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Titulo: LA LLEGADA (De unas páginas aún sin nombre). Para “La Accion”. Autor: NESTOR VILLEGAS El Doctor Néstor Villegas, médico que en años pasados vivió entre nosotros y a quien la ciudad recuerda con inmenso y justo cariño, ha tenido la amabilidad de aceptar nuestra invitación a colaborar en La Acción. Bien saben nuestros lectores que el Doctor Villegas es un excelente escritor y su colaboración, por lo tanto resulta altamente honrosa para nuestro periódico, pues ya la quisieran para sí los mas calificados suplementos literarios de la prensa colombiana. Agradecemos en lo mucho que vale y signifi¬ca la colaboración del distinguido amigo de Sonson y le roga¬mos que sea lo más permanente que sus naturales ocupaciones le permitan. Este camino viejo, llamado falda del Arma, arranca desde el profundo fondo del río, y desde allí se lanza hasta la cumbre lejana, en excesiva pendiente que suavizan un poco las curvas numerosas. Cuando el viajero encuentra algún tramo recto, cree que al fin de él a va a penetrar en el cielo; de tal modo en el azul se entra. El suelo del camino es abajo pedregoso, de breña, y arriba, de sólo tierra amarillenta, con anchos surcos, relejes, hondas mellas y caballones, que hablan de lodazales en épocas lluviosas. Como el paso del tiempo lo ha excavado hondamente el talud es alto y el rastrojo, más todavía, por lo que apenas los boquetes o portillos dan vista de pájaro a los guaduales, los maizales, los cañaverales y los árboles de aquellas laderas empinadas. Por el camino asciende el caballero. Va solo. Su rocín, al que una vez ha abrevado en un charco escaso y pequeño, suda copiosamente anda despacio y se detiene con frecuencia. La fatiga es máxima, y el sol, ardiente. ¿En qué piensa este hombre joven, muy joven? Hace poco ha recibido el grado de doctor en medicina y sólo ahora va a ensayar su vida nueva. Lo incierto le inquieta y la inexperiencia le preocupa. La gravedad de lo venidero pesa sobre él. "Yo seré el hombre del sacrificio" es la voz más profunda de su espíritu Al fin gana la altura. Una calle inclinada de la pe¬queña ciudad viene a su en- cuentro y le lleva a un alo¬jamiento con asistencia, re¬servado a personas escogidas. La casa es de un alto, sencilla y de ventanas saledi¬zas. La puerta está abierta, y el zaguán, de piso brillante de ladrillo y de un friso ocre que corre a lo largo de las paredes, conduce a un patio interior con matas de adorno y con habitaciones que dan a tres corredores de sus lados. Cuando pene¬tra el médico, la mirla de la jaula del frente lanza su habitual y corto canto de a viso, que nunca falta a la entrada de toda persona. ¡Y qué acogida tan afable por las dueñas de esta casa, doña Carmen y sus hijas Florita, Leticia y Berta, cuya benevolencia extraordi¬naria tiene dejos de ternu¬ra! No tanto por ser la ma¬dre, cuanto por su simpa¬tía, despejo y gracia, el personaje principal es doña Carmen, que exhala un per¬fume casero, como de saquillo de lavanda en armario de ropa. Es pequeña, delgada e inquieta, cual una ardillita; de rostro ya arrugado; de ojos picarescos y vivísimos, que brillan sobre unos anteojos de armadura metálica, apartados casi hasta el extremo de una nariz diminuta y respingona; de pelo lacio, pobre y entrecano, peinado con crencha al medio y recogido atrás por hiladillo negro en trenzuelas dispuestas a modo de rodete mus¬tio. Viste de zaraza gris, con oscuros estampados, y lleva delantal y un pañolón soba do, azul turquí, que sólo le cubre los hombros y la espalda, para mayor desem¬barazo, pues siempre vive en un cuarto grande, sentada en un asiento muy ba¬jo, terrero, delante de una mesita moruna, donde fa¬brica cigarros. En ésta sólo caben el mazo de tabaco, el engrudo, las tijeras, el martillo de madera y esas sus manos pequeñas, nu¬dosas y salpicadas de ve¬jez, qua parecen títeres sal¬tadores, movidos por el ar¬tificio inagotable de su ar¬te, de sus borbollos de ri¬sa y de sus exclamaciones y comentarios. Doña Carmen reparte su vida en tres cosas:

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Page 1: Escritos de Néstor Villegas

Titulo: LA LLEGADA (De unas páginas aún sin nombre). Para “La Accion”. Autor: NESTOR VILLEGAS El Doctor Néstor Villegas, médico que en años pasados vivió entre nosotros y a quien la ciudad recuerda con inmenso y justo cariño, ha tenido la amabilidad de aceptar nuestra invitación a colaborar en La Acción. Bien saben nuestros lectores que el Doctor Villegas es un excelente escritor y su colaboración, por lo tanto resulta altamente honrosa para nuestro periódico, pues ya la quisieran para sí los mas calificados suplementos literarios de la prensa colombiana. Agradecemos en lo mucho que vale y signifi¬ca la colaboración del distinguido amigo de Sonson y le roga¬mos que sea lo más permanente que sus naturales ocupaciones le permitan. Este camino viejo, llamado falda del Arma, arranca desde el profundo fondo del río, y desde allí se lanza hasta la cumbre lejana, en excesiva pendiente que suavizan un poco las curvas numerosas. Cuando el viajero encuentra algún tramo recto, cree que al fin de él a va a penetrar en el cielo; de tal modo en el azul se entra. El suelo del camino es abajo pedregoso, de breña, y arriba, de sólo tierra amarillenta, con anchos surcos, relejes, hondas mellas y caballones, que hablan de lodazales en épocas lluviosas. Como el paso del tiempo lo ha excavado hondamente el talud es alto y el rastrojo, más todavía, por lo que apenas los boquetes o portillos dan vista de pájaro a los guaduales, los maizales, los cañaverales y los árboles de aquellas laderas empinadas. Por el camino asciende el caballero. Va solo. Su rocín, al que una vez ha abrevado en un charco escaso y pequeño, suda copiosamente anda despacio y se detiene con frecuencia. La fatiga es máxima, y el sol, ardiente. ¿En qué piensa este hombre joven, muy joven? Hace poco ha recibido el grado de doctor en medicina y sólo ahora va a ensayar su vida nueva. Lo incierto le inquieta y la inexperiencia le preocupa. La gravedad de lo venidero pesa sobre él. "Yo seré el hombre del sacrificio" es la voz más profunda de su espíritu Al fin gana la altura. Una calle inclinada de la pe¬queña ciudad viene a su en- cuentro y le lleva a un alo¬jamiento con asistencia, re¬servado a personas escogidas. La casa es de un alto, sencilla y de ventanas saledi¬zas. La puerta está abierta, y el zaguán, de piso brillante de ladrillo y de un friso ocre que corre a lo largo de las paredes, conduce a un patio interior con matas de adorno y con habitaciones que dan a tres corredores de sus lados. Cuando pene¬tra el médico, la mirla de la jaula del frente lanza su habitual y corto canto de a viso, que nunca falta a la entrada de toda persona. ¡Y qué acogida tan afable por las dueñas de esta casa, doña Carmen y sus hijas Florita, Leticia y Berta, cuya benevolencia extraordi¬naria tiene dejos de ternu¬ra! No tanto por ser la ma¬dre, cuanto por su simpa¬tía, despejo y gracia, el personaje principal es doña Carmen, que exhala un per¬fume casero, como de saquillo de lavanda en armario de ropa. Es pequeña, delgada e inquieta, cual una ardillita; de rostro ya arrugado; de ojos picarescos y vivísimos, que brillan sobre unos anteojos de armadura metálica, apartados casi hasta el extremo de una nariz diminuta y respingona; de pelo lacio, pobre y entrecano, peinado con crencha al medio y recogido atrás por hiladillo negro en trenzuelas dispuestas a modo de rodete mus¬tio. Viste de zaraza gris, con oscuros estampados, y lleva delantal y un pañolón soba do, azul turquí, que sólo le cubre los hombros y la espalda, para mayor desem¬barazo, pues siempre vive en un cuarto grande, sentada en un asiento muy ba¬jo, terrero, delante de una mesita moruna, donde fa¬brica cigarros. En ésta sólo caben el mazo de tabaco, el engrudo, las tijeras, el martillo de madera y esas sus manos pequeñas, nu¬dosas y salpicadas de ve¬jez, qua parecen títeres sal¬tadores, movidos por el ar¬tificio inagotable de su ar¬te, de sus borbollos de ri¬sa y de sus exclamaciones y comentarios. Doña Carmen reparte su vida en tres cosas:

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asistir a la misa de la madrugada, conversar con quien está en su casa y enrollar las hojas secas y aromáticas de su oficio, que previamente distiende y alisa con habilidad y ligereza. Y es contrabandista. Ella misma lo afirma satisfecha, haciendo burla de los celadores de la Renta, que no han podido sorprender los mazos disimulados u ocultos, tal vez en un segundo tablero del achaparrado mueblejo. El resto de la tarde y el principio de la noche, entre charla va y charla viene, acaban, mediante hechizo cordial, en el nacimiento de un cariño y de una hospitalidad insuperables Temprano ha salido el joven médico don Rodrigo de Olivares y ha tomado la misma calle de su entrada a la ciudad el día anterior. La mañana es propicia. Asciende por una acera de ladri¬llos, no muy amplia, observando las casas, bajas casi todas, enlucidas de cal, con raros desconchones. Al pa¬sar frente a un portón abierto se detiene. El aseo del zaguán solado le sor¬prende, y más, el jardín del fondo, cuidado con esmero. Es limpio, despejado y en él resaltan los rizados glo¬bos de las hortensias, los claveles, los geranios y las rosas, Cuán agradable im¬presión le causa esta solici¬tud de la mujer sonsoneña por el buen mantenimiento . de sus moradas. La esquina de la plaza principal está muy cerca y ansia verla por la vez primera. Los transeúntes son contados y sólo uno le ha mirado con fijeza. Minutos después la plaza se le abre. No da un paso más, porque el templo se le impone, destacado en el azul purísimo del cielo. Los pensamientos revientan y rutilan en su mente, como el agua de un surtidor que acaba de saltar. Qué relación de des¬tino la que encuentra entre esta preciosa arquitectura descollada en el aire y la cruz clavada en ese suelo mismo por don José Joaquín Ruiz y Zapata, con la ima¬gen de San José recostada a ella, entre unas pocas lu¬ces y modestas flores, aquel día de agosto de 1.800, en que don José Antonio de Álzate hacía la funda¬ción de la ciudad. Esta ha nacido —piensa él— con la unción y frescura de un belén o nacimiento, entre ro¬bles y arrayanes, como una estampa campesina navide¬ña, en la que concurrió, según la historia, un solo ca¬ballo, el de don Francisco Delgado, tal vez también un único buey, las imágenes de la Sagrada Familia y los co¬ros pastoriles de los Arias, Ruices, Betancures, Hurta¬dos, Acevedos, Vargas, Ma¬rines, Villegas y demás po¬bladores, venidos de Maitamac a los Valles Altos. ¿No• será—continúa pensando él— el influjo de este comienzo piadoso y bucólico, sobre la vida posterior ciudadana, el hilero que se ve en la corriente de sus años? ¿No es esto lo vernáculo más valioso de Sonsón? Recobrándose un poco de esta primera impresión con¬templa la plaza, que tam¬bién la encuentra "de una cuadra y diez y seis varas en cuadro", como don Die¬go Gómez de Salazar, se¬gún informe al Gobernador de la Provincia de Antioquia, don Francisco de Ayala y Gudiño. Así de grande es este espacio abierto, donde el sol acucioso reto- ca de oro los arbustos y flores del centro y da como un realce nuevo al templo mismo y a las casas altas que le forman marco, brillando superficies, avivando aristas, encendiendo colores y apurando la nitidez de todas las cosas. Su primer diligencia debe ser entrar en la Alcaldía para tomar posesión de su cargo de médico oficial; pero, como aún es temprano, se dirige a la es¬quina más atrayente, aplicando, como siempre, su atención. Da luego unas cuantas vueltas por las cercanías y regresa en busca del señor Alcalde. Ya está él en la oficina. Es don Fran cisco Jaramillo, lejano sucesor del primero, don Ignacio Betancur; del segundo, don Fernando Arias Bueno, que, como sus antepasados, "hacía el hoyo donde se pa- raba"; y de otro, también de los primeros, don José Januario Henao y Benjumea, que ha pasado a la historia como uno de los hombres más eminentes en el ejemplo y servicio de la ciudad. Don Francisco recibe al nuevo médico con afabilidad de gran señor, le da la posesión solicitada y después le acompaña al hospital.

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Presta éste sus servicios invaluables en una casa grande, de una planta sola, a la izquierda de cuya entrada hay una capilla, llamada La Valvanera. Al frente, del otro lado de la calle, de empedrado grueso y desigual, entre un cercado de alambre de púas, desvencijado y viejo, se ve un jardin llamado Parque Gutiérrez González, con el busto del gran poeta, en lamenta¬ble estado de abandono, tomado por yerbajos invaso¬res y por liqúenes, que han ahogado las matas, los ro¬sales y demás arbustos, tornándolos secos, costrosos y estériles. Rodrigo y don Francisco entran. Este presenta el nuevo médico a la Madre y las Hermanas encarcadas de asistir a los sesenta en¬fermos que allí yacen, y en compañía de aquélla dan un vistazo general a todas las salas, por cuyas puer¬tas y ventanas abiertas en¬tran libremente el aire de Capiro y el sol mañanero. : Luego don Francisco se despide, y Rodrigo, vistiendo una blusa, empieza a informarse mejor de los servicios y también a recetar. La tarde es de caminata. En el centro predominan las casas altas, y en la periferia las bajas. Las calles cercanas al templo están bien pavimentadas, pero las apartadas lo están en forma primitiva y escabrosa de piedras clavadas con tropiezos y altibajos. Los transeúntes no son pocos, pero sí los mismos de los pueblos mediterráneos y enclavados en la montaña: la vieja avellanada, envuelta en mantilla amarillenta; el muchacho de mandados, descalzo, descalzo que lleva un cestillo de bizcochos; el señor pulcro y respetable a quien la gente da la acera; el anciano corto de medios, de andar despacioso, de rostro bondadoso y rubicundo, de barbas descuidadas y de leontina vistosa, con indumento de hace años; la criada de risa ingenua y tímida, con un chiquillo de la mano: el popular agente de policía, que lleva una nota al Juzgado; el empleado público, de rostro resignado y de traje viejo y brillante por codos y posaderas; el arriero detrás de su caballejo cargado, con su aguadero, su mulera, su delantal y sus quimbas, y machete al cinto; y las dos o tres jóvenes distinguidas, vestidas de gris, tocadas sus cabezas de sombreritos graciosos, de bolsas a la moda y de un recato que les forma atmósfera. Las tiendas están casi solas y en su interior el dueño se abstrae dominadamente o conversa con un parroquiano, porque estas tiendas son como carretes que muy despacio van arrollando el hilo del tiempo, todo o casi todo, sin tejerlo en obras de provecho personal o público. Por los postigos abiertos se ve uno que otro rostro bello –pues las sonsoneñas son muy bellas- que, con sus ojos inquietos y vivos y su sonrisilla contenida, llena de feminidad arrobadora el ámbito de la calle. El sol traza polígonos de sombra en el pavimento y las aceras, o una brisa suave corre libremente y el cielo puro vuelca bonanza y quietud sobre los seres. Y qué ambiente tan acogedor, tan protector también. Una “Temperie humana”, dulce, envuelve a Rodrigo, como las sucesivas olas de una agua mansa, tibia y transparente. Es difícil encontrar una ciudad donde la bondad colectiva sea hasta físicamente apreciable, cual lo es ésta, u donde la simpatía se difunda en expresiones tan placenteras de regalo o de agasajo. Al día siguiente es de mercado. Lentamente y desde las cinco de la mañana empieza a agitarse la ciudad. Los dueños de tiendas las abren más temprano que de costumbre y a la Plaza de Ruíz van llegando las mesas de los toldos. Por las calles aparecen gentes. Todavía sin romper el alba las cam¬panas del templo echan a los aires su campaneo, que casi se confunde con el de las capillas de La Valvanera, El Carmen, y Jesús Nazare¬no. Los más piadosos van a las iglesias y los más mercaderes preparan o movilizan sus mercancías. Cuando la claridad comienza, al disiparse las sombras, van na¬ciendo relieves, distancias y colores. Entre tanto, a las pocas voces del principio se van agregando otras y otras más, sucesivamente, de modo que, saliendo el sol, ya es

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un rumor lo que domina en las calles. Con la luz principian a erguirse los pa¬bellones blancos o amarillentos de los toldos, alineados regularmente. No bien avanza la mañana un poco, cuando ya hay ruidos de bestias en las calles y en la plaza. Son los campesinos que lle¬gan, a caballo los unos, o arreando sus cargas los otros. El gentío crece, es mayor el vocerío, y el calor, mas vivo, cambiante y variado. En rato muy corto llega el mercado a su lleno. Se esparce el olor de concurren¬tes y de víveres. Hacia la parte más alta se disponen los puestos de las frutas, los tubérculos, las legumbres, los cereales, las verduras, y allí esplenden y perfuman las naranjas, las papayas, las piñas, las guamas, las ciruelas, los bananos, las cebo¬llas, las lechugas, las coles, los repollos, el perejil, el apio; abundan el maíz, las al¬verjas, los frisóles, las pa¬pas; y en las jiqueras ojianchas y dentro el empaque de helechos, emergen las arracachas olorosas, los artones y domínicos y las yucas y las mafafas. Lateralmente se destacan las ollas y escudillas de barro, las ho jaldres, las empanadas, las quesadillas deleitosas, el pandequeso, los buñuelos, las gelatinas y los demás manjares y golosinas popu¬lares, así como la chicha dulce, que revienta en espu¬mas sonoras, cuando cae el chorro entre los vasos. En el lado de abajo están los toldos de los cacharros. Allí hay grato olor de mercancía nueva y cierto contento de los ojos ante los diversos artículos que resaltan sobre el tablero de las mesas o que acuelgan de los largueros de los pabellones; cintas multicolores, pañuelos rabodegallo, encajes, letines, espejos, navajas, vajillas, sombreros camisas,carrieles, sedas, hilos, litografías, tarjetas postales, y muchas más baratijas. Da gusto escuhar en este alboroto, entre las voces altas de los vendedores y compradores, los saludos cordiales de los montañeses, acompañados de risas abiertas y sinceras y de apretones de manos largos, muy largos, afectuosos y francos. Introduciéndose por entre esta aglomeración humana distínguese la figura magra y ascética del Padre Orozquito, que con el saludo por sus nombres a los campesinos, pues en su fiel memoria los guarda, les va recordando la obligación de los diezmos y les va pidiendo la limosna se¬manal para el sostenimiento del templo. Pero hay algo más sorprendente y agrada¬ble y es el observar el es-clarecido linaje de aquellos campesinos y la presencia entre ellos de béllísmos ros¬tros de mujeres, tales los de una Judit y una Susana, que Rodrigo contempla y que parecen del mismo pueblo de Jacob. El tiempo pasa aprisa. Constantemente en¬tran y salen criados y aún señores con su canasto o su costal al hombro, y, al filo de las doce, de la alta torre cae sobre la plaza el Án¬gelus. ¡Cuanta unción y len¬titud la de los toques vibranes! Al punto, porque en Sonsón el templo es paternidad y filial acatamiento, con los aguadeños en las manos la multitud que da en silencio y en lo íntimo de todos y devota se alza, como en un susurro, la salutación angélica. El mercado continúa con su faena su babel de exclamaciones, de risas, de razones, de réplicas de argucias, de encarecimientos, de compromisos. de recados, y, cuando la tarde viene, poco a poco va disgregándose aquel hacínamiento, las voces se separan y dispersas siguen resonando, bien en Callecalíente o bien en tiendas y cantinas de más lejos. Sólo quedan, cual señales últimas de todo este ajetreo grupos pocos y aislados de tratantes; colillas, papeles, hojas y residuos sobre el suelo; y, en lo alto de los tejados, unos cuantos gallinazos, de rápidos pescuezos, que atisban hacia abajó con su vista de águila. Pasan y pasan los meses y en Rodrigo se asienta cada vez más el contento de ejercer su profesión en tierra tan generosa y en socie¬dad tan calificada, Y es que, la ciudad de Sonsón, de to¬das las antioqueñas, es una de las que posee mejor elementó humano. Ahí se en¬cuentra el verdadero hombre de la Montaña, trabajador, honrado, alegre, cris¬tiano, sencillo y no tan abiertamente negociante, ni flexible y cauteloso, como el de otros lugares, quizás por lo local de su comercio y porque la vida no tiene en ella

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la dureza de los cen¬tros, donde es una contienda. El municipio es muy ex tenso, de los más grandes de Colombia, y no hay cli¬ma que no posea ni fruto que no produzca. Sus para¬jes son muy diversos y es¬tán alindados con nombres familiares, como éstos: Sír-güita, Sirgua, Naranjal, La Loma, Los Planes, Los Me¬dios, Rioverde de los Henaos, Rioverde de los Montes, Aures, Tasajo, El Roblal, Perrillo, Rionegrito, Manzanares, San Francisco, La Honda, Arenillal, El Al¬to del Bosque, Mediacuesta, Mermita, Guayabal, Magallo, Samaná, La Miel. Por esos ámbitos dilatados, en las rozas, las sementeras, los cuadros de los huertos, los cafetales, los bosques, los platanales, trabajan aquellos hombres, que con¬servan incólume la tradición solariega.. Los de regiones apartadas difieren un tanto, porque es bien sa¬bido que los climas y dis tancías establecen diferencías, pero su ser hondo es uno mismo y una misma su habla, a veces salpicada de sabrosos arcaísmos. Esta sí es la Antioquia arrugada, la impetuosa, la de las cabañas limpias, la del cielo alto y luz cegadora, la de los vientos como corcoeles, la del suelo áspero, rayado por angulosos caminos y por riachuelos rápidos, la de lomas grises y amarillas, la de fondo verde, apagado en los maizales y brillante y sedoso en los plátanos y cafetos. En la rotundidad de su altura Sonsón es una ciudad erguida, libre y abierta, en cuya presencia resaltan los dos atributos que le señalan y distinguen: la hidalguía de sus varones y el señorío de sus mujeres. Ese es su tono. Quien entra en ella se siente inmediatamente cogido por su fuerza moral. Y a pesar de ser cumbre, es una ciudad clara. Quizás por la fidelidad de sus vientos el cielo es des¬pejado, las nubes altas y .viajeras las neblinas. El sol madruga a enlucirla y a templarla y hasta la luna en sus plenilunios le es constante para vestirla de pÍata y de misterio Por debajo de su vida sosegada hay una vida profunda de historia, toda servicio, esfuerzo y sentimiento. En las ciudades populosas lo antiguo se esconde, se sumerje, y para descubrirlo hay que ir a buscarlo con el auxilio de linternas. En Sonsón la vida de los tiempos idos se deja oír y aun puede verse, porque su historia es la obra, el pensamiento y las emociones de un pueblo con tradición que permanece. En pocas par¬tes pueden admirarse, como aquí, confluencias espirituales tan cautivantes del ayer y del hoy. Así, por ejemplo, un Gregorio Gutiérrez González anda por sus calles y es música de las almas, no digamos el Poema del maíz, que lo es de la nación entera, sino "Aures", "A Julia" y todos sus cantos familiares y eglógigos, mezclados con sus repentes e improvisaciones. Así tambien, el Padre Nazarito, de quien se relatan hechos de bilocación asombrosos; el General Braulio Henao, sembrador de civismo y fortaleza; don Lorenzo Jaramillo y don Alejandro Ángel, con cuyas fortunas se abrieron mercados para el café y se colonizaron tierras, para la Raza; don José Januario Henao, hombre de excepcional importancia, fundador de la primera escuela, y el Padre Henao, ejemplar providencia y acucia de la parroquia en sus principios; el Gene¬ral Miguel Antonio Álzate, encumbrado militar que le prestó notables servicios a la República; los inolvidables tres Ramos cesionistas de tierras para fundar poblaciones; Tobías Jiménez, el cantor de los arrieros; Félix Mejía y los dos Félix Correas, de privilegiada garganta; don Marco Jaramillo y Teodomiro Isaza, ingenios prontos y aguzados; Braulio Mejía, Braulio Henao, Joaquín Restrepo Isaza y Marco Aurelio Botero, médicos insignes; Joaquín Antonio Uribe, botánico sapientísimo, y Emiliano Isaza, gra¬mático importante; José María Restrepo Maya y Patri¬cio Cadavid, institutores ilustres; Marcelino Uribe Arango y Jesús María Marulanda, famosos jurisconsul¬tos; Baltazar Botero Mejía y Santiago y Francisco Londoño, ingenieros notables; el Padre Roberto Jaramillo Arango, gran poeta y

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humanista; Benigno A. Gutiérrez, escritor y folclorista de la Montaña; y así muchos otros, muchísimos más, para no alargar esta cita de figuras eminentes. La ciudad es un rodal de cultura sobre la extensión de la comarca. Separada de Medellín por gran distancia y no unida a ella, hasta 1.930, sino por sólo un camino, ha desarrollado en su seno valores sociales muy apreciables. Al cuidado de don Tulio Vélez y Félix Alvarez funciona una institución bancaria de importan¬cia útilísima en el comercio regional; la industria del cafe y otras se han desenvuelto visiblemente; surtidos al macenes y bazares abaste¬cen de mercancías y ense¬res domésticos aun a los sitios circunvecinos; y los oficios han ganado gran desa¬rrollo: allí el maestro consagrado, el médico sabio, el farmaceuta idóneo, el sas¬tre hábil, la modista aupa¬da, el fotógrafo de gusto, el zapatero diestro, el talabartero competente, el ebanista afamado, el confitero experto, el panadero capaz, el tejedor fino, el herrero práctico, el mecánico inge¬nioso y hasta el apañador ,de servicios varios. Entre los elementos de cultura, por sobre todos, se impone su teatro, que no podía faltar, porque el público de la ciudad es emocional y de conocimientos. No es un edificio de especial arquitectura, sino una sala, que en su fachada tiene un frontón triangular, de mascarón de la Comedia al centro, labrado por la pericia creadora de Rómulo Carvajal y que en su interior po¬see escenario, con la tramo ya, las bambalinas y las candilejas de regla, y con una platea dotada de butacas y serie de palcos en contorno. En esta sala es frecuente que se presenten comedias y obras dramáticas, cuales las ejecutadas por los hijos de Loncito Botero y Jacobita Jaramillo; que se verifi¬quen conciertos y sesiones líricas, a cargo de un Marco Tulio Jaramillo, una Eva Ji¬ménez y otros recitadores; y que se dicten conferen¬cias, algunas de recorda¬ción, entre otras la de Al¬fonso Castro en pasados meses. Sonsón no olvidará, para no anotar sino poco, ciclos de teatro español q' le han ilustrado y diverti¬do, como el que dio la “Compañía de María Anido", entre cuyas obras estaban "Retazo", "En un burro tres baturros"' y "Lluvia de hijos". Tampoco se olvidarán recitales a la altura de los de Dalmau y de Barba Ja¬cob, en alguna posterior ocasión este último, cuando el poeta regaló a sus oyentes con varios de sus versos y con la leyenda "El lagarto de oro" de la antigua ciudad de Guatemala, exornada de una brillante y ex quisita plática literaria. ¿Y qué diremos de la Biblioteca Pública, de la Biblioteca de los hermanos, de la Biblioteca de los Artesanos, de las bellas letras, de la música y de la pintura? La ciudad posee sus cultivadores decididos e inteligentes y las bibliotecas guardan una riqueza importante de libros. ¿Y qué decir así mismo de sus periódicos "El Popular", "Espigas Eucarísticas" y el quincenario "La Acción" órgano de la Sociedad de Mejoras Públicas? En tratándose de este quincenario salta la observación de que pocos periódicos de provincia tienen a su servicio colaboradores de la superioridad del Padre Roberto Jaramillo Arango, Benigno A. Gutiérrez y Alejandro Hurtado y de que pocos alcanzan a rivalizarle en marcar con tanta autoridad el derrotero de un pueblo y en ejercer sobre él un magisterio tan múltiple, sapiente y elevado. Pero lo que a Rodrigo no deja todos los días de sus citarle interés y curiosos pensamientos son las calles y las casas. Las calles de Sonsón tie¬nen una sugestión particu¬lar. Cuando Rodrigo se encuentra en la plaza parécele que en la que desciende a la esquina de don Felipe habrá de aparecer una ele¬gante y hermosa dama; que por la que baja de Capiro al templo habrá de surgir uno de los aristocráticos señores; que por la que llega al ángulo de abajo, en la Alcaldía, se destacarán las devotas de una hermandad; y que por las que ascienden de la iglesia del Carmen asomarán bondadosos campesinos. Estas calles, a pesar de ser tiradas a cordel, se¬mejan brazos que nos en¬vuelven, que gratamente nos sujetan. Es notable y un hecho que lo bueno espiri¬tual forma su ambiente. De

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ahí que en ellas se encuentre a cada paso lo benigno, lo humanitario, lo servicial, lo dulce, lo suave, lo conciliador, lo generoso y lo indulgente. Caracterízase cada una por un sitio nombrado, una iglesia, una casa, una tienda, y, sobre todo, un personaje, .que es o uno de los principales, o una anciana popular, o un artesano estupendo. Pero lo más fascinante son sus hechizos transitorios, que se suceden, y que siempre son alguna bella que las decora desde su ventana o cuando sale para la Salve y vuelve de ella. ¿Y fuera de sus evocaciones, de sus matices espirituales, qué hablar de su paisaje o aspecto? Calles más claras que las de Sonson no existen, tal vez por su aire siempre diáfano, y cristalino. Hay un concierto particular entre ellas y el cielo azul, radiante, de nubes destejidas por la in¬visible mano de los vientos. La vida discurre a lo largo de sus aceras y calzadas sobria, sencilla, sin afanes, sin cosas estrepitosas, y se refleja en la cara apacible de los ancianos, en el risueño mirar de sus muchachas limpias, en el rostro amable y distinguido de sus damas, en la cordialidad de sus gentes todas. Ellas tienen la singularidad de que se quedan en la memoria no como vías de circulación por donde uno penetra, transita y se aleja, sino como senderos entrañables, relucientes de bien, por los que es posible entrar, pero jamás salir. Para el hombre que se detiene a pensar, estas calles son peculiares. Invitan a la meditación. ¿Habrá galanía o prodigio mayor que una sonsoneña vestida de negro, andando por una acera, como dijo algún español ilustre de la mujer valenciana? ¿Y no vuelan muchas reflexiones de la cabeza de aquel señor que mira desde su ventana, con un libro en la mano, o de aquel otro que observa la plaza desde la puerta de su oficina? ¿Y estas viejecitas de rostros rupestres, de indumentos oscuros, que van a un rezo, no llevan un mundo de anhelos y esperanzas bajo las mantillas, ya un poco amarillentas, que las rebozan? Sin faltarles, no las distingue el tráfago ruidoso de los vehículos, sino el callado movimiento de emociones, pensamientos, designios, ensueños e ideas, que son sus mayores y más altos caminantes. Estas calles proyectan en el observador un valor vernáculo insuperable, el de una raza, el de un pueblo todo, representado y recogido en una cima enhiesta, que en lo profundo guarda inconformidades, ansias de aventuras y una energía ancestral sobresa¬liente y creadora. Aquí abunda la presencia fuerte, varonil y hebrea de los hombres, la bíblica imagen de las mujeres, la alegría sana, la travesura con gracia, el ademán puntoso, el habla espumosa y de salero. ¿Y las casas? Tienen ellas un embeleso propio y algunas debieran exhibir blasón. Su exterior es en cierto modo igual al de las de los otros pueblos de Antioquia, mas aquí sí entiende uno por qué los idiomas le han dado a la casa el genero femenino. En parte alguna son ellas mayor reflejo de las mujeres. Son aseadas, lucientes, bruñidas, aun en los huertos que las respaldan. Viejas y nuevas, altas y bajas, lujosas y pobres, son todas alegres por sus jardines y por sus ven¬tanas y puertas abiertas, lo que vale decir que son con¬fiadas, que no temen a nadie, que son francas, ama¬bles, serviciales. Aquí las .casas le salen a uno al encuentro, las puertas le in¬vitan, las ventanas le ha¬blan y sonríen, a diferencia de las de las urbes, que son indiferentes. En sus largas formaciones parecen cofradías, uniéndose entre sí y apoyándose las más débiles en las más fuertes. Las que colindan o se miran de frente se hablan cordialmente y todas se comunican sus penas, sus dificultades, intiman y se auxilian recíprocamente en fraternal comportamiento. Si hay necesidad se vacían las unas en las otras. Cada una es un centro de caridad. Entre todas hay un parentesco tan patente que dan la impresión de ser habitadas en su totalidad por una sola e inmensa familia, que llena toda la extensión poblada. Sus interiores son puros y el aire y el sol se suman, cual niños juguetones, a los muchos de cabecitas rubias que saltan y gritan en

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sus recintos. Por los enlucidos de cal, por el papel de sus paredes y por-las pinturas internas y de las fachadas, parece que vistieran de sedas o de holandas, así estén ellas un poco viejas. Finalmente son sitios de cantares, porque cantan las mujeres y las mirlas y los canarios, y porque son cantos las risas y hasta las oraciones y los diálogos, Hay una casa entre todas, que es la de muchos, y es el Club Aventino Destacase en la Plaza de Ruiz, grande, de dos altos, de los cuales el superior, con largo balconaje, es propiamente el del servicio. No está amueblado lujosamente,a excepción de una sala que ostenta una mesa y varios asientos hermosos, de estilo Luis XV, comprados en Paris por don Alejandro Angel. También dan mucho realce al lugar donde se encuentran dos gobelinos bellos. Carece el club de bi¬blioteca y de otras secciones culturales, pero es el casino de la ciudad y sitio excelente de descanso y de recreo. La mayor concurrencia se advierte en dos salones: el del billar y el del tresillo, éste para provectos y aquél para jóvenes. En los amplios corredores hay algunas mecedoras estupendas para la charla regocijada sobre personas y sucesos de la comarca. No faltan jugadores de damas, dominó o ajedrez, que gustan de algún rincón o de una salita propia y tranquila. En un punto muy adecuado de observación y comodidad se encuentra el bar, que es también bodega y despacho de bebidas, donde siempre se ve la cara sonriente de don Emilio Valencia, el administrador más culto y afable que conocieron estas regiones, descendientes, al fin, de los apellidos Casa Valencia, abolengo que demostró su antecesor seguro don Nicolas Laureano Valencia. Como punto de reunión y de exquisita familiaridad el Club Aventino es uno de los mejores conocidos en estas ciudades de Antioquia. Todavía más: en la calle que asciende al hospital hay una casa holgada en cuya parte alta se encuentra el estudio de estatuaria re¬ligiosa de Rómulo Carvajal. No es fácil encontrar un personaje semejante a este aventajado imaginero, artista del yeso y del cincel, nobilísimo, inteligente, nervioso, solitario y tozudo como un gallego. Quien penetra en la sala de su trabajo se admira de la perfección de las esculturas dentro de su modelo único, porque ha sido costumbre, no sólo en el país, sino en el Exterior, producirlas en tipo determinado, para evitarles expre¬siones profanas en desacuerdo con la veneración en los altares. Lo que limita la creación artística y la variedad y mérito de su reali¬zación. ¿Y qué es lo que Rómulo llama sus tablitas? ¡Ah! ¡Sí que valen! Son pe¬queños rectángulos de ma¬dera en los que él traduce su empeño de fijar con brochazos felices y distintos la estampa del hermoso templo. Hay algunas que lo toman en la noche, envuelto en la niebla, en la luz blanca de la luna o en la difusa de las bombillas eléctricas; mas hay otras que resaltan sobre todas por su logro y viveza indiscutibles y son aquellas en que el incendio de los rayos del sol vespertino le abrasan los ventanales y las torres. Y los barrios? Rodrigo encuentra en ellos particular encanto y singular espíritu, y analiza en su apre¬ciación a "Los Portales", "Tinajitas", "Guanteros", "El Trigal", "La Calzada", "El Alto", que difieren entre sí; pero gusta más de andar en "Los Llanitos", por su posición alta, por sus casitas de flores, algunas con escalinatas, y por el paisaje de Aguadas, que se atalaya en la honda lejanía, cubierta de neblina o salpicada de luces brillantes en las no¬ches despejadas. Mas acerquémonos al templo, que, andando los años, será la catedral y hagamos lo con reverencia, al modo de Rodrigo todos los días cuando entra en él, como en alto camino del espíritu. Si la palabra único tiene algún valor de más intensidad, aquí está en su plenitud. Yérguese el templo en la Plaza de Ruiz de la ciudad y colma su cielo por la hermosura y mérito. La hermosura arranca de las bases y se sublima, en las torres, y el mérito le es consubstancial, porque cada molécula de granito es celo vehemente de

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muchos y de muchos años, porque todas sus formaciones y figuras tienen la significación y la trascendencia profundas de un largo sueño de oración y de estética colectiva y porque cada piedra ha sido puesta y obrada con devoto encen dimiento. Al trasponer uno alguna de las puertas y al encontrarse en su recinto, siente la imponencia calla¬da de la belleza arquitectonica, de la simetría decorativa, donde el arte, la luz y la sombra, el sitio y la piedra noble se disputáron lo romano, lo gótico y lo bizantino para unirse al cielo, siente, sobre todo, ante la majestad circundante, el sobrecogimiento de dos amores ,el divino que desciende de lo Alto y el filial que asciende por los sillares y columnas. El mármol de los altares, del comulgatorio, del pulpito, es grato regocijo de los ojos y del sentímiento y motivo de alabanza para sus donadores, la señora María Escobar de Ángel, don Alejandro Angel y don Marita Uribe. De igual modo placen sobremanera las estaciones, las imágenes de los santos y el bautisterio, tan valioso, tan evocador y tan realzado por el hermoso cuadro que lo completa. El templo es objeto de hondo afecto y de especial consentimiento, y suma y compendio de todos los fervores, así del corazón como de las múltiples manos que le sirven, desde el imaginero aplicado hasta la bordadora de albas. El sonsoneño ve en él su obra amada y la de sus mayores, y la naturaleza misma lo mima con sus elementos. ¿Qué hace el sol, cuando en las mañanas desciende sobre él y repuja sus labrados y cuando en la tarde le vuelca el prestigio de sus oros? ¿Y qué, la luna, cuando en las noches lo viste de sus tenuidades celestes y le da fulgores no soñados? ¿Y qué, la niebla, cuando lo toma entre sus manos blancas, acariciadoras y esfumadas? En memorables convites de mil domingos y fiestas religiosas los hijos de la ciudad llevaron sobre sus hombros los materiales para erigirlo, de manera que puede de- cirse que él surgió de sus cuerpos diligentes y de sus almas abrasadas, que sus basamentos son humanos, que la roca de su emplazamiento es una estratifica¬ción de preces y de anhelos. Por eso cuando lo entregaron a Dios el día de su con¬sagración pudieron exclamar con gran contento, en ofrenda grandiosa que llenaba los ámbitos: "Para gloria tuya, Señor, nuestro largo esfuerzo". Y por eso, por ser eminentemente una obra de todos, por ser un acópio infinito de piadosas vehemencias y esperanzas, por ser una suma de amor inmenso e inflamado, se levanta él sobre la cúspide andina y de la misma entraña hogareña como toda una llama que arde de día y de noche y que ilumina el cielo y cuyos resplandores llegan hasta los más apartados lin¬des de la patria. Cuántas cosas más po¬drían decirse de esta ciudad, sobre todo cuando ella se ha impreso, como sabe hacerlo, en el fondo del alma. Efectivamente podría decirse mucho en orden de la inteligencia, por ejemplo, o de la laboriosidad, o del civismo, o del sentimiento, o de esas no pocas cualidades tan especiales y proceras que distinguen a Antioquia. En el orden de la inteligencia, porque ella ha contribuido a orientar con luz propia a la República; en el de la laboriosidad, por que a sus hijos se les ve fundando empresas donde quiera; en el del civismo, porque es como uno de sus destinos beneficiar ciuda¬des o fundarlas; en el del sentimiento, porque no hay torreón de la Belleza en donde no flote su bandera; y en el de las cualidades de Antioquia, porque ella es una de sus canteras más inagotables y auténticas. Pero para quien haya per- manecido en Sonsón y lo haya sentido en lo hondo, lo que más le seduce e impresiona de su ser es la bon¬dad. Es tan grande este atributo y de matices tan finos y numerosos que al gozar de ellos siente uno la emoción de haber penetrado en algo vasto y gratísimo, como cuando se entra en una sinfonía de acordes que transportan y embelesan. Y al rememorarlos, surge en la memoria aquella diciente palabra, nartecio, que don Marco se trajo de Cicerón o de otros de sus amados autores del Lacio, para darle la vigorosa vida nueva del habla de Castilla. Sí, el recuerdo de Sonsón es un nartecio

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precíoso de los sentimientos más delicados del alma y de los pensamientos más selectos del espíritu. Titulo: EL PADRE ROBERTO. Puesto que cada tiempo conlleva sus personajes en una ciudad, a Sonsón no le faltan. Quienes primero se imponen por sus perfiles na¬cionales son el Padre Roberto Jaramillo Arango y Benigno A. Gutiérrez Autor: Néstor Villegas En un relato titulado "Estampas interiores" y a propósito del Instituto Universitario de Manizales se lee: ''La enseñanza más sobresaliente y más comunicante la ejercía quien no tenía más cátedra que su bello espíritu y su gran corazón: el Padre Roberto Jaramillo Arango, secretario del plantel. Era el orientador de vocaciones, "el profesor de idealismo", como había enseñado a llamarle en esos días Francisco García Calderón. El Padre Roberto vivía en su oficina, cuyas ventanas daban a la ciudad y allí iban los estudiantes, a veces en romería, a veces individualmente. Se puede decir que allí se levantaba la cátedra de las inspiraciones. Cuando el grupo juvenil se encon¬traba en aquel recinto un motivo nuevo concentraba sus anhelos y un estímulo elevado conmovía las al¬mas. Las palabras fluían de los labios del Padre sugerentes y cordiales y, a su influjo, la disposición de las inteligencias se unía a la de los propósitos y el aura del compañerismo avivaba los sentimientos. Era él un hombre joven, nervioso, de silencios frecuentes, de una vida rígida, y pasaba de la seriedad a la más amable de. las simpatías, con una sonrisa que le realzaba. Y era tan espiritual que su figura, frente al escritorio, se adelgazaba, se atenuaba, casi consumiéndose en bon¬dades y fervores". Contemplar al Padre Roberto, con ánimo de entenderlo y apreciarlo, es contemplar a uno de los hombres más nobles, más eminentes y más meritorios que ha tenido Antioquia. Con una vocación disciplinada, puesto que ha sido una persona de renunciación, de fe y de paciencia, ha distribuido su vida, como Valery, entre lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello, y no obstante la fácil dispersión de estas tendencias, con ser de relaciones esen ciales y filosóficas tan íntimas, ha mantenido orden interior y unidad de pensamiento. Su idealismo ha sido total, constante y cimero, regido por dos normas, la ética y la estética, de donde la probidad y la altura de su mente y de su corazón.. Al aproximarse al Padre quizás lo primero que llama la atención es lo que se dice en estos renglones, también de "Estampas interiores", acerca de su mirada: "Después lo miró con esos sus ojos grandes, como solía hacerlo, cogiéndolo todo entero y penetran dolo con una fijeza desconcertante; mirada que se desvanecía luego en otra vaga, extática, propia de una .suspensión recóndita, cual si alguien le llamara desde el interior, tal vez un númen, un tema, un presagio, una evocación". Pero acerquémonos más: cómo resaltan en él su gesto de independencia, algunas veces con un matiz ligero de desdén, y la gran firmeza de su carácter o, mejor, su peculiar dignidad. Y no se crea que se trata de un asomo de dureza. En manera alguna, porque el Padre Roberto, en fuerza de una vida penetrada de caridad y de amor, es un ser de amabilidad profunda, de gran modestia y capaz de humildades y subordinaciones sorprendentes, sobre todo si se trata de hacer bien al necesitado o de servir a sus amigos. Esta dignidad es el resultado del permanente cincelar sobre su yo íntimo, de su dia¬ria lucha de perfección. Y por esa firmeza su vida toda es una recta de integridad y distinción. Hemos hablado de humildades. ¿Por ventura podrá verse una vida más austera y sencilla? En el ejercicio de su ministerio sacerdotal ha solido buscar, como campo de su misericordia y caridad, los más estériles o difíciles.

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Quien lo haya visto en Sonson podrá confirmarlo. ¿Y qué decir de este soneto al gallinazo, que sugiere abnegación, sacrificio o abati¬miento?: ''Naturaleza te negó las galas Conque dotó a la mirla o al turpial, pero raya el prestigio de tus alas tan alto como el águila caudal. Majestuoso te espacias en la altura cual genio alado de la libertad, y a pesar de tu negra vestidura es tu blasón la azul inmensidad Eres el ave negra entre las aves, mas con giros fantásticos y graves de un supremo ideal vuelas en pos. Tú limpias las miserias de la tierra yo, las que el hombre misteriosoencierra...hermanos somos, a mi ver, los dos». No sería aventurado conceptuar que, por no haber sido Sonsón sitio minero propiamente dicho, pero sí de arrieros, este gesto de independencia, fuera de lo atávico o ancestral y de lo de propia formación, viene indudablemente del camino y de la tolda, porque no parece que haya nada tan poderoso para crear o estimular la autonomía, como la libertad y expansión del yo a lo largo de los caminos, en los horizontes abiertos, en la compañía de las aves, de los vientos y de los ríos. El eje de la personalidad del Padre Roberto lo constituye el sacerdocio. Y es lo que lo define, lo que lo destaca y lo que más airo¬samente lo enaltece. In ómnibus caritas. En esta frase podrían compendiar¬se su obra, y su ser sacer¬dotal. No solo ha sido el creador e impulsor o ani¬mador de instituciones socíales relacionadas con su ministerio, sino que ha sido un dispensador de bie¬nes y de caridad fluyente. A él se llegan las almas angustiadas y de él reciben beneficio, porque, sobre todo y por ser espíritu comprensivo, es hombre de perdón, esencialmente humano. El ejemplo ha sido su callado verbo, pues, como los benedictinos, ha amado mucho el silencio y con él ha edificado. Su so la presencia ha sido como un acto espléndido de su ministerio, porque de ella emana lo espiritual y por que por su propia virtud es auxilio y misericordia. Y no ha hecho diferencias. Con San Pablo ha tenido el criterio de "todo para todos" y así ha escrito hermosamente en su poesía "El Salmo de mi vida": "Como la palma esté verde u florida, como el cedro, oloroso, incorruptible/ cualquiera ave en mis ramas halle nido/ y el viajero cualquier, sombra apacible”. ¿No es esta donación de sí mismo, sin un brote de provecho personal, una real y espléndida grandeza del servir? Con preferencia ha tenido a su prójimo en su espíritu y en su afecto, y este amor, con las intenciones de Cristo, se ha hermanado siempre con su fe, cimentada en la voluntad y la razón, como la quería el Doctor Angélico en sus afirmaciones escolásticas. No de poca importancia es el naturalista de análisis riguroso y método severo qué hay en el Padre Roberto. . "Monografías botánicas", muy conocidas, son páginas científicas sumamente completas, hasta por la erudición que las acompaña; y los cuadros y estampas zoológicas que corren publicados en libros y revistas son modelos de precisión y cuidado. Otro aspecto descollante de su personalidad es el educador. Para serlo ha poseído atributos numerosos, tales como comprensión fácil y certera del alma juvenil, vasta ilustración y, principalmente, no sólo inclinación natural a la_enseñanza, sino una particular capacidad para el estímulo y la orientación de los espíritus. Su ejemplo, su sabiduría, su amor por las cosas altas y nobles y su interés por la juventud, le han permitido ejercer un magisterio intelectual innegable, de frutos visibles y estupendos. Este magisterio ha sido de toda su vida, pero ha sido mayor en el Instituto Universitario de Manizales, por corto tiempo, y en el rectorado del Colegio Torres, de Sonsón, por años. El escritor que es el Padre Roberto honra las letras nacionales. Entre los esmaltes de su prosa están la riqueza de giros y de léxico; el clasicismo, con su claridad y su pureza,; y

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una cierta gracia y donosura, que la torna exquisita. Su “Oración por Suárez”, pronunciada en Bello con motivo del centenario de este gran colombiano, es, por ejemplo, una página admirable y demostrativa de aquellas cualidades. Aun su prosa científica goza de ellas porque tiene el buen gusto y la habilidad de presentarlas y lucirlas en las arideces técnicas.. Pero el poeta es el que más se ha elevado ante la admiración de todos. ¿Y cuán grande poeta! En sus mocedades fue modernista, pero después abrazó el clasicismo, y en esta escuela ha terminado por ser místico. Como Goethe, fue primero revolucionario, después clásico y, finalmente, hoy, en su senectud, se detiene en la contemplación de Dios, cual un San Juan de la Cruz, lo que le ha llevado a gran belleza de las imágenes y de los acentos, puesto que la poesía más iluminada se encuentra en lo divino. En lo fundamental de su canto saltan a la vista muchos valores. Uno de los más aparentes es el sentimiento de lo regional. Es verdad que su verso toca con motivos universales y de naturaleza general histórica, pero resaltan en él los matices antioqueños, hasta el punto de que es uno de los mejores interpretes del alma de la Montaña. En lo fundamental de su canto saltan a la vista muchos valores. Uno de los más aparentes es el sentí miento de lo regional. Es verdad que su verso toca con motivos universales y , de naturaleza general histórica, pero resaltan en él los matices antioqueños, hasta el punto de que es uno de los mejores intérpretes del alma de la Montaña. Mas lo profundo de su poesía es lo místico y su cielo interior. Tal es lo que dice su hermosísimo libro "En silencio". Parécele a uno que asciende a es te libro como a una "colina inspirada", para usar el bello nombre dado por Barrés a una de sus obras, y que allí se interna en un bosque sagrado, donde se oye la voz de Dios, entre el canto de las aves, el susurro de los vientos y el rumor de saltadoras fuen¬tes, porque "Dios es el hogar de los espíritus", según las palabras de Malebranche. La voz solemne de la Biblia sacude estas alturas y algunas de sus mieles y esencias les dan encantos y perfumes. ¿Qué „ es el poema de "Job", sino un resumen precioso del gran libro? ¿Qué, "Leyen¬do los Salmos", estremecídos de eternidad?. ¿Qué, "Tiro", donde tras las ala¬banzas, se perciben las notas del "Cántico Lúgubre" del Profeta Ezequiel? ¿Y qué, las "Palabras de la Sulamita", que embriagan como el más generoso de los vinos, con los acentos de San Juan de la Cruz, y que es el divino epitalamio de "El Cantar de los Canta¬res"? Entre estos acerca¬mientos a la Divinidad so¬bresale por su grande ins¬piración, pureza y melancolía, "El Salmo de mi vida", donde hay un sentimiento de angustia penetrado de claridades celestes, que se ahonda en uno y le turba el corazón. Es una voz conmovida de la tarde, que vuela no lejos del hori¬zonte misterioso de la muerte, en cuyo seno quiere apagarse; que canta filial y rendidamente al Señor; que le bendice; que le glorifica con resonancias de piedad; que se hace dulce, tierna y casi imperceptible en humilde resignación. En ese Salmo está el alma del Padre Roberto, con sus pro¬fundidades, con su riqueza interior, con la emoción del hijo de Dios, con la reverencia del siervo, con el dolor de los desengaños, con el ansia del sosiego ultraterreno y con el anhelo de servir hasta el pos¬trer instante, todo ello expresado en versos escogídos, nobles, brillantes y aromáticos, que arden co¬mo una resina espiritual. Estos versos nunca perderán su vida ni su esencia, por todo lo humano que contienen. Motivo de cierta predilección del Padre han sido las manos consagradas y a ellas ha dedicado dos bellas composiciones, "Manos de Cristo" y "A un pastor de almas", en las que las estrofas recogen el brillo de sus "invioladas albu¬ras". Joyas místicas son

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también "San Antonio y San Pablo", "El Viático", "El Corazón Divino", "Eucaristía", "Belén", "Venid a Mí", "La Samaritana", "Los Discípulos de Emaús". Y lo profano no es de menos valor en su obra poética. Fuera de algunos primorosos y pequeños cromos, como "Es la hija del río", y de algunas composiciones cortas y delica¬das que, más que traducir una emoción, tratan de despertarla, sobresalen, dando la sensación de pleni¬tud, sus tres cantos "Oda a Antioquia", "A Gutiérrez González" y "A Jorge I-saacs". La "Oda a Antioquia es una poesía laureada en un concurso y no sin razón. Se hermana con los himnos del "gorrión fami¬liar, "dignos de Homero", Con qué amor y con qué cristalino verso va el Padre Roberto cantando las excelencias de la madre Antio quia. En ellos florece hasta lo más escondido y hondo de la raza; la encendi¬da, filial y obstinada adhesión a los paternos lares; el cielo y el paisaje todo de la comarca amada; la labranza de los campos; la blanca casita de la infancia en la repuesta aldea; los padres y héroes que nos dieron vida libre; los duros hombres del trabajo arduo; las "zagalas y doncellas" teñidas de "moras y mortiñas"; el grano nútricio de las laderas y cañadas; y el "arbusto sabeo" que se viste de esmeralda y cuyo fruto ''émulo del falerno",/ es blanca musa que al poeta inspira,/ remite del invierno la destemplada ira/ y aroma presta a la flotante espira". Allí está el alma de Antioquia, cual en una flor los frutos prodigiosos de la tierra. Bastaría este canto para decir muy alto del Padre Ro berto estas palabras de León de Greiff: "Uno de los pocos poetas que en Antioquia han sido". Puesto que Gutiérrez González es tenido como hijo de Sonsón, no obstante haber nacido en La Ceja, no podía omitir el Padre Roberto en su obra un canto a poeta tan elevado y antioqueño. Comprende él cuarenta y cuatro estrofas de tan singular brillo que solo a gemas se asemejan. En su diafanidad recogen ellas la luz de la belleza, y es goce estético del entendimiento el continuo reventar de resplandores en sus honduras y labrados o biseles. El Padre se eleva a la cima del poeta de su canto y, como él, les da a sus versos la frescura, la claridad, la sencillez, la paz y la bondad de lo eglógico comarcano, con pensamientos y palabras que embelesan el alma. La poesía "A Jorge Isaacs", de acentos cordia¬les y urdimbre artística fi¬nísima, es de acabada hermosura y, en gran parte, un óleo vivo del paraíso vallecaucano, como cuando dice: ''Es un valle encantado/ de remotos confines,/ que pueblan los eglógicos ensueños/ y hace olvidar de Alcinoo los jardines./ Indico dios de ya olvidados cultos,/ discurre sesgo río,/ fecundando los gérmenes ocultos y sonoro plantío/ que prorrumpen en verde lozanía./ Hinche el teobroma su divino grano,/ ela¬bora la caña su ambrosía,/ ostenta la palmera/ sus morados botones/ y agita la tupida enredadera/ sus bermejos festones". Toda la poesía del Padre Roberto es como para pronunciarla en voz un poco baja, dándoles blan¬dura y suavidad a las palabras, a las sílabas, aun a aquellas que de por sí son categóricas o laminadas como metales. No son sus versos para ascender en el sonido hasta lo agudo o fuerte; lo son para descender a la medía voz y tal vez, en algunos, casi, casi hasta el silencio, como lo quiere el nombre de su libro. Su música no es nunca arrebata¬da; es discreta, fina, deli¬cada, íntima, porque es la música del pensamiento. A sí el ritmo, los acentos y las consonancias pruduci rán en el alma las vibraciones exquisitas a que están destinadas. Con no menos valor sobresale otra arista de la personalidad del Padre Roberto y es la del traductor de Horacio. Lo que ha publicado ha sido motivo de aplausos. De la poesía de aquel poeta de la sátira, la oda y la epístola, so¬bre lo nacional, prefirió lo más ligero o más breve y lo más rico por la varie¬dad extensa de los moti¬vos y los juegos. Venciendo heroicamente, con arte pasible y laborioso, las dificultades del latín y de los metros griegos que imitó Horacio, el eólico principalmente, el Padre presenta versiones

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hermosas y felices, como el “Elogio de la vida del campo", que contiene su libro "En silencio", en la que se advierte su capacidad de traductor, hasta para hacerle sentir a uno la sencillez bucólica de Teócrito que el venusino puso en estos versos, y aun el recuerdo de la "Vida retirada" de Fray Luis de León. Caracterízanse estas traducciones por la fidelidad, la propiedad de las palabras, la concisión y la aplicación esmerada, difíciles cualidades, por la tendencia del traductor a los circunloquios y a la abundancia adjetiva. Es este, a grandes ras¬gos, el Padre Roberto Jaramillo Arango, uno de los más bellos espíritus con que Antioquia y Colombia toda pueden enorgullecerse, y que arranca voces de alabanza para la vida de quienes tuvieron la suerte de encontrarlo en su camino y de tenerlo muy hondamente guardado en su admiración y afecto. Titulo: Benigno A. Gutiérrez Autor: Néstor Villegas Esta mañana ha sido llamado Rodrigo por Sofiita Paneso. Así en diminutivo se la nombra y la ciudad calla por capricho popular, que es viuda de Gutiérrez. Quiere ella que él vaya a su casa por la tarde. Y en estos momentos se dirige allá. Al pasar frente al templo piensa: Quien vive en Sonsón gira al rededor del templo. O se aleja de él o se acerca a él, en elíptica permanente, es decir, el punto de relación es su imponente presencia. Todavía más: uno quisiera siempre ver el templo, porque su belleza le llena el espíritu y como que le invita al orden interior, a la correspondencia adecuada de las cosas del alma. Tal vez por esta causa las gentes que no pueden ver las torres desde su casa lo lamentan. Todo el mundo quiere estar junto al templo por espíritu religioso, o por sentido de estética, o por ambas cosas. El es un bien de la mente y del corazón. Rodrigo ha entrado en la casa. Es ésta vieja y grande. Hay en ella una limpieza q' brilla. Pero principalmente hay un ambiente. Rodrigo no acierta a definirlo. En él hay mucho de piadoso, mucho de señorial, mucho de intimidad, mucho de sugerente, y quizás también mucho de ultraterreno. Lo que sí impresiona al punto es la soledad. Al emitirse las pa labras se agradan, se alejan lentamente y se .rompen en las paredes con respeto y apagándose. Las puertas permanecen inmóviles, pero uno tiene la impresión de q' alguien, que está detrás, va a abrirlas. A veces cree uno, así mismo, que un diálogo muere en un cuarto vecino. • Sofiita es dulcísima. Acoge a Rodrigo, no de un modo cualquiera, sino maternalmente. Es también una santa. Rodrigo le observa su cabello entrecano, bien peinado, pero en el que vuelan algunas hebras al juego de un airecillo que entra. Su rostro es noble y mate. Su cuerpo es un poco grueso y de movimientos reposados. Viste muy sencilla mente y lleva liado un pañoIon oscuro que le defiende del frío Más. hay que hacer resaltar una cosa y son sus manos: ellas son gordezuelas, delicadas y elocuentes hablan por sí solas y bendicen "He querido que venga, porque sé de un viaje cercano suyo y me parece que con ese motivo yo debo encomendarle a la Virgen. Vayamos a mi oratorio y acompáñame". Rodrigo oye estas palabras conmovido. Se le humedecen los ojos. ¿De dónde a él tanta ternura, tan peregrina benevolencia?. Y entran en el oratorio. Es éste una cámara espaciosa, de ligera penumbra, en la que se destacan la Vir¬gen y numerosas imágenes patinosas de otros santos. Unas flores diluyen aromas y hermosura en la quietud del ámbito y una lamparilla arde y arde en un voto o prometimiento recatado y misterioso. Dos reclinatorios hay sobre la alfombra. Sofiita ocupa el uno y Rodrigo, el otro. "En el nombre del pa¬dre y del Hijo y del Espíritu Santo", rompe con voz cla¬ra y de encendimiento fer¬voroso, y continúa con una bella oración. Luego entona unos padrenuestros y ave¬marias, que Rodrigo respon- de emocionadamente, y, a los pocos minutos, ella se levanta y sale. Rodrigo

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la sigue y, cuando llega a la sala de recibo, deshoja a los pies de ella la rosa fresca de su agradecimiento. Ya en la calle este jóven hombre se interroga a sí mismo: "¿No es éste un hecho extraordinario que sobresale como distintivo de una sociedad? ¿Qué valdrá mas en él si lo piadoso, lo tierno o lo caritativo?» Y luego observa:". ¿Quizá por la tranquilidad, por el espacio y por lo despejado del existir, aquí en esta ciudad la luz borda de realce todas las virtudes y entonces sí aprecia uno cómo las hay meritísimas; hondas, ricas an¬siosas, llenas de pensamientos callados, de virtudes profundas, de meditaciones intensas, de amores aherrojados, de pasiones sometidas de dolores velados y sin término; así como hay otras tan simples, tan superficiales, tan anodinas, tan grises, tan sin movimientos íntimos, q' su biografía cabría en un par de renglones". Andando en estos pensa¬mientos, se le presenta Benigno Gutiérrez.¿Pero quien es este Benigno Gutiérrez? Se destaca él en estos días como uno de los jóvenes más inteligentes y activos de la ciudad. Su cuerpo vive tenso como arco templado, y su espíritu, curioso y vivaz, como con un interrogante al frente. Su madre es Sofiita. Ella adora a su hijo; pero no menos éste la adora á ella. Es un sentimiento recíproco, poderoso, casi incluyente de otros, por el que ambos se consagran sus vidas. Así como Sofiita es perfecta, Benigno es bondadoso y alegre, con alma de niño. Terminados sus estudios secundarios, Gutiérrez no alcanzó a llegar a la Universidad. Y hoy se encuentra de Personero del Municipio. En esta posición atiende los intereses públicos, pero continúa edificando su yo mediante estudios y lecturas y mediante virtudes que día a día va fortaleciendo No hay actividad cultural que no reciba el impulso de su espíritu y de su corazón El teatro e! semanario "La Acción", las sociedades literarias, los conjuntos musícales las iniciativas de pintura y artes manuales, todo está dentro de su órbita constructiva. Y a medida que crece este espíritu se desarrolla en él y más se enciende el gran amor por su comarca, por su ciudad y por sus gentes. No parece posible, o por lo menos fácil, equipararle otro con este sentimiento, que es más bien respetable y nobilísima pasión. Gutiérrez arde en efecto por Sonson y por Antioquia toda, hasta el punto de que su obra integra, desde la juventud primera, no haya tenido otra finalidad que definir, divulgar y exhaltar lo regional, especialmente lo folklórico. Así han ido apareciendo "La mañana" y "El Gato Negro", periódicos suspendidos por la dictadura del quinquenio; "Notas Regionales", revista literaria, órgano del "Liceo Gutiérrez González", "Sonsón en 1.917", monografía estadística de este municipio; "Apuntaciones de Hacienda Municipal"; folle to; "Antioquia Típica",apuntes sobre antioqueños celebres y originales; "Prosas del Indio Uribe", copilación de los escritos más importantes de este grande hombre; "Pro Patria", folleto sobre la carretera Medellín-Sonsón-Dorada-Bogotá; "Ají Pique", epístolas y estampas de Antonio José Restrepo; "De todo el maíz", conjunto de tonadas típicas campesinas y relatos populares; "Arrume folklórico de todo el maíz", crónicas regionales; "Gente Maicera", colección de páginas de escritores y poetas de Antioquia la Grande; y las obras completas de Rendón y Carrasquilla, enriquecidas las primeras con notas estupendas sobre vocablos y locuciones regionales. Comentar estas obras sería comentar gran parte de la vida antioqueña, aunque no se pueden pasar por alto, muy especialmente, "De todo el maíz" y "Arrume folklório de todo el maíz", que están dedicados casi ex elusivamente a Sonsón, la ciudad materna. Por estas páginas desfilan el Aures y el Arma con sus rumores y cantos en las estancias; los puntos cardinales de la quebrada de "El Oso" y "La Ranchería", con los charcos de

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"El Estudiante" y "Las tres piedras", la. capilla del cementerio y el "Llanito de Chepa"; los caminos que se abren para la expansión de la Raza hacia Manizales, el Cauca y el Quindío; la vía hacia el Magdalena; el elogio del paisa individualista, cañero, ambicioso, alegre, trabajador y trotamundos; las exageraciones de Elias Botero, Tino Henao y algunos otros; el lucro y el interés personal terrígenos; la "Ensalada del 40"; el recuerdo de las canciones y guitarras de Félix Mejía, los Correas, Luis Villegas, Juan Gregorio González, Pacho Henao, María Josefa Obando y Agustín Jaramillo, entre otros, así como de serenatas, cual la histórica ofrecida al General Uribe Uribe; la permanencia en Sonsón de Antonio José Restrepo y de los poetas Gregorio Gu¬tiérrez González, Jorge Isaacs, Manuel Uribe Velasquez, Jaramillo Córdoba, Juan José Restrepo y Te domiro Isaza; y los trovadores errantes, como El Negro Tintín María. Estos dos volúmenes "De todo el maíz" reúnen bastante de las tradiciones, usos,; creencias, leyendas y literatura populares de Son son. En ellos se aprecia el sentido de la tierra y como cierta niñez de la cíudad por la frescura" juguetona del contenido, por la luz de mañana privilegiada que ilumina personas, sitios y paisajes, y por una especia de homo ludens que allí se mueve y que llega quizá hasta explicar el suicidio de los dos jovencitos pertenecientes al "Colegio Científico" de Mr. Alfredo Callon, con la sacudida social consiguiente, en el último tercio del siglo pasado Después de desempeñar la Personería del Municipió, se traslada Benigno a Medellín, donde vive y rea liza lo más importante de su labor, con una gran fa cultad de sentir, buscar, encontrar y adquirir y con un don extraordinario de evocación. La obra de Benigno Gutiérrez puede compararse a un fresco que copiara gentes y lugares, en el sentido de qué, así como la pintura da un nuevo valor a la naturaleza, una nueva fuerza o potencia, así estos libros les dan a los personajes y cosas de An-. tioquia un prestigio especial, un interés diferente, una dimensión distinta y un ambiente propio, cuya razón profunda está talvez en el recuerdo, que tiene el poder de presentar los seres y la tierra en relieve y con emoción ante los ojos del espíritu. Para poder obtener su éxito Gutiérrez ha sabido distinguir lo particular entre lo genera], con una apreciación muy acertada de la calidad, no sólo de lo que lee, sino de lo que ve y oye. Agrupando, por afinidad, motivos y documentos, estableciendo con exactitud relaciones numerosas, y ciñéndose a un criterio de unidad permanente, ha hecho un trabajo acumulativo de lo pro¬pio antioqueño, y, por lo mismo, ha logrado ser el autor de una de nuestras mejores antologías folklóricas regionales, si así puede decirse. Ha tenido la facultad de traspasar a sus libros la atmósfera especial de la Montaña, así como lo autóctono o aborigen, y ha presentado en ellos la escala de valores que permite llegar al conocímiento del alma de Antioquia. Natural es pensar que a este resultado no ha podido llegar sino por virtud de un amor inmenso a su comarca y a su tierra natal. La importancia de los volúmenes que comentamos es innegable, porque, tanto como en las costumbres, es en las modalidades del habla y de la literatura regionales, donde mejor se manifiesta el carácter de una comunidad o agrupación humana, y donde me jor se destaca su posición fundamental ¿Y qué decir de lo que esos volúmenes ha valido fuera de nuestras fronteras? Ellos han permitido la revelación de una provincia sobresaliente de la nación colombiana y de caracteres que nos pertenecen, más notables y típicos cuanto es mayor la distancia a que se observen. Así lo han confirmado las__ personas ilustres de nuestra América que han recibido aquellos volúmenes. Este es el Benigno Gutiérrez que ahora llega a la casa de su madre. Titulo: Dr Joaquín Restrepo Isaza Autor: Néstor Villegas

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- Quizás por razones profecionales, el personaje destacado, serio y meritorio es para Rodrigo el doctor Joaquín Restrepo Isaza, bienhechor infatigable de la ciudad. Ya está anciano, pero aún atiende a contados enfermos durante el día, valiéndose para ello de un rocín despacioso, sencillamente enjaezado y de educación tan perfecta que basta soltar la cuerda de la jáquima en la acera para que aguarde paciente a su dueño.. Sus visitas tienen de peculiar que si la ciencia es mucha no es menos la afabilidad, por lo que las más veces se prolonga gratamente. Encarna el doctor Restrepo en forma edificante y extraordinaria al médico que fue y será siempre eminente personaje social y que está consagrado y definido en la clásica y laudable. frase vir bonus medendi peritus, pocos como él han logrado establecer tan hondamente esa misteriosa y cálida relación con el en- fermo, en la que influjos nobilísimos se cambian entre .alma del que padece y la que restaura la salud o la esperanza. - Pero lo que encarna el doctor Restrepo más cum¬plidamente es al "medico de la familia", que hoy, con gran pesar, está, desapare¬ciendo. Su mayor poder es¬tá en el alma, en la eficacia de sus virtudes y sentimientos. Hasta su misma presencia física alivia y disipa pe¬nas y dolores. ¿Quién que lo haya visto podrá olvidar su voz dulce, alentadora y convincente, su sonrisa lu¬minosa y sedante, sus manos suaves y afectuosas? El pueblo todo lo conoce y le busca para la salud y el consejo. Por el conocimiento profundo que tiene de su medio es la personificación de una providencia, en el sentido de sabiduría, advertencia, insinuación, asisten¬cia, prevención o guardia. Ha ejercido su sagrado ministerio laico en el día y en la noche, en el buen tiempo y en el malo, en e! vi¬gor y en la enfermedad, en la juventud y en la vejez. Puesto que ha tenido conciencia de que es necesario, siempre ha estado ofrecido y solo sus mismos meneste¬res le han alejado momen¬táneamente de su casa o consultorio. Su experiencia es la fuente primordial de sus conocimientos; la razón su mejor laboratorio clínico; su intuición, el gran au¬xiliar de sus aciertos. Concibe el dinero como medio accesorio y nunca como fin, de donde el olvido de él en el ejercicio profesional co¬mo acicate y más aún como placer. Su vida toda pertenece a los enfermos. En sus exámenes el docootor Restrepo no requiere más instrumentos que los órganos de los sentidos. Tanto el fonendoscopio, o como el oftalmoscopio, el otoscopio y el laringosocopio son excedidos por el olfato, los ojos, las orejas y las sapientes manos, que sacan noticias patológicas de cuantos repliegues y cavidades hay en el organismo humano. El doctor Restrepo se trajo de Bogotá la ilustración y la sagacidad clínica de Josué Gómez y de sus otros maestros y su éxito profesional es pemanente. Le favorece para esto una información prolija de todas las condiciones y caracteres de las familias sonsoneñas, en lo concerniente a las enfermedades muy principalmente. Su Espíritu se introduce en los apellidos y no hay herencia, atavismo, diátesis, ni idiosincrasia que no desentrañe, lo que contribuye a explicarle mejor las alteraciones y fragilidades nerviosas, viscerales y vasculares de sus pacientes. Eso sí, tiene el acierto de no hablar casi nunca de diagnósticos, aunque los hace perfectos y no formula en la casa del enfermo. Es en la suya propia donde la dictia a Luisita, su inteligente hija boticaria, lo que ella debe despachar de las medicinas que posee en uno de los cuartos. De ahí salen todos los días pócimas, píldoras, papelillos, cápsulas, pomadas, lociones. La vida del doctor Joaquín es austera y de regularidad perfecta. A fines de la mañana o en las horas de la tarde gusta de salirse a la puerta, frente a la plaza, y a la plaza misma, a conversar con los transeúntes o con quienes vienen en su busca, y es de observar su

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original costumbre de enganchar los pulgares en los bolsillos inferiores del chaleco, que luce leontina de oro con gruesa muletilla, y junto al que resaltan la blancura del cuello y la pechera y el nudo flojo de la corbata negra. El doctor habla, y cuando lo hace, de su sólido juicio emana la autoridad y se impone el respeto. Habla de muchas cosas y su anecdotario es riquísimo. Fuera de la medicina prefiere, como temas, los de interés público local y los de ganadería y agricultura., Quienes lo escuchan beben sus palabras. Después de un rato se despide y penetra en su casa, de entrada ancha, con pido de ladrillo rojos y se pierde en una amplia sala del piso bajo. Una de las característi¬cas del doctor Restrepo son sus amabilidades, de gusto exquisito. Frecuentemente, de un modo inesperado y en circunstancias de dolor o de pena de alguna persona, acude al lado de ella con su presencia o con algún regalo, para expresarle su asistencia y participación cristiana o amistosa. Así, adobado con delicadezas y con una caridad ejercida en obras y limosnas, el servicio médico de toda una vida le han granjeado al doctor Restrepo la estimación y la gratitud de su comarca, en donde su prestigio es por todos mo dos comparable al de los doctores Mejías de Medellín y Salamina o al del doctor Botero de Cartago. ----------------------------------------------------------------------------------------------- La .expresión literaria del costumbrismo, es indiscuti¬blemente de importancia palmaria para la apreciación y el conocimiento de un pueblo. Entre nosotros ha teni¬do un florecimiento mani¬fiesto desde su principio, des pues que la Expedición Botánica amenguó un poco el movimiento de nuestras letras en favor de lo científico, cuando surgió la Escuela santafereña de que habla Javier Arango Ferrer en su obra "La Literatura de Colombia", al aparecer "El boga del Mag¬dalena" de Don Rufino Cuervo en 1.839. Este florecimiento cobró mayor desarrollo en 1.858 con "El Mosaico", la agrupación que integraron los más brillantes escritores de la época. La extincíón de "El Mosaico" no debilitó el costumbris¬mo. Por el contrario, su vita¬lidad persistió hasta fines del siglo, cuando recibió un nuevo y vigoroso impulso de la Escuela Antioqueña, que por aquel entonces empezó a desplegarse y a enriquecerse cada día con muchos y muy importantes nombres, a la cabeza de los cuales está el de Tomas Carrasquilla. Desapareciendo unos y re¬emplazándolos otros, la Escuela de Antioquia ha seguido perdurando con autores muy capaces, y algunos muy emi¬nentes. Pero no es esto solo: esa Escuela ha hecho suyo el Departamento de Caldas y ahí se ha extendido, sumando a la personalidad ilustre de Rafael Arango Villegas una falange de otras ya consagradas como de honrosa significación en nuestra litera¬tura nacional. Y entre todos estos caldenses notables des¬tácase con especial catego¬ría Adel López Gómez, ante el cual se detienen estas lí¬neas, con motivo de la publicación de su última' obra; -"El diablo anda por la al¬dea". El costumbrismo nuestro, más que en la novela propiamente dicha, se 'ha manifes¬tado en la novela corta y es¬pecialmente en el cuento y es en él donde Adel se ha erguido como uno de los au¬tores más afamados de Co¬lombia. Surge Adel en Armenia con el particular destino que el Quindío les va imponiendo a sus hijos, tan semejante al :que se 'observa en el norte caldense, con Salamina a la cabeza, donde también y en forma visible, el hombre recibe el mandato del servicio público y de una tarea de inteligencia.

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Los días de Adel han transcurrido sobre la ola del afán diario, pero sus amaneceres lo han sorprendido siempre en su isla del tiempo, isla de sus preferencias espirituales que él ha retenido desde la infancia y en donde el Hada Madrina de la Mañana le ha hilado en su diáfana rue¬ca un número ya muy gran¬de de cuentos y novelas cortas. Tal vez sea esto una de las explicaciones de la regularidad de su faena, de la abundancia de. ella y de la claridad y brillantez que la señalan,. En realidad, una de las cosas más salientes y plausi¬bles de este escritor es la fidelidad a su reja de labran¬za. Por su vida han pasado seguramente muchas solicitudes y sin duda no escasos encantamientos, pero a to¬dos ha renunciado porque como el Hidalgo y Andante Caballero, ha estado "impo¬sibilitado de poder entregar su voluntad a otra que aque¬lla que, en el punto en que sus ojos la vieron, la hizo señora absoluta de su alma". El costumbrismo de Ade! ha sido el de Carrasquilla, y sus personajes son el hombre del Quindío, el del cafetal caldense, el de nuestros cam pos y pueblos antioqueños de esta comarca. Solo por causa de alguna de sus andanzas o aventuras figuran entre sus cuentos unos pocos que él ha llamado "de la manigüa” que reflejan paisajes y gen¬tes de costas y selvas cerca¬nas a Urabá, Es verdad que existe un costumbrismo que relata o se expresa castizamente, como se ha, visto, por ejemplo, en el Perú y en Chile, y como le hemos visto entre nosotros en el siglo pasado y en el presente. Pero el costumbrismo neto, homogéneo, total, el que encumbró Carrasquilla y que ha continuado con los que vinieron en su seguimiento, es el que está compene¬trado de lo nuestro, el de ámbito provinciano, el que ha llevado la vox populi al tablado literario con su estructura y sus acentos." Y en tratándose del costumbrismo de Adel, que lo es de todos los de su grupo regio¬nal, es del caso anotar la in¬teresante conclusión que se obtiene de la lectura de sus libros, acerca del notorio cambio habido en Caldas del ha¬bla primera de sus poblado¬res antioqueños, a consecuencia positivamente de su vecindad con el Tolima y el Valle. Adel ha escrito sus cuentos, tanto en el lenguaje antioqueño culto, como en el bajo del pueblo usando la labia o verba de campesinos o aldeanos ignorantes y sencillos, al modo mismo del Maestro Carrasquilla. Pero esa habla antioqueña en la tierra cal¬dense se ha tornado un poco general, común o cosmopoli¬ta, o sea ha perdido muchos de los elementos privativos o característicos que rebosan en e! clásico supremo del costumbrismo en la Montaña.. Recorriendo las páginas del Maestro se sorprende uno de la copia y vigor en la exa¬geración o hipérbole, de su riqueza de léxico castizo y regional, de la gran canti¬dad de términos de zoología y botánica, del caudal de giros y locuciones colombianos y antioqueños, del empleo de un conjunto reparable de arcaismos, ,del uso especialmen¬te intencionado y múltiple de los sufijos del idioma pa¬ra acentuar determinadas significaciones dé las palabras, de "la presencia de no pocos verbos exclusivos de sus gen tes, de la utilización de mu¬chos refranes y de la preferencia en el hablar de muy numerosos y determinados vocablos y expresiones. Ano¬tamos esto porque nosotros hemos hecho un estudio ex¬tenso y prolijo del habla que se encuentra en el Maestro, estudio que hemos asentado en unas dos mil apuntacio¬nes. Por demás estará decir que esta, observación no tra¬ta de aminorar lo mucho es¬timable que hay en la obra de Adel. En modo alguno. El ha hecho lo del Maestro: ha llevado a sus páginas, con fidelidad rigurosa, el lenguaje de su tierra y de _sus gentes. Si este lenguaje ha cambiado, ello es asunto de las diferencias de lugar y tiempo. El mérito de la labor realizada por Adel en más. de treinta y cinco años, desde que a los veinte se trasladó , a Medellín para incorporarse al mundo de las letras, es de aquellos que designan al in¬dividuo en la perspectiva nacional como acreedor a las. mejores

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palmas. Y el eje de esta labor ha sido el cuento, ese pedazo de vida que con tan buenas razones se ha comparado a lo que es en pintura el bodegón. En este menester artístico, de tantas dificultades para lograr im¬perfección de técnica y belleza, Adel ha llegado a una capacidad encomiable por de más. A la manera de Carrasqui¬lla, que modeló sus persona¬jes con el barro y la arena de las aldeas, los campos y las minas, Adel hace lo propio con las piedras y la ar¬cilla de pueblos y cafetales; pero, a diferencia del Maes¬tro, que se inclina más a lo rural, él prefiere lo urbano del caserío o de la población pequeña, y a una, Cantalicia contrapone una Fidelia en "El diablo anda por la al¬dea", aunque es verdad que al lado de "El Zarco" coloca también con honra y estatura "El niño, que vivió su. vida". Adel es .un requerido porel hombre de la plaza .o de la callejuela; por la yegua "Pava" o la vaca "Frisóla"; par la niebla que pasa el viento que corre, el árbol que rumora, la flor que luce, el sendero que serpea. Es un estupendo pintor de peluque¬ros, notarios, abarroteros, al¬caldes, carpinteros, maestros, beldades de fonda o vecindario, solteronas rezanderas y viejas murmuradoras en visitas de costura. ¿Y en cuanto a paisajes? No pierde ninguno de los quindianos bellos, cambiantes y fugitivos de cada hora; él los atrapa , y . los fija en sus páginas, como mariposas de colores, con los finos alfileres de su arte El cuento de Adel no es el. sicológico, ni el legendario ni el histórico, sino el real, el sencillo, el cotidiano, alumbrado por el sol del presente y al atardecer vestido de la neblina que desciende del collado. Tampoco es el cuento medroso, ni el dramático excesivo, ni el artificioso y complicado de las urbes superpobladas. Intérprete de. la intimidad del realismo hogareño, del drama y de la comedia aldeana, su pluma se ajusta al acontecer, diario, a la re¬presentación exacta del hombre y , la naturaleza, equili¬brada, en sus desarrollos, disciplinada en los recursos, vi¬va y sentimental sí, más sin . grietas para el escape de lo insólito, de lo violento, de lo exabrupto Alimentada su vida de los jugos propios de su tierra, es de. lo profundo de su ser de donde salen sus narraciones, henchidas de los paisajes y emociones primigenios, ávidos de abrirse como la blanca florescencia del ca¬feto o con el encendimiento mismo de los cámbulos. Adel es ya un cuentista consagrado .y en él tenemos que admirar su vocación, su laboriosidad, el. ..volumen y la riqueza de su obra, la pulcritud de ella, el éxito del tema y su éxito de artista. A su madurez estética, además, y a su técnica acabada las le¬tras colombianas le son deu¬doras de parte lujosa de su haber, al cual acaba de agregarse .el tan celebrado .último libro 'El diablo anda por la aldea". Y que estas líneas basten como un tributo de nuestra admiración por el maestro y el amigo. NÉSTOR. VILLEGAS Titulo: Derniére leÇón Autor: Néstor Villegas Obsérvanse en la vida de los individuos, así como en la de los pueblos, rasgos y notas sobresalientes que ponen de manifiesto de una manera clara y evidente el valor moral que poseen y el grado de civismo y de cultura que han alcanzado. Tal es el caso que nos ha to¬cado admirar con motivo de la partida nada ostentosa y alta¬mente digna del respetable pro¬fesor francés Monsieur Layolle, quien, haciendo caso omiso de conveniencias e intereses perso¬nales, ha emprendido viaje ha¬cia Francia, cumpliendo así con el sagrado deber de arriesgar la vida en defensa de la patria. Como digno catedrático que era del Instituto Universitario, en el que logró captarse no sólo el amor de sus discípulos sino la estimación y aprecio de todos los estudiantes, fue a despedirse de ellos la víspera de su viaje con el corazón hondamente emocio¬nado y

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con ese raro semblante, revelador de luchas interiores, ocasionados por el Destino, cuando nos obliga a dejar aque¬llos seres que se quieren con ver¬dadera sinceridad. Reunidos los estudiantes en el salón, de clase no sé qué de grande y de solemne reinaba entre ellos, extraordinariamente conmovidos y justamente impresio¬nados. "La lección es hoy muy corta, les dijo.Debo ir a la Fran¬cia; el deber así lo exige. Mi pa¬tria necesita de sus hijos y debo ir a defenderla." Estas y otras pa¬labras salieron de sus labios, to¬das llenas de amor y salidas de lo íntimo del alma. En verdad la lección fue muy corta, pero tam¬bién la más alta y la más digna por encerrar en sí un ejemplo muy grande y una enseñanza muy bella. El señor Néstor Villegas dijo adiós a Monsieur Layolle con las siguientes palabras que, co¬mo se vé, están templadas al ca¬lor del más puro sentimiento y expresan claramente el reconoci¬miento del discípulo agradecido y del corazón generoso: "La belle leÇón du pur patriotisme que vous venez de nous donner, durera toujours dans nos coeurs reconnaissants.Vous prenez congé de nous, emu par la douleur, car vous nous aimez bien; et votre départ n'est pas pour retourner au sein des vótres, mais pour courir les risques de laguerre qui emeut 'Europe entiére; vous allez comme bon patrióte prendre part aux; combats gigantesques que les grandes paissances europénnes livrent á cause de leurs divergences politiques. C'est le devoir qui vous apelle et avant que d'y renoncer vous préférez offrir votre vie, en vous soumetant aux vicissitudes d'un voyage on ne peut plus dangereux pour aller ensuite braver les perils de la lutte comme tout bon franÇais qui n'oublie pas, mais affirme le souvenir légendaire de sa race, soeur de la notre, race aux .grandes idees et aux nobles coeurs. Nous vous aimons de tout coeur, car vous avez cultivé notre esprit en nous enseignant la belle langue de Corneille et de Racine et, prenant congé de vous, nous formons des voeux sinceres pour la prospérité de la France et pour votre bonheur personnel; et si Dieu vous reserve une mort glorieuse dans la défense de vo- tre patrie, notre pluma déléveset d' amís exhaussera votre nom et le souvenir de votre héroisme ne s' effacera jamáis de notre coeur. Allez done noble francais de¬fendré votre chére Patrie" et so-yez convaincu que cette derniére , leÇón sera la plus belle de toutes. Notre esprit et notre coeur vous accompagneront á travers des mers et si Dieu permet que vous reveniez á notre chére Patrie, c'est a bras ouverts que nous recevrons celui qui nous a donné une preuve si touchante de pa-triotisme» Como muestra de agradeci¬miento, el Sr. Rector del Institu¬to dispuso que una comisión de diez alumnos, fuesen. [1] Los acentos graves y clrcunflejos se suplen por agudos, únicos que tienen nuestras cajas. Titulo: Sr. don Ricardo Errázuris Arenales Autor: Néstor Villegas Lugar y Fecha: Bogotá, Novbre. de 1946

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Muy querido amigo: Su carta para mí, pu¬blicada en CONFLAGRA¬CIÓN, singular por de¬más y de un indiscuti¬ble paracaidismo bélico, no se la agradeceré su¬ficientemente en el res¬to de mis días, porque en el fondo de ella hay un delicado sentimien¬to cordial, que se irisa con las luces más puras de lo amistoso y frater¬no. Es ella una invitación gallardamente in¬tencionada para hablar de mí mismo; mas, líbreme el cielo de aceptarla como seductora, porque si hay algo que me satisfaga en esta época de inflación ideo¬lógica, como dijo Alber¬to Lleras, es la ignora¬da penumbra que me ampara en esta urbe, bajo el techo tranquilo, en donde vivo con los míos. Pero entonces cómo responderla? Oiga usted, mi dilecto amigo, lo que parece historia, oída por allá en mis tiempos de estudiante: * * * A orillas del golfo Adramicio y por los cam¬pos de la ciudad de Assos, en los tiempos me¬jores de la Grecia, un misio adolescente hacía diariamente ejercicios de gimnasia, para aligerar el cuerpo y robustecer los músculos. Innúmerables mañanas de sol do¬raron aquel bello cuer¬po, que se perfeccionaba para la lucha, el sal¬to y la carrera y las ti¬bias playas del mar Egeo le brindaron sua¬ve brisa y blando lecho para soñar, en las horas de descanso, con el triunfo esquivo del esta¬dio y la palestra. Ya joven y hombre, por la acabada estructura del cuerpo y dueño de con¬sumada habilidad y fuer¬za trasladóse a Atenas. Por los peristilos de la Academia y el Liceo apareció muchas veces aquel disciplinado atleta al salir de los baños, fro¬tado con arena y ungi¬do con los aceites ritua¬les; y en la palestra, púgil o corredor, luchador o lanzador de disco, as¬piró valientemente a la corona triunfal o a la estatuilla honorífica del Discóbolo de Myron. Mas sucedió que so¬bre aquella mente jo¬ven empezó a influir la espiritualidad que des¬cendía de las estatuas, los templos, los monumentos, los pórticos, los frontones; contemporá¬neo de Pericles, los grandes hombres de esa época de gloria estimu¬laron su inteligencia; unido con los esclavos, los extranjeros, los tra¬ bajadores y los metecos, se extasió muchas horas con las ejecuciones o certámenes musicales; amante del arte de con¬versar sobre temas morales y filosóficos, supo de la dialéctica socrática por los labios mis¬mos del maestro; orgu¬lloso de su raza, cantócon los rapsodas los versos de los poetas y oyó las lecturas que se hacían al pueblo de los poemas de Homero y la PERSEIDA de Querilos; ávido de saber, entre la muchedumbre, escuchó atentamente al mismo Herodoto, cuando recitaba pasajes de sus nueve libros de la historia; y del Partenón al teatro de Sófocles oyó len guas divinas que habla¬ban de la patria, del humano destino y de las pasiones de los hombres. ' Pero hubo un hallaz¬go inesperado, un descubrimiento imprevisto de singular trascendencia, que fijó por anticipado el rumbo de sus horas; y fue que un día, de regreso del Pirco, se encontró en una plaza pública con un altar erigido a la Piedad, único en Atenas y único en la Hélade, a donde acudían los suplicantes, víctimas del dolor y el sufrimiento. Allí, en el recogimiento del santuario, volvió sobre sí mismo; la luz indirecta que le iluminaba brilló también en la estancia de su conciencia, entrevió a su claridad la senda de su destino y oyó interiormente voces de vocación que le incitaban; pensó y meditó y, ya otro hombre, por nueva aspiración y voluntad encaminada, salió a conversar con los esclavos, los marinos, los obreros de las canteras y las minas, los agricultores, los trabajadores del oro, el bronce, el marfil, el ébano y el cedro y conoció de cerca sus enfermedades y dolores. Entonces trocó el solícito afán de

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sus días para el estadio y la palestra por la vida intensa del espíritu, con ambición inquebrantable de servir. Decidió hacerse discípulo de Hipócrates. Para lograr este nuevo empeño no le era propicia la ciudad y por ello emprendió viaje a una de las islas del Archipiélago, a la ciudad de Cos, donde estaba la escuela del gran médico y filosofo. Allá empezó sus estu¬dios, sobrio y severo pero era necesario vivir, era necesario siquiera un óbolo para el pesca¬do y el higo y el pan de cada día, y, forzado por el hambre, como Cleanto, el de sus pa¬ternas playa. Sj tuvo que tomar un oficio de ser¬vidumbre, el de sumer¬gir el cubo de una fuente y el de mover la piedra de un molino, en jornadas sin cuen¬to, que realizaba calla¬da y anhelosamente en las horas de la noche. Y así pudo frecuentar el santuario de Asclépios, en imploración de luces, y estar al lado de su maestro, cuyas lec¬ciones seguía y cuyas máximas trazaba sobre las piedras del camino, en el ir y venir de su peregrinación por los in¬tereses del cuerpo y del espíritu. Dueño ya de la cien¬cia y el arte de Hipócra¬tes, volvióse a Atenas. El ambiente de la ciu¬dad, humano y civiliza¬do, que de maneras di¬ferentes invitaba a la perfección ciudadana, le facilitó el ejercicio de su nueva profesión y dióse al servicio del ne césitado sin el más leve asomo de provecho personal. Quien solicitaba los beneficios de su ar¬te aparecía siempre a sus ojos como objeto de simpatía y de piedad y como finalidad impera¬tiva de atención oportuna y benevolente. La medicina en él no fue tanto una ciencia aplica¬da, sino más bien un abrasado sentimiento de filantropía, que le pose¬ía y le llevaba por dondequierá que había en¬fermos, en una especie de locura de amor por Ios que sufrían y a los cuales consagró su vida, como la mejor ofrenda a la patria y como el mejor medio de enno¬blecer su alma y de agradar a los hombres y a los dioses. Y Atenas le amó y llegaron a amarle tam¬bién todos los griegos, tanto que alguna vez, queriendo asistir a los juegos píticos, en honor de Apolo, se incorporó a la multitud que se desplegaba por la Llanu¬ra de Cirra y al llegar al estadio se encontró con sus antiguos compañeros del salto y la, carrera. Al reconocerle éstos, pensaron, como íntima censura, que hu¬biera sido mejor para él haber permanecido fiel al gimnasio y la palestra. Pero desconcertados, cambiaron de parecer al presentarse uno de los ancianos de la asamblea que le obligó a ascender hasta uno de los puestos màs elevados, para que recibiera desde allí, como ciudadano meritorio, el homenaje clamoroso de los miles de espectadores que colmaban el estadio, tal como lo reci¬bió también Temístocles, en alguna ocasión, cuan¬do declaró que ese había sido el más esperado de/ sus triunfos. Y cuentan los que di¬cen haberlo visto que, transcurridos muchos años, los suplicantes que llegaban al altar de la Piedad se detenían re¬conocidos ante una co¬lumna del más puro már¬mol, levantada por la gratitud helénica en memoria de Ephialtés, aquel atleta misio que hizo florecer su espíritu en obras de la más pura humanidad, mer¬ced a la callada exhor¬tación de la diosa de las vicisitudes y dolores de los hombres, y que pre¬firió el servir modesto, desinteresado y genero¬so a emprender viaje de gloria, en el carro dora¬do de las nueve musas, por el camino sin tér¬mino de la inmortalidad. Lo saluda muy cordialmente su Afftno., Titulo: Dr. Julio Zuloaga Autor: Néstor Villegas Lugar y Fecha: Bogotá, Octubre 2 de 1.952

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EL recuerdo emocionado y agradecido de quien fue Julio Zuloaga sobresale y se inten¬sifica en este primer aniversario de su muerte, porgue en él se vio siempre a uno de los grandes servidores abnegados del departamento y muy especialmente, de Salamina y Manizales. Nació en la ciudad del norte caldense, como renuevo ilustre de ese núcleo de familias vigoroso y espléndido que allá se detuvo en la ex¬pansión de la Raza, para trabajar, servir y pensar. Después de unos estudios universitarios sobresalientes que le llevaron al internado de San Juan de Dios y que le llevaron también, como delegado de la Universidad, al congreso de estudiantes reunido en Caracas hacia el año de 1910, presentó su examen de grado con una te¬sis que lustros más tarde citaba elo giosamente el profesor Roberto Franco en su cátedra de enfermedades tropicales. Luego aparece Zuloaga en la ciudad natal como digno sucesor de un Jaime Mejía y de un Pablo Emilio Gutiérrez, sólo en un principio, y en compañía des¬pués de otras tres notabilidades mé¬dicas, los doctores José Alzate Betancourt, Enrique Isaza y Carlos Emilio Londoño. El prestigio de Zuloaga fue muy rápido y extenso. De niño oí yo e!ogios muy sentidos a esté médico in¬signe entre mis gentes de Manzanares, elogios que posteriormente orlaron el nombre esclarecido del doc¬tor Álzate Betancourt. Aún recuer¬do el asombro y la curiosidad con que por aquel entonces se comentaba en el norte y el oriente del de¬partamento la trepanación del crá¬neo que Zuloaga le había practica¬do a uno de sus enfermos, sin duda una de las primeras interven¬ciones delicadas que vieron ojos humanos en aquellas comarcas. Más tarde, hacia el año de 1910, Se trasladó el doctor Zuloaga a Manízales, junto con el doctor, Alzate en donde éste inició los primeros servicios de laboratorio en forma completa y organizada y aquél, la cirugía de técnica y escuela, sin que esta fase aminore por motivo algu¬no la merítisima labor hecha en años anteriores por los doctores José Tomás Henao y Emilio Robledo. Andando el camino hombreáronse con Zuloaga cirujanos de nombre como Ramón González y Abelardo Arango. Desde esa época el paso de Zuloga fue por los caminos del éxito y la gloria. Una de las cosas que más le caracterizaron en la profesión fue un solícito interés por su arte, por su ciencia, interés que le llevó varias veces al exterior para perfeccionar sus conocimientos, los cuales ventilaba y completaba cuotidianamente con lecturas y estudios cuidadosos, Después de haber sido un aprove¬chado discípulo de los maestros franceses, estos viajes le fijaron definitivamente su cultura médica en la, ciencia americana, cuyo pragmatismo le sedujo por el resto de sus años. Pero lo más peculiar del ejercicio de su misión fue la dignidad. En ella no tuvo sombras y por esto su profesión tenía la transparencia de las cosas puras. La vigorosa ar¬madura moral que le tuvo enhiesto no le permitió siquiera una vacila¬ción ante los halagos de lo indebido. Fue tal su probidad que bien podrá decirse que su vida fue un gran momento de nuestra conciencia medica. En su elevación profesional pose¬yó más bien las cualidades mayo¬res que las menores: el problema clínico, con su vasta y complicada urdimbre, solicitaba más la atención de su espíritu que las pequeñas consideraciones de lugar y ambiente, sin que esto quiera decir que no tuviera el alma blanda para condo¬lerse de las amarguras de una familia o para calmar con palabras cari¬ñosas las angustias de sus pacien¬tes. Fue un clínico sagaz, como pocos, y era sin discusión un intuitivo cuya Inteligencia, guiada por una luz personal penetraba, en el fondo de sus enfermos. En casa de éstos cuando concurrían sus colegas, hacía disertaciones clínicas con brillante capacidad y con una delectación verdaderamente manifiesta. Pero a pesar de haberse destacado

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como médico, su predilección definitiva y dominante fue la cirugía. Ella fue el objeto mayor de todos sus afanes, en ella conquistó uno de los primeros puestos del país y casi puede decirse que la muerte lo sorprendió sirviéndole con devoción infatigable. Fue dueño de gran técnica y en su desempeño tenía a veces audacias decisivas y afortunadas. Su mano era segura, fieles sus conocimientos, firme su honradez, abundantes sus recursos y lógica su piedad. Pero lo que más llamaba la atención en él, como en todo buen cirujano, era ver cómo todas sus fuerzas espirituales y corporales confluían con intensidad so- lemne al acto quirúrgico y cómo este hombre se quemaba y consumía en una atención callada y perfecta, mientras la luz de su mente se proyectaba clara y precisa sobre el campo operatorio. Otra de sus atrayentes cualidades como médico fue el aprecio y el respeto por sus colegas. Su boca, como la del cristiano auténtico, estaba sellada para la palabra difamadora y el comentario aleve. Ninguna reputación profesional se vio asaltada por él, En esto fue un ejemplo. De ahí que en su época de gran actividad científica hubiera sido el abanderado de la cordialidad médica en la ciudad de Manizales, cordialidad que ha persistido por sobre ligerezas transitorias en la noble Capital de Caldas. Pero si Zuloaga fue como médico cirujano un alto profesional, como ciudadano sí que fue personaje de valer, porque en el servicio público doblaba su personalidad. Con una vocación civil como raras veces puede verse, su entusiasmo se empeñaba en empresas públicas, las más variadas, y con igual fuerza le atraían la higiene, las escuelas, los caminos, las carreteras, los asuntos económicos. Tras de poder ser útil Ien cualquiera de esos campos cedió mucho de su vida a ellos, a la política misma, en la cual fue fogoso, pero sin injusticia y por esas salidas, á veces medio quijotescas, por el montiel amargo y engañoso de las cosas del Estado, se le vio aparecer en el Congreso, en asambleas en los concejos en alguna secretaría de gobierno y en numerosas juntas oficiales, poseído de una especie de locura cívica, que le proporcionó éxitos, pero también muchos desagrados, incomprensiones y contratiem¬pos. : Y no menos interesante fue su persona social, porque Zuloaga quiso ser siempre un aotor importante en el tablado de su medio. Desde muy joven oyó, como los predestinados, una llamada a algo superior y tuvo la ambición de las alturas, a las cuales ascendió con decoro total, sin valimientos discutibles, sin siquiera el arbitrio amonedado de fáciles sonrisas. De rostro serio y ademanes breves y sencillos, amaba el diálogo con los amigos, en el que defendía siempre sus ideas, porque era un enamorado de ellas y de sus propias conclusiones, eso sí, sin ter quedad ante la razón ajena. Quien no le conociera bien encontraba una perfecta relación entre su expresión fría y el brillo metálico de los instrumentos que manejaban sus manos. Se equivocaron quienes pensaban que poseía una sensibilidad pobre o amortiguada porque en Zuloaga se guardaba un emotivo. Su¬fría intensamente por sus enfermos y por sus empresas públicas y ennobleció su vida de familia con una verdadera prodigalidad de delicadezas paternales. Aún más: había en su alma un hondo y recatado filón sentimental. Es que, como dice Fernando Duque, Salamina enloquece a sus hijos de sentimientos y de li¬rismo hasta en la cuarta genera¬ción. A qué obedece el nombre de LA PIEDRA con que bautizó ese retiro de Tarento que levantó y adobó a orillas del Chinchiná y que amó tanto como al suyo el romano ilustre? A motivos del corazón, a la memoria de la piedra del molino que tenía su padre en LA AGUADITA, allá cerca a BRUJAS, la tierra que cantó Luis Alzate Noreña y que alguna vez evocaba muy tiernamente ese gran poeta de las imágenes fulgurantes y preciosas, nuestro cele¬bre Mauricio. Zuloaga tuvo un afecto entrañable por esa piedra desde su infancia, tenía, ella un adorable sentido de su familia y de su tierra y siempre acarició la idea de

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poder transportarla a su retiro para colocarla como un monumento. Ante la tumba de este hombre tan meritorio y tan caldense está bien que hablen nuestra gratitud y nuestro recuerdo en este primer aniversario de su muerte. Titulo: DR. EMILIO ROBLEDO Autor: Néstor Villegas Con la muerte del doctor Emilio Robledo se ha apa¬gado una de las luces más puras y brillantes de la Re¬pública. Conocimos al doctor Robledo en nuestra primera ju¬ventud, cuando era médico en ejercicio en Manizales, Gobernador de Caldas y profesor de botánica en el Insti¬tuto Universitario. Desde entonces se impuso a nuestro espíritu como escaso y sumo paradigma de hombres. Después, en el curso de los años, nuestros ojos asombra¬dos le vieron ascender por las escalas más honrosas ima¬ginables al sitio eminente donde era orgullo de Colombia. Sumáronse en el doctor Robledo capacidades y vir¬tudes, de modo tan copioso, que aparecía casi, casi solitario en las cumbres humanas de la patria. Es muy difícil en¬contrar una perfección de ciudadano semejante. En el desenvolvimiento de su voluntad y de sus fuerzas mora¬les todas parecen que hubieran intervenido direcciones divinas, y en la dotación y abastecimiento de su espí¬ritu deslumbró la liberalidad de la Providencia. De ahí que el que esto escribe haya considerado siempre como un regalo de la vida el haberle tenido como uno de sus grandes maestros y como uno de sus más respetables ejemplos. Ejerció, multiplicó y distribuyó el doctor Robledo su actividad, algo en la política y mucho en la medicina, la historia, el habla de Castilla y las ciencias naturales. De ello dan testimonio sus libros numerosos. Su traba¬jo era infatigable y su devoción profunda. Cada una de sus horas fue un hilo elaborado, espiritual y fino en la trama y urdimbre de su labor extensa. Era un schollar en la real acepción de estudioso, sabio, letrado y humanista. No poseyó las cualidades or¬dinarias y pequeñas del hombre corriente, que por ser tales, se debilitan o desaparecen fácilmente, sino las grandes, las firmes, las sólidas, aquellas que perduran y se sobreponen a adversidades y peligros. Y sobre el agre¬gado de ellas, como sobre base granítica, asentó una obra de pensamiento ordenada, metódica, superior y va¬ria, que le dan preeminencia entre los grandes nuestros Pero al hablar de todas estas excelencias morales y es¬pirituales no debe olvidarse otra —quizá la más valio¬sa—, y es la excelencia de su familia. ¿Acaso no le ofre¬ció al país un grupo de hijos que hoy le dan prestigio y honra? ¿ Quién podrá olvidar al mayor, al único desa¬parecido, al gran Jaime Robledo Uribe, cuya mente des¬telló sobre las cimas de Caldas y cuyo verbo sabio y armonioso ilustró y arrobó a sus comarcas? No hay duda: la figura del doctor Robledo se veía realzada por es¬ta progenie de excepción y lujo, y su obra social tiene este inestimable valor humano, que la proyecta y perpetúa en la eficiencia y en el tiempo. Deja el doctor Robledo un ejemplo casi inimitable por el rico y destacado conjunto de sus méritos. Su ima¬gen de varón eximio enjoyará por siempre el pecho de la patria, y su recuerdo será tesoro interior de todos y, especialmente, de quienes fuimos sus discípulos. Octubre 20 - 1961 Titulo: DOS LIBROS DE POESÍA Autor: Néstor Villegas

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Bogotá - Enero - 1962. En estos días hemos, recibido, como precio¬so obsequio, dos muy bellos libros: "Alma", de Blanca Isaza de Jaramillo Meza, y "Blasón", de Juan Bautista Jaramillo Meza. Los hemos leído ambos con el placer exquisito de las cosas que nos son más caras. ¡Qué correspondencia entre los líricos sones de ésas páginas y los íntimos del alma! -o- En "Estampas interiores" escribimos: "¡Qué gran poesía la de Blanca! El mismo nombre de ella la bautiza, porque el Cielo quiso que este noble vocablo fuera el de pila para su persona y el de divisa para sus versos. Es una poesía blanca, cristalina. Ella se desliza, al decir de Jaramillo Meza, "como agua pura que rueda sin tropiezos sobre musgos y yerbas". Y qué luz la que se quiebra en esos cristales transparentes y qué música la que arroba en su curso. Quizás lo que más caracteriza la poesía de Blanca, de un lirismo tan entrañable, tan de las honduras del alma, es la bondad. Ella es la savia nutricia de sus versos, la que por todos ellos revienta en dulzura, titúlense "A Jesucristo", "Los Leprosos", "Los Mendigos", o lleven nombres muy diferentes". " No vacilamos en afirmar que estos renglones resumen la poesía de Blanca. ¿Podrá haber al¬guna de más profunda bondad y de mayor pure¬za? Lo blanco resalta en sus versos con una per¬sistencia que sorprende. Basta seguir paso a pa¬so sus estrofas para ver cómo en ellas perfuman las azucenas, los nardos, las azaleas, los jazmi¬nes, los lirios, los jacintos, los azahares, los lotos, las rosas y las camelias blancas; cómo bri¬llan, al lado de otros seres de igual particulari¬dad, las estrellas, el candor y las lágrimas; có¬mo vuelan los ángeles, las palomas y las garzas; cómo pasan las nubes, las nieblas, las brumas, los corderos, los inviernos, las nevadas, las on¬das, las velas y hasta "las florestas blancas"; cómo se hacen presentes el azúcar y la cera; y cómo lucen las cunas, los satines, el algodón, los olanes, los linos y los encajes. Es la sinfonía de lo blanco, que le recuerda a uno la del gris des¬vanecido en los óleos de Foujita. Pero lo: que señalamos de la bondad no es menos exacto. Nosotros hemos tenido la prerro¬gativa de escuchar esta inefable voz, desde nues¬tra juventud primera, cuando Blanca empezaba a cantar sobre lo alto de sus quince años, y nunca ha faltado su tañido de bondad. Cada poesía de ella le da a quien la admira la impresión de recoger y condensar algo del Cielo. De ahí que sus palabras, en el decurso del tiempo, hayan sido, por la virtud de su significado, las mismas de.las santas mujeres de nuestro hogar, porque su ..espíritu e intención son los mismos, porque perte¬nece a la misma cristiana familia, y en ella es cuchamos a nuestras allegadas más dulces, a nuestras hermanas, a nuestra propia madre ¿Habrá algo más maternal que su "Decálogo para el hijo?" No creemos que haya en este Continente una voz poética tan colmada y mensajera de bien. Una de las cosas más extraordinarias y asombrosas en la obra poética de Blanca, como en la de su esposo Jaramillo Meza, es su vocación por las letras, mantenida con fidelidad, sin desánimos ni quiebras. Indudablemente hubo en ella una especie de predestinación a cantar y a escri¬bir, que determinó una parte importantísima de su fin personal, al. lado de la de más mérito y. significación de ser excepcional madre de fa¬milia. No se puede suponer una vida más hermo¬sa, más digna, más benéfica y más fecunda de criatura humana. Desde "Selva florida", su pri¬mer libro, que recoge las estrofas de la infancia, no ha dejado de escribir, con una perseverancia religiosa que maravilla, por lo que uno puede asegurar que el canto ha sido la vida misma de su espíritu. No se conoce en ella un silencio, como los frecuentes

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en los grandes escritores, tales, en¬tre otros, un Leopoldo Adrián, un Proust, un Paul Valéry. Siempre, siempre en el coro de su hogar ha resonado su canción. Y no menos digna de señalarse es la luz ín¬tima religiosa o mística que transparentó su poe¬sía, con tenuidades de alabastro, y que, cuando anda esos caminos de piedad, la coloca al lado de la Madre del Castillo y Sor Juana Inés de la Cruz, separándola un poco de Gabriela Mistral y de otras poetisas americanas; y que mucho la alejan, aunque jamás en la altura del verso, de Delmira Agustini, d.e Alfonsina Storni y de Jua¬na de Ibarbourou, cuyo feminismo trascendental no proviene, como en Blanca, de las cimas más puras del espíritu, sino de las profundidades re¬vueltas de la arcilla humana. Y para concluir: qué forma tan natural y espontánea la_ de su verso:qué palabra tan fácil y dócil para la expresión y el ritmo; qué frase tan suelta para el movimiento y tan posible para el enlace. Con el encantamiento de una música ex¬quisita y fiel, todos los elementos verbales con¬curren sin esfuerzos ni tensiones al fíat de lo espiritual y bello. La estrofa no parece que proce¬diera de una labor humana, sino que surgiera de la naturaleza misma, como los seres elementales, cual pequeños mundos de gracia y hermosu¬ra. Estos pensamientos, de los muchos que la obra poética de Blanca nos ha sugerido desde tiempo antes, se nos han encendido ahora con la lectura de "Alma", ese pequeño libro-joya, que unas veces es confidencia; otras, ensueño; otras, elevación; otras, terneza; y otras, quizás las más, plegaria conmovedora y dulce. -o- "Blasón" es corto, breve, pero ahí está el poeta nuestro, el mismo que empezó-a cantar en "Bronce Latino", hace ya cuarenta y siete años. Ahí está su flauta solariega de melodías de su tierra, de melodías de la Patria toda. Porque la poesía de Jaramillo Meza tiene la muy valiosa condición de ser no solo colombiana, sino, en el fondo, antioqueña, puramente antioqueña. Hay un palpitar, un decir en todos sus versos que necesariamente lo llevan a uno a revivir el lar paterno; a sentir otra vez el amor, la fe, la dulzura, los dolores del cercado propio; a "oír en las cabañas campesinas/ la rústica canción/, la música cordial de las guitarras/ y el tiple trovador". El mismo lo dice en poesías tan bellas como "A Jericó en Antioquia", "Antioquia" y "Soy antioqueño". Pero aunque no lo dijera: su posición ante el arte y ante la vida está regida por el genio de aquel pueblo privilegiado que le dio su sangre. Toda su obra tiene un sugerente aroma de progenie. Algo muy destacado de la poesía de Jaramillo Meza se encuentra en lo formal. ¡Qué senci¬llez y pureza de expresión! Muy viejas estas cua¬lidades para algunos, pero a todas horas nuevas, como la fuente cristalina, que siempre arroba con su voz. El verso de Jaramillo Meza no tiene contorsiones exageradas o violentas, ni está su¬jeto a coreografía .vulgar, como algunos de aho¬ra. Ni emplea el vocablo raso, el adocenado o el sucio y mal oliente, como dizque lo necesitan los realistas cantores de la podre humana y doliente de hoy. No: la palabra que brilla en su obra es limpia, casta y transparente; saturada de las mejores esencias; vibrante de emociones delicadas y excelsas; y su cadencia y. ritmo son los nativos y altos de nuestros hogares, de nuestros cielos, de nuestros bosques, de nuestros ríos, de nuestros vientos. Es la augusta palabra que vis¬te la belleza. ¿Y en cuanto al sentimiento y la emoción? Vale observar que esta poesía tiene hasta el candor de lo nuestro. Lo confuso, artificioso y complicado o extravagantemente esotérico no cuenta con ella ¡Si es el alma misma de nuestros pueblos y montañas, que vibra en sus estrofas en toda su pureza elemental! Ahora: ¿Y qué decir de su filosofía? Si la sabiduría está en la acertada apreciación de los conocimientos y valores del espíritu, no se puede negar que en Jaramillo Meza hay

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un pozo de ella, clarísimo y de consideración, precisamente por la sencillez soberana que lo distingue. Es la filosofía del vivir, llana y sucinta, que da la más ambicionada riqueza humana —la paz interior—y que en él se encuentra en casi todas sus estrofas, especialmente en las que forman su "Profesión de fe". Es exactamente la del patriarca de la Montaña, reducida a estos términos o compendios: religión, fe, virtud, hidalguía, dignidad y constancia. He aquí el hilo más profundo y radical de su ascendencia antioqueña, en lo que pudiéramos llamar la filiación del espíritu. En el verso de Jaramillo Meza se ha percibi¬do siempre la melancolía, ese acento de dulzura rara, depurado, noble, de remoto abolengo divi¬no, que da perfección a toda obra poética. Pero, ahora, con los años, esa melancolía ya no anda por la estrofa como una vena recatada, sino que brota y le da ese brillo del tiempo, apagado pe¬ro sumo, de dignidad y mérito, que caracterizan las obras sostenidas y acendradas de la vida en¬tera. Una tristeza honda ya es rumor de sus ver¬sos, como el de un río, cuando absortos, lo con¬templamos correr a la hora del crepúsculo. Así lo expresan "Gracias, Señor", "Sinfonía de invierno", "Testamento", "Dulce vejez" y, sobre to¬do, esa "Sinfonía de otoño", que casi hace llorar. En síntesis: en Jaramillo Meza cantan y han cantado nuestras almas. ¿Qué más podemos pedirle a él? Titulo: Oscar Echeverri Mejía Autor: NÉSTOR VILLEGAS DUQUE Lugar y Fecha: Abril — 1962. En esta hora en que Oscar Echeverri Mejía celebra veinte años de vida consagrados a las letras, está bien que contribu¬yan a esa celebración sus her¬manos del canto, y también nos¬otros, sus admiradores, para ex¬presarle nuestros parabienes cor¬diales. En la riqueza del espíritu de Echeverri Mejía .resaltan, como definición suya, dos atributos por demás notables: la poesía y la amistad. Si en la estima¬ción íntima de ellos uno trata¬ra de decir cuál vale más, qui¬zás no le sería fácil, porque, a excepción de la santidad, que es la perfección suma, los valores humanos pueden equipararse o al menos compararse, desde que tengan una altura igual o seme¬jante. Un magnífico escritor y un químico eminente pueden considerarse en el mismo plano del merecimiento. ¿No podría decirse lo mismo de un poeta y de un amigo? Del punto de vista de la cultura, no; pero del de las relaciones individuales, sin mucho errar, sí, aunque sea contraponer dos cosas muy di¬símiles, porque la amistad, cuan¬do alcanza excelsitud por un proceso de depuración, por un encendimiento del afecto, por abundancia de los mejores sen¬timientos, llega a nuestra alma algo así como si fuera la emo¬ción de belleza que nos pro¬duce un poema. Es tan grata la delicadeza y la música de una estrofa, como la cordiali¬dad que vivifica las palabras de participación, de consuelo o de asistencia del amigo fraternal y pródigo. Lo mismo que el ver¬so, la voz de la amistad tiene entrañables armonías y caden¬cias . Echeverri Mejía es un gran amigo. Acercarse a él es reci¬bir el apretón de manos real mente sincero y disfrutar de las excelencias de su alma. Y una de las cosas más estupendas y escasas en el día de hoy es su manera de dispensar favores, sin el más ligero brote de egoísmo. En sus relaciones amistosas, sobre todo en lo que concierne a las faenas del espíritu, su propio interés permanece oculto y con una inmovilidad y silencio de la más auténtica nobleza. Ser¬vir amistosamente, con franque¬za y diligencia, parece ser uno de los objetos primordiales de su elevado corazón. Con razón escribe Adel López Gómez: "Es un defensor de la gloria ajena".

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Pero el atributo que le ha hecho famoso es su poesía. ¡Y qué poeta! Echeverri Mejía na¬ció con fino sentido estético, con el don del canto. Es un "nauta en el mar azul de la belleza", como él mismo lo dice en un verso de "Presencia del canto". Se mueve él en su espació poético, inspirado, presto y vibrante, con cierta prisa por lo bello, al estímulo de pensamientos y emociones, lo que es tal vez la nota más saliente de su espíritu. El quietis¬mo o la contemplación estática y grave no cuentan con él. Se incorpora a la sucesión de "las formas, al movimiento y al rit¬mo vivo de los temas de su lirismo, que son todos seres o motivos animados, activos o mudables como el cielo, el mar, los ríos, las nubes, los luceros, las aves, las auroras, las espu¬mas, las mariposas, los sueños, las rosas. "Yo soy como los ríos que nunca se detienen", se lee en sus "Versos a orillas del Jarama"; ".. .y vivo y muero —con mi azaroso sino de velero", son palabras suyas en "A la poe¬sía"; "Ahora soy en la brisa del amor, nube de estío", dice en "Coplas de amor y soledad"; Como un río no puedo detener¬me ni siquiera en los sueños", afirma en "El que busca su muerte"; "Yo no sé si estoy aquí o si voy por el aire diluido en la niebla", expresa en el "Viaje a la niebla"; ,"Voy por la lluvia como un náufrago", exclama en su "Sonata con tiempo al fondo". Su primer libro, "Destino de la voz", como todo destino, es un andar, pero éste es un an¬dar de amor, un caminar can¬tando los más exquisitos sentimientos del alma y las más puras emociones del corazón. Ca¬mino de cantares, camino de sonetos, casi todo, que son co¬mo pequeños mundos de armonía, por donde va el lector des¬cubriendo almas y paisajes que le deslumbran y embelesan por su riqueza de juventud y su felicidad de amor. Mas no se crea que su júbilo o placer es dionisíaco, de éxtasis y de misterios, sino templado por una exi¬gente claridad y mesura, con notas, a veces, de tristeza y me¬lancolía. En sus otros libros, "Cancio¬nes sin palabras", "La rosa sobre el muro", el amor continua siendo el tema dominante, pero en los últimos, "Mar de fondo" y especialmente "Viaje a la niebla" y "La llama y el espejo", hay otros motivos del canto, sin que el amor se apague, y, sobre todo hay en ellos una poesía que, como apunta José Hierro, "camina hacia la gra¬vedad y la nostalgia". Es que en el poeta ha habido una evolución y ha entrado ya en su madurez y en su mayor equili¬brio, enriquecido por virtudes, estudios, lecturas y viajes, es decir, por una cultura, que le ha intensificado la emoción y dilatado el conocimiento con mayor brillantez de su llama in¬terior, tan viva y permanente. Sentir y crear han sido y son en él dos cosas simultáneas, has¬ta el punto de pensar uno que Echeverri Mejía siempre tiene un verso distinto y tácito o ca¬llado en el fondo de su espiri-tu, por lo que no sorprende que su producción poética se presen¬te, como dice Carlos Martín. "con la regularidad con que la tierra madura sus cosechas". "La lección lírica de Colom¬bia" es una poesía hermosa. Con ella ingresó el poeta, como Co¬rrespondiente, a la Academia Co¬lombiana. Razón tiene el muy ilustre Padre Félix Restrepo en afirmar que éste es uno de los más bellos elogios a Colombia. Es una visión panorámica de la patria, desde lo alto del Par¬naso, y no hay pormenor huma¬no, ni geográfico, ni del suelo, ni histórico, de alguna importan¬cia, que no emerja vibrante y glorioso en este canto, que tie¬ne el lucimiento y la altura de una bandera. La patria ha tomado en él sentido y expresión lírica. La poesía de Echeverri Mejía es un universo personal de arte y armonías que está por enci¬ma de las pasiones tumultuosas y de los arrebatos emocionales, y si acaso en alguna parte pu¬diera percibirse algún asomo d« sensualismo, éste está envuelto en una bruma pudorosa de de¬licadeza y buen gusto. Es una poesía de cima, alta, depurada, de dignidad, de motivos escogi¬dos, las más de las veces leves y ligeros, que se condesan en composiciones cortas. Y es preferentemente subjetiva, por lo que uno ve cómo el

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poeta toma una emoción, un tema estético, cual lo haría con una flor un naturalista de aplicación minu¬ciosa, y lo apura lo reconoce y lo estampa en un soneto que es toda una monografía del sen¬timiento. Valiosos relieves de es¬ta poesía son la claridad, la pu¬reza y la nitidez del acento lírico. ¡Qué notable perfección! Va la belleza en sus versos sin retoricismos y lejos de un aca¬demicismo apocado, limpia y despejada, mediante palabras no¬bles, llenas de sentimiento, de música de gracia. Por eso es pla¬centera su lectura y por eso tendrá vida perdurable. Es de admirar en la vida de Osear Echeverri su vocación literaria. La suerte le ha conducido a veces por otros cami¬nos, pero dondequiera ha demostrado su fidelidad a la cultu¬ra y a la belleza. No ha habido poder humano que le separe de lo que es en él misión y fin de su existencia. Por esta causa ha sido un destacado mensajero de nuestra cultura en países meri¬dionales del continente america¬no, y en España, donde ocupa la secretaría principal de la Em¬bajada de Colombia. Tampoco puede callarse la labor de Echeverri Mejía respecto del idioma. Es esta una de sus actividades más fecundas y útiles para las letras colombianas. Las palabras de Adel López Gó¬mez sobre ella, en su preámbulo de "Mar de fondo", cerraran magníficamente esta página acer¬ca de tan distinguido poeta de Caldas, nacido en el Tolima y "Miembro correspondiente de nuestra Academia de la Lengua y personero dinámico de sus relaciones públicas. Óscar Echeverri ha sido intérprete acertado de la nueva modalidad, sur¬gida en el seno de la noble Institución. Una modalidad actuante y didáctica, un ritmo, una conciencia que, impuesta por ese eminente letrado .y humanista que es el Padre Felix Restrepo, ha encontrado en el poeta un colaborador sin fatiga. Titulo: Bodas de Oro Autor: Néstor Villegas Bodas— de oro matrimonia¬les . . . ¿Quién dirá lo que esta expresión encierra? ¿Quién, lo que vale? Porque es nada me¬nos que la aventura del amor, la de un largo, muy largo y particular camino. Y, como to¬da aventura, sólo puede realizarse con éxito al amparo de Dios, En un principio son dos almas que se van a lo desco¬nocido; luego, tres, cuatro, diez veinte, cuarenta más. Unas ve¬ces el camino es suave, dulce, hermoso bajo benigno cielo; otras, quebrado, pedregoso, cerrado, de lejanías tenebrosas, voladero junto a abismos. ¿Qué importa si se va produciendo el milagro del amor? Sus días son ora risueños, ora graves, ya ceñudos, ya hasta de lágrimas, pero con las dul¬zuras del afecto. Aquí del ánimo tranquilo, allí del angus¬tiado, allá del resuelto, más allá del falleciente o agobiado. Y ahí va la caravana, con las almas de la aventura, valien¬tes y templadas, trabajando, tomando resoluciones y asu¬miendo responsabilidades, sir¬viendo a la sociedad y enri¬queciéndola. En las horas felices se abandonan y se aquie¬tan, en las de dolor se forta¬lecen y se irguen. ¿Qué ven¬drá mañana? He aquí la pre¬gunta diaria, la implacable. Los corazones en el divino fuego se unen y se funden. Y es el observar ,del horizonte, y, con el afán del estrellero insomne, el interrogar de las constelaciones. Y es el escrutar de las miradas, el inter¬pretar de los sollozos y el en¬tender de los cantos. Y es así mismo el comentar, el aplau¬dir, el exhortar, el advertir, el aconsejar. Es la aventura hu¬mana, dichosa por encima de todo, la de dos, la de los hi¬jos, la de los nietos. Es el lle¬gar, el descansar, el detenerse ya en la última cima, el con¬templar el recorrido largo, el mirarse las cabezas encanecidas y los rostros ajados; pero es también el sonreír, el go¬zar, el rememorar, el sentir satisfacción, el bendecir a Dios por todas las bondades. A este final han llegado hoy don Roberto Salazar y su es¬posa doña Anita, esclarecidos miembros de nuestra sociedad. Pocas veces las palabras que la lengua tiene para el

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homena¬je destacan su valor, acendran su significado y se hinchan de cariño y de emoción, como en esta hora en que las emplea¬mos para darles nuestros parabienes. Cimero, poco común y honroso hasta lo más se eleva este acontecimiento en el escenario de la ciudad.. Diríase una columna simbólica, de virtudes y de nobleza y bellamente labrada que descuella sobre la colina materna. Los mármoles interiores de estos dos seres privilegiados, así como el blanco de las alegrías, como el veteado de las penas, han ido siendo trabajados por ellos, superponiéndolos, para levantar este monumento austero, sencillo, imponente y de gran estimación.que hoy decora a Manizales. Ostentan don Roberto ,y doña Anita una de las familias numerosas y más distinguidas de Caldas, y no hay ejemplo digno, bueno v elocuente que no hayan dado, ni cuidado, so¬licitud y desvelo que no. ha¬yan tenido en su obra social tan meritoria. Y así tenía que ser, porque don Roberto ha si do el ciudadano completo, sin mancha ni reproche, que ha hecho de su vida una rara flor de perfección y de santidad, y de su espíritu una luz con. el brillo del Eclesiástico y del Libro de los Proverbios; y te¬nía que ser así, del mismo modo, porque doña Anita ha sido la esposa acabada, la mujer fuerte del Evangelio, la madre verdadera de la bondad y del amor, la excelente compañera "de mayor estima que" todas las preciosidades traídas de lejos y de los últimos términos del mundo", el sostén y orgullo de su marido y la providencia permanente de los suyos, sobre los cuales ha velado con la luz del sol en todos los instantes del día y con la de su lámpara "encendida to¬da la noche". Nosotros hemos visto arder la llama de este hogar durante muchos años y en su intimidad hemos solazado. muchas veces nuestra alma y tomado ense¬ñanzas para el nuestro, cual valiosas brasas familiares. Y es que don Roberto es varón sabio hasta por su silencio mismo. No conocemos ni prudencia superior, ni más auténtica bondad en ningún otro hombre, así como más sana filosofía en el juzgar y en el vivir. ¿Y qué decir de doña Anita? Nos basta afirmar que nuestros ojos se han abierto hasta el asombro cuando he¬mos podido vislumbrar los tesoros de virtud que su corazón encierra. Justificado por demás es el hondo regocijo de la familia Salazar González por .este acontecimiento, en el cual par¬ticipa toda la sociedad, tanto por la gallarda presencia físi¬ca de los dos esposos, a quié¬nes Dios les ha concedido .lle¬gar a la altura que hoy al¬canzan, como porque los cin¬cuenta años de este hogar son .cincuenta años de prestancia y de decoro, que enaltecen los fastos de la comarca. Es señal y deber de justicia y de cordura hacer el encomio de las personas que son espejo de lo laudable y bueno. Desde la más remota antigüedad lo han hecho todos los pueblos. Así en El Gran Libro se encuentran sobre ello páginas hermosas y admirables. Por eso está bien que Manizales exalte hoy las bodas de oro de don Roberto Salazar y doña Anita González, que haga lle¬gar hasta su casa los ramille¬tes más bellos de su Cariño y admiración, y que envíe para ellos y para sus hijos y nietos felicítaciones cordiales y la más sincera expresión de su amistad. NÉSTOR VILLEGAS Enero 23 - 1.963 Titulo: UN TESTIMONIO Y UN MENSAJE Autor: Nestor Villegas Conocimos a Horacio Franco en un cafetín de es¬tudiantes, cuando empezábamos nuestra vida univer¬sitaria, y hablamos con él un rato corto; días des¬pués volvimos a encontrarlo en el mismo lugar y nue¬vamente conversamos minutos breves. No

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volvimos a verlo en nuestros largos años y sin embargo se quedó prendido en nuestro afecto. ¿Por qué? Miste¬rios del espíritu y del corazón, afinidades raras e in¬sondables. Últimamente nos dio la inefable sorpresa de una visita a nuestra casa, en un viaje que hizo a esta capital. En la calle no nos hubiéramos recono¬cido ; de tal manera el tiempo ha trabajado nuestros rostros. La vida de Horacio ha sido una de las aventuras más hermosas e interesantes de las de nuestro grupo juvenil de entonces. Se ha asomado, con la inquietud de su linaje y de su raza, a muchos horizontes, a mu¬chas ideas, a muchos libros, a no pocos abismos y aún hasta la muerte misma. El libro que acaba de publicar: "Un testimonio y un mensaje", es un vistazo apenas de esa vida, pero como cada página que escribimos es una confidencia, según los críticos lite¬rarios, en ese vistazo está su alma. Horacio ha sido el viajero permanente del espí¬ritu y no ha conocido ni la fatiga ni el descanso. Sus caminos han sido los del periodismo y por sus distan¬cias ha ido muchas veces al norte, muchas al sur, no pocas al levante e innumerables al poniente. Todas las piedras de ellos han sabido de sus plantas, y todas sus rectas y curvas, de su sombra. El sol lo ha destacado en cada promontorio y no se sabe de cielo que no haya recogido su voz diaria. Su vista no ha tenido otra imagen que la de la patria, y su oído no ha escuchado sino el latir del corazón de ella. ¡Y qué fervor y qué ansia y qué alto derrotero el de este ca¬minante! En cada amanecer, a las luces del alba se ha unido la de su pensamiento para señalar el peli¬gro, el error y, ante todo, alguna solución y el buen acierto. Por lo que ha sido censor de autoridad, orientador de sabiduría y dispensador de imparciali¬dad y justicia; mas, con preferencia indiscutible, com¬batiente de la libertad. Con qué aliento vigoroso ha resonado en su garganta este vocablo divino por los filos y hondanadas nuestras. No hay que abrir sino el libro que motiva estos renglones para ver cómo destella esta palabra en sus páginas. Y no son de extrañar ni esta evocación ni esta dignidad. Fue y no ha dejado de serlo, aún con la simbiosis del paladín y del poeta, un discípulo de don Fidel Cano, como él mismo lo afirma en el aparte que le consagra. Quien haya sido discípulo de don Fidel ha tenido que ser escritor y luchador de ejemplar apostolado, por la honra, la fortaleza y el pundonor que fluyen de aquella figura meritísima, de aquel maestro insuperable del periodismo en Colombia. Es imposible que bajo la mirada pura y transparente de aquel patriarca, requisidora de bondad, de noble¬za, de carácter y de hombría de bien, pueda correr sobre el papel una pluma pecadora. Sin duda este ca¬llado magisterio ha sido una de las mejores siembras de lo que hay de decoroso y de justo en nuestra prensa. Una de las determinaciones más curiosas de. Horacio en su vida de escritor fue la que lo llevó a en¬cerrarse en el Maniconio Departamental de Medellín como voluntario observador de las dolencias mentales que demoran en sus celdas. Se asemeja esta determinación a la que tuvo Jean Cau para escribir “La Pitié de Dieu”, la obra del premio Goncour en 1951, novela concebida entre las rejas de una prisión, donde fosforecen unos cerebros deteriorados por la ignorancia, las taras, la enfermedad, la pasión y el vicio. . Impresionan las páginas de Horacio. Con la luz indagadora del escritor, su espíritu va haciendo resal¬tar los misterios patológicos de la mente humana. ¿Cómo haría Horacio para soportar por meses este espectáculo dramático y excesivamente doloroso de lo absurdo? Una verdadera catarsis debió ser esa aventura, a no dudarlo. Hoy no lo sería por los avances de la ciencia médica. La primera impresión que uno tiene al empezar la lectura del libro de Horacio, es la abundancia del estilo, que no es el exornado, elegante y más que expresivo señalado por Hernando Téllez en la obra de Eduardo Zalamea, como propio de su juventud y de su tiempo, sino la prosa sanguínea, vibrante y natu¬ral de un auténtico antioqueño.

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Y no es que el estilo sea lo único antioqueño. Es todo. Con excepción de pocas páginas, todas la de "Un testimonio y un mensaje" tienen por tema la Montaña. De ahí que pueda afirmarse que este li¬bro es de los más valiosos de nuestra literatura por lo regional que contiene. Hay apartes como "Sinopsis de Antioquia", "La ruana en la vida de Antioquia" y "Humorismo callejero de Antioquia", que son pinceladas afortunadas y fieles de aquella comarca, como son también lo comprendido con el título de "Hom¬bres y estampas" y los discursos y panegíricos. Le confiere Horacio tanto relieve y objetividad a lo que escribe, que es hasta un goce físico el leerlo". La galería de medallones tiene valores permanentes por la precisión de los rasgos y apreciaciones y porque le permite a uno penetrar en la intimidad misma de los personajes. Pero hay algo más: están dibujados con laudable nobleza y señorío. Algunos de ellos se im¬ponen por la altura del sentimiento, cual ese de Luis Tejada, en el que resplandece la amistad, con brillos que parecen tomados del día de su nacimien¬to entre las virtudes. Y es que en Horacio la amistad tiene la rareza y excelencia de que, si se la examina atentamente, se le encuentran los atributos de la fra¬ternidad más pura. Es ese uno de los prodigios de la alquimia generosa de su alma. Fuera de su airoso porte de la Montaña, la prosa de Horacio seduce por su fuerza. Qué aliento humano el que la fortalece y mueve. Su marcha se siente siempre segura, afirmativa y libre. Nunca decae su tono lleno y se conserva. Además tiene su propia galanía, sin intención de aparentarla. Y es de admira esto; porque ella es la« expansión natural y pronta de pensamientos o reflexiones que han han surgido, que han fulgurado y que han tomado vuelo con la velocidad de la rotativa diaria. No pocas cosas sobresalientes señálanse en la obra de Horacio Entre ellas está la manera de ser de su espíritu que es intemporal. No lo ha modifi¬cado el tiempo. Su cierta actitud denodada ha sido inmutable En lo que son la bondad, la rectitud, el amor a los suyos, su ideal de la familia y de la pa¬tria y el afán por la libertad y la justicia, ha perma¬necido íntegro y fiel a sí mismo. "Eutimio" y quien escribió la "Crónica de Cuaresma" y el hermoso dis¬curso ante el monumento del General Uribe, son el mismo que suscribe la "Carta testamentaria" para sus hijos, hace apenas tres años, y que parece elaborada con la sabiduría y las mieles del Eclesiástico. En su exterior el tiempo ha dejado los surcos de su paso, mas no así en su interior, donde la larga experiencia lo que ha hecho es acorazar sus virtudes. Cualquier apunte que se hiciera sobre las actividades de Horacio quedaría incompleto si no se mencionaran ni el último proscenio ni las nuevas y nobles candilejas que representan las líneas de sus dotes, y que le dan luz extraordinaria en la segunda y última salida escénica de su yo eminentemente social y de servidor público. Nos referimos a su actual posición de Secretario de la Universidad de Medellín, en cuyos claustros le fue concedido el doctorado honoris causa. Ahí es donde se realiza propiamente “su mensaje”, con el irradiar de su frente cargada de graves y saludables pensamientos. Ahí es donde se encuentra cimera la figura de este espíritu luminoso, alimentado por el aceite de su vida, para usar las palabras de Thomas Ardí; de este periodista nato; liberal romántico; siempre ilustrado y erudito; de probidad imponente; de disposición sencilla, hidalga y despejada; de reconocimiento claro, inmediato y ágil para el problema o suceso actual y palpitante; benévolo, humano y noble hasta la perfección y el ejemplo. OBRAS LITERARIAS DE SILVIO VILLEGAS Por Néstor Villegas Presentamos a continuación un interesante ensayo escrito por el destacado in¬telectual caldense, en donde se hacen importantes apreciaciones sobre la "obra" literaria de Silvio

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Villegas que acaba de aparecer y que ha constituido un positivo éxito, ¿Quiénes han sido los maestros de Villegas? ¿Goethe? ¿Maurras? ¿Nietzsche?. La prosa de Villegas ha sido una prosa de evolución estética. Grande ha sido la efusión con que hemos recibido en estos días la "Obra Literaria" de Silvio Villegas. La hemos tomado cuidadosamente en nuestras manos, como preciosa obra de arte y la hemos rodeado en nuestro afecto con la admiración, la gratitud, el gozo y la alabanza que tanto nos merece. No hay elogio que no se haya he¬cho de Silvio como escritor y nada nue¬vo podrá agregar el que escribe estas líneas; pero las emociones estéticas no admiten el silencio. Por eso dijo Goe¬the que el fuego, el amor y los versos no se pueden ocultar. Desde los claustros del Instituto Universitario, en Manizales, empezó a descollar Silvio por su inteligencia, en la compañía de Jaime Robledo Uribe. Eran los más niños en el grupo sobresaliente de aquel colegio importante, los más inclinados a la lectura y los más buscadores de ideas y conocimien¬tos. Venido a Bogotá y matriculado en la Escuela de Derecho de la Universi¬dad Nacional, formó una verdadera uni¬dad espiritual con sus condiscípulos Eliseo Arango, José Camacho Carreño y Augusto Ramírez Moreno, unidad espiritual brillante y com bativa que el país conoció con el nombre de "Los Leopardos". Iluminaron ellos sus men-tes con las luces de Nietzsche y Goethe y con las que Maurice Barres, Charles Maurras y León Daudet lanzaban al mundo desde "L'Action Francaise" y desde sus libros numerosos. Y no se puede negar que estos mozos inteligentes y atrevidos, con el pensamiento de “renovar el viejo programa conservador, la oratoria política y la literatura”, aagitaron los días de su tiempo, así por las discutibles ideas que movían, como por su “entrada en la vida con la injuria en la boca”, para usar las palabras de uno de sus maestros. Aquí principia la vida literaria y política de Silvio. Cuando terminó sus estudios de Derecho se puso al frente del periódico “La Patria” de Manizales y desde ese tiempo hasta el día de hoy, en la dirección de LA REPUBLICA de esta capital, no ha habido pausa en su quehacer de político y de escritor. El influjo de "Así hablaba Zarathustra" y de los demás libros de Nietzsche se advierte en las ideas de Silvio como matices discernibles de Apolo y Dionisos, de valentía, de aristocracia, de dominación, de independencia, de la alegría y de la perfección del ser como sentido de la vida. Con el encaminamiento de este genial agitador de tesis y entusiasmos surgieron sus primeras concepciones sobre el Estado, sobre la sociedad, sobre el hombre, sobre el diario batallar y aun sobre el amor y la muerte. Por lo que él no exclamaría humildemente en su juventud cual el santo: "Yo no soy ¡oh Dios mío! lo que es; ¡ay! yo soy casi lo que no es". Más bien diría con Stefan George: "Divinizad el cuerpo e incorporad el dios", Hoy es otro su modo de pensar en la cumbre del conocimiento y de la serenidad Naturalmente estas huellas se confunden con las de Maurras, porque este también condenó como error el sistema igualitario en la organización del Estado y exaltó la desigualdad como fundamento del orden social en palabras como estas: "La desigualdad o la muerte", "El orden político se cumple por las aristocracias". En las páginas que le consagra Juan Lozano y Lozano en sus "Obras Selectas" se leen estas afirmaciones de Silvio : "Pero mi verdadero maestro ha sido Carlos Maurras. La lectura de sus obras es la más vigorosa impresión intelectual de mi juventud”. Este magisterio de figura tan sobresaliente y contradictoria lo incorporó en la religión pagana de la Belleza y le fecundo tanto el campo político como el ideológico y el sentimental. De los cuatro elementos del morrasismo, "luz de Grecia, aire de Provenza, piedra de Roma y tierra de

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Francía", predomino explicablemente lo greco-galo-romano. Saltan también como grandes ejemplos o modelos suyos Paul de Saint Victor y el Maestro Valencia. Del punto de vista formal de sus obras, de sus ideas estéticas, las influencias de nuestro poeta eximio y del gran crítico y litarato francés enamorado de la forma, son indiscutibles,. Leyendo a Silvio, en cuanto a lo sentimental, recuerda uno que Maurras sostenía la “Asución de la humanidad por la gracia del eterno femenino guetiano” y para el admirador rendido de la Beatriz del Dante, el amor humano es el más bello camino que alcanza lo sobrehumano, y que aquella prodigiosa y eterna criatura es el modelo de la mediación entre la tierra y el cielo, entre lo natural y lo sobrenatural, en lo que dice relación al corazón del hombre. Luego viene el descubrimiento de Mauricio Barres -escribe Silvio- Su prosa tan serena, limpia y tersa como la de Renán, me sedujo desde el primer instante. En Barres se mezclaban mágicamente el culto del yo y la afir¬mación nacionalista, el catolicismo y el el paganismo, el Partenon y la Basílica de San Pedro. Su prosa tiene las tres condiciones esenciales : música, claridad y nervio. “El viaja a Esparta" y, su libro “consagrado al dolor y al amor" me trastornan como un perfume. Su tradicionalismo estético fue para mí una adquisición definitiva". No se necesita decir nada más para afirmar el influyente estetismo del enamorado de lo bello y sutil espíritu de los Vosgos, sobre su fiel admirador. Lo barroco irisa ba ante sus ojos y atrayentes sonaban en sus oídos frases como estas, la una de afirmación individual, de un yo profundo, enfático y autónomo y la otra de aspiración o derrotero: Limportant c'est soi...". "Nulle fievre ne me demeurera inconnue e et nulle ne me fixera.Connaitre l'esprit de l´univers, entasser l´emotion de tant de sciences, etre secoué par ce qu'il y a d´immortel dans les choses". Pero los caminos de perfección de la vida y de la mente de Silvio son como líneas de ascención en el mundo sideral y maravilloso del espíritu de Goethe. Coincidiendo con Andrés Suares, sus encomios para con el genio son casi filiales. El mismo nos dice que "el que se aficiona a Goethe marcha ya por el camino de la sabiduría" y que “imitarle es una forma de santidad intelectual”. En las primeras paginas penetrantes y hermosas que escribió enseguimiento de su nombre nos decla¬ra que de él ha recibido dos lecciones:la de "domar los tormentos del corazón y sentir con el cerebro", rectifica¬da más tarde, y la de que "todos los momentos de nuestra existencia deben ser vividos con idéntica intensidad". Vése así mismo que el discípulo fervo¬roso nombra con sentido de pre-eminencia la tercera gran lección, la del- amor, porque, como él también lo con¬sagra, "el símbolo máximo de su espí¬ritu es el amor, que se postraba con idéntico afán ante las criaturas primordiales como ante la visión de lo Inaccesible, donde se cumple lo inefable, el ideal no alcanzado, en los coros angélicos del Segundo Fausto". Realmente, al anotar las excelen¬cias de la obra artística de Silvio, hay que hacer resaltar que el hechizo de ella está en la belleza y que fuera delencendimiento que recibe de la inteli¬gencia, cuyo centelleo le imprime el rit¬mo, la perfección le viene del amor, porque este circula por su cuerpo des¬ de la primera hasta la página última. Las Deae minores pasan por los libros de Silvio a los acordes de un coro de alabanzas y entre las rendidas flores de sus delicadezas. No se pueden es¬cribir apartes tan acabados como "El monólogo de Heathcliff", como el delHada Melusina y como el discurso a Luz Marina, sin que "el talismán del bello amor lo proteja a uno con sus aromas", como dijo Goethe, refirién¬dose a Madama Von Stein en carta a Lavater. Aun en casos más accidentales se ve la influencia de Goethe: "El deber de todo temperamento creador es lu¬char contra los sentimientos negativos, contra todo lo que pueda turbar la paz interior o la serena visión del mudo. Hay que ahorrarse el

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espectáculo del dolor y defenderse contra los dolo¬res propios". En estos conceptos de"Una nostalgia productiva" está el es¬píritu del avasallador maestro, comotambién lo está en este otro de “Sufrimiento": "Para defender nuestra sensi¬bilidad debemos evitar, hasta donde sea posible, el dolor propio y ajeno y no contemplar la imagen de la muerte entre ramos mortuorios". Aprovechándola con devoción emocionada ha apurado Silvio la obra ínte¬ gra de Goethe, siguiéndolo en su ju¬ventud ardiente, en su equilibrada ma¬ durez y en su vejez deslumbrante, es¬pejo de universalismo, rica de medita¬ ciones sobre el ser, sobre las ciencias, sobre literatura, sobre arte, sobre po- lítica, sobre música, sobre arquitectura, pero principalmente autora del Segundo Fausto. Y ha sido tal en la ad¬miración y el estudio de naturaleza tan superior que se puede decir que es de los americanos que mejor lo conocen y tal vez de los pocos iniciados en su "orfismo", solo conocido de unos cuan¬tos de sus devotos. Sin duda él ha alcan¬zado a percibir el temblor luminoso y distante de aquella constelación de las cinco estrofas de Urworte, que encie¬rran lo más individual de la vida de Goethe, según los entendidos, y lo más profundo de su espiritualidad. Pero el Goethe que más ha impresionado a Silvio es el de los diez primeros años de Weimar; el que mostró la grandeza de la unidad del espíritu; el que en el teatro de aquella ciudad se vistió de Orestes, para la representa¬ción de Ifigenia, que él mismo había escrito. Y es natural, porque este tiem¬po, al decir de muchos, es uno de los más espléndidos en la historia de los hombres, como ejemplo de aplicación al servicio público, a la belleza y al pro¬pio perfeccionamiento. Al igual de sus grandes maestros también ha habido en Silvio un esfuerzo permanente que lo ha hecho vivir para el espíritu, y no de cualquier ma¬nera, sino con gran ardor, actividad, ambición impaciente y éxito sumo. Ha tenido lo que se ha llamado la "tensión del ser" y en su interior siempre ha parpadeado el daemon de las gentes superiores. Cual Valery, ha cultivado el orgullo de no estar nunca satisfecho. Todas estas circunstancias lo han lle¬vado a las alturas de la patria, como una figura egregia, como uno de los "colombianos de mayor cultura, enten¬diendo con esto universalidad, suma de conocimientos, culto por la belleza, a-quilatamiento de la personalidad. Apolí¬nea y dionisiaca es su cultura, pero también fáustica, porque, en cierto mo¬do, ha sido heroica, pues es el resulta¬do de una consagración sin cansancio ni rotura. Indudablemente la política,_ el periodismo y la agitación parlamen¬taria han sido el mayor empeño de sus días. Los solos editoriales de los pe¬riódicos que ha dirigido apenas cabrían en un número considerable de volúme¬nes. El servicio que le ha prestado a la República y al Partido Conservador es de importancia inapreciable por lo tesonero, vehemente y combativo. Puede decirse que nunca ha pasado el sol por su cénit sin que Silvio haya levan¬tado la voz para defensa de sus principios. A los intereses nacionales y a sus amadas ideas políticas le ha sacrificado este príncipe de la inteligencia lo mejor de su ser, con lo cual la literatu¬ra colombiana ha hecho una pérdida inestimable, porque, como lo dice Juan Lozano y Lozano, “como escritor, Silvio no ha tenido el tiempo necesario para dar de sí todo lo que puede, y todo lo que la gloria literaria de la República le exigiría”. Y no hay que olvidar lo que agrega el mismo Lozano y Lozano: “su importancia se la da su condición de intelectual y de artista” La prosa de Silvio ha sido una pro¬sa de evolución estética. De adornada y tropical que fue al principio —como él mismo lo asevera— ha llegado a ser una de las mejores del Continente, una prosa que se asienta en la perfección por lo sintáctica, por lo espiritual, por lo desenvuelta, por lo ilustrada y por lo contenida. “Prosa artística, tersa, rica en

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tonos y matices, poblada de ingenio, sabrosa de humanidades” dice de ella Juan Lozano y Lozano en elogio exacto. Y ese es el instrumento con que su autor hace una labor litera¬ria, en la que se porta como un gran do¬minador, con superioridad que sobresa¬le y prevalece. Sus conocimientos son vastísimos y ello le permite afrontar todos los temas con elegante facilidad. Sobré cada punto llueven de su memoria privilegiada tan numerosas lecturas que debe ser para èl causa de cuidadosa y hasta paciente selección la cita más conveniente. Hay páginas en esa prosa de una majestad que pasma y detiene el espíritu, por la altura de las palabras y por la dignidad de los conceptos. Sus libros son joyas de la literatura de América. Y cuánta poesía hay en la obra de Silvio. Por todas partes advierte uno las elevaciones del sentimiento. Por ejemplo, en cada una de estas tres páginas, “Tunja o la melancolía”, “Popayán” y “Perfume de Cartagena” se transparenta un canto. Sin discusión existe en él un lirismo que fluye de sus palabras con cierta medida, pero también con cierta necesidad inevitable. Como escritor se destacan en él la erudición, la sensibilidad y la imagina¬ción, a las cuales concurren la inteli¬gencia perspicaz y pronta y una gran capacidad receptiva. Su mundo es un mundo de conocimientos, de reflexiones y de imágenes. Pero hay algo más, expuesto en “La Canción del Caminante”, y es la notable aptitud para viajar por entre el vario y misterioso oleaje de los sentimientos y pasiones de los hombres. Es un experto y avisado explorador de las profundidades del espíritu. Difícilmente se escribe ese libro, y para hacerlo no solo se requieren comprensión y agudeza de la mente, sino una verdadera cultura y una copiosa información. No hay estado del alma que él no pueda apreciar claramente y que no pueda relacionar con otros de la ficción literaria o de la realidad de la historia. Fervorosos y elevados son los apar¬tes de Silvio dedicados a los escritores de Colombia. Constituyen ellos una colección de medallones exactos y precisos, cada uno con el valor de un retrato hecho por mano maestra, en el que _ sobresalen la expresión y el rasgo o los rasgos particulares de su personaje. An¬te esos medallones recuerda uno el re¬trato de Erasmo por Hans Holbein, con su "búdica ironía", como apunta el Maestro Valencia; o el de Verlaine por Eugenio Garriere, con las huellas de la enfermedad, de la miseria y de la bebida en el misterioso claroscuro de su estilo; o el de Renán por Bonnet,; con su plebeyez, con su "satisfacción olímpica", con su cabeza imponente y con su boca tocada de espiritualidad y de desdén. En todos esos medallones está, como realce acertado y feliz, la frase condensadora o distintiva del al¬ma o de la obra plasmada en el bajo relieve. Así dice de Juan Lozano y Lo¬zano —vaya como muestra— que "los años han madurado su inteligencia, pe¬ro no han destruido la bohemia senti¬mental" y que "es un millonario que sirve banquetes para los miserables"; de Rafael Maya, que es el "Patriarca de las letras nacionales"; de León de Greiff, que "es un momento de la poe¬sía americana", y de Arias Trujillo, que "fue un alma desolada y ardiente que se estrelló contra el placer, "ese verdugo sin misericordia". Y eso para no hablar de lo dicho inspirada y noblemente sobre Guillermo Valencia, que lo fija con una fidelidad y una interpre¬tación insuperables. En estos medallones y otros escri¬tos ha sido Silvio un fino y oportuno comentador de nuestras letras y entre sus cualidades sobresale la generosidad para juzgar a sus pares y a sus inferio¬res en las faenas del pensamiento. Se hombrea él en estos ejercicios con el más bizarro y noble de los críticos, Javier Arango Ferrer. Ambos le traen a uno el delicado recuerdo de Charles Du Bos, de quien se ha escrito que tenía la habilidad manifiesta no solo para " callar la observación mortificante, sino para desconocer los pasables defectos. En todo caso uno y otro se separan del crítico capaz, severo, erudito y empe¬nachado que siempre surge en los me¬dios literarios.

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Con ser el Maestro Valencia quien hizo resaltar más a Grecia y Roma en nuestra literatura, como lo indica Sil¬vio, en este se ha visto solamente la bandera del grecolatinismo de Caldas. Es decir, se le ha considerado como el jefe de una familia literaria a la manera de Mallarmé, con innegables y nume¬rosos discípulos. En verdad muchos pueden decir hoy lo que León Blum de Barres, antes de su decepción motivada por el Affaire Dreyfus: "Yo sentía la expresión bondadosa y encantadora de su acogida, la nobleza que le permitía tratar como igual al principiante tímido que acaba de transponer el umbralde su puerta. Estoy seguro de que él me prodigaba una verdadera amistad,una solicitud de hermano mayor. El era para mí, como para la mayor parte de mis camaradas no solamente el maestro, sino el guía. Nosotros formá bamos a su alrededor una escuela, casi una corte". Por la aparición de este involuntario y espontáneo proselitismo ha recibido dardos hirientes. ¿No ha¬brá habido en estas demasías un poco de pesar por el bien ajeno? Mucho, muchísimo más pudiera decirse sobre Silvio como escritor, co¬mo mantenedor de nuestras letras, co¬mo intelectual de cultura asaz grande y como hombre que se ha realizado armoniosamente en su vocación y "en su verdad", porque fue oído en la vehe¬mente oración que debió pronunciar con Barres al entrar en su juventud: "Tu solo ¡oh maestro!... si tú exis¬tes en alguna parte, axioma, religión o Príncipe de los Hombres, yo te suplico que por una protección suprema me escojas el sendero por donde yo he de prosperar y cumplir mi destino". Pero eso será tarea de quien habrá de ana¬lizar su labor entera, que, es muy ex¬tensa. La "Obra literaria" que ahora nos entrega es uno de los motivos de nuestro orgullo, porque es honra nues¬tra, porque ya ha traspasado nuestras fronteras y porque es una de las crista¬lizaciones más admirables y valiosas del espíritu en Colombia y en América. Néstor Villegas Año 1963 SOBRE “ESPAÑA VERTEBRADA” El Doctor Néstor Villegas escribió recientemente al poeta Oscar Echeverri Mejía la siguiente carta, que nos permitimos reproducir. De regreso de tierra caliente he encontrado la sorpresa gratísima de su libro “España Vertebrada”- ¡Qué cosa más exquisita! Lo he tomado en las manos con ese cuidado gozoso con que examina uno una sutil y primorosa obra de arte. Y ahí está su poesía diáfana, mi estimado Oscar, pero esta vez con el marco nuevo de su ingenio y el fondo glorioso y viejo de la Madre Patria. Y qué vistaso sobre España tan rápido en el tiempo, pero tan sentido y hondo en el espíritu. Con veintisiete estaciones, va uno de Castilla, Avila o Madrid a Segovia, a León, a Cuenca, a Málaga, a Toledo. Es un vuelo del corazón y del alma con rutas cortas de emoción y de éxtasis. Por virtud del milagro de su canto, vuelve uno a tener la impresión del paisaje de hisitoria duro, austero, plomizo y callado de la llanura árida; a ver los chopos, las piedras, las torres, las carretas, los caminos, los ríos, los surtidores, el mar de la Península; a percibir los aromas de los jazmines y azahares, como los de naranjos y olivares; y aun detrás, un poco detrás, hasta oir las notas de los toros, de las tonadillas, de las castañuelas, de las guitarras. Muchos de sus poemas han sido muy celebrados, mas ¡quién pudiera escribir siquiera una de esas pequeñas grandes obras que son “A Leopoldo, en su tierra de Astorga”, “Al Cristo de San Plácido”, “A Platero, en el cielo de Moguer” y esos “Versos a la orilla del Jarama”!

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Con mis felicitaciones cordiales y mil agradecimientos muy hondo, lo abrazo estrechamente. Afectísimo, Néstor Villegas El Acto Médico NÉSTOR VILLEGAS La Federación Médica Co lombiana dio respuesta a estas preguntas con las líneas siguientes, escritas por el Dr Néstor Villegas y unánime¬mente aprobadas por la Corporación: ASSOCIATION en su encues¬ta mundial sobre la definición del Acto Médico, que es de naturaleza superior y no un simple procedimiento técni¬co, solicitó en fecha reciente de la Federación Médica Co¬lombiana responder a las si¬guientes preguntas: "1. — El acto médico ha si¬do descrito como un "colo¬quio singular", el encuentro de una confianza con una con¬ciencia. ¿Creen ustedes que esta de¬finición incluye todos los as¬pectos del Acto Médico? 2. — El Acto Médico, a pe¬sar de que es una relación intima de hombre a hombre, ocurre, no obstante, en el seno de una Sociedad Humana más y más organizada. ¿Creen ustedes que esto im¬prime al Acto Médico un ca¬rácter particular?. 3. — Según la opinión de si; Asociación, es posible incluir en la definición del Acto Medico las demandas que se deben a su naturaleza propia y las demandas del contexto sociológico dentro del cual se aplica? 4. — Cuáles son, según su Asociación Médica Nacional las exigencias fundamentales del Acto Médico? "Definir el Acto Médico como un simple procedimiento técnico es negarle completa¬mente su alto y muy noble contenido y darle un bajo valor, a todas luces inaceptable El Acto Médico ha sido esencialmente el mismo desde el principio de la medicina en su doble sentido individual y social, hasta hace poco tiempo. Pero en cuanto lo indivi dual tuvo un valimiento no torio en el curso de las edades, fue este sentido el más vi sible o considerado, en tanto que ahora el sentido social, con lo colectivo, aumenta en importancia, sin mengua de! primero. De ahí que hoy apa¬rezca como estricta, elemen tal y tal vez incompleta la definición de Duhamel de que el Acto Médico es un coloquio singular entre dos hombres, o la muy bella de que "es el encuentro de una confianza con una concien¬cia". El Acto Médico es verdade¬ramente complejo. Es una su¬cesión de actos fundamenta¬les que lo conforman y que le hicieron pensar a Renán en una oración cuando ellos se realizan. Surge como primero y determinante la solicitud o ruego, saturado de esperan¬za, de un hombre víctima del dolor. Corresponde a él en seguida el más elevado y ex¬celso, eminentemente cordial y humanitario, que llamó Marañón "amor de caridad" y que Laín Entralgo, a quien se¬guimos bastante en estas lí¬neas, ha denominado con len¬guaje ceñido a lo científico, "amor pretécnico". Viene lue¬go, como fulguración de la ciencia, el acto del diagnósti¬co que es propiamente la culminación del diálogo de Duhamel, y que se comple¬menta, por derivación cien¬tífica también, con el acto de ayuda técnica o tratamiento, que es parte del beneficio an¬helado. Mas aquí no conclu¬yen estas actividades, porque después apunta otra y es la que ha nombrado el mismo Profesor Laín Entralgo "amor post-técnico", que suple con afecto y consideraciones las deficiencias terapéuticas que crea en el enfermo tolerancia y resignación para sus sufrimientos. Finalmente co¬mo forzosa deducción o

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consecuencia, hay que considerar el secreto profesional que ha sufrido un notable proceso de exención con el concepto nosológico moderno, con el interés y desarrollo de la ciencia y con las necesidades crecientes de la higiene y la sa¬lud públicas. Esto, aparte de que se diluye en la actualidad entre los equipos médicos, en tre los especialistas, entre los laboratorios, entre el ine¬vitable número de ayudantes y enfermeros. Es posible que llegue a perderse en mucho su razón de ser, pero sin em¬bargo perdurará mientras existan la caridad y la nobleza, mientras la persona humana goce de miramiento y mien¬tras no se olviden ejemplos como el del Colegio Médico Departamental del Sena cuan¬do la ocupación de Francia por las tropas alemanas. A la exigencia militar de violación del secreto médico, bajo la amenaza de castigos muy se¬veros y aún de la pena capi¬tal misma, aquel valeroso Co¬legio ordenó a sus afiliados no someterse a semejante im¬posición y los heroicos profe¬sionales galos arrastraron las consecuencias del cumplimiento de su deber, desafiando tan terribles amenazas. (*) (*) V. Rene Dumesnil "V A-me du Médecin" ,,-f- "Presen-ces" — Plón — París — 1950. Se han señalado como no pocas veces concernientes al Acto Médico la materia de los emolumentos y del prestigio profesional y el cientificismo o sea la utilización del en¬fermo con un fin científico. Los "dos primeros factores no los ha aceptado la medicina entre los elementos constitu¬tivos del Acto Médico y el ter¬cero sólo se ha permitido con las limitaciones necesarias y con la circunspección que me¬rece todo ser humano.- Es ver¬dad que la organización y el desenvolvimiento actual de la sociedad y sus crecientes exi¬gencias reclaman, en cierto modo, que en el hecho o ser¬vicio profesional, así sea el individual como el colectivo en clínicas, hospitales o ins¬titutos de diagnóstico, se con¬sideren los justos honorarios como cosa pertinente del Ac¬to Médico. Mas, con todo, ello no debe ser así, porque é! debe conservar su carácter desinteresado y ético, emana¬do de una "vocación de amor" y corresponder a una persona de quien se pueda decir: "tu quoque sácerdos, medice". En la actual estructura so¬cial el Acto Médico está su¬friendo una transformación profunda, porque, con la me¬dicina en equipo, ya no se trata de un diálogo singular en¬tre dos hombres, sino de uno plural entre un paciente y varios interlocutores o agen¬tes. Por la misma razón no es "el encuentro de una con¬fianza con una conciencia", sino con varias, con la consi¬guiente disminución de la res¬ponsabilidad y del "amor de caridad", exaltado por todos hasta este tiempo. De tal suete que están desapareciendo dos de los elementos esencia¬les de aquel acto. Esto exige que el concepto del Acto Mé¬dico no se modifique en su significado básico y que en¬tre los varios médicos de una intervención propia de su oficio haya siempre uno que asuma la posesión y responsa¬bilidad del enfermo, pues no es lo mismo que esa pose¬sión y responsabilidad la to¬me una entidad de salud par¬ticular o pública. Con estas consideraciones damos respuesta a sus pre¬guntas así: 1. — El Acto Médico defini¬do como un "coloquio singular", como "el encuentro de una confianza con una conciencia”, no incluye todos los aspectos que lo configuran. 2. — El Acto Médico, "a pe¬sar de ser una relación íntima de hombre a hombre", se ejecuta en una Sociedad Hu¬mana más y más organizada y ello le imprime un carácter particular. 3. — Mediante una defini¬ción enumerativa "es posible incluir en la definición del

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Acto Médico las demandas que se deben a su naturaleza propia y las demandas del contexto sociológico dentro del cual se aplica” 4. — Las exigencias o circunstancias fundamentales del Acto Médico son las que anotamos antes: la solicitud o ruego, saturado de confianza, de un hombre víctima del dolor; un “amor de caridad” , o amor pre-técnico; un diagnóstico; una ayuda técnica o tratamiento; un amor post-técnico “; una repercusión social o colectiva; y un secreto profesional. EDITORIAL “Heraldo Médico” Nª 206 Enero a febrero de 1964Desde SM fundación "HERALDO MEDICO" ha lle¬vado por todas partes no pocas tesis, sugerencias, noti¬cias y determinaciones y ha abierto y ofrecido sus colum¬nas a cuantos han querido ocuparlas. Pero hoy es volun¬tad de la Federación Médica Nacional renovar una vez más el mensaje de que esta Revista quiere ser el mejor vínculo de unión entre las médicos de Colombia. Quiere que ella sea el camino de acercamiento, en asuntos de sa¬nidad, de todas las comarcas, aun las más apartadas, y de quienes están encargados de velar por la salud. Quiere ser él vocero de nuestra1 profesión, na solo en sus hechos científicos, sino en sus aspiraciones y necesidades, así sean económicas, gremiales, legales, culturales y sociales. Vivi¬mos ya una época de interdependencia tan compleja, espe¬cialmente con él Estado, y hay tantas circunstancias pro¬fesionales nuevas, que es mucho lo que hay que decir y puntualizar. Por eso desea la Dirección que estas líneas, aparte de un saludo cordial, tengan él valor de una invi¬tación encarecida a todos los médicos del país para que expresen sus aspiraciones y derechos y comuniquen las problemas y realizaciones de su ejercicio en estas páginas. NÉSTOR VILLEGAS LA MEDICINA DE HOY Y LA F. M. C Escribir sobre los fines de la. Federación Médica Co¬lombiana en la hora que vi¬vimos podría tildarse de he¬cho anacrónico o innecesa¬rio. Pero no: es conducente hacerlo, porque existen hoy personas que desestiman és¬ta entidad y porque hay quienes pronostican su muer¬te y aun la desean. Y debe empezarse por decir enfáti¬camente que la Federación es una, sociedad de sobresa¬liente e indiscutible impor¬tancia. No otra cosa puede aseverarse de una asociación que tiene funciones científi¬cas, sociales, profesionales, gremiales y culturales. Por medio de sus comisio¬nes permanentes y de sus co¬legios departamentales inter¬viene ella en la ciencia mé¬dica colombiana, no tanto en cuanto a sus problemas o aplicaciones esencialmente técnicas —que ello es obra más pertinente de la Academia Nacional:— cuanto en lo que corresponde a su espíritu y a su aspecto humano. No obstante las modificaciones que está sufriendo la medicina en su nueva época oficial, ella continúa apoyán¬dose en las ciencias de la naturaleza y en las ciencias del espíritu, y siendo a la par ciencia y arte, es decir, ciencia de muchos caminos científicos y arte de discu¬rrir por ellos, o sea por en¬tre el misterio de los cuer¬pos y las almas, encendida la razón y abrasado el sen¬timiento. De ahí que la Fe¬deración insista en la piedad como cosa inherente del ac¬to médico y que en él consi¬dere la dignidad, la nobleza, la decisión, el sacrificio, el amor, la libertad y la propia autonomía. Siendo la piedad consubstancial con la medi¬cina, desde que apareció sobre la tierra el arte de curar; y servir a los enfermos, enarbola la Federación tan destacada virtud del acto médico, porque, con las innovaciones del nuevo orden, todos los quilates o perfec¬

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ciones de él tratan de perder valía y aun su más bello significado en los asientos de1 los libros de cuentas y en las frías estadísticas de la asistencia pública. Cuan po¬sible es que se borre y se cambie su mérito intrínseco expresado en la hermosa frase sedare dolorem opus divinum est, y que se desnatu¬ralice su esencia de entendimiento bilateral e íntimo entre un ser que sufre y otro que lo auxilia, con la de un diálogo displicente, participado o público entre este mismo enfermo y uno o varios agentes técnicos del Estado. Es verdad que estos cam¬bios, de sucederse, forzosa¬mente tendrán una modera¬ción, porque siempre habrá un hombre humanitario y capaz de hacer el bien por el bien. Otra de las aspiraciones de la Federación es que la dignidad siga siendo el brillo profesional en Colombia. Na¬ce la dignidad médica de la delicadeza de la conciencia, de la rectitud moral, del es¬tricto cumplimiento del deber, del respeto de sí mismo, del decoro de la persona. Y por lo que es así, hay necesi¬dad de conservarla y defen¬derla, y no permitir que sea, excelencia de unos pocos, pues el médico asalariado es¬tá a nuestras puertas, y bien se comprenden los peligros que se ciernen sobre su ho¬nestidad y estima. Hay otro estímulo que ejer¬ce la Federación, y es el de que se conserven en la labor médica el amor, el desinterés y la abnegación, que son tan de su naturaleza. Estas tres palabras van siendo señala¬das como arcaísmos román¬ticos en los caminos comer¬ciales que comienza a tran¬sitar la profesión y entre las paredes de las oficinas pú¬blicas, donde el Estado man¬tiene los funcionarios de la salud, a juzgar por las que¬jas, afortunadamente todavía infrecuentes, de los diarios. Sentimental, desusado y qui¬jotesco resultaría hoy lo di¬cho por el "Principal" de la Universidad de Londres en su discurso publicado por el Times el 2 de octubre de 1937 y citado por Dumesnil en su Alma del médico: "Yo siempre me he sentido más desembarazado en mi servi¬cio del hospital que en mi clientela privada, porque en el hospital no tengo la preo¬cupación de hacerme retri¬buir mi labor. En verdad to¬do trabajo merece salario, y el hombre que por su habi¬lidad y saber salva vidas y mitiga el sufrimiento de sus semejantes tiene el derecho de obtener un legítimo bene¬ficio. Pero ¿cuántos médicos tendrán la fibra moral bastante sólida para resistir a la tentación de enriquecer¬se?". Las organizaciones mé¬dicas con sentido de lucro ya existen en varios países, y en ellas se marchita en mucho la generosidad del co¬razón, como se marchita en los despachos de los gobier¬nos, donde un pobre médico asalariado, de exigua remu¬neración, ve agotarse su vida entre un público que le atosiga en solicitud de ser¬vicios regalados y nunca agra¬decidos y un Estado impla¬cable y sordo a sus necesi¬dades. Si en 1929 tuvo ra¬zón el doctor Guérin en es¬cribir su celebrada tesis de grado El Estado contra el médico, citada igualmente por Dumesnil, cuánta mayor la tendría hoy, cuando la me¬dicina particular va siendo un lujo de unos cuantos privilegiados y cuando la ola oficial arrasa y anula los consultorios individuales y adocena médicos en los ser¬vicios de la asistencia públi¬ca. ¿Habrá pensado alguno en ese nuevo personaje que ya está para entrar a Co¬lombia y que es el pobre médico asalariado? Por cierto que no es el médico pobre que todos hemos conocido entre nosotros: noble, respetable, distinguido, cordial, limpio, de una vida de honrosa independencia personal, de escasez silenciosa y de austeridad transparente. Yo he visto a este pobre médi¬co asalariado en otros países y me ha impresionado vi¬vamente. Algunos escritores han trazado muy bien sus rasgos. Se trata de un ser que, haciendo sus estudios, soñó no solamente con ser dueño de un consultorio ele¬gante y de un coche hermo¬so, sino

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también con un viaje al exterior para perfeccionar sus estudios, con un matrimonio halagüeño y con el usufructo de honorarios : abundantes y jugosos, pero que, al llegar a la realidad de la profesión, sólo ha en¬contrado que su consultorio ; es asaz modesto, que el tim¬bre del teléfono apenas suena, que nadie o casi nadie llega a sus puertas en solicitud de algún servicio, que son excepcionales las visitas a domicilio, que le asedian las cuentas del arrendamien¬to y de las empresas municipales, y que el dinero pres¬tado o la pequeña herencia están para extinguirse. Amar¬gado, decepcionado y deprimido, y sin creer ya que él es el hombre de un elevado ministerio, sino el obrero de un oficio cualquiera, entra, por necesidad imperiosa y despiadada y casi supeditan¬do su persona a la merced de un alto empleado, en una de las oficinas del gobierno para ser un funcionario de la salud, con sueldo casi mi¬sérrimo. Su exterior ha cam¬biado ; su rostro está entris-tecido y descuidado; su vestido, en desaliño; y todas sus ilusiones, en añicos las¬timosos. Poco más o menos es lo que se ha dicho de es¬ta persona de distinción, vencida. Y ante ella cómo recuerda uno el cuadro Le pauvre pécheur, de Puvis de Chavannes, en el Museo de Luxemburgo, cuya figura principal, un hombre de bar¬ba y cabellos crecidos, casi descamisado, de pantalones mezquinos y de brazos in¬móviles y medio cruzados, mira con aflicción profunda, al atardecer, que en el fondo de su barca, a la orilla del mar indiferente, no hay un solo pez para subvenir a sus necesidades y a las de su mujer y de su hijo, que detrás le aguardan. El tra¬bajo de todo un día se que¬dó frustrado y sin recom¬pensa alguna. ¡Dios santo! Que este médico, pobre asalariado, no vaya a presentar¬se en Colombia. Pero no estando ahora en situación penosa, ¿habrá pensado tam¬bién alguien en lo que es un médico de los Seguros o uno de los destinados a los barrios? El mecánico, el plomero, el electricista co¬bran libremente el estipendio de su trabajo, mas este mé¬dico no puede hacerlo, por¬que el Estado, en ocasiones representado por un político, es el que le fija la soldada con un sueldo, o por horas, y éstas a veces otorgadas ar¬bitrariamente. ¿ No estare¬mos ya en vía de caer en in¬justicias? No es que la Federación Médica se oponga a las ins¬tituciones sociales y estatales de la salud. Por el contrario; las ha estimulado a am¬bas y aun ha propendido por su establecimiento, convenci¬da de que son necesarias en un país como Colombia. De¬fensora la Federación de la nobleza de la medicina, lo que pretende y ha pretendi¬do es, de un lado, que el funcionarismo no desvirtúe el acto médico, que el enfer¬mo sea considerado en su in¬tegridad de hombre, en su suma de valores, en su cate¬goría superior de persona y no en la recortada, rebajada y anónima de una simple uni¬dad colectiva, de uno de tan¬tos de la concurrencia o de la fila; y de otro, que el ser¬vicio médico —obra de mi¬sión, si las hay— no se vaya a postergar al nivel de los más comunes, y que quien lo ejerce, ya agente de una or¬ganización o del Estado, viva rodeado de las consideracio¬nes y prerrogativas a que tiene derecho, pues, descar¬tando al sacerdote, su posi¬ción de trabajador es la más alta y la más digna de to¬das las humanas. No debe¬mos olvidar que hoy los en¬fermos van siendo para el médico y no el médico para los enfermos; que para el desdichado hombre actual "está creciendo en el Estado moderno una melancólica medicina veterinaria", ya se¬ñalada en Francia desde 1937; y que el cortante y no cilindrico rasero nivelador oficial está poniendo en peli¬gro las cabezas de los médi¬cos. Favorece y - defiende la Federación la libertad y la autonomía del enfermo y del médico, porque el Estado las ha cercenado visiblemente. Hoy no le es fácil al enfer¬mo escoger para sí el médi¬co de su predilección, sino que tiene que ponerse en las manos del que el Seguro le señale, y el médico tiene que someterse a las disposiciones emanadas de una dirección. Y qué disposiciones a veces. En otras latitudes las ha

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ha¬bido absurdas, cuales las "fór¬mulas ad hoc para las enfermedades, y aun espantosas y desconcertantes como las que se conocieron en los Seguros Sociales de Francia, Holanda y Alemania no hace mucho tiempo. Basta leer lo que acerca de ellas y de la recíente huelga de los médi¬cos de Bélgica escribió el doctor Maurice Luzuy, miem¬bro de la Academia de Ciru¬gía de Bruselas. En cuanto al ejercicio de la medicina, la Federación dilata benéfica influencia, porque, por una parte, pro¬cura con instancia que los estudios médicos sean lo más completos posibles, y, por otra, predica y exige la honorabilidad diamantina de todos los profesionales, su juicio claro y sus virtudes obligatorias firmes. A este respecto la Federación ten¬drá que intensificar su in¬flujo en lo tocante a la tera¬péutica farmacológica y a los honorarios. La terapéutica farmacológica está yendo a menos, y eso por culpa de los mismos médicos y de las escuelas médicas. Es cierto que ella se ha enriquecido con novísimos productos co¬mo la cortisona y los antibió¬ticos, pero el poder casi in¬contrastable del comercio ha producido el específico para cada enfermedad, y las far¬macias y boticas no son ac¬tualmente otra cosa que de¬pósitos de estos electuarios. "Los específicos son un aten¬tado contra la medicina co¬mo arte", y eliminan ese temblor emocionado y esa intuición científica y prome¬tedora de la escogencia del medicamento, de sus dosis, de su aplicación, de su tole¬rancia o intolerancia, de sus combinaciones, de sus reac¬ciones, de su vehículo, de sus incompatibilidades físico-químicas. Además, la fórmu¬la magistral no debe venir del laboratorio, sino del fon¬do mismo de la enfermedad de cada enfermo. El verda¬dero farmaceuta ya casi no existe en las boticas, y en al¬gunos casos es reemplazado por el diploma en alquiler de un poseedor ausente, pa¬ra burlar la ley; ni casi tam¬poco existe la droga blanca, guardada en lujosos y enfilados vasos o redomas con nombres de caracteres dorados, como anteriormente; y no es posible siempre obtener el despacho de una fórmula magistral por falta de medicamentos, por ignorancia, o porque el hacerlo no da el rendimiento apetecido. : En su generalidad las rece¬tas son listas de específicos, propias como de un factor de comercio que elabora fac¬turas, y no la creación cien¬tífica del discípulo de un Manquat. Es deplorable que en los rumbos de la medici¬na nueva resulten imperti¬nentes estas observaciones. En relación con los honora¬rios médicos hay que lanzar una triste alarma: la de que la dicotomía amenaza penetrar entre nosotros. No ha existido esta práctica en Colombia, pero la división de la tarea médica y las urgen¬cias y ansias pecuniarias del hombre actual nos ponen en la contingencia de su apari¬ción. Y no sobrará medida ni rechazo contra este dolo¬roso y feo empañamiento de la honorabilidad profesional, contra los negocios turbios, contra la claudicación de la conciencia, porque la falta de ésta postra y destruye el acto médico. Uno de los anhelos más plausibles de la Federación es el de que se perfeccione y especialice la formación del médico colombiano en las universidades del país, por¬que la provincia lo está ne¬cesitando urgentemente, no sólo como práctico de la pro¬fesión en sus aplicaciones generales y en sus ramas más importantes, sino como conductor y consejero de la comunidad en asuntos socia¬les, económicos y culturales. Para ello ha realizado, en¬tre otras cosas, una mesa redonda muy importante, se ha comunicado con el gobier¬no y con los consejos univer¬sitarios y ha hecho especia¬les publicaciones.

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Otro de los afanes de estos días se está desarrollando, al parecer, con éxito seguro y es el de ir a los más apar¬tados lugares de la Repúbli¬ca, a las poblaciones aleja¬das de los centros universi¬tarios, con el fin de hacerles a los médicos de estas pobla¬ciones, de por sí aisladas del movimiento científico, cur¬sos de información y de ac¬tualidad de los conocimientos en lo más común y nece¬sario de la práctica médica. Preocupación constante de la Federación es el aspecto gremial del médico. Para atenderlo han surgido ya asociaciones y sindicalizaciones respetables y bien organizadas, que la Federación mira con innegable interés y simpatía y con las cuales habrá de procurar el mejor entendimiento. Estas organizaciones sindicales tienen programas muy bien definidos y orientados sobre todo lo referente al médico en su condición de empleado público. Como iniciativas propias, la Federación está dando pasos para la habitación del médico, para el seguro de vida y para la importación de automóviles sin el recargo del impuesto de aduana. En este terreno gremial, la Federación quiere también que no haya explotación del médico, porque ya él está pasando al vientre del Estado y de las entidades de servicio público, y es notoria la falta de retribución equitativa de sus trabajos y desvelos. ¿No están, por ejemplo, mejor atendidos los ingenieros por el erario, y los militares no gozan de innumerables gracias y privilegios? ¿Dónde están los seguros de vida y los sueldos de retiro para los médicos? ¿Dónde los casinos y clubes de diversión y descanso, así en el interior como en las costas? ¿Dónde las cooperativas y demás facilidades económicas de que disfrutan las Fuerzas Armadas? ¿Y acaso estas abrigadas son más importantes que las de la salud? Sobra afirmar que ni los médicos ni la Federación censuran o ven mal estos otorgamientos a los militares, ino que aspiran a una justicia más distributiva. Quiera Dios que para concederla no vaya a ser necesario el miedo, porque en tal caso no la obtendrían nunca. Pero no es esto todo. La Federación tiene enlaces con asociaciones similares internacionales de preeminencia que le permiten ofrecer a los médicos del país el facilitarles la asistencia a los congresos frecuentes que se reúnen en el exterior, y aun, en asocio de oficinas nacionales, la realización de cursos de perfeccionamiento en otros países. Así mismo la Federación está en permanente contacto con las profesiones derivadas de la medicina, cuales son las relacionadas con el laboratorio, con la asesoría quirúrgica y con la enfermería. En tratándose de laboratorios, especialísima solicitud e interés dispensa la Federación a los laboratorios farmacéuticos, con los cuáles mantiene cordiales relaciones. Nombrándolos, debemos declarar que han llegado a una prosperidad y a un poder económico muy grandes, y que ellos, quitándole el costoso lujo a la presentación de las drogas y rebajando humanamente el precio de ellas, están tomando una nueva y equitativa posición ante el sufrido pueblo colombiano. De importancia singular y nunca bien destacado es el ánimo de la Federación, de estimular y lograr que en el país se lleven a cabo investigaciones sobre la patología de las distintas regiones. Para ello ya ha cumplido diligencias iniciales, las cuales permiten esperar no lejanos hechos de trascendencia. Finalmente, la Federación contribuye de manera eficaz en la divulgación científica. Como ejemplo está su programa semanal de la Televisora Nacional, a cargo particularmente del doctor Santodomingo Guzman; está también su revista Heraldo Médico, que vive a puertas abiertas para el cuerpo médico colombiano, en las manos de su director el doctor Gómez Villegas; y están de igual modo su cuidado y observación de las cátedras vinculadas con la medicina en colegios y escuelas de otras profesiones.

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En resumen: yendo al fondo de todas estas actividades, puede decirse que el gran papel de la Federación es el mantenimiento de la significación y del buen sentido de la medicina en Colombia. Néstor Villegas – Tribuna Médica Nº 148 Julio 20 de 1964 En el Cincuentenario del Instituto Brillante Oración del Dr. Néstor Villegas Duque Señor Ministro de Gobier¬no; señor Gobernador del Departamento; señor Alcalde de la ciudad; señor Dele¬gado Arzobispal; señor Pre¬sidente del Tribunal Supe¬rior; señor Rector y Claus¬tro, del Instituto Universita¬rio; señoras y señores: Solo mi filial afecto por los claustros del Instituto Universitario y mi profunda devoción por ellos pueden explicar el suceso peregrino y sin antecedentes de que sea precisamente mi humilde persona quien deba tomar la voz en este suceso desta¬cado de nuestra cultura. Y abrumado por tan grande dignificación, antes de toda pa¬labra sobre el Instituto quie¬ro cumplir con el muy alto deber de presentar a usted Señor Ministro la más sincera gratitud de la gente de Caldas, de la gente de Manizales y, muy especialmente del señor Rector del Instituto, de sus profesores y de los alumnos y ex-alumnos de él, cuyas personas ahora represento por el honor insigne que el Gobierno Nacional le ha he¬cho a este importante plantel al conferirle su gran condecoración, la Cruz de Boyacá. Y en este acto tan so¬lemne debo hacer resaltar dos hechos particularmente significativos; de un lado, la generosidad y gallardía del señor Presidente de la República al asociarse a nosotros en la celebración de este quincuagésimo aniversario del Colegio con tan noble distin¬ción y con la honorífica presencia de uno de sus más gentiles y valiosos colaborado¬res, hijo ilustre de esta ciu¬dad y uno de los eximios de Colombia; y de otro lado, la justicia que la Nación imparte al Instituto con esta in¬signia, siempre destinada a la exaltación y reconocimiento de servicios eminentes. Sea usted servido, señor Mi¬nistro, de presentar al señor Presidente estos nuestros cordiales y hondos sentimientos. Hasta el advenimiento del siglo XIX la incipiente cul¬tura de la Montaña apenas había penetrado en lo que es hoy la comarca caldense. y fue en la primera mitad de ese siglo cuando dicha cultura fue tomando asiento en las poblaciones que creaban la expansión antioqueña y la busca del oro ambiciosa y diligente. Tal acontecía en Salamina, por ejemplo, de donde, doblando el año de 1.850, pasó acá a Manizales, al pa¬recer todavía sin la pizarra y sin el "Libro del Estudian¬te". Y aquí surgen como avanzada espiritual de esta ciudad los nombres de los primeros maestros, don Felipe Moreno y don Mariano Ospina Delgado, éste en grado de inmensa importancia, y doña Sara y.doña Juliana R estrepo. El sitio de esta nueva fundación al pie del Nevado, en¬tre Salamina y Cartago, fue de real privilegio, tanto en lo militar como en lo económi¬co, y dio lugar a que un de¬sarrollo rápido le fuera po¬sible y a que la fortuna le asistiera próspera y constan te. Así llega en 1.874 la pri¬mera imprenta, con "El Ruiz", el primer periódico, y apun¬ tan otros centros de enseñanza. Entre tanto, la comarca fértil, codiciada y acó gedora se va esmaltando de escuelas y colegios en los pueblos que avanzan. Mas, con la creación del Departamento en 1.905, Ma¬nizales acelera su marcha y su importancia aumenta. Ya no sólo posee institutos de enseñanza inferior y superior y un Seminario, sino que en su seno la cultura corta, fo¬ránea y primigenia va enri¬queciéndose y tornándose local, con caracteres propíos. Nuevos periódicos y revis¬tas de señalada calidad, co¬mo "Renacimiento", "El Eco" y "Revista Nueva", sal¬tan a sus calles; aparecen librerías; amanece el teatro; se forman asociaciones lite¬rarias y de estudios histó¬ricos; organízanse juegos florales; y a los nombres de los

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primeros dispensadores y agitadores de ideas se suman otros de valor sobresaliente, en número de treinta por lo menos, encabezados por Aquilino Villegas, quien llega a "formarse una de las cul¬turas más completas de que haya podido enorgullecerse el país" y quien "durante treinta años desempeñó en Manizales un patriarcado li¬terario comparable al de Guillermo Valencia en Popayán", según frase de Silvio Villegas. Constituyen ellos una de esas falanges excepcionales y selectas de la actividad y del pensamiento, que suelen sobresalir en los pueblos para su progreso y nombre, e interpretando todos sus anhelos e ideales y con el fin deque se transmitan y se for jen, la voluntad creadora de sus máximos representantes en el gobierno y en la ins¬trucción pública resuelve la fundación del Instituto Uni¬versitario. Y la obra se co-mienza-. El calificativo de Universitario, tildado por muchos de pomposo, no en¬traña real desacierto, por¬que, de acuerdo con su ,designio, el Colegio sí ha de corres ponder, durante toda su vi¬da, a la palabra universitas o sea a su valor etimológico de comunidad, de cosa una y diversa; sus claustros serán del Departamento todo; a él, como a los Jardines de Academo, acudirán estudiantes de cuanta ciudad, pueblo o aldea hay en la extensión geográfica que nos pertene¬ce; constituirá el núcleo fundamental y primero de nuestra Alma Mater; y con el nombre de "Universidad" se le designará comúnmente en el habla ordinaria de las gentes. Luego, pasando no muchos meses, una mañana de febrero, quizás la del 20, el Ins¬tituto abre sus puertas para que entren la juventud pu¬jante, sus maestros y direc¬tores, el aire regocijado, el sol luciente y el paisaje grandioso. Pero al invocar esta fecha conmemorativa, en elación del corazón y de la mente, detengámonos un instante, descorramos con respeto y e moción la cortina de años que vela los días de este nacimiento, descubrámonos conmovidos ante quienes fueron sus padres y "los nuestros y aspiremos el aroma de los mejores recuerdos. Para el alumno de hace medio si¬glo pensar ahora en el Ins¬tituto Universitario es vivir momentos de profundidad, hacer un acto de recogimiento, vestirse de nobleza con un pasado ilustre e inundarse de una dulzura melancóli¬ca inefable. Correspóndele desempeñar la primera rectoría —y aquí tomamos apartes de una pá¬gina que verá la luz próxi¬mamente— a uno que asistió al momento de la idea crea dora; a uno que le dio el en¬cendimiento de su ánimo y que contribuyó a su realiza¬ción siguiente; a uno que lo vio nacer, que lo vio alzarse y que lo vio concluido sobre la colina alta de decoro siempre nuevo; a uno que iba to¬dos los días a verlo, casi que a acariciarlo como a una criatura amada, henchido de entusiasmo el pecho. Hablamos del doctor Valerio Antonio Hoyos. "Con qué claridad lo ve¬mos en nuestra memoria llegar todas las mañanas a la puerta del edificio en su ro¬sillo manso, con una sonrisa que iluminaba aulas y salo¬nes. ¿Qué le llevaba allí, si era él un jurista, un magis¬trado? Lo llevaba una espe¬cie de doble, no el represen¬tado por el desdoblamiento de los psicólogos, sino un personaje más profundo, más libre, eje auténtico de nues¬tra persona, centro último y más claro de nuestra mi¬sión total y verdadera. Lo llevaba una propensión in¬vencible de ejercer más amplia y hermosamente el mi¬nisterio de la verdad, un afán poderoso de influir en los espíritus, con filosofía generosa e indulgente; un ansia de entrarse en la ju¬ventud para realzarle la conciencia, la razón, la dignidad y su destino; un llamamien¬to a recoger los conocimientos fundamentales ignorados y dispersos, para compulsar¬los, enlazarlos, hacerlos comprensibles y ordenarlos en sistema y dirección de los entendimientos mozos; una vocación dominante, la del maestro, la misma de un Manuel Uribe Ángel en la for¬mación del pueblo de la Montaña. "Y se internaba dentro del claustro. Lo llenaba sin que persona alguna se sintiese desalojada, se movía en él sin extremosidad molesta para nadie. A veces hablaba su

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palabra; otras, su presencia". En casi todas las circunstancias era actor; en unas po¬cas, observador. Lo acongo¬jaban los problemas diarios, pero los afrontaba y gozaba con sus soluciones. Sufría por los demás y sufría por él, por que en su persona acciones y sentimientos ajenos y propios se enlazaban y unían. El Instituto era, como lo es hoy, una confluencia de re¬laciones y él las analizaba, las concertaba y las com¬prendía. En él vivían la al¬dea, el pueblo cabeza de provincia y la ciudad primera, y a su vida se vinculaban la de todos los estudiantes y la de sus familias. Su existencia era heroica por la suma de preocupaciones que la ha¬cían difícil y penosa. La en¬trega propia al servicio de centenares de alumnos era absoluta y completa, hasta el punto de desaparecer su yo. El era todo el Instituto y, sin embargo, él para sí no era nada. Poseía hasta el máximo el don del desasimiento y solamente dándose se en¬contraba. Su naturaleza era como la del incienso, que sólo se realiza ardiendo, perfumando y difundiéndose. Te¬nía una especie de ubicuidad en el sentido de que su vida se diluía toda en cada uno de sus discípulos. Cuanto sucedía en el Colegio lo experimentaba él mismo, poseído de una responsabilidad siempre vigilante y presente. Vi¬vía como en un estado de gracia y abrasábase en lo cordial y humano, por lo que interpretaba al Institu¬to desde su corazón partici¬pado y pródigo. "La imagen del doctor Va¬lerio surge en la evocación con suntuosa intensidad, con esa nitidez y resalte vigoroso que caracterizan los meda¬llones de Piranello, y es tan imponente la fuerza de su evidencia, labrada en la ge¬nerosidad y en la justicia, que tenemos la sensación de que abandona el marco sen¬timental que la conserva, para acercársenos y casi para hablarnos. Sus ojos peque¬ños y moriscos nos abarcan, su sonrisa nos aproxima y sus manos elocuentes nos llenan de confianza. A no¬sotros especialmente nos impresiona la fuerza de su to¬no, la viveza de los rasgos y la identidad que los repuja, y la emoción que nos flore¬ce en el alma, devota y su¬ma, se deshoja a sus pies en reverencia. Es él una de esas memorias que elevan nuestra vida y la ennoblecen y a la cual vuelve el espíritu cuando ansía ejemplo, dignidad y fortaleza. Quédanse nues¬tros progenitores —los de nuestro ser y de nuestra cultura— como Penates glori¬ficados en lo más profundo de lo que somos y gozan de eternidad en nuestra suerte y destino''. Al doctor Valerio le han sucedido numerosos recto¬res, espiritual lustre de Co¬lombia y realce de nuestros fastos; en asocio de ellos han sembrado sabiduría in¬numerables catedráticos de merecido renombre y de sus eras han brotado, capacita¬das y enriquecidas, miles de inteligencias, que han des¬tellado en sus ciudades pro¬pias, en el Departamento o en la República. Nosotros quisiéramos citar aquí mu¬chos de esos nombres egre¬gios, pero la brevedad impla¬cable nos obliga a dejarlos callados en la urna de la gloría. A otros les corresponde¬rá nombrarlos en ocasión más propicia y, con luz más viva, mostrarnos sus figuras en el friso que los perpetúa y honra. ¿Y la vendimia del Insti¬tuto en los cincuenta años de su existencia? ¿Con exactitud podremos calcularla y apreciarla? No es posible. Pero sí nos es permitido pen¬sar que durante centenares y centenares de días no ha habido reposo en estas au¬las, laboratorios de la mente, i Y qué de cristalizaciones nuevas de la inteligencia en cada hora! ¡Qué de encen¬dimientos interiores minuto por minuto! Asómbrase uno ante el ilimitado e inmenso espectáculo de esta alquimia del conocimiento. El solo gotear estricto, lento y difícil de la sabiduría, durante tantas jornadas, es cosa que pasma, Y si a esto agregamos las vibraciones de los senti¬mientos; las sacudidas de la emoción: las sorpresas, ale¬grías y dolores del espíritu; las dudas de la razón; las resoluciones del ser; y las flaquezas y endurecimientos del ánimo, entonces nos da¬remos mejor cuenta de lo que es la Intensidad de esta historia de cincuenta años.

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Por virtud de esfuerzo tan continuado y sostenido le ha dado el Instituto al Depar¬tamento y en general a la República, con la cifra de sus bachilleres, un número in¬calculable de años de servi¬cio individual e ilustrado en los diversos campos del em¬peño humano. Pero no es esto solo. El Instituto no se ha limitado únicamente a la preparación acá démica de los estudiantes dentro de un programa determinado de estudios. Como si hubiera esculpido en su frontispicio la frase del griego: "Llega a ser tú lo que eres", ha procurado en todo instante que sus alumnos culmi¬nen en hombres verdaderos, es decir, que todos tengan esta profesión universal, se¬ñalada con tanto encareci¬miento por el autor de "Ariel". Contraponiéndose a la tendencia invasora de la atomización humana, el Co¬legio le ha dado a cada uno de sus hijos un sentimiento básico, el de su valor esen¬cial, el de su persona, de modo que despliegue la totali¬dad de su ser, con varonil templanza. Así han surgido, por el desenvolvimiento de sus aptitudes, dentro del de¬ber y la libertad, unidades sociales de firme carácter, capaces de conservarse dig¬nas en todo tiempo, y el es¬tudiante, al abandonar los claustros, siempre ha llevado consigo —adviértase esto— el pensamiento de darle a uno por uno de sus actos un interés o beneficio pú¬blico. De ahí que podamos decir que el Instituto signa el ser de los que pasan por sus aulas. Así como los grandes maestros de la pintura eter¬nizan ciertos tonos de la luz en los ámbitos y figuras de sus lienzos, de igual manera este gran Plantel modelador le da, para perennidad y honra, un lucimiento inconfun¬dible y propio al espíritu de sus discípulos. Definir esta prestancia sería irrealizable, pero ella es palmaria hasta el punto de que la percibe siempre el ojo que observa. Es como una preeminencia de arresto y plenitud huma¬na, a un tiempo ética y esté¬tica, adornada de una simpatía atrayente, que sobresale en quien la lleva, como un penacho airoso. Hemos dicho preeminencia ética. ¿Pero cuál será su ori¬gen? Para nosotros la in¬fluencia ética tuvo principio, ante todo, en los patriarcas de la ciudad y en los funda¬dores del Instituto, todos arquetipos de varones probos, y ella fue ejercida y conser¬vada por los rectores siguientes hasta los días nuestros no de una manera cualquie¬ra, sino con especial fervor y cuidado. Y quienes la alentaron y le fijaron sus líneas originarias fueron los .ma¬estros y profesores primeros, señaladamente, por su ma¬yor acercamiento a los estu¬diantes, Valerio Antonio Ho¬yos, maestro perfecto; José Ignacio Villegas, virtud y .dignidad todo entero; Emilio Robledo, suma de excelen¬cias ciudadanas; Ricardo Jaramillo Arango, ardimiento de amor al prójimo; y Fran¬cisco Marulanda Correa, integridad y rectitud severas. ¿Y la influencia estética? Tres fueron y han sido sus razones de ser: dos huma¬nas y una de la naturaleza. Su primera razón de ser humana estuvo en el arte y en el saber de la ciudad, en esa famosa generación manizaleña que fulguró antes y des¬pués del Centenario; y, den¬tro de los claustros, en don Francisco Marulanda Correa, en el Padre Roberto Jaramillo Arango y en el Padre Nazario Restrepo. Don Francis¬co Marulanda regentaba la -cátedra de retórica y no ha¬bía oportunidad que él no aprovechara para encomiar la hermosura de la palabra y para exaltar sus valores y preceptos. El Padre Nazario era un artista, un poeta, un pintor, un erudito de la his¬toria y un .orador sagrado, y por los caminos de la más poderosa simpatía penetraba en las almas, para despertar las inquietudes de la Belle¬za. Mas, no obstante su per¬manencia relativamente cor¬ta, el ascendiente de mayor virtud se encontraba en el Padre Roberto, en su mente generosa y en su corazón magnánimo. A él iban los mu¬chachos atraídos por las pre¬dilecciones y ritos de su espíritu, que oficiaba casi por igual en los majestuosos templos del Altísimo como en el iluminado de las letras. El poeta que había en el Padre ya había ascendido en ver¬sos como Anorum triginta, que predecían la venida de "En Silencio", uno de los li¬bros más hermosos que pue¬den llegar a nuestras manos, en el que se oye la voz de Dios,

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porque "Dios es el ho¬gar de los espíritus", y cuyos poemas son para pronunciar en recogimiento íntimo, pues tienen como la música de esas estrellas "móviles" de Pi tágoras, o la de los salmos de David, transparentes, pu¬ros y sobrios.¿ Y que decir de lo que ha significado el Instituto en la unidad departamental? El parentesco espiritual que nace del paso por la escuela, el colegio o la universidad no es menor que el de la san¬gre— todos lo sabemos— y ese parentesco que desde el Instituto se ha dilatado por nuestro territorio le ha da¬do a la población caldense una vinculación estrecha, te¬jida de afecto, cuyos hilos ni se adelgazan ni se rompen en ninguna de sus par¬tes. El Departamento, no obs tante regionales diferencias, es uno, sólido y apretado en su entidad sociológica y polí¬tica.Otra particularidad de este establecimiento han sido sus puertas abiertas para los alumnos escasos de recursos económicos, lo que ha sido posible por su carácter ofi¬cial, que en nada aminora la reputación y valimento de los otros colegios particulares de esta urbe. Tal circunstancia. le ha permitido en toda su existencia verse solicitado y crecido por nuestros mu¬chachos, que han encontrado en él enseñanza gratuita y excelente. Todas estas circunstancias nos muestran al Instiuto como un personaje colectivo de esbelta estampa, de larga y eminentísima tarea, acree¬dor a toda dignidad, alabanza y reconocimiento. Por eso hoy nos vemos complacidos al reunimos aquí para batir¬le palmas por la distinción que le hace el gobierno de la nación al concederle la Cruz de Boyacá. Y cuan satisfactorio es para nosotros ver que si el Estado honra al Instituto con la más alta condecoración, el Instituto honra a su vez al Estado con medio siglo de merecimientos. Y es también gratísimo para no¬sotros que también resalte el honor de esta Cruz pre¬cisamente en la persona de Jaime Villegas Velásquez, una de las figuras más rele¬vantes de la juventud de Caldas, porque en su actual rec¬toría se cumple una singu¬lar y edificante continuidad del mérito y de la inteligen¬cia, una emocionante transmisión de los poderes y destinos del espíritu, pues en Jaime Villegas, por los portentos y porfías de la sangre, se yergue en nueva vida, antes ennoblecida que empañada, la imagen respetable de quien fue uno de los ejemplos más puros de nuestra patria y comarca, el doctor José Ignacio Villegas, padre también de estos claustros, ahora enaltecidos y paradigma de cuanto es lustre entre los hombres. Oh! Instituto Universitario ¡ Oh casa materna de nuestro espíritu! Con cuánto júbilo te vemos hoy magnificada y bendecida en tus Bodas de Oro. Todos tus discípulos echamos a vuelo nuestras íntimas campanas para glorificarte y agradecerte. Los primeros alumnos tuyos noes incorporamos atí como a un coro juvenil, como al canto de un poema regional y bucólico, sublimación de este núcleo humano y del Departamento todo, cifra y testimonio de sus tradiciones y esperanzas. Eran como los días nupciales de tu existencia. En tu seno, cual les ha sucedido a miles de tus hijos, hicimos parte de tu ser. Tus linfas interiores nos bañaron y tus jugos nos nutrieron. Gracias a esta simbiosis de milagro nos formaste, nos hiciste y nos llamaste a la vida. En tus brazos nos meciste y ante la clara y dulce mirada de tus ojos se pobló de seres espirituales nuestro incipiente universo y de sabias voces su silencio. Cuando ya nos consideraste capaces y fuertes, nos transferiste a la universidad o al mundo. Duro fue el desprendernos de ti. Pero te quedaste en nosotros. Y tu recuerdo, con el paso de los años, se ha ido apurando e intensando en un delicado sentimiento, en un arder de amor, al hogar solo comparable y apenas traducible en la perpetuidad de un verso. Pero al hablarte a ti ¿cómo no nombrar a Manizales, a quien abrevias y compendias, si ella rutila en ti, por que eres su luz y su diadema excelsa? ¡Oh ciudad prestante y fecunda! El Instituto ees tú misma, creadora y modeladora siempre, que inicias y properas y

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dilatas inteligencias cual la helénica de Píndaro. Descorriendo los tules de decoro y gloria que son estas palabras inflamadas nuestras y las efusiones encendidas de este hora, eres tú la que resaltas. ¿Acaso no eres un pensamiento de Dios que destella en este andino vértice? ¡Oh insuperable madre nuestra! ¡Oh dispensadora munífica de los preclaros bienes! ¡Oh sola! ¡Oh única! ¡Oh llama inmortal que así nos recreas y nos depuras y nos incorporas a tu espiritualidad espléndida! LA REVISTA "MANIZALES" Septiembre 28 de 1965 Señores Don Juan B. Jaramillo Meza y Doña Blanca Isaza de Jaramillo Meza Manizales Mi muy estimados y eminentes amigos: El sostenimiento de una revista entre noso¬tros significa lucha recia contra carencias gran¬des y dificultades numerosas. Mucho más, si la revista es literaria. Esta sola consideración bas¬taría para celebrar en grado sumo los veinticinco años de vida que por estos días cumple la re¬vista MANIZALES. Pero hay algo más y por to¬dos modos superior y es lo que ella ha significa¬do para la cultura de Colombia y de nuestro De¬partamento en particular. No solo ha sido divul¬gadora de lo notable y bello escrito en la Repú¬blica, sino que ha sido hogar de quienes rinden tributo a las letras en el solar caldense. El pen¬samiento nacional y el del mundo han brillado en sus páginas y han iluminado ellas los cami¬nos del Exterior y de la Patria. Una tenacidad sin debilitamientos ni rotura ha mantenido en alto, esta lámpara del espíritu. Las manos creado¬ras y misioneras de ustedes, Juan B. Jaramillo Meza y Doña Blanca, han hecho este milagro. ¿Y qué decir de ustedes, los dos grandes adalides de nuestra luces? Sería redundante ren¬dirles un elogio, que lo han recibido con autori¬dad abundosamente de la América toda; pero sí creo de mi deber hacer resaltar que uno de los grandes valores de la revista MANIZALES es pre¬cisamente lo que ustedes le han dado de su in¬teligencia y de su corazón. Son de galanura ex¬traordinaria sus publicaciones, que hoy ya cons¬tituyen volúmenes enteros y que son reales teso¬ros de nuestro haber literario. ¿Quién no ha re¬cibido enseñanzas y altas emociones con la lec¬tura de la poesía y de la prosa de ustedes? ¿Al contacto de su espíritu no se ha sentido uno me¬jorado? Cuando yo tomo en mis manos la colección de esta voz periódica de la Verdad y la Belleza me siento poseído del orgullo de caldense, de la vanidad que me da la amistad honrosa de uste¬des dos tan preclaros y del estremecimiento go¬zoso de acariciar una obra de consideración y va¬lía casi insuperables. Alabanzas frescas, encendidas y sin núme¬ro vuelen hacia ustedes ahora, y que más lau¬reles orlen las frentes meritísimas de ustedes, co¬mo ilustres directores de "Manizales" y como ser¬vidores en todas las horas, a lo largo de la vida, de los más eximios intereses de Colombia, de Cal¬das y de su capital insigne. Que todos nuestros puntos cardinales cele¬bren con coros de encomio y de agradecimiento esta gran fiesta de la inteligencia y este aconte¬cimiento feliz de nuestra cultura. Con especial cordialidad los saluda su ami¬go afectísimo, NESTOR VILLEGAS NÉSTOR VILLEGAS Don Urbano Ruíz Manizales 3 de febrero 1966 POR NÉSTOR-VÍLLEGAS

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El recuerdo de don Urbano Ruiz, maestro de mu¬chas generaciones, es uno de aquellos que exaltan y enno¬blecen el espíritu, porque su vida fue plenitud de laboriosi¬dad en bien de la patria. Nacido en Amaga, donde sin duda hizo sus primeras letras, pasó don Urbano a las aulas de la Normal de Medellín, precisamente cuando se formaban los mejores hombres de fines del pasado siglo y comienzos del pre¬sente. Entre sus condiscípu¬los contó con don Marco Fidel Suárez, quien lo apre¬ció especialmente y quien corriendo el tiempo, habría de perpetuarlo en las pági¬nas de sus Diálogos con el nombre de Justino. La guerra de los mil días, que en sus furores desplazaba a las gentes, obligó a don Urbano, no por causas políticas, sino familiares y personales, a dejar los lares de Antioqia y su empleo de Inspector de Instrucción Pública en la provincia meridional de aquel Departamento, para trasladarse a lo que hoy es el oriente de Caldas. Y una de las poblaciones donde por varios años detuvo su planta fue Pensilvania, El servicio espiritual fue la finalidad de su vida y era en él verdadero fervor, por lo que su magisterio des¬tacábase como singular y excelso. El colegio era su templo y desde su cátedra enseñaba a conocer y, por consiguiente, a obrar, o. lo que es lo mismo, a darle a la vida sentido y valor. Con ser de primer orden, no fue su enseñanza más saliente la de los conocimientos fundamentales sino la de las virtudes más altas, principalmente la de la sencillez, la de la probidad, la de la independencia, la de la entereza, la del carácter. Y de todas éstas era un espejo. Quizás por ellas su estampa moral tenía un tono de particular seriedad y mesura, que evocaba la paleta austera del Greco. No pertenecerse. sino darse era !a corriente interior de su filosofía subjetiva. Situado en la confluencia de la tradi¬ción y la cultura de los últimos años de! pasado siglo, co¬mo arquitecto de lo humano y con el humanismo regula¬dor de su mente, predicaba la permanencia de los valo¬res cardinales, y en el afán de su labor casi mística, fue siempre su mayor aspiración arrebatarle a las aulas un dis¬cípulo clásico e impecable, con la elación del poeta cuando dijo: "A mi vida yo trato de arrancarle un bello verso", Salamina es la ciudad que mayor fe puede dar de ello. Otra de las notas de su magisterio fue que nunca lo desdoró con el afán del lucro. Siempre lo conservó en la altura del verdadero sacerdocio, y por eso su figura tiene el brillo de la pobreza franca y limpia, No toleraban sus hombros el peso de lo material y temporal, para poder ele¬var la espiritualidad y perfección de su ser. De niño fui yo su discípulo en Manzanares, población que estuvo también en su camino, y al recordarlo grata¬mente me da la impresión de que vivía en la ascesis de la severidad y rectitud, que su alma estaba como desérti¬ca de lo profano y que la carencia de muchas cosas lison¬jeras le daba una real alegría interior. Fue don Urbano un personaje de selección y un cons¬tante y afortunado sembrador de almas. La obra de este maestro eximio, toda su irradiación y toda su voluntad de adelantamiento explican en parte las actúales condiciones estupendas de la ciudad de Pensilvanía, porque el destino de los pueblos está determinado por la calidad de su elemento humano y por el modo como se le orienta y desarrolla. A Pensilvania llegaron a fundarla familias de la pura Antioquia. es decir, pertenecientes a una estirpe que es riqueza y honra de Colombia. Allí nacieron y crecieron la incorruptibilidad del Hogar, la tenacidad pa¬ra el trabajo, el despejo de la inteligencia, el ansia de dominio, la libertad y la autonomía de la persona, Y la al¬dea del principio y la población importante siguiente tuvie¬ron y han tenido, sin faltarles, e1 privilegio venturoso de la

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acción educadora de inmejorables maestros, Don Urbano, con su opulencia de sabiduría cordial, por .cierta timidez medio escondida, fue uno de los primeros en darle noble¬za y disciplina de fondo y de contorno a esta buena y dó¬cil arcilla humana, como lo hacen quienes dirigen el gran colegio y las magnificas escuelas de la ciudad de hoy. Pueblos con semejante beneficio tienen que ser nues¬tro mejor orgullo, . NéstorVillegas DIPLOMA ESTADOS UNIDOS DE COLOMBIA ESTADO SOBERANO DE ANTIOQUIA EL DIRECTOR DE INSTRUCCIÓN PU. BLICA DEL ESTADO y los examinadores que suscriben, espiden el presente DIPLO¬MA de capacidad para el desempeño de Maestro de una Escuela Superior, al señor URBANO RUIZ, alumno de la Escuela Nor¬mal de Institutores, que ha sostenido por medio de las pruebas orales y escritas, especificadas en el capítulo 8º del decreto or¬gánico de la instrucción pública primaria, el examen público correspondiente en estas materias: LECTURA, ESCRITURA. ARITMɬTICA, GRAMÁTICA CASTELLANA, GEOME. TRIA, GEOGRAFIA, CONTABILIDAD, IN¬GLES, PEDAGOGIA. FÍSICA, COSMOGRA¬FÍA, DERECHOS I DEBERES DEL CIUDA¬DANO, ALGEBRA, rudimentos de ZOOLOGIA I QUÍMICA, I TEORÍA DE LA MÚSICA I CANTO. El Director de Instrucción Pública, To¬rnas Renfijo. El Director de la Escuela Nor¬mal, Joaquín Márquez. El Examinador, To¬más Herrán. El Examinador, Adán Pereira. El Examinador, Nicolás Mendoza. El Subdirector, Rodolfo Cano. El Catedrático de Mú¬sica, Daniel Salazar. El Inspector General da I.P., Martín Lleras. El Catedrático, Silvino F. Lince. Dado en Medellín, a 11 de Julio de HONORES A LA MEMORIA DE DON URBANO RUIZ. CON MOTIVO DE SU FALLECIMIENTO EN EL AÑO DE 1.931. SENADO. — Proposición aprobada en su sesión de hoy: EL SENADO DE LA REPÚ¬BLICA se asocia al duelo causado por la muerte de DON URBANO RUIZ, eminente institutor que educó en los Departamentos de Antioquia y Caldas, varias generaciones de jóvenes que han dado lustre a la Repú¬blica, y que contribuyó además, a la ilustra¬ción general por medio de publicaciones da carácter didáctico, reputadas como de altísi¬mo valor educativo. Copias de esta resolución, en edición da lujo y en nota de estilo, serán enviadas a la familia del finado, a la Municipalidad de Salamina y a la Universidad de Antioquia. Bogotá, enero 9 de 1.931. El Presidente, Julio Ulises Osorio El Secretario, Antonio Orduz Espinosa CÁMARA. DE REPRESENTANTES Secretaría. REPÚBLICA DE COLOMBIA Nº 2048 Bogotá, 16 de enero de 1.931 Señora Da. Angelina Laverde v. de Ruiz e hijos. Presentes. Tengo la honra de transcribir a ustedes la siguiente proposición aprobada por esta Honorable Cámara, en su sesión del día 12 del presente mes: "La CÁMARA DE REPRESENTANTES se asocia al duelo causado por la muerte del eminente institutor D. URBANO RUIZ, quien dedicó más de cuarenta años de su vida ejemplar a la educación da varias generaciones de los Departamentos de

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Antioquia y Caldas; que publicó una magnífica obra sobre gramática castellana y varios estudios de la misma índole, y que deja, inéditos, estudios gramaticales de gran valor científico. Copia de esta proposición será enviada a la familia del finado, a la Universidad de Antioquia y al Concejo Municipal de Salamina, Soy de usted con toda consideración, muy atento servidor, J. Restrepo Briceño EDITORIAL Los editores de la revista CALDAS AL DÍA, se asocian alborozados a la cele¬bración del Centenario de Pensilvania,—publicado como editorial—, las sig¬nificativas frases del intelectual, doctor Néstor Villegas y con las cuales nos solidarizamos íntegramente. CENTENARIO DE PENSILVANIA N este día suspende Pensilvania su marcha y celebra la fiesta de su pri¬mera centuria. Así detenida ante la contemplación de la patria, con hon¬ra que la exalta, el espíritu de uno se alboroza y la admira, y el corazón le bate palmas, se emociona y le entona su canto. Pero qué de valores sa¬grados contiene un centenario. Qué serie tan innumerable de trabajos hechos, de alegrías florecidas, de dolores apurados, y cuántos los vivos en faenas y los amados seres que yacen. Es mucha la vida hilada y tejida en estos cien años. Frente a este cuadro, del alma brotan reverencia, amor, gratitud y asombro. Muchas veces se ha aseverado que Pensilvania es una reserva de Caldas. Nunca se había empleado mejor esta palabra, porque lo que se reserva es lo que se guarda y lo que se guarda es lo mejor y lo que más vale, y lo mejor y lo que más vale es de ordinario una joya. Y eso es Pensilvania: una joya, pero no de las falsificadas o con averías de la hora moderna, sino de las pocas auténticas y puras que aún subsisten. Ello ha sido posible, porque, aislada de las grandes rutas nacionales en su recatado Oriente, al modo de la primera Antioquia, ha podido conservar las mejores virtudes de su abolengo, sin el envilecimiento del tráfago que desgasta y deteriora. De la ciudad se ha dicho que tiene posibilidades económicas magníficas y que ha sido señalada como el municipio piloto del Departamento. Esa verdad es palmaria. Pero la gran significación de Pensilvania es otra: su elemento huma¬no. Aquí sí raya en lo mejor. Quienes escribimos estas líneas vimos por prime¬ra vez representado este factor en la figura ya casi legendaria de Don Marco E. Agudelo, el de la cabeza airosa, del rostro en relieve fuerte, de las manos dili¬gentes y del pecho amplio y generoso. Mas tarde, al menos en Bogotá, lo encon¬tramos encarnado, entre no muchos, en Bernardo Ramírez Aristizábal, el de la inteligencia ágil, el de regocijado ingenio, el de corazón de oro, el de risa so¬nora y abierta; así como también en Milcíades Cortés, el muy ilustre y ejem¬plar rector del Externado, el civilista profundo, el del brillo aristocrático y dis¬creto. Y hoy, asimismo en la Capital, hallamos multiplicado y ennoblecido este elemento, no en unos varios, ni en decenas, sino en centenares de jóvenes, que son una promesa enorgullecedora de Colombia. ¿Y de dónde le ha venido a Pensilvania esta riqueza humana de tanto apre¬cio?. De los derroteros, preferencias y determinaciones de su espíritu. Tuvo este cantón caldense muy desde sus principios, o tal vez solo desde los tiempos de Don Marco E. Agudelo y del Padre López, pero en todo caso desde hace más de medio siglo, la feliz idea de encomendar su progreso a la instrucción, y la en¬señanza. Y ha cosechado su siembra y sus esfuerzos. Hoy es, de las poblaciones departamentales, una de las de mayor avance, que muestra con orgullo nume¬rosos sacerdotes, médicos, .jurisconsultos, ingenieros,

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gobernantes, financistas, literatos, artistas y millares de campesinos recios; sobre todo, una población que goza de un analfabetismo.mínimo. Mas indiscutiblemente la condición excelsa de este privilegiado de su solar es lo varonil y esforzado de su ser. Desde que su poblado llamábase "Explana¬da", siempre se ha afirmado a lo largo de su historia: "Quién allí nace es todo un hombre". ¿Habrá un elogio mayor, una elevación más grande de su gente? Con singular júbilo saludamos en esta fecha a la ciudad patricia y nobilísima, le expresamos nuestro más sincero afecto y deseamos que estos renglones sean como una haz de parabienes en su solemne fiesta. NÉSTOR VILLEGAS Bogotá, Julio 16 de 1966. TRES VIDAS Y UN MOMENTO Cuando contemplamos sobre el tablero de nuestro escritorio ''Tres Vidas y Un Momento” el último libro de Adel López Gómez, nos parece estar frente a una porcelana fina transparente, de motivo artístico eximio. Bellamente se destaca en la esmerada edición del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. Escribir sobre Adel López Gómez después del prólogo abundoso y estupendo de Jorge Santander Arias y de lo que dijimos a propósito de “El Diablo Anda por laAldea" es incurrir en reiteraciones más o menos numerosas. Pero ello no debe paralizar la pluma. Es bueno y merecido hablar una y muchas veces de las excelencias de este escritor que honra tanto a las letras patrias. Una de las cosas que más llaman la atención en López Gómez es su devoción por el cuento. Casi no hay nadie que pueda situarse al lado de él en cuanto a la perseverancia de su labor en este campo de la cultura. Maupassant se hizo célebre fuera de sus dos grandes novelas, con doscientos sesenta cuentos, y en solo dos libros de los siete que ha producido sobre la materia Adel ha recogido ciento treinta y seis. De maestro en su arte lo ha calificado ya la crítica nacional y lo ha colocado en el primer puesto. Y con cuánta razón. De los puntos esenciales del cuento, el tema, el personaje, el medio, el desarrollo, lo psicológico y el lenguaje, no sabe uno cuál sobresale más en su obra. El tema preferido de Adel es la vida de nuestros poblados y campos caldenses, particularmente de los de la próspera comarca quindiana. Poseedor de una vocación poderosa de narrador, ha empleado sus dotes excelentes en trasladar a sus páginas la riqueza humana de su tierra, tachonada de poblaciones claras, alegres febriles, henchidas de afanes, aspiraciones y designios. Por sus relatos pasan conversadoras y comunicativas todas las gentes nuestras. El personaje siempre es nuestro campesino y lugareño, de amarillento suaza o gorra aguadeña, de carriel y de machete al cinto, si rústico de cafetales y labranzas, o vestido de sencillo terno, si alcalde, maestro, notario o dueño de tienda de zarazas o abarrote en la plaza de la cabecera. Surge este personaje de su prosa en amplios y tasados rasgos todas las veces, como los de las caricaturas magistrales de Ricardo Rendón, el siempre vivo. Señálese el medio, así el anímico como el físico, como del Quindío en las más de sus páginas, y de ellas, iluminadas por el sol reverberante y fiel, resaltan sobre las onduladas colinas los cafetales, las sementeras, los guaduales y los riachuelos, la pala, el azadón, el güinche, el machete y el regatón de los labriegos; los pisamos, los yarumos, los caracolíes, los arrayanes y los guamos entre los árboles; las casas enlucidas de cal y las calles y plazas de las poblaciones, en donde habita y trabaja el hombre corriente y sano y en donde, dentro de las cantinas, se apuran anisados amistosos, se juega a los

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dados o a los naipes y se canta al son de tiples emotivos. En otras, y estas son las menos, palpita la vida de algunas de nuestras ciudades, de nuestras costas y de unos cuantos caseríos ribereños. Pasando ahora a lo psicológico, es de afirmar el extraordinario conocimiento que posee López Gómez de la mentalidad y los sentimientos del individuo común, del rústico y del obrero, especialmente del de su tierra. Sorprende en verdad su capacidad para percibir la idea lenta o rápida que brota en el cerebro de sus personajes y las reacciones o reverberaciones emocionales que experimentan en sus trances y conflictos. Hay cuentos de los que forman sus libros en los que un relámpago psicológico inesperado, o el movimiento de una emoción, o el sacudimiento desproporcionado de un instinto, constituye el éxito de todo el contenido. Y el desarrollo sí que ofrece señalamientos propios entre los que predominan la medida en la selección y la utilización de los episodios y circunstancias y en sus contenidas y cabales descripciones. Un natural cuidado o rechazo de lo excesivo o lujurioso y la persistencia en lo apenas suficiente, es nota característica de toda narración. Y es tal esta difícil y admirable mesura que, empleando matices semánticos del habla popular, se encuentran pasajes enteros, capítulos casi, expresados en un renglón solo, como éste de extraordinario golpe acerca de una muchacha del pueblo; "ella se voló y ahora está así". En el que el verbo volar, usado como reflejo, toma el significado de huida o fuga en aventura amorosa, y en el que el adverbio así extrema su valor de modo para indicar un estado peculiar y definido. No se verá relato más condensado y breve de todo un trozo de vida. Y qué decir del lenguaje? cuando escribimos sobre "El Diablo Anda por la Aldea", dijimos: "Y en tratándose del costumbrismo de Adel, que lo es de todos los del grupo regional, es del caso anotar la interesante conclusión que se obtiene de la lectura de sus libros acerca del notorio cambio habido en Caldas del habla primera de sus pobladores antioqueños, a consecuencia positivamente de su vecindad con el Tolima y el Valle. Adel ha escrito sus cuentos tanto en el lenguaje antioqueño culto, como en el bajo del pueblo, usando la labia y verba de campesinos o aldeanos ignorantes y sencillos, al modo mismo del Maestro Carrasquilla. Pero esa habla antioqueña en la tierra caldense se ha tornado un poco general, común o cosmopolita, o sea ha perdido muchos de los elementos privativos o característicos que rebosan en el clásico supremo del costumbrismo de la Montaña. La verdad, el habla de Antioquia se ha modificado en Caldas en todas sus maneras, como la hipérbole. y particularmente en el acento prosódico y fonético, cuya cantidad, intensidad, tono y tiempo han sufrido real disminución. Y no solo esto sino que en Quindío principalmente han aparecido palabras, verbos y giros nuevos, a causa sin duda del mayor incremento de la industria del café. Afirmamos anteriormente que la prosa de Adel es de gran pureza, apreciablemente más en sus escritos no costumbristas, como, por ejemplo, su ensayo sobre esta modalidad en nuestra literatura, leído cuando se recibió como miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. El lenguaje de sus libros es en general el del ciudadano del sinnúmero y del campesino y en esto ha alcanzado una maestría eminente, pero su serno nobilis es estupendo. Y señalando este, vale la pena observar que no militó en el greco-latinismo, tan de moda en sus abriles medios, como sí sus notables coterráneos y contemporáneos, tal Antonio Cardona Jaramillo, el alto cuentista de imaginación deslumbrante, cuyos destellos tropológicos le hacen cerrar a uno los ojos a veces, cuando se le lee, o tal Bernardo Arias Trujillo, el escritor magnífico y genial, de no pocas demasías retóricas del barroco, que desconciertan. Y fue de celebrar esto, cuando Silvio Villegas dirigía bizarramente esa corriente venida de la Francia misma, antes de alcanzar la indecible

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tersura y proporción de su prosa perfecta. Porque a nuestro entender fue Silvio el promotor y capitán de esa vanguardia literaria y no el Padre Nazario Restrepo, como lo sugieren algunos de nuestros críticos caldenses. Nosotros fuimos discípulos del padre y supimos de su gran vocación artística y de su admiración y conocimiento de la historia de Grecia y Roma, pero jamás de prosas ni de versos suyos ornamentados y exquisitos. Por el contrario, amante de lo clásico y en su guardia, escribió aquel soneto famoso suyo contra modernistas y decadentes, que hemos repetido en dos de nuestros libros. Y cómo es de satisfactorio y justo concluir que la obra de. Adel motivo de estos apartes, es la culminación de una vida meritoria hasta lo mas, consagrada al prestigio de nuestras letras y a los elevados intereses del espíritu. Al Encuentro de Dios y del Hombre La Patria Nº 226 Febrero 26 de 1970 En este día penitencial he vuelto a tomar en mis manos "Al encuentro de Dios y del hombre” de Bernardo Londoño Villegas, y me ha inquietado nuevamente, por lo que veo que es obra de perdurabilidad cierta. Me da este bello libro la impresión de alto camino, alargado sobre el dorso de una cordillera, tallado sobre rocas ingentes, amplio y despejado para permitir el dominio de los grandes horizontes. Andando por sus alturas, silencios y soledades se siente impresionante la presencia de Dios. Nunca luz más clara se quebró sobre los picos enhiestos, ni resbaló por laderas tan vastas, ni por precipicios ni pendientes tan interminables y abruptas; pero tampoco nunca se vieron a lo lejos tempestades más innegables, ni se oyeron, debilitados por la distancia, truenos más patentes. Un Sinaí que se reconoce es imagen retirada, indistinta y permanente en su paisaje. Pero lo más sorprendente de este camino es que sobre la cinta desenvuelta de su suelo fulgen, de un extremo hasta el otro y como dispersas, gemas preciosas, que el viajero encuentra en número considerable. Son cristalizaciones de pensamientos enteros y concisos, desprendidos de una inteligencia aguda y desembarazada, poseedora de brillos y fuerzas espirituales notorios. Estos pensamientos, a modo de sentencias, si bien en los capítulos que forman no se concatenan estrechamente sí guardan alguna relación recíproca. Es decir no muestran el enlace de eslabones que se ve en los libros de su orden, sino que presentan aquella cierta independencia común en lo extraordinario y propio, dentro de la intención temática. Leerlos es entrar uno en consideraciones alentadoras, tranquilizadoras, pero no en todas las veces, porque surgen otras abundantes que preocupan, perturban, queman y acongojan. En su campo asoman terrores metafísicos y ultraterrenos. Hay en esos pensamientos mucho de Juan XXIII. más también bastante de Pontífices premiosos y graves. Al lado de una atmósfera postconciliar, donde el lector respira confiada y suavemente, hay otra pascaliana, otra saturada de angustia, de exigencia, de amonestación, de expiación, donde se perciben enrarecimientos que le recuerdan a uno a León Bloy. Olas de severidad y rigidez del Antiguo Testamento conmueven al espíritu, pero, venturosamente, otras de cristiana dulzura, como venidas del Poverello, lo tranquilizan y aquietan. Cualquiera no produce obras de este género, en las que la razón campea como señora de lo teológico, metafísico y. moral. Londoño Villegas no habrá profundizado mucho en libros o tratados de esta naturaleza, pero sí ha pensado honda y diversamente sobre su materia y los fulgores que brotan de su entendimiento, cuando la barrena y penetra, son el espectáculo atrayente de sus apartes. Tampoco las produce quien no haya disciplinado su índole rebelde, purificado su ser y cincelado cuidadosamente el alma para conseguir ejemplar elevación moral y religiosa.

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¿Quién no sabe de su catolicismo acendrado y de su cristianismo diligente que anda por el pobrerío de nuestros barrios? ¿Su grande amor no es Jesucristo? Tal circunstancia es lo que le da autoridad para tocar estas campanas que llaman a lo Alto. Y qué unidad la que resalta entre su vida, su obra y este libro. Vida austera, obra de sacrificios y edificantes realizaciones diarias y un libro esbelto, intenso, ahilado, de una prosa limpia, breve, astillosa y noble, que por ser así se hermana con los valiosos del aforismo y de lo doctrinal estricto. Frente a estas páginas experimenta uno novedad, deslumbramiento y, además, goce, como cuando se toma el agua fresca de un arroyo que baja de los montes, pero también ante ellas se siente la necesidad de gritar poco o mucho el "peccavi" y el dolor de nuestra flaqueza. Néstor Villegas Duque. Bogotá Febrero de 1970 De “La Provincia" Por el Doctor NÉSTOR VILLEGAS DUQUE Julio de 1965 Hace algunos años, en una mañana fría con tocas de niebla, salí de la casa en una diligencia de mi oficio. Ca¬minando por la carrera séptima me encontré casualmente con Hernando Jiménez, mi estimado y desaparecido cote¬rráneo, y con voz y rostro consternados me dijo: "No sa¬bes la fatal noticia? Manzanares está en cenizas. Todo se quemó". "No se salvó nada?" —le pregunté con sorpresa indecible—. "Nada", fue su respuesta. Casi llorando co¬mentamos unos pocos minutos la catástrofe tremenda y luego nos separamos, porque ambos andábamos de prisa. Yo empecé a ascender por una de las calles del oriente, frente a la cortina gris, con el alma destrozada. De re¬pente, recobrando mi dominio, se me ocurrió exclamar hon¬damente: "Me quedé sin pueblo!" Un súbito entoldamiento me sobrevino, el dolor me poseyó del todo y me hundí en esa reflexión. Habrán cavilado muchos en lo que es quedarse uno sin pueblo, sin el que lo vio nacer? Es éste un sentimiento des¬garrador. Quedarse uno sin su pueblo es quedarse en el vacío. El lugar del nacimiento es un punto de referencia y de apoyo espiritual que no se puede perder. Es uno de los fundamentos de la persona. Su desaparición conturba la vida interior, la restringe y la contrista. Este quebranto y privación deben asemejarse al de ig¬norar el apellido propio, lo que es tan angustioso que obli¬ga a adoptar alguno. El abolengo es base de lo que somos. No saber de dónde venimos, desconocer el río de nuestra sangre, debe ser de una aflicción suma. La calle de la gran ciudad o el pueblecito que al nacer nos dio su luz se hacen entrañables en nuestro ser. Siem¬pre que yo nombro devotamente a Manzanares experimen¬to la emoción de inefables días. Hay tantas y tan dulces y tan mezcladas resonancias en el concepto de madre. Y entonces, al modo del Maestro de Monóvar en "Los Pue¬blos", yo me acuerdo también de los Sarrió míos, que han dejado apagar sus ojos, crecer sus barbas, descuidar sus ro¬pas y perder su garbo; de mis viejos parleros, gozosos y vi¬vos, o sencillos, silenciosos y místicos; y de mis ancianas piadosas,

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señoronas y afables. Pero, en más, me resaltan en el recuerdo el paisaje, las casas y las callejas. El pano¬rama me seduce por los altos riscos, por los cerros desga¬rrados, por la eminencia hermosa del “Guadalupe", por las pendientes rápidas, que me llevan a Esparta, porque el ascenso impetuoso de estas cumbres me evoca el arrebato del Taigeto. Y ello me explica la serena fortaleza de los hombres que habitan estas escarpas y su capacidad de su¬frimiento. Y en cuanto a las casas y a las callejas, aque¬llas tienen una tonalidad viva de acogimiento y otra amortiguada de pobreza;y éstas corren de un extremo a otro por piedras y asfaltos, tejiendo la historia tranquila del poblado. Pero Manzanares ha cambiado y no para su provecho, no obstante que su juventud es hoy más numerosa y más bri¬llante. Lo que sucede es que esta juventud está ausente. Tengo para mí que el tiempo mejor de su existencia fueron los primeros treinta años de este siglo, cuando le servían hombres de la talla del Padre Hartmann, don Urbano Ruiz, don Alejandro Hurtado, don Francisco Monsalve, Tobías Jiménez, don Alberto y Hernando de la Calle, Carlos Vásquez, Manuel Castaño, Benjamín Gómez, don Miguel, Ro¬berto, Bernardo y Salvador Ramírez, Luis Emilio Arístizábal, Enrique Ospina y Eusebio J. Cardona. Era la época del comercio, de la industria, de los afamados colegios, del periodismo, del teatro, de la poesía y de los cantos. Ahora no hay este dinamismo creador, sino que más bien ocurren casos tan deplorables como el del año pasado, en que ni una vez se reunió el Concejo por disenciones partidistas, y como el de cierta tendencia de los mejores hombres nuevos a dilapidar sus dones en los manejos enredosos de la polí¬tica nuestra. Hace ya más de dos años que Manzanares llegó a su fe¬cha centenaria y esta es la hora en que no ha podido cele¬brarla por falta de obras públicas y de medios para hacerlo. La causa? En parte la desidia de sus hijos, pero, principal¬mente, la indiferencia del Estado. Y es que el Gobierno no se quiebra los ojos en el Oriente del Departamento, en lo que por antonomasia se ha llama¬do "La Provincia", y hace caso omiso de sus tierras, de que allí posee una reserva humana de primera clase y de que en su extensión clama un deber de indeclinable cumpli¬miento. Existe como una prerrogativa o ley de gravedad pro¬tectora que lleva los recursos del erario al centro o a los otros puntos cardinales, con irritante injusticia. Injusticia, porque Marulanda, tesoro caldense, tanto por su industria lanar, como por la excelencia de su pueblo, ne¬cesita atención especial y constante. Injusticia, porque no se debe dejar perecer a Manzana¬res, pudiendo salvársele con un estudio técnico de su mi¬nifundio, de su suelo erosionado, de sus pequeños cafeta¬les, de su agricultura precaria, de su ganadería pobre, de su salud pública deficiente, de su educación descuidada y de sus fallas sociales visibles. Injusticia, porque Pensilvania, siendo un potente y noble conglomerado de gentes nobilísimas y laboriosas, con una juventud que, por lo inteligente y gallarda, es de las van¬guardias más promisoras de la República, merece conside¬ración permanente y solícita. Injusticia, porque Samaná, Marquetalia y Victoria, de meritorios pobladores y de vastos cultivos, requieren no pocos auxilios. Injusticia, porque La Dorada, así por la fertilidad de su suelo, cuanto por el empuje de su población y por la belleza de su comarca, es de los orgullos de hoy y seguramente de mañana en la extensión de Caldas, y como tal debe asis¬tírsele y mirársele. Y volviendo a Manzanares, cuan posible le sería a un jefe de Gobierno, sin costos de importancia, contribuir para que se mantuviera al frente de su parroquia a un sacerdote par¬ticularmente emprendedor y aplicado, como es el que hoy la rige, pues en nuestros distritos el cura es el primer factor del adelanto; dirigirle una nota al señor Rector de la

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Universidad, para que una comisión de sus estudiantes y pro¬fesores de agricultura, veterinaria y medicina estudiaran ese municipio, recorriéndolo a caballo, y dictaminaran sobre la solución de sus problemas; enviarle otra a su Secretario de Educación, para que se trasladara a su localidad y a sus campos, con el fin de mejorar su cultura y atender a sus necesidades escolares; y remitirles otras igualmente al Con¬cejo y al alcalde del pueblo para comprometerlos en estas iniciativas y actividades y para que pusieran en marcha una acción comunal enérgica. Ni el Gobernante ni los ciudadanos deben dejar morir a los pueblos, con mayor razón siendo éstos jóvenes, porque ellos sería un crimen imperdonable. No es racional ni ho¬nesto que el progreso de una región de Colombia pase, pa¬ra su conveniencia, por encima de poblaciones desfallecidas que le han dado generosamente vidas numerosas, preclaras y útiles. Sería monstruoso ver con indolencia y desapego sucumbir a una ciudad, cualquiera que sea su pequenez, porque ella es un cuerpo social lleno de valores de la mate¬ria y preferentemente del espíritu. Entre éstos no es de estimación extraordinaria la suma de anhelos, de amores, de resoluciones, de pensamientos, de decepciones, de sufri¬mientos de todos nuestros antepasados? Y no es todo esto un haber sagrado que pertenece al reino de lo reverente y sublime? No es ello la sombra augusta de las almas? Y en semejante tesoro sentimental y espiritual, siendo mucho, no están también los muertos? Ah! Al escribir esto surge en la memoria la venta de la aldea estadounidense que hicieron sus habitantes a una compañía de petróleos y que unánimemente declararon nula, cuando uno, ya habiéndola desocupado y ya todos en camino y lejos de ella, gritó emo¬cionado: "Y nuestros muertos?" Mussolini le demostró al mundo cómo pueden resucitarse aldeas y ciudades con va¬rios siglos de muerte, casi enteramente ya enterradas. Y la Italia de hoy las muestra florecientes. He borrajeado estos párrafos para "CALDAS EN CO¬LOMBIA", porque nunca sobrará lo que se diga en bien de "La Provincia". GALAXIA – ULTIMA OBRA DE ALFONSO MEJIA ROBLEDO Me senté yo en los bancos del antiguo Colegio Oficial de Manizales en compañía de Alfonso Mejía Robledo y juntos recibimos las primeras lecciones literarias de la voz docta, firme y segura de Don Francisco Marulanda y habitamos en la atmósfera diáfana, espiritual y superior que él formaba donde estuviese. Aún recuerdo que en los torneos animados en su clase éramos vencidos los estudiantes por la prosa magnífica y precoz de Gonzalo Restrepo Gutiérrez, por las fábulas ingeniosas de Joaquín Carvajal y por los versos inspirados de Alfonso. Después perdímoslo de vista los de su grupo. ¿Qué había sucedido? En alguna parte escribí algún día: "El misterio de la sangre es apasionante y sorprendente como el mar, su origen, al decir de la ciencia, porque es el mar mismo el que se entra en nuestras arterias y golpea en sus ramificaciones. ¿Y qué decir del abolengo, una de sus corrientes más dilatadas y arrolladoras, que nos trae influencias hasta de los primeros hombres? Esto podrá explicar el impenetrable por qué de ciertos caracteres que van por algunos apellidos, como distintivos físicos y espirituales, siempre reconocibles y presentes. Porque no puede negarse que quien dice Lleras en Cundinamarca, dice de condición inteligente; que quien dice Restrepo de la Montaña, dice de mente clara y de facultades organizadoras o de gobierno; que quien dice por allá mismo de Arango, está tocando con la magistratura; y que quien, sin salirse de las mismas breñas, habla de Hoyos, está nombrando sacerdotes y representantes del foro". Justamente su apellido Robledo habíase llevado a Alfonso en aventuras estudiosas por el mundo. Posiblemente obró también en ello el apellido de Mejía, pero estamos seguros de la mayor influencia del primero, porque quien cita a éste alude a hombre emprendedor,

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esforzado, inteligente, solícito y resuelto. No en vano el Mariscal, quien es su figura preclara y primera, fue de la raza de héroes, según expresión de Cunninghame Grham, y noble y valeroso, en palabras del Maestro Maya. Algún tiempo después de su separación del Colegio, se sabe de Alfonso que está haciendo estudios de Filosofía y letras en Alemania y Francia; que recorre luego otros países europeos y americanos; más tarde, que su nombre tiene resonancia en Panamá como autor de un libro sobre los hombres importantes de este país; corridos unos años, que está organizando una exposición comercial e industrial en Pereira; que casi enseguida y en Bogotá preside otra exposición de igual naturaleza; y que asimismo y en tiempos posteriores despliega intensa actividad en las Antillas, Centro y Sudamérica como conferenciante y periodista, especialmente en el Salvador, donde llega a ocupar elevado cargo diplomático y donde alcanza brillante posición de letrado y hombre de progreso. De su labor literaria se encuentran publicadas varias obras: tres novelas; una memoria de los certámenes industriales que dirigió; una historia del conflicto amazónico entre Colombia y el Perú; un diccionario biográfico y bibliográfico de Panamá; y seis libros de poesías, de los cuales Galaxia es el último en su orden. No conozco más novela suya que Héroe sin ventura, mas creo que ella sola basta para darse uno cuenta suficiente de lo que vale el novelista en Alfonso. Esta novela es el relato, en parte imaginario, de un real episodio de nuestra última guerra, con proyecciones hasta nuestros días. No solamente está ceñida a la geografía de su ámbito, sino a la verdad y cronología de algunas acciones bélicas de aquella contienda. ¿Es una novela histórica o una historia novelada? Quizás mas bien esto último y tiene como singularidad una prosa vigorosa y ática, que se conserva así desde el principio hasta el fin, sin un solo desmayo. En cuanto al interés del relato, está él tan bien logrado que quien comience su lectura habrá de terminarla, porque ejerce dominio inevitable. Casi sin vacilación y con base en esta novela puede afirmarse la preferencia de Alfonso por la escuela clásica, que crea el personaje como héroe, distinto de cualquiera otro y hasta como objeto y fin de la obra; que en su desarrollo busca el orden, la estabilidad, la claridad, la coherencia y la presentación de un medio y de un tiempo; y que destaca como figura eminente y predominante al autor, soberano de personajes, particularidades y episodios, con poderes absolutos dentro de su concepción y texto. Muy alejado del costumbrismo, que estuvo tan en boga entre nosotros y que alcanzó culminación espléndida en escritores como Carrasquilla, no entró tampoco Alfonso en la corriente renovadora de la novelística americana aparecida hacia los años veinte, que saltó a Europa con los nombres de Jhon Dos Passos, Steinbeck y Hemingway y que estimuló la evolución cumplida entre numerosos autores, como Proust, Camus, Kafka, Joyce, Faulkner, Carlo Leví, Bruzzetti, Elio Vittorini, Goytiselo, Hortelano, Sánchez Ferlosio. Para una formación literaria tan estabilizada, seria y densa como la de Alfonso no es de predilección una novela que hace coautor a quien la lee, con adelgazamiento de quien la escribe; una novela que utiliza frecuentemente, cuando no descuidada, una prosa seca, sencilla, casi periodística; una novela en la que el tiempo no transcurre, porque ha perdido el sentido de duración y porque actúa sobre instantes, sobre espacios, a la manera del ojo del cinematógrafo; una novela con tendencia al subjetivismo sobresaliente; una novela que no es carruaje detenido o de marcha lenta para observar una faz limitada del vivir del hombre, con calendario e itinerario fijos, sino un vehículo raudo, semejante a una cápsula espacial, donde hay simultaneidad permanente en un momento veloz, único y siempre presente, a la cual penetran de seguido, a modo de meteoritos, seres, circunstancias y fenómenos y en cuyo interior se contempla libre y

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espontánea la realidad humana, sin limitaciones, jerarquías y diferencias y sin señalamientos acatables de estilo y de forma. Su labor biográfica, bibliográfica y de apuntaciones industriales persiste. Actualmente está publicando una obra que se llamará Vidas y Empresas de Antioquia Tal publicación es sin duda el resultado de un trabajo prolijo y espinoso, en el que se requieren capacidades especiales de investigador, conocimientos muy varios de técnica y una verdadera instrucción y dominio sobre los rendimientos de la mentalidad antioqueña. Recuerda esta obra, al menos en parte, la extraordinaria y meritoria de José Rafael Muñoz : (Luis Bernál), notable periodista al servicio de “El Espectador" en su época medellinense, quien en más de diez años de paciente tarea reunió en un número de volúmenes superior a novecientos la producción de no menos de mil ochocientos autores de los dos Departamentos antioqueños. En esa colección que él llamó "Biblioteca gran-antioqueña" figuran todos los hombres ilustres de lo que desde hace tiempos se ha llamado la Montaña. Desde luego, el estudio y el esfuerzo de Alfonso difiere del de Muñoz en lo que lo suyo no será el acopio de cuanto haya surgido espiritualmente en tan diligentes comarcas, sino la presentación hábil, competente y en cierto modo escogida, con valoración fina y elevada, de lo que más ha significado la inteligencia en aquella familia de la patria. ¿Y qué decir de Alfonso como poeta?. Sencillamente, que lo es, porque tiene lo mejor del hombre, que es la emoción, al decir de Goethe, y porque la naturaleza le dio el don del canto. Así como con la novela, ha situado Alfonso su labor poética más del lado de lo clásico y de lo que fue el Modernismo, a gran distancia, en todo caso, de la orientación actual, poseedora de especial instrumento dióptrico para contemplar y traducir lo bello, que distorsiona la imagen estética. Esta circunstancia le da sitio a su creación lírica en la amplitud espacial del arte y no en la esquina cerrada y contendiente de los cultivadores contemporáneos del verso. En el canto de "Galaxia" y "Númenes del viento" -que es el que conozco—, .como seguramente también en el de "Horas de paz", "Mater Dolorosa", "Arcilla dócil" y "Piedras del Camino" resaltan la sensibilidad sentimental y la emoción intelectual de que habla Valéry, como dones del espíritu poético de Alfonso. Hojeando solamente a "Galaxia", se halla en "El Infinito" y en "La luna violada", por ejemplo, la conmoción de la mente ante la grandiosidad y misterio del universo y ante las "praderas espaciales" de nuestros astros y constelaciones. Sabe darles valores poéticos a motivos científicos y abstractos. De otro lado, en composiciones como "Mi retoño de invierno" encuentra la sensibilidad sentimental tan intensa, delicada y temblorosa que el alma del lector se ablanda y se enternece. En esta última poesía aflora lo más entrañable, dulce y preferido del hombre en forma que por su encendimiento y sencillez vale por sí sola para darle honores de poeta a quien tuvo la afortunada elevación de escribirla. Leyendo las páginas líricas de "Númenes del viento" y "Galaxia", recuerda uno las de Blanca Isaza y Juan B. Jaramillo Mesa, las nuestras más cercanas, y las de los poetas de América Hispana del primer cuarto de este siglo, tales Rafael Alberto Arrieta, Arturo Capdevila, Felipe Pichardo Moya y aún el mismo Chocano, por el atavío idiomático del verso, por las presencias múltiples en su obra, la amada, la familia, su tierra, el Niño Dios, el campo, los seres domésticos, que exhalan las finas esencias que contienen en la flor de sus estrofas. Esas presencias lo revelan como creador literario, pues crear en este campo es poner original, artística e inteligentemente varias cosas en contacto. Vale la pena anotar que en la significación y música de esta producción lírica de Alfonso trasciende, como hossana, una filosofia subjetiva alegre y entusiasta de la

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existencia. Tras de toda faena literaria, así en la prosa como en el verso, se advierte una fuerza de fervor que se comunica a quien se le acerca. Pero si el novelista y el poeta valen en este escritor nuestro, cuánto vale también el hombre por su trayectoria de dignidad y decoro y por sus curiosidades múltiples. Sus años han discurrido invariablemente en afanes nobles, con predilección del arte Le da a uno la impresión de un exaltado de la cultura, más concretamente novelista y bardo de romería, e interminable gira intelectual, a quien cautivó tempranamente en Manizales el Espejo de la Andante Caballería y a quien por ello omnipotencia del espíritu le cayó como un rayo, le volatilizó la materia y le tornó nube viajera por los cielos y latitudes nuestras. ¡Qué vida la de este caldense eximio tan desconocida y tan total, simultánea y bellamente realizada, con una especie de tropismo estético, en el mundo complejo del espíritu! NESTOR VILLEGAS DUQUE PAGINAS ESCOGIDAS Citando la frase de Pascal que "nunca los san¬tos se han callado" y deseando que lo mismo pu¬diera decirse de todos los devotos, un francés ilus¬tre escribió que "en materia de literatura y de arte, no menos que en la vida, la primera obligación que crea el amor es dar testimonio de lo que se ama". Estimulados por este concepto es para nosotros gratísimo expresar que hace pocos días tuvimos el privilegio de recibir el libro "Páginas Escogidas" de doña Blanca Isaza de Jaramillo Meza, como pre¬cioso regalo de su esposo, el insigne Maestro Juan Bautista. Ante esas páginas se ha solazado nuestro espíritu, como ante las de sus otros libros, que he¬mos leído devotamente. Sobre la alta poesía de doña Blanca han escri¬to prolijamente nuestros literatos más famosos, así como muchos de otras latitudes. Igual cosa ha su¬cedido con sus producciones en prosa. Florece el alma lírica de esta gran señora de nuestras letras en todos sus versos y también en su prosa, pero en esta se da uno mejor cuenta de la plenitud de sus dones. La libertad y la amplitud que da esta forma artística favorece la mayor y más fácil expansión del alma. Aparte de la inteligencia e ilustración que hay en todos sus escritos, la suma de particulari¬dades estéticas y personales que ella guarda los hace esmerados y excelentes. Numerosas son estas particularidades, pero hay algunas que sobresa¬len mucho, entre ellas una religiosidad de las más entrañables y acendradas que uno pueda conocer. Tal vez ella es más aparente en sus versos, pues en el pequeño libro poético “Alma”, por ejemplo, junto a un inspirado y encendido “Canto de Plenitud”, que es un amoroso diálogo filial con Dios, hay trece sonetos dedicados a Cristo, quien fue inspiración permanente de su vida y sus estrofas. Otra particularidad señalada en esta obra lite¬raria es la suma nobleza y bondad que la lle¬nan, con permanente tensión interior. Anchura espacial tiene ella para todos los miramientos del corazón. Lo áspero, duro o hiriente no aparecen nunca en renglón alguno. Sus juicios de los hom¬bres pasan por sobre los pecados y flaquezas de ellos, cuando existen, sin determinarlos, con el ánimo solo de exaltar con justicia las prendas que les adornan. Leyéndola, tiene uno la sensación de que, debido a la alquimia de sus frases, hay como una transmutación generosa de los seres y las co¬sas. Aún más: por lo profundo de esta prosa discu¬rren, cual "mezza voce" una honradez y una dig¬nidad diáfana y firme, que le dan categoría respe¬table. ¿Y qué decir de la capacidad de emoción, del sentimiento, el mismo de sus versos, que por múltiples

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apartes y capítulos se extiende como una vehemencia cordial, en posesión de lo mejor de la persona humana, según palabras de Goethe? Sus páginas son momentos u horas de encendi¬miento y concentración, en los que lo subjetivo esplende. Y en cuanto a lo formal, qué prosa tan opulente, tan fácil, tan culta, tan castiza, dueña de mu¬chos atributos, hasta del número que se extrema y perfecciona en la armonía de sus cantos. Joya de nuestra literatura es el bello libro que ahora comentamos. NÉSTOR VILLEGAS DUQUE "La Patria" – Manizales El medio siglo de"La Patria" NÉSTOR VILLEGAS DUQUE Francisco José Ocampo, uno de los colombianos más eminentes y quien se recata hoy en discreta penumbra, ha tenido el privilegio de que las cosas que ha fundado hayan tenido extraor¬dinario éxito. Tales, por ejemplo, el Banco del Comercio y el periódico "LA PATRIA". Cuando lo puso, a circular induda¬blemente fue pensamiento de Francisco José que su periódico se ocuparía por lo alto de los problemas de Colombia, pe¬ro en particular de los de Caldas, de sus principales hechos, de su porvenir, de sus horas difíciles o afortunadas, de los remedios y recursos para sus necesi¬dades todas. Y objeto preferido de este propósito inicial fue la cultura de nues¬tra comarca. En desarrollo de tan múltiple desig¬nio se han distinguido todos los ilustres directores de este diario y sus notables redactores y colaboradores, entre los que sobresalen ahora los muy prestigio¬sos José Restrepo y Restrepo y su hijo Luis José. Atributo de excelencia en sus páginas ha sido la elevación del porte y del estilo, que le ha dado a ellas categoría eminente en la prensa del país Y en lo que pensó también su fun¬dador, como en característica señaladade su obra, fue en que, andando los días el nombre de "LA PATRIA" co¬rrespondiera -exactamente en su signi¬ficado al de casa u hogar espiritual de los caldenses así de los veteranos de lapluma, como de los que han ido ha¬ciendo sus primeras armas en las letras,durante el curso de, los años sin esclusivismos políticos y dentro de una completa libertad muy digna de alabza. "LA PATRIA" ha tenido firmes opiniones propias, pero sus columnas sé han ofrecido a quienes las tienen di- ferentes, con abundosa generosidad y gran nobleza. Por tales aspectos este es¬pléndido diario puede asemejarse en ..cierto modo a "El Día", el semanario de la Nueva Granada del que se dijo que era como la casa del cura en los versos de Pombo pues por su pro¬tección "se formaron como escritores más de un centenar de colombianos" y "lo mismo acogió él y puso en escena al liberal que al conservador, al blanco que al mestizo, al romántico que al cíasico, al católico ortodoxo que al libre pensador” Se destaca de tal modo la tarea de este magnífico diario en el desarrollo espiritual de Caldas que son pobres las palabras para reconocerla y exaltarla. Durante sus cincuenta años de existen¬cia ha sido entendimiento, consejo, orientación, estímulo, defensa, sanción, lauro del vivir caldense. Y a la realiza¬ción de todo esto ha contribuido la brillante tertulia vespertina y nocturna de sus oficinas, formada por nuestros letrados más salientes, que en sus prin¬cipios llegó hasta darle al castellano de nuestros propios lindes una modalidad de vínculos visibles con el -pasado- mo¬dernismo. No se puede concebir el ser de nuestro antiguo y nuevo Depto. sin "LA PATRIA", esta llama del pensa¬miento que ha sido como vida de su propia vida. Con inmenso regocijo celebran hoy la nación y nuestros pueblos este quin¬cuagésimo aniversario poco común por -sus méritos sobresalientes, que es al mismo tiempo

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vaticinio venturoso para esta publicación de tanta honra en el periodismo de Colombia, a la cual hoy rodeamos con legítimo orgullo y con nuestras más efusivas felicitaciones. . Humberto Jaramillo Ángel No conozco personalmente a Hum¬berto Jaramillo Ángel, pero sí sé de su espíritu, porque de él he recibido deli¬cadísimas atenciones y porque he entrado en sus artículos y libros. ¡Y qué selecto espíritu! . Es muy difícil encontrar en otra persona una vocación más definida por las letras que la que domina la vida toda de Jaramillo Ángel. El vocare de los latinos esplende dentro de él y lo domina Es una fuerza interior que rige todos los impulsos nobles de su ser y que le mantiene de caminante por los campos de la literatura. En ninguno de sus días deja de oír el llamamiento a la labor espiritual, con acento de disciplina y de orden, al que obedece gozosámente, porque eso es la finalidad alta y preferida de su existencia. Todas las literaturas han sido objeto de su curiosidad y estudio, mas ningu¬na como la francesa. No hay manifestación de ésta que desconozca. Y es tal su inclinación a informarse de ella, que hasta en lo geográfico se ha detenido con indagadora observación. Por ejemplo, sin haber puesto nunca el pie en ninguna calle o rincón de París, se mueve en esta ciudad como si hubiese sido ella alguna vez y por tiempo largo su lugar de residencia. No menos de una docena de libros . ha escrito este siervo de su tiránico ideal, entre cuentos, prosas líricas, en- sayos y otros estudios literarios. Ha respondido al estímulo nativo de su Calarcá intelectual, sede de cultura que tiene el privilegio del pensamiento en la Hoya quindiana, como lo tiene Salamina en el norte caldense. Particularidad muy notoria en la obra de Jaramillo Angel es que ella se abre y desenvuelve en ámbi¬to esencialmente quindiano, muy espe¬cialmente sus cuentos. "Se cruza un puente de hierro, firme y ancho - es¬cribe en alguna de sus páginas—, y se está, ya, en las propiedades deAzarías Pérez. Unos potreros se extienden a lo largo del río. Luego de los potreros quedan los cafetales, las sementeras de plátano, la casa, un pequeño jardín, las máquinas para beneficiar el café, un .patio espacioso y unos carros que sir¬ven, en cosecha, para movilizar la carga hacia la ciudad. La casa, amplia y llena de aire, es de dos pisos. En el jardín hay un fuente cristalina y azul. En el huerto, árboles frutales y en los con¬tornos mucha vida, mucha actividad y mucho trabajo". Pero peculiaridad mayor de su obra literaria es la presencia constante en ella del viento. En alas del viento va por los pueblos y caminos, tornando notas para sus relatos y meditaciones. El viento es su compañero. De él escri¬be: "Hoy sí ha nacido el viento. Y ha nacido fuerte, bravo, ululante, alegre y hermoso, como ceñido de nardos, de lises, de rosas, de tirsos y amarantos. Un viento nuevo. Alto. Bajo. Acari¬ciante. Impertinente. Sonoro y amigo de quedarse, como una floración de mirtos, en las verdes copas de los árbo¬les, en el liso pelo de las bañistas, en las azules aguas y en las alas de los alcatraces y las gaviotas. Viento de luz, venido de remotos confines....Hoy sí ha nacido el viento". Y su imaginación le dicta ésto: "Noche de bruma. Hela¬da. Con lejanos perros de viento". Por algo también llama a su último libro "Regreso del viento". Astillosa, ágil, saltadora y reiterativa es la prosa de este nobilísimo obrero del espíritu. Sus párrafos son como ha¬ces de expresiones desligadas, pero jun tas, por entre los cuales se oye el discu¬rrir discreto y emocionado de una poe¬sía espontánea y

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obstinada, con brillos de sorpresa, como los de Tomás Calde¬rón o de Carranza. "Buscaremos tam¬bién un velero de colores que nos lleve, como en un poema, mar adentro", agrega en un diálogo de "Tú, el Mar y el Viento". Cuan valiosa labor de cultura realiza este caballero del ideal, cuyo nombre se encuentra con honra al lado de los de Antonio Cardona Jaramillo, Eduar¬do Arias Suárez, Adel López Gómez, Fernando Arias Ramírez, Baudilio Montoya, Carmelina Soto, Carlos Res-trepo Piedrahíta y algunos otros no menos notables más, pertenecientes a su comarca espiritual y bella. NÉSTOR VILLEGAS El Maestro Discurso pronunciado por el doctor Néstor Villegas D., Director de Educación Pública de Caldas, en el Día del Maestro. Sr, Gobernador del Depto., Señor Rector del Instituto Univer¬sitario, Señores Profesores de la Instrucción Secundaria y Pri¬maria, meritorios maestros, señoras y señores: Al reunimos aquí para celebrar la fiesta del magisterio y al pronunciar estas breves palabras para rendiros el homenaje de admiración y gratitud del Gobierno y el mío propio, con especialidad a los señores José Dolores López Castaño, Ma¬nuel Murillo, Celmira Piedrahita Quiceno, Gonzalo Tobón Márquez, Rvda. Hermana Matilde de la Presentación, Ligia Aguirre Botero y Ovidio Pineda Ospina, nuestras condecora¬dos de este día con las Cruces de Camilo Torres y Francisco José de Caldas, yo os declaro que de todas las figuraciones o metáforas empleadas para representar al maestro ninguna me ha satisfecho tanto como la de sembrador. Sentí yo esto con viveza singularísima un día en el que, después de pasar por delante de "El Pensador" de Rodin y recibir su influjo de me¬ditación, penetré en el Museo de este artista inigualable y me detuve frente a una escultura suya, pequeña y grandiosa, "La Mano de Dios". El genio, con imaginación extraordinaria, con¬cibió y plasmó la creación de Adán y Eva en una mano her¬mosísima, varonil y perfecta que tiene entre sus dedos un pe¬dazo de arcilla, objeto de presiones y contactos genitores om¬niscientes, para ver de figurar el cuerpo del hombre. Surgió, pues, ante mí la mano omnipotente; mas, en esos momentos, por correlaciones muy explicables, pensé en quienes me ha¬bían formado en la escuela y el colegio, los recordé agradeci¬do y en mi interior apareció la mano sembradora. No se puede negar que entre las cosas más estéticas y ad¬mirables del mundo, por su lenguaje, su gracia y su elocuen¬cia, está la mano: es níveo manojo de flores inefables en la mujer bella; fuerte, munífica y autora de seres en el Señor del Universo; dulcísima y amorosa en nuestra madre; compa¬siva y suave en la Hermana de Cristo o en la de la Cruz Ro¬ja, robusta. y callosa en el obrero y el cultivador del campo; Inspirada y sorprendente en el artista del pentagrama, del cin¬cel, del lienzo y de la pluma; descarnada, tal vez sarmentosa, fina y creadora en los sembradores del conocimiento. A vosotros os dio .la suerte la vocación augusta de ser los artífices de lo ideal. A vuestras manos sapientes os llega en virginidad absoluta la mayor maravilla de lo existente visi¬ble, la neurona cerebral, prodigiosa, donde se confunden en tran¬sición desconcertante la materia y el espíritu. Y por ese como puente pasáis y hacéis vuestra, pletórica de posibilidades, pero aún intocada, el alma infantil misma. Entonces, del semente¬ro que cuelga de vuestros hombros tomáis vuestras semillas, las minuciosamente escogidas por vuestra bondad e ilustración y las depositáis en los surcos cerebrales tiernos, ávidos de ger¬minación y de granaciones múltiples, para que reverdezcan en las mentes niñas. ¡Qué labor tan soberana y majestuosa! Esos surcos son vuestra tierra labrantía, novísima y millonaria de promesas, ofrecida precisamente cuando esplende la aurora y sonríe la mañana. Siguiendo casi literalmente al poeta

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po¬dría decirse que vuestras acuciosas palmas encierran el mun¬do de todos los bienes, y hasta de todos los males, si torcéis vuestros fines. Manejáis los sutiles y primordiales hilos de la inteligencia y la más imponderable y noble seda de la mate¬ria, qué en su pureza y tersura sobrepasa infinitamente a la gota del roció y al pétalo de la rosa, ¿No poseéis así el destino de los hombres? ¿No es acaso vuestra tarea la más alta y gloriosa? Pertenecéis a la catego¬ría de las deidades familiares benefactoras, porque es de crea¬ción vuestra vida. Sois los sembradores de lo impalpable, de lo eximio y de lo sagrado. Sois nada menos que los sembradores de la luz. ¿Podrá decirse algo más grande? ¿Podrá alguien superaros? Por eso yo en esta hora ritual de vuestros días os rindo mi admiración y reconocimiento, muy especialmente a nues¬tros agraciados de hoy, quiénes han dado honra y lustre a nuestro Departamento, a nuestra patria, con haber dedicado su existencia a la formación de nuestros niños, en despliegue de abnegación y constancia incomparables. Y con toda la emo¬ción de mi alma, con la cordialidad más encendida de mi co¬razón, con la suma de mis mejores sentimientos, estrecho, con¬movido y honrándome, vuestras manos sabias, vuestras ma¬nos buenas, vuestras manos insomnes, vuestras manos casi di¬vinas, vuestras manos sembradoras. NESTOR VILLEGAS DUQUE EL HOMBRE Y SU CAMINO Boceto Biográfico del doctor Heriberto Arbeláez El doctor Néstor Villegas Duque, ilustre pediatra colombiano, acaba de publicar, con el título de "El Hombre y su Camino", un libro en el cual recoge la biografía de un también insigne com¬patriota colega suyo en la delicada es¬pecialidad de la Medicina Infantil, el doctor Heríberto Arbeláez, quien de humilde niño campesino que cada domingo sacaba a vender una carga de leña en las calles de Marinilla, pasó a ser un profesional de gran fama y un diplomático que representó dignísimamente a Colombia en el exterior. El siguiente es el capítulo final del apasionante libro del doctor Villegas Duque: Hemos dicho que en su actividad diplomática en nombre de Colombia desempeñó Heriberto Arbeláez los siguientes cargos: en París, durante diecinueve años, los de secretario de la Embajada, consejero y ministro con¬sejero de ella y cónsul general central; y en Nueva York, por espacio de tres, el de embajador en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Estando en estas últimas funciones, la salud de su esposa decaece en forma seria, que preocupa, y entonces se ve obligado a renunciar su misión oficial y a trasladarse a Cali, en busca de medio y clima mejores para su querida enferma. Mas la mejoría anhelada no se presenta, sino que la situación se agrava progresiva e inconteniblemente y en el mes de agosto de 1972 fallece doña Helenita Bermúdez de Arbeláez. Para Heriberto es la catástrofe de su existencia. Desde entonces se radica definitivamente, y ahora es el habitante solitario de un departamento en el norte de la ciudad. Sus Tres Amores A excepción de sus padres, a quienes, venerándolos, les dedicó el más hondo y puro de sus afectos, tres han sido los amores de este batallador recio y de corazón inmenso: su esposa, su profesión y la ciudad de París. Doña Helenita, la esposa, le ha dado felicidad y gloria. Felicidad, porque lo ha amado entrañablemente, porque lo ha comprendido hasta en su intimidad más honda y porque inagotablemente le ha ofrecido sus mejores dones de bondad y fiel ternura. Gloria,

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porque ha contribuido muy eficazmente a su prestigio en toda la sociedad bogotana y porque le ha prevenido y le ha dado su asistencia inteligente y valiosa en las posiciones destacadas que ha ocupado en Colombia, Estados Unidos y Europa. En cuanto a su profesión, ella ha sido su obra, el fruto de sudores incontables y de esfuerzos sin medida. En ella ha fundido su ser abnegada y heroicamente. Respecto a París, esta ciudad ha sido centro trascendental de sus estudios y sitio de dichas y de numerosos deslumbramientos espirituales. La ha vivido intensamente en las ciencias médicas, en la música, la pintura, la escultura y el teatro, en las manifestaciones más diversas de la cultura. Además, para gozar de ella, ha tenido por largos años la holgura y las ventajas de su categoría oficial. La Soledad Sobre Heriberto ha caído la tarde de la vida y en él se han cumplido las leyes naturales, inexorables, duras y exactas del tránsito humano. Sus alegrías, sus triunfos, sus honores han pasado a la historia. Pero este crepúsculo es de una policromía espiritual nada común: su obra se ha desplegado en su perspectiva con tonos vivos de honra, decoro y enaltecimiento. Triste, profundamente triste es para él el fenecimiento de todo lo que más ha amado, de lo que con tanta lucha ha conseguido, de lo que ha sido su recompensa y éxito, y el verse hoy reducido a vivir, después de haber gozado de la amplitud de un mundo, en un recinto estrecho, helado, y solo, de desolación irremediable. Cuando los primeros amigos, a su llegada, han ido a visitarlo en su habitación, casi, casi que al verlo le han desconocido, como a Job, Elifaz, Baldad y Sofar, y casi también como ellos han rasgado su manto y esparcido polvo por el aire sobre sus cabezas. Así es su tribulación de extrema. Quien esto escribe, cuando va a verlo encuéntralo sentado en viejo asiento, junto a un rimero de periódicos, entre dos radiadores eléctricos y cómo envuelto en esa sombra discreta e inmaterial con que el dolor envuelve a los seres, eso sí, siempre cerradamente callado, como queriendo ser imperturbable estoico, de honda congoja con serena apariencia. Su soledad impresiona. Le hace recordar a uno el monasterio del Cister: "O Beata solitudo! O sola beatitudo!". Diariamente llegan parientes y amigos a distraerle, pero ellos no alcanzan a traspasar el cerco de su pena, donde el aislamiento y el silencio reinan. A esa soledad no llegan ni personas ni em¬peños, pues estos cual si fueran seres, también entretienen, interesan y acompañan. En las mañanas, al abrir los ojos a la luz del alba, nadie aparece, nadie se oye y nada para emprender se ofrece. Infinita es la tabla rasa de su existencia. Pero no: en esta aflicción hay algo que surge. El pensamiento no admite parálisis, aunque discurra tardo, y en las noches y en los largos silencios su desdichado mundo interior se puebla de fantasmas y de pasados hechos. Trozos de la dulce vida con su esposa, encendidos por la memoria y la imaginación, cobran pasajera y nueva vida para el regusto doloroso y ya distante. La profesión se viste también por minutos cortos o largos, de su pasada vivencia, y entonces vuelve a sentir las satisfacciones de los éxitos, de los cer¬teros y difíciles diagnósticos, de las circunstancias embarazosas, de las ingratitudes y de los agradecimientos. Se ha dicho que todos llevamos en el corazón el sitio donde nacimos. Por eso debe ser un regalo sentimental para él, triste si, volver con la evocación a su pueblo y contemplar a sus gentes patriarcales; La torre de la iglesia; el sonoro campanario de las horas litúrgicas; la plaza bulliciosa en los días de mercado y tranquila en los otros; las calles sencillas y buenas, como sus pocos y lentos transeúntes; los tejados grises, de acogedores aleros; los soles esplen¬dorosos de las mañanas brillantes, como de los

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dorados atardeceres. Y así mismo recordará también que fue en la casa de sus padres, en la escuela y el colegio, en el pensar y sentir de la comunidad, donde su mente empezó a conocer las cosas esenciales de la vida, la existencia de los diversos caminos espirituales, el desigual valor de los hombres. Nostalgia de París ¿Y París? Con esta ciudad le sucederá casi siempre lo que cuenta Francis Careo en su emocionado libro Nostalgia de París: "Me acuerdo —dice él— de una empleada de bar, que poseía un anillo robado a uno de los clientes. De miedo de ser detenida, si intentaba venderlo, lo ocultaba en su cuarto y se lo ponía para dormir. Cada noche, cuando regresaba a su morada, su primer cuidado era colocárselo en el dedo y a menudo, en el curso del sueño, despertándose la desventurada, encendía su pobre lámpara y, haciendo centellear el brillante que a sus ojos representaba una fortuna, se sentía consolada de las miserias de la vida". Qué número de veces no se recitará, como Henri Massis y Brasillac lo hacían desde la altura de Montmartre, los versículos de Péguy, en una contem¬plación de la ciudad, según el libro del primero: A lo largo de una vida:"Ciudad de más orden y de más desorden; del más grande orden y del más grande desorden, ciudad de lo solo fecundo, de la fecundidad única. Ciudad de la inquietud de una inquietud incurable, de las vicisitudes, de las tribulaciones, de la esencial tribulación. —Ciudad la más pagana, la más cristiana. Ciertamente la más católica— Capital de la lujuria, de la oración. Capital de la fe, capital de la caridad, capital de todo". Cuántas veces también no le vendrán a la memoria las otras palabras de Péguy sobre esta ciudad: "ella sola es una provincia: ella sola es un pueblo; ella sola es un reino; ella sola es un mundo; ella sola no solamente es capital de un reino, sino la capital del mundo". Y su mente la ocupará esa ciudad de la cultura, donde el pensamiento arde y conmueve el sentimiento; esa ciudad del cielo gris y de la luz suave, propicia para pensar, para meditar, para contemplar, para amar, para orar, que les da un brillo . templado a las cúpulas, a las torres, a los campanarios, a los techos, como también al agua de su Sena y al asfalto de sus calzadas; esa ciudad de las sutiles correspondencias y del espíritu concentrado y disperso aún en sus más apar¬tados rincones; esa ciudad que nos cautiva con sus mil pormenores, como los enumerados nostálgicamente por el mismo Carco: el nombre de una calle, de una estación, del autobús o del metro; la dirección de un camarada; el número del teléfono de una amiga de varios años o de solo una noche; la belleza de los castaños en flor; las terrazas de los cafés; la marcha despaciosa de un noctámbulo por la acera; el rodar de los vehículos de aprovisionamiento al alba; el ruido del último coche; el chirrido del primer tranvía; el hallazgo de un libro antiguo y deseado en el quai Voltaire y en el cajón o tabanco de un buquinista; la melancolía romántica de una pendiente de Montmartre, con sus casas antañosas, de muros escuetos, con bordes altos, tal vez semiderruidos, por donde se asoman las ramas de sus árboles. Y qué numero de veces no hace él evocaciones del Hospital des Enfants Malades y del Hospice des Enfants assites, con sus maestros Marfan, Novécourt y Ombrédanne, y también, con gran sentimiento, como Murger, de sus tiempos de estudiante en el Barrio Latino. Pasa así mismo por su memoria aquel islote de la ciudad, uno de los lugares más preciados de la tierra, porque en él ha soplado el espíritu, donde, con el concurso de los sabios del Observatorio, el mundo de los estudiantes se ha unido en amistad con el de los escritores; donde la Sorbona y el novelista incipiente respiran la misma atmósfera; donde circulan sombras de emocionante bohemia y gloria como las de Villón, Baudelaire, Verlaine.

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Notablemente vivos son también sus recuerdos de los cabarets, de los cafés literarios, hoy lamentablemente sustituidos por el bar, por el comptoir, tales entre los cabarets, El Lapin Agile, que han hecho célebre Carco, Apollinaire, Mac Ollan, Valadon, Utrillo, Max Jacob, Modigliani, Picasso; y, entre los cafés, el de Les Deux Magots; el Soufflet. donde, en su destierro se veía a Don Miguel de Unamuno conversando y haciendo muñecos con migas de pan; el Flore, sitio de reunión casi diaria de Sartre con sus oyentes y Simonne de Beauvoir, cual lo era antes de otros muchos, entre ellos Maureas, Remy de Gourmont y sus amigos; y el Paris donde resaltaba frecuentemente la impresionante figura gala de Herriot, con el pequeño periódico L'Oeuvre en el bolsillo, pues le interesaban mucho los artículos del político italiano Pietro Neni, que esta hoja publicaba. Pero más notablemente vivos son sus recuerdos del día en que fue condecorado con la "Legión de Honor" y de grandes solemnidades, recepciones fiestas en el Palacio del Elíseo, en el de Relaciones Exteriores y en el Hotel de Ville, particularmente en el tiempo del General De Gaulle, quien le volvió a dar a la diplomacia francesa el brillo de la época de Luis XIV. ¿Y cómo callar los teatros, en los que figuraban en tiempos ya lejanos 1os esposos Pitoeff y más recientemente Jouvet? ;.Y los conciertos Lamoureux y Pasdeloup? Muy larga sería la enumeración de todos estos recuerdos en vida tan variada, pues él puede decir como Baudelaire: J'ai plus de souvenirs que j'avais mille ans. El Hombre y Sus Caminos Indudablemente sus horas de adoleciendo y apagándose están hoy dedicadas, en su mayor parte, a viajar por sus caminos interiores e ir por 1os oasis del pasado, a contarse a sí mismo historias de lejanos días, a rehacer su alma, a evadirse de la prisión de los años y las penas. Mas esta soledad no es solamente de ahora. Debe señalarse que Heriberto, no obstante su acción tan social, en el fondo ha llevado en sí la soledad y en muchos se ha consagrado a ella. En verdad, ha amado la soledad. Mas debe aclararse que no se trata de 1a soledad externa, la cual no hubiera sido posible para la actividad de su vida, sino de la interna, en la cual sólo han podido penetrar sus seres queridos con facilidad y holgura. Como un verdadero self made man .ha rechazado la frivolidad y las pasiones ; todo lo que puede coartar la libertad Armado de su pobreza, de su austeridad de su devoción del deber, de sus vigiladas virtudes, ha conservado independencia absoluta para obrar, para decidir del modo y del fin de sus actos, lo que vale decir que ha sido todo un hombre Siempre ha comprendido que toda obra meritoria debe realizarse valiéndose de la soledad, porque ella despeja los propósitos, esclarece y fija las responsabilidades y porque es celda apartada, donde la creación esplende, donde los problemas se resuelven, donde las incertidumbres se disipan y donde los yerros se descubren y enmiendan. En el proceso y análisis de sus decisiones ha querido siempre no encontrarse con nadie cuando penetra en su interior. Detesta las presiones y las influencias. Por eso ha conocido el beneficio, la pureza y la real imagen de la soledad. ESTE ES EL HOMBRE He aquí el hombre de estos apuntes, quien recibe la vida como un bloque informe de naturaleza privilegiada y excelsa. Cuando su razón amanece tiene la intuición de que se le ha dado un tesoro y va dándose cuenta de que debe labrarlo y darle particular figura. Para ello, desde su adolescencia y hasta desde la infancia misma, empieza a buscar los cinceles apropiados, los que ha ido encontrando y seleccionando en el curso de su juventud, de su edad madura y aún de esta senectud que vive. Imaginar, idear, precisar esa fisonomía ha sido tarea ardua en un principio, y más todavía, en los

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tiempos siguientes, revelar sus peculiares rasgos. En cada día que ha pasado ha debido rebajar aun levemente una superficie o cambiar la sensible dirección de una línea. Y con trabajo de tanto celo, cuidado y esmero, ha llegado a realizar su obra. LA perfec¬ción que ha alcanzado en ella ha sido la ambicionada y lo ha sido así mismo su belleza. Esta ostenta realces superior y hasta algunos extraños brillos, pero ello, más que todo, ha sido debido a merecidos honores dispensados y exaltaciones concedidas, porque la belleza esencial de esa obra en su larga, meritoria y heroica vida médica cumplida, pues es la belleza incomparable del bien. Y es que ha sido el médico verdadero, aquel que se complace en dar y en servir; aquel cuyo bien es para alguien, para varios, para muchos sin que nunca lo reserve, como tampoco se le agote, y cuyo ser tiene por norma generosa ofrecer más bien que pedir; aquel, cuyo servicio es desinteresado, animoso, presto y abnegado; aquel que aposenta en su corazón al enfermo, que le alivia el dolor, que le acrecienta la fe y le esfuerza la esperanza; que, velando por él, no es negligente ni fácil para el ocio, y que, corno dice el místico, durmiendo no se duerme ni fatigado se aparta y se sienta; aquel de quien se puede hablar de la multitud de su misericordia, porque la caridad está en su alma "como en una fuente". | Y de su personalidad, nada mejor puede expresarse, como punto final de estas páginas, que transcribir la siguiente dedicatoria que le escribió el doctor Eduardo Santos al regalarle uno de sus propios libros: "A Heriberto Arbeláez, con el deseo de que todos los colombianos fuesen como él” Recuerdo del Dr. Ricardo Jaramillo A. Por Néstor Villegas Duque (Tomado del abro "Un Hombre Y ua Camino") Nota de "La Acción": El autor de esta semblanza de! doctor Ricardo Jaramillo Arango es el doctor Néstor Villegas Duque, un médico que aún recordarán con grato recuerdo muchos sonsoneños, pues que en Sonsón vivió en noble ejercicio de su profesión, como también como cívico en ejercicio activo. Y sea del caso añorar la colaboración que para LA ACClON mantuvo en años pasados, lo cual ojalá retornara. Su prosa es castiza como la que más, y tan diáfano su estilo que no requiere el más mínimo esfuerzo para asir la densidad del pensamiento El doctor Ricardo, como sin sus apellidos se le nombraba en Manizales, fue paradigma del humanitarismo y la piedad. No una, sino varias veces, cuando nuestro oficio nos retenía fuera del hogar -hasta las horas de la madrugada, lo vimos, al pasar frente a su casa, asomado a uno de los balcones, apenas medio cubierto su vestido interior de una bata de baño, dándole a cual¬quier humilde vecino, situado en la calle, instrucciones sobre lo que debía hacerle al enfermo de los suyos, que pedía urgentemente sus servicios a esas horas, mientras él iba a visitarlo. Y no pocas veces también lo encontramos cruzando la ciudad, caballero en el rocín de sus andanzas por los barrios de les ricos y los pobres, con una jarra de leche en la mano libre de las riendas, destinada a alguno de sus pacientes menesterosos que carecía de ella. Mas otra cosa se veía en este hombre bueno: cuando regresaba a su casa de alguna de sus visitas por campos y pueblos cercanos, no era raro que, al quitarse la ruana del viajero, se observara que llegaba con la sola camiseta de franela, porque en el camino había regalado a algún necesitado la camisa, junto con el chaleco y la americana. Dos estructuras, como dos órdenes notables y señaladas, formaban el espíritu del doctor Ricardo: uno, que pudiéramos llamar social, de aspecto exterior, eminentemente

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galénico o facultativo, ingenioso, regocijado, epigramático, agudo y juglaresco, y otro in terno y profundo, que era solo piedad e inexhausta benevolencia. Quizás esto le permitió vivir una larga vida, pensando siempre en 1os demás y nanca en sí mismo. Además fueron muy manifiestas en el doctor Ricardo la naturalidad, la sencillez y la reserva, tan características del hombre bondadoso y humano. Puede decirse que su pensamiento era elemental, puesto que solo se concentraba en sus enfermos y muy raras veces en sí mismo. Atendía diligentemente a las necesidades de los demás, sin pensar en las suyas. Era un ser completamente abierto, escueto, estricto y no se le conoció complicación ninguna ni en su discurrir, ni en el modo de expresarse y aparecer entre las gentes. No se sabe que hablara de sus sentimientos, como tampoco de preocupaciones íntimas. No se ocupaba de sí para nada. Parecía un organismo humano que vivía en su pueblo y su comarca no una vida, sino, con caridad grandísima, múltiples y dolientes episodios o pedazos de vidas ajenas. Fue un clínico original y extraño, de ilustración guardada y de gran intuición y experiencia- Esas dos cualidades fueron el secreto de su éxito. Tenía penetraciones sorprendentes por lo fulgurantes y certeras. No le seducían las novedades médicas, sino sus conclusiones propias, las verdaderas deducidas de su labor diaria. Los miles de enfermos que pasaron por su inteligencia, sus ojos y sus manos le dieron una sagacidad y pericia desconcertantes. Pero lo más admirable de él fue la exactitud de sus pronósticos clínicos. En esto era un vidente. Dotado de una rara y especial adivinación del curso de las enfermedades y de la resistencia de los pacientes, sus vaticinios se cumplían en la mayor parte de los casos. Dentro del más absoluto secreta y prudencia, "este será uno de los muertos de este año”, Decía con frecuencia ante algún conocido suyo que pasara por la acera de enfrente. Y la predicción se cumplía. ITINARARIOS DE EMOCION En estos últimos, y claros días de diciembre, desde un callado en el tranquilo pueblo de Fómeque, he/seguido el curso de uno de los arroyos más bellos de nuestra comarca y de la patria. Las riquezas de su ser son tales que no sabe uno que vale más, si su agua que va saltando en corriente tributaria hasta su río, o sus orillas de ensueño, o sus ru¬mores, o su cielo azul primaveral.. Es tal la transparencia y levedad de esta agua que, en los remansos donde se aquieta, cree uno que desa¬parece confundida con el aire. De tal modo se ven clarísimas las are¬nas y- piedrecillas de su fondo. Con ser como son, .no le superan las aguas de Manacor en Mallorca, alabadas por Azorín en " Otras páginas", cuando celebra las "Nuevas canciones" de Antonio Machado en su “Imitación de Lope", Mas la singularidad de esta agua no es solamente la pureza extremada hasta su aparente y mágica desaparición, sino los oros de poesía que guarda y los colores de metáforas y otras figuras que, como mariposas, se refractan en ella. Las márgenes de este .arroyo son de sin igual hermosura. Rivalizan en ellas las blancas espumas, las piedras pulidas y limpias, los arbustos entrelazados y salpicados de flores, las flautas de las aves y los árboles susurrantes que dan sombra grata y una discreta y' dulce melancolía. Sus rumores encantan, porque ellos son los de una voz sabia, deleitosa, dulce, musical que no pocas veces se desenvuelve en el prodigio de un verso. Y en cuanto a su cielo ¡que brillantes azul de porcelana! A un arroyo así, como el de una arcadia feliz, es al que se nos asemeja “Itinerarios de emoción", el último libro de doña Blanca Isaza de Jaramillo Meza. SÍ. Es un libro hermoso. Su lectura confirma va¬rias cosas y sugiere muchas. Entre lo que confirma

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sobresale que su autora, a más de ser nuestra poetisa máxima, es uno de los escritores estupendos de Colombia. ¡y qué escritor! Para alcanzar esta preeminencia ha contado ella con dos elementos fundamentales: la penetración y la sensibilidad estética del poeta y la constante fidelidad a las cosas del espíritu. Durante toda su. vida se la ha visto sobre la bella colina comarca¬na, cual enhiesta palmera que domina el horizonte y que recoge el cie-lo, Es ella sede del trino , y su follaje vibra a las bri¬sas de todo pensamiento,»los cuales, como lo observa Nordsworth, no son otra cosa que nuestras emociones condensadas o alquitaradas. Su pre¬sencia es parte principal y decoro altísimo de nuestro paisaje familiar, y su rumor, el de nuestra propia vida. Por eso pasan por este libro y por muchas otras publicaciones semejantes nuestros gran¬des y nuestros pequeños temas, con la honda significación que cada uno conlleva,«Sin duda predominan estos últimos, porque, aunque, su espíritu tiene la universalidad de la cultura, es ante todo interprete nuestro, de nuestros sucesos y de nuestras cosas, con la filial perseverancia de lo particular y autóctono. Instrumento magnífico para esta labor del corazón y de la mente es su prosa exquisita, de movimientos fáciles, gracio¬sos y sobrios, como los de una artista de la danza, que. reverencia, a la dignidad y a la nobleza..De .tal manera es esa, prosa suave, sin arre¬batos, sin asperezas y tan pura. y tersa que del cristal parece. Y es por el fino tacto de su dueña, una prosa sencilla, de perfecta corres¬ pondencia entre la emoción y el sentimiento y la expresión, sin exceso ornamental alguno, a pesar de ser caudalosa, de tener su abundancia peculiar. "Itinerarios de emoción". Que nombre tan exacto, porque en verdad .es el temblor de muchos sentimientos, de muchas emociones, de muchas inquietudes del alma, a lo largo de un camino serrano de sol, de celajes y de vientos. Es el regalo del espíritu y del corazón y una riqueza más para las letras patrias. Tres Libros Salamineños Preeminencia Espiritual de una Ciudad Caldense Retazos del Viejo Salamina", un libro de Hernando Duque Maya de dos sig¬nificaciones. — "Tierra Buena" de Rodrigo Jiménez Mejía, una obra que re¬fleja una bella época en los personajes y en la vida. — "Historias Médicas de una vida y de una región" de Jaime Mejía, resalta al autor y los hechos materia de él. Por Néstor Villegas. En algunas líneas que escribimos sobre el doctor Julio Zuloaga, ilustre médico de Salamina, expresábamos que esta ciudad es uno de los collados del espíritu en Colombia. Y atribuíamos este hecho singular a que seguramente, en el fenómeno de la expansión antioqueña, sobre su tierra dulce y promisoria, se radicó un núcleo de familias de selección ocasional indiscutible. Corroboran esta curiosa preeminencia espiritual de la ciudad, en lo que en su historia, la decisión por la cultura, sus afanes de civismo, sus núcleos literarios, su periodismo, sus organizaciones sociales y económicas y la particularidad de haber poseído siempre uno de los cuerpos médicos más respetables del país; y en lo que es de actualidad, en lo que es estima de nuestros días, está el acontecimiento, notable por demás, de haber enriquecido la literatura caldense con tres libros, publicados en este año, sobre motivos de sus lindes y escrito por autores del propio marco de su plaza. ***

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"Retazos del Viejo Salamina", en orden de aparición,. fue e! primero de estos libros. Es su autor Hernando Duque .Maya: Decir algo de este joven médico sería exponerse uno a ser tildado de ditirámbico importuno, "porque los adjetivos laudatorios de sus merecimientos no son po¬cos y porque resaltan prendidos a su persona, como insignias de distinción literaría, científica y social. Este libro tiene dos significa¬ciones: una real o intrínseca y otra extrínseca, lejana o de re¬velación. La intrínseca es la de una ofrenda a la ciudad mater¬na, entre cuyas expresiones es¬tán páginas corno la de, "Brujas en mis recuerdos", las de "La muerte de don Deogracias Mejía" y "Ligeros brochazos sobre cuatro pedagogos extintos”, y las que encierran las estrofas inicia¬les. En la palabra rápida y cau¬dalosa que trasmite esta ofrenda brillan, cual características cla¬ras, la inquietud y la nobleza. Por la inquietud, el espíritu del lector es llevado del Parnaso a la filosofía de Sócrates, y de es¬ta a los aguinaldos lugareños; y por la nobleza, le es dado a uno apreciar gemas de civismo, de filantropía, de amistad y de amor a Salamina. Pero la signi¬ficación remota o extrínseca no es la que seduce menos. Este li¬bro es una ventana abierta ha¬cia uno nuevo que vendrá, sin duda alguna.. Es un anunciador. Mediante él, en las lejanías de la juventud y de la madurez del autor, se advierte otro en la re¬gión de las promesas. Y esto es de valor y de belleza incomparables, solo dados a escritores de sus años. ¿Acaso lo que es anunciación no tiene el encanto de lo. sorprendente? La luz de lo posible, desde su lejanía de es¬peranza, se llega a estas páginas y las ilumina, y el lector, complacido, siente el goce de una inteligencia que ofrece más resplandores futuros, y aun per¬cibe la armonía de ideas nuevas, de otro mensaje, que son hoy apenas vislumbres de horizonte. En síntesis: el libro de Her¬nando es la inquietud de una mente joven y e! encendimiento de un afecto por el terruño; mas, aparte de su exquisito valor esencial, tiene otro estupendo de halagüeña predicción. El segundo libro en aparición fue “Tierra buena”, de Rodrigo Jiménez Mejía. Quien haya hablado con Ro¬drigo se habrá dado cuenta de que sus lecturas de Nietzsche, por tiempos de la Universidad, debieron conmover su espíritu. Y para escribir su muy agrada¬ble libro, oiría más de una vez. en su recuerdo aquella llamada de Zarathustra, tan comprometedora, múltiple y honda: "Oh, amigos míos! Sed fieles al sentido de la tierra". Si alguno se pregunta cuál de las cualidades de estas páginas es la más sobresaliente, tendrá de responderse que el carácter filial. Y con esto queda destacada, su nobleza. Ahora: ¿Qué ma¬yor honra para un hombre que los hechos de su inteligencia tengan este timbre y esta dig¬nidad?. En correlación con este carácter, casi que puede decirse que es este un libro íntimo. En efecto, desde que uno empieza su lectura, surge la imagen de Rodrigo, cual la muy estimable de uno de los mayores, de casa solariega, erudito e informado de genealogías, que, presidiendo ve¬ladas familiares, noche tras no¬che, muestra a los suyos, en una pantalla de afecto y con palabra sencilla, seductora y delibe¬radamente familiar, el desfile de un grupo de personajes y gen¬tes salamineñas, para los cuales tiene el elogio, con mesura; el comentario exacto, con lo corto ornamental; y lo anecdótico, con lo sabiamente interpretativo y conceptuoso. Tiene este libro de Rodrigo una calor de cordialidad amisto¬sa y una luz tan suave de amor .por sus gentes y su pueblo, que verdaderamente, atraen a quien lo toma en sus manos. Y si a esto se agrega que en él está la simpatía regocijada de quien ha ido por la vida haciendo amista¬des y advirtiendo y observando las cosas bellas de la naturaleza y del espíritu, tendremos que él es todo un regalo del corazón y de la inteligencia. ¿Y de qué manera encomiar el valor indiscutible de estas pági¬nas, como nuestras que son por su tema y por su prosa? Son doscientas cuarenta nada más, pero no solo nos

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enriquecen, sino que son salamineñas, son caldenses, son literatura nuestra; y, merced a ellas, no quedarán en el olvido, sino en un vivo presente, personas típicas de nues¬tras montañas, tales como el Pa¬dre Barco, Joaquín Ospina y Jai¬me Mejía, Juan B. López, el tío Lázaro y Juanita Jiménez. En ellas encontrarán los futuros lec¬tores de cosas de Colombia una bella época reflejada en los per¬sonajes y en la vida de una de nuestras ciudades más merito¬rias en el orden de la cultura. * * * El tercer libro es "Historias médicas de una vida y de una región", escrito por el doctor Jaime Mejía. Dos cosas resaltan en este magnifico libro: el hombre que fue |su autor, y los hechos materia de él. Nada más atractivo que este hombre. Cuando uno avanza un poco en la lectura de Historias Médicas, recuerda necesariamente el hilero de la corriente de los ríos, el "midstream" de los ingleses, y sobra el cual afirma Charles Du Bos en sus Vues sur Tolstoi que nunca le faltó de la mente cuando pensaba en la obra de este autor, por el carác¬ter que toma la vida cuando ella corre por sus novelas. En la obra del doctor Mejía el hi¬lero de ella es él mismo, su per¬sonalidad valiosa y descollante, que se siente y se ve sobre la corriente rizada de su prosa como si, desde el principio hasta el fin, reforzara y aumentara el volumen de su caudal. Y es que la personalidad del doctor Jai¬me —como le llamaban sus gen¬tes —fue extraordinaria. Poseyó espléndidamente lo que en la li¬teratura goetiana se llamó "el bien supremo de los hijos de la tierra". Las mejores cualidades humanas le distinguieron, pero, por sobre todas, la voluntad de actuar y de poder. Eso es lo que más impresiona a todo lo largo de sus historias. ¿Que fue ínte¬gro austero, bondadoso, justo, servicial, observador, diligente? Sí, y mucho más: un ejemplo. Mas sobrepasó todo esto, porque fue lo que se llama un hombre, que le dio a su vida una den¬sidad como pocas. De ahí que hubiera sido un médico insigne, honra de Colombia, que creó re¬cursos donde no existían, con poderosa facultad lógica. Realizó brillantemente lo que hasta ha¬ce poco se nombraba "médico de la familia", como fueron, entre no muchos, Jaramillo Arango, de Manizales, Botero de Cartago, García e Irurita de Palmira y Cali, Braulio Mejía de Medellín, Hernández de Tunja, Miguel Ca¬nales de Bogotá, Hoyos Prade de Chapinero, a, los que igualó, por lo menos, en las proyeccio¬nes de su inteligencia. Se reco¬nocía en él, la capacidad cien¬tífica, pero su mayor poder es¬taba en su alma, en sus virtu¬des, en sus sentimientos. Hasta su misma presencia física domi¬naba y disipaba penas y dolores. ¿Quién que le hubiera tenido al borde del lecho podría olvidar su voz .alentadora y convincente, o la expresión de su rostro lumino¬so y sedante, o la de sus. manos sabias y afectuosas? El pueblo todo le conocía y le buscaba pa¬ra la salud y para el consejo. Sabía él de todas las familias, de sus ascendencias y descendencias, de su conciencia y su mo¬ral, de su particularidad síqui¬ca y somática, de sus cruzamien¬tos y relaciones. Por eso fue to¬da una providencia, en el senti¬do de sabiduría, advertencia, in¬sinuación, cuidados, prevención. Ejercía su sagrado ministerio laico en el día y en la noche, en el bueno y en el mal tiempo, en el vigor y en el desfallecimiento, en la juventud y en la vejez. Puesto que tenia concien¬cia de ser necesario, siempre es¬taba ofrecido, y solo sus mismos menesteres lo alejaban de su ca¬sa o consultorio. Como la cien¬cia médica no tenía gran des¬arrollo, la experiencia era la fuente más rica de su conoci¬miento; la razón, el mejor instrumento clínico; la intuición, el gran auxiliar da sus aciertos. Concebía el dinero como un ele¬mente muy accesorio y nunca como finalidad, de donde lo ol¬vidara en sus actuaciones, como acicate, y lo despreciara, como placer. Su vida toda pertenecía a la sociedad, y, en ella, principalmente a los enfermos.¿Y qué decir de sus Historias como relato? Sin exageración se puede afirmar

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que no las superaría una novela. En una prosa de mesura, natural, amena, transparente y no exenta de gracia, el doctor Mejía nos lleva desde su infancia en "Chupade¬ro hasta la escuela, en Saíamina; mas tarde a Medellín; de esta ciudad a las estribaciones del Ruiz; de ahí, a Bogotá; lue¬go, a Pereira; y, finalmente, otra vez a Salamina, donde discurrió lo mas de su vida. En esos apar¬tes hay apuntes sociológicos, políticos, económicos, históricos aun consejos de agricultura, co¬mo los acostumbrados por el Ge¬neral Uribe en sus cartas y es¬critos, y una visión panorámica de la medicina nacional del 88 hasta nuestros días. Pero lo principal de ellos es la sucesión cau¬tivante de los casos clínicos. ¡Qué enseñanzas las que encie¬rran estos, de filosofía, de cien¬cia, de deberes, de responsabili¬dad y de benevolencia! La obra del doctor Mejía es, pues, una de las aportaciones más valiosas a la literatura cáldense, y, por lo mismo, a la li¬teratura de Colombia. Sus hijos deben estar muy complacidos de la publicación de ella, por el gran servicio que le han presta¬do a nuestra cultura en este año. Néstor Villegas.