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El Mollete Literario Número 2, Segunda Época Director: Carlos Ramírez Diciembre 15, 2012 www.grupotransicion.com.mx [email protected] www.grupotransicion.com.mx [email protected]

El Mollete Literario - Indicador Politicoindicadorpolitico.mx/images/PDF/mollete-literario/2012/mollete... · Por Guillermo Fadanelli (Fragmento) Por Roberto Bravo Por Mauricio Leyva

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El Mollete LiterarioNúmero 2, Segunda ÉpocaDirector: Carlos Ramírez Diciembre 15, 2012

www.grupotransicion.com.mx molleteliterario@grupotransicion.com.mxwww.grupotransicion.com.mx [email protected]

2 El Mollete Literario 15.12.2012

Mtro. Carlos RamírezPresidente y director general

([email protected])

Oscar DávalosCoordinador de Producción

([email protected])

Lic. José Luis RojasSupervisor Editorial

Consejo Editorial: Roberto Bravo, René Avilés Fabila.

Violeta Cordero ZozayaMesa de información

([email protected])

María Eugenia BrionesDiseño

([email protected])

Roberto Eduardo Aguilar Malvaez Formación

Abigail Angélica Correa CisnerosRedacción

[email protected]

Raúl UrbinaAsistente de la dirección general

El Mollete Literario es una publicación mensual edi-tada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 243, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Certificado de licitud en trámite.

El Mollete LiterarioLibro: el mejor amigo del hombrePor Luy

Índice

¿Qué es la historia de América Latina sino una crónica de lo maravilloso en lo real?Alejo Carpentier

Por Carlos Ramírez

3

El cuestionario bravo.

Entrevista a Mónica Lavín

Oferta literaria mexicana

Por Roberto Bravo

Lo real horroroso

de nuestra historia

Alejo Carpentier, un cubano nacido

en SuizaPor Porfirio Romo

Mis mujeres muertas

Por GuillermoFadanelli

(Fragmento)

Por Roberto BravoPor Mauricio Leyva

Literatura a la carta Pasarela editorial

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13 14

10 12

15

Vargas Llosa, Cortázar,

García Márquez y Fuentes

3El Mollete Literario15.12.2012

Por Carlos Ramírez

y más aun, los intelectuales del boom pasa-ron por alto lo que pudo haber sido el hue-vo de la serpiente de la relación autoritaria de Cuba con los escritores: el caso del do-cumental P.M. en 1961 que provocó la ira de Fidel y el famoso discurso de fijación de límites políticos a la creación intelectual y el apotegma: “con la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”.

II

El caso Padilla fue paradigmático de la relación de la Revolución Cubana con los intelectuales. Heberto Padilla, nacido en 1932, no había participado directamente en

la guerrilla. En 1959 fue designado corres-ponsal de la agencia oficial cubana Prensa Latina en Nueva York. Ese mismo año regre-só a La Habana y formó parte del periódico Revolución que dirigía Carlos Franqui, uno

de los intelectuales protagonistas de la Re-volución y autor del Libro de los Doce que narra la lucha guerrillera desde el Granma hasta la toma de La Habana. El suplemen-to Lunes de Revolución le publicó a Padilla fragmentos de su novela Buscavidas y recibió una mención honorífica del premio Casa de las Américas por su poemario El justo tiempo. Asimismo, Padilla fue fundador de la Unión Nacional de Artistas y Escritores Cubanos --la misma que luego lo condenó-- y traba-jó en el Ministerio de Comercio Exterior. En 1962 se fue a Moscú como corresponsal de la agencia Prensa Latina y Revolución.

A partir de 1966 Padilla se convirtió en un factor de crisis intelectual en Cuba, hasta su aprehensión en marzo de 1971 y su exilio definitivo en 1980. En 1966 Padilla se en-frascó en una dura polémica ideológica en el periódico Juventud Rebelde, de la Unión de Jóvenes Comunistas. Padilla era ya un di-sidente y defensor de la libertad de escribir, mientras que la burocracia castrista comen-zaba a acotar los espacios de los escritores. La revista Verde Olivo lo atacó con el texto “Las provocaciones de Heberto Padilla” en 1968, pero ese mismo año recibió el premio por su polémico poemario Fuera de juego. Así, el problema con Padilla no era su libro de poemas sino su conducta disidente.

Por la polémica que despertó el pre-mio, la Unión de Escritores y Artistas deci-dió publicarlo pero sorprendentemente fue prologado por un texto de la propia UNEAC criticando el premio y la publicación. Más que un ejemplo de democracia, se trató de un abuso de poder. El prólogo criticaba se-veramente el libro y alentaba su inmolación. En el texto, los dirigentes de la Unión se comportaron como verdaderos “policías del pensamiento” de Orwell de 1984, “la direc-ción de la UNEAC no renuncia al derecho ni al deber de velar por el mantenimiento de los principios que forman nuestra Revolu-ción, uno de los cuales es sin duda la defen-sa de ésta, así de los enemigos declarados y abiertos como --y son los más peligrosos-- de aquéllos otros que utilizan medios más arte-ros y sutiles para actuar”.

El texto de la Unión revelaba el acota-miento de las libertades. Al fundamentar la publicación de libros no gratos a la Re-volución Cubana, la Unión expresaba “la decisión de respetar la libertad de expresión hasta el mismo límite en que ésta comienza a ser libertad de expresión contrarrevolucio-naria”, aunque con la circunstancia agravan-te de que esa libertad absoluta de expresión “estaba siendo considerada como el surgi-miento de un clima de liberalismo sin ori-llas, producto siempre del abandono de los principios”. La Unión señaló en el prólogo que los premios a los géneros de poesía y teatro “habían recaído sobre elementos ideo-lógicos francamente opuestos al pensamien-to de la Revolución”. Así, el primer límite estaba definido por la vigencia, por encima de todas las cosas, del “pensamiento de la Revolución”.

Lo inusitado del prólogo de la Unión radicaba en el esfuerzo de fundamentación política e ideológica de los poemas de Pa-dilla. Como policías del pensamiento, los dirigentes de la Unión diseccionaron los poemas de Padilla y los caracterizaron como contrarrevolucionarios. El problema, sin em-bargo, fue de matiz. De haberse publicado

Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes

El boom latinoamericano, Cuba y el caso Padilla

I

En sus memorias amar-gas sobre el boom latinoamericano de los años sesenta, el

escritor chileno José Donoso cuenta una anécdota que re-sume a la perfección el deto-nador cubano en la irrupción de escritores en el mercado editorial español: rumbo a un congreso literario en Chile en 1962, Carlos Fuentes le dijo, con entusiasmo, a José Dono-so: “después de la Revolución Cubana él (Fuentes) ya no con-sentía hablar en público más que de política, jamás de lite-ratura; que en Latinoamérica ambas eran inseparables y que ahora Latinoamérica solo po-día mirar hacia Cuba”. Los dos se comunicaron con Alejo Car-pentier para que el congreso de literatura se convirtiera en un foro de revisión de lo hecho en educación y cultura por la Re-volución Cubana.

El boom había tenido dos tiempos: el primero fue determinado por la irrupción del género de lo real-maravilloso de Car-pentier, sobre todo la novela El reino de este mundo de 1949; y el segundo inició con el premio Biblioteca Breve a la novela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, siguió con Rayuela de Cortázar en 1963 y terminó en 1967 con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Cambio de piel, de Carlos Fuentes, tam-bién se publicó en 1967 pero no causó las repercusiones ni marcó un nuevo es-tilo literario.

La relación del boom con la Revolu-ción Cubana arrancó con el congreso li-terario en Chile y terminó en 1971 con el caso de represión cubana al poeta He-berto Padilla que alineó a los principales intelectuales de la época, entre ellos des-tacadamente a los del boom latinoame-ricano contra Fidel Castro y el autorita-rismo cubano. Sin embargo, esos mismos escritores parecieron ignorar la primera fase del caso Padilla en 1968 cuando co-menzaron las presiones contra el poeta;

Heberto Padilla

Eso sí, los escritores oficiales se lavaron

las manos: “la Revo-lución Cubana no se propone eliminar la

crítica ni exige que se le hagan loas ni can-

tos apologéticos.

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sin problemas, el libro de Padilla hubiera pasado desapercibido. Al meterlo en un conflicto de ideas y de personalidades, las autoridades políticas e intelectuales cubanas sobredimensionaron el poema-rio y lo colocaron en el centro del interés mundial. Y lo peor fue que el manotazo autoritario organizado por Fidel Castro convirtió a un humilde poeta en un per-sonaje famoso.

El análisis de los directivos de la Unión de los poemas de Padilla fue un verdadero reporte policiaco sobre el pen-samiento. Su título Fuera de juego, decía la Unión, “deja explícita la autoexclusión del autor de la vida cubana”. Al eludir la situación geográfica de la realidad, Padi-lla “puede lanzarse a atacar a la Revolu-ción Cubana amparado en una referencia geográfica”. Por tanto, Padilla mantenía en su libro dos “actitudes básicas: una criticista y otra ahistórica”. La primera le permitía un distanciamiento “que no es el compromiso que caracteriza a los re-volucionarios” y por lo tanto era contra-rrevolucionario. Su ahistoricismo se ex-presaba por medio “de la exaltación del individualismo frente a las demandas co-lectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifestando su idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una línea ascendente. Ambas actitudes han sido siempre típicas del pensamiento de derecha y han servido tradicionalmente de instrumento de la contrarrevolución”.

La lectura ideológica y marxista de los poemas convirtió a Fuera de juego en un do-cumento a la altura de las obras de Marx y Lenin, como si unos poemas pudieran cam-biar el rumbo de la historia y del desarrollo dialéctico de la realidad. Pero los redactores del prólogo de la Unión no tuvieron pudor. Y escribieron que “cuando Padilla expresa que le arrancan los órganos vitales y se le de-manda que eche a andar, es la Revolución, exigente en los deberes colectivos, quien desmembra al individuo y le pide que fun-cione socialmente. En la realidad cubana de hoy (1968), el despegue económico que nos extraerá del subdesarrollo exige sacrificios personales y una contribución cotidiana de tareas para la sociedad”.

La disección ideológica de la Unión sobre los poemas de Padilla fue verdade-ramente sorprendente por su sensibilidad para interpretar lo que el poeta dibujó con palabras, como si los redactores de la Unión hubieran descubierto una conspiración para derrocar a Castro y minar las bases de la Revolución Cubana en un poemario que hu-biera tenido una circulación de no más de 2 mil ejemplares. Pero el fondo político fue también policiaco. Castro aprovechó el inci-dente para aplicar su modelo de operación política: adelantar las vísperas y reventar conflictos antes de que pudieran estallar por sí mismos para tomar ventaja y quitársela al adversario.

De ahí que el prólogo de la UNEAC haya sido parte de la estrategia de Castro de arrinconar no solo al poeta Padilla, sino también a los jurados y simpatizantes. Se trataba de obligarlos a dar explicaciones sobre sus comportamientos políticos y, de paso, conducirlos a actos de fe revoluciona-rios. Ciertamente que los poemas de Padilla llevaban implícitas algunas metáforas de crí-tica hacia la Revolución Cubana, pero en el fondo su efecto iba a ser menor, casi de capi-lla. En cambio, Castro obligó a Padilla a salir al despoblado y debatir nada menos que con la cúpula revolucionaria que había hecho la guerrilla para derrocar a Batista.

La tesis policiaca de los colegas narra-

dores y poetas de Padilla se basaba en la caracterización del poemario Fuera del juego tenía que ver más con la ideología que con la creación. En los textos de Padilla “se rea-liza”, decía la UNEAC, “una defensa del in-dividualismo frente a las necesidades de una sociedad que construye el futuro y significan una resistencia del hombre a convertirse en combustible social”. La argumentación de los sargentos de la policía del pensamiento castrista estaba basada en una incompren-sión de las tareas del creador: como escri-tor y como intelectual. Cortázar se lo dijo a Collazos en 1969 en la revista Marcha: “un novelista semejante (refiriéndose a Mario Vargas Llosa) no se fabrica de buenas inten-ciones y de ninguna militancia política; un novelista es un intelectual creador, es decir, un hombre cuya obra es fruto de una larga, obstinada confrontación con el lenguaje que es su realidad profunda, la realidad verbal que su don narrador utilizará para aprehen-der la realidad total en todos sus múltiples contextos”.

A partir de la exigencia para practicar solamente una literatura que se apartara de la defensa del individualismo y se pusiera del lado de la sociedad que construye el fu-turo, los redactores del prólogo de la UNEAC concluyeron que el mensaje de Padilla en sus poemas trataba de fijar el criterio de que “el que acepta la sociedad revolucionaria es el conformista, el obediente. El desobe-diente, el que se abstiene, es el visionario que asume una actitud digna”. Así, seguía el prólogo oficial, Padilla “realiza un trasplante

mecánico de la actitud típica del intelectual liberal dentro del capitalismo, sea ésta por escepticismo o de rechazo crítico”.

Eso sí, los escritores oficiales se lava-ron las manos: “la Revolución Cubana no se propone eliminar la crítica ni exige que se le hagan loas ni cantos apologéticos. No pretende que los intelectuales sean corifeos sin criterio”. Sin embargo, el prólogo estaba redactado de tal manera que se condenaba al intelectual que ejercía la libertad de cri-terio y de pensamiento con su poesía, pero era condenado por no privilegiar las tareas ideológicas de la Revolución Cubana en la cultura. Los ataques contra Padilla fueron justamente por no cantarle loas ni cantos apologéticos a los revolucionarios y a la Re-volución. La presión oficial contra el jurado para evitar la asignación del premio ocurrió justamente porque el poemario de Padilla se apartaba de los cánones del arte oficial.

La preocupación de los policías de la cultura y del pensamiento castrista se basó en la interpretación ideológica de algunos versos. El prólogo señaló: “al hablar de la historia como el golpe que debes aprender a resistir, al afirmar que ya tengo el horror / y hasta el remordimiento de pasado mañana y en otro texto decir sabemos que en el día de hoy está el error / que alguien habrá de con-denar mañana, Padilla ve la historia como un enemigo, como un juez que va a castigar. Un revolucionario no teme a la historia, la ve, por el contrario, como la confirmación de su confianza en la transformación de la vida”. Este párrafo del prólogo confirmó la percepción de que estaban criticando en Padilla la interpretación ideológica de un poema.

Padilla era asumido como un evasor político. La UNEAC señaló en el inusitado prólogo del poemario premiado que “Padilla trata de justificar, en un ejercicio de ficción y de enmascaramiento, su notorio ausentismo de su patria en momentos difíciles en que ésta se ha enfrentado al imperialismo; y su inexistente militancia personal”, aunque los datos de la biografía de Padilla señalan que de 1959 a 1966 trabajó como funcionario en ministerios de la Revolución y además había sido corresponsal de la agencia oficial Pren-sa Latina, aunque el tema era la evasión de la realidad revolucionaria. Apenas de 1966 a 1968 Padilla había entrado en polémicas con otros intelectuales por la libertad de creación.

Los redactores del prólogo no midieron la dimensión de sus acusaciones ni el tama-ño de sus razonamientos. Se metieron sin pudor con la vida privada del poeta --“con-vierte la dialéctica de la lucha de clases en lucha de sexos”--, lo acusan de imaginar “persecuciones y climas represivos” --el pró-logo era la evidencia de los temores del poe-ta--, le recuerdan que la Revolución “se ha caracterizado por la generosidad y la aper-tura” --aunque sea un condenado político--.

Pero los redactores de la UNEAC estaban realmente indignados por algunos versos de Padilla: “resulta igualmente hiriente para nuestra sensibilidad que la Revolución de Octubre (de la URSS, de la que después los castristas abjuraron por lo que llamaron la “traición” de Mijail Gorbachov) sea encasi-llada en acusaciones como el puñetazo en plena cara y el empujón a medianoche, el te-rror que no puede ocultarse en el viento de

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Carlos Fuentes le dijo, con entusiasmo, a José Donoso: “des-pués de la Revolución Cubana él (Fuentes) ya

no consentía hablar en público más que

de política, jamás de literatura

Sin control, Fidel Castro lanzó el li-

bro contra la pared y gritó que era un desperdicio gastar papel en esas obras que en nada ayuda-ban a concienciar a

la gente.

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la torre de Spaskaya, las fronteras llenas de cárceles, el poeta culto en los más oscuros crí-menes de Stalin, los 50 años que constituyen un círculo vicioso de lucha y de terror, el mi-llón de cabezas cada noche, el verdugo con tareas de poeta, los viejos maestros duchos en el terror de nuestra época, etcétera”.

La UNEAC no dejó pasar la oportunidad de ajustar cuentas con Padilla y pasarle fac-turas pendientes; las acusaciones de Padilla a la Unión “con calificativos denigrantes y que en breve lapso y sin que mediara una rectificación” participara en un concurso de la Unión. Y “también entendemos como una adhesión al enemigo la defensa pública que el autor hizo del tránsfuga Guillermo Cabre-ra Infante, quien se declaró públicamente traidor a la Revolución”.

En fin, concluyó el prólogo, “se trata de una batalla ideológica, un enfrentamien-to político en medio de una Revolución en marcha a la que nadie podrá detener. En ella tomarán parte no solo los creadores ya co-nocidos por su oficio, sino también los jóve-nes talentos que surgen en nuestra isla y sin duda los que trabajan en otros campos de la producción y cuyo juicio es imprescindible en una sociedad integral”. “En resumen, la dirección de la Unión de Escritores y Artis-tas de Cuba rechaza el contenido ideológi-co del libro de poemas y de la obra teatral premiados. Es posible que tal medida pueda señalarse por nuestros enemigos declarados o encubiertos y por nuestros amigos con-fundidos como un signo de endurecimiento. Por el contrario, entendemos que ella será altamente saludable para la Revolución por-que significa su profundización y su fortale-cimiento al plantear abiertamente la lucha ideológica”.

Sin embargo, el caso Padilla no había comenzado con el concurso, el premio y la publicación a regañadientes. Tenía antece-dentes que los cubanos no conocieron y que algunos pocos supieron: la lucha burocrática y las presiones para evitar el premio a Pa-dilla. La historia la contó el poeta Manuel Díaz Martínez, quien había sido uno de los jurados del premio de Padilla y que había ganado el mismo premio de la UNEAC en 1967. El antecedente del conflicto había apuntado ya una dura polémica entre Padi-lla y Lisandro Otero, uno de los intelectuales oficiales de Castro. Padilla se había quejado por escrito que en la difusión de novelas que compitieron por el premio Biblioteca Bre-ve de Seix Barral le hubieran dado espacio en el suplemento El Caimán Barbudo a una novela de Otero --Pasión de Urbino-- que no había ganado y no a Tres tristes tigres de Ca-brera Infante que sí había ganado el premio. Padilla se había referido entonces a las ne-fastas consecuencias de la estalinización de la cultura en Cuba.

Con ese antecedente y la polémica alre-dedor de la política cultural del socialismo cubano, Padilla había enviado su libro Fuera del juego al concurso de la UNEAC. Con al-gunos versos críticos al estalinismo, sin duda que Padilla había previsto la dimensión del conflicto. Díaz Martínez no lo escribió en su texto pero dejó entrever que Padilla había llegado al concurso envuelto en el escánda-lo cultural con los redactores de El Caimán Barbudo. Poco a poco, Díaz Martínez fue sintiendo las presiones para evitar que el poemario de Padilla, que se perfilaba como

favorito, fuera el ganador. Díaz Martínez, por cierto, formaba parte de la estructura cultural del gobierno cubano: era en ese en-tonces redactor jefe de La Gaceta de Cuba de la UNEAC.

Díaz Martínez contó en su versión del caso Padilla que él mismo acumulaba ya problemas culturales. Durante el proceso de la llamada “microfracción”, Díaz Martínez había sido castigado. Ese proceso fue una dura lucha por posiciones políticas entre grupos del viejo Partido Socialista Popular y el nuevo Partido Comunista de Cuba. Juz-gado militarmente por delitos de opinión y de pensamiento, Díaz Martínez recordó que había sido encontrado “culpable de debili-dad política” por no haber denunciado a otro microfraccionario estalinófilo y pro-soviético que intentó reclutarlo. Asimismo, Díaz Martínez había manifestado su apoyo al grupo democratizador de Praga, dirigido por Alexander Dubcek, pero luego de que Castro apoyó la invasión a Checoslovaquia

de los tanques soviéticos. A Díaz Martínez lo castigaron con la prohibición de ocupar cargos ejecutivos, administrativos, políticos o militares durante tres años y lo condena-ron a “pasar a la producción” como obrero.

Con esos antecedentes, Díaz Martínez fue jurado junto con otra figura polémica de la cultura cubana: José Lezama Lima, uno de los más grandes poetas y narradores. Le-zama había sido jurado del premio Casa de las Américas, pero su falta de involucramien-to con la Revolución Cubana y su homo- sexualidad había sido colocado en el cajón de los disidentes peligrosos. Sin embargo, el peso internacional de Lezama impedía cual-quier agresión, aunque durante años había sido marginado de la vida cultural oficial. Los intelectuales oficiales por excelencia de Cuba eran Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar.

Como el poemario de Padilla se perfilaba como el posible ganador, las presiones ofi-ciales sobre el jurado comenzaron a crecer para evitar el dictamen final. Díaz Martínez reveló entonces que un día recibió la visita del poeta Roberto Branly, quien acababa de verse con el teniente Luis Pavón, director de la revista Verde Olivo, órgano oficial de las fuerzas armadas y por tanto terreno exclusi-vo de Raúl Castro, hermano de Fidel. “Confi-

dencialmente” le habían dicho a Branly que el premio a Padilla sería considerado “con-trarrevolucionario” e iba a provocar graves problemas.

“No me di por enterado”, escribió Díaz Martínez, “y en la reunión del jurado sos-tuve que Fuera del juego era crítico pero no contrarrevolucionario, más bien revolucio-nario por crítico, y que merecía el premio por su sobresaliente calidad literaria”. Los otros miembros del jurado coincidieron con este criterio. “No hubo cabildeo, nadie tuvo que convencer a nadie de nada”. Pero sí hubo presiones del lado contrario: “sí hubo cabildeo, en cambio, por parte de la UNEAC para que no le diéramos el premio a Padilla. Nicolás Guillén visitó a Lezama e intentó di-suadirlo”.

Los intentos por evitar la premiación a Padilla llegaron al punto de que Guillén --el poeta cubano del songorocosongo y candida-to oficial a todos los premios nacionales e internacionales-- envió a David Chericián, cuyo libro competía con el de Padilla, a casa del jurado José Zacarías para “que persua-diese al viejo poeta izquierdista de lo ne-gativo que sería para la revolución que se premiara Fuera del juego”. Zacarías se indig-nó, corrió a Chericián de su casa y le llamó a Guillén por teléfono para increparlo por pretender coaccionarlo. Asimismo, el poeta y cuentista Félix Pita Rodríguez, presidente de la sección literatura de la UNEAC “me aconsejó que desistiera de votar por Padi-lla”, contó Díaz Martínez.

Los intentos por quebrar al jurado lle-garon al grado de extender el castigo a Díaz Martínez por su juicio ideológico al terreno de las sanciones “ideológico-educativas” para sacarlo del jurado. El poeta contó cómo llevó el asunto hasta el comité central del Partido Comunista, con el enojo de Guillén. Los burócratas lograron su cometido…, pero solo por unas horas. Díaz Martínez salió del jurado del premio de poesía de la UNEAC. Al final de una noche de sábado, Lezama Lima le llamó por teléfono a Díaz Martínez para decirle: “joven, campanas de gloria suenan, usted ha sido repuesto en el jurado”. La in-tervención de Carlos Rafael Rodríguez, co-munista y tercer hombre en la jerarquía de Cuba, había sido decisiva.

El costo iba a ser alto. Díaz Martínez fue de todos modos castigado y destituido de su cargo de jefe de redacción de La Gace-ta de Cuba, lo acusaron de conspirar contra Cuba por cartas que le había escrito a Severo Sarduy y lo espiaron hasta quitarle la priva-cidad. Ya publicitado el premio a favor de Padilla, la UNESA hizo de todos modos un foro a modo de juicio contra el libro Fuera del juego y contra el jurado que lo premió. Pita Rodríguez, narrador pero burócrata de la cultura castrista, dijo que “el problema, compañeros y compañeras, es que existe una conspiración de intelectuales contra la Revolución”. Como castigo, la UNEAC no le entregó a Padilla y al dramaturgo Antón

Fidel y Raúl Castro. Foto: Procesofoto

El caso Padilla fue paradigmático de la relación de la Revo-lución Cubana con los intelectuales.

Para Castro, la función del intelec-tual y del escritor era la de producir obras para apoyar al proceso revolu-

cionario.

6 El Mollete Literario 15.12.2012

Arrufat el premio en metálico de mil pesos cubanos ni el viaje prometido a Moscú.

El criterio oficial, incluido en el inusual y sorprendente prólogo de la UNEAC para desprestigiar y limitar la lectura del libro publicado, rayaba en la politización de un asunto cultural: “nuestra convicción revolu-cionaria”, decían los redactores de la Unión, “nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos y sus au-tores son los artistas que ellos necesitan para alimentar el caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba”. El criterio policiaco también operó con eficacia: la oficina de Díaz Martí-nez fue saqueada y dispersados sus papeles como un aviso de que la Revolución iba a confrontarlo con todas las armas.

La persecución no cesó. Díaz Martínez reveló en su texto del caso Padilla que en noviembre de 1968 apareció un texto difa-matorio en las páginas de Verde Olivo firma-do por un tal Leopoldo Avila para atacar sin piedad a Padilla, a Virgilio Piñera, a Antón Arrufat, a Rodríguez Llois, a Cabrera Infante y a muchos otros tachados de enemigos de la Revolución. El texto era rabioso y hacia acusaciones de homosexualidad y acusaba a Cabrera Infante de ser agente de la CIA.

III

La segunda fase del caso Padilla esta-lló en abril de 1971, casi tres años después del affaire del premio de poesía. Padilla fue arrestado por razones políticas, encarcelado dos semanas y liberado a cambio de una confesión de errores revolucionarios para delatar a los cómplices de la conspiración. Esta segunda parte de la historia tenía un antecedente. El escritor y diplomático chi-leno Jorge Edwards había sido designado encargado de negocios de Chile en Cuba y enviado a La Habana a instalar la embajada formal. Gobernado por el socialista Salva-dor Allende, Chile había sido el primer país en restaurar relaciones diplomáticas con Cuba desde la ruptura de 1962, organizada por Estados Unidos a través de la OEA. A excepción de México, todos los países del área rompieron relaciones diplomáticas con Cuba.

La designación de Edwards no había sido bien recibida por Cuba, pero nada hi-cieron para impedirla. Edwards llegaba no solo con trabajo diplomático de carrera sino por su excelente relación personal y litera-ria con el poeta Pablo Neruda, candidato presidencial del Partido Comunista Chileno, que había renunciado a favor de la nomina-ción de Allende como candidato único de la Unidad Popular. Edwards debía de abrir la embajada, entregarla al que sería nuevo embajador e incorporarse a la embajada de Chile en París con Neruda.

Edwards había trabado una buena rela-ción con Cuba. En 1968 había sido jurado del género cuento del premio Casa de las Américas, en la que había sido galardonado Norberto Fuentes por su libro Condenados de Condado. Entre otros, un compañero de jurado de Edwards había sido Rodolfo Wal-sh, un extraordinario escritor y militante po-lítico que sería asesinado años después por la dictadura argentina. En un prólogo a una edición posterior de esos cuentos, Fuentes narró la irritación de Castro por la premia-ción a un libro que hablaba de algunas de las víctimas campesinas de la Revolución Cubana. Sin control, Fidel Castro lanzó el libro contra la pared y gritó que era un des-perdicio gastar papel en esas obras que en nada ayudaban a concienciar a la gente.

El jurado y el libro premiado de Fuentes --como preludio a lo que vendría después con Fuera del juego-- fueron destrozados en la revista Verde Olivo de Raúl Castro. En su libro de memorias sobre su estancia haba-nera, Edwards escribió que “los cuentos de Norberto Fuentes transcurren en los parajes de Escambray, donde la huella de las balas da testimonio de la violencia y el dramatis-mo de la lucha. Pero Fuentes, que lo había hecho como cronista, no quiso como na-rrador dividir el mundo en blanco y negro, con lo cual tocó el dogma de la inmaculada pureza del ejército revolucionario, de su dis-ciplina, una de las divinidades intocables en el altar de la Salud Pública. Todo está dicho en las viejas páginas de Michelet sobre el Comité, sobre Robespierre, sobre la Revolu-ción y sobre la guillotina”.

Edwards narró los incidentes de su corta estancia de casi cuatro meses en Cuba en su libro Persona non grata, que fue editado con censuras y autocensuras en 1973 antes de la caída de Allende y que después apa-reció ya sin ningún recorte. Durante esos meses, Edwards tuvo muchas reuniones con intelectuales di-sidentes, sobre todo con Lezama Lima y con He-berto Padilla. Las reuniones, rea-lizadas en el

hotel Habana Libre, fueron grabadas por la policía política de Castro. Con el contenido de las grabaciones, Castro le pidió a Allen-de que sacara a Edwards de Cuba porque se había convertido en un enemigo de la Revo-lución. Edwards abandonó Cuba echado por Castro y se incorporó a la embajada de París con Pablo Neruda.

La salida de Edwards de La Habana ocurrió horas después de haberse dado el arresto de Padilla. Con Padilla en la cárcel y a punto de tomar el avión para salir de Cuba, Edwards fue llevado ante Castro para una ácida conversación de despedida que narra en su libro. Pero nada hizo Fidel para dar marcha atrás a las ruedas del molino del socialismo cubano. Padilla se quedó en la cárcel, fue obligado a delatar a amigos es-critores que conspiraban --en el lenguaje de las autoridades cubanas-- contra la Revolu-ción. Luego fue despedido de sus trabajos y enviado a hacer traducciones. Enfermo, tuvo que recluirse mucho tiempo. En 1980, por una campaña internacional, salió de La Habana exiliado rumbo a Estados Unidos.

Pero el desgarramiento interno de Padi-lla no fue comprendido por la Revolución. Días antes de su arresto, Padilla fue entre-vistado por Cristián Huneeus y ahí habló de

sus contradicciones internas. Contó que los escritores latinoamericanos que vivían en regímenes no socialistas hablaban del socia-lismo como de una esperanza. “Los latinoa-mericanos viven todavía una fase épica en su literatura, es decir, que el socialismo es para ellos un propósito a cumplir, pero que en modo alguno exigiría una reflexión sobre su práctica, sobre su existencia. Pero noso-tros, a 13 o 10 años, de haberse creado en Cuba una sociedad socialista, no podemos escribir ya en la misma forma. A tal punto la experiencia histórica nos ha marcado”.

La aprehensión de Padilla detonó un escándalo cultural internacional. Si el argu-mento de las autoridades cubana insistió en el hecho de que Padilla realizaba activida-des personales contrarrevolucionarias --que en realidad eran de crítica al sistema socia-lista--, los intelectuales llevaron el asunto al tema de la libertad de creación. Una carta apareció en el diario Le Monde de Francia firmada por Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, Julio Cortázar, Ma-rio Vargas Llosa, Juan Goytisolo. Después, en 1972, Cortázar trataría de matizar su ad-hesión en contra del encarcelamiento de Pa-dilla en una carta enviada a Haydée Santa-maría, directora de la Casa de las América, acreditando la dureza de la misiva de los 50 intelectuales a la ausencia de información. Pero ocurrió que nadie en Cuba se atrevió a dar más información que la policía. Y lue-

go Santamaría acusó a Vargas Llosa de “escritor colonizado, despreciador de nuestros pueblos, vanidoso, confiado en que escribir bien no solo hace a la persona actuar mal, sino que permite enjuiciar a todo un proceso grandio-so como la Revolución Cubana. Que a pesar de sus errores humanos, es el más gigantesco esfuerzo hecho hasta el presente por instaurar

en nuestras tierras un

En resumen, la dirección de la Unión de Escritores y Artis-

tas de Cuba rechazó el contenido ideológico del libro de poemas y de la obra teatral

premiados

Castro perdió la me-dida del tema y habló

de los intelectuales que estaban “locos de remate”, “adormeci-

dos hasta el infinito”, “marginados de la rea-

lidad del mundo”

7El Mollete Literario15.12.2012

régimen de justicia”. Años después Haydée Santamaría se suicidaría decepcionada por el socialismo cubano.

La carta de autocrítica de Padilla no causó gran conmoción porque todos vie-ron detrás la mano autoritaria del régimen cubano. Inusitadamente, Padilla elogiaba a los organismos de seguridad de Cuba y a sus anteriores enemigos literarios, censuró a sus amigos y hasta a su propia esposa y a los intelectuales que lo defendieron. No era el Padilla que conocía, el Padilla que había polemizado en 1968 con Lisandro Otero y a propósito del cual había escrito Padilla: “ciertos marxistas religiosos asegurar por ahí que el revolucionario verdadero es el que más humillaciones soporta; no el más disciplinado, sino el más obediente; no el más digno, sino el más manso. Allá ellos. Yo admiraré siempre al revolucionario que no acepta humillaciones de nadie, y menos a nombre de la revolución que rechaza tales procedimientos”.

La carta de los intelectuales a Fidel Cas-tro del 9 de abril de 1971 contenía un acto de fe en Cuba pero también una severa crí-tica a la perversión autoritaria de la Revo-lución: “los abajo firmantes, solidarios con los principios y objetivos de la Revolución Cubana, se dirigen a usted para expresar su preocupación ante el arresto del poeta y es-critor Heberto Padilla y para solicitar a usted se tenga a bien examinar la situación creada por dicho arresto. Considerando que el go-bierno cubano no ha evacuado hasta el mo-mento ninguna información sobre la mate-ria, empezamos a temer el resurgimiento de un proceso de sectarismo más fuerte y más peligroso que aquel denunciado por usted en marzo de 1962 y al que el comandante Che Guevara hiciera alusión muchas veces cuando denunciaba la supresión del derecho de crítica en el seno de la revolución.

“En momento en que se instaura un go-bierno socialista en Chile y en que la nueva situación creada en Perú y Bolivia (golpes militares de generales de izquierda) facilita la ruptura del bloqueo criminal contra Cuba por el imperialismo norteamericano, el re-curso a los métodos represivos contra los in-telectuales y artistas que han ejercido el de-recho a la crítica en la revolución no puede tener sino una repercusión profundamente negativa entre las fuerzas antiimperialistas del mundo entero, y más especialmente de la América Latina, donde la Revolución Cu-bana es un símbolo y una bandera. Agrade-ciendo de antemano la atención que usted se sirva dispensar a esta solicitud, reafirma-mos nuestra solidaridad con los principios que guiaron la lucha en la Sierra Maestra y que el gobierno revolucionario ha expresado tantas veces a través de la palabra y la ac-ción de su primer ministro, del comandante Che Guevara y de otros tantos dirigentes re-volucionarios”.

Las firmas fueron muchas: Carlos Barral (editor de la editorial Seix Barral), Simone De Beauvoir, Italo Calvino, Fernando Clau-dín (comunista español), Julio Cortázar, Jean Daniel (director de Le Nouvel Observa-teur), Marguerite Duras, Hans Magnus En-zensberger, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, Maurice Nadeau, Octavio Paz, Rossana Ro- ssanda, Claude Roy, Jan Paul Sartre, Jorge Semprún (ex jurado del premio Casa de las Américas y luego comunista echado del PC

español por demócrata) y Mario Vargas Llo-sa, entre otros.

La respuesta del gobierno nunca llegó directa pero sí indirecta. El gobierno prepa-raba la realización del primer gran encuen-tro de intelectuales y artistas en mayo. Por tanto, el arresto de Padilla parecía parte del escenario preparado por Fidel Castro para darle sentido, orientación y contenido a ese congreso cultural. En el discurso oficial, Cas-tro se refirió con desprecio a los intelectua-les que asumen actitudes críticas contra la Revolución. Se trataba de un discurso que seguía la línea del de 1961 a propósito del documental P.M. y del papel de Cabrera In-fante en la apertura crítica de los medios del gobierno y en donde fijó el criterio autorita-rio de que “con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada, ningún derecho”. En 1971, Castro afirmó: “algunos (intelectua-les) retratados aquí con lúcidos y nítidos colores hasta trataron de presentarse como simpatizantes de la Revolución”. Pero había entre ellos más de un “pájaro de cuenta”.

Castro perdió la medida del tema y ha-bló de los intelectuales que estaban “locos de remate”, “adormecidos hasta el infinito”, “marginados de la realidad del mundo”, de los que ven problemas en Cuba cuando se trata de “dos o tres ovejas descarriadas”, los intelectuales que “no tienen derecho de se-guir sembrando el veneno y la insidia dentro de la Revolución, los que “no ven que los problemas reales de Cuba son los de un país amenazado por el bloqueo, por las armas de

Los desplegados de los intelectuales en realidad no le preocupaban a Castro. Se lo dijo a Edwards en su conversación de marzo de 1971: “ya sabemos que ahora se ha puesto de moda en Europa atacar-nos entre los que se llaman intelectuales de izquierda. ¡Eso no nos importa! ¡Esos ataques nos tienen absolutamente sin cui-dado!” El caso Padilla de 1971 había lle-vado a Cuba al endurecimiento político, ideológico y cultural y muchos intelectua-les solidarios con el proceso revoluciona-rio estaban siendo dejados a la vera del camino. La Revolución Cubana no admitía sino lealtades a ciegas, acríticas.

El enfriamiento sentimental de la iz-quierda hacia Cuba dejó aislado a Castro. Paz rompió definitivamente con el autori-tarismo cubano. Carlos Fuentes mantuvo la distancia crítica. Regis Debray se desen-cantó de la vía armada y luego corrigió su ensayo Revolución en la Revolución con dos libros sobre el fin de la vía armada y termi-nó su ruptura en Alabados sean nuestros se-ñores. García Márquez prefirió la amistad con Castro y ayudar a salir de Cuba a es-critores malditos. Semprún, también jura-do del premio Casa de las Américas, luchó contra el autoritarismo del comunismo español y fue echado junto con Claudín, como lo narra en su libro Autobiografía de Federico Sánchez. Cortázar siguió fiel pero siempre mal comprendido y sufrió mucho las críticas cubanas hacia su literatura fan-tástica, aunque se alejó sentimentalmente de Cuba y prefirió el sandinismo de Nica-ragua, aunque no pudo ver su decadencia también autoritaria y corrupta. De todos ellos, Vargas Llosa fue no solo el más cohe-rente sino el más lúcido en sus argumen-taciones en contra del autoritarismo de Castro y de la Revolución Cubana.

Pero el caso Padilla había llevado a la ruptura de los intelectuales latinoamerica-nos con la Revolución Cubana, cuando esa relación había fijado el tiempo político del boom literario latinoamericano.

Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Foto: Octavio Gómez / Procesofoto / DF

todo tipo, hasta bacteriológicas”. Dogmáti-co, Castró sacó la Revolución Cubana del debate y dijo que el socialismo “no puede servir de pretexto a los semi izquierdistas descarados que pretenden ganar laureles en París, Londres, Roma”. Acusó a los intelec-tuales que “en vez de estar en las trincheras del combate, viven en los salones burgueses a diez mil millas de los problemas, usufruc-tuando un poquito las platas que ganaron cuando pudieron ganar algo”. Se refirió a “estos señores intelectuales burgueses y li-beralistas burgueses y agentes de la CIA ya no vendrán a hacer el papel de jueces de concursos, ya no tendrán entrada a Cuba. Cerrada la entrada indefinidamente, por tiempo indefinido, y por tiempo infinito”.

Para Castro, la función del intelectual y del escritor era la de producir obras para apoyar al proceso revolucionario. “Es ilógi-co que falten libros de formación infantil mientras la minoría privilegiada continúa escribiendo cuestiones de las que no deriva ninguna utilidad, que son expresiones de decadencia”. Para Castro, los intelectuales se consideraban “un grupito que ha mono-polizado el título de trabajador intelectual”. “Esos intelectuales aquí han estado recibien-do premios señorones escritores de basura”. La tesis no pudo dejar de emitirse: “noso-tros, en un proceso revolucionario, valora-mos las actividades culturales y artísticas en función del valor que le entreguen al pueblo, de lo que aporten a la felicidad del pueblo. Nuestra valoración es política”.

El criterio policiaco también operó con efi-

cacia: la oficina de Díaz Martínez fue saqueada y dispersados sus pa-

peles como un aviso de que la Revolución iba a confrontarlo con todas

las armas.

Ciertos marxistas religiosos aseguran

por ahí, que el revolu-cionario verdadero es el que más humillacio-nes soporta; no el más

disciplinado, sino el más obediente

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Por Roberto Bravo

Aunque los cubanos lo aseguran y él mismo dijo que nació en la Habana el 26 de septiembre de 1904, esto es discutible porque durante cierto tiem-po, Carpentier fue considerado extranjero en Cuba, y en Venezuela lo asumieron como un francés recién desembarcado. Guillermo Cabrera Infante afirmó que nació en Lausana, Suiza. Supo por otra escritora cubana, Lydia Cabrera, que el nombre de pila origi-nal era Alexis y no Alejo y así lo demuestra una co-pia del acta de nacimiento, que de forma misteriosa recibió Cabrera Infante cuando residía en Londres. Acerca de la veracidad de esa partida de nacimiento no hubo una pronunciación de parte de la viuda de Alejo Carpentier, Lilia Esteban Hierro. No obstante, la primera esposa de Carpentier, Eva Frejaville, insis-tía en que la madre de Alejo le había dicho que el día que nació su hijo, “nevaba de manera notable”, cosa que en la Habana no ha sucedido al menos en los últimos dos siglos. Al hablar de sus padres, el autor de El reino de este mundo cuando le preguntaron si su madre era rusa respondió:

-Sí, rusa, pero de formación francesa. Su padre ruso también, se había metido en negocios de petróleos en Bakú. Ella había conocido a mi padre en Ginebra y pronto se casaron.[…] Mi abuela era una excelente pia-nista, alumna de Cesar Franck de quien conservo algu-nas cartas inéditas, dirigidas a ella. Mi madre lo era tam-bién, y bastante buena. Mi padre, que quiso ser músico antes que arquitecto, empezó a trabajar el violoncello con Pablo Casals.

Carpentier pronunció siempre la (erre) de forma afrancesada (egre).

Con largas estancias en Francia y en América del Sur Alejo Carpentier fue un escritor de novelas histó-ricas, donde la evocación del pasado, lejano y exótico se vuelve un decantado tratado erudito y minucioso de costumbres y de la mentalidad de esos tiempos. Sin embargo, todo este saber que arroja su investigación lo presenta al lector en una elaborada y rica descripción abundante de recursos artísticos que por momentos asombran por su maestría. Cuando habla de su perso-naje Ti Noel en El reino de este mundo dice por ejemplo:

Lo real horroroso de nuestra historia

Después de un viaje por Haití, Ale-jo Carpentier escribió El reino de este mundo impresionado por la natu-raleza y las reliquias que observó

en la isla. En 1948, al terminar el volumen lo llevó al Fondo de Cultura Económica que había publicado antes su libro La música en Cuba (1945), y El reino de este mundo fue rechazado con el argumento usado cuando no se quiere pu-blicar una obra de que la industria editorial se encuentra en crisis (desde entonces). La car-ta de impugnación la firmó don Joaquín Diez Canedo, gerente de producción de la empresa y posteriormente creador de la editorial Joa-quín Mortiz.. Fue don Rafael Gíménez Siles, fundador de la editorial EDIAPSA, que poste-riormente se transformaría en la Compañía General de Ediciones y también en las Libre-rías de Cristal, quien acogió El reino de este mundo e hizo la primera edición en 1949. Desde esta vez Carpentier, quien marcaría con su narrati-va un rumbo distinto en las letras latinoame-ricanas, eligió esa compañía mexicana para la publicación de sus obras, después a Siglo XXI editores, y ahora sus herederos a Lectorum.

Cuadro al óleo, fuente naifhaitiano.blogspot.mx

•El reino de este mundo de Alejo Carpentier

•El boom latinoamericano

9El Mollete Literario15.12.2012

“Vivió, en el espacio de un pálpito los mo-mentos capitales de su vida; volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir. Se sintió viejo de siglos incontables. Un cansancio cósmico, de planeta cargado de piedras, caía sobre sus hombros descarnados por tantos golpes, sudores y rebeldías. Ti Noel había gastado su herencia y a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia re-cibida. Era un cuerpo de carne transcurrida. “Y comprendía ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gente que nunca cono-cerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada”.

El reino de este mundo es una obra maes-tra de la literatura, es una de las más impor-tantes novelas sobre la descolonización. La historia inicia con el esclavo negro Ti Noel, quien igual que el resto del pueblo cambia

Bibliografía

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rio); El reino de este mundo, Editorial Lectorum, Mé-

xico, 2010.

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podemos soportar?, Tusquets Editores, Ensayo; Bar-

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Steiner, George; Heidegger, Fondo de Cultura

Económica, Breviarios; México, 1999.

mericano: Los diccionarios nos dicen que lo maravilloso es lo que causa admiración por ser extraordinario, excelente, admirable. Y a ello se une en el acto la noción de que todo lo maravilloso ha de ser bello, hermoso y amable, cuando lo único que debiera ser recordado de la definición de los dicciona-rios es lo que se refiere a lo extraordinario. Lo extraordinario no es bello ni hermoso por fuerza. No es bello ni feo; es más que nada, asombroso por lo insólito. Todo lo in-sólito, todo lo asombroso, todo lo que sale de las normas establecidas es maravilloso.[…] Ahora bien, yo hablo de lo real mara-villoso al referirme a ciertos hechos ocurri-dos en América. A ciertas características del paisaje, a ciertos elementos que han nutrido mi obra.

Años después, en entrevista con Ramón Chao sobre La consagración de la primavera, dijo que las descripciones del campo cuba-no y las indicaciones sobre su cocina habían sido mencionadas como aspectos de lo real maravilloso de Latinoamérica, y el resto de lo que aparece en la novela como una pelea a brazo partido contra lo real horroroso de

historias; reacciona ante ellas y así surgen nuevas historias. La historia es, como en El reino de este mundo, un hormigueo de histo-rias, por lo cual, evidentemente, no pode-mos ver la historia en su conjunto, pero sí una obra maestra de la literatura como lo es la novela de Alejo Carpentier:

“La grandeza del hombre está preci-samente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad sin sacrificio, reposo y deleite. Por ello, ago-biado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.”

de dueño continuamente una vez que se desencadenan los acontecimientos: la rebe-lión de los esclavos dominicanos durante el siglo XVIII, el exilio de los colonos a Santia-go de Cuba, el gobierno haitiano del general Leclerc, cuñado de Napoleón, y finalmente la presuntuosa y precipitada tiranía de Hen-ry Christophe. Parecería que la tesis de Car-pentier en la novela es que las revoluciones resultan siempre fracasos a corto plazo, en ellas la suerte de los ciudadanos es arrasada por los acontecimientos, sacrificada ciega-mente a la marcha del progreso histórico. “Las cosas tienen que cambiar para que todo siga igual”, decía El Gatopardo en la nove-la homónima del Giuseppe de Lampedusa, y esta máxima cabalmente se cumple en El reino de este mundo.

En el prólogo de la primera edición de El reino de este mundo definió Carpentier lo real maravilloso inherente a lo latinoa-

nuestra historia. Lo maravilloso y lo horroro-

so son parte de lo insólito, y por lo tanto de lo real, pero qué pue-den revelarnos estas palabras sino fórmulas analíticas apriorísticas o prefabricadas por el escritor o un crítico. En una novela quien habla es el lenguaje.

A Carpentier le gustaban los “grandes temas”, esos que confieren mayor riqueza a los personajes y a la trama de la novela, y para descri-bir sus escenarios y hacer actuar a sus personajes no acude a un len-guaje intuitivo si no a palabras sur-gidas de diccionarios y bibliotecas, su lenguaje es el de la erudición, el de un investigador, el de un cono-cedor. Encuentra y hace uso de la belleza del conocimiento en el len-guaje para describir lo real maravi-lloso que sucede en la historia, en contraparte de Hernán Cortés que en sus Cartas de relación al rey de España, se declaraba impotente: “ Y quisiera hablarle de otras cosas de América, pero no teniendo la pala-bra que las define ni el vocabulario necesario, no puedo contárselas.”

En la maleza de la historia, no hay nin-guna realización de un plan sin interrupcio-nes. La historia es un resultado que nadie ha pretendido que sea tal como es, y que pro-cede de numerosas intenciones particulares, las cuales se entrecruzan, enlazan y desvían. De ahí que surjan conflictos con escasas esperanzas de solución, pues solo tenemos una mezcla de casualidades, compromisos, locuras, prudencia y costumbre. El hombre, en lugar de hacer historia, está enredado en

Con largas estancias en Francia y en América del Sur Alejo Carpentier fue

un escritor de novelas his-tóricas, donde la evoca-ción del pasado, lejano y exótico se vuelve un de-cantado tratado erudito

Alejo Carpentier

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Por Porfirio Romo

El peso de su obra lo hizo estar muy cerca de ganar el premio Nobel de lite-ratura, y tal vez lo hubiera ganado, si es que su muerte acaecida en 1980 no truncara ese anhelo que efectivamente tuvo el autor. Tanto así, que se dice que cuando supo de los rumores respecto a ser nominado, acudió en visita insospe-chada a Suecia en donde se entrevistó con algunos miembros de la Academia. Independientemente de que no faltaron críticas al respecto, esto en realidad co-rrespondía con el espíritu de Carpentier, que no aceptaba una negativa con docili-dad. En México publicó, en 1945 y bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, su célebre ensayo La música en Cuba. No obstante, transformado por un viaje que lo marcó en vida y obra de manera de-finitiva a Ciudad del Cabo, en Haití, su obra la fue conformando principalmente de narrativa de ficción, lo que explica de forma detallada y sustentada en el prólo-go de su segunda novela, El reino de este mundo (en realidad, su primera novela fue ¡Ecué-Yamba-O!, que no tenía estas características de lo real maravilloso). Cuando estuvo lista, la mandó para ser evaluada nuevamente al Fondo de Cul-tura Económica, dirigida entonces por su fundador Don Daniel Cosío Villegas. En una carta adjunta, Carpentier hacía espe-cial hincapié en el aspecto teórico de su novela, que detallaba ampliamente en el prólogo, pero que nuevamente destacaba diciendo que en América, la realidad se confundía con el prodigio como algo na-tural. De todas maneras los argumentos

Alejo Carpentier,

no fueron suficientes y la novela fue recha-zada, en una carta en la que explicaban, en abril de 1948, que la industria del libro se encontraba en crisis, lo que da cuenta del por qué esta industria no ha podido desarro-

alude a muchos símbolos del surrealismo, como el paraguas y la mesa de disección, que pudo ser publicado por decisión de su viuda Lilia Carpentier, pues nuestro autor no lo consideraba una verdadera obra. Luego se trasladó nuevamente a La Habana y de allí, en 1945 a Caracas, en donde vivió por más de una década bajo la sombra de la agencia de publici-dad Ars, de la que fue socio y creativo. Desde allá envió sus obras para ser pu-blicadas en México, pero el ambiente de la siguiente novela tenía, por supuesto, el sabor de Venezuela y especialmente de la selva del Orinoco, protagonista de Los pasos perdidos, cuya historia es, de alguna forma, una autobiografía del eu-ropeo que deja la vieja y decadente Fran-cia para venir a reconocer los ideales de la humanidad entre los americanos. Una obsesión está presente en este autor en diversas obras, que es la del tiempo mar-chando hacia atrás. El cuento Viaje a la semilla, es justamente la historia de un hombre contada a partir de la fecha de su muerte y que concluye con su nacimien-to. El manejo del tiempo es magistral, y en Los pasos perdidos vuelve a jugar con esa inversión pero no en la historia de un solo hombre, sino de la humanidad mis-ma. Adentrarse primero a un país, jamás mencionado pero que apunta a Venezue-la, y luego a diversos paisajes que con-cluyen en la selva del Orinoco, fue una forma de darle reversa al tiempo para encontrarse con los orígenes del mito y particularmente con el origen ritual de la música, que era lo que el personaje anó-nimo (nunca le da nombre) de la novela estaba buscando. Hay en esta narración muchos signos que denotan la persona-lidad misma de su autor, pues si bien él se dice cubano, la educación y el regreso de Carpentier a América, deslumbrado de los prodigios que encontró primero en Haití y luego en Venezuela, son hechos paralelos entre personaje y autor.

Las dos obras que más peso le dieron a la narrativa de Carpentier fueron El rei-no de este mundo y El siglo de las luces. Esta novela, escrita en un estilo neoba-rroco como toda la narrativa carpenteria-na, cuenta la asimilación de las ideas de libertad e independencia, que llegaron de Francia a América en el mismo barco en donde llegaba paradójicamente la gui-llotina. Ambientada en el Caribe, en via-jes de un puerto a otro y con personajes históricos, como el caso de Víctor Huges, tiene en La Habana un singular tópico, pues la casa de la familia protagonista es hoy precisamente la misma que alberga a

El boom latinoamericano

Alejo Carpentier fue uno de los escrito-res más represen-tativos del boom

latinoamericano, creador de lo real maravilloso americano y que al tiempo habría de con-siderarse como parte del rea-lismo mágico, del que partici-paron escritores como García Márquez y Juan Rulfo.

un cubano nacido en Suiza

¿Qué opina Mónica Lavín sobre el boom latinoamericano?

El boom latinoamericano es donde nos formamos como escritores. Libros fresquecitos, re-cién salidos, Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Borges. Fuimos siguiendo de cerca a los escritores que iban produciendo sus obras, creo que eso daba una emoción de la cual es ya muy difícil ser testigo ahora, porque además había una hermandad latinoamericana que ya no se ha repetido, el mundo era más chico, desde luego, pero había un mirarnos a través de las obras y de los españoles que se hablaban y que tenían una mirada común americana que ya no ocurre. Creo que es nuestra herencia literaria más inmediata.

llarse sesenta años después, pues en la actualidad esos son los mismos razona-mientos de un editor para rechazar obras que no desea publi-car. No la firmaba el director de la edito-rial, sino su gerente de producción, Don Joaquín Díez Canedo (el padre, ya que el hijo del mismo nom-bre es actualmente el director del Fondo de Cultura Econó-mica), otro hombre célebre en México en la segunda mitad del siglo pasado, pues fue el fundador de la editorial Joaquín Mortiz. El espíritu de Alejo Carpentier no se doblegaba fá-cilmente y recurrió a otro editor mexicano (aquí desarrolló su profesión, pues en rea-lidad había nacido en España), Don Rafael Giménez Siles, quien había fundado la edi-

torial EDIAPSA, que se transformaría con el tiempo en la Compañía General de Edicio-nes y también en las famosas Librerías de Cristal. Así consiguió nuestro autor la publi-cación de una serie que marcaría el rumbo

de las letras latinoa-mericanas, dejando como una costumbre la publicación en primera instancia en México de cada una de sus obras, la ma-yoría bajo el sello de la Compañía General de Ediciones.

Nadie es pro-feta en su tierra, y Carpentier no fue la excepción sino hasta el triunfo de la re-volución de 1959 en Cuba, pues desde su primera juventud se trasladó a París en donde vivió largos años. Hijo de una pianista rusa y de un arquitecto francés (pocos datos hay al respecto del origen, pero sobre todo del

destino de su padre), tuvo una formación más bien europea y cercana al entonces vivo surrealismo de André Bretón. Hay un cuento inconcluso, llamado El estudiante, en el que

11El Mollete Literario15.12.2012

torrente y profusamente adornado, propio del barroco del siglo XVII, o mejor dicho, del neobarroco que inauguró Carpentier. En otras narraciones, contenidas en edicio-nes que se agruparon posteriormente bajo el nombre de Guerra del tiempo, el tema de los indianos que vuelven, con o sin fortuna a España, aparece igualmente para ilustrar-nos el choque cultural de Europa y América. Historia de lunas, es una bellísima narración de este encuentro de diversidad cultural, en donde el protagonista es un hombre embru-jado, conocido como “el escurridizo”, que tiene la facultad de transformarse en árbol o piedra, para confundir a sus perseguidores, siempre iracundos porque el hechizado tiene la manía de violar a las mujeres con tanto arte que hasta a las frígidas les provoca un terrible y pecaminoso gusto. Cuando el pue-blo está en lo más solemne de la misa que el cura está oficiando para disipar la presencia del maligno, los tambores invitan a una ce-remonia yoruba, que hace que los feligreses vayan abandonando la iglesia para internar-se en el monte, donde habrán de dar con el origen del “escurridizo”, con un final trágico para todo el pueblo.

Más adelante nuestro autor nos sor-prendería con la edición de El recurso del método (1974), una novela que retrata al típico dictador latinoamericano, para el que Carpentier toma como modelo la figura del presidente mexicano Porfirio Díaz. Tiene la chispa incluso, de declarar como gran ami-go en París del dictador protagonista a José Ives Limantour, quien fuera el ministro de Hacienda en el largo periodo en el poder del porfiriato. Una novela escrita y publicada por Carpentier ya estando en Cuba, o mejor dicho, participando del gobierno revolucio-nario, fue La consagración de la primavera,

jo! y no un esperado ¡cagrajo! Durante un tiempo, Alejo fue considerado extranjero en Cuba, y en Venezuela lo asumieron como un francés recién desembarcado en la América. También es cierto que su lugar de nacimien-to ha sido puesto en duda, pues hay quienes afirman que no nació en La Habana, sino en Lausana, Suiza. Esto último lo sostuvo Guillermo Cabrera Infante, quien supo por otra escritora cubana, Lydia Cabrera, que el nombre de pila original era Alexis y no Ale-jo y así lo demuestra una copia del acta de nacimiento que de forma por demás miste-riosa recibió Cabrera Infante cuando residía en Londres, por medio de ese aparato que rápido fascinó y rápido se fue: el fax. Acerca de la veracidad de esa partida de nacimiento nunca hubo una pronunciación de parte de la viuda de Alejo Carpentier, Lilia Esteban Hierro. No obstante, La primera esposa de Carpentier, Eva Frejaville, insistía en que la madre de Alejo le había dicho que el día que nació su hijo, nevaba de una forma notable, cosa que en La Habana no ha sucedido al menos en los últimos dos siglos.

América precolombina, como nos lo ex-plica el Popol Vuh en una suerte de gé-nesis ajena a la creación según la Biblia. Algunos de sus críticos, afirman que la visión de Carpentier nunca dejó de ser la visión europea vista tras los anteojos de los americanos, una reencarnación del buen salvaje de Rousseau, que efectiva-mente mezcla por ignorancia la magia con la realidad. Cualquier resultado no merma los alcances literarios de una obra amplia y sólida, con un lenguaje que creó escuela posterior en los escritores neoba-rrocos cubanos, como Severo Sarduy. En esta visión americana del mundo, como insiste Carpentier en orientar su obra, aparece en 1960 la novela El arpa y la sombra, cuyo eje gira en torno a la perso-nalidad del mismísimo Cristóbal Colón, a quien el papa Pío IX quiso santificar. Ya como personaje, el Almirante reconoce al final de su vida los excesos en los que incurrió en sus Cartas de navegación, en las mentiras que se inventó como una for-ma de agradar a los Reyes Católicos y de hacer pasar como exitosos sus viajes. Un crítico importante de la obra carpente-riana, Roberto González Echevarría, con-sidera que es una especie de mea culpa de las mentiras de su autor, una especie de expiación de sus propios pecados a lo largo de toda una obra que bien puede calificarse como genial.

Con o sin su visita a Suecia, Carpen-tier bien pudo ganar el premio Nobel. Habían transcurrido casi 20 años desde que un latinoamericano lo obtuviera y la resonancia del boom era, a finales de los setentas, de gran repercusión en Europa y el mundo. Carpentier falleció en París cuando se desempeñaba como funciona-rio de la embajada de Cuba en Francia, en 1980. Al poco tiempo y dándole con-tinuidad a los latinoamericanos (Gabrie-la Mistral 1945, Miguel Ángel Asturias 1967 y Pablo Neruda 1971), Gabriel Gar-cía Márquez, escritor colombiano perte-neciente al boom, recibió el galardón en 1982. Ocho años después, en 1990, lo recibió el poeta y ensayista mexicano Oc-tavio Paz.

¿Qué opina David Martín del Campo

sobre el boom latinoamericano?

De pronto el mundo descu-brió que existían las Indias para la literatura, o sea América La-tina, que ofrecían un escenario, algunas escenografías distintas a las que tenían en Europa, que eran decadentes, bohemias, claustrofóbicas, dañadas por la guerra, y que existía el paraí-so. De pronto descubrieron que eran pueblos inscritos en el pa-raíso bíblico, donde su relación con la naturaleza, con los bos-ques, con las selvas era directa y eran visiones no urbanas, estoy pensando sobre todo en García Márquez. Entonces se maravi-llaron y dieron en llamar inclu-so alguna de sus facetas que era la literatura mágica y maravi-llosa que estaban descubriendo los autores latinoamericanos y también que era una visión fres-ca muy vinculada con la Revo-lución Cubana, era una revolu-ción que venía a darle frescura a los movimientos proletarios obreros que supuestamente ha-brían movido las revoluciones en Europa, estoy hablando de la Revolución Soviética y todo los países de Europa del este que estaban dominados por esa he-gemonía. De pronto descubren que hay una revolución fresca, una guerrilla en la sierra que tie-ne éxito y producto de ese mo-vimiento es que le hacen caso a los escritores latinoamericanos que están en ese contexto.

Las dos obras que más peso le dieron a la narrativa de

Carpentier fueron El reino de este mundo y El siglo de las luces. Como fuera, la obra de Carpentier es de-

finitivamente un punto de partida para las letras latinoamericanas, tanto que en 1977 nuestro autor fue honrado con el premio Cervantes, el máximo reconocimiento para un autor de literatura en lengua española. Por cierto que en su discurso, ante las au-toridades españolas y el Rey Juan Carlos, Carpentier insistió en que había nacido en La Habana y se había criado entre campesi-nos cubanos. Como haya sido, la verdadera controversia sobre su obra radica en la vi-sión del mundo que propone, que para Car-pentier era una visión americana, derivada de las creencias y la mitología de los negros llevados como esclavos y de los indios de la

¿Qué opina Ana García Bergua sobre el boom latinoamericano?

El boom latinoamericano fue un fenómeno editorial que ayudó a los europeos a evitar tener que distinguir entre Argentina, Colombia, Perú, México, como que de repente fue fácil encontrar a unos cuantos autores representativos y englobarlos en esta cosa llamada Latinoa-mérica. Es como un fenómeno muy de su época, muy entreverado con las luchas políticas, que fue muy deslumbrante. Muchos de esos autores son deslumbrantes, que todos leímos y a todos nos marcaron, que también produjeron la desgracia de que muchas generaciones de imitadores, muchos escritores que escriben como García Márquez, se quedó eso como una especie de marca, de prestigio o de buena onda y cursilería mezcladas. Fue una especie de fenómeno editorial que se rompió cuando las editoriales españolas separaron el mercado de cada país latinoamericano y dejó de haber esta comunicación entre países del continente. Un poco se rompió el encanto del boom, porque no dudo que ha seguido habiendo grandes escritores latinoamerica-nos pero ya no existe esta cosa de representar a Latinoamérica, esta cosa política, diría yo.

la Fundación Alejo Carpentier, en la ca-lle de Empedrado, a una finca nada más del famoso restaurante La Bodeguita del Medio, en donde Hemingway acostum-braba beber sus mojitos acompañado de la música de Carlos Puebla. Allí sigue la casa, con su patio central y sus pasillos la-terales de columnas. De la barraca de los esclavos solo puede verse el espacio, pues éstos han desaparecido. Pero una obra notable, breve en su extensión y muy sustanciosa en contenido, es la novela El concierto barroco, en donde un rico india-no (así se les llamaba a aquellos españo-les que luego de hacer fortuna en Améri-ca regresaban a disfrutarla a Europa) va tras la pista de una ópera compuesta por Vivaldi, cuya trama es la del emperador Moctezuma. En esta novela puede apre-ciarse el lenguaje abundante como un

que versa sobre el triunfo de la revolución cubana y a la que la crítica no le ha dado el mejor lugar, pues algunos especialistas en la obra carpenteriana detallan como la de me-nores logros.

Decíamos que nadie es profeta en su tie-rra al principio y es porque Alejo Carpentier siempre fue visto con cierta desconfianza dentro del círculo intelectual de La Habana precastrista, porque invariablemente recu-rría a modelos literarios europeos, especial-mente franceses, o incluso por su insisten-cia en la pronunciación de la erre de forma afrancesada (egre). Cuentan que en cierta ocasión, durante la filmación de una pelí-cula, una mampara cayó estrepitosamente a un lado de Carpentier y compañía, por lo que nuestro autor soltó un criollísimo ¡cara-

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Para cierta clase de hombres cumplir una misión resulta completamente imposi-ble. Y qué va a importar si la misión es sen-cilla o no requiere más que de unas cuantas horas para llevarse a cabo; el solo hecho de asumir una responsabilidad los paraliza y vuelve su vida un constante lamento. Éste es el caso de Domingo J. Mancini, a quien sus hermanos le habían asignado una misión de importancia capital: colocar una lápida en la tumba de la madre recién fallecida. ¿Por qué se tiene que trastornar la vida de un hom-bre bueno, ebrio e indefenso asignándole una misión?, se preguntaba Domingo, y él mismo se respondía: porque los seres huma-nos no descansarán hasta hacer que todas las personas de quienes se rodean sean in-felices.

Le sería difícil calcular el número de días transcurridos desde que el escultor le en-tregara la lápida, aunque estaba seguro de que no habían sido pocos. “Tengo esa lápida guardada en la cajuela hace ya muchos días; no puede ser, es imperdonable, y el tiempo siempre mostrando su misma cara, y las dos Saras muertas, y mis hermanos que no ce-san de joder…”, se lamentaba Domingo y agitaba la cabeza en señal de penuria, como si de pronto el cuello le transmitiera una descarga de calambres eléctricos. Tenía los ojos invadidos de espontánea preocupación, los labios secos y deprimidos. Entonces, con el propósito de evitar que los escasos sen-timientos sobre los que mantenía algo de control entraran en crisis, buscaba la botella de alcohol más próxima —a toda hora exis-tía una botella de alcohol más próxima— y bebía de su contenido hasta sentir que la sangre ausente en la cabeza ascendía de nuevo partiendo de sus pies: tenía derecho a sentirse bien aunque fuera sólo por breves instantes.

¡Vamos, si tenía derecho a sentirse bien durante un momento! Desde la cima de ese momento feliz y pasajero podía gritar e in-sultar: una mentada a tanto hijo de puta que se las da de ser humano; sí, claro que podía hacerlo, pero él no lo acostumbraba, no había sido hecho para causar daño a las personas, ni para martirizarlas con recrimi-naciones.

A lo mucho se conformaría con mirar en dirección a un horizonte imaginario y diría algo tan incomprensible como: “Los pulpos son hermosos, son felices; quiero abrazarlos, decirles que pueden confiar en mí”. Una vez expresada la frase con tanta propiedad se arrepentiría de su cursilería. Y lo olvidaría de inmediato. No era un condenado a muer-te, ni tampoco un cobrador de deudas, ni un usurero, ni un político, ni un abogado; por lo tanto ¡tenía derecho a sentirse extrema-damente bien! ¡Carajo si no! Pocas cosas le reconfortaban tanto como no ser un aboga-do o no verse en la necesidad de tocar a una puerta para cobrar deudas. “El dinero no se presta, se regala. Y si tienes suerte, alguien, o ese mismo a quien le diste el dinero, te regalará la misma cantidad, o una mucho mayor.” Eso pensaba él. Los borrachos no son fieles a ninguna bebida. ¿Cómo podrían serlo? Se había convencido de esta verdad cuando pasaba de beber un ron caribeño a tomar mezcal o un licor dulce. En su magra opinión la pureza sólo existía en la imagi-

nación. ¿Cómo expulsarla de allí adentro? ¿Aniquilando todo residuo de imaginación, acaso? En cambio, el placer de la vida real y corriente consistía para él en combinar toda clase de licores, realizar orgías en su esófa-go, equivocarse en las cantidades. No tenía, Domingo, preguntas urgentes ni extravagan-tes que hacerse, y las respuestas que daba a sus modestas preguntas eran comunes y ordinarias a más no poder. Evitaba darse sermones, aunque una que otra vez se ponía

una promesa y no se discuta más, no sopor-to las caras agrias; maldita sea, me imagino su martirio y mi estómago me duele, como si fuera el ombligo de un excusado, y tanta mierda y estertores allí adentro…” Sus dos hermanos, uno de ellos abogado, el otro mé-dico, le habían exigido rescatar la tumba del estúpido anonimato causado por su displi-cencia y la mala suerte, y Domingo no tenía ya más excusas para seguir paseando una lápida dentro de la cajuela de su automóvil. Qué espectáculo estaba dando. Los herma-nos le hacían rudas y constantes exigencias, le encomendaban cumplir la misión, ¡a él que no les pedía nada! ¡A él que nunca vo-mitó a sus pies! “La familia es la primera en mordisquearte el alma; está bien, querida madre, lo haré, llevaré la piedra al cemen-terio, aunque hay que tomar en cuenta que bajo esa lápida te sentirás menos ligera. ¿Una caja? Qué chambonada, una estupidez absoluta. La tierra cruda es mejor, sin envol-tura; la tierra húmeda o seca, suave, granu-lada, tierra que penetra los oídos y oprime los párpados. Y luego esa piedra sobre de ti una eternidad, una eternidad antes de que el panteón sea convertido en campo de golf. Yo no la soportaría. ¿Cuántas veces te vi des-nuda siendo un niño?

Muchas; eras bella. Más que bella; en definitiva no mereces ninguna caja; eso es una tacañería.” Dos tragos deslizándose en su sangre bastaban para animar la charla con la madre muerta; ella tamizada por un cúmulo de sombras imaginarias, y él aver-gonzado, sólo hasta cierto punto, de su constante desidia, pero más apesadumbrado porque algún día los pretextos no serían su-ficientes y tendría que tomar camino rumbo a Jardines del Recuerdo, el extenso panteón en el norte de la ciudad. ¡El punto final de su misión! ¡La catedral añorada! Ninguno de sus hermanos había sido tan atrevido como para tomar la decisión de incinerar los restos de la madre. Los huesos al menos son algo y tenerla muerta dentro de una caja mantenía vivo el sentido de propiedad de los hijos: so-bre los huesos es posible construir una casa, exhibir en una vitrina, vender, ¿pero cons-truir sobre las cenizas? De ninguna manera.

Enterrada contra su voluntad, gracias a un médico y a un abogado: sus hijos.

—Me queman; quiero que cuando esté bien muerta me incineren y lancen mis ce-nizas a donde les dé la gana. El aire sabrá a donde las lleva. Y creo que entonces podré descansar.

—No, Sara, habíamos convenido en que serías enterrada junto a tu esposo —Alfredo, el hermano mayor, el abogado, se negaba a incinerar los restos de su madre y buscaba en su mente argumentos que reforzaran su postura—. Él ya te espera, y sería una trai-ción si tú no lo acompañas; pensará que no exististe.

—No va a pensar nada; a él no le intere-saba pensar. Aceptará, aceptará. Se lo pediré a Domingo, él va a comprenderme —rogaba la madre semanas antes de morir. —Ese des-

graciado, apenas si logra encontrar los za-patos debajo de la cama. Un día lo veremos andar descalzo.

¿Cómo puedes confiar en él?Tal como puede verse, la opinión de Do-

mingo carecía entonces de autoridad. Su as-pecto no causaba suficiente confianza en sus hermanos; tenía su mirada esa afectación melancólica que irradiaba malos presagios, aunque en las mujeres solía despertar cier-ta ternura y deseo de protección. Y que las mujeres deseen protegerte no es una buena noticia, pensaba Domingo, “no es una buena noticia, no la es”. En palabras claras y senci-llas, Domingo era un hombre pobre. ¿Tenía que lamentarse de eso? La pobreza da se-guridad; ¿a qué más puede temérsele cuan-do se vive con tanta pobreza y tan buena y nutritiva amargura? Había sido un sacrificio colosal para Domingo reunir un dinero extra y cubrir así los honorarios del escultor, pues la cantidad que había heredado de su mu-jer apenas si le permitiría mal vivir por unos meses. Muerta la madre y también muerta su mujer, ¿faltaba una desgracia más para convertirse en un hombre prudente? Do-mingo gruñía, y sus quejas eran más bien estertores: “Los ahorros, qué vanidad, qué absurdo deseo de alargar la vida más allá de lo necesario; cobardía, ausencia de piedad; pero no tengo más remedio, se almacena el whisky, se almacenan también las monedas, de algo servirá”. Nada de eso: Domingo era el primero en traicionar sus convicciones. Las convicciones, vaya con eso, las famosas convicciones. ¡Cómo gozaba él de su moral incompleta!

La estrategia más conveniente para un hombre ebrio, como se consideraba a sí mis-mo, pasaba por no tocar un solo centavo de esa veta simbólica. “Unos miles de pesos bien guardados son tan buenos como una dentadura completa, un pito sin prepucio, unos pies aguantadores, con alillas en los ostados, como Mercurio.” Lo había sopesa-do, el tatuarse las alas, acudir a ese pequeño taller en Insurgentes y tatuarse, pero había sido sólo una ocurrencia nada más. ¿Y un tatuaje en la planta del pie? No era un san-to. Tampoco tenía ánimos para reclamar a sus hermanos el dinero que, suponía, su ma-dre le habría dejado para vivir con un poco de dignidad. Enfrentar a sus hermanos por unas cuantas monedas, “¡qué despreciable!, ¡qué manera de asesinar las últimas miga-jas del espíritu!” ¿Pero en realidad existiría dicha herencia, la famosa y extraordinaria veta simbólica? “Ni madres, puro cuento, me lo he inventado yo; qué carajos, mi madre no me ha dejado nada.” La duda lo ponía en entredicho y calculaba, y a mitad de los cálculos se arrepentía.

Lo más adecuado a su condición era olvi-darse de especulaciones idiotas y asumir que sería miserable toda su vida: para un hom-bre como él toda la vida significaba lo mis-mo que este momento, o martes en la maña-na, o cuando se muera el perro. ¿Cuántas botellas de Bacardí Blanco y de Cardenal de Mendoza podrían comprarse explotando esa veta simbólica? Nada. Se conformaría con el dinero que le había heredado su esposa, di-nero real, venido de las manos de su querida mujer muerta. Lo iría mordisqueando como si fuera un pan frío y duro.

Mis mujeres muertasGuillermo Fadanelli

* Fragmento de Mis muejeres muertas de Guillermo Fada-nelli publicado con autorizacion de Random House Mondadori

Premio Grijalbo de Novela

¿Por qué se tiene que trastornar la vida de un hombre bueno, ebrio e indefenso asignándole

una misión?

solemne y dubitativo. El ebrio no tiene una bebida favorita; creer lo contrario resultaba, desde su punto de vista, otra seca patraña probablemente inventada por el mismo bo-rracho para hacerse el interesante y para ver a quién atrapaba con su conversación. Los borrachos están al acecho tratando de que un inocente caiga en las redes de sus pala-bras, y si vienen las palabras entonces viene otra copa, y así. Las mentiras destapan más botellas que las verdades.

Es cierto que, en casos fuera de lo nor-mal, los bebedores de alcurnia se ven impeli-dos a hacerse los conocedores, poner motes e inventarse historias acerca de los orígenes del brandy, el whisky o la cerveza, y la ab-surda sutileza de distinguir entre una bebi-da y otra es lo que suele incomodarlos más: ellos saben que a las orillas de una ciudad lejana, supongamos Riga, existe un hombre que no tiene nada que beber, ni siquiera un licor de yerbas, y comprenden su sufrimien-to y un amargo dolor se apodera de su alma cuando se imaginan viviendo en una situa-ción semejante; es entonces, y de un modo muy preciso, cuando conocen el sentimien-to de solidaridad más de cerca; es entonces que el pescador de Riga y el obrero de la construcción en Varsovia se hacen herma-nos de todos los borrachos del mundo. ¿Qué política ha despertado una solidaridad tan profunda como la que se da entre los ebrios? Mirando las cosas desde el punto de vista de Domingo, las diferencias entre el coñac o el alcohol de una enfermería eran tonte-rías. “La escasez es el mal —rezaba él—, y de lo bueno nada sobra, y si sobra hay un poco de felicidad, allí sobre todo, encima de la madera y la alfombra y el piso, un poco de felicidad…”

Domingo no tendría que estar divagan-do en idioteces.

¿Acaso había olvidado que había sido comisionado para cumplir con una misión? ¡Otra vez la jodida misión! Había que con-centrarse en ella, luego despabilarse y poner manos a la obra. Así que volvió a la misma insípida y desangelada promesa: “La sema-na que viene iré al cementerio, mamá; es

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Por Roberto Bravo

Mónica Lavín, curiosa de nacimiento, chilanga para más señas, estudió bio-logía, pero las preguntas que tenía encontraron mejor campo en la narrativa y el periodismo. Creyó que siempre iba a ser cuentista porque el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, que ganó en 1997 por Ruby Tuesday no ha muerto, pareció subrayarlo, pero un manojo de preguntas la llevó a la novela. En 2001 recibió el premio Narrativa de Colima por su obra Café cortado y en 2010 el Pre-mio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska por Yo, la peor. De los Rolling

Mónica LavínEl cuestionario Bravo

Stones a Sor Juana, del mundo del café en el Soconusco a las enfermeras de la Revolución Mexicana, ha vuelto al cuento este año y al tema del desencuentro (y el encuentro) con el que empezó a publicar en 1986. Ahora es Manual para enamorarse, en el sello Grijalbo en México por aparecer con Menoscuarto en Es-paña. Colocado en la estantería de autoayuda en algunos espacios, el lector no sabe cuán desencaminada será su lectura. Aunque ella sostiene que el cuento y la novela son lupas para mirarse.

1.- ¿Cuándo has sido más feliz?Comiendo ostras.2.- ¿A qué sientes más miedo?Al aburrimiento3.- ¿Cuál es tu primer recuerdo?Mi hermana y yo en la tina, yo mordiéndole

la espalda4.- ¿Quién es la persona viva que

admiras más y por qué?Mi madre, porque no pierde el sentido

del humor5.- ¿Qué rasgo de ti deploras más?Siempre querer quedar bien… y no po-

der6.- ¿Cuál es el rasgo que más deploras en

otras personas?La falsedad7.- ¿Cuál ha sido tu momento más

embarazoso?Cuando a un ex novio le pregunté cuál

de todos los hermanos era él de aquella familia que yo recordaba

8.- ¿Cuál de tus cosas aprecias más poseer?

Mi reloj Mondaine (de estación de tren) con correa roja.

9.- ¿Qué gran poder quisieras tener?Desaparecer cuando me plazca.10.- ¿Qué te hace infeliz?La falta de tiempo para no hacer nada.11.- ¿Cuál es tu aroma favorito?El de la piel (de las peleterías).12.- ¿Cuál es tu libro favorito?Dublineses de James Joyce.13.- ¿Qué disfraz elegirías en caso de ne-

cesitar uno?Gatúbela14.- ¿Qué es lo peor que han dicho de ti? Quisiera saberlo… mejor no.

15.- ¿Perro, loro, gato, canario?Canario (cantando)16.- ¿Es mejor dar que recibir?Es preferible, pero mejor mejor, no.17.- ¿A quién invitarías a la fiesta

que has soñado hacer?A quienes he amado.18.- ¿Qué palabras, frases, muleta,

usas frecuentemente?En privado… coño.19.- ¿Que trabajo te ha resultado

más pesado hacer?El libro de Ciencias naturales de

cuarto año de primaria. No lo vuelvo a hacer.

20.- ¿Cuándo lloraste por última vez y por qué?

Seguramente ayer, por un abrazo, por un olvido o alguna canción.

21.- ¿Cuál ha sido tu mayor logro?Que mis hijas disfruten la conversa-

ción y la sobremesa.22.- ¿Qué te provoca insomnio?Las deudas.23.- ¿Qué palabras te gustaría

dijeran en tu funeral?Ya era hora.24.- ¿Cómo te gustaría ser recorda-

da?Como la más faulera25.- ¿Cuál ha sido la lección más

grande que la vida te ha dado?No hay que parar nunca de nadar a

brazo partido, puede que lleguen bue-nas cosas. La amistad es un privilegio.

26.- ¿Dónde te gustaría estar en este momento?

En la estación de tren de Nueva York comiendo ostras y bebiendo champán.

Mónica Lavín

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A él también se le suman Gerardo de la Torre con la reciente obra Morderán el pol-vo; Roberto Bravo con La sociedad de los moribundos y Myriam Moscona con Tela de Seboya; el sinaloense Elmer Mendoza Nom-bre de Perro, La prueba del ácido, Historias en la piel, Firmado con un Klinex, El amante de Janis Joplin, Efecto Tequila, Balas de plata y Cóbraselo caro; Mario González, La sombra del sol, El libro de las pasiones, Paisajes del limbo, De la infancia, Marcianos Leninistas y A wevo padrino.

Elogiada por Carlos Fuentes, poseedora de una técnica literaria innovadora está Cris-tina Rivera Garza originaria de Matamoros, Tamaulipas, con una obra tan prolífica como laureada que van desde el ensayo, cuento, novela, poesía y libros especializados acerca de temas específicos. Una aproximación a su novela para un primer lector bien puede ser Lo anterior, Verde Shanghai, Nadie me verá llorar y La frontera más distante. En el mis-mo género femenino figura Rosina Conde de Mexcali, Baja California, con una oferta interesante en cuento, dramaturgia, ensayo, novela y poesía, además de haber grabado varios discos de blues. La Genara, En la ta-rima, En esta esquina y Como cashora al sol son algunos de sus libros. Mónica Lavín, Yo la peor, Pasarse de la Raya, Las rebeldes, La casa chica y Café cortado entre otros. Valeria Luis Eli con Los ingrávidos; Sandra Loren-zano, Fuga en mi menor y Lo escrito maña-na: narradores mexicanos nacidos en los 60; Claudia Guillén, La insospechada María y otras mujeres; Silvia Molina La mañana debe de seguir gris, La familia vino del norte, El amor que me juraste, El abuelo ya no duer-me en el armario y Matamoros: el resplandor de la batalla; y Mónica Brozón con Memorias de un amigo casi verdadero, por citar uno de los muchos que forman parte de su produc-ción literaria.

Yuri Herrera, Trabajos del reino y Señales que precederán al fin del mundo; Julián Her-ber, Canción de tumba y Cocaína: manual del usuario; Javier García Galeano, Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas y otros relatos (cuentos, 1994 y 2003) y Armería, un libro vaquero (novela, 2003); Hernán Lara Zavala con Península, Penísula, Charras, El guante negro y otros cuentos, y El mismo cie-lo; Álvaro Enrigue, Vidas perpendiculares, Hi-potermia, Decencia y Retorno a la ciudad del

Oferta literaria mexicanaLiteratura a la carta

Por Mauricio Leyva

Un buen lector sabe que no se lee dos ve-ces el mismo

libro. Bajo esa premisa uno procura revisar su biblioteca, por modesta que esta sea, para valorar la opción de elegir uno de ellos; pero tarde o tem-prano sucumbimos ante la idea de salir a las calles a caminar y nos sumergi-mos en las librerías a ver las novedades que hay, y hojear un libro nuevo para disfrutar de su aro-ma. En esa travesía son muchas las corrientes que nos arrastran; la actual oferta literaria mexicana es sólida y de las más ri-cas, y aunque algunos de los literatos actuales de este modesto muestrario no coinciden generacio-nalmente, juntos constitu-yen una contundente rea-lidad del grueso calibre del que los lectores pode-mos gozar.

ligue; Ernesto Murguía y sus cuentos Los ojos de jaguar disparan media noche; Leonardo Da Jandra y Los Huatulqueños; Carlos Veláz-ques y La biblia vaquera; Álvaro Uribe, Morir más de una vez, Expediente del atentado y El taller del tiempo.

Con una obra igualmente impor-tante descuellan: Jorge Volpi, Alberto Chi-mal, Guillermo Fadanelli, Mario Bellatin, Luis Jorge Boone, Mauricio Montiel, Héc-tor Manjarrez, Enrique Serna, David Mar-tín del Campo, Luis Felipe Nomelí, Daniela Tarazona, Tryno Maldonado, Sergio Pitol, Felipe Garrido, Ignacio Solares, Gonzalo Celorio, Daniel Sada y Carlos Montemayor. El lector atento se dará cuenta de que hay

literatos cuyas publicaciones datan de por lo menos la última parte del siglo pasado, esto es porque siguen teniendo vigencia en el mercado y muchas de ellas son referencia en talleres literarios como lo es el caso de Salón de Belleza de Mario Bellatin (tan solo por citar alguno). En el vasto continente que es el ensayo y la poesía, he decidido poner el punto y aparte, su enlistado es motivo de otro tratamiento. Antes de concluir es ne-cesario precisar que por tratarse de clásicos imprescindibles no se incluye a Carlos Fuen-tes, Monsiváis, Arreola, José Agustín, Juan Rulfo, Francisco Tario, entre otros grandes cuya especulación siquiera de su valiosa oferta, resultaría por demás ociosa.

Como el orden de los factores no altera el producto, iniciamos con Álvaro Uribe y sus obras Morir más de una vez, Expedien-te del atentado, El taller del tiempo; Juan Villoro, El testigo y Dios es redondo hasta Cuentos violentos y Tiempo transcurrido: Crónicas imaginarias; en el caso del gua-najuatense Eduardo Antonio Parra, Tierra de nadie, Sombras detrás de la ventana, Parábolas del silencio, Nadie los vio salir, Los límites de la noche y Juárez el rostro de Piedra; de Monterrey, David Toscana con Los puentes de Konigsberg, La ciudad que el diablo se llevó, El último lector, El ejérci-to iluminado; de Guaymas, Sonora, Cesar Gándara, Es el viento y El Reyno. Con su recién editada novela El tigre de la luna y el más reciente de sus premios, el Premio Malcom Lowry 2011, con Un rayo en la oscuridad, Mauricio Carrera sobre sale en esta lista.

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Pasarela editorial

Todo cabe y todo vale en horno del disparate: va-cas inseminadas, toros coleados, inmigrantes po-lacos, peregrinos sanjuaneros, naves espaciales, boton-citos milagrosos, sandías psicodé-licas y muchas, muchas mentadas de madre.

Narra con pul-so admirable una turbia y apasio-nada historia de amor, traiciones e intrigas, que se prolonga durante cuatro décadas a través de un siglo convulso y fas-cinante, entre la luz crepuscular de una época que se extingue.

El tango de la Guardia Vieja

Arturo Pérez ReverteAlfaguara

Emotiva novela sobre el deseo y el dolor, la pasión y la culpa; sobre las elecciones que hacemos a lo largo de la vida.

El amor que me juraste

Silvia MolinaJoaquín Mortiz

Si el tiempo es relativo, ¿también lo es la distancia?

Algo tan in-evitable como el amor le ocurre a Armando ¿pianista y heredero? y a Margarita ¿cama-rera de un hotel? en un escenario tan complicado como el México de José López Portillo.

Distancia

Beatriz RivasPlaneta

David Tosca-na reinventa una ciudad herida don-de la realidad se vence con imagi-nación, nostalgia, rebeldía y una buena dosis de alcohol.

La ciudad que el diablo se llevó

David ToscanaAlfaguara

Ésta es la historia de una catástrofe entre dos personas. Es también la historia de la catástrofe de un pueblo. Ambientada en Oaxaca, durante los acontecimien-to violentos del magisterio.

Teoría de las catástrofes

Tryno MaldonadoAlfaguara

Novela que no es solo la realidad paralela de una vida amorosa, es también una me-táfora acerca de la ambigüedad de la pasión.

La casa chica

Mónica LavínPlaneta

Si viviéramos en un lugar normal

Juan Pablo VillalobosAnagrama

Hilvana un cú-mulo de historias, personajes entra-ñables y situacio-nes hilarantes y al mismo tiempo des-concertantes que caracterizan a los breves pero con-tundentes relatos de Etgar Keret.

Conocer a una mujer

Amoz OzSuruela

Yoel Raviv, agente del Mos-sad, acaba de enviudar y decide abandonar su profesión y alqui-lar una casa en las afueras de Tel Aviv, en donde po-der empezar una nueva vida junto a su hija, su madre y su suegra

De repente un toquido en la puerta

Etgar Keret Ediciones Sexto Piso