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SEPTIEMBRE 2013 27 E n 1946, llegué a Madrid con una beca de la Diputación de Lugo, conseguida tras un recital de piano en el Círculo de las Artes de esa ciudad gallega. Según desembarqué en la capital entré de ca- beza en el internado Apóstol Santiago, para cursar el bachillerato, con salidas ad libitum al Conserva- torio de música. Allí me pusieron a estudiar piano con Francisco Fúster, armonía con García de la Pa- rra y estética e historia de la música con José Fort, de modo que pasaba la mayor parte del tiempo en el caserón de la calle San Bernardo... A mis once años era el más joven del centro, y los que me lle- vaban dos o tres me parecían unos ancianos: entre otros Mercedes Lambry (cantante), Esteban Sán- chez y Jorge Luis Rubio (pianistas), el futuro com- positor Luis de Pablo, Odón Alonso, director de orquesta, y Teresita Berganza. Cuando entré en el Conservatorio, Berganza ya había realizado cuatro cursos de solfeo, y estudia- ba órgano con Jesús Guridi, el autor de El Caserío. Al fin descubrió su instrumento predilecto, com- puesto por “Mi voz, mi cuerpo, mi alma, mi cabe- za, mis pies, pues no se canta con solo las cuerdas vocales”. Pese a llevar asignaturas distintas, nos co- nocíamos todos bien, pues las clases estaban abier- tas y además, para valorizar sus cátedras, los profesores organizaban master class dos o tres ve- ces al año, en las que exhibían a sus más destaca- dos pupilos. Nacida en 1910, la profesora Lola Rodríguez de Aragón, ahijada del compositor Joaquín Turina, ha- bía estudiado en Alemania con Elisabeth Schumann. Su discípula más brillante y precoz era Teresa Ber- ganza, niña pizpireta, de manos chiquitas y amplias caderas para sus catorce años. Recuerdo las exhibi- ciones que le montaba Lola Rodríguez de Aragón a su joyita. Sin embargo, fue su padre, trompetista y pianista amateur, quien le inculcó los rudimentos de música y literatura. Todos los domingos llevaba a su hija al concierto que, en el parque del Retiro, ofre- cía la Banda Municipal, dirigida por Manuel López Varela, que interpretaba a Mozart, Beethoven, Wag- ner… En casa, la acompañaba al piano, y ella can- taba. Por la tarde iban al Museo del Prado, y admirando a Goya, Velázquez y Jerónimo Bosch, él le contaba novelas de Alejandro Dumas, Cervantes y Víctor Hugo, mezclando lo real con lo fantástico. De algún modo fue su primer profesor, más no por mucho tiempo. Debido a que era rojo como las ama- polas, republicano y “ateo por la gracia de Dios” se- gún decía, adelantándose a Buñuel, el hombre pasaba tantos meses en la cárcel como en el hogar. De trato abierto, gracia y aptitud musical fuera de lo común, la niña tenía ese don divino que, al pa- recer, poseían Mozart y Saint-Saëns: el oído abso- luto; es decir, que le llegaba un sonido (de piano, violín, gaita o lo que fuese), y decía la nota. Llora- ba y reía sin discontinuidad, y encajaba críticas y alabanzas con la misma sencillez. De una sensibi- lidad extremada, vehemente y sensual, nos tenía a todos encandilados. A mí, en particular, sobre todo que había dejado de verla, porque a los quince su- frió una crisis mística y logró fugarse al convento de las Clarisas de Alcalá, como la otra Teresa hicie- ra en Ávila. Las monjas estaban encantadas, pues les tocaba el órgano y les daba lecciones de canto gregoriano. Mis sentimientos eran castos, pero con todo, cuando esa niña cantaba, se me agitaba la res- piración y, sin llegar a los éxtasis de Santa Teresa, sentía un tremendo desasosiego en las tripas... En cambio, creo que la única frustración de mi tenta- dora en aquellos tiempos fue la imposibilidad para ella de estudiar dirección de orquesta, como desea- ba: no era profesión para señoritas. Con Rodríguez de Aragón, en cambio, todo le era fácil. Podría haber interpretado partituras de so- prano lírica, porque alcanzaba sin esfuerzo el mi be- mol sobreagudo, pero su profesora la convenció de que el color natural de su voz era el mezzo. Para im- postarle esa coloratura, Lola se sirvió del método del gran maestro Manuel García, padre de Pauline Viardot y de la Malibrán, basado en la sencillez, en el oído y en una musicalidad excepcionalmente fi- na. El gran García deseaba que cada alumno can- tara de la forma más natural y con el menor esfuer- zo. Los iniciaba en el estudio de escalas y arpegios, entonados lentamente, y después les adelantaba en arias italianas sencillas. Consideraba importante que el alumno adquiriera agilidad; según él, se tardaba aproximadamente dos años. Teresita los aprovechó para perfeccionar el piano al mismo tiempo. Pron- to obtuvo un primer premio con la Sonata en la ma- yor alla turca de Mozart, y asimiló con perfección la técnica vocal. A los veinte años, por vez primera, Teresa ac- tuó en público como cantante, en el Ateneo de Ma- drid. El director del teatro había oído hablar de ella en una grabación de zarzuelas, y la contrató deslum- brado por la belleza de su voz y su asombrosa pre- paración técnica. Con naturalidad e inconsciencia, Teresita abordó el Frauen und leben de Schumann, los Salmos del Rey David, las Enfantines de Mous- sorsky y Strauss, Bach, sin olvidar a Xavier Mont- salvatge y otros compositores españoles. Un crítico escribió que “por su gracia y sensualidad, mejor le sería dedicarse a la música popular”. Tal insultan- te juicio fue determinante para que la arrebatadora Berganza se largara al extranjero y dejase su país, donde nunca se le apreciaría en su justo valor. Otros, como Antonio Fernández-Cid, tratando de paliar la ofensa del anterior plumífero, se refieren a ella en superlativo: “Berganza es la interiorización, la sen- sualidad, la pasión. Siempre está pendiente del me- jor, por encima del más, de la pureza antes que del alarde, del paladeo de una conquista de timbre, sin buscar finales en punta que, para sus enormes do- tes histriónicas, no supondrían el menor problema”. Ese concierto significaría el inicio de la irresis- tible ascensión de Teresa. Como el régimen fran- quista no le ayudaba (sin duda por las ideas de su padre), firmó una serie de contratos con la RAI ita- liana; desde París, la solicitó Gabriel Dusserget, ani- mador del Festival de Ópera de Aix-en-Provence. En el extranjero y con veintidós años, empieza su fulgurante carrera. Canta Dorabella de Cosi fan tut- te de Mozart, hito histórico del Festival de Aix-en- Provence al que volverá todos los años; sigue en la Scala de Milán, el Festival de Edimburgo, donde deslumbra su interpretación de Carmen, lejos de ha- baneras y pandereteras de pacotilla, en el Convent Garden. Y ya grande entre las más grandes, diva ab- soluta, es elegida por Joseph Losey para encarnar el personaje de Zerlina en su famosa película Don Gio- vanni de Mozart, filmada en los palacios de Palla- dio. Ahí ganó el artículo “la”, que antepuesto a su apellido, los apasionados de ópera solo conceden a las divinas: la Malibrán, la Callas, la Caballé…y la Berganza. Y ¡ay!, se casa con Félix Lavilla. Nos extrañó mucho esta decisión, acostumbra- dos como estábamos al misticismo de Teresa, y se- guros de que se había preparado para un matrimonio que durara toda la vida, como su Dios manda. En aquel entonces, el vasco Félix la acompañaba al pia- no, lo cual muchos de nosotros sentimos en cierto modo como un abandono. Pero se dejó llevar por un flechazo, pese a los consejos de su madre: Félix estaba agarrotado por el catolicismo. Al poco, deci- dieron casarse y eso ya fue abusivo. Veinte años du- ró el matrimonio, de 1957 a 1977, y tuvieron hijos. Pero al cabo, la piedad religiosa del marido le resul- tó insoportable. Presa de remordimientos por haber roto un santo sacramento, Teresa zanjó por lo sano y en 1978 se divorció por primera vez. Para redimir- se, se desplazó a Múnich, donde vivía José Rifa, un sacerdote fiel seguidor suyo. Quería pedirle conse- jos y tal vez absolución. Salieron del confesionario camino del altar. “Esta unión fue un fracaso total”, reconocerá ella. Otro divorcio a cuestas, y ambos pagados por ella. Este matrimonio durará catorce años; al cabo, el buen eclesiástico volvió al redil y se metió en un convento con un peculio semejante al anterior. Así, magnánima, compensaba ella los placeres de una vi- da familiar. Estas experiencias matrimoniales la lle- varon a pensar, medio en serio, medio en broma, que para una cantante, un marido es una equivocación: deberían echarse un amante que no viviera con ella, que asistiese a sus conciertos, que pasaran la noche juntos y que el día siguiente desapareciera. Una evo- lución hacia esa sana actitud se efectúa en noviem- bre de 1955, cuando en Chicago interpreta de forma alucinante L’heure espagnole, de Mauricio Ravel. Dice ella: “Me fascinó esa mujer desbordante de vi- da y de humor, que un día que en ausencia de su ma- rido juega al escondite con sus amantes antes de echarse en brazos de un robusto descargador”. A Carmen le debe su autonomía. “Cuando me atreví con Carmen también me sentí con valor de recomenzar mi vida”. En 1993 Teresa alcanzó su gran amor, el verdadero, el único, cuando tenía se- senta años, pero se le echarían cuarenta. El afortu- nado fue un diplomático al que conoció en la embajada de España en Tokio. Lo mismo que Car- men decide conquistar a Escamillo (Il me plaît, je le veux), Teresa pensó este hombre será mío. Durante dos años y medio, la pareja vivió un amor total, pro- fundo, absoluto, sin ataduras religiosas o sociales. Yo me instalé en París y dejé de verla durante unos cuarenta años, pero continuamente me llega- ban ecos de su reino en el mundo de la ópera con sencillez y grandeza. En pleno apogeo, viene a Pa- ris a interpretar las Siete canciones españolas de Manuel de Falla, acompañada a la guitarra por Nar- ciso Yepes. Ahí nos reencontramos. Hablamos mucho de nuestras juventudes en Ma- drid, de lo que fue de nuestros amigos comunes. Ella sublime, como siempre, me invitó al concierto de la noche en la Unesco. Me irritó mucho verla merma- da por el guitarrista, torpón y sin gracia. Entre can- ción y canción, cada dos o tres minutos, Yepes pasaba por lo menos cinco afinando la guitarra, le- vantando el taburete, secándose el sudor, de modo que el espectáculo perdió todo su encanto. Así lo es- cribí en la revista Triunfo. A Yepes le sentó muy mal, arremetiendo públicamente contra mí. Intervino en- tonces Teresa en mi defensa. Hace unos cinco años, en un recital en Santan- der, Teresa se quedó sin voz en el escenario. Puros nervios, sin duda. Estaban operando a su nietecita de apendicitis y le habían dicho que la intervención se alargaba un poco. La Teresa de siempre se puso a fantasear y se le obstruyó la garganta. Pensó que se trataba de una señal para retirarse. Ha rechazado ofertas de Claudio Abbado para volver a la Scala de Milán; se niega a dar clases en el Conservatorio de Madrid. En cambio, ha recibi- do más de cien condecoraciones, destacando la me- dalla de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que la reconoce como su primera mujer Académica de Número, así como tampoco desde- ñó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes de 1982, ni la Gran Cruz de la Orden Civil de Al- fonso X el Sabio. Entre los méritos que se le reco- nocen ¡al fin! para la obtención de tan altas distinciones figura “su trayectoria internacional, mantenida y aclamada en una carrera superior a medio siglo de actividad profesional que la empla- za, por sus atributos extraordinarios, entre los pri- meros cantantes del siglo XX”. También aceptó el homenaje que le rindió el Teatro Real el 21 de ju- nio de 2013. Ahora vive en un caserón del siglo XVII, situa- do justo enfrente de la Basílica de San Lorenzo de El Escorial, por cuyas ventanas se cuela una luz “dig- na de Vermeer”, presume ella. Allí aloja su historia y sus recuerdos: Todo lo que ha ido atesorando a lo largo de ocho décadas –“he tenido una vida llenísi- ma, no solo de éxito, también de la felicidad de po- der cantar”–. Pero ya no volverá a los escenarios. Desde el percance de voz antes aludido, teme estafar a un pú- blico “que no paga un billete entero para escuchar a una cantante a medias”. < “destacado destacado” © LMD EN ESPAÑOL ENCUENTROS CON GENIOS DE LAS ARTES Teresa Berganza, un canto a la vida Periodista y escritor, Ramón Chao es autor de varias novelas inolvidables (El lago de Como, La pasión de Carolina Otero, Las travesías de Luis Gontán). Fue tam- bién, en París donde reside, director de Radio France Internationale y corresponsal del semanario Triunfo. A lo largo de esas experiencias conoció a numero- sos creadores. En una serie de textos, Ramón Chao va recordando cada mes para nuestros lectores algunos de sus encuentros con genios como la mezzo sopra- no Teresa Berganza, de quien nos habla esta vez. WOZNIAK. - www.wozwoz.net “destacado destacado” Por RAMÓN CHAO *

ENCUENTROS CON GENIOS DE LAS ARTES Teresa … · 27 SEPTIEMBRE 2013 E n 1946, llegué a Madrid con una beca de la Diputación de Lugo, conseguida tras un recital de piano en el Círculo

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Page 1: ENCUENTROS CON GENIOS DE LAS ARTES Teresa … · 27 SEPTIEMBRE 2013 E n 1946, llegué a Madrid con una beca de la Diputación de Lugo, conseguida tras un recital de piano en el Círculo

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En 1946, llegué a Madrid con una becade la Diputación de Lugo, conseguidatras un recital de piano en el Círculo delas Artes de esa ciudad gallega. Segúndesembarqué en la capital entré de ca-

beza en el internado Apóstol Santiago, para cursarel bachillerato, con salidas ad libitum al Conserva-torio de música. Allí me pusieron a estudiar pianocon Francisco Fúster, armonía con García de la Pa-rra y estética e historia de la música con José Fort,de modo que pasaba la mayor parte del tiempo enel caserón de la calle San Bernardo... A mis onceaños era el más joven del centro, y los que me lle-vaban dos o tres me parecían unos ancianos: entreotros Mercedes Lambry (cantante), Esteban Sán-chez y Jorge Luis Rubio (pianistas), el futuro com-positor Luis de Pablo, Odón Alonso, director deorquesta, y Teresita Berganza.

Cuando entré en el Conservatorio, Berganza yahabía realizado cuatro cursos de solfeo, y estudia-ba órgano con Jesús Guridi, el autor de El Caserío.Al fin descubrió su instrumento predilecto, com-puesto por “Mi voz, mi cuerpo, mi alma, mi cabe-za, mis pies, pues no se canta con solo las cuerdasvocales”. Pese a llevar asignaturas distintas, nos co-nocíamos todos bien, pues las clases estaban abier-tas y además, para valorizar sus cátedras, losprofesores organizaban master class dos o tres ve-ces al año, en las que exhibían a sus más destaca-dos pupilos.

Nacida en 1910, la profesora Lola Rodríguez deAragón, ahijada del compositor Joaquín Turina, ha-bía estudiado en Alemania con Elisabeth Schumann.Su discípula más brillante y precoz era Teresa Ber-ganza, niña pizpireta, de manos chiquitas y ampliascaderas para sus catorce años. Recuerdo las exhibi-ciones que le montaba Lola Rodríguez de Aragón asu joyita. Sin embargo, fue su padre, trompetista ypianista amateur, quien le inculcó los rudimentos demúsica y literatura. Todos los domingos llevaba asu hija al concierto que, en el parque del Retiro, ofre-cía la Banda Municipal, dirigida por Manuel LópezVarela, que interpretaba a Mozart, Beethoven, Wag-ner… En casa, la acompañaba al piano, y ella can-taba. Por la tarde iban al Museo del Prado, yadmirando a Goya, Velázquez y Jerónimo Bosch, élle contaba novelas de Alejandro Dumas, Cervantesy Víctor Hugo, mezclando lo real con lo fantástico.De algún modo fue su primer profesor, más no pormucho tiempo. Debido a que era rojo como las ama-polas, republicano y “ateo por la gracia de Dios” se-gún decía, adelantándose a Buñuel, el hombre pasabatantos meses en la cárcel como en el hogar.

De trato abierto, gracia y aptitud musical fuerade lo común, la niña tenía ese don divino que, al pa-recer, poseían Mozart y Saint-Saëns: el oído abso-luto; es decir, que le llegaba un sonido (de piano,violín, gaita o lo que fuese), y decía la nota. Llora-ba y reía sin discontinuidad, y encajaba críticas yalabanzas con la misma sencillez. De una sensibi-lidad extremada, vehemente y sensual, nos tenía atodos encandilados. A mí, en particular, sobre todoque había dejado de verla, porque a los quince su-frió una crisis mística y logró fugarse al conventode las Clarisas de Alcalá, como la otra Teresa hicie-ra en Ávila. Las monjas estaban encantadas, puesles tocaba el órgano y les daba lecciones de cantogregoriano. Mis sentimientos eran castos, pero contodo, cuando esa niña cantaba, se me agitaba la res-piración y, sin llegar a los éxtasis de Santa Teresa,sentía un tremendo desasosiego en las tripas... Encambio, creo que la única frustración de mi tenta-dora en aquellos tiempos fue la imposibilidad paraella de estudiar dirección de orquesta, como desea-ba: no era profesión para señoritas.

Con Rodríguez de Aragón, en cambio, todo leera fácil. Podría haber interpretado partituras de so-prano lírica, porque alcanzaba sin esfuerzo el mi be-mol sobreagudo, pero su profesora la convenció deque el color natural de su voz era el mezzo. Para im-postarle esa coloratura, Lola se sirvió del métododel gran maestro Manuel García, padre de PaulineViardot y de la Malibrán, basado en la sencillez, enel oído y en una musicalidad excepcionalmente fi-na. El gran García deseaba que cada alumno can-

tara de la forma más natural y con el menor esfuer-zo. Los iniciaba en el estudio de escalas y arpegios,entonados lentamente, y después les adelantaba enarias italianas sencillas. Consideraba importante queel alumno adquiriera agilidad; según él, se tardabaaproximadamente dos años. Teresita los aprovechópara perfeccionar el piano al mismo tiempo. Pron-to obtuvo un primer premio con la Sonata en la ma-yor alla turca de Mozart, y asimiló con perfecciónla técnica vocal.

A los veinte años, por vez primera, Teresa ac-tuó en público como cantante, en el Ateneo de Ma-drid. El director del teatro había oído hablar de ellaen una grabación de zarzuelas, y la contrató deslum-brado por la belleza de su voz y su asombrosa pre-paración técnica. Con naturalidad e inconsciencia,Teresita abordó el Frauen und leben de Schumann,los Salmos del Rey David, las Enfantines de Mous-sorsky y Strauss, Bach, sin olvidar a Xavier Mont-salvatge y otros compositores españoles. Un críticoescribió que “por su gracia y sensualidad, mejor lesería dedicarse a la música popular”. Tal insultan-te juicio fue determinante para que la arrebatadoraBerganza se largara al extranjero y dejase su país,donde nunca se le apreciaría en su justo valor. Otros,como Antonio Fernández-Cid, tratando de paliar laofensa del anterior plumífero, se refieren a ella ensuperlativo: “Berganza es la interiorización, la sen-sualidad, la pasión. Siempre está pendiente del me-jor, por encima del más, de la pureza antes que delalarde, del paladeo de una conquista de timbre, sinbuscar finales en punta que, para sus enormes do-tes histriónicas, no supondrían el menor problema”.

Ese concierto significaría el inicio de la irresis-tible ascensión de Teresa. Como el régimen fran-quista no le ayudaba (sin duda por las ideas de su

padre), firmó una serie de contratos con la RAI ita-liana; desde París, la solicitó Gabriel Dusserget, ani-mador del Festival de Ópera de Aix-en-Provence.En el extranjero y con veintidós años, empieza sufulgurante carrera. Canta Dorabella de Cosi fan tut-te de Mozart, hito histórico del Festival de Aix-en-Provence al que volverá todos los años; sigue en laScala de Milán, el Festival de Edimburgo, dondedeslumbra su interpretación de Carmen, lejos de ha-baneras y pandereteras de pacotilla, en el ConventGarden. Y ya grande entre las más grandes, diva ab-soluta, es elegida por Joseph Losey para encarnar elpersonaje de Zerlina en su famosa película Don Gio-vanni de Mozart, filmada en los palacios de Palla-dio. Ahí ganó el artículo “la”, que antepuesto a suapellido, los apasionados de ópera solo conceden alas divinas: la Malibrán, la Callas, la Caballé…y laBerganza. Y ¡ay!, se casa con Félix Lavilla.

Nos extrañó mucho esta decisión, acostumbra-dos como estábamos al misticismo de Teresa, y se-guros de que se había preparado para un matrimonioque durara toda la vida, como su Dios manda. Enaquel entonces, el vasco Félix la acompañaba al pia-no, lo cual muchos de nosotros sentimos en ciertomodo como un abandono. Pero se dejó llevar porun flechazo, pese a los consejos de su madre: Félixestaba agarrotado por el catolicismo. Al poco, deci-dieron casarse y eso ya fue abusivo. Veinte años du-ró el matrimonio, de 1957 a 1977, y tuvieron hijos.Pero al cabo, la piedad religiosa del marido le resul-tó insoportable. Presa de remordimientos por haberroto un santo sacramento, Teresa zanjó por lo sanoy en 1978 se divorció por primera vez. Para redimir-se, se desplazó a Múnich, donde vivía José Rifa, unsacerdote fiel seguidor suyo. Quería pedirle conse-jos y tal vez absolución. Salieron del confesionariocamino del altar. “Esta unión fue un fracaso total”,reconocerá ella. Otro divorcio a cuestas, y ambospagados por ella.

Este matrimonio durará catorce años; al cabo, elbuen eclesiástico volvió al redil y se metió en un

convento con un peculio semejante al anterior. Así,magnánima, compensaba ella los placeres de una vi-da familiar. Estas experiencias matrimoniales la lle-varon a pensar, medio en serio, medio en broma, quepara una cantante, un marido es una equivocación:deberían echarse un amante que no viviera con ella,que asistiese a sus conciertos, que pasaran la nochejuntos y que el día siguiente desapareciera. Una evo-lución hacia esa sana actitud se efectúa en noviem-bre de 1955, cuando en Chicago interpreta de formaalucinante L’heure espagnole, de Mauricio Ravel.Dice ella: “Me fascinó esa mujer desbordante de vi-da y de humor, que un día que en ausencia de su ma-rido juega al escondite con sus amantes antes deecharse en brazos de un robusto descargador”.

A Carmen le debe su autonomía. “Cuando meatreví con Carmen también me sentí con valor derecomenzar mi vida”. En 1993 Teresa alcanzó sugran amor, el verdadero, el único, cuando tenía se-senta años, pero se le echarían cuarenta. El afortu-nado fue un diplomático al que conoció en laembajada de España en Tokio. Lo mismo que Car-men decide conquistar a Escamillo (Il me plaît, je leveux), Teresa pensó este hombre será mío. Durantedos años y medio, la pareja vivió un amor total, pro-fundo, absoluto, sin ataduras religiosas o sociales.

Yo me instalé en París y dejé de verla duranteunos cuarenta años, pero continuamente me llega-ban ecos de su reino en el mundo de la ópera consencillez y grandeza. En pleno apogeo, viene a Pa-ris a interpretar las Siete canciones españolas deManuel de Falla, acompañada a la guitarra por Nar-ciso Yepes. Ahí nos reencontramos.

Hablamos mucho de nuestras juventudes en Ma-drid, de lo que fue de nuestros amigos comunes. Ellasublime, como siempre, me invitó al concierto de lanoche en la Unesco. Me irritó mucho verla merma-da por el guitarrista, torpón y sin gracia. Entre can-ción y canción, cada dos o tres minutos, Yepespasaba por lo menos cinco afinando la guitarra, le-vantando el taburete, secándose el sudor, de modoque el espectáculo perdió todo su encanto. Así lo es-cribí en la revista Triunfo. A Yepes le sentó muy mal,arremetiendo públicamente contra mí. Intervino en-tonces Teresa en mi defensa.

Hace unos cinco años, en un recital en Santan-der, Teresa se quedó sin voz en el escenario. Purosnervios, sin duda. Estaban operando a su nietecitade apendicitis y le habían dicho que la intervenciónse alargaba un poco. La Teresa de siempre se pusoa fantasear y se le obstruyó la garganta. Pensó quese trataba de una señal para retirarse.

Ha rechazado ofertas de Claudio Abbado paravolver a la Scala de Milán; se niega a dar clases enel Conservatorio de Madrid. En cambio, ha recibi-do más de cien condecoraciones, destacando la me-dalla de la Real Academia de Bellas Artes de SanFernando que la reconoce como su primera mujerAcadémica de Número, así como tampoco desde-ñó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artesde 1982, ni la Gran Cruz de la Orden Civil de Al-fonso X el Sabio. Entre los méritos que se le reco-nocen ¡al fin! para la obtención de tan altasdistinciones figura “su trayectoria internacional,mantenida y aclamada en una carrera superior amedio siglo de actividad profesional que la empla-za, por sus atributos extraordinarios, entre los pri-meros cantantes del siglo XX”. También aceptó elhomenaje que le rindió el Teatro Real el 21 de ju-nio de 2013.

Ahora vive en un caserón del siglo XVII, situa-do justo enfrente de la Basílica de San Lorenzo deEl Escorial, por cuyas ventanas se cuela una luz “dig-na de Vermeer”, presume ella. Allí aloja su historiay sus recuerdos: Todo lo que ha ido atesorando a lolargo de ocho décadas –“he tenido una vida llenísi-ma, no solo de éxito, también de la felicidad de po-der cantar”–.

Pero ya no volverá a los escenarios. Desde elpercance de voz antes aludido, teme estafar a un pú-blico “que no paga un billete entero para escuchara una cantante a medias”. <

“destacadodestacado”

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ENCUENTROS CON GENIOS DE LAS ARTES

Teresa Berganza, un canto a la vidaPeriodista y escritor, Ramón Chao es autor de varias novelas inolvidables (El lago de Como, La pasión de Carolina Otero, Las travesías de Luis Gontán). Fue tam-bién, en París donde reside, director de Radio France Internationale y corresponsal del semanario Triunfo. A lo largo de esas experiencias conoció a numero-sos creadores. En una serie de textos, Ramón Chao va recordando cada mes para nuestros lectores algunos de sus encuentros con genios como la mezzo sopra-no Teresa Berganza, de quien nos habla esta vez.

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Por RAMÓN CHAO *