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59 En la misma posición, Pellegrini confesaría que participaba del "ideal" revolucionario aunque no del "hecho" de la revolución. Diría desde diputados, donde fue elegido en los comicios de 1906: "Mañana vendrá esta Cámara una ley de perdón. Nosotros la vamos a discutir, la vamos a votar. ¿Y si alguno de sus amnistiados nos preguntara quién perdona a quien, el victimario a la víctima, con la víctima al victimario? ¿Es el que usurpa los derechos del pueblo, o el que se levantan su defensa? ¿Cuál sería la autoridad que podríamos invocar para dar estas leches de perdón, para hacer estos actos de magnanimidad y generosidad, y quien nos perdonará a nosotros?" 63 Abrogación de la ley de circunscripciones (julio de 1905) El prurito legalista de Quintana no aceptaba la ley de circunscripciones, a pesar de que por ella había sido elegido, aunque pueden suponerse otros propósitos en el proyecto de volver a la lista completa que el ministro del interior, Rafael Castillo, sometió al Congreso. Ugarte había ganado todos los distritos de la provincia en 1904 pero no todos los de la capital. Convenía más la lista completa. El 24 de julio 1905 se volvió al sistema antiguo. Joaquín V. González, no obstante haber sido el autor de la reforma de 1903, no renunció a la cartera que desempeñaba con Quintana. Era el puntal de Roca En el gabinete y no convenía dar la impresión de una ruptura. Que, por demás, no existía. Campaña electoral de 1906. Muertes de Mitre y Quintana Con la ley de distrito único, Ugarte se consideraba triunfante en las próximas elecciones de la Capital. Contra "el oficialismo" donde participaban ugartistas y roquistas bajo la denominación Unión Electoral, buscaron coaligarse pellegrinistas, radicales de don Bernardo, republicanos e independientes formando una Concentración Popular. Antes de la elecciónel 9 de enero 1906había muerto Mitre. Su velatorio y entierro había sido un duelo nacional encontrándose en la ceremonia todos los actores del drama argentino (Pellegrini, Ugarte, Villanueva, los Sáenz Peña, Uriburu, los radicales que no estaban presos, los socialistas, el vicepresidente Figueroa Alcorta que presidió el duelo por enfermedad titular, todos menos Roca, ausente en Europa). Las elecciones de diputados nacionales fueron el 11 de marzo. La lista de la concentración encabezada por Pellegrini (vuelto de Europa), Emilio Mitre, Roque Sáenz Peña y Ernesto Tornquist se impuso a la oficial. Es que Ugarte no contó esta vez con el dinero de Benito Villanueva, pasado a la oposición por desavenencias personales. Al día siguiente, mientras se comentaba la derrota, se supo que había muerto Quintana (12 de marzo). 3. QUIEBRA DEL ROQUISMO (19061908) Presidencia de Figueroa Alcorta Enterrado el presidente con las frases laudatorias de rigor y escasa emoción popular, José Figueroa Alcorta asumió la efectividad del poder, que desempeñaba provisoriamente desde diciembre por enfermedad del titular. El día anterior al oficialismo había sido derrotado en la Capital. La coalición de pellegrinistas, republicanos, antiguos modernistas y radicales de don Bernardo, sumados al dinero de Benito Villanueva (despechado con Ugarte y Quintana) se impuso a la Unión Electoral de fuerte gobernador de Buenos Aires a pesar del apoyo escasamente disimulado de la policía. El dinero había ganado a la prepotencia. Para muchos, un progreso: "No hay voto más libre que el voto que se vende", dirá paradójica pero convencidamente, Pellegrini al defender su diploma (encabezaba la lista de la Coalición). Bajo este signo empezaría el novel presidente. Figueroa Alcorta, nacido en Córdoba en 1860, había estudiado leyes en su ciudad natal. Al año de recibirse integraba como senador la legislatura de su provincia: eran tiempos de juarismo y el joven político frecuentó "El Panal", que prestigia al unicato y apoyaba la candidatura presidencial de Cárcano. Hizo méritos oficialistas en "El Interior", órgano del juarismo, y en 1889 contribuyó como legislador y periodista a deponer al gobernador Olmos que nos entusiasmaba con la candidatura de Cárcano. Contribuyó a que se eligiese en su reemplazo a Marcos Juárez, hermano del Presidente, quien lo llevó al ministerio de gobierno. La crisis del 90 con la caída de ambos Juárez le obligó a dejar el ministerio. Pero se mantuvo vinculado a Eleazar Garzón, el nuevo gobernador, que lo hizo diputado provincial primero, y ministro de hacienda y obras públicas después con 63 Discurso del 6 de mayo 1906

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  En la misma posición, Pellegrini confesaría que participaba del "ideal" revolucionario aunque no del "hecho" de la revolución. Diría desde diputados, donde fue elegido en los comicios de 1906:    "Mañana vendrá esta Cámara una ley de perdón. Nosotros la vamos a discutir, la vamos a votar. ¿Y si alguno de sus amnistiados nos preguntara quién perdona a quien, el victimario a la víctima, con la víctima al victimario? ¿Es el que usurpa los derechos del pueblo, o el que se levantan su defensa? ¿Cuál sería la autoridad que podríamos invocar para dar estas leches de perdón, para hacer estos actos de magnanimidad y generosidad, y quien nos perdonará a nosotros?"

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  Abrogación de la ley de circunscripciones (julio de 1905)      El prurito legalista de Quintana no aceptaba la ley de circunscripciones, a pesar de que por ella había sido elegido, aunque pueden suponerse otros propósitos en el proyecto de volver a la lista completa que el ministro del interior, Rafael Castillo, sometió al Congreso. Ugarte había ganado todos los distritos de la provincia en 1904 pero no todos los de la capital. Convenía más la lista completa.   El 24 de julio 1905 se volvió al sistema antiguo. Joaquín V. González, no obstante haber sido el autor de la reforma de 1903, no renunció a la cartera que desempeñaba con Quintana. Era el puntal de Roca En el gabinete y no convenía dar la impresión de una ruptura. Que, por demás, no existía.  Campaña electoral de 1906. Muertes de Mitre y Quintana    Con la ley de distrito único, Ugarte se consideraba triunfante en las próximas elecciones de la Capital. Contra "el oficialismo" donde participaban ugartistas y roquistas bajo la denominación Unión Electoral, buscaron coaligarse pellegrinistas, radicales de don Bernardo, republicanos e independientes formando una Concentración Popular.    Antes de la elección‐el 9 de enero 1906‐había muerto Mitre. Su velatorio y entierro había sido un duelo nacional encontrándose en la ceremonia todos los actores del drama argentino (Pellegrini, Ugarte, Villanueva, los Sáenz Peña, Uriburu, los radicales que no estaban presos, los socialistas, el vicepresidente Figueroa Alcorta que presidió el duelo por enfermedad titular, todos menos Roca, ausente en Europa).  

  Las elecciones de diputados nacionales fueron el 11 de marzo. La lista de la concentración encabezada por Pellegrini (vuelto de Europa), Emilio Mitre, Roque Sáenz Peña y Ernesto Tornquist se impuso a la oficial. Es que Ugarte no contó esta vez con el dinero de Benito Villanueva, pasado a la oposición por desavenencias personales.    Al día siguiente, mientras se comentaba la derrota, se supo que había muerto Quintana (12 de marzo).    

3. QUIEBRA DEL ROQUISMO (1906‐1908)   Presidencia de Figueroa Alcorta    Enterrado el presidente con las frases laudatorias de rigor y escasa emoción popular, José Figueroa Alcorta asumió la efectividad del poder, que desempeñaba provisoriamente desde diciembre por enfermedad del titular.   El día anterior al oficialismo había sido derrotado en la Capital. La coalición de pellegrinistas, republicanos, antiguos modernistas y radicales de don Bernardo, sumados al dinero de Benito Villanueva (despechado con Ugarte y Quintana) se impuso a la Unión Electoral de fuerte gobernador de Buenos Aires a pesar del apoyo escasamente disimulado de la policía. El dinero había ganado a la prepotencia. Para muchos, un progreso: "No hay voto más libre que el voto que se vende", dirá paradójica pero convencidamente, Pellegrini al defender su diploma (encabezaba la lista de la Coalición).   Bajo este signo empezaría el novel presidente.    Figueroa Alcorta, nacido en Córdoba en 1860, había estudiado leyes en su ciudad natal. Al año de recibirse integraba como senador la legislatura de su provincia: eran tiempos de juarismo y el joven político frecuentó "El Panal", que prestigia al unicato y apoyaba la candidatura presidencial de Cárcano. Hizo méritos oficialistas en "El Interior", órgano del juarismo, y en 1889 contribuyó como legislador y periodista a deponer al gobernador Olmos que nos entusiasmaba con la candidatura de Cárcano. Contribuyó a que  se eligiese en su reemplazo a Marcos Juárez, hermano  del Presidente, quien lo llevó al ministerio de gobierno.   La crisis del 90 con la caída de ambos Juárez le obligó a dejar el ministerio. Pero se mantuvo vinculado a Eleazar Garzón, el nuevo gobernador, que lo hizo diputado provincial primero, y ministro de hacienda y obras públicas después con 

                                                            63 Discurso del 6 de mayo 1906 

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la anuencia de Roca. En 1892 es diputado nacional roquista, y tres años más tarde‐sin soltar la mano de Roca‐asciende a la gobernación de Córdoba, donde sostiene en 1898 la candidatura presidencial de su jefe. Ese año, terminado su período de gobernador, será senador nacional por nueve años.   Vimos que nombre para integrar una fórmula encabezada por Quintana no pudo surgir de la convención de notables de 1903 porque roca quiso dejar vacante el cargo para cumplir con Marco Avellaneda, si no conseguía imponerlo de presidente. El PAN debió afrontar la elección primaria sin saber quién sería el vice. La negativa despechada de Avellaneda, hizo surgir a Figueroa, que Roca señaló a Quintana, Ugarte y Villanueva en una reunión privada.   El episodio que le tocó vivir en la revolución del 4 de febrero la distancia de Quintana. Figueroa guardó prudente silencio, pero se le atribuyó debilidad de carácter y se movió una campaña para eliminarlo del cargo. El resentimiento de Quintana y el juego político de Ugarte (temeroso que por el estado de salud del Presidente ocupase el puesto un roquista) Preanunciaron un juicio político. Emilio Mitre empezó el ataque en La Nación, sólo acallado por el estado de sitio. No se llegó a nada porque Pellegrini desde Europa tomó su defensa, y porque Quintana moriría antes de madurar el complot.   Contra lo supuesto por sus detractores, Figueroa reveló condiciones de carácter y energía. Sin capital político propio y sin prestigio personal, supo conducirse como un jefe " único" y mostró rasgos de habilidad y astucia que le permitieron contender victoriosamente contra todos. Lo ayudo su valoración realista de los hombres y un conocimiento acertado del medio y la hora. En esto llevaba ventajas a su coterráneo y antiguo jefe Juárez.   No hay indudablemente un estadista. Pero consiguió cumplir un agitado período de gobierno en dejarse manejar por otros. 

 

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  El mismo 13 de marzo en que asumió la presidencia reemplazó el gabinete de Quintana por otro de espectro más amplio: dos amigos de Pellegrini (Federico Pinedo en instrucción pública y Ezequiel Ramos Mexía en agricultura); dos republicanos (el ingeniero Miguel Tedín en Obras Públicas y Norberto Piñero en hacienda), un independiente de antecedentes antirroquistas cuando las paralelas de 1898 (Manuel Augusto Montes de Oca en Relaciones Exteriores). En el ministerio clave del interior puso al ubicuo Quirno Costa, de un mitrismo personal que le había permitido ser ministro de Juárez y vicepresidente de Roca sin alejarse de Mitre. A los ministros militares (Luis María Campos en guerra y Onofre de Betbeder en marina) que acompañaron a roca en su segunda presidencia podía tenérselos‐ junto con Quirno‐como puentes 

abiertos al ausente Zorro64.    No era lícito hablar de antirroquismo, pero llamó la atención la presencia de amigos de Pellegrini.   La caricatura de Caras y Caretas ilustró exageradamente al nuevo ministerio: Figueroa de cocinero, da vuelta en el aire una sartén dejando arriba a Pellegrini y abajo a Roca:   "¡qué manera tan sencilla de dar vuelta a la tortilla!".    El canto del cisne de Pellegrini (mayo)    Si bien con el explicable retaceo de no darle el ministerio del interior ni los militares, Pellegrini recordaba una 

participación en el gobierno que no gustaría a Roca65, compartida con sus compañeros de coalición: Emilio Mitre con los 

republicanos y Benito Villanueva (senador por la capital) con su dinero66. 

                                                             

64 Roca se alejó del país en 1905 para dejar en libertad de acción a Quintana (como lo hizo en 1886 en beneficio de Juárez) 65 Roca había madurado una enemistad tenaz contra Pellegrini, semejante a la que tuvo antes con Dardo Rocha (factor primordial de su candidatura en 1880 como Pellegrini lo había sido en 1898). "Se ve que el general Roca está resuelto a cerrar de cualquier manera las puertas del Congreso a Pellegrini...", escribe Cárcano a Cané el 6‐3‐904 comentando los 

esfuerzos del entonces presidente para que el gringo no fuese senador por la capital. 66 Distanciado de Ugarte, como dijo, Villanueva entró en la Coalición. Pero, prudentemente, sin romper vínculos amistosos 

con Roca. 

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  Pellegrini había vuelto de Europa y ocupó la banca de diputado acabada de ganar. No daba la impresión de haberse curado. No habló desde la banca a sus contemporáneos, sino a la posteridad a pesar de que su amargura salpicara a los suyos y al régimen del que era puntal. Indudablemente sabía que le quedaban sólo meses de vida.    "No extrañe la Cámara si nota en mis palabras emociones de novicio‐dijo en su maiden speech el 9 mayo, oponiéndose a los diplomas ugartistas de Buenos Aires‐. Vuelvo a este asiento después de treinta años (...); llego con menos ilusiones, con menos entusiasmos, con más experiencia. Traigo la máquina fatigada porque la jornada ha sido larga y el camino muchas veces accidentado y espinoso. Pero vengo con la misma fe ciega en el porvenir de mi país y la misma resolución de servirlo hasta donde mis fuerzas alcancen (...) no, señor Presidente, aquí no veo un interés político en el alto concepto de la palabra. Esta mayoría (de la cámara), no está vinculada ni por tradición, ni por ideales, ni por anhelos, ni siquiera por un sentimiento común; apenas lo está por un instinto, el instinto de la propia defensa", para aclarar con la ingenuidad propia de esos tiempos: "tenemos una nación independiente, libre, orgánica y vivimos en paz; pero nos falta algo esencial: ignoramos las prácticas y los hábitos de un pueblo libre y nuestras instituciones escritas son sólo una promesa o una esperanza (...) ¿cuál es la situación que se crea al ciudadano? ¿Qué le diremos al pueblo que protesta y reclama?  No sé si lo colocamos en la terrible disyuntiva de ser sometido o rebelde!". 

    Ley de Olvido. La "sombra de del Valle" (junio)    Quintana no había querido amnistiar a los radicales que "comían el pan amargo del destierro" en Montevideo o Chile, o esperaban en los transportes militares la situación de sus procesos. (Hipólito Yrigoyen se mantenía oculto en Buenos Aires).    Pasado el primer momento, toda la prensa pidió la amnistía. Al fin y al cabo se trataba de una muchachada sin graves consecuencias. Pero como Luis Sáenz Peña, Quintana no quería perdonarles el disgusto que le dieron en la madrugada del 4.  

  Pero ahora Quintana había muerto, y Figueroa no quiso enfrentar al sentimiento unánime. Después de consultar con Pellegrini mandó al Congreso un proyecto amnistiando a los civiles. Lo hizo porque lo reclamaba la opinión, para dejar sentado que ya no gobernaba el círculo de Quintana, y reiniciar en el Congreso con una victoria porque, ni la mayoría de roquista del senado ni la ugartistas de diputados, se opondrían a algo que estaba en el ambiente.   Con astucia, un ugartistas y roquista enmendaron el proyecto. Éste nada decía de los militares, para no disgustar al ejército. Pero el Congreso los comprendió en la ley, que ya no sería de amnistía sino de perdón al equiparar los hechos civiles con la sublevación militar. Calificar a ambos de "delitos", pero generosamente los olvidaba como descarríos del momento. El ministro Montes de Oca, tal vez envuelto en la habilidad de Ugarte, aceptó la enmienda.    Pero Pellegrini, no. Quería la amnistía a los políticos, pero no el perdón a los militares. Volvió a hablar para la posteridad el 11 de junio. Su último y profético discurso:   "se pretende que ésta es una ley de olvido que va a restablecer la calma de la situación política y a fundar la paz de nuestra vida pública.   "No es cierto.   "Ni los acusados ni los acusadores, ni ellos, ni nosotros, hemos olvidado nada (...)  lo único que se ha olvidado y olvida son las lecciones de nuestra historia, de nuestra triste experiencia. Se olvida que esta es la quinta ley de amnistía que se dicta en pocos años y que los hechos se suceden con una regularidad dolorosa: la rebelión, la represión, el perdón... está en la conciencia de todos que esta amnistía que se supone la última, no será la última: será, tal vez muy pronto, la penúltima.   "Y ¿por qué, señor Presidente?.   "Porque las causas que producen estos hechos subsisten y no sólo en toda su integridad, sino que se agravan cada día".  

     Evocó la sombra de Aristóbulo del Valle para aclarar su participación en el enigmático gabinete de julio del 93, y la "revolución desde arriba".    "El año 93 se encontraba la República en una situación difícil; estaba convulsionada. Un gran partido buscaba la reacción  institucional y la verdad de los principios constitucionales por medio de la revolución. Otro partido, en el que tenía yo el honor de figurar, buscaba los mismos fines pero por medio de la evolución pacífica.   "Llegó un momento, señor presidente, tan difícil que el partido al que pertenecía, a lo menos sus principales hombres, desesperaron de la tarea; y en esa circunstancia, solicitado por el señor Presidente de la República, Dr. Sáenz Peña, manifesté francamente mi opinión, y le dije que creía que para alcanzar el fin que todo nos proponíamos, debería el presidente llamar a otros hombres, porque nosotros estábamos vencidos en la jornada, y le indiqué que entregara la dirección política del país a uno de nuestros más grandes estadistas, a un hombre cuya honestidad política, cuyo sincero patriotismo eran indiscutibles; un adversario decidido mío: al doctor del Valle. Y la razón que tuve para dar este consejo era que él, con la autoridad que le daban sus vinculaciones políticas y su influencia personal, pudiera dominar esa tendencia revolucionaria y con el apoyo de todos buscar el ideal que nosotros perseguíamos y llegar a la verdadera reacción institucional, al verdadero respeto de los principios constitucionales. El presidente Sáenz Peña aceptó mi consejo y mi amigo personal y adversario político, el doctor del Valle fue llamado al ministerio de Guerra. Tuvimos una larga discusión en la que, desgraciadamente, resaltó la completa divergencia de nuestras ideas. Yo era partidario, como lo he sido siempre, de la evolución pacífica que requiere como primera condición, la paz. El no lo creía: era un radical revolucionario.   "Me aleje de esta Capital a las provincias del Norte y le dejé en la tarea. Desgraciadamente se produjo lo que había previsto. La dificultad que tiene la teoría revolucionaria es que es muy fácil iniciarla, y muy difícil fijarle un límite (...) Efectivamente, señor presidente, a pesar de todo el sincero patriotismo, de toda la inteligencia del primer ministro de aquella época, llegó un momento en que la anarquía amenazaba con plagar toda la República. No necesito continuar: vinieron los cambios y los sucesos que todos conocemos.   "Y bien, señor Presidente. Han pasado trece años; hemos seguido buscando la paz. Y si hoy día se me presentara en este recinto la sombra de del Valle y me preguntara‐¿Cómo nos hallamos?‐Tendría que confesar que han fracasado lamentablemente mis teorías evolutivas, y que nos encontramos hoy peor que nunca... 

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  "¿Cómo podemos esperar que por una simple Ley de Olvido vamos a modificar la situación, vamos evitar que se reproduzcan aquellos hechos? (...) No sólo no hay olvido, no sólo todas las causas están de pie, sino que la revolución está germinando ya. En los momentos de gran prosperidad los intereses conservadores adquieren un dominio y un poder inmenso, y, entonces son imposibles las reivindicaciones populares; pero, ¡ay del día que faltamente tiene que llegar, en que esta prosperidad cese, en que este bienestar general desaparezca, en que se haga más sombría la situación nacional! ¡Entonces vamos a ver germinar toda esta semilla que estamos depositando ahora!.     

Los militares y la política    "Si voy a acompañar  a la comisión en este voto, no puedo en manera alguna acompañar la en la amplitud que ha dado a esta ley, y votaré por el proyecto tal como lo presentó (originalmente) el P. Ejecutivo.   "No es admisible en ningún caso, bajo ningún concepto, sin trastornar todas las nociones de organización política, equiparar el delito civil al delito militar, equiparar el ciudadano al soldado. Son dos entes absolutamente diversos. El militar tiene otros deberes y otros derechos; obedece a otras leyes, tiene otros jueces, viste de otra manera, hasta habla y camina en otra forma. El está armado: tiene el privilegio de estar armado en medio de ciudadanos desarmados. A él le confiamos nuestra bandera, a él le damos la llave de nuestras fortalezas, de nuestros arsenales; a él le entregamos nuestros conscriptos y le damos autoridad para que disponga de su libertad, de su voluntad, hasta de su vida. Con una señal de su espada se mueven nuestros batallones, se abren nuestras fortalezas, baja o sube la bandera nacional. Y toda esta autoridad, todo este privilegio, se lo damos bajo una sola y única garantía; bajo la garantía de su honor y su palabra (...)   "no, señor presidente, no podemos equiparar el delito militar al delito civil (...) Sarmiento decía una vez, repitiendo palabras que San Martín pronunciara con relación a uno de los brillantes coroneles de la Independencia: "El ejército es un león que hay que tener enjaulado para solicitarlo el día de la batalla".   "Y esa jaula, señor, es la disciplina, y sus barrotes son las ordenanzas y los tribunales militares, y sus fieles guardianes son el honor y el deber. ¡Ay de una nación que debilite esa jaula, que desarticule esos  barrotes, que haga retirar esos guardianes, pues ese día se habrá convertido esa institución, que es la garantía de libertades del país y de la tranquilidad pública, en un verdadero peligro, en una amenaza nacional!"     

Parece afirmarse Pellegrini (5 al 10 julio 1906)    El ministro de guerra había aceptado la amnistía de los militares, pero entendió que a su ministerio correspondía pronunciarse en cada caso. A Pellegrini le pareció que, aceptada la amnistía, ésta debía ser total y automática. Ello obligó a la renuncia de Campos (5 de julio).    En su reemplazo, por evidente sugestión de Pellegrini, se promovió al jefe de  policía de la Capital, general Rosendo Fraga; en sustitución de éste fue el coronel Rodolfo Domínguez sin consultar con el ministro del interior Quirno Costa que, dolido, presentó su renuncia (10 de julio) quedando el ministerio a cargo interinamente del Canciller Montes de Oca.   El roquismo perdía a favor del pellegrinismo dos carteras fundamentales.   Muerte de Pellegrini (17 de julio 1906)       Poco duró su supremacía. El 17 de julio murió.    Pellegrini tenía adversarios, pero no enemigos. Su agonía conmovió a la opinión. En su tumba Figueroa encontró la frase apropiada: "  Apretemos las filas, porque ha caído el más fuerte". 

   1906 había visto desaparecer a Mitre en enero, o a Quintana en marzo, a Pellegrini en julio. No se cerraría el año fatídico sin de que muriera Bernardo de Irigoyen el 27 de diciembre.   ¿Con Roca? (Septiembre de 1906)       Roca se había ausentado en 1905‐como hizo con Juárez‐para dejar en libertad de acción a Quintana. Desde Europa se mantenía en contacto con sus amigos: casi todos los gobernadores, la mayoría de los senadores y una fuerte bancada en diputados.   Muerto  Pellegrini, Figueroa intentó balancearse con el roquismo sin romper con los republicanos y los sobrevivientes del pellegrinismo. El 25 septiembre hizo ministro del interior a Joaquín V. González, el sólido puntal de Roca, en la vacante de Quirno Costa, ocupada interinamente por un tremendo antirroquista como Montes de Oca.    Se dijo que "Figueroa sea entregado a Roca". En realidad, muerto Pellegrini, corregía su actitud de julio al prescindir de Quirno Costa. El presidente debió asegurar a la Coalición que "el nombramiento de González no importaba cambio de política". Sólo equilibrio. 

 

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  Apenas dos meses duró González en el ministerio. La declaración del Presidente no gustó a los roquistas y, a su vez, el ministro del interior disgustaba a republicanos y autonomistas. Un problema en Mendoza, cuyo gobierno quiso sostener González contra la opinión de la mayoría del gabinete, obligaría a su renuncia (21 de noviembre).  

 

          

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Juegos de quita y pon (1907)        Figueroa lo sustituyó otra vez‐pero ahora como titular por Montes de Oca que desempeñó la cartera de Relaciones Exteriores (Estanislao Zeballos fue nombrado allí), que había sido interino del Interior entre julio y septiembre (entre la renuncia de Quirno y el nombramiento de González). Sin considerarse mitrista, la simpatía de Montes de Oca estaba con los republicanos y era un decidido antirroquista.    Viendo que las cosas  se ponían espesas, Roca resolvió su regreso en marzo de 1907. Lo hizo triunfalmente

67. No podía haber roquismos sin 

roca: su capital político y su conocida astucia, bien administrados, deberían darle la tercera presidencia en 1910.   Pero Ugarte, que acababa de dejar en las manos amigas de Ignacio D. Irigoyen el gobierno de Buenos Aires (mayo de 1906), también aspiraba a la presidencia suponiendo que, después de la muerte de Pellegrini, podía ser el candidato oficial. Siempre, claro es, que no cuajara un mayor entendimiento de Roca con Figueroa. 

   En esa marejada de roquistas, ugartistas, republicanos y autonomistas (sin dejar de tender algún cable hacia los radicales68) ninguno de los cuales podía tragarse, quería maniobrar Figueroa. Hasta que comprendió que él, por el hecho de estar en la presidencia, era la única carta de triunfo.    Las elecciones senatoriales de 1907 renovando un tercio del alto cuerpo, dieron un mayor contingente roquista. A riesgo de entregarse totalmente Roca, era imprescindible a Figueroa ganar las de diputados en 1908. Para eso debía controlar las "situaciones " provinciales, bien sea interviniendo las provincias (como lo aconsejaba Hipólito Yrigoyen) o adquiriendo a los gobernadores (como en definitiva lo hizo).   Cómo Figueroa no tenía mayoría en el congreso, aprovechó el receso de 1907 para intervenir San Juan (7 de febrero) donde una revolución del coronel Carlos Sarmiento se había impuesto al roquista general Godoy.  

  Soslayar a Roca no era fácil. Con astucia el Zorro se inmiscuyó entre republicanos y autonomistas (los partidos coaligados), aprovechando que en Corrientes se enfrentaban el liberalismo gobernante‐vinculado con los republicanos‐con los autonomistas locales afines al pellegrinismo. La intervención votada en diputados por los roquistas unidos a los autonomistas, produjo la ruptura de la Coalición (18 de septiembre 1907) con la renuncia de Montes de Oca y los ministros republicanos. Un discurso de Emilio Mitre, ese día, dio el tono opositor. Mientras Roca, con sagacidad, ordenados públicamente a los roquistas del senado que rechazasen en una intervención ganándose la simpatía mitrista.    Pero Figueroa no se dejó intimidar. Llamó a Marco Avellaneda al ministerio del interior. Una definición antirroquista, pues su rencor contra Roca era definitivo. Avellaneda intervino Corrientes en el receso de 1907‐1908 y la mantuvo intervenida para mitristas y autonomistas la esperaran . 

       Nuevamente el Unicato (fines de 1907)    El ministro del interior fue portavoz del Unicato que resurgía: el presidente "era la sola autoridad con todos los prestigios queda el cargo al primer magistrado". Es decir, sin tutelas de Roca ni de Emilio Mitre, ni de Ugarte.   Pero el "unicato" no era fácil con un congreso que no había elegido el presidente. Con habilidad la mayoría roquista quejó de votar el presupuesto en las sesiones ordinarias de 1907, para obligar a Figueroa a convocar a extraordinarias y jaquarlo desde ellas.   Los roquistas tenían mayoría en el senado y, si se unían a los republicanos y ugartistas, dominarían también en diputados. Figueroa y Avellaneda necesitaban, pues conseguir el apoyo de Ugarte o de Mitre. Los pidieron y ambos los prometieron.   Ruptura con Ugarte (diciembre de 1907)  

                                                            67 a su paso por Río de Janeiro fue recibido con grandes agasajos por el Presidente Alfonso Penna y el Canciller Barón de Río 

Branco , precisamente en momentos difíciles de las relaciones. 68 Figueroa Alcorta tuvo dos entrevistas con Hipólito Yrigoyen. Una en 1907 al llegar Roca al país. Del informe que, dos años más tarde, surge que el Presidente le prometió que cesarían las " vigilancias y persecuciones". La otra, en febrero de 1908, cuando Figueroa luchaba denodadamente para ganar las elecciones de diputados después del cierre del Congreso el 25 de enero (que veremos luego). Según el informe de Yrigoyen, Figueroa le pidió su ayuda para ganarle a Roca en Capital. Don Hipólito no le prometió nada, y sólo le dio consejos: "quemar en la plaza pública, si cabe, todos esos registros que son el cuerpo del delito político y la viva demostración de sus impudicias (...) después de haber levantado un nuevo registro verdaderamente puro y legal, dé las garantías inherentes al ejercicio de la soberanía nacional", y que interviniese las 

catorce provincias y ese elecciones libres. Figueroa habríale respondido que "la Constitución es lo único que me detiene". Publicado en la prensa en 1909, Figueroa negó estas ideas, reduciendo la entrevista a una conversación intrascendente. 

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  Todo anunciaba una conjunción Figueroa‐Ugarte‐Mitre al iniciarse las sesiones extraordinarias en noviembre de 1907. Debía aprobarse el presupuesto, que no se pudo conseguir en las sesiones ordinarias.    Como era de preverse, la mayoría roquista del senado votó una minuta de informes sobre la intervención "por decreto" a Corrientes, que Avellaneda se proponía contrarrestar con otra minuta contraria en diputados. Avellaneda contestaría ésta (contando con mayoría en la cámara baja) dejando en el aire la senatorial. 

     Cuando llegó el momento de votar, los diputados ugartistas no ocuparon sus bancas quedando la cámara sin número, el ejecutivo se encontró obligado a responder la minuta del senado (diciembre 21).   Ocurría que Ugarte, sintiéndose árbitro de la situación, esperaba que se le diera el premio mayor a cambio de su apoyo. Contaba con Buenos Aires gobernada por su amigo Ignacio Irigoyen, los dos senadores bonaerenses (él y Manuel Láinez), un periódico de influencia (El Diario de Láinez) y una treintena de diputados bonaerenses, (aproximadamente el tercio de la cámara). Éstos elementos jugados a favor de Figueroa contra Roca y Mitre, daban el triunfo.   Figueroa reclamó a Ugarte por la obstrucción de sus diputados. El caudillo bonaerense acostumbrado a las palabras claras, pidió derechamente la presidencia de 1910. Figueroa se negó con soberbia. "Lo que puedo asegurarle‐díjole‐es que su candidatura no saldrá incubada desde la Casa Rosada".   Era la ruptura. Figueroa estaba solo. Contra Roca, Ugarte y Mitre (está resentido porque no se le entregaba la situación de Corrientes).   Cierre del congreso (25 de enero 1908)    El congreso (fuera de algunos ex‐pellegrinistas o bernardistas y los pescadores a río revuelto) estaba totalmente contra el presidente . No sólo se negaba votar el presupuesto, sino que intentó iniciar de juicio político.    De tanto leer los editoriales de la prensa y los libros de derecho constitucional, los diputados y senadores habían tomado en serio que era un poder. El "Poder Legislativo", que la constitución anteponía al ejecutivo. Tal vez el recuerdo del chileno Balmaceda, despojado por el Congreso en 1891 los alucino. Pero Chile era una oligarquía consolidada y la Argentina posterior al 80 cesarismo sin pueblo y sin césares. Una cosa era la letra de las leyes, otra la realidad. 

   Figueroa arremetió contra el Congreso. Con la firma de sus ministros lo clausuró por el medio simple de retirar los asuntos sometidos a las sesiones extraordinarias, y puso en vigencia para 1908 por simple decreto, el presupuesto de 1907. La enérgica medida sorprendió a la opinión. ¡Ni en los tiempos de Rosas!.    Sin embargo era constitucionalmente defendible. Si el ejecutivo no tenía facultad para convocar a sesiones extraordinarias sometiendo los asuntos a tratarse, estaba dentro de la lógica que podía retirarlos. Distinto hubiera sido si las sesiones hubieran sido prórroga

69. 

 

  Los bomberos ocuparon el Congreso impidiendo el acceso a los legisladores, la policía cuidó que no se reuniesen en otro sitio. Se planeó una sesión en territorio de la provincia pero Figueroa y Avellaneda circularon a los gobernadores‐"como agentes naturales del P.E. nacional"‐que impidiesen las reuniones en sus jurisdicciones.   El Diario de Láinez puso el grito en el ciclo. La Nación clamó contra "el atropello constitucional", así como casi toda la prensa. Hubo juntas revolucionarias en casa de amigos de Ugarte (Roca, más perspicaz, se llamó a silencio). Se habló de movilizar a las fuerzas bonaerenses (policías y guardia cárceles), también de movilizaciones en las provincias70. Algunos optimistas esperaron un levantamiento popular "en defensa de la constitución".   Los gobernadores desconcertados quedaron a la expectativa (menos Adaro de San Luis, que, reconocido a Figueroa, lo aplaudió públicamente).   No pasó nada pese a los inflamados editoriales de El Diario y los artículos condenatorios de La Nación (La Prensa, influida por el ministro Zeballos, se limitó a un solo editorial para salvar los principios). No se produjo la "efervescencia popular" ni se conspiró con posibilidad de cuartel. Por el contrario, el público que acudió el 25 para ver la llegada de los congresales al clausurado Congreso, los abucheaba jocosamente71. Ignacio Irigoyen, el gobernador de Buenos Aires, fue 

                                                            69 Porque éstas, constitucionalmente, "prorrogan" el período ordinario de sesiones, manteniendo el Congreso sus 

atribuciones. 70 Invitado por Ugarte a plegarse a una movilización general de las milicias provinciales para que " se respete la 

Constitución", el gobernador Maciá de Entre Ríos contestaría con prudencia "que lo haría 24 horas después que Buenos Aires movilizar a las suyas" 

71 cuenta Ramón Columba, entonces taquígrafo del Senado, las reacciones del público, aglomerado en la calle, a la llegada de los congresales, les cantaban: "Golpeá, que te van abrir". Emilio Mitre, con desconcierto de los mitristas, fue recibido 

con una silbatina estruendosa. 

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llamado por Figueroa. Tuvo algunos desplantes al principio pero, después, pensándolo mejor, hizo saber a Ugarte que "estaba dispuesto a movilizar las fuerzas provinciales, siempre que Roca se pusiese a su frente" (lo que Roca no haría).   El ministro de guerra cambió algunos jefes: el general Federico J. Zeballos, de la confianza de Figueroa, quedó a cargo de las guarniciones de Buenos Aires.    Hubo una melancólica compensación a los agraviados. La Suprema Corte impuso una multa al jefe de bomberos por no permitir a Manuel Láinez el acceso al Senado; pero un año después. 

   Todo acabó con manifiestos. Y el mundo siguió andando72.   Las elecciones del 8 de marzo 1908    Fracasada a Ugarte la vía revolucionaria, le quedaban a él, a Roca y a Mitre la legal. En mayo de 1908 se reanudaría el Congreso y entonces sería sin acabar con Figueroa: apenas si tenía unos pocos diputados (provenientes de los restos del autonomismo pellegrinista y del bernardismo) y ningún senador. Un proyecto de juicio político podía votarse sobre tablas en diputados y sancionarse por unanimidad en senado ese mismo día. El dilema para Figueroa sería someterse oírse.    El Presidente mostró una decisión que asombró a quienes lo tenían‐desde el episodio de la revolución radical de 1905‐por timorato y vacilante.   Exigió del gobernador de Buenos Aires que rompiera con Ugarte bajo pena de intervenirlo (para lo cual sobraban motivos). La ruptura consistiría en disolver los Partidos Unidos ugartistas sustituyéndolos por otra entidad que manejaría un amigo del presidente (el coronel José Inocencio Arias) esté confeccionaría la lista de quince diputados a votarse en los comicios del 8 marzo.   El gobernador resistió, vaciló, pero acabó por entregarse. Llamó a los legisladores e intendentes para informarles las condiciones presidenciales. Puestos en la disyuntiva de perder a Ugarte o perder sus cargos, todos eligieron perder a Ugarte.   Se formó entonces, con los mismos elementos que integraban los "Partidos Unidos", el Partido Conservador (de Buenos Aires) a las órdenes del presidente.  

   Pero si el poder de Ugarte, basado sólo en la máquina que había montado en la provincia desde 1902, podía desbaratarse de un soplo, no era lo mismo Roca con sus "situaciones" del interior; ni imponerse en la Capital Federal donde la opinión bienpensante estaba contra el golpe de estado y "el cordobesito juarista".   El partido presidencial apenas contaría allí con algunos regazos del pellegrinismo. Poco podría contra la coalición de republicanos, roquistas y ugartistas , a lo que debían añadirse los independientes indignados por el "atropello", consolidándose con la música de fondo de un porteñismo ultrajado.    Roca, aunque disimulando que no todos se habían olvidado del 80, tejió en la sombra la red para aprisionar a Figueroa, o, por lo menos, obligarlo a transar. Se volvió a oír en las calles de Buenos Aires las alusiones al "burrito cordobés" de los años de Juárez. De acuerdo con Ugarte (olvidados de agravios) lanzaron al nombre de Emilio Mitre para la presidencia de 1910 para sumar los republicanos.   Surgió en la capital una coalición constitucional que, presidida por Benjamín Victorica

73, impugnaba el "atropello del 25 de enero". Hubo 

dificultades para encontrar los candidatos: los mitristas no querían compartir con Ugarte ni el vértice de una lista, ni aún con el aliciente de que El Diario era ahora el campeón de la candidatura de Emilio Mitre. Ugarte, político al fin y al cabo, retiró su candidatos y aceptó votar los republicanos mercados con algún intendente. Roca hizo lo mismo. 

   Cuando la coalición parecía un hecho, se tropezó con un obstáculo imprevisto. Los republicanos favorecidos por la mayor parte de las bancas y la futura presidencia tal Emilio Mitre, no demostraban entusiasmo en combatir a Figueroa. El presidente del partido‐Guillermo Udaondo‐prolongaba su veraneo en Mar del Plata sin dar el visto bueno a la lista.     Es que se había llamado, inesperadamente, hay elecciones en Corrientes, y los mitristas esperaban que se le diese la "situación". Algunas actitudes del interventor Eugenio Puccio se los hacía suponer. Además trascendió que el Presidente no estaba disconforme con la candidatura de Emilio Mitre. No era cosa de malograrla yéndose con Ugarte y Roca contra Figueroa.   Cuando Udaondo, en vísperas de la elección, volvió de su prolongado veraneo, puso reparos a la lista constitucional pese a estar integrada en su mayor parte por republicanos. No fue votada por la convención del partido como lo exigía la carta orgánica, y ahora era tarde para reunirla. Por lo tanto la "oposición" se quedó sin lista. 

   El 8 de marzo los presidenciales concurrieron solos a la elección. Los gobernadores del interior recibieron del ministro Avellaneda la lista de candidatos "que el pueblo debía votar". Todos se apresuraron a cumplir. Menos Ortiz y Herrera, de Córdoba, que mantuvo los roquistas. Su fidelidad le costó la gobernación.  El congreso de 1908 

                                                            72 la venganza de Manuel Láinez contra Figueroa fue negarle el título de presidente llamándolo "vice en ejercicio" y seguirle 

una sostenida y eficaz campaña como jettatore. 73 el antiguo hombre de confianza de Urquiza y ministro de Derqui y Roca, había arribado (después de una opaca carrera 

judicial y diplomática) al ugartismo ocupando la presidencia de la Cámara de diputados en 1904. 

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   El congreso de 1908 fue, así, presidencialista, más decididamente la Cámara de Diputados y, por conveniencia, el Senado (donde sólo desentonaba la voz opositora de Manuel Láinez).    El triunfo de Figueroa estaba en la lógica del régimen creado por Roca en 1880. Tal vez descreyó este de la energía de Figueroa y supuso que podría manejarlo como a Uriburu. Pero como escribió Roque Sáenz Peña a Ramón Cárcano: "San Evaristo no hay más que uno".  

  Los diplomas de 1908 fueron aprobados sin mayor debate. Los raleados opositores de la cámara debieron desahogarse con chistes al votar por la negativa: "diputados designados", les dirían en vez de "elegidos". Como si antes hubiera sido distinto.   No era, indudablemente, la de 1908, la primera patada histórica de la historia argentina ni la primera que recibía Roca, complemento clásico de su media palabra consagratoria. Pero resultó tan mortal para el Zorro que ya no pudo reponerse (Ugarte lo conseguiría), y se lo consideró el gran mérito de la presidencia Figueroa. Lo diría a Roque Sáenz peña al recibir en 1910 de sus manos las insignias del poder: "os ha tocado un gobierno de defensa, de renovación y de lucha; lucha tanto más patriótica cuanto más intensa; porque es función penosa cambiar regímenes que significan influencias y desconocer influencias que representan regímenes"    

4. PROBLEMAS EXTERIORES (1904‐1910)   

El barón de Río Branco, Canciller brasileño   Desde 1902 era ministro de relaciones exteriores en Brasil José María de Silva Paranhos, barón de Río Branco, hijo del vizconde del mismo nombre y título, de acción tan preponderante entre 1851 y 1874 (caída de Rosas, cisma de la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, invasión de Flores a la República Oriental, Triple Alianza, guerra del Paraguay y problemas emergentes de la paz).   El barón de Río Branco era un estadista habilísimo, laborioso, perseverante y patriota: sin duda el mejor que tuvo Brasil en el siglo XX. Su propósito era engrandecer territorialmente su país, que logró en forma amplia. Tal vez por medios pasibles de crítica, pero las victorias en política internacional, sobre todo tratándose de engrandecimiento del territorio, no se ajustan muchas veces a la ética corriente.   Cauto y reservado como buen diplomático, Río Branco sabía cuidar las palabras y ocultar las intenciones. No es aventurado conjeturar que la desunión cumplida entre los países de América española, desde 1902 hasta la muerte del barón en 1912, estuvo en buena parte atizada desde Itamaraty.   Revolución oriental de 1904 y su repercusión en la Argentina    El 1 de enero 1904 el partido blanco uruguayo acaudillado por Aparicio Saravia, se alzó en armas contra el gobierno colorado y José Batlle y Ordóñez.   Un episodio corriente en la historia de la República oriental. El combate de blancos y colorados habría sido constante desde la Guerra Grande.    En 1904 hacía muchos exiliados blancos que desempeñaban en la Argentina cargos aduaneros y de policía. Llevados por su bandería partidaria no cumplían estrictamente los deberes de neutralidad.  

  Presidía la República el general Roca a quien no podía imputársele simpatías revolucionarias blancas. Ante las protestas del gobierno de Batlle por algunas transgresiones fronterizas, tomó medidas de vigilancia y reemplazó a los funcionarios acusados de parcialidad.    No obstante, los periódicos batllistas mantuvieron un recelo constante hace el gobierno argentino. Batlle, dando por cierta la injerencia, reclamó en la puso de Estados Unidos, que, afortunadamente, no llegó a producirse. 

   La derrota de Saravia en Masoller en agosto, y su muerte en la frontera brasileña, terminaron con la revolución, pero no con las prevenciones contra la Argentina. La campaña dejó un sedimento de enemistad, hasta entonces ausente en el Río de la Plata, que fue cobrando sospechoso vuelo. No importaba qué Roca hubiese dejado la presidencia en 1904: la malquerencia del batllismo no se particulariza a contra él sino contra la Argentina.74 

                                                            74  el partido blanco o "nacional" tenía una tradición americanista desde los tiempos de Oribe que lo acercaba a la 

Argentina; mientras el Colorado, heredero de la defensa de Montevideo, se consideraba europeísta y era poco amigo de su vecino del Plata. La prensa de Buenos Aires, escrita en gran parte por exiliados blancos, extremaba sus simpatías por estos. 

Y Batlle nunca ocultó su orgánico anti argentinismo.