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PAOLA BOHÓRQUEZ GONZÁLEZ Antropología Pedagógica Trabajo Final… o su deconstrucción ¿ENTRE-PIELES? El hecho de que la piel sea una parte del mundo no quiere decir que ésta ya esté precisamente esto que nos hace humanos? ¿La imagen de nuestras pieles nos es entregada pero a su vez aprendida?. ¿Cuál es la silueta que dibuja lo “propio” y lo “ajeno”? ¿Qué es lo que es entregado y qué es lo que es trans-formado? ¿Cómo es entregado lo que es entregado y cuándo se vuelve “propio”? ¿Cómo es que “lo que somos” se transparenta en la piel? ¿Cuál es la piel del rostro? ¿Cuál es nuestro rostro de humanos? No creo que pueda responder a estas preguntas. Considero que la búsqueda diaria se trata de preguntarse y quizá dejarse de preguntar para… simplemente danzar por el mundo. De esta manera he aprendido a estar en esta condición de ser-humano. No se si a entenderla, pero por lo menos a sentirla. Presiento que entre la piel, entre estas capas que me han conformado toda la vida como lo que soy, habitan mis herencias y mis aprendizajes. Mis ganas de heredar y de compartir experiencias-conocimientos-pensamientos. Iniciaré mi reflexión con esta imagen-recuerdo.

Entre pieles

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PAOLA BOHÓRQUEZ GONZÁLEZ Antropología Pedagógica

Trabajo Final… o su deconstrucción ¿ENTRE-PIELES?

El hecho de que la piel sea una parte del mundo no quiere decir que ésta ya esté precisamente esto que nos hace humanos? ¿La imagen de nuestras pieles nos es entregada pero a su vez aprendida?. ¿Cuál es la silueta que dibuja lo “propio” y lo “ajeno”? ¿Qué es lo que es entregado y qué es lo que es trans-formado? ¿Cómo es entregado lo que es entregado y cuándo se vuelve “propio”? ¿Cómo es que “lo que somos” se transparenta en la piel? ¿Cuál es la piel del rostro? ¿Cuál es nuestro rostro de humanos? No creo que pueda responder a estas preguntas. Considero que la búsqueda diaria se trata de preguntarse y quizá dejarse de preguntar para… simplemente danzar por el mundo. De esta manera he aprendido a estar en esta condición de ser-humano. No se si a entenderla, pero por lo menos a sentirla. Presiento que entre la piel, entre estas capas que me han conformado toda la vida como lo que soy, habitan mis herencias y mis aprendizajes. Mis ganas de heredar y de compartir experiencias-conocimientos-pensamientos. Iniciaré mi reflexión con esta imagen-recuerdo.

 

Cuando tenía seis o siete años de edad, en las vísperas de la Navidad, escribía la carta al Niño Dios en la piel de mis piernas. La cartas para “pedir regalos y deseos” es costumbre de países de Latinoamérica y Europa Central; Yo aprendí esta costumbre en la familia y posiblemente de muchas generaciones. La había aceptado como “herencia cultural” pero la transformé en algo mucho “más reconocible”. Escribía en la piel para que en algún momento yo despertara y pudiese ver al “Niño”, o quizá me fuera con él en sus viajes nocturnos como testigo de algo que me parecía misterioso y mágico a la vez. Nunca volé al lado de un niño recién nacido ni tampoco logré despertar para ver si alguien leía mis palabras. Ahora pienso que durante toda mi vida, he buscado en lugares precisos del cuerpo esto que me parecía tan misterioso de “ser humano”. ¿Quién soy yo? Es una pregunta que me persigue y que me hace tocar las cosas. Tocar para descubrir. Tocar con las manos y los pies. Incluso tocar por “el revés” de la piel.

 

Y entonces comencé a revestirme de adentro hacia fuera. A preguntarme sobre lo que me era entregado y a crear nuevas posibilidades, creo, sin tener mucha conciencia al respecto. El color de mi piel fue heredado de mis padres. Quizá el también el tamaño de mis pies y la forma de las uñas… Pero la manera de pisar quizá no. Tampoco la manera como se fueron transformando los huesos y las articulaciones hacia lo que se parece mas bien a los pies de quien entrena para bailar. Herencias genéticas junto con aprendizajes culturales… pero ¿Quién habita en ese borde? ¿Quién busca respuestas en las texturas?

¿Quién habita en estas pieles? ¿Desaparecerán algún día? ¿Qué quedará de ellas?

 

¿A quién busco?

¿Qué busco cuando siento el mundo en las plantas de los pies?

 

Bailar con los tacones de mi madre era como posarme en su piel. Pero no dentro de su cuerpo, sino fuera de él. Lo que ella había caminado estaba bajo mis pies. Y su aroma. Su ímpetu. Pero no jugaba a “ser ella”. Jugaba a estar en “el otro lado”. Los zapatos esta vez brindaban la posibilidad de “ser mamá sin ser mamá”. Era real la exposición y el ocultamiento en el mismo lugar; Lo oscuro y lo brillante. El desdoblamiento de otra silueta del cuerpo. Y creo ahora entonces que lo que buscaba eran muchas posibilidades de imágenes de mi propio cuerpo. Y en estas imágenes comprendía que estaba en el mundo. Esa piel que me recubría por momentos era una posibilidad de transformarme y transformarla… como si estos zapatos a su vez dejaran de ser unos simples zapatos y comenzaran a hacer parte de una singular forma de pensar. Le he preguntado a mi madre en estos días sobre estas imágenes de juego y ella con una sonrisa me dice que cuando vestía sus zapatos mis ojos brillaban y experimentaba diferentes formas de caminar y de bailar. Como si un mundo nuevo apareciera cuando aparecen otras maneras de pisarlo. Un mundo que había sido entregado en un par de objetos.  

 

 

Y entonces me pregunto si esta forma de “transformar la piel” es algo que viene de mucho tiempo atrás, desde que se celebran los retratos o quizá desde que el ser humano comienza a vestirse no solamente para adaptarse a un ambiente natural. Me pregunto si mirarse “cara a cara” o mas bien “cuerpo a cuerpo” es reconocerse a sí mismo, en el otro, en los otros, en el cuerpo de las cosas… Me pregunto si en la educación que hemos fundado hasta el momento enseñamos a los sujetos a reconocer-se o mas bien nos reconocemos mutuamente cuando nos miramos, nos tocamos, nos percibimos desde otros lugares más allá de los ojos y la palabra. En esta búsqueda de saber quienes somos en el mundo, buscamos a la vez qué es el mundo ante-entre-en nosotros; me ha sido entregada la piel, pero yo la reconozco siendo piel. Me han sido entregados los pies, pero yo los reconozco pisando el mundo. Me han sido entregados los paisajes, los objetos, las palabras, los lugares, las texturas. Y todo esto se parece tanto a mi cuerpo que no sabría definir donde empieza mi rostro y dónde termina. Si el rostro es la “cara”. Si mi rostro es lo que quiero ver, si mi rostro más bien son mis pies, o cualquier otra parte de mi cuerpo. Supongo que estas antiguas búsquedas han estado presentes antes de que yo naciera, esto de pensar quiénes somos como seres humanos, qué hacemos en el mundo, cómo es que sentimos, qué nos viste, qué nos reviste… cómo aprendimos a pisar. Pero también supongo que estas búsquedas nos llevan a cada uno de nosotros a mirarnos, a observar y a detenernos para no pasar corriendo por la vida sin respirar, sin observar un poco hacia adentro y hacia fuera… O quizá mirar hacia ese lugar que es impreciso, no es di dentro del cuerpo ni fuera de éste, no es entregado pero tampoco aprendido, es precisamente ese borde que cubre pero que a su vez trasluce. Es así como me atrevo a confesar la angustia que me habita como maestra de danza y es la instauración de imágenes que por alguna razón me parecen estereotipadas. Me da miedo estar tan cerca del cuerpo de mis estudiantes que me asusta entregarles un mundo ya confeccionado. Un mundo de pocas posibilidades de sentirlo porque está sobre-sentido. Un mundo que es tan transparente que deja de ser traslúcido y se convierte en algo que enceguece la piel. Y sin embargo, sigo en la trama de las escuchas, de los sentires y de las esperanzas de dejar que el cuerpo de cada quien entre y se descubra. Se cree y se reconozca.