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El 17 de mayo del 2016 dijo en su homilia: La tentación de la mundanidad es una de las principales que sufre todo cristiano y contra la que debe luchar. Jesús enseña a sus discípulos el camino del servicio cuando se preguntan quién es el más grande entre ellos. “Jesús habla un lenguaje de humillación, de muerte de redención y ellos hablan un lenguaje carrerista: ¿quién estará más alto en el poder?”. Esta es “una tentación que tenían ellos”, eran “tentados por el modo de pensar del mundo mundano”. “En el camino que Jesús nos enseña para ir adelante, el servicio es la regla”. “El más grande es el que más sirve, aquél que está más al servicio de los otros, no el que cuenta, el que busca el poder, el dinero… la vanidad, el orgullo… No, estos no son los grandes”. “Esto es lo que sucedió con los apóstoles, también con la madre de Juan y Jacob, es una historia que sucede cada día en la Iglesia , en cada comunidad. ‘De nosotros, ¿quien es el más grande?, ¿quién manda?’. Las ambiciones.

Enseñanzas 178 16 Al 22 de Mayo 2016

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Papa Francsco

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El 17 de mayo del 2016 dijo en su homilia: La tentación de la mundanidad es una de las principales que sufre todo cristiano y contra la que debe luchar.

Jesús enseña a sus discípulos el camino del servicio cuando se preguntan quién es el más grande entre ellos. “Jesús habla un lenguaje de humillación, de muerte de redención y ellos hablan un lenguaje carrerista: ¿quién estará más alto en el poder?”.

Esta es “una tentación que tenían ellos”, eran “tentados por el modo de pensar del mundo mundano”. “En el camino que Jesús nos enseña para ir adelante, el servicio es la regla”.

“El más grande es el que más sirve, aquél que está más al servicio de los otros, no el que cuenta, el que busca el poder, el dinero… la vanidad, el orgullo… No, estos no son los grandes”.

“Esto es lo que sucedió con los apóstoles, también con la madre de Juan y Jacob, es una historia que sucede cada día en la Iglesia, en cada comunidad. ‘De nosotros, ¿quien es el más grande?, ¿quién manda?’. Las ambiciones. En toda comunidad –en las parroquias o en las instituciones– siempre hay esta querencia de ‘escalar’, de tener el poder”.

“La vanidad, el poder… es como y cuando tengo esta querencia mundana de ‘ser con el poder’, no de servir, sino de ser servido, no se ahorra nunca cómo llegar: los chismes, ensuciar a los otros… la envidia y los celos llevan a este camino y destruye. Y esto nosotros lo sabemos todos”.

Ocurre “en cada institución de la Iglesia: parroquias, colegios, otras instituciones, también en los obispados… todos. La querencia del espíritu del mundo, que es espíritu de riqueza, vanidad y orgullo”.

"Cuando los grandes santos decían sentirse muy pecadores es porque habían entendido este espíritu del mundo que estaba dentro de ellos y tenían muchas tentaciones mundanas”.

“Ninguno de nosotros puede decir: no, yo soy una persona santa, limpia”, pero “todos nosotros somos tentados por estas cosas, somos tentados de destruir al otro para subir”.

“Es una tentación mundana, que divide y destruye la Iglesia, no es el Espíritu de Jesús”, ‘Jesús dice estas palabras y los discípulos que dicen ‘no, mejor no preguntar demasiado, vamos adelante’, y los

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discípulos que prefieren discutir entre ellos sobre quien será el más grande”.

“Nos hará bien pensar en las veces que hemos visto esto en la Iglesia en las veces que nosotros hemos hecho esto, y pedir al Señor que nos ilumine para entender que el amor por el mundo, es decir, este espíritu mundano, es enemigo de Dios”.

El 19 de mayo dijo en parte de su homilia: Quienes acumulan riquezas a causa de la explotación de las personas cometen un pecado mortal, y son como sanguijuelas.

Están equivocados quienes siguen la llamada “teología de la prosperidad”, según la cual “Dios te hace ver que andas en justicia si te da tantas riquezas”. “No se puede servir a Dios y a las riquezas” pues las segunda se convierte en “cadenas” que quitan “la libertad para seguir a Jesús”.

“Cuando las riquezas se logran con la explotación de la gente… la pobre gente se vuelve esclava”. El mundo actual siempre ocurre que las personas llegan y dicen “quiero trabajar”, los contratan de septiembre a junio y luego “julio y agosto tienen que comer aire”. Estas personas son “verdaderas sanguijuelas” pues viven de la explotación de la gente, viven de esclavizarlas.

Hoy existe "una verdadera esclavitud”. No es algo del pasado, en lugares lejanos – ya no se va a África para vender esclavos en América. No. Ocurre en nuestras ciudades: hay traficantes que tratan a la gente con el trabajo sin justicia.

“Esto es peor”, “esto es pecado mortal”, hombre rico y el pobre Lázaro. “Este rico estaba en su mundo, no se daba cuenta de que detrás de la puerta de su casa había alguien que tenía hambre”.

Pero el dejar “hambrear a la gente con su trabajo por mi provecho, vivir de la sangre de la gente. Esto es pecado mortal”, y advirtió que se necesitará de mucha penitencia para restituir este pecado, “para convertirse de este pecado”.

“Pensemos en este drama de hoy: la explotación de la gente, la sangre de esta gente que se vuelve esclava, los traficantes de personas y no sólo los que trafican con las prostitutas y los niños en el trabajo de menores, sino en ese tráfico, digamos más ‘civilizado’: ‘Yo te pago hasta aquí, sin vacaciones, sin seguro sanitario, sin… todo en negro… ¡Pero me vuelvo rico!’”.

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Meditemos sobre el drama de estas personas explotadas, y pidamos al Señor que nos ayude a comprender y vivir la sencillez del Señor Jesús, que nos habla hoy en el Evangelio: es más importante un vaso de agua en nombre de Cristo, que todas las riquezas acumuladas con la explotación de la gente.

El 20 de mayo dijo en parte de su homilia: Se debe enunciar la verdad de Dios, sin dejar de lado la comprensión ante la debilidad humana.

Las trampas que los fariseos y los doctores de la ley ponen al Señor para que caiga y minar su autoridad y credibilidad entre las personas; tal como narra el Evangelio de hoy, cuando los fariseos preguntan a Jesús si es lícito para el hombre divorciarse de su mujer.

creyendo tener “toda la ciencia y la sabiduría del pueblo de Dios”, un “grupito de teólogos iluminados” ponen una trampa al Señor, la “trampa de la casuística”, pero que el Señor toma para ir más allá y llegar a la plenitud del matrimonio;

algo que Cristo ya había hecho en el pasado con los saduceos al abordar el pasaje de la mujer que había tenido siete maridos, para señalar que en la resurrección ya no será esposa de ninguno, pues en el cielo no habrá ni mujer ni marido.

“Ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, ‘el hombre no separe lo que Dios ha unido’”. “Jesús responde desde la verdad abrumadora, desde la verdad contundente, ¡ésta es la verdad!, ¡desde la plenitud siempre! Y Jesús nunca negocia la verdad”.

El “grupito de teólogos iluminados”, dijo que estos siempre negociaban la verdad, “reduciéndola a la casuística. Jesús no negocia la verdad. Ésta es la verdad sobre el matrimonio, no hay otra”.

Sin embargo, “Jesús es tan misericordioso, es tan grande, que nunca, nunca, nunca les cierra la puerta a los pecadores”, y es por ello que no se limita a enunciar la verdad, sino que les recuerda a los fariseos lo que Moisés estableció en la ley.

Pero ellos le repitan que Moisés redactó una declaración de divorcio, sin embargo, Jesús responde que esa norma había sido escrita “debido a la dureza del corazón de ustedes”. Lo cual indica que Jesús distingue entre la verdad y la “debilidad humana”.

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“En este mundo en el que vivimos, con esta cultura de lo provisorio, esta realidad de pecado es tan fuerte”. Si bien está “la dureza del corazón, está el pecado”, no todo está perdido sino que algo se puede hacer, pues también está “el perdón, la comprensión, el acompañamiento, la integración”, y sobretodo que “¡la verdad no se vende nunca!”.

“Jesús es capaz de decir esta verdad tan grande y al mismo tiempo ser tan comprensivo con los pecadores, con los débiles”. Jesús nos enseña dos cosas: “la verdad y la comprensión”, y remarcó que es esto lo que los “teólogos iluminados” no pudieron comprender, pues estaban cerrados en el “¿se puede?” o “¿no se puede?”, y por lo tanto fueron incapaces de tener horizontes grandes, fueron incapaces de amar hasta la debilidad humana.

Baste ver “la delicadeza» con la que Jesús trata a la adúltera, que iba a ser lapidada: «Yo tampoco te condeno, anda y de ahora en adelante no vuelvas a pecar”.

“Que Jesús nos enseñe a tener con el corazón, una gran adhesión a la verdad, y también con el corazón una gran comprensión y acompañamiento a todos nuestros hermanos que están en dificultad”,

“Y éste es un don, esto lo enseña el Espíritu Santo, no esos doctores iluminados, que para enseñarnos necesitan reducir la plenitud de Dios a una ecuación casuística ¡Que el Señor nos dé esta gracia!”.