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ERRORES AFORTUNADOS Por José Álvarez López. Se podría escribir un libro sobre errores científicos que condujeron a importantes descubrimientos. Es lástima que nadie lo haya escrito pues sin tales “errores afortunados” la ciencia no sería lo que hoy es. Para recordar unos pocos casos, citaré el error de Sadi Carnot que le permitió ser el creador –nada menos– que de la moderna ciencia de la “Termodinámica”. Carnot instalaba molinos de harina cuya enorme piedra era movida por una caída de agua. Observó que para aumentar la potencia del molino tenía que aumentar el caudal de agua o la altura de la caída. Cuando inventó el mismo molino, pero ahora movido por el vapor comprimido en una caldera, pudo observar que la potencia del motor crecía aumentando la cantidad de vapor producido y la “caída térmica”, es decir, la diferencia de temperatura entre la caldera y el refrigerante. Hoy nos cuesta creer en la ingenuidad de Carnot quien creyó que en la “caída Térmica” caía algo material y lo llamó “calórico”. Con este concepto equivocado desarrolló su famoso “Ciclo de Carnot” que hoy conocen –muy a pesar suyo– todos los estudiantes de ingeniería. Pero cuando Meyer (el médico que descubrió el “Principio de Conservación de la Energía”) desarrolló su teoría, a bordo de un crucero de la marina alemana, no quedó lugar para el “calórico” de Carnot, pero la Termodinámica ya estaba constituida como ciencia. Otro error –responsable de nuestro mundo de electricidad, televisión, atomística, informática, etc.– fue el de Clerk Maxwell cuando “inventó” el “Éter”, un fluido cósmico imponderable que permeaba todo el Universo hasta en el interior de la materia. En base a la hipótesis del “éter” se desarrollaron las “Ecuaciones de Maxwell” sin las cuales no existiría el mundo moderno. Cerrando una lista interminable citaré un error de otra naturaleza, quiero decir un error de procedimiento. Algo que está vedado a un químico –desde que llega a la Facultad de Química– es agitar el contenido de un

Errores Afortunados

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Errores Afortunados

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Page 1: Errores Afortunados

ERRORES AFORTUNADOS

Por José Álvarez López.

Se podría escribir un libro sobre errores científicos que condujeron a importantes descubrimientos. Es lástima que nadie lo haya escrito pues sin tales “errores afortunados” la ciencia no sería lo que hoy es. Para recordar unos pocos casos, citaré el error de Sadi Carnot que le permitió ser el creador –nada menos– que de la moderna ciencia de la “Termodinámica”.

Carnot instalaba molinos de harina cuya enorme piedra era movida por una caída de agua. Observó que para aumentar la potencia del molino tenía que aumentar el caudal de agua o la altura de la caída. Cuando inventó el mismo molino, pero ahora movido por el vapor comprimido en una caldera, pudo observar que la potencia del motor crecía aumentando la cantidad de vapor producido y la “caída térmica”, es decir, la diferencia de temperatura entre la caldera y el refrigerante. Hoy nos cuesta creer en la ingenuidad de Carnot quien creyó que en la “caída Térmica” caía algo material y lo llamó “calórico”. Con este concepto equivocado desarrolló su famoso “Ciclo de Carnot” que hoy conocen –muy a pesar suyo– todos los estudiantes de ingeniería.

Pero cuando Meyer (el médico que descubrió el “Principio de Conservación de la Energía”) desarrolló su teoría, a bordo de un crucero de la marina alemana, no quedó lugar para el “calórico” de Carnot, pero la Termodinámica ya estaba constituida como ciencia.

Otro error –responsable de nuestro mundo de electricidad, televisión, atomística, informática, etc.– fue el de Clerk Maxwell cuando “inventó” el “Éter”, un fluido cósmico imponderable que permeaba todo el Universo hasta en el interior de la materia. En base a la hipótesis del “éter” se desarrollaron las “Ecuaciones de Maxwell” sin las cuales no existiría el mundo moderno.

Cerrando una lista interminable citaré un error de otra naturaleza, quiero decir un error de procedimiento. Algo que está vedado a un químico –desde que llega a la Facultad de Química– es agitar el contenido de un recipiente de laboratorio con un termómetro. Para ello tiene numerosas varillas de vidrio que hay sobre las mesas de laboratorio. Pero un químico alemán de principios del siglo XX cometió el error de agitar una solución de ácido nítrico y benceno –con la cual se pretendía lograr la síntesis de la “quinina”– con un termómetro que se quebró, y a raíz de ello los alemanes descubrieron la “Anilina”, cuyo monopolio durante varias décadas dio origen a la poderosa industria química alemana.

El descubrimiento de la anilina sobrevino cuando al querer limpiar los recipientes se encontraron con un interminable reguero de un líquido rosado que no terminaba de extinguirse. ¡Habían descubierto un supercolorante!

El problema sobrevino cuando quisieron reproducir el experimento y el líquido rosáceo no aparecía... Seguramente que ya

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estarían tentados de abandonar la búsqueda de la fórmula de la anilina, cuando alguien recordó la rotura del termómetro. Rompieron –esta vez deliberadamente– otro termómetro y reapareció ¡la Rosanilina!

El mercurio era el “catalizador” que durante treinta años buscaron en vano los competidores de Alemania que se convirtió, gracias a este error afortunado, en la más grande potencia química del mundo. Quien no cometa algún error de pensamiento o de trabajo no descubrirá nunca nada... sería la moraleja de una teoría sobre los errores de la ciencia.

UNA FÓRMULA EQUIVOCADA

Después de costosas investigaciones en mi laboratorio y largos años de estudios teóricos, yo no hubiera logrado descubrir nada si no hubiera sido por tres “Errores Afortunados” que me llevaron a impensables e importantes descubrimientos científicos. Paso a explicar el primero de estos mis “errores afortunados”.

Al comienzo de mi estudio de la Teoría de la Relatividad de Einstein copié equivocadamente una de sus fórmulas, pero fue un error afortunado porque me permitió llegar de golpe a una dificultosa consecuencia de la Teoría de Einstein y es que la velocidad de la luz no se altera con el movimiento. Vale decir en la Teoría de la “Relatividad” la Velocidad de la Luz es un…ABSOLUTO...En efecto, en la Teoría de Einstein el Espacio se acorta con el movimiento y el Tiempo se alarga con el movimiento. En forma simplista esto puede expresarse matemáticamente:

L = L o x Raíz T = T o / Raíz

El “cociente” de dividir el espacio por el tiempo es la Velocidad (kilómetros por hora, por ejemplo) y tenemos:

L / T = L o / T o x Raíz x Raíz

La fórmula equivocada fue:

L = L o x Raíz T = T o x Raíz

El “cociente” (la Velocidad) será:

L / T = L o / T o

Pues las Raíces se cancelan... O sea, que la Velocidad de la Luz es un INVARIABLE RELATIVÍSTICO.

Esta Conclusión de que la luz es un ABSOLUTO apareció aquí en una simple operación. En la Teoría de la Relatividad este cálculo demanda muchas y difíciles páginas de física y matemática.

Este Error Afortunado me permitió “Simplificar la Relatividad”. Y, lo más importante, Albert Einstein estuvo de acuerdo con mi

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“corrección” y me aconsejó la publicación en una carta manuscrita de puño y letra que conservo como un tesoro pues fue, posiblemente, el último escrito científico del sabio.