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EPISODIOS DE UN VIAJE SUMARIO: ¿Qués es viajar?-Visita al cementerio.-Mi jardín.-La última noche.-La Sabana.-Cuatro Esquinas.-Facatativá.-Los Man· zanos.-El Aserradero.-EI camino.-Villeta.-Petaquero.-Alto del Trigo.-Las Tibaycs. Julio de 186.. "No hay placer más triste que viajar", ha dicho ma- dama Stael. Otros escritores de talento han dicho: "Viajar es vivir y estudiar." ¿Qué habrá en esto de cierto? Yo he viajado otra vez, pero entonces era muy joven, era casi niño, y viajaba con el entusiasmo con que en esa edad se asiste a un espectáculo. El mundo era en· tonces para mí una fantasmagoría y no un libro. Veía lo que pasaba delante de mis ojos, pero no estudiaba nada. Muy grato me sería hoy haber escrito mis impresio- nes de entonces. Leerlas, sería para mí volver a vivir la vida que ya no existe en mí sino con la palidez de los recuerdos. Sería saber a fondo lo que yo era y lo que yo pensaba ahora trece años. .. ver, por decirlo así, el retrato de mi alma juvenil ... Hoy, que vuelvo a viajar, lo hago con la pluma en la mano. Las páginas que voy a escribir no las verá nadie talvez; pero yo quiero consignar mis impresio-

EPISODIOS DE UN VIAJE - bdigital.unal.edu.co de un viaje.pdf · tima copa que se bebió fue de sangre caliente, heroica y libre; ... después de Dios es el dios del hombre ... Alma,

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EPISODIOS DE UN VIAJE

SUMARIO:

¿Qués es viajar?-Visita al cementerio.-Mi jardín.-La últimanoche.-La Sabana.-Cuatro Esquinas.-Facatativá.-Los Man·zanos.-El Aserradero.-EI camino.-Villeta.-Petaquero.-Altodel Trigo.-Las Tibaycs.

Julio de 186..

"No hay placer más triste que viajar", ha dicho ma-dama Stael. Otros escritores de talento han dicho:"Viajar es vivir y estudiar." ¿Qué habrá en esto decierto?

Yo he viajado otra vez, pero entonces era muy joven,era casi niño, y viajaba con el entusiasmo con que enesa edad se asiste a un espectáculo. El mundo era en·tonces para mí una fantasmagoría y no un libro. Veíalo que pasaba delante de mis ojos, pero no estudiabanada.

Muy grato me sería hoy haber escrito mis impresio-nes de entonces. Leerlas, sería para mí volver a vivirla vida que ya no existe en mí sino con la palidez delos recuerdos. Sería saber a fondo lo que yo era y loque yo pensaba ahora trece años. .. ver, por decirloasí, el retrato de mi alma juvenil ...

Hoy, que vuelvo a viajar, lo hago con la pluma enla mano. Las páginas que voy a escribir no las veránadie talvez; pero yo quiero consignar mis impresio-

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nes en este libro, y decidir, no a jJriori sino a posterio-l'i, si madama Stael tenía o no razón, aunque estoybastante inclinado a sostener la paradoja de la inmor-tal autora de Corina.

He leído en alguna parte que Eliseo, al despedirsede sus amigos, mató sus bueyes y los hirvió con la le-ña de su arado. Yo no he sido tan galante como él;menos aún: yo no me he despedido, siquiera, o.e misamigos. Nada hay más doloroso que el "adiós" que sedice a las personas queridas. .. y en cuanto a los ban-quetes de despedida, hay mucho de fúnebre en ellospara considerarlos como una fiesta. Mas, si no son unafiesta, entonces están mal los manjares, los vinos, lasflores y los brindis en ellos. Si yo hubiera sido giron-dino, habría asistido a la famosa cena en donde la úl-tima copa que se bebió fue de sangre caliente, heroicay libre; yo también hubiera brindado por la próximaau1'01'a, la cual debía venir junto con la carreta asesinaa llamar a la puerta de la prisión de Estado. Se puedesonreír a la muerte con la sonrisa fiera del .héroe, ocon los dulces labios del creyente; pero no opino quese deba exornar una escena de lágrimas con las galasdel festín.

Viajar no es sino morirse uno temporalmente paralos que lo aman y para los que uno ama.

Yo no dije adiós sino a una tumba. Cuando entré alcementerio (eran las ocho de la mañana), el sagradolugar estaba desierto. No parecía, como sucede siem-pre, que todos sus huéspedes durmiesen en él, sinoque hubieran salido de sus lechos de piedra con teste-ras de mármol, y les hubiese cogido el día sin volver aellos. Un viento gélido y lluvioso sacudía las ramas delos árboles, arrancando de sus hojas copiosas descar-gas de gotas cristalinas, las cuales, después de brillar

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como diamantes, se estrellaban como vidrios. Había-escasezde flores y por consiguiente de perfumes. Avespequeñas y medrosas correteaban por entre la grama vlas cruces rústicas. Yo pasé de largo, y uno de los se-pultureros que encontré al paso me miró con estupor.Aunque marchaba con pie seguro a mi objeto, no ha-llé de pronto la huesa que buscaba: el dolor me habíahecho olvidar el número; era el 79. Había pasado pordelante de ella sin leer el nombre, que sin duda mira-ron mis ojos. Yo miraba en aquel momento, pero noveía. Es que el ojo mira pero es sólo el alma la que ve,lY mi alma estaba ciega de pena!

¡Fenómenos incomprensibles de la vida y de lamuerte! La persona que yo había visto encerrar parasiempre en esa prisión fría, angosta, fuerte y oscura<¡ue se llama bóveda, quizá me había visto y me habíasentido pasar; quizá me había estado esperando, y mesonreía al través del muro. Su mano, seca y descarna-da, quizá se agitaba en el ataúd para buscar y estre-char la mía, fresca y vigorosa ... quizá su lengua ar-ticulaba, para mí, las palabras de amor de siempre,que eran como el canto predilecto de su corazón. Sinembargo ¡yo había pasado junto, como se pasa alIadode una piedra en el desierto! La cal y los ladrillos es-taban sordos e indiferentes ... Las coronas fúnebres es-taban marchitas, y el sitio solitario. Si al menos hubie-ra yo sentido que las alas de un ángel rasgaban el airey que venía alguien, como de lo alto, a llorar junto amí, o a recoger mis lágrimas ... ¡Nada! absolutamentenada: aquella tumba querida encerraba los restos demi madre, es decir, de ese ser segunda Naturaleza, quedespués de Dios es el dios del hombre ...

Alma, corazón, sonrisa, ternura, amor, desvelo,

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¿qué era de todo eso? ¿adónde había huído? ¿qué gér-menes quedaban aún dentro de aquella fosa?

¿Era cierto que ya no quedaba de mi madre más queese muro y ese letrero, diminuta sentencia de Balta-sar? ., ¡Ironía! ¡Estaba escrito el nombre de la reinade las flores (Rosa) en aquella pared tosca y funeraria!

Yo llevaba en la mano una corona fresca, hecha deflores de mi jardín, y la cambié por la que tres mesesantes había dejado allí. Mas, viendo que mi madre noparecía por ninguna parte, levanté los ojos al cielo yla sonreí en la altura.

Al retirarme del cementerio, noté con tristeza queestaba lleno de personas conocidas mías, que ya nOoeran más. ¡Quiera el cielo que a mí me quepa en suer-te dormir, como ellas, el sueño eterno entre los míos~arrullado por los suspiros de mis hijos y las brisas na-tales!

Semejante a un árbol, la humanidad se renueva porcompleto en cada generación, y constantemente tieneflores, capullos y hojas nuevas. El huracán es su parca".porque el huracán es el que se lleva todo eso.

El caminante que pasa y lo ve, cree que siempre esel mismo árbol; sin embargo, no hay de él ni una solade las moléculas que lo componían ahora cincuentaaños, como no la hay de los hombres que compusieronlas generaciones del tiempo de Sesostris y de César.

No obstante el hallarnos en lo recio de la estaciónde los páramos (lloviznas y brumas), el día ha estadoespléndido. Sol despejado y brillante; cielo azul porla mañana y arrebolado por la tarde; cerros limpios yambiente oloroso. Bogotá es un pensil, cuyo aliento es:las más de las veces balsámico como la emanación deuna flor oriental.

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He estado recorriendo mi jardín y como despidién-dome de cada una de sus plantas. ¡Qué de sensacionestan distintas he experimentado!

Esta flor la sembré yo mismo, cuando el césped eraaquí aún unifonne y duro ... aquélla me la obsequióuna amiga. .. la de más allá ha necesitado de cuida-dos especiales, como una criatura enferma y delicada!Este árbol ha crecido ya lo bastante para abrigarmebajo su copa; su tronco está débil todavía, pero sus ho-jas anuncian ya su primera floración. .. Ese otro co-mo que se inclina y me saluda a impulsos de la brisa.Las camelias, las rosas purpurinas y los cinamomos.más lozanos que nunca, como que se esfuerzan paraostentarse a cual más, ricos en colores y perfumes ...La fuente misma corre más sonora. .. Es, seguramen-te, que todos estos seres, hijos de la luz y de los aro-mas, han conocido que su señor pasea entre ellos porúltima vez y les dice adiós; y todos, a porfía, quierencomplacerlo por la postrera ocasión en este año.

Cien pájaros negros o de pechugas cobrizas, atraídospor la amenidad del sitio, revolotean por el follaje ...Los sauces llorones rastrean sus cabelleras, mientrasque monstruosos nogales blandean apenas sus copassobre sus mástiles erguidos.

¿Quién me dirá a mí ahora, en este mismo mamen·to, que todos estos seres organizados que me rodean.no son, en su escala y en su naturaleza, otros seres co-mo yo? ¿Todos, árboles, flores, pájaros e insectos, serespensantes y sensibles? Todos ellos nacen de amor, sedesarrollan por el esfuerzo de la vida, y perecen por elgolpe de la muerte. " Ellos saben que yo estoy tristeporque vaya partir; que mi mirada encierra un adiósdestinado a cada uno. .. Si ellos suspiran alguna vez

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por mí, yo reconoceré su suspiro entre los hálitos ex-tranjeros.

He atravesado la Sabana, ese plato inmenso de pra-derías, en una jaca amarilla, de paso tan suave comoel vuelo de una paloma. Empero, la Sabana ha estadotriste y lluviosa; no era la misma que he cantado otravez.

Tanto los amigos que nos acompañaban, como nos-otros mismos, resolvimos almorzar en Cuatro Esqui-nas, hoy Distrito Mosquera. Hay allí varias casas y al-guna gent.e, y una de esas casas se distingue desde lejospor su tejado rojo, su forma colosal y sus hermosos co-rredores. El viajero fatigado se afana por llegar allí,donde sueña con un ligero descanso y un buen amuer-lO ¡Vana esperanza!

Cuatro Esquinas está llamado a ser algún día elasiento de una población importante, cuyas calles setrazan hoy. Por ella pasa el camino que lleva hasta laimportante plaza de la Mesa de Juan Díaz, el cual seprolonga hasta la frontera del Ecuador, y cruza todala hoya del alto Magdalena. Por ella pasan tambiénlos caminos que vienen de la capital y de la rica ciu-da de Zipaquirá, y el camino que conduce a Honda,que sirve de comunicación con la Costa y Europa. Nohay quizá otro punto en la Sabana que reúna condicio-nes tan ventajosas para el comercio. Nada tendrá puesde extraño si con el andar de los tiempos se levantaallí una gran ciudad, bella por lo apalanado de suárea, y cuyas venas de hierro, extendiéndose en todasdirecciones, la mantengan activa y feliz.

En todo eso iba yo pensando, y como teníamos treshoras de marcha y de conversación, la idea de un buenalmuerzo, siquiera como el humilde que había toma-de en mi casa en día anterior, vino a sonreírme, como

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me estaban sonriendo los edificios soberbios, las fábri-cas, los acueductos, las cúpulas y los obeliscos de la fu-tura ciudad. Avivé el acicate y llegué. Empero, fue untriste llegar.

La gran casa de teja estaba abandonada, y por to-das partes se leía en el aspecto de sus paredes y venta-nas esta palabra, siempre desagradable para un via-pero: "inhospitalidad". ¿Para qué, pues, había sidoconstruída allí aquella obra? Probablemente para res-guardar el camino de los violentos huracanes delEste ... ¿Es la tal casa una especie de pirámide de estedesierto de esmeralda, para dar curso o para cortar lascorrientes del viento, oficio que, se dice, tienen enEgipto esos grandes sepulcros, de los antiguos reyes,llamados pirámides?

Ningún punto mejor para establecer una posada:sin embargo, nadie piensa en eso, y todos pasamos porallí bostezando, como si las torres de la capital no estu-viesen ahí no más protestando contra nuestra incuria.

Perdida la esperanza en la casa de teja, tratamos deprobar fortuna en la frontera, que es de paja. ¡Tam-poco! Fuimos despedidos de ella con un triste "no haynada", aunque nosotros descubrimos algo detrás de laferoz criatura que así nos trataba.

Fuimos por último a la casa de la otra esquina, endonde nos apeamos, y se nos prometió alguna cosa. Laestación fue larga, muy larga, y el almuerzo corto. Encambio, nuestra vista se deleitó en la contemplaciónde unas vitelas de estilo chinesco, que representabanbatallas, y que podían pasar por bellos modelos de im-perfecciones litográficas.

Vimos también allí un Abdul-Mejid, montado enun caballo blanco de crin y de cola amarilla, y condu-cido del ronzal por un turco gotoso, que le servía de

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lazarillo. ¡Cada pueblo entiende la majestad a su ma-nera.

La parada duró dos horas; dos horas por un cuchu-co sin sal y un pan duro como guijarro ... En cambio,la tienda estaba llena de licores. .. ¡Quizá así lo re-tIuieran las necesidades del tránsito, o de la época!

Mejor nos hubiera ido si nos hubiéramos detenidoen Fontibón, pueblo de lindos campos, y antiguo cu-rato de los padres de la Compañía de Jesús. Allí había-mos visto, al pasar, algunas abacerías atestadas de go-losinas.

En Cuatro Esquinas encontramos varios colombia-nos que venían de países extranjeros. Sus rostros de-mostraban contento porque llegaban ya a sus hogaresy respiraban el dulce ambiente de la Sabana; por elcontrario, nosotros estábamos tristes porque íbamostras lo desconocido, y nuestros corazones eran otrostantos vasos de lágrimas.

Dimos allí el último inarticulado adiós a nuestrosdeudos y amigos, y emprendimos nuestra peregrina-ción cabizbajos y paso entre paso.

Poco después llegamos a Facatativá, hermosa villa,centro de un gran comercio de artículos de agricultu-ra. Se dice que en ella tuvieron los zipas una gran for-taleza, de la cual no existe hoy sino la memoria. Susalredededores son pintorescos, pues los forman herbo-sas colinas, pequeñas hondonadas, grandes piedraserráticas y amenas casitas. Como el Guadiana y otrosríos, el que pasa por Facatativá se esconde en la tierray forma una cueva notable antes de volver a salir a lallanura. También se encuentran allí en algunas pie-dras varios garabatos de los muiscas, que los sabioshan elevado a la categoría de jeroglíficos.

En Facatativá tuvimos el desquite del mal almuerzo

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de Cuatro Esquinas. Nos desmontamos en una posadagrande, decente, que había en la plaza, con un bellQjardín y un comedor espléndido.

En "Los Manzanos", posada ya en vía de ruina, de-jamos nuestros blandos, dóciles y ágiles corceles, porlas duras e indóciles mulas. Allí también echamosnuestra última mirada a la Sabana, vestida entoncescon el manto de oro del sol, que iba a ponerse, y másbrillante que antes del aguacero que acababa de caer.Ibamos a entrar en un mundo nuevo, distinto, ásperoy ardiente; íbamos indudablemente a dejar la patria,a no ser que se quiera decir que ésta no empieza y aca-ba para el santaferefío raizal, como no faltan buenostipos en el bisel de la Sabana.

Antes de las seis de la tarde, y por un camino de ca-bras o de lagartos, abandonados lechos de antiguos to-rrentes, llegamos a un hermoso plano inclinado, cir-cuído de colinas arboladas en la cumbre y de faldasherbosas. Hay allí una gran casa a mano derecha, so-bre la vera del camino, que m{ls abajo se parte en dospara seguir en dirección hacia Honda y hacia Amba-lema. Agradable es el aspecto de la casa, y desde luegose forma uno buena idea de ella al ver en su frenteuna tabla tallada y barnizada en donde está escrito engrandes caracteres:

CLUB DE LA UNJaNSE FLETAN

CABALLOS Y MULAS

Nos fue servida allí una merienda compuesta dechocolate, pan delicado y dulce de almíbar, en buenaporcelana y rica cristalería. Los manteles eran verda-deramente blancos como la nieve -comparación obli-

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gada- y estaban adornados con bellos y caprichososantimacásares. Fuénos todo aquello muy agradable.

No bien había muerto el día tras de las altas cum-bres que, en escala ascendente, parece que amurallanel cielo, cuando una luna espléndida y rojiza apareciópor entre los robles, como una diosa que se despojasede su túnica de encajes para bañarse en el espacio.

Llámase aquel punto "El Aserradero"; y en él diji-mos adiós a la cama fresca, limpia y civilizada.

Salimos bien temprano del Aserradero, y nos inter-namos en lo grueso de la cordillera. Nuestras mulas,diestras en andar por aquellos peligrosos parajes, su-bían y bajaban por las rocas con una firmeza admira-ble. El calor empezaba a ser fuerte, y el sol nos que-maba la espalda con alguna crueldad. Tenía pues ra··zón mi compañero de viaje cuando decía que no habíaacompañante más incómodo en un camino de Améri-ca, que el rubio y pertinaz Febo.

Nada tan accidentado como el terreno por dondecaminábamos, y por lo mismo nada tan pintoresco.Robles altísimos, con sus copas oscuras y sus troncosgrises, nos hacían sombra, sirviendo, a un lado y aotro del precipicio por donde bajábamos, de columna-tas gigantescas. Los fresnos con sus rosetones de oro, ylos guamas cubiertos de frutos, distraían la vista, jun-tamente con los bejucos de flores rojas, azules y viola-das que servían de cintillo flotante a la espesura. Cla-ros arroyos, cabañas escondidas, peñascos caprichososy montes en eterna sucesión, todo nos encantaba. Anuestra izquierda, la serranía -que tiene en este pun-to más de ocho miriámetros de base- trepaba a unaaltura horrorosa, terminando en las nieves eternas delRuiz, que unas veces remedaban una masa de plata,

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capaz de satisfacer la ambición de un avaro, y otras seperdían en el color blanquecino del cielo.

La vegetación era cada vez más vigorosa y más varia-da, desde el roble hasta la caña de azúcar, y desde elgaque, con sus campanillas de amatista y de coral, has-ta el convólvulo con sus flores vaporosas, como los pen-samientos que se desprenden de la fantasía de unavirgen. Sin embargo, ¡cosa extraña! no aparecía porahí una ave ni un monstruo; la selva estaba sola, y ajuzgar por su respiración ardiente y embalsamada, pa-recía dormir en brazos del bochorno.

Pronto descubrimos en un plano herboso y salvajeun c¡¡.seríobastante extenso. Se nos dijo que era Ville·ta, y nos alegramos al pensar que llegaríamos presto.¡Dulce engaño! Detrás de una peña aparecía otra pe-ña; detrás de una bajada se presentaba una subida;detrás de un recodo, otro más largo! Teníamos ham-bre; el sol y el cansancio apuraban, pero no habíaesperanza: el camino se hacía cada vez más largo. Alfin llegamos a un puente y pasamos un río de cauceacantilado y de agua cristalina, donde jugaban los cé-firos y chillaban las aves. ¡Qué felicidad detenerse allíy bañarse! ¡qué dicha tomar de esa agua fresca y puralPero no: el viajero es una especie de Judío Errante enpequeño, y andar, andar siempre es su oficio. -Quehay una ave. -¡Anda!, ¡anda! -Que hay una fruta.-¡Anda!, ¡anda! nada de eso es para ti. -Un minuto,un segundo siquiera, deseo detenerme para ver aquelpaisaje, para contemplar aquella maravilla ... -No:¡el tiempo está medido, y hay que hacer la jornada!

Todo, pues, se queda atrás; todo: sólo siguen conuno sus bellas e informes percepciones.

Del puente de Villeta para allá, empezamos a en·.contrar, a una y a otra orilla del camino, grupos de

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mujeres altas y flacas, de enaguas azules, blancas cami·sas y pañolones lacres, que, bajo toldillos de caña yde junco vendían guarrús, bizcochos, anisado y frutas.Sin embargo, todo lo dejamos atrás, por llegar prontoal poblado.

Al fin llegamos a él, y nos apeamos en su entrada, enuna casa que nos dijeron ser la fonda (todavía no sehabía aclimatado entre nosotros la palabra hotel).

Villeta es parroquia desde 1558; es decir, tiene tres-cientos ocho años. Fundáronla los conquistadores paraque sirviese de lugar de descanso a los viajeros que su-bían el río Magdalena. Se encuentra en su distrito oro,cobre y hierro; y es la cuna de los indios panche!!, tri-bu de las más feroces entre los aborígenes.

Bajo el rayo del sol meridiano, que quemaba allícomo en el Senegal, salimos de Villeta para trepar lalarga cuesta del Petaquero. En esta cuesta se halla elbello sitio del Diamante, fresca explanada que convi-da a descansar con sus árboles sombríos, su llano igual,su riachuelo murmurador, y su casa blanqueada, lim-pia y adornada con hamacas de pita. En el frente de lacasa había varios hombres alegres y endomingados,que se entretenían en jugar a los bolos. Hubiéramosquerido quedarnos allí, pero teníamos el tiempo me-dido.

Los gigantes se hicieron célebres en la antigüedadporque intentaron escalar el cielo; y nosotros los co-lombianos; nosotros, que lo escalamos todos los días,no montados en hipógrifos, ni valiéndonos siquiera delas plumas y de la cera de !caro, sino a horcajadas enlos primos hermanos de los burros; nosotros, digo, nopasamos a la historia ni nos hacemos inmortales; yesoque hay su diferencia, y bien notable, entre el Ruiz, elGuanacas, el Quindío y la cuesta del Petaquero, y el

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Pelión y la Osa. Mas, todos los tiempos no son unos.ni hoy vivimos en los de Júpiter. ¡Paciencia!

Lo más notable que encontramos en la cuesta delPetaquero fue el Puente del Diablo, pretil español so-bre un abismo herboso de una profundidad grande.cierto es que los chapetones tienen sus defectillos polí-ticos; pero también lo es que el día que se acabe decaer lo que nos dejaron cuando el susto aquel de Bo-yacá, nos vamos a poner a llorar, y a echar de menosa nuestros buenos padres ...

Sobre la cumbre de Petaquero queda el Alto delTrigo, con una casa notable en un bello sitio. Bello,·sitio sin duda, es verdad; pero más bello por acabarseen él la subida.

Del Alto del Trigo al Aserradero, por elevación yen distancia recta, habrá, cuando más, un buen tiro derifle; pero para llegar a donde estábamos habíamosdescrito una herradura, y subido y bajado alternativa-mente de los valles del plátano a los páramos, y'vice-versa. El camino de Honda a Bogotá se asemeja mu-cho a un garabato que representase una serie de firmasdel Diablo entrelazadas y agudas. Sólo después de ha-ber pasado por él, es cuando debe uno maravillarsecómo pasa por ese camino tanto objeto precioso, comoespejos, pianos, loza, etc.

En el Alto del Trigo empieza el descenso, descensopintoresco por comenzarse a ver más cultivada la tie-rra y encontrarse mayor número de habitaciones haciael flanco de la montaña. Y cultivo y habitaciones es loque falta en toda esta zona, fértil sobre toda pondera-ción, y en donde crecen espontáneamente los frutosmás delicados de las tierras cálidas. Desmontadas es-tas selvas y radicado el hombre en sus recuestos, el paísse haría más sano, y la vida sería en él más cómoda y'

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barata. A falta de hachas, debíase meter fuego a losbosques.

A diferencia de las águilas, que trepan a los peñas-cos para pasar la noche en ellos, nosotros, para pasarla,bajamos a la hondura, y lo hicimos en un paraderorústico, especie de vergel de naranjos, plátanos, limo-neros, guamas y pitahayas. La casa estaba un tanto des-aseada, pero la patrona, aparte de su buena voluntad,nos dio mantecadas frescas y un ajiaco pasable, aten-didos la hora y el lugar. Este ajiaco no era del que de-fine la Academia en su célebre diccionario de la len-gua (1).

Cuando el Señor creó la tierra caliente, lo creó todo:el árbol del bien y el árbol del mal, el coco y la ser·piente, la vida y la muerte; pero detrás de la obra in-mensa del Genitor del mundo, vino le obra única delperezoso, pero obra maestra, inmortal: la hamaca.

Decía, pues, muy bien Madrid cuando exclamaba:

I:Felizl Ifeliz mil vecesel que inventó la hamacal

Suave, fresca, ligera, especie de nube estacionaria·en qué suspenderse y dormir entre el cielo y la tierra,la hamaca no tiene rival en la escala de los inventoshumanos. Fulton, desde este punto de vista, es un ase-sino de la humanidad. Mi héroe en tierra caliente es

.el contra-Fulton, el benefactor de los hombres, junto.al cual no valen tres pitos todos los inventores de pa-naceas ni los curanderos de ambos hemisferios.

¿Qué sería de la tan alabada vida horizontal sin la

(1) Ajiaco: yerba muy gustosa, semejante a la acedera, que"se cría en la Nueva Granada.

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hamaca? Sería el ataúd, o las llagas permanentes en la·espalda.

Con convicciones tan profundas como las que acabode exponer, todo fue llegar a la posada y guindar mihamaca. Sentéme en ella primero y luego me acosté;puede creerse que exagero, pero no la hubiera cambia-do en aquel momento por el mejor trono del mundo:10 digo a fuer de republicano. No sé por qué tengo laidea de que los tronos deben ser algo duros, talvez porhaber oído decir siempre a los poetas que los tales son.(le oro y de marfil.

El sitio en donde pasamos la noche, mal servidos ypeor acompañados, se llama Las Tibayes. Al día si-guiente, muy de madrugada, emprendimos marchapara subir el alto del Raizal.