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1 La máquina de desinflar Gustavo Espinosa Lo supe desde el primer momento: entre una mujer que ha dedicado 20 de sus 33 años al estudio de la sangre y un humilde artesano de 148 kilos puede haber, de repente, amor o calentura. Pero por muy poco tiempo. Hoy, que ya no hay nada que resolver ni modificar, vuelvo a pensar en eso mientras pedaleo sin ritmo en la máquina, o después, por la noche, cuando trato de distraerme sacando alguna melodía en el saxofón. Pero ya no es un pensamiento envenenado; es como el fantasma de un terror desactivado. Otra cosa que pienso a menudo es que existe una relación clara y rara entre estas dos actividades mías. Durante el día permanezco sentado frente a la máquina. Así me gano la vida. Es verdad, como todo el mundo sabe, que esto es agotador. Pero no es cierto, sin embargo, que sea un oficio embrutecedor, que para hacer lo que hago no se necesite imaginación ni habilidad, que basta un poco de paciencia y algo de fuerza en las manos. Esto es así cuando se trata de objetos muy simples o —para decirlo con precisión— inconsistentes. Cualquiera —es suficiente que tenga cierto conocimiento de los materiales y del funcionamiento de la herramienta— puede extraer el aire de un contrabajo o, digamos, de una tolva cerrada. Pero quisiera ver a más de uno de los detractores de nuestra profesión enfrentado a un objeto de los denominados consistentes, por ejemplo, la bola de granito de dos metros de circunferencia (era parte de un monumento) que me trajeron de la intendencia el mes pasado. O mejor: quisiera ver a esos soberbios que discursean sobre el trabajo inmaterial lidiando con un objeto complejo, como un timbre común y corriente (siempre engorroso por su pequeñez) o —lo peor de todo— con otra máquina de

Espinosa, Gustavo - La Máquina de Desinflar

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Nació en Treinta y Tres, Uruguay, en 1961. Escritor, poeta, músico. Estudió en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Desde 1986 reside en Treinta y Tres donde es profesor de literatura.

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    La mquina de desinflar

    Gustavo Espinosa

    Lo supe desde el primer momento: entre una mujer que ha dedicado 20 de

    sus 33 aos al estudio de la sangre y un humilde artesano de 148 kilos puede

    haber, de repente, amor o calentura. Pero por muy poco tiempo.

    Hoy, que ya no hay nada que resolver ni modificar, vuelvo a pensar en eso

    mientras pedaleo sin ritmo en la mquina, o despus, por la noche, cuando trato

    de distraerme sacando alguna meloda en el saxofn. Pero ya no es un

    pensamiento envenenado; es como el fantasma de un terror desactivado. Otra

    cosa que pienso a menudo es que existe una relacin clara y rara entre estas

    dos actividades mas. Durante el da permanezco sentado frente a la mquina.

    As me gano la vida. Es verdad, como todo el mundo sabe, que esto es agotador.

    Pero no es cierto, sin embargo, que sea un oficio embrutecedor, que para hacer

    lo que hago no se necesite imaginacin ni habilidad, que basta un poco de

    paciencia y algo de fuerza en las manos. Esto es as cuando se trata de objetos

    muy simples o para decirlo con precisin inconsistentes. Cualquiera es

    suficiente que tenga cierto conocimiento de los materiales y del funcionamiento

    de la herramienta puede extraer el aire de un contrabajo o, digamos, de una

    tolva cerrada. Pero quisiera ver a ms de uno de los detractores de nuestra

    profesin enfrentado a un objeto de los denominados consistentes, por

    ejemplo, la bola de granito de dos metros de circunferencia (era parte de un

    monumento) que me trajeron de la intendencia el mes pasado. O mejor:

    quisiera ver a esos soberbios que discursean sobre el trabajo inmaterial

    lidiando con un objeto complejo, como un timbre comn y corriente (siempre

    engorroso por su pequeez) o lo peor de todo con otra mquina de

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    desinflar, si es posible una Thames inglesa, de las que todava quedan varias

    funcionando. No hay duda de que, para cumplir medianamente bien con

    trabajos de este tipo, se necesita tener, a veces, la fuerza de un toro y, a veces, el

    cerebro parsimonioso de un chino. Por eso, descanso en las noches tocando el

    saxo. Tengo un Keilwerth tenor (me lo trajo un cliente y nunca volvi a

    retirarlo) que empec a probar hace como 30 aos, cuando el saxo o la

    imagen de alguien tocando el saxo apareca en todos los clips y en las

    propagandas de coca cola. Soplo libremente escalas espontneas o alguna

    cancin de moda (no me drogo, no uso cortes de barba raros, no s nada de

    jazz) fcil de sacar de odo. Evidentemente esta diversin es algo as como el

    negativo de mi trabajo. De da me ocupo de desalojar el aire encerrado dentro

    de cosas muy definidas, ya sean compactas y simples o las ms de las veces

    muy complicadas. De noche, en cambio, trato de echar todo el aire de mis

    pulmones al aire invisible, al universo indeterminado y abierto. As que esta

    especie de simetra entre la naturaleza del trabajo y la del pasatiempo es lo

    nico extrao o misterioso que hay por lo menos que yo sepa en mi vida. Si

    ella hubiese sabido eso, si lo hubiera entendido as, yo hubiese podido pensar

    que se fue el motivo de su enamoramiento. Pero s que no fue de esa manera y

    que nunca voy a conocer la combinatoria equvoca de fluidos elctricos y

    hormonas coloidales que se desencaden en su cerebro (tan lujoso) o en el

    ncleo intenssimo de su cltoris y que sea como sea me la trajo.

    Nos conocimos en uno de los domos de plstico blanco de la muestra de

    tecnologa que la embajada japonesa organiz en la explanada de la

    intendencia. Se exponan heladeras blandas y motos transparentes, pero

    tambin (en stands contiguos) instrumentos de viento y microscopios

    electrnicos. Con despreocupacin, como algunos hablan de ftbol o del tiempo

    con el desconocido que le toc en suerte en el mnibus o en el ascensor, me

    comenz a explicar el funcionamiento de uno de aquellos artefactos. Desde el

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    principio, mientras caminbamos por la feria sin mirar nada, sin que ella dejara

    de hablar, me fascin y me humill el diseo fastuoso de su lenguaje. Era como

    una continuidad oral de los poliedros inverosmiles que decoraban la muestra

    japonesa. Cuando nos sentamos en el bar de enfrente, la sangre ya era el nico

    tema de su monlogo. Pero eso lo s ahora. Yo no poda reconocer la sangre (de

    accidente, de menstruacin, de western) en aquel palabrero torrentoso y

    agudo, slo interferido por alguna risita de entusiasmo ansioso, por algn jadeo

    como asmtico. Para m aquellas sinuosidades que llegaron a parecerme

    obscenas eran el relato de una fiesta ocurrida dentro de una pesadilla

    deslumbrante: Floculacin, Hemosiderina, Anuria, Exoeritroxtrico,

    Esplenognesis, Shock. No s si fueron sas las palabras que dispar aquella

    tarde, como una metralleta mgica, si las dijo tres aos ms tarde o si no las

    combin nunca. Todava puedo inventar disparates o prrafos intercambiando

    pedazos de su cdigo sagrado, que se me peg en la corteza de la memoria de

    tanto orlo: Una vez homogeneizada en el frasco extractor, la anemia macroctica

    conserva su punto nodal de pool, mantenindose tambin cierto riesgo azulino de

    fraccin globulina gama.

    De vez en cuando, hasta que apareci Passeyro y me aconsej que no, yo

    sola decirle cosas como sta, y ella sin que hubiese forma de predecirlo se

    pona furiosa o se rea.

    Pero durante aquel primer encuentro slo habl ella. Antes de que por fin

    dejara de declamar, yo ya haba calculado que no le iba a interesar la msica ni

    mucho menos mi trabajo. As que, resignado a no estar a la altura, intent

    hablar de dos de los tres libros que he ledo en mi vida: Robinson Crusoe(cuyo

    apellido original era Kreutznaer, cosa que pocos recuerdan, le expliqu) y Press:

    The Life and Times of the Great Lester Young. Del tercer libro (The Toshiba

    Vademecum on Deflating Complex-inconsistent Objects) me avergonc, como a

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    veces me avergenzo de ser obeso, por lo que no lo mencion. Ella no prest

    atencin a mis comentarios ni para decir que eran ridculos, como yo haba

    temido.

    Al otro da apareci en mi casa y taller.

    Si me habra chupado su torbellino de la tarde anterior, que recin al verla

    callada y parada bajo la puerta entreabierta me fij en que era delgada, baja y

    descolorida. Se haba baado justo antes de venir: tena el pelo fino, corto como

    el de un hombre, pegado a la cabeza, y ola a shampoo. Sonri, no slo como si

    estuviera muy contenta, sino como si aquella fuera la tarde ms alegre de su

    vida. En puntas de pie, me abraz y me bes metindome la lengua entre las

    muelas. Creo que sa fue la vez que la vi ms lejos de su sangre terica. Ms

    lejos aun que ahora. Sorprendido, y a la vez un poco incmodo (hubiera querido

    verla en otro lado, ocultarle por un tiempo mi casa tomada por la mquina y

    por las cosas de mi oficio), la invit a pasar con una parodia de reverencia y un

    beso en la mano. Muy rpido me saqu el delantal lleno de virutas tornasoladas

    de no recuerdo qu cosa en que estaba trabajando y di vuelta como pude el

    cartel que cuelga del picaporte:

    DESINFLAMOS

    CUALQUIER

    OBJETO

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    La conduje derecho a la cama, que por suerte estaba limpia y tendida con

    su colcha colorada como un gran cogulo en medio de la penumbra.

    Al medioda siguiente me despert pegajoso y solo. Ella, desnuda, sin

    importarle que el polvo del piso se le adhiriese a los pies hmedos, recorra

    cada recoveco del taller abarrotado, mova cosas con cierto desdn crtico,

    como descartndolas. Supuse que estaba inspeccionando todo, pero a juzgar

    por lo que vino despus, es ms probable que no estuviese viendo mucho de lo

    que pareca mirar. Al fin lleg hasta el cuarto de la mquina. Yo estaba

    demasiado contento y cansado para preocuparme de que ella pudiera asustarse

    o decepcionarse al descubrir mi profesin. De todos modos, me sorprendi la

    ligereza con que puso su mirada sobre el armatoste. La gente que ve por

    primera vez un aparato de este tipo suele hallarlo extrao, cuando no

    monstruoso, por sus escafandras de buzo colgadas a un costado, su correaje de

    cuero gordo, sus tripaje de fierros y resortes ennegrecidos, su efluvio casi

    visible de lubricante antiguo y el asiento del operario con cierto aire de silla

    elctrica. Las 39 bobinas de estos modelos no dejan de zumbar aun cuando el

    mecanismo est apagado. Recuerdo cmo la vibracin le hizo temblar apenas

    las pequeas tetas blancas y rosadas.

    Sin embargo, ella vio aquello como quien ve un ropero, volvi a la cama y

    desde all pregunt:

    Qu grupo tens?

    Apenas me dej contestar que no saba, y empez a desenroscar otra vez

    la peroracin centelleante que, al parecer, tena agazapada en los boquetes de

    la mente:

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    Debers saber que Landsteiner fue el primero en establecer, en 1901,

    diferencias entre la sangre humana, de importancia en transfusiones.

    Despus sigui y sigui. Pudo haber dicho que los hemates del grupo AB

    son dominantes sobre los subgrupos del sistema descubierto por Dungen y

    Hirszfeld en 1911, o que segn Coombs, Vieroz y Scudder, el plasma en estado

    de facetizacin crepuscular puede ser inyectado o conservado in vitro, siempre

    y cuando no contenga fibrculas de piroplasmosis.

    Probablemente no dijo nada de esto. Quizs mezcl otros tramos de su

    logorrea, que se agrandaba da a da como un fibroma despierto dentro de su

    cabeza.

    Lo cierto es que yo, maravillado y repito humillado por aquello, pens

    que no haba calentura (aunque, en verdad, ms que eso, ella haba mostrado

    sobre el cubrecama rojo algo as como una eficiencia desaforada) ni an amor

    capaces de retenerla a mi lado por mucho tiempo.

    Al otro da reapareci con un kit de jeringas y tubos para saber cul era mi

    grupo. Lo hizo con preocupacin y alegra, como ciertas mujeres preguntan la

    fecha de nacimiento para saber qu animal nos corresponde en el horscopo

    chino. Dijo tambin que en media hora llegara un camin con algunas cosas y

    que se quedara a vivir en el taller.

    Desde ese entonces empec a pensar que tena que intentar algo para que

    todo no durase tan poco como era esperable. Pero nunca termin de saber qu

    hacer hasta que bastante tiempo despus, en realidad lleg Passeyro.

    Ella misma le abri la puerta cuando vino al taller con un potente spot de

    quirfano, un trabajo muy delicado y costoso con el que retribu buena parte

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    del que Passeyro iba a hacer para nosotros. Recuerdo que se sorprendi con la

    cantidad de grandes sobres amarillos que estaban dispersos por todo el taller,

    como hojas de un otoo de otro planeta. Membretados con logos solemnes y

    siglas incomprensibles, contenan la folletera enviada por las inmensas

    farmacias transatln-ticas con las que ella mantena correspondencia

    (sostena que las ms prestigiosas eran las que continuaban utilizando el correo

    postal). Algunos das despus, cuando empezbamos a entrar en confianza y

    Passeyro pasaba algunas tardes vindome trabajar o charlando con ella (de lo

    que yo supona que eran temas cientficos), l me cont que tambin lo haban

    asombrado los frascos de conservacin de plasma, las pipetas y los vidrios de

    exposicin que traan los vendedores de instrumental qumico o que eran

    enviados por los hospitales de ultramar. Esa cristalera estaba brillando y

    tintineando por todas partes y a veces algo se rompa con la vibracin de la

    mquina. Una de aquellas tardes en que ella baj a la panadera, apenas

    saludando, murmurando un rosario de frmulas, me anim a contarle mi

    preocupacin a Passeyro. l juguete con los anteojos concntricos, con su

    bigote ms de proxeneta que de cirujano mientras escuchaba. Entendi

    bien el problema y creo que compadeci mi humillacin. Cuando par de

    hablar, dijo algunas cosas que siempre he repetido despus, tal vez para

    justificarme. Si ella no era mdico, si no tena una formacin universitaria, lo

    cual era asombroso, todos aquellos saberes o palabras eran un adorno

    peligroso o una mana. Por lo visto, por lo que yo le haba contado, el mtodo

    cientfico iba a continuar inflndose de modo imparable dentro de su mente,

    como se cra un parsito, sin que yo ni mi mquina pudisemos hacer nada.

    Aquello no era un iluminismo, asegur. Era proliferacin intil. Algo as como

    cncer o poesa.

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    Eso: un tumor abstracto recuerdo que dijo, as que squese de la

    cabeza que se pueda resolver en un divn frente a un tipo que fuma pipa.

    Ella volvi pronto y, a propsito de nada al parecer, comenz a decirle

    a Passeyro (o a decir ante Passeyro) que el principal riesgo de la profesin de

    l, la neurociruga craneana, dada la naturaleza, la topografa y la capacidad

    evolutiva del sistema nervioso central, es la hemorragia. Expuso tambin que

    los medios para combatirla han ido evolucionando desde el msculo hasta la

    venoclisis, pasando por el suero caliente, la compresin suave y prolongada, el

    bistur elctrico, las membranas de fibrina, la cera de Horsley y la aspiracin.

    Detenindose apenas para hacer lugar a alguna ratificacin breve de Passeyro,

    agreg que entonces la transfusin es indicada para evitar el shock, restablecer

    el volumen y para vehicular los elementos bsicos. No s qu ms expuso,

    porque no sin cierto orgullo por la sabidura sinfn de mi mujer (aunque era un

    orgullo entretejido con el miedo, como el de alguien que se jacta de tener una

    enfermedad muy rara), me fui a seguir trabajando en la mquina, mientras ella

    continuaba hablando. Luego, cuando lo acompa a la puerta para despedirlo,

    Passeyro murmur que, efectivamente, haba que hacer algo rpido.

    La suerte trajo el principio de una solucin. Passeyro inform que

    debamos aprovechar ese primer eslabn fortuito para agregarle el resto de la

    cadena.

    Lo primero, lo casual, fue que yo contraje una de esas incmodas

    infecciones de esser boreoso. Como se sabe, esa bacteria suele hallarse en las

    lengetas de caa que se colocan en la embocadura del saxofn. Es fastidioso

    pero no grave si se lo combate a tiempo. Lo que no entend fue que el doctor

    (entonces sus visitas al taller eran casi diarias) se entusiasmara por verme con

    los labios partidos y supurantes. Me explic que la infeccin era el primer paso

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    de nuestro plan. Despus slo tendramos que: b) esperar que ella se contagiara

    y c) internarla en cierta sala ubicada en el stano del hospital Maciel, donde l

    trabajaba.

    Eso s me previno, usted no tendr acceso a lo que hay entre la

    parte d y la parte z del plan.

    Muy cordialmente, como si furamos amigos, asegur tambin que

    esperaba presenciar lo que vendra despus de z, cuando yo no tuviera nada

    que temer, ni escuchara nunca ms nada sobre aglutininas ni sndromes

    hemorragparos.

    Entonces termin, mientras yo hago lo que va de d a z, usted trate

    de desinflar ese otro foco que le traje.

    La fase b, entonces, era esperar.

    Pero mi paciencia no era mucha. Ella no se contagiaba. Passeyro me

    preguntaba todos los das:

    Y?

    Los antibiticos que yo, por otra parte, no poda dejar de tragar

    amenazaban con terminar con elesser boreoso, mientras yo la besaba todo el

    tiempo y trataba de que bebiera de mi vaso. Ella me esquivaba. Pero no porque

    se preocupara por el contagio que pretextara su internacin, sino porque en

    esos das andaba demasiado ofuscada con el estudio de los prpuras, y porque

    creo que ya estaba empezando a abandonarme. As que, perdida la paciencia, y

    tal vez a punto de perder todo, tuvimos que dar por concluida la parte b de

    manera diferente a lo planeado. Bast con echar un poco de polvo de tiza roja

    en el bol de gelatina de frutilla que le serva de desayuno, almuerzo y cena, para

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    que le viniera fiebre. De inmediato apareci Passeyro, esta vez con

    estetoscopio, para diagnosticar compungido que aquel estado febril haca

    evidente que, por fin, pese a todas las precauciones por l recomendadas, la

    porfiada bacteria haba hecho presa de ella. Era aconsejable, entonces, y

    teniendo en cuenta que era la primera vez que ella incubaba semejante cosa,

    que se la internara para mantenerla en observacin.

    Estos msicos viejos ya estn curtidos, pero en un organismo virgen la

    situacin puede llegar a complicarse. Y no digas que no te avis que le aflojaras

    con los besitos.

    Con movimientos suaves y seguros, con palabras o sonidos

    tranquilizadores, disolvi un polvillo dentro de un vaso de agua. El agua se

    volvi un jarabe anaranjado que pareca hervir y que ella trag sin resistirse. La

    ambulancia iba a llegar en 15 minutos.

    A partir de ahora me susurr empieza mi parte.

    Cuando vinieron los enfermeros a llevrsela, medio dormida ya, cubierta

    slo por una de esas batas de hospital abiertas por detrs, entrev, antes de que

    cerraran la puerta tras ellos, la desvalidez de su culo suave. Me conmovi que

    nada menos que ella hubiese sido engaada de ese modo, con aquella fiebre

    boba de tiza roja.

    Los primeros das se me permiti visitarla. Para bajar al stano y llegar

    hasta ella haba que pasar muchos controles, mostrar tarjetas, franquear

    censores y rejas, y finalmente recorrer corredores intestinales, hmedos y

    asfixiantes, como de mazmorra. Pero cuando se abra por fin la ltima puerta

    corrediza era como pasar de la Edad Media a una pelcula de marcianos. Ella

    estaba en el centro de un aparataje hermoso, desnuda y conectada a electrodos

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    sutiles y monitores del espesor de una hoja de papel. Yo le tarareaba alguna

    meloda que haba sacado en el saxo o le lea pedazos de Robinson Crusoe,

    aprovechndome de que eso ya no la fastidiaba como antes. La ltima noche

    que se me permiti verla en el stano (ella no saba que era la ltima; ya estaba

    muy sedada) le dije como despedida una de las bromas o contraseas de los

    primeros das:

    Chau, Roseola.

    Treponema pallidum pudo contestar ella, como corresponda.

    A partir de eso: otra vez a esperar durante ms de dos meses, ansiando el

    informe repetido y regular de Passeyro, aunque saba que no significaba nada:

    Estable. Hay que esperar.

    Cuando por fin me avis que al otro da la tendra en casa, me arruin un

    poco la euforia con la advertencia de que no gastara en flores porque iba a ser

    intil.

    La trajeron los mismos enfermeros, con la misma bata color verde

    manzana y con la cabeza vendada como un hind.

    Passeyro anunci con precisin qu deba esperarse de su trabajo. Pero de

    todas maneras sospecho que no fue perfecto. Y no lo digo por la cicatriz, que no

    se notar cuando le crezca el pelo. Ni porque ella no pueda retener una especie

    de estalactita de saliva del lado izquierdo de la boca: antes ella dorma con la

    boca abierta y tambin dejaba manchas amarillas en la almohada. Tampoco me

    entristece que ella haya engordado tanto. Al contrario: eso me da esperanza de

    que algn da nos igualaremos tambin fsicamente. Lo que me preocupa es el

    silencio, ms denso de lo que esperaba, en que la ha encerrado. El silencio me

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    recuerda a las cpsulas de vidrio irrompible que contenan cadveres

    embalsamados en los tiempos de la Unin Sovitica. Y lo peor es que el vidrio

    irrompible se rompe y hay algunas cosas que han quedado pegoteadas en la

    memoria de ella. En momentos de rabia y reconozco de ingratitud llego a

    pensar que en lugar de practicar la minuciosa higiene quirrgica que yo me

    haba imaginado, Passeyro revolvi dentro del crneo como quien cocina un

    guiso. Lo empec a sospechar hace poco, una tarde tranquila. Mientras ella me

    miraba trabajar (era algo simple y silencioso, un zepeln de aeromodelismo,

    creo), escuch de repente algo como un rezo:

    de ah mi nombre de Robinson Kreutznaer, alterado en Inglaterra por una

    corrupcin muy comn, y transformado en el de Crusoe, con el cual seguimos

    firmando mi familia y yo actualmente.

    De esto, sin embargo, me repuse enseguida. Despus de todo era algo que

    yo le haba explicado en nuestra primera conversacin y que le haba ledo en

    uno de los ltimos encuentros. Tal vez (toda esperanza, al fin y al cabo, es un

    delirio) un golpe o un susto hiciesen que la claridad de su cabeza se pusiera a

    funcionar de nuevo, como una usina activada por mareas impredecibles.

    Entonces, quizs ella se aplicara al estudio microscpico de la obra de Daniel

    Defoe.

    Pero lo peor, lo asqueroso, es ese poema o cosa que repite siempre.

    Siempre en el momento en que eyaculo dentro de ella. No s si es una estrofa

    armada azarosamente con los restos brillantes de su modelo naufragado o si es

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    una cita ms de sus estudios sobre los prpuras. Sea lo que sea, ahora s eso de

    memoria:

    Es una leucemia aguda?

    Es una atrofia mieloide?

    Es un prpura de Werlhoff?

    Es un prpura de Schlein-Henoch?

    Es un prpura sintomtico, txico o infeccioso,

    debiendo agregar el escorbuto en el nio?