El Potaje Caliente

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Relato breve de ficción.

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    NUEVO ARTE DE LA COCINA CALIENTE

    Por JACOMOL ANTN GALLO

    ANTES DE TODO

    Tadeo puso el ordenador porttil, ligero y de apariencia frgil, sobre el archivador de

    cartn blanco en donde an guardaba los apuntes del primer curso de carrera. As lo

    alzaba unos diez centmetros por encima de la mesa de estudio, hasta que el centro de la

    pantalla quedaba a la misma altura que sus ojos. Un dolor puntual martilleaba, hasta

    entonces, sus cervicales cuando se encorvaba delante del escritorio. La mquina, con

    apenas dos aos de vida, emple cerca de quince minutos en cargar el sistema operativo

    de moda. Abri la consola para acceder a internet y, sin detenerse en consultas vanas,

    entr en su cuenta personal de correo electrnico. Seleccion la bandeja de correos

    enviados. En la barra de bsqueda escribi Lara. Rpidamente, encontr el mensaje

    que buscaba entre los que haba escrito quince aos atrs.

    Queridsima, Lara:

    Hace unos das estbamos hablando en el chat de las pelculas de Douglas Sirk y de

    los viejos melodramas cinematogrficos; y, qu casualidad!, a Garci se le ocurre

    programar esta misma noche Imitacin a la vida. Debe de haber programas espas en la

    red. O, quiz, somos telepticamente influyentes. Ay! Qu ms da? Me apetece un

    buen melodrama como catarsis emocional. Es que est la cosa muy mala, envidiada

    amiga. Hace cunto tiempo que no nos vemos? T, como tienes quien asirte, ests ms

    serena.

    Ayer descargu la propuesta de Constitucin Europea elaborada por el Presidente de

    la Convencin Europea, Giscard D'Estaing. Estuve leyendo, a ltima hora, las primeras

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    veinte pginas donde se recogen los derechos fundamentales de la futura sociedad

    comunitaria. El texto comienza salvaguardando, sin condiciones y por encima de todo,

    la dignidad humana, el valor supremo que concedemos incondicionalmente a un

    individuo para as poder construir conjuntamente una sociedad verdaderamente justa;

    bueno, ms justa?, al menos, menos despiadada. As que cuando nos empeamos en

    separar clases sociales, otorgando a cada una de ellas una dignidad distinta, el edificio

    que compone el Estado de Derecho se desfigura de forma grotesca. Qu adjudica

    mayor o menor dignidad a un individuo: su aspecto, su personalidad, su familiaridad,

    sus bienes o, pongamos por caso, su capacidad de intimidacin? Cualquiera de estos

    criterios me parece subjetivo y parcial. La subjetividad y la parcialidad, en estos casos,

    deviene en injusticia. Debemos atenernos a los principios y valores que garantizan una

    sociedad libre y justa; poner freno a los impulsos, intereses o emociones que

    distorsionan nuestra percepcin de los hechos. No vale defender la dignidad humana en

    unos casos y en otros arrebatrsela a un sujeto desatendiendo a la justicia. Y esto debe

    ser as, guste o no guste. Y si no se acepta esto, entonces no se aceptan los principios del

    Estado de Derecho: cualquier individuo posee dignidad por el mero hecho de serlo. La

    dignidad es patrimonio de todo ser humano, pero, cuidado, puede perderse, y eso

    siempre tiene desagradables consecuencias. Hay quienes que en beneficio propio

    desprecian la dignidad ajena y pierden por ello la suya.

    No me gust lo que me contaste sobre Demetrio. No tiene ningn derecho a tratarte

    de ese modo. No se lo permitas. Recuerdas la historia que cont el profesor Santayana

    el primer ao de carrera? No recuerdo el nombre de ella, solo los hechos? Nosotros no

    vamos a repetir los errores que otras generaciones se empearon en olvidar. Nosotros,

    Lara, no.

    Ojal que podamos vernos pronto en el pueblo! Un besito.

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    Tadeo

    e-NB: He encontrado la foto de la orla.

    LA HISTORIA

    Aquel da, [Lara] haba preparado con esmero y cuidado la comida. Quera que

    el potaje estuviera en su punto. Ms sabroso que nunca. Deba disponerlo todo para que

    su marido disfrutara de una comida inolvidable. La ltima comida que ella cocinara

    para l. Por la maana haba recogido de la huerta las verduras y hortalizas frescas que

    aadira a la cazuela. Seleccion las ms vistosas. Ms temprano que de costumbre,

    entr en la cocina para empezar a preparar la comida. Desde haca muchos aos esta

    labor la realizaba sin ms compaa que la de un viejo aparato de radio. Llen el

    puchero con agua fra y verti un breve chorro de aceite; despus aadi las coles

    troceadas y la zanahoria cortada en dados. Dej que el agua comenzara a hervir para

    echar las papas, chascndolas por la mitad. Por ltimo, puso en la cazuela el puerro

    troceado en rodajas gruesas junto a las pias de millo. nicamente faltaba sazonarlo.

    Transcurri una hora. Un agradable olor a comida casera inundaba la vieja casa

    terrera que los padres de [Lara] les haban entregado como regalo de bodas. Su marido

    acababa de llegar. Como siempre, se dirigi al saln para acomodarse en la rada butaca

    roja de la abuela Fermina. Le gustaba comer all viendo la televisin. [Lara] tom la

    cazuela por las asas, protegiendo la palma de sus manos con un enorme pao azul. En

    silencio, como queriendo no molestar, llev la comida por el pasillo. El vapor quemaba

    sus mejillas todava doloridas. Ese halo hmedo y caliente resaltaba, an ms, el

    prpura de sus prpados. Cruz la puerta del saln y vio a su marido sentado. Pareca

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    abstrado en las noticias del telediario de las dos. Ella solo poda ver su cabeza y sus

    hombros, que asomaban por encima del respaldo de la butaca. Lentific sus pasos.

    Sinti que sus brazos se quebraban por el peso de la cazuela. Aquellos brazos que en

    otro tiempo fueron hermosos y ahora hervan en llagas, ampollas y magulladuras.

    Avanz sin hacer ruido como cada da, cada semana, cada mes y cada ao de los

    ltimos veinte que haban vivido juntos. Haba aprendido a pasar desapercibida para no

    irritarle. Cuando se encontr justo detrs de l, levant hasta la altura de sus pechos el

    potaje que todava borboteaba. El hervor acabara por extinguirse. Antes de que girara

    suavemente sus muecas, record que l le haba jurado amor eterno. Por aquel

    entonces, cuando todava eran novios, l se mostraba carioso y siempre la trataba con

    mucho respeto. Qu desengao! No pudo olvidar que lo haba amado. Un amor y un

    matrimonio que estaban a punto de extinguirse como el hervor del potaje. Nunca antes

    haba derramado nada.

    Limpi el potaje an humeante que cubra los alrededores de la butaca roja de la

    abuela. No se atrevi a mirar el rostro desfigurado e innime de su marido.

    DESPUS DE TODO

    Esta tarde ir a visitarla. Nadie habla de ella, si acaso de pasada. Se ha

    convertido en un recuerdo de otros tiempos en los que nuestras costumbres e intereses

    no estaban comprometidos. Ella est viva, de otro modo quiz, en otra tesitura

    existencial, pero, sin duda, viva. Aquel maldito, incapaz de amar a nadie, se empe en

    menoscabar su dignidad, pero, al final, no pudo arrebatarla su dignidad.

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    Me encanta estar a su lado, charlar amigablemente, como siempre hemos hecho;

    confiando el uno en el otro, como si nada hubiera pasado.

    Todos los mircoles de cinco a seis repasamos juntos los das felices del

    instituto. En aquellos tiempos fuimos verdaderamente felices; ajenos a las

    responsabilidades que nos impondra inexorablemente la vida adulta. Recordamos

    cuando el ltimo curso de instituto decidimos sentarnos delante del todo, para no perder

    ripio y enterarnos bien de la leccin. La verdad, ramos unos empollones y, mal que

    pesara a alguien, nos sentamos orgullosos de serlo. Unos aos antes, todava

    extraviados por los efluvios adolescentes, jams nos hubiramos sentado tan cerca del

    profesor! Ni pensarlo. Pero despus la madurez junto al deseo de llegar, por fin, a la

    universidad cambi nuestra actitud.

    Ya entonces estaba enamorado de ella. Todo comenz al concluir el colegio.

    Durante el trimestre en el instituto, se celebr una jornada de convivencia para

    conocernos todos mejor: alumnos, profesores y familias. Ella estaba all y me bast con

    verla para quedar perdidamente enamorado de ella. Un instante fue suficiente.

    S que no saldr nunca de aqu. Su vida se agotar en esta desangelada

    habitacin. Hasta que eso ocurre seguir viniendo. No creo que tenga valor para decirle

    que siempre la he querido.