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ERNEST RENAH LA REFORA/fA ÍNmECTUAL Y MORAÚ Ediciones Península® BARCELONA. 1972

Ernest Renan-La Reforma Intelectual y Moral

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ERNEST RENAH

LA REFORA/fA ÍNmECTUAL Y MORAÚ

Ediciones Pen ínsu la® BARCELONA. 1972

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Título de la edición original:' r - REFORME INTELLECTUELLE ET MORALE

DE Ux FRANGE

Primera parte EL MAL

Traducción d? Carme Vilaginés

Cubierta de Jordi Fomas

Realización y propiedad de esta edición (incluidos traducción y cubierta):

EDICIONS 62 S|A., Bailen 18, B-^rcelona 10.

Depósito Ugal: B.-24.141 - 1972 Impreso en Gráficas CAP, S. A.

, CcromlwS, 23 Ilr-spilalcí

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' o s Que quieren todo precio descubrir en 1-i Historia la aplicación de una rigurosa justicia distributiva se imponen una tarea bastante dura. Si en muchos casos vemos que los crímenes nacionales van seguidos de un rápido castigo, también en un montón de casos nos damos cuenta de que el mundo está regido por irnos juicios menoR severos; muchos países han podido ser débiles y corrompidos impunemente. Ciertamente tenemos ahí imo de los signos de la grandeza de Frsmcia: que ello no íe haya sido permitido. Irritada por la democracia, desmoralizada por su propia prosperidad, Francia ha expiado de la manera más cruel sus años de extravío. Hallamos la razón de este hecho en la misma importancia de Francia y en la nobleza de su pasado. Hay una justicia para ella; no le está permitido abandonarse, negligir su vocación; es evidente que la Providencia la ama, puesto que la castiga. Un país que ha desempeñado im papel de primer orden no tiene derecho a reducirse al materialismo burgués que lo único que pide es gozar tranquilamente de l?s riquezas adquiridas. No es mediocre quien quiere. E! hombre que prostituye a un gran nombre, que no cumple con una misión escrita en su naturaleza, no puede permitirse sin consecuencias un

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montón de cosas que le son disculpadas al hombre ordinario, quf- no tiene ni un pasado que continuar ni un gran deber que cumplir.

Para darnos cuenta en estos últimos anos de que la situación moral de Francia había sido gravemente atacada, hacía falta ur.a cierta penetración de espíritu, una determinada costumbre en lo que respecta a razonamientos políticos e históricos. Para Ver hoy el mal, lo único que nos falta, desgraciadamente, son ojos. El edificio de nuestras quimeras se ha derrumbado como los casti-

'ilos maravillosos que construimos en sueños. Presunción, vanidad pueril, indisciplina, falta de seriedad, de aplicación, de honestidad, debilidad de mollera, incapacidad de contemplar muchas ideas a la vez, ausencia de espíritu científico, ingenua y tosca ignorancia, he aquí, desde hace un año, el compendio de nuestra historia. Este ejército, tan orgulloso y lleno de pretensiones, no ha encontrado ni un poco de buena suerte. Estos hombres de Estado, tan seguros de sí mismos, han quedado reducidos a niños. Esta administración engreída ha quedado convencida de su incapacidad. Esta instrucción pública, cerrada a todo progreso, está convencida de haber dejado que el espíritu de Francia se hundiera en la nulidad. Esta clerecía católica, que predicaba muy alto la inferioridad de las naciones protestantes, ha quedado como espectador aterrado de una ruina en la cual había participado en parte. Esta dinastía, cuyas raíces en los países parecían tan profundas^ el 4 de septiembre no tuvo ni un solo defensor. Esta oposición, que pretendía poseer en sus fórmulas revolucionarias remedios para todos los males, al cabo '^e poco^ días ha rccuitadc ían iiupopulai como

la dinastía destronada. Este partido republicano» qií", Mibuido . los funestos errores que desde hace ya med> siglo se difunden sobre la historia de la Revo^^ción, se ha creído capaz de repetir una partida que sólo fue ganada hace ochenta años como consecuencia de unas circunstancias completamente diferentes a las de hoy, ha visto que no era más que un alucinado que tomaba sus sueños por realidades. Todo se ha derrumbado como en una visión apocalíptir.;-,. T,a misma leyenr da se ha visto herida de muerte. La del Imperio fue destruida por Napoleón I I I ; la de 1792 ha recibido el golpe de gracia de Gambetta; la del Terror (pues también el Terror tenía entre nosotros su leyenda) tuvo su horrible parodia en la Comuna; la de Luis X I V ya no volverá a ser lo que era, a partir del día en que el descendiente de! elector de Brandeburgo volvió a levantar el imperio de Carlomágno en la sala de fiestas de Versalles. Ünicamente Bossuet actuó como profeta cuando dijo: «Et nunc, reges, intelligite!»

En nuestros días (y esto hace difícil la tarea de ios reformadores), son los pueblos los que han de comprender. Intentemos, mediante un análisis tan exacto como sea posible, darnos cuenta del mal de Francia, para tratar de descubrir el remedio que conviene aplicarle. Las fuerzas del enfermo son muy giandes; sus recursos son como infinitos; su buena voluntad es real. Lo que conviene es que el médico no se engañe; pues un remedio concebido con estrecheces, un remedio aplicado de manera inoportuna, indignaría al enfermo, lo mataría o agravaría su mal.

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La historia de Francia es un todo tan bien trabado en sus partes que no podemos comprender ni uno sólo de sus lutos contemporáneos sin buscar la causa en el pasado. Hace dos años expusimos " l o que veíamos come U marcha regular deíkjs Estados surgidos del feudalismo de la Edad Media, de cuya marcha Inglaterra es el tipo más perfecto) puesto que Inglaterra, sin rom-I>er con su realeza, con su nobleza, con sus condados, con sus comunas, con su Iglesia, con sus uni-vers ida4^ ha hallado el medio pe ser el Estado más libre, el más próspero y el mSs patriota que existej La marcha de la sociedad francesa a partir del siglo XII fue bien diferent¿]!La realeza de los Capetos, como suele pasarles a las fuerzas poderosas, llevó su principio hasta la exageración. Des-truvó la posibilidad de toda^vida provincial, de toda representación de la nación. Bajo Felipe el Bello el mal ya es evidente. El elemento que en otras partes se ha ocupado de la vida pailamen-taria, la pequeñajiobleza terrateniente, ha perdido su importancia.^El ley sólo convoca a los Estados generales para que se le suplique que haga aquello que él ya había decidido hacer. Como instrumentos de gobierno, sólo quiere emplear a sus parientes, potente aristocracia de príncipes de sangre, bastante egoístas, y a gente de leyes o de administración ennoblecida {mitites regis), servidores complacientes del poder íibsilvto. Esta

1. En el trabajo sobre La monarchie constitutionetle.

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estado de cosas se híice amnistiar e" siglo xvii gracias a la grandeza incomparable da a Francia; pero inmediatamente después el contraste bc hace chillón» La nación más espiritual de Europa sólo posee, para realizar sus ideas, una máquina política informe, Tui^ot considera que los parlamentos son el principal obstáculo a todo bien; no espera nada de las asambleas. Este hombre admirable, tan desprovisto de cualquier clase de amor propio, ¿se engañaba? N c Veía con justeza, y aquello que veía equivalía a decir que ^ mal no tenía remedio^. Añadid a esto una profunda desmoralización del pueblo; el protestantismo, que lo hubiera'^educado, había sido expulsado; el catolicismo nojiabía realizado su educación. La ignorancia de las clases bajas era espantosa. Riche-lieu y el abad Fleury sientan claramente el principio de que el pueblo no debe saber leer ni escribir. Al lado de esta barbarie, una sociedad encantadora, llena de ingenio, de luces y de gracia. No se han visto en ninguna otra ocasión más claramente las aptitudes íntimas de Francia, aquello que puede y aquello que no puede hacer. Francia sabe hacer encaje admirablemente; no sabe hacer tejidos domésticos. Las tareas humildes, como la del maestro de escuela, serán siempre, entre nosotros, llevadas a cabo pobremente. Francia destaca en ¡o exquisito^

¿Por qué capricho es,jcpn ello^ democrática? Por el mismo caprícíío que hace que Parí^Ta^esar de vivir de la corte y del lujo, sea una ciudad socialista; que París, que transcurre sus días burlándose de toda creencia y de toda virtud, sea intratable, fanática, boba, cuando se trata de su quimera üe república.

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<ágguramente fueron admirables los inicios de la Revolución, y, si se hubieran limitado a convocar los Estados generales, a regularizarlos, a hacerlos anuales, se hubiera estado perfectamente dentro de la verdad. Pero prevaleció la falsa política de Rousseau. Se quiso hacer una revolución a priori. No se dieron cuenta de que Inglaterra, el país más constitucional de todos, no ha tenido jamás una constitución escrita, estrictamente re- > dactada. Se dejaron desbordar por el pueblo; séAí-aplaudió-puerilmente el desorden de la toma -la Bastilla, sin pensar que este desorden, más tarde, acabaría con todo. Mirabeau, el más grande, el único gran político de aquel tiempo, debutó con unas imprudencias que probablemente le habrían perdido, de haber vivido; pues, para un hombre ;i de Estado, es mucho más ventajoso haber debu-.,¿ íado en ia reacción que en complacencias hacia J la anarqu^ La torpeza de los abogados de Bur- J déos, sus declamaciones vacías, suligereza mora!, • acabaron por arrruinarlo todafSs creyó que el Estado, que se había encarnado'^íTel rey, podía prescindir del rey, y que la idea abstracta de las cosas públicas bastaría para mantener im país cuyas virtudes públicas flaqueaban demasiado a menud^p

El oía en que Francia cortó la cabeza a su rey, cometió un suicidio. Francia ao puede compararse a esas pequeñas patrias antiguas, que se componían a menudo de una ciudad con sus subturbios y donde todo el mundo era familia. Francia era una gran sociedad de accionistas formada por un especulador de primer orden, la casa de los Capetos. Los accionistas creyeron pode, prescindir del jefe y continuar luego, ellos solos, sus ne-

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gocios. La cosa puede ir bien mientras los nego cíes sean buenos; pero, una vez que las cosas em-

l^piecen a ir mal, habrá solicitudes de liquidación. ^ Francia había sido hecha por la dinastía de los

Capetos. Suponiendo que la vieja Galia hubiese tenido conciencia de su unidad nacional, la domi-

: • nación romana y la conquista germánica habían - destruido este sentimiento. El Imperio franco, tan

to bajo los Meruvingios como bajo los Carolingíos, es una construcción artificial cuya unidad sólo r a d i 5 ^ ñ laVfüerza\de los_i:QnauistadGres. E t i r í T

. _._íado de Verdún, que rompe esta unidad, divide el Imperio franco de norte a sur en ti-es franjas, una de las cuales, la parte de Carlos o carolingia, responde bien poco a lo que nosotros llamamos Francia, puesto que todo Flandes y Cataluña forman parte de ella, mientras que hacia el este limita

,„ con el Saona y las Cevcnnes. La pulílíca de los Ca-petos redondea este colgajo incorrecto y, en ocho-cientos años, hizo a Francia como nosotros la entendemos, la Francia que ha creado todo aquello de que v iv imí is jo que nos ime, lo que es nuestra razón de ser.^Francia es, pues, el resultado de !a política capetiana continuada con una admirable perseverantaaS ¿Por qué razón el Langusdoc fue unido a la Francia del norte, unión que ni la lengua, ni la raza, ni la Historia, ni el carácter de las poblaciones pedían?'Pc)rque los reyes de París, durante todo el siglo xíi i , ejercieron sobre estas regiones una acción persistente y victoriosa. ¿Por qué Lyon forma parte de Francia? Porque Felipe el Bello, por medio de las sutilezas de sus legisladores, consiguió hacerle caer dentro de las mallas de su red. ¿Por qué los delfineses son compa-trioteis nuestros? Porque cuando el delfín Hum-

bert se halló sumergido en una especie de locura, el rey de Francia se hallaba allí para comprarle las tierras a büca precio contante y sonante. ¿Por

1 qué Provenza sido arrastrada en el torbellino carolingio, donde en un principio nada podía hacer pensar que pudiera ser llevada? Gracias a las pillerías de Luis X I y de su compadre Palaméde

í de Forbin. ¿Por qué el Franco Condado, Alsacia y Lorena quedaron imidos a Carolingia, a pesar dé laTiñeameridiana trazada en el tratado de Ver-

.dún?^^)rque ía casa de Borbún, para engrandecer el dominio real, halló de nuevo el secreto que tan admirablemente habían practicado los primeros Capeto|A ¿Por qué, finalmente, París, una ciudad tan poco centrada, es la capital ^ e Francia? Porque París^ fue la ciudadde los Capelos^ porque el~abad de Saint-Denfs~sé transformíTén rey de Francia. ^ ¡Ingenuidad sin parangónllj^ta ciudad, que reclama al resto de Francia im privilegio aristocrático de superioridad y que debe ese privilegio a la realeza, es aljnismo tiempo el centro de la utopía republicana3¿Cómo es que París no se da cuenta de que esTo que es gracias a la realeza, de que sólo volverá a tener toda su importancia de capital mediante la realeza, de que una república, de acuerdo con la regla propuesta por el

2. « . . . Challes, ti rois de Saint-Denis.* {Román de Roiwcvanx, pliego 40.) Hugo el Blanco debió su fortuna a la posesión de las

grandes abadías de Saint-Denis, de Saint-Germain-des-Prés, de Saint-Martin de Tours, lo cual hacía de él el mtor de países ricos y prósperos. El estandarte del rey capeiiano es el estandarte de Saint-Denis. Su toque de llamada es «Montjoie Saint-Denis». Los primeros Capetos cantaban en el coro de Saint-Denis.

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ilustre fundador de los Estados Unidos de América, crearía necesariamente para su Gobierno central, en Amboise o en Blois, un pequeño Washington?

aquí lo que no comprendieron los hombres ignorantes y limitados que tomaron en sus manos los destinos de Francia a finales del siglo pasado! Creyeron que se podía prescindir del rey; no comprendieron que, una vez suprimido el rey, el edificio ciwo soporte principal era el rey se derrum-baría.j[^s teorías republicanas det siglo xviír habían conseguido tener éxito en América, porque América era una colonia formada gracias a la llegada voluntaria de emigrantes a la búsqueda de

4»Jibertad; estas mismas teoiías no podían tener

éxito en Francia, porque Francia había sido cons-tn.!ida en virtud de un principio muy d iver^ . Estuvo a pimto de surgir una dinastía nueva de la terrible convulsión que agitaba a Francia; pero entonces se vio hasta qué punto les es difícil a las naciones modernas crearse unas casas soberanas

i , distinta&a las que surgieron de la conquista germánica. 1 genio extraordinario que había colocado a Napoleón en el pedestal lo hizo caer, y volvió la vieja dinastía, aparentemente decidida, a intentar la experiencia de monarquía constitu-'. cíonal que había fracasado tan tristemente en manos del pobre Luis X V L .

Esta escrito que, en esta gran y trágica historia de Francia, ^^jxy y lajnadón rivajizarían en im-j prudencias. En esta ocasión, las faltas más gra-^ ves f u e i ^ las de la realeza. Las ordenanzas de ju-, lío d e ' í ^ ^ í ) u e d e n ser calificadas verdaderamen-' te de cFtííen político; el pretender desarrollar ell artículo 14 de la Constitución sólo pudo ser de-i

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bido a un sofisma evidente. Este artfculo 14 no tenía de ningu.ia manera en el pensamiento de Luis X V I I I el sentido que le dieron los ministre de Carlos X. No es admisible que el autor de Constitución huuiera incluido en dicha Constitución un artículo que arruinara la economía de la misma. Había que aplicar el axioma: Contra eutn qui dicere poíuit clarius proesumptio est faciendo. Si antes del señor de Polignac alguien hubiera podido pensar que este artículo otorgaba a) rey el derecho de suprimir la Constitución, ello habría provocado una protesta constante; y nadie pro- ^ testó; pues nadie pensó ni por un momento que este insignificante artículo contuviera el dciecho;;^^

jmpÍÍ£áíQjiejQS-«alpes de-Estado. La inserción de,;^ este artículo no vino de parte de la realeza, que " se habría reservado en él im medio- para eludir :í| sus compromisos; formaba parte del proyecto de^^ • constitución elaborado por las cámaras de 1814, " muy atentas a no exagerar los derechos del rey; en aquel momento no dio lugar a ninguna observación; «sólo se veía en éí una especie de lugar común tomado de las constituciones anteriores, y nadie sospechaba el sentido temible y misterioso que luego se le ha querido d a r » . '

Los diputados de 1830 tuvieron, pues, razón en resistirse a las ordenanzas, y los ciudadanos que estaban en condiciones de comprender su llamada hicieron bien en armars^|La situación era igual a la del rey de Inglaterra que en más de una ocasión ha tenido que luchar contra su parlamento. Pero, a partir del momento en que el rey, vencido,

3. Señor de VH^L-CASTEL, Hist. de la Rf^tnitr^itiotí, *. I , p. -tiv.

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retiró las ordenanzas, hubieran debido pararse y mantener al rey en su palacio í e convino abdicar; había que aceptar a aqu^i en cuya persona abdicaba. No se hizo así. Api .curémonos a decir que dieciocho años de xm reinado lleno de sabiduría justificaron en muchos aspectos la elección del 10 de agosto de 1830, y que esta elección podía basarse en algunos de los precedentes de la revolución de 1688 en Inglaterra; pero, para que una sustitución tan atrevida como ésta se transformara en legítima, era necesario que durase. Por una serie de torpezas imperdonables por parte de la nación y como consecuencia de una lamentable' debilidad de la nueva dinastía, esta consagracióni no se realizó. El rey y sus hijos, en vez de mante-í ner sus derechos media\ite las armas, se retiraron, y dejaron que la revuelta parisina violase de manera ultrajante los derechos de la nación. Fue xmi desgarrón funesto para un título un poco caduco: en su origen y que únicamente podía adquirir fuerza mediante su persistencia. Uña dinastía tie-. ne el deber_para con la nación, con" cuyo apoyo' se supone <me siempre podrá contar, de resistÍT' a unaininona turbulenta. La Humanidad queda satisfecha, siempre que después de la batalla el poder vencedor se muestre geneíoso y trate a los rebeldes no como a culpables, sino como a vencidos.

La mayoría de nosotros empezaba a formarj parte de la vida pública cuando sobrevino el nefasto incidente del 24 de febrer^. Con un instinto perfectamente justo, nds~^dimos cuenta de que lo que pasó aquel día era una gran desgracia. Libe-rales por principiosjilosóficos, vimos claramente aue los árbrilcí d^Ta libertad que eran plantados

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con una alegría tan ingenuano llegarían a verdecer jamás; comprendimos^^ los problemas sociales que se presentaban con audacia estaban destinados a desempeñar imnapel de primer orden en el porvenir del mun^J^l bautismo de sangre de las jomadas de junio y las reacciones que siguieron nos encogieron el corazón; era claro que el alma y el espíritu de Francia corrían un ai^téor tico peligro. La ligereza de los hom.bres deOSÍs no tuvo ninguna comparación posible. Dieron a ^ _ Francia, que no lo pedía, el sufragio universal" No pensaron ni por un momento que este sííRa-gio sólo beneficiaría a cinco millones de campesinos, ajenos a toda idea liberal. En aquella época, yo veía asiduamente al señor Cousin. En los largos paseos que este profundo conocedor de -todas las glorias francesas me invitaba a hacer ; por las calles de la rive gauche de París, en cuyas | ocasiones me explicaba la historia de cada edificio y de sus propietarios en el siglo xvri, me decía a menudo estas palabras: [«"Amigo mío, todavía nadie comprende el crimen qlie ha sido la revolución de febrero; el último término de esta revolución será tal vez el desmembramiento de Francia.»

El golpe de Estado del 2 de diciembre nos dejó muy mal parados. Durante diez años, lleva- * mos luto por c! derecho; protestamos, según núes- j tras fuerzas, contra el sistema de descenso inte- J. lectual sabiamente dirigido por el señor Fortoul, mitigado apenas por los que le sucedieron. No obstante, ocurrió lo que siempre suele ocurrir. El poder jnaugurado por la violencia mejoraba aL. enve jecer ;^ dio cuenta de que el desarrollo libe-'3\ del hombre es un interés de gran importañcñr-^

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*£ara cualquier clase á& g e b i e m © ^ país, por otra parte^estaba encantado con aquel gobierno me-diocrej Obtenía lo que quería; intentar derribar un gobierno como aquel a pesar del voto eviden-

^ de la mayoría hubiera sido inseiidato. Lo más í^gertado era sacar del mal el mejor partido posi

ble, hacer como los obispos de los siglos v y vi, los cuales, al no poderjjbrarse de los bárbaros, trataban de edacarlesj^^sentimos, pues, en servir al gobierno del emperador Napoleón I I I en aquello que t^nía de bueno, es decir, en aquello ¡j que se refería a los intereses eternos de la ciencia, de la educación pública, del progreso de las luces, a estos deberes sociales, en fin, que nunca están cesante^

Es incontestable, por otra parte, que el reinado del emperador Napoleón ITI, a pesar de sus inmensas lagunas, había solucionado una mitad del problema. La mayoría de Francia estaba perfectamente contenta. Tenía lo que quería, el or-^ den y la^az. Faltaba lajlTBertaií, es cierto; la viSa. política era de las más débiles; pero esto única-|

- mente hería a una minoría compuesta por la quin-1 ta o la sexta parle de la nación y, además, en esta] minoría hay que distinguir un pequeño^númeroi

' de hombres instruidos, inteligentgs-.r^auléaticamt ^ teTí^r&l^s, de una^masa incapaz de reflexioi

animada _ppr. gL. espíriJtu sedicioso que tiene único programa de estar siempre en oposición con^ el gobierno y de tratar de derribarlo. La adminis-J tración era muy mala; pero cualquiera que no ne-s gara el principio de los derechos de la dinastía'* sufría poco. Los mismos hombres de la oposición,! eran más bien molestados on su actividad que ] nerseju^dos. La fcrtur.a del paí¿ aumciiLaua eu

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proporciones inauditas. Con fecha del 8 de mayo de 1870, des' ÍJS de ser cometidas unas faltas muy graves, siett billones y medio de electores se declararon tuüavía satisfechos. Casi nadie podía imaginar que un Estado como aquel pudiera verse expuesto a la más terrible de las catástrofes. Esta catástrofe, en efecto, no surgió de una necesidad general de situación; tuvo su origen en un rasgo particular del carácter del emperador Na-pobón l U .

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n El emperador Naíjolfión U I había hallado su

suerte dando respuesta a la necesidad de reacción, de ocdMi, de rexaso i ^ e fue la consecuencia-de. ]a rt ^rf>]i, jAp j ^ ' ^ ^ f f l Si el emperador Napoleón I I I se hubiera encerrado en este programa, si se hubiera contentado con comprimir en el Í!i-_ teóoF-cualquier idea, cualquier libertad poKtica, con desarrollar los intereses materiales, con apoyarse en un clericalismo moderado y sm convicción, su reinado y el de su dinastía se hubieran ; visto asegurados por mucho t i e m p o . p a í s se hundía más y más en la vulgaridad, olvidaba su vieja histoi^^jla_nueva dinastía había sido jfun-._ dada, ^5ran£j57 tal como la ha hecho el sufragio universaTTsciia-^aielto-profundamente md^erialis-ta:rias nobles inquietudes de la Francia de ojtros^i! tiempos, ei natriotisflip, el entusiasmo por lá-^be-^^

:lle2E i e> ainop a la gloria, han desaparecido con las * clases nobles, que representaban el alma de Fran- ' cia?|^l juicio y el gobierno de las cosas han sido iránsportados a la masa; y la masa es torpe, grosera, está dominada por la visión más superficial dei interés. Sus dos polos son el obrero y el campesino. El obrero no cs ilustrado; el campesino desea, antc iodo, comprar tierras, extender su campQ.' Habiadle al campesino, al socialista de la ^ Internacional, de Francia, de su pasado, de su genio; no comprenderá esta clase de lenguaje. El honor militar, limitado desde este punto de vista, parece una locura; el gusto por las grandes ccsa's, la gloria del c^pírit", nn snn más que quimeras;—-

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el dinero destinado al arte y a la ciencia es dinero perdido, gttstado alocada ¿nte, tomado del bolsillo de una gente que se preocupa de arte y de ciencia tan poco como pu¿leÜHe aquí el espíritu provincial al que el emperador sirvió maravillosamente durante los primeros años de su reinado. Si hubiera continuado siendo el dócil y ciego servidor de esta reacción mezquina, ninguna oposición hubiera conseguido debilitarle. Todas las oposiciones reunidas habrían quedado limitadas a dos millones de voces como máximo. La cifra de los contrarios aumentaba de año en año; algunas personas deducían de ello que sería cada vez mayor hasta transformarse en mayoría. Error; esta cifra hubiera tropezado con un límite imposible de superar. Digámoslo, puesto que tenemos la certeza de que estas líneas só]o_seráaJeídas.-íicir4ifiri

sernas inteligentes: gobierno que tenga como único deseó el de establecerse y eternizarse en Francia, me temo que, a partir de este momento, deberá seguir un camino bien sencillo: imitar el programa de Napoleón I I I , menos la g u e r ^ ^ r o -cediendo así, llevará a Francia al grado de bajeza a que llega toda sociedad que renuncia a las altas miras; pero sólo morirá con el país, de la muerte lenta de aquellos que se abandonan a la corriente del destino sin contrariarla j amás /

Éste no era el emperador Napoleón I I I . En un determinado sentido era superior a la mayoría del país; amaba el bien; sentía afición, poco ilustrada, sin duda, pero no obstante real, por la noble cultura de la Humanidad. En muchos aspectos, estaba en completa disonancia con aquellos que le habían nombrado. Soñaba en la gloría mi-

t;¡ taniasina de Napoleón I íe obsesionaba.

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Y ello es tanto más extraño por cuanto el emperador Napoleón IIIJse daba perfecta cuenta de que no tenía aptitud^ ni práctica para la guerra, y sabía, también, que Francia había perdido a este respecto todas sus cualidades. Pero la idea innata lo cegaba. El emperador se daba cuenta de que sus miras personales a este respecto eran una especie de tara de nacimiento que había que esconder, hasta el punto de que en la época de fundación de su poder le vemos ocupado en declarar que lo que él desea es la paz. Reconocía que éste " era el medio para hacerse popular. La guerra-de

_Oríinea^ólo fue aceptada por la opinión porque se creyó que no tendría consecuencias para la paz general. La guerra de Italia sólo fue perdo^-nada cuando se vio que cambiaba bruscamente y * se quedaba a mitad de camiqo.]

El más simple buen sentido exigía al emperador Napoleón I I I que no se preocupara jamás por hacer la guerra. Él sabía que Francia no la deseaba en modo alguno. * Además, un país trabajado por las revoluciones y que tiene divisiones dinásticas, no es capaz de llevar a cabo un gran esfuerzo militar. El rey Juan, Carlos V I I , Francisco I e incluso Luis X I V pasaron por unas situaciones tan críticas como la de Napoleón I I I después de la capitulacionjde Sedán; pero no por ello fueron derribados, ni tan sólo sacudidor por un momento. El rey de Prusia, Federico Guillermo I I I , después de la batalla de lena, se halló en una posición más sólida que nunca en su trono; pero Napoleón I I I no podía soportar una derrota.

4. Información de los prefectos. «Joumal des D6 b ü L S » , 3 y 4 de jctubre de 1870.

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Era como un jugador que jugase bajo ia condición de ser fusilado si perdía una partfida. Un país dividido respecto a las cuestiones dinásticas debe renunciar a la guerra; pues, al pnrtier fracaso, aparece esta causa de debilidad, y hace de cualquier accidente un caso mortal.fEI hombre que tiene una herida mal cicatrizada puede dedicarse a los actos de la vida ordinaria sin que nadie se dé cuenta de su flaqueza; pero se le prohiben los ejercicios violentos; ai primer cansancio, vuelve

_.a abrírsele la herida y le hace sucumbir. No puede concebirse que Napoleón I I I se hubiera hecho una ilusión tan grande sobre la solidez del edificio que él mismo había construido con arcilla. ¿Có-1 mo no se dio cuenta de que un edificio como ^ aquél no resistiría ni una sola sacudida y que el choque con un enemigo poderoso forzosamente tem'a que derribarle? "

La guerra declarada en el mes de julio de 1878) es, pues, una aberración personal, la explosión o mejor el retorno ofensivo de una idea latente desde hacía ya mucho tiempo en el espíritu de Napoleón I I I , idea que los gustos pacíficos del país le obligaban a disimular, y %Ja cual parecía que incluso él había renunciado. No tenemos ningún ejemplo de traición m.ás completa de un Estado por su soberano, si tomamos la palabra traición. para indicar el acto del mandatario que sustituye la voluntad del que manda por la suya. ¿Es esto > decir que el país no fue íesponsable de lo que ocumó? De ninguna manera podemos afirmar eso. gLpatí fue culpable de buscarse un gobierno poco ilustrado y, sobre todo, una cámara misera-ble que, con una ligereza que supera toda imaginación, votó baje la palabra de uii ministro ia

rasHETc más funesta de las guen^^Jgi crimen fuf ci de un hombre ric^ que elige un mal gerente para su fortuna y le da imos poderes ilimitados; este hombre merece ser arruinado; pero no se es justo SI se pretende que él personalmente ha llevado a cabo los actos qug^u apoderado ha reali- : zado sin él y a pesar de élí

En efecto, cualquiera que conozca Francia, en su conjimto y en sus variedades provinciales, no dudará en reconocer que el movimiento que lleva este país desde hace medio siglo es esencialmente pacífico. La generación militar, maltrecha por las derrotas de 1814 y 1815, había casi desaparecido bajo la Restauración y bajo el reinado:^,» de Luis FeUpe. Un patriota profundamente hon-;JJ rado, pero a menudo superficial, explicó nuestras'l antiguas victorias en un tono de triunfe que a i ' menudo pudo herir al extranjero; pero esta diso--: nancia se debilitaba de día en día. Puede decirse que había terminado a partir de 1848. Empezaron'? entonces dos movimientos que habían de provocar el fin, no sólo de todo espíritu guerrero, sino también de todo patriotismo: quiero^Jiablarjld ex-traordínario jespertar de los apetitos-materiales e^ñtféTos^ obreros y los campesinos. Está claro quT"éniocialism^ de los obreros es el antípoda del espíritu militar; es csisi la negacióji.jle4ar pa» friají las doctrinas de la Internacional están ahí para dar fe de ello. 0 campesino, por otra parte, desde que le ha sido abierto el camino de la riqueza y se le ha mostrado que su hidustria es, lucrativamente, la más segura, ha sentido aum-entar su horror hacia el reclutamiento militar. Hablo por experiencia. Yo participé en la campaña electoral de mayo de 1869 en una circunscripción ru-

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ral de Seine-et-Mame; puedo asegurar que no hallé en mi camino ni un solo elemento de la antigua vida militar del país. Un gobierno barato, poco brillante, poco molesto, un deseo honrado de libertad, una gran sed de igualdad, una total indiferencia por la gloria del país, la voluntad firme y cerrada de no hacer ningiin sacrificio por intereses no palpables, he aquí lo que me pareció el espíritu del campesino en aquella parte de Francia en donde el campesino es, según se dice, más avanzado.

No quiero decir con ello que no quedara nin-^ gún resto del viejo espíritu que se nutre de los recuerdos del primer impeiio^Hl partido muy poco numeroso al que podemos llamar bonapar-^ tista, en sentido propio, rodeaba al emperador dej deplorables excitaciones.' El partido católico, po r | sus lugares comunes erróneos sobre la pretendi-| da decadencia de las naciones protestantes^^am-, bien trataba de avivar un fuego cas^ apagado. ^ Pero todo ello no afectaba en absoluto al país. Í A | ejípsriénciá de 1870 lo ha demostrado claramente;, el anuncio de la guerra fue acogido con conster-l nación;Has estúpidas baladronadas de los perió-. dicos, las griterías de los niños por la calle, sonj unos hechos que sólo deberán ser tenidos en cuei

verdaderos sentimientos de un pa^tjLa guerra! prueba hasta la evidencia que ya no poseíamos^ nuestras antiguas facultades militares. No hay en. ello nada que deba sorprender a quien se ha hecho una idea justa de la filosofía de nuestra historia. La Francia de la Edad Media es una construcción germánica, levantada por una aristocra-

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cía militar germánica con materiales galoroma-nos. jEI^ trabajo secular de Francia consistí;- en expulsar de su seno todos los elementos depositados por la in>/asión germánica, hasta llegar a la Revoluciá&,_que fue la última convulsión de este esfuerzo.JeI espíritu militar de Francia procedía de aquéllo que nuestro país tenía de germánico^ expulsando violentamente los elementos germánicos y reeniElazándolps por una concepción fiíosó- -> íjcá^igualitaría de ia_spcicdad^'Francia rechazó al mismo tiempo todo lo que había en ella de espíritu mil i tarJSejguedá^ país rico quexonsidera la^,gu«Ta-^omo_saa_£aíTexa_estúpida^ poco remtmeradoral) f rancia se transformó así en el país más pacífico del mundo; toda su actividaí se volcó hacia los problemas sociales, hacia la ai' quis ic jói^e la riqueza y los progresos de la íim dustríai jLas clases ilustradas no dejaron que desapareciera el gusto por el arte, por la ciencia, por la literatura, por un lujo elegante; pero la carrera militar quedó abandonada! Unas pocas familiac de la bur^esía acomodaba, a la hora de elegir un estado para su hijo, prefirieronf^'^las ricas perspectivas del comercio y de la industria una profesión cuya importancia social no compren-díanrjL^ escuela ds Saint-Cyr sólo podía contar con los desperdicios de la juventud, hasta que la antigua nobleza y el partido católico comenzaron a poblarla, cambio cuyas consecuencias todavía no han tenido tiempo de desarroUarserEsta na ción ha sido en otros tiempos brillante y-gutii-t:-ra. Pero lo tue porisel^pf;;iórl, rí me. ntrpvn a AP. cirio. Mantenía y producía una.sobleza admira-ble, llena de bravura y de esplendor'Una^yez cai-Ú» esta i'.obleza, ^uedó un fondo indistinto de

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^«ediQOTdadJíp originalidad ni audacia, una cl¿ se incapaz de comprender el privilegio de! espíritu y el de la espada! Una nación hecha así puede llegar al colmo deja prosperidad material; yai no debe desempeñar ningún papel en el mundo ni llevar a cabo ninguna acción en el extranjero' Por otra parte, cs imposible salir de una situación como^sta mediante el sufragio universal. Pues al sufragio universal no se le puede dominar por si mismo; se le cagaña, se le adormece, pero, rnien tras existe, obliga a Quienes-depeaiden. de él » íar^€en-4lry-tt sopertaí^-su-Jejr^oñar que se pui den reformar los errores de una opinión incontr vertible tomando a la opinión como único punt de apoyo esitm círculo viciosq>

Por lo demás, Fra.tcTá ño ha hecho más que se^ guir en esto el movimiento general de todas lasg naciones de Europa, si exceptuamos Prusia y Rü | sia. El señor Cobden, a quien vi hacia el 185^ estaba encantado con nosotros. Inglaterra nos háj bía precedido en este camino del materíalismi industrial y comercial; únicamente, mucho m á ^ listos que nosotros, ^os ingleses supieron hacer caminar a su gobierno de acuerdo con la nación, mientras que nuestra torpeza fue tal que el gobierno que habíamos escogido pudo, a pesar nuestro, entablar una guerra. N o sé si me engaño; pero hay un punto de í/ista de etnografía histórica qu^^ se impone más y más en mi mente. La similituí entre Inglaterra y el Norte Francia se me pre senta más clara cada día.^Ruestra ligereza vienj uel Sur, y si Francia)no hubiera airastrado al Laigfe^ guedoc y arTróvénza hacia su círculo de activida

E2Cj[S£ncs, activ|i5, prOlCstaniXs, paritun uesíro fondo de i-aza es el mlsmu qi

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e) de las Islas Británicas; k acción germánica, aunque haya .-.ic'-.: i suficit emente fuerte Gn estas islas como part- hacer • ci/alecer un idioma germánico, no fue, al fin y ai cabo, más considerable sobre el conjunto de los tres reinos que sobre el conjunto de Frzmcia. Como Francia, me parece que Inglaterra está expulsando a su elemento germánico, esa nobleza obstinada, orguUosa, intratable, que la gobernaba en tiempos de Pitt, CIJ CiisUcreagl de WcUmgton. ¡Qué lejas esu\ es^a-pacífíca y tan cristiana escuela de economistas de la pasión de ios hombres de hierro que impusieron tan grandes cosas a su país! La opinión pública de Inglaterra, tai como se manifiesta desde hace treinta años, no es de ningún modo germánica; se percibe en ella el espíritu celta, más dulce, más simpático, más humano. Esta clase de interpretaciones deben ser tomadas de una manera muy amplia; podemos decÍTL-Í^O obstante, que lo que todavía q ü e d a d e espíritu militar en el

^ ) i r i t i mtmdo~es un hecho \ germ55icoi Probablemente,/ el socialismo y Ta~demÓ'cHcia^rgualitaria, que entre nosotros, celtas, no hallarían fácilmente su límite, llegarán a ser dominados por la raza germánica, en cuanto feudal y militar, y esto estará \ de acuerdo con los precedentes históricos. Pues una de las características de la raza geiiiiái*Íc¿i ha sido siempre hacer ir unidas la idea de conquista y la idea de garantía; en otros términos, hacer que domine el hecho material y biutal de la propiedad que resulla de la conquista sobre todas las consideraciones de los derechos del hombre^y sobre las teorías abstractas de contrato social. fLa res-ji Lies ta a cada progreso del socialismo podrá ser, c!e esta manera, un progieso del germanismo, y

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ya se entrevi el día en que todos los países del socialismo serán gobernados por alemanes. La n-vasión de los siglos iv y v tuvo lugar por razones análogas, pues los países romanos se habían vu-^l-j to incapaces de producir buenos gendarmes, bue nos mantenedores de la propiedad.

En ríjulidad nuestro país, y principalmente las i provincias, iba hacia u n a forma social que, a pesar de h. diversidad de las apariencias, tenía más _dejuiiajmalügLa„c.QiiAmérÍGa^Jiacia^ufia forma social enjacua] muchos de aquellos factores que antes eran considerados como cosas de Estado, quedarían en manos de la iniciativa privada. Ciertamente, no se podía ser partidario de un porveniri como éste; era claro que Francia, al desarrollarse^ en ese sentido, quedaría muy por debajo de Amé^ rica. Su falta de educación, de distinción, este va^ cío que deja siempre en un país la ausencia de; corte, de alta sociedad, de instituciones antiguas] América \a suple mediante el fuego de su joven^ crecimicr.to, de su patriotismo, de la confisinza tal vez exagerada que tiene en su propia fuerza, mi diante el convencimiento de que trabaja por ] gran obra de la Humanidad, mediante la eficacia? de sus convicciones protestantes, su atrevimícut y su esp'vitu de empresa, mediante la ausenci casi total de gérmenes socialistas, la facilidad co que es aceptada allí la diferencia entre el rico el pobre v. sobre todo, el privilegió con que cuen ta de dcsLUTollarse al aire libre, en lo infinito de^ espacio y sin vecinos. Privada de estas ventajasj llevando cabo su experiencia, por decirlo así, d¡ un recipit"iie cerrado.'Francia, demasiado r??sada y dciuasi.xj.o ligera a la vez, demasiado crédula dcmasiadv^ burlona, sola-habría^^jodidp sen

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Arnéríca^de-segundo orden, mez.ruina,^cdíoC' quizá " .ás parecida a ^Jéjíj;^ o a /vméricujieLS— que a los Estados U n i d ^ Í ^ realeza conserví. c.i nuestras viejas sociedades un montón de cosas buenas que guardar; con la idea que tengo formada sobre la vieja Francia y sobre su carácter, a este adiós..a4^ gloria y a las grandes empresas yo le UamaríaIJf/a¿s_Xrauc^jPero*ctLJíoteea hay que guardarse bien de sentir simpatías, por lo quc debe ócr; lo j juc i iene^Kiío en este mundo es ge-neralmente lo j:ontrarío a nuestros instintos^l¿s>

^jntús i d c a f i s ^ ; y casi siempre estamos autoriza-d ^ a concluir que aquello que nos desagrada será lo que triunfará. Este deseo de un estado político que implique lo menos posible un Gobierno central, C3 la voluntad univeisal de la provincia. La antipatía que siente hacia París es, no sólo la justa indignación contra los atentados de ima minoría facciosa; a Francia no le gusta, no sólo el París revoIucionaTío, sino tampoco el París gobernante. Vara Francia, París es sinónimo de exigencias molestas.í^rís recluta a los hombres, absorbe el dinero, lo emplea en un montón de fines que la provincia no compr(.nde.'El más capaz de los administradores del último reinado me decía, a propósito de las elecciones de 1869, que lo que le parecía más comprometido en Francia era el sistema impositivo; que la provincia, a cada nueva elección, obligaba a sus elegidos a que tomaran compromisos que larde o temprano deberían ser ícnidus en cuenta y cuyo cumplimiento sería la destrucción de la hacienda del Estado. La primera vez uiie me encontré ron Prcvcstrarau^l, cuando regresaba de su mtripaña electoral pf>r el Loira Inferior, le pregunte qué impresión dominaba en

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¿1: «Veremos muy pronto el fin del Estado», me! dijo. Era cxact; . -nte lo que habría contestado y o j .si él hubiera vrcguntado por mis imprc<:ioncs so-j bre Sena y Mame. Que el prefecto se ocupe de tan' pocas cosas como pueda, que los impuestos y e l servicio militar queden tan reducidos como seai posible, y la provincia estará satisfecha. X a ] mayoila_ílc4a^iüe--JiQ .íiide_Jiiás--quc « n a « o s a : j qtSe se les deje hacer fortnnmRmqui lamente . Los países ponrcs sor; ios únicos que i.ni";Stran toda-^ vía una cierta avidez por los cargos; en los depar-J tamentos ricos, las funciones no son considerada» y son estimadas como uno de Jos empleos menos? ventajosos que puedan ejercerse.^ ^

^ s t e es el cspjnUi d e j o que podemos denominar lademncraeia provincÍalT\Ún espíritu córa5 éste, se ve claro, difiere sensiblemente del espíritir

(TepablteáñoJ) pucHc acomodarse al imperio y a 1" Tcaleza constitucional de la misma manera que la república, o incluso mejor en según que asped tos. Completamente indiferente a tal o cual dina^ tía como a todo aquello que puede denominarse gloria o esplendor, prefiere, en el fondo, tener u r dinastía, como garantía de orden; pero no quie: hacer ningún sacriíicio en pro del establecimientd de dicha dinastía. Es el puro.jQateria'lámo político, el a n t í p o d a ^ d e ^ g a r t e ^ idealismo q u & e s ' aIma^5e^as teorías legitim.istas y republicanas partido como este, que es el de la inmensa mayo denlos franceses, es demasiado superficial, der siado limitado para poder conducir los destín de un país. La enorme estupidez que cometió cm do tomó en 1848 al príncipe Luis Napoleón con) 2cr!?7'..e tío asuntos, la rcj"-ctiitt vciritc vece S u destino os el de ser siempre candido, p u e s |

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hombre interesado en cosas bajas le está prohibido se:- hábil; la simple vulgaridad burguesa no puede suscitar la cantidad de dedicación necesaria para crear un oiden de cosas y para mantenerlo.

Hay mucho de cierto, en efecto, en el principio germánico de que una sociedad sólo tiene pleno derecho a su patrimonio mientras puede garantizarlo. En un sentido general, no es nada bueno que, quien posea, sea incapaz de defender lo que posee. El duelo de los caballeros de la Edad Media, la amenaza del hombre armado siempre dispuesto a presentar batalla al propietario que se dormía en la desidia, eran legítimos eu muchos aspectos. El derecho dei valiente fundó la propiedad: el hombre de espada es ciertamente el creador de toda riqueza, pues defendiendo lo que ha conseguido asegura el bien de las personac que están agrupadas bajo su protección. DÍganiíis,4«M^ lq_meiioa,_X}u&-un^E&tade-eemo«l que había sofia-doJa burguesí?- francesa.astado en el cual quien poseía la riqueza no llevaba realmente la espada (coriló consecuencia de la ley de reemplazo) para-defcnder su propiedad, constituía un auténtico '^intqjj^i^ de^arquUeetura-social. Una clase poseedora que vive en un ocio relativo, que presta pocos servicios públicos, y que. no obstante, se muestra arrogante como si poseyera por derecho de nacimiento y como si los demás tuvieran también por nacimiento el deber de defenderla, una clase como esta, digo, no poseerá por mucho tiempo. Nuestra sociedad se transforma dcmasiacic exclusivamente en una asociación de dpb!|e'=; una soijiüdad asi se cleliende mal; le es difícil realizar lo que es el gran giiterium del derecho y de la

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voluntad que i íenen u n conjunto de hombres de

juuiua j refiero a una potente fucrzií anrretda.lll "^utor deí la riqueza es tanto el que la garanti .a mediantCj sus armas como el que la t;rea mediante sutraba^! jo^p-ñ economía política, preocupada únicamente; por l a creación de la riqueza mediante el trabajo,; no ha comprendido nunca al feudalismo, el cualj era en el fondo tan Jegítimo como la constitución; del ejiírcito moderno . Los duc,aes, los marqueses , | los condes eran, en el fondo, los generales, l o s | coroneles, los comandantes de una Landwehr, cu-^ yos honorarios consistían en tierras y en derechor señoriales.

I I I

De esta manera, la tradición jieJ¿na_política nacional se perdía de día en día.

Francia, aun queriendo una dinastía, se muestra muy acomodaticia respecto a la elección de dicha dinastía, ya que la afición que sienten la ma^^ yoría de los franceses por la monarquía es de índole esencialmente materialista, y se halla lo más alejada posible de lo que puede denominarse fidelidad, lealtad, amor por sus príncipes. El reinado efímero, pero brillante, de Napoleón I había bas .v tado para crear un título válido para este pueblo,-cxtraño a toda idea de legitimidad secular. Al presentarse el príncipe Luis Napoleón en 1848 como^ heredero df ese título y dar ía impresión de que era el único que podía sacar a Francia de una situación que le es antipática y cuyos peligros ella misma exageraba,]^rancia se agarró a él como a un salvavidas, le ayudó en sus empresas más temerarias, se hizo cómplice de sus golpes de Estado. Durante cerca de veinte años los favorece doresdel 10 de diciembre pudieron creer que habían tenido razón. Francia desarrolló nroHítriosa-mente sus recursos interiores. Ello fue una auténtica revelación. Gracias al orden, a la paz, a los tratados comerciales. Napoleón I I I le enseñó a Francia su propia riqueza. El bajo nivel político interior tenía descontenta a una fracción inteligente; el resto había hallado lo que quería, y es bien cierto nup- yara determinadas clases de la nación el reinado de Napoleón ITT quedará como un auténtico ideal. Lo repito, si Napoleón I I I hu-

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biese querido no hacer la guerra, la dinastía de los Bonaparte hubiera permanecido durante nm-^hos siglos. Pero-la debilidad de un Estado sin base i

cínoraj) esJaatíL_quejjn dm de locura es sufici''nte'^ para que se pierda todb. y Cómo no se dio cuenta

• el emperador de que la guerra con Alemania eraj una prueba demasiado fuerte para un país tan de-,' bilitado como Francia? Unos allegados ignorantes y poco serios, como consecuencia del pecado orí-' ginal de la nueva monarquía, una corte en la cua' sólo había un hombre inteligente (ese príncipe ileno de talento que conocía maravillosamente su; siglo, a quien la fatalidad de su destino dejó casi'' sin autoridad), hacían posibles todas las sorpre-^ sas, todas las desgracias. j

.Mientras que la riqueza pública, en efecto, aU canzaba un crecimiento inusitado, mientras que el campesino adquiría mediante sus economías unas riquezas que no elevaban en absoluto su nivel in' telectu:^', su sociabilidad, su cultura, la decade" cia de ia aristocracia se producía en proporción alarmantes; la media intelectual del público de cendía de manera cxtrañaT^El número y el valo de los hombres distinguidos que salían de la ción se mantenían, tal vez incluso aumenta^?.n; e S más de una clase de mérito, los recién llegados lo hubieran cambiado por ninguno de los n o n » brcs ilustres de las generaciones nacidas en m ^ jores tiempos; pero la atmósfera se empobrecíáj[ la gente se moría de frío. La Universidad, ya débÜÉ poco ilustrada, era debilitada sistemáticamente las dos únicas buenas enseñanzas cue poseía, la la Historia v la de 1 . Filosofía, casi fueron supnj^ midas. La Escuela Politécnica y la Escuel? Norma^^ habían quedado sin corona. Algunos esfuerzos

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mejora oue se hicieron a partir de 1860 resultaban incohercíUíís y no tuvieron continuación. Los hombres ílf buena voluntad que se comprometieron en eP ' no se vieron apoyados. Las exigencias clericales a que había que someterse no dejaban pasar más que una inofensiva mediocridad; todo lo que era un poco original, se veía condenado a una especie de destierro en su propio país. El catolicismo era la única fuerza organizada fuera del Estado y confiscaba en su proveclio la acción exterior de Francia. París estaba invadido por el extranjero vividor, por los provincianos, que sólo estimulaban una prensa de cortas miras y ridicula y una literatura imbécil, tan poco parisina como era posible, del nuevo género burlesco. El país, mientras tanto, se hundía en un materíalis-mc repugnante. Al no contar con ninguna nobleza que le diera ejemplo, el campesino enriquecido, contento con su tosca y trivial comodidad, no sabía vivir, era turpe, carecía de ideas. Oves non ha-bentes pastorem, ésta era Franciar^n fuego sin llama ni luz; un coretzón sin calor; un pueblo sin profetas que supieran decir lo que sentía; un planeta muerto que recorría su órbita con un movimiento maquinad)

La cqrrupc^áa administraxiv*»^ no era el ^^uelo orgaaLeado, como se vio en Ñapóles, en España; era laJnCiiria, la £SEeza.-ua dejar hacer universal,, una completa indiferencia por la cosa públicai Toda función se había transformado en una sinecura, un derecho a una renta para no hacer nada. Con esto, todo el mtmdo era inatacable. Gracias a una ley sobre la difamación que tiene el asrecto üc iiaber sido elaborada para proteger a los menos honorables de los ciudadanos, gracias, principal-

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menle, al descrédito universal en que la prensa cayó por su venalidad, la mediocridad y la indignidad tenían asegurada una prima enorme. El que aventuraba alguna crítica, se transformaba inme-j diatamente en un ser aparte y," acto seguido, en' un hombre peligroso. N o era perseguido; no hacía ninguna falta. Todo se perdía en una molicie general, en una falta completa de atención y de precisión. Algunos hombres de talento y de corazón, que daban consejos útiles, eran impotentes, impertinencia vanidosa de la administración cial, convencida de que Europa la admiraba y la envidiaba, hacía que toda observación fuera inútil y toda reforma imposible.

¿Era la exposición más ilustrada que el go-, Wémo2 ;Mi^]p9íío. Los oradores de la oposición se mostraB^óCen lo que respecta a los asuntos ale-! manes, más irreflexivos todavía que el señor Rou-^ her. En resumen, l^npn5iirión im_rgLprftfíftr.taha^d^ nin^nna T^^pf^ra, nn principio siiperioF-de mnrft. lidadT Extraña a toda idea de política sabia" no salía de la vieja costimabre del superfi cial radicalismo francés. Fuera de algunos hombres de valor, que nos sorprende comprobar que sadieron de una fuente tan turbia como el sufra" gio parisino, el resto no era más que declama' ción, opinión democráiica prct-uiicebida. Las pr ^ vincias valían más bajo algimos aspectos. Ne sidades de una vida local regular, de una se descentralización en provecho de la comuna, cantón, del departamento, el deseo imperioso 4 elecciones libres, la voluntad firme de reducir I gobi. mo n lo estrictamente neresario. de dismi imir considerablemente el ejército, de supri las sinecuras, de abolir ia aristocracia de los '

cionaríos, tod( ello • mstiíuf n programa ba"- • tante liberal, aunqu-^ mez'^ , j , puesto que el • verdadero fondo de este \ ograma no era otr^ cosa que el deseo de pagar lo menos posible, de renunciar a todo lo que pudiera llamarse gloria, fuerza, esplendoi. Del cumplimiento de estos de-

1 seos resultó, con el tiempo, una pequeña vida pro-'i vinciana. muy floreciente en cuanto a lo material,

indiferente a 1;- instrucción y a la cultura inleicCj/ tuál, bastante libre; luna vida de burgueses acq' modados, independientes los unos de los oíros, sü i ninguna preocupación por la ciencia, por el arte. por la gloria, por el talento; una vida, repito, mu r

\ parecida a la vida americana, salvo la diferencial 1 de las costumbres y del temperamentoTÍ, \

[ ,És te jy :^ el ^ p o r v - e n í r — d k ^ r ^ c i á , N a p o -j león I I I no l i ü £ i e r a J d a v o l i m t « ^ su rüi--^ \ Jlfl. SeTiavggabaa t o d a v í a hacia la mediocridad. Q\ Por una parte, los progresos de la prosperidad ; material absorbían a la burguesía; por otra, las

cuestiones a c i a l e s ahogaban completamente las ^^cuestioneslnaciogales V patrióticas^ Estos dos ór-\ cienes de cuestiones quedaban en cierta manera yi equilibrados; d advenimiento de unas señala el I eclipse de las otras/La gran mejora que se había, I conseguido en la situación del obrero quedaba le-r jos de ser Tavorable a su mejora m o r a t ^ l pueblo [ es mucho menos capaz que las clases' elevadas o •

cultas de resistir a la seducción de los placeres fá- g ciles que no dejan de tener inconvenientes hasta

l que no se está saciado de e l l o s ^ a r a j u e ^1 bienes- ¿ ^

l a r no desmoralice, hay que ésLár acostumbrado I .jLJÍl; el iiorubre sm educación se hunde rápida- "5 ^ I nicnte en el placer, lo toma torpemente en serio,

no se hastíadc 41. La moralidad superior del pue-

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blo alemán le viene del hecho de que este pueblo ha sido muy maltratado hasta nuestros días. Desgraciadamente, no están del todo equivocados ^ los políticos que sostienen que el pueblo tiene que i sufrir para ser buenos' f

^.Mc atreveré a decirlo? Nuestra Qlosofía poli-' tica iba a parar al mismo resultado/ El primer prjjXfMpio dr? nuestra moral^asuprimif el tempera-monto, hacer que domine al máximo la razón so-biv k\lmTrn^igad^^eikrcs-tpdo4;5^ rj Tu p;n^rivi^ ^r.iiáí podía ser nuestra regla de

"conducta, lá~Tie los liberales, que no podemos admitir el derecho divino en política, ya que no admitimos lo sobrenatural en religión? Un simple derecho humano, un compromiso entre el racio-nalisrno absQiUlo de Condorcet y del siglo xviir, que sólo reconocía el derecho de la razón' paral gobernar a la Humanidad, y los derechos que re-j sultán de la Historia. La experiencia frustrada,' la Revolución nos ha nií¡-adn del culto a la razd pertíTpÓñíendo en ello toda la buena voluntad p á sible, no hemos podido llegar al culto de la tueij za o del derecho fundado enjla fuerza, que es d resumen de la política a lemanai^I^cor^eat in i i^ tod i í j as diferentes parte§_de^g>ía5Q3íísna^

^ilajr.StOS ^ran nuCSlr'^"= p^nripios, ^ tenfan Hn£ ^pfr-r'ir>g f*g.anríalpg- <^ j rmT^n que cn el mimdo había gentes con unos principios completamente diferentes, que vivían inmersas en las duras doc trinas del antiguo régimen, e! cual hacía consistii. la unidad de la nación en los derechos del sebera^ no n^tentras Que nSsótros imaginábamos que

d ruvho de lq<; poblaciones^^ ^egujido_^efecto

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que no conseguimos hacer prcvaUcer síimpre tó-los principio; cr<.tre nosotros. Dichos principit^s son claramente unos principios irünccses, en ui sentido de que salen lógicamente de nuestra filosofía, de nuestra revolución, de nuestro carácter nacional con sus cualidades y sus defectos. Desgraciadamente, el partido que los profesa, como todos los partidos inteligentes, no es más que una minoiía, y esta minoría ha sido vencida demasiado a menudo entre nosotros.jLa expedición de Roma fue la derogación más evidente de la única política que podía convenimos. La tentativa de inmiscuimos en los asuntos alemanes fue una flagrante inconsecuencia, inconsecuencia que no debe ser achacada únicamente al gobierno destro-nndo. La oposición no había dejado de empujar en este sentido a partir de Sadowa. Aquellosjque ,sienipre han rechazado la política de conquista pueden decir con pleno derecho: «Apoderarse de Alsacia sin su consentimiento es im crimen; cederla sin que dicha cesión se vea motivada por una pccesidad absoluta, sería también un crimen.» Pero los que han predicado la doctrina de las fronteras naturales y de las conveniencias nacionales no tienen ningún derecho a encontrar laal que se les haga aquello que ellos querían hacer a los demás.\La doctrina de las froaleras naturales y la del d e r e ^ o de jas pnblarinnes no pueden ser invocadas por una noisma boca, so pena de ima evidente contradlcciój^

Así, nos hemos encontrado débiles, desaprobados por nuestro propio país. Francia podía desinteresarse de toda acción exterior coiiio iVuu iiiuy üieu Luis Fe!ipe.(Désde el momento en que actuaba en el extranjero" Francia sólo podía servir a su

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propio principio, eL-priaciplQ_^ las iMWáones Í ¿ .Jjresr^omRuesta: de prQyinUaáriiKviLij; dueñas Hej SU5 destinoijDcsde este punto de /ista, pues, vi^ mos con simpatía la gu¿n'a de Italia del empera dor Napoleón l l l ; incluso, en alg; nos aspectos,1 la guerra de Crimea, y sobro todo la ayuda que el^ emperador prestó cu la formación de una Alema-, nia del Norte alrededor de Pmsia. Creímos por^ un momento que nuestro sueño se realizaría, esi decir, la unión política c inlclcclun' de Alemania ,^ d.-. Inglaterra v de Francia: las tres constituirían; una fuei-za directora de la Humanidad y de la civilización, formando un dique contra Rusia o, mejor, dirigiéndola en su camino y elevándola. Desr graciadamente, ¿qué se podía hacer con un espf ritu extiaño e inconsistente? La guerra de I t a l i a ^ tuvo como contrapartida la ocupación prolonga da de Roma, negación completa de todos los prin-v cipics franceses; la guerra de Crimea, que sólc hubiera sido legítima si hubiese conseguido eman'i cipar a las buenas poblaciones sometidas a Tur* quía, sólo obtuvo el resultado de vigorizar el pri cipio otomemo; la expedición a Méjico fue un desa-fío lanzado contra toda idea liberal. Los título; auténticos que se habían conseguido con el re nouimiento de Alemania se perdieron al adoptar, después de Sadowa, una actitud de malhumor y de provocación. . £ |

Es injusto, digámoslo una vez más, achacar t(2S das estas faltas al último i'égimcn, y uno de l o S giros más peligrosos que podría tomar el amoi^ propio nacional sería imaginarse que nuestras^ desgracias sólo hon sido pr.n'ocadas por las faltas de Napoleón HT, de manera qvc, un'', vez ap .ado .\apoleon Ti l , tuvieran que volver b. victori;

y la felícidad¿La verdad es que todas nuestias debilidad, s tuvieron una raíz más profunda, una raíz que no ha desaparecido en absoluto, lajderoíh í^SCÍ*-rTTat"lgntendidaJ Un país democrático no-P^ícdc^^staii-bicn gobernado, '^en administrado, ínen_mandado. La razón de ello es bien sencilla. Eli¿oEicrno7]p a^ministrarión y el mando son, en una snriedad, f„l rp-t^mlj^Hj^nna selección que cxtrac^dc^la masa un determinado número de in-.t^lMduoalÍTiUL^gpbieman. administran y mandan. Rsia selección puede llevarse a cabo de cuatro maneras que han sido aplicadas a veces aisladamente, en ocasiones todas a la vez en diversas sociedades: a ) por nacimiento; xfc))por sorteo; c ) por , elecciones populares; íd}^ mediante exámenes y:^ oposiciones. 4-

FI sistem?. del sorteo no ha sido aplicado más que en Atenas y en Florencia, es decir, en las dos únicas ciudades donde ha habido tm pueblo, de • aristócratas, un pueblo que con su historia, en me-ü o de los mayores desvarios, ha dado el espectáculo más fino y más encantador. Está claro que ea nuestras sociedades, que se parecen a enormes Escitir.s en cuyo interior los tribunales, las grandes ciudades y las universidades vienen a ser como colonias griegas, un sistema de selección como éste llevaría a resultados absurdos; no hace Ir.lía que nos detengamos en ello.

El sistema de los exámenes y de las oposiciones sólo ha sido aplicado en grande en China. Ha producido allí una senilidad general c incura-Mc. En este sentido, incluso nosotros hemos Íle-ííado también muy lejos, y no es éMa una de lf>c inimpc rncnore?» üc nuestra decadencia.

— ^ E ! sisíema__ue las elecciones no puede ser to-

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mado como base única de im gobiem--: Aplicada' al mando militar, parlicularr-tente, la v^scccíón es una especie de contradicción la ne^:. -n misma.: del mando, puesto que en lo militar el mando e s | absoluto; y la persona elegida no consigue mandar jamíís de manera absoluta a su elector. Aplicadas al caso de la persona del soberano/as elec; ciones provocan la charlatanería, destruyen por adelanteáo^-pj'cstigio del cle^iido, le obligan a hu--' millarsc ante los q^uc_(.ijbca ohtácccTh.^slixa ^^fc^ jecioncs se aplican con mucha más razón si e l ^ sufragio cs universal. Aplicado a la elección de diputados, el sufr^ioTunivcrsal, mientras sea directo, sólo llevará a resultados mediocres. Es im-, posible hacer salir de ¿1 una cámara alta, una ma-^ gistratura, o tan sólo un buen consejo departa-"^ mental o municipal.Aiscncialmente limitado^el sufragio universal no comprende la necesidad de la ciencia^ la superioridad del p o b l y d e l > a b i ^ T ^ único que puede conseguir es foTroar un cuerpo notables, y aun a condición de que la elección lleve a cabo en una forma que especificaremoí más tarde. í

Es incontestable que, si tuviéramos que até nemes r. un niudio de selección único, el nací miento valdría más que la elección. La casualií del nacimicn'n e* r- .o' or que la casualidad escrutinio. Ei nacimiento trae consigo, gene mente, unas víujtajas de educación, y a veces i cierta supuiloridad de láza. Cuando se trata la designación del soberano y de los jefes mili res, el crtíerium del nacimiento se impone casi necesariamente. Este criterium, después de to sóio hiere a los prejuicios franceses que ven la función una renta a distribuir al funcionari<

más que un deber pública. H^te prejuicio cs el reverso deiráuténtiCo^principio de gobiern^pr in-cipio que ordena que sólo se considere en Ta elección 4el funcionario el bien del Estado o, en otros términos, la buena ejecución de la función. Nadie tiene derecho a ocupar una plaza; todos tienen derecho a que las plazas estén bien ocupadas. Si la herencia de determinadas funciones fuera una garantía de buena gestión, no dudaría ni un mo-mcnlü en aconsejar para estas funciones el derecho de sucesión.

Ahora se comprende cómo la selección del mando que, hasta finales del siglo xvil , se hacía tan bien en Francia, ha quedado tan envilecida y ha podido producir ese cuerpo de gobernantes, ministros, diputados, senadores, inariscales, generales y administradores que teníamos en el mes de julio del año pasado, y que podemos mirar como a uno de los grupos de hombres de Estado más ineptos que jamás haya visto en funciones un país. Todo ello provenía del sufragio universal, puesto que el empeíador, fuente de toda iniciativa, y el Cuerpo legislativo, único contrapeso a las iniciativas del emperador, procedían de él. Este gobierna_jaiserabie^^*'a .eL resultado- de la-demc-

_£t^acia^Francia lo había querido, se lo había sa-cado "de las entrañas. La Francia del sufragio universal no tendrá jamás gran cosa mejor. Iría contra la naturaleza que una media intelectual que llega apenas a la de un hombre ignorante y limitado se hiciera representar por un cuerpo de gobierno ilustrado, brillante y fuerte. ^Qxxn procedimiento de sclerciñn rom.o és',e, de una dcmo^' cracia tan mal entendida, lo único quo puede sa-

-lir es un oscurecimiento compl©to~de-la_cí^cien-

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^ a ^ d e un^aís^ÍEl gran colegio electoral formado! por todo el mtmdo es inrerior al inás mediocre de • los soberanos de otros tiempos; la coi te de Ver-salles valía más por las elecciones de los funcionarios que el sufragio universal de hoy; este sufragio producirá un gobierno inferior al del si-, glo xvi i i en sus peores días.

I Un país no es la simple adición de los indivi-\duos que lo componen; es una alma, una cpncien-oia, una persona, una resutíame_viya. Esta aln;a puede residir en un número muy pequeño de hom ores; sería bueno que todos pudieran participar de elía; pero lo indispensable es que, mediante la seleccióa-gttberní^mental, se forme una cabeza jque j!fele_y_piense mientras el resto del país nopiensa V casino siente.-Aiiora bien, la selección francesa i s ¡a más débil de todas. Con su sufragio universal no organizado, entregado al azar, Francia sóÍ6 puede tener una cabeza social sin inteligencia ni sabiduría, sin prestigio ni autoridad. Francia que^ ría la paz, y eligió a sus mandatarios tan neciamente que se vio lanzada a la guerra. La cámara de un p^ís ultrapacífico apoyó con entusiasmo la guerra más funesta. Unos cuantos charlatanes callejeros, unos cuantos periodistas imprudentes, pudieron pasar por la expresión de la opinión de la nación. En Francia hay más gente de valor y de talento qué"eñfrctialqnÍEr otro país; perp_no saa

"'tpvo en cuenta. Un país que no ciíéñtá con más ^ órgano que el sufragio universal directo, es, en su conjunto, sea cual sea el valor de los hombres que. posee, un ser ignorante, necio, inhábil para resol- ' ver cualquier clase de problema. Los demócratas se luui-stfan uiuy severus respecto al antiguo rC-gintcii que llevaba a menudo al poder a unos so-

beratr^s incapaces o malvados. A buen seguro que los ados que hacen residir la conciencia nacio-nai . una familia real y todo aquello que la rodea lidien sus altos y sus bajos; pero tomemos en su conjunto a la dinastía de los Capetos, que reinó cerca de novecientos años; para algunos períodos de baja durante los siglos xiv, xvi y xvi i i , ¡qué series tan admirables en los siglos xii, x i i i y xvi i , desde Luis el Joven n Felipe el Bello, desd-. Enrique l \ hasui ia segunda mitad del reinado de Luis X I V ! No hay ningún sistema electivo que pueda ofrecer una representación como ésta. El hombre más mediocre es superior a la resultante colectiva que sale de treinta y seis millones de individuos, contado cada uno como una unidad^

^^Ojalá_ el porvenir me demostrara l o _ c o n t r a r i o | ^ Pero se puede temer que con unos recursóstñlini- ' ^ tos de valor, de buena voluntad, e incluso de inteligencia, Francia llegue a ahogarse como un fue- j go mal encendido. El egoísmo, fuente del socialismo, los celos, fuente de la democracia, no harán más que una sociedad débil, incap3^dej;esistij; rante unosjvecinos poderosos. Una sociedad sólo es; fuerte a condición de que reconozca el hecho de las ,sup^rioridflf^^y ppt i i rp j fque en el fondo se reducen a una soIa,^la^eljiaciroieftt€J, puesto que la superioridad intelectual v moral;ino es otra cosa ue un genrien-de vida surgido en unas ^on¿icio-

particularmente favorables.

T

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IV

3€"

Si hubiésemos estado solos en el mundo o sin vecinos, habríamos podido continuar indefinidamente nuestra decadencia e incluso complacernos en ella; pero no estábamos solos en el mundo. Nuestro pasado de gloria y de imperio venía, comean espectro, a enturbiar nuestra fiesta. Aquel cuyos antepasados se han visto mezclados en grandes luchas, no es libre para llevar una vida tranquila y vulgar; los descendientes de aquellos a quienes han matado sus padres, vienen constantemente a recordárselo en su burguesa felicidad y a jíonerle la espada en la frente.

Siempre ligera y desconsiderada, Francia había olvidado que hace cosa de medio siglo había insultado a la mayoría de las naciones de Europa, y particularmente a la raza que presenta, en todo, io contrario a nuestras cualidades y a nuestros defectos. La conciencia francesa es corta y viva; la conciencia alemana es larga, tenaz y profunda. El francés es bueno, atolondrado; olvida prontc c! m^l que ha hecho y el que le han hecho; el alemán es rencoroso, poco generoso; comprende de manera mediocre la gloria, el pundonor; no conoce el perdón. Los desquites de 1814 y de 1815 no habían satisfecho el enorme odio que las guerras funestas del Imperio habían encendido en el corazón de Alemania. Lentamente, sabiamente, Alemania preparaba ia venganza de unas injurias que para nosotros emn hechos de otra ópoca con la cual no teníamos ningún punto en común y cuya responsabilidad no creíamos tener en absoluto.

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Mientras nosotros descendíamos, der.p í-ocu-' pados, por la pendiente de un malcrialis; i,- inin-H teligentc o desuna-filpsofía dcmpüiado generosa, dejando casi que se pcrdiei'a todo recuerdo de esr, píritu nacional (sin pensar siquiera que nuestral situación social era tan poco sólida que bastaba, para perderlo todo, con el capricho de unos cuantos hombres imprudentes), un espíritu muy distinto, el viejo espíritu de lo que nosotros denominamos el antiguo régimen, \'ivia en Prusia, y, bajo muchos aspectos, en Rusia. Inglaterra y el resto " de Europa, con la excepción de los dos países men- f. clonados, iban por el mismo camino que nosotros, rf un camino de paz, de industria, de comercio, pre- ;J sentado por la escuela de los economistas y por la mayoría de los hombres de Estado como la vía misma de la civilización. Pero había dos países e: que la ambición en el sentido de antes, el des de engrandecerse, la fe nacional, el orgullo d raza, todavía duraban Rusia, por sus instinto profundos, por su fanatismo religioso y políti a la vez, conservaba el fuego sagrado de los tie pos antiguos, lo que hallamos tan poco en un pu blo desgastado, como el nuestro, por el egoís es decir, la rápida disposición a dejarse matar po una causa a la que no va unido ningún interé^ personal. En Pnisia, una nobleza privilegiada^ unos campesinos sometidos a un régimen casi feu-¿' dal, un espíritu militar y nacional llevado hastá^^ la violencia, una vida dura, una cierta pobrezaS general, con un poco de celos hacia los pueblos1| que llevan una vida más tranquila, mantenían las^ condiciones que han sido hasta aquí la fuerza de-v ¡as naciones.C¿Uí, ei estado mi litar .desprecia' entre nosotros o considerado como sinónimo

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ocio y de vida desocupada, era el principal título honorífico^jjuia^specíe de cáj'rera c i i j j s j ^ r espí-

- rttir alerñin había aplicado al arte dema ta r la potencia de sus métodos.(Mientras que, a este lado del Kin, todos nuestros esfuerzos consistían en extirpar los recuerdos, a nuestro-en tender nefas-tos, del primer Impcrioppl viejo espíritu de los Blücher y de los Schaniñorst vivía todavía allí.

V-TEntre nosotros, eLpatriotismo relacionado con los recuerdos niilitares era ridiculizado, bü.io el nombre de patriotería; allá, todos son lo que nosotros denominamos patrioteros, y se vanaglorian de

relio. El liberalismo francés tendía a disminuir al Estado en provecho de la libertad individual; el Estado en Prusia era mucho más tiránico de lo que había sido jamás entre nosotros; el prusiano, educado, preparado, moralizado, instruido, regi- , mentado, vigilado siempre por el Estado, era mucho más gobernado (sin duda, también mejor go-bernado) que nosotros lo fuimos, y no se lamentaba de ello. Este pueblo es esencialmente m o n á i ^

^QHTco) no siente nin_guna necesidad de igualdadí^ ^ ttené virtudes, pero virtudes de clases. Mientras L-rque eulre_nosotros un mismo tipo de honor, es el

ideal de todos, en Alemania, el noble, el burgués, eT profesor, el campesino, el obrero, tienen su fórmula particular det deber; los deberes del hombre, los derechos del hombre," son poco conipren-didos; )Léstares una gran fuerza: pues la igualdad es la mayor causa ¿c debilitamiento político y mi- / l^tar que exista. Añadid a ello la cienqia, la crític^, i < : g » j i i s l ^ y iab^ecisión del espírittj, cua l i^des todas~eltÉís que la educación prüsÍMia desarrolla hasta ei más aito grado y que nuestra educación francesa oblitera o no desarrolla; añadid a ello

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^ principalmente las cualidades morales y particu larmcntefla cualidad que da siempre la victoria aunara¿a sobre los pueblos que la poseen menos,

yKÍcas^^J?'' y comprenderéis que para cualquie-í ra que posea un poco de filosofía de la Historia ' y haya comprendido lo que es la virtud de las

' . naciones, para cualquiera que haya leído los dos j bellos tratados de Plutarco, De ta virtud y de la fortuna de Alejandro y De la virtud y de ta fortuna de los romanos, no podía caber ninguna duda sobre lo que se estaba preparando. Era fácil ver que la Revolución francesa, parada débilmente por^ un momento a causa de los acontecimientos de

k ; 1814 y de 1815, iba a ver por segunda vez levanta da ante ella a su eterna enemiga, la raza germáni ca o, mejor dicho, eslavo-germánica del Norte; eñ otros términos, Prusia, que seguía siendo un país de antiguo régimen, y por ello había quedado prc; servada del materialismo industrial, económico socialiista, revolucionario, que ha domado la viri3 lidad de todos los otros pueblos. La resolució fija de la aristocracia prusiana de vencer a la ri volución francesa tuvo, de esta manera, dos fas distintas: ima de i792 a 1815, otra de 1848 a 1371 ambas vicioriosas, y seguirá ocurriendo así pro^ bablemente también en el futuro, a menos que l ¡evolución no se apodere de su propi'» '*r?:r!goJ para Ío cual la anexión de Alemania a Frusia grandes facilidades, pero no todavía en un futu inmediato.

La guerra es esencialmente algo de antiguo^réJ

5. En Francia, las mujeres cuentan enormemente e i-i uiovimienvo social y poluico. En Prusia, cuentan in| finiíamcntc menos.

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gimen. Supone una gran ausencia de reflexión egoí&Hv puesto que, después de la victoria, aque-llop más han contribuido a conseguirla, me refi-TO a los muertos, no disfrutan de ella; la gue-^ rra es lo contrario a esta falta de abnegación, a' esta aspereza en la reivindicación de los derechos individuales, que es el espíritu de nuestra moderna democracia. Con este espíritu no hay guerra posible. La democracia es el disolvente más fuer-le de U; orga.ilzacióii rruiitar. La organización militar está fundada en la disciplina. Alemania también tiene su movimiento democrático; pero este movimiento está subordinado al movimiento patriótico nacional. victoria de Alemania, por lo y tanto, no podía dejar de ser completa; pues una fuerza organizada vence siempre a una fuerza no organizada, aunque numéricamente esta última sea superior. La victoria de Alemania no fue la victoria del hombre disciplinado sobre el que no lo es, del hombre respetu<^so, cuidadoso, atento y metódico sobre el que no lo es; \fue la victoria

ide la ciencia y de la razón- pero también fue, ál mismo tiempo, ^la victoria del antiguo régimen. \ '

jdel principio que niega la soberanía del pueblo y / • el derecho de las poblaciones a decidir su suerie.^ csias ultimas ideas, en vez de robustecer una raza, la desarman, la hacen impropia a toda acción militar, y, para colmo de desgracias, no la preservan de volver a caer en manos de un gobierno que le haga cometer las faltas más graves. El acto inconcebible del mes de julio de 1870 nos precipitó a un abismo. Todos aqueílüs gérmenes pútridos que, sin esto, hubieran sufrido una lenta dp^com poiición, se transformaron en un ataque pernicioso; todos los velos se rompieron; unos defec-

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los temperamentales de los que sólo se sospecha-/^ ba, aparecieron de manera siniestra.

Una^ enfermedad no va nunca sola; pues un cuerpo dcbditado ya no tiene fuerzas para contener las causas de destrucción que se hallan siempre en oslado latente en el organismo, y a las que una situación de buena salud impide que produzcan su erupción. El horrible episodio de la Comuna vino a mostrar una herida bajo la herida, un *j abismo bajo eí abismo. El 18 de mar?o de 1871 es, j desde hace mil años, el día en que la conciencia ¡J francesa se halló a un nivel más bajo. Dudamos por un momento si se reformaría, si la fuerza vital de este gran cuerpo, atacada en el punto del cerebro donde reside el sensorium comune, sería^ suficiente para superar la podredumbie que ten-día a invadirla. La obra de los Capetos parecid |H comprometida, y se pudo creer que la futura f<^i^^fl muía filosófica de nuestra historia cerraría en 187l|H el gran desarrollo empezado por los duques Francia en el siglo ix. Y no fue así. La concienci francesa^toinque sa_vio. atacada por un gq rribjé^ volvió a encontrarse a sí misma; só sUó tres o cuatro días para salir de su desmayo Francia volvió a incorporarse a la vida, el cadá-j ver que los gusanos ya se disputaban volvió a ha-.»: llar su calor y su movimiento. ¿En qué condicio^"^. nes se producirá esta existencia de ul t ra tumba?^ ¿Será cl relámpago fugaz de la vida de un resuct-^b tado? ¿Proseguirá Francia un capítulo Ínterrum-;jj^ pido di- su historia? ¿O bien entrará en una fase'T:' complciair.ente nueva de sus largos y mister iosos^ destinos? ¿Cuáles son los votos que un buen fi 'an-í^; cés puede forx- lór en tales circunstancias^ ¿''-'^

son los consejos que puede dar a su país'

mos a tratar de decirlo, no con esta seguridad que sería en unos dí:.s come -^'os el índice de un espíritu harto superficial, i cnn .- tn rescr-va que da una gran i i i iportai i i^ a las_ casualidades de cada día y a las inceriidunibres.delJuturo.

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Segunda parte * ios REMF:DÍOS

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conocida de todo el mundo Ir. facilidad con que nuestro país se reorganiza. Unos hechos recientes han demostrado hasta qué punto Francia se ha visto poco afectada en su riqueza. En cuanto a las pérdidas de hombres, si fuera permitido hablar de un tema como éste coii una frialdad tal que más bien parecería crueldad, diría que son apenas sensiMes. Se presenta, pues, una pregunta a tcdo espíritu reflexivo. ¿Qué hará Francia? ¿Volverá a colocarse en la pendiente de debilitamiento nacional y de materialismo político en que se hallaba antes de la guerra de 1870^ o reaccionará enérgicamente contra la conquista extranjera, contestará al aguijón que se le ha clavado en lo más vivo, y, como ia Alemania de 1807, tomará en su derrota el punto de partida de una era de renovación? Francia es muy olvidadiza. Si Prusia no hubiera exigido cesiones territoriales, no dudaría en contestar que el movimiento industrial, económico y socialista hubiera seguido su curso; las pérdidas de dinero hubieran quedado reparadas al cabo de unos años; el sentimiento de la gloria militar y de la vanidad nacional se perdieron cada vez más. Sí, Alemania tenía en sus man^s, después de Sedán, ei papeí más bello de la Historia del mundo. Quedándose sobre su victoria, no pro-

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duciendo violencia a niníruna parte de la pobla-| ción í'rancesa, cníciTaba ia guc ' -a pam . eternidad, si es que está permiíldo h-'blar dn '.'---rnidaí cuando se trata de cosas humanas. Pc io no quisí este papel; tomó violentamente dos millones del franceses, cuando es de suponer que sólo consen-| tía mía tal separación una pequeñísima fracciónj de ellos. Está claro que todo lo que queda, de] patriotismo francés sólo tendrá durante muchol tiempo un único objetivo, recups^rar las provin-_ cias perdidas. Incluyo los que son filósofos antes| que patriotas no podrán quedar insensibles antei cl grito de dos millones de hombres que nos he-j mos visto obHgados a lanzar al mar para salvarl al resto de los náufragos, pero que estaban uni-s dos con nosotros para la vida y para la muerte.J Francia tiene, pues, en este caso, 'on puñal d( acero hundido en su carne que ya no la de jai dormir jamás. ¿Peio qué camino seguirá en Ií obra de su reforma? ¿En que se parecerá su nacimiento a tantos otros intentos de resurrec ción nacional? ¿Cuál será la originalidad france sa? Es lo que hemos de buscar, teniendo per pro^ bable a priori que una conciencia tan impresiona-? ble como la francesa irá a parar, bajo la opresión de circunstancias únicas, a unas manifestaciones^ totalmente inesperadas.

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Existe un modelo excelente de la manera como una nación puedfejceponerse de los últimos desastres. J.a mismqf Prusia nos lo ha facilitado y no puede reprochamos que sigamos su ejempl9.''¿Qué l^izo Prusia después de la Paz de Tilsitt? Se resignó, ác replsgó;¿JEl tenitorio que le quedaba era, ^ como máximo, una quinta parte del que nos queda a nosotros: este territorio era el más pobre de Europa, y las condiciones míUtares que se le habían impuesto parecían condenarla para siempre a la impotencia. Con ello podía quedar desalentado un patriotismo menos duro. Prusia se organizó en silencio; lejos de perseguir a su dinastía, se apretujó a su alrededor, adoró a su rey mediocre, a su reina Luisa, la cual, sin embargo, había sido una de las causas inmediatas de la guerraj Fueron requeridas todas las capacidades de la nación; Stein lo dirigió todo con su ardor concentrado. La reforma del ejército fue una obra de arte, de estudio y de reflexión; la Universidad de Berlín tue c¡ centro de la regeneración de Ale-mania; |se pidió una colaboración cordial a los sabios y a los filósofos, quienes sólo pusieron una condición a su colaboración, la que ponen y han de poner siempre, su libertad. De este trabajo serio proseguido durante cincuenta a ñ o s ^ u r g i ó Prusia como primera, nación de Europa, ^ j c e g e -neración tuvo una solidez que no sabría dar la simple vanidad patriótica, tuvo una base rnAral: íuc fundada baio la irirn H^dphf-r hajn d ^ f ¿ u

"tí que da la dpf^prmri^ vnpni-fT'^? T u noMcTH'^

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,Está clai-o que, si Francia quería imitar si ejemplo, estaría prepaiada en menos tienpo. S el mal de Francia procedía de un agotamien profundo, no habría nada que hacer; pero no este el caso; los recursos son inmensos; se tra de ori>.auizarlos. Es también incontestable que circuuslauLias vendrán en nuestra ayuda, «La apa rienci;\ de este mundo pasa», dicen la^Éscrituras Dcfonuinadas personas morirán; las dificultade; intoriv>ívs de Alemania volverán; ei partido catóJ lico y el partido democrático de las dos Interna cionalcs ( como se dice en Prusia) crearán al seño Bisu\í\rk y a sus sucesores dificultades pe lúas; hay que pensar que la unidad de Alem no es miu de ninguna manera la unidad de F ^ cin; hfvy parlamentos en OresdC; en Munich, ^ Stuttjiari; ima^inémonos a Luis X I V en condicii nes ^Ví i t íc idas^n Prusia, la rivalidad del partí feudal y del partido liberal, hábilmente conjura ^ p o r ol señor Bismark, estallará; el resplanda fccmuto y pacífico del germanismo se parará, f" fnr ior fltf-4n-e«w£dgnrJa eslava es la co^C'^^^^^ ^ mí»un: la cnnriencJa de los eslayíí^ rr^p^rA y

oponJ.i-á n iásvjnás a la j e j o s alemaneslgl int,_ vcuioutc con que t ropiezaun Estado alreíener paist s por la fuerza se revelará cada vez más; la crisis intci-minable de Austria llevará consigo las pori(KA:ias más peligrosas; Viena se transformará, de t(.»d;\s maneras, en un obstáculo para Berlín; ^e haj^x lo que se haga, este imperio nació bicé-faUv \ ivh-A con dificultad. La meda de la fortuna ^\iv:' \ soi-^uirá girando. Una vez oue se ha subido,

V l\e aquí por ^ué ei orgullo es algo tan .a.-onable. Las organizaciones militares son

v»-au> los utensilios industriales; un utensilio en

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vejece deprisa, y es raro que el industrial reforme por sí mismo los utensihos de que es poseedor; estu" utensilios, en efecto, representan un inmenso capital de establecimiento; se les quiere conservar; sólo se cambian si la competencia obliga a hacerlo. En este caso, suele ocurrir casi siempre que el competidor tiene ventaja; pues construye de nuevo y no debe hacer ninguna concesión a un establecimiento anterior. rSín el fusil de aguja, Francia no habría remni;izádü jamás su fusii de pistón; pero una vez que el fusil de aguja la hubo puesto en movimiento, hizo el chassepot. Las organizaciones militares se suceden de la misma manera que las máquinas de la industria^ La máquina militar de Federico el Grande tuvo, en su tiempo, la excelencia; en 1792, era impotente y h£»bía envejecido de manera t o t í ^ ^ a máquina de Napoleón tuvo, después, la fuerza; en nuestros días, la máquina del señor de Moltke ha demostrado su inmensa superioridad. O las cosas humanas cambiarán su marcha, o acuello que hoy es lo mejor no lo será mañana. (Cas aptitudes militares cambian de una generación a otra. Los ejércitos de la República y del Imperio sucedieron a aquellos que fueron vencidos en Rossbach. Una vez Francia arrastrada, una vez sacudidas su gordura burguesa y sus costumbre caseras, es imposible decii lo que puede pasar.

Es, pues, cierto que si Francia quiere someterse a las condiciones de una reforma seria puede volver a ocupar rápidamente su lugar en el-concierto europeo. Y o no podría creer que ningún hombre de Estado serio hubiese bf^rho en Ale-iiicinia ul razonamiento que han repetido sin cesar los periódicos alemanes: «Tomemos Alsacia y Lo-

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rena para poner a Francia en situación de no p der volver a empezar.» Sí sólo se trata de supe ficie territorial y de cifras de almas, Francia \ sido apenas lastimada.? La cucslió"! c:; saber s| querrá entrar en la vía de una reforma seria; en otros término^, imitar la conducta de Prusia d c d pues de lena^-i f

Esta vía sería austera; sería la de la peniten cia. ¿En qué consiste la auténtica penitencia? T o j | dos los Padres de la vida espiritual están de* ^ acuerdo sobre este punto: la penitencia no c o n t i siste en llevar una vida dura, en ayunar, en m o r t i S ficarse. Consiste en corregir los propio^ d e f e c t o ™ y, entre ellos, en corregir precisamente aquellc^K a los que se ama, este defecto favorito que es c a ^ j siempre el mismo fondo de nuestra naturaleza, principio secreto de nuestras acciones. ¿Cuál para Francia, este defecto favorito que importaS nnte todo, que se corrija? Es_d gusto por la d M mocracia superficial/La democracia provoca nuéJÉ tra debilidad militar y política; provoca nues t ra ignorancia, nuestra estúpida vanidad; provoca, con el catolicismo atrasado, la insuficiencia de nuestra educación nacional. Y o comprendería, pues, que un buen espíritu y un buen patriota, más celoso de ser útil a sus conciudadanos que de complacerlos, se expresara más o menos en estos términos:

«CorriiámonOS de 1} í](^mnrrar'i9, Rpgtnhlp7r : í-

mos hrrealeza, restablezcamos en cierta medida la nobleza; fundemos una solida mstruccion ña-L .cional pnmaría y superior; hagamos que la eduv •dÓEJicfl man dura, q"*- ^ ' g^^ifi*^ ^^l'^ar "bli-ffatnrio na -a todos; volvámonos serios, aplicados, sometidos a las potencias, amigos de la regla y

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^ la disciplina. Seamos, sobre todo, humildes. Desconfiemos d.: la piesunción t'rusia ha necesitad,' sesenta y tros años para vciigarse de lena; dediquemos por lo míanos veinte a nuestra venganz? de Sedán; durante diez o quince años, abstengámonos completamente de los asuntos del resto del mundo; cncericmonos en el trabajo oscuro de nuestra reforma interior. Ñ o hagamos revolución a ningún precio, dejemos de creer que, en Europa, tenemos el privilegio de la iniciativa; renunciemo--a una actitud que hace de nosotros una perpetua excepción en el orden general.De esta manera, es incontestable que, con la a]?nda de los cambios ordinarios del inundo, dentro de quince o veinte años habremos vuelto a hallar nuestro lugar.

» N o lo hallaríamos de ninguna otra manera. La victoria de Prusia ha sido la victoria de la realeza de deri^chg rasi divipn f 'd^derechojiistó-rico); ima nación no sabría reformarse siguiendo

^cTtipo prus:anq_s¡i]Lla realeza histórica y sin la noblezaj La aemocraciaj nn d'^eipljn^ ni moraliza. Nadie sedisciplina a sí mismo; unos niños a quienes dejemos juntos sin maestro alguno no se educan; juegan y pierden el tiempo^ De la masa no puede emerger la razón suficiente para gobemai y reformar a un pueblo. Es necesario que la reforma y ia educación vengan de fuera, de una fuei-za cuyo único interés sea el de la nación, pero ' distinta a la ilación e independiente de ella. Hay algo que la democracia no hará jamás, es la guerra; entiendo por guerra la guerra sabia que Prusia inauguró. El tiempo de los voluntarios indisciplinados y de los cuerpos francoá ha pasadr». Hl tiempo de los oficiales bnüantes, ignorantes, valientes, frivolos, también ha pasado. La guerra

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% ' ^ ^ f t pfiTtIr alinrft, ttn problema científico V de adminisfracjón. una obra complicad que

^ a democracia superficial ya no es capaz de llevara a buen fin, de la misma manera que los constructores de barcas no sabrían hacer una fragata acorazada. La democracia a la francesa no dará jamás bastante autoridad a los sabios para que éstos puedan hacer prevalecer una dirección racional. ¿Cómo podría elegirlos, obsesionada comoj esut por charlataüc: e incoTTipctentc par?, decidirv entre ellos? La democraciaJ30r otr?, parle, j io-sefá .^^ suficifinlLiiUJuTé firme cuniu paia iiiaiiteiicr d u ^ f rante mucho tiempo el_esfueJ3D__enQrme que s ^ H

cilTigrfísíTñ para TTfívar n i'nbn unn gmn guerra H i ^ | estas gigantescas empresas comunes no puede ha^H cerse nada si cada uno, de acuerdo con una ex-^*

. presión vulgar, "tonid y deja"; ahora bien, la democracia no puede salir de su molicie sin entra-en el terror. Finalmente, la república ha de teñe siempre desconfianza hacia la hipótesis de un ge neml victorioso.^1^ monarquía le^s.jtaiL-iiatur^

\ a Francja-Qiie cualquier general que hubiese dad su país una victoria esplendorosa sería capaz d

bhóá puede éxístíFúnicamente en un país vencidr lo absolutamente pacificado. En todo país expue.* To a la guerra, el grito del pueblo será siempre é grito de lus hebreos a Samuel: "Un rey que va'" ante nosotros y haga la guerra con nosotros.*'

«írancia se ha engañado sobre la fqrma qü! puede tomar la conciencia de un pueblojSu sufra' gio imiversal es como un montón de arena, si" cohesión ni relación fija entre los átomos. Co esto es imposible construir una casa. La conci cia de una nación reside c u la pa^íc ilustrada

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la nación, parte quearrastra y manda al resto. La. civiliz¿ición. en sujorigen, fue una obra aristocrá-, tica, la obra de unos pocos (nobles y sacerdotes), -que la impusieron mediante lo que los demócra-; tas llaman fí"^r7a p impoRtin^a^ lacogiSfiDtnrión

¿ riaThonor, deber, son cosas creadas y conser- " vadas por unos pocos en el seno de una masa que, abandonada a sí misma, las deja caer^¿Qué hu- ^ Ijíera sido di- .Atenas 3i se hubiese coTicedido el i sufragio a sus doscientos mil esclavos y ahogado bajo este número a la pequeña aristocracia de hombres libres que habían hecho de ella lo que era? También Francia había sido creada por el rey, la nobleza, el clero, el tercer estado. El pueblo propiamente dicho y los campesinos, hoy dueños absolutos de la casa, son, en realidad, unos intrusos en dicha casa, unos zánganos introducidos en ima colmena que no han construido. El a lmadej ina naciónno puede conservarse^in'itft

- 'pTpglf^~ñf^^•i lmente^^ encargado de coñSp ad -^Tna dinastía as la meior mstitución para ello:

— — xiiJtiLuciun parameño;,, pues, asociando la suerte de la nación a la de una familia, una institución de esta clase crea las con-' dicionfis más favorable:: para una buena coníinui-daJ/fcn senado como el de Roma y el de Venecia cumple muy bien el mismo oficio; las instituciones religJQcas sociales, pedagógicas y fniTmaq|Tgg!^ de los griegos eran perfectamente suficientes; el príncipe electivo vitalicio también ha conseguido sostener unos estados sociales bastante fuertes; ñero !c que no se ha visto jamás es el sueño de nuesiiíiS-deinócratas. un castillo de arena,fuña nación sin instituciones trac^iciona^s sin cuerpo encargado de mantener la coniinuidad de la con-

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ciencio nacionnl, una nación fundada sobre cste^ principio deplorable de que iina_fT^n--r--iri/m n.-.j^ comproiiiele a la generación que la sigue, de t&IJB maiiél'il que lio hay nlilgUlia zelación entie l o & M

. que murieron y los que siguen viviendo, ninguna™ l seguridad respecto al futurojRecordad lo que h a 9 1 hecho que todas las sociec^des cooperativas pobreros abortaran: la incapacidad de constituir,^| en dichas sociedades, una dirección serirt, los ce-^B los contra aquellos a quienes la sociedad habídfl revestido con una clase u otra de mando, la pretensión de subordinarlos siempre a sus mandatarios, la negación obstinada a darles una posición digna. La democracia francesa cometerá la misr falta en política; jamás podrá salir una dirercí ilustrada de lo que es la negación mism.a del lor del trabajo intelectual y de la necesidad de cha clase de trabajo.

» Y no digáis que una asamblea^ con este papel de las viejas^inasfías y deJaS-M J£B aristocracias. El solo nombre de.i-epúblid

^una excitación a un determinado dc^amottd [ mocrático malsano; se verá bien er. el progresa

de exaltación que se manifestará en las eleccicí^ nes, como ocurrió en 1850 y 1851. Con el fin de parar este movimiento, una asamblea se mostrará implacable: pero entonces surgirá una nueva tendencia, la que lleva a preferir una monarquía liberal a una república reaccionaria. La fatalidad de la república es provocar la anarquía y, a la vez, reprimirla muy duram.ente. Una asamblea no es nunca ün gran humbre. Una asamblea tiene los defectos que en un soberano son los más redhibi-'orio<;- limitad-T, apasionada, arrebatada, con tendencia a las decisiones rápidas, sin responsabili-

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dad, bajo el infl j 'o de I idea de' 'amento. Espe-' rar que cina asa: 'ilc.; mpues j or notabilidades departament;.ier., pe* hon; .,v^- provincianos, pueda tomar y mantener la h.ulantc herencia de la realeza, de !a nobleza francesas, es una quimera. Hace falta un centro aristocrático permanente que cgTTserve^el-wt»i4a^riencia,-&l-gu»to contra la inrppyg fifímnrrálira y proyinríana París lo sabe bien; iamás aristücracia alguna se aferró tanto a ' us privilegio^ s- cular^s como ío ha hecho Parió a este privilegio que se atribuye a sí misma de ser una institución de Francia, de actuar en determinados días como cabeza y soberano, y de reclamar obediencia al resto del país; pero que París, al reclamar su privilegio de capital, pretenda, además, ser republicana y haya fundado el sufragio universal, nos muestra una de las inconsecuencias más fuertes que la Historia de los siglos recuerde.

»La sinagoga de Praga tiene, en sus tradiciones, una vieja leyenda que siempre me ha parecido un símbolo sorprendente. Un cabalista del siglo XVI había modelado una estatua tan perfectamente de acuerdo con las proporciones del arquetipo divino, que dicha estatua vivía, actuaba. ?oniéndole bajo ia lengua el nombre inefable de Dios (el tetragrama místico), el cabalista confería incluso al hombre en cuestión la gracia, de razonar, pero se trataba de un simulacro de razón, de una razón oscura, imperfecta, que tenía constantemente la necesidad de ser guiada: re servía de él como de un criado para diversas ocupaciones serviles; cada sábado, le quitaba de la boca el talismán maravilloso para niie ob<;- »-\rpt-p 1 reposo santo. Pero un día se olvidó de esta precaución

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tat" necesari?.. Mientras se estaba celebrando el of.oio div: s3 oyó en el ghetto un ruido espantoso; era e; nombre de yeso que rompía todo lo j que hallaba a su paso. Acudieron y se apoderaron | de él. A partir de aquel momento, le quitaron para I siempre el tetragrama y lo encerraron bajo llave 4 en el desván de la sinagoga, donde todavía es posi- j ble verle. jQué lástima! Habíamos creído que de- | ¡ando que el ser informe cuya luz interior no ilu- ; | rnina !:)albuceara algunas palabra?, razonable^, ha-ciamos de él un hombre. El día que lo hemos ¿ abandonado a sí mismo, la máquina brutal se ha i | desquiciado; temo que deba ser abandonada du-rante siglos. v£

«Restablecer un derecho histórico, en vez d e ^ esta d^graciada fórmula del dér^Kb "divino" que los publicistas de hace cincuenta años pusieion en boga, es, pues, laJarcajriUfí dfberíamQ'- proponernos. J& monarquía, al unir los intereses de

•'una n a c f e a los de una famiUa rica y podcro¿a;i . " " 1 • . J J_ J -!

rano, incluso, tieneTííüy pocos inconvenientes en un sistema de este tipo. El grado de razón nacional que emana de un pueblo que no ha contraído un matrimonio secular con una familia es, al contrario, tan débil, tan discontinuo, tan intermiten-te, que únicamente puede ser comparado a la ra-JS: \ zón de un hombre completamente inferior o in-íS » cluso al instinto de un animal. ^1 primar p a E o x a j ^ 1 pni?t, hacar qug Francia rernhre sn dinastía. X ^ o K ' país no tiene más que una dinastía, la que ha con-^^ 3 seguido su unidad ai salir de un estado de c r i s i s ^ 1 o de disolución. La familia que ha hecho a Fran^l^ |

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novccit iííos anc¿ ÍTÜSIC; rüás fcíicOk

Polonia, poseemos nuestra vieja bandera de unidad; únicamente la desluce un desgarrón funesto. Los países cuya existencia se fujida en la realeza padecen siempre los males más graves cuando hay disidencias sobre el derecho de sucesión legítimo. Por otra parte, lo imposible es lo imposible... Sin duda, no es posible sostener que la rama de Orleans, a partir de su retirada sin combate en febrero (acto que pudo haber sido obra de unos buenos ciudadano-:, pero que no corresr pondfa a unos príncipes), tenga unos derechos reales muy estrictos; pero tiene un título excelente, el recuerdo del reinado de Luis Felipe, la estima y el afecto de la parte ilustrada de la nación.

» N o hay que negar, por otra parte, que Ja_Bs:: volución y los años que la siguieron fueron, en muchos aspectos, una de esa£l£^)s generadoras en las cuales todos los casuistas políticos recono-cen que se funda el derecho de las dina.^tías La CásáT^Bonaparte emergió del caos revolucionario que acompañó y siguió a la muerte de Luis X V I , como la casa de los Capetos surgió de la anarquía que acompañó a la decadencia de la casa carolingia. Sin los acontecimientos de 1814 y 1815, es probable que la casa Bonaparte hubiese heredado ct título de los Capetos. La revaloración del título bonapartista después de Ia_revolución de 1848 le iXiKi uUii auténtica fuerza. SI la revolución de finales del último siglo debe ser considerada algiin día como el pimto de partida de ima Francia nueva, es posible que la casa Bonaparte se-,

Uransforme en la dinastía de esta nueva Francia; ^ Wues Napoleón 1 salvó a la revolución de un naufragio inevitable, y personificó muy bien l^c ni-e-vas necesidades^^Francia es ciertamente monár-

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quícarftoero la herencia se apoya en unas razono* polU¡cS?"deniasiado profundas .^ar;: ;:c puc comprenderla^DLo^.flu&-Francia H'.'ijj.:a-ía^inaj}^^ narquía sin una ley bien fija, análojgajiJa-d*^-ty*-

• ] ] ]g^ rc s romanos. La-rasa- d c T ^ r b ó n no debe prestarse a este deseo de la nación; dejaría de cumplir con todos sus deberes si alguna vez consintiera en representar los papeles de podcsíá, de staihouder, de presidentes provisionales de repúblicas abortada,^. Nadie pueC2 corlan; . un iubóíi del abrigo de Iaiís X I V . La casa Bonai;artc, al contrario, no sale de su papel al aceptar estas posiciones indecisas, que no están en contradicción con sus orígenes y que se ven justificadas por la plena aceptación que siempre ha demostrado hacia el dogma de la soberanía del pueblo.

»Francia se halla en la situación del Hércules del sofista Prodicus, Hercules in bivio. Es necesario que dentro de algunos meses decida su futu-' ro. Puede conservar la república: pero no pueden £^ desearse cosas contradictorias. Hay algunos q u e ^ imaginan una república poderosa, influyente, glo-"^ riosa. Que se desengañen y elijan. Sí, la república es posible en Francia, pero una república a duras penas superior en importancia a laQon federación J Helvética, y menos considerada /C^república no" puede tener Ejército ni diplomacia; la república' sería un Estado militai' de una rara nulidad, su disciplina sería muy iniperfecla; pues, como muy bien ha demostrado el señor Stoffel, no hay disciplina en el Ejército si no la hay en la nac ió^E l principio de la república es ia elección; una sociedad republicana es tan débil como un cuerpo del Ejercito qup nombraxü a sus oficiales; el mie-

iio ¿cr rcclv-giu.o pululii.a cuaii.j^utd' ciieigiH.

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^ E I señor de Savigny demostró que ima sociedad necesita un gobierno que venga de fue.'a, de más allá, de enfrente, que el poder social no emane ñor completo de la sociedad, que hay "p H< r<»f | q filosófico 1 b''^*Órr" (divino, si se quiere) que se impone a la nación^La realeza no es de ninguna manera, como parece creerlo en cambio nuestra superficial escuela constitucional, una presidencia hereditaria.^I presidente de los Estados Unidos Tio ha lu-^.iojí' nación, mientras que el rey ha nechn la n.in^nn/jF.l rey no es una emanación de la nación; el rey y la nación son dos cosas distintas; el rey está fuera de la nación'TlLa realeza es, por ello, un hecho divino 'para "aquellos que creen en lo sobrenatural, un hecho histórico para aquellos que no creen en e lIon .a voluntad actual deJajaclón, el plobipoítoi incTunn practicado con

f f^a rpriofínH, nn °r <-nfirÍi>ntn jfT- esendal nO CS

que se cumpla una determinadiá voluntad de la mayoría; lo..£seaciaJ cs q a e - ^ razón g o n e t a l ^ la nación trít jnfe?^ mayoría numérica puede desear la injusticia, la inmoralidad; puede querer destruir su historia, y entonces esta soberanía no cs más que el peor de los erroresj

»E3, en todo caso, el error que máí: debilita a una nación, -bna asamblea elegida no reformar^ Dadle a Francia un rey joven, serio, austero en sus costumbres; que reine durante cincuenta años, que aglutine a su alrededor a unos hombres duros en el trabajo, fanáticos de su obra, y Francia tendrá todavía un siglo de gloria y de prosperidad. Con la república, tendrá la indisciplina, el desorden, tendrá francotiradores, voluntarios que harán creer al país que se consagran por él a la muere y que, en cambio, no tienen suficiente

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ir

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abnegación para aceptar las condiciones nórmale; de una vida militar. Estas condiciones, obcdicí!-cia, jerarquía, etc., son lo contrario a tudo lo qm aconseja el catecismo democrático, y he aquí poj qu¿ una^mocrac iano podría vivir con un estadi militar considerable^'^icho estado militar no pu( de desarrollarse bájb un régimen de este tipo; s3 consigue desarrollarse, absorbe a la democraciáf Se me objetará América; pero, aparte de que cT poiA'Ciur de ese país es muy oscuro, hay que d^^^ que América, por su situación geográfica, está c(á iocada, por lo que se refiere al Ejército, en unífl situación muy particular, con la cual es imposible comparar la nuestra.

» N o concibo más que una salida para estas d; das. que matan al país; es un gran acto de autor dad nacional. Se puede ser realista sin admitir derecho divino.[La dinastía es, en un de t^E xuinado sentido, anterior y superior a la n a c i ^ | r

• puesto que e& l a x i i n a s t í a ^ u i e a h a j ^ h o la na-<-ión; perono_Eiáede_nada contra la nación y sin

nimón~T^gdinflstias tienen unos derechos sobre el país que representan históricamente; pero el país también tiene sus derechos sobre dichas dinastías, puesto que ellas ::óIo existen en función del país. Una llamada dirigida ai país en circunstancias extraordinarips po'^H^ constituir un acto análogo al gran hecho nacional que creó la dinastía de los Capetos, o a la decisión de la Universidad de París en ocasión del advenimiento de lo>; \-al ois. Nuestros antiguos teóricos de lamonar-" qvn'a están de acuerdo en que laiegiümidad_de k-J. HinaGtíaa ic establece en deteimiimJus mo-ÍOeo^oe, solemnes, cuando se traía ante todo de

^acar a la nación de la anarquía y de reciiipl.i¿ar

sTambié:" per e^ prócecK.^ ante histórico, quiero decir aprovechando Kx)lli«nente aquellos lien-ZQS de pared que nos queuan de una construcción más vieja, y desarrollando lo qücTxTste^ se^podría. Tómiar alguna cosa pargL reemplazar las antiguas frnHirJnnps i^fi familia^:.^o hay realeza sin nobie-za; ambas cosas se apoyan, en el fondo, sobre un niism.o principio: 'jna selección oim cr«*a ortifi-

ciaímente, para et bien de ia sociedad, una especie de raza aparte.) La nobleza ya no tiene entre nosotros ningún significado de raza. Resulta de un nombramiento por designación propia, nom-. bramiento casi fortuito, en el cual la usurpación de títulos, los equívocos, los pequeños fraudes y,-sobre todo, la idea pueril que consiste en creer que la preposición de es un signo de nobleza, ocupan casi tanto lugar^omo el nacimiento y el ennoblecimiento l^gaT^I gnfragi^ a_dgs_niveies m-irndngirlg nn principio aristocráticolmucho me-j ^ ^ í e j é r c i t c -¡ería otro medio de ennoblecimien-to/El oficial de nuestra futura Landwehr, milicia local adiestrada sin cesar, se transforroaría rápidamente en un hobereau, y esta función tendería a menudo a ser hereditaria; el capitán cantonal, hacia la edad de cincuenta años, desearía transmitir su oficio a su hijo, a quien habría formado para ello y a quien todos conocerían. Lo mismo ocurrió durante la Edad Media por la necesidad de defenderse. El Ritter, una especie de brigadier de gendarmería que poseía un caballo, se transformó en un pequeño señor.

»La base de la vida de provincia^ debería ser. pü¿s, un líOiiiaJo geiuilhombre de pueblo, bien

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leal, y un buen cura también de pueblo, conságl^ do pí itero a la educación moral de las gentest Ei dr-—es algo Ttristetír^co; necesita, pueí., su§

X\íp' ^agjón e*ipgr[ñl7FJ amo, dice AristótelesS tic:., más deberes que efesclavo; las clases_sup^| ñores tienen más deberes que las inferiores^./festS gentry provinciana no debe serlo todo; pero es^ una base necesaria. Las universidades, centros de alta cultura intelectual, la corte, escuela de costumbres brillantes, París, residencia del soberano j duda;- de iiiuciK' uiaiido, ¿oricgirán io que \i. gentry provinciana tenga do poco fino, e impedirán que la burguesía, demasiado orguUosa de su moral, degenere en fariseísmo. Una de las utilidades de las dinastías es precisamente la de atribuir a las cosas exquisitas o serias un valor que el público no puede darles, la de discernir deteimina dos productos particularmente aristocráticos que la masa no comprende. Le fue mucho más fácil a Turgot ser rtinistro en 1774 de lo qtie le sería en nuestros días. Hoy, su modestia, su torpeza, su falta de iaiento como orador y como escritor, le habrían cortado el camino a partir de sus primeros pasos. Hace cien años, para llegar, le bastó con ser comprendido y apreciado por el padre de Véry, sacerdote filósuío, a quien prestaba mucha atención la señora de Maurepas.

«Todo el mundo está más o m_enos de acuerdo .sobre este punto: nos_falta_unaJey militar calcada, en sus líneas gentiales, del sistema nrusiano¿¿ En los primeros momentos de emoción, habría diputados para llevarla a cabo. Pero, pasado este momenio, si seguimos con la república, no habrá ya diputados para mantenerla o hacerla cumplir.,^ A cada nueva elección, el diputado se verá obü- '

gado a tomar, a este respecto, uno* comnromisc ' que debiHt*<rán su acciór ftauv'í. Si Pn; ia tuvi ra sufragio universal, no tendría servicio milit; universal ni la instnicción obligatoria. Hace ya tiempo que la presión del elector habría hecho aligerar estas dos cargas. El sistema prusiano sólo es posible con nobleza campesina, con jefes nacidos en su pueblo, en constante contacto con sus hombres, a los que forma desde siem.pre y i ; . quienes reúne en un rVirir •. Lerrar dr '->jos..5¿> pueblo sin JaQbjeza^s,„en_cLmomento del peligro, un rebaño de pobresenloquecidos, vencidojde- ait^ *?inanft p"** "" '^^^^^^g^ r^TQ1r^\1•»AnJ^^ct^^^ es la nobleza, en efecto, sino la función'militar considerada como hereditaria y colocada en el primer piano de las funciones sociales? Cuando la guerra desaparezca del mundo, también desaparecerá la nobleza; no antes. No se forma un Ejército como se forma una administración de las propiedades o de los tabacos, mediante la libre elección de las familias y de los jóvenes. La carrera militar así entendida es demasiado endeble para atraer a los buenos individuos. La selección militar de la democracia es miserable; un Saint-Cyr formado bajo un régimen de esta clase será siempre excesivn-mente débil. Si, al contrario, hay una ciase que se dedica a la guerra por cuestión de nacimiento, el Ejército podrá obtener, con ello, una cantidad de elementos buenos que, en caso contrario, irían a parar a otras aplicaciones.

«¿Son esto sueños? Tal vez; pero en este caso, os lo aseguro, Francia está perdida. No lo estaría si pudiésemos creer que Alemania también se verá arrastrada hacia la ronda de la algarabía demn-zztílc'^, donde noswiíos hemos dejado toda nues-

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tra virtud; pero ello no es probable. IESC pueblo Cbtá sometido, mucho má.j resig;'ado"^de , que se pueda llegar a creerá Su orgullo nacional está tan exaltado por sus victorias que durcnte una o dos generaciones más los problemas sociales no ocuparán solamente una parte limitada de su actividad. Un pueblo, como un hombre, prefiere.] siempre dedicarse a aquello en que más destaca; pues bien, 'a raza germánica siente su superioridad miiiiar. Mientras tenga este sentimier;to, no 1 hará ni revolución ñi socialismo. Esa raza cstá"^ consagrada paia mucho tiempo a la guerra y al patriotismo; ello la desviará de la política interior, de todo aquello que debilita el principio de jerarquía y de disciplina. Si es cierto, como parece, que la resdeza y la organización nobiliaria del Ejército han desaparecido de los pueblos latinos, hemos de hacer constar que los pueblos latinos están llamando a gritos una nueva Invasión germánica, y la tendrán.»

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¡Feliz aquel que halla en las tradiciones familiares o en el fanatismo de un espíritu cerrado la única seguridad que acaba con todas estas dudas! Por lo que a nosotros respecta, demasiado acos-tumbradqs c^mo estamos a considerar los dife-

TcnleiX-asp£CÍG5. de lar coeas para~ci^r_gTr7oTir' -ciQiifi5.j^olutas> ^^Vnjjríflmo'f tambif'n giie im__^ .ciudadflnfTTTp^prñBádáhonradcz 4tablara come-'

^sigue^-

/« ta política no discute las soluciones imagina- i,,' riaS5lElcarácter de una naci<^n nf> pnHf pgmV.igT-,/^ seTBasfiTcon que el plan de reforma que acabáis

comentar sea el de Prusia, para que yu me atreva a asegurar que no será el de Francia, Unas reformas que permitan suponer que Francia abjura de sus p^juicios democráticos son reformas quiméricas.¿prancia, creedío, seguirá siendo un país de gentes amables, tranquilas, honradas, juiciosas, alegres, superficiales, llenas de buenos sentimientos, de poca inteligencia política; conservará su administración mediocre, sus comités tes-larudos, sus cuerpos rutinarios, convencida de que son los primeros del mundo; se hundirá más y más en este camino de materialismo, de republicanismo vulgar hacia el cual todo el mundo moderno, con excepción de Prusia y Rusia, parece encaminarse. ^'Quiere ello decir-xtue -Francia ne—• tendrá jamás su compe^ación?^at-vSzTá t e n j i » * —

^recisamentepor esta causSi TeníIrísnÉrcompen-5aciéH--^í''qúé"undía habría avanzaHo al mundo en el camino que conduce al fin de toja nobleza,

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do toda virtud. Mientras que los pueblos germá-] nitos y eslavos conservarían sus ilusiones de ra--; /•as jóvenes, nosotros quedaríamos en inferiori-i dad; pero esas razas también envejecerán; entra^ rán también en el camino de la carne. No obstan-; te, no ocurrirá tan aprisa como cree la escuela socialista, siempre convencida de que los problemas qup-Ia preocupan absorben al mundo en igual gradó^of , problemas de rivalidad entre las razas y las naciones, parece que segviirán predomin^indo ; íodavia durante mucho tiempo sobre los proble-^ffe mas relacionados con el salario y el bienestar, en nquellas partes de Europa a la^ que podemos dar cl nombre de mundo antiguol^pero el ejemplo de Francia es contagioso. JamasTia habido una revo-lución francesa';que no haya tenido consecuencias^ en el exíranjerc."La venganza más craeí que FraA cia puede obtener áfl^ rirguTteSalB^Iezáque 'Siclo\eipnncipal instrumento^^ su derrota qUflJmtaen-democracia, que demuestre.£on h la posibilidad de la república." Tal vez no h falta esperar mueho-para'qurpudiéramos decir nuestros vencedores, romo los muertos de Isaías Ef tu vulneratus es sicuí et nos; nostri simil fffcctiis es!

' Que Francia siga siendo, pues, lo que es; q mantenga'enhiesla sin desfallecer la bandera de|: Hl^cralismo que ha desempeñado su papel duranteT;;? cien años. Este liberalismo es a menudo una cau- ; sa de debilidad, es una razón para que el mundo vaya a parar a él; pues elmundo.se está intranqui- .

Jj/ando y va perdiendo su-rigor antiguo. ;Fran9Í&,' " oi\To3o~¿Íso, esíá_jnássegura de tener su'com-ponsación si la t^ebea sus déféCto'srquesi queda ^vcí'-vi-'.?. a esp°'-aH?. de cu2Uda''es que no ha po-J

seído jamás. Nuestros enemigos pueden estar tranq u i l r,i el í:. ncés, p l,, volver a ocupar su lugar, ha de iransí armarse i .imeagrnente en un pome-,^ raniano o u:. dieth ..:.rsés¿I,Q querha-veneido a Francia, ^JULresLo_deJuenia moral, de dureza, dcp-esaíez^y de^sgí r itu .de abnegación^ que^^oda-via MiiHo^capaz-dejiesistir^^i^^ del ^gjnndo^-al efecto-dHptéreQ^A_la^reflcxión egoísta. Que la democracia francesa consiga constituir ¿m estado viable, v ese viejo fern-icnto desaparece'á iápidamente bajo la acción del disolvente más enérgico que cl mundo haya conocido hasta hoy de toda virtud.»

Tal vez, en efecto, la decisión que Francia ha tomado siguiendo el consejo de unos cuantos hombres de Estado que la conocen bien, decisión de aplazar los problemas constitucionales y dinásticos, sea la más prudente. Nos conformaremos con ello. Sin sahr de este programa, podemos indicar algunas reformas que, bajo cualquier hipótesis, han de ser meditadas.

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Los mismos que no admiten que Francia se Jiaya Rgiuyocado proclamando sin reservas la soberanía del puelilo, no^uedeñTnegar, por lo rtie-nos, si tienen algo de espíritu filosófico, que Francia Ija-elegído un modo de representación nacio-jjajjnu}; imperfecto. ^ La designación de loo i>od^-res sociales mediante sufragio universal directo es la máquina política más grosera que se haya utilizado jamás. Un país se compone de dos elementos esenciales: a) los ciudadanos tomados aisladamente como simples unidades; b) las fimcio-nes sociales, los grupos, los intereses, la propiedad. Son, pues, necesarias dos cámaras, y jamás ningún gobierno regular, sea el que sea, podrá vivir sin dos cámaras! Una sola cámara nombrada mediante el sufragio^ de los ciudadanos tomados como simples unidades podrá no disponer ni de un solo magistrado, ni de un solo general, ni de un solo profesor, ni de un solo administrador. Una cámara así, no podrá representar como es debido a la propiedad, a los intereses, a aquello que podemos denominar los colegios morales de ia nación, hs, pues, absolutamente necesario que, a¡ lado de una asamblea elegida por los ciudada-

6. Me ha llenado de satisfacción el hecho de haberme encontrado, respecto a lo que sigue, con unos cuan-ics buenos espíritus que buscan en este momento el remedio a nuestras instituciones tan defectuosas. J. Fou-LON-MÉNARD, Fonctions de VÉíat. Nantes, 1871; J. GUADET,

Dn vuffroc "irv-seí de zon j.pi:Ucutii:„^ d'uprís un ::ode nouveau. Burdeos,

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i

Primera parte: E L M A I . 7

Segunda parte: Los R E M E D I O S 61

i ÍNDICE

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nos sin distinción de profesiones de títulos, d ^ clases sociales, hay.; una asamblí; • lurmada ; Í O " otro procedimiento, y que repre--'uie la? capací----dades, las especialidades, los intereses diversos, factores sin los cuales no puede existir un Estado organizador!

¿Es indispensable que la primera de estas dos cámaras, para que sea una auténtica representa--, ción ciudadana, deba ser nombrada por la univer:$ saiidad de ios ciud .díinf>.>? Ka, cíeriarncü-:' Y d*^ establecimiento brusco del sufragio universal eíT" 1848 fue, según confesión de todos los políticos,-una gran falta. Pero no se trata ya de volver a • eso. Toda medida, como la ley del 31 de mayo de^' 1851, que tenga la finalidad de privar a los ciu-" dadanos de un derecho que han estado ejerciendo desde hace veintitrés anos sería un acto censurable. Lo que esJegíUmp,_pQaihleLy-4iista-es censcv guir que^eTsufragio, al jnismo tiempo q u e ^ g a siendo perfectamente uniyersaLjÍ£Íe_de^ser-direc-'^-

"40: convíene^intr&dttciFdtvcrsoa grados"dé^^ra-gio. Todas las constituciones de la primera repú-bhcaTíuera de la de 1793, que no funcionó nunca, admitieron este principio elemental. Los dos gra-. dos corregirían lo que el sufragio. imiversaL tiene necesaríajiieiite desup^rficiali la reunión de ios electores en el segundo grado constituiría un público político digr'? de c^indidatos serios^Podemos acordar que todo ciudadano posee u n ^ r t o derecho respecto a la dirección de la cosa pública; pero hay que regular este derecho, instruir su ejercicio. Que cien ciudadanos de un mismo cantón, al confiar su representación a uno de sus concii!-dadanos que habita en el mismo cantón, le hagan elecior; esio dará unos ociienca mil clecioies eu.

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toda Francia. Estos ochenta mil electores formarían colegios departamentales y cada fracción cantonal de los mismos se reuniría en la cabeza de distrito del cantón, tendría sus audiencias libres y votaría por todo el departamento. El escrutinio de lista, tan absurdo con el sufragio universal directo, tendría entonces su plena razón de ser, so-bie todo si el número de los miembros de la primera cámara quedase reducido, como debería que-u-r. e '^uatroctenfos o quiniemo';. Mediante oste sistema, las operaciones para elegir a los electores de segundo grado serían, es cierto, públicas; pero habríaejTjcnas una garantía de moraljdad. La representación electoral debería ser conferida por quince o veirte años; si el colegio electoral se forma con vistas a cada elección particular, se perderán casi todas las ventajas de la reforma de que se trata. ^

Confieso que yo preferiría un sistema todavía más representativo, en el que tanto la mujer coma el niño diesen tenidos en cuenta^To quisiera que en las elecciones primarias, el hombre casado votara pof su mujer (en otros términos, que su voto valiera por dos), que el padre votara por sus hijos menores; incluso concebiría que la madre o la hermana confiaran su poder a un hijo o a un hermano mayor de edad. Es_del todo imposible que-la mujer panisíp^^re^^tmnentej^^ ca^^fíeIb-é?^lát03^

demasiados inconvenientes si eíla pudiera elegir a la persona a quien daría su representación política; pero la mujer que tiene a su marido, a su padre, o bien a un hermano, a un hijo mayor de edad, tiene unos procuradores naturales a lo^ que ella debe poder, si me atrevo a decirlo, doblar la

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personalidad el día del escrutinio. De esta manera, la sociedad se transforma en un conjunto trabado, consolidado, donde todo es deber recíproco, i-esponsabilidad, solidaridad. Los electores del segundo grado serían aristócratas locales, autori des, notaiíles nombrados casi jlé^porvida. Estoí electores^Ódrían ser reunidos por cantones épocas de crisis; serían los guardianes de las eos ttunbres, los vigilantes de los fondos públicos; fo] manan escuela de gravedad y de seriedad. Ixs consejos generales de departamento emansirían de procedimientos electorales análogos, ligeramente modificados^

Otros, e infinitamente más variados, deberían ser los medios que sirvieran para componer la segunda cámara. Supongamos qué el número de . miembros sea de trescientos sesenta. En primer lugar, debería contarse con unos treinta puestos. hereditarios, reservados, a los sobrevivientes de familias antiguas cuyos títulos resistirían un trabajo histórico y crítico. Los miembros de por vida serían nombrados mediante diversos procedimientos. El consejo general de cada departamento podría nombrar a un miembro. El jefe del Estado, nombraría a cincuenta miembros; la misma cama-' ra alta elegiría a treinta de sus miembros; la primera cámara nombraría a otros treinta. Los ciento veinte o ciento treinta miembros restantes r&- _ pre.sentarían a los cuerpos nacionales, a las fiín-. ciones sociales. El ejército y la marina figurarían en ella mediante los mariscales y los almirantes; k. magistratura,, los cuerpos de enseñanza y los clérigos también verían allí a sus jefes; cada clase del Instituto nombraría a un miembro; lo mismo'

r-irriríci cor. ¡as corpcrccicn;:: indus;r:des,

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fv^mpra^ de com -io, etc. Las grandes ciudades, fiúalini-ác, soi. .-sonas r/iorales, con espíritu ;:zopio. Yo qui a que toda gran ciudad de más de cien mil a', as tuviera un elegido en la cámara alta; París tendría cuatro o cinco. Esta cámara representaría así a todo lo que es una individualidad dentro del Estado; esto sería ciertamente un cuerpo conservador de todos los derechos y de todas las libertades.

No-s cslá pcnrr'íidc ci^pers/ que dos cámaras, así constituidas servirían para-el progreso liberal y nó para la revoltición. Si tenemos en cuenta ciertas párfTcUlarTdades del carácter francés, sería deseable la prohibición de dar publicidad a las sesiones, publicidad que hace degenerar demasiado a menudo los debates én farsa; Así se conseguiría 'ina clase de elocuencia simple y auténtica, muy preferible al tono de nuestras arengas prolijas^ declamatorias, de mkl gusto. El relato tiene -él incq^venientejde^Jesplazarel objetivo del orador, de llevarle a dirigirse al público más que a la Cámara y de hacer servir el gobierno del país para !a agitación del país. Si Francia desea un futuro de reformas y de desquites, es necesario que evite malgastar sus fuei^zas en luchn<; parlamentarias. El gobierno parlamentario es excelente para las épocas de prosperidad; sirve para hacer evitar las faltas de extrema gravedad y los excesos, lo que ciertamente es primordial: pero no excita a los grandes esfuerzos morales. Prusia no habría conseguido su renacimiento después de lo de lena si hubiese practicado la vida parlamentaria. Pasó por cuarenta años de silencio, que sirvieron maravillosamente para íemplí»»- el carácter de ^o. na ción.

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Es incontestable que París es la única capital^ | posible de Francia; pero este privilegio debe ser- ^ pagado mediante gravámenes. No sólo es necesario que París renuncie a sus atentados sobre la: representación de Francia; ^arís, al ser constituí-:; do por la residencia de las autoridades centrales en estado de ciudad apa^-te, no puede tener los derechos de una ciudad corriente. París no podría tener ni alcalde, ni consejo elegido en condiciones ' ordinaiias, ni guardia cívica. -EÍ soberano nc- ciebj¿^ encontrar en la ciudad en que reside otra sóbcra4^ nía que la suya. Las usurpaciones de que la Co.; ^ ; muña de París se ha hecho culpable en todas las épocas justifican sobradamente las aprensiones a., este respecto.

Con unas instituciones sólidas, podría dars?^ entera libéffad^a la prensa. En un estado social ^rdaderarnente asentado la acción de la prensa-es muy útil como control; sin la prensa, los abusos extremadamente graves son inevitables. Lasv clases honradas sor las que deben desanimar con su desprecio a la prensa escandalosa. En cuanto ala. libertad de los clubs, la expericnciíí-ha demos-

^^ado (^e-e«ta l ibe^ l^ne ninguna ventaja seria, y*que no'5íale*Taí»ena sacrificarse por ellos.

La causa de la descentralización administrar tiva está suficientemente ganada como para que no insistamos en eilo. Que si se quiere hablar de una descentralización más profunda que hiciera de Francia una federación de Estados análoga a los Estados ünidps de América, hace falta entenderse. No hay ningún ejemplo én la historia de un Estado unitario y centralizado que decrete s". división. TJna división de este tipo ha estado a punto de tener lugar el mes de marzo último; ten

dría lugar el día en que Francia fuera puesta, a más bajo nivel que el que akanzó dur.nUe L guerra de 1870 y con ocasión de la Comuna; no tendrá nunca lugar por vías legales. Un poder orga-ni-.ado sólo cede aquello que se le arranca. Cuando grandes máquinas de gobierno, como el Imperio romano y el Imperio franco, empiezan a debilitarse, las partes dislocadas de dichos conjuntos ponen sus condiciones al poder central, se crean privilegios, fuer7.an al poder centra! a firmarlos. En otros términos, ia formación de una confederación (fuera del caso de las colonias) es el indicio de un imperio que se hunde. Aplacemus, pues, tales propósitos, tanto más en cuanto que, si los garfios de hierro que mantienen unidas las piedras de la vieja construcción se aflojaran, no es seguro que dichas piedras se mantuvieran en su lu^jr en vez de separarse inmediatamente,

- / ^ c o l o n i z a c i ó n en ^^nde^es^jan^nec^ld^d ^pofiticá^a^^liitam^e

ción que no coloniza queda irrevocablemente consagrada al socialismo, a la'guerra del rico y del pobre. La conquista de un país de raza inferior por una raza superior que se establece allí para gobernarlo no tiene nada de sorprendente. Ingla-

-í-'-ra practica esta clase de coionización en la India, con gran ventaja por parte de la India, de la Humanidad en general, y en beneficio propio. La conquista germánica de los siglos v y vi se ha transformado en Europa en la base de toda conservación y de toda legitimidad. Así como las conquistas entre razas iguales han de ser censuradas, la regeneración de las razas inferiores o bastardeadas por las 'azas superiores se halla en el or-üen-pi^jjudcii^idi de ta ¡xuxnanidad. Hl hombre del

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pueblo es casi siempre, entre nosotros, un noble desclasaüo; su pesada Tnano está hecha más para manejar la espada que la herramienta servil. Antes que trabajar, eügc luchar, es decir, vuelve a su primer estado. Regare imperio populas, he aquí nuestra vocación. Verted esta devoradora actividad sobre unos países que, como la China, llaman a la conquista extranjera. Haced con los aventureros que perturban a la sociedad europea un ver sacrum, un enjambre como el de los francos, ei de los lombardos, el de los normandos; cada uno se hallará en su papel. La naturaleza ha hecho una raza de obreros: es la raza china, con una destreza manual maravillosa sin casi ningún sentimiento de honor; gobemadla con justicia, tomad de ella por el beneficio de dicho gobierao un amplio usufructo en provecho de la raza conquistadora; quedará satisfecha; una raza de trabajadores de la tierra: la raza negra; sed para el buenos y humanos, y todo quedará en orden; una* raza de amos y de soldados: la raza europea. Reducid a esta noble raza a trabajar en la prisión como negros y como chinos: se rebela. Todo rebelde es, entre nosotros, más o menos, im soldado . que se ha equivocado de vocación, tm ser hecho*^ paia la vida heroica, y a quien aplicáis a un^ Xi^} rea contraria a su raza, mal obrero, demasiado' buen soldado. Ahora bien, la vida que hace qué^' nuestros trabajadores se rebelen haría feliz a un ' chino, a xmJeUáh, seres que no son en absoluto' militares, '^ue cada cual haga aquello para lo que lia sido creado, y todo irá bien. Los economistas" se equivocan al considerar que el trabajo es el origen de la propiedad. El origen de la propiedad ^ ^ ^ ^ la conoTistn y la ^^rant'a'dad^» por ^\ conquista- '

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dor a los frutos del trabajo realizado a su alrededor. Los normandos fueron en Europa los creadores de !a propiedad, pues, a partir del día en que estos bandidos consiguieron tierras, establecieron en ellas, para sí mismos y para toda la gente de su raza, un orden social y una seguridad que nadie había visto hasta entonces.

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• IV .

En la lucha que acaba de concluir, la inferioridad de Francia ha sido principalmente intelectual; lo que nos ha fallado no ha sido el corazón, sino la cabeza. instrucción pública es un tema de importancia capital; la inteligencia francesa ha quedado debilitada; debe ser í'^ror^ida. Nuestro mayor error es creer que el hombre nace ya educado; el alemán, es cierto, cree demaisiado en !a educación; llega a ser pedante; pero nosotros creemos demasiado poco en ella. La falta de fe en la ciencia es el defecto profundo de Franciál nuestra inferioridad militar y política no tiene ninguna otra causa; dudamos demasiado de! poder que pueden llegar a tener la reflexión y la combinación sabia. Nuestro sistema de instnic-ción necesita reformas radicales; casi todo lo que el pr imef imper io ha hecho a este respecto es malo. La instrucción pública no puede ser administrada por la autoridad central; un ministerio de instrucción pública será siempre una máquina de educación totalmente medrocrci

La instrucción primaria es la más difícil de organizar. A este respecto, envidiamos la superioridad de Alemania; pero no es filosófico desear los frutos sin el tronco y las raícesrEn Alemania, la instrucción popular llegó con el protestantismo. Por el contrario Francia ha querido conservar sus valores tradicionales y ahora sufre las consecuencias^^

Un liberal como nosotros se halla aquí muy molesto; pues nuestro primer principio es que,

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en lo referente a la libertad de conciencia, el tado no debe mezclarse en absoluto, hv fe, como toda cosa exquisita, es susceptible¿LQ que hay que desear es una reforma liberal dei catolicismo, sin^ív intervención del Estado. El espíritu humano es^i una escalera en la que cada peldaño es nece-;';: sario; loque es bueno a un determinado nivel .S no lo es a otro; lo que es funesto para uno^t^ no lo es para otros. Conservemos en el pué^ blo su educación reUgiosa, p.'.ro que se nos deje en libertad. N o hay desarrollo auténtico de la ca - rr beza sin libertad; la energía moral no es e l j ^ g b ^ tado de una doctrina en particular, sino d e ¿ . raz3_y-iigl vigor-de-la educación.^No nos habían hablado poco de la decadencia'^e esta Alemania que nos era presentada como ima oficina de errores enervantes, de peligrosas sutilidades! Había sido muerta, decían, por el sofismo, el protestantismo, el materiahsmo, el panteísmo, el fatalismo. Y o no me atrevería a juzgar, en efecto, que Mixie Moltke no profese alguno de estos errores; pero hay que confesar que ello no le impide ser|iin buen oficial de Estado mayor. Renunciemos ai¿s-tas declamaciones insípidas. La libertad de pen^-miento. aliada a hi alta cultura. lejos de debilitar a ur. país, es una condición^el g r ^ desarrolló de la inteligencia. Lo que enfortece al espíritu no es esta o aqnetla r«^n'^irión; lo que lo enfortece es la discusión, la libertad. Se puede decir que para el hombre culto no hay doctrina mala; pues para él toda doctrina es un esfuerzo hacia la verdad, im ejercicio útil a la salud del espíritu. Vosotros queréis conservar a vuestros jóvenes en ima especie de gineceo intelectual; haréis de ellos unos hom bres 'imitados. Tara ioriiií»! buciías cabezas cica

tíficas, oficiales serios y aplicados, hace falta un?» educación abierta a todo, sin dogmas ríczquino' Iwa superioridad^intelectual v miljtar_pertenecc:i^ enTosucesIvoLaía-naciáajqiie pensará libreniea;.e. Todo lo que ejercita al cerebro es saludable. Hay más: ña libertad de pensar en las universidades tieneTa ventaja de que el libre pensador, satisfecho de razonar a su gusto en una cátedra en medio de personas situadas en su mismo punto de vista, ya no piensa ca hacer pjop;iganda entre la gente de mundo y la gente del puebl¿7Las universidades alemanas presentan a este respecte el espectáculo más curioso.

Nuestra instrucción secundaria, aunque muy criticable, constituye la mejor parte de nuestro sistema de enseñanza. Los buenos alumnos de un liceo de París son superiores a los jóvenes alemanes en cuanto a talento en escribir, al arte de la redacción; están mejor preparados para ser abogados o periodistas; pero no saben suficientes cosas. Debemos convencemos de que la ciencia^ s'.'.pera cada vez nías a lo que en Francia llamamos las letras. La enseñanza ha de ser, sobre todo, científica; el resultado de la educación ha de ser que

"etjDven sepa el máximo posible de lo que el espíritu humano ha descubierto sobre la realidad del uiiiversoT./Cuando digo ^ientífico, no me reBero a prácticí^Ta profesional; el Estado no tiene por qué ocuparse de las aplicaciones de oficio; pero debe vigilar que la educación que da no tropiece con una retórica vacía, que no fortalece la inteligencia. Entre nosotros, los dones brillantes, el talento, ia inteligencia, el genio son los únicos estimados; en Alemania, estOo dones son r?ros, tal v^'x pürque no son muy apreciados; los buenos escri-

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tores son poco numerosos; el periodismo, la tr^ buna política no tienen allí el esplendor de qué gozan entre nosotros; pt j la fuerza de la cabeza, la instrucción, la solidez del juicio están mucho'í más extendidas y constituyen una media de cul-' tura intelectual superior a todo lo que se había| podido obtener hasta hoy de una nación. É

Principalmente en la enseñanza superior e s^L donde se hace urgente una reforma. Las escuela^K especiales imaginadas por la Revolución, las ezi^K debles facultades cieadas por eí Imperio, no reem-r^ plazan de ninguna manera el magno y bello sis-"' tema de las universidades autónomas y rivales, sistema que París creó en la Edad Media y que toda Europa ha conservado, excepto, precisamente, Francia, que lo inauguró hacia el año 1200. Al volver a M, no imitamos a nadie, no hacemos más

_que actualizar nuestra tradición. Hay que crear en Francia cinco o sélsTiñíversIdades, independientes imas de otras, independientes de las ciudades donde serán establecidas, independientes del clero. Hay que suprimir también las escuelas especiales, la Escuela Politécnica, la Escuela Normal, etc., instituciones inútiles cuando se posee un buen sistema de universidades, y que impiden que , las universidades se desarrollen. Estas escuelas no son, en efecto, más que deducciones funestas ' de los posibles asistentes a las universidades,' ' La universidad lo enseña todo, prepara a todo, y

xC;^ SU-seno todas las ramas del espíritu h u m a n ó s e ^

7. Mo queremos negar la utilidad de estos estábled- *" mientos come internados o seminarios; pero la ense- > ñanza interior no debía ir más allá de las reuniones entre alunmos. según las costumbres antiguas. •

tocan y se abrazan. Paralelamente a las universi-' dades, pueden y deben existir escuelas piofesiona-les; no puede haber escuelas de Estado cerradas y en competencia con las universidades. H^y quien se lamenta de que las facultades de letras o de ciencias no tengan alumnos asiduos. ¿Qué hay de sorprendente en ello? Sus auditores naturales están en la Escuela Normal, en la Escuela Politécnica, donde reciben la misma enseñanza, pero sin sentir nada del movimiento saludable y de la comunidad espiritual que crea la universidad. ---^

Estas universidades establecidas en las ciudades de provincias, * sin perjuicio naturalmente' de ia Universidad de París y de los grandes establecimientos únicos como el Collége de France, propios de París, me parecen el mejor medio para despertar el espíritu francés. Serían^cuelas serias, llenas^ d e honradez y de patríotismor Allí se fundaría la auténtica libertad de pensañiiento, que no es posible sin irnos estudios sólidos.^am-bién allí tendría lugar un cambio saludable en el espíritu4eJajuventud. Se formaría en el respetos adquiriría el sentimiento def valor de la ciencia. Éste es un hecho que da mucho que reflexionar. Es una cosa reconocida que nuestras escuelas son irnos focos de espíritu iienfícrA!!"frr pfKo rp* lf: iyA

8. Una circunstancia de ot»"o orHp". h-rl casi indispensable la aplicación de este sistema: el servicio militar obligatorio para todos. Una organización militar de esa clase sólo es posible si el joven puede llevar a cabo sus esludios universitarios (Derecho, Medicina, etc.) al mismo tiempo que su servicio militar, tal como se practica en Alemania. Esta combinación supone unas ciudades de estudio regionales que sean, al mismo tiempo, unos centros serio-; de instrucción militar.

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y de una incredulidad llevada hacia una propaga da popular atolondrada. Todo lo contrario ocurr¿4-en Alemania, donde las universidades son unos» focos de espíritu aristocrático, reaccionario ( c o - ^ mo decimos nosotros) y casi feudal, unos f o c o ^ de libre pensamiento, pero no de prosclitismo discreto. ¿De dónde viene esta diferencia? Del heflj cho de quifTáJibertad de discusión, en las un i ver sidades alemanas, es absoluta. El racionalismo qiif'da lejús de llevar a la democracís^a reflexión'

-enseña-queJa. razón ño cs^la simple e?cpresl6ri dé -las ideas y de los deseos de la multitud; enseña que resiriíado^elas'lñtuiéioneá^e im pequeño número de individuos privilegiados. Lejos de ser llevada a dejar los asuntos públicos a los caprichos de la masa, una generación así educada'' tendrá el prurito de mantener el privilegio de lá razón; será aplicada, estudiosa y muy poco revolucionaria. J->a ciejiicia será para ella como un título (le nobleza, al que no renunciará fácilmente,-y que defenderá incluso con cierta aspereza. Los jóvenes educados en el sentimiento de su superioridad se rebelarán si se dan cuenta de que no se les da la importancia que creen merecer. Llenos del justo orgullo que da la conciencia de saber la verdad que ti vulgo ignora, no querrán ser lo? iniérpretes de los pensamientos superficiales de la masa. Las universidades^erán, así, tmos plsn-telés tle^afistocratas. A partir de este momento, esta especie de antipatía que el partido conservador francés siente hacia la alta cultura del espíritu parecerá el más inconcebible de los contrasentidos, el más enojoso de los errores. - 'ík-j

Queda claro que al lado de estas universida-•-'cí subvencionadas per ci Estada, y donde t^a-

dríar acceso todas las opiniones que fueran presen- ;3 inteligentemuite, se dejaría un completo m: --•!; para el establecimiento de universidades libres. Creo que dichas universidades libres producirían resultados muy mediocres; cada vez que la libertad existe realmente en la universidad, la libertad fuera de la universidad tiene pocas consecuencias; pero, al permitir que se estableciera dicho tipo de universidades, se tendría la conciencia tranquila y se cerraría ia boca a aquellos ingenuos siempre dispuestos a creer que sin la tiranía del Estado harian maravilKs. Es muy probable que los católicos más fervientes, un Oza-nam, por ejemplo, preferirían el campo libre de las universidades de Estado, donde todo se ventilaría a plena luz, a estas pequeñas universidades a puerta cerrada, fundadas por una secta. En todo caso, podrían escoger. ¿De qué podrían quejarse con un régimen así los católicos más dados a protestar contra el monopolio del Estado? Nadie sería excluido de Jas cátedras de las universidades a causa de sus opiniones; los católicos podrían llegar a ellas, como todo el mundo. El sistema de los Privatdocení permitiría además que todas las doctrinas se realizaran fuera de las cátedras estatales. Finalmente, las universidades libres sustraerían ias recriminaciones hasta el último pretexto. Sería lo inverso a lo que ocurre en nuestro sistema francés, que procede a excluir a los individuos brillantes. Se tiene la creencia de que se es imparcial si, después de haber destituido o rechazado el nombramiento de un librepensador, se destituye o rechaza el nombramiento de un católico. En Alemania, ambos sor puestos caía a cara; en iugar de servir solameTit^ a la mediocridad, un

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sistema así sirve para la emulación y el despertar de los espíritus. Distinguiendo cuidadosamente el grado y el derecho a ejercer una profesión, como se hace en Alemania, dejando bien sentado que la universidad no hace médicos o abogados, sino que da facilidades para transformarse en médico o abogado, quedarían suprimidas las dificultades que determinadas personas encuentran en la concesión de los grados por el Estado. El Estado, éh un sistema así, no sufraga determinadas opiniones científicas o literarias; abre, con un alto interés social y para el bien de todas las opiniones, grandes campos cerrados, extensos dominios, doio^ de pueden tener lugar sentimientos diversos, l i ^^ char entre ellos y disputarse el asentimiento de la juventud, ya madura para la reflexión, que asiste^ a estos debates. -."tt-

Formar, mediante las universidades, una cabeza de sociedad regionalista, que reine por la ciencia, orgullosa de esta ciencia y poco dispue.";-ta a dejar perder su privilegio en provecho de una masa ignorante; dar (permítaseme esta forma paradójica de expresar mi pensamiento) honor a la pedantería, combatir así la influencia demasiado grande de las mujeres, de la gente de munido', de las revistas, que absorben tamas fuerzas vivas o que sólo les ofrecen una aplicación superficial; dar más a la especialidad, a la ciencia, ^ ^quc^ ' que los alemanes denominan el Fach; dar menos a la literatura, al talento de escribir y de hablar; completar este hecho sólido del edificio social mediante una corte y una capital brillantes, de donde el esplendor de un espíritu aristocrático no cxcluve la solidez y la fuerte cultura de la razón; a! mismo tiempo, educar ai pueblo, reauim^u «UJI

facultades un poco debilitadas, inspirarle, median-' te la ayuda de un buen cloro consagrado D la patria, la aceptación de unr sc;icaad sup;'.or, el rcsf)eto por la ciencia y i •. virtud, el e- u itu de sacrificio y de abnegación; he^qu í jo que sería el ideaJ; seráJ5ueao,-por4o menos, intentar acercar^ se a él.

HeUicho ya en muchas ocasiones que estas reformas no pueden llevarse bien a cabo sin la colaboración del clero. Esí¿ claro que nuestro principio íeórícD no puede ser otro que ía separación de la Iglesia y del Estado; Rero la práctica no puede, ser la-4#oría. Hasta hoy, Francia no ha conocidamás_quto ds^^

cracia; oscilando sin cesar de uno a otro, no se para nunca entre ambos. Para hacer peiJtencia de sus excesos demagógicos, Francia se Icmza hacia el catolicismo de vía estrecha; para reaccionar contra el catolicismo estrecho, se lanza hacia la falsa democracia. Habría que hacer penitencia de ambos a la vez, pues la falsa democracia y el catolicismo estrecho se oponen de la misma manera a una reforma de Francia siguiendo el tipo prusiano, quiero decir a ima educación racional fuerte y sana.

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Con esfuerzos serios, sería posible, pues, un renacimiento, y estoy convencido de que si Francia siguiera durante diez años el camino que hemos tratado de indicar, la estima y la benevolencia del mundo la dispensarían de cualquier desquite. Sí, sería posible que un día esta guerra funesta debiera ser bendecida y considerada como el principio de una regeneración. No sería la primera ni la última vez que ima guerra resultase más útil al vencido que al vencedor. Si la necedad, la negligencia, la pereza, la imprevisión de los Estados no tuvieran como consecuencia un determinado castigo, es difícil decir hasta qué grado de bajeza podría descender la especie humana.. La guerra es, por ello, una de las condiciones del .progreso, el latigazo que impide que un país se duerina al forzar a la mediocridad satisfecha de sí misma a salir de su apatía. El hombre sólo se sostJ^e_mediante el esfuerzo y la lucha. La lucím contra la Naturaleza no basta; el hombre acabaría, mediante la industria, poi reducirla a bien poca cosa. Aparece entonces la lucha entre las razas. Cuando una población ha hecho producir a su capital todo lo que puede dar de sí, dicha población se ablanda si no la despierta -el terror a su vecino; pues la finaBdad de la Humanidad no es el bienestar; adquirir y crear es una obra de fuerza y de juventud. Gozar de ello es la decrepitud. El temor de la conquista es por esta razón, en las COFÍ^S bumanr'S, ur ?.gu:jcr. ncces^.. rio. El día en que la Humanidad se transforme en

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un gran Imperio romano pacificado sin nin^ enemigo exterior, esc día la moral y ¡a inícHg cía correrán uno de los mayores peligros.

Pero ¿se cumplirán estas reformas? ¿Corregirá Francia sus defectos, reconocerá sus errores?. El problema es complejo, y para resolverlo es necesario haberse hecho una idea exacta del movimiento que parece que lleva hacia una finalidad desconocida a todo el mundo europeo.

El siglo X I X cuenta con dos tipos de sociedad i que han hecho sus ensayos, y que, a pesar de las ^ incertidumbres que pueden pesar sobre su futuro, ocuparán un lugar primordial en la Historia de la civilización. Uno, es el tipo americano, fundado esencialmente sobre la libertad y la propiedad,/^ sin privilegios de clases, sin instituciones antiguas, -^ sin historia, sin sociedad aristocrática, sin corte, sin poder brillante, sin universidades serias n í ^ fuertes instituciones científicas, sin servicio mili-j4*, tar obligatorio para los ciudadanos. En este sis-'" * tema, ei individuo, muy poco protegido t or el" Estado, también se ve muy poco molestado por| el Estado. Lanzado sin previo patrón hacia la ba-f talla de la vida, se las arregla como puede, y enri quece o empobrece, sin que piense ni por un instante en quejarse del gobierno, en derribarlo, en pedirle algo, en declamar contra la libertad y la p; opicdad. El placer de desplegar su actividad con toda tranquihdad le basta, incluso cuando las suertes de la lotería no le han sido favorables, Estas sociedades carecen de distinción, de noble-1; za; no realizan ninguna obra original en cuestio-¿ nes de arte y de ciencia; pero pueden llegar a serÉ, muy poderosas y pueden producirse en ellas co-^' sas excelentes. Lo principal es saber cuánto tiem-m

po durarán, q jé enfermedades particulares las afectarán, cómo se comportarán respecto al socialismo, que hasta hoy las ha afectado muy poco.

El segundo tipo de sociedad que nuestro siglo ve existir con esplendor es el que yo denominaría

\B1 antiguo régimen desarrollado y corregido. Prusia ofrece el mejor modelo del mismo. Aquí, el individuo es asido, educado, pulido, formado, disciplinado, requerido sin cesar por una sociedad que deriva del pasada, moldcadi. por viejas instituciones, una sociedad que se arroga una soberanía de moralidad y de razón. El individuo, en este sistema, da mucho al Estado; a cambio, reci-. be del Estado una fuerte cultura intelectual y moral, así como el gozo de participar en una gran obra. Estas sociedades son particularmente nobles; crean la ciencia; dirigen el espíritu humano; hacen la Historia; pero se ven debilitadas de díai en día por las recla'maetones'déT egoísmo indivi-dual, qufi._ encuentra demasiado pesada la carga

-que el Estada le hace llevar. Estas sociedades, en efecto, implican categorías enteras de sacrificados, de gente que ha de resignarse a una vida triste sin esperanza de mejora. El despertar de la conciencia popular y, hasta cierto punto, la instrucción del pueblo, minan estos grandes edificios feudales 5' les hacen amenazar ruina. Francia, que antiguamente ery una sociedad de este tipo, ha caído. Inglaterra se aleja sin cesar del tipo que acabamos de describir para acercarse al tipo americano. Alemania mantiene este gran marco, no cin que dejen de entreverse ya unos signos de rebelión. ¿Hasta qué pjnto este espíritu de rebelión, que no es otra rosa q n r la ^^f^nn'^rr>r^i^^ social'S^a, invadirá también los países germánicos? He aquí la

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pregunta que debe preocupar más a tm espíritu reflexivo. Nos faltan elementos para contestar con precisión.

Si las naciones de antiguo régimen, cuando el viejo edificio se derrumba, no hicieran más que pasar al sistema americano, la situación sería simple; entonces podríamos apoyamos en esta filosofía de la Historia de la escuela republicana, según la cual el tipo social americano es el del pon'enir, aquel al aue irán a parar, tarde o temprano, todos los países. Pero no ocurre así. La parte activa del partido democrático que ahora trabaja más o menos todos los Estados europeos no tiene en absoluto por ideal a la república ame--ricana. Aparte de algunos teóricos, el partido de- mocrático tiene tendencias socialistas que son el reverso de las ideas americanas sobre la libertad y la propiedad. La libertad del trabajo, la libre competencia, el libre uso de la propiedad; la fa| cuitad que tiene cualquiera de enriquecerse de acuerdo con sus poderes, son justamente aquello que no quiere la democracia europea. ¿Resultará de estas tendencias un tercer tipo social, o el Estado intervendrá en los contratos, en las relaciones industriales y comerciales, en las cuestiones de propiedad? Apenas puede creerse; pues ningún sistema socialista ha conseguido hasta hoy presentarse con las apariencias de la posibilidad. De ahí nace una duda extraña, que en Francia alcanza unas proporciones de alto nivel trágico y enturbia la vida de todos: por una parte, parece muy difícil conseguir que se mantengan de pie baju una forma cualquiera las instituciones del antiguo régimen; por otra parte, las aspiraciones óei puebio, en Euiupa, no csíán dirigidas en .ab

soluto hacia el sistema americano. Una serie de dictaduras inestables, un cesarisn-r» época baja, he aquí lo que Sí-. nos presenta con posibilidades de futuro.

La dirección materialista de Francia puede, por otra parte, servir de contrapeso a todos los motivos viriles de reforma que salen de la situación. Esta dirección materialista dura desde los años que siguieron a 1830. Bajo la Restauración, el espíritu público_era_ todavía muy_YÍyp; la _so-cTeda'3'"Mble pcnsabaenalgp niás que en gozar-y enriquecerse. Xa^ decadencia se í j izodel todo sensible hacia^04O. El sobresalto dés^48^o paró nada; el niovimfento de los intereses materiales era hacia 4853ylo que hubiera sido si la revolución de febrero no hubiese llegado. Ciertamente, la crisis deÍS70-1871>s mucho más profunda que la de^ W S r ' pero se puede temer que el temperamento del país todavía se reponga, que la masa de la nación, volviendo a su indiferencia, no piense en nada más que en ganar dinero y en gozar de él. El interés personal no aconseja jamás el coraje militar; pues ningtmo de los inconvenientes a que imo se expone mediante la cobardía equivale a lo que uno se arriesga mediante e)

valor. Para ^vponer la propii virlQ, h'^y gi^p { ' ' " ^ ^ fe ea.-algQ jLajnat6rial..Xero--esfí1feTtésa^ t l ía^njdía. Una vez destruido el principio de la legitimidad dmástica, que hace consistir la razón de ser de las provincias en los derechos del soberano, no nos quedaba más que un dogma, saber qtte ima~nación existe gracías~arhbre consenti-mjeiitcLdeJíid^_sus_parí£LS. La última paz hapfó-ducido la herida más grave a este principio. Por fin. lejos de recuperarse, la cultura intelectual fue

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recibiendo por rarte de los acontecimientos del año golpes muy sensibles; la influencia de' catolicismo estreche, que será el gran obstáculo para cl renacimiento, no parece en absoluto a punto de decrecer; la presunción de una parte de la:> personas que presiden en la administración parece que se haya duplicado con las derrotas y los ultrajes,

No puede negarse, por otra parte, que muchas de las reformas que Prusia nos impone no han de encontrar entre nosotros dificultades muy serias. La base del programa conservador de Fnm-cia ha sido siempre la de oponer aquellas partes somnolicntas de la conciencia popular a las partes demasiado despejadas, quiero Jecir el ejército al pueblo. Queda claro que este programa carecería de base el día que el espíritu democrático entrase en el propio ejército. Mantener a un ejército formando cuerpo aparte en la nación e impedir el desarrollo de la instrucción primaria se ha convertido, en un determinado partido, en un artículo de fe política; pero Francia tiene por vecina a Prusia, que fuerza indirectamente a Francia, incluso la conservadora, a retroceder ante estos dos principios. El partido conservador francés no se engañó al ponerse de luto el día de la batalla de Sadcwa. La máxima de dicho partido era copiar a la Austria de los Metternich, esto es, combatir el espíritu democrático mediante un ejército disciplinado aparte, mediante un pueblo de campesinos mantenidos cuidadosamente en la ignorancia, mediante un clero armado con potentes cx)n-cordatos. Este régimen irrita demasiado a una nación que debe luchar contra rivales. La misma Austria debió renunciar a éi. Asi es como, según

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la tesis de Plutarco, el pueblo más virtuoso vence siempre al que lo es menos, y como la emulación de las naciones es la condición del progreso general. Si Prusia consigue escapar a la democracia socialista, es posible que durante una o dos generaciones dé una protección a la libertad y a la propiedad. Sin ninguna duda, las clases amenazadas por el socialismo pondrían sordina a sus antipatías patrióticas el día que ya no pudieran hacer frente a la marea creciente, y cuando algún Estado fuerte tomara por misión el mantenimiento del orden social europeo. Por otra parte, Alemania hallaría en cl cumplimiento de una obra de esta magnitud (muy análoga a la que llevó a cabo en el siglo v ) unas utilizaciones tan ventajosas de su actividad que el socialismo quedaría allí marginado por mucho tiempo. Rica, blanda, poco laboriosa, Francia se abandonaba desde hacía muchos años a hacer ejecutar todas sus tareas penosas, exigiendo aplicación, a unos extranjeros a los que pagaba bien por ello; el gobierno, en cuanto se confunde con el oficio de gendarme, es en ciertos aspectos ima de esas tareas enojosas para las que el francés, bueno y débil, tiene pocas aptitudes; ya pedemos entrever el día que pagará a gente arrogante, seria y dura para que lleve a cabo dicha tarea, como los atenienses tenían a los escitas para llevar a cabo las funciones de esbirros y de carceiercs.

La gravedad de la crisis revelará, tal vez, fuerzas desconocidas. Lo imprevisto es grande en las cosas humanas, y a Francia le gusta a menudo desbaratar los cálculos más bien razonados. Extraño, lamentable a veces, el destino de nuestro país no es nunca vulgar. Si es cierco que ei patrio-

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tismo francés, a finales del siglo pasado, fue el que despertó al patriotismo alemán, tal vez también será cierto afirmaT- q^e el patriotismo alemán habrá despertado al patriotismo francés a punto de apagarse. Este retorno hacia las cuestiones nacionales aportaría durante algunos años un descanso en las cuestiones sociales. Todo lo qué ha ocurrido durante tres meses, la vitalidad que Francia ha demostrado después del horrible síncope moral del 18 de marzo, son unos hecho5_ muy consoladores. Muchos caen a menudo en la trampa de temerJiue^Francia e incluso Inglaterra,

"en-^Wwido-4rabajada-poF^^ftRmsH^H^ ®tcos-(el debilitamiento del espíritu miUtar, la predominancia de consideraciones comerciales e . industriales), queden reducidas pronto a un papel secundario, y que la escena del mundo europeo •

_]legu& a^ger n.-iip^Ha iiiijcamgntgpor üos colosos, la razagennánica-yjajcazaeslav^lque^^ consér-vado el vigor del principio miiitar^y_inpnárquico, y ciiya^Iucha llenará el futuro. Pero podemos afir-

""mar también que, en un sentido superior, Francia I tendrá su desquite. Un día se reconocerá que \ Francia era la sal de la tierra, y que sin ella el

festín de este mundo será poco sabroso. Se echa- ^ rá de menos a esta vieja Francia liberal, que fue impotente, imprudente, lo confieso, pero que también fue generosa, y de la que algún día se dirá como de los caballeros del Ariosto;

« O gran bontá de cavalieri antiqui!» • ¿:

scniimeníal como sea posible, se verá que para América fue una suerte que el ntarq'-es de La^-yette pensara de otra manera; que fue una sue. para Italia que, incluso durante nuestra época más triste, hayamos sido capaces de una generosa locura; que fue una suerte para Prusia que en 1865 se mezclara una visión de filosofía política elevada a los planes confusos que llenaban la cabeza del emperador.

No esperar nunca demasiado, no desesperar jamás, ésta debe ser nuestra divisa. Recordemos que sólo la tristeza es fecunda en grandes cosas, y que el auténtico medio para levantar a nuestro país es demostrarle el abismo en que se halla. Re-cordemo.. sobre todo que los derechos de la patria son imprescriptibles, y que el poco caso que hace de nuestros consejos no nos dispensa de dárselos. La emigración al exterior o en el interior es la peor acción que pueda cometerse. El emperador romano que, a la hora de la muerte, resumía su opinión sobre la vida con las palabras fNil ex-pedit». al propio tiempo daba a sus oficiales la orden: KLaboremiis».

Cuando los vencedores del día hayan conseguido que el mimdn sea positivo, egoísta, ajeno a cualquier móvil que no sea el interés, tan poco

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