerla más segura. Que Dios lo confirmó con un juramento es totalmente por amor a nosotros. Los hombres usan un juramento para confirmar algo, y así Dios condescendió en hacer lo mismo, para ayudarnos en nuestra fe. Este juramento debe haber sido una ayuda bien definida para el pueblo que vivía antes de Cristo. Si surgía alguna duda en sus mentes, ellos podían volver atrás al hecho de que no solamente Dios lo había prometido, sino que lo había confirmado con un juramento. Eso ciertamente haría con que Él mantuviese Su palabra. Así el juramento les ayudaría a fortalecer su vez.

“Fuerte consuelo”. Esto en vista del juramento. Dios no podía hacer nada más. Él había prometido y había jurado. No puede haber nada más fuerte que esto.

“Los que han huido para refugio”. La ilustración está tomada de la práctica de una persona que, creyendo que ella misma está en peligro, huye hacia el templo como un lugar de refugio, y se afirma de los cuernos del altar. Esto era considerado como un lugar inviolable, y él estaba seguro ahí, por lo menos en ese instante.

Un ejemplo de esto está registrado en 1 Reyes 2:28. Joab temió por su vida, y así “huyó hacia el tabernáculo del Señor, y se aferró de los cuernos del altar. Y se le dijo al rey Salomón que Joab había huido hacia el tabernáculo del Señor; y, he aquí, que él está en el altar”. Salomón entonces le dijo a uno de sus siervos que “fuese a buscarlo”. Entonces el siervo “fue al tabernáculo del Señor, y le dijo, así dijo el rey, ven”. Verso 30. Cuando él no quiso salir al mandato del rey, el siervo cayó sobre Joab y lo mató. Verso 34.

Es esta costumbre de aferrarse de los cuernos del altar que es presentada en Hebreos. Nosotros hemos pecado. Nuestra única esperanza es huir a refugiarnos al santuario. Ahí podemos aferrarnos de los cuernos del altar y encontrar refugio, no temporariamente y de una forma insegura como en el caso de Joab mencionado anteriormente, sino una esperanza que nunca falla.

Verso 19. “Un ancla del alma”. Un ancla es aquello que sostiene a un barco en una tormenta, y lo mantiene para que no se estrelle contra las rocas. Existen tiempos en que las anclas se deslizan, cuando no tienen nada sólido en el fondo del océano a quien aferrarse. Pero no es así en este caso. Esta ancla es “segura y firme” y entra “más allá del velo”.

El “ancla” no es mencionada en el Antiguo Testamento, y su uso aquí, como ilustración, es nueva. Pero es muy útil. En las tormentas de la vida necesitamos un ancla, algo a lo cual podamos aferrarnos, algo que nos sostenga. La esperanza cristiana es esa ancla. Va más allá del velo, y nos asegurará.

Verso 20. “El precursor”. Un precursor es más que un guía que muestra el camino. Él es uno que va delante de los demás y los guía. Podemos ir con Cristo y seguirlo donde quiera que Él vaya.

Observaciones Adicionales

Un Ancla del Alma.-

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Observe estas expresiones de seguridad dadas en la última parte del capítulo seis: “Dios hizo una promesa”; “Él juró por sí mismo”; ciertamente te bendeciré”; “la inmutabilidad de su consejo”; dos cosas inmutables”; “imposible que Dios mienta”; “una fuerte consolación”; “aferrarnos de la esperanza”; “un ancla del alma”; “segura y firme”; “más allá del velo”; “Jesús, hecho Sumo Sacerdote para siempre”.

Todas estas expresiones denotan fortaleza y seguridad. Dios aquí trata de poner en lenguaje humano la imposibilidad de que Sus promesas fallen. Siempre la Palabra de Dios será suficiente para asegurarnos la inmutabilidad de Su consejo. Pero a esto Él le agrega un juramento, la cosa más inusual, para decir lo menos, para hacer Su promesa doblemente segura. Y todo esto, dice el autor, constituye un ancla del alma, tanto segura como firme; y esta ancla como esperanza está ella misma anclada más allá del velo, donde Jesús ha entrado por nosotros. Esta línea de razonamiento nos lleva desde la promesa hecha a Abraham aquella noche negra cuando la presencia de Dios pasó entre los pedazos, hasta Jesús más allá del velo en el santuario celestial. (Gen. 15:17).

Bien podría preguntarse por qué Dios se sintió impelido a confirmar Su palabra con un juramento. En ningún otro caso nos es dicho que Dios haya hecho esto. ¿Por qué era la promesa hecha a Abraham tan importante que Dios creyó necesario confirmarla? ¿No es suficiente Su promesa?

Aun cuando Abraham creía en Dios, y le fue imputado por justicia (Gen. 15:6), su fe no era al comienzo del tipo fuerte, robusta, inmutable, sino que más bien como un grano de semilla de mostaza. Esto hizo con que él se riese más tarde de Dios cuando se le dijo que le nacería un hijo. (Gen. 17:17). Abraham necesitaba algo de que aferrarse cuando viniesen los días oscuros y la promesa de la semilla pareciese imposible de ser cumplida. La promesa de Dios debiera haber sido suficiente para él. Pero Dios, amando y teniendo piedad de Abraham, en Su gran misericordia le dio algo que nunca olvidaría y de lo cual se recordaría y de lo cual se aferraría en los días en que su fe viniese a faltar.

Mientras Abraham estaba sentado mirando los pedazos de los animales muertos, él sin lugar a dudas se maravilló de lo que iba a suceder. Cuando el sol se puso, “un sueño profundo cayó sobre Abraham; y, un horror de gran tiniebla cayó sobre él”. Gen. 15:12. Entonces, de repente, se aproximó una luz y “un horno humeante y una lámpara ardiente... pasaron entre aquellos pedazos”. Verso 17. “en el mismo día el Señor hizo un pacto con Abraham”. Verso 18.

Este pacto estaba relacionado con “la semilla”, que Dios ya le había prometido a Abraham. (Gen. 12:7; 13:15; 15:18). De esto dice Pablo: “Él no dice, y a semillas, como si fuesen muchas; sino a una, y a tu simiente, la cual es Cristo”. Gal. 3:16.

La ceremonia que Abraham había presenciado era la solemne toma de un juramento, en el cual las partes contractuales “dividiendo e dos partes el becerro, y pasando entre medio de ellas”. Jer. 34:18. Por medio de este acto significaba que si ellos quebrasen su pacto, eran merecedores de ser desmembrados así como había sido desmembrado el becerro; esto es, era un pato de sangre en el cual los participantes colocaban sus vidas en el fiel desempeño del acuerdo.

Esto debe haber causado una profunda impresión sobre Abraham, una impresión que crecería y se profundizaría con los años. Es dudoso que él haya entendido todo lo que estaba envuelto en la “semilla”, aun cuando él probablemente la vio “de lejos”; porque Cristo nos dice, “vuestro padre Abraham se regocijó en ver mi día: y él lo vio, y se gozó”. Juan 8:56. Esto es confirmado por la respuesta de Abraham a la pregunta de Isaac: “¿Dónde está el cordero para una ofrenda quemada?”. “Hijo mío”, dijo Abraham, “Dios proveerá Él mismo un cordero para una ofrenda quemada”. Gen. 22:7-8.

El pacto está relacionado con “la simiente”. Fue esto lo que era tremendamente importante que Dios lo confirmara con un juramento. Es en la “semilla”, en Cristo, que tenemos una “fuerte consolación”; Él es nuestra esperanza, “cuya esperanza tenemos como un ancla del alma”. Y esta esperanza entra “más allá del velo; donde el precursor ha entrado por nosotros, aun Jesús”. Heb. 6:19.

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Al decir esto, el autor combina la esperanza cristiana con el santuario. Él no necesita aquí hacer alguna referencia al velo o a la entrada de Cristo en los lugares santos, si no hubiese tenido el propósito de conectar la esperanza y el ancla con “más allá del velo”.

La promesa dada a Abraham mucho tiempo antes en relación a la promesa, fue cumplida en Cristo. Esta era la promesa de que no apenas un Hijo nacería, sino como fue anunciado por el ángel, “que os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, el cual es Cristo el Señor”. Luc. 2:11. Y nuevamente: “Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mat. 1:21. Esto es, no era apenas que un hijo naciese para cumplir la promesa de la semilla, sino que este Hijo tenía que ser el Salvador.

El pacto que Dios hizo con Abraham era, desde luego, el nuevo pacto. En esto todos los cristianos están interesados, porque realmente es la esperanza de los cristianos; y esta “esperanza tenemos como un ancla del alma, tanto segura como firme; y que entró más allá del velo”. Heb. 6:19.

Un ancla es un implemento que está unido al barco por un cable, el cual, siendo arrojado desde la cubierta, se aferra de la tierra o de las rocas a través de una especie de horquilla, y así mantiene el barco en su lugar y lo salva de ser hecho pedazos en las rocas. Un ancla no puede asegurarse a sí misma al agua. A menos que el cable sea lo suficientemente largo como para llegar al fondo, de manera que las puntas del ancla se puedan aferrar a la tierra o a las rocas, será de muy poca utilidad.

Este es el cuadro aquí pintado. Los dos cables, la promesa de Dios y el juramento, la asegurarán. Pero el ancla en sí misma debe ser asegurada a algo que sea seguro y firme, que no se deslice o que permita que sea arrastrada, sino que lo asegure firmemente. Y sea lo que fuere, está “más allá del velo; donde el precursor ha entrado por nosotros, Jesús”. Heb. 6:19-20. En Cristo, como la Roca de las edades, el ancla es asegurada. Allí será firmemente sujetada.

Algunos se han preguntado a respecto de qué velo es el que aquí se menciona, el primero o el segundo. El texto no nos lo dice, lo que sin duda lo hubiese hecho, si la pregunta fuese importante. Dice simplemente “el velo”, nada más. No es el velo lo que es enfatizado, sino lo que está “más allá del velo”, lo cual en el verso siguiente se dice que es nuestro precursor, Jesús. Es Cristo el que está en el otro extremo de la línea; es Él el que sostiene el ancla. Si Él está en el primer compartimiento, es ahí entonces donde está nuestra esperanza y nuestra ancla. Si Él está en el segundo compartimiento, es allí donde ellas están. Esa es la razón por la cual “velo” no es definido. Donde quiera que Cristo esté, es nuestra ancla y esperanza.

Es digno de observación que Pablo aquí aprovecha para colocar el ancla en el santuario. En estos lugares santos está el candelabro, el pan de la proposición, el altar del incienso, la luz, el pan y la perpetua intercesión. Después está el arca, el trono de la gracia, la ley, la Shekinah, el ministerio de los ángeles, y lo más importante de todo, está “Jesús, hecho Sumo Sacerdote para siempre según la orden de Melquisedec”. Heb. 6:20. Es aquí donde está sujetada el ancla. Y no se deslizará; no será arrastrada; se sujetará.

En el capítulo cuatro de Hebreos, el apóstol, de una manera magistral, conecta el séptimo día Sábado con el verdadero descanso de Dios. En el capítulo seis él, de la misma forma, conecta el nuevo pacto, la esperanza cristiana y el ancla, con el santuario. Parece ser que él está ansioso de impresionar a los lectores con el hecho de que no hay apenas un santuario, sino que también está Cristo más allá del velo, y que del santuario podemos recibir esperanza y fuerte consolación, y que sobre todo podemos saber que mientras Cristo esté sujetando los cables, el ancla estará segura. Con esta concepción, el poeta escribió:

“¿Se sujetará vuestra ancla en la tormenta de la vida,cuando las nubes abran sus alas de conflicto?¿Cuando las fuertes mareas suban, y los cables se estiren,será arrastrada vuestra ancla, o permanecerá firme?”

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“Si esta amarra segura, cruza resistiendo la tormenta,ya que está bien asegurada por las manos del Salvador;y los cables pasan de Su corazón hasta el tuyo,pueden desafiar la ráfaga, a través de la fortaleza divina”.

“Será sujetada firmemente en los estrechos del miedo,cuando las rompientes nos dicen que los arrecifes están cerca;aunque rabie la tempestad y soplen los vientos salvajes,ni una ola enojada entrará en nuestro barco”.

“Ciertamente permanecerá seguro en los diluvios de la muerte,cuando el agua fría enfríe nuestro último aliento;en la marea que sube no puede nunca fallar,porque nuestra esperanza habita más allá del velo”.

“Cuando nuestros ojos miran, la luz del amanecer,puertas relucientes de perlas, nuestro ancho puerto,anclaremos rápidamente en la playa celestial,con las tormentas ya pasadas para siempre”.

“Poseemos un ancla que sujeta el almafirme y segura mientras rueda la oleada;aferrados a la Roca que no se puede mover,asegurados firme y profundamente en el amor del Salvador”.

W. J. Kirkpatrick

Capítulo 7 del Libro de Hebreos: Cristo Es Superior a Melquisedec

Sinopsis del Capítulo.-

En el primer capítulo de la epístola el apóstol presentó a Cristo como Dios; en el segundo capítulo él mostró que Él también era hombre. En el tercer capítulo él comparó a Moisés con Cristo, y mostró que Cristo es superior a Moisés. En el cuarto capítulo el hizo hincapié en el hecho de que aun cuando Josué hizo entrar a los hijos de Israel al país, no los hizo descansar en el reposo de Dios, cuyo trabajo le fue dejado a Cristo para que lo hiciera. En el capítulo cinco el autor comenzó un análisis de las calificaciones de Cristo para el oficio de Sumo Sacerdote, pero interrumpió su descripción para amonestar a sus lectores diciéndoles que era tiempo que ellos dejasen de tomar leche y que comenzasen a comer alimento sólido. Él continuó su exhortación en el capítulo seis, donde él los advierte a no alejarse de la fe. En la última parte del capítulo él retoma el desafío donde lo dejó en el capítulo cinco, y gradualmente los lleva de vuelta al asunto, el cual es Cristo, un sacerdote según el orden de Melquisedec. Este asunto él lo continua en el capítulo siete, donde él enumera siete puntos donde Cristo y Su sacerdocio son superiores a Melquisedec y su sacerdocio.

Hebreos 7:1-3. “Porque este Melquisedec, rey de Salém, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salém, esto es, Rey de paz; sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre”.

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Todos sabemos que la historia de Melquisedec está contenida en tres versos en Génesis y en un verso en los Salmos (Gen. 14:18-20; Salmo 110:4). De muchas otras personas mencionadas en la Biblia existe alguna indicación de su origen y de su familia, pero de Melquisedec no sabemos nada. Como los Judíos tenían a Melquisedec en gran estima, es posible que tuviesen acceso a información que nosotros no poseemos.

Verso 1. Aquí somos presentados a Melquisedec, quien era rey de Salém y también sacerdote del Dios Altísimo. Abraham acababa de rescatar a Lot, y también había tomado un botín. En el camino de vuelta a casa se encontró con Melquisedec, quien lo bendijo.

Verso 2. El hecho de que Abraham le haya pagado los diezmos indica que Abraham reconoció su derecho a recibir diezmos, y que así él le era conocido.

Ha habido mucho análisis a respecto de quién era Melquisedec. A respecto de esto la Biblia no nos da mayores informaciones que la que encontramos en Gen. 14:18-20, y las referencias en la epístola a los Hebreos. Existen algunos que creen que él era Cristo; otros, el Espíritu Santo; otros, Sem; y aun otros, un ser sobrenatural de otro mundo. Nosotros damos por sentado de que si fuese importante que nosotros lo supiésemos, Dios nos habría dado luz sobre este asunto. En la ausencia de cualquier información al respecto, bien haríamos si dejásemos a un lado la especulación, y lo aceptáramos como uno de los contemporáneos de Abraham, rey de una pequeña localidad de aquel tiempo.

“Rey de justicia”. Esto puede significar que como rey él reinó en justicia, o, como lo sostienen otros, que él era jefe entre personas justas. De la misma manera “Rey de paz”, o “Rey de Salém”, puede significar que él reinó en Salém, ya que Salém significa paz, o de que él era un rey pacificador. La impresión dejada es la de que él era un sacerdote del Dios Altísimo, y que además era rey, y que tanto su reino y su carácter personal justificaban los atributos de Rey de justicia y Rey de paz.

Verso 3. “Sin padre, sin madre”. Son estas palabras que han hecho surgir la especulación de que Melquisedec fue un ser sobrenatural, si es que realmente no tenía padre ni madre, sin comienzo de días y sin término de vida, siendo que esta afirmativa puede ser literalmente verdadera apenas de las personas de la Divinidad. Sin embargo, no es necesario quedarse con esta parte de la obra.

Los Judíos eran muy particulares en registrar y preservar sus genealogías. Esto era especialmente verdadero cuando se trataba de los sacerdotes. Nadie podía servir como sacerdote a menos que perteneciese a la familia de Aarón de la tribu de Leví, y esto él tenía que probarlo sin ninguna especie de duda. Si existía alguna laguna en la línea genealógica, sería rechazado y perdería los privilegios que poseían los sacerdotes. Por esta razón todo Judío, y especialmente los sacerdotes, preservaban muy cuidadosamente todos los registros genealógicos.

De Melquisedec no poseemos ninguna genealogía. No existe ningún registro de su nacimiento o de su muerte. En lo que se refiere a la Biblia, él no tuvo ni padre ni madre, ni comienzo de días o término de vida. Significativamente se dice que fue hecho semejante al Hijo de Dios, no que él era como Él. Aun así es difícil determinar lo que significa “hecho”, siendo que la lectura sugiere que en el intento de Dios él debía ser un tipo de Cristo, y que Dios dirigió los eventos hacia ese fin. Por esta razón su genealogía no fue preservada, ni existe ningún otro registro ya sea de su nacimiento o de su muerte, ni de padre ni de madre. Todo esto encaja en el cuadro Mesiánico, haciendo posible que Dios lo use como un tipo del verdadero Sacerdote que vendría.

Nosotros aceptamos el punto de vista de que Melquisedec fue un hombre común, a quien Dios escogió, debido a su carácter y calificaciones, para representar a Cristo. Él no podía ser un ser divino, uno de la Trinidad, porque un sumo sacerdote debe ser “tomado de entre los hombres” para que pueda servir. (Heb. 5:1). Aun Cristo no pudo ser sumo sacerdote hasta que se encarnó, cuando participó de nuestra naturaleza humana y de nuestras pruebas, sufrió y aprendió obediencia. Ni tampoco pudo

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Melquisedec ser un ángel o algún otro ser celestial, porque estos no son hombres, y solamente un hombre puede ser sumo sacerdote. Por lo tanto estamos confinados a considerar a Melquisedec un ser humano común. Si así es, todo lo que sabemos de él es que él fue Rey de justicia y Rey de Salém, y que Abraham le pagó los diezmos. Con esto debemos dejar este asunto tranquilo.

Hebreos 7:4-10. “Considerad, pues, cuán grande era éste, a quien aun Abraham el patriarca dio diezmos del botín. Ciertamente los que de entre los hijos de Leví reciben el sacerdocio, tienen mandamiento de tomar del pueblo los diezmos según la ley, es decir, de sus hermanos, aunque éstos también hayan salido de los lomos de Abraham. Pero aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos, tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas. Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor. Y aquí ciertamente reciben los diezmos hombres mortales; pero allí, uno de quien se da testimonio de que vive. Y por decirlo así, en Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos; porque aun estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro”.

En esta sección, son mencionados cuatro puntos donde se dice que el sacerdocio de Melquisedec es superior al de Aarón: a) Porque Abraham le pagó los diezmos (versos 4-6); b) Porque Abraham recibió de Melquisedec la bendición (verso 7); c) Porque Melquisedec es un tipo de Uno que nunca muere (verso 8); y d) Porque aun Leví le pagó los diezmos (versos 9-10).

Verso 4. “Considerad cuán grande era este hombre”. Es la grandeza de Melquisedec la que el autor quiere mostrar; porque si él puede mostrar cuán grande fue Melquisedec, entonces también puede mostrar fácilmente que Cristo es aun mayor.

“Aun el patriarca”. Abraham es llamado aquí “el patriarca” para aumentar el efecto. Melquisedec era tan grande que “aun el patriarca” le pagó los diezmos. Al hacerlo así, Abraham reconoció el sacerdocio con autoridad superior de Melquisedec.

Verso 5. “Mandamiento de recibir diezmos”. Los Levitas no solamente tenían permiso como para recibir diezmos, sino que un mandamiento para proceder así. Este los constituyó una orden divinamente ordenada. Sin embargo, no eran los primeros en recibir diezmos. Melquisedec lo hizo antes que ellos. Si ellos estaban divinamente ordenados, Melquisedec también lo fue. Y el hecho que “aun el patriarca Abraham” le pagó a Melquisedec los diezmos, muestra que él tenía el más alto apoyo que un hombre podía tener. Si los Levitas fueron autorizados por Dios para recibir diezmos, Melquisedec lo fue aun más.

Verso 6. “Genealogía no es contada”. Abraham era amigo de Dios, más que los Levitas. A él se le dio la promesa; él fue el padre de los fieles. Si él reconoció a Melquisedec, sus descendientes no podían fallar en hacer lo mismo. Melquisedec tenía la autoridad de Dios y el reconocimiento de Abraham. Estos factores no pueden ser ignorados en cualquier estimativa verdadera de la grandiosidad de Melquisedec.

Verso 7. Melquisedec bendijo a Abraham. Sin ninguna duda el menor es bendecido por el mayor. Como Abraham recibió con la cabeza curvada la bendición de Melquisedec, ahí reconoció su superioridad y autoridad espiritual.

Verso 8. “Aquí”. “Allí”. Aquí los hombres mortales reciben los diezmos. Allí Uno recibe diezmos de quien se testifica que Él vive.

En estas palabras el autor va más allá de Melquisedec hasta Uno a quien él representa. De Cristo se afirma que “vive para siempre”. Verso 25.

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Versos 9-10. “También Leví”. Abraham es considerado el padre de la fe, y en este sentido, cualquiera cosa que él haya hecho, su posteridad la hizo en él. Así aun Leví pagó el diezmo a Melquisedec, lo cual es otra fuerte prueba de la grandeza de Melquisedec.

Hebreos 7:1-19. “Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿qué necesidad habría aun de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón? Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley; y aquel de quien se dice esto, es de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios”.

Los cinco puntos de superioridad del sacerdocio de Melquisedec sobre aquel de Aarón, es el hecho de que el sacerdocio de Aarón nunca hizo nada perfecto, “pero el de traer una mejor esperanza, eso sí lo hizo”. Versos 11,19.

El análisis en esta sección se relaciona principalmente con la necesidad de un cambio en la ley del sacerdocio, debido a la debilidad e ineficacia de todo el sistema.

Verso 11. “Qué necesidad habría”. La queja contra el sistema levítico era el hecho de que nunca “hizo a los que llegan perfectos”. Esto muestra claramente que el intento y el propósito de Dios era la perfección del adorador. Si el sacerdocio Levítico cumpliese esto, no habría habido necesidad de otro sacerdocio. Pero el hecho de que el sacerdocio no perfeccionó nada, y aun el hecho adicional de que Dios quería que esto fuese hecho, obligó a la institución de otro sacerdocio que lograría la perfección que Dios tenía en mente.

Por otro lado, si Dios desea perfección, y el sistema Levítico no pudo producirla, entonces era imperativo que el nuevo plan pudiese producir perfección. Si no fuese así, no habría ninguna necesidad para cambiar el sacerdocio. Por esta razón se ha dicho mucho en la epístola acerca de la perfección. Nuestro nuevo Sumo Sacerdote debe producir perfección en Sí mismo y en otros, caso contrario no se ganaría nada con el cambio. Así, en un sentido bien real, Cristo está siendo colocado a prueba en la calidad de hombres que está produciendo.

Verso 12. “Un cambio también de la ley”. La ley preveía que Aarón fuese sacerdote y que sus hijos sirviesen después de él. Como Cristo no perteneció a la tribu de Leví, y como solamente los miembros de esa tribu podían ser sacerdotes, es evidente que debía ocurrir un cambio en la ley si Cristo iba a oficiar como Sumo Sacerdote.

Versos 13-14. “Otra tribu”. Cristo vino de la casa de David y de la tribu de Judá (Rom. 1:3; Mar. 10:47-48; Miq. 5:2; Mat. 1:1; Luc. 3:33). De esta tribu “ningún hombre sirvió al altar”. Solamente los hombres de la tribu de Leví podían hacer eso. El autor dice que esto es evidente, y todos los Judíos concordarían con él.

Verso 15. “Mucho más evidente”. El apóstol ha estado arguyendo que debe haber un cambio de la ley si es que va a haber un cambio en el sacerdocio. Él ha mostrado que Cristo no es de la tribu de Leví, pero que aun así Él es sacerdote, y que para que así pudiese ser, la ley que dice que solamente los hombres de la tribu de Leví pueden ser sacerdotes, tiene que ser cambiada. Sin embargo, él encuentra

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su más grande prueba en la profecía de que otro sacerdote debe surgir a semejanza de Melquisedec. Si esto es así, entonces no solamente es evidente, sino que mucho más evidente, que la antigua ley levítica había sido abrogada.

Verso 16. “Una vida sin fin”. Mejor aun, “una vida indisoluble”, una que no puede cesar, que no puede ser suelta o deshecha, que continua para siempre.

“Mandamiento carnal”. No es aquí usado como un término de reproche, sino apenas para mostrar la calidad inferior del sacerdocio bajo las ordenanzas levíticas en contraste con el sacerdocio de Cristo. El hijo mayor de un sacerdote proseguía con el oficio de su padre. Esto no siempre trajo como resultado el mejor tipo de sacerdocio. También, el periodo de servicio de los Levitas no era largo, a lo máximo 30 años, desde los 20 hasta los 50, y para las funciones estrictamente sacerdotales el tiempo de servicio era apenas de 20 hasta 25 años (1 Cron. 23:24-27; Num. 4:47; 8:24-25). El trabajo extenuante de los sacerdotes los compelía a dejar el sacerdocio a los 50 años, cuando un hombre normal podría estar aun en su mejor estado.

Compare esto con la vida indisoluble de Cristo. Él es sacerdote para siempre, “según el poder de una vida sin fin”.

Verso 17. “Tú eres sacerdote para siempre”. A esta declaración el autor vuelve una y otra vez, y en esto él basa su argumento. Ningún hombre común podía ser sacerdote para siempre. Los sacerdotes Levíticos servían solamente unos pocos años. Si, por lo tanto, viniese uno que sirviese para siempre, tendría que ser más que un hombre, más que un Levita. Así, es “mucho más evidente” que tenía que venir un cambio de la ley del sacerdocio, si es que ese tipo de sacerdote iba a oficiar.

Como se dijo anteriormente, la ley decía que los hijos debían ser sacerdotes en lugar de sus padres, pero el hijo no siempre seguía los pasos de sus piadosos padres. Así, los hombres desempeñaban un oficio sagrado para el cual no estaban preparados. Opuesto a esto y en contraste con esto, Cristo es escogido Sumo Sacerdote según el poder de una vida sin fin. Él no tenía ningún sucesor que pudiese probar su indignidad. El sacerdocio no se le daría a ninguna otra persona. Él vive para siempre para interceder por Su pueblo, y Él está siempre accesible. Esta elección la hizo el propio Dios, el cual testifica que Cristo es “un sacerdote para siempre según la orden de Melquisedec”.

Verso 18. “Una anulación del mandamiento”. El autor aun está hablando de la ley del sacerdocio Levítico. Era tanto débil como improductivo. Pero no había sido así desde el comienzo, porque el propio Dios lo instituyó. Pero sucedió con la ley lo mismo que sucedió con el pacto, el cual era bueno en sí mismo, pero que falló debido a la actitud del pueblo para con él. La ley sacrificial, que fue dada para que aborreciesen el pecado, fue hecha un instrumento para animar a pecar. Israel vino a creer que sus sacrificios pagaban sus transgresiones. En esto ellos fueron animados por algunos de los sacerdotes, y todo el servicio se volvió una abominación. No había nada que Dios pudiese hacer, sino abolir tanto el servicio como el sacerdocio.

Verso 19. “La ley no perfeccionó nada”. La ley proveyó sacrificios de acuerdo a la naturaleza de la ofensa. Así un hombre podía ofrecer su sacrificio, llevarlo al tabernáculo, confesar su pecado, e irse perdonado. Al día siguiente podía pecar nuevamente, repetir el mismo servicio, y ser perdonado, y así al otro día y al día subsiguiente, a través de todo el año. No había fin para los sacrificios. Aun en el Día de la Expiación los servicios no terminaban en carácter. Tan luego como era terminada la obra del día, otra ronda anual era comenzada, y cuando esa terminaba, había otra más, y así seguía año tras año. En otra parte Pablo declara que la ley “nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado”. Heb. 10:1-

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2. La queja aquí es que no había un fin para los sacrificios, y la razón dada es que la ley no podía hacer perfecta la transgresión, porque en ese caso las ofrendas habrían cesado.

Lo que la ley no podía hacer, lo hizo la llegada de una nueva esperanza. Esta esperanza se centra en Cristo, porque Él es Aquel que toma el lugar del sacerdocio Levítico, el cual es débil e infructuoso. Así, leemos de Cristo que “por una ofrenda perfeccionó para siempre aquellos que son santificados”. Heb. 10:14. Lo que la ley no pudo hacer, Cristo lo hizo.

Hebreos 7:20-28. “Y esto no fue hecho sin juramento; porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste, con el juramento del que le dijo: Juró el Señor , y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre”.

El sexto punto de superioridad del sacerdocio de Melquisedec sobre el Aarónico es el haber sido fundado sobre un juramento, el propio juramento de Dios. (Versos 20-21). El séptimo y último punto es su sacerdocio inmutable en contraste a los constantes cambios del Levítico.

En el verso 22 el autor introduce la idea del pacto del cual Cristo es la seguridad y el mediador. Él no analiza aquí en forma más detallada, sino que apenas introduce el asunto para preparar al lector para lo que él va a decir más tarde. Pero, él presenta a Cristo como uno que es capaz de salvar hasta lo máximo y que vive para siempre para interceder por nosotros. Cristo siendo santo, inmaculado e incontaminado, es una seguridad provista para nosotros, la cual es adecuada y soportará la prueba de Dios.

Versos 20-21. “El Señor juró y no se arrepentirá”. Dos veces antes en Hebreos se nos dice que Dios juró: cuando Él le aseguró a Abraham a respecto de la semilla que vendría, y cuando Él juró que Israel no entraría en Su descanso (Heb. 3:11; 6:13).

Siempre es una solemne ocasión cuando se hace un juramento. En este caso Dios jura y “no se arrepentirá”. Tú eres sacerdote para siempre según la orden de Melquisedec”. Bien podríamos preguntar por qué tendría que ser esta una ocasión solemne, y por qué era necesario que Dios dijese que no se iba a arrepentir de hacer de Cristo un sacerdote según la orden de Melquisedec. Los sacerdotes tomaban posesión sin un juramento. ¿Por qué tenía que haber un juramento en este caso, y por qué Dios tuvo que hacer esa declaración de que no se arrepentiría? Superficialmente, esto da la impresión de ser una ocasión muy especial, y que mucha cosa estaba envuelta. ¿Cuál era la razón para todo esto?

Que mucho estaba envuelto en la designación del oficio de Sumo Sacerdote de Cristo, es evidente. El costo para Dios es indicado en la declaración de que Él no se va a arrepentir de ello. Grande como ha sido el costo del pecado para el hombre, esto no es nada comparado al costo de Dios. Pero a pesar de este costo, Dios no se arrepentirá de ello. Consideremos brevemente ese costo.

1.- El plan de la redención envolvía la muerte del Hijo de Dios. A menos que concibamos que Dios es completamente diferente que nosotros, este costo debe haber sido inmenso. “Debo darme a mí mismo”, dijo un padre después de haber oído la historia de la cruz, “pero nunca podría dar a mi hijo”.

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2.- El costo para el Hijo de Dios fue igual al del Padre. Tuvo que encarnarse, estar sujeto a Sus propias criaturas y de ellas sufrir toda indignidad, y finalmente ser colgado en el madero como un criminal. Tuvo que tomar nuestro lugar como sujeto, mientras el hombre tomaba el papel de gobernador y juez.3.- El plan de la salvación envolvería eventualmente una reorganización del universo. El hombre sería un heredero de Dios y coheredero con Cristo. Se le daría un lugar en el trono de Cristo, así como Cristo se sentó en el trono del Padre. La raza humana sería elevada para que fuesen reyes y sacerdotes, y aun cuando eventualmente Dios recibe el reino y se vuelve todo en todos, siempre habrá un compartimiento de poder y de responsabilidad, el cual levantará al hombre mucho más arriba que los ángeles, y lo harán un participante de la naturaleza divina.

El plan de la redención no fue algo que se le impuso a Dios, a lo cual Él tenía que someterse, debido a las acusaciones de rebelión de Satanás. Más bien, cada paso en el plan de Dios para la salvación del hombre, fue planificado por Él anticipadamente, aun en los días de la eternidad. Dios no fue forzado a hacer algo que Él no quisiese hacer, debido al pecado. Su plan original envolvió la elevación del hombre y su compartimiento del trono, y todo esto estaba incluido en la designación de Cristo como Sumo Sacerdote. Esta designación fue confirmada por un juramento, y a esto Dios le adicionó el hecho de que no se arrepentiría. Esto nos da la seguridad para toda la eternidad que está por delante.

Verso 22. “Por todo eso”. (En la RVA dice “por tanto”). “Todo eso” incluye lo que nosotros acabamos de presentar. El hombre fue y es el ganador; el costo para Dios está por sobre nuestra comprensión; pero Dios no se arrepiente de lo que ha hecho. Los eventuales resultados mostrarán la inmensa grandeza y bondad de Dios.

“Un fiador”. (Seguridad, garantía). “Garantía” aquí tiene el significado de alguien que se hace responsable por, o garantizando el desarrollo de algo, algún acuerdo. En el “mejor testamento” (la RVA dice “mejor pacto”) Cristo es la seguridad tanto por parte de Dios como por la parte del hombre. Por Su muerte Él le dio la seguridad al hombre de que Dios completaría todo el camino en hacer Su parte en el acuerdo; por Su vida Él le dio la seguridad a Dios de que el hombre cumpliría su parte. Siendo tanto Dios como hombre, Él podía hacer todo esto.

“Testamento” (RVA: pacto) es la misma palabra usada en otra parte para pacto. Ha habido un gran análisis en relación a su correcto uso, pero podemos con seguridad asumir de que cuando Dios escoge una palabra que significa tanto pacto como testamento, o ambas, Él las escoge porque esta palabra expresa lo que Él tiene en mente. A medida que avancemos, encontraremos que el pacto de Dios también es un testamento, y el testamento es un pacto, y como la palabra original significa tanto testamento como pacto, Dios usa la expresión correcta para transmitir ambos significados.

Versos 23-24. “Un sacerdocio inmutable”. Estos versos son claros en su significado. Los sacerdotes Levíticos morían, y no podían continuar su obra. Siempre que moría un sumo sacerdote, otro sacerdote tenía que continuar con su obra. Este cambio era desventajoso, por lo menos en la teoría, en que el mismo sumo sacerdote que era responsable en el servicio diario, no podía completar su trabajo en los servicios del Día de la Expiación. Sucede a veces que un abogado a cargo de un caso en la corte, debido a enfermedad o muerte, se ve imposibilitado de continuar, y otro debe tomar su lugar. El segundo abogado puede ser tan bueno como el primero, pero él no sabe o no entiende completamente el trasfondo como lo hacía el primero, y el cliente se siente molesto e inseguro.

Ese es el cuadro que tenemos por delante aquí. Los sacerdotes Levíticos no podían continuar debido a la muerte. Pero Cristo puede continuar. Él posee un sacerdocio inmutable. Él “vive siempre para interceder”.

Verso 25. Salvar “hasta lo máximo”. Todos estarían felices si las puertas del cielo fuesen abiertas en una forma tan amplia, que todos pudiesen entrar, pero esta no es la idea de salvación de Cristo. Él

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quiere que las puertas se abran completamente, y que Su pueblo entre como teniendo derecho a entrar. “Benditos aquellos que guardan Sus mandamientos, para que tengan el derecho de entrar al árbol de la vida, y puedan entrar a través de las puertas a la ciudad”. Apoc. 22:14.

Algunos se aproximan a Dios con temor de esclavo. Esto no le agrada Dios. “No habéis recibido nuevamente el espíritu de esclavitud para temer; sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, a través del cual decimos, Abba, Padre. El propio Espíritu testifica con nuestro espíritu, que somos hijos de Dios: y si somos hijos, entonces somos herederos; herederos de Dios, y coherederos con Cristo, si es que sufrimos con Él, de manera que también podamos ser glorificados juntos”. Rom. 8:15-17.

Así como los cristianos comparan su condición con aquella de los creyentes de antaño, él entiende mejor sus privilegios. Aun cuando las ciudades de refugio eran una maravillosa bendición, y sin duda salvó muchas vidas del vengador de sangre, no hay ninguna comparación entre aquella salvación y la salvación provista en Cristo. Cristo puede y realmente salva hasta lo máximo a aquellos que van a Él. Él vive siempre para interceder por ellos.

¿Qué se quiere decir con la declaración de que Cristo puede salvar hasta lo máximo?

1.- Él puede lavar los pecados del más profundo teñido. “Aun cuando vuestros pecados sean como escarlata, serán blancos como la nieve; aun cuando sean rojos como carmesí, serán como lana. Si quisiereis y fuereis obedientes, comeréis el bien de la tierra”. Isa. 1:18-19.2.- Él puede salvar a los fornicadores, idólatras, adúlteros, afeminados, abusadores de sí mismos con la humanidad, ladrones, codiciosos, borrachos, injuriadores, extorsionadores. (1 Cor. 6:9-11). Los hombres en la vida no los ayudarían ni los obstaculizarían. Cristo salva a los ricos y a los pobres por igual.3.- Él puede salvar el hombre, el cuerpo, el alma, el espíritu y purificar la mente, la voluntad, el corazón, la memoria, la conciencia, la imaginación. Su salvación es una salvación eterna. Él salva “hasta lo máximo”.

Verso 26. “Santo”. Nos convenía tener un Sumo Sacerdote que fuese santo, humilde e incontaminado. Era conveniente y necesario que tuviésemos uno así.

La palabra usada aquí para “santo” posee una referencia diferente al carácter. Significa uno que está dedicado, consagrado, santificado, completado, perfeccionado. Cristo es todo eso. De ninguna manera Él se queda corto. Él desafía a los hombres para que lo convenzan de pecado, y nadie ha aceptado ese desafío. Él es incondicional para con Dios y el hombre.

“Humilde”. Cándido, inocente, no vengativo, sin planificar ningún mal a nadie, no corrompiendo con el ejemplo. Por el lado positivo significa hacer el bien a los demás, planificar para su bienestar, dando un buen ejemplo.

“Incontaminado”. Casto, puro, no corrompido o corruptible, inmaculado en todo sentido, no adversamente influenciado por el medio. Sugiere no apenas santidad y pureza en sí mismo, sino que el pensamiento adicional de haber pasado por experiencias que pudieran tener la tendencia a dejar alguna mancha, pero en realidad no fue así.

“Separado de los pecadores”. Cristo tenía la capacidad de mezclarse con los pecadores y aun así estar separado de ellos. Él tenía la habilidad de estar solo en una muchedumbre. Observe cómo lo puso Lucas: “Sucedió que, mientras él estaba sólo orando, sus discípulos estaban con él”. Luc. 9:18. La Versión Americana Revisada dice: “Cuando él estaba orando aparte, los discípulos estaban con él”. La lectura aquí es bien diferente. Los discípulos no fueron a él mientras Él estaba orando sólo; ellos estaban con Él, pero Él estaba aparte de ellos. De la misma manera Cristo estaba con los pecadores pero estaba aparte de ellos. Él podía aislarse a Sí mismo estando con una muchedumbre; Él podía orar aparte, mientras Sus discípulos estaban con Él. Él sabía cómo dominar las circunstancias.

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“Mayor que los cielos”. Este es Cristo en Su exaltación. Él es mayor que cualquier cosa creada, sean tronos o principados, dominios o poderes. Él está a la diestra del Padre. Es esta clase de Sumo Sacerdote que nosotros necesitamos.

Verso 27. “Que no tiene necesidad diariamente”. Algunos dicen que esto debiera leerse “anualmente” en vez de “diariamente”, pero no tenemos ningún registro donde el sumo sacerdote trajese una ofrenda por el pecado diariamente. Había si una ofrenda que debía ser ofrecida diariamente por Aarón y sus sucesores, pero esto parece ser una ofrenda de alimentos, y no una ofrenda por el pecado (Lev. 6:20-22). La dificultad está por lo tanto con la declaración de que el sumo sacerdote de antaño presentaba una ofrenda por el pecado diariamente, y que Cristo no necesitaba hacer esto.

Esta dificultad se desvanece, sin embargo, cuando consideramos que cualquiera que haya sido el servicio que hayan prestado los sacerdotes, lo hicieron como delegados del sumo sacerdote. Ellos oficiaron en su lugar, y lo que hicieron fue aceptado como si el mismo sumo sacerdote lo hubiese hecho. Eran meramente asistentes, y mientras ofrecían ofrendas por el pecado diariamente, se podía decir que el sumo sacerdote las ofrecía diariamente.

Cuando el tabernáculo fue primeramente construido en el desierto, el sumo sacerdote realizaba todos los servicios que más tarde fueron realizados por los sacerdotes. Él mantenía las lámparas encendidas en el lugar santo; él cambiaba los panes de la proposición; él ofrecía el incienso y oficiaba en el altar (Exo. 30:7-8; Lev. 24:5-9; Lev. 1:5). Cuando otros tomaban parte, apenas servían como sus asistentes, y hacían su trabajo para él. Él tenía el derecho de oficiar en cualquier instante, en cualquier circunstancia. Esto lo ilustra el hecho de que a través de la historia del templo, era costumbre del sumo sacerdote oficiar en el servicio diario, la semana que antecedía al Día de la Expiación. Por lo tanto aceptamos la declaración de que el sumo sacerdote diariamente, en las personas de los sacerdotes, ofrecía por sus propios pecados.

“Por sus propios pecados”. En el Día de la Expiación el sumo sacerdote ofrecía primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo (Lev. 16:11,15). Esto era necesario. Siendo pecador, él no podía aparecer ante Dios en el lugar santísimo a menos que y antes que hubiese traído una ofrenda por sí mismo. Cristo no necesitó hacer esto. Él no era pecador.

Ha surgido la pregunta en relación al significado de la declaración: “Esto lo hizo una vez”. (La KJV no dice “esto lo hizo una vez para siempre”). ¿Qué quiere decir la palabra “esto”? ¿Ofreció Cristo por Sus propios pecados, como lo hacía el sumo sacerdote, y después por el pueblo? Cristo no tenía pecados de Él mismo. Los únicos pecados que Él poseía, eran los que Él llevaba por nosotros. Él fue hecho pecado por nosotros. Cuando, entonces, Él se ofreció a Sí mismo una vez, Él hizo provisión por todos los pecados que Él cargó. Esos pecados eran nuestros pecados, los cuales Él cargó en Su cuerpo en la cruz. Fueron Sus pecados solamente porque Él los tomó sobre Sí mismo y tomó la responsabilidad por ellos.

Verso 28. Los sacerdotes tenían debilidades. Cristo no tenía ninguna. La ley hacía de hombres pecadores sumos sacerdotes. El juramento hizo de Cristo Sumo Sacerdote. Si la ley de la herencia había sido invocada, Cristo nunca habría podido ser Sumo Sacerdote, porque solamente los hijos de Aarón podía efectuar este oficio. Como vemos, tenemos un Sumo Sacerdote consagrado para siempre, porque Dios se salió de la categoría de la sucesión sacerdotal para escoger a Su propio Hijo. Esto es significativo en vista del hincapié que algunas iglesias colocan sobre la sucesión apostólica. Si este principio hubiese sido seguido, Cristo no sería ahora un Sumo Sacerdote consagrado para siempre. Habría sido rechazado como siendo inelegible.

Observaciones Adicionales

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La Ley Ceremonial.-

Una de las grandes debilidades del sistema Levítico era el hecho de que solamente proveía perdón para los pecados no intencionales. En cada caso para el cual una ofrenda por el pecado era traída, era específicamente provisto que era únicamente para pecados cometidos por ignorancia. “Si un alma peca por ignorancia”; Si toda la congregación de Israel peca por ignorancia”; cuando un gobernador ha pecado y ha hecho algo por ignorancia”; si alguien cualquiera del pueblo peca por ignorancia”. Lev. 4:2,13,22,27. En cada caso, como se observa, solamente el pecado cometido por ignorancia era provisto. Así, después que un hombre había traído la requerida ofrenda por el pecado, él aun estaba en la incertidumbre en relación a los pecados cometidos conscientemente. Para esos no había sacrificio. Cuando salía del santuario, la carga del pecado no estaba totalmente levantada. Solamente los pecados menores, los pecados cometidos sin querer, eran perdonados; pero los pecados que realmente lo mantenían condenado, eran aquellos que él sabía que estaban errados. En su corazón debe haber sentido que aun cuando los pecados cometidos por ignorancia eran deplorables, ellos no podían compararse con los pecados que él había deliberadamente planificado y ejecutado. Él podía sentir que Dios, de alguna manera, iría a cubrir su ignorante transgresión. Pero lo que realmente le preocupaba eran los pecados conscientes y deliberados. No había ninguna provisión para esos pecados en el sistema Mosaico. Pero estos eran precisamente los pecados que importaban. Estos eran los pecados que alcanzaban la conciencia. Y para ellos Moisés no tenía un perdón.

Por esta razón el evangelio debe haber hecho un fuerte apelo a aquellos en Israel que estaban preocupados acerca del pecado. En Antioquía, Pablo resumió su mensaje en estas palabras: “Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree”. Hechos 13:38-39.

En general, solamente los pecados de ignorancia eran provistos en la ley de Moisés, pero ahora Pablo proclama perdón para “todas las cosas, de las cuales no pudisteis ser justificados por la ley de Moisés”. Aquí él declara que los Judíos ya sabían, que no podían ser justificados de todos los pecados por la ley de Moisés. Las buenas nuevas eran que “a través de este hombre se os predica el perdón de los pecados”, y que a través de Cristo podían ser justificados de “todas las cosas”. Los sacrificios y las ofrendas eran ofrecidas diariamente en los altares, pero no podían satisfacer las cosas “pertenecientes a la conciencia”, sino que solamente santificaban “la purificación de la carne”. Heb. 9:9,13. A través de la comparación, “cuánto más la sangre de Cristo, el cual a través del Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, puede purgar vuestra conciencia de las obras muertas para servir al Dios viviente”. Verso 14.

Tal como se ha observado anteriormente, no importa cuánto a un hombre le puedan ser perdonados sus pecados “inconscientes”, su conciencia no quedará limpia. Porque los verdaderos pecados, aquellos que él cometió conscientemente y a sabiendas, no estaban cubiertos por ningún sacrificio que él pudiese ofrecer. Todo Judío debe haber sentido esta deficiencia intensamente y debe haber deseado ardientemente un remedio que afectase la consciencia. Y este remedio fue provisto en Cristo. Él trajo una mejor esperanza.

Para que nadie piense que solamente los pecados cometidos inconscientemente podían ser perdonados en los tiempos del Antiguo Testamento, apresurémonos a afirmar que había un Salvador en el tiempo de Moisés así como lo hay ahora. Todo lo que Pablo sostuvo es que había muchas cosas de las cuales ellos no podían ser justificados por la ley de Moisés. Él jamás quiso dar a entender que no había un perdón completo y gratis para todos los tipos de pecados – excepto uno – tanto en aquellos tiempos como en los actuales. Su único argumento fue de que no había ninguna provisión para el pecado consciente en la ley de Moisés. Y eso es verdad.

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¿Cómo, entonces, eran perdonados los pecados conscientes en aquel tiempo? De la misma manera que ahora. Aun cuando vuestros pecados sean como escarlata, aun cuando sean rojos como carmesí, podía ser obtenido el perdón (Isa. 1:18). Pero el perdón no podía ser obtenido ofreciendo un sacrificio. Si Dios hubiese dicho, “si un hombre comete adulterio con la esposa de su vecino, y hace lo que es malo, que me traiga un cordero sin mancha”, Dios le habría puesto un valor al pecado, y los hombres habrían creído que el pecado sería perdonado a un cierto precio. Eso destruiría completamente los valores morales y habría producido mucho daño. Fue una concepción de ese tipo que llevó a Tetzel, en los días de Lutero, a vender indulgencias, las cuales el pueblo pervirtió en libertinaje para cometer pecado a un cierto precio. En el Antiguo Testamento, el adulterio era castigado con la muerte. (Lev. 20:10). Dios no podía permitir el darle al hombre la idea de que el pecado hecho a propósito pudiese ser condonado o pasado por alto de ninguna manera. David lo sabía muy bien. Cuando él cometió su odioso pecado dijo: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Salmo 51:16-17.

Recuerde, esto era en los tiempos del Antiguo Testamento. David sabía que Dios no aceptaría un sacrificio para ese tipo de pecado. Pero él también sabía que Dios no despreciaría “un corazón contrito y quebrantado”. Los pecados, los pecados reales, eran perdonados antes y ahora, a través del arrepentimiento. No ha habido ningún cambio.

En Gálatas, Pablo hace una pregunta muy inquiridora: “¿Para qué servía entonces la ley?”. Gal. 3:19. Otras versiones han traducido este versículo de una forma más gráfica: “¿Para qué entonces la ley?”. Aplicado a la ley ceremonial, podemos responder parcialmente la pregunta diciendo que servía para un propósito bien definido. Le enseña a los hombres que el pecado es mortal. Le enseña a los hombres que cuando ellos pecan, un animal inocente tiene que morir, y que ellos son la causa de su muerte, y que por lo tanto tienen que matar el animal ellos mismos. De esto ellos ciertamente comprenderían la idea de que aun los pecados de ignorancia (inconscientes) eran serios, y que cuando ellos pecaban, una víctima inocente tenía que morir en su lugar. Sin embargo, también eran alertados acerca del hecho de que, después que hubiesen hecho todo lo que requería la ley ceremonial, aun no estaban perdonados de todos sus pecados. Sus conciencias les recordarían en sus mentes muchas cosas que ningún sacrificio podría solucionar. ¿Qué harían ellos con esos pecados? Aquí el mensaje profético venía en su ayuda. Isaías – y los demás profetas – dirigían sus atenciones lejos de los sacrificios de toros y machos cabríos, al Cordero de Dios que “fue herido por nuestras transgresiones” y “magullado por nuestras iniquidades: el castigo de nuestra paz estaba sobre él; y con sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó por su propio camino; y el Señor cargó en Él la iniquidad de todos nosotros”. Isa. 53:5-6. El mandamiento de Dios era claro, “cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado... llevará las iniquidades de ellos... habiendo Él llevado el pecado de muchos y haciendo intercesión por el transgresor”. Versos 10-12.

Esto coloca una aplicación espiritual en los sacrificios hechos. Los pecadores veían instintivamente que el Hijo de Dios era el verdadero Cordero; veían que ningún cordero del rebaño podía pagar por el pecado de un hombre. Considerado de esa manera, entendieron que todo el servicio era simbólico y apuntaba hacia la muerte del Mesías que vendría, en quien solamente se podía encontrar el perdón.

El establecimiento de ciudades de refugio también ayudó a instruir al pueblo en los planes de Dios para salvar a los pecadores. Si un hombre cometía un asesinato en los tiempos antiguos, el vengador de la sangre tenía el derecho de vengarse del crimen matando al asesino (Num. 35:19). Sin embargo, si el asesinato había sido accidental y no premeditado, Dios había provisto un refugio temporario. “Te mostraré un lugar al cual has de huir”, era el dictamen de Dios. Exo. 21:13. Originalmente este era el santuario, pero después fueron establecidas seis ciudades de refugio en Israel, donde podía huir aquel que había cometido un asesinato no intencional. Esto se debía a que habría sido imposible para muchos efectuar el viaje hasta Jerusalén para escapar del vengador de la sangre. Estas

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ciudades de refugio estaban convenientemente localizadas para que quedasen equitativamente distribuidas para todo Israel. El alivio, sin embargo, era apenas temporario. Si era encontrado culpable de un acto premeditado, era sacado de la ciudad y era matado.

Esta disposición era una provisión misericordiosa para alguien que hubiese pecado involuntariamente, pero no lo salvaba automáticamente. Inocente o culpado, tenía que comparecer al juicio.

“Y os serán aquellas ciudades para refugiarse del vengador; y no morirá el homicida hasta que entre en juicio delante de la congregación”. Num. 35:12. “Entonces la congregación juzgará entre el que causó la muerte y el vengador de la sangre conforme a estas leyes; y la congregación librará al homicida de mano del vengador de la sangre, y la congregación lo hará volver a su ciudad de refugio, en la cual se había refugiado; y morará en ella hasta que muera el sumo sacerdote, el cual fue ungido con el aceite santo”. Versos 24-25.

Aun después que un hombre hubiese sido declarado inocente de un asesinato no intencional, él aun no estaba salvo, porque el vengador de la sangre podía, a cualquier instante, matarlo si lo sorprendía fuera de los límites de la ciudad. Esta era la ley que gobernaba en tales casos: “Mas si el homicida saliere fuera de los límites de su ciudad de refugio, en la cual se refugió, y el vengador de la sangre le hallare fuera del límite de la ciudad de su refugio, y el vengador de la sangre matare al homicida, no se le culpará por ello; pues en su ciudad de refugio deberá aquel habitar hasta que muera el sumo sacerdote; y después que haya muerto el sumo sacerdote, el homicida volverá a la tierra de su posesión”. Versos 26-28.

Así se salvaba aquel hombre, si era inocente de un pecado deliberado, pero era una salvación insatisfactoria e incompleta. Él no era culpable y así había sido declarado, pero aun él no podía volver a su hogar. Él debía permanecer en la ciudad de refugio hasta la muerte del sumo sacerdote, no importa si eso demoraba un día o veinte años. Su vida estaba a salvo, pero él no era libre. Cualquier paso en falso dado fuera de la ciudad, y el vengador de la sangre lo podía atrapar. Y, desde luego, si él era culpable de asesinato premeditado, entonces era ejecutado. Teniendo esto en consideración, concordamos con el autor del libro de Hebreos, que necesitamos una “esperanza mejor”. Necesitamos a Uno que puede “salvar hasta lo máximo a todos los que van a Dios a través de Él”. Heb. 7:25.

Toda la economía de Israel era imperfecta, pero apuntaba hacia algo mejor. Este algo mejor es lo que el libro de Hebreos presenta. El autor trata de dejar clara la diferencia entre lo que fue provisto en el servicio del santuario antiguamente y lo que Cristo puede hacer y hará. Su argumento no puede fallar en dejar una profunda impresión en sus lectores. Ellos conocían muy bien el defecto de su sistema religioso, y muchos eran los que estaban esperando por un consuelo en Israel.

Capítulo 8 del Libro de Hebreos: Los Dos Pactos

Sinopsis del Capítulo.-

Comenzando con un análisis de la obra de Cristo como Sumo Sacerdote en el verdadero tabernáculo no hecho con manos, el autor gira, en el verso 6, hacia una consideración del antiguo y del nuevo pacto. Habiendo encontrado faltas en el pueblo, Dios anuncia que va a hacer un nuevo pacto basado en mejores promesas que las del antiguo pacto. En este pacto Él escribirá la ley en el corazón, y también será misericordioso con sus injusticias, y de sus pecados y de sus iniquidades no se acordará más.

Hebreos 8:1-5. “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también

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éste tenga algo que ofrecer. Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aun sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte”.

En estos versos el apóstol está resumiendo lo que dijo antes. Cristo está a la diestra de Dios; Él es un ministro del santuario y del verdadero tabernáculo, y ofrece ofrendas y sacrificios. Si Él estuviese en la tierra no sería sacerdote, porque no pertenece a la tribu de Leví. Su ministerio es el verdadero ministerio, del cual el servicio en la tierra era apenas una sombra.

Verso 1. “Ahora, de las cosas que hemos hablado, éste es el resumen”. El autor ha colocado los fundamentos, las bases. Él está ahora listo para construir sobre ellas, pero antes de hacerlo, presenta un resumen de lo que ha dicho.

“Poseemos tal sumo sacerdote”, no un sumo sacerdote común, sino que uno que ha sido “colocado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos”. Su alto lugar indica Su autoridad. Para un análisis en relación a esto, vea las observaciones referentes a Heb. 1:3.

Verso 2. “Un ministro del santuario, y del verdadero tabernáculo, el cual el Señor montó, y no el hombre”. El santuario terrestre era una sombra; el verdadero santuario está en el cielo. que Cristo aquí sea llamado de ministro del santuario, significa que Él hace algo más que apenas poseer dicho título. Él ministra. Él sirve. Él es Sumo Sacerdote.

Verso 3. Es evidente que si Cristo va a ministrar, debe tener “también algo a ofrecer”, o entonces no podría servir. Normalmente los sacerdotes ofrecían “ofrendas y sacrificios”. “Necesariamente” Cristo también tiene que ofrecer algo. (Nota del Traductor: El Verso 3 dice así en la King James: “Por lo cual es necesario que éste hombre también tenga algo para ofrecer”).

Verso 4. La pregunta en relación a cuándo fue hecho Cristo sacerdote ha sido ampliamente analizada. ¿Fue hecho Él sacerdote en Su bautismo, en Su ascensión, o en alguna otra ocasión? De acuerdo con el texto que estamos considerando, un sacerdote no podía comenzar a servir hasta que tuviese “algo... para ofrecer”. Como Cristo ministra Su propia sangre, Él no podía comenzar a ministrar hasta que esa sangre fuese derramada. Esto no quiere decir que Él no fuese sacerdote antes, porque la persona tiene que ser hecha sacerdote antes que pueda comenzar a ministrar; pero el tiempo exacto cuando Él fue hecho sacerdote no lo sabemos. En el Calvario Él era tanto sacerdote como víctima. Así como Aarón y sus hijos fueron seleccionados algún tiempo antes de su dedicación, y gastaron el tiempo entre ambos acontecimientos, preparándose y para estar familiarizados con sus deberes, así puede haber sucedido cuando Cristo fue hecho sacerdote en la tierra al comienzo de Su ministerio educativo, de tal manera que los años siguientes fueron años de preparación, y que Él fue instalado oficialmente como tal después de Su ascensión.

Que Su vida terrenal fue una preparación para que pudiese asumir Su oficio de Sumo Sacerdote ha sido afirmado ya antes en esta epístola. Nuestro Sumo Sacerdote “puede compadecerse del ignorante y de aquellos que están fuera del camino; porque Él mismo está rodeado de enfermedad”. Heb. 5:2. Él ha sido “tocado con los sentimientos de nuestras enfermedades” y “fue tentado en todos los puntos así como lo somos nosotros, pero sin pecado”. Heb. 4:15. “Convenía que en todas las cosas fuese hecho semejante a sus hermanos, para que pudiese ser un misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en las cosas pertenecientes a Dios, para que hiciese reconciliación por los pecados del pueblo. Porque en aquello que Él mismo ha padecido siendo tentado, Él está capacitado para socorrer a aquellos que son tentados”. Heb. 2:17-18.

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Estos versos indican claramente que los días de Su residencia temporal en la tierra, fueron días de preparación, “para que pudiese ser un misericordioso y fiel Sumo Sacerdote”. Heb. 2.17. Teniendo esto en consideración, podemos afirmar con seguridad que Su vida en la tierra fue una preparación para Su sumo sacerdocio, y que Su ministerio no comenzó hasta que no hubo terminado Su preparación.

Esto efectivamente elimina la afirmación de que Cristo ofició como sacerdote antes de Su encarnación. Dos cosas hacen esto imposible: Primero, Él no había terminado Su preparación. Segundo, Él no había derramado Su sangre, y por lo tanto no podía ofrecerla. Que Él era el Cordero muerto desde la fundación del mundo, que Él era el mediador desde la eternidad, no lo negamos sino que lo afirmamos. Él fue el Salvador en el mismo sentido en que Él fue el cordero muerto: en el plan proposital de Dios que viene desde los días de la eternidad. Pero no debemos confundir esto con Su muerte a su debido tiempo, ni tampoco con Su actual ministerio en el cielo basado en Su muerte en el Calvario.

“Si Él estuviese en la tierra, no sería sacerdote”. Las reglas del sacerdocio levítico eran cumplidas estrictamente, y mientras Cristo estuvo en la tierra, no habría podido cumplir con los requisitos. Solamente aquellos de la tribu de Leví eran elegidos, y Cristo pertenecía a la tribu de Judá. El suyo era un sacerdocio independiente y celestial. Los sacerdotes ofrecían ofrendas y sacrificios “de acuerdo a la ley”. Heb. 9:14. Su sacerdocio era un sacerdocio espiritual.

La confusión y la discordia en relación al ministerio de Cristo puede ser evitada, si se entiende la distinción entre su incorporación oficial al oficio a su debido tiempo y Su obra como mediador desde que comenzó el pecado. Cristo fue escogido como mediador en los consejos de la eternidad. Los hombres fueron salvos mediante su mediación en el Antiguo Testamento, lo mismo que en Nuevo Testamento. Y existe solamente un nombre a través del cual podemos ser salvos. Cristo era el Salvador tan ciertamente mil años antes de Su encarnación como mil años después. Él era el “cordero muerto desde la fundación del mundo”. Apoc. 13:8. Nunca ha habido ningún otro Salvador.

Cuando Cristo nació en Belén, nació un Salvador. Él había sido siempre un Salvador, pero ahora se había revelado en el tiempo. Y desde este punto de vista realmente se puede decir, “su nombre será Jesús; porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mat. 1:21. Teniendo en cuenta la encarnación, la salvación puede ser vista como estando en el futuro.

Por lo tanto afirmamos que Cristo fue mediador desde la eternidad, pero que la incorporación oficial y actual en su oficio de sumo sacerdote tuvo lugar en el tiempo, y que Él no podía oficiar como sacerdote hasta que fuese instalado como tal después de Su ascensión. Él había dado Su vida en el calvario; la víctima había muerto, y la sangre había sido derramada. Ahora Él tenía algo que ofrecer, y Dios lo presenta y lo reconoce como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Su nacimiento fue real; Su muerte fue real; la sangre era real; Su ministración es real. La eterna mediación de Cristo no debe ser confundida con la manifestación visible de ella en el tiempo. El afirmar que la sangre derramada en el calvario es real, pero que su ministración no es real; creer que la vida terrenal de Cristo fue una preparación y una prueba para que “pudiese ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel”, y sin embargo rechazar y negar el actual ministerio para el cual Él hizo la preparación, parece ser una inconsistencia. Si no existe un ministerio real en el cielo, entonces la consistencia reclamaría que aquellos que niegan ese ministerio, también deberían negar la literalidad de la muerte y del derramamiento de sangre, y deberían unirse a aquellos críticos que niegan la realidad tanto de la sangre como de la expiación.

Verso 5. “Ejemplo y sombra”. Existen diferencias vitales entre la ministración en la tierra y aquella que se realiza en el cielo, aun cuando la terrenal era un ejemplo y una sombra de la celestial. Una sombra a veces es mayor que el objeto que la produce, y otras veces es menor; faltan los detalles, y es peligroso extraer muchas interferencias de una sombra. Pero aun así la línea general es discernible, y se puede obtener una clara idea de aquello proyectado por la sombra.

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“Ejemplo” es un poco más definido que sombra. Aun cuando “sombra” posee una referencia específica a las líneas generales del santuario y sus dos compartimientos, “ejemplo” encaja más fácilmente en los servicios del santuario. Estos ejemplos no son exhaustivos, pero pueden ser representativos; y nuevamente podemos suponer que darían una idea correcta de la ministración general y del ritual.

Aquellos que rechazan la idea de que no existe ninguna semejanza vital entre el servicio terrenal y el servicio celestial, fallan en entender el mensaje del libro de Hebreos, y por lo tanto también fallan en cooperar con Cristo en la importante obra que ahora se está desarrollando arriba.

Por otro lado, aquellos que quieren hacer con que todos los pequeños detalles, cada tabla y cada clavo del tabernáculo, posea un significado especial, y se oponen a aquellos que rehusan aceptar sus interpretaciones, están igualmente en falta. “Ejemplo” y “sombra” son los términos con que Dios describe el santuario terrestre. Haríamos bien en atenernos a eso.

Hebreos 8:6-13. “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo. Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor; pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades. Al decir: nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer”.

En esta sección el autor entra en un análisis de los pactos. La palabra griega para “pacto” ocurre 33 veces en el Nuevo Testamento, y es traducida como “pacto” 21 veces y como “testamento” 12 veces, aun cuando la palabra original en todos los casos es la misma. Como esta palabra puede significar tanto “pacto” como “testamento”, el contexto tiene que determinar cuál es la traducción más apropiada para la ocasión.

El ministerio de Cristo es más excelente que el ministerio terrenal del sacerdocio Aarónico, ya que Él es mediador de un mejor pacto. No había ninguna falla que se le pudiese encontrar al antiguo pacto como tal, ya que el mismo Dios había prescrito los términos. Era el pueblo el que estaba en falta. Ellos no continuaron en el pacto. Esta declaración coloca el hincapié donde debe ser colocado. Si el pueblo hubiese continuado en el pacto, habría sido un buen pacto y no habría sido necesario establecer un segundo pacto. Cuando el pueblo falló, Dios fue compelido a reconocer su falla y a establecer un nuevo pacto. La ley que ellos habían quebrado Él la escribió ahora en el corazón, y fue hecha provisión para restaurarlos a través del perdón si es que se arrepentían.

Verso 6. “Un ministerio más excelente”. Así como la realidad es más perfecta que la sombra, así es el ministerio de Cristo “más excelente” que el tipo. La base para el ministerio más excelente se encuentra en el hecho que Él es el mediador de un mejor pacto establecido sobre mejores promesas.

Mediador en el Nuevo Testamento es lo mismo que “juez” en el Antiguo Testamento (Job 9:33). Un juez era llamado así porque él fijaba un día en el cual él oiría y decidiría el caso llevado ante él, y trataría de traer a las partes en discordia a un acuerdo. La Versión Americana Revisada coloca “juez”, el cual es definido como “una persona a quien es llevada una controversia o problema y él tendrá que tomar una decisión”. Job esperaba que un juez así “pudiese colocar su mano sobre nosotros dos”, guiándonos a los dos juntos y estableciendo justicia y paz.

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Un mediador tiene que entender ambas partes de la controversia, los derechos y las reclamaciones de cada uno, y debe ser confiable si es que quiere tener éxito en su trabajo. Debe ser justo para ambos lados, imparcial, sin preferencias.

De las seis veces en que la palabra “mediador” aparece en el Nuevo Testamento, cuatro veces se refiere a Cristo. Él es el juez entre Dios y el hombre, y puede colocar sus manos sobre ambos. Como Dios, entiende a Dios y puede hablar por Él. Como hombre Él entiende al hombre y puede representar al hombre ante Dios. Solamente el Dios-hombre puede ser juez. Solamente Él entiende a ambos.

“Un mejor pacto”, “mejores promesas”. Cristo es el mediador de un mejor pacto. La palabra “mejor” sugiere que el primer pacto no era tan bueno como el segundo, que era defectuoso y que tenía que ser reemplazado.

Surge inmediatamente la pregunta: ¿En qué aspecto el nuevo pacto es mejor que el antiguo? La respuesta es sugerida por el hecho de que el nuevo fue establecido bajo mejores promesas. Pero nuevamente la pregunta surge: ¿Mejores promesas de quién? ¿De Dios? ¿De ambos? Esto tiene que ser aclarado.

Verso 7. “Aquel primer pacto” no era sin falla. Si lo hubiese sido, no habría habido necesidad de un segundo. Esto hace surgir otra pregunta. ¿Cómo fue posible que Dios hiciese un pacto con Israel el cual Él sabía que tenía defecto y que tendría que ser reemplazado? ¿No habría sido mejor omitir el primero y establecer solamente el mejor pacto?

La palabra “pacto” aparece aproximadamente unas 300 veces en el Antiguo Testamento. La palabra hebraica es berit. Su derivación es insegura, probablemente de “cortar”, refiriéndose a la antigua costumbre de cortar a una víctima en pedazos, tal como aparece en Gen. 15:17 y en Jer. 34:18-19. [Berit (1285) de 1262 (en el sentido de cortante, (como 1254). Pacto, porque se hace pasando en medio de pedazos de carne). Pacto, prometer, aliado, convenir, hacer alianza. En Griego Diadsékh (1242). Disposición, contrato (específicamente testamento), pacto. Concordancia de Strong].

Davidson hace el siguiente comentario: “de cualquier manera la palabra “unir” se aproximaría más exactamente con los diversos usos expresados por “berit”, que cualquier otra palabra, porque el término es usado no solamente donde dos partes recíprocamente se unen, sino donde una parte impone una unión sobre la otra, o donde una parte asume una unión consigo misma”. (Diccionario de la Biblia, James Hastings, editor, Vol. 1, pág. 509-510, artículo “Pacto”).

La definición de que un pacto es un acuerdo entre dos o más personas es correcta, desde que se aplique igualmente, donde el pacto es mutuamente impuesto y mutuamente unificador. Donde Dios y el hombre están envueltos, podría ser mejor declarar que un pacto consiste de promesas hechas por el Creador, establecidas bajo condiciones a ser cumplidas por la criatura, y una penalidad apropiada debido a una falla en cumplir las condiciones. Dios siempre es aquel que propone el pacto y determina las condiciones.

La Biblia reconoce solamente dos condiciones sobre las cuales la vida y la felicidad pueden ser obtenidas: obediencia perfecta o fe. El pacto de vida, existente desde la eternidad, descansa sobre la perfecta obediencia. Fue este pacto el que les fue ofrecido a Adán y a Eva en el jardín del Edén. En Adán el mundo tuvo su prueba. Cuando él falló, el mundo falló. Como él era la cabeza de la humanidad, ésta estaba representada en él.

Cristo, siendo el segundo Adán, asumió el lugar y la obligación del primer Adán, y cumplió el pacto que no había sido cumplido. En virtud de esto, Él fue hecho la nueva cabeza de la humanidad, y Dios ahora lidia con Él como siendo el representante del hombre. Así, en Cristo, la humanidad es restaurada. Ahora se vuelve la obligación de Cristo la de traer a los hombres a una relación satisfactoria con Dios. A través de Su demostración de que la humanidad – Él mismo en Su humillación – puede guardar la ley, Él obtuvo (ganó) una segunda prueba para el hombre. Es Su obra la de traer al hombre de vuelta al punto en el cual éste pueda guardar la ley. Esto debe tomar mucha de la gracia de Dios, mucha paciencia, pero Cristo ha tomado la decisión de hacer al hombre más precioso que el oro de

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Ofir, y Él persevera hasta que Su obra esté hecha y pueda presentar un pueblo que guarda los mandamientos de Dios.

Para poder realizar este trabajo, tiene que existir el perdón, ya que el hombre posee la inclinación a pecar, y es necesario que él sea perdonado una y otra vez. Este perdón constituye el pacto de la gracia, y está basado en la promesa del padre de que Él sería misericordioso con el hombre.

Ester pacto de gracia en su aspecto humano es entre Cristo y el pecador. Cristo continua trabajando con el pecador hasta que éste sea totalmente restaurado. Cuando esto es conseguido, Cristo presenta al hombre cumpliendo el pacto original ofrecido a Adán en el jardín, el mismo pacto a través del cual Cristo ganó el derecho a ser representante del hombre. Para un estudio más amplio de los pactos, vea las observaciones de “Los Pactos” al final de este capítulo.

Versos 8-9. Se nos dice aquí que la debilidad del primer pacto no estaba en el mismo pacto, ni tampoco radicaba la falla en Dios. Fue el pueblo el que falló. “Ellos no continuaron en mi pacto”, dice Dios. Comenzaron bien, prometieron cumplirlo, pero luego lo olvidaron y no continuaron en el pacto. Por esta razón Dios, “no los consideró”. Aun cuando no los cortó totalmente. Él estaba queriendo hacer un nuevo pacto con ellos, un pacto establecido sobre mejores promesas. Como la falla residía en el pueblo, ya que eran ellos los que no querían continuar en el pacto, aun cuando hubiesen prometido hacerlo, necesitaban hacer uno nuevo y con mejores promesas, las cuales guardarían.

¿Pero cómo podían esas nuevas promesas, no importa cuán buenas fuesen, tener más validez que las primeras promesas? Ellos podían prometer una vez más, pero no había ninguna seguridad de que no volverían a quebrar su promesa. Necesitaban a alguien que viniese a rescatarlos y que prometiese por ellos, o que se volviese su fiador para el cumplimiento de su promesa. Solamente así podía ser hecho un pacto, establecido sobre mejores promesas. Cuando Dios, entonces, dice que el nuevo pacto será establecido sobre mejores promesas, Él quiere decir que las promesas tienen que ser mejores que aquellas que el pueblo hizo y las quebró. Esto fue hecho por Cristo asumiendo el lugar del hombre, y prometiendo por él.

Nosotros levantamos la pregunta de por qué Dios hizo un pacto con Israel cuando Él sabía que lo iban a quebrar. Dios hizo esto porque era la única cosa que podía hacer. Si Él se hubiese negado a garantizarles el privilegio de una prueba, ellos habrían dicho que Dios no les dio una oportunidad de mostrarle lo que podían hacer; que eran tremendamente capaces de hacer justamente lo que decían que podían hacer; pero que Dios no les había permitido intentarlo. Él tuvo que darles la oportunidad de tratar de hacerlo. No había ninguna otra manera de satisfacerlos.

Que Dios sabía que ellos no guardarían ni podían guardar su promesa de ninguna manera a través de sus propias fuerzas, es evidente a partir del hecho de que cuando Él hizo un acuerdo con ellos, el cual no incluía ninguna provisión para el perdón, Dios inmediatamente llamó a Moisés al monte y le dio instrucción acerca del santuario, de todo el servicio que giraba en torno del perdón. El pueblo no solicitó una cláusula acerca del perdón, para que fuese introducida en el pacto. Ellos la habían, en efecto, rechazado como siendo innecesaria; se creían perfectamente capaces de hacer todo lo que Dios les había pedido; pero Dios hizo elaboradas preparaciones en el sistema sacrificial para perdonar, aun antes que el pueblo siquiera transgrediese el pacto alrededor del becerro de oro. Al final de los 40 días, Moisés tenía instrucciones completas en relación al santuario. Estas instrucciones, registradas desde los capítulos 25 hasta el 31 de Exodo, fueron dadas antes que Dios supiera oficialmente de la quiebra del pacto a través de la adoración de un ídolo por parte del pueblo.

Dios había llamado la atención del pueblo hacia el hecho de que el pacto al cual iban a entrar, no contenía ninguna provisión para una falla. “He aquí yo envío mi Angel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no lo provoques; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él”. Exo. 23:20-21. Pero esta advertencia no hizo ninguna impresión en ellos. Ellos se sintieron capaces en hacer su parte

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(Exo. 19:8; 24:3, 7). Pero Dios sabía todo mejor, y Él estaba ideando un plan a través del cual el perdón pudiese ser obtenido.

Estas consideraciones justifican la creencia de que mientras el antiguo pacto no contenía ninguna provisión para el perdón del pecado tal como lo tenía el nuevo, no fue debido a una falla por parte de Dios. Él estaba queriendo insertarla, pero como el pueblo no sintió ninguna necesidad de tenerla, no había nada que Dios pudiese hacer, sino darles una prueba para que pudiesen ver lo que eran capaces de hacer. Esto fue necesario para demostrarles su falta de habilidad para hacer lo que habían prometido, y para hacerles entender la necesidad de ayuda desde lo alto.

Observaciones AdicionalesLos Pactos.-

A Adán, después de su creación, le fue prometida la vida bajo la condición de obediencia. Esto le fue comunicado por el propio Dios. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Gen. 2:16-17. Esta es meramente otra manera de decir: “Obedece y vive; desobedece y perece”.

La naturaleza, tal cual la creó Dios, era armoniosa. Cada criatura, cada pájaro, cada animal y pez, cada planta, cada flor y cada matorral, todo ser viviente, podía y tenía vida solamente si seguía las reglas de la vida que gobernaban su existencia. A los peces se les dio agua, como el elemento en el cual disfrutarían la vida. Si cambiasen su habitat natural, y tratasen de continuar la vida en la tierra, perecerían. Las plantas fueron dirigidas hacia el suelo, y las reglas de la vida demandaban que permaneciesen así. Los animales fueron hechos para que vagasen por los campos, y cualquier tentativa de vivir como un pez o de volar como un pájaro, terminaría en un desastre.

Cuando Adán fue creado, encontró un mundo ordenado, donde cada criatura tenía su lugar asignado, donde gobernaba la ley, y donde todo tenía vida bajo la condición de conformarse a las reglas de la vida. Sobre un mundo así él fue colocado como gobernante.

Para él, así como para toda la creación, la vida le fue dada bajo la condición de obediencia a la ley de la vida. Las leyes de la naturaleza se aplicaban a él y a todo lo que Dios creó. A él se le daba su alimentación, así como también se le daba a todas las criaturas, y su campo de acción y su lugar en el esquema general de la creación. Él tenía que producir frutos y multiplicarlos; él tenía que subordinar la tierra; él tenía que tener dominio sobre cada cosa viviente. Él tenía que gobernar sobre todo. (Gen. 1:28).

Había una diferencia importante, sin embargo, entre Adán y las criaturas del campo que Dios había creado. Adán fue creado a la imagen de Dios, dotado con un intelecto y con libertad de poder escoger. Esto colocó su obediencia a un nivel mayor que el resto de las criaturas.

Los animales obedecieron a Dios y a las leyes naturales, pero no lo hicieron por ningún acto voluntario, sino que a través del instinto. No había ningún valor moral anexado a su obediencia. Adán, al contrario, podía negarse a obedecer; él podía desafiar o resistirle a Dios si es que así lo quería; siempre, desde luego, como un ser responsable, acatando las consecuencias.

Esto hizo con que Dios llevase a cabo una prueba que revelaría las intenciones de Adán para obedecer, o de andar por su propio camino. No hubiese sido sabio por parte de Dios darle una autoridad independiente o dotarlo de vida incondicional, hasta que fuese probado, para ver si se sometería a las leyes de la vida colocadas por Dios, como condición para que pudiese continuar la existencia. Toda la naturaleza estaba bajo la ley, y cada criatura obedecía la ley. ¿Se sometería voluntariamente el hombre a sí mismo? Esto tenía que ser demostrado.

El mandamiento de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal no era el único mandamiento que Adán tenía que obedecer. Era apenas una prueba para determinar su voluntad para obedecerle a Dios en otros puntos. A respecto de esto, Chales Hodge, en su Teología Sistemática, dice:

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“Le fue dado simplemente para que fuese la prueba visible que determinase si es que estaba queriendo obedecerle a Dios en todas las cosas. Creado santo, con todas sus afecciones puras, era la mayor razón que la prueba de su obediencia fuese un mandamiento positivo y externo; algo que estuviese errado simplemente porque había sido prohibido, pero sin nada malo en su propia naturaleza. Se vería entonces que Adán había obedecido por amor a obedecer. Su obediencia era más directamente hacia Dios, y no hacia su propio razonamiento”. Volumen 2, pág. 119.

A. A. Hodge tiene lo siguiente para decir: “El mandamiento de abstenerse de comer el fruto prohibido, fue convertido en una prueba especial y decisiva de aquella obediencia general. Como la materia prohibida era moralmente indiferente en sí misma, el mandamiento estaba admirablemente adaptado como para ser una clara y desnuda prueba de sumisión a la absoluta voluntad de Dios como tal”. Bosquejo de Teología, pág. 230-231.

El mandamiento de no comer del fruto prohibido era un mandamiento positivo, dado con el propósito de probarlo. Es llamado positivo, porque su única base es un “Así dice el Señor”. Un mandamiento positivo trata que lo que no está malo en sí mismo, sino que está malo porque está prohibido, y que no es malo en su propia naturaleza. Dios había creado el árbol del conocimiento del bien y del mal, como también había creado los otros árboles. El mal no estaba inherentemente en el árbol como tal, sino que en la desobediencia al mandamiento de Dios. Si Dios hubiese escogido cualquier otro árbol y le hubiese prohibido al hombre comer de él, la prueba habría sido exactamente la misma. En cualquier caso habría sido un mandamiento positivo, basado solamente en la voluntad de Dios. Al obedecer un mandamiento así, el hombre tenía que dejar a un lado su propio razonamiento y aceptar el de Dios, y al hacer esto, él reconocía una mente y una autoridad mayor que la suya.

El Pacto de la Vida.-

Adán y Eva en su creación tenían un conocimiento de la ley de Dios. Así como en el nuevo pacto Dios escribe su ley en las tablas del corazón , así Dios escribió Su ley en los corazones de nuestros padres. Todas sus emociones, pensamientos, palabras, y actos estaban en armonía con, y en perfecta conformidad con la voluntad de Dios.

Que ellos aceptaron la voluntad de Dios como regla de la vida, y que conocían Su derecho a solicitar obediencia, es mostrado por la respuesta de Eva a la serpiente, en la cual ella aceptó la definición de lo que debían o no debían hacer. “Y la mujer respondió a la serpiente: del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios, no comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis”. Gen. 3:2-3.

Esta respuesta revela que ella entendía que el comer de la fruta del árbol del conocimiento del bien y del mal estaba prohibido; que transgredir el mandamiento significaba la muerte; y su sutil duda en aceptar la invitación de Satanás para comer de la fruta, muestra que ella se sentía bajo la obligación de obedecer a Dios.

La condición colocada por Dios por la cual se les prometió a nuestros primeros padres la vida bajo la condición de obediencia, contenía en ella misma los elementos del pacto, y había sido llamada de diversas maneras, tales como un pacto de naturaleza, un pacto legal, un pacto de obras, y un pacto de vida. Eran simplemente las reglas de la vida, conformidad a lo que traería felicidad y vida eterna, y la transgresión de la cual significaba la muerte. Oseas se refiere a este pacto cuando dice, “mas ellos, cual Adán, han transgredido el pacto”. Oseas 6:7, y que Hitzig, Pusey, Keil y Wunsche consideran la lectura correcta, y que está anotado al margen de la Versión Autorizada y en el texto de la Revisada.

La prueba dada a nuestros primeros padres era la más liviana de ser concebida. Era tan liviana que no podía haber una excusa para la transgresión. Habían muchos árboles en el jardín, y por ningún vuelo de la imaginación podemos pensar de que la prohibición para comer de un árbol pudiese causar algún sufrimiento. En realidad, si la prohibición hubiese afectado a todos los árboles, excepto uno, aun

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así no habría existido ningún sufrimiento. Tal como estaban las coas, su transgresión no tenía excusa. Su pecado era deliberado.

Después de la caída de Adán Dios podría haber dejado que ambos muriesen, y haber comenzado nuevamente con un nuevo par. ¿Pero cómo se iría a confesar la falla? ¿No sería mejor darle otra oportunidad a Adán y Eva? Tal vez habían aprendido su lección, y no desobedecerían nuevamente. Dios podía simplemente perdonarlos, y darles otra prueba. Pero eso envolvía otras consideraciones. Si les daba otra prueba, y si ellos fallaban nuevamente, ¿no se les debería dar aun otra prueba, y otra, y otra, y así sucesivamente? Y si eso fuese hecho, ¿aprenderían ellos la lección de que la muerte está al acecho a la menor desviación de la voluntad de Dios? A menos que ellos aprendiesen esto, nunca se alcanzaría la seguridad en este mundo o en el universo. Dios realmente podía perdonarlos, pero el asunto no era tan simple como pareciera. El hombre había pecado, y era necesario que aprendiese lo que era el salario del pecado, y que Dios no decreta arbitrariamente la muerte debido a la transgresión, sino que la muerte está envuelta en el propio pecado.

Sin embargo, Dios no esperó hasta que Adán pecase para planificar su restauración. Desde la eternidad había sido hecho un plan y que ahora iba a entrar en ejecución, y el cual salvaría al hombre de su estado de perdición, le enseñaría la naturaleza del pecado, y lo restauraría al lugar donde Dios pudiese nuevamente entrar en un pacto con él. Antes de analizar eso, consideremos qué es un pacto, y cómo este opera entre Dios y el hombre.Definiciones de Pacto.-

Un pacto entre iguales es un acuerdo entre dos o más personas en el cual se concuerda mutuamente con las condiciones, estas son mutuamente impuestas y también están mutuamente unidas. Un pacto entre no iguales, así como entre un gobierno y sus sujetos, o entre Dios y el hombre, llamado de pacto soberano, o de pacto mandatorio, es de una naturaleza diferente, y puede ser mejor concebido como una ley o una promesa, siendo que ambas cosas en su naturaleza cumplen las condiciones de un pacto entre Dios y el hombre. El Diccionario Webster define un pacto en el sentido teológico como “la promesa de Dios al hombre, normalmente llevando consigo una condición que debe ser cumplida por el hombre”.

Así un pacto impuesto por el Creador bien puede ser expresado de la siguiente manera:

1.- Promesas por parte del creador.2.- Estas promesas están condicionadas a la obediencia de reglas específicas.3.- Una penalidad está anexada si se violan las reglas.

En un pacto entre iguales, que comparte de la naturaleza de un contrato, las personas envueltas analizan el asunto varias veces y concuerdan en los términos en los cuales se ha basado el pacto. En un pacto mandatorio, al contrario, no existe la negociación. El superior simplemente anuncia las condiciones, y se asume que el inferior las acepta y las obedece.

Esto puede ser ilustrado en el caso en que una persona que desea ser ciudadano de un país. Es necesario que él declare su voluntad de respetar y honrar la constitución del país del cual él quiere ser ciudadano, y afirmar solemnemente que obedecerá las leyes del país. A su vez, él poseerá la protección del gobierno como haciendo parte del pacto. En este caso no existe la negociación. El gobierno impone las reglas, y el hombre las acepta.

La persona que nace como ciudadano no necesita aceptar formalmente la constitución y las leyes, pero está bajo el mismo solemne pacto de guardarlas, como si hubiese jurado hacerlo. Y él está bajo la obligación de guardar no solamente las leyes en existencia en la época en que nació, sino que todas las leyes que hayan sido aprobadas después de esa ocasión. Él puede estar viviendo en una monarquía; él puede no tener nada que ver con la aprobación de dichas leyes, pero él esta bajo la solemne obligación de guardarlas. Su nacimiento lo coloca bajo las reglas del pacto, y en tiempos de problemas, así como

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durante los tiempos de guerra o de rebelión, le pueden solicitar que reafirme sus obligaciones. Pero él estaba bajo la obligación de obediencia antes que asumiese el compromiso y también después. Su residencia continua en un país es en sí misma un compromiso de pacto.

Dios hizo un pacto con Su pueblo cuando los sacó de Egipto. Dijo Moisés, “Y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis. Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los diez mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra”. Deut. 4:12-13.

Los Diez Mandamientos son aquí llamados un pacto que Dios mandó, o un pacto mandatorio. Otro pacto semejante hizo Dios con Israel en el país de Moab (Deut. 29:1). Este también era un pacto mandatorio, y contenía esta provisión: “Y no solamente con vosotros hago yo este pacto y este juramento, sino con los que están aquí presentes hoy con nosotros delante de Jehová nuestro Dios, y con los que no están aquí hoy con nosotros”. Deut. 29:14-15.

Este pacto fue hecho con Israel, y también “con el que está aquí hoy presente”, esto es, el extranjero que tal vez no tenía intención de entrar en un pacto. Y no solamente con aquellos que estaban presente fue hecho el pacto, sino que “también con aquellos que no están aquí con nosotros hoy”.

Un pacto mandatorio, en este sentido, es meramente un anuncio de una ley que impone un deber universal de observancia sobre todos, tanto sobre los que están presentes como sobre los que están ausentes. En este sentido los Diez Mandamientos es un pacto mandatorio de obligación universal. En un sentido más limitado los mandamientos son la base del pacto específico hecho con Israel. Así la ley de Dios es el pacto, y también es la base del pacto.

Aun una promesa es un pacto, de acuerdo con el Diccionario Webster, definición dada anteriormente, la cual en un sentido teológico dice que un pacto es “la promesa de Dios hacia el hombre, normalmente llevando con ella una condición a ser cumplida por el hombre”. Las condiciones están anexadas a todas las promesas de Dios. Cuando Dios le promete a Su pueblo ciertas bendiciones y les anexa ciertas condiciones, los elementos del pacto están presentes.

Así la promesa de Dios a Adán de vida, bajo la condición de obediencia, era en sí misma un pacto. Las condiciones colocadas por Dios, decididas en los concilios de la eternidad, eran “obedece y vive; desobedece y muere”. Estas condiciones no podían ser cambiadas, ya que Dios no puede cambiar, ya que eran la base de la vida, y no eran mandamientos arbitrarios. Así como el hombre no puede vivir sumergido en el agua, así como un pez no puede vivir fuera del agua, así el hombre no puede violar las leyes de su ser y de su vida. Las leyes de la naturaleza, las leyes de la vida, lo prohiben, no como reglas arbitrarias, sino como condiciones inviolables de existencia.

El Plan de Dios.-

Siendo Dios infinito, eterno, inmutable, y omnisciente, debe haber formado desde la eternidad un plan que tendría provisiones para todas las emergencias. Sabiendo a respecto de la apostasía de Lucifer y de la caída del hombre, con todas sus consecuencias, Él creó el mundo teniendo en cuenta la redención. Es totalmente no característico de Dios, como también no es digno de Él, embarcarse en una empresa de tamaña importancia como la creación, llena como lo es con consecuencias eternas tanto para con Sus criaturas como para Él mismo, sin tener un plan que proveyese una solución para todos los problemas que surgirían, y que enfrentase todos los desafíos de Sus adversarios. Además, en la ejecución de este plan, este se conformaría con la naturaleza de Dios de tal manera que Su obra revelase no apenas Su sabiduría, amor, y justicia, sino que también contase con la aprobación de Sus criaturas, aun de aquellas que decidirían no aceptar la vida que se les ofrecía. Esto justificaría a Dios en Su creación.

Tal como se ha insinuado, la decisión de Dios de crear seres inteligentes y pensantes con libertad de decisión, envolvía serias consecuencias para Sus criaturas, pero mucho más aun para el propio Dios.

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En la decisión de crear estaba embebida la encarnación, el sufrimiento, y la muerte del Hijo de Dios. Las profundas razones para la creación pueden permanecer como un misterio, pero creemos que están basadas en el amor de Dios, y en Su deseo de compartir con otros la vida que es Suya. “Porque yo vivo”, dijo Cristo, “vosotros también viviréis”. Juan 14:19.

Dios debe haber sabido – ciertamente lo sabía – que la creación le costaría Su Hijo. Bajo estas condiciones es inconcebible que la decisión de crear no fue el resultado de un concilio de los miembros de la Divinidad, específicamente entre el Padre y el Hijo.

Es dudoso que un concilio tal al cual se refiere el profeta cuando habla de la “rama” que “construirá el templo del Señor; y él llevará la gloria, y se sentará y gobernará sobre su trono; y será sacerdote sobre su trono; y el consejo de paz será entre ambos”. Zac. 6:12-13. Mientras algunos ven en esto apenas un cumplimiento local en la coronación de Josué, no se puede sostener que este cumplimiento local termina con la profecía. Del que se habla aquí como rey y sacerdote; él gobierna sobre su trono y es un sacerdote sobre su trono; él “llevará la gloria”, y “el consejo de paz será entre ambos”. Esto puede encontrar su definitivo cumplimiento solamente en el concilio de la eternidad, donde el plan concluiría con Cristo siendo el sacerdote en Su trono, y en la construcción del templo de Dios no hecho de manos.

El Pacto Eterno.-

Que ha existido un pacto desde la eternidad entre el Padre y el Hijo es evidente de las Escrituras y de la razón. Presentamos las siguientes consideraciones:

Cristo consideró Su vida y obra en la tierra como el cumplimiento de un plan convenido y preparado de antemano. En el Salmo 40:7 el Cristo pre-encarnado anunció Su venida como respuesta al llamado de Dios: “Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Esta venida está en perfecta conformidad a Su propio deseo, tal como es expresado en las palabras: “Me deleito en hacer tu voluntad, oh Dios mío”, y también en esta declaración más fuerte, “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió”. Salmo 40:7 y Juan 4:34.

Cristo fue enviado por Dios. A esto Él se refiere en repetidas oportunidades: “El Padre que me envió”. Juan 12:49 (Juan 6:44). “Para que ellos crean que tu me enviaste”. Juan 11:42. Ellos no conocen al que me ha enviado”. Juan 15:21. “Jesucristo, a quien tu has enviado”. Juan 17:3. El tiempo de Su venida también fue predeterminado: “Cuando la plenitud del tiempo llegó, Dios envió a Su Hijo”. Gal. 4:4.

Cristo estaba al tanto del hecho de que al venir a esta tierra, Él estaba cumpliendo una misión divina, y fielmente siguió las instrucciones que se le dieron. Desde el primer momento en que apreció conscientemente Su divinidad, Él supo que tenía que estar en los negocios de Su Padre (Luc. 2:49). Él podía decir verdaderamente, “Yo siempre hago las cosas que Le complacen” Juan 8:29.

La obra que Cristo hizo en la tierra estaba de acuerdo a una comisión, y Dios no solamente le comunicó a Él el plan y le dio una obra para que fuese terminada, sino que Lo ayudó en la ejecución del plan. “Así como el padre me dio un mandamiento, así lo hago yo”. Juan 14:31. “Yo debo hacer la obra de aquel que me envió”. Juan 9:4. “Las obras que el padre me ha dado para terminar”. Juan 5:36. “El Padre que habita en mi, él hace las obras”. Juan 14:10.

Cristo no habló sus propias palabras, sino solamente aquellas que le fueron dadas del padre. “Porque yo no he hablado de mi mismo; sino el Padre que me envió, él me dio un mandamiento el cual yo debo decir, y el cual yo debo hablar”. Juan 12:49. “La palabra que escucháis no es mía, sino la del padre que me envió”. Juan 14:24. “Así como mi Padre me ha enseñado, yo hablo estas cosas”. “Yo le digo al mundo aquellas cosas que yo he escuchado de Él”. Juan 8:28, 26. Aun en relación con la doctrina que Cristo enseñó, Él podía decir, “mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió”. Juan 7:16.

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Cuando Cristo estaba para dejar esta tierra Él declaró, “He terminado la obra que tu me diste para hacer”. Juan 17:4. La parte vital de esta obra es aquella mencionada por Juan cuando él dice que Dios “envió a Su Hijo para que sea la propiciación por nuestros pecados”. 1 Juan 4:10. Esto incluyó el sufrimiento y la muerte del Hijo de Dios, y esto también estaba de acuerdo con el plano de Dios. “Este mandamiento he recibido de mi Padre”. Juan 10:18.

Hacia el término de Su obra Cristo le dio expresión a un único requisito. “Padre”, dijo, “yo quiero que ellos también, los que me has dado, estén conmigo donde yo estoy”. Juan 17:24. Esta no es una oración común. De hecho, es una demanda más que una oración. Cristo oró, y les enseñó a otros a orar, “sea hecha Tu voluntad”. Pero ahora Él no dice, “sea hecha Tu voluntad”, sino que simplemente anuncia, “Yo quiero”. Él no está pidiendo un favor; Él está clamando una victoriosa recompensa.

En su oración sumosacerdotal Cristo repetidamente se refiere a aquellos que se le han dado a Él de parte de Dios. (Juan 17:6, 9, 11-12, 24). Es esto lo que Él reclama. “Ellos han guardado tu palabra”, dice Él. Habiendo cumplido las condiciones en hacerlos “más preciosos que el oro fino; más puros que el oro de Ofir”, Él reclama que les sean dados y que estén con Él. Isa. 13:12.

Los textos anteriores sugieren un acuerdo a través del cual Cristo tenía que ejecutar cierta obra, y como recompensa se le darían aquellos que cumpliesen el conjunto de condiciones. Como la salvación de los hombres era el objeto de Su venida a esta tierra; como Él anunció que había terminado la obra que se le había dado para hacer; y como Él reclama como una recompensa a aquellos que se le han dado a Él a través del Padre, encontramos los elementos de un pacto presente: la verdadera cosa que hemos sido llevados a creer a través de otras escrituras.

Un pacto entre el Padre y el Hijo tiene que ser eterno en su verdadera naturaleza, y necesariamente tiene que haber sido hecho antes de la creación viniese a existir. Porque para que Dios trajese a la existencia a los hombres y a los ángeles, sabiendo que aparecería el pecado, sin hacer ninguna provisión para su restauración, y dándoles la oportunidad de una segunda prueba si quisiesen volver sobre sus pasos; para que Dios crease seres, algunos de los cuales rechazarían la proferida misericordia, sin hacer provisión para la eventual erradicación del pecado del universo, mostraría no solo una falta de visión por parte de Dios, sino que una falta de consideración inconmensurable con Su poder. Ninguna de estas cosas serían dignas de Dios, y colocarían en duda Su derecho a considerarlo como un Padre cariñoso y misericordioso.

Consideraciones como estas dejan bien claro que la creación tiene que haber incluido toda provisión para la seguridad de Dios y del hombre, y que todo el plan tiene que haber sido completado antes que Dios siquiera comenzase a crear.

El plan de salvación, tal como es revelado en las Escrituras, es mejor entendido a la luz de un pacto en el cual las partes contractuales son el padre y Cristo; el Padre representando a la Divinidad en su unidad, el Hijo representando a aquellos que Lo elegirían como su substituto y garante. A su favor Cristo prometió y garantizó el cumplimiento de las condiciones colocadas para la vida eterna, y el Padre prometió darle al Hijo todos aquellos que alcanzasen los requerimientos y para los cuales Cristo se colocaría como su representante. La administración del pacto en relación a los hombres fue dejada en las manos de Cristo, siendo Él la seguridad por el fiel cumplimiento de todas las condiciones. Cuando Él hubo terminado Su obra en y con los creyentes, y pudiese certificar que “ellos han guardado tu palabra”, Él los presentaría para que fuesen aceptados, “sin falta ante la presencia de su gloria con excedente alegría”. Juan 17:6; Judas 24.

La elaboración del pacto sería de acuerdo a la siguiente manera: en el momento en que Adán fallase en vivir de acuerdo con los requerimientos de Dios, perdiendo así su derecho a la vida, Cristo tomaría el lugar del hombre y pasaría a ser su seguridad (garantía), salvándolo así de su muerte inmediata y asegurándole otra oportunidad. Como el segundo Adán, Cristo pasaría a ser la cabeza de una nueva humanidad, y Dios trataría con Él, ya que Él es el representante del hombre. Esto podía ser hecho, sin embargo, solamente bajo la condición de que Cristo se hiciese verdaderamente hombre, y tomase el lugar del hombre en todos sus puntos, aun hasta el punto en que Él tendría que tomar sobre Sí

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mismo el justo castigo debido al pecado del hombre. Como el segundo Adán tendría que permanecer en pie bajo la prueba y el juicio así como lo hizo el primer Adán, y a través de una estricta obediencia demostrar que es posible que el hombre le obedezca a Dios, y así redimir la desastrosa falla de Adán. En Su obediencia Él justificaría a Dios, y desaprobaría los reclamos de Satanás que Dios le estaba pidiendo al hombre algo que este no podía hacer; y también animaría al hombre a creer que a través de la ayuda de Dios él podría alcanzar la norma colocada por Dios al hombre.

El pacto entre el padre y el Hijo en relación a la salvación del hombre puede en justicia ser llamado el pacto de la redención, porque sus provisiones hacen posible la salvación del hombre. Fue la substitución del segundo Adán por el primero, y la toma de Cristo de todas las obligaciones incurridas por el hombre. Por parte de Dios, fue la aceptación de Su parte de la seguridad de Cristo en traer al hombre de vuelta a la obediencia, y presentarlo finalmente ante el trono de Dios, sin mancha e intachable, un verdadero candidato a la inmortalidad. Dios prometió ser tolerante por un momento con la ejecución de la penalidad debida al pecado, darle tiempo al hombre para que se recuperase; esto es, garantizarle un tiempo de prueba, sin reconocer su infracción, y colocar toda la administración de las provisiones del pacto sobre Cristo, delegándole a Él todos los poderes del cielo y de la tierra. Como Cristo es el representante del hombre, Dios se entiende exclusivamente con Él; y como el hombre se entiende exclusivamente con Cristo, Él se vuelve el intercesor, el juez, el mediador entre Dios y el hombre. Cualquier requisición que nosotros tengamos es dirigida al padre a través de Cristo; cualquier comunicación proveniente del Padre llega hasta nosotros a través de Cristo. Él es nuestro mediador y garante.

El Pacto de la Gracia.-

El pacto de la gracia es considerado por algunos como el pacto de la redención, pero aun cuando están muy relacionados, en virtud de la claridad sería mejor considerarlos en forma separada. El pacto de la gracia es en realidad la administración de Cristo del pacto de la redención, en lo que se refiere al hombre. En el pacto de la redención entre el Padre y el Hijo, Cristo se encargó en hacer al hombre “más precioso que el oro fino; más fino que el oro de Ofir”. Isa. 13:12. El pacto de la gracia se relaciona en sí mismo con la preparación del hombre para su alto destino y para dejarlo listo para que pase por la inspección de Dios. Es meramente un acuerdo para traer al hombre de vuelta al lugar donde él pueda guardar los mandamientos de Dios, donde pueda soportar la prueba que Dios le va a hacer pasar, y sea meritorio de la recompensa otorgada al vencedor.

Esta obra comprende dos fases diferentes: el perdón del pecado, con la consecuente y completo borramiento del pasado; y la impartición de poder (fuerza) para hacer la voluntad de Dios. Si el hombre pudiese tener todos sus pecados borrados; si por algunos medios pudiese nacer de nuevo, pudiese tener su mente y todas sus actitudes cambiadas, y pudiese ser una completa nueva creación; si el viejo hombre pudiese morir y ser sepultado, y pudiese surgir un nuevo hombre, con nuevas esperanzas y aspiraciones; si todas las cosas antiguas pudiesen pasar, y si todas las cosas fuesen hechas nuevas; en otras palabras, si él pudiese simplemente morir y pudiese ser levantado nuevamente, podría comenzar nuevamente a vivir sin una desventaja o pecados pasados. Este es el primero de dos pasos, y ha sido provisto en la conversión y en la regeneración, a través de la cual el hombre puede obtener todas las experiencias aquí mencionadas. Esto deshace todo lo que el primer nacimiento trae consigo, y él permanece donde estaba Adán, sin una única mancha colocada sobre sí.

El segundo paso es la adquisición de poder adecuado para la obra que es requerida para el nuevo hombre. Él va a necesitar más poder que el que tuvo Adán; porque aun cuando él sea una nueva criatura, él está mucho más abajo que Adán en fuerza, y necesitará una dotación especial de poder desde lo alto. No solamente él es más débil que Adán, sino que las tentaciones son más fuertes. De esta condición Dios tiene que dar cuenta. Él necesitará recordar que “este hombre nació allí”, y colocar las cosas de tal manera que “donde abundó el pecado, la gracia abundó mucho más aun”. Salmo 87:4, 6;

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Rom. 5:20). Si esto es hecho, todo hombre poseerá la misma oportunidad que tuvo Adán. Nada más puede ser solicitado.

La justicia estricta demanda que aquel que quiebra las reglas de la vida debe perecer. Pero la imparcialidad también demanda que uno que ha nacido en pecado, de lo cual él no es de ninguna manera responsable, tiene que tener sus incapacidades removidas, ser colocado en terreno ventajoso, y que se le de la misma oportunidad que tuvo el primer hombre. Este no es un asunto de misericordia, sino que de justicia. Es a este asunto de justicia a que se refiere Juan cuando dice que Dios “es fiel y justo (literalmente “recto”) para perdonarnos nuestros pecados”. 1 Juan 1:9. Ya que es misericordia de Dios el perdonarnos nuestras transgresiones, también es verdadero que existe justicia en Dios al remover los pecados de los cuales nosotros no somos responsables- debilidades y pecados heredados – no imputándolos sobre nosotros. Pablo concuerda con esto cuando declara que es la justicia de Dios, no apenas Su misericordia, que es mostrada en la remisión de los pecados. (Rom. 3:25-26; Heb. 6:10).

Dios no se desvía ni un milímetro de la justicia al lidiar con los hombres, sean buenos o malos, ni Su misericordia está confinada exclusivamente para los justos. “Hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”. Mat. 5:45. Solamente cuando los hombres, a pesar de Sus súplicas, deliberadamente se aleja de Él en pos del mal, entonces Él reticentemente permite que ellos cosechen la fruta de su mal proceder.Cuando el hombre peca, Dios no cambia la sentencia de la muerte que Él pronunció sobre el transgresor, pero en vista de la mediación de Cristo, Él posterga su ejecución. Esta postergación que le garantizó a Adán – y a todos los hombres – la continuación de la vida, es lo que llamamos de tiempo de prueba o tiempo de gracia. Este es un tiempo de gracia, garantizado misericordiosamente a todos, para darles a los hombres la oportunidad de pensar profundamente en las cosas. A menos que se arrepienta y se vuelva definitivamente hacia Dios, mostrando así el hombre que odia el pecado, la sentencia de muerte finalmente será ejecutada. Pero aun en el caso del justo, la misericordia de Dios no entra en conflicto con Su justicia. Ya sea que el hombre sea bueno o malo, él finalmente enfrenta la muerte; pero en el caso del justo existe una resurrección hacia la vida. Por eso, la muerte se vuelve un sueño del cual él es levantado nuevamente para que pueda vivir eternamente.

Las pruebas, por lo tanto, son la solución de Dios para el problema de darle una existencia continua a los hombres, aun cuando hayan violado la ley de la vida. Es un día de gracia garantizado para todos, durante el cual Dios no les imputa sus pecados, sino que hace con que ese amor pueda llevarlos a volver a la obediencia. Es un tiempo de sentencia suspendida temporariamente, un tiempo de libertad bajo fianza, pero es así apenas en el sentido legal. Es un tiempo de intensa actividad por parte de Dios para llevar a los hombres al arrepentimiento, para mostrarles Su amor, para darles una ojeada de la gloria que les aguarda a los fieles, y también para advertirles de la pérdida que sufrirán si rechazan la invitación de Dios.

La obra de Dios, bajo el pacto de la gracia, es tomar a los pecadores y hacerlos santos. Con extremo cariño Él ayudará a aquellos que son débiles, les perdonará sus pecados, setenta veces siete si así fuese necesario, perdonará tantas veces como aun exista la esperanza de que el hombre aun quiere volver a Dios, les dará fuerzas, y caminarán en novedad de vida. Él ajustará la prueba de acuerdo con la fuerza que posee cada hombre, y no permitirá que nadie sea tentado más allá de lo que es capaz de soportar. Tan luego como un hombre pasa una prueba, y así gana un poco más de fuerza y de confianza, Él le dará otra prueba, cuidadosamente preparada de acuerdo con sus necesidades particulares, hasta que gradualmente crezca en fuerza y en gracia, y finalmente llegue al punto de preferir morir antes que pecar. Cuando él legue a tomar esta decisión, el trabajo ya está listo; él ha completado su entrenamiento; él está santificado, listo para entrar al reino. Cristo lo presentará entonces ante la Presencia con gran alegría. Satanás está derrotado, y Dios es vindicado. Un alma ha sido salva.

Debemos enfatizar más allá de cualquier posibilidad de que exista algún error para entender esto, que el objetivo del pacto de la gracia no es meramente el perdón del pecado, sino que es traer a los

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hombres de vuelta al lugar donde pueden, por la gracia de Dios, guardar los mandamientos y vivir. Lo que Dios requirió de Adán en el jardín, Él lo requiere de todo hombre. Dios no ha cambiado Sus requerimientos y no los puede cambiar sin exponerse a ser abiertamente condenado de inconsistencia y de no respetar a las personas. Por Su propio amor no puede cambiar; por amor al hombre no puede cambiar. Requerir menos ahora de lo que le requirió a Adán, sería desastroso. Fue la perfecta obediencia lo que se requirió entonces. Es la perfecta obediencia lo que se requiere ahora.

Un Resumen.-

Un Pacto de Vida. A través de esto se quieren dar a entender las reglas generales de la vida, o la ley de la vida, bajo la cual todas las cosas creadas tienen su ser. Así todas las formas de vida – plantas, flores, árboles, las cosas que se arrastran, los animales, los pájaros, los peces – tienen que ajustarse a sus condiciones peculiares de vida, o perecer. Así, semejantemente, los hombres y los ángeles, y cualquier otra clase de vida intelectual que Dios ha creado, tienen que ajustarse a las reglas de la vida que gobiernan sus existencias. Desde la misma naturaleza de estas reglas, ellas son inviolables, y la continua existencia depende de la estricta obediencia a ellas. “Obedecer y vivir; desobedecer y morir”, está escrito en cada regla. Las consecuencias de la desobediencia no son penales en su naturaleza; son apenas el resultado de su transgresión, el salario del pecado antes que un castigo por el pecado. El hombre que bebe veneno viola las reglas de la vida y sufre las consecuencias. El castigo está inherente en el propio acto.

Esta ley de la vida es llamada de diversas maneras: un pacto de naturaleza, un pacto natural, un pacto legal, un pacto de obras. Tal como hemos dicho anteriormente, son apenas las reglas de la vida a través de las cuales todas las cosas existen, y a las cuales todos deben obedecer. No es un pacto formal. Toda la naturaleza está sujeta a él, animada e inanimada. Así Dios hizo un pacto con el día y la noche, y también con las aves, el ganado, y con todas las bestias, y colocó el arcoiris en el cielo como siendo una señal del “pacto eterno entre Dios y toda criatura viviente”. Jer. 33:20, 25; Gen. 9:9-17.

Nosotros preferimos llamarlo el pacto de la vida, ya que es el pacto general todo incluyente que abarca toda la creación, y a través del cual la vida es prometida bajo la condición de obediencia.

El pacto de la redención. Es aquella parte del pacto eterno en la cual el Padre y el Hijo entran en un solemne convenio, de que salvarán al hombre a cualquier costo para ellos mismos. Este pacto envuelve la encarnación, el sufrimiento, y la muerte del Hijo de Dios. Cristo tomará el lugar del hombre, y como el segundo Adán cumplirá todas las obligaciones del hombre; y Dios promete que Él aceptará no solamente este Hijo del hombre sino que también a todos aquellos a quienes Cristo pueda restaurar, y por los cuales Él se convertirá en su fiador (garante). Cristo garantiza que Él hará al hombre más precioso que el oro fino, restaurará la imagen de Dios en el alma, lo hará un templo de Dios, y finalmente lo presentará sin falla ante el trono de Dios.

En este pacto Cristo representa al hombre, y el pacto es entonces entre Dios y el hombre – el hombre Jesucristo – un pacto establecido sobre promesas que no pueden ser quebradas. La administración de este pacto en relación al hombre es transferida a Cristo.

El pacto de la gracia. Este pacto está relacionado con la administración del pacto de la redención, a través del cual Cristo redime a los hombres y los restaura al favor de Dios. Es un pacto entre Cristo y el hombre caído, a través del cual, bajo la condición de salir del pecado y volverse hacia Él, Cristo les perdonará a los hombres sus defectos, y los ayudará a fortalecerse en sus deseos de hacer lo correcto. Su obra por el hombre incluye dos partes diferentes, aun cuando están íntimamente relacionadas: perdón del pecado y santificación.

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Cuando la obra de Cristo en el corazón humano esté hecha, Él presentará Su obra ante el padre. Todo hombre tiene que soportar la prueba por sí mismo. Aquellos que soportan la prueba – y se incluyen todos aquellos por los cuales Cristo es mediador y garantía – serán salvos.

Este pacto de gracia fue hecho primeramente con el hombre en el Jardín del Edén, después de su caída. Es el pacto bajo el cual todo hombre redimido será salvo. No existe otra manera. Es el mismo pacto que Dios hizo con Abraham y todos los santos de la antigüedad. Es el pacto de la salvación.

Debemos observar que este pacto no es un término en sí mismo, sino que es apenas la administración del pacto de la redención, el medio por el cual Dios prepara a los hombres para soportar la prueba que les sobrevendrá a todos los hombres. Trae al hombre de vuelta al lugar donde Adán estaba antes de caer, y ahora tiene que soportar la prueba de obediencia antes de que pueda ser admitido en los beneficios del pacto de la vida y ser aceptado por el Padre. Esta es la prueba final, y para esto lo prepara el pacto de la gracia.

El antiguo pacto fue hecho entre Dios e Israel en el Sinaí. Los hombres nunca dejaron de creer de que eran capaces de establecer su propia justicia. Cuando Jesús les preguntó a los dos discípulos que deseaban un puesto más alto, si estaban capacitados para pagar el precio que esa posición les costaría, ellos respondieron rápidamente, “podemos”. Mat. 20:22. No hubo la más mínima duda en sus mentes en cuanto a su habilidad en hacer lo que les era requerido. Cuando Cristo le preguntó al joven rico si guardaba los mandamientos, él inmediatamente respondió, “todas esas cosas las he guardado desde mi juventud; ¿qué me falta aun?”. Mat. 19:20. No había ninguna duda en su mente de que no solamente guardaba los mandamientos, sino que siempre lo había hecho así. Eso él lo dio por garantizado. “¿Qué me falta aun?” es una declaración muy reveladora. Cuando Dios en el Sinaí le pidió a Israel que guardase la ley como una condición de Su favor, ellos respondieron sin ninguna duda, “todo lo que el Señor ha dicho, nosotros lo haremos”. Exo. 19:8.

Cuando Israel respondió así, Dios tenía pocas posibilidades de hacer algo. Él los había libertado milagrosamente en el Mar Rojo, cuando estaban completamente desprovistos de ayuda contra el ejército de faraón. Él esperaba que ellos hubiesen aprendido la lección de dependencia para con Él. Pero no era así. Él aun estaba listo para ayudarlos, y esperaba que entendiesen su completa inhabilidad y su necesidad de una ayuda divina. Pero no sentían la necesidad de tal ayuda. Se creían completamente capaces de guardar la ley.

Para dejar bien claro que el pueblo conocía el contenido del pacto en el cual estaban entrando, Dios les proclamó públicamente la ley, los Diez Mandamientos. Para dejarlo doblemente claro de que no habrían malos entendidos en cuanto a la extensión de sus obligaciones, Él hizo una detallada aplicación de los principios de los Diez mandamientos con su respectiva situación, de tal manera que supiesen exactamente lo que estaba siendo demandado de ellos (Exo. 20:22 hasta 23:33). Durante el transcurso de estos juicios y estatutos explicativos, Él los advirtió en cuanto a lo que estaban enfrentando. “He aquí”, dijo Dios, “yo envío mi Ángel delante de ti... Guárdate delante de él y obedece su voz, no lo provoques; porque él no perdonará vuestras transgresiones, porque mi nombre está en él”. Exo. 23:20-21.

Estas significativas palabras debieran haberlos hecho meditar. ¿Aun creían que no había nada de qué preocuparse? ¿Aun sentían que estaban capacitados para guardar la ley? Así era. No habían aprendido nada. No sentían ninguna necesidad de perdón. No preguntaron nada. Estaban queriendo entrar en el pacto con Dios.

Dios, desde luego, sabía que caerían. Pero no había nada más que hacer. Si Él les hubiese quitado la oportunidad de tratar, si les hubiese dicho que era inútil, y que Él ni siquiera les daría el privilegio de mostrarle lo que eran capaces de hacer, Israel habría reclamado diciendo que no se les había dado una justa oportunidad, que ellos podrían haber guardado la ley, pero que Dios no les dio una oportunidad para probárselo. Dios no tenía ninguna otra alternativa, a no ser dejarlos que tratasen de hacerlo. El resultado fue la falla, tal como Dios ya lo había previsto.

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Dios, sin embargo, no trató de dejar a Israel a su propia suerte ni se desanimó con su falla. Aun cuando estaban danzando alrededor del becerro de oro, Dios estaba instruyendo a Moisés para que le construyese un tabernáculo donde Él podría habitar entre ellos y donde podría instruirlos en Sus caminos más perfectamente. Ellos necesitaban entender la atrocidad del pecado, y que aun la menor transgresión significaba la muerte. Ellos necesitaban entender más de la santidad de Dios y la necesidad de perdón. Ellos necesitaban tener una más viva concepción de la necesidad de un mediador celestial, prefigurado en el sacerdocio terrestre. Ellos necesitaban entender que sin un intercesor no había ninguna manera en la cual ellos pudiesen acercarse a Dios. Todo esto Dios quería enseñarles en el servicio del santuario.

Cuando Dios le dijo a Moisés en el monte que el pueblo estaba adorando un becerro de oro, él apenas pudo creerlo. Pero cuando él vio con sus propios ojos lo que el pueblo había hecho, su “ira se encendió”. Las dos tablas de piedra en las cuales estaban escritos los Diez Mandamientos, las lanzó al suelo y las quebró en pedazos. Convirtió al becerro de oro en polvo y lo diluyó en agua, e hizo que Israel lo bebiese. Entonces hizo un llamado a la consagración, y aquellos que habían transgredido pero no respondieron al llamado, y que tenazmente se rehusaron a ceder, fueron matados. Entonces él “volvió al Señor, y dijo, Oh, este pueblo ha cometido un gran pecado, y se ha hecho dioses de oro. Pero ahora, si tu quieres, perdónales su pecado; si no, bórrame, te suplico, de tu libro en el cual tu has escrito”. Exo. 32:31-32.

Israel había quebrado el pacto que ellos habían hecho solemnemente con Dios. “Ellos no continuaron en mi pacto”, dijo Dios, “y yo me desentendí de ellos”. Heb. 8:9. Dios le propuso a Moisés que Él rechazase al pueblo, y que hiciese de Moisés una gran nación. Pero Moisés intercedió por el pueblo, pidiéndole a Dios que los preservara, y tuvo éxito (Exo. 32:11-14). Pero cuando le preguntó al Señor para que les perdonara su pecado, Dios respondió secamente, “todo el que haya pecado contra mi, lo borraré de mi libro”. Verso 33.

Entonces Dios mandó a Moisés que llevase al pueblo al lugar que Él había escogido, diciéndole que Él mismo no iría con ellos, pero que enviaría a Su ángel en su lugar. Entonces Él repitió Su advertencia de castigo venidero: “Pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado”. Verso 34.

Como una muestra del desagrado de Dios, el tabernáculo fue levantado “lejos, fuera del campamento”. Exo. 33:7. Como resultado de esto “cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento”. Verso 7.

Moisés entonces apareció como el mediador de este pueblo. Dios había rechazado a Israel; habían quebrado el pacto, y Él se desentendió de ellos. No eran más Su pueblo. No los consideraba como Suyos, sino que les dijo a través de Moisés: “Tu pueblo, el cual tu sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido”. Exo. 32:7. Moisés, sin embargo, respondió que era el pueblo de Dios, no de él. “Señor”, dijo, “¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte?”. Verso 11.

Moisés no estaba satisfecho con tener un ángel con ellos en la jornada. Él quería al propio Señor, para que caminase con ellos. Él había encontrado favor en Dios, y había hecho de eso lo más importante. “Si he encontrado gracia ante tus ojos”, dijo, “muéstrame tu camino, para que te conozca... considera que esta nación es tu pueblo”. Exo. 33:13. Dios cedió y dijo, “mi presencia irá contigo”. Verso 14. Moisés se sintió animado por esto, pero aun no estaba satisfecho. Él no solo quería que la presencia de Dios fuese con ellos, sino “que tu vayas con nosotros”. Verso 16. Dios respondió amablemente, “también haré esto que has dicho”. Verso 17.

Pero Moisés aun no estaba satisfecho. Él presionó aun más: “Muéstrame tu gloria”. Verso 18. La gloria de Dios es Su carácter. La justicia es parte de la gloria de Dios, pero también Su misericordia. Hasta aquí Dios había mostrado más el lado de la justicia de Su carácter, pero Moisés ahora le solicitó que Él le mostrase Sus caminos, para que él pudiese conocerlo. Bien sabía él que si conseguía hacer con que Dios se revelase, una revelación tal haría hincapié en la misericordia de Dios y en su tierno amor, y que esto le daría a él una oportunidad para que Dios fuese gentil con Su pueblo.

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Y moisés no estaba equivocado. Se le dio una revelación del “Señor, el Señor Dios, misericordioso y gentil, resignado y abundante en bondad y en verdad, haciendo misericordia con millares, perdonando la iniquidad y la transgresión y el pecado, y que de ninguna manera tendrá por inocente al culpable; visitando la iniquidad de los padres sobre los hijos, y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación”. Exo. 34:6-7.

Habiéndose revelado el Señor a Sí mismo como un Dios misericordioso y gentil, Moisés hizo su último pedido. Dios ya había prometido que en vez de enviar un ángel, Él mismo iría con el pueblo. Moisés le preguntó dos cosas. Primero: “Oh Señor, te ruego que vayas en medio de nosotros”. Verso 9, RV. Dios había estado habitando “fuera del campamento”. Exo. 33:7. Moisés le pidió ahora para que Él fuese “en medio de nosotros”. Esta solicitación había sido rechazada una vez, cuando Dios dijo, “no iré en medio de vosotros”. Verso 3. La otra solicitación fue: “Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad”. Exo. 34:9.

A ambas solicitaciones respondió Dios. “He aquí, yo hago un pacto”. Verso 10. Esto era lo mismo que decir, “mi habitación en medio de vosotros y el perdonar vuestros pecados depende de vuestra actitud. Yo hago un pacto. Bajo la fiel adherencia a este pacto dependerá Mi decisión”.

Cuando Moisés fue llamado al monte en esa oportunidad, se le dijo que fuera solo. Seis semanas antes, Aarón, Nadab, Abiú y setenta ancianos también fueron llamados (Exo. 24:9). Allí “vieron al Dios de Israel... Vieron a Dios, y comieron y bebieron”. Versos 10-11.

Pero no fue así esta vez. Ahora Moisés apareció solo. Es con él que Dios habla. Es con él, primariamente, que el pacto fue hecho. La fórmula normal, “háblale a los hijos de Israel y diles”, no fue usada. Moisés representaba a Israel. Cuando el pacto fue finalmente hecho, Dios dijo, “He hecho un pacto contigo y con Israel”. Exo. 34:27. No fue llamado ningún representante del pueblo al monte; no fueron llamados para que ratificasen o concordasen con el pacto; Moisés era el único con quien Dios lidiaba. Israel ciertamente tenía una participación en eso, porque el pacto fue hecho con ellos así como con Moisés, solo que en un sentido secundario. “He hecho un pacto contigo y con Israel”.

Este pacto es diferente de aquel registrado en Exodo, en los capítulos 19-24. Allí se dice del ángel, “guárdate delante de él y escucha su voz; no lo provoques; porque no perdonará vuestra transgresión, porque mi nombre está en él”. Exo. 23:21, ARV. Aquí Dios se revela a Sí mismo como el Dios misericordiosos y gentil, que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado. En el primer pacto no había mediador. En el pacto de Exodo 34, Moisés intercede por el pueblo, y finalmente obtiene la buena voluntad y el perdón de Dios, basado en la obediencia a los mandamientos. En este pacto la misericordia es la parte principal. Dios se revela a Sí mismo en una manifestación especial como el Dios misericordioso que perdona, y Él gentilmente acepta a Moisés como el mediador por parte del pueblo. Este pacto posee todas las características del nuevo pacto, establecido bajo las condiciones del Antiguo Testamento. Dios se coloca en medio del campamento; el servicio del santuario es establecido, todas las ceremonias del mismo apuntan hacia el perdón; un mediador – en la persona del sumo sacerdote - es establecido, y en él Israel aparece ante el Señor y obtiene perdón para todas sus suciedades y transgresiones y pecados. Es verdad, que está todo en el tipo, pero es profético de aquel mejor pacto del cual el propio Cristo es el mediador, y a través de cuyos méritos los pecados son realmente perdonados y borrados.

Extractos de los Escritos de la Sra. E. G. White Sobre Los Pactos.-

Padre, Hijo y Espíritu Santo. “La salvación de seres humanos es una gran empresa, que llama a la acción cada atributo de la naturaleza divina. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se han comprometido a sí mismos a hacer los hijos de Dios más que vencedores a través de Él que los ha amado. El Señor es compasivo y clemente, no queriendo que nadie perezca. Él ha provisto poder para capacitarnos para que seamos vencedores”. Review and Herald, 27 de Enero de 1903.

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Pacto de Misericordia. “La salvación de la raza humana ha sido siempre el objetivo de los concilios celestiales. El pacto de misericordia fue hecho antes de la fundación del mundo. Ha existido desde toda la eternidad, y es llamado el pacto eterno. Tan ciertamente como nunca hubo un tiempo en que no hubiera Dios, así también nunca hubo un momento en que no existió la delicia de la mente eterna en manifestar Su gracia a la humanidad”. Signs of the Times, 12 de Junio de 1901, pág. 371.

El Pacto de la Gracia. “Así como la Biblia presenta dos leyes, una inmutable y eterna, y la otra provisional y temporaria, así hay también dos pactos. El pacto de la gracia fue hecho primero con el hombre en el Edén, cuando después de la caída, fue dada una promesa divina de que la simiente de la mujer debería herir la cabeza de la serpiente. Este pacto puso al alcance de todos los hombres el perdón, y la gracia auxiliar de Dios para la futura obediencia a través de la fe en Cristo. También se les prometió la vida eterna bajo la condición de fidelidad a la ley de Dios. Así recibieron los patriarcas la esperanza de la salvación”. PP:386-387.

Manos Unidas. “Desde antes que fueran echados los cimientos de la tierra, el Padre y el Hijo se habían unido en un pacto para redimir al hombre en caso de que fuese vencido por Satanás. Habían unido sus manos en un solemne compromiso de que Cristo sería fiador de la especie humana. Cristo había cumplido este compromiso. Cuando sobre la cruz exclamó: “Consumado es”, se dirigió al padre. El pacto había sido llevado plenamente a cabo. Ahora declara: Padre, consumado es. He hecho tu voluntad, oh Dios mío. He completado la obra de la redención. Si tu justicia está satisfecha, “aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo”. DTG:774.

No Una Reflexión Ulterior. “El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada después de la caída de Adán. Fue una revelación “del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silencio”. Fue una manifestación de los principios que desde edades eternas habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previó su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo, que se comprometió a dar a su Hijo unigénito “para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. DTG:13-14.

“Antes de ser lanzados los fundación de la tierra, fue hecho el pacto de que todos los que fueran obedientes, todos los que, a través de la abundante gracia provista, se volviesen santos en carácter, y sin culpa ante Dios, al apropiarse de esa gracia, serían hijos de Dios. Este pacto, hecho desde la eternidad, le fue dado a Abraham centenas de años antes de la venida de Cristo. Con cuánto interés y con cuánta intensidad estudió Cristo en Su humanidad la raza humana, para ver si ellos se apoderarían de la provisión ofrecida”. Consejos Sobre Educación Cristiana:403.

El Padre se Abstiene de la Ejecución de la Sentencia de Muerte. “El Hijo de Dios se compadeció del hombre caído. Él sabía que la ley de Su Padre es tan inmutable como Él mismo. Él puede ver apenas un camino de escape para el transgresor. Él se ofreció a Sí mismo a Su Padre como un sacrificio por el hombre, para tomar su culpa y su castigo sobre Sí mismo, y redimirlos de la muerte muriendo en su lugar, pagando así el rescate. El Padre consintió en dar a Su amado Hijo para salvar la raza caída; y a través de Sus méritos e intercesión prometió recibir nuevamente al hombre a Su favor, y restaurarle la santidad en la misma proporción en que él lo desease aceptar la expiación tan misericordiosamente ofrecida, y a obedecer Su ley. Por amor a su amado Hijo el Padre se abstuvo temporariamente de ejecutar la sentencia de muerte, y le entregó a Cristo la raza caída”. 5 Dones Espirituales:46-47.

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Cristo Invita al Padre. “Bajo el poderoso impulso de Su amor, Él tomó nuestro lugar en el universo, e invitó al Gobernador de todas las cosas a tratarlo como un representante de la familia humana. Él se identificó a Sí mismo con nuestros intereses, desnudó Su pecho para el golpe de la muerte, tomó la culpa del hombre y su penalidad, y ofreció a favor del hombre un completo sacrificio a Dios. Por medio de esta expiación, Él posee poder para ofrecerle al hombre una justicia perfecta y una completa salvación. Cualquiera que crea en Él como su Salvador personal no perecerá, sino que tendrá vida eterna”. Review and Herald, 18 de Abril de 1893, Pág. 241-242.

Cristo Completa Su Obra. “Jesús se negó a recibir homenaje de los suyos hasta tener la seguridad de que Su sacrificio era aceptado por el Padre. Ascendió a los atrios celestiales, y de Dios mismo oyó la seguridad de que su expiación por los pecados de los hombres había sido amplia, de que por Su sangre todos podían obtener vida eterna. El Padre ratificó el pacto hecho con Cristo, de que recibiría a los hombres arrepentidos y obedientes y los amaría como a Su Hijo. Cristo había de completar Su obra y cumplir Su promesa de hacer “más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir al hombre”. Todo el poder en el cielo y en la tierra le fue dado al Príncipe de la vida, y Él volvió a sus seguidores en un mundo de pecado, para impartirles Su poder y gloria”. DTG:734.

Cristo Demandó. “En la oración intercesora de Jesús con Su Padre, Él demandó (reclamó) que Él había cumplido las condiciones que tenían que ser cumplidas obligatoriamente por parte suya en el contrato (pacto) hecho en el cielo relacionado con el hombre caído”. Redención –Resurrección:77-78.

Relación Claramente Definida. “Él también tenía una solicitación que preferir en relación a Sus escogidos sobre la tierra. A Él le habría gustado que la relación estuviese claramente definida, que Sus redimidos deberían de aquí en adelante, sostenerse al cielo y a Su Padre. Su iglesia tendría que ser justificada y aceptada antes que Él pudiese aceptar el honor del cielo. Él declaró ser Su voluntad que donde Él estuviese, debiera estar también Su iglesia; si Él iba a tener alguna gloria, Su pueblo tenía que compartirla con Él. Aquellos que sufriesen con Él en la tierra, deberían finalmente gobernar con Él en Su reino. De la manera más explícita Cristo intercedió (suplicó) por Su iglesia, identificando Sus intereses con los de Él, y abogando, con un amor y una constancia más fuerte que la muerte, por sus derechos y títulos obtenidos a través de Él”. 3 Espíritu de Profecía:202-203.

De Acuerdo con la Promesa del Pacto. “Tenerlos con Él de acuerdo con la promesa del pacto y el acuerdo con Su Padre”. Review and Herald, 17 de Octubre de 1893., pág. 645.

Verdades Infinitas. “Que en los concilios celestiales el Padre y el Hijo consideraron esencial para la salvación del hombre, fue definido desde la eternidad a través de verdades infinitas las cuales seres finitos no pueden dejar de comprender”. Fundamentos de la Educación Cristiana:408.

Simplemente un Arreglo. “Aun cuando este pacto fue hecho con Adán y le fue renovado a Abraham, no podía ser ratificado hasta la muerte de Cristo. Había existido por la promesa de Dios desde que se indicó por primera vez la posibilidad de redención. Fue aceptado por la fe; no obstante, cuando Cristo lo ratificó fue llamado de nuevo pacto. La ley de Dios era la base de este pacto, el cual era simplemente un arreglo para restituir a los hombres a la armonía con la voluntad divina, colocándolos donde pudiesen obedecer la ley de Dios”. PP:387.

Adán y Eva Fueron Instruidos por Ángeles. “A nuestros primeros padres no dejó de advertírseles el peligro que les amenazaba. Mensajeros celestiales acudieron a presentarles la historia de la caída de Satanás y sus maquinaciones para destruirlos; para lo cual les explicaron ampliamente la naturaleza del gobierno divino, que el príncipe del mal trataba de derrocar. Fue la desobediencia a los

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justos mandamientos de Dios lo que ocasionó la caída de Satanás y sus huestes. Cuán importante era, entonces, que Adán y Eva honrasen aquella ley, único medio por el cual es posible mantener el orden y la equidad”. PP:34.

Agentes Morales Libres. “Dios instruyó a nuestros primeros padres en relación al árbol del conocimiento, y ellos fueron completamente informados en relación a la caída de Satanás, y del peligro en escuchar sus sugestiones. Él no los privó del poder de comer del fruto prohibido. Él los dejó como agencias morales libres para que creyesen en Su palabra, obedeciesen Sus mandamientos y vivan, o creyesen en el tentador, desobedeciesen y pereciesen”. 1 Espíritu de Profecía:40.

Adán y Eva le Aseguraron a los Ángeles. “Los ángeles amable y amorosamente les dieron la información que ellos deseaban. También les contaron la triste historia de la rebelión de Satanás y de su caída. Entonces les informaron claramente que el árbol del conocimiento fue colocado en el jardín para que fuese un compromiso de su obediencia y amor por Dios; que el elevado y feliz estado de los santos ángeles sería conservado bajo la condición de obediencia; que ellos estaban en la misma situación: podían obedecer la ley de Dios y ser inmensamente felices, o desobedecer, y perder su elevado estado, y ser colocados en la desesperación... Adán y Eva les aseguraron a los ángeles que nunca transgredirían el expreso mandamiento de Dios; porque era su más elevado placer hacer Su voluntad”. 1 Espíritu de Profecía:33-35.

Solamente a Través de Cristo. “El Padre le había colocado el mundo en las manos de Su Hijo para que Él los redimiese de la maldición y de la desgracia de la falla y de la caída de Adán. Solamente a través de Cristo puede el hombre encontrar ahora acceso a Dios. Y solamente a través de Cristo el Señor mantendrá una comunicación con el hombre”. Redención – Tentación:17.

Otra Prueba. Cuando Cristo murió “Dios inclinó Su cabeza satisfecho. Ahora la justicia y la misericordia se podían unir. Ahora Él podía ser justo, y sin embargo ser el Justificador de todos los que creyesen en Cristo. Él miró hacia la víctima que expiraba sobre la cruz, y dijo, ‘Está consumado. La raza humana puede tener otra prueba (oportunidad)’”. El Instructor de la Juventud, 21 de Junio de 1900, pág. 195.

“Que el transgresor pueda tener otra prueba... el eterno Hijo de Dios se interpuso Él mismo para llevar el castigo de la transgresión”. Review and Herald, 8 de Febrero de 1898, pág. 85.

“Infinita sabiduría es revelada en Cristo. Él sufrió en nuestro lugar, para que los hombres pudiesen tener otra prueba y otra oportunidad”. Instrucciones Especiales Relacionadas con la Review and Herald:28.

Cristo “propuso el único medio que sería aceptado por Dios, que les daría otra oportunidad, y los colocaría nuevamente a prueba”. Redención – Tentación:14.

“La verdadera prueba que Dios colocó sobre Adán y Eva, será colocada sobre cada miembro de la familia humana. La obediencia a Dios fue requerida de Adán, y nosotros estamos en la misma posición en la cual él estuvo, para tener una segunda oportunidad, para ver si escucharemos la voz de Satanás y desobedeceremos a Dios, o si escucharemos la palabra de Dios y obedeceremos”. Review and Herald, 10 de Junio de 1890, pág. 354.

Requerimiento de Dios. “Dios requiere en este momento lo mismo que Él le requirió a Adán en el paraíso antes de caer: perfecta obediencia a Su ley. El requerimiento que Dios hace en la gracia, es el

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mismo que Él hizo en el paraíso. Queremos entender los reclamos que Dios ha colocado sobre nosotros, para que alcancemos los corazones de los hombres, y les enseñemos lo que la Palabra de Dios requiere de ellos, para que puedan obtener la vida eterna. Debemos vivir por toda palabra que procede de la boca de Dios”. Review and Herald, 15 de Julio de 1890, pág. 433.

La ley Puede Ser Guardada. “Él (Cristo) era un representante ante los hombres y ante los ángeles, del carácter del Dios del cielo. Él demostró el hecho de que cuando la humanidad depende totalmente de Dios, los hombres pueden guardar los mandamientos de Dios y vivir, y que Su ley sea como la manzana del ojo”. 3 Testimonios Especiales Para Ministros:59.

Cristo Da Fuerza. “En su propia fuerza el pecador no puede alcanzar las demandas de Dios. Él debe buscar ayuda en Aquel que pagó el rescate por él. Es imposible que él por sí mismo guarde la ley. Pero Cristo le puede dar fuerza para hacerlo. El Salvador vino a este mundo y en carne humana vivió una vida de perfecta obediencia, de manera que el pecador pueda permanecer ante Dios justificado y aceptado”. Signs of the Times, 31 de Julio de 1901, pág. 482.

Con Propósitos Opuestos a los de Dios. “Las tentaciones a las cuales Cristo fue sujetado fueron una terrible realidad. Como un agente libre, Él fue colocado a prueba, con libertad para ceder a las tentaciones de Satanás y trabajar con propósitos opuestos a los de Dios. Si esto no fue así, si no fuese posible que Él cayese, no podría haber sido tentado en todos los puntos así como es tentada la familia humana”. El Instructor de los Jóvenes, 26 de Octubre de 1899, pág. 519.

La Desgraciada falla de Adán. “Cristo consintió en dejar Su honor, Su autoridad real, Su gloria con el Padre, y humillarse a Sí mismo hasta la humanidad, y empeñarse en una contienda con el poderoso príncipe de las tinieblas, para poder redimir al hombre. A través de Su humillación y pobreza Cristo se identificaría a Sí mismo con las debilidades de la raza caída, y a través de una firme obediencia demostrar que el hombre puede redimir la falla de Adán, y a través de una humilde obediencia ganar nuevamente el Edén perdido”. Redención – Tentación:14.

Súplica Para Morir. “Cuando Adán y Eva entendieron cuán exaltada y sagrada era la ley de Dios, cuya transgresión hizo necesario un sacrificio tan costoso para salvarlos a ellos y a su posteridad de la ruina total, que ellos suplicaron morir, o que les permitiesen a ellos y a su posteridad soportar la penalidad de su transgresión, antes que el amado Hijo de Dios hiciese tan grande sacrificio”. 1 Espíritu de Profecía:50.

Soportar la Penalidad. “Todos aquellos, que ante el universo del cielo, son considerados de haber, en Cristo, soportado la penalidad de la ley, y en Él haber cumplido su justicia, tendrán vida eterna. Ellos serán uno en carácter con Cristo”. Instrucciones Especiales Relacionadas con la Review and Herald:29.

Victoria Por Cuenta Propia. “¿Se aferrará el hombre del poder divino, y con determinación y perseverancia resistirá, así como Cristo nos ha dado Su ejemplo en Su conflicto con el adversario en el desierto de la tentación? Dios no puede salvar al hombre contra su voluntad del poder de los artificios de Satanás. El hombre debe obrar con su poder humano, ayudado por el poder divino de Cristo, para resistir y vencer a cualquier costo para él mismo. En resumen, el hombre debe vencer así como Cristo venció. Y entonces, a través de la victoria que es su privilegio obtener a través del todopoderoso nombre de Jesús, él puede llegar a ser un heredero de Dios, y un coparticipante con Jesucristo. Este no será el caso si solamente Cristo hiciese todo para vencer. El hombre tiene que hacer su parte; él tiene que ser victorioso por cuenta propia, a través de la fuerza y de la gracia que Cristo le da. El hombre

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tiene que ser coparticipante con Cristo en la tarea de vencer, y entonces él será coparticipante con Cristo en su gloria”. 4T:32-33.

Venció en la Naturaleza Humana: “Cuando Cristo inclinó Su cabeza y murió, Él llevó los pilares del reino de Satanás con él hasta la tierra (hasta el sepulcro). Él venció a Satanás en la misma naturaleza con la cual en el Edén Satanás obtuvo la victoria. El enemigo fue derrotado por Cristo en Su naturaleza humana. El poder de la Divinidad de Cristo estaba escondido. Él venció en la naturaleza humana, dependiendo del poder de Dios. Este es el privilegio de todos. En proporción a nuestra fe será nuestra victoria”. El Instructor de los Jóvenes, 25 de Abril de 1901, pág. 130.

“El Salvador venció para mostrarle al hombre cómo debía vencer él. Todas las tentaciones de Satanás, Cristo las enfrentó con la Palabra de Dios. Confiando en las promesas de Dios, Él recibió poder para obedecer los mandamientos de Dios, y el tentador no pudo obtener ninguna ventaja”. Ministerio de Curación:181.

Principios de la Ley. “El Sábado del cuarto mandamiento fue instituido en el Edén. Después que Dios había hecho el mundo, y había creado al hombre sobre la tierra, Él hizo el Sábado para el hombre. Después que Adán pecó y cayó, nada le fue quitado a la ley de Dios. Los principios de los diez mandamientos existían antes de la caída, y eran de un carácter adecuados para las condiciones de un orden santo de seres. Después de la caída, los principios de esos preceptos no fueron cambiados, sino que preceptos adicionales fueron dados para alcanzar al hombre en su estado caído”. 3 Dones Especiales:295; 1 Hechos de Fe:295.

La Ley Estaba Adaptada. “La ley de Dios existió antes que el hombre fuese creado. Estaba adaptada a las condiciones de seres santos; aun los ángeles eran gobernados por ella. Después de la caída, los principios de justicia permanecieron inalterados. No se la sacó nada a la ley; ninguno de sus santos preceptos pudo ser mejorado. Y como ha existido desde el comienzo, así continuará a existir a través de las edades sin fin de la eternidad. ‘En relación a Tus testimonios’, dice el salmista, ‘yo he sabido desde antaño que Tu los has fundado para siempre’”. Signs of the Times, 15 de Abril de 1886, pág. 226.

Arreglada y Expresada. “La ley de Dios existió antes de la creación del hombre, caso contrario Adán no podría haber pecado. Después de la transgresión de Adán, los principios de la ley no fueron cambiados, sino que fueron definitivamente arreglados y expresados para alcanzar al hombre en su condición caída. Cristo, en consejo con Su Padre, instituyó el sistema sacrificial de ofrendas; para que la muerte, en vez de que cayese inmediatamente sobre el transgresor, fuese transferida a una víctima la cual prefiguraba la gran y perfecta ofrenda del Hijo de Dios”. Signs of the Times, 14 de Marzo de 1878, pág. 81.

Declarada en Forma Más Explícita. “La ley de Jehová, que viene desde la creación, fue comprimida en los dos grandes principios: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza. Este es el primer mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe ningún otro mandamiento mayor que estos’. Estos dos grandes principios abarcan los primeros cuatro mandamientos, mostrando el deber del hombre hacia Dios, y los últimos seis, mostrando el deber del hombre con su prójimo. Los principios fueron más explícitamente declarados al hombre después de la caída, y redactados para adecuarse a la situación de inteligencias caídas. Esto fue necesario como consecuencia de que las mentes de los hombres habían sido cegadas por la transgresión”. Signs of the Times, 15 de Abril de 1875, pág. 181.

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Preceptos Religiosos. “Como consecuencia de la continua transgresión, la ley moral fue repetida en una forma pavorosa en el Sinaí. Cristo le dio a Moisés preceptos religiosos los cuales debían gobernar la vida diaria. Estos estatutos fueron dados explícitamente para guardar los diez mandamientos. No eran tipos sombríos que debiesen pasar con la muerte de Cristo. Debían ser unidos al hombre en todas las edades mientras durase el tiempo. Estos mandamientos fueron impuestos por el poder de la ley moral, y clara y definitivamente explicaban aquella ley”. Signs of the Times, 15 de Abril de 1875, pág. 181.

Vestidura de Carne Humana. “Cristo lloró por la transgresión de todo ser humano. Él llevó aun la culpabilidad de Caifás, conociendo la hipocresía que había en su alma, mientras que por pretensión él rasgó sus vestiduras. Cristo no rasgó Sus vestiduras, pero Su alma fue rasgada. Su vestidura de carne humana fue rasgada mientras pendía en la cruz, el que llevaba los pecados de la raza. A través de Su sufrimiento y muerte un nuevo y vivo camino fue abierto”. Review and Herald, 12 de Junio de 1900, pág. 370.

De Acuerdo con la Promesa del Pacto. “Escuche la oración de nuestro Representante en el cielo: ‘Padre, yo quiero que también ellos, a quienes tu me has dado, estén conmigo donde yo estoy; que puedan poseer Mi gloria’. Oh, ¡cuánto deseaba la divina Cabeza tener a Su iglesia con Él! Lo habrían acompañado en Su sufrimiento y humillación, y es Su más grande alegría tenerlos con Él para que fuesen participantes de Su gloria. Cristo reclama el privilegio de tener a Su iglesia con Él. ‘Yo quiero que también ellos, los que Tu me diste, estén conmigo donde yo estoy’. Que estén con Él está de acuerdo con la promesa del pacto y también está de acuerdo con Su Padre. Él presenta reverentemente en el trono de misericordia Su redención terminada por Su pueblo. El arco de la promesa envuelve a nuestro Substituto y Garante mientras Él derrama Sus peticiones de amor,: ‘Padre, yo quiero que también ellos, a quienes tu me has dado, estén conmigo donde yo estoy; que puedan poseer Mi gloria’. Podemos observar al Rey en Su belleza, y la iglesia será glorificada”. Review and Herald, 17 de Octubre de 1893, pág. 645.

Ningún Milagro. “Pero fue parte del pacto hecho en el cielo, que Cristo, habiendo tomado la humanidad, no debía obrar milagros en Su propio beneficio, sino que debía permanecer como hombre entre hombres”. Southern Watchman, 1 de Marzo de 1904, pág. 142.

Libro del Pacto. “Moisés había escrito , no los diez mandamientos, sino que los juicios que Dios quería que observasen, y las promesas, bajo la condición que los obedeciesen. Él se los leyó al pueblo, y ellos se comprometieron a obedecer todas las palabras que el Señor había dicho. Moisés entonces escribió su solemne compromiso en un libro, y ofreció sacrificio a Dios por el pueblo. ‘Y tomó el libro del pacto, y leyó en la audiencia del pueblo, y ellos dijeron, todo lo que el Señor ha dicho nosotros lo haremos, y seremos obedientes. Y Moisés tomó la sangre, y la asperjó sobre el pueblo, y dijo, he aquí la sangre del pacto, el cual el Señor ha hecho con ustedes, en relación a todas estas palabras’. El pueblo repitió su solemne compromiso al Señor de obedecer todo lo que Él había dicho, y de ser obedientes”. 3 Dones Espirituales:270-271.

Capítulo 9 del Libro de Hebreos: Nuestro Sumo Sacerdote en el Cielo

Sinopsis del Capítulo.-

En cualquier evaluación del libro de Hebreos, el capítulo nueve debe permanecer muy alto. en él el autor se está aproximando al clímax en su argumentación en relación a Cristo como Sumo Sacerdote.

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Después de hacer una pequeña excursión del tabernáculo erigido por Moisés, el edificio, los muebles, y el servicio, el apóstol nos informa en el verso 8 que el Espíritu Santo quiere significar con esto que “el camino al Lugar Santísimo no había sido manifiesto, mientras el primer tabernáculo aun estuviese en pie”.

Entonces él procede a contrastar el tabernáculo terrenal con el celestial, mostrando que el terrenal era apenas una figura para el tiempo entonces presente (Versos 9-10). A través del mayor y más perfecto tabernáculo Cristo ha entrado en los lugares santos con Su propia sangre y ha obtenido eterna redención para nosotros (Versos 11-14).

Cristo es el mediador del nuevo pacto el cual se hizo efectivo con Su muerte. De la misma manera la muerte estuvo presente en la dedicación del primer pacto, aun cuando fuese la muerte de becerros y de machos cabríos, cuya sangre fue asperjada sobre el libro del pacto, el pueblo, el tabernáculo, y los vasos (Versos 15-21).

De acuerdo con la ley casi todas las cosas son purificadas o purgadas con sangre. Por lo tanto era necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas con la sangre de becerros y machos cabríos, pero las cosas celestiales con mejores sacrificios, la sangre de Cristo (Versos 22-23).

Cristo entró en los lugares santos en el cielo para comparecer ante el Padre por nosotros. Cuando Él venga por segunda vez aparecerá sin pecado para salvar a aquellos que Lo esperan (Versos 24-28).

Hebreos 9:1-10. “Ahora bien, aun el primer pacto tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal. Porque el tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada el Lugar Santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición. Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto; y sobre ellas los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio; de las cuales cosas no se puede ahora hablar en detalle. Y así dispuestas estas cosas, en la primera parte del tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte, solo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando el Espíritu Santo a entender con esto que aun no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie. Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste solo de comidas y bebidas, de diversas abluciones y ordenanzas acerca de la carne, impuesta hasta el tiempo de reformar las cosas”.

El autor asume que sus lectores están bien familiarizados con el tabernáculo que él describe, y observa que él no puede ahora hablar en detalle acerca de aquello que ya es tan bien conocido. Sin embargo, él considera que sería bueno repasar las fases más importantes del servicio en el tabernáculo terrenal, antes que le den toda su atención al celestial. Como existen muchos paralelos entre ambos santuarios, él cree que podría ayudar a sus lectores si tuviesen claramente en sus mentes tanto la disposición de los muebles como el servicio del terrenal.

El tabernáculo mosaico se vuelve de una importancia especial cuando aprendemos que el Espíritu Santo afirma que existe algo significativo en él, más allá de lo que se ve. Fue una figura para el tiempo entonces presente, hasta el tiempo de reformar las cosas.

Verso 1. “El primer pacto también tenía ordenanzas”. El hecho de que el primer pacto también tenía ordenanzas deja claro que el nuevo pacto también las tiene. Como el autor está queriendo comparar los tabernáculos terrenal y celestial, es interesante observar que él toma las ordenanzas del tabernáculo celestial como completamente seguras.

“Un santuario terrenal”, o mejor “un santuario de esta tierra”.

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Verso 2. “Un tabernáculo... el primero”. El primer compartimiento del santuario es aquí llamado de primer tabernáculo, y es considerado como una entidad en sí mismo en relación al servicio diario. Este compartimiento era usado todos los días del año. El segundo compartimiento, también llamado de Lugar Santísimo, era abierto apenas durante un corto periodo de tiempo en el Día de la Expiación. El primer compartimiento por lo tanto es considerado una institución en sí misma y es llamado de primer tabernáculo.

“El candelabro”. El escritor está describiendo el tabernáculo construido por Moisés, en el cual había apenas un candelabro. En el templo de Salomón habían doce. El candelabro era el único medio de iluminación en el tabernáculo, ya que no habían ventanas en el edificio. Aun así habían siete lámparas en el candelabro, lo que implica que la iluminación debe haber sido más bien tenue, especialmente cuando las lámparas no ardían normalmente todas durante el mismo periodo de tiempo (algunas se apagaban antes que las demás). El candelabro era de oro y de una conformación bien intrincada (Exo. 37:17-24).

“La mesa”. Esta era usada para el pan de la proposición y para las ofrendas bebibles, como también para los utensilios usados en el santuario. Era hecha de madera de acacia recubierta con oro (Exo. 37:10-16). Cada Sábado eran colocados doce panes frescos sobre ella, uno por cada tribu (Exo. 25:30; Lev. 24:5-9).

“El pan de la proposición”. Literalmente, el pan de la Presencia, llamado así porque tenía que estar “ante el Señor continuamente”. Lev. 24:8.

“Llamado el santuario”, “llamado el Lugar Santo”. (Revised Version).

Verso 3. “Tras el segundo velo”. Aquí tenemos solamente el segundo velo mencionado como tal.“Más Santo de todos”, o Lugar Santísimo. Este era de la mitad del tamaño del primer

compartimiento, y constituía un cubo, siendo todos los lados iguales (largo, ancho y altura).Verso 4. “Tenía un incensario de oro”. La lectura aquí es única. La Versión Americana Revisada

lo coloca, “un altar de oro de incienso”, en vez de “incensario de oro”. La palabra original puede ser traducida ya sea como “altar” o como “incensario”. Nosotros creemos que “altar” sea aquí la palabra más adecuada, porque si la traducimos como “incensario”, entonces el altar de incienso no es mencionado en estos versos, lo cual parece ser improbable. El altar de incienso era la pieza más importante en el lugar santo, y es poco probable que un escrito tan cuidadoso como Hebreos, el autor fuese a omitir su mención, especialmente si él está enumerando las piezas del mobiliario.

Pero si aun lo traducimos como “altar del incienso” en vez de “incensario”, estaremos confrontándonos con el hecho de que es mencionado como estando en el Lugar santísimo, en vez de estar en el Lugar santo, donde indudablemente estaba (Exo. 30:6). En este altar era ofrecido incienso diariamente, y ya que al sacerdote que ofrecía el incienso no se le permitía entrar al Lugar Santísimo bajo pena de muerte, está claro que el altar tiene que haber estado en el primer compartimiento. ¿Por qué, entonces,. el autor aquí lo coloca en el segundo compartimiento?

Debemos observar que el autor no declaró que el altar estaba en el segundo compartimiento; sino que apenas dijo que el Lugar Santísimo lo “tenía”. Esta lectura es tanto peculiar como significativa.

Una posible solución puede ser encontrada en 1 Reyes 6:22. En este capítulo se nos dice que Salomón preparó un oráculo dentro de la casa “para colocar ahí el arca del pacto del Señor” (Verso 19). Este oráculo es el Lugar santísimo (Versos 23-25).

“Y toda la casa la cubrió de oro, hasta que toda la casa estuvo terminada: también todo el altar que pertenecía al oráculo lo cubrió con oro”. Verso 22, A.R.V. el altar aquí mencionado es el altar del incienso, y se dice que “pertenecía al oráculo”, o al Lugar santísimo. Tal como se ha dicho anteriormente, no existe ninguna afirmación de que el altar estaba en el Lugar santísimo, sino que apenas pertenecía a él, o como lo dice Hebreos, lo “tenía”.

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El incienso ofrecido diariamente en el altar era dirigido al trono de misericordia. Allí Dios habitaba entre los querubines; y a medida que el incienso ascendía con las oraciones, llenaba tanto el Lugar Santísimo como el Lugar Santo. El velo que separaba los dos compartimientos no se extendía hasta el techo, sino que quedaba un poco más bajo que éste. El incienso podía entonces ser ofrecido en el primer compartimiento, el único lugar donde los sacerdotes podían entrar, y aun así alcanzar el segundo compartimiento, hacia cuyo lugar era dirigido. Así el altar estaba en el Lugar Santo, pero “pertenecía” al Lugar Santísimo.

“Y el arca del pacto”. Esta era llamada así porque contenía las dos tablas de piedra sobre las cuales Dios había escrito los Diez Mandamientos, el cual era el pacto y también formaba la base del pacto hecho con Israel. Esta arca era el objeto central en el santuario; porque era debido a la ley que ella contenía, que se hacía la expiación.

“Urna de oro”. La urna de oro y la vara de Aarón que floreció, estaban en el arca del tabernáculo original. Sin lugar a dudas que posteriormente fueron removidas, porque se nos dice específicamente que en el tiempo de la dedicación del templo de Salomón “no había nada en el arca, excepto las dos tablas de piedra, las cuales Moisés puso ahí en Horeb, cuando el Señor hizo un pacto con los hijos de Israel, cuando ellos salieron de Egipto”. 1 Reyes 8:9.

“Las tablas del pacto”. En Exodo estas tablas eran llamadas “las dos tablas del testimonio”, y las palabras escritas en ellas “las palabras del pacto, los diez mandamientos” . Exo. 34:28-29. En Deuteronomio los Diez Mandamientos son llamados el “pacto, que él mandó que fuese cumplido, los diez mandamientos; y él los escribió sobre dos tablas de piedra”. Deut. 4:13.

Verso 5. “Los querubines de gloria”. Sobre el arca habían dos querubines hechos de oro puro y de una sola pieza con el trono de la misericordia (Exo. 37:6-9).

“De lo cual no podemos ahora hablar en detalle”. El apóstol da por sentado que sus lectores están familiarizados con la apariencia general del santuario, y que él no necesita entrar en aquello que ya está tan bien sabido. Él podría decir bastante sobre los querubines de gloria, como también sobre las otras cosas que habían en el tabernáculo, pero como ese no es su actual objetivo, lo dejó a un lado. En lo que él está interesado es en el servicio del santuario y en la obra de los sacerdotes. A esto él dedica ahora su atención.

Verso 6. “Los sacerdotes entran siempre en el primer tabernáculo”. Parte del servicio diario era ejecutado en el tabernáculo y requería que los sacerdotes entrasen en la mañana y en la tarde en el primer compartimiento y ofreciese incienso. En los primeros tiempos el propio sumo sacerdote hacía esto (Exo. 30:7-8). Como esta ordenanza era efectuada diariamente, el incienso llegó a ser llamado de “incienso perpetuo” (verso 8).

Verso 7. “Pero en el segundo entraba el sumo sacerdote solamente una vez en el año”. Solamente el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo, y solamente él lo podía hacer, una vez al año, en el Día de la Expiación.

“No sin sangre”. En ese día era efectuada una expiación especial. Y solamente el sumo sacerdote podía oficiar. La sangre del buey, que él llevaba hasta el santuario, era por él mismo y por los errores del pueblo. La sangre del macho cabrío que representaba al Señor limpiaba el santuario, y así limpiaba también al pueblo.

Los Judíos, a quien les escribió Pablo, estaban familiarizados con los detalles del servicio del santuario; pero no todos los lectores cristianos poseían la misma claridad de comprensión de este ritual, tal como lo poseían los Judíos. Por esta razón presentamos un breve estudio del servicio del santuario en las observaciones, a las cuales dirigimos al lector interesado (Vea las páginas ).

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Versos 8-10. “Significando con esto el Espíritu Santo”. Algunos cristianos ven poco valor, ya sea en el santuario o en sus servicios. El Espíritu Santo anuncia aquí que existe un valor y una importancia espiritual en el ritual Hebreo. Este pronunciamiento hecho por el Espíritu levanta el santuario y sus servicios del nivel de la mera historia al elevado plano de un acontecimiento inspirado de una institución profética de significado simbólico.

“El camino al Lugar Santísimo”. El santuario y sus servicios tenían la intención de mostrar el camino hacia Dios. Esto fue conseguido, pero al hacerlo también reveló su propia temporariedad e imperfecciones. Se decía que Dios habitaba entre los querubines en el Lugar Santísimo del santuario, pero el acceso a Él solo se podía obtener a través de una persona. El pagano podía llegar solamente hasta el primer atrio, el de los Gentiles. Las mujeres no podían llegar más allá del segundo atrio, el atrio de las mujeres. El tercer atrio, el de los hombres, era el límite prescrito para los Judíos. Los sacerdotes poseían su propio atrio y también tenían el privilegio de poder entrar en el primer compartimiento del santuario, el Lugar Santo, pero solamente cuando eran escogidos para así hacerlo y con un propósito específico. Aun así, había un velo que los separaba de la Shekinah del Lugar Santísimo, y ellos no podían nunca ultrapasar ese velo. Solamente el sumo sacerdote, y solamente en un único día en el año, podía entrar a la presencia de Dios. Solamente él tenía el derecho de poder entrar más allá del velo; y aun así debía estar cubierto con una nube de incienso, “para que no muriese” (Lev. 16:2). Después de haber entrado, solo podía permanecer un corto espacio de tiempo; tenía que transcurrir otro año, para que él pudiese comparecer ante Dios nuevamente.

A través de esto, queda claro que mientras el ritual del santuario mostraba que el hombre podía tener acceso a Dios, la disposición distaba mucho de ser satisfactoria. No existía una aproximación libre hacia Él, tal como la contempla el evangelio, o como nuestros primeros padres la tuvieron en el Jardín del Edén. Había acceso, pero solamente para una persona una vez al año.

Existen tres expresiones que necesitan ser definidas antes que estemos capacitados para poder entender lo que quiere decir “significando con esto el Espíritu Santo”. Ellas son “Lugar Santísimo” (una sola palabra en Griego), “tabernáculo”, y “permaneciese” (“estuviese en pie” en la RVR).

“Lugar Santísimo”. El término Griego para esta frase ocurre 8 veces en el libro de Hebreos, y es traducida de la siguiente manera: Capítulo 8:2 como “santuario”; Capítulo 9:2 como “santuario”; Capítulo 9:8 como “Lugar Santísimo”; Capítulo 9:12 como “Lugar Santo”; Capítulo 9:24 como “lugares santos”; Capítulo 9:25 como “Lugar Santo”; Capítulo 10:19 como “santísimo”; Capítulo 13:11 como “santuario”. De tal manera que una única palabra griega es traducida de 5 maneras diferentes en los 8 textos (3 veces como “santuario”; dos veces como “Lugar Santo”; y una vez como “lugares santos”, “santísimo” y “Lugar Santísimo”).

La Versión Americana Revisada es más consistente, ya que traduce la palabra Griega siete veces como “Lugar Santo” y una vez como “santuario” en Heb. 8:2.

Tal como lo hemos observado, el término original Griego es el mismo en los 8 lugares, y en cada caso está en el plural. La versión Autorizada reconoce esto en un lugar, en Heb. 9:24, donde lo coloca como “lugares santos”. Así, la Versión Autorizada está correcta en apenas un caso de los ocho, y la Versión Americana Revisada, aun cuando es más consistente, está incorrecta en los ocho casos.

Sin embargo, debemos observar, que “santuario” posee el significado de dos compartimientos, por lo que puede ser una traducción aceptable si con ello se quiere significar todo el santuario, y no apenas uno de los compartimientos; pero como “lugares santos” (o mejor aun “santos”) es una traducción exacta, y enfatiza adecuadamente los dos compartimientos de la estructura, es mejor usar esta.

Colocando ambas versiones lado a lado, obtenemos este cuadro (en el libro original no figura la Versión Reina Valera Revisada, sino que ésta la ha colocado el traductor):

Autorizada Americana Revisada Reina Valera RevisadaHeb. 8:2 santuario Santuario Santuario

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Heb. 9:2 santuario lugar santo lugar santoHeb. 9:8 lugar santísimo lugar santo lugar santísimoHeb. 9:12 lugar santo lugar santo lugar santísimoHeb. 9:24 lugares santos lugar santo SantuarioHeb. 9:25 lugar santo lugar santo lugar santísimoHeb. 10:19 santo lugar santo lugar santísimoHeb. 13:11 santuario lugar santo Santuario

Fuera de estos 8 lugares, la palabra aparece en el singular (la única vez en el Nuevo Testamento) en Heb. 9:1, donde ambas versiones (y también lo hace la RVR) lo traducen como “santuario”; y en una forma compuesta aparece en Heb. 9:3, donde la Versión Autorizada lo traduce como “el más santo”, y la Versión Americana Revisada lo traduce como “lugar santísimo” (la RVR lo traduce como “Lugar Santísimo”)..

Queda claro que si una palabra es traducida de cinco maneras diferentes en apenas ocho instancias, el juicio particular debe haber influenciado en los traductores. Y como esta palabra es vital para un correcto entendimiento del asunto bajo consideración, es algo infeliz que esas discrepancias fuesen introducidas. Aun cuando la Versión Americana Revisada ayuda en cuanto a que es más consistente en su traducción, es una infelicidad que haya usado la palabra en singular en todos los casos, donde el original usa el plural.

Que, por lo tanto, quede claro y enfatizado que el original está en plural en todos los casos; que nunca puede significar solamente el “Lugar Santo”, o solamente el “Lugar Santísimo”; sino que en todos los 8 casos está en plural y significa “santos” o “lugares santos”, e incluye tanto el compartimiento santo como el compartimiento santísimo. La consistencia exige entonces que en cada uno de los 8 casos lo traduzcamos como “santos”, aun cuando observamos anteriormente que “santuario” podría ser admisible, si es que definitivamente entendemos que incluye ambos compartimientos y no solamente uno.

“Tabernáculo”. La segunda palabra a ser definida, se refiere, tal como es usada en Hebreos, ambas al verdadero tabernáculo en el cielo hecho sin manos y al tabernáculo erigido por Moisés en el desierto (Heb. 8:2; ).11, 21). La distinción entre ambas es clara, y no debiera haber ningún mal entendido en relación a cuál de los dos se refiere.

En Heb. 9:2-3, 6 la palabra es usada en un sentido especial, que no lo encontramos en ninguna otra parte. Allí el “primer tabernáculo” significa el primer compartimiento del tabernáculo terrenal; y el tabernáculo “después del segundo velo” significa el Lugar Santísimo. Esto es, la palabra “tabernáculo” es aquí usada con el sentido de compartimiento.

El “primer tabernáculo” también es mencionado en Heb. 9:8, donde su significado depende de la interpretación dada a “el más santo” en el mismo verso. Si “el más santo” significa aquí el segundo compartimiento, entonces “el primer tabernáculo” bien puede significar el primer compartimiento. Pero si, como hemos demostrado, “el más santo” es una mala traducción donde debiera decir “santos”, entonces “el primer tabernáculo” aquí posee el significado normal de la estructura Mosaica en contraste con el “verdaderamente santos” del cielo. Robertson, en su Cuadro de la Palabra, en relación a Heb. 8:2 dice:

“’De los lugares santos’ (ta hagia), sin ninguna distinción (como en 9:8+; 10:19; 13:11) entre el lugar santo y el lugar santísimo, tal como aparece en 9:2+”. Volumen 5, pág. 389.

Esto es, en el texto ante nosotros, Heb. 9:8, la expresión correcta es lugares santos, sin ninguna distinción entre el lugar santo y el lugar santísimo, tal como se encuentra en el verso 2 y siguientes (el signo más colocado después de un versículo, denota que también hay que llevar en consideración los versículos siguientes al ya citado).

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Sabiendo que la traducción “el más santo” está incorrecta; sabiendo que es plural y que significa “santos”, envolviendo ambos compartimientos y no apenas uno de ellos, no tenemos ninguna duda en declarar que la comparación del verso 8 es entre el primer tabernáculo, el Mosaico, y el verdadero santuario en el cielo.

“Permanecer”. Esta es la tercera palabra que requiere una definición. Esta palabra, que está relacionada con “tabernáculo”, no denota la permanencia del edificio como tal, sino que hace referencia a su uso, y así quiere significar “reteniendo su permanencia, lugar, posición”; “llenando su lugar designado”; “reteniendo su status divinamente designado”, de la misma manera que nosotros decimos de la permanencia de una persona, de una institución, o de una sociedad. El verso 8 significa que el camino a los (lugares) verdaderamente santos no se habían manifestado mientras el servicio en el tabernáculo Mosaico estuviese aun ocupando la mente de Dios.

Con estas observaciones orientadoras, estamos ahora listos para evaluar el significado de la declaración de que el camino hacia el más santo, o como hemos aprendido, en los santos, no fue hecho manifiesto mientras el primer tabernáculo aun estuviese llenando su lugar designado.

Existen dos interpretaciones de este pasaje. La primera está basada en la mala traducción de “más santo de todos”, y entonces se le hace decir al texto que el camino hacia el lugar santísimo no estaba abierto mientras el servicio continuase siendo llevado a efecto en el primer compartimiento. Aun cuando esta declaración está correcta en sí misma, este no puede ser el significado correcto aquí. Fue , en verdad, necesario que el servicio en el lugar santo pudiese terminar antes que el servicio en el lugar santísimo pudiese comenzar. (Lev. 16:17). Pero esto, el autor se lo había dicho a sus lectores en los versos precedentes, y esto lo sabía todo Judío.

“Significando con esto el Espíritu Santo”. ¿Qué es lo que el Espíritu Santo quería dar a entender? No puede ser el hecho de que el servicio en el primer compartimiento tiene que cesar antes que pudiese comenzar el servicio en el segundo, porque esta es la cosa que Él dice que verdaderamente significa algo, y que una cosa no puede significar en sí misma. Esto puede ser una tautología (repetición de una idea con otros términos) o algo peor: no tendría significado. Y entonces no podemos atribuírselo al Espíritu Santo. Sería como estar razonando en un círculo vicioso, y haría del importante anuncio del Espíritu Santo una frase vacía. Sería equivalente, en un nivel inferior, a que un matemático declarase que siete veces siete es igual a 49. Todos admitirían la verdad de esta declaración. Y entonces en un tono solemne él añadiría, “existe un gran significado en esto”. “¿Y cuál es el significado?”. “¡El gran significado es que siete veces siete es igual a 49!”. Él no ha dicho absolutamente nada. Ha insultado la inteligencia de sus oidores. Nosotros no le atribuimos al Espíritu Santo una declaración similar.

No existe ninguna razón para que el autor de una detallada descripción de la obra hecha en los dos compartimientos del santuario, mostrando que el servicio en el primer compartimiento tenía que estar terminado antes que el sumo sacerdote entrase en el segundo, e hiciese un solemne anuncio de que el Espíritu Santo quería significar algo con esto, para después traer la exposición a un anticlímax diciendo que lo que el Espíritu Santo quería decir con esto es el propio hecho. Esto reduce la expresión del Espíritu Santo a un absurdo.

Este punto de vista se vuelve aun más indefendible cuando aprendemos que el verso 8 no dice nada relacionado con el primer o el segundo compartimiento, sino que apenas menciona el Mosaico, o el primer tabernáculo, y contrasta esto con los santos celestiales, o el santuario.

El segundo punto de vista sostiene que el autor en este verso hace la transición en su argumentación desde el terrenal al santuario celestial, y que aquí está comenzando a contrastar el tabernáculo Mosaico con el santuario celestial, el verdaderamente “santo”. Que él efectúa tal transición está claro, porque el resto del capítulo es dedicado a hacer una comparación y un contraste de ambos. La única pregunta es dónde se efectúa la transición. Nosotros creemos que se hace en los versos 8-10.

Este segundo punto de vista hace con que el Espíritu Santo coloque su sello de aprobación en las ordenanzas del antiguo santuario como teniendo un significado espiritual, y también efectúa un pronunciamiento divino de que el camino hacia el santuario celestial estaría abierto cuando el santuario

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terrenal hubiese cumplido su misión que le fue designada. Este punto de vista le da consistencia a todo el pasaje, hace con que lo que dice el Espíritu Santo sea de vital interés y significado, y prepara el camino para un análisis del verdadero tabernáculo del cual Cristo es el Ministro (Heb. 8:2; 9:11).

Verso 9. “El cual era una figura”. “El cual” se refiere a todo el sistema Levítico, y no a una parte en particular, como se vuelve evidente de los versos que siguen. Puede presumirse, sin embargo, que el escritor tenía particularmente en mente la disposición del tabernáculo justamente mencionado, y los servicios que culminaban con el ritual del Día de la Expiación.

Aun cuando “figura” en algunos casos significa “tipo”, tal como en Rom. 5:14, aquí queda mejor traducido como “parábola”. El uso de esta palabra es significativo. Existe peligro de que podamos colocar mucho hincapié en la palabra “tipo” y que tratemos de hacer con que cada pequeño detalle del tabernáculo encuentre su contrapartida en el celestial. En relación a esto somos advertidos en el Capítulo 10, en el verso 1, donde se nos dice que el antiguo tabernáculo era “una sombra” y “no la verdadera imagen de las cosas”, y aquí se nos dice que es una parábola. De esto sacamos la impresión de que las líneas generales de ambos santuarios y sus servicios son las mismas, pero somos advertidos a no tratar de hacer con que la parábola “se extralimite”, esto es, no tratar de hacer de cada cosa pequeña tenga su contrapartida.

“No podían hacer perfecto”. La dificultad a la cual se refiere el autor es el hecho de que las ofrendas y sacrificios ofrecidos “no podía hacer perfecto a aquel que efectuaba el servicio, en lo que tiene que ver con la consciencia”. Esta era una falla vital, la cual hemos analizado en otra parte, y era la objeción principal del sistema Levítico.

Dios requiere perfección de Su pueblo. En Su sermón inicial en el monte Cristo declaró: “Sed por lo tanto perfectos, así como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto”. Mat. 5:48. La esperanza de Pablo para la iglesia era que “permaneciesen perfectos y completos en toda la voluntad de Dios”, de tal manera que “nosotros podamos presentar todo hombre perfecto en Cristo Jesús”. Col. 4:12; 1:28. Que este asunto de la perfección es una necesidad fundamental en la religión está claro a partir de la declaración de que si “la perfección era (posible) a través del sacerdocio Levítico... ¿qué necesidad habría aun de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec?”. Heb. 7:11. “La ley no perfeccionó nada” y “nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan”. Heb. 7:19; 10:1.

La perfección es la meta de Dios para Su pueblo, y esta no puede ser alcanzada a través de ofrendas y sacrificios. “No podía hacer perfecto a aquel que efectuaba el servicio”.

Esta falla era inherente al mismo sistema. Ciertamente, nadie puede creer que la sangre de un animal puede expiar el pecado del alma. El perdón que obtenían los hombres no los hacía mejores en nada. Todos los días el pueblo traía sus sacrificios, y todos los días el sacerdote ministraba la sangre, y el pecador se iba con la seguridad de que sus pecados habían sido perdonados. Pero al día siguiente el servicio era repetido, y así a través de todo el año; y año tras año, y así sucesivamente.

El perdón no lleva a la perfección. Un hombre puede ser perdonado mil veces y sin embargo continua pecando. Un Israelita podía traer sacrificios al santuario todos los días de su vida, y sin embargo nunca llegar a alcanzar la perfección. Ni aun “miles de carneros” no podían hacer esto. Y como la perfección era la meta, algo más que el perdón debía ser obtenido si es que se pretendía obtener la perfección.

Había una insinuación de perfección en los servicios del Día de la Expiación. “En aquel día el sacerdote hará una expiación por ti, para lavarte, para que puedas limpiarte de todos tus pecados ante el Señor”. Lev. 16:30. Aquí se trae la limpieza a la vista. El perdón el pueblo lo había obtenido durante el año a través de los servicios en el primer compartimiento. Pero ahora un nuevo día había llegado, y con ese nuevo día la promesa de que “puedas limpiarte de todos tus pecados ante el Señor”. Esto era más que perdón: era limpieza, limpieza de todos los pecados.

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Pero aun este servicio no era satisfactorio. Así que terminaba el Día de la Expiación, el velo nuevamente impedía el acceso al lugar santísimo, y durante todo un años nadie podía entrar. A Israel se le dio un vistazo de las posibilidades que habían delante de él, y entonces se le cerró la puerta. Esto muestra que el camino no estaba abierto, y que la perfección no se podía obtener a través de este servicio. Algo mejor tenía que ser providenciado para alcanzar la meta.

Este algo mejor fue prefigurado en el Antiguo Testamento. Un hombre puede haber quedado contaminado inadvertidamente, o tal vez habló no sabiamente con sus labios. Él confesaba su pecado y su error, ofrecía el sacrificio apropiado, y estaba perdonado. Él está feliz; él puede sentir que existen otros y más serios pecados que necesitan perdón, pero que no pueden ser colocados como pecados no intencionales. Descarriado por sus vecinos paganos, él ha aceptado ir a uno de sus festivales y participar en la adoración a Baal; ha profanado el Sábado y no ha guardado sus límites; él ha codiciado la mujer de su vecino; él ha tomado el nombre de Dios en vano.

Estos pecados le vienen a la mente y lo dejan muy pesado (lo hacen curvarse bajo el peso de los pecados). ¿Qué puede hacer? ¿Traer una ofrenda? No; la ley de las ofrendas del pecado proveía únicamente para los pecados cometidos no intencionalmente, con algunas pocas excepciones, y él mismo siente que su pecado es demasiado grande como para ser expiado por un animal. Entonces se acuerda del pecado de David y de su arrepentimiento, y que Dios no quiere sacrificios de animales ni ofrendas quemadas a causa de esos pecados. Escucha a David decir, “los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y contrito, oh Dios, no despreciarás”. Salmo 541:17. Él inclina su corazón ante Dios, confiesa su pecado, y es perdonado. Él le trae a Dios un corazón contrito y quebrantado, y Dios escucha su oración.

La experiencia de David muestra conclusivamente que los hombres en el Antiguo Testamento entendían el valor limitado de los sacrificios. ¿De qué otra manera podría David decir después de su gran pecado, “Tú no deseas sacrificio; sino yo te lo hubiera dado; no te agradas en ofrendas quemadas”. Salmo 51:16. Él sabía que un corazón quebrantado y un espíritu contrito tenía valor ante Dios, y no la sangre de animales.

Mientras Israel, por lo tanto, en el sistema sacrificial se le enseñó de que aun los errores pequeños contaban, y que sin el derramamiento de sangre no podía haber perdón del pecado, ellos también entendieron que los sacrificios nunca podían hacer perfectos a aquellos que los traían. El verdadero perdón podía ser obtenido solamente a través de la confesión y de la humillación del alma, si ellos iban a Dios con un corazón quebrantado y un espíritu contrito.

Verso 10. “Comidas y bebidas”. El autor contrasta las ofrendas ceremoniales con la gran ofrenda de Cristo, la cual él está a punto de considerar. Deja claro que estas ceremonias eran de poco beneficio cuando se trata de purificar la consciencia o de traer perfección en la vida.

“Diversas abluciones”. Habían muchos actos de lavamiento ceremonial que los Judíos tenían que efectuar. Algunos de estos fueron instituidos por Dios, y tenían un valor al enseñar sanidad y aseo personal fuera de las implicaciones espirituales que pudiesen poseer. A estas ordenanzas los líderes de Israel le habían añadido muchas otras las cuales Dios nunca se los había ordenado, pero que sin embargo, ellos las imponían.

“Ordenanzas carnales”. Esto no significa ni ordenanzas pecaminosas o sin algún valor, sino que aquellas que pertenecen a la carne y que eran benéficas solamente para la carne.

Hebreos 9:11-12. “Pero viniendo a ser Cristo, un Sumo Sacerdote de buenas cosas venideras, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el lugar santo, habiendo obtenido eterna redención por nosotros”.

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El apóstol ahora comienza a considerar la obra que Cristo vino a hacer, contrastándola con aquella que realizaba el sumo sacerdote en la antigüedad. Habiendo refrescado las mentes de sus lectores en relación con las ceremonias con las cuales la mayor parte de ellos estaban familiarizados, él se vuelve ahora al servicio más excelso realizado arriba.

Verso 11. “Pero... Cristo”. El “pero” coloca lo que le sigue a continuación en contraste con lo que ya ha sucedido antes. Previamente el escritor había contrastado a Cristo con algunos de los grandes personajes del Antiguo Testamento; ahora él contrasta el servicio de Cristo en el cielo con aquel que había sido efectuado en la tierra.

“Viniendo a ser”., esto es, viniendo finalmente a ser, después de haberlo esperado durante 4.000 años desde la primera promesa de un Redentor en el Jardín del Edén.

“Un Sumo Sacerdote de buenas cosas venideras”. Las antiguas ceremonias habían sido enumeradas en los versos precedentes. Las buenas cosas venideras eran las promesas del evangelio: perdón, santificación, victoria sobre el pecado, justicia eterna, santidad; no apenas en figura, sino que en realidad.

“Por el más amplio y más perfecto tabernáculo”. Los comentaristas están divididos en relación al significado de esta frase, diciendo algunos que por el más amplio y más perfecto tabernáculo es el tabernáculo del cielo, y otros dicie3ndo que es el cuerpo glorificado de Cristo, en el sentido en que Cristo habla de Su cuerpo como siendo un templo; y otros dicen aun que es la iglesia de Dios.

La preposición “por” es usada tres veces. “Por un ... tabernáculo”; “por la sangre de machos cabríos”; “por su propia sangre”. En el original la misma palabra es usada en cada caso. La Versión Revisada usa la palabra “a través” en vez de “por”.

“Lugar santo”. En el Griego está en plural, tal como lo hemos observado anteriormente, y puede ser traducido “lugares santos” o “santuario”, si entendemos que la palabra santuario incluye todo el santuario, con los dos compartimientos. “Tabernáculo” no ha sido definido ni como siendo el primero ni el segundo tabernáculo, tal como aparece en los versos 2 y 6, sino que simplemente “tabernáculo” sin nada más agregado, aun cuando debiera observarse que es llamado el tabernáculo en el original, y no un tabernáculo.

Con esto en mente, podemos entonces traducir: “Cristo, por (a través de) el mayor y más perfecto tabernáculo, no por (a través de) la sangre de becerros y machos cabríos, sino que por (a través de) Su propia sangre entró en los lugares santos”. Con la Versión Revisada podemos substituir “a través de” por la palabra “por”, dejando la sentencia igualmente intacta.

Ahora nos preguntamos qué es “el mayor y más perfecto tabernáculo”, por el cual o a través del cual Cristo entró en los “lugares santos” en el cielo. Ya hemos mencionado que diferentes puntos de vista son colocados por los comentaristas. Consideraremos ahora los dos más importantes.

El primer punto de vista es el que considera el mayor y más perfecto tabernáculo los cielos inferiores a través de los cuales Él tuvo que pasar para poder entrar al mismo cielo. Por cielos inferiores se entiende la morada de los ángeles en la medida en que se distingue de los cielos interiores donde está el trono de Dios. Los cielos inferiores y el verdadero cielo, de acuerdo con este punto de vista, corresponden al primer y al segundo compartimiento del santuario, el santo y el santísimo.

Esta interpretación necesita cambiar el “por” por el “a través de” en el verso que está delante de nosotros, ya que no se puede decir que Cristo “a través de” los cielos inferiores pasó al propio cielo. Los proponentes de este punto de vista traducen por lo tanto que Cristo “a través de los cielos inferiores pasó al propio cielo”. Debe ser observado, sin embargo, que aun con este cambio es necesario darle a la palabra “por” otro significado del que le es dado a la misma palabra en los otros dos casos donde ella es usada en este verso, en cuyos casos la palabra necesariamente tiene que significar “por” o “en virtud de”.

A esta interpretación le colocamos las siguientes objeciones:

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Aun cuando este punto de vista presupone correctamente dos compartimientos en el santuario celestial, hace del lugar santo los cielos inferiores, convirtiéndolo así en un mero pasaje a través del cual Cristo pasa hacia el lugar santísimo, mientras que el primer compartimiento en el santuario terrenal era una entidad en sí misma, donde los servicios eran realizados diariamente. Era una institución separada y no apenas una entrada para otro compartimiento. ¿Si el cielo inferior era el primer compartimiento, para qué mencionarlo, reconociendo así su existencia mientras que se le niega cualquier valor litúrgico o espiritual? ¿Por qué debiera la primera parte del capítulo 9 dar una descripción detallada del primer compartimiento, mencionando la mesa, el pan de la proposición, el incienso, llamar a todo el conjunto de “figura” para aquel tiempo presente, y después decirnos que Cristo lo ignoró por completo y que solo servía como un pasadizo? ¿Por qué deberían ser mencionados específicamente los dos compartimientos, en los versos 2 y 7, y en el verso 24 ser llamado “figuras del verdadero”, para que después todo este conjunto sea ignorado en el verso 11? En el verso 6 los sacerdotes entraban “continuamente” (Versión Revisada) en el primer compartimiento “realizando el servicio de Dios”. En el verso 11, de acuerdo con esta interpretación, Cristo no realiza nada en ese lugar. El hecho de que los sacerdotes continuamente entraban en el primer compartimiento, es uno de los puntos mencionados por el Espíritu Santo como teniendo gran significado. ¿Cómo, entonces, podría Cristo ignorar completamente cualquier mención del servicio en el primer compartimiento en el cielo, cuando este servicio se estaba cumpliendo en el tipo en la tierra?

Llevando en cuenta estas consideraciones tenemos que rechazar la interpretación de que “el mayor y más perfecto tabernáculo” designe aquí al lugar santo. Sería muy extraño que un título tan glorioso como “mayor y más perfecto tabernáculo” le fuese dado a un simple pasadizo, y que no tiene ninguna permanencia ni ningún servicio que le confirmase dicho título o ese nombre tan distinguido. Evidentemente el título fue hecho para que transmitiese algún lugar exaltado. La interpretación dada en este punto de vista hace exactamente lo opuesto.

Pero existe otra razón más poderosa por la cual tenemos que rechazar esta interpretación. Esta razón es inherente a la propia lectura, la cual prohibe toda conclusión de esa naturaleza, afirmando que el “mayor y más perfecto tabernáculo” es el primer compartimiento.

El obstáculo intransponible para esta interpretación es que no se ha dicho nada en este verso ya sea en relación al primero o al segundo compartimiento. Las dos expresiones son el “mayor y más perfecto tabernáculo” y “lugares santos”. No hay ninguna base o razón para llamar al mayor y más perfecto tabernáculo de primer compartimiento, ni para restringir los “lugares santos” en plural, al segundo compartimiento. Existe la misma posibilidad para decir que los “lugares santos” corresponden apenas al primer compartimiento. Pero no significa que sea el primero o el segundo compartimiento. Significa, y tiene que significar, ambos compartimientos, el santuario como un todo.

Observe, por lo tanto, lo que el primer texto no quiere decir: No dice que Cristo pasó a través del tabernáculo terrenal hacia el celestial; no dice que Él pasó a través del tabernáculo terrenal hasta el lugar santísimo del celestial; no dice que Él pasó a través del mayor y más perfecto tabernáculo hacia el lugar santísimo. No menciona el primer tabernáculo o el primer compartimiento; no menciona el lugar santísimo. Lo que sí el texto dice es que Cristo por virtud de, por medio de, o a través de, el mayor y más perfecto tabernáculo entró una vez en los lugares santos. Por lo tanto debemos rechazar todas las interpretaciones que se basan en lecturas no apoyadas por el propio texto.

El segundo punto de vista al cual llamaremos la atención, es aquel que nos parece poseer el punto de vistas correcto, basado en las palabras que posee el texto que tenemos delante de nosotros. La lectura dice que “Cristo... por un mayor y más perfecto tabernáculo... entró una vez en el lugar santo” (lugares). Las dos cosas mencionadas son el tabernáculo, y los lugares santos, o el santuario. Esto levanta inmediatamente la pregunta si existe un tabernáculo en el cielo, así como un santuario, a través del cual Cristo pasa, o lo atraviesa, y va del uno hacia el otro. Hemos mostrado que el “mayor y más perfecto tabernáculo” no puede significar o no podemos hacer con que signifique ni el primer

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compartimiento, ni tampoco “lugares santos”, ni “santuario”, ni que sea confinado al segundo compartimiento. ¿Cuál, es entonces, el significado de estas expresiones?

Nuevamente llamaremos vuestra atención a la preposición “por”, la cual es usada tres veces: “por un... tabernáculo”; “por la sangre de machos cabríos”; “por su propia sangre”. Los dos últimos usos de la palabra “por” son claramente aquel de los casos instrumentales, por virtud de, por medio de, en virtud de. Si le damos al primer “por” el mismo significado que en los otros dos casos, tendríamos la declaración de que Cristo por virtud de, o por medio de, o en virtud de, el mayor y más perfecto tabernáculo entró en el santuario en el cielo. interpretando el “mayor y más perfecto tabernáculo” como siendo el primer compartimiento, tendríamos la siguiente lectura: “Cristo, por virtud del primer compartimiento entró en el santuario en el cielo”. Pero esto no tiene ningún sentido. O tenemos que cambiar la palabra “por” y darle un significado diferente a aquel adoptado en los otros dos casos, o entonces tenemos que darle a la palabra “tabernáculo” un significado diferente a aquel de primer compartimiento. Tal como lo hemos mostrado anteriormente, que no existe ninguna base o prueba para considerar el “mayor y más perfecto tabernáculo” como siendo el primer compartimiento; y en vista del hecho de que consistentemente le estaríamos dando a la palabra “por” el mismo significado en los tres casos en los cuales ella aparece en nuestro texto, nos vemos en la obligación de darle atención al verdadero significado de la palabra “tabernáculo” tal como aquí es usada.

Declaremos, antes que nada, nuestra creencia en la existencia de un santuario celestial. Nosotros creemos que tan ciertamente como existió un santuario en la tierra, así existe un santuario en el cielo. Si se nos pregunta si creemos que dicho edificio es de madera o de piedra, admitimos que no lo sabemos. No sabemos la naturaleza de las cosas celestiales, pero la descripción completa del santuario celestial está formulada en un lenguaje que definitivamente nos da a entender la idea de que es real. Las “cosas” son reales, a tal punto que la purificación de las mismas se dice que es algo necesario (Heb. 9:23). Tenemos dificultades en creer que la sangre real derramada en el Calvario sea ministrada en un santuario no existente o espiritual. También es verdad, que existen otras cosas que no conseguimos concebir, pero la consistencia nos exige que tiene que existir un santuario verdadero, si es que la sangre real fue derramada. Este santuario celestial es llamado templo y también tabernáculo (Apoc. 11:19; 15:5).

Los escritores del Nuevo Testamento hicieron un uso único de la palabra “templo”, a lo cual nosotros le llamamos la atención. Las siguientes citas son de interés en relación a esto: Cristo se refirió a Su cuerpo como siendo un templo. “Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los Judíos: Cuarenta y seis años estuvo este templo siendo edificado, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo”. Juan 2:19-21 (ver también Mat. 26:61; 27:40; Mar. 15:29). El testigo falso testificó: “Nosotros le hemos oído decir: Yo derribaré este templo hecho con manos, y en tres días edificaré otro hecho sin manos”. Mar. 14:58. Aun cuando estos eran falsos testigos, y declararon que Cristo había dicho que Él destruiría el templo hecho con manos, lo cual Él nunca dijo, ellos estaban diciendo una verdad cuando dijeron que en tres días Él “edificaría otro hecho sin manos”. En estos lugares, como en todos los textos en el Nuevo Testamento, la palabra griega para “templo” puede ser correctamente traducida como “santuario” o como “templo”, tal como se puede ver al margen de la Versión Revisada.

En el Nuevo Testamento se dice que la iglesia de Cristo es un templo, o santuario, de Dios. “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”. Efe. 2:19-22.

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno contaminare el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. 1 Cor. 3:16-17.

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“¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. 2 Cor. 6:16.

“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. 1 Pedro 2:4-5.

El mismo cuadro es presentado en Hebreos, donde se dice que la iglesia es la casa de Dios: “Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su propia casa, cuya casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza”. Heb. 3:5-6.

Pedro usa la ilustración de un tabernáculo cuando dice: “Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este tabernáculo”, y nuevamente, “debo abandonar este mi tabernáculo”. 2 Pedro 1:13-14.

Pablo concuerda con esto cuando dice que “si nuestra casa terrenal de este tabernáculo fuese deshecha, poseemos un edificio de Dios, una casa no hecha con manos, eterna en los cielos”. 2 Cor. 5:1.

Si sumamos los contenidos de estos textos vamos a obtener el siguiente cuadro: Nosotros somos la casa de Dios (Heb. 3:6). Esta casa espiritual es hecha de piedras vivas: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual”. 1 Pedro 2:5. Es erigida sobre una base sólida, siendo “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. Efe. 2:20. Consistiendo de piedras vivas, “todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo (o “santuario” tal como se puede leer al margen de la Versión Revisada) santo en el Señor”. Efe. 2:21. En este templo habitará Dios: “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. 2 Cor. 6:16 (ver también Efe. 2:22). Este templo o santuario de Dios es santo y no puede ser contaminado: “Si alguno contaminare el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. 1 Cor. 3:17. En el antiguo santuario Dios habitó entre Su pueblo. “Y me harán un santuario, y habitaré en medio de ellos”. Exo. 25:8. En este santuario Dios habitó en Su pueblo. “Yo habitaré en ellos”. Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. “Que Cristo pueda habitar en vuestros corazones por la fe”. 2 Cor. 6:16; Col. 1:27; Efe. 3:17. En este templo no solamente nosotros somos piedras vivas, sino que el propio Cristo es “una piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, pero para Dios escogida y preciosa”. 1 Pedro 2:4. En esta casa espiritual los santos son sacerdotes, y ofrecen sacrificios espirituales: Ellos son “edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Ellos son un “sacerdocio real”. 1 Pedro 2:5,9. Como somos tanto piedras vivas en el templo como sacerdotes, así también Cristo es una piedra viva, la piedra angular, y Sumo Sacerdote (1 Pedro 2:5; Heb. 5:5; 8:1).

Estos textos, tomados de diferentes partes del Nuevo Testamento, presentan un cuadro consistente de la iglesia como siendo un templo, o santuario, de Dios. El tabernáculo Judío era en realidad un tipo de la iglesia cristiana. No correspondemos a lo esperado por Dios cuando estudiamos las ceremonias y el ritual del santuario, y nos olvidamos de que ellos están virtualmente ligados con la iglesia viva de Dios en la tierra.

No solamente la iglesia en su capacidad compuesta es el templo del Dios Altísimo, sino que cada miembro individual también es un templo. “¿No sabéis que sois templo de Dios?” 1 Cor. 3:16. No debemos contaminar este templo, porque seremos destruidos (verso 17). Como sacerdotes del Dios Altísimo debemos ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. A estos versos tenemos que agregarles la declaración de Pedro del cuerpo como un tabernáculo, y la de Pablo de que si este tabernáculo es desecho, tenemos un edificio de Dios en el cielo, una casa no hecha con manos (2 Pedro 1:13-14; 2 Cor. 5:1).

Cuando se nos dice por lo tanto que Cristo por o a través del mayor y más perfecto tabernáculo entró en los lugares celestiales, entendemos que por virtud de Su vida perfecta, habiendo hecho Su

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cuerpo un templo adecuado y puro para la habitación del Espíritu Santo, Él se presentó ante Dios, no llevando la sangre de machos cabríos ni becerros, sino que Su propia sangre, y que esto le permitió la entrada en el santuario celestial. Así como los sacerdotes podían entrar en el santuario en virtud de la sangre, así Cristo a través del mayor y más perfecto tabernáculo, Su propio templo carnal, obtuvo entrada en el santuario celestial a través de Su propia sangre, Su vida.

En Cristo, el ideal de Dios encontró una expresión perfectas. Dios no habita en templos hechos con manos. Él no quiere apenas habitar entre Su pueblo. Él quiere hacerlos a ellos templos y habitar en ellos, y andar en ellos. Esto Él lo hizo en Cristo. En Él Dios encontró el templo ideal en el cual habitar.

El templo en Jerusalén era una maravillosa estructura, perfecto en todas sus partes. Pero pocos eran los Judíos que entendieron su significado. No entendieron que Dios lo había colocado en medio de ellos para enseñarles el camino hacia Dios, para que pudiesen ser hechos templos adecuados para Su santa presencia. No entendieron completamente que eran sus pecados que contaminaban los lugares santos, y de que Dios quería que terminasen con las transgresiones y le pusiesen un fin al pecado. No tenían un concepto del templo del cuerpo, y cuando Cristo usó una figura que debiera haberles sido muy familiar, la del cuerpo como siendo el templo de Dios, ellos Lo mal interpretaron totalmente, y no consiguieron entender que “él les hablaba del templo de Su cuerpo”. Juan 2:21. La cosa más importante que Cristo había venido a demostrarles, que el cuerpo podía ser hecho un lugar de habitación para Dios, ellos lo usaron como un medio de acusarlo y ocasionar Su muerte (Mat. 26:61; 27:40).

La visión de que por “el mayor y más perfecto tabernáculo” se refiere a la naturaleza divina-humana de Cristo, era sostenida por la iglesia primitiva. Ellos basaron su punto de vista en Juan 2:18-21, donde Cristo habla de Su cuerpo como siendo un templo; también en la declaración atribuida a Él por sus enemigos de que “dentro de tres días levantaré otro edificio no hecho con manos”; como también en la declaración de Pablo de que si nuestro tabernáculo terrenal es desecho, nosotros poseemos un edificio de Dios en el cielo, “una casa no hecha con manos” (mar. 14:58; 2 Cor. 5:1). Esto ellos lo relacionaron con el “mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos, esto es, no de este edificio” Heb. 9:11 (note que en inglés dice “no de este edificio”). Como apoyo adicional ellos citaron Juan 1:14 “La Palabra fue hecha carne, y habitó (en griego dice tabernáculo) entre nosotros”.

Este punto de vista le da el debido énfasis a las diversas partes de la obra de Cristo. Es consistente en su uso con la preposición “por”, la cual en cada caso significa “por virtud de”. Le da énfasis a la obra que Cristo hizo en Su cuerpo humano, convirtiéndolo en un lugar de habitación adecuado para Dios, reconocido por la declaración, “mayor y más perfecto tabernáculo”, o tal como lo expresa el original, “el mayor”. Enfatiza el hecho de que Cristo obtuvo entrada en virtud de Su sangre, Su vida, y que el cuerpo perfecto que Él le presentó al padre para que lo inspeccionase, cumplió con los requerimientos exigidos, e hizo con que Lo admitiesen en la presencia de Dios. Yo creo que esta interpretación es la correcta. Para las declaraciones autoritarias que apoyan este punto de vista aquí presentado, le sugerimos al lector que vaya a las observaciones al final de este capítulo (página 133+ ).

Verso 12. “Habiendo obtenido eterna redención para nosotros”. “Habiendo obtenido”, o “obteniendo por ello”, podría ser más admisible. Si consideramos la conquista de Cristo de la muerte como siendo la redención de la cual se habla, podemos traducir “habiendo obtenido”. Si consideramos la redención como incluyendo la victoria final sobre el pecado tanto en el individuo como en el mundo, entonces tenemos que traducir “obteniendo por ello”. Normalmente, cuando Dios escoge una palabra o una frase que puede correctamente significar dos cosas, generalmente es verdad en ambos sentidos. Así lo consideramos aquí. Cristo hizo una obra definida en la cruz. Pero Él también está haciendo una obra definida ahora, y “obteniendo” redención para nosotros, la cual se traducirá finalmente en una salvación y en una glorificación para todos aquellos que Lo acepten y Le obedezcan. La forma particular de este verbo se encuentra solamente aquí en el Nuevo Testamento, y tiene la fuerza de “obteniendo por la labor y el esfuerzo propio, encontrar por uno mismo, obtener, ganar”. También podría traducirse como “obtuvo por o por sí mismo”, enfatizando así el hecho de que Cristo a través de

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Su vida obtuvo eterna redención por o por medio de Sí mismo, y que esta redención nos es imputada a nosotros.

La eterna redención está en contraste con la redención y la expiación temporaria que el sumo sacerdote antiguamente obtuvo para el pueblo. La expiación así como el perdón provisto en el servicio del santuario era provisional y temporario, y necesitaba ser repetido. La expiación y la redención de Cristo son eternas, así como lo es Su justicia. Estas son las “cosas buenas” que Cristo vino a traer.

Hebreos 9:13-14. “Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismos sin macha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”.

Toros y machos cabríos eran usados en los servicios expiatorios en el Día de la Expiación, pero no tenemos ningún registro del uso de cenizas en aquel día. Aun cuando el autor tenga en mente el Día de la expiación, él incluye más en su análisis que los servicios específicos de aquel día.

Verso 13. “Sangre... y cenizas”. El agua en la cual eran colocadas las cenizas de la novilla roja, es llamada el “agua de la separación”, y era usada como una purificación del pecado o como ofrenda por el pecado (Num. 19:9 VAR). De Cristo se dice que Él vino “no solamente por agua, sino que por agua y sangre” 1 Juan 5:6. Cuando Él murió, salió sangre y agua (Juan 19:33-34). El apóstol, en su recitación de la redención obtenida en Cristo, incluye el agua en la cual las cenizas eran colocadas como una purificación del pecado, y coloca el agua al lado de la sangre. Esto es altamente sugestivo, y el estudiante interesado será ampliamente recompensado en la exploración de este campo.

Verso 14. “Cuánto más”. Pablo se está aproximando al clímax en su argumento. Si la sangre de animales y las cenizas de la novilla roja pueden santificar la purificación de la carne, “cuánto más” purificará la sangre de Jesús la conciencia de obras muertas.

“La sangre de Cristo”. Pedro la llama la “preciosa sangre de Cristo, como la de un cordero sin mancha y sin mácula”. 1 Pedro 1:19. Pablo la llama la sangre de Dios (Hechos 20:28).

Cristo se “ofreció a sí mismo”. Esta declaración es la base de la expresión usada a menudo de que Cristo era tanto el sacerdote como la víctima. Él no era un sacrificio no deseado. Él se ofreció a Sí mismo. Dios dio a Su Hijo, pero también es igualmente verdadero que el Hijo se dio a Sí mismo (Juan 3:16; Gal. 1:4).

“A través del Espíritu eterno”. “A través” es la misma palabra que es traducida como “por” en los versos 11 y 12, y posee el significado de “por medio de”, “en virtud de”. ¿Qué Espíritu es este? ¿Es el Espíritu Santo o es el Espíritu de Cristo? La ausencia del artículo “el” en el original nos lleva a leer “su espíritu”, tal como se ve en el margen de la Versión Revisada. Esto también concuerda con el argumento en general. Cristo se ofreció a Sí mismo en virtud de Su naturaleza divina. El preguntarle al Espíritu Santo para que ofreciese a Cristo, en Su sangre, parece ser innecesario e incongruente en vista del hecho de que Cristo es el Sumo Sacerdote y no el Espíritu Santo. Cristo murió y derramó Su sangre en el calvario, y ahora Él entra en el santuario con Su propia sangre (Heb. 9:12). ¿Por qué debiera dejar con que otra persona efectuase Su obra? El Espíritu Santo no es el Sumo Sacerdote, ni tampoco fue Él llamado un Espíritu eterno. Tal como observamos, el artículo está faltando, lo cual sería mucho más inusual si con ellos se estuviese queriendo significar que el Espíritu Santo el aludido; porque esto haría de Él un eterno Espíritu, en vez de el Espíritu eterno.

El Antiguo Testamento declara que “es la sangre la que hace la expiación por el alma”, o como lo coloca la Versión Revisada, “es la sangre la que hace la expiación en razón de la vida”. Lev. 17:11. VAR. Esto está precedido por la declaración de que “la vida de la carne está en la sangre”. La palabra hebrea para “vida” es “alma”. Cuando Cristo se dio a Sí mismo por nosotros Él dio todo Su ser, Él hizo

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“su alma una ofrenda por el pecado”. Isa. 53:10. Eso incluyó Su naturaleza divino-humana, Su propio Espíritu eterno, Su personalidad divina. Cuando Él hizo su alma una ofrenda por el pecado, Él lo dio todo y no retuvo nada; Él dio su ser en suprema devoción, un sacrificio voluntario en contraste con los sacrificios levíticos, los cuales, por parte de la víctima, ni eran voluntarios ni obedecían a los mandamientos de Dios, y no tenían ningún valor moral. Cristo, por aquello que era superior en Él, Su Espíritu eterno, se ofreció a Sí mismo, a través de un acto proposital y predeterminado, en cumplimiento de las provisiones de un pacto eterno que envolvía el destino del hombre. Él tenía poder para entregar Su vida, y Él tenía poder para volverla a recuperar. (Juan 10:18). “Por Él mismo” nos purificó de nuestros pecados. (Heb. 1:3). De la misma manera, fue a través de Su Espíritu eterno que Él se ofreció a Sí mismo en un acto planificado, predeterminado, voluntario del más alto valor moral; y en ese mismo Espíritu Él continúa Su obra en el santuario celestial.

“Purificar vuestra conciencia”. La obra de Cristo es vista aquí no como un hecho pasado sino como una realidad presente. Cristo realizó una obra definida en la cruz obteniendo redención para nosotros, pero esa obra y esa redención necesita ser aplicada al alma del individuo. Nuestras conciencias tienen que ser purificadas de las obras muertas para poder servir al Dios vivo; y esta es una obra presente, constante, necesaria en cada generación. Aquellos que dicen que la obra de Cristo terminó en la cruz fallan en llevar en consideración la aplicación diaria de la sangre necesaria para la salvación del hombre. Así como Dios creó el mundo y lo puso en movimiento, y después lo dejó que continuase en movimiento por sí mismo, así también Cristo, a través de un acto efectuado en el Calvario, colocó la redención en movimiento, y después la dejó que continuase funcionando por sí misma. La muerte del cordero que era sacrificado en el santuario era un acto definido, el cual proveía los medios de reconciliación, la sangre. Pero la sangre tenía que ser ministrada para que fuese eficaz, y la ministración era tan vital como la muerte (del corderito). La sangre derramada en el Calvario es poderosa para limpiar y purificar la conciencia de obras muertas, no apenas como un acto ya en el pasado, sino como una viva realidad presente.

“Para servir”. La obra de Dios en el alma tiene un propósito definido en vista. Nuestras vidas, nuestras conciencias, son purificadas para que podamos servir. Tener perdonados nuestros pecados para que podamos tener una conciencia clara no es un fin en sí mismo, aun cuando es un bello pensamiento. Somos salvos para servir, purificados para servir.

Hebreos 9:15-17. “Y por causa de esto él es mediador del nuevo testamento, para que mediante la muerte, porque la redención de las transgresiones que estaban bajo el primer testamento, aquellos que son llamados reciban la promesa de herencia eterna. Porque donde hay un testamento, tiene que haber necesariamente la muerte del testador. Porque un testamento se confirma con la muerte; porque no tiene ningún valor mientras el testador vive”.

Estos versos son considerados difíciles por muchos, ya que aparentemente introducen dos aspectos diferentes del pacto, y los comentaristas no están de acuerdo en relación a cuándo la palabra griega “diatheke”, debiera ser traducida como “pacto”, y cuando como “testamento”. Nosotros creemos que el contexto es un guía seguro y nos llevará a un correcto entendimiento.

Verso 15. “Por causa de esto”; esto es, debido a que la sangre de Cristo es eficaz y puede limpiar (purificar) totalmente la conciencia.

“Mediador del nuevo testamento”. Como se ha observado anteriormente, la palabra griega para testamento puede ser traducida tanto como “testamento” como por “pacto”, y es necesario el contexto para poder determinar el significado correcto. En este caso “pacto” parece ser preferible, ya que solamente un pacto requiere un mediador. Un testamento es un documento ejecutado por una persona, y no se necesita de ningún mediador. Un pacto es llevado a cabo entre dos o más personas, las cuales concuerdan en hacer o en no hacer ciertas cosas. Aquí es necesario que exista un mediador. Un

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testamento entra en vigor solamente cuando muere la persona. Un pacto cesa cuando ocurre la muerte de la persona. Un testamento necesita de un ejecutor; un pacto necesita de un mediador.

“Nuevo pacto”. (VR). Este es el pacto del cual habla Jeremías en su libro, en el capítulo 31:31-34. Moisés fue el mediador del antiguo pacto (Exo. 20:19; 32:30-32; Gal. 3:19). Cristo es mediador del nuevo.

“Mediante la muerte”. Hemos mencionado antes que en la ley ceremonial de la antigua dispensación no había provisión para la transgresión consciente. Por lo tanto muchos pecados eran cometidos “de los cuales no podéis ser justificados por la ley de Moisés”. Hechos 13:39. Que esto no sea malentendido. Había perdón tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Pero no había provisión en la ley de Moisés para tal perdón. Este verso hace con que permanezca la esperanza de que todos “deben recibir la promesa de la herencia eterna” a través de la muerte de Cristo. Estas eran las alegres buenas nuevas que Pablo predicó cuando le dijo a los Judíos “que a través de éste hombre os es predicado el perdón de pecados: y por él todos los que creen son justificados de todas las cosas, de las cuales no pudisteis ser justificados por la ley de Moisés”. Hechos 13:38-39.

Una paráfrasis o una interpretación de Heb. 9:15 podría ser así: “Porque Cristo es capaz de purificar la conciencia de obras muertas, lo cual no podían hacer los sacrificios del antiguo pacto, Él se ha vuelto el mediador del nuevo pacto. Su muerte provee una redención real y una expiación para todas las transgresiones para las cuales ninguna ofrenda se podía hacer bajo las provisiones de la ley Mosaica, haciendo así posible a aquellos que son llamados, ya sea bajo el antiguo o bajo el nuevo pacto, el poder recibir la promesa de herencia eterna”.

Es interesante observar que dice “redención eterna” en el verso 12; “Espíritu eterno” en el verso 14; y “herencia eterna” en el verso 15.

Verso 16. La palabra griega que el autor ha usado varias veces aquí con el sentido de pacto, ahora él la asocia con aquella que quiere decir testamento. La “herencia eterna” mencionada en el verso 15 sugiere la idea de una voluntad o de un testamento. La frase, “habiendo tomado lugar la muerte” (VAR), le recuerda a él el hecho de que así como Cristo murió dejándonos una herencia, así en el primer pacto también hubo una muerte, y esta muerte se volvió la ratificación del pacto. (Exo. 24:5-8). La palabra griega significa tanto pacto como testamento, tal como se ha observado anteriormente, por lo tanto el autor está justificado al usarla en cualquier sentido en que le sirva a sus propósitos. Él la ha usado en el sentido de pacto. Ahora nos llama la atención al hecho de que también es un testamento.

Un testamento no se hace efectivo hasta que la muerte haya tomado lugar. Es por eso “necesario” que sea la “muerte del testador”. En el Antiguo Testamento la ratificación por la sangre era la declaración oficial de que el pacto estaba activo y que sus términos se habían hecho efectivos. Así también sucede en el Nuevo Testamento.

Hebreos 9:18-22. “De donde ni aun el primer testamento fue dedicado sin sangre. Porque cuando Moisés había dicho todos los preceptos a todo el pueblo de acuerdo a la ley, él tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, y lana escarlata, e hisopo, y roció tanto el libro como a todas las personas, diciendo, este es la sangre del testamento que Dios os ha mandado. Y demás, él roció con sangre tanto el tabernáculo como todos los vasos del ministerio. Y casi todas las cosas por la ley son purificadas con sangre; y sin derramamiento de sangre no hay remisión”.

Versos 18-19. El primer pacto fue ratificado por “la sangre de becerros y machos cabríos”. Moisés tomó “agua, y lana escarlata, e hisopo, y roció tanto el libro como a todo el pueblo”. El registro en Exo. 24:5-8 no menciona el rociado del libro, ni tampoco el uso de machos cabríos como sacrificio. Se supone que el escritor de Hebreos tuvo acceso a fuentes que ahora no están disponibles para nosotros.

El rociado del tabernáculo y de los vasos con sangre ha causado alguna perplejidad entre los comentaristas, porque el tabernáculo no existía en el tiempo de la ratificación del pacto, y solamente

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nueve meses después estuvo listo para ser dedicado. Nosotros aceptamos el punto de vista que el escritor considera al tabernáculo, su ministerio y vasos, como una parte vital del pacto, y aquí incluye su dedicación y la aceptación por parte de Dios del santuario como haciendo parte de las ceremonias de ratificación. El santuario contenía “el arca del pacto”. Al lado de esta arca era colocado el libro de la ley, y dentro del arca estaban las tablas del pacto. (Deut. 31:26; 9:9; 10:5). En cierto sentido se puede entonces decir de que cuando Dios aceptó el santuario como Su lugar de habitación y como un depósito de Su santa ley, e hizo que descendiese fuego del cielo, Él confirmó Su participación en el pacto.

Existe una referencia indudable con el Día de la Expiación en estos versos que están delante de nosotros. El Antiguo Testamento declara que el tabernáculo fue ungido con aceite, pero no tenemos ningún registro que fuese usada sangre en su dedicación, tal como es afirmado en estos versos en Hebreos. No solamente fue ungido el tabernáculo con aceite, sino que también el altar y sus vasos (Lev. 8:10-12). El altar fue rociado con sangre y también fue ungido con aceite, y Aarón y sus hijos, y sus ropas fueron ungidas con aceite y también fueron rociadas con sangre. (versos 24, 30). Pero no se dice nada de que el tabernáculo fuese rociado con sangre en el tiempo de la dedicación. Sin embargo, en el capítulo 16 de Levíticos, el cual registra los servicios del Día de la Expiación, el santuario, tanto el lugar santo como el lugar santísimo, el propiciatorio y el altar, todo era rociado con sangre (Lev. 16:14-19). El escritor de Hebreos, al registrar la ratificación del pacto, no solamente nos cuenta lo que fue hecho en el tiempo de la ratificación, sino que incluye la dedicación del santuario, y entonces se refiere al rociado del santuario con sangre; es evidente que él no solamente tenía las ceremonias de la dedicación en mente, sino que también el servicio en el Día de la Expiación. Esto debiera ser la cosa más natural del mundo, ya que el servicio de la dedicación era similar a los servicios del Día de la Expiación. Ambos poseían una dedicación y una purificación.

Verso 22. “Casi todas las cosas”. No todas, pero casi todas las cosas eran purificadas con sangre. ”Casi” pertenece y califica ambas cláusulas del verso. Algunas cosas eran purificadas con fuego o agua sin ningún uso de sangre (Num. 31:23-24). Bajo ciertas condiciones los pecados podían ser expiados a través de harina en vez de sangre (Lev. 5:11-13). Las cenizas de la novilla roja eran usadas como una ofrenda por el pecado sin ningún uso inmediato de sangre (Números 19). Aun cuando normalmente la sangre era usada para purificar (limpiar), habían excepciones, tal como las hemos observado. Pero eran apenas excepciones. La regla era la sangre.

Hebreos 9:23-28. “Fue por lo tanto necesario que las figuras de las cosas en los cielos fuesen purificadas con estos; pero las propias cosas celestiales con mejores sacrificios que estos. Porque Cristo no entró en los lugares santos hechos con manos, los cuales son figuras del verdadero; sino que en el mismo cielo, para aparecer ahora en la presencia de Dios por nosotros: no para ofrecerse muchas veces, como el sumo sacerdote entra en el lugar santo cada año con sangre ajena; de otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde la fundación del mundo: pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para quitar el pecado por el sacrificio de sí mismo. Y de la manera que está establecido que los hombres mueran una vez, y después de esto el juicio; así Cristo fue ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos; y a aquellos que le esperan aparecerá por segunda vez sin pecado para salvación.

A primera vista puede parecer extraño que exista algo en el cielo que necesite ser purificado. Pero sabemos que Satanás fue una vez un ángel, y que pecó en el cielo. También entendemos que el registro de los pecados de los hombres están allí inscritos como también sus buenas obras, y que cuando venga el tiempo en que el pecado y los pecadores no existan más, habrá una purificación de todo aquello que alguna vez entró en contacto con el pecado. Cuando finalmente el propio registro del pecado sea destruido, no habrá nada más que pueda recordarnos el pecado. Una purificación así de las cosas celestiales corresponde muy bien con la purificación del santuario terrenal. La declaración es bien

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clara, de que así como eran purificadas las cosas en la tierra, así fue necesario que las cosas en los cielos también fuesen purificadas.

Verso 23. “Fue por lo tanto necesario”. En la propia naturaleza de las cosas fue necesario que el tabernáculo terrenal y sus vasos de ministerio sean purificados. Esto fue hecho antes que el santuario fuese colocado en uso a manera de dedicación y consagración, y fue hecho cada año posteriormente, mientras duraron los servicios del santuario. Cuando aquello que es resultado de la adoración humana es usado al servicio de Dios, es no solamente bueno sino que necesario que sea consagrado para ser separado para un uso santo. Como los servicios en el santuario se relacionaban principalmente con el pecado, había una continua contaminación tanto de los lugares santos y de las cosas “debido a las impurezas de los hijos de Israel, y debido a sus transgresiones y a todos sus pecados”. Lev. 16:16. Así, una vez al año, en el Día de la Expiación, era efectuada una purificación que incluía tanto el lugar santísimo, como el lugar santo y el altar (versos 16-20). Esta purificación, dice el escritor, era necesaria.

“Las figuras de las cosas en los cielos”. El tabernáculo terrenal en todas sus designaciones era una figura, una copia, una representación de las “cosas en los cielos”. La palabra “figuras” es traducida como “ejemplo” en Heb. 8:5, donde se dice que el servicio terrenal es un “ejemplo y sombra de las cosas celestiales”. “Delineación” o “representación” tal vez sea una traducción más adecuada aquí.

“Las propias cosas celestiales”. En el original no consta la palabra “cosas”, y la lectura queda por lo tanto así: “Las propias celestiales”. Algunos le adicionan la palabra “cosas” y otros la palabra “lugares”, siendo que ambos son admisibles. En vista del hecho de que en la purificación del santuario terrenal en el Día de la Expiación, tanto los lugares santos y las “cosas” eran purificadas, nos inclinamos a creer que “las propias celestiales” está correcto, incluyendo tanto el santuario como las “cosas”.

“Mejores sacrificios”. El plural “sacrificios” expresa la idea general de sacrificio, las muchas formas usadas en el servicio Levítico, siendo incluido en el gran sacrificio de Cristo.

La pregunta que más nos preocupa es la declaración de que existe algo en el cielo que necesita ser purificado. Sobre esto, Westcott hace esta significativa observación: “Toda la estructura de la sentencia requiere que “purificado” debiera ser colocado en la segunda cláusula de la primera, y no usar el término general “inaugurado”. La Epístola a los Hebreos:271.

El punto que Westcott analiza es el siguiente, de que como era necesario que en el santuario terrenal fuese purificado, de la misma manera es necesario que el celestial sea purificado, y no apenas dedicado o inaugurado. Esto es, el santuario celestial tiene necesariamente que ser purificado de una manera parecida a la purificación del santuario terrenal. Delitzsch dice que así como “puede substituir en la segunda cláusula la noción más general de dedicación o consagración... meramente... evade la dificultad: una dedicación por medio de sangre sacrificial aun envolvería la noción de purificación o de expiación”. Comentario en la Epístola de Hebreos:124, Volumen 2.

Después de citar y de rechazar las opiniones de diversos estudiosos, Delitzsch continua: “La interpretación de Stier llega muy cerca de la verdad, cuando dice: ‘En consecuencia de la presencia del pecado en nosotros, el lugar santísimo en el santuario terrenal no podía ser reabierto para que nos aproximemos, hasta que haya sido primeramente ungido con la sangre de la expiación’. Sin embargo, él está errado, al restringir la επουραυια aquí a un lugar santísimo celestial: las “cosas celestiales” aquí citadas o incluidas, tal como lo hemos visto, son antitipos celestiales del tabernáculo terrenal como también de su santuario interior; y así la pregunta aun permanece: ¿En qué sentido podían estas cosas celestiales decirse que eran purificadas, no solamente en figura, sino que en verdad, a través de la muerte expiatoria y de la sangre de Jesús? A menos que me haya equivocado en mi punto de vista, el significado del escritor sagrado es fundamentalmente este: el supramundano lugar santísimo, llamado en el verso 24 αυτοξ ο ουδανοξ, ipsum coelum, esto es, el cielo eterno no creado del propio Dios, aun

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cuando en sí mismo no tenía problemas de bendición ni de luz, pero necesitaba ser purificado (πατασιξεσραι), en la medida en que su luz de amor había perdido o transmutado debido a la humanidad, a través de la presencia del pecado, o entonces ha sido sobrecubierto y oscurecido por un fuego o ira; y de la misma manera, el tabernáculo celestial, el lugar preferido donde se manifiesta Dios a los ángeles y a los hombres, también necesitó una purificación, en la medida en que la humanidad, a través del pecado, han expresado en una forma indebida para ellos mismos este espíritu natural y hogar eterno, hasta que por la gracia renovadora de Dios y de Su misericordia, ha sido una vez más transformado en un lugar para la manifestación de Su amor y favor. En relación, por lo tanto, a todo el τα επουδανια, esto es, tanto el τα αγια, o el santuario eterno, y el σπνυν, o tabernáculo celestial, era requerida la remoción de las consecuencias del pecado humano ya que los afectaba, y una remoción de las obras contrarrestadas contra el pecado, esto es, de la ira divina, o mejor aun (lo cual viene a ser la misma cosa) un cambio de esa ira en un amor renovado”. Idem:125.

Para que ningún lector deje de apreciar toda la fuerza de esta cita, haremos un esfuerzo por simplificarla.

Delitzsch aprueba de la interpretación de Stier que el “lugar santísimo” en el cielo debe ser “ungido con la sangre de la expiación”, pero él no concuerda con Stier de que sea solamente el lugar santísimo el que tenga que ser así ungido. Él cree que las “cosas celestiales de las cuales se habla aquí, incluyen los antitipos celestiales del tabernáculo terrenal así como también su santuario interior”; esto es, la purificación incluye tanto el primer compartimiento como el lugar santísimo, el cual él llama “el santuario eterno”. Ambos compartimientos del santuario celestial deben ser purificados, y no solamente el lugar santísimo. Resumiendo, él concluye que con referencia tanto al lugar santísimo y el lugar santo en el cielo “se requirió una remoción de las consecuencias del pecado humano ya que los afectaba, y una remoción de las obras contrarrestadas contra el pecado, esto es, de la ira divina”. Nosotros concordamos con esto en lo que se refiere a la remoción de las consecuencias del pecado humano. Nosotros creemos aun que la purificación del santuario celestial envuelve no solamente o no apenas las consecuencias del pecado sino que la remoción del propio pecado, y que esto incluye “la destrucción por medio de la muerte sobre aquel que tiene el poder de la muerte, esto es, el diablo”, lo cual Delitzsch cita aprobatoriamente (Idem:124-125).

Yo creo que esto representa fielmente el significado del verso que estamos estudiando. Así como el santuario terrenal era purificado, así tiene que ser purificado el santuario celestial. Esto “es necesario” así como era necesario en el santuario terrenal. Esta purificación del santuario celestial no era apenas una dedicación o una consagración. La palabra “purificación” es muy definida como para limitarla a aquella interpretación. Es verdad, que hubo una dedicación del santuario celestial; hubo un ungimiento de las “cosas celestiales”. Pero eso no agota el significado de “purificación”, la cual definitivamente apunta al día antitípico de la expiación y su significado no se satisface con ninguna otra cosa. Si extendemos la analogía entre el santuario terrenal y el celestial, y somos justificados al hacer esto, a través del hecho de que el santuario terrenal es “un ejemplo y sombra de las cosas celestiales”, podemos esperar que así como había una dedicación del santuario terrenal antes de que comenzase el servicio, así también hubo una dedicación del santuario celestial antes que el servicio fuese oficialmente inaugurado. También podemos esperar de la misma manera, de que después del año de servicios en el santuario terrenal, venía un día de ajuste de cuentas, cuando todos los pecados eran revisados ante Dios, llamado el Día de la Expiación, el día en que el santuario era purificado de todos los pecados acumulados, así habrá una obra paralela al final de la ministración de Cristo en el cielo. y esto es justamente lo que nuestro texto nos lleva a esperar, y es lo que dice. Para una explicación más completa del Día de la Expiación, le sugerimos al lector que vaya al análisis al final de este capítulo.

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Verso 24. Tal como lo hemos observado anteriormente, la palabra griega para “lugares santos” está en plural y aquí está colocada correctamente en plural, como también debiera estarlo en el verso 12, donde está incorrectamente traducida en el singular.

“Figuras del verdadero”. La elipse aquí compele a leer “verdaderos lugares santos”. Estos verdaderos lugares santos se dice aquí que son “el mismo cielo”. así como el santuario en el cielo es el lugar de habitación de Dios, la designación de los lugares santos como siendo el mismo cielo es significativo. Nosotros hablamos de la atmósfera azul como siendo el cielo; también pensamos en el cielo estrellado, del lugar en que habitan los ángeles; pero la morada de Dios es el propio cielo. y allí es donde Cristo fue, y donde Él aparece ante la presencia de Dios por nosotros.

“En la presencia de Dios”, literalmente, “ante la cara de Dios”. El sumo sacerdote aparecía ante Dios con una nube que lo cubría, “para que no muriese”. En contraste Cristo aparece libremente ante Dios.

El significado de esto no debiera escapársenos. El significado no es el de que Cristo aparece ante Dios, sino de que Dios lo ve a Él. Cristo aparece abiertamente ante Dios, por nosotros, para ser inspeccionado. Esta aparición se realizó cuando Él volvió de la tierra, habiendo terminado la obra que se le dio para que hiciese. Él se presentó a Sí mismo ante Dios para escuchar las palabras de aprobación y para que se le asegurase que el sacrificio había sido aceptado. Su obra tenía que soportar la prueba de una inspección muy íntima. Como el segundo Adán Él experimentó una prueba en la tierra infinitamente más severa que el primer Adán, y ahora aparece oficialmente ante Dios, representando al hombre. De la aceptación de Él por parte de Dios depende ahora todo el destino de la raza humana. Si Él es aceptado, el hombre es aceptado.

Pero más aun. Cristo aparece continuamente ante Dios por nosotros, a nuestro favor. Nosotros somos los que tenemos que ser inspeccionados. ¿Soportaremos la prueba? ¿Permaneceremos firmes cuando Dios lance sobre nosotros toda Su luz? Podemos, desde que Cristo aparece por nosotros, y de ninguna otra manera.

Y aquí reside la gloria del “ahora” de nuestro texto. Este es el ahora eterno, no apenas un punto en el tiempo, sino que un continuo aparecer por nosotros. Él aparece “ahora”, y Él aparece continuamente por nosotros.

Delitzsch responde la objeción de que la construcción en griego de “aparecer” no puede ser usada para una acción continua, sino que tiene que significar apenas una aparición, y no más. Él admite la construcción “no expresa en sí mismo la continuidad de la auto-presentación; sino que reside en y es referida a νον (ahora) el cual sin duda se refiere a la continua presentación de la nueva dispensación (comenzando con la entrada de Cristo en los lugares celestiales), el contraste con el pasado típico y de sombra. Este “ahora”, por lo tanto, no es un punto aislado en el tiempo, sino que es el comienzo de una larga serie: la actividad de Cristo en nuestro favor ante el padre, consistiendo en una perpetua presentación de Él mismo como siendo el que murió por nuestros pecados y está siendo levantado nuevamente para nuestra justificación”. Comentario de la Epístola de Hebreos:127-128, Volumen 2.

La aparición de Cristo ante el padre no es por lo tanto un punto “aislado en el tiempo, sino que el comienzo de una larga serie... una perpetua presentación de Él mismo como siendo el que murió por nuestros pecados y está siendo levantado nuevamente para nuestra justificación”. Delitzsch termina el análisis de este verso diciendo:

“El objetivo final de Su entrada como Sumo Sacerdote y sacrificio en el cielo eternal es el de aparecer ante Dios por nosotros, presentando a nuestro favor no un sacrificio cansado, ni tampoco uno de eficacia transitoria o que necesitase repetición, sino que Él mismo en Su misma persona, como un eterna presente, siempre viva víctima y expiación. Y este objetivo es alcanzado inmediatamente, y es alcanzado para siempre”. Idem:129.

Versos 25-26. Los sacerdotes entraban diariamente en el primer compartimiento, el sumo sacerdote una vez cada año, cuando entraba en el lugar santísimo con la sangre del buey y del macho

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cabrío. Pero Cristo no se ofreció muchas veces. Esta información es dada en vista del verso anterior, donde se hace la declaración de que Cristo aparece ante el Padre no apenas una vez, sino que, tal como lo observa Delitzsch, en “una larga serie” de apariciones. Cristo, aun cuando Él aparece continuamente, murió solo una vez, siendo que esa única muerte es de perpetua validez y duración. Llevando en Su cuerpo la sangre de la expiación, Él presenta Su cuerpo como “un sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios”. Rom. 12:1.

“Ahora, una vez, al fin del mundo”, o mejor, “a la consumación de las edades”. Existe una unanimidad general de opiniones de que esta expresión se refiere a la manifestación de Cristo en la carne, a Su encarnación, a Su venida al mundo como un bebé en el pesebre. Es un poco diferente de “estos últimos días” en Heb. 1:2, la cual simplemente significa el último periodo de la era actual, mientras que la expresión aquí significa la consumación o la terminación de una serie de edades que finalmente llegan a un clímax. Todas las edades que han pasado antes eran preparaciones para el Salvador venidero; todas señalaron ese evento, y tuvieron significado solamente en la medida en que marcaron el camino para la consumación. Ahora ha llegado; Cristo ha aparecido, y una nueva era estaba disponible. Esta aparición de Cristo para eliminar el pecado a través del sacrificio de Sí mismo está en contraste con Su aparición “por segunda vez sin pecado”, tal como es mencionada en el verso 28.

Versos 27-28. Los hombres mueren, y después de esto viene el juicio. Así Cristo fue ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, pero aparecerá por segunda vez sin pecado para salvación.

El paralelo que el propio autor toca aquí, está relacionado con el juicio. Así como los hombres mueren una vez, así Cristo también murió una vez. Después de la muerte viene el juicio, no un juicio inmediato, sino que el día del juicio. Así también es en el caso de Cristo. Él murió. En seguida Él vendrá en juicio, no inmediatamente, sino que cuando “aparezca por segunda vez”. Para aquellos que Lo estén esperando Él aparecerá “para salvación”.

Sin lugar a dudas esto está en armonía con la aparición del sumo sacerdote, el cual, después de haber terminado la obra de la expiación en el Día de la Expiación, “saldrá” (Lev. 16:24). Cuando Cristo venga la segunda vez, Él viene para traer salvación para aquellos que Lo esperan. Para los otros Él viene en juicio, otro paralelo con el Día de la expiación, cuando aquellos que no afligieron sus almas en aquel día, eran cortados (Mat. 25:31+; Lev. 23:29).

“Cristo fue ofrecido una vez”. Algunos consideran esto una declaración única. Se nos dice que Cristo se dio a Sí mismo, pero aquí se nos dice que Él fue ofrecido. Preguntamos inmediatamente, ¿a quién se ofreció Él? ¿Puede Cristo ofrecerse a Sí mismo y al mismo tiempo ser ofrecido?

Nosotros interpretamos esto como siendo una declaración paralela a aquella en la cual se nos dice que Cristo se dio a Sí mismo, y que Dios dio a Su Hijo (Gal. 1:4; Juan 3:16). Una no es inconsistente con la otra. Isaac puede voluntariamente permitir que él mismo sea amarrado al altar y así ofrecerse a sí mismo, y también se puede decir que Abraham ofreció a Isaac. No encontramos ninguna contradicción en esto.

Cristo fue ofrecido “para llevar los pecados de muchos”. Esta expresión es tomada de Isa. 53:12, y presenta a Cristo llevando vicariamente el pecado. Pedro dice que Él llevó “nuestros pecados en Su propio cuerpo en el madero”, o como debiera ser mejor traducido, “cargó nuestros pecados en Su propio cuerpo hasta el madero”. 1 Pedro 2:24. Cuando Cristo venga la segunda vez, Él no va a llevar el pecado. Aparecerá sin relación con el pecado, habiendo hecho una completa expiación.

Observaciones AdicionalesEl Santuario.-

Condensado y adaptado de “El Santuario y Sus Servicios”.

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No fue mucho después cuando se dio la ley en el Sinaí que el Señor le dijo a Moisés que “le dijese a los hijos de Israel, que le trajesen una ofrenda: de cada hombre que la diese voluntariamente en su corazón, tomaréis mi ofrenda”. Exo. 25:2. Esta ofrenda debía consistir en “oro, y plata, y bronce, y azul, y púrpura, y escarlata, y lino fino, y pelos de machos cabríos, y pieles de carnero muerto teñidas de rojo, y pieles de tejón, madera de acacia, aceite para alumbrar, especies para el aceite de la unción, y para el incienso aromático, piedras de ónix, y piedras de engaste para el efod y en el pectoral”. Versos 3-7. Debía ser usada principalmente en la construcción del santuario y en los servicios generales (verso 8).

El santuario aquí mencionado se lo conoce normalmente como el tabernáculo. Realmente era una tienda con paredes de madera, consistiendo el techo de cuatro tipos de materiales, siendo el interior de fino lino torcido, el exterior de pieles de carnero muerto teñidas de rojo, y una cubierta de pieles de tejón. Exo. 26:14. El edificio en sí mismo no era muy grande, cerca de 4,5 m por 13,7 m con un cerco exterior llamado atrio, de aproximadamente 22,8 m de ancho por 45,7 m de largo.

El tabernáculo fue hecho de tal manera que podía ser desarmado y transportado. Cuando fue erigido, los israelitas estaban viajando a través del desierto. Donde quiera que fuesen, llevaban el tabernáculo con ellos. Las tablas del edificio no estaban clavadas unas con las otras, como sucedería en una estructura común, sino que estaban separadas, cada una siendo colocada en pie sobre una base de plata (Exo. 36:20-34). Las cortinas que rodeaban el atrio eran suspendidas de pilares colocados sobre bases de bronce. Toda la construcción, aun cuando era bella y aun magnífica en su diseño, mostraba su naturaleza temporaria. Fue hecha para que sirviese solamente hasta que Israel entrase en la Tierra Prometida y un edificio permanente pudiese ser erigido.

El edificio en sí mismo estaba dividido en dos compartimientos, siendo el primero y el mayor llamado el lugar santo, y el segundo compartimiento, el lugar santísimo. Una rica cortina, o velo, dividía estos compartimientos. Como no habían ventanas en el edificio, ambos compartimientos, especialmente el más interno, si hubiesen dependido de una luz del día, habrían sido oscuros. En el primer compartimiento, sin embargo, los candiles del candelero de siete brazos daban suficiente luz para que los sacerdotes efectuasen el servicio diario que el ritual demandaba.

Habían tres muebles en el primer compartimiento, la mesa de la proposición, el candelabro de siete brazos y el altar del incienso. Entrando en este compartimiento, desde el frente del edificio, el cual daba hacia el Este, uno vería casi al final del compartimiento el altar del incienso. A la derecha estaría la mesa de la proposición, y a la izquierda el candelabro. Sobre la mesa se colocaban, en dos pilas de seis panes cada una, los doce panes de la proposición, juntamente con el incienso y los vasos para la ofrenda bebible. Sobre la mesa estaban aun los platos, las cucharas y las fuentes usadas en el servicio diario (Exo. 37:16).

El candelabro era hecho de oro puro. “Su astil, sus brazos, sus fuentes, sus ramos de flores, eran de lo mismo”. Verso 17. Poseía seis brazos, tres a cada lado del central. Las fuentes que contenían el aceite eran hechas conforme a la manera del almendro (Verso 19). No solamente el candelabro era hecho de oro, sino que también las despabiladeras y los platillos (Verso 23).

El mueble más importante en este compartimiento era el altar del incienso. Era de aproximadamente 914 mm de altura y 457 mm de ancho y de largo (cuadrado). Este altar estaba recubierto con oro puro, y alrededor de su parte más alta había una corona de oro. Era en este altar que el sacerdote, en el servicio diario, colocaba las brazas ardientes sacadas del altar de las ofrendas encendidas, y el incienso. Cuando él ponía el incienso sobre las brazas del altar, el humo ascendía, y como el velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo no llegaba hasta el techo del edificio, el incienso no solamente llenaba el lugar santo sino que también llenaba el lugar santísimo. En este sentido el altar del incienso, aun cuando estaba localizado en el primer compartimiento, servía también al segundo compartimiento. Por esta razón estaba colocado “delante del velo que está al lado del arca del testimonio, ante el propiciatorio que está sobre el testimonio, donde yo me encontraré contigo”. Exo. 30:6.

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En el segundo compartimiento, el lugar santísimo, había solamente un mueble, el arca. Esta arca era hecha en la forma de un cofre, con cerca de 1.143 mm de largo y 686 mm de ancho. La tapa de este cofre se llamaba el propiciatorio. Alrededor del propiciatorio había una corona de oro, la misma que había alrededor del altar del incienso. En este cofre Moisés colocó los Diez mandamientos escritos en dos tablas de piedra con los propios dedos de Dios. Durante algún tiempo, por lo menos, el arca también contuvo el platillo con el maná, y la vara de Aarón que floreció (Heb. 9:4).

Sobre el propiciatorio habían dos querubines de oro, de obra batida, un querubín en un extremo y el otro querubín en el otro extremo (Exo. 25:19). De estos querubines se dice que ellos ”extendían sus alas hacia arriba, cubriendo el propiciatorio con sus alas, y sus caras miraban el uno hacia el otro; las caras de los querubines deben mirar hacia el propiciatorio”. Exo. 25:20.

Aquí Dios estaría en comunión con Su pueblo. A Moisés le dijo, “Allí me encontraré contigo, y tendré comunión contigo sobre el propiciatorio, entre ambos querubines que están sobre el arca del testimonio, de todas las cosas que te daré en mandamiento para los hijos de Israel”. Exo. 25:22.Afuera en el atrio, inmediatamente frente a la puerta del tabernáculo, había un lavacro, una gran pileta que contenía agua. Este lavacro era hecho de bronce, de los espejos con que las mujeres habían contribuido para este propósito. En este lavacro los sacerdotes tenían que lavarse las manos y los pies antes de entrar en el tabernáculo o de comenzar sus servicios (Exo. 30:17-21; 38:8).

En el atrio estaba también el altar de la ofrenda quemada, el cual tenía la parte más importante que cumplir en todo sacrificio de ofrendas. Este altar era de aproximadamente 1.524 mm de altura, y tenía 2.438 mm en cada lado (cuadrado); era hueco internamente y estaba recubierto de bronce (Exo. 27:1). En este altar eran colocados los animales cuando eran ofrecidos como sacrificios quemados. Aquí también era consumida la grasa y también era colocada la carne requerida para el sacrificio. En las cuatro esquinas del altar habían unos cuernos. En algunos de los sacrificios de ofrendas la sangre era colocada en estos cuernos o era asperjada en el altar. En la base del altar era derramada la sangre que no había sido ocupada en la forma asperjada o rociada.

Cuando Salomón comenzó a reinar, el antiguo tabernáculo debe haber estado en una condición muy dilapidada. Ya debe haber tenido varios cientos de años y había sido expuesto al viento y al tiempo durante todo ese tiempo. David quiso construirle una casa al Señor, pero se le dijo que debido a que había sido un hombre sangriento, no se le permitiría hacerlo. Su hijo Salomón debería hacer el edificio. Este templo “fue construido de piedras terminadas antes que fuesen llevadas al lugar en que debían ser montadas: de tal manera que no hubo ruido de martillo, ni de hacha, ni de ninguna herramienta metálica que se escuchase en la casa, mientras estaba siendo construida”. 1 Reyes 6:7.

El templo de Salomón, como vino a ser llamado, era una estructura permanente, de cualquier manera mucho más magnífica que el tabernáculo temporario usado durante el andar en el desierto por parte de Israel. Mantuvo las antiguas divisiones del edificio en dos compartimientos, el lugar santo y el lugar santísimo, y los muebles principales, el altar del incienso en el primer compartimiento y el arca en el segundo. Estos eran iguales. Por otro lado, debido a las mayores dimensiones del edificio, fueron hechos algunos otros ensanchamientos y embellecimientos. En el antiguo tabernáculo habían dos querubines (Exo. 25:18-20). En el templo de Salomón otros dos querubines hechos de “árbol de oliva” cubiertos de oro fueron colocados en el lugar santísimo (1 Reyes 6:23-28). Estos fueron colocados en el piso, siendo que sus alas alcanzaban de una pared hasta la otra, mientras que los querubines originales permanecieron sobre el propiciatorio, sobre el arca.

En el primer compartimiento del templo fueron hechos algunos cambios. En vez de un candelabro ahora habían diez, cinco colocados a un lado y cinco al otro lado. Estos candelabros eran de oro puro, así como cántaros, las despabiladeras, las vasijas, las cucharas y los incensarios (1 Reyes 7:49-50). En vez de una mesa conteniendo el pan de la proposición, habían diez, “cinco al lado derecho y cinco al lado izquierdo”. 2 Cron. 4:8.

El altar de las ofrendas quemadas, o el altar de bronce, como es llamado, fue considerablemente agrandado en el templo de Salomón. El antiguo tabernáculo tenía aproximadamente 2,25 m2. El altar de

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Salomón era considerablemente mayor, cerca de 9 m2, y cerca de 4,5 m de altura. Los calderos, palas, tazones y garfios usados para el servicio del altar eran todos de bronce. (2 Cron. 4:11, 16).

El tabernáculo original tenía un lavacro para ser usado para bañarse. En el templo fue colocado uno mucho mayor en el atrio. Era una gran tina de bronce, de 4,5 m de diámetro, 2,25 m de altura, teniendo una capacidad cercana a los 75.000 litros, y era llamado de mar fundido, sin lugar a dudas debido a sus dimensiones (1 Reyes 7:23-26). Fuera de este gran mar habían diez lavacros menores colocados sobre ruedas, cada uno conteniendo cerca de 6m3 (1 Reyes 7:27-37). Estos podían ser movidos de un lugar a otro de acuerdo a las necesidades.

Aun cuando esos cambios fueron hechos de acuerdo con el original dado a Moisés en el monte, la característica esencial de dos compartimientos, el altar del incienso y el de las ofrendas quemadas, y el arca en el lugar santísimo, fueron mantenidos. Y así como de los planos dados a Salomón por David, fue construido el templo, que “él tenía por el Espíritu” (1 Cron. 28:12, KJV), podemos creer que el templo de Salomón fue apenas mayor que el antiguo santuario, con los cambios que eran necesarios que fuesen hechos debido a sus mayores dimensiones.

El templo de Salomón fue destruido en las invasiones de Nabucodonosor en el siglo VI a.C. cuando fue reconstruido por Zorobabel, la pobreza del pueblo hizo imposible la existencia de otro templo que compitiese en esplendor con aquel construido por Salomón. Era tan inferior, que “muchos de los sacerdotes y Levitas y jefes de las casas paternas, que ya eran ancianos, que habían visto la primera casa, cuando fue puesta la fundación de esta casa ante sus ojos, lloraron en voz alta; y muchos gritaron de alegría: de tal manera que el pueblo no conseguía discernir el clamor de los gritos de alegría del ruido del llanto del pueblo: porque el pueblo gritaba con gran júbilo, y el ruido se oía hasta muy lejos”. Esdras 3:12-13.

Había una omisión importante en este templo: no había arca en el lugar santísimo. Durante los tiempos tormentosos del cautiverio, había desaparecido, y una piedra servía de substituto para el arca.

El templo de Zorobabel sirvió hasta el tiempo de Cristo, cuando fue reconstruido por Herodes el Grande, el cual comenzó su reinado en el año 37 a.C. Cerca del año 20 a.C. comenzó la construcción, derrumbando de a poco la antigua estructura, a medida que estaba listo para construir la nueva. Los servicios nunca fueron discontinuados, y una estructura fue substituyendo lentamente a la otra. Juan 2:20 declara que en los tiempos de Cristo el templo ya llevaba 46 años siendo construido, y fue solamente en el año 66 d.C., justo antes de la destrucción de Jerusalén por los romanos, que el templo de Herodes quedó listo. Este templo fue hecho conforme el templo de Salomón, y rivalizaba con éste en magnificencia y gloria. Retuvo, así como lo hicieron las otras estructuras, los dos compartimientos, el santo y el santísimo; tenía el altar de la ofrenda quemada, el lavacro, los candelabros, las mesas de los panes de la proposición, y el altar del incienso; pero en el lugar santísimo no había ningún arca.

Los Servicios Diarios.-

El altar de la ofrenda quemada, que estaba en el atrio fuera del tabernáculo, siempre estaba siendo usado; esto es, siempre había un sacrificio sobre el altar. Cada mañana un cordero era ofrecido por la nación, y este cordero, después de haber sido preparado por los sacerdotes, era colocado sobre el altar, donde era lentamente consumida por el fuego. No se permitía que se quemara rápidamente, porque debía permanecer hasta la tarde, donde otro cordero era ofrecido, el cual tenía que quemarse hasta la mañana siguiente, cuando sería ofrecida otra ofrenda quemada.

De esta manera, siempre había un sacrificio en el altar, día y noche, un símbolo de la expiación perpetua provista en Cristo. No había ningún tiempo durante el cual Israel no estuviese cubierto por el sacrificio propiciatorio. En cualquier instante en que pecasen, ellos sabían que un cordero estaba sobre el altar y que el perdón estaba disponible, a través del arrepentimiento. La Enciclopedia Judía,

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Volumen 2, página 277, dice: “El sacrificio matutino expiaba los pecados cometidos durante la noche anterior, el sacrificio de la tarde expiaba los pecados cometidos durante el día.

En la mañana y en la tarde era ofrecida una oblación cada día del año y nunca podía ser omitida. Aun cuando deben haber habido ocasiones especiales que pedían sacrificios más elaborados, el sacrificio quemado de la mañana y de la tarde hecho por la nación, era ofrecido siempre. En el día Sábado esta ofrenda era doble: dos corderos eran ofrecidos en la mañana y dos en la tarde. Aun en el Día de la Expiación este ritual era llevado a cabo. En los capítulos 28 y 29 de Números, Dios enfatiza 16 veces, que ninguna otra ofrenda debía tomar el lugar de las ofrendas continuas quemadas. Cada vez que se menciona otro sacrificio, es declarado que este es fuera de aquella “ofrenda quemada continua”. De su naturaleza perpetua se le pasó a llamar sacrificio continuo, o diario.

Los sacerdotes que oficiaban en el santuario estaban divididos en 24 turnos, o divisiones, cada uno sirviendo dos veces al año, una semana en cada oportunidad. Los Levitas eran igualmente divididos, así como lo era el pueblo. Los corderos del sacrificio de la tarde y de la mañana eran provistos por el pueblo; y la sección del pueblo que proveía los corderos para alguna semana especial, enviaban sus representantes a Jerusalén en aquella semana, para ayudar en los servicios, mientras el resto del pueblo conducían una semana especial de devoción.

El cordero ofrecido en el servicio diario era una ofrenda quemada. Aun cuando era ofrecido por la nación como un todo, sin embargo servía con un propósito definido al individuo. Cuando un Israelita había pecado, tenía que traer una ofrenda apropiada al templo y allí confesar su pecado. No siempre era posible, sin embargo, hacer esto. Un ofensor podía vivir a una jornada de un día, o aun a varias semanas, de distancia de Jerusalén. Era imposible que él fuese al templo cada vez que pecaba. Para esos casos el sacrificio de la mañana y el de la tarde constituían una expiación substitutiva y temporaria. Significaba tanto consagración como aceptación por substitución. De la ofrenda quemada individual se dice que “debe ser aceptada por él”. Lev. 1:4. De la misma manera la ofrenda nacional era aceptada por la nación.

Necesitamos enfatizar bastante que la provisión temporaria hecha por el pecado en el sacrificio diario por la nación, era eficaz solamente si el ofensor hacía una confesión personal del pecado y traía su sacrificio individual por el pecado, de la misma manera que un pecador ahora es salvo a través del sacrificio de Cristo en el calvario, solamente si él acepta personalmente a Cristo. La muerte del Cordero de Dios en el Gólgota fue para todos los hombres, pero solamente aquellos que aceptan el sacrificio hecho y hacen una aplicación personal de él serán salvos. A la luz de estas condiciones la declaración de 1 Tim. 4:10 se vuelve más clara: Cristo “es el Salvador” de todos los hombres, especialmente de aquellos que creen”. Día tras día las vidas de los pecadores han sido perdonadas; han sido salvadas temporariamente y provisionalmente. Pero esta gracia extendida no les servirá de nada a menos que se arrepientan y se vuelvan a Dios.

En la expiación provisional general provista en el sacrificio de la mañana y de la tarde, la sangre del cordero no solo registraba los pecados cometidos, sino que también proveía una cubierta para ellos hasta que la ofrenda individual trajese una ofrenda por el pecado, o hasta que llegase el Día de la Expiación, en el caso que no hubiese arrepentimiento. Se entiende que algunos de los pecados así cubiertos nunca eran confesados. El registro de dichos pecados simplemente permanecía en el altar sin que se registrase su perdón. Estos pecados, como también los otros, contaminaban el tabernáculo del Señor. (Num. 19:13, 20). El periodo de gracia para los impenitentes y apóstatas expiraba en el Día de la Expiación, cuando todo aquel que no afligiese su alma era “cortado de su pueblo” (Lev. 23:29), esto es, era colocado al margen de la iglesia, excomulgado. Desde aquel día el altar era limpiado “de las inmundicias de los hijos de Israel” (Lev. 16:19), el registro de los pecados no confesados era eliminado en las últimas ceremonias de aquella solemne ocasión.

Visto espiritualmente, la ofrenda quemada nacional significaba dos cosas: primero, Cristo sacrificándose a Sí mismo por el hombre, proveyendo expiación para todos; segundo, el pueblo dedicándose ellos mismos a Dios colocando todo sobre el altar. Es a esto último que Pablo se refiere

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cuando amonesta a los cristianos, “presentad vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, aceptable ante Dios, el cual es vuestro servicio razonable”. Rom. 12:1.

Ofrendas Quemadas Generales.-

En contraste a las ofrendas mandatorias por el pecado, las ofrendas quemadas eran voluntarias, y eran ofrendas de olor agradable. Las ofrendas por el pecado no eran ni lo uno ni lo otro. Las ofrendas quemadas eran siempre quemadas sobre el altar. Las ofrendas por el pecado nunca eran quemadas sobre el altar, aun cuando la grasa si lo era. En los sacrificios quemados el ofrendante podía escoger el tipo de animal o ave que iría a usar. En las ofrendas por el pecado Dios prescribía el tipo de animal que Él quería, y el hombre no tenía ninguna alternativa. Habían también otras diferencias, principalmente en la ministración de la sangre, lo cual será analizado más adelante.

Las ofrendas quemadas eran las ofrendas más universales y características de todas. Ellas contenían en sí mismas las cualidades y los elementos esenciales de los demás sacrificios. Aun cuando eran voluntarias, ofrendas dedicatorias, y como tales no estaban directamente asociadas con el pecado, aun cuando fuese efectuada una expiación a través de ellas (Lev. 1:4). Job ofreció ofrendas quemadas por sus hijos, porque “tal vez mis hijos hayan pecado, y hayan maldecido a Dios en sus corazones”. Job 1:5. Fueron establecidas como “ordenadas en el Monte Sinaí como de olor agradable, un sacrificio hecho por fuego para el Señor”. Num. 28:6.

Para una ofrenda quemada, el ofrendante podía traer cualquier animal limpio normalmente usado para sacrificio. Se requería, sin embargo, que el animal fuese macho sin defecto. La persona tenía que ofrecerlo “de su propia voluntad a la puerta del tabernáculo de la congregación ante el Señor”. Lev. 1:3. Cuando él había seleccionado el animal, lo traía al atrio para que fuese aceptado. El sacerdote lo examinaba para ver si estaba de acuerdo con los requerimientos para los sacrificios. Después que había sido examinado y aceptado, el ofrendante ponía sus manos sobre la cabeza del animal. Después tenía que matarlo, sacarle la piel, y cortarlo en pedazos (versos 4-6). Cuando el animal era muerto, el sacerdote cogía la sangre, y la asperjaba alrededor del altar (verso 5, 11). Después que el animal ya había sido cortado en pedazos, las partes internas y las piernas eran lavadas en agua, para que toda impureza (suciedad) fuese removida. Después de efectuado todo esto, el sacerdote tomaba las piezas y las ponía en su debido orden sobre el altar de la ofrenda quemada, para que fuesen consumidas por el fuego (verso 9). El sacrificio colocado así sobre el altar incluía todas las partes del animal, la cabeza, los pies, las piernas, y el propio cuerpo, pero no incluía la piel. Esta le era dada al sacerdote oficiante (Lev. 1:8; 7:8).

En el caso que fuesen usadas tórtolas o palomas, el sacerdote las mataba arrancándoles la cabeza o esparciendo la sangre al lado del altar. Después de hecho esto, el cuerpo del ave era colocado sobre el altar donde era consumido como cualquier ofrenda quemada, siendo que las plumas y el buche tenían que ser removidos primero (Lev. 1:15-16).

Las ofrendas quemadas eran usadas en muchas ocasiones, tales como la purificación de la lepra (Lev. 14:19-20), la purificación de las mujeres después del parto (Lev. 12:6-8), y también para contaminación ceremonial (Lev. 15:15, 30). En estos casos era usada una ofrenda por el pecado y una ofrenda quemada. La primera expiaba el pecado, la segunda mostraba la actitud del ofrendante hacia Dios en una completa consagración del corazón. El ofrendante así, simbólicamente se colocaba él mismo sobre el altar, toda su vida devotada a Dios.

La ofrenda quemada fue notable en la consagración de Aarón y de sus hijos (Exo. 29:15-25; Lev. 8:18), como también en su iniciación al ministerio (Lev. 9:12-14). También era usada en conexión con el voto de los nazareos (Num. 6:14). En todos estos casos estaba para que fuese hecha una completa consagración del individuo a Dios.

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Ofrendas de Comidas y de Paz.-

El nombre dado a las ofrendas de comidas en la Versión Autorizada es “ofrendas comestibles”. Sin embargo, como no había carne en esas ofrendas, y como eran ofrendas de casi puros vegetales, sería mejor usar el término “ofrendas de comidas”, como siendo más correcto. Ellas consistían de productos como harina, maíz, aceite, vino, sal e incienso. Cuando eran ofrecidos al Señor, solamente una pequeña parte era colocada sobre el altar; el resto pertenecía al sacerdote. “Es una cosa muy santa de las ofrendas de Jehová hechas a fuego”. Lev. 2:3, VAR. Así como la ofrenda significaba consagración y dedicación, así la ofrenda de comida significaba sumisión y dependencia. Las ofrendas quemadas representaban una completa entrega de la vida; las ofrendas de comida eran un reconocimiento de soberanía y de mayordomía, de dependencia de un superior. Eran un acto de homenaje a Dios y un compromiso de lealtad.

Las ofrendas de comidas eran generalmente usadas en conexión con las ofrendas quemadas y de paz. Cuando la ofrenda de comida consistía de harina fina, era mezclada con aceite, y el incienso era colocado sobre ella (Lev. 2:1). Un puñado de esta harina con aceite e incienso era quemado como un memorial sobre el altar de ofrendas quemadas. Era “una ofrenda hecha con fuego, de olor agradable al Señor”. Lev. 2:2. Lo que quedaba después de haber colocado el puñado de harina sobre el altar, le correspondía a Aarón y a sus hijos. Era una “cosa muy santa de las ofrendas del Señor”. Verso 3.

Cuando la ofrenda consistía de queques o de hojaldres, tenían que ser hechas de harina fina mezclada con aceite, cortadas en pedazos y se le derramaba aceite encima (versos 4-6). A veces eran horneadas en una sartén (verso 7). Cuando eran así presentadas, el sacerdote tomaba una parte y la quemaba sobre el altar como memorial (versos 8-9). Lo que quedaba de las hojaldres le pertenecían a los sacerdotes y era contado como muy santo (verso 10).

Parece evidente que la ofrenda de harina y de hojaldres sin levadura ungidas con aceite, estaban queriendo enseñarle a Israel que Dios es el sostenedor de toda la vida, que eran dependientes de Él para la comida diaria, y que antes de compartir las generosidades de la vida, tenían que reconocerlo como el dador de todo. Este reconocimiento de Dios como el proveedor de las bendiciones temporales llevaría naturalmente sus mentes a la fuente de todas las bendiciones espirituales. El Nuevo Testamento revela esta fuente como siendo el Pan que descendió del cielo, que le da vida al mundo (Juan 6:33).

Las ofrendas de paz eran ofrecidas como una especie de ofrenda de gracias a Dios por Su misericordia, y en todas las ocasiones que llamaban a la alegría y a la felicidad. No habían ocasiones para hacer paz, sino que más bien una celebración en vista del hecho de que la paz había sido establecida. Dos fuerzas habían estado en desacuerdo. Ellos se reconciliaron, y en su alegría ofrecieron una ofrenda de paz a Dios. O uno había sido salvado de algún gran peligro y estaba agradecido o quería hacer un voto. Todas estas ocasiones llamaban a una ofrenda de paz.

Al seleccionar una ofrenda de paz, el ofrendante no estaba limitado para escoger. Él podía usar un buey, una oveja, un cordero, o un macho cabrío, macho o hembra. En la mayoría de las ofrendas tenía que efectuarse un sacrificio el cual tenía que ser “perfecto para ser aceptado”. Lev. 22:21. Sin embargo, cuando era presentada una ofrenda de paz como una ofrenda voluntaria, no era necesario que fuese perfecta. Esta podía ser usada aun cuando tuviese “cualquier cosa superflua o le faltase algo”. Lev. 22:23. Y en el caso de la ofrenda quemada, el ofrendante tenía que colocar su mano sobre la cabeza del sacrificio y matarla a la puerta del tabernáculo. La sangre era entonces asperjada sobre el altar por el sacerdote (Lev. 3:2). Después de esto la grasa era quemada: “Es la comida de la ofrenda hecha a fuego ante el Señor”. Verso 11. “toda la grasa es del Señor. Será un estatuto perpetuo para vuestras generaciones a través de vuestras edades, para que no comáis ni grasa ni sangre”. Versos 16-17.

Las ofrendas quemadas estaban diseñadas para dedicación y consagración por parte del ofrendante. Las ofrendas de comidas reconocían la dependencia del ofrendante ante Dios en todas las necesidades temporales y su aceptación de la responsabilidad de mayordomía. Las ofrendas de paz eran

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una ofrenda de alabanza por misericordias recibidas, una ofrenda de gratitud por alegres bendiciones recibidas; una ofrenda voluntaria proveniente de un corazón desbordante. Ellas no pedían ningún favor como tal; ellas le atribuyen alabanza a Dios por lo que Él ha hecho, y magnificaban Su nombre por Su bondad y misericordia con los hijos de los hombres.

Las ofrendas quemadas eran totalmente quemadas en el altar; las ofrendas por el pecado o eran quemadas fuera del campamento o eran comidas por el sacerdote; pero las ofrendas de paz eran divididas no apenas entre Dios y el sacerdote, sino que una parte, la mayor parte, le era dada al ofrendante y a su familia. La parte de Dios era quemada sobre el altar (Lev. 3:14-17). El sacerdote recibía el pecho que se mece y la espalda alzada (Lev. 7:33-34). El resto pertenecía al ofrendante, el cual podía convidar a cualquier persona limpia a participar con él. Debía ser comida el mismo día, o en algunos casos en el segundo día, pero no más tarde. (Versos 16-21).

Ofrendas por el Pecado.-

Cuando un israelita pecaba “por ignorancia contra cualquiera de los mandamientos del Señor su Dios en lo relacionado con cosas que no se deben hacer”, y era culpable, y cuando “en aquello que había pecado, viene a su conocimiento”, entonces tenía que traer una ofrenda por el pecado de acuerdo con las instrucciones específicas dadas por Dios (Lev. 4:22-23). El tipo de ofrenda a ser traída variaba de acuerdo a la situación y al rango del pecador. Si era sacerdote, tenía que traer “un buey joven sin mancha”. Verso 3. Si era un gobernante, tenía que traer “un macho cabrío joven de los rebaños, macho”. Verso 23. Si era una persona común del pueblo, tenía que presentar “una cabra joven de los rebaños, hembra”. Verso 28. Para algunos pecados diferentes tenía que traer “una hembra del rebaño, una cordera o una cabra de los rebaños”. Lev. 5:6. “Si él no podía traer un cordero, entonces tenía que traer por su transgresión, que él había cometido, dos tórtolas, o dos palomas”. Verso 7. Si él no podía traer esto, “entonces el que había pecado debe traer por su ofrenda la décima parte de un efa de harina fina como ofrenda por el pecado”. Verso 11.

Debemos observar que estas ofrendas eran todas hechas por pecados cometidos por ignorancia. (Lev. 4:2, 13, 22, 27). Una persona podía cometer un pecado y no saberlo. Puede haber estado “escondido de él”, como se observa en el capítulo 5, versos 2,3,4, y también en el capítulo 4, verso 13. Sin embargo, cuando él descubre su pecado, “cuando él tomaba conciencia del mismo, entonces él era culpable”. Lev. 5:3-4. En esos casos el hombre tenía que traer una ofrenda por su pecado. Pero esto no podía ser hecho si el pecado había sido cometido conscientemente o persistentemente. La ley relacionada con los pecados conscientes o con soberbia, algunas veces llamados “pecados hechos con la mano alzada”, dice: “Pero el alma que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. Por cuanto tuvo en poco la palabra de Jehová, y menospreció su mandamiento, enteramente será cortada esa persona; su iniquidad caerá sobre ella”. Num. 15:30-31.

Este punto debiera ser recordado. Cuando Israel pecaba deliberadamente al adorar al becerro de oro, y desafiantemente rehusó el llamado de Dios al arrepentimiento, “cayeron en aquel día del pueblo cerca de tres mil hombres”. Exo. 32:28. Cuando un hombre fue encontrado reuniendo leña el Sábado en abierta violación del mandamiento de Dios, no se le aconsejó que trajese una ofrenda por su pecado. Luego vino la orden, “Ciertamente el hombre tiene que ser muerto”. Num. 15:35. Cuando dos cometen adulterio, “entonces ambos tienen que morir”. Deut. 22:22. Si alguien maldice a su padre o a su madre, él “ciertamente morirá”. Exo. 21:17. Esta regla era válida para todas las transgresiones voluntarias. Habría degradado la concepción del hombre de la santidad de Dios si Él hubiese permitido traer un buey o un cordero por una transgresión deliberada de la ley.

Esto, sin embargo, no significa que un hombre no podía tener perdonados sus pecados. Los pecados, no importa cuán negros sean, pueden y eran perdonados, así como lo son ahora, a través del arrepentimiento y la restitución. Un hombre puede ser perdonado por adulterio, así como lo fue David,

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pero no haciendo una ofrenda. David entendió completamente que un cordero o un macho cabrío, o miles de ellos, nunca podrían pagar su transgresión. Él dijo verdaderamente, “porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Salmo 51:16-17.

Esto está en plena armonía con el mensaje profético a través de toda la Biblia. “¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Miq. 6:6-8. “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos”. Isa. 1:11. “Mas el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová tu Dios en Gilgal. Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. 1 Sam. 15:21-22.

Cuando un hombre en el Antiguo Testamento había pecado por ignorancia, haciendo “algo contra cualquiera de los mandamientos del Señor en relación a cosas que no deben ser hechas, y era culpable” (Lev. 4:27), tenía que traer un sacrificio, el cual dependía de su rango en la nación y también de su capacidad económica. Pero fuese cual fuere el animal que traía, los pasos preliminares eran los mismos para todos.

Primero, “será que, cuando sea culpable en alguna de estas cosas, confesará que ha pecado en aquella cosa” Lev. 5:5. Este es un paso importante. La confesión y el reconocimiento del pecado es el primer requisito para el perdón. Esta no es una confesión general. Él tenía que “confesar que había pecado en aquella cosa”. Es “aquella cosa” lo que contaba. Una confesión general no sería suficiente.

Habiendo reconocido su pecado, él tenía que “colocar su mano sobre la cabeza de la ofrenda por el pecado, y matar la ofrenda por el pecado”. Lev. 4:29.

Ha habido bastante análisis entre los teólogos en cuanto al significado de colocar la mano sobre la ofrenda por el pecado. Aquellos que no creen en el sufrimiento vicario, que no creen que uno puede sufrir por otro, resueltamente niegan que pueda existir algún significado específico en esta acción de colocar la mano, más allá de cierto compañerismo o identificación del uno con el otro. Otro grupo, y nosotros estamos entre ellos, ven en esta acción de colocar la mano un paso vital en el plan de la expiación de Dios: la transferencia del pecado desde el pecador hacia la víctima sin mancha. Bajo este punto de vista, la colocación de la mano posee un profundo significado; pero en el otro punto de vista pierde todo su significado.

Esto nos lleva a nosotros directamente a una consideración de la posibilidad de la transferencia del pecado. Tan vital es esto que tenemos que decir que si no existe esa transferencia del pecado, entonces Cristo no puede llevar nuestros pecados. Por otro lado, si esa transferencia existe, la colocación de la mano del pecador sobre el inocente sacrificio es la mejor ilustración de todo esto.

Parece superfluo tratar de probar que la Biblia enseña el llevar vicariamente el pecado. Aun cuando los críticos puedan negar la naturaleza Mesiánica esencial del capítulo 53 de Isaías, el cristiano simple no tiene dudas en relación a eso. Cuando él lee que uno que “ciertamente llevó (cargó) él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores”, y que “fue herido por nuestras transgresiones” y “molido por nuestros pecados”, él se rehusa a aplicar todo eso a cualquier otra persona, sino exclusivamente a Cristo. Para evitar este asunto, diciendo que se refiere a algún personaje desconocido o a Israel personificado o cualquier otro tipo de interpretaciones, parece como querer construir una teoría para evitar la posibilidad del sufrimiento y de la muerte vicaria. A la luz de la clara declaración de Juan 1:29, “he aquí el Cordero de Dios, que quita (en el margen dice “lleva”) el pecado del mundo”, nos sentimos justificados en aplicar la declaración de Isaías a Cristo, sobre quien se coloca “la

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iniquidad de todos nosotros”. Isa. 53:6. De ningún otro a no de ser de Cristo se puede decir, “Él llevará vuestras iniquidades”, verso 11. Solamente Él puede hacer “intercesión por los transgresores”, porque “él lleva los pecados de muchos”, y “por la transgresión de mi pueblo fue colocado el castigo sobre él”. Versos 12 y 8, margen.

Estos textos representan fielmente la enseñanza bíblica de la obra substitutoria de Cristo por nosotros. Él tomó nuestros pecados sobre Él y llevó (sufrió) la penalidad. Por sus llagas fuimos nosotros curados. Él “llevó nuestros pecados en su propio cuerpo al madero”. 1 Pedro 2:24. “El salario del pecado es muerte”. Rom. 6:23. “El alma que pecare, esa morirá”. Eze. 18:4. Solamente bajo la teoría de que Cristo tomó nuestros pecados sobre Sí mismo y se hizo responsable por nuestras fechorías, puede ser entendida Su muerte. Y esto es lo que la Biblia afirma.

Bajo estas condiciones, ¿por qué debiera pensarse algo extraño si en la enseñanza típica de la expiación este hecho debía ser revelado? Que el pecado puede ser transferido es plenamente afirmado en Levíticos 16. Observe esta declaración: “Y Aarón colocará ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus transgresiones en todos sus pecados, colocándolas sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará lejos por la mano de un hombre adecuado, hasta el desierto”. Verso 21.

Aquí Aarón se dice que confiesa “todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus transgresiones en todos sus pecados, colocándolas sobre la cabeza del macho cabrío”. Esto supone una doble transferencia de pecado; primero, Aarón lleva todos los pecados de Israel. Esto significa que de alguna manera estos habían sido transferidos hasta él desde Israel. Segundo, Aarón coloca estos pecados sobre Azazel, del cual se dice que “lleva sobre él todas las iniquidades hasta un lugar no habitado”. Verso 22. Está claro que existe una transferencia definida de pecados registrados. Aarón coloca los pecados sobre el macho cabrío, y el macho cabrío lleva los pecados. La transferencia es desde el pueblo hacia Aarón y de este hacia el macho cabrío.

Una transferencia es llevada a cabo similarmente en el caso de la ofrenda por el pecado. El hombre ha pecado. Él confiesa sus pecados, coloca sus manos sobre la cabeza del animal, y después lo mata. El animal lleva el pecado, y el pecado es sinónimo de muerte. Así el animal muere, y el hombre vive.

Esto es efectivamente enseñado en las ceremonias ligadas con la purificación del leproso, un símbolo significativo del pecado. “Esta será la ley del leproso en el día de su purificación: él será traído ante el sacerdote; y el sacerdote saldrá al campo; y el sacerdote mirará, y, si la plaga de lepra estuviere sanada en el leproso, entonces el sacerdote ordenará que éste tome, para purificarse, dos avecillas vivas, limpias, y madera de cedro y grana de hisopo.

Y mandará el sacerdote matar una avecilla en un vaso de barro sobre aguas corrientes. Después tomará la avecilla viva, el cedro, la grana y el hisopo, y los mojará con la avecilla viva en la sangre de la avecilla muerta sobre las aguas corrientes; y rociará siete veces sobre el que se purifica de la lepra, y le declarará limpio; y soltará la avecilla viva en el campo”. Lev. 14:2-7.

Se toman dos aves, y una es muerta. Entonces el ave viva es mojada en la sangre del ave muerta, después de lo cual es dejada “libre en el campo”. Una muere, y la otra es dejada libre. ¿Quién puede dejar de ver el bellísimo simbolismo de todo esto?

En el caso que el sacerdote ungido o toda la congregación hubiese pecado, un buey nuevo sin mancha era presentado como ofrenda. Después que el buey era muerto, el sacerdote tenía que “mojar su dedo en la sangre, y asperjar la sangre siete veces ante el Señor, ante el velo del santuario”. Lev. 4:6, 17. El sacerdote tenía también que colocar “parte de la sangre sobre los cuernos del altar con incienso agradable ante el Señor, el cual está en el tabernáculo de la congregación; y derramará toda la sangre del buey a los pies del altar de la ofrenda quemada, el cual está a la puerta del tabernáculo de la congregación”. Verso 7.

Cuando un gobernante o alguien común del pueblo pecaba, la sangre no era llevada dentro del santuario, como en el caso cuando un sacerdote o cuando toda la congregación pecaba, ni tampoco era

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asperjada ante el velo ni colocada sobre los cuernos del altar del incienso. No era llevada dentro del santuario. En esos casos “el sacerdote tomará la sangre de la ofrenda del pecado con su dedo, y la colocará sobre los cuernos del altar de la ofrenda quemada, y derramará su sangre a los pies del altar de la ofrenda quemada”. Verso 25 (Ver también los versos 30 y 34).

La pregunta puede ahora ser correctamente colocada: Si es verdad que los pecados eran transferidos al santuario por medio de la sangre, ¿cómo podía eso ser realizado cuando en estos casos la sangre no era llevada, de ninguna manera, dentro del santuario?

Para esto, la respuesta puede ser que, en estos casos la sangre era colocada sobre los cuernos del altar de la ofrenda quemada, y que este altar era una parte, y una parte vital, del santuario. Pero aun existe una respuesta adicional.

En los casos donde la sangre no era llevada dentro del santuario, ni era asperjada ante el velo, y no era colocada sobre el altar del incienso, la ley proveía que el sacerdote debía comer una parte de la carne de la ofrenda por el pecado. “La ley de la ofrenda por el pecado”, registrada en el capítulo seis de Levíticos, decía: “Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Esta es la ley de la ofrenda por el pecado: En el lugar donde era muerta la ofrenda quemada, será muerta la ofrenda por el pecado ante el Señor; es cosa santísima. El sacerdote que la ofreciere por el pecado, la comerá; en el lugar santo será comida, en el atrio del tabernáculo de la congregación”. Lev. 6:25-26.

Esta declaración es iluminadora. El sacerdote que ofrecía la ofrenda por el pecado tenía que comerla, aun cuando tuviese que compartirla con otros sacerdotes. “Todo varón entre los sacerdotes la comerán: es cosa santísima”. Verso 29. Existe una excepción, sin embargo, registrada en el verso 30: “Ninguna ofrenda por el pecado, de cuya sangre es llevada dentro del tabernáculo de la congregación para reconciliar también en el lugar santo, será comida: será quemada al fuego”. Este verso simplemente dice que cuando la sangre era llevada dentro del santuario, y cuando el sacerdote ungido o toda la congregación hubiese pecado, la carne no debía ser comida. Solamente en los casos en que algún gobernante o alguien común del pueblo pecaba y la sangre no era llevada dentro del santuario, entonces tenía que comerse la carne. ¿Por qué era esto así?

Ocurrió un incidente interesante e informativo en los comienzos de la historia del santuario. “Moisés preguntó por el macho cabrío de la ofrenda por el pecado, y se halló que había sido quemada; y se enojó con Eleazar e Itamar, los hijos que habían quedado de Aarón, diciendo: ¿Por qué no comisteis la ofrenda por el pecado en el lugar santo, viendo que es santísima, y Dios os la ha dado para llevar la iniquidad de la congregación, para hacer expiación por ellos ante el Señor? Ved que la sangre no fue llevada dentro del lugar santo; y vosotros debierais haberla comido en el lugar santo, tal como os lo mandé”. Lev. 10:16-18.

Moisés estaba enojado porque Eleazar e Itamar, los sacerdotes, habían quemado la ofrenda por el pecado, y él quiso saber por qué no habían “comido la ofrenda por el pecado en el lugar santo”. La razón que dio Moisés fue que “la sangre no había sido llevada dentro del lugar santo”, y viendo que esto no había sido hecho, dijo, “debierais haberla comido en el lugar santo, como yo mandé”. Se dio una razón adicional y más importante: “Dios os la dio para que llevéis la iniquidad de la congregación”. Esto es, al comer la carne estaban llevando sobre sí mismos la iniquidad del pueblo y estaban cargando sus pecados, para que pudiesen “hacer expiación por ellos ante el Señor”.

Estos versos hacen una contribución vital para nuestro conocimiento de la expiación, tal como fue revelada a Israel antiguamente. Este plan incluía el efectuar una expiación por el pueblo por el sacerdote, el cual, para hacerlo así, tenía que comer la carne de la ofrenda por el pecado, colocando así sobre sí mismo, o dentro de sí mismo, carne pecaminosa, llevando (cargando) entonces el pecado. Cuando los sacerdotes comían de esa carne, ellos “llevaban la iniquidad de la congregación”, y simbólicamente eran representantes de Cristo, y entonces podían “hacer expiación por ellos ante el Señor”.

Es interesante, en el caso particular que está ante nosotros, observar que Aarón, al defender a sus hijos, dice, “he aquí que hoy han ofrecido su ofrenda por el pecado y su ofrenda quemada ante el

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Señor; y esas cosas me han sucedido a mi; y si yo hubiese comido la ofrenda por el pecado hoy, ¿habría sido aceptable a la vista del Señor?”. Verso 19.

Dos de los hijos de Aarón ya habían sido muertos aquel día mientras ministraban ante el Señor. (Lev. 10:1-2). Del contexto queda claro que estaban intoxicados y ofrecieron fuego extraño, por cuya razón la advertencia relacionada con las bebidas fuertes es dada en los versos 8-11. Aarón, como se debiera esperar, estaba muy molesto a causa de esto, y ni él ni sus dos hijos que le quedaron estaban completamente reconciliados con lo que había sucedido. Cuando los hijos fueron amonestados por Moisés por no haber comido la carne de la ofrenda del pecado, Aarón vino en su ayuda (de sus hijos) recordándole a Moisés lo que había sucedido, diciendo en efecto, que bajo estas condiciones ellos no sintieron que debían cargar con los pecados del pueblo. Era suficiente que ellos cargasen sus propios pecados. “Y cuando Moisés escuchó eso, quedó satisfecho”. Verso 20.

Repasemos ahora esta situación. Cuando el sacerdote o toda la congregación pecaba, la sangre era llevada directamente dentro del santuario. Cuando un gobernante o alguien común del pueblo pecaba, el sacerdote colocaba parte de la sangre sobre los cuernos del altar de la ofrenda quemada, afuera, en el atrio, pero no llevaba la sangre dentro del santuario. En vez de eso, él comía parte de la carne de la ofrenda por el pecado. La tradición Judía dice que tenía que comer por lo menos un pedazo del tamaño de una aceituna. Comiendo esta carne él llevaba el pecado sobre sí mismo. Sin embargo, cuando la sangre era llevada dentro del santuario en ambos casos antes mencionados, la carne no tenía que ser comida. Era quemada fuera del campamento, de acuerdo con las indicaciones de Lev. 6:30, “no se comerá ninguna ofrenda por el pecado, cuya sangre haya sido llevada dentro del tabernáculo de la congregación para reconciliar además el lugar santo: será quemada con fuego”. El escritor de Hebreos reconoce esta misma ley cuando dice, “los cuerpos de esas bestias, cuya sangre es llevada dentro del santuario por el sumo sacerdote por el pecado, son quemados fuera del campamento”. Heb. 13:11.

Parece claro, que cuando los sacerdotes tomaban los pecados de la congregación sobre sí mismos comiendo la carne de la ofrenda por el pecado, ellos podían hacer eso, solamente porque anteriormente los pecados habían sido colocados sobre el animal a través de la confesión y de la colocación de la mano. El macho cabrío no había pecado; sin embargo llevaba “la iniquidad de la congregación”, y cuando los sacerdotes comían la carne, ellos llevaban la iniquidad, y Dios había dicho que ellos debían llevarla sobre sí mismos comiendo dicha carne. Este es el significado de la declaración que dice que “Dios os la dio para llevar la iniquidad”. Lev. 10:17.

Así como Cristo vino en semejanza de carne de pecado, así los sacerdotes comían la carne cargada con pecado del macho cabrío, sobre el cual el pecador había confesado sus pecados y había colocado su mano sobre él. De esta manera el pecado era transferido del pecador al sacerdote. El hombre estaba ahora libre; había sido perdonado; pero el pecado descansaba ahora sobre el sacerdote, o tal vez más correctamente, sobre el sacerdocio. Así todos los pecados confesados eran en figura transferidos al sacerdote, el cual, en la persona del sumo sacerdote, lidiaba directamente con Dios.

Cuando el sacerdote oficiante tomaba el pecado sobre sí mismo al comer la carne de la ofrenda del pecado, él se convertía en un pecador. Él podía oficiar por diez personas o por cien personas, durante la semana en que le tocaba oficiar en el tabernáculo. Él llevaba así los pecados de todas esas personas, pero ahora eran sus pecados, no eran más los de ellos. Las personas habían sido perdonadas y se habían ido felices. Lo que en realidad había sucedido era la transferencia del pecado al sacerdote. Un registro del pecado confesado había sido colocado sobre los cuernos del altar de la ofrenda quemada. Jeremías coloca esto así: “El pecado de Judá está escrito con cincel de hierro y con punta de diamante; está esculpido en la tabla de su corazón, y sobre los cuernos de sus altares”. Jer. 17:1. Pero el pecado propiamente dicho era llevado (cargado) por el sacerdote, y él era ahora un pecador.

No siendo capaz de expiar su propio pecado, él tenía ahora que traer una ofrenda por todos los pecados que cargaba. Esto él lo hacía; él colocaba todos los pecados que había colocado sobre sí mismo sobre el animal inocente, y así como la sangre era llevada dentro del santuario cuando un sacerdote

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pecaba, así ahora la sangre era traída al lugar santo y era colocada sobre los cuernos del altar del incienso y era asperjada ante el velo, detrás del cual estaba la ley que había sido transgredida.

Así, en figura, los pecados eran traídos dentro del santuario a través de la sangre asperjada y eran colocados sobre los cuernos del altar en el lugar santo (algunos pecados, los de los sacerdotes y los de la congregación), directamente; los de los gobernantes y los de las personas comunes, indirectamente a través del comer de la carne de la ofrenda del pecado por parte del sacerdote y al traer después una ofrenda por el pecado, por los pecados que él llevaba, cuya sangre también era llevada ante el velo. Así todos los pecados, ya sean del sacerdote o del pueblo, eran llevados de alguna manera dentro del santuario.

Es bueno recordar que el servicio que los sacerdotes realizaban, lo hacían como asistentes o como delegados del sumo sacerdote, ya que era imposible que él atendiese personalmente todo el trabajo que tenía que ser hecho. Al comienzo Aarón realizó todo el trabajo del santuario. Él ofreció el sacrificio diario; él limpiaba las lámparas; él colocaba el pan de la proposición; él asperjaba la sangre. A medida que la obra crecía, tareas bien definidas le fueron asignadas a otros, pero los sacerdotes apenas substituían al sumo sacerdote. Era reconocido como si todo ese trabajo hubiese sido realizado por el sumo sacerdote. En relación a esto, La Enciclopedia Internacional de la Biblia, en el Volumen 4, en la página 2439, dice:

“El sumo sacerdote tenía que actuar por los hombres en las cosas relacionadas con Dios, ‘para hacer propiciación por los pecados del pueblo’ (Heb. 2:17). Él era el mediador que ministraba la culpa. ‘El sumo sacerdote representaba a todo el pueblo. Todos los Israelitas estaban representados en él. La prerrogativa sostenida por él, le pertenecía a todos (Exo. 19:6)...’ (Vitringa). Que el sumo sacerdote representaba a toda la congregación parece ser, primero, por llevar los nombres tribales sobre sus hombros en las piedras de ónix, y, segundo, en los nombres tribales grabados en las doce gemas del efod. La explicación divina de esta doble representación de Israel en las vestiduras del sumo sacerdote es que, él debía llevar sus nombres ante Jah (Jehová) sobre sus hombros como memorial’ (Exo. 28:12, 29). Más aun, su atroz pecado envolvía al pueblo en su culpa: ‘Si el sacerdote ungido pecare de tal manera a traer culpa sobre el pueblo’ (Lev. 4:3). La Septuaginta dice, ‘Si el sacerdote ungido pecare de tal manera que hiciere pecar al pueblo’. El sacerdote ungido, desde luego, es el sumo sacerdote. Cuando él pecaba, el pueblo pecaba. Su acción oficial era reconocida como si fuese la acción de ellos. Toda la nación compartía la transgresión de su representante. Lo contrario también era justo y verdadero. Lo que él hacía en su condición oficial, tal como fue prescrita por el Señor, era reconocido como habiendo sido hecho por toda la congregación: ‘Todo sumo sacerdote... tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres”. Heb. 5:1).

Observe estas declaraciones: “El sumo sacerdote representaba a todo el pueblo. Todos los Israelitas eran reconocidos como estando en él... Cuando él pecaba, el pueblo pecaba. Su acción oficial era reconocida en su acción. Toda la nación compartía la transgresión de su representante. Lo contrario también era justo y verdadero”.

El sumo sacerdote en su capacidad oficial no era apenas un hombre. Él era una institución; él era un símbolo. No apenas representaba a Israel, sino que era la personificación de Israel. Él llevaba los nombres de Israel en las piedras de ónix “sobre ambos hombros como memorial”. Exo. 28:12. En las doce preciosas piedras en el efod él llevaba “el juicio de los hijos de Israel sobre su corazón ante el Señor continuamente”. Exo. 28:30. Por lo tanto él llevaba a Israel sobre sus hombros y en su corazón. Sobre sus hombros él llevaba la carga de Israel, en el efod, significando el asiento de la afección y del amor, él llevaba a Israel en su corazón. En la corona de oro sobre la mitra, en la cual estaba inscrito “Santidad al Señor”, él llevaba la “iniquidad de las cosas santas, las cuales los hijos de Israel hubieren consagrado en todas sus santas ofrendas”, y esto era para que “fuesen aceptados ante el Señor”. Versos 36-38.

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Adán fue el representante del hombre. Cuando él pecó, el mundo pecó, y la muerte pasó a todos los hombres. Rom. 5:12. “A través de la ofensa de un solo hombre reinó la muerte... a través de la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron hechos pecadores”. Versos 17-19.

De la misma manera, Cristo, siendo el segundo hombre y el último Adán, fue el representante del hombre. “Está escrito, el primer hombre Adán fue hecho un alma viviente; el último Adán fue hecho un espíritu vivificante... El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es el Señor del cielo”. 1 Cor. 15:45-47. “Así como por la ofensa de un juicio vino sobre todos los hombres la condenación; así por la justicia de uno vino el don gratuito sobre todos los hombres para justificación de vida”. Rom. 5:18. “Porque por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores, así por la obediencia de uno muchos pueden ser hecho justos”. Verso 19. “Así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos pueden ser hecho vivos”. 1 Cor. 15:22.

El sumo sacerdote, siendo en un sentido especial una figura de Cristo, también era el representante del hombre. Él representaba a todo Israel. Él llevaba sus cargas y pecados. Él llevaba la iniquidad de todas las cosas santas. Él llevaba su juicio (el de ellos). Cuando él pecaba, Israel pecaba. Cuando él hacía expiación por sí mismo, Israel era aceptado.

Llamamos especialmente la atención a la declaración previamente citada en relación a la cinta de oro que el sumo sacerdote llevaba grabada en su mitra. El registro de esto se encuentra en Exo. 28:36-39 y dice así: “Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella como grabadura de sello, SANTIDAD AL SEÑOR. Y la pondrás con un cordón azul, y estará sobre la mitra; por la parte delantera de la mitra estará. Y estará sobre la frente de Aarón, y llevará (cargará) Aarón la iniquidad de las cosas santas, las cuales los hijos de Israel hayan consagrado en todas sus santas ofrendas; y estará siempre sobre su frente, para que puedan ser aceptados ante el Señor”.

“Santidad al Señor” estaba inscrito en la lámina de oro, pero en agudo contraste con esto está la declaración que tenía que llevarla, “para que Aarón pudiese llevar la iniquidad de las cosas santas”,.. “para que Israel pueda ser aceptado ante el Señor”. Aarón, como representante de Dios, es considerado santo, y santidad está inscrito en la lámina. Pero él la llevaba, para que él pudiese llevar la iniquidad de las cosas santas y hacer expiación. Observe la declaración, “la iniquidad de las cosas santas”. Las cosas inanimadas, desde luego, son incapaces de acciones morales; una cosa muerta no es mala, ni puede cometer pecado. Pero la declaración dice que el sumo sacerdote lleva la iniquidad de las cosas santas. Las cosas santas del santuario estaban contaminadas, pero esto se debía a las “inmundicias de los hijos de Israel, y debido a sus transgresiones en todos sus pecados”. Lev. 16:16.

Como la sangre era asperjada o colocada sobre los cuernos del altar, como era asperjada hacia el velo, como era llevada al lugar santísimo en un recipiente y allí era asperjada, estos compartimientos y estas cosas se contaminaban y necesitaban una purificación. Esto era hecho en el Día de la Expiación. Pero lo significativo de esta declaración que está ante nosotros es esto: aun cuando las cosas santas estaban contaminadas por los pecados y por las transgresiones de Israel, era el sumo sacerdote el que llevaba la iniquidad de estas cosas. Los cuernos del altar llevaban el registro de los pecados cometidos; el sumo sacerdote llevaba los propios pecados. Observe nuevamente que cuando un hombre pecaba, el sacerdote mojaba su dedo en la sangre y hacía una marca en los cuernos del altar (Lev. 4:25, 30, 34).

Así como nosotros hacemos una huella digital, así el sacerdote colocaba su dedo ensangrentado sobre los cuernos, y su huella digital constituía el registro de los pecados cometidos y también era una evidencia de que una ofrenda había sido traída por este pecado. Lea nuevamente Jer. 17:1. “El pecado de Judá está escrito (registrado) con cincel de hierro, y con punta de diamante; está grabado en la tabla de su corazón, y sobre los cuernos de vuestros altares”.

Como es imposible que una cosa, como tal, lleve el pecado, podemos declarar confiadamente que la contaminación de las cosas santas del santuario eran el resultado “de las inmundicias de los hijos de Israel, y debido a sus transgresiones en todos sus pecados”, simbolizado por el asperjamiento de la sangre en el servicio diario. Así como la sangre de los animales que estaban cargados con el pecado era asperjada día tras día en el santuario, los lugares santos eran contaminados y a su debido tiempo

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necesitarían una purificación. Pero debiéramos tener en cuenta que el pecado existe solamente en lo que está relacionado con las personas, y que aun cuando el registro del pecado estaba escrito en la sangre en el santuario, en realidad el pecado podía ser llevado exclusivamente por una persona. Es con esto en mente que es hecha la declaración de que el sumo sacerdote llevaba siempre la lámina de oro en su frente, para que él “pudiese llevar la iniquidad de las cosas santas”, para que el pueblo “pudiese ser aceptado ante el Señor”. Exo. 28:38.

Solamente aquel que es santo puede llevar pecados por otros. El sumo sacerdote, llevando la inscripción “Santidad al Señor” en su frente, era tan perfectamente un símbolo de Cristo, como la humanidad puede presentarlo. Y como tal él llevaba los pecados del pueblo. Al mismo tiempo él también representaba a Israel. Él representaba así a Cristo en Su estado encarnado.

No negamos, sino que afirmamos, que los pecados eran transferidos por medio de la sangre al santuario, aun cuando sería mejor afirmar que el registro de los pecados era así transferido, si a través de esta declaración se entendía que aun el registro del pecado debía ser borrado para poder erradicar efectiva y totalmente el pecado. Esto está en armonía con la declaración encontrada en Patriarcas y Profetas, en la página 372: “Así el santuario era liberado, o purificado, del registro del pecado”.

Aun cuando sostengamos que la sangre contaminaba el santuario, no sostenemos que esta era la única manera por la cual era contaminado. El pecado contamina, y cualquier pecado, sea donde sea que haya sido cometido, ya sea que la persona haya presentado su ofrenda o no, contaminaba los lugares santos. Esto está claramente declarado en el capítulo 19 de Números: “Y el que fuere inmundo, y no se purificare a sí mismo, esa alma será cortada de la congregación, debido a que ha contaminado el santuario del Señor: el agua de la separación no ha sido asperjada sobre él; él es inmundo”. Verso 20. He aquí un hombre inmundo, y no se ha purificado a sí mismo; él no trae una ofrenda por su pecado; él no hace ningún esfuerzo para purificarse. Por esta razón él debe ser cortado, “debido a que él ha contaminado el santuario”. Él ni siquiera se acercó al santuario; pero lo contaminó. Esto es, el pecado en sí mismo contamina, no importa si el hombre trae una ofrenda o no (ver también el verso 13). Este principio posee una importancia vital sobre la disposición de los pecados cometidos pero de los cuales nos hemos arrepentido.

Esta declaración deja claro que fueron los pecados de Israel los que contaminaron el santuario y el altar. Esta contaminación continuaba durante el año en la ministración diaria. Cada mañana y cada tarde un cordero era muerto y su sangre era asperjada sobre el altar “alrededor”. Esto contaminaba el altar. En el caso de un sacerdote o de toda una congregación, la sangre de la víctima era asperjada en el lugar santo. Esto contaminaba el santuario. En el caso de un gobernante o alguien común del pueblo, la sangre era colocada sobre los cuernos del altar de la ofrenda quemada y la carne era comida por los sacerdotes. Esto transfería los pecados al sacerdocio y también contaminaban el altar. A través de estos medios tanto el santuario como el altar eran contaminados y el sacerdocio tenía que llevar los pecados. Los servicios del Día de la Expiación tenían que disponer de todos estos pecados y limpiar tanto el santuario como el sacerdocio y el pueblo.

El Día de la Expiación.-

El asperjamiento diario de la sangre en el santuario hacía necesaria una purificación periódica. Esto habría sido necesario en el estricto sentido físico, pero nosotros no trataremos eso aquí. Estamos particularmente interesados en el asperjamiento de la sangre como un acto simbólico, en la transferencia del pecado y de su registro en los lugares santos. Esta transferencia ya la hemos estudiado, y ahora consideraremos la purificación anual, la cual está registrada específicamente en el capítulo 16 de Levíticos.

En el verso 33 nos es informado que la expiación debía ser hecha por el santuario santo, el tabernáculo de la congregación, el altar, y también por los sacerdotes y por el pueblo.

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Esto divide la expiación en dos partes: expiación por el santuario, esto es, por las cosas santas; y expiación por las personas, esto es, por los sacerdotes y el pueblo. El propósito de la expiación por el pueblo se dice que es para “purificaros, para que seáis limpios de todos vuestros pecados ante el Señor”. Verso 30. En relación al santuario, se hace la siguiente declaración, “él hará una expiación por el lugar santo, debido a las impurezas de los hijos de Israel, y debido a sus transgresiones en todos sus pecados: y así hará por el tabernáculo de la congregación, que permanece entre ellos en medio de sus inmundicias”. Verso 16. En relación al altar se declara, “asperjará la sangre sobre él con su dedo siete veces, y lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel”. Verso 19.

Se observará que los lugares santos eran purificados no debido a algún pecado inherente o maldad en el santuario como tal, sino “debido a las inmundicias de los hijos de Israel, y debido a sus transgresiones en todos sus pecados”. Lo mismo es verdadero del altar. El sacerdote lo “purificará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel”. Verso 19.

Podemos muy bien levantar la siguiente pregunta: ¿Por qué era necesaria una purificación del pueblo? ¿Si ellos no hubiesen traído sus sacrificios de tiempo en tiempo a través del año, si no hubiesen confesado sus pecados, no se habrían ido perdonados? ¿Por qué necesitaban ser perdonados dos veces? ¿Por qué debían hacer una “recordación” de los “pecados todos los años”? ¿No debieran “los adoradores una vez purificados”, “no haber tenido ninguna conciencia más de sus pecados”? Heb. 10:3, 2. Estas preguntas demandan una respuesta.

Puede ser pertinente observar que la salvación es siempre condicional al arrepentimiento y a la perseverancia. Dios perdona, pero el perdón no es incondicional ni independiente del camino futuro del pecador. Observe cómo lo coloca Ezequiel: “Mas si el justo se apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Ninguna de las justicias que hizo deben ser mencionadas; por su rebelión con que prevaricó, y por el pecado que cometió, por ello morirá”. Eze. 18:24.

Este texto declara que cuando un hombre se aleja de lo justo, todas sus buenas obras “no deben ser mencionadas”. Lo inverso también es verdadero. Si un hombre ha sido impío, pero se vuelve de su mal camino, “todas sus transgresiones que él ha cometido, no le serán mencionadas: en su justicia que él ha hecho vivirá”. Verso 22.

Dios guarda una cuenta con cada hombre. Cada vez que sube una oración a Dios pidiendo perdón, proveniente de un corazón verdadero, Dios perdona. Pero a veces los hombres cambian de opinión. Ellos repudian su arrepentimiento. Muestran a través de sus vidas que su arrepentimiento no es permanente. Entonces Dios, en ves de perdonar absoluta y totalmente, retiene el perdón de los hombres y espera con el borramiento final de los pecados, hasta que hayan tenido tiempo suficiente para pensar detenidamente en el asunto. Si al final de sus vidas aun están en la misma posición, Dios los cuenta como infieles y en el día del juicio su registro no será limpiado.

Así fue con el Israel antiguo. Cuando el Día de la Expiación llegaba, todo ofensor tenía la oportunidad de mostrar de qué lado estaba y que anhelaba ser perdonado. Si estaba arrepentido, el pecado era borrado, y él era completamente purificado.

Día tras día durante el año los transgresores habían aparecido en el templo y recibían el perdón. En el Día de la Expiación estos pecados pasaban en revista ante Dios, o, tal como lo coloca Hebreos, había “una memoria de los pecados”. Heb. 10:3. En aquel día cada israelita verdadero renovaba su consagración a Dios y confirmaba su arrepentimiento. Como resultado, él no solamente era perdonado sino que era purificado. “En aquel día el sacerdote hará una expiación por vosotros, para purificaros, para que seáis limpios de todos vuestros pecados ante el Señor”. Lev. 16:30.

Debe haber sido con alegría en sus corazones que Israel volvía a casa en la tarde de aquel día “limpio de todos sus pecados”. ¡Maravillosa seguridad! La misma promesa es dada en el Nuevo Testamento: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y para purificarnos de nuestras injusticias”. 1 Juan 1:9. ¡No solamente perdón, sino purificación! ¡Limpio de “toda injusticia”, de “todos nuestros pecados”!

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“Oh, la dicha del glorioso pensamiento,mi pecado, no en parte sino que totalmente”.

En el Día de la Expiación el sumo sacerdote oficiaba primero en el sacrificio diario de la mañana, el cual era conducido en este día de la misma manera que en los otros días. (Num. 29:11). Después que este servicio había terminado, comenzaban los servicios especiales. El registro en el capítulo 16 de Levíticos nos lleva a la siguiente información:

El sumo sacerdote tenía primero que bañarse y ponerse las blancas ropas santas. A través del año él había estado vistiendo las ropas de sumo sacerdote, el lindo manto y el efod con las preciosas piedras. En este día, sin embargo, antes de entrar en el lugar santísimo, él se sacaba estas ropas y se ponía las ropas blancas de sacerdote, siendo la única diferencia entre él y el sacerdote, el cinturón blanco, y en que él llevaba puesta la mitra blanca de lino de sumo sacerdote, en ves de la gorra del sacerdote (Lev. 16:4; Exo. 28:39-40; 39:28).

Cuando él comenzaba el servicio, el sumo sacerdote recibía de la congregación dos machos cabríos y un carnero, los cuales, juntamente con su propia ofrenda por el pecado, un buey, eran presentados ante el Señor. Él mataba el buey, el cual era por sí mismo, y un sacerdote recogía parte de la sangre en un recipiente, revolviéndola de tal manera que no se coagulara, mientras el sumo sacerdote realizaba otra parte del servicio.

Después que el buey había sido muerto, el sumo sacerdote tomaba brazas del altar de la ofrenda quemada y las ponía en un incensario. También llenaba sus manos con incienso agradable, y, llevando tanto las brasas como el incienso, entraba en el tabernáculo en el lugar santísimo. Allí él colocaba el incensario sobre el propiciatorio, “para que la nube de incienso pudiese cubrir el propiciatorio que está sobre el testimonio, para que no muriese”. Lev. 16:13.

Habiendo terminado esta parte de la ceremonia, él salía y recibía del sacerdote la sangre del buey, la cual él llevaba hasta el lugar santísimo. Allí él asperjaba la sangre con su dedo sobre el propiciatorio hacia el Este. “y delante del propiciatorio será asperjada la sangre con su dedo siete veces”. Verso 14. A través de este acto él hacía expiación por sí mismo y por su casa”. Verso 6.

Antes que el buey fuese muerto, otra ceremonia era efectuada. Eran lanzadas suertes sobre ambos machos cabríos, una suerte para el Señor y la otra por Azazel (en inglés dice por el macho cabrío que escapa. El significado literal de la palabra “scapegoat”, quiere decir los sufrimientos que una persona tiene que soportar por otra persona). (Verso 8). El macho cabrío sobre quien recaía la suerte para el Señor tenía que ser ofrecido como ofrenda por el pecado (Verso 9). El otro, el macho cabrío que escapaba, tenía que ser presentado vivo ante el Señor, “para hacer expiación con él, y para dejarlo ir al desierto”. Verso 10.

Después que el sumo sacerdote salía del lugar santísimo, habiendo realizado el ritual con la sangre del buey, él mataba el macho cabrío de la ofrenda por el pecado que era por el pueblo. Entraba nuevamente en el lugar santísimo y asperjaba la sangre del macho cabrío, así como había asperjado la sangre del buey sobre el propiciatorio y ante el propiciatorio. (Verso 15). Esto hacía expiación por el lugar santísimo, “debido a las impurezas de los hijos de Israel, y debido a sus transgresiones en todos sus pecados”. Verso 16. Entonces hacía la misma cosa por el tabernáculo de la congregación, esto es, el lugar santo. Habiendo hecho expiación por el santuario, salía al altar y hacía expiación por él, colocando sobre los cuernos del altar tanto la sangre del buey como la sangre del macho cabrío. Él la asperjaba con su dedo siete veces, para “purificarlo, y santificarlo de las impurezas de los hijos de Israel”. Verso 19.

Habiendo así “puesto fin a la reconciliación del lugar santo, y el tabernáculo de la congregación, y del altar, tenía que traer el macho cabrío vivo: y Aarón tenía que colocar ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesar sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus transgresiones en sus pecados, colocándolos sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará lejos

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por la mano de un hombre adecuado al desierto; y el macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades a un lugar no habitado; y él lo dejará ir al desierto”. Lev. 16:20-22.

Habiendo sido terminada esta parte del servicio, Aarón se sacaba las ropas de lino, se lavaba a sí mismo con agua, y se ponía sus ropas regulares de sumo sacerdote . Versos 23-24. Entonces salía y ofrecía una ofrenda quemada por sí mismo y otra por el pueblo. Verso 24. La grasa de la ofrenda por el pecado era entonces quemada sobre el altar. El hombre que llevaba al macho cabrío que escapaba al desierto, tenía que bañarse a sí mismo y lavar sus ropas, antes que pudiese volver al campamento. El hombre que había dispuesto el buey, cuya sangre había sido llevada dentro del santuario y cuyo cuerpo fue quemado fuera del campamento, también tenía que lavar sus ropas y bañarse a sí mismo con agua antes que pudiese volver. Versos 26-28. La ofrenda especial mencionada en Num. 29:7-11, que consistía de un buey, un carnero y siete corderos para una ofrenda quemada, y “un macho cabrío joven para ofrenda por el pecado; fuera de la ofrenda por el pecado de la expiación”, era entonces ofrecida antes del sacrificio regular de la tarde.

Del trabajo realizado en ese día el registro dice, “en ese día el sacerdote hará una expiación por vosotros, para purificaros, para que podáis ser limpios de todos vuestros pecados ante el Señor”. Lev. 16:30. Un resumen es dado en el verso 33: “Él hará una expiación por el santo santuario, y hará una expiación por el tabernáculo de la congregación, y por el altar, y hará una expiación por los sacerdotes, y por todas las personas de la congregación”.

Es nuestro deber ahora inquirir cómo la expiación era traída y cómo el simbolismo responde a la realidad. ¿Cómo podía el santuario ser purificado con sangre cuando a través de ese mismo medio era contaminado? ¿No iría la sangre a contaminar aun más el santuario, antes que purificarlo?

Llamamos la atención a la declaración encontrada en Num. 35:33, que dice: “No contaminaréis la tierra donde estáis; porque la sangre contamina la tierra; y la tierra no puede ser purificada con la sangre que es derramada en ella, sino que a través de la sangre del que la derramó”.

Este texto personifica el principio en el cual por analogía es aplicable a la purificación del santuario. “La sangre contamina la tierra”. Eso está claro. “La tierra no puede ser purificada... sino por la sangre del que la derramó”. De acuerdo con esto, la sangre contamina y la sangre limpia. Esta es la situación en el santuario.

Tenemos que tener en mente que ningún tipo es una exacta contrapartida de aquello que se trata de hacer entender. La verdadera obra de la expiación en el cielo envuelve tantos factores que es imposible encontrar un paralelo exacto en la tierra. Cristo vivió, murió y resucitó. ¿Cómo puede ser encontrado un tipo para ilustrar esto? Un cordero puede representar a Cristo y ser muerto tal como lo fue Él. ¿Pero cómo se puede mostrar la resurrección? Tiene que usarse otro animal vivo, pero el tipo no es perfecto.

El sumo sacerdote tipificaba a Cristo. Pero Cristo era sin pecado, y el sumo sacerdote no lo era. Cualquier ofrenda que ofreciese el sumo sacerdote a causa de sus propios pecados, no se adecuaba por lo tanto al tipo. Por estas razones muchas ceremonias eran necesarias para ilustrar la obra completa de Cristo; y aun así hubo problemas para ilustrarla completamente. El sacerdote tipificaba ciertos aspectos del ministerio de Cristo. Lo mismo sucedía con el sumo sacerdote, el velo, los panes de la proposición, el incienso, el cordero, el macho cabrío, la ofrenda de la comida, y muchos otros ítems en el servicio del santuario. El compartimiento santo tenía su significado; también lo tenía el lugar santísimo, el atrio, el altar, el lavacro, el propiciatorio. Casi todas las cosas eran simbólicas, desde las vestiduras de los sacerdotes hasta las cenizas usadas para asperjar lo impuro. Pero ni todo eso colocado junto constituía un tipo completo, y mucho de ello reflejaba muy imperfectamente el original.

Hemos observado anteriormente que Aarón no solamente representaba al pueblo sino que prácticamente estaba identificado con él. Lo que él hizo lo hicieron ellos. Lo que ellos hicieron lo hizo él. Hagamos un hincapié en esto nuevamente.

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El sumo sacerdote “representaba a todo el pueblo. Todos los Israelitas eran reconocidos como estando en él”. En él “todo pertenecía al sacerdocio reuniéndolo él mismo y alcanzaba su culminación”. “Cuando él pecaba, el pueblo pecaba”.

Adán fue el representante del hombre. Por medio de él “el pecado entró en el mundo”. Por su “desobediencia muchos fueron hecho pecadores”. Y así “por medio de la ofensa de un hombre la muerte reinó por uno”, y “a través de la ofensa de uno muchos murieron”. Rom. 5:12, 19, 17, 15.

Cristo también fue el representante del hombre. Él fue el segundo hombre y el último Adán. “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es el Señor del cielo”. 1 Cor. 15:47. Este segundo hombre, “el Señor del cielo”, deshizo todo lo que el primer hombre hizo a través de su transgresión. Por la desobediencia del primer hombre “muchos fueron hecho pecadores”. Por la obediencia del segundo hombre “muchos serán hecho justos”. Rom. 5:19. Por la ofensa del primer hombre, “vino el juicio sobre todos los hombres para condenación”. Por la justicia del segundo hombre, “el don gratuito vino sobre todos los hombres para justificación de vida”. Verso 18. Y, “así como todos mueren en Adán, así todos serán resucitados en Cristo”. 1 Cor. 15:22.

El sumo sacerdote era un tipo de Cristo y un representante de la nación. Como representante de la nación estaba identificado con sus pecados y era meritorio de muerte. Como un tipo de Cristo él era su mediador y salvador. En ambos casos él negociaba con Dios a favor del pueblo. En este sentido él era el pueblo. Si Dios lo rechazaba a él, también rechazaba al pueblo en él. Por esta razón el pueblo estaba ansioso de escuchar el sonido de las campanas en el Día de la Expiación. Cuando finalmente la expiación había sido efectuada y la reconciliación estaba completa, el sonido de las campanas cuando el sumo sacerdote volvía a colocarse sus propias ropas, era la señal de que Dios había aceptado al substituto. Cuando él salía y el sonido era claramente escuchado por todos, su alegría y agradecimiento era profundo. Dios los había una vez más aceptado en la persona del sumo sacerdote.

Cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo en el Día de la Expiación, entraba como siendo el representante del pueblo. En él Israel aparecía ante el Señor para dar cuenta de sus pecados cometidos durante el año. El registro de estos pecados aparecían en forma de sangre sobre el altar de la ofrenda quemada y en el lugar santo. Con el Día de la Expiación llegaba el día de la reconciliación, el día del juicio, cuando todos los pecados tenían que pasar en revista ante Dios. El sumo sacerdote aparecía en la presencia de Dios, aun cuando el velo del incienso lo protegía. Por primera vez en ese año el pecado era traído ante Dios al lugar santísimo. El sumo sacerdote asperjaba la sangre del buey “sobre el propiciatorio hacia el Este; y ante el propiciatorio asperjará la sangre con su dedo siete veces”, y recibirá “expiación por sí mismo, y por su casa”. Lev. 16:14, 11. Él estaba limpio. Sea cuales fuesen los pecados con los cuales estaba identificado, sea cuales fuesen los pecados por los cuales era responsable, en figura habían sido transferido al santuario. Él estaba limpio; pero el santuario no lo estaba.

En nuestra consideración de los sacrificios por el pecado, se ha hecho hincapié en la colocación de la mano sobre la cabeza de la víctima, a través de lo cual era transferido a la víctima. En cada caso la víctima moría con la culpa colocada sobre su cabeza, moría por el pecado. Así Cristo tomó nuestros pecados sobre Sí mismo y fue hecho pecado. Siendo hecho pecado, tenía que morir, porque el salario del pecado es muerte.

Cristo, sin embargo, murió no solamente por el pecado sino que por los pecadores. Cuando Él murió por el pecado, Él murió debido a que se identificó a Sí mismo con nosotros y tomó nuestros pecados sobre Sí mismo. Él murió por los pecados porque nuestros pecados fueron colocados sobre Él, y Él tenía que cargar la penalidad. Muriendo así por los pecadores, Él satisfizo los reclamos de la ley.

Cristo murió no solamente como un substituto por el pecador sino que también como Aquel sin pecado. Tomando nuestros pecados sobre Sí mismo, lo decimos reverentemente, Él tenía imperiosamente que morir; la ley lo exigía. Pero personalmente Cristo no había pecado. Él era sin pecado; pero aun así murió. Y la muerte de Aquel sin pecado cumple una parte bien definida en el plan

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de Dios. Su muerte como pecador satisface los reclamos de la ley. Su muerte como Aquel sin pecado provee el rescate y libera al pecador de la muerte.

Después que el sumo sacerdote había ofrecido el buey y había asperjado su sangre sobre el propiciatorio y ante el propiciatorio, él tenía que “matar el macho cabrío de la ofrenda por el pecado, esto es por el pueblo, y traer su sangre dentro del velo, y hacer con esa sangre lo mismo que había hecho con la sangre del buey, y asperjarla sobre el propiciatorio, y ante el propiciatorio; y tenía que hacer una expiación por el lugar santo, debido a las impurezas de los hijos de Israel, y debido a sus transgresiones en todos sus pecados; y así tenía que hacer por el tabernáculo de la congregación, que estaba en medio de ellos, en medio de sus impurezas”. Lev. 16:15-16.

Anteriormente se ha observado, pero puede ser aquí enfatizado, que la sangre del buey y la del macho cabrío cumplían dos objetivos diferentes. El primero hacía expiación por Aarón y su casa. El segundo hacía expiación por el pueblo y por el santuario. (Versos 11, 15-16). No se dice nada de la sangre del buey como haciendo expiación por o para purificar el santuario, pero esto es definitivamente declarado de la sangre del macho cabrío. (Versos 15-16). Esto tiene que ser llevado en consideración debido a las siguientes razones:

En todos los casos donde se hacía una expiación por una persona, con apenas una pequeña excepción, la expiación se llevaba a cabo a través de la sangre, e indicaba transferencia de pecados hacia el santuario. El pecador transfería sus pecados hacia la víctima, la cual era muerta, y la sangre era asperjada sobre el altar de la ofrenda quemada o en el lugar santo en el santuario. La sangre, debido a que los pecados eran confesados sobre la víctima, puede ser llamada de sangre cargada de pecado, típicamente y ceremonialmente contaminaba el lugar donde era asperjada. De esta manera el santuario era contaminado (era hecho impuro).

Cuando el sumo sacerdote en el Día de la Expiación salía después de haber asperjado la sangre del buey, él estaba limpio. Cualesquiera que fuesen los pecados que llevaba, de los cuales era responsable, habían sido confesados y transferidos al santuario. Cuando él salía del lugar santísimo estaba limpio, libre, santo, era un tipo de Cristo, Aquel sin pecado. Había confesado sus pecados, le habían sido perdonados, y no tenía ninguna otra confesión que hacer. El macho cabrío para el Señor, cuya sangre estaba a punto de asperjar, también tipificaba a Aquel sin pecado. En todas las ofrendas durante el año, la muerte de Cristo como aquel que lleva el pecado, era representada. Él fue hecho pecado, el que no conoció pecado. En el macho cabrío en el Día de la Expiación, Él era tipificado como el escogido de Dios, inocente, incontaminado, sin pecado.

Repitamos: en el macho cabrío ofrecido en el Día de la Expiación tenemos una referencia simbólica a la muerte de Cristo sin pecado, “el cual es santo, inocente, incontaminado, separado de los pecadores, y hecho más alto que los cielos”. Heb. 7:26. La sangre de este macho cabrío poseía eficacia purificadora. Hacía posible la purificación del santuario.

El servicio del tabernáculo terrenal era típico de la obra llevada a cabo en el santuario celestial, donde es llevado un completo registro de los pecados cometidos y de los pecados confesados. Cuando llegaba el Día de la Expiación, se suponía que todo Israel tenía sus confesiones registradas en la sangre en el santuario. Para completar la obra, era necesario tener el registro removido, para que los pecados pudiesen ser perdonados, para purificar el santuario de su contaminación a través de la sangre. Antes que esta purificación específica fuese realizada, el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo con la sangre del buey y hacía expiación por sí mismo y por su casa. Habiendo sido hecho esto, comenzaba la obra de la purificación. El lugar santísimo era purificado con la sangre del macho cabrío, después venía el lugar santo. Así el registro del pecado era borrado. Después de esto era purificado el altar. “Él asperjará de la sangre sobre él con su dedo siete veces, y lo purificará, y lo santificará de las impurezas de los hijos de Israel”. Lev. 16.19.

Así él hacía con que “la reconciliación llegase a un término en el lugar santo, y en el tabernáculo de la congregación, y en el altar”. Verso 20. Después que eran llevadas a cabo las ceremonias de este día, todo estaba purificado, reconciliado y expiado.

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Azazel (macho cabrío que escapa).-

Cuando eran echadas suertes sobre los dos machos cabríos tomados de la congregación, una suerte era para el Señor y la otra era para Azazel (Lev. 16:8). Algunos creen que ambos machos cabríos eran un símbolo de Cristo, representando dos fases de Su obra expiatoria. Otros creen que representan dos fuerzas opuestas, y que así como uno es “para el Señor” y el otro “para Azazel”, este último tiene que ser “para Satanás”. Algunos estudiosos, probablemente la mayoría, sostienen que Azazel es un espíritu personal, malvado, sobrehumano; otros sostienen que significa “alguien que remueve”, especialmente “a través de una serie de actos”. Parece más razonable creer que así como uno de los machos cabríos es para el Señor, un ser personal, el otro también es para un ser personal. Más aun, así como ambos machos cabríos son evidentemente opuestos, el punto de vista más consistente sería el que sostiene que Azazel se opone al Señor. Siendo así, no puede ser otro a no ser Satanás.

Mientras nosotros consideramos que el peso de la evidencia está a favor de considerar a Azazel como un espíritu personal, malvado, existen sin embargo algunas dificultades en este punto de vista, las cuales debieran ser consideradas. La principal entre ellas es la declaración de que Azazel “será presentado vivo ante el Señor, para hacer una expiación con él, y dejarlo ir al desierto”. Lev. 16:10. Si Azazel representa a Satanás, ¿cómo puede ser posible “hacer una expiación con él”?

Nosotros creemos que haciendo una consideración del oficio de Azazel nos dará una solución para este problema.

Azazel era colocado en evidencia en el Día de la Expiación, solamente después que la obra de reconciliación había sido hecha. Después que Aarón “había terminado la reconciliación del lugar santo, y del tabernáculo de la congregación, y del altar, él traerá el macho cabrío vivo; y Aarón colocará ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus transgresiones en todos sus pecados, colocándolos sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará lejos a través de la mano de un hombre adecuado al desierto; y el macho cabrío llevará sobre él todas las iniquidades hasta un lugar no habitado; y él dejará ir el macho cabrío al desierto”. Lev. 16:20-22.

El sacerdote había terminado la reconciliación; el santuario y el altar habían sido purificados; la expiación había sido hecha; se había terminado la purificación; entonces, y no antes, aparecía el macho cabrío para cumplir su papel especial. De tal manera que el macho cabrío no tenía una participación en la expiación, la cual ya había sido realizada, con la sangre del macho cabrío para el Señor. Esa obra estaba terminada, completada.

Se hace la objeción de que como la iniquidad de los hijos de Israel era colocada sobre la cabeza de Azazel, nuestro argumento no puede ser el correcto. El texto en cuestión, dice que Aarón “confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus transgresiones en todos sus pecados, colocándolos sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará lejos a través de la mano de un hombre adecuado al desierto”. Lev. 16:21.

Consideremos esto. Muchos pecados admiten una responsabilidad compartida. La persona que comete el pecado está más dispuesta a blasfemar, aun cuando esto no sea siempre el caso. Algunos han sido llevados a pecar. El hombre que educa un hijo a robar no puede escapar de su responsabilidad diciendo que él mismo no roba. Los padres que fallan en colocar principios justos en sus hijos, algún día tendrán que rendir cuentas. Es así como tiene que ser. Excepto en el caso de Satanás, la responsabilidad por el pecado no es fácil de seguir en una única persona solamente.

Esto nos lleva a una consideración de los pecados que Satanás lleva, los pecados que los hombres llevan, los pecados que Cristo lleva. Es bueno tener en mente, sin embargo, que solamente Cristo lleva los pecados en una expiación substitutiva. Los hombres y Satanás llevan los pecados a través de algo merecido y de un correspondiente castigo.

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Que Satanás debiera sufrir por sus pecados personales es axiomático. Él es un asesino desde el comienzo y es el originador del pecado. Si finalmente el pecado tiene que ser castigado, Satanás no puede escapar. Su responsabilidad va más allá que sus pecados personales, va hasta los pecados que él ha hecho con que otros cometan. Esto abarca todo pecado, sea quien sea el que los haya cometido. Él es el responsable por los pecados de los ángeles que cayeron, y él es responsable por los pecados de los hombres. No hay ningún pecado que haya sido cometido en alguna parte, ya sea en el cielo o en la tierra, del cual él no sea primariamente responsable. Ya sea que el pecado sea cometido por un santo o por un pecador, Satanás es el instigador de él. Esto no significa que los ángeles que pecaron no tendrán que sufrir por lo que hicieron; ni tampoco quiere decir que los hombres no tienen ninguna responsabilidad en todo esto. Apenas es justo y equitativo que cada pecador lleve el castigo de sus pecados hasta donde él sea culpable. Satanás no lleva su pecado (el de los hombres y el de los ángeles caídos) como tal. Ellos tienen que llevar su propio pecado. El pecado por el cual él será hecho responsable es su maligna obra en tentarlos a pecar, urgiéndolos a pecar, atrayéndolos a su propia ruina.

El principio de la responsabilidad compartida es ilustrado en el pecado de nuestros primeros padres. Satanás los tentó y ellos cayeron. Debido a la participación de Satanás en el pecado, la serpiente fue maldita; debido al pecado de Adán y Eva, ellos fueron expulsados del Edén. Dios no hizo responsables apenas a Adán y Eva, ni tampoco los excusó. Satanás era culpable; así también lo fue el hombre. No habían circunstancias atenuantes. Todos eran culpables, y fueron castigados, cada uno de acuerdo a sus merecimientos. Este principio de responsabilidad compartida, ilustrado en el trato de Dios con el primer pecado, aun permanece en pie. Es ordenado por Dios, y su justicia encuentra una respuesta en el propio sentido de justicia del hombre.

Así como Satanás es responsable por los pecados de todos los hombres, estos pecados tienen que ser colocados finalmente sobre él, y él tiene que soportar el castigo por los mismos. Este castigo no es expiatorio; ni es substitutivo; no es expiatorio, excepto en el sentido de que un criminal expía sus pecados siendo colgado en la horca. Él simplemente sufre por sus propios pecados y por su influencia en hacer con que otros pequen.

El principio de la responsabilidad compartida es verdadero para todo pecado, excepto para los pecados personales de Satanás. “Cuando él dice una mentira, de lo suyo habla; porque él es un mentiroso, y es el padre de la mentira”. Juan 8:44. Podemos concebir a un hombre que haya caído tan bajo, que necesita muy poco trabajo por parte de Satanás para caer aun más bajo. Pero aun en esos casos Satanás lleva su parte de responsabilidad, porque él hizo con que ese hombre iniciara su camino descendiente. Él es responsable en el caso del peor pecador como también lo es en el caso de pecadores “respetables”.

La culpa de Satanás es particularmente nefasta en el caso de los profesos cristianos. Ningún cristiano quiere pecar. Ellos lo detestan. Pero Satanás los tienta. El hombre resiste mil veces, y mil veces vuelve Satanás. Finalmente el hombre cede; y peca. Pero se arrepiente rápidamente; pide perdón. El pecado ha sido registrado en el cielo. Ahora el perdón es colocado al lado del pecado. El hombre está feliz. Él está perdonado. Él ha colocado sus pecados sobre Cristo, el gran cargador de pecados, quien voluntariamente se los coloca sobre Sí mismo, paga la penalidad, y sufre el castigo debido al pecador.

Entonces viene el juicio final. El pecado es borrado. El registro del hombre está limpio. ¿Pero qué sucede con Satanás en su participación en haberlo hecho pecar? ¿Se ha hecho una expiación por eso? No se ha hecho. Satanás tiene que sufrir por eso por sí mismo.

Algunos han concluido erradamente que si los pecados de Israel son finalmente colocados sobre Satanás, él debe tener alguna participación en la expiación. Esto es un gran error. Satanás no tiene ninguna participación en la expiación vicaria; los santos de ninguna manera deben estarle agradecidos; el cargar sus pecados de ninguna manera está relacionado con la salvación; esta obra es maligna y solamente maligna.

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Como Cordero de Dios, Cristo lleva el pecado del mundo (Juan 3:16). Todos los pecados acumulados de los hombres fueron colocados sobre Él. Él es el “Salvador de todos los hombres, especialmente de aquellos que creen”. 1 Tim. 4:10. Mientras Cristo murió por todos, Él murió eficazmente solo por aquellos que aceptaron Su sacrificio. Aquellos que no Lo aceptaron como su Salvador tienen finalmente que llevar sus propios pecados.

Pero aun aquellos que finalmente rechazan el ofrecimiento de salvación han sido los beneficiarios de la expiación de Cristo. Ningún pecador tiene ningún derecho a la vida, y su continuada existencia y oportunidades de aceptar la salvación le es provista solamente por el sacrificio en el Calvario. El tiempo de prueba le es garantizado a él para que tome sus decisiones, y este tiempo es comprado con sangre.

Cuando finalmente él decide irrevocablemente no aceptar la vida bajo las condiciones en que le es ofrecida, la muerte es cierta, y él tiene que arcar con las consecuencias. Dios no puede hacer nada más por él. La salvación le ha sido ofrecida una y otra vez, y él la ha despreciado. El Espíritu Santo lo abandona. Él (el hombre) ha decidido su propio caso.

En el servicio del santuario los principios simples de la salvación eran claramente enseñados. Un pecador arrepentido traía su cordero, colocaba su mano sobre su cabeza, confesaba su pecado, y entonces mataba el cordero. El sacerdote entonces ministraba la sangre y comía la carne, mientras el hombre se iba perdonado. Al comer la carne el sacerdote tomaba el pecado sobre sí mismo, volviéndose por lo tanto un tipo de Él, el cual se hizo pecado por nosotros. En el Día de la Expiación el sumo sacerdote, llevando los pecados acumulados del año, hacía expiación por todos los pecados confesados con la sangre del macho cabrío que le correspondía al Señor, borrándolos así y no permanecía ni siquiera el registro de los mismos. El arrepentido Israel en aquel día no apenas tenía sus pecados perdonados, sino que eran borrados, y no existían más. Aquellos que no habían confesado sus pecados y no habían recibido perdón eran cortados, excomulgados, un tipo de su separación final del favor de Dios y del mundo de los vivientes.

Esta es la simple lección de la salvación tal como es enseñada en el santuario. En la ofrenda quemada diaria, Israel veía a Cristo como el Salvador de todos los hombres, un continuo sacrificio disponible para todos, proveyendo temporalmente y provisionalmente por todos los pecados, confesados y no confesados. En la ofrenda por el pecado ellos veían a los hombres aceptando por la fe la salvación ofrecida y recibiendo perdón. En el Día de la Expiación ellos veían al sumo sacerdote haciendo expiación, y proveyendo completa purificación para aquellos que ya tenían sus pecados perdonados y que aun eran penitentes, que se humillaban humildemente ante el lugar de habitación de Dios. Con esto la expiación estaba completa, y nada podía ni necesitaba ser adicionado. En aquel día los pecados eran borrados, y aun el registro no existía más. En el macho cabrío Azazel ellos veían el juicio final de Dios sobre Satanás y el pecado, y la seguridad de un universo purificado.

Cuando el macho cabrío Azazel era conducido lejos, no con una marcha triunfal liderada por el sumo sacerdote, sino que en una triste procesión liderada por un hombre escogido para eso, ellos veían en figura el destino de todos aquellos que se alejaban de Dios. Así como un criminal es llevado a la horca, así Azazel con un manto alrededor de su cuello era llevado a la destrucción. Así como el criminal expiaba de esa manera su transgresión, así Azazel lo expiaba de la misma manera, no con una expiación para salvación, sino que una expiación punitiva para muerte.

El día del juicio final incluye no solamente el borramiento de los pecados de los justos, sino que también la erradicación del pecado del universo. Incluye el colocar sobre la cabeza de Satanás todo pecado del cual él es responsable, y el “cortar” de todos aquellos que no afligieron sus almas. De la misma manera, en el servicio del santuario, los pecados eran colocados sobre la cabeza de Azazel, después que la purificación del santuario había sido terminada (completada). Entonces aquellos que no se habían arrepentido eran “cortados”. Lev. 16:20-22; 23:29.

El llevar lejos a Azazel debe haber sido un momento solemne para todo Israel. En él cada hombre tenía una vívida ilustración de lo que le habría sucedido a él si hubiese fallado en cumplir con su deber

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ante Dios. Llevándolo lejos del campamento, hasta el desierto, solo y abandonado, víctima del hambre y de la sed, del calor y del frío durante la noche, rodeado por animales salvajes y de otros peligros de la noche, cargado de pecado y con la maldición de Dios sobre sí mismo, así era el destino de Azazel, y este hubiera sido el destino de aquellos que se alejaban de Dios. La lección debe haber sido vívida y poderosa, de manera que no fuese fácilmente olvidada.

Extractos de los Escritos de Ellen G. White Acerca del Templo.-

“Desde las edades eternas, había sido el propósito de Dios que todo ser creado, desde el resplandeciente y santo serafín hasta el hombre, fuese un templo para que en él habitase el Creador. A causa del pecado, la humanidad había dejado de ser templo de Dios. Ensombrecido y contaminado por el pecado, el corazón del hombre no revelaba la gloria del Ser divino. Pero con la encarnación del Hijo de Dios, se cumple el propósito del Cielo. Dios mora en la humanidad, y mediante la gracia salvadora, el corazón del hombre vuelve a ser su templo. Dios quería que el templo de Jerusalén fuese un testimonio continuo del alto destino ofrecido a cada alma”. DTG:132.

“Al limpiar el templo de los compradores y vendedores mundanales, Jesús anunció su misión de limpiar el corazón de la contaminación del pecado, de los deseos terrenales, de las concupiscencias egoístas, de los malos hábitos, que corrompen el alma”. DTG:132.

“No era la intención de Jesús que los escépticos Judíos descubriesen el significado oculto de Sus palabras, ni siquiera Sus discípulos, en aquel tiempo. Después de Su resurrección les vinieron a sus mentes estas palabras que Él había pronunciado, y entonces ellos las entendieron correctamente. Recordaron que Él también había dicho que tenía poder para depositar Su vida y para tomarla nuevamente. Jesús estaba familiarizado con el camino que estaba recorriendo, aun cuando lo llevase hasta la muerte. Sus palabras poseían un doble significado, refiriéndose al templo en Jerusalén como también a Su propio cuerpo material”. Redención – Primer Advento:81.

“Dios ordenó a Moisés respecto a Israel: “Y me harán un santuario para que yo habite entre ellos”, y moraba en el santuario en medio de Su pueblo. Durante todas sus penosas peregrinaciones en el desierto, estuvo con ellos el símbolo de su presencia. Así Cristo levantó su tabernáculo en medio de nuestro campamento humano. Hincó su tienda al lado de la tienda de los hombres, a fin de morar entre nosotros y familiarizarnos con Su vida y carácter divinos. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. DTG:15.

“El tabernáculo Judío era un tipo de la iglesia cristiana... La iglesia en la tierra, compuesta por aquellos que son fieles y leales a Dios, es el “verdadero tabernáculo”, del cual el Redentor es el ministro. Dios, y no el hombre, construyó este tabernáculo en el cielo, en una elevada plataforma. Este tabernáculo es el cuerpo de Cristo, y del norte, del sur, del este y del oeste, Él reúne a aquellos que van a ayudar a reunirlos... Un tabernáculo santo es construido por aquellos que reciben a Cristo como su Salvador personal... Cristo es el Ministro del verdadero tabernáculo, el Sumo Sacerdote de todos los que creen en Él como Salvador personal”. Signs of the Times, 14 de Febrero de 1900, página 98.

“A través de Cristo los verdaderos creyentes son representados como siendo construidos juntos para que Dios habite a través del Espíritu Santo. Pablo escribe: ‘Dios que es rico en misericordia, por Su gran amor con el que nos amó, aun cuando estemos muertos en pecados, nos ha reunido con Cristo... y nos ha levantado a todos juntos, y nos ha hecho sentar juntos en los lugares celestiales en Cristo Jesús; para que en las edades venideras Él pueda mostrar las excedentes riquezas de Su gracia en

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Su bondad hacia nosotros a través de Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos a través de la fe; y esto no de vosotros mismos; es un don de Dios; no de obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios ha ordenado antes para que nosotros caminásemos en ellas... no sois más extranjeros ni advenedizos, sino que conciudadanos con los santos, y miembros de la familia de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra angular Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien conformado juntamente, crece hasta ser un templo santo en el Señor; en quien también nosotros somos construidos juntamente para la habitación de Dios a través del Espíritu’. Efe. 2:4-22”. Signs of the Times, 14 de Febrero de 1900, página 98.

“La revelación en el Sinaí solo podía impresionarlos con sus necesidades y desamparo. Otra lección que tenía que alcanzar el tabernáculo a través de su servicio de sacrificio, la lección del perdón del pecado, y del poder a través del Salvador para obediencia para vida.

A través de Cristo se cumpliría el propósito simbolizado por el cual el tabernáculo, aquel glorioso edificio, sus paredes de oro resplandeciente reflejando en matices del arcoiris las cortinas adornadas con querubines, la fragancia del incienso que siempre estaba siendo quemado y que lo compenetraba todo, los sacerdotes vestidos inmaculadamente de blanco, y en el profundo misterio del lugar interior, sobre el propiciatorio, entre las figuras de los ángeles inclinados en adoración, la gloria del Santísimo. En todo, Dios quería que Su pueblo leyese Su propósito para con el alma humana. Era el mismo propósito que expresó el apóstol Pablo, hablando por el Espíritu Santo:

‘¿No sabéis que sois el templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguien contamina el templo de Dios, a éste Dios lo destruirá; porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros’”. Educación:33-34.

“A todo hombre se le da la obra, no apenas trabajar en sus campos de maíz y trigo, sino que sincera y perseverantemente en la obra de salvación de almas. Cada piedra en el templo de Dios tiene que ser una piedra viva, una piedra que brille, reflejando la luz al mundo. Que los laicos hagan todo lo que ellos puedan; y a medida que ellos usen los talentos que ya poseen, Dios les dará más gracia y mayor habilidad”. 8T:246.

“El ceremonial de los sacrificios que había señalado a Cristo pasó: pero los ojos de los hombres fueron dirigidos al verdadero sacrificio por los pecados del mundo. Cesó el sacerdocio terrenal, pero miramos a Jesús, mediador del nuevo pacto, y “a la sangre de la aspersión que habla mejores cosas que la de Abel”. “El camino al santísimo (santuario) aun no se había hecho manifiesto, mientras el primer tabernáculo aun estuviese en pie; ... pero habiéndose hecho Cristo Sumo Sacerdote de buenas cosas venideras, a través de un mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos... por Su propia sangre entró una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna redención por nosotros.

‘Por lo cual puede también salvarlos hasta lo sumo a los que se allegan a Dios a través de Él, viviendo siempre para interceder por ellos’. Aun cuando la ministración iba a ser removida del santuario terrenal al templo celestial; aun cuando el santuario y nuestro gran Sumo Sacerdote iban a ser invisibles a la vista humana, aun así los discípulos no sufrirían ninguna pérdida debido a eso. Ellos no sentirían ninguna falta en su comunión, y ninguna disminución de poder debido a la ausencia del Salvador. Mientras Jesús ministra en el santuario celestial, Él aun es el Ministro de la iglesia en la tierra, a través de Su Espíritu. Está oculto a la vista, pero la promesa que hizo al partir se cumple, ‘He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’. Mientras Él delega Su poder a ministros inferiores, Su presencia vivificadora aun está con Su iglesia”. DTG:138.

“Estamos en el día de la expiación, y tenemos que trabajar en armonía con la obra de Cristo de purificar el santuario celestial de los pecados del pueblo. Que ningún hombre que desee ser encontrado

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con las vestiduras de bodas puesta, resista a nuestro Señor en Su obra. Así como Él es, así serán Sus seguidores en este mundo. Tenemos que colocar ahora delante del pueblo la obra que por fe, vemos que nuestro Sumo Sacerdote está llevando a cabo en el santuario celestial. Aquellos que no simpatizan con Jesús en Su obra en las cortes celestiales, que no purifican el templo del alma de toda contaminación, sino que se meten en alguna empresa que no está en armonía con esta obra, se están uniendo con el enemigo de Dios y del hombre, en distraer las mentes lejos de la verdad y de la obra para este tiempo.

El espíritu de verdad, posee una influencia refinadora, elevadora, celestial, sobre la mente y el carácter. Tenemos que estudiar la mente de Cristo, y recibir la verdad tal como es en Jesús. Tenemos que vigilar y orar, consultar los oráculos vivientes de Dios. Cuando cualquier anhelo toma posesión de la mente en cualquier dirección o en cualquier grado, y hay una tendencia a ceder a deseos carnales, perdemos la imagen de Cristo en espíritu y en carácter. La obra en el santuario celestial se vuelve oscura en las mentes de aquellos que son controlados por las tentaciones del maligno, y ellos se comprometen con asuntos de menor importancia para gratificar sus propios propósitos egoístas, y su permanencia moral verdadera es determinada por sus obras”. Review and Herald, 21 de Enero de 1890.

Capítulo 10 del Libro de Hebreos: Completa Santificación

Sinopsis del Capítulo.-

El capítulo 10 continua el análisis de la ineficacia de la ley ceremonial en hacer a los hombres perfectos. La mayor prueba que el autor coloca en este capítulo es el hecho evidente que si la ley realmente hacía a los que llegaban perfectos, las ofrendas por el pecado habrían cesado. Como los hombres no habrían tenido más conciencia de pecado, no habrían traído ninguna ofrenda más por el pecado (Versos 1-4).

Habiendo comprobado este punto, el escritor continua para mostrar que Cristo, a través del ofrecimiento de Su cuerpo una única vez para siempre, ha perfeccionado para siempre aquellos que son santificados. La primera demostración de esto Él la hizo en el cuerpo en el cual Él vino para hacer la voluntad de Dios. La segunda demostración la hizo en aquellos cuyos pecados e iniquidades son remitidas. Para aquellos no hay más ofrenda por el pecado (Versos 5-18).

Donde hay remisión de pecados y no hay más conciencia de ellos, puede haber ánimo (resolución) ante Dios; para ellos es posible, con Cristo como su precursor, entrar en los santos en virtud de Su sangre (Versos 19-22).

En el resto del capítulo son dadas exhortaciones para mantener viva la fe sin vacilaciones, para animarlos unos a otros en vista del hecho de que el gran día de Dios se está aproximando. En un momento más, Aquel que vendrá aparecerá y no tardará. (versos 23-39).

Hebreos 10:1-4. “Porque la ley, teniendo una sombra de las buenas cosas venideras, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, con esos sacrificios que ellos ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. ¿Acaso entonces no habrían cesado de ofrecerse? Porque los adoradores una vez purificados, no tendrían ya más conciencia de pecados. Pero en aquellos sacrificios, cada año se hace nuevamente un recuerdo de los pecados. Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados”.

Cristo, en ninguna parte decretó la abolición de la ley ceremonial. Pablo, por otro lado, es muy enfático en afirmar que la ley ceremonial fue abolida. Por lo tanto se hace necesario que el apóstol le de razones suficientemente convincentes a su posición. Si él puede demostrar que Cristo trajo perfección, lo cual la ley ceremonial no podía hacer y no lo hizo, él ha ganado un punto decisivo; ya que la cesación del pecado no solamente habría hecho innecesaria la ofrenda por el pecado, sino que también

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la ley que demandaba hacer eso. El punto vital es mostrar que Cristo vino a alejar el pecado. Si Pablo puede hacer esto, no necesita más pruebas en relación a la anulación de la ley que requería ofrendas por el pecado. No habría habido ninguna necesidad de esa ley.

Realmente la obra en el primer compartimiento del santuario terrenal era insatisfactoria, debido tenía que ser repetida día tras día. El apóstol muestra que la obra en el segundo compartimiento era igualmente inadecuada, en que aun cuando temporal y provisionalmente eliminaba el pecado, el servicio tenía que ser repetido año tras año, mostrando que no era una obra duradera (permanente).

Verso 1. “Una sombra de buenas cosas venideras”. Por la ley, desde luego, se refiere a la ley Levítica. Es significativo que la declaración diga que era una sombra, “y no la propia imagen de las cosas”, lo cual es equivalente a decir que era apenas una sombra; y por lo tanto no debemos esperar que existan similitudes muy exactas entre la sombra y el objeto. Una imagen, una fotografía, una estatua, ofrece considerablemente más detalle que lo que da una sombra, pero aun así refleja imperfectamente el original. Desde este punto de vista podemos esperar que la ley muestre apenas las líneas generales de la realidad. Consecuentemente, no es seguro hacer paralelos muy cercanos.

Verso 2. “¿Acaso entonces no habrían cesado de ofrecerse?”. La mayor debilidad del servicio del santuario, tal como ha sido observada anteriormente, es que no hizo ni podía “hacer perfectos a los que se acercan”. Esto era evidente en el propio plan, el cual proveía un servicio periódico (recurrente) cada año. Si los sacrificios habían realizado su pretendido propósito, “¿no habrían cesado de ser ofrecidos? Porque los adoradores una vez purificados, no tendrían ya más conciencia de pecados. Pero tan luego como terminaban los servicios anuales, otra ronda comenzaba, la cual culminaba en otro Día de la Expiación. Apenas estaban terminados los servicios de ese Día de la Expiación, comenzaba el sacrificio de la tarde nuevamente, el cordero era muerto, y la sangre era asperjada, todo mostrando que aun la gran expiación que había sido hecha en ese día no había conseguido su objetivo; no había hecho perfectos a los adoradores. Ellos aun necesitaban una expiación, y de ahí a un año ellos irían a repetir todo el servicio, admitiendo así su ineficacia para obtener la perfección o la santificación.

“¿Acaso entonces no habrían cesado de ofrecerse?” es una pregunta interesante y de largo alcance, y el escritor la colocó de tal manera que obtuviese una respuesta positiva: debieran haber cesado de ser ofrecidas, porque los adoradores una vez purificados no habrían tenido más conciencia de pecado.

Versos 3-4. Sería injusto echarle la culpa al servicio por algo que no hizo; y esto por la sencilla razón que no podía hacerlo lo que era necesario que fuese hecho: no “era posible que la sangre de toros y de machos cabríos pudiese quitar los pecados”; no haría “nunca... perfectos a los que se acercan”.

“Cada año se hace nuevamente un recuerdo de los pecados”. En el Día de la Expiación “el sacerdote hará una expiación por vosotros para purificaros, para que seáis limpios de todos vuestros pecados ante el Señor”. Lev. 16:30. A través de todo el año el perdón había sido obtenido por confesión y por la ofrenda prescrita en el sacrificio. En el Día de la Expiación todos estos pecados eran recordados nuevamente. En ese día el sumo sacerdote personalmente efectuaba el servicio: él ofrecía el incienso; él mataba el toro y el macho cabrío; él asperjaba la sangre sobre el arca, en el lugar santo y en el altar. El pueblo no tenía ninguna participación que ejecutar en este servicio: no traían ningún cordero; no colocaban sus manos sobre el sacrificio; no mataban la víctima; todo era hecho por ellos, en contraste con el servicio diario. Es a este servicio en el Día de la Expiación que el escritor hace referencia cuando dice que esos “sacrificios que ellos ofrecían año tras año” nunca podían hacer perfectos a los adoradores. Entonces él saca la conclusión de que si los sacrificios los hubiese hecho perfectos, ellos no habrían tenido más conciencia de pecado, y las ofrendas por el pecado habrían cesado.

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Algunos erróneamente piensan que Cristo a través de un pronunciamiento oficial declaró abrogada la ley Levítica. Cristo nunca hizo una declaración de ese tipo. Él mismo no pecó; de tal manera que en Su caso no había ninguna necesidad para ninguna ofrenda por el pecado. Y sería lo mismo en el caso de cualquier otro que hubiese parado de pecar. Y si todos paraban de pecar, las ofrendas por el pecado simplemente pararían de ser ofrecidas. Este habría sido el camino ideal para abrogar la ley ceremonial.

Hebreos 10:5-10. “Por lo cual cuando vino al mundo, él dice, Sacrificio y ofrenda no quisiste, ¿pero un cuerpo me has preparado a mí? En ofrendas quemadas y en sacrificios por el pecado no tienes placer. Entonces dije, he aquí que vengo (en el rollo del libro está escrito de mí), para hacer tu voluntad, oh Dios. Además cuando él dijo, sacrificio y ofrenda y ofrendas quemadas y ofrendas por el pecado tu no quieres, ni tienes placer en ellas; las cuales son ofrecidas por la ley; entonces él dijo, he aquí yo vengo para hacer tu voluntad, oh Dios. Él quitó lo primero, para que pudiese establecer lo segundo. Por esa voluntad somos santificados a través de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo una vez por todas”.

¿Hizo Cristo realmente lo que la ley no pudo hacer? Es necesario demostrar esto; porque si Cristo no consiguió con que la perfección fuese alcanzable, entonces Él falló en el mismo punto donde falló la ley sacrificial, y entonces no seríamos mejores que antes. El apóstol por lo tanto muestra que Cristo en el cuerpo que le fue dado, hizo la voluntad de Dios en cada detalle, y mostró cómo la perfección puede ser alcanzada. Habiendo dado una demostración de que la perfección es alcanzable, Él ofrece santificar a aquellos que se acerquen a Él.

Verso 5. “Sacrificio y ofrenda”. La sangre de toros y de machos cabríos no puede quitar el pecado. Debido a esto, cuando Cristo vino al mundo, Él dijo, “Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me has preparado un cuerpo”.

Esta cita es sacada de la Septuaginta, del Salmo 40, la cual le es asignada a David. El Salmo se titula “Al jefe de Música, un Salmo de David”. Los primeros 5 versos se refieren a la experiencia de David cuando fue perseguido por Saúl, pero del verso 6-8, son tan evidentemente Mesiánicos, que no tenemos que comprobar absolutamente nada. Cristo es tanto el asunto como el que habla.

“Un cuerpo me has preparado”. Una referencia a la Versión Autorizada del Salmo 40, mostrará que la lectura allí dice, “Tu has abierto mis oídos”. Como se sabe, una traducción de las escrituras hebreas al griego, llamada la Versión Septuaginta, fue hecha algún tiempo antes de Cristo, para el uso de los Judíos que no conocían la lengua hebrea. Esta versión estaba en pleno uso en los días de Cristo, y tanto Él como los discípulos la citaban. Las citas del Antiguo Testamento en el libro de Hebreos son casi todas de esta traducción. En Hebreo dice, “Tu has abierto mis oídos”. La Septuaginta dice, “Tu me has preparado un cuerpo”. Varias tentativas han sido hechas para reconciliar estas citas, pero no tenemos hechos suficientes como para que nos guíen. En estas condiciones, estudiemos ambas declaraciones. Primero consideraremos la traducción de la Septuaginta tal como aparece en Heb. 10:5, “Me has preparado un cuerpo”.

Los Judíos traían sacrificios de animales a sus altares como una ofrenda a Dios, aun cuando sabían, o debieran haber sabido, que en ellos mismos o de ellos mismos esas ofrendas nunca limpiarían el alma. Dios que ría que fuesen lecciones objetivas para enseñarle a los hombres que el salario del pecado es muerte, y que aun el menor pecado merece castigo. En vez de esto, Israel llegó a creer que las ofrendas constituían una especie de pago por el pecado, y que cuando ellos traían el sacrificio prescrito, su pecado era cancelado.

Pero, tal como lo hemos observado, debieran haberlo entendido mejor. Ninguna bestia bruta se compara en valor con el alma humana. Ofrecerle a Dios un toro o un macho cabrío en expiación por un ser humano sería un insulto, y hubiera colocado al hombre en un nivel con las bestias, y habría sido una

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farsa de la expiación. Ninguna bestia, desde luego, consentiría en morir como un substituto, ya que es una muerte forzada y contra su voluntad, y creer que una muerte así pudiese efectuar una expiación, sería algo indigno de un ser pensante. Todo esto está resumido en la declaración de que la sangre de toros y de machos cabríos no puede quitar el pecado. Debe ser simbólico de algo superior, pero en ellos mismos no pueden tener un valor expiatorio.

Cuando Cristo vino, le fue preparado un cuerpo. El que era Dios se hizo hombre, y misteriosamente combinó ambas naturalezas en una sola, volviéndose el Dios-hombre. El cuerpo que le fue preparado estaba sujeto a la muerte. Era un cuerpo humano de carne y sangre, preparado de tal manera que fuese capaz de sufrir hasta lo sumo; si no fuese así Él no podría haber sobrevivido ni en la tentación en el desierto ni en la agonía del Getsemaní, cuyo sufrimiento normalmente hubiera causado la muerte. Cuando Él había soportado tanto cuanto puede soportar la naturaleza humana, y cayó moribundo al suelo, un ángel fue enviado, no para retirarle la copa, sino que para fortalecerlo para que la tomase. En el Getsemaní Cristo fue fortalecido con el propósito de sufrir. Allí Él sintió la muerte; en la cruz Él murió.

El cuerpo de Cristo era un cuerpo humano, preparado por Dios con el propósito específico de expiación y de redención. En ese cuerpo Jesús obró el plan de la salvación y redimió la desgraciada falla de Adán. A ese cuerpo llegó todo tipo de tentación a la cual el hombre está sujeto, y en ese cuerpo toda tentación fue enfrentada y vencida.

Los hombres reaccionan en forma diferente a tentaciones específicas. Para algunos, ciertas tentaciones no constituyen ningún problema, y son fácilmente resistidas. Para otros las mismas tentaciones son más severas, y sobreviene una terrible lucha, y muy a menudo los hombres son vencidos.

Para Cristo cada tentación tenía que venir por lo menos con la misma intensidad que aquella del más tentado sobre la tierra. Si en cualquier pecado uno es tentado más fuerte que lo que fue tentado Cristo, entonces Dios habría tenido que excusar al hombre por ceder; porque él podría decir con toda justicia que Cristo nunca fue tentado tan severamente como él, y que la razón por la cual Cristo no era tentado así, era porque Él no podía soportarla y salir victorioso.

Pero eso nunca fue así, ni puede ser. Nadie nunca estará capacitado para decir que Cristo no fue tentado tan severamente como él. Un hombre puede soportar la tentación hasta lo máximo, y morir resistiendo hasta la sangre. ¿Quién puede soportar más que eso? Aun para alguien así, Cristo puede decirle, “Querido, yo fui tentado en el mismo punto, y resistí hasta la sangre así como lo hiciste tu. Pero yo fui un poquito más allá. Tu moriste, y ese fue el fin de tu sufrimiento. A mi no se me permitió morir así como a ti. En el Getsemaní yo bebí toda la copa”.

Que nadie crea que un cristiano podrá decir alguna vez o pensar de esa manera, o de que Cristo podría responder de esa manera. Nadie tendrá ningún deseo de comparar los sufrimientos o de alardearse de sus tentaciones. Hemos presentado esto apenas para hacer más vívido lo que realmente representan las tentaciones y los sufrimientos de Cristo.

Cada tentación que le ha sobrevenido a cada hombre, también le ha sobrevenido a Cristo, y cada tentación le llegó a Él de una manera más fuerte que lo que nunca ningún ser humano ha podido enfrentar. No importa cuán duramente seamos presionados, podemos saber que Jesús nos entiende. Él ha recorrido el camino antes que nosotros.

Rápidamente se puede ver que si las tentaciones del mundo pudiesen ser reunidas en un cuerpo y sentidas al máximo, ese cuerpo tiene que estar poseído de cualidades físicas y espirituales que harán posible el sufrimiento y las tentaciones sin que se produzca un quiebre de la vida, lo cual le pondría fin al sufrimiento.

Nosotros no tenemos ninguna disposición a alargar esto, pero impresionará a todos que las tentaciones de Cristo fueron reales, y que la declaración “me preparaste un cuerpo” posee un significado más profundo que aquel de meramente dejar establecido que Cristo tuvo un cuerpo. Esto lo sabemos todos. Lo que Dios nos está diciendo aquí es que Cristo tuvo un cuerpo preparado, no un

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cuerpo bruto como aquellos usados en las ofrendas quemadas o por el pecado, sino que un cuerpo humano; que Él fue hecho a imagen de Dios, un representante digno de la raza; y que Su ofrenda sobre la cruz como el Dios-hombre cumplió las demandas de la ley y cumplió realmente aquello que los sacrificios Levíticos obscuramente prefiguraron en la promesa. “Aquellos sacrificios que ellos ofrecían año tras año continuamente” nunca podían “hacer perfectos a los que se acercaban”, “pero me has preparado un cuerpo”, y en ese cuerpo se cumplió completamente la intención de Dios, y para el poseedor de ese cuerpo vino la aprobación, “este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Mat. 3.17.

Si por lo tanto aceptamos la traducción de la Septuaginta tal como se encuentra en Heb. 10:5, “me has preparado un cuerpo”, vemos en estas palabras una significativa referencia a la obra que Cristo hizo en ese cuerpo. Dios no quería ni sacrificios ni ofrendas. Eran indicadores de pecado. Cada ofrenda traída al templo testificaba el hecho de que alguien había pecado. Dios quería hombres que parasen de pecar. ¿Podía el hombre parar de pecar? Para demostrar esto, Dios le preparó un cuerpo a Cristo; y en ese cuerpo Cristo demostró que los hombres no necesitan pecar, no importa cuánto sean tentados. Él resistió hasta la sangre; Él resistió hasta la muerte; y aun más allá del punto de la muerte, como realmente lo fue. En todas las cosas Él fue victorioso. La demostración fue completa. El hombre no necesita pecar. Esto lo demostró Cristo en el cuerpo que se le dio.

Con estas consideraciones en mente estamos listos para defender y aceptar la traducción de la Septuaginta, la cual dice, “me has preparado un cuerpo”.

Consideremos ahora la traducción del Salmo 40, la cual de acuerdo con la traducción hebrea dice, “me has abierto los oídos”. Salmo 40:6. Para la palabra “abierto” el margen dice “sacar”, “agujerear”, “perforar”. Muchos sostienen que esta expresión está tomada de Exodo 21, y la similitud entre Cristo y el siervo hebreo allí retratado justifica la referencia.

La lectura en Exodo dice, “ahora estos son los juicios que colocarás ante ellos. Si comprares un siervo hebreo, servirá seis años; y en el séptimo saldrá libre, de balde. Si entró solo, saldrá solo; si estaba casado, entonces su esposa saldrá con él. Si su señor le dio una esposa, y ella le dio hijos o hijas, la esposa y sus hijos serán de su señor, y él saldrá solo. Y si el siervo dice claramente, yo amo a mi señor, a mi esposa y a mis hijos, no saldré libre; entonces su señor lo llevará ante los jueces; y lo llevará hasta la puerta, o hasta el poste de la puerta, y este señor le perforará su oreja con una lesna; y lo servirá para siempre”. Exo. 21:1-6.

El paralelo contado en Deuteronomio dice: “Y será que, si él te dijere, no me iré de ti, porque se siente bien contigo; entonces tomaras una lesna, y le perforarás la oreja contra la puerta, y él será tu siervo para siempre. Y también harás con tu sierva”. Deut. 15:16-17.

Esta costumbre era común en Israel. Un hombre podía entregarse a sí mismo como siervo o esclavo, pero el periodo no podía exceder seis años. Al término de ese periodo tenía que ser dejado libre y su señor tenía que darle un montón de buenas cosas, recordando que “por la mitad del costo de un jornalero te sirvió seis años”. Deut. 15:18.

Habían ciertas condiciones, sin embargo, inherentes a este tipo de contratos. Si el hombre no era casado cuando comenzó su servidumbre, podía salir libre, pero solo, al término de los seis años. Si era casado cuando llegó, tanto él como su familia podían salir libres. Pero si él llegó solo, y se casó durante esos seis años, podía salir libre solo él si así lo quería, pero su esposa e hijos le pertenecían al señor, y tenían que quedarse.

Si un hombre amaba a su esposa y a sus hijos, se presumía que no iría aceptar la libertad para él mismo en esas condiciones. Si él podía llevar a su familia consigo, estaría feliz de estar libre. Pero si no podía, decidiría quedarse con su señor. En tal caso el señor tenía que llevarlo a la puerta y al poste de la puerta, perforar su oreja con una lesna, y entonces tenía que servirle para siempre. La perforación de su oreja era una señal de servidumbre, pero también era una señal de amor. Él amaba tanto a los suyos que estaba dispuesto a servir para siempre antes que separarse de los suyos.

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Tal como se ha observado anteriormente, en el Salmo 40:6 se dice que Cristo tuvo su oreja perforada o agujereada. Las palabras usadas para perforar la oreja en Exo. 21:6, Deut. 15:17 y Salmo 40:6, aun cuando no son idénticas, todas poseen el mismo significado, aquel de perforar, agujerear.

Es instructivo observar el paralelo entre el siervo Hebreo y Cristo. Cristo vino a este mundo para servir, no “para ser servido, sino a servir”. Él vino solo, y del pueblo no había ninguno con Él. Cuando los años de Su servicio terminaron, podía irse solo, de acuerdo a la ley. Pero Él no quiso irse solo. “Yo quiero”, dijo, “que aquellos que me diste, estén conmigo donde yo estoy; que puedan ver mi gloria, la cual tú me has dado; porque me has amado antes de la fundación del mundo”. Juan 17:24.

Mientras estuvo aquí en la tierra, Cristo amó la humanidad. Él vino solo, pero no quiso irse solo. En las palabras del siervo de Exodo, “yo amo a mi señor, a mi esposa, a mis hijos; no saldré libre”. Bajo estas condiciones el señor tenía que tomarlo el siervo y llevarlo hasta la puerta y al poste de la puerta y “perforar su oreja con una lesna; y él lo servirá para siempre”. Exo. 21:6. Y así Cristo, de acuerdo con el Salmo 40, tuvo sus orejas perforadas con una lesna, y ahora tenía que servir para siempre.

Las orejas de Cristo, lógicamente, no fueron perforadas literalmente, sino que Sus manos, Sus pies y Su costado fueron perforados. Como la perforación de las orejas era una señal no solamente de servidumbre sino que también de amor, así Cristo lleva las marcas de Su amor, y las llevará siempre. Él podría haberse ido solo; podría haber escapado de la cruz y del sufrimiento. Pero Él decidió quedarse, y se unió con la humanidad con lazos que nunca serán separados.

Esto, entonces, es la historia del Salmo 40, de acuerdo con la lectura hebrea. En la Septuaginta colocaron la historia del cuerpo de Cristo como un sacrificio sufriente, el cual realizó por el hombre aquello que la sangre de los animales no pudo hacer. Ambas lecturas indican obediencia, sufrimiento, amor, una voluntad de llevar y de hacer. En la ausencia de alguna voz autoritaria diciéndonos qué traducción debemos tomar, y en vista del hecho que ambas versiones poseen valiosos significados, aceptamos ambas, ya que enseñan verdades esenciales.

Versos 7-9. “He aquí, vengo”. Cristo sabía perfectamente bien lo que significaba venir a este mundo. Todo el camino estaba claro delante de Él. Él sabía la agonía y el sufrimiento que esto representaba y que serían suyas. Pero no dudó. “He aquí, vengo”, es Su respuesta al desafío. Y así Él vino, de acuerdo a lo que estaba escrito y prometido en “el volumen del libro”.

“Él quitó el primero, para que pudiese establecer el segundo”. ¿Cuál es el primero que Él quitó? ¿Y cuál es el segundo que Él estableció?

“Cuando Él dijo, sacrificio y ofrenda y ofrendas quemadas y ofrenda por el pecado tu no quisiste, ni tienes placer en eso; las cuales son ofrecidas por la ley”. Ese es el primero.

“Entonces dijo él, he aquí que vengo para hacer tu voluntad, oh Dios”. Este es el segundo.El primero, entonces, es “sacrificio y ofrenda y ofrendas quemadas y ofrenda por el pecado”. Esta

es la ley ceremonial. Esta Él la quitó.He aquí que vengo para hacer tu voluntad”, es el segundo. Esta es la ley de Dios. Esta Él la

estableció.A través de todo el Antiguo Testamento, la queja de Dios contra el pueblo fue que ellos

substituyeron ofrendas por obediencia. Ellos trajeron miles de carneros y diez mil ríos de aceite, pero no hicieron caso de la voz de los profetas que los llamaban al arrepentimiento. Dios trató de enseñarles que “obedecer es mejor que sacrificio”; a través de los profetas Él les pidió que cesaran de hacer el mal y aprendieran a hacer lo bueno. (1 Sam. 15:22; Isa. 1:16). Pero no sirvió de nada. Estaba claro que Israel no aprendería la lección de los sacrificios. Ellos pervirtieron todos los intentos.

Y entonces vino Cristo. Él vino, no para sacrificar, sino que para hacer la voluntad de Dios. “He aquí vengo”. O mejor “He aquí yo estoy viniendo, para hacer tu voluntad oh Dios”. Él quitó el primero, los sacrificios con todas sus ceremonias, y estableció el segundo, la voluntad de Dios; tal como lo

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coloca el salmista, “me deleito en hacer tu voluntad, oh Dios mío; si, tu ley está en medio de mi corazón”. Salmo 40:8.

Cristo vino a hacer la voluntad de Dios, a rendir obediencia a Sus mandamientos; no a ofrecer sacrificios por haberlos quebrado. Israel los había transgredido a través de los años, y entonces había presentado sacrificios. Cristo vino, no primariamente para quitar los sacrificios, sino que para substituir la obediencia por los sacrificios, para enseñarle al pueblo que “obedecer es mejor que sacrificio”, o en Sus palabras a la mujer pecadora, “anda, y no peques más”. Juan 8:11. Quitando el pecado iría a hacer con que los sacrificios y las oblaciones cesasen inmediatamente. Creer y enseñar que Cristo apenas abolió la ley de las ceremonias, no describe adecuadamente Su obra. Él vino para quitar el pecado, para substituir el sacrificio por la obediencia. Eliminando el pecado se eliminaba la ley de las ofrendas.

“Me deleito en hacer tu voluntad”. Para Cristo, la obediencia no era una tarea dura ni desagradable: la ley de Dios estaba en Su corazón. Él quitó el primero, toda transgresión, con sus correspondientes sacrificios y ofrendas en las cuales Dios no tenía placer. Él estableció el segundo, obediencia voluntaria, alegre, culminando en el gran sacrificio en el Calvario, el cual abolió para siempre todos los demás sacrificios. “Yo vengo para hacer tu voluntad, oh Dios”.

Verso 10. “Por cuya voluntad somos santificados”. En Tesalonicenses, Pablo dice, “esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”. 1 Tes. 4:3. Los sacrificios que Israel ofrecía año tras año no podían hacer perfectos a los adoradores. Ellos podían y traían pecados para “recordar” todos los años. Como los sacrificios no podían “eliminar los pecados”, traerlos para recordación servía solamente para enfatizar la ineficacia de las múltiples ofrendas.

Pero ahora ha venido Cristo. Él muestra el camino. Él se deleita en hacer la voluntad de Dios, y “a través del ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez por todas”, Él santifica a todos los que van a Él.

“Ofreciendo el cuerpo de Jesucristo”. “Un cuerpo me has preparado”. El contraste entre los sacrificios que eran ofrecidos continuamente cada año y que no podían eliminar el pecado o hacer perfectos a los que se acercan, y la “ofrenda” del cuerpo de Jesucristo “una vez por todas” es la que puede eliminar el pecado y hacernos perfectos.

Hebreos 10:11-18. “Y todo sacerdote permanece ministrando diariamente y ofrece muchas veces los mismos sacrificios, los cuales nunca pueden eliminar los pecados; pero este hombre, después de haber ofrecido un sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios; de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean colocados a sus pies. Porque por una ofrenda él ha perfeccionado para siempre aquellos que son santificados. Por lo que el Espíritu Santo también nos testifica, porque después de haber dicho: este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor, pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré; y no me acordaré más de sus pecados e iniquidades. Porque donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado”.

En la sección precedente el autor mostró que Cristo en el cuerpo que se le dio, perfeccionó la voluntad de Dios. En esta sección él muestra que Él a través de una ofrenda “perfeccionó para siempre aquellos que son santificados”. Esto es realizado al haber sido escrita la ley en el corazón, de la misma manera que Cristo tiene la ley escrita en Su corazón. (Salmo 40:8). Así el argumento del apóstol está completo. Cristo tenía la ley escrita en el corazón, y Él alcanzó plenamente la perfección de la norma de Dios. En el nuevo pacto Dios escribe la ley en los corazones de los creyentes, y Cristo perfecciona para siempre aquellos que son santificados. Así ellos también alcanzarán la norma.

Verso 11. “Todo sacerdote permanece”. El autor, por amor al énfasis, pasa nuevamente sobre el mismo terreno. Los sacerdotes ofrecían los mismos sacrificios diariamente, dando una vuelta continua

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de servicio. A pesar de esto no conseguían nada permanente, porque estos sacrificios “nunca pueden quitar los pecados”.

Versos 12-13. “Pero este hombre... se sentó”. Cristo ofreció un sacrificio por los pecados, después de lo cual “se sentó a la diestra de Dios”. Este “se sentó” es la misma palabra usada en Heb. 1:3 y 8:1, y denota el sentarse formal y oficial de nuestro real Sumo Sacerdote a la diestra de Dios, donde permanecerá hasta que desaparezca toda oposición a Dios, a la cual se hace referencia en 1 Cor. 15:23-26.

Puede levantarse la pregunta en relación a que este sentarse de Cristo a la diestra de Dios no está en contradicción con la enseñanza de otras partes de la epístola que presentan a Cristo como el ministro del santuario celestial, el cual constantemente intercede por nosotros en las cortes celestiales, y que es visto por Esteban como parándose y no sentándose (Hechos 7:55).

Los comentadores ven esta dificultad y la analizan. Delitzsch se refiere al capítulo 8:1, donde se dice que Cristo está activo, un ministro del santuario, y dice: “Aquellas declaraciones no son contradecidas aquí, sino que son explicadas para significar que el sacerdocio celestial de Cristo, que consisten únicamente en la presentación de Sí mismo como el sacrificio sumosacerdotal, no envuelve cambios en la actividad ministerial, y no impone ninguna carga adicional a la obra expiatoria; Él es ahora, y para siempre, el Sumo Sacerdote en Su trono, ningún otro, de hecho, que el Rey Eterno, sentado en un inaproximable y eterno descanso”. Comentario de la Epístola a los Hebreos, Vol. 2, página 162.

Nuevamente él pregunta si la declaración del autor no es consistente con la declaración de Pablo en 1 Cor. 15:23-26, la cual presenta la obra de Cristo como consistiendo en derribando toda regla y autoridad y poder, y aboliendo la muerte. A esto él responde: “Una referencia al verso 14 y al 28 es suficiente para mostrar que nuestro autor no podría haber querido decir otra cosa. La antítesis en la cual él está insistiendo es simplemente entre la labor y la pasión de Su vida terrena, y la inmutable bendición de su perfección celestial. Cristo no desciende más para pelear; Sus luchas han cesado; Él toma parte con todo Su ser en el dominio omnipotente del Padre celestial, y espera la manifestación final de Su poder”. Ídem.

El comentario de Lange dice: “El esperar del Sacerdote Real, el cual está entronizado a la diestra de Dios, para la completa sujeción de todos Sus enemigos, no envuelve la idea de Su inactividad personal hasta el tiempo de Su segunda venida, sino que expresa, en contraste con aquella actividad de los sacerdotes terrenales los cuales nunca llegan a su fin, el exaltado reposo del Mediador, quien, en toda relación, ha alcanzado la meta de la perfección; quien, después de traer a una realización actual el ideal de propiciación que fue típicamente anunciado en el sacerdocio Aarónico, ahora recibe para siempre la posición típicamente predicha en el sacerdocio real de Melquisedec, u a posición exenta de sacrificios futuros, y cargada de ilimitado homenaje, honor, y capacidad para el otorgamiento de bendiciones”. Hebreos, página 172, párrafo 6.

Cuando se dice entonces que Cristo está expectante, o esperando, hasta que Sus enemigos sean colocados bajo Sus pies, Él no está esperando en una expectativa ociosa, sino como lo dice Westcott: “El propio Cristo en Su real majestad ‘espera’ como el labrador por el proceso de la naturaleza (Sant. 5:7), y los patriarcas por la divina promesa”. La Epístola a los Hebreos, página 34. Ni el labrador ni los patriarcas se sentaban a esperar con las manos cruzadas, hasta que algo sucediese. Ellos esperaban en el mismo sentido en que el pueblo de Dios está esperando ahora la venida del Señor, no en sueños ociosos, sino que activamente ocupados en la obra que tienen a la mano. Y así Cristo está esperando; esperando que el pecado desaparezca; esperando que termine el reino de Satanás; esperando por la resurrección, cuando todos los santos serán levantados de la muerte. El esperar aquí significa aquel del alma deseando aquel descanso eterno, que termine el pecado, y los reinos de este mundo pasen a ser los reinos de Cristo.

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Verso 14. “Por una ofrenda él ha perfeccionado para siempre aquellos que son santificados”. Aquí se dice que Cristo hace aquello que los sacrificios y ofrendas nunca podían hacer. Estos nunca podían “hacer perfecto a los que se acercan” ni eliminar el pecado (Heb. 10:1). Aun cuando los sacerdotes “ofrecían año tras año continuamente”, su obra era ineficaz e imperfecta. Ahora Cristo a través de una ofrenda ha hecho lo que ellos nunca pudieron hacer.

“Perfectos para siempre”. Se dice que esto fue realizado “por una ofrenda”, la cual apunta hacia la cruz donde la ofrenda fue hecha.

“Aquellos que son santificados”, o más literalmente, “aquellos que están siendo santificados”, o como Bleck y Lunemann lo traducen, “todo el que recibe santificación ahora y en el futuro”. Como este texto es usado por aquellos que rechazan el ministerio de Cristo en el santuario celestial, sería bueno considerar esto a continuación.

Cristo a través de una ofrenda “ha perfeccionado para siempre aquellos que están siendo santificados”. Ellos aun no están completamente santificados, pero están en el proceso de serlo. Cristo está ahora desarrollando una obra de santificación en los corazones de los hombres, y esta obra no será completada hasta que Él presente todo hombre perfecto en Cristo Jesús. Pablo dice a respecto de sí mismo, no como alguien que “ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto”. Fil. 3:12. Él expresa la esperanza y está confiante, “que aquel que comenzó la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Fil. 1:6. “Terminada” dice la Versión Autorizada en el margen.

Pareciera no ser necesario destacar que la obra de Cristo en el corazón humano no está terminada. En muchos corazones la obra recién ha comenzado; en muchos otros ni siquiera ha comenzado. Así como el Padre trabaja hasta ahora, así el Hijo y el Espíritu están trabajando, y esta obra no estará terminada hasta que Cristo venga. Cuando, entonces, se hace la declaración que Cristo a través de una ofrenda ha perfeccionado para siempre a aquellos que están siendo santificados, puede ser verdad solo provisional y potencialmente. Muchos de los santos que vivían entonces no fueron perfeccionados, siendo que Pablo fue uno de ellos. Muchos de los que fueron salvos más tarde, aun no eran cristianos. Millones que ni siquiera habían nacido, vendrían a aceptar el evangelio a su debido tiempo. Y de la obra de perfeccionar estas almas no debemos excluir a Cristo. Él hizo Su obra en la cruz; Él murió allí, y no morirá nunca más. La obra fue hecha y no necesitará nunca más ser repetida. De eso Él descansa. Pero la obra de Cristo en el corazón humano no está terminada. Esa aun está siendo hecha. Pero tenemos la promesa que Aquel que la comenzó también la terminará.

Por lo tanto decimos que Cristo terminó Su obra en la cruz, tanto cuanto podía ser terminada. Fue terminada en el mismo sentido que la obra fue terminada en el altar cuando una ofrenda por el pecado era muerta en el servicio del santuario. La obra en el altar estaba realmente terminada y la sangre derramada, pero el hombre no estaba expiado hasta que el sacerdote no ministrase la sangre.

Así también la obra fue terminada en la cruz, y la sangre, el medio de expiación, estaba provista. Cristo no morirá nuevamente. Pero no debemos pensar que no hay una eficacia expiatoria en la ministración de la sangre de Cristo en el santuario celestial, donde aparece ante la faz de Dios por nosotros. Parece ser una doctrina destructiva el confinar la totalidad de la expiación en la cruz. La cruz es vital, la cruz es central. Cristo terminó Su trabajo en la tierra ahí. Pero después Él ascendió al cielo para continuar Su obra de redención en el santuario celestial. Esta obra se está desarrollando ahora y continuará hasta el fin. Todo aquel que limita la obra de Cristo a la cruz, está limitando la expiación.

Cuando nuestro texto declara que Cristo a través de una ofrenda ha perfeccionado para siempre aquellos que están siendo santificados, nosotros aceptamos esa cita tal como está escrita. La única ofrenda de Cristo posee vitalidad perpetua, y no necesita ser repetida. Cualquiera que sea la perfección a ser obtenida por los santos en cualquier instante de la historia tiene que ser teniendo en vista la obra de Cristo en la cruz; porque no hay salvación en ningún otro. La obra de la eficacia de la cruz aun se está extendiendo a aquellos que están siendo santificados. La totalidad de la expiación se extiende hasta el fin del tiempo. Esta es la obra que Cristo está haciendo ahora ya que nos representa a nosotros ante el Padre.

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Versos 15-17. Esta es la misma cita de Jeremías que aparece en Heb. 8:10-12, con seis cláusulas que han sido dejadas fuera después del verso 16, tal como se puede ver al hacer una comparación de los pasajes.

El Espíritu Santo lleva testimonio a aquello que ha sido dicho acerca de perfeccionar a aquellos que están siendo santificados, en relación a la obra de Cristo y Su sesión a la diestra de Dios; “porque después de lo que él ha dicho, este es el pacto que yo haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor”.

El pacto es mencionado aquí en relación con el perdón de los pecados. El escritor ha afirmado que aun cuando los sacrificios y las ofrendas nunca pueden quitar el pecado o hacer perfecto a los adoradores, la ofrenda de Cristo sí puede hacer esto. Esto, dice Él, está de acuerdo con la promesa del pacto, y el Espíritu testifica de eso.

¿Y cómo se realiza esta obra de perfeccionar a los santos? Dios pondrá Sus leyes en el corazón y las escribirá en la mente. Cuando la ley es así escrita en el corazón y en la mente, no apenas en tablas de piedra; cuando el guardar la ley no se vuelve un asunto de requerimiento legal, sino del corazón; cuando la obediencia está basada en el amor y no apenas en el deber, entonces el pecado no posee más atracción, y entonces Cristo entrará en el corazón, y con Él diremos, “me delito en hacer tu voluntad, oh Dios mío; si, tu ley está dentro de mi corazón”. Salmo 40:8.

La ley en el corazón, o la ley en tablas de piedra, esta es la diferencia importante entre el nuevo y el antiguo pacto. La ley es la misma en ambos casos. Pero en un caso es una promulgación legal escrita en piedra; en el otro es la ley del amor escrita en el corazón. Alabado sea Dios porque una vez fuimos siervos del pecado, y ahora obedecemos “del corazón aquella forma de doctrina que os liberó”, y esto es “obediencia para justicia”. Rom. 6:17, 16.

Las promesas del nuevo pacto son dos: primero, Dios escribirá Su ley en el corazón; segundo, Él no nos recordará más nuestros pecados ni nuestras iniquidades. Estos dos están íntimamente relacionados, y uno depende del otro. Solo si la ley está en el corazón, así como lo estaba en el corazón de Cristo, Dios puede y cumplirá la segunda promesa.

Haríamos bien en examinar por nosotros mismos, para ver si estamos en una relación de pacto con Dios. Todos los que están bajo el nuevo pacto se alegrarán y amarán la ley. Aquellos que odian la ley y la negligencian, y que se mofan de aquellos que la aman, no tienen participación en el nuevo pacto, ni pueden reclamar la promesa de que Dios no se acordará de sus pecados y de sus iniquidades. Esa promesa es solamente para aquellos que aman a Dios y guardan Sus mandamientos. Los sin ley, aquellos que negligencian o desprecian la ley, no tienen participación con el pueblo de Dios.

Ante el verso 17 muchos traductores ponen, “entonces él dice”. Esto parece ser requerido para llenar el sentido de la frase. Esta quedaría entonces así, “Después de lo que él ha dicho antes... entonces él dice”. Como esta es precisamente la lectura de algunos manuscritos, la inserción es aceptable.

Verso 18. “No hay más ofrenda por el pecado”. Esta es la misma idea que expresada en el verso 2, de que cuando cesa el pecado, las ofrendas por el pecado también cesan.

Hebreos 10:19-25. “Teniendo por lo tanto, hermanos, intrepidez para entrar en el santísimo por la sangre de Jesús, a través de un nuevo y vivo camino, el cual él ha consagrado para nosotros, a través del velo, esto es, su carne; y teniendo un sumo sacerdote sobre la casa de Dios; acerquémonos con un corazón en plena seguridad de fe, teniendo nuestros corazones asperjados de una mala conciencia, y nuestros cuerpos lavados con agua pura. Aseguremos firmemente la profesión de nuestra fe sin vacilar; (porque fiel es el que lo prometió); y consideremos unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como es la costumbre de algunos; sino que exhortándonos unos a otros; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”.

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El apóstol ha presentado a Cristo como cumpliendo todos los requerimientos de Dios. Cristo tomó el lugar del hombre, y a su favor redimió la desgraciada falla de Adán y mostró la posibilidad de que el hombre cuando se une con Dios. Debido a que es tanto Dios como hombre, Cristo se volvió la seguridad y el mediador del hombre, y a través de las provisiones del nuevo pacto restauró al hombre a su primer estado. Cristo desea presentarnos perfectos ante el trono de Dios; Él quiere que lo sigamos hasta los lugares santos a través del nuevo y vivo camino el cual Él ha consagrado para nosotros; Él quiere que nosotros seamos aceptados por el Padre así como Él fue aceptado.

Es este punto relevante que es alcanzado en estos versos. Así como Cristo ganó la entrada al lugar de habitación de Dios en virtud de Su vida, Su sangre, así Él quiere que nosotros ganemos entrada a través del nuevo camino, el cual Él consagró. A través del velo, esto es, su carne, podemos entrar. Así como las vestiduras del sumo sacerdote eran asperjadas con sangre; así como él tenía que lavar su cuerpo con agua pura antes que se atreviese a presentarse ante Dios; así nosotros tenemos que tener corazones asperjados y nuestros cuerpos lavados; tenemos que ser espiritual y físicamente limpios para ver a Dios.

Verso 19. “Intrepidez”. Esta es la tercera vez que aparece esta palabra en la epístola. Aparece previamente en el capítulo 3:6, donde la Versión Autorizada coloca “confianza”, y en el capítulo 4:16. El sumo sacerdote en la tierra nunca entró en el santuario con intrepidez, sino que temblando y con miedo. Como hijos tenemos que aproximarnos a Dios con intrepidez. De hecho, somos contados como miembros de la casa de Dios solamente si “mantenemos firme nuestra intrepidez y el gloriarnos en la esperanza hasta el fin”. Heb. 3:6, RV.

“El santísimo”, mejor aun los santos, o los lugares santos, ya que el original está en plural. Cristo ha abierto el camino y lo ha dedicado a nosotros. Esto incluye todo el santuario, no solamente un departamento.

“Por la sangre de Jesús”, o mejor, en la sangre, en virtud de la sangre.

Verso 20. “Un nuevo... camino”. Hablando físicamente, había un solo camino para entrar ya sea al lugar santo o al lugar santísimo en la tierra, y esto era a través del velo que colgaba ante cada departamento. No había otro camino.

Cuando, por lo tanto, Cristo abrió para nosotros un nuevo camino, esto tiene que ser aplicado espiritualmente. Una posible interpretación se puede encontrar en los medios de entrada, los cuales admitían a los sacerdotes a la presencia divina. ¿Qué es lo que le daba a los sacerdotes el derecho a entrar? La sangre. Sin esto ningún hombre podía entrar. El sumo sacerdote podía entrar en el lugar santísimo una vez al año, pero “no sin sangre” (Heb. 9:7). Cada vez que entraba, siempre era “con sangre de otros”. (Verso 25). Esta era la condición para admisión.

La sangre, en virtud de la cual entraban los sacerdotes, era la sangre de animales muertos, sangre que no tenía ningún valor expiatorio como tal. Sin embargo, por la fe en Dios a los sacerdotes se les permitía entrar, aun cuando la permanencia era corta, y la entrada era inmediatamente impedida hasta el próximo año. La sangre de animales abrían el camino, pero también demostraban su propia ineficacia; porque la puerta no permanecía abierta. Todo lo que Israel recibía a través del servicio era una pequeña entrevista con la Deidad, y entonces eran impedidos nuevamente. Les debe haber quedado claro que el camino no estaba aun abierto.

El camino de Cristo era un camino nuevo. Él fue admitido a la presencia del Padre y no apenas por un pequeño momento. Cristo entró, y permaneció allí. La sangre que Él llevó no era la sangre de un animal muerto, sino que la sangre de una personalidad viva, la cual tenía el poder de una vida sin fin. El nuevo camino era un camino vivo. En virtud del poder de una vida dedicada Él entró, presentándose Él mismo como un sacrificio vivo, santo y aceptable a Dios.

Este era realmente un nuevo camino para ganar la entrada al cuarto del trono de la Deidad. Compare el sumo sacerdote que venía temblando llevando la sangre de un toro o de un macho cabrío

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muerto, con el Príncipe de la vida, el cual presenta Su sangre, Su vida, como una realidad viva ante Dios; aquel que a través de la muerte ha destruido a aquel que tiene el poder de la muerte; que ha ganado una victoria completa sobre toda tentación y pecado, y ahora presenta Su cuerpo, el cuerpo que Dios le preparó a Él, como un lugar de habitación adecuado para Dios.

Esta entrada que Cristo ganó así para nosotros fue “a través del velo, esto es, su carne”. Fue a través del cuerpo en el cual Cristo había forjado la justicia, que Él ganó la entrada al Padre. Dios le dio el cuerpo, y ese mismo cuerpo Cristo lo presenta ahora para inspección. “Cristo no entró en los lugares santos hechos con manos, los cuales son figura del verdadero; sino que en el cielo mismo, para aparecer ahora en la presencia de Dios por nosotros”. Heb. 9:24. Vea los comentarios de ese verso.

Dios nunca quiso la sangre de animales; Él quería obediencia. Él quería que los hombres hiciesen Su voluntad, no que trajesen sacrificios por las transgresiones. Cristo respondió el llamado de Dios y vino a esta tierra, y “cuando vino a este mundo, dijo, sacrificio y ofrenda no quisiste, sino que me has preparado un cuerpo; en ofrendas quemadas y sacrificios por el pecado no has tenido placer. Entonces dije, he aquí que vengo (en el volumen del libro está escrito de mi), a hacer tu voluntad, oh Dios”. Heb. 10:5-7. Y cuando Su obra fue hecha, se presentó a Sí mismo ante Dios para que lo acepte. El cuerpo se lo había dado Dios; el cuerpo en el cual Él conquistó la tentación y ganó una completa victoria; el cuerpo en el cual Él sufrió y murió; el cuerpo que no podía permanecer preso en la tierra; el cuerpo en el cual resucitó triunfante; el cuerpo limpiado y purificado de toda contaminación; el cuerpo templo con el cual resucitaría en tres días; el cuerpo en el cual se cumplió todo lo que los servicios por más de mil años habían prefigurado; el cuerpo purificado, santo, santificado, consagrado en el cual el ideal de Dios para el hombre se había finalmente realizado, ese cuerpo Cristo lo presenta ante el Padre, y el Padre lo acepta, y a través de ese cuerpo Él gana la entrada. El Padre permanece justificado, la ley es honrada, la justicia y la misericordia se han besado, y el cielo resuena con alabanzas. Cristo ha ganado acceso a Dios a través de un nuevo y vivo camino: Él ha ganado acceso “a través... de su carne”.

Este “nuevo y vivo camino” es el camino de la obediencia, en contraste con el camino de los sacrificios y de las ofrendas. Cristo abolió estas, y estableció la voluntad de Dios. “He aquí vengo”, dice Él, “para hacer tu voluntad, oh Dios”. Verso 9. Y Él hace la voluntad de Dios, y la hace tan perfectamente que Su vida restaura el libre acceso a Dios. Ahora no es mera sangre de animales muertos las que tenían que ser usadas. La vida, la perfecta vida de Cristo, toma su lugar.

Este nuevo camino es un camino vivo, el camino de la vida, el camino de la perfecta obediencia. Este camino Cristo lo consagró para nosotros, y nosotros debemos entrar en él con Cristo, en el poder de esa vida, en Su sangre y por la virtud de él, siempre recordando que la sangre es la vida, y entrar en virtud de su sangre es entrar en virtud de Su vida. Él entró, por medio de, la carne, el cuerpo que le fue dado y en el cual logró (operó) la salvación para nosotros, y se presentó a Sí mismo ante Dios santo y sin mancha. Nosotros entramos en virtud de Su sangre. Él nos ha mostrado el camino; Él ha caminado el camino y lo ha consagrado para nosotros para que lo sigamos.

Consagrado, Delitzsch dice, “en el griego helenístico es el término para dedicar o separar para un uso futuro”. Comentario de la Epístola de los Hebreos, Vol. 2, página 170. Así Cristo ha consagrado un nuevo camino para nosotros. No debemos ir ante Dios con las evidencias de la transgresión en nuestras manos, el cuerpo de una bestia muerta. Debemos ir en virtud de la vida, la sangre, de Cristo. Y al ir así, podemos ir con intrepidez. Repitamos, este nuevo y vivo camino es el camino de la obediencia en contraste con el camino de los sacrificios y ofrendas. Es el camino del nuevo pacto en el cual la ley está escrita en el corazón.

Versos 21-22. Sumo sacerdote; literalmente, gran sacerdote. “Acerquémonos”. Esto es estrictamente un término sacerdotal, porque los sacerdotes “se acercaban” a Dios. El pueblo de Dios es considerado sacerdotes, y en vista de lo que Cristo ha hecho por ellos al abrir el nuevo y vivo camino, ellos son animados a acercarse.

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“Corazón sincero”, “completa seguridad”, “corazones asperjados”, “cuerpos lavados”. Estas son las cuatro calificaciones para aquellos que “se acercan”.

Un “corazón verdadero” es un corazón honesto sin hipocresía o engaño de ninguna especie. Isaías habla de un “corazón perfecto”, uno en que ninguna cosa buena está faltando. (Isa. 38:3). Lealtad, sinceridad, resolución de propósito, caracterizan a un corazón así.

“Completa seguridad de fe”. La duda, la incredulidad, la falta de fe, la timidez, no tienen lugar en la experiencia cristiana. Él tiene que tener confianza en lo que cree, confiando firmemente. Aquel que quiere agradar a Dios tiene que creer que Él existe, y que es un compensador de aquellos que lo buscan diligentemente. (Heb. 11:6).

“Corazones asperjados”. En el Sinaí la sangre del pacto fue asperjada sobre el libro y sobre el pueblo. (Heb. 9:19). En la dedicación del santuario los sacerdotes eran ungidos con sangre. Esto era un símbolo de la dedicación a una tarea. Así el pueblo de Dios tiene que tener sus corazones asperjados, el ser interior dedicado a Dios y Su servicio.

“Cuerpos lavados”. En la dedicación del santuario los sacerdotes fueron lavados por Moisés. (Lev. 8:6). También antes ellos comenzaban su ministración diaria y cada vez que entraban en el santuario, ellos tenían que lavarse a sí mismos. En el Día de la Expiación el sumo sacerdote se lavaba varias veces.

Verso 23. “Mantengamos firme”. Esta es una exhortación más de las muchas que aparecen en el libro. Es un incentivo a la constancia.

“Nuestra fe”. El original dice “esperanza”, y esta es la traducción correcta. El verso 22 habla de fe, el verso 23 de esperanza, el verso 24 de amor.

En Heb. 3:6 se dice que los santos tienen que “mantener firme la confianza y el regocijo de la esperanza firmemente hasta el fin”. En el capítulo 6, verso 11, el apóstol declara el “deseo de que todos muestren la misma diligencia hasta la completa seguridad de la esperanza hasta el fin”. En los versos 18-19 del mismo capítulo se nos dice que “podemos tener una fuerte consolación, los que hemos acudido para asirnos de la esperanza colocada ante nosotros; cuya esperanza tenemos como un ancla del alma, tanto firme como segura, y que penetra dentro del velo”. En el capítulo 7, verso 19, se hace la declaración de que “la ley no perfeccionó nada, pero el traer una mejor esperanza sí lo hizo; a través de la cual nos acercamos a Dios”.

En vista de la cercanía de los ejércitos romanos cuando esto fue escrito, podemos entender mejor la necesidad de esperanza y de ánimo. El apóstol no promete prosperidad aquí en la tierra. Más bien, él quiere que todos mantengan firmes la esperanza, la cual es un ancla del alma. Ciertamente, para infundir esperanza en los creyentes es uno de los principales propósitos de la epístola. El escritor sabía que en los días venideros ellos necesitarían un ancla. Él desea mostrarles cómo pueden obtener esta esperanza.

Los santos tienen que mantenerse sin oscilaciones. Intentándolo día tras día, y podrán ser tentados a oscilar. Que ellos, y todos, recuerden que el que prometió es fiel. Él no fallará, aun cuando a veces podamos ser tremendamente tentados.

Verso 24. “Considerémonos los unos a los otros”. Muchos cristianos le prestan muy poca atención a esta amonestación. Preocupados de su propia obra, fallan en darle la debida consideración a las necesidades y al bienestar de los demás.

En la comunidad cristiana no debe existir un deseo ilegal de lucha por la supremacía. Los intereses de uno están ligados con la prosperidad de todos. En una carrera de botes cada hombre de la tripulación tiene que colocar su propio remo de acuerdo con la medida de su habilidad; sin embargo, la victoria solo es posible si todos reman al unísono.

“Llevando cada uno las cargas de los otros, y así cumplir la ley de Cristo”, es el consejo de Pablo en Gal. 6:2. Nuevamente él dice, en Rom. 12:10, “sed amablemente afectuosos unos con otros con

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amor fraternal; en honor prefiriéndoos los unos a los otros. La verdadera cortesía cristiana es una de las gracias cristianas que muy a menudo es negligenciada. El principio de la cortesía es reconocido por el mundo y practicada grandemente por personas cultivadas. En la verdadera cortesía interior los cristianos debieran ser los líderes.

La cortesía, sin embargo, no es todo lo que la amonestación está diciendo al considerarnos los unos a los otros. Un concepto más profundo del corazón por un alma sufridora; un interés vital en las dificultades financieras del pobre; una actitud razonable hacia los problemas espirituales de aquellos que son jóvenes en la fe; una solicitud compasiva por los hijos y por los jóvenes del rebaño, por los ancianos, por los enfermos, por los encerrados, los solitarios, los que están llegando, todo esto está incluido en el consejo que nos es dado.

“Estimularnos al amor y a las buenas obras”. No es suficiente que nosotros mismos seamos considerados con otros; tenemos que estimularnos a seguir nuestro ejemplo y a que se unan a nosotros en las buenas obras. Esto hará con que cada miembro de la iglesia trabaje por el bien de su hermano, y el egoísmo y la disensión por la búsqueda del honor y la gloria personal cesarán. Una iglesia así, una comunidad así, ciertamente será un milagro.

“Buenas obras”, o mejor, obras nobles. En el griego existen dos palabras usadas para “bueno”. Unas de ellas posee el significado adicional de bello, noble. Esa es la palabra usada aquí. Las obras con las cuales tenemos que estimularnos los unos a los otros, no solo son buenas en sí mismas, sino que son poseedoras de belleza moral. (Para ejemplos de esta palabra que indica belleza así como bondad, vea Mat. 5:16; 26:10; Mar. 14:6; 4:8, 20; 1 Pedro 2:12. Para la otra palabra que significa bueno, esencialmente bueno, pero no necesariamente ligado con la belleza, vea Rom. 2:4; 13:3; 2 Cor. 9:8; Efe. 2:10; Col. 1:10; 2 Tes. 2:17; 1 Tim. 2:10; 5:120; 2 Tim. 2:21; 3.17; Tito 1:16; 3:1; Heb. 13:21).

Verso 25. “No dejando de congregarnos”. Aun cuando este consejo es de una aplicación general, posee un significado especial para el cristiano en el tiempo en que fue escrito. En muchos lugares fue solo con dificultad que los cristianos podían encontrarse para una adoración en conjunto. La persecución tanto por los paganos como por los Judíos era la regla. En algunos lugares algunos edictos prohibían las asambleas, y aun en Jerusalén habían muchos impedimentos. Las guerras y los rumores de guerras causaron miedo y sentimientos difíciles. En el año 66 d.C. Cestio comenzó a sitiar Jerusalén, y cuando fue escrito Hebreos, la sombra de la guerra estaba amenazando. Fue un tiempo de inseguridad general y de perplejidad, y el reunirse todos juntos presentaba problemas. Pero fue justamente en ese tiempo que ellos necesitaban de ánimo mutuo. Ellos necesitaban que su fe fuese fortalecida y su ánimo apoyado. De todos los tiempos este no fue un tiempo para renunciar a los privilegios de la asamblea de la iglesia. Algunos se estaban ausentando para su propia ruina, y el apóstol los amonesta a no continuar haciendo eso por más tiempo. Esta amonestación permanece estable para la iglesia de hoy. No podemos permitirnos el quedar fuera de la hora de adoración.

“Exhortándonos los unos a los otros”. Esto significa más que predicar. Se aplica específicamente al relacionamiento personal entre los miembros, animándose los unos a los otros, intercambiando experiencias, orando por y con los otros.

“A medida que veis que el día se aproxima”. Más de 30 años habían transcurrido desde que Cristo había ascendido al cielo. Él les había contado a respecto de la destrucción de Jerusalén y del templo, lo cual vendría en su generación. Ahora veían que ese día se aproximaba. No podía haber duda que la profecía estaba a punto de cumplirse. Este no era tiempo para permanecer separado. Era un tiempo para permanecer juntos.

La destrucción de Jerusalén era un símbolo de la destrucción que iría a suceder al final del mundo. Esto es evidente en la profecía de Mateo 24. Los discípulos preguntaron, “¿cuándo sucederán estas cosas? ¿y cuál será la señal de tu venida, y del fin del mundo?”. Mat. 24:3. En Su respuesta Cristo se refiere a la destrucción de Jerusalén y también al fin del mundo. Por lo tanto estamos justificados

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para aplicar la declaración “más aun cuando veis que el día se aproxima” no apenas a aquel tiempo, sino que a este tiempo cuando vemos que el gran día de Dios se aproxima y se apresura rápidamente.

Hebreos 10:26-31. “Porque si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, no resta ningún sacrificio por los pecados, sino cierta temerosa expectativa de juicio y de fiera indignación, la cual devorará a los adversarios. Aquel que viola la ley de Moisés muere sin misericordia bajo dos o tres testigos; de cuánto mayor castigo, pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto, con la cual era santificado, y lo haya hecho a pesar del Espíritu de la gracia? Porque conocemos a Aquel que dijo: la venganza me pertenece, yo voy a recompensar, dice el Señor. Y nuevamente, el Señor juzgará a su pueblo. Es una cosa temeraria caer en las manos del Dios viviente”.

Verso 26. “Pecamos voluntariamente”. Algunos se han angustiado con estos versos relacionados con el pecado voluntario. Los han tomado como queriendo decir que cualquier pecado que hayan hecho conscientemente o con un conocimiento parcial, es el pecado imperdonable. Pero este no es el caso. El pecado contra el Espíritu Santo es deliberado, persistente, desafiante. Es la total y final apostasía de la cual no existe un retorno. Se refiere a aquellos que se vuelven del bien al mal, a pesar de la misericordia proferida, resisten al Espíritu, y permanecen en insensible (obstinada) rebeldía. Para esos no hay esperanza.

“Recibido el conocimiento de la verdad”. De esta declaración es evidente que aquellos que aquí son contemplados son los que alguna vez fueron cristianos. Si ellos caen (abandonan para siempre), no resta más ofrenda por el pecado.

Verso 27. “Cierta temerosa expectativa de juicio” (RV). Algunos magnifican la justicia de Dios hasta el punto de la injusticia, pero existen otros que minimizan tanto el castigo como los malos resultados del pecado hasta el punto en que desaparecen. El escritor no minimiza la transgresión, ni sus resultados. Él se refiere al hecho de que aquellos que desprecian la ley de Moisés mueren sin compasión, y de esto extraen la conclusión que aquellos que pisotean al Hijo de Dios, tienen la sangre del pacto como cosa no santa, y lo hacen a despecho del Espíritu de Dios será merecedor de mayor castigo. El Señor recompensará, el Señor juzgará, y no será un castigo fácil. “Cosa temerosa es caer en las manos del Dios viviente”, concluye él.

Estas son palabras fuertes y aun duras. No es a menudo que Dios habla así. Cuando lo hace, es porque la materia es de suprema importancia. Podemos sacar confidencialmente la conclusión de que Dios considera un conocimiento de la verdad como la más solemne responsabilidad, y de que aquellos que abandonan su fe en Dios y en la verdad, son merecedores de un mayor castigo. No son apenas ellos los que son afectados. Un hombre que posee talentos y un conocimiento de la verdad, y entonces abandona la verdad, no solo pierde su alma, sino que afecta poderosamente a otros. Su propia pérdida es tal vez la menor pérdida. Las miles de otras personas que son afectadas por su ejemplo, y las otras miles a las cuales su apostasía los priva de su trabajo (obra), son la mayor parte de la pérdida. En el ajuste final de cuentas, tal vez no sean las cosas que hemos hecho las que más pesen; es la influencia que hemos ejercido, el ejemplo que hemos dado, el efecto que nuestras vidas han tenido sobre otros.

Verso 28. “Dos o tres testigos”. En el caso de un crimen serio, tal como un asesinato, dos o tres testigos eran requeridos antes que una persona pudiese ser considerada culpable. (Deut. 17:6). Esta era una provisión de misericordia y también muy sabia. Salvaguardaba la justicia y tendía a desanimar las falsas acusaciones. El mismo principio se mantiene en pie hoy en día.

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Verso 29. “Pisoteando al Hijo de Dios”. El contraste es entre aquel que transgrede la ley de Moisés, y aquel que transgrede a la luz de un conocimiento mucho mayor hoy. Todos debieran saber que rechazar la ofrenda de la salvación es contado como pisotear al Hijo de Dios.

“La sangre del pacto... como cosa no santa”. Un pacto sellado con sangre es una cosa muy santa y temible. Hacer de eso que es santo y muy sagrado una cosa no santa es el más grande sacrilegio. Cuando en el Sinaí, Dios habló en majestad desde el cielo, y el pueblo huyó aterrorizado, se le dio una demostración a los hombres de la santidad y del terror de Dios. Para que los hombres hoy tengan la sangre del pacto como una cosa no santa, la misma sangre que significa santificación para aquellos que la aceptan, ciertamente exigirá una retribución.

“A pesar del Espíritu de la gracia”. Esto no es nada más que el pecado contra el Espíritu Santo, una permanente condición de resistencia hacia el camino de la vida. Para ellos no hay esperanza.

Verso 30. “El Señor juzgará”. Es bueno que nosotros no juzguemos o tomemos las coas en nuestras propias manos. Dios posee un camino para conducir las cosas por Su propio camino; y cuando llegue el tiempo, Él actuará.

La venganza le pertenece a Dios. Él no es indiferente con el error. Él conoce toda difamación, de toda acusación injusta, de todo acto inicuo. No siempre es fácil para nosotros esperar, pero debiéramos descansar seguros que a Su propio tiempo Dios recompensará.

Verso 31. “Las manos del Dios vivo”. Palabras como estas pueden parecerle extrañas a aquellos que piensan en Dios solo en términos de mansedumbre y bondad. Todos saben que Dios es bondad y amor; pero muchos olvidan que existe otro lado de las características de Dios, y que Él de ninguna manera tendrá por inocente al culpable. (Exo. 34:7). Los hombres hacen lo malo y no son castigados en esta vida; ellos creen que han escapado a las consecuencias de sus transgresiones. Que todos recuerden que sea lo que sea que un hombre siembre, eso también cosechará. Es una cosa temerosa caer en las manos del Dios vivo.

Hebreos 10:32-39. “Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis un gran combate de aflicciones; por una parte, ciertamente, con reproches y aflicciones fuisteis hechos espectáculo; por otra parte, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. Porque habéis tenido compasión de mi en mis ataduras, y tomasteis alegremente el despojo de vuestros bienes, sabiendo en vosotros mismos que tenéis en el cielo una mejor y más perdurable herencia. No perdáis, pues, vuestra confianza, la cual posee una gran recompensa. Porque habéis necesitado de paciencia, para que, después de haber hecho la voluntad de Dios, podáis recibir la promesa. Porque aun un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Ahora el justo vivirá por la fe; pero si alguien retrocediere, mi alma no tendrá placer en él. Pero nosotros no somos de aquellos que retroceden para perdición; sino que de aquellos que creen para la salvación del alma”.

El apóstol les pregunta que recuerden cómo en los días anteriores habían sufrido, y cómo Dios los había ayudado a tomar todo alegremente. Ahora él les pide que sean pacientes, porque no pasará mucho tiempo para que reciban la promesa. Él los anima a ser fieles y a no retroceder.

Verso 32. “Los días anteriores”. De acuerdo con 1 Tes. 2:14, las iglesias primitivas en Judea, incluyendo Jerusalén, sufrieron persecución. Hasta después que fueron “iluminados” ellos “sostuvieron” una “gran batalla de aflicciones”. “Batalla” aquí significa un combate, así como donde se mete el atleta, ya sea para luchar, pelear con espada o aguantar. Hechos 4, 9, 12 se registran algunas de las persecuciones de la iglesia de Jerusalén.

Verso 33. “Espectáculo”. La figura está tomada de la costumbre de exhibir a los criminales a la contemplación pública y al ridículo en los mercados, y a veces al castigo de muerte en un circo o teatro. Como solo menciona reproches y aflicciones, seguramente que sus pruebas estaban confinadas a esto,

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aun cuando la tortura y la muerte no eran incomunes. Los reproches probablemente eran las difamaciones contra la iglesia. Las persecuciones no eran solamente contra los ofensores sino contra aquellos que eran “compañeros de los que estaban en una situación semejante”.

Verso 34. “Habéis tenido compasión de mi en mis ataduras”. Esto concuerda con el caso de Pablo, pero no tenemos detalles posteriores de los que aquí son revelados. La persecución y el despojo de sus bienes ellos lo aceptaron alegremente, sabiendo que en el cielo serían más que recompensados por sus penas aquí.

Verso 35. “Confianza”. La persecución y la pérdida de los bienes terrenales ejercería naturalmente una influencia depresiva. Por esta razón se les aconseja a que no se suman en una desconfianza (desaliento) sino que a mantener firme su confianza, o su intrepidez, la cual posee grande recompensa.

Verso 36. “Necesidad de paciencia”, para soportar. La paciencia no es necesariamente una virtud negativa. El verdadero significado de la paciencia es soportar, capacidad para sufrir, la decisión de no entregarse, sino que de continuar hasta el fin. Incluye el significado común de estar resignándose en la tribulación, pero su significado más amplio es el de decidir continuar a pesar de la fatiga y de los obstáculos, y de no aflojar el paso.

“La promesa”. Así como un atleta recibe el premio después de haber terminado exitosamente la carrera, así después de haber hecho la voluntad de Dios el cristiano recibirá la promesa. Esta promesa es la de entrar en Su descanso. (Heb. 4:1; 9:15; 11:13).

Verso 37. “Aun un poquito”. Pareciera haber poca duda de que la iglesia primitiva esperaba una liberación en poco tiempo. Muchos de ellos asociaban el fin del mundo con la caída de Jerusalén, ellos esperaban liberación, y esperaban que el Señor vendría. Aun cuando Pablo tenía un punto de vista más claro y escribió a respecto de ciertas cosas que debían suceder primero (ver 2 Tes. 2:1-5), evidentemente habían algunas cosas en sus cartas que llevaron a decir que él las enseñó, “que el día de Cristo está cercano” (verso 2). No debemos sorprendernos con esta esperanza de la iglesia. Es dudoso que aun los mayores en la fe hubiesen recibido mucho ánimo del conocimiento que la venida de Cristo iría a demorar siglos y aun milenios. “No os corresponde saber los tiempos para las estaciones, las cuales el Padre ha dejado en su propio poder”. Hechos 1:7.

“Y no tardará”. Sin lugar a duda esta es una referencia a Hab. 2:3, donde “esperar” en la Septuaginta es la misma palabra que “soportar” en Heb. 10:32. El substantivo es traducido como “paciencia” en el verso 36, pero tal como observamos, el significado real es “soportar” antes que la virtud de la paciencia. Es la misma palabra que Cristo usa cuando dice, “mas el que soporte hasta el fin, este será salvo”. Mat. 24:13.

Verso 38. “El justo vivirá por la fe”. Esta cláusula es citada de Hab. 2:4, y es usada por Pablo en Rom. 1:17, y Gal. 3:11. Contiene en sí misma la gran y maravillosa verdad de la justificación por la fe, y fue la base de la Reforma protestante.

“Retrocediere”. Esto ha sido traducido de diferentes maneras. Si él retrocede, sale a hurtadillas, se escabulle, se esconde. Es un término náutico usado cuando se está hablando de recoger las velas, bajándolas, debido a la aproximación de una tormenta.

A menudo es una sabia precaución orientar las velas para que no capten la fuerza de un viento fuerte. Pero el apóstol la usa aquí en el sentido de ser más precavido. Él siente que la tempestad se va a venir encima. En el tiempo en que él escribió, habían claras indicaciones que dentro de poco tiempo los ejércitos romanos estarían frente a las puertas de la ciudad. Esto estaba de acuerdo con las profecías de Jesús, de la destrucción de Jerusalén, tal como está registrado en el capítulo 24 de Mateo. Sin duda los

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apóstoles, y los discípulos en general, habían ponderado bastante acerca de los acontecimientos venideros.

Y ahora la profecía estaba a punto de cumplirse. Parece impensable que los discípulos hubiesen quedado en silencio sin usar la ocasión para llamar la atención a respecto de la verdad de la predicción de Jesús. Este era el momento oportuno para que ellos proclamasen el evangelio de Jesús, y deben haber sido altamente negligentes si no lo hubiesen hecho así.

Fue bajo estas circunstancias que algunos se estaban volviendo tímidos. Todas las señales mostraban que la destrucción estaba a la puerta, pero en vez de sacarle ventaja a la aprehensión del pueblo y a los tiempos tormentosos, ellos comenzaron a retroceder, a encoger las velas, a recular. Ellos eran cautelosos, muy cautelosos, y no estaban totalmente despiertos para la oportunidad que tenían de usar las condiciones existentes para darle el mensaje al pueblo.

Y así Pablo los advierte. La precaución es buena; pero puede ser llevada demasiado lejos. Preciosas oportunidades pueden perderse a menos que se suban sobre las aguas tempestuosas. Este era el tiempo preciso por el cual habían esperado más de treinta años; la profecía se estaba cumpliendo ante sus propios ojos, y ahora algunos se estaban volviendo tímidos. Este no era tiempo para retroceder.

Existen también aquellos que son demasiado intrépidos, y hacen daño. Se lanzan hacia delante donde ni siquiera los ángeles se atreven a ir. Pero donde hay uno demasiado intrépido, existen diez que son muy tímidos; y la timidez no es mejor que la super intrepidez. A veces, es mejor continuar hacia adelante, aun cuando se cometan errores, que retroceder y no hacer nada. A veces es mejor correr riesgos si es que queremos algún progreso.

Pablo reiteradamente los insta a la intrepidez. De hecho, tal como lo hemos mencionado previamente, Pablo cree que la intrepidez es una señal de filiación. Él mismo era intrépido y no se echó atrás al correr algunos riesgos. El resultado fue progreso en toda la línea, y Dios lo bendijo. Si Pablo no hubiese sido intrépido, nunca hubiera hecho la obra que hizo. Correr un riesgo por Dios, sacar ventaja de las condiciones, es uno de los privilegios del cristiano. ¿No es esta una de las razones por las cuales Dios permite que seamos colocados bajo ciertas condiciones y circunstancias? ¿Qué hubiese sucedido si Ester no hubiese sido intrépida a su debido tiempo? ¿O Natán, o Daniel, o los tres jóvenes hebreos, o David al enfrentar a Goliat? Dios permite algunas condiciones para desarrollarnos, y después nos coloca donde podamos sacar ventaja de ellas, y nos guía para que mejoremos las oportunidades que Él ha provisto.

Pablo sabía que habían tiempos difíciles justamente ante ellos, tiempos que son un paralelo para nosotros. Él los instó a que tuviesen ánimo, intrepidez. El mismo llamado es válido hoy en día. Ellos estaban ante los eventos que se estaban cumpliendo, en relación a la destrucción de Jerusalén. Nosotros estamos ante el mayor cumplimiento de la profecía de Jesús en relación al fin del mundo. Este no es tiempo para arriar los estandartes, no es tiempo de retroceder o de ser miedosos, o de ser tímidos.

Verso 39. “Retroceder para perdición”. Las pruebas pueden ser duras, pero no pueden haber retrocesos. Tenemos que tomar nuestro lugar con aquellos que creen en la salvación del alma. “Aquellos que creen” forman la transición y la introducción al siguiente capítulo, el cual se relaciona con la fe.

Observaciones AdicionalesSantificación.-

La santificación es una de las doctrinas menos entendida de la Biblia. Todo tipo de excesos religiosos han sido cometidos en el nombre de la santificación, y, aun cuando es preciosa esa doctrina bíblica, su perversión ha producido mucho daño a la causa de Cristo en general, y en particular a aquellos individuos que han sido víctimas de doctrinas insanas y de fanatismo religioso.

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Debiéramos tener en mente que aquellos que son guiados por otros caminos a través de las reclamaciones extravagantes y por las falsas doctrinas de la santificación, no son los carentes de religiosidad ni los indiferentes. Son precisamente los que son fervientes en espíritu, y que están ansiosos por hacer la voluntad de Dios, pero que se han embebido con falsas nociones y falsas ideas, y cuya experiencia cristiana tiende hacia la superficialidad y hacia las demostraciones exteriores, mientras negligencian las sólidas enseñanzas de la Palabra de Dios. Están más deseosos de depender más en las impresiones y en los sentimientos, que en la voluntad de Dios revelada en Su Palabra. Solamente una medida inusual del Espíritu y del poder de Dios puede hacerlos volver al lugar correcto. Pensando que están siendo guiados por el Espíritu de Dios, están en las trampas del maligno. El hecho que ellos parezcan ser extremamente religiosos, hace su recuperación mucho más difícil.

A muchos burladores se les ha dado la ocasión para que blasfemen, debido a los excesos religiosos de movimientos de santidad fanática, pero el mayor daño ha sido hecho con los propios devotos. Tal como ha sido observado, ellos pueden ser honestos aun cuando sean almas guiadas erróneamente, las cuales desean sinceramente servir. Esto le da más razón aun a la sana doctrina. En vista de esto, consideramos un deber presentar la verdadera doctrina de la Biblia en esta importante fase del cristianismo.

El autor de Hebreos considera la santificación como el blanco y la meta de la experiencia cristiana, y como algo que todos tienen que alcanzar. En el capítulo 10 él los convida a todos a entrar con intrepidez a la misma presencia de Dios a través del velo que sido abierto para nosotros. (Heb. 10:19-20). Una y otra vez a través del libro él le presenta a sus lectores la idea de perfección, cuyos ritos y ceremonias nunca podían efectuar, pero que se hicieron posible a través del evangelio (Heb. 6:1; 7:19; 9:9; 10:1-2; 12:10, 14; 13:21). Realmente se puede decir que la intención del escritor de Hebreos es producir santidad, santificación, en sus lectores. Él está mucho más interesado en esto que en escribir una tesis teológica.

Conversión y Justificación.-

Es bueno considerar la conversión y la justificación antes de entrar en un análisis de la santificación. El camino cristiano puede ser ilustrado a través del siguiente diagrama, comenzando con la conversión y terminando con la santidad.

Conversión SantidadEl Camino de la Santificación Perfección

Justificación Glorificación

En la conversión el hombre se vuelve del pecado a la justicia, de lo malo a Dios. Las cosas que él alguna vez amó ahora las odia. Es una nueva criatura. A través de un acto de decisión toda la dirección de su vida es cambiada, y comienza a seguir y a imitar al Maestro.

La conversión puede suceder en un momento, o puede cubrir un periodo de tiempo. La vida de Pablo fue cambiada repentinamente en el camino hacia Damasco. Él había odiado a los cristianos y a la cristiandad, pero súbitamente él se volvió de ese camino y comenzó a predicar la misma doctrina que él anteriormente odiara.

La conversión, por lo tanto, no siempre sucede en un momento. A menudo toma un largo periodo, tal como lo fue en el caso de Nicodemo. Una noche Cristo tuvo una gran conversación con él y le dijo que tenía que nacer de nuevo (Juan 3:1-13). Nicodemo no entendió el lenguaje de Cristo, y no fue sino hasta en la crucifixión en que él apareció como siendo un hombre convertido y un seguidor de Cristo. (Juan 19:39).

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Existen otros que no parecen haber pasado por ningún periodo distintivo de conversión. Entre estos está Juan el Bautista y Jeremías, ambos, se nos dice, fueron santificados desde su nacimiento (Luc. 1:15; Jer. 1:5).

De estos ejemplos queda claro que nadie debe ser desanimado si no consigue distinguir ni el día ni la hora de su conversión. Aun cuando no tenía ninguna duda en cuanto al día exacto de su conversión, Nicodemo dudaría si se le preguntase cuándo fue que comenzó el cambio. Él pudiera decir que fue cuando Cristo conversó con él, pero una reflexión más profunda sobre el asunto lo llevaría a decir que fue en algún instante posterior. Juan el Bautista y Jeremías podrían decir que nunca fueron convertidos: que ellos siempre fueron hombres piadosos.

Registramos esto debido al hecho de que algunos que reclaman la santificación insisten en que las personas tienen que tener certeza del día y de la hora en que fueron convertidos, caso contrario no son cristianos. Esta no es una enseñanza bíblica.

La palabra hebrea para conversión significa “volverse”, “arrepentirse” y viene de otra palabra que significa “retroceder”, “volver atrás”. La palabra griega significa un cambio en la mente. Ambas indican un cambio radical a través del cual un hombre se vuelve de su vida pasada pecaminosa y comienza a andar hacia el reino.

Debiéramos tener cuidado, sin embargo, en definir la conversión como apenas un cambio en la mente. Aun cuando realmente es un cambio mental, también es un cambio que afecta toda la vida, y no es apenas un cambio de opinión o un cambio de un tipo de teología para otro; ni tampoco es una transferencia como miembro de iglesia. Pablo lo describe así: “Haya pues en vosotros este sentir, que hubo también en Cristo Jesús”. Fil. 2:5. El cristiano no piensa, ni habla, ni actúa más como lo hacía antes. Después de la conversión él anda en otra dirección; sus gustos, hábitos, y placeres han cambiado; ahora es una nueva criatura en Cristo Jesús. Las cosas antiguas ya pasaron; todas las cosas han sido hechas nuevas.

La verdadera conversión significa un vuelta completa. En su totalidad incluye la convicción por el pecado; la confesión; y un esfuerzo honesto de efectuar una restitución donde ha habido cualquier apropiación indebida; la aceptación por la fe de las gloriosas promesas de perdón; reconocimiento público de nuestra nueva posición en relación a Dios, incluyendo el bautismo y la unión con los creyentes en la confraternización con los hermanos; y por último, una solemne decisión, a través de la gracia de Dios, de terminar con el pecado para siempre, y de seguir el consejo de Cristo: “Anda, y no peques más”. Juan 8:11.

Para muchos, la conversión es meramente una decisión emocional para aceptar a Cristo, y no quiere decir que tenga que existir o afectar totalmente el estilo de vida de la persona. Sería bueno que los que piensan así, estudiasen los siete pasos presentados, siendo que cada uno de ellos son necesarios para completar la conversión, aun cuando los pasos no necesariamente tienen que seguir el orden allí establecido. Enfatizémoslos a través de la repetición.

1.- Convicción de pecado. Para abstenernos del pecado, es necesario saber lo que es el pecado. Esto no quiere decir que una persona tiene que conocer el pecado por experiencia, para reconocerlo. Pero sí significa que es necesario saber lo que es pecado y su apariencia, de manera de estar apto para evitarlo. Algunas cosas parecen ser inocentes y son muy buenas para engañar al incauto, a menos que él posea alguna norma segura a través de la cual pueda reconocer el pecado. Esta norma se encuentra en la Biblia y está ejemplificada en la vida de Cristo. Está resumida en los Diez Mandamientos. Juan dice, “pecado es la transgresión de la ley”. 1 Juan 3:4. Sin embargo, debemos recordar que la ley es espiritual, y que hay mucho más incluido en la ley que lo que pueda aparecer a través de una primera lectura superficial. No solamente tiene que ver con actos externos, sino que alcanza los motivos e intenciones del corazón.

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2.- Tristeza por el pecado. Esto significa tristeza personal en el corazón individual. Uno puede estar triste por el pecado que está en el mundo, pero sin sentirse triste por sus propios pecados. La convicción tiene que llegar a cada alma, así como le sucedió a David cuando el profeta le dijo, “Tú eres el hombre”. 2 Sam. 12:7.

3.- Confesión. Una tristeza por el pecado que no conduzca a una confesión, no es una tristeza real. La confesión debe hacérsele primero a Dios y después al hombre. La naturaleza de la confesión mide la profundidad y la sinceridad de la confesión. Tiene que ser sincera, espontánea, no forzada, libre. Si falla en alguno de estos puntos, falla también en ponerse a la altura de la norma de Dios.

4.- Restitución. Para algunos, esta es la parte más pesada de la conversión, ya que implica en traer a la memoria cosas que nosotros preferiríamos olvidar. El confesarle a Dios el robo de dinero o de otros valores es una experiencia personal del alma; el devolver estos valores robados a las personas relacionadas es en algunos casos muy humillante. Pero no existe otro camino. Pero aun cuando pueda ser humillante, es también una experiencia muy bendecida. Humilla el alma ante el hombre; la exalta ante Dios.

5.- Fe en Dios. Sin fe es imposible agradar a Dios. (Heb. 11:6). Es realmente extraño que después que Dios le perdonado su pecado a un hombre, él sea aun tentado a dudar de Dios. A Satanás le gustaría que él pensase que sus pecados son tan grandes que Dios no los ha perdonado y no lo puede perdonar completamente. Pero requiere que nosotros le creamos. No importa cuán obscuros o rojos sean nuestros pecados, Dios está dispuesto a perdonar y a purificar. (Isa. 1:18; 1 Juan 1:9). Esto es lo que Dios nos pide que le creamos.

6.- Reconocimiento público. El esconder el hecho de la conversión, el tratar de mantenerla en secreto, no es el plan de Dios. Dios ha provisto el reconocimiento público de nuestro cambio de actitud hacia Él. “Anda donde tus amigos”, le dijo Cristo al hombre poseído por el demonio, “y cuéntales las tremendas cosas que el Señor ha hecho por ti, y cómo ha tenido compasión de ti”. Mar. 5:19. Este era un testimonio personal de un alma redimida. El reconocimiento público incluye el bautismo y la unión con los creyentes. (Hechos 2:38, 41, 47).

7.- No peques más. Esto envuelve la fe que Dios, quien ha comenzado la buena obra en nosotros, también la terminará.

Al pecador convertido le dice Dios, lo mismo que le dijo a la mujer pecadora, “Anda y no peques más”. Juan 8:11. Es de poco valor el tener nuestros pecados perdonados a menos que también aceptemos la provisión hecha para el triunfo futuro completo sobre el pecado. Dios ha provisto esta victoria para cada alma que la desee. Por la fe él debe reclamar el poder de Dios no solamente por el perdón sino que también para la santidad de la vida.

Santificación.-

Esto nos lleva al asunto de la santificación, la cual es la experiencia culminante en la vida del cristiano aquí en la tierra. El poder de Dios para salvar no se agota con el perdón de los pecados que están en el pasado. Esto es maravilloso, pero Dios tiene aun un poder mayor en reserva, que es justamente el mantenernos libres de caer.

El diagrama de la página 168 muestra el camino de la santificación yendo desde la conversión hasta la santidad. Este es el camino que todo cristiano tiene que caminar si es que quiere alcanzar el cielo.

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La santidad no se obtiene de una sola vez; es un proceso lento, laborioso, de a poquito y paso a paso hasta llegar a la altura que al comienzo parecía ser inalcanzable. La perseverancia y una generosa medida de la gracia de Dios realizará la tarea.

La santificación es definida como siendo “el acto o proceso de la gracia de Dios a través del cual las afecciones de los hombres son purificadas o alienadas del pecado y del mundo, y son exaltadas a un amor supremo de Dios”. Otra definición es ”la obra del Espíritu Santo a través de la cual el creyente es liberado del pecado y exaltado a la santidad de la vida”. Ambas definiciones son esencialmente la misma.

Normalmente santificación y santidad se entienden como siendo idénticas, y realmente son usadas en forma intercambiable. Pero existe una diferencia. La santificación es “el acto o proceso de la gracia de Dios a través del cual las afecciones de los hombres son purificadas o alienadas del pecado”. Aun cuando la santificación es un acto o un proceso, también puede denotar el producto terminado, y como tal es equivalente a santidad. La santidad puede ser definida como el resultado de la santificación. No es tanto un proceso sino que un resultado. Es la perfecta santificación. Considerada así, la conversión es el comienzo de la carrera cristiana; la santificación es el camino o carretera que el cristiano tiene que seguir para alcanzar la meta; y santidad, es el blanco o el fin del camino, el equivalente de la perfección. Dios es santo; Dios es perfecto; Él no llegó a ser así; Él siempre lo ha sido. Se le pide al hombre que luche hasta alcanzar estas mismas virtudes, pero no debiera ser vacilante en reclamar su posesión.

Un hombre recién convertido se encuentra a sí mismo muy feliz y contento con el pensamiento de que toda su vida pasada ha sido perdonada. Él conoce los muchos males de los cuales se siente culpable y ahora se regocija con la maravillosa bondad de Dios al perdonarlo. Su alegría no conoce límites. Él había sido un esclavo de la bebida y de muchos otros hábitos pecaminosos, pero ahora es libre.

¿Lo es? Algunos lo son, y nunca más tienen un antojo. Pero otros aun son tentados y tienen una batalla diaria para resistir el mal. No le dan la cabida al tentador, pero el antojo aun está ahí, y a veces parece ser mucho más de lo que ellos pueden soportar. Pero están determinados a ganar la victoria, determinados a perseverar, y aun cuando pelean hasta la muerte, no ceden; y finalmente son libres, y Satanás los abandona. ¡Qué maravillosa experiencia y qué maravilloso día es este! ¡Victoria en Cristo! No más tentaciones.

Pero que nadie se deje engañar por las tácticas de Satanás. Él puede irse, y permanecer lejos, pero también puede volver. Él hizo eso en el caso de Cristo. “Cuando el diablo había terminado con todas las tentaciones, se alejó de él por algún tiempo (por una temporada)”. Luc. 4:13. Y así puede hacerlo con los hombres. Por esta razón se nos aconseja. “Aquel que piensa que está en pie, mire que no caiga”. 1 Cor. 10.12. Muchas veces aquellos que se han felicitado a sí mismos por sus realizaciones, en ese mismo momento están en el mayor peligro de caer.

El hombre que resiste hasta la sangre, luchando contra el pecado, recibirá justo crédito por su logro. Pero el plan de Dios incluye una experiencia mayor que esta. Es posible llegar a un grado tal de odiar el pecado, que ya no es más una tentación. El hombre que ha decidido, por la gracia de Dios, ganar la victoria sobre los intoxicantes y el tabaco puede resistir toda tentación y nunca más caer. Se le reconoce la victoria y recibe su recompensa. Pero un día le llegará la convicción que el mismo Dios que puede guardarlo de caer también puede remover el deseo hacia el mal y hacer con que pase a odiarlo. Él nunca ha orado antes para odiar eso; pero ahora comienza a orar, no apenas para que Dios le quite el deseo de probarlo, sino que Él le colocará un odio por lo malo. Y en respuesta a las sinceras súplicas Dios le da a ese hombre lo que pide, y él obtiene una completa victoria. Las cosas que él una vez amó ahora las odia. Él está completamente santificado en este punto.

Un problema que tienen algunos cristianos que anhelan la liberación, es que ellos esperan que Dios los libere de una manera milagrosa para que estén listos para entrar en el reino. Ellos le han pedido a Dios que les perdonen sus pecados y que les de la victoria, y habiéndolo hecho así, consideran

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que su parte está hecha, y que ahora es Dios el que tiene que trabajar. Pero Dios espera que ellos colaboren. El consejo de la Biblia es “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor. Porque es Dios el que produce en vosotros así el querer como el hacer, de acuerdo a Su buena voluntad”. Fil. 2:12-13.

Pueden existir aquellos que luchan contra diez enemigos al mismo tiempo, pero muchos de nosotros no estamos en condiciones de hacer eso. El hombre que está siendo atacado por el demonio Bebida, tiene que dedicarse a atacar este demonio, y no es capaz de luchar con otros demonios al mismo tiempo. Tiene que concentrarse en el caso que tiene a la mano. Solo cuando haya conseguido vencer ese enemigo, estará listo para vencer el próximo. Dios en Su misericordia generalmente le dará un pequeño respiro para que vuelva a fortalecer sus fuerzas para el próximo encuentro.

Los cristianos están en peligro de cometer el error de entrar en la batalla y enfrentar a todas las fuerzas malignas al mismo tiempo. Pocos, si es que hay alguien que lo consiga, puede alcanzar esto. Aun David no enfrentó a todo el ejército de los Filisteos de una sola vez. Habría sido desastroso. Él tenía bastante que hacer en concentrarse apenas con Goliat. Y Dios le dio una gloriosa victoria.

De la misma manera, los cristianos harían muy bien en concentrarse en un pecado en particular o en una debilidad, en vez de dispersar sus esfuerzos. Debemos orar por la conversión del mundo en general, pero para nuestra propio blanco, es mejor confinar nuestra obra a unas pocas almas, a quienes podemos otorgarles esfuerzos especiales. A medida que ganemos almas una a una, ataquemos entonces de la misma manera los pecados.

A medida que caminamos así a lo largo del camino de la santificación, enfrentando un problema después del otro, en la medida en que van apareciendo ante nosotros, vamos progresando en la santificación y nos vamos acercando al blanco de la santidad. Desde el momento que comenzamos, Dios nos está imputando justicia. Realmente no somos perfectos, pero estamos siendo guiados en la dirección correcta, y si morimos antes de alcanzar el blanco, Dios juzgará nuestros motivos y nos dará el crédito por lo que hubiésemos hecho si hubiésemos tenido la oportunidad.

El fruto de un árbol no es perfecto en un día. Lleva semanas y meses desde el tiempo en que primero aparece el brote hasta que éste está completamente maduro. Pero cada etapa revela perfección. El brote es perfecto, y también lo es el primer fruto no maduro, y el fruto totalmente maduro. Así también sucede con un ser humano. El pequeño bebé puede ser perfecto, así también el niño, el joven, y el hombre adulto. Perfecto, pero incompleto.

La Biblia usa la palabra “perfecto” para denotar dos cosas, el estado perfecto pero incompleto, y la completa perfección. Observe la declaración de Pablo en Fil. 3:12, “no que ya lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto”. Pablo no reclama el haber sido “hecho perfecto” (VAR); pero en el verso 15 él declara, “así que, todos los que sean perfectos, esto mismo sintamos”. En el verso 12 él declara que no es perfecto; en el verso 15 dice que lo es. Young traduce el verso 12 así: “O que ya haya sido perfeccionado”; y el verso 15 así: “Así que, por lo tanto, como sois perfectos”. Robertson, en Cuadros de la Palabra, dice que “perfecto” en el verso 12 es el “indicativo pasivo perfecto (estado terminal) de teleioo... Pablo puntualmente niega que haya alcanzado un estancamiento espiritual donde no exista más desarrollo. Ciertamente él no sabía nada de la así llamada perfección absoluta repentina, por ninguna experiencia personal. Pablo había hechos grandes progresos en el caminar cristiano, pero el blanco aun está ante él, no atrás”. De la palabra “perfecto” en el verso 15 él dice, “aquí el término teleioi significa perfección relativa, no la perfección absoluta tan puntualmente negada en el verso 12”. Volumen 4, pág. 454-455.

Esto explica la declaración de Pablo. Él no reclama la perfección absoluta, la cual es equivalente a santidad, pero sí reclama la perfección relativa. Esto es enfatizado en el verso 16: “Pero aquello a que ya hemos llegado”, o mejor, “al lugar al que hemos llegado”. Pablo no afirma que todos hayan llegado igualmente lejos en el caminar cristiano, sino “hasta donde hemos llegado”, sea cual fuere ese lugar, somos relativamente perfectos.

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¿Alcanzará alguien alguna vez la perfección a la cual se refiere Pablo, diciendo que aun no la ha alcanzado? Quedaríamos desilusionados si Pablo hubiese reclamado la perfección absoluta; porque ningún hombre que llegue hasta ese punto, jamás la reclamará, o tal vez, ni siquiera la conocerá. Dios la conoce, pero el hombre nunca hará tal reclamación.

¿Pero alguien alguna vez alcanzará este estado? Nosotros creemos que si. Lea la descripción de los 144.000 en Apoc. 14:4-5. Dice así: “Estos son aquellos que no fueron contaminados con mujeres; porque son vírgenes. Estos son aquellos que siguen al Cordero dondequiera que vaya. Estos fueron redimidos de entre los hombres, siendo las primicias para Dios y para el Cordero. Y en su boca no fue encontrado engaño; porque son sin falta ante el trono de Dios”.

Observe que estos son “sin falta ante el trono de Dios”. Ellos estarán entre aquellos de los cuales se dice: “aquel que es santo, que aun continúe siendo santo”. Apoc. 22:11. Esto, como se observará del verso 12, se refiere a aquellos que están viviendo antes que el Señor venga y que han alcanzado la santidad. Si no la hubiesen alcanzado, no se podría realmente decir, “que aun continúen siendo santos”.

Cualquiera que reclame haber llegado a un estado de santidad se puede decir confiadamente que está destituida de la misma. Mientras más cerca llega un hombre a Dios, más temeroso se pone de sus propios defectos. Solo cuando un hombre pierde de vista a Dios puede reclamar santidad.

Esto no está siendo escrito para desanimar a nadie para que no alcance la perfección, sino que de hacer reclamos de haberla alcanzado. Existe, realmente, un llamado definido a los hombres a entregarse a sí mismos totalmente al poder de Dios para alcanzar la santidad. Antes que llegue el fin, Dios tendrá un pueblo suyo. Ellos reflejarán totalmente la imagen de Dios.

Los 144.000.-

Cuando Pablo, en Heb. 10:19-20, habla de entrar en el los lugares santos a través de la sangre de Jesús, él hace una referencia especial a los 144.000, aquellos que “siguen al Cordero dondequiera que Él vaya”. Apoc. 14:4. Solo al sumo sacerdote se le permitía entrar en el lugar santísimo. Los sacerdotes normales no podían hacer eso. Cuando de los 144.000, por lo tanto, se dice que siguen al Cordero dondequiera que Él vaya, y cuando sabemos que Él como Sumo Sacerdote entra al lugar santísimo, entonces entendemos que los 144.000 son sumo sacerdotes, si es que van a ir con Él al lugar santísimo. Así como el pueblo de Dios son reyes y sacerdotes, así esta compañía especial son reyes y sumo sacerdotes, siguiéndolo a Él dondequiera que vaya.

Los sacerdotes de antaño eran comisionados para negociar con Dios. Ellos llevaban pesadas responsabilidades al ofrendar por y al representar al pueblo. Pero su obra, importante como era, no era ni siquiera comparable con la del sumo sacerdote. En él, Israel aparecía ante Dios; él llevaba la cinta dorada de oro con la inscripción “Santidad al Señor”, y solamente él podía entrar en el lugar santísimo en el Día de la Expiación. Su entrada en ese día era realizada solo a través de la más completa preparación. Siete días antes del gran día, él dejaba su hogar y pasaba día y noche confesando sus pecados y estando en comunión con Dios. Cuando en el Día de la Expiación él se aproximaba temblando ante Dios, se quitaba sus ropas reales, se colocaba las ropas de humildad, y levantaba el velo que lo separaba de la inmediata presencia de Dios; no había ningún pecado personal que aun quedase en sí mismo, o habría sido borrado de la existencia. Solo aquel que es santo puede llevar pecados; por lo tanto el sumo sacerdote tiene que ser sin mancha o arruga. Solamente así podía acercarse a Dios.

Esta completa preparación nos da una idea de lo que Dios espera de Su pueblo escogido en estos días. Ellos también tienen que ser sin falta ante el trono de Dios; ningún pecado podía pegárseles.

Es en esos 144.000 que Dios va a permanecer justificado. Son la última generación, los más débiles entre los débiles, llevando los resultados de los pecados de las generaciones anteriores. En ellos Dios hace la demostración de Su poder en la humanidad, lo que Él puede hacer en y con el hombre pecador. Durante mucho tiempo Satanás se ha burlado de Dios. ¿”Dónde están aquellos que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús?”. Con los 144.000 ante Él, Dios puede responder

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tranquilamente, “Aquí están los que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús”. Apoc. 14:12.

Cuando Cristo entró en el santuario celestial, no fue con la sangre de animales muertos, sino que “a través de Su propia sangre entró una vez en el lugar santo, habiendo obtenido eterna redención por nosotros”. Heb. 9:12. Cuando nosotros “entramos en el santísimo por la sangre de Jesús”, entramos por el nuevo y vivo camino el cual Él ha consagrado para nosotros. (Heb. 10:20).

No había nada en Cristo que necesitase cualquier sangre o incienso para protegerlo o cubrirlo de la presencia de Dios. Su vida era pura y santa, ninguna mancha o falta había en Él. Él podía entrar con intrepidez, porque Él había hecho la voluntad de Dios y no había fallado en nada. Era en y por virtud de Su vida que Él entró; y es en virtud de lo mismo que nosotros entramos. “Es la sangre la que hace expiación en razón de la vida”. Lev. 17:11, VAR. Fue la vida que Jesús vivió que como hombre le dio acceso al padre en nuestro favor. En Su divinidad Él no necesitó sangre que lo capacitara para poder entrar. Como hombre perfecto Él entró con intrepidez en virtud de Su sangre, Su vida.

Los 144.000 tienen la paciencia de los santos; ellos guardan los mandamientos de Dios, y ellos también poseen la fe de Jesús. Para ellos las puertas del cielo se abrirán totalmente. Ellos entran como aquellos que tienen un derecho al árbol de la vida, y con santa intrepidez ellos van con Jesús aun ante la presencia de Dios. En este grupo Dios completa la demostración de Su poder para salvar. Los más viles pecadores pueden ser hechos adecuada compañía para los santos en la luz. Si estas personas escogidas de la última y más débil generación puede soportar la prueba que se les ha dado, no hay ninguna excusa para la caída de Adán. Él, en la plenitud de su fuerza, falló en la prueba más pequeña; estos, en toda la debilidad de la humanidad, pasaron una prueba infinitamente mayor. Así, Dios no puede ser acusado de requerir más de Adán de lo que podía requerirle.

Dios está buscando ahora a candidatos para la inmortalidad. Él está buscando hombres y mujeres para completar el número requerido en la última demostración. Él quiere un pueblo convertido, santificado, dedicado, que no se jacten de sus logros, sino que en humildad sigan los pasos del maestro, ejerciten la fe que Él tuvo, tengan la paciencia necesaria para terminar la obra, y finalmente entren con Él a través de las compuertas dentro de la ciudad.

Capítulo 11 del Libro de Hebreos: Fe

Sinopsis del Capítulo.-

Los capítulos anteriores han presentado una norma muy alta la cual el cristiano tiene que alcanzar. La norma, en verdad, es tan alta, que algunos pueden llegar a la conclusión que es imposible para ellos alcanzarla. ¿Cómo puede un hombre pecador alcanzar alguna vez la santidad? ¿Cómo puede él esperar entrar en los lugares santos a través del nuevo y vivo camino que Cristo ha abierto para nosotros?

El capítulo once de Hebreos responde estas preguntas. Aquí están retratados los hombres y mujeres, hombres y mujeres comunes, que “murieron todos en la fe” y “obtuvieron un buen informe”. Alguno de ellos eran buenas personas, como hombres fueron contados como bondadosos. Algunos no fueron tan buenos. Algunos fueron malos, muy malos. En esa lista hay hombres que quebraron los mandamientos; mujeres que vivieron en pecado; hombres de poca fe; un asesino; uno que su propio nombre lo declaraba inhabilitado para el reino. Pero todos murieron en la fe. Dios hizo milagros para ellos.

A medida que leemos este capítulo, muchos captarán el punto de vista del cual fue escrito. De cualquier pecado que alguien pueda ser culpable, encontrará en esta lista nombres que le harán decir, “yo he sido impío, y he hecho cosas vergonzosas. Pero no creo que haya hecho cosas peores que estas. Si estas personas pueden ser salvas, también hay esperanza para mi”.

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Es para este propósito que Dios ha colocado este capítulo donde ahora está en el libro de Hebreos.

Hebreos 11:1-3. “Ahora fe es la substancia de las cosas que se esperan, la evidencia de las cosas que no se ven. Porque por ella los antiguos alcanzaron un buen informe. A través de la fe entendemos que los mundos fueron constituidos por la Palabra de Dios, de tal manera que las cosas que se ven no fueron hechas de las cosas que se ven”.

Verso 1. “Fe es la substancia de las cosas que se esperan”. Para la palabra “substancia” vea el comentario en el capítulo 1, verso 3, donde la palabra “persona” es la misma palabra en el original que la palabra “substancia” aquí. Este verso no es tanto una definición de fe, sino que una declaración de lo que la fe hará. Presenta la fe de una manera tan fuerte y vital, que la persona no solamente se siente en posesión de aquello que aun no posee, sino que la lleva a experimentar esa fuerza, ese ánimo, y la confianza que normalmente solo la posesión efectiva le podría dar. La fe por lo tanto capacita a un cristiano no solo a reclamar las bendiciones prometidas, sino que a tenerlas y a disfrutarlas ahora mismo. “Los poderes del mundo venidero”, se vuelven una posesión presente (actual); y el reino del cielo no es meramente una posibilidad futura; está ahora mismo a nuestra disposición. La fe le da a las “buenas cosas venideras” una real subsistencia en el alma y en la mente. Ellas no son más sueños a ser cumplidos en el futuro; son realidades vivas, las cuales el alma disfruta y aprecia. Ellas ya no son más visiones lejanas, y se vuelven substancia. Vemos lo invisible. La antigua Versión Siríaca de las Escrituras lo traduce muy bien así: “Ahora la fe es la persuasión de las cosas que están en la esperanza, como si estuviesen de hecho; y la manifestación de las cosas que no se ven”.

“La evidencia de las cosas que no se ven”. La palabra “evidencia” aquí no es apenas una creencia abstracta de que la evidencia realmente existe, sino que una prueba convincente ya demostrada, y el alma, persuadida de su verdad, descansa segura en esa creencia.

Verso 2. “Los antiguos obtuvieron un buen informe”. Existen aquellos que dudan que todas las personas mencionadas en este capítulo hayan obtenido un buen informe. Pero si estamos correctos en nuestra creencia de que este capítulo fue insertado en este lugar en Hebreos para animarnos a creer de que existe una posibilidad que aun el más impío puede alcanzar, entonces la lista apropiadamente tiene que incluir nombres de hombres acerca de los cuales nosotros en forma natural mantendremos algunas dudas. Si solamente los poderosos héroes de la fe fuesen listados aquí, hubiese producido muy poco ánimo (coraje) a los hombres comunes. Pero si otros son incluidos, hombres con las mismas pasiones que nosotros tenemos, y si vemos que ellos también llegaron a obtener un buen informe, entonces este capítulo sirve al propósito para el cual fue insertado.

Verso 3. “A través de la fe entendemos”. Los hombres hoy en día son confrontados con dos tipos de creación: una, la científica provista por aquellos que creen en la teoría de la evolución; y la otra, la bíblica encontrada en los primeros capítulos de Génesis. Estas teorías no concuerdan. Son diametralmente opuestas una a la otra. No se ha logrado armonizarlas con éxito. Si los hombres aceptan una, tienen que rechazar la otra. No existe un punto intermediario.

Sería incorrecto, sin embargo, suponer que en este dilema estamos confrontados por un lado con afirmaciones científicas basadas en hechos y en investigaciones en las cuales la fe no tiene ningún lugar, y por otro lado una cándida (inocente) teoría bíblica, que para aceptarla tenemos que rechazar los descubrimientos de la ciencia y repudiar todas las evidencias científicas. No es tan simple así.

Para aclarar las cosas debemos decir que ningún creyente en una creación especial por mandato divino tiene algo en contra de los hechos como tal. Eso sería realmente sería una tontería. La discordancia no está en los hechos como tales sino que en las deducciones que se extraen de estos. Es bien sabido que del mismo juego de hechos se pueden sacar diferentes conclusiones. Este es el caso en

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relación a la teoría de la evolución. Nadie discute los hechos comprobados y verificados. Pero las deducciones sacadas de ellos por proponentes de la teoría de la evolución están sujetos a graves dudas.

Los creyentes en la evolución están lejos de estar unidos entre ellos mismos. Aun cuando la teoría el original de Darwin no es más sostenida, no existe unanimidad en ninguna otra teoría. Algunos minimizan estas diferencias, y dicen que todos los evolucionistas están básicamente de acuerdo, pero los hechos no justifican ese optimismo. También, las diferencias parecen volverse más pronunciadas con los años. Todos concuerdan en que faltan eslabones en la escala de la evolución, y para algunos parece ser que los espacios son tan grandes, que hacen imposible una unificación. Los científicos están buscando los eslabones perdidos y tienen esperanza de encontrarlos, pero hasta aquí no han tenido éxito. Para el laico todo esto es muy confuso. Hasta el tiempo presente los científicos no han presentado ningún caso convincente.

Saliendo de este cuadro confuso, consideremos la teoría bíblica. En 34 versículos muy cortos en el primero y segundo capítulos de Génesis se cuenta la historia. Es un cuento simple y directo de cómo Dios creó. Después el propio Dios confirmó la historia cuando con Su propia voz desde el cielo proclamó a la humanidad que “en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar, y todas las cosas que hay en ellos, y descansó en el séptimo día: por lo cual el Señor bendijo el día Sábado, y lo santificó”. Exo. 20:11.

Estas palabras las dijo el propio Dios en el Sinaí. Hacen parte de los Diez Mandamientos aceptados por los cristianos como la ley fundamental de conducta, y son un resumen de todos los deberes del hombre. Son la base de toda ley humana y de justicia. No pueden ser fácilmente dejados a un lado como siendo “judíos” o provincianos. Aun existen como pilares vitales tanto de la sociedad como del estado.

En medio de esta ley Dios nos dice cómo el mundo fue hecho. No conseguimos ninguna otra razón para que Dios anunciara esto desde el cielo, que la evidente intención de decirle a los hombres la verdad de la creación teniendo en vista la situación que Él sabía que se desarrollaría en el mundo y aun entre los cristianos.

Existen aquellos que rechazan la teoría Mosaica de la creación tal como está registrada en el Génesis, como siendo indigna de crédito. Moisés simplemente escribió lo que la tradición sostenía, dicen ellos. Sin embargo, hay algo más envuelto en esto. No es solamente el primer capítulo de Génesis el que es cuestionado. Son los Diez mandamientos; es el contenido de la revelación que Dios hizo desde el cielo, la única vez en que Él habló en forma audible a la humanidad. Si un hombre posee alguna fe en la Biblia, también posee fe en los Diez Mandamientos. Pero él no puede retener esa fe y también aceptar la teoría de la evolución. Dios dice, “en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra”. La evolución dice: “Dios no hizo nada de eso. Los seis días no fueron seis días, sino largos periodos de tiempo, cientos de millones de años cada uno. También, ni los cielos ni la tierra nunca fueron ‘hechos’; ellos evolucionaron. Y en último análisis, Dios no hizo lo que ya estaba hecho. Fuerzas inconscientes estaban operando; gradual y eventualmente apareció la vida; esta vida continuó evolucionando hasta que apareció el hombre; aun estamos en ese proceso, y el fin no está a la vista”.

Debiera ser claramente entendido que no existe un terreno común entre la teoría de la evolución y la creencia de la creación del Génesis. Es una o la otra, pero no ambas, ni siquiera una parte de ambas. La línea de demarcación es clara. La aceptación de la teoría de la evolución significa un rechazo definitivo de la declaración que Dios proclamó públicamente diciendo que Él es el creador del mundo y del universo.

Tenemos que admitir que es más inusual que una declaración y no un método de creación, sea incorporada en la ley constitucional del universo. Tal como hemos observado antes, parece ser que Dios hizo esto con el declarado propósito de haberlo declarado en la más alta autoridad que Dios es el Creador, y que las opiniones contradictorias de los hombres en esta materia no poseen ningún peso.

Dios se refiere a la creación de una manera única en otro lugar. Job y sus amigos han declamado erudición en relación a las cosas de las cuales ellos poseen poco conocimiento. Como respuesta, Dios le

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dice a Job, “¿Dónde estabas tú cuando Yo puse los fundamentos de la tierra? Decláralo si es que posees entendimiento”. Job 38:4. Entonces Él adiciona estas palabras irónicas: “¿Lo sabes tu, pues ya habías nacido? ¿O porque el número de tus días es grande?”. Verso 21.

Dios no usa a menudo el sarcasmo. Pero estas palabras son sarcásticas, amargas. No podemos creer que la reprensión fuese solamente para Job, sino que para todos aquellos que tan adecuadamente se colocan en esa situación hoy en día. La reprensión es para cualquiera que se ajuste a la situación.

No queremos imputarle motivos humanos a Dios, aun cuando nos sentimos impelidos a decir que Dios debe estar fatigado de escuchar a los hombres hablar en forma erudita de aquello que no poseen ningún conocimiento. De ellos podemos ciertamente decir, “habéis hecho cansar a Jehová con vuestras palabras”. Mal. 2:17. A medida que analizamos el asunto de la creación, nos parece que Dios lo considera la más grande tontería y desfachatez que los hombres contiendan en relación a Su palabra en lo que se refiere a la creación. Dios estaba ahí; Él dijo la palabra; Él hizo los mundos; y ahora viene el enclenque hombre y desafía la veracidad de Dios, dice cómo fue la creación, o mejor, ¡niega que haya habido cualquier creación! Eso fastidia a Dios. Eso lo lleva a decir palabras sarcásticas, y, si la suposición es verdadera de que Job es el libro más antiguo de la Biblia, escrito antes del Sinaí, lo incita a incluir en los mandamientos proclamados del cielo la declaración de que Él es el Creador de todas las cosas, y que en seis días Él hizo aquello que está registrado en el primer capítulo de Génesis.

Por un lado, por lo tanto, tenemos la palabra de la ciencia; la cual, sin embargo, nunca ha apoyado la evolución sino que apenas como una teoría, y no un hecho establecido. Pero esto es apenas aparente humildad. Porque aun cuando se dice que es apenas una teoría, en realidad es aceptada como un hecho. Decir que es apenas una teoría puede servir como una excusa conveniente en el caso que la ciencia cambie de opinión. En ese caso sería declarado ampliamente que siempre se dijo que era apenas una teoría. Sería bueno que los científicos anunciasen este hecho tan fuertemente ahora como lo harán entonces.

Por otro lado, tenemos la declaración de Dios diciendo que Él fue quien creó, y que en seis días Él hizo el cielo y la tierra. Este es un pronunciamiento simple y positivo que cuenta todos los hechos. Verdaderamente, descansa sobre la fe, fe en Dios y en Su Palabra. Pero esta fe ciertamente es mucho más inteligente que la creencia de que fuerzas ciegas e inconscientes son adecuadas para producir vida inteligente, o criaturas morales, de seres espirituales.

“De las cosas que se ven”. Esto incluye todo el universo visible con todas las cosas que en él hay. De esto se declara que “no fueron hechas de las cosas que aparecen”. Esto puede parecer un camino inconveniente de declarar su origen, pero podemos dar por garantizado que las palabras fueron escogidas con cuidado, y correctamente interpretan lo que Dios tenía en mente. Estas palabras no afirman directamente que lo que vemos fue hecho de la nada, sino que dicen que no fue hecho de las cosas que aparecen. Está claro que la creación tuvo lugar a su debido tiempo, y que la materia por lo tanto tuvo un comienzo. A menos que sea autoexistente, hubo un tiempo en que no existió, cuando no era. Que lo que vino a ser al mandato de Dios no tenía existencia previa. Dios no esta restringido a la materia preexistente en la creación de esta tierra o de cualquier otro mundo. Él simplemente llamó a la existencia lo que ahora vemos. Como no había existido antes, fue “creado de la nada”, o “de cosas que no aparecen”, a través de un acto de Dios. Aun cuando no podemos entender este lenguaje, ni cómo Dios creó de la nada, por la fe lo aceptamos.

La teoría de la evolución no trata de contar el comienzo de las cosas; esto es, de cómo las cosas vinieron a la existencia. Los evolucionistas necesitan de un Dios para crear materia así como lo hacen los creacionistas, a menos que prefieran creer en la eternidad de la materia. Pero eso no es tan fácil como creer en un Dios eterno. En cualquier caso se necesita de fe. Pero la fe en un Dios que puede crear es mucho más razonable que creer en materia autoexistente, lo cual en algunos casos hace con que fuerzas ciegas salten hasta organismos que eventualmente llegan al punto de desafiar al Todopoderoso Dios, tal como lo hacen los evolucionistas.

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Hebreos 11:4. “Por la fe Abel ofreció a Dios un más excelente sacrificio que Caín, a través del cual obtuvo testimonio de que era justo, testimoniando Dios de sus ofrendas; y muerto aun habla por ellas”.

“Por la fe Abel”. Abel “trajo de las primicias de su rebaño”. Gen. 4:4. Trajo lo mejor que tenía. No se dice esto de Caín. Él simplemente “trajo del fruto de la tierra”, evidentemente lo que le vino a la mano sin ninguna intención de llevar lo mejor. Verso 3. Abel ofreció “un más excelente sacrificio que Caín”, no apenas porque trajo un animal muerto, sino porque lo ofreció “por la fe”. Así como todo el capítulo en Hebreos lidia con la fe, es natural que el autor haga hincapié en la fe más que en la naturaleza de la ofrenda. Sin embargo, debemos tener en mente que la fe de Abel se mostró a través de sus obras. No podemos escapar a la conclusión de que Abel por la fe, se aferró a las promesas de Dios, por la fe vio el Cordero de Dios muriendo por él, y por la fe trajo su propio cordero. Así como Caín trajo el fruto de la tierra, así lo hizo Abel, tal como lo sugiere la palabra “también”. Pero hizo aun más. Por la fe “él también trajo de las primicias del rebaño”. La fe de Abel y la naturaleza de su ofrenda constituyó su “más excelente sacrificio que“ el de Caín.

“Obtuvo testimonio de que era justo”. Cristo menciona al “justo Abel”, o más correctamente, , “Abel, el justo”, en Mat. 23:55. Abel obtuvo este testimonio por la fe, tal como queda evidenciado por sus obras. Como no estamos dando ningún detalle en relación a su vida, ni tampoco hemos contado ningún hecho grande que él haya hecho, e4xcepto en relación a su sacrificio, podemos concluir que Dios considera como algo importante las formas de adoración. No tenemos ninguna razón para creer que Caín previamente haya sido objeto de la ira de Dios. Pero la forma de su adoración, la naturaleza y tipo de su ofrenda, disgustó a Dios. Caín adoró, pero la fe esencial estaba faltando. Este era el motivo real de la falla de Caín.

“Testimoniando Dios de sus ofrendas”. Dios no es influenciado por la ofrenda de ningún hombre. El ganado sobre mil colinas es de Él. No podemos creer que Dios considere un cordero de mucho más valor que el fruto del campo, y que por esta razón Él se agradó de Abel y se disgustó de Caín. La distinción no está en la ofrenda como tal, excepto en que la ofrenda revela el carácter y la manera de pensar del ofrendante. El hincapié por lo tanto está colocado sobre la fe. Abel tenía fe, y por la fe ofreció un cordero, símbolo del Cordero de Dios.

“Muerto aun habla por ellas”. La lección de Abel es la de la fe, o de la adoración, o del sacrificio. Él está muerto hace aproximadamente seis mil años, pero su influencia no ha cesado. Él tomó de lo mejor que tenía y se lo dio a Dios; mezcló la fe con su ofrenda; su fe y su obra estaban en armonía. Dios testimonió de su justicia, y el resultado de su fidelidad aun continua. Él “aun habla”.

Hebreos 11:5-6. “Por la fe Enoc fue trasladado para que no viese la muerte; y no fue encontrado, porque Dios lo trasladó; porque antes de su traslación tuvo este testimonio, que agradó a Dios. Pero sin fe es imposible agradarle; porque el que se acerca a Dios tiene que creer que él existe, y que es recompensador de aquellos que diligentemente lo buscan”.

Verso 5. “Por la fe Enoc”. Enoc fue trasladado por la fe, o debido a su fe. Así como Abel, también Enoc agradó a Dios, “porque antes de su traslación tuvo este testimonio, que agradó a Dios”.

Enoc es uno de los dos hombres en el Antiguo Testamento que no murieron, sino que fueron trasladados, y el otro fue Elías. No tenemos ningún registro de nadie en el Antiguo Testamento siendo así honrado, aun cuando algunos creen que la duda de Pablo en escoger lo que debía hacer, estando entre dos cosas, estaba relacionado con una posible traslación. (Fil. 1:23-24).

El caso de Enoc es una demostración de lo que Dios puede hacer con la humanidad pecadora. El registro de su vida es corto. Dice solamente que “Enoc vivió 65 años, y engendró a Matusalén; y caminó Enoc con Dios después de haber engendrado a Matusalén 300 años, y engendró hijos e hijas; y

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todos los días de Enoc fueron 365 años; y caminó Enoc con Dios; y ya no fue; porque Dios lo tomó”. Gen. 5:21-24.

En el registro de la traslación de Enoc, si la comparamos con la muerte de Adán, encontramos un bello ejemplo del amor y de la misericordia de Dios.

Adán tenía 622 años de edad cuando Enoc nació. Como Adán vivió hasta los 930 años, él y Enoc vivieron juntos más de 300 años. La declaración de que Enoc caminó con Dios 300 años después del nacimiento de Matusalén, sugiere que la gran responsabilidad de la paternidad lo hizo más consciente de su necesidad de Dios.

No existe ningún registro en la Biblia de nadie que haya muerto antes de Adán, con la excepción de Abel, el cual fue muerto. Es, desde luego, posible que alguien, tal vez varios, de aquellos que apostataron de Dios hayan muerto, sin que esos hechos hayan sido registrados en la Biblia.

Adán, el primer hombre a vivir, fue también el primero de la línea divina a morir, con la excepción de Abel ya antes mencionado. A la muerte de Adán todos sus descendientes estaban aun vivos, incluyendo el padre de Noé, Jared, que en aquel tiempo tenía 56 años. Así, todos ellos habían tenido la oportunidad de hablar personalmente con el hombre que Dios había creado, que había estado en el Jardín del Edén, y que se había asociado con ángeles y con Dios. Su conocimiento de las condiciones antes de la caída se derivaban entonces directamente de Adán, y debe haber sido emocionante para ellos el poder hablar con el hombre que había tenido una comunión directa con Dios. Con cuánto interés deben haber escuchado lo que él contaba a respecto de aquel primer Sábado, cuando Dios estuvo con el hombre, cuando el cielo y la tierra eran uno, y Dios habló con el hombre cara a cara. Y qué impresión debe haber hecho sobre todos cuando Adán les contó sobre la caída y sobre su exclusión del Edén. Aquellas entrevistas nunca serían olvidadas.

Pero ahora Adán estaba muerto. Él fue el padre de todos los vivientes, y su funeral debe haber sido el mayor de todos. De toda la tierra entonces habitada vinieron los hombres; aun cuando muchos habían abandonado a Dios, ante la muerte del primer hombre todos deben haber querido estar presente. Habían sin duda algunos de la semilla piadosa, que habían esperado que en el caso de Adán se iría a efectuar una excepción, y que él no necesitaría deponer la vida que Dios le había dado. Pero no fue hecha ninguna excepción. El salario del pecado es la muerte, y aun Adán tuvo que pagar la penalidad.

La muerte del primer hombre debe haber afectado profundamente tanto a los santos como a los pecadores. Sin duda él los había amonestado muchas veces en relación al camino que los estaba llevando a la impiedad. Ahora su voz estaba silenciada; pero su muerte era en sí misma un testimonio de la fidelidad de Dios. Adán los había amonestado acerca de los juicios de Dios en relación al pecado, y ahora ellos veían que Dios no hacía excepción de personas. Si Dios no escatimó a Adán, ciertamente no los escatimaría a ellos. Para ellos la muerte de Adán fue una ocasión solemne.

No fue menos solemne para aquellos que servían a Dios. Miles de cosas le habían preguntado a Adán y ahora habían otras miles que les hubiera gustado hacerle. Pero era demasiado tarde. Nunca más oirían ellos el recital de las glorias del paraíso de Dios; no oirían más acerca de la tragedia de ser expulsados del jardín. Todo eso estaba en el pasado.

Enoc debe haber estado especialmente triste e interesado. Él estaba entonces caminando con Dios así como lo hizo Adán en el paraíso, y muchos deben haber estado compartiendo las preciosas experiencias que pasaron juntos. Cuando Adán murió Enoc tenía aproximadamente 300 años, y ya había caminado con Dios un buen pedazo. Debe haberse sentido muy próximo a Dios ya que se asociaba con Él día tras día, y sin duda que la compañía de Enoc le era de gran confort a Adán en sus últimos años.

Sin embargo, más allá de la pérdida personal que deben haber sentido los que estaban de luto, el hecho de la muerte de Adán debe haber arrojado una sombra sobre todo el futuro. ¿Era la muerte algo que tendrían que pasar todos los seres humanos, fuesen o no servidores de Dios? ¿No iba a hacer Dios ninguna distinción entre aquellos que le servían y aquellos que no le servían? Adán había pecado, pero se había arrepentido y se había vuelto hacia Dios. Pero eso parece no haber hecho ninguna diferencia:

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la muerte lo había alcanzado y parecía que ciertamente los iba a alcanzar a todos. Sin una clara certeza en relación a la resurrección, el futuro debe haberles parecido bien obscuro. Fue con profundos presentimientos que ellos volvieron a sus hogares.

Era necesario que Dios no hiciese ninguna excepción en el caso de Adán. Si Él lo hubiese hecho, la lección de la muerte como resultado del pecado, se habría perdido. Tal como fue, todos quedaron profundamente impresionados con el hecho de que el salario del pecado es la muerte.

Pero aun cuando era necesario que Adán muriese, también era igualmente necesario que Dios diese la seguridad de algo mejor, seguridad de una resurrección, de una vida posterior. Esto lo hizo con Enoc.

Enoc había caminado fielmente con Dios muchos años. Tal como Dios había demostrado en el caso de Adán, que el salario del pecado es la muerte, ¿no sería apropiado demostrar, que aquel que sirve a Dios con todas sus afecciones, recibirá una recompensa? Una demostración así sería tan poderosa como un testimonio de la misericordia y de la bondad de Dios, tal como la muerte de Adán lo había sido de Su justicia. Y le daría ánimo y esperanza a todos.

“Y Enoc caminó con Dios; y no era más; porque Dios lo tomó”. Estas 13 palabras contienen una completa historia de la vida de un hombre, su exitosa conclusión, y su aceptación por parte de Dios. Era tan completamente uno con Dios, que él caminó con Él aquí, y, sin ver la muerte, entró en la felicidad eterna.

En la traslación de Enoc, Dios mostró el universo que aun cuando el pecado puede separar al hombre de su Hacedor, existe un camino a través del cual esta separación puede ser anulada, y el hombre puede volver nuevamente a Dios. Esto debe haberles dado ánimo a los patriarcas de antaño a medida que miraban hacia el futuro. No había cómo escapar del hecho de que el pecado significa muerte; ellos habían visto eso demostrado en la muerte de Adán. Pero la lección de Enoc estaba igualmente clara: el hombre puede caminar con Dios aquí, y finalmente ser llevado al hogar celestial.

Enoc es un tipo de aquellos que serán trasladados de la última generación. Él se volvió un amigo de Dios, caminó con Él, y finalmente se fue a su hogar con Él. Que todos por lo tanto se animen. Dios no excluirá a nadie debido a su edad o a su nacimiento. Quienquiera que sirva a Dios de todo corazón y camine con Él, tendrá una abundante entrada en el paraíso de Dios.

Verso 6. “Sin fe es imposible agradarle”. De acuerdo con este verso, son necesarias dos cosas para tener fe: creer que Dios existe, y creer que Él posee una norma de valores morales, un gobierno divino, y que a través de las reglas de ese gobierno, aquellos que diligentemente lo buscan, serán recompensados.

Existen aquellos que creen que Dios es moralmente indiferente; que Él le ha dado libertad al hombre para escoger, y que no está preocupado acerca del tipo de decisiones que él haga. Este verso nos informa que esa concepción no es verdadera. Dios se preocupa con lo que el hombre hace, y la virtud no se irá sin una recompensa. Dios recompensará a aquellos que diligentemente lo buscan. Los hombres necesitan saber que el gobierno de Dios es un gobierno moral, y de eso estamos siendo confirmados aquí.

Hebreos 11:7. “Por la fe Noé, habiendo sido advertido por Dios de las cosas que aun no se veían, con temor, preparó un arca para la salvación de su casa; a través de la cual condenó al mundo, y se volvió heredero de la justicia, la cual es por la fe”.

“Por la fe Noé... preparó un arca”. La historia de Noé es de especial interés para esta generación, ya que él es un tipo de aquellos que estarán vivos para la segunda venida de Cristo. (Mat. 24:37-39).

Noé fue el bisnieto de Enoc, el que había caminado con Dios y que finalmente fue trasladado. Su padre, Lamec, vivió 113 años contemporáneamente con Enoc, y por lo tanto debe haberlo conocido muy bien. Lamec tenía 56 años cuando Adán murió, y es razonable suponer que muchas veces él le

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contó a su hijo las historias que él mismo había escuchado del padre de la raza. En aquellos días los lazos familiares eran más estrechos que lo que lo son hoy en día, y a menudo muchas generaciones encontraban abrigo bajo el mismo techo. Sin duda que Adán era el padre reverenciado de toda la casa, la edad en aquellos día era reverenciada por todos, y muchas fueron las veces cuando él fue llamado para contar las historias del tiempo en que él estuvo en el paraíso y habló con Dios. Estas historias las recibió Noé de su propio padre, el cual las había escuchado directamente de Adán. Podemos pensar con justicia que los hombres de antaño tenían una percepción mucho mejor de las cosas vitales envueltas en la caída, que lo que algunos poseen hoy en día. Ellos escucharon la historia de los hombres directamente envueltos, los cuales habían sido testigos oculares, y por lo tanto conocían de primera mano lo que contaban.

Sabemos muy poco acerca de Noé. Nada quedó registrado de los primeros 500 años de su vida, excepto lo que dijo Dios, “a ti he visto justo delante de mí en esta generación”. Gen. 7:1. Por esta razón Dios prometió que Él establecería Su pacto con él (Gen. 6:18). Por lo tanto concluimos que Noé era un buen hombre, que vivió una vida normal, y que ningún gran evento le sucedió hasta el tiempo del diluvio. Que no era completamente perfecto es evidente de la declaración de Dios de que él “era un hombre justo y perfecto en sus generaciones”, y de que a “ti he visto justo delante de mí en esta generación”. Gen. 6:9; 7:1. A pesar de esto, Dios pudo usarlo, y lo hizo. Sin duda los tiempos de Noé eran tales que la impiedad prevaleciente afectaba aun a los santos.

El hecho de que Dios llama a Noé de justo, aun cuando él no haya alcanzado la norma perfecta, debiera ser un asunto de confort para todos nosotros. Existen aquellos que han sido elevados donde la luz del evangelio no ha penetrado aun totalmente, pero que están viviendo de acuerdo con toda la luz que poseen. No son perfectos en relación a la norma absoluta de santidad; pero en vista de lo que les rodea, en vista de la luz que poseen, son perfectos en su generación, perfectos considerando los privilegios que poseen. Puede aun ser verdad que algunos de estos sean mucho más perfectos de acuerdo a la luz que poseen, que otros que han tenido mucho mayores oportunidades. Debemos tener cuidado para no juzgar.

Que Dios no consideró la justicia de Noé como siendo de inferior calidad, es evidente de la manera en que es mencionado en otros lugares. Dice Dios en Eze. 14:14, “aun cuando estos tres hombres, Noé, Daniel y Job, estuviesen en ella, ellos librarían apenas sus propias almas por su justicia, dice el Señor Dios”. Esto es repetido en el verso 18. Dios coloca a Noé con hombres tales como Daniel y Job, dándole el debido crédito a la genuina experiencia de Noé.

Aun cuando Dios le de un reconocimiento genuino a la perfección relativa, esto no debe ser tomado por nadie como si Él estuviese disminuyendo Sus requerimientos. Ellos son los mismos de siempre. Dios simplemente aplica el principio enunciado en el Salmo 87:4-6, que dice: “yo me acordaré de Rahab y de Babilonia entre los que me conocen; he aquí Filistea y Tiro, con Etiopía; este hombre nació allá. Y de Sión se dirá, este y aquel hombre nació allí; y el propio Altísimo la establecerá. El Señor contará al inscribir a los pueblos, que este hombre nació allí”.

No debemos, por lo tanto, pensar que una luz mayor trae una recompensa mayor. No es la luz que poseemos la que determina nuestro futuro; es cómo usamos la luz. Podemos tener lástima de aquellos que nosotros pensamos que están en tinieblas, y comparar su posición con la gloriosa luz que Dios nos ha dado. Pero es mejor no despreciar a nadie. A la vista de Dios ellos pueden ser contados de más valor que otros que son bendecidos con mucho mayores oportunidades. “Así como fueron los días de Noé, así será también la venida del Hijo del hombre”. Mat. 24:37.

“Las cosas que aun no se ven”. Nosotros no sabemos la manera por la cual Dios escogió advertir a Noé, si fue por sueño, por visión, o por revelación directa. En cada caso, las cosas por las cuales él fue advertido aun no se veían. Con miedo, él preparó un arca para salvar su hogar. El miedo que lo movió a hacer eso, no fue el miedo al diluvio. “Miedo” aquí está íntimamente relacionado con “miedo piadoso” en Heb. 12:28. Noé creía en Dios, aun cuando las cosas a él reveladas estuviesen todavía en el futuro. Su confianza en Dios le hizo actuar de acuerdo con su fe, y a través de ese acto él condenó al

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mundo. Las cosas que iban a venir no se veían, pero la fe de Noé sí se podía ver en lo que él hacía. La misma fe que condenó el mundo lo hizo heredero de la justicia que es por la fe.

Podría ser un asunto de genuina preocupación para el pueblo de Dios que está viviendo en este tiempo, el asegurarse si su fe es tal que sus obras condenan al mundo, o si sus obras cuentan con la aprobación del mundo y con el desagrado de Dios. Si el mundo tiene que ser advertido de “las cosas que aun no se ven”, y si el pueblo de Dios está haciendo ahora una obra tan efectiva como la que hizo Noé, entonces necesitan mirar atentamente sus obras.

Aun cuando este capítulo 11 de Hebreos tenga que ver primariamente con la fe, no omite las obras. Se puede observar que los hombres no solamente creían en Dios sino que mostraban su fe a través de sus obras. Abel sacrificó, Enoc caminó con Dios, Noé construyó un arca. Y así sucedió también con los otros hombres en este capítulo. Todos tenían fe, y todos hicieron algo.

Hebreos 11:8-12. “Por la fe Abraham, cuando fue llamado a salir hacia un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció; y salió, sin saber a dónde iba. Por la fe anduvo como transeúnte en la tierra de la promesa, como si fuese un extranjero, habitando en tabernáculos con Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa; porque él miraba la ciudad que posee fundamentos, cuyo constructor y hacedor es Dios. A través de la fe también la misma Sara recibió fuerza para concebir una semilla, y concibió un hijo cuando ya se le había pasado el tiempo, porque ella creyó que era fiel el que lo había prometido. Por lo cual también de uno, y ese ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar”.

Verso 8. “Por la fe Abraham... salió”. Taré, el padre de Abraham, vivió en Ur de los Caldeos, pero decidió salir de ahí e ir a las tierras de Canaán. De acuerdo con esto, reunió a su familia, “para ir a las tierras de Canaán”. Gen. 11:31. Sin embargo, nunca llegaron allá. En vez de eso, “llegaron a Harán, y habitaron ahí. Y los días de Taré fueron 205 años; y Taré murió en Harán”. Gen. 11:31-32.

Harán queda bastante lejos de Ur, casi a medio camino de la Tierra Prometida. No sabemos por qué Taré decidió ir tan lejos, y después decidió parar. Pero así lo hizo. Y permaneció en harán no apenas para descansar; sino que se pasaron muchos años, y finalmente murió allí.

Después de la muerte de Taré la palabra del Señor vino a Abraham mientras él todavía habitaba en Harán, “sale de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, hacia una tierra que yo te mostraré”. Gen. 12:1. De acuerdo con esto, “Abraham tomó a Sarai su mujer, y a Lot el hijo de su hermano, y todos los bienes que habían reunido, y las personas que habían adquirido en Harán; y salieron para ir a la tierra de Canaán; y a la tierra de Canaán llegaron”. Gen. 12:5.

Observe la semejanza y el contraste entre ambas declaraciones. Taré “salió con ellos de Ur de los Caldeos, para ir a la tierra de Canaán; y llegaron a Harán, y habitaron ahí”. Gen. 11:31. Abraham y su familia “salieron para ir a la tierra de Canaán; y llegaron a la tierra de Canaán”. Gen. 12:5. Taré y Abraham partieron con el mismo objetivo. Taré alcanzó a llegar apenas hasta la mitad; Abraham caminó todo el camino.

“Sin saber a dónde iban”. El viaje de Abraham era puramente un asunto de fe. Él no sabía dónde estaba yendo, no sabía nada acerca de esa tierra; y cuando llegó a Canaán, estaba bien lejos de ser aquello que él esperaba. Había hambre en esa tierra; los Canaanitas no eran amigables para con los nuevos vecinos que llegaban, y Abraham fue compelido a descender temporariamente hasta Egipto. Era puramente una cuestión de fe. Él había prosperado en Harán; había obtenido muchas cosas y muchas personas allí; y no había ninguna razón para que fuese a ninguna otra parte. Pero al mandato de Dios él dejó Harán y no volvió.

Versos 9-10. Abraham no se sintió en casa en su nuevo ambiente, y “transitó en la tierra de la promesa como si fuese un país extraño, habitando en tabernáculos”. Pero nunca se le ocurrió ceder a la

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tentación de volver a Harán. Él había recibido ordenes de salir de esa tierra, y cuando llegó el hambre, prefirió irse a Egipto. Él estaba obedeciéndole a Dios incuestionablemente, y Dios le honró su fe.

Fue durante este tiempo de transitar que la mente de Abraham fue llamada definitivamente a mirar un país mejor. Él no tenía un lugar donde habitar aquí, ni un hogar formado, y así “él miró la ciudad que posee fundamentos, cuyo constructor y hacedor es Dios”. Dios lo estaba alejando de las cosas de la tierra, y estaba haciendo con que su mente se concentrase en ese país mejor.

Versos 11-12. “La misma Sara recibió fuerza”. Sara tenía 90 años cuando nació Isaac. Ella ya estaba “pasada del tiempo”, y se rió de Dios cuando se le dijo que tendría un hijo. Pero aun así a través de la fe Sara “recibió fuerza para concebir una simiente”. Vea los comentarios sobre Heb. 6:13-14.

Nadie puede leer la historia del nacimiento de Isaac y dejar de ser impresionado con la falta de fe mostrada tanto por Abraham como por Sara, antes del nacimiento de su hijo. Es verdad, Abraham tuvo fe al principio, pero a medida que pasaron los años y no venía ningún hijo, su fe comenzó a disminuir. Por sugerencia de Sara tomó otra mujer, y así nació un hijo; pero el Señor le había dicho que este no era el heredero de la promesa. Cuando finalmente Dios le dijo que dentro de un año Sara tendría un hijo, él se rió abiertamente de Dios, y después Sara también se rió. (Gen. 17:17; 18:12). Pero al cabo de un año había nacido un hijo, y se nos dice en los versos que están ante nosotros en el libro de Hebreos, que fue hecho “por la fe”. Que nadie falle en entender completamente esto. Durante 25 años Abraham y Sara dudaron, y se rieron de la sugerencia de que les nacería un hijo. Entonces sucedió un milagro con su fe (de ambos). Sara “recibió fuerza para concebir una simiente y tuvo un hijo cuando ya se le había pasado el tiempo, porque ella creyó en aquel que lo había prometido era fiel”. Isaac era un milagro; pero el milagro previo y mayor fue aquel del repentino cambio en la fe de Sara, lo cual la capacitó para concebir. No poseemos más informaciones al respecto. Un milagro sucedió en ambos, tanto en Abraham como en Sara. Un par de días antes ellos no tenían fe, y ambos se reían de la idea de que irían a tener un hijo. Entonces ocurre un milagro en relación con su fe o con la falta de ella, y otro milagro ocurre basado en el primer milagro, y el hijo nace.

Esto es sin duda una de las cosas escritas para nuestra amonestación y enseñanza; Dios no espera siempre hasta que exista una fe completa antes de actuar. Abraham tenía muchos años de preparación, pero no se aferró completamente de las promesas, y mostró incredulidad. Pero a pesar de todo esto, llegó el momento de la fe, y Dios actuó. Él no esperó ni un año ni diez. Aceptó inmediatamente la fe de Abraham, y a su debido tiempo nació el heredero.

Pedro pecó gravemente, y negó a su Señor con maldición y juramento. Jesús podría haberlo abandonado, o por lo menos lo podría haber dejado uno o dos años separado antes de volver a tomarlo en cuenta, y entonces haberle dado un humilde puesto. Pero Dios no hace eso. A pesar de su apostasía, cuando vino el Día de Pentecostés, Pedro fue aquel escogido por Dios para levar a 3.000 a la conversión. Cuando David pecó, cuando Moisés cometió un error, cuando Elías huyó cobardemente de Jezabel, Dios podría haberlos rechazado a todos con justicia. Pero no fue así. Él los llamó de vuelta, y los honró significativamente. Dos de estos fueron llevados al cielo, y el tercero fue hecho progenitor del Mesías, y cuando Él venga se sentará sobre el trono de David, Su padre. (Luc. 1:32).

En lo que queremos hacer hincapié aquí es la rapidez con que Dios actúa cuando los hombres se vuelven a Él. Cuando más adelante en este capítulo es mencionado Sansón, y nos maravillamos cómo es que él pudo ser colocado en esta lista donde están todos estos que por lo menos hicieron algo para entrar en el reino, estaremos en buen pie como para recordar que Dios hizo milagros para Abraham y Sara en el momento en que ellos se volvieron a Dios por la fe. Sara estaba “pasada del tiempo”, y Abraham “casi muerto” (impotente). Pero un milagro de fe les sucedió a ambos, y todo el pasado fue olvidado. Aquellos que previamente tenían una fe tan pequeña como un grano de mostarda se volvieron ejemplos brillantes de fe, y Abraham se volvió el padre de los fieles. Si Dios pudo hacer esto por Abraham y Sara, también pudo aceptar el arrepentimiento de sansón aun en el último momento de su vida.

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Hebreos 11:13-16. “Todos estos murieron en la fe, no habiendo recibido las promesas, pero habiéndolas visto de lejos, y fueron persuadidos de ellas, y las abrazaron, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Porque los que dicen tales cosas declaran claramente que ellos buscaban un país. Y verdaderamente, si hubiesen estado pensando en aquel país del cual salieron, habrían tenido la oportunidad de haber vuelto. Pero ahora desean un país mejor, esto es, uno celestial; de lo cual Dios no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos; porque él les ha preparado una ciudad”.

Verso 13. “Todos ellos murieron en la fe”. Los que son mencionados son Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Sara. Sin duda muchos otros cuentan con la aprobación de Dios, pero estos son especialmente mencionados. Ellos vieron las promesas desde lejos, “fueron persuadidos de ellas, las abrazaron, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en esta tierra”.

Todos estos murieron “sin haber recibido las promesas”, pero las creyeron. Son mencionadas 4 cosas a respecto de ellos: ellos vieron las promesas desde lejos; fueron persuadidos de ellas; las abrazaron; y confesaron ser extranjeros y peregrinos.

Verso 14. “Ellos buscaban un país”. Debe haber sido difícil para Abraham y su familia andar para uno y otro lado en ese país como extranjeros, cuando podrían haberse establecido como lo hizo Lot, y haber tenido un hogar fijo. Vivir en tiendas puede ser placentero por algún momento; pero podemos entender fácilmente cuán grande debe haber sido la tentación para ellos de ponerle término a su continuo transitar y encontrar un lugar donde establecerse. Ellos “buscaban una ciudad que tuviese fundamentos”. Para nosotros que vivimos en casas esto no puede tener el significado que tenía para ellos. Una tienda no posee fundamentos, y el hecho de que ellos buscasen una ciudad con fundamentos es expresivo de su deseo de un hogar estable, permanente. Murieron con la esperanza, sin haber recibido la promesa. Los fundamentos de la ciudad celestial tendrán un significado mucho más profundo para ellos que para los demás. Finalmente habrán encontrado un hogar.

Verso 15. “Ellos podrían... haber vuelto”. Ellos poseían un buen hogar en Harán, sin lugar a dudas. Y pueden haber querido volver. No quedaba más lejos volver allá que ir a Egipto. En Harán eran conocidos, y se habrían adecuado inmediatamente en sus respectivas posiciones. “Ellos habrían tenido la oportunidad”, pero no se nos dice que siquiera en un momento se les haya pasado por la mente volver. Habían partido hacia la tierra de Canaán, y no iban a volver. Un ejemplo digno de ser seguido.

Verso 16. “Un mejor país”. Es bueno que todo hombre ame el país de su nacimiento o adoptivo. Pero el cristiano nunca debe olvidar que él posee un país mejor, y que este país mejor es su verdadero hogar. Existe peligro de que nos enamoremos tanto de las cosas que aquí vemos, y que estemos tan satisfechos, que olvidemos el mejor país. Esto no quiere decir que tenemos que volvernos miserables aquí para que entonces algún día podamos disfrutar algo mejor, lo cual parece ser el cristianismo de algunos. Pero debemos estar siempre alertas para que no instalemos nuestras tiendas muy cerca de Sodoma, de tal manera que perdamos de vista el hogar celestial.

“Dios no se avergüenza”. Las palabras sugieren que pueden existir algunos de quienes Dios se avergüenza. Pero Él no se avergüenza de aquellos que buscan un mejor país, esto es, uno celestial. Para ellos Él les ha preparado una ciudad.

Hebreos 11:17-19. “Por la fe Abraham cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofreció a su único hijo, de quien se había dicho, que en Isaac le sería llamada descendencia; tomando en cuenta que Dios era capaz de levantarla, aun de los muertos; de donde también él la recibió en sentido figurado”.

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“Abraham... ofreció a Isaac”. Vea los comentarios de Heb. 6:15. No es fácil para nosotros medir la fe de Abraham al prepararse para seguir el mandato de Dios para ofrecer su único hijo. Hacían ya 40 años o más que Dios le había prometido el hijo, y ahora se le ordenaba que lo ofreciera en sacrificio. ¿Qué quería decir Dios con esto? Si él ofrecía su hijo, ¿cómo se cumpliría la promesa de Dios de una semilla tan numerosa como la arena a la orilla del mar? Debe ser un error. Pero finalmente Abraham resolvió el problema. Concluyó que Dios lo estaba probando, y levantaría a Isaac de la muerte.

Aun así no dejaba de ser una terrible prueba para Abraham, como también para su hijo. Pero Abraham a esta altura había aprendido la lección de la fe y de la implícita obediencia. En esta prueba se acordó de todas las fallas de su fe en pruebas anteriores. Le creyó a Dios implícitamente, y estaba listo para recorrer todo el camino que Dios quisiese que él anduviese, aun cuando no lo entendiese.

“Lo recibió en figura”. Isaac no murió, y sin embargo para todas las tentativas y propósitos él murió. Abraham había recorrido todo el camino cuando se le detuvo la mano levantada lista para matar a su hijo, e Isaac tampoco podía ir más allá que eso. Y así Abraham recibió a su hijo de vuelta de la muerte, en figura. Había soportado la prueba. Se había convertido en el padre de los fieles.

Hebreos 11:20-22. “Por la fe Isaac bendijo a Jacob y Esaú en relación a las cosas por venir. Por la fe Jacob, cuando estaba por morir, bendijo a ambos hijos de José; y adoró, apoyado en la punta de su bastón. Por la fe José, cuando murió, hizo mención de la partida de los hijos de Israel; y dio mandamiento en relación a sus huesos”.

Verso 20. “Isaac bendijo a Jacob y Esaú”. Isaac no trató que Jacob pudiese tener la bendición del primogénito. Esaú era el hijo mayor de ambos, y a él le correspondía el derecho a la bendición paternal. Pero Dios lo quiso de otra manera. Cuando Isaac se dio cuenta que había sido engañado por su esposa y por su hijo, y que le había dado la bendición a Jacob, aun cuando “tembló en gran manera, y dijo, ¿quién es el que vino aquí, que trajo la caza y me dio, y yo he comido de todo antes que tú vinieses y yo le he bendecido? Pero cuando entendió que estaba de acuerdo con la voluntad de Dios, dijo de Jacob, “él debe ser bendecido”. Gen. 27:33.

Verso 21. “Jacob... bendijo ambos hijos de José”. Esto era inusual, porque normalmente solo el mayor recibía la bendición. Al bendecirlos, Jacob puso su mano derecha sobre Efraín, el cual era el menor, dándole así la mayor bendición.

“Y cuando José vio que su padre colocaba su mano derecha sobre la cabeza de Efraín, le causó disgusto; y levantó la mano de su padre, para sacarla de la cabeza de Efraín y ponerla sobre la cabeza de Manasés. Y José le dijo a su padre, así no, padre mío; porque este es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza. Y su padre no quiso y le dijo, yo se, hijo mío, yo se; él también llegará a ser una nación, y también será grande; pero realmente su hermano más joven será mayor que él, y su simiente será una multitud de naciones”. Gen. 48:17-19.

Jacob “adoró, apoyado en la punta de su bastón”. La palabra “apoyado” que aparece en forma itálica en la Versión King James (Versión del Rey Jaime) indica que ha sido suplida, y no se encuentra en el original. Esto ha hecho con que la Iglesia Católica Romana diga que Jacob adoró la punta de su bastón, y no que adoró apoyado en la punta de su bastón.

La referencia es para Gen. 47:31, donde la lectura es, “Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama”. Israel, o Jacob como era su nombre primitivo, estaba en su lecho de muerte. Cuando adoró, se inclinó sobre sí mismo y oró. Es este incidente que la Iglesia Católica usa para adorar las imágenes.

La palabra original puede significar tanto bastón como cama, dependiendo de la traducción. En cualquier caso, Jacob se apoyó sobre el bastón, o sobre la cabecera de la cama, y oró. Parece tirado de las mechas cambiar esto en un argumento para adorar las imágenes. Indica cuánto van a caminar algunos para tratar de tener un apoyo bíblico para apoyar sus costumbres.

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Verso 22. “José... dio mandamiento”. El escritor debiera haber dicho mucho más acerca de José, porque fue un gran hombre. Pero él seleccionó este pequeño incidente para mostrar que José tenía fe en la Palabra de Dios. Dios le había prometido a Abraham que su semilla poseería la tierra, y José mostró su fe en la promesa pidiendo que fuese enterrado en la tierra que Dios les había dado.

Hebreos 11:23-28. “Por la fe Moisés, cuando nació, fue escindido tres meses por sus padres, porque vieron que era un niño correcto; y no tenían miedo del mandamiento del rey. Por la fe Moisés, cuando ya era grande, rehusó ser llamado el hijo de la hija de Faraón; escogiendo mejor sufrir aflicción con el pueblo de Dios, que disfrutar de los placeres del pecado por algún tiempo; estimando el reproche de Cristo como siendo mayores riquezas que los tesoros en Egipto; porque tenía respeto por la recompensa del galardón. Por la fe dejó Egipto, no temiendo la ira del rey; porque soportó como viendo al invisible. A través de la fe guardó la pascua, y la aspersión de la sangre, para que el que destruía los primogénitos no los tocase a ellos”.

Verso 23. “Moisés... fue escondido tres meses”. Era necesaria bastante fe y coraje para que los padres de Moisés decidiesen esconder el niño, contra el expreso mandato del rey. Si los padres no hubiesen escondido el niño, Dios habría, sin duda, encontrado otro medio para protegerlo; pero los padres, al cooperar con Dios, son incluidos en el honroso papel de aquellos que a través de la fe heredaron las promesas.

“Niño correcto”. En Exo. 2:2 es llamado de niño hermoso; en Hechos 7:20 se le llama un niño agradable. El significado es que no tenía deformaciones, que era un niño saludable, normal.

Versos 24-26. La historia de Moisés es bien conocida, y no necesita ser repetida aquí. Cuando creció renunció a su ligación con la corte, dejó los títulos y los oficios que tenía, y escogió mejor sufrir aflicción con el pueblo de Dios que disfrutar los placeres del pecado por algún tiempo.

Estas declaraciones son muy significativas. Sin lugar a dudas habían muchos placeres en el palacio real. Las cortes orientales siempre se han destacado por sus placeres licenciosos como también por su corrupción, y no hay ninguna razón para creer que esta corte en particular fuese alguna excepción. Moisés abandonó una vida fácil y de placeres, para que pudiese estar con su pueblo, aun cuando significase aflicciones.

Al hacer esto, Moisés no renunció a mucho. Dios tenía algo mejor guardado para él. Moisés sabía que los placeres del pecado eran solamente “por algún tiempo”, y que el día de la recompensa llegaría muy luego. Él tenía “respeto por la recompensa del galardón”. Para él el reproche de Cristo eran mayores riquezas que los tesoros de Egipto. Estos tesoros, a la luz de lo que los hombres han encontrado en los últimos años en las pirámides de Egipto, no eran poca cosa. Aun para las normas actuales, representan sumas colosales, fuera de su valor artístico. Pero ninguna de estas cosas atrajo a Moisés. Él conocía el valor de los tesoros de Egipto; pero también conocía los mayores tesoros de Cristo. Y escogió depositar su suerte con el pueblo de Dios. Escogió bien.

Verso 27. “Él dejó Egipto”. Egipto era su hogar, pero fue compelido a huir por su vida debido a los eventos registrados en Exo. 2:11-15. Algunos comentaristas hacen mención a este vuelo como siendo el tiempo en que Moisés llevó a Israel fuera de Egipto, pero parece claro que se refiere primariamente a su vuelo después de haber matado al egipcio, tal como lo infiere Esteban en Hechos 7:23-29.

Verso 28. “Él guardó la pascua”. El registro de esto se encuentra en Exo. 12:11-27. Dios prometió que Él protegería el primogénito cuando el ángel viese la sangre asperjada en los postes de la puerta. Este asperjamiento era algo que tenía que ver exclusivamente con la fe, porque todos sabían que no había ninguna virtud en la sangre del cordero muerto. Esa virtud recaía sobre la obediencia y en lo

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que el cordero representaba. El asperjamiento de la sangre era una cuestión de fe, y venía de una ordenanza carnal para quien tenía fe en el Cordero de Dios.

Hebreos 11:29-31. “Por la fe pasaron por el Mar Rojo como si fuese tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados. Por la fe las paredes de Jericó cayeron, después de haber sido rodeadas durante siete días. Por la fe Rahab la ramera no pereció con los que no creyeron, cuando recibió a los espías en paz”.

Verso 29. “Ellos pasaron por el Mar Rojo”. En las 20 palabras de este verso en la versión inglesa, están comprimidas una de las mayores eventos de la historia. El encuentro de Moisés y el rey de Egipto; las plagas, lo que finalmente llevó al Faraón a liberar a Israel para que se fuera; el ángel de la muerte pasando sobre el país; la salida del pueblo; la persecución de Faraón; la abertura del Mar Rojo para los Israelitas; y el ahogamiento del ejército perseguidor; todo está incluido en la salida de Israel de la esclavitud.

Verso 30. “Las paredes de Jericó”. Nuevamente, ¡cuánto es comprimido en un par de palabras! Israel no poseía poderío militar como para derribar las macizas murallas de Jericó. Era una cuestión de fe para que ellos creyesen que cualquier cosa podría ser realizada a través de los medios que Dios mandó usar. Desde un punto de vista normal, era tonto pensar que tales maniobras podría romper una muralla, no importa cuán débil fuese. Los críticos, en sus esfuerzos para evitar los milagros, enseñan que el grito combinado de todo el pueblo a medida que rodeaban las murallas, crearon una presión atmosférica tan grande, que rompieron las murallas. Pero esto es más difícil de creer que el simple relato que dice que fue hecho por la fe en Dios. En cualquier evento, difícilmente se puede decir que los Israelitas tuviesen algún conocimiento científico en mente, o de que estuviesen convencidos de que debido a causas naturales dichos efectos podrían ser alcanzados. Ellos simplemente hicieron lo que se les dijo que hicieran, y cuando sucedió lo que se les dijo que sucedería, ellos cándidamente creyeron que Dios lo había hecho por ellos. Algunos pueden llamar esto de ignorancia. Dios lo llama fe.

Verso 31. “”Rahab la ramera”. Si nosotros hubiésemos escrito esta parte, habríamos omitido ese nombre, así como también habríamos omitido otros nombres. No podemos ver ninguna razón para entender por qué Dios usa tantas palabras para hablarnos a respecto de Rahab, como para contarnos acerca del Mar Rojo. Debemos creer que Dios entiende mejor las cosas.

Los espías aquí mencionados no son los espías enviados que aparecen en Números 13 y 14. Eran dos hombres jóvenes enviados por Josué, y su historia está registrada en Josué 2:1-24; 6:22-25.

Se han hecho intentos para mostrar que Rahab no era una ramera sino que una huésped. La evidencia, sin embargo, le da poca razón al hecho de dudar en cuanto a que era o había sido una mujer de carácter cuestionable. Mientras los hombres se inclinan a pensar que algunos pecados son más malos que otros, la verdad es que todo pecado es malo, y no es peor en la mujer que en el hombre. Rahab, cualquiera que haya sido su vida pasado, pudo renunciar a sus pecados así como otros renuncian a los suyos, volverse a Dios de todo corazón, y recibir perdón. Y si Rahab no fue una mujer respetable, le debemos aun mucho más gloria a Dios debido a su conversión. Si Dios pudo tomar una mujer, una pecadora, en el Nuevo Testamento, y pudo hacerla un monumento de Su misericordia, ¿no podía Dios hacer lo mismo en el Antiguo Testamento? ¿No recibe Dios aun mayor gloria cuando se demuestra que Él puede cambiar una vida así? Santiago nos dice que Rahab fue “justificada”, y Hebreos la coloca entre aquellos “de los cuales el mundo no era digno”. (Santiago 2:25; Heb. 11:38). Rahab se casó después con Salmón, el padre de Booz, el padre de Obed, el padre de Jesse, el padre de David, el padre de Cristo. (Mat. 1:5; Luc. 1:32).

Ahora estamos listos para retraer la declaración hecha antes de que no incluiríamos a Rahab en esta lista de valiosos. Sabemos poco o nada acerca de ella, pero estamos agradecidos de que su nombre

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esté aquí. Eso muestra lo que Dios puede hacer; que Él no hace acepción de personas; y que el menor pude llegar a ser el mayor.

Hebreos 11:32. “¿Y qué más podré decir? Porque me faltaría el tiempo para hablar de Gedeón, y de Barac, y de Sansón, y de Jefté; y también de David y Samuel y de los profetas”.

“Me faltaría tiempo”. Hay una lección y un sermón en cada uno de estos nombres. Gedeón. Casi podemos llamarlo el falto de fe, el incrédulo, el Tomás del Antiguo Testamento. Él pidió como señal que el vellón estuviera mojado con el rocío, y que todo lo demás estuviese seco. Y así fue. Entonces exprimió “el roció fuera del vellón, un tazón lleno de agua”. Jueces 6:38. Habiéndosele dado esta señal, fuera de otras evidencias previas de la conducción del Señor, ahora él pide que el milagro sea invertido, que ahora el vellón permanezca seco. Esto también fue hecho (Versos 39-40). Él tenía menos fe que el propio Tomás.

Esto enfatiza el punto previamente analizado, que el Señor en este capítulo escogió propositalmente a personas comunes como ejemplos, aquellos que naturalmente no tenían mucha fe, para que tengamos ánimo a través de su ejemplo, y no abandonemos todo tan fácilmente. Si los casos mencionados hubiesen estado confinados apenas a aquellos que tuvieron una fe inmensa, estaríamos tentados a pensar que solamente aquellos hombres pueden ser usados por Dios. Pero cuando Él escoge hombres de capacidad normal, aun algunos de muy poca fe, y muestra lo que Él puede hacer con ellos, entonces podemos animarnos y creer que existe esperanza para nosotros también. Y así estamos agradecidos que Gedeón es mencionado. Él no tuvo mucha fe; pero Dios usó la poca fe que él tenía, e hizo grandes cosas con y a través de él.

Barac. La historia de Barac se encuentra en Jueces, en los capítulos 4-5. Su nombre está inseparablemente ligado con Débora, la profetiza del Señor, la cual era la vocera de Dios, y a quien Barac siguió fielmente. Así como Gedeón fue un ejemplo de fe desinteresada en su rechazo del reino, así Barac es un ejemplo de la humildad de la fe en su voluntad de hacer proezas donde él no recibió ningún honor para sí mismo. (Jueces 8:23; 4:9).

Sansón parece ser un nombre extraño como para ser colocado entre los héroes de la fe. Podemos encontrar poco para comentar aquí. No hubiese sido por el hecho que su nombre aparece en la lista, estaríamos en duda de su eventual salvación.

El capítulo 11 de Hebreos fue escrito para que podamos tener una mejor concepción de lo que realmente significa el juicio final. En el reino pueden surgir algunas preocupaciones y tal vez sea mejor subsanarlas ahora. Pero después de haber leído este capítulo no debemos sorprendernos de ver algunos nombres incluidos, los cuales nosotros excluiríamos. Esto debiera enseñarnos a no juzgar.

“Existe una amplitud en la misericordia de Dios,como la amplitud del mar;existe una bondad en Su justicia,la cual es más que libertad”.

“No hay un lugar donde las penas terrenales,sean más sentidas que arriba en el cielo.No hay un lugar donde las fallas terrenales,se les de un juicio tan bondadoso”.

“Porque el amor de Dios es más amplio,que la medida de la mente humana,y el corazón del Eterno,es más maravillosamente bondadoso”.

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Sin lugar a dudas que Sansón se encontró finalmente con sí mismo, porque Dios lo incluyen Su lista. Eso decide la cuestión. Sansón pertenece ahí, o entonces no habría estado ahí. Pero si es así, entonces tenemos que revisar nuestra opinión de lo que Dios puede hacer, y de quién eventualmente será salvo. Sería mejor no juzgar a los hombres y enviarlos a la condenación, cuando Dios no tiene eso en mente. Pueden haber algunos de los cuales pensamos que debieran estar perdidos y que sin embargo serán salvos. Bajo estas condiciones, ¿no sería mejor que reservásemos nuestros juicios y dejásemos todo en las manos de Dios?

“Jefté y también de David y Samuel”. Pablo está en lo cierto cuando dice que le faltará tiempo para contar todo a respecto de estos hombres. Nosotros vemos los nombres y los reconocemos como hombres que han hecho grandes cosas para Dios. A pesar de sus debilidades ellos perseveraron, y finalmente vencieron.

No es la intención del autor la de dar una lista completa de todos los que debieran haber sido incluidos. Él ha mostrado bastante como para demostrar que todos ellos necesitaban y tenían fe, por lo menos antes que terminasen sus caminadas. Está escrito que nosotros debemos animarnos, seguir sus ejemplos de fe, ser advertidos por sus fallas, y tener nuestros nombres, juntamente con los de ellos, inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Hebreos 11:33-37. “Que por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, escaparon al filo de la espada, sacaron fuerzas de flaqueza, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; y otros fueron torturados, no aceptando liberación; para que pudiesen obtener una mejor resurrección; y otros experimentaron vituperios y azotes, si, y fuera de esto prisiones y cárceles; fueron apedreados, fueron aserrados, fueron tentados, fueron muertos a espada; anduvieron errantes cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, siendo destituidos, afligidos, atormentados”.

Verso 33. Podemos señalar a quiénes se hace referencia aquí, pero no tenemos un registro completo de lo que ellos hicieron, o de sus pruebas. David, Josué, Barac y Gedeón subyugaron reinos. Abraham, Elías, y los profetas normalmente, trajeron justicia, y Daniel cerró la boca de los leones.

Verso 34. Los tres jóvenes hebreos enfrentaron la violencia del fuego. (Dan. 3:1-30). Moisés escapó al filo de la espada. (Exo. 18:4). Lo mismo hicieron Elías y David. Ezequías, de su debilidad, fue hecho fuerte (Isaías 38). Jonatán y David se hicieron valientes en la batalla. (1 Sam. 14:4, 27; 2 Sam. 22:30).

Verso 35. La viuda de Sarepta y también la mujer Sunamita, ambas recibieron a sus hijos de la muerte. (1 Reyes 17:22; 2 Reyes 4:31-37). De alguna tortura no tenemos ningún registro en el Antiguo Testamento, aun cuando no exista ninguna duda de que la tortura fue usada. Si vamos al Nuevo Testamento, encontramos abundante ejemplo en los sufrimientos de Cristo y de Sus apóstoles.

Verso 36. Aun cuando no estemos seguros de las burlas y de los azotes, estos son normalmente atribuidos al tratamiento dado a José, Sansón y a Jeremías.

Verso 37. Dos ejemplos de apedreamiento están registrados en 1 Reyes 21:1-14, de Nabot, y de Zacarías, el hijo de Joiada, el sacerdote en 2 Cron. 24:20-22. La tradición judía dice que Isaías fue aserrado, pero no existe ningún registro seguro de esto. “Tentado” sin duda hace referencia a las muchas tentaciones que ofrecieron los hombres para probar lo falso ante Dios. Desde los tiempos inmemoriales los hombres han sido muertos a espada, así como lo fueron los 85 sacerdotes por Doeg, y, de hecho, toda la ciudad de Nob. (1 Sam. 22:18-19). No podemos dar los nombres de los destituidos,

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afligidos y atormentados que, pobres y despreciados, estaban agradecidos que una piel de oveja pudiese cubrirlos.

Hebreos 11:38. “(De quienes el mundo no era digno); erraron en desiertos, y en montañas, y en cubiles y cuevas de la tierra”.

¡Cuán ciertas son las palabras de que de estos el mundo no era digno! Los hombres dieron sus vidas, lo dieron todo, para que pudiesen servir de ayuda para su prójimo, y como pago recibieron desnudez y vil tratamiento. De ellos el mundo no era digno. En los desiertos, en las montañas, en cubiles y en cavernas de la tierra, ellos anduvieron errantes. Así como le sucedió a Cristo, así estos vinieron donde los suyos, y los suyos no los recibieron. Así será siempre.

Hebreos 11:39. “Y todos estos, habiendo obtenido un buen testimonio a través de la fe, no recibieron la promesa”.

“Todos estos”. Esto hace hincapié en el punto analizado antes, que todos estos obtuvieron un buen testimonio antes que su obra estuviese hecha. Parece ser maravilloso que Dios pudiese tomar algunos como estos, algunos débiles y aun debilitados en la fe, fortalecerlos, y hacerlos victoriosos. Pero no recibieron la promesa, pero recibieron un buen testimonio. Y el cumplimiento de la promesa les está asegurado.

Hebreos 11:40. “Habiendo Dios provisto algo mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados sin nosotros”.

“Algo mejor”. Ellos no recibieron el cumplimiento de su esperanza. Eso solo podía darse en Cristo, y Él no podía aparecer hasta que llegase el cumplimiento del tiempo. Pero no lo perderán. Pueden dormir, pero poseen un buen testimonio, y cuando venga el tiempo, ellos y nosotros seremos hechos perfectos.

En muchos respectos, este capítulo es el más animador de toda la Biblia. Al comienzo de este capítulo fue mencionado que las normas colocadas ante nosotros en la Biblia, como también en Hebreos, son tal altas que parecen ser imposibles de ser cumplidas, y que el hombre moral nunca podrá alcanzar el blanco colocado ante él. Somos convidados a entrar con Él a través del velo, y aparecer ante el trono de Dios. Pero retrocedemos; nos sentimos sin valor. Nunca alcanzaremos la meta colocada por Dios.

Entonces, cuando estamos totalmente convencidos que nunca podremos alcanzar la alta norma colocada por Dios, que somos miserables y de labios sucios, consideramos los hombres y mujeres del capítulo 11 de Hebreos. Esto cambia todo. No que la norma sea rebajada. Pero se nos da una visión de lo que Dios ha hecho por otros, y con eso nos animamos. Si Gedeón, con su poca fe, obtuvo un buen testimonio, entonces existe esperanza para nosotros. Si Rahab prevaleció, entonces Dios puede perdonar también nuestros pecados. Si Sansón finalmente hizo paz con Dios, Él no nos echará fuera. Si David fue perdonado, entonces podemos tener esperanza. Si Jacob finalmente ganó el cielo, no necesitamos desesperarnos.

Y así le agradecemos a Dios por el capítulo 11 de Hebreos, el capítulo que no solamente habla de fe sino que coloca esperanza en cada pecho.

Capítulo 12 del Libro de Hebreos: Exhortaciones a la Fe y a la Constancia

Sinopsis del Capítulo.-

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La primera parte del capítulo 12 es una exhortación a la constancia de la fe, usando la ilustración de una raza. (Versos 1-2).

Después sigue un análisis de la bendición del castigo, el cual en el presente no es alegre, pero después trae rica recompensa. No debemos pensar que sea algo extraño, o una prueba de que el Señor no nos ama. Justamente lo contrario: el castigo es una evidencia de filiación. (Versos 3-11).

En vista de este castigo tenemos que tener buen ánimo, y no caer de la gracia de Dios, como lo hizo Esaú. Por un plato de comida vendió su primogenitura, y fue rechazado. (Versos 12-17).

Los versos 18-29 contienen la historia del establecimiento y ratificación del primer pacto, en contraste con la inauguración del segundo. En el Sinaí la montaña ardió en fuego, y hubo obscuridad y tempestad, y la visión fue tan terrible que aun Moisés tembló. La inauguración del segundo pacto se efectúa en el Monte Sión, la ciudad del Dios viviente, donde encontramos una innumerable compañía de ángeles y la asamblea general del primogénito, con Jesús, el mediador del nuevo pacto. El contraste entre ambas ocasiones es marcada y profunda. Dios habló una vez desde el cielo. Él va a hablar una vez más. En vista de eso somos advertidos a no rehusar a Aquel que habla desde el cielo.

Hebreos 12:1-2. “Por lo tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia tan fácilmente, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, el cual por el gozo puesto delante de él, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.

La figura de una carrera no era nueva para los habitantes de Jerusalén, porque en este tiempo todos los deportes de Grecia habían sido introducidos entre los Palestinos, y la carrera a pie era un espectáculo común. Sin duda todos habían visto a los atletas preparados para la contienda a través de una abstinencia previa de cosas dañinas, y los habían observado dejar a un lado toda la ropa innecesaria, para que no fuesen obstaculizados en la carrera. El apóstol usa aquí su conocimiento de estas carreras para sacar una lección de la carrera cristiana.

Verso 1. “Una nube de testigos”. El cuadro presentado aquí a nosotros es aquel de una carrera en la cual somos participantes. La nube de testigos son aquellos mencionados en el capítulo 11, quienes a pesar de las desventajas y de los impedimentos de todo tipo, alegremente terminaron su recorrido, y así da testimonio del hecho que la carrera no es para el más rápido sino para el que persevera (Ecle. 9:11). Para ser excelente en esta carrera, tenemos que dejar a un lado todo peso, o impedimento, para que podamos correr lo más libremente. Así como un atleta, listo para correr, se saca toda la ropa que pueda impedirlo de correr, así tenemos que dejar a un lado todo lo que pueda impedir nuestro progreso.

“Y el pecado”. Mucho se ha pensado acerca del tipo de pecado a que se hace mención aquí. Estamos inclinados a creer que no todos los hombres son obstaculizados por el mismo pecado, o pecados, y que por ello el pecado aquí mencionado es el pecado particular que más nos preocupa y nos obstaculiza a cada uno. Con algunos, esto puede significar malos pensamientos; con otros, impureza. Algunos pueden ser aproblemados por un temperamento precipitado; otros, por el apetito; y otros, por el orgullo, egoísmo, o el amor al mundo. Sea cual fuere el pecado que nos asedia, tenemos que dejarlo a un lado, así como el corredor deja a un lado sus ropas más sueltas y se ciñe a sí mismo para la carrera. Todos quieren alcanzar la corona, y no tenemos que permitir que nada nos obstaculice. Cada peso, cada pecado, todo lo que obstaculiza, tiene que ser sacrificado.

“Correr con paciencia”. Hemos observado anteriormente que la “paciencia” significa soportar (perseverar), y en este verso es evidente que este es el significado aquí. Es de poco uso en una carrera comenzar fuertemente, para después no conseguir terminar. A veces el paso puede ser duro, pero solamente aquel que persevera hasta el final ganará. El abandonar la carrera en cualquier punto, significa una derrota total.

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Verso 2. “Mirando a Jesús”. Pueden existir aquellos en una carrera que están mirando a sus competidores antes que mantener su mirada en el blanco. Ellos se felicitan a sí mismos de estar en la punta, y mientras están haciendo eso, alguien los está ultrapasando.

Un hombre que corre una carrera no debe estar preocupado con ninguna otra cosa. Cualquier cosa que lo distraiga, aunque sea por un momento, puede traerle serias consecuencias. Los corredores han perdido carreras de esa manera; los gladiadores han perdido sus vidas en combate al tener su atención desviada en el momento crítico; todos nosotros hemos perdido a veces debido a que no le dimos toda nuestra atención a lo que teníamos en mente. El cristiano siempre tienen que mirar a Jesús para que lo guíe, para que lo fortalezca, para que lo anime, para que lo ayude en tiempo de necesidad.

“El autor y consumador”, o mejor, “el capitán o líder”, y “el perfeccionador de la fe”. “Autor” es la misma palabra que es traducido por “príncipe” en Hechos 3:15 y 5:31, y como “capitán” en Heb. 2:10. Significa un líder o fundador. “Consumador” es uno que completa o termina algo, coloca los toques finales, perfecciona. Cristo es el principio y el fin, el alfa y el omega, el todo. (Apoc. 1:8, 11).

“Por la alegría puesta ante él”. Esta alegría era la alegría de ver almas salvas, la alegría de hacer la voluntad del padre. (Isa. 53:11; Juan 4:34). La obra realizada por la redención le pagó mucho más a Cristo que Sus sufrimientos. Cuando Cristo miró las almas que son salvas debido a Su obra, Él quedará mucho más que satisfecho. “Por”, puede ser correctamente traducido como “en vez de “. En vez de la alegría que podía ser con justicia la Suya, Él soportó la cruz. Debemos guardarnos contra el pensamiento de que Cristo calmamente pesó lo que debía hacer, llegando a la conclusión de que tendría más alegría sufriendo primero y que tendría una mayor alegría después, y que egoístamente escogió aquello que le daría más gozo al final, y también debemos guardarnos contra la conclusión que la mayor alegría que sería de Él, no fue ningún incentivo para Él en las obscuras horas que tenía por delante. Estar con los suyos, ver la fatiga de Su alma, conocer la alegría que irían a tener los redimidos cuando entrasen en la alegría de Su Señor, todo eso pesó ante Cristo. Él sabía que a la “diestra de Dios hay delicias para siempre” y “plenitud de gozo”. (Salmo 16:11). Compartir esto con los redimidos sería realmente sublime.

“Soportó la cruz”. La crucifixión era considerada una muerte vergonzosa, tal como lo es ser colgado para un soldado. La muerte ya era suficientemente mala, pero la crucifixión era vergonzosa. Pero Cristo despreció la vergüenza. Sabiendo lo que estaba delante de Él, dijo valientemente, “yo se que no seré avergonzado”. Isa. 5:7.

“Se sentó” es lo mismo que aparece en otros lugares donde hemos observado que no es el acto de sentarse, sino el de ser oficialmente sentado a la diestra de Dios, e investido de poder. Un día Cristo cuelga en la cruz, despreciado por los hombres, azotado, sangrando, escupido. Y un poco después el mismo Jesús es instalado en el sitio de honor del universo, a la diestra de Dios.

Hebreos 12:3-11. “Considerad a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aun no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los reverenciábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.

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Como el autor va a analizar el castigo que le sobreviene a todo hijo, él le pregunta sus lectores que consideren a “aquel que soportó”. Sus pruebas han sido comparativamente livianas, y no tienen que desmayar ante lo que se les viene encima. Dios puede permitir que ellos sufran; pero es hecho en amor, y al final ellos le agradecerán por eso. Pablo coloca ante ellos su propia experiencia cuando recibieron el castigo de sus propios padres terrenales. En ese tiempo aquello no produjo alegría, pero cuando lo miraron en retrospectiva, entendieron que fue para su propio bien.

Verso 3. “Considerad”. Hemos sido convidado anteriormente a considerar a Cristo como apóstol y Sumo Sacerdote. (Heb. 3:1). Ahora somos convidados a considerarlo como “aquel que soportó”. El apóstol nos pide que comparemos o contrastemos nuestra experiencia con la de Cristo, si es que estamos pensando que estamos siendo probados más allá de lo que somos capaces de soportar, o tal vez pensemos que Dios nos ha olvidado, y que estamos soportando más de lo que nos corresponde en justicia. “Considerad” es una palabra diferente de aquella usada en Heb. 3:1, y aquí significa reconocer, llevar en cuenta, resumir, considerar analíticamente, adicionar una serie de cosas. Significa ir más allá punto tras punto, una y otra vez, considerando cada ítem separadamente. Esto sin duda será una cosa provechosa para que todos la hagan. Gastar una hora de vez en cuando pensando, considerando el costo de nuestra salvación en términos de sufrimiento, puede ser muy valioso. Encontraremos que la salvación es barata, sea cual sea el precio que tengamos que pagar.

Verso 4. “Resistir hasta la sangre”. Una cosa es suavemente alejarse de la tentación, expresando nuestra desaprobación de cierta conducta. Otra cosa es resistir hasta la sangre, “luchando contra el pecado”. Cristo “sufrió siendo tentado”. Heb. 2:18. En el Getsemaní y en la cruz Él luchó contra el pecado, y resistió hasta la sangre. Cuando somos tentados y en peligro de ceder, es bueno pensar en Cristo, y en Su resistencia hasta la sangre.

Versos 5-6. “Habéis olvidado”. En medio de una tentación es fácil olvidar que aquel a quien el Señor ama, lo castiga. A menudo estamos conscientes de merecer el castigo, y podemos sentir su justicia. Pero no es fácil creer que el Señor nos ama mientras somos castigados. Esto parece surgir del hecho de que no estábamos conscientes que nuestros padres nos amaban cuando nos castigaban. Al contrario, estábamos conscientes de que ellos estaban enojados debido a nuestras malas acciones o transgresiones; y consideramos a Dios bajo la misma luz. Los padres algunas veces castigan a su prole sin que los hijos estén conscientes de que los aman en ese preciso momento. En esto los padres necesitan cambiar. Dios puede castigar y amar. Nosotros podemos hacer lo mismo.

La próxima vez que seamos castigados por el Señor, consideremos que Dios está tratando de hacernos entender una lección que necesitamos mucho. Él no está enojado con nosotros. Él nos ama. Con paciencia y amor sometámonos a cualquier cosa que Dios tenga para nosotros, agradezcámosle por eso, y amémoslo más a causa de eso.

Versos 7-8. “Soportar el castigo”. No gimotee, no se queje, cuando la mano castigadora de Dios esté sobre usted. Este es el consejo de Dios. Sopórtela; tómelo con paciencia; tómelo como hombre. Usted lo merece. Usted le ha pedido a Dios que haga lo que tiene que ser hecho; y Él está efectuando el proceso correcto. Seamos sumisos. El Padre sabe lo que es mejor.

El castigo es una señal de filiación. “¿Qué hijo es aquel a quien el padre no castiga?”. Es verdad, si esa pregunta fuese colocada hoy, muchos padres responderían que ellos no castigan a sus hijos, que no es moderno hacerlo. Sería bueno para ellos que considerasen los versos que estamos estudiando. El castigo indiscriminado no está de acuerdo con la voluntad de Dios. Pero el castigo paternal es recomendado por Dios. Este no es el lugar para considerar la disciplina familiar, pero creemos que todo creyente haría bien en considerar su responsabilidad a la luz del consejo de Dios.

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Verso 9. “Los reverenciábamos”. (Les dimos reverencia). Es algo bueno que un hijo sea enseñado con reverencia. Ciertamente, el hijo que es criado en la ignorancia de la reverencia sufre de muchas desventajas. ¿Reverencia de qué? Reverencia por la ley, por la autoridad, por la religión, por la femineidad, por la edad. Reverencia por los padres, por los superiores, por la vida, por Dios, por uno mismo. Mientras exista la reverencia existirá la esperanza. Cuando la reverencia desaparece, casi todo lo demás también desaparece. La falta de respeto por la palabra, por las obligaciones contractuales, por el voto matrimonial, por la vida, por la muerte, todas estas faltas significan una desventaja que es difícil vencer. Muchas son los muchachos que ya en edades maduras han querido que sus padres los hubiesen tomado de la mano cuando eran niños. Así se habrían ahorrado muchos disgustos y penas. Y es triste, pero tal vez sea justo, es la tristeza que le sobreviene a los padres que tienen hijos irreverentes. Ellos han sembrado y ahora están cosechando. Y es un cosecha de lágrimas y de lamentaciones. Pero, ¡ay de mí! Muy a menudo es demasiado tarde.

El hecho de que a través de la disciplina algunos hijos sean enseñados en la reverencia, puede parecer una ganancia muy pequeña. Pero aun es una ganancia. Porque más tarde o más temprano en la vida esa lección tendrá que ser aprendida. Y feliz el hijo que la aprende cuando es joven. Él puede no darse cuenta de cuánto bien acompañaba el castigo, pero el inculcamiento de la reverencia es en sí misma una gran ganancia. El mundo ha estado sembrando al viento. Ahora está cosechando remolinos. Ingobernabilidad, crímenes, y la violencia prevalecen. Todo esto se debe a la falta de respeto, falta de reverencia.

Verso 10. “Para nuestro provecho”. A menudo se da el caso que los padres castigan a sus hijos “a su propio placer”. Esto es reprensible. Pero aun así, muchos hijos, cuando miran hacia atrás, están agradecidos por la mano restrictiva que los salvó de mayores dificultades. ¿No debiéramos también nosotros, cuando miramos hacia atrás, y vemos cómo Dios nos ha salvado de nosotros mismos, ser agradecidos? Ciertamente Él lo hizo “para nuestro provecho, para que seamos participantes de su santidad”.

Verso 11. “Frutos apacibles”. El autor está declarando una verdad admitida que ningún castigo es alegre en el tiempo en que se aplica. Pero después trae el fruto apacible de la justicia para aquellos que aprendieron la lección. En retrospectiva vemos lo que no supimos apreciar a su debido tiempo.

Hebreos 12:12-17. “Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz con todos los hombres, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad diligentemente, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas”.

No necesitamos volvernos débiles o desanimados debido al castigo. Más bien debemos sacar ventaja para nuestro camino, para que el débil no sea sacado del camino. Debemos observar nuestra influencia para que otros no sean extraviados, y dejen de obtener la gracia de Dios. No se debe permitir que surja ninguna raíz de amargura, porque puede traer un fruto malo, como lo fue el caso de Esaú, quien finalmente vendió su primogenitura por un plato de comida. Trató de arrepentirse pero había ido muy lejos, y no encontró lugar para el arrepentimiento.

Verso 12. “Rodillas débiles”. Muchos cristianos poseen rodillas débiles y manos que cuelgan. Dios no fomenta una vida espiritual débil o inválida. Muchos negligencian el reunirse con aquellos que poseen la misma fe, y entonces se quejan que nadie los visita. Si no hubiesen fomentado una indulgencia espiritual y física, habrían estado capacitados para visitar a otros en sus aflicciones, en vez de permanecer en casa quejándose. Somos amonestados a llevar las cargas unos de los otros, pero

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también somos amonestados a llevar nuestras propias cargas. (Gal. 6:2, 5). El hombre que lanza su carga sobre el Señor no se quejará de la carga.

Estamos convencidos que muchos poseen rodillas débiles, hablando espiritualmente. Ellos están esperando para que alguien los lleve, y si esto no es hecho, ellos cuestionan el cristianismo de los demás. Estos son una carga para sí mismos, para sus hermanos y para Dios.

“Levantad las manos que cuelgan”. Sentarse con las manos cruzadas mientras otros trabajan puede indicar paciencia y resignación. Pero también puede indicar indulgencia e indolencia espiritual.

Que el enfermo, el anciano, o el débil no piense que esto se dice para amonestarlo. Dios lo prohibe. Dios los ama, y los ha colocado en medio de nosotros para que podamos ayudarlos y animarlos. Ellos le son queridos a Dios; y debieran ser queridos para la iglesia, y deben ser cuidados con ternura. Tenemos que ser tiernos, bondadosos, compasivos, y solícitos para con todos ellos. No es de estos que hablamos, sino de aquellos que aman a los débiles, que podrían estar fuertes física y espiritualmente si apenas levantaran las manos caídas y usaran sus débiles rodillas.

Verso 13. “Hacer caminos rectos”. Esta instrucción es para todos. Debiéramos hacer caminos rectos para nosotros mismos, y debiéramos hacer caminos rectos por amor a aquellos que puedan seguirnos, y que nos miran como ejemplo.

Ningún hombre vive para sí mismo. Cada uno de nosotros tiene otros a los cuales influencia para bien o para mal. Que nadie piense que no tiene ninguna influencia, y que no importa lo que hace. Mucho más de lo que pensamos somos seguidores de otros, y somos seguidos por otros. Un boxeador profesional, un atleta, un soldado, un hombre común, un ministro, todos tienen seguidores que ni siquiera conocen. No podemos escapar a la responsabilidad de la vida, no importa cuánto deseemos hacerlo. Que la niña joven o la mujer adulta no piense que no tiene seguidores. Los copiadores están por todos lados y no hay manera de escapar de ellos. Por lo tanto tenemos que hacer caminos derechos para nuestros pies, para que el cojo no se salga del camino

“Para que sea sanado”. Existen aquellos que hoy están fuera del camino debido a nuestra falta de entendimiento. Podemos haber pensado que las cosas pequeñas no importan. Pero estamos siendo observados cuando no nos damos cuenta. Toda cosa pequeña importa. Hagamos todo lo que podamos para sanar las heridas que han sido infligidas por la falta de cuidado o por malos ejemplos

Verso 14. “Seguid la paz”. De esto Pablo dice en Romanos, “Si fuese posible, dependiendo de vosotros, vivid pacíficamente con todos los hombres”. Rom. 12:18.

“Y la santidad”. La palabra usada aquí para “santidad” aparece diez veces en el Nuevo Testamento, y muchas veces es traducida como “santificación”. Significa pureza interna, rectitud moral. Sin esto ningún hombre verá al Señor.

Verso 15. “Mirando diligentemente”. Debemos ser cuidadosos para que no seamos encontrados destituidos de la gracia de Dios. Esto indica que existe peligro que algunos puedan caer de la gracia de Dios sin estar apercibidos de ello. Esto, sin duda, está íntimamente ligado con la siguiente declaración, que las raíces de la amargura puedan surgir y causen problemas y contaminación.

El apóstol ha mencionado justamente la santidad, sin la cual ningún hombre podrá ver al Señor. Él ahora está señalando cuán fácilmente uno puede caer de la gracia y ser contaminado. Puede ser causado por una raíz de amargura que permaneció en el alma y no solamente crea problemas sino que contamina.

La amargura puede parecer algo de poca importancia como para causar la pérdida de la gracia de Dios, pero es un camino que el enemigo de las almas ha encontrado exitoso. La amargura puede no manifestarse externamente a través de algún acto pecaminoso o de transgresión. Puede permanecer reprimida, y aun la amargura está ahí y causa problemas. Estamos enfermos pero en posición desprevenida. No amamos a los hermanos como debiéramos. El descontento es adicionado a la

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amargura, y toda la experiencia cristiana se ve afectada. Una pequeña raíz de amargura muy a menudo resulta en pérdida del dulce amor y de la gracia de Dios. Debemos mirar diligentemente para que esto no suceda.

Verso 16. “Persona profana”. El apóstol trae aquí una ilustración específica de lo que él tiene en mente. Esaú le dio poco valor a su primogenitura, y la vendió “por un plato de comida”. La primogenitura era suya. La podría haber mantenido, pero no la apreció. Su experiencia es un peligroso comentario del peligro de rechazar las bendiciones de Dios, o de menospreciarlas.

“Él habría heredado la bendición”. Él no fue impedido. Él la podría haber heredado, pero la rechazó, y el rechazo fue definitivo. “Esaú despreció su primogenitura”. Gen. 25:34. La primogenitura incluía no solo valores de propiedad sino que especialmente el derecho del primogénito a ser el sacerdote de la familia y de heredar la bendición de la promesa hecha a Abraham y a su semilla. Cuando más tarde en la vida Esaú comenzó a entender la gran pérdida que había sufrido, y deseó la bendición, era demasiado tarde. Él no había cambiado su estilo de vida; era una “persona profana”, no apta para ejercer el derecho del primogénito.

“No encontró lugar para el arrepentimiento”. Existen algunas dudas en relación a lo que quiere decir la declaración que él “la buscó cuidadosamente con lágrimas”. ¿Por qué aparece la palabra “la”?. ¿Es el arrepentimiento que él buscó con lágrimas? ¿Es la heredad? ¿Es la bendición? No sabemos, y hombres buenos no están de acuerdo en relación a esta materia. La opinión preponderante parece estar a favor de la bendición. Esto también está en armonía con el “gran llanto amargo” de Esaú, cuando le dijo a su padre, “bendíceme, también a mí, padre mío”. Gen. 27:34. Nuevamente, más tarde, le dijo al padre, “¿no tienes más que una sola bendición, padre mío? Bendíceme también a mí, padre mío. Y alzó Esaú su voz, y lloró”. Verso 38.

Tenemos esta situación. Esaú quería la bendición, pero no encontró lugar para el arrepentimiento. Lloró, pero era incapaz de efectuar los cambios necesarios en su vida. Había ido demasiado lejos como para arrepentirse.

La parábola de las diez vírgenes en Mat. 25:1-13 posee una lección semejante. Las cinco vírgenes necias no rechazaron la invitación a las bodas. La aceptaron, pero no tuvieron suficiente aceite en sus lámparas.

Dios no cierra la puerta contra nadie que quiera entrar, y que se ponga las ropas de bodas. Pero el mero deseo no es suficiente en sí mismo a menos que los hombres deseen efectuar la preparación necesaria que los admitirá. Ellos quieren entrar tal como están; quieren entrar en sus propias condiciones; pero esto no puede ser hecho. Algunos van tan lejos en su propio camino, que están ciegos a sus propias necesidades. Ellos buscarán entrar con lloro y amargas lágrimas. Pero no están listos, y no encuentran el camino del arrepentimiento. Esta es la lección de Esaú. Y está escrita para nuestra admonición.

Es de interés observar que la Versión Americana Revisada lo traduce así: “Cuando él después quiso heredar la bendición, fue rechazado; porque no encontró lugar para un cambio de actitud (pensamiento) en su padre, aun cuando se lo pidió diligentemente con lágrimas”.

Hebreos 12:18-29. “Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba; si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que

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desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo; Aun una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. y esta frase: Aun una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor”.

El relato de las experiencias de Israel en el Monte Sinaí es muy impresionante. Dios les dio una exhibición de Su majestad y poder, una experiencia que tristemente les era necesaria. Ellos no tenían un concepto correcto del Dios que los había guiado para fuera de Egipto. Habían estado tanto tiempo entre idólatras que pensaron en Dios en términos de los dioses de Egipto. Pero cuando la tierra se estremeció y las montañas temblaron, cuando las luces brillaron y los truenos rodaron, cuando la obscuridad y las tinieblas y la tempestad los envolvieron, y la voz de Dios sacudió la tierra sobre la cual estaban parados, todos pidieron que Dios no les hablase más; y aun Moisés estaba temeroso.

En contraste con esto se nos da un cuadro de la ratificación del nuevo pacto en el cual todo es gloria y luz. Sin embargo, es dada la advertencia que una vez más Dios sacudirá no solamente la tierra, sino que también los cielos. Por lo tanto estamos advertidos a no rehusar “aquel que habla desde el cielo”.

El Monte Sinaí.-

Versos 18-21. El día cuando Moisés “trajo al pueblo fuera del campamento para encontrarse con Dios” (Exo. 19:17), fue un día de “tinieblas y obscuridad, y de tempestad”. “El Monte Sinaí estaba envuelto en humo, porque el Señor descendió sobre él en fuego; y el humo por lo tanto ascendió como el humo de un horno, y todo el monte se estremeció en gran manera”. Exo. 19:18. “habían relámpagos y luces, y una nube espesa sobre el monte, y el sonido de la trompeta sobre manera fuerte; de tal manera que todo el pueblo que estaba en el campamento tembló”. Verso 16. Habían sido colocadas protecciones alrededor de todo el monte, y se le dijo al pueblo que cualquiera que tocase la montaña sería muerto. (Verso 12). “Ni una mano tocará el monte, ya que será ciertamente apedreado, o asaeteado; sea bestia u hombre, no vivirá; cuando la trompeta suene largamente, ellos vendrán al monte”. Verso 13.

En la más completa obscuridad el pueblo se adelantó, buscando la cerca, para no ir más allá de lo permitido, y ser muertos. Las luces alumbraban alrededor de ellos, pero solo para dejarlos en mayores obscuridades. Los truenos rodaban, el pueblo temblaba, y aun “Moisés dijo, estoy espantado y temblando”. Heb. 12:21.

Súbitamente la montaña se iluminó. Estaba completamente ardiendo en fuego. Dios se iba a revelar a Sí mismo, “y el sonido de la trompeta tremendamente fuerte”, se escuchó. Exo. 19:16. Sonaba “largo, e iba aumentando cada vez más”. Verso 19. “Yo me paré entre el Señor y vosotros en aquel tiempo”, dijo Moisés, “para mostraros la palabra del Señor; porque estabais temerosos debido al fuego”. Deut. 5:5.

Como “todo el monte temblaba grandemente” (Exo. 19:18), temblando el pueblo escuchó las palabras de la ley, los Diez mandamientos, proclamados por Dios. “Tan terrible fue la visión” que el propio Moisés tembló. “Y todo el pueblo vio los truenos, y las luces, y el ruido de la trompeta, y el humear de la montaña; y cuando el pueblo lo vio, se retiraron, y se pararon lejos. Y le dijeron a Moisés, habla tú con nosotros, y escucharemos; pero que Dios no hable con nosotros, porque moriremos”. Exo. 20:18-19.

Asegurándoles dijo Moisés: “No temáis; porque Dios ha venido para probaros, y que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis”. Verso 20. Mientras “el pueblo estaba parado lejos”, “Moisés se acercó a la obscuridad donde estaba Dios”, y Dios se comunicó con él (Verso 21).

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Esto es lo que sucedió cuando se les dio la ley a la cual Pablo se refiere en Hebreos. Dios hizo una exhibición de Su poder y santidad “para probaros y para que su temor pueda estar delante de vosotros, para que no pequéis”. Verso 20. Verdaderamente, nunca más se dio una exhibición tal de gloria y majestad.

El pueblo estuvo cara a cara con el Dador de la ley y Juez de toda la tierra. Ellos aparecieron delante del lugar de juicio de Dios, y vieron “el terror del Señor”. 2 Cor. 5:11. Nunca más podrían pensar livianamente en relación con el pecado. Habían experimentado el terror del juicio.

Al dar la ley, Dios realizó algo más que intimidar al pueblo, y dejarlos temerosos. Él les mostró Su inmenso poder de protección. Con un Dios así de parte de ellos, ¿qué razón podría haber para que el pueblo temiese, no importa cuántos ni cuán fuertes fuesen sus enemigos? Dios era tremendamente capaz de protegerlos.

El Monte Sión.-

Versos 22-24. Habiendo recibido un vistazo de la inauguración del antiguo pacto, el escritor ahora se vuelve hacia el nuevo. Él ha presentado un cuadro poderoso de lo que sucedió en el Sinaí, lo que debiera haber hecho con que todos tomasen en cuenta la admonición “para que no pequéis”. (Exo. 20:20).

El dar la ley en el Sinaí fue acompañado con una maravillosa exhibición del poder de Dios. Nunca antes ni después ha visto el mundo nada parecido. Sobrepasó en grandeza y magnificencia cualquier otra cosa, desde la creación del mundo. Es la única vez que Dios en voz audible le habló a la asamblea reunida multitudinariamente.

Ninguna escena comparable a esta sucedió cuando Cristo en la tierra instituyó el nuevo pacto. Aun cuando pareciera ser que la inauguración del nuevo pacto debiera haber sido acompañada con la misma gloria que la institución del antiguo. ¿Cómo podemos entender esto?

Nosotros creemos que un evento así realmente sucedió; sin embargo, esta vez no fue sobre la tierra, sino que en el cielo. el dar la ley en el Sinaí y la subsecuente institución del pacto con las observaciones ceremoniales, estuvo directamente relacionado con esta tierra. El nuevo pacto posee aun una más amplia aplicación, y la alegre celebración de este evento, con la ratificación del nuevo pacto, fue transferida al cielo. en los versos que están ante nosotros, somos convidados a ir a la “ciudad del Dios vivo”, y allí ver la asamblea reunida para celebrar el impresionante evento.

El lugar al cual vamos es el Monte Sión, en contraste con el Monte Sinaí. El Monte Sión es la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios vivo. Cristo está allí, y es llamado Jesús el Mediador. Él es el mediador del nuevo pacto, y como tal asperja la sangre que habla mejor que aquella de Abel.

La ocasión es llamada de “asamblea general”, o mejor, una “asamblea festival”. Hay una compañía innumerable de ángeles, literalmente diez mil “millares”, la misma palabra usada en Dan. 7:10. Con ellos está la iglesia del primogénito, escrita, o registrada, en el cielo, y “los espíritus de los hombres justos hecho perfectos”.

Sería bueno colocar el contenido de ambas secciones lado a lado para mayor claridad.

La Reunión del Sinaí La Reunión de Sión1.- Sinaí, una montaña de la tierra, envuelta en tinieblas y tempestad.

1.- Sión, una montaña celestial, cuyo verdadero nombre significa asoleado, y es la ciudad del Dios vivo.

2.- Ángeles. Gal. 3:19; Hechos 7:53; Deut. 23:2. 2.- Innumerables ángeles en asamblea festiva.3.- Israel rodeado por la obscuridad; temerosos y listos para huir.

3.- La iglesia del primogénito registrada en el cielo, espíritus de hombres justos hecho perfectos.

4.- El Señor como dador de la ley, haciendo tronar 4.- El Señor como juez, sentado en el Monte Sión,

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Sus mandamientos, envueltos en obscuridad. la montaña de luz.5.- Moisés como mediador, él mismo temblando. 5.- Jesús como mediador del nuevo pacto.6.- La sangre de animales muertos asperjada sobre el libro y sobre el pueblo, la cual nunca podía quitar el pecado.

6.- La sangre del Salvador vivo, a través de la cual los hombres pueden encontrar purificación de todos sus pecados, los cuales no pueden ser expiados a través de la ley de Moisés.

7.- El sonido de la trompeta, y la voz de palabras que inspiraban miedo.

7.- La voz que habla mejores cosas que la sangre de Abel.

En la naturaleza de las cosas debemos esperar una solemne y alegre ratificación de este nuevo pacto, correspondiendo a, y excediendo en gloria, a la ratificación del antiguo pacto en la tierra. En una ocasión tal, Dios tiene que estar presente como Juez, y Cristo tiene que estar ahí para dar cuenta de la obra que Él ha hecho en la tierra. Él mismo tiene que estar presente ante el Padre para ser examinado, como lo fue, antes que Su obra pueda ser aprobada. Él también tiene que presentar las primicias de aquellos que van a ser salvos, una muestra de Su obra, y estos Él tiene que presentarlos perfectos ante Su gloria. Porque ellos Él tiene que aparecer como Mediador, ya que solamente a través de Su mediación ellos pueden ser aceptados. Mientras la sangre de Abel llama por venganza, la sangre de Jesús habla de cosas mejores, de reconciliación y de salvación.

Esta es la alegría y la solemne escena presentada ante nosotros. El contraste es impresionante; pero también existen algunas similitudes impresionantes que nos llaman de vuelta a las solemnes escenas del Sinaí. En ambos pactos Dios es el mismo, y Sus requerimientos son los mismos. La ley, que fue la base del pacto en el Sinaí, es también la base del nuevo pacto. Pero con esta diferencia: en el nuevo pacto la ley es escrita en el corazón, no apenas en tablas de piedra.

Verso 25. “Al que habla”. Dios es aquel que habló en el Sinaí, y él es aquel que habla ahora. Farrar declara: “Tal vez el escritor miraba a Cristo como el que habla así del Sinaí como del Cielo, porque aun los Judíos representaron la voz en el Sinaí como siendo la voz de Miguel, el cual fue a veces identificado con la “Shekinah” o el “Angel de la Presencia”. La Epístola de Pablo el Apóstol de los hebreos”, página 161.

Verso 26. “Aun una vez más”. Cristo habló desde el cielo una vez, y la tierra se estremeció, y “todo el monte se estremeció grandemente”. Exo 19:18. Ahora Él ha prometido que aun una vez más Él sacudirá no solo la tierra, sino que también los cielos. La expresión “aun una vez más”, significa que Dios hablará nuevamente. Y cuando Él hable, los propios cielos serán sacudidos.

Verso 27. “Y esta palabra”. La cita es del profeta Hageo, capítulo 2:6-7. “Porque así dice Jehová de los ejércitos: de aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de Todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos”.

Existe una buena razón para creer que el zarandeo que viene será el resultado de la voz de Dios. Él sacudió una vez la tierra, y lo hará nuevamente. Una vez más Él hablará desde el cielo, y cuando Él hable, será definitivo. Él no hablará otra vez. Cuando eso sea hecho, todo lo que pueda ser sacudido será sacudido. Existen algunas cosas que no pueden ser sacudidas; estas permanecerán.

No se nos dice qué es lo que Dios va a decir. Pero no estamos lejos al creer que lo que Él va a decir no estará en contradicción con aquello que Él dijo desde el Sinaí. No sabemos de ninguna palabra que necesite ser más repetida que aquellas que Dios dijo antiguamente. Los hombres han tomado livianamente los mandamientos; los han ignorado, quebrado y ridiculizado. Es tiempo que Dios actúe,

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“porque han anulado tu ley”. Salmo 119:126. Cuando Dios hable nuevamente, toda pregunta en relación a la ley será respondida. Y Dios hablará “aun una vez más”.

Verso 28. “Tengamos gratitud”. Una de las cosas que no pueden ser movidas es el reino. Este Dios lo ha reservado para Sus hijos. “Agradecidos” es una palabra mejor que “gracia” (en inglés dice “tengamos gracia”). “Seamos agradecidos” es la mejor traducción. Es en vista del hecho que recibiremos el reino que debemos ser agradecidos.

“Reverencia y piadoso temor”. Antes hemos observado estas virtudes. Son importantes virtudes de las cuales todos necesitan tenerlas.

Verso 29. “Un fuego consumidor”. Esto lleva nuestras mentes de vuelta al Sinaí, donde Dios se reveló a Sí mismo en fuego, y donde aquellos que se acercaron demasiado y no estaban preparados, fueron consumidos. No fue un castigo arbitrario que Dios infligió arbitrariamente. Moisés se acercó y no fue consumido. Él tocó el monte y subió por él. Habló con Dios cara a cara. Dios le prohibió a Israel que tocasen el monte o que se acercasen, simplemente porque aun eran pecadores y no podían soportar Su presencia. Fue por Su misericordia que Dios les advirtió para que no se acercasen. El apóstol ahora nos advierte que Dios continua siendo el mismo. Él aun es un fuego consumidor.

Capítulo 13 del Libro de Hebreos: Consejo de Despedida

Sinopsis del Capítulo.-

El apóstol ha terminado su obra. Ha presentado a Cristo como salvador y Sumo Sacerdote y ha instruido al pueblo en relación a la obra que Él está haciendo en el santuario celestial. Ahora ellos tienen que seguir a Cristo, andando con Él, aceptando Su reproche. Esto lo irían a experimentar de una manera bien real, porque luego tendrían que huir de Jerusalén y ser dispersados por todas partes del mundo. Pero sea lo que fuere a suceder, no debían olvidar su cristianismo, sino que tenían que imitar a su Maestro.

El saludo de despedida es muy significativo y bello, donde el apóstol llama una vez más su atención al pacto eterno.

Hebreos 13:1-4. “Amáos fraternalmente continuamente. No os olvidéis de atender a los extranjeros; porque al haber hecho eso, sin saberlo, atendieron ángeles. Acordáos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los que sufren adversidad, como si también vosotros mismos estuvieseis en el cuerpo. Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios”.

El último capítulo del libro contiene muchas instrucciones prácticas. El escritor ha terminado su tema principal, terminando con una comparación entre el Monte Sinaí y el Monte Sión. Ahora él adiciona unas pocas palabras de consejo.

Verso 1. “Amáos fraternalmente continuamente”. El amor fraternal no era común entre los gentiles en aquellos días, pero parece haber sido una virtud especial entre los cristianos. El apóstol no exhorta aquí a los creyentes a amar a los hermanos, eso ya lo estaban haciendo, sino que a continuar haciéndolo.

La persecución había sido y aun sería la suerte de muchos, y era necesario que cada uno permaneciese en pie para ayudar a su hermano. Cristo les había advertido que cuando llegase el tiempo de huir, no habría oportunidad de tomar nada (Mat. 24:16-18). Ese tiempo se estaba acercando. Ahora era el tiempo para que todos tuviesen consideración y ayudasen.

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Verso 2. “Atendieron extranjeros”. Las hosterías no eran comunes, y los extranjeros eran a menudo considerados con sospechas. Debido a las condiciones cambiantes, la hospitalidad parece no haber sido tan necesaria ahora como entonces. Aun cuando esto pueda ser verdad, es espíritu de hospitalidad continua siendo tan necesario como siempre.

Ángeles fueron atendidos por Abraham, Lot, Manoa y Gedeón. (Gen. 18:2-22; 19:1-2; Jueces 13:2-14; 6:11-20). En el juicio el atender a extranjeros será llevado en consideración. (Mat. 25:35).

Verso 3. “Aquellos que sufren adversidad”. El verso sugiere que algunos de los creyentes en aquel tiempo, estaban presos. El propio Pablo estuvo varias veces en prisión, y no se había olvidado de aquellos que le ayudaron. Ahora él solicita que aquellos que están en prisión sean recordados.

La adversidad puede a veces ser bien merecida debido a una falta de deliberación, pero también golpea a veces sin ninguna causa aparente. En esos casos no debemos juzgar, sino que recordar a los afligidos, y amarlos fraternalmente continuamente. Esta exhortación a recordar a otros que están en la adversidad está basada en la consideración de que nosotros estamos aun en el cuerpo y que como tales las calamidades pueden alcanzarnos.

Verso 4. “El matrimonio es honorable”. La admonición es para castigar y va contra la falsa noción de que el matrimonio no es honorable. También golpea contra el celibato. Habían algunos en aquellos tiempos que estaban “prohibiendo el matrimonio”, como también hay algunos ahora que creen que un estado más elevado de cristianismo puede ser alcanzado en el celibato. (1 Tim. 4:1-3). Ese raciocinio no posee la aprobación de Dios.

Dios frunce el entrecejo con cada especie de impudicia (impureza). Todas las pasiones inferiores son condenadas, dentro o fuera del matrimonio, y el matrimonio debe ser mantenido honorable. “Dios juzgará”. Los hombres pueden ocultar el pecado, pero Dios juzgará. Él sabe, y todas las cosas serán reveladas algún día.

Hebreos 13:5-8. “Que vuestra conversación sea sin codicia; y estad contentos con las cosas que tenéis; porque él dijo, nunca te desampararé, ni te dejaré. De tal manera que podemos decir confiadamente, el Señor es mi ayudador, y no temeré lo que el hombre pueda hacerme. Acordáos de aquellos que os gobiernan, que os han hablado la palabra de Dios; cuya fe seguid, considerando el resultado de su conversación. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”.

Verso 5. La construcción, “que vuestra conversación sea sin codicia”, es literal, “que vuestra manera de pensar sea sin codicia”. “Conversación”, tal como es usada en la Versión Autorizada, significa vida, vida diaria, tipo de conducta. Pero aquí hace referencia más a la “manera de pensar” que a la mera conducta. Existen aquellos que son codiciosos en la mente, aun cuando no lo son en los actos. El orden aquí va desde los actos hasta la manera de pensar. La lectura es literal “no ser amador del dinero”.

Es notorio que aquellos que no poseen dinero pueden ser amadores de dinero, como también aquellos que son ricos. Existen personas codiciosas entre los pobres y entre los ricos. Que nadie aplique esta amonestación apenas a los demás. Esto fue escrito para todos, y todos pueden sacar provecho de ella.

“Contentos”. La virtud del contentamiento es uno de los dones más preciosos de Dios. No debemos estar contentos con lo que somos, pero debemos estar contentos con lo que tenemos. Muy a menudo sacamos a relucir esto, y estamos confortablemente contentos con nosotros mismos y con nuestros logros, pero estamos descontentos con lo que tenemos. Nada es más desagradable que una persona descontenta.

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“Nunca de desampararé”. La cita está probablemente sacada de Josué 1:5, aun cuando una promesa similar se encuentra en varias partes de la Biblia. (Gen. 28:15; Isa. 41:17; 1 Cron. 28:20).

Verso 6. “El Señor es mi ayudador”. Esto está tomado de la versión griega del Salmo 118:6. La cita expresa confianza. Cuando el Señor está de nuestro lado, y nosotros estamos del lado de Él, no necesitamos temer.

Verso 7. “Aquellos que os gobiernan”. La iglesia de Dios es una iglesia de orden y de organización. Aun cuando no debe haber “señorío” en ella, debe haber el debido respeto a aquellos que son líderes. La frase parece referirse especialmente a aquellos que fueron líderes, y que ahora están descansando, pero el principio se aplica a todos los tiempos.

“Cuya fe seguid”, o “cuya fe imitad”. Cuando contemplamos sinceramente el asunto, o el resultado, de sus vidas, debemos imitar su fe.

Verso 8. “El mismo”. Una de las mayores bendiciones del cristianismo es el hecho que Dios no cambia, de un manera hoy y de otra manera mañana. El orden de las palabras en el original es, “ayer y hoy es el mismo, y por las edades”. Esta es prácticamente la misma declaración del capítulo 1:12, “Tú eres el mismo”.

Hebreos 13:9-16. “No os dejéis llevar por diversas y extrañas doctrinas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas. Tenemos un altar, del cual no tienen derecho a comer los que sirven al tabernáculo. Porque los cuerpos de aquellos animales, cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio. Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. Así que, ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de nuestros labios dándole gracias a su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios”.

Verso 9. “No os dejéis llevar”. Aquí somos exhortados a la constancia. A permanecer constantes, no ser fácilmente sacudidos, es una de las marcas del cristiano maduro. Cristo es el mismo siempre, y así tenemos que ser nosotros.

“Diversas y extrañas doctrinas”. Muchos son fácilmente afectados por nuevas y extrañas enseñanzas. Ellos se deslumbran y les gustan las innovaciones. Los apóstoles aluden a aquellos que están ocupados con viandas (comidas) “que no les han traído provecho”. El hincapié tiene que estar puesto sobre los fundamentos, sobre la gracia, y no sobre las cosas menores. Este principio es tan válido antes como ahora.

Versos 10-12. “Tenemos un altar”. El escritor se está refiriendo aquí a la regla en la ley Levítica, que cuando la sangre de la ofrenda por el pecado era llevada dentro del santuario, como en el caso del sacerdote ungido o de toda la congregación, el sacerdote no tenía que comer la carne, sino que tenía que quemarla fuera del campamento. (Lev. 6:30).

Esto, sin embargo, no era verdad para todas las ofrendas de pecado. Cuando un gobernante o un hombre común pecaba, no solamente se le permitía al sacerdote sino que se obligaba, a comer la ofrenda por el pecado. “El sacerdote que la ofreciere por el pecado tiene que comerla; en el lugar santo debe ser comida, en el atrio del tabernáculo de la congregación”. Lev. 6:26. El principio guiador estaba contenido en estas palabras: “Y ninguna ofrenda por el pecado, de cuya sangre se introdujere en el

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tabernáculo de reunión para reconciliar también en el lugar santo, será comida; será quemada al fuego”. Lev. 6:30.

Es a esta aplicación de la ley que el escritor de Hebreos hace referencia cuando dice que “los cuerpos de aquellas bestias cuya sangre es traída dentro del santuario por el sumo sacerdote por el pecado, son quemadas fuera del campamento”. Heb. 13:11.

Los sacerdotes no podían comer la carne cuando la sangre de la ofrenda por el pecado era llevada dentro del santuario. Pero “tenemos un altar, del cual no tienen derecho a comer los que sirven el tabernáculo”. El autor llama la atención a una diferencia en el procedimiento entre la antigua y la nueva dispensación. Nosotros tenemos un altar del cual ellos no pueden comer. Y la razón por la cual ellos no pueden comer era que la sangre había sido traída dentro del santuario.

En armonía con esto, Jesús “sufrió fuera de la puerta”. Su sangre fue ministrada por Él mismo en el santuario celestial; Él mismo la introdujo. (Heb. 9:12). Por lo tanto, de acuerdo con a ley recién citada, la carne no podía ser comida; tenía que ser quemada. Pero en la institución de la Cena del Señor, Cristo tomó el pan y dijo: “Tomad, comed; este es mi cuerpo, el cual es quebrado por ustedes”. 1 Cor. 11:24.

Esto era contrario a la ley Levítica a la cual se refiere el apóstol. Aquellos que servían en el altar no tenían el derecho a comer la carne cuando la sangre era traída dentro del santuario. Pero en el Nuevo Testamento nosotros tenemos ese derecho. “Esta copa es el nuevo testamento (pacto) en mi sangre”, dijo Cristo. 1 Cor. 11:25. En el nuevo pacto somos participantes de Cristo, simbolizado por el pan partido, el cual cuando lo comemos, de una manera muy real se identifica con el comulgante. Los sacerdotes de antaño comían la carne, y así llevaban el pecado. (Lev. 10:17). Exactamente lo opuesto es verdadero en el Nuevo Testamento, donde se dice que nosotros somos participantes de Él, simbolizado por las ordenanzas de la casa del Señor. Nosotros tenemos un altar de donde ellos no tienen derecho a comer, los que sirven en el tabernáculo. Es la santa comunión de la cena.

Verso 13. “Sigamos adelante”. Esta es una amonestación sacada del servicio del santuario. Así como Cristo fue fuera de la puerta, así nosotros tenemos que seguirlo, sin rehuir el reproche que Él lleva.

Verso 14. “Aquí no tenemos una ciudad permanente”. La admonición a salir del campamento está aquí basada en el hecho de que no tenemos aquí una ciudad permanente. La tierra no es nuestro hogar. Somos apenas peregrinos y extranjeros. Pero buscamos, así como los patriarcas de antaño, una ciudad que tenga fundamentos, cuyo constructor y hacedor es Dios.

Verso 16. “Dios se agrada”. Nuestros sacrificios no tienen que ser todos hechos con nuestros labios. Tenemos que hacer el bien y comunicarnos o compartir con otros. Con esos sacrificios Dios se complace. Nuestro cristianismo no debe consistir solamente en palabras, sino que en acciones. Dio se agrada de un cristianismo práctico.

Hebreos 13:17-19. “Obedeced a vuestros gobernantes, y sometéos a vosotros mismos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso. Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos una buena conciencia, deseando vivir honestamente. Y más os ruego que lo hagáis así, para que yo os sea restituido más pronto”.

Verso 17. “Sometéos a vosotros mismos”. Este texto repite la orden del verso 7, pero de una manera un poco más definida. Aquí somos aconsejados a obedecer y a someternos. No puede haber un líder a menos que existan seguidores; y tan cierto como es el privilegio de un líder el de liderar, así es

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el privilegio del seguidor seguirlo. La lamentación a menudo es contra los líderes; pero en algunos casos es más fácil encontrar líderes que seguidores.

“Dar cuenta”. El liderazgo incluye la responsabilidad. Muchos líderes consideran su responsabilidad como siendo la de hacer cosas, en hacer tanto trabajo como sea posible obtener de un determinado número de personas. Dios considera su responsabilidad desde un punto de vista diferente. Con Dios no se trata de ver cuánto trabajo fue hecho, sino que ver cómo aquellos que son dirigidos están prosperando, cómo están creciendo, cómo están mejorando espiritualmente. Dios está más interesado en el individuo que en los mecanismos de trabajo.

Verso 18. “Orad por nosotros”. Muy a menudo estas palabras son dichas livianamente, y con poco significado, y son apenas una forma de decir. Pero cuando lo dice una gran y verdadera persona, “oren por mí”, es un pedido de ayuda que no debe ser dejado sin prestarle atención.

“Una buena conciencia”. El apóstol aquí nos dice que su deseo es ser honesto, y tener una buena conciencia. Él siente su necesidad de ayuda. Él es honesto y desea solamente hacer la voluntad de Dios. Que un hombre así le pida a otros para que oren por él, muestra un espíritu humilde.

Verso 19. “Restituido”. Pablo estaba separado de los creyentes, y deseaba estar con ellos. Esa es a menudo la suerte de los siervos de Dios. Solo, y separado de aquellos que lo aman, desea ser restituido. Con los santos de antaño, deseamos un hogar, una ciudad que posea fundamentos, aun el hogar de los santos.

Hebreos 13:20-25. “Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga perfectos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Os ruego, hermanos, que soportéis la palabra de exhortación, pues os he escrito brevemente. Sabed que está en libertad nuestro hermano Timoteo, con el cual, si viniere pronto, iré a veros. Saludad a todos los que os gobiernan, y a todos los santos. Los de Italia os saludan. La gracia sea con todos vosotros. Amén”.

Verso 20. “El Dios de paz”. Esta es la despedida del apóstol. Él los encomienda al Dios de paz, el Dios que trajo nuevamente de la muerte al gran Pastor del rebaño, a través de la sangre del pacto eterno. Esta última declaración muestra que la resurrección era una parte del pacto eterno, una parte del acuerdo hecho en los concilios de la eternidad.

Verso 21. “Os haga perfectos”. La queja contra el antiguo pacto y el sacerdocio fue que no hizo nada perfecto. El apóstol ahora ora para que Dios los haga perfectos en toda buena obra para que hagan la voluntad de Dios. Habiendo dicho esto, los encomienda a “Jesucristo; a quien sea la gloria por todo siempre. Amén”.

Versos 22-25. Él termina la epístola con la esperanza de que van a aguantar sus palabras de exhortación, diciéndoles también que Timoteo había sido puesto en libertad. Él esperaba verlos luego. Si Timoteo viniese luego. Entonces les pide que saluden a sus líderes y a todos los santos, y les envía saludos desde Italia. Sus palabras finales son, “que la gracia esté con todos vosotros. Amén”.

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El autor ha completado su tarea. Ha mostrado que Cristo es Dios y es hombre, y que es capaz de salvar hasta lo máximo, y que también puede simpatizar con el hombre es sus batallas. Ha presentado a Cristo como Sumo Sacerdote y Mediador, apareciendo ahora ante el rostro de Dios por nosotros. Sin embargo, Cristo es más que un abogado; es un Capitán que nos lleva por el camino por el cual debe

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andar el hombre. Él ha abierto un nuevo y vivo camino para nosotros hacia los santos a través del velo, esto es, Su carne, y ahora podemos entrar con intrepidez allí con Él.

El llevar al lector a entrar con Cristo en los lugares santos, ha sido el deseo del autor desde el comienzo. En la tierra el pueblo nunca entró en ninguna parte del santuario. Ellos adoraron a Dios, al cual nunca habían visto ni nunca podrían ver, y en cuya habitación no podían entrar.

En Hebreos, Pablo presenta una totalmente nueva concepción. El sumo sacerdote en la tierra podía entrar en el lugar santísimo solo un día en el año, y ciertamente no iba a llevar nunca alguien más con él. Con miedo y temblando él se aproximaba a la sagrada habitación de Dios, y el pueblo era grandemente aliviado cuando él salía vivo, sin haber incurrido en el desagrado de Dios. Era una tarea antes que un placer el aparecer ante Dios.

Con Cristo como Sumo Sacerdote todo esto es cambiado. Con alegría Él mismo entra sino que lleva consigo la hueste de redimidos, los que aquí han aprendido a seguir al Cordero dondequiera que vaya. Nadie puede dejar de ver que los privilegios del evangelio exceden en mucho aquellos de la antigua dispensación.

La promesa de algo mejor se da a través de toda la epístola, como lo testifica la palabra “mejor” a lo largo de ella: “mejor que los ángeles”; “mejores cosas”; “benditos de lo mejor”; “mejor esperanza”; “mejor testamento”; “mejores sacrificios”; “una mejor y soportadora substancia” (posesión); “un mejor país”; “una mejor resurrección”; “algo mejor”; “mejores cosas que aquellas de Abel”. Heb. 1:4; 6:9; 7:7, 19, 22; 8:6; 9:23; 10:34; 11:16, 35, 40; 12:24. Y la más importante de todas estas “cosas mejores” ciertamente tiene que ser el privilegio de estar en la misma presencia de Dios, no con miedo no temblando, sino que con santa intrepidez, la cual es la herencia de los hijos de Dios. No se puede concebir una alegría mayor que esta.

El autor bien puede haber encerrado su epístola en el capítulo diez, en el cual, en los versos 19-20, él trae a sus lectores a la presencia de Dios. Pero a medida que piensa en las muchas almas temblorosas que dudan de la posibilidad de alguna vez poder entrar en semejante dicha, él adiciona algunas palabras tanto para animar y advertir. Y no será por ningún mérito de ellos que jamás alguien podrá entrar. Será solamente por la fe. Y así él escribe el capítulo 11, aquel esperanzoso y animador capítulo de la fe. Ahí el lector encontrará una lista de personas siendo que todas finalmente obtienen la victoria, aun cuando haya sido a través de grandes desigualdades. ¿Cómo pude alguien que haya conocido a Jacob tener alguna esperanza de que pudiese alcanzar alguna vez el reino? ¿Y qué podríamos esperar de David, Barac, Sansón y Rahab y todos los demás? Y su número aun no ha sido completado, porque “ellos sin nosotros” no serán hechos perfectos. (Heb. 11:40). Palabras confortadoras; palabras gloriosas. El número aun no ha sido completado. No será perfecto sin nosotros.

Que todos se animen entonces. Dios está esperando para que el remanente se junte a aquellos héroes que “obtuvieron un buen testimonio a través de la fe”. Hay lugar para todos. Que Dios pueda darle al lector, junto con todos los santos, una abundante entrada en Su reino.

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