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Page 1: ENCUENTROS CON GENIOS DE LAS ARTES Teresa … · 27 SEPTIEMBRE 2013 E n 1946, llegué a Madrid con una beca de la Diputación de Lugo, conseguida tras un recital de piano en el Círculo

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En 1946, llegué a Madrid con una becade la Diputación de Lugo, conseguidatras un recital de piano en el Círculo delas Artes de esa ciudad gallega. Segúndesembarqué en la capital entré de ca-

beza en el internado Apóstol Santiago, para cursarel bachillerato, con salidas ad libitum al Conserva-torio de música. Allí me pusieron a estudiar pianocon Francisco Fúster, armonía con García de la Pa-rra y estética e historia de la música con José Fort,de modo que pasaba la mayor parte del tiempo enel caserón de la calle San Bernardo... A mis onceaños era el más joven del centro, y los que me lle-vaban dos o tres me parecían unos ancianos: entreotros Mercedes Lambry (cantante), Esteban Sán-chez y Jorge Luis Rubio (pianistas), el futuro com-positor Luis de Pablo, Odón Alonso, director deorquesta, y Teresita Berganza.

Cuando entré en el Conservatorio, Berganza yahabía realizado cuatro cursos de solfeo, y estudia-ba órgano con Jesús Guridi, el autor de El Caserío.Al fin descubrió su instrumento predilecto, com-puesto por “Mi voz, mi cuerpo, mi alma, mi cabe-za, mis pies, pues no se canta con solo las cuerdasvocales”. Pese a llevar asignaturas distintas, nos co-nocíamos todos bien, pues las clases estaban abier-tas y además, para valorizar sus cátedras, losprofesores organizaban master class dos o tres ve-ces al año, en las que exhibían a sus más destaca-dos pupilos.

Nacida en 1910, la profesora Lola Rodríguez deAragón, ahijada del compositor Joaquín Turina, ha-bía estudiado en Alemania con Elisabeth Schumann.Su discípula más brillante y precoz era Teresa Ber-ganza, niña pizpireta, de manos chiquitas y ampliascaderas para sus catorce años. Recuerdo las exhibi-ciones que le montaba Lola Rodríguez de Aragón asu joyita. Sin embargo, fue su padre, trompetista ypianista amateur, quien le inculcó los rudimentos demúsica y literatura. Todos los domingos llevaba asu hija al concierto que, en el parque del Retiro, ofre-cía la Banda Municipal, dirigida por Manuel LópezVarela, que interpretaba a Mozart, Beethoven, Wag-ner… En casa, la acompañaba al piano, y ella can-taba. Por la tarde iban al Museo del Prado, yadmirando a Goya, Velázquez y Jerónimo Bosch, élle contaba novelas de Alejandro Dumas, Cervantesy Víctor Hugo, mezclando lo real con lo fantástico.De algún modo fue su primer profesor, más no pormucho tiempo. Debido a que era rojo como las ama-polas, republicano y “ateo por la gracia de Dios” se-gún decía, adelantándose a Buñuel, el hombre pasabatantos meses en la cárcel como en el hogar.

De trato abierto, gracia y aptitud musical fuerade lo común, la niña tenía ese don divino que, al pa-recer, poseían Mozart y Saint-Saëns: el oído abso-luto; es decir, que le llegaba un sonido (de piano,violín, gaita o lo que fuese), y decía la nota. Llora-ba y reía sin discontinuidad, y encajaba críticas yalabanzas con la misma sencillez. De una sensibi-lidad extremada, vehemente y sensual, nos tenía atodos encandilados. A mí, en particular, sobre todoque había dejado de verla, porque a los quince su-frió una crisis mística y logró fugarse al conventode las Clarisas de Alcalá, como la otra Teresa hicie-ra en Ávila. Las monjas estaban encantadas, puesles tocaba el órgano y les daba lecciones de cantogregoriano. Mis sentimientos eran castos, pero contodo, cuando esa niña cantaba, se me agitaba la res-piración y, sin llegar a los éxtasis de Santa Teresa,sentía un tremendo desasosiego en las tripas... Encambio, creo que la única frustración de mi tenta-dora en aquellos tiempos fue la imposibilidad paraella de estudiar dirección de orquesta, como desea-ba: no era profesión para señoritas.

Con Rodríguez de Aragón, en cambio, todo leera fácil. Podría haber interpretado partituras de so-prano lírica, porque alcanzaba sin esfuerzo el mi be-mol sobreagudo, pero su profesora la convenció deque el color natural de su voz era el mezzo. Para im-postarle esa coloratura, Lola se sirvió del métododel gran maestro Manuel García, padre de PaulineViardot y de la Malibrán, basado en la sencillez, enel oído y en una musicalidad excepcionalmente fi-na. El gran García deseaba que cada alumno can-

tara de la forma más natural y con el menor esfuer-zo. Los iniciaba en el estudio de escalas y arpegios,entonados lentamente, y después les adelantaba enarias italianas sencillas. Consideraba importante queel alumno adquiriera agilidad; según él, se tardabaaproximadamente dos años. Teresita los aprovechópara perfeccionar el piano al mismo tiempo. Pron-to obtuvo un primer premio con la Sonata en la ma-yor alla turca de Mozart, y asimiló con perfecciónla técnica vocal.

A los veinte años, por vez primera, Teresa ac-tuó en público como cantante, en el Ateneo de Ma-drid. El director del teatro había oído hablar de ellaen una grabación de zarzuelas, y la contrató deslum-brado por la belleza de su voz y su asombrosa pre-paración técnica. Con naturalidad e inconsciencia,Teresita abordó el Frauen und leben de Schumann,los Salmos del Rey David, las Enfantines de Mous-sorsky y Strauss, Bach, sin olvidar a Xavier Mont-salvatge y otros compositores españoles. Un críticoescribió que “por su gracia y sensualidad, mejor lesería dedicarse a la música popular”. Tal insultan-te juicio fue determinante para que la arrebatadoraBerganza se largara al extranjero y dejase su país,donde nunca se le apreciaría en su justo valor. Otros,como Antonio Fernández-Cid, tratando de paliar laofensa del anterior plumífero, se refieren a ella ensuperlativo: “Berganza es la interiorización, la sen-sualidad, la pasión. Siempre está pendiente del me-jor, por encima del más, de la pureza antes que delalarde, del paladeo de una conquista de timbre, sinbuscar finales en punta que, para sus enormes do-tes histriónicas, no supondrían el menor problema”.

Ese concierto significaría el inicio de la irresis-tible ascensión de Teresa. Como el régimen fran-quista no le ayudaba (sin duda por las ideas de su

padre), firmó una serie de contratos con la RAI ita-liana; desde París, la solicitó Gabriel Dusserget, ani-mador del Festival de Ópera de Aix-en-Provence.En el extranjero y con veintidós años, empieza sufulgurante carrera. Canta Dorabella de Cosi fan tut-te de Mozart, hito histórico del Festival de Aix-en-Provence al que volverá todos los años; sigue en laScala de Milán, el Festival de Edimburgo, dondedeslumbra su interpretación de Carmen, lejos de ha-baneras y pandereteras de pacotilla, en el ConventGarden. Y ya grande entre las más grandes, diva ab-soluta, es elegida por Joseph Losey para encarnar elpersonaje de Zerlina en su famosa película Don Gio-vanni de Mozart, filmada en los palacios de Palla-dio. Ahí ganó el artículo “la”, que antepuesto a suapellido, los apasionados de ópera solo conceden alas divinas: la Malibrán, la Callas, la Caballé…y laBerganza. Y ¡ay!, se casa con Félix Lavilla.

Nos extrañó mucho esta decisión, acostumbra-dos como estábamos al misticismo de Teresa, y se-guros de que se había preparado para un matrimonioque durara toda la vida, como su Dios manda. Enaquel entonces, el vasco Félix la acompañaba al pia-no, lo cual muchos de nosotros sentimos en ciertomodo como un abandono. Pero se dejó llevar porun flechazo, pese a los consejos de su madre: Félixestaba agarrotado por el catolicismo. Al poco, deci-dieron casarse y eso ya fue abusivo. Veinte años du-ró el matrimonio, de 1957 a 1977, y tuvieron hijos.Pero al cabo, la piedad religiosa del marido le resul-tó insoportable. Presa de remordimientos por haberroto un santo sacramento, Teresa zanjó por lo sanoy en 1978 se divorció por primera vez. Para redimir-se, se desplazó a Múnich, donde vivía José Rifa, unsacerdote fiel seguidor suyo. Quería pedirle conse-jos y tal vez absolución. Salieron del confesionariocamino del altar. “Esta unión fue un fracaso total”,reconocerá ella. Otro divorcio a cuestas, y ambospagados por ella.

Este matrimonio durará catorce años; al cabo, elbuen eclesiástico volvió al redil y se metió en un

convento con un peculio semejante al anterior. Así,magnánima, compensaba ella los placeres de una vi-da familiar. Estas experiencias matrimoniales la lle-varon a pensar, medio en serio, medio en broma, quepara una cantante, un marido es una equivocación:deberían echarse un amante que no viviera con ella,que asistiese a sus conciertos, que pasaran la nochejuntos y que el día siguiente desapareciera. Una evo-lución hacia esa sana actitud se efectúa en noviem-bre de 1955, cuando en Chicago interpreta de formaalucinante L’heure espagnole, de Mauricio Ravel.Dice ella: “Me fascinó esa mujer desbordante de vi-da y de humor, que un día que en ausencia de su ma-rido juega al escondite con sus amantes antes deecharse en brazos de un robusto descargador”.

A Carmen le debe su autonomía. “Cuando meatreví con Carmen también me sentí con valor derecomenzar mi vida”. En 1993 Teresa alcanzó sugran amor, el verdadero, el único, cuando tenía se-senta años, pero se le echarían cuarenta. El afortu-nado fue un diplomático al que conoció en laembajada de España en Tokio. Lo mismo que Car-men decide conquistar a Escamillo (Il me plaît, je leveux), Teresa pensó este hombre será mío. Durantedos años y medio, la pareja vivió un amor total, pro-fundo, absoluto, sin ataduras religiosas o sociales.

Yo me instalé en París y dejé de verla duranteunos cuarenta años, pero continuamente me llega-ban ecos de su reino en el mundo de la ópera consencillez y grandeza. En pleno apogeo, viene a Pa-ris a interpretar las Siete canciones españolas deManuel de Falla, acompañada a la guitarra por Nar-ciso Yepes. Ahí nos reencontramos.

Hablamos mucho de nuestras juventudes en Ma-drid, de lo que fue de nuestros amigos comunes. Ellasublime, como siempre, me invitó al concierto de lanoche en la Unesco. Me irritó mucho verla merma-da por el guitarrista, torpón y sin gracia. Entre can-ción y canción, cada dos o tres minutos, Yepespasaba por lo menos cinco afinando la guitarra, le-vantando el taburete, secándose el sudor, de modoque el espectáculo perdió todo su encanto. Así lo es-cribí en la revista Triunfo. A Yepes le sentó muy mal,arremetiendo públicamente contra mí. Intervino en-tonces Teresa en mi defensa.

Hace unos cinco años, en un recital en Santan-der, Teresa se quedó sin voz en el escenario. Purosnervios, sin duda. Estaban operando a su nietecitade apendicitis y le habían dicho que la intervenciónse alargaba un poco. La Teresa de siempre se pusoa fantasear y se le obstruyó la garganta. Pensó quese trataba de una señal para retirarse.

Ha rechazado ofertas de Claudio Abbado paravolver a la Scala de Milán; se niega a dar clases enel Conservatorio de Madrid. En cambio, ha recibi-do más de cien condecoraciones, destacando la me-dalla de la Real Academia de Bellas Artes de SanFernando que la reconoce como su primera mujerAcadémica de Número, así como tampoco desde-ñó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artesde 1982, ni la Gran Cruz de la Orden Civil de Al-fonso X el Sabio. Entre los méritos que se le reco-nocen ¡al fin! para la obtención de tan altasdistinciones figura “su trayectoria internacional,mantenida y aclamada en una carrera superior amedio siglo de actividad profesional que la empla-za, por sus atributos extraordinarios, entre los pri-meros cantantes del siglo XX”. También aceptó elhomenaje que le rindió el Teatro Real el 21 de ju-nio de 2013.

Ahora vive en un caserón del siglo XVII, situa-do justo enfrente de la Basílica de San Lorenzo deEl Escorial, por cuyas ventanas se cuela una luz “dig-na de Vermeer”, presume ella. Allí aloja su historiay sus recuerdos: Todo lo que ha ido atesorando a lolargo de ocho décadas –“he tenido una vida llenísi-ma, no solo de éxito, también de la felicidad de po-der cantar”–.

Pero ya no volverá a los escenarios. Desde elpercance de voz antes aludido, teme estafar a un pú-blico “que no paga un billete entero para escuchara una cantante a medias”. <

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ENCUENTROS CON GENIOS DE LAS ARTES

Teresa Berganza, un canto a la vidaPeriodista y escritor, Ramón Chao es autor de varias novelas inolvidables (El lago de Como, La pasión de Carolina Otero, Las travesías de Luis Gontán). Fue tam-bién, en París donde reside, director de Radio France Internationale y corresponsal del semanario Triunfo. A lo largo de esas experiencias conoció a numero-sos creadores. En una serie de textos, Ramón Chao va recordando cada mes para nuestros lectores algunos de sus encuentros con genios como la mezzo sopra-no Teresa Berganza, de quien nos habla esta vez.

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Por RAMÓN CHAO *