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ESTUDIOS REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 66 (2007), 191-221 Recepción del Concilio Vaticano II a 40 años de su clausura SANTIAGO MADRIGAL, SJ (Madrid) Nos separan poco más de cuarenta años de la clausura del Con- cilio Vaticano II (1962-1965). Al hilo del tiempo transcurrido se han ido suscitando una serie de preguntas de hondo calado: ¿cuál ha sido el resultado del Concilio? ¿Ha sido acogido y aplicado correc- tamente? En este proceso de recepción, ¿qué ha sido bueno y qué ha resultado insuficiente o erróneo? ¿Qué es lo que queda aún por hacer? Se impone, pues, como primera tarea, determinar cuál es el significado histórico del 21 concilio ecuménico de la Iglesia cató- lica romana 1 . Un buen conocedor y estudioso del Concilio y de su recepción ha utilizado la imagen simbólica de la cuarentena. En la vida huma- na individual, los cuarenta años nos hacen tomar conciencia del hecho de haber atravesado el umbral de la mitad de la existencia; por eso, ofrecen la posibilidad de un intenso cuestionamiento acerca de las decisiones ya tomadas, bien para confirmarlas, bien para emprender nuevas rutas. G. Routhier se sirve de esta metáfora de la «crisis de la cuarentena» para reflejar el momento actual de la Igle- sia católica, para someter al Concilio a la prueba del tiempo, llegada la hora de la segunda elección, de nuevas profundizaciones y de 1 S. MADRIGAL, Vaticano II: remembranza y actualización. Esquemas para una eclesiología. Santander, 2002; ID., «¿Qué Iglesia quiso el Concilio?», en Razón y Fe, 247 (2003), 233-255. ID., «El significado permanente del Concilio Vaticano II (1962-65)», en Razón y Fe, 252 (2005), 317-338.

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ESTUDIOS

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 66 (2007), 191-221

Recepción del Concilio Vaticano IIa 40 años de su clausura

SANTIAGO MADRIGAL, SJ(Madrid)

Nos separan poco más de cuarenta años de la clausura del Con-cilio Vaticano II (1962-1965). Al hilo del tiempo transcurrido sehan ido suscitando una serie de preguntas de hondo calado: ¿cuál hasido el resultado del Concilio? ¿Ha sido acogido y aplicado correc-tamente? En este proceso de recepción, ¿qué ha sido bueno y quéha resultado insuficiente o erróneo? ¿Qué es lo que queda aún porhacer? Se impone, pues, como primera tarea, determinar cuál es elsignificado histórico del 21 concilio ecuménico de la Iglesia cató-lica romana 1.

Un buen conocedor y estudioso del Concilio y de su recepciónha utilizado la imagen simbólica de la cuarentena. En la vida huma-na individual, los cuarenta años nos hacen tomar conciencia delhecho de haber atravesado el umbral de la mitad de la existencia;por eso, ofrecen la posibilidad de un intenso cuestionamiento acercade las decisiones ya tomadas, bien para confirmarlas, bien paraemprender nuevas rutas. G. Routhier se sirve de esta metáfora de la«crisis de la cuarentena» para reflejar el momento actual de la Igle-sia católica, para someter al Concilio a la prueba del tiempo, llegadala hora de la segunda elección, de nuevas profundizaciones y de

1 S. MADRIGAL, Vaticano II: remembranza y actualización. Esquemas parauna eclesiología. Santander, 2002; ID., «¿Qué Iglesia quiso el Concilio?», enRazón y Fe, 247 (2003), 233-255. ID., «El significado permanente del ConcilioVaticano II (1962-65)», en Razón y Fe, 252 (2005), 317-338.

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nuevos impulsos. Para este buen conocedor del tiempo postconciliarresulta altamente significativo este otro dato derivado de los estu-dios sobre la recepción de un concilio: llega un momento crucialcuando desaparece la generación de sus protagonistas y toma elrelevo una nueva generación. Hemos entrado en este nuevo periodode recepción, que demanda una nueva reflexión sobre sus enseñan-zas y sobre su hermenéutica 2.

Aceptando este dato, según el cual se pone en mano de nuevosprotagonistas la ejecución de las decisiones conciliares, no se puededejar de intentar una lectura esencial del Vaticano II tal y como fuevivido por la generación de sus protagonistas u observadores direc-tos. Este es un nivel ineludible, un primer criterio de verificación,«para no correr en vano», según las palabras del Apóstol de losgentiles (Gál 2,2). Ahí, y en esta longitud de onda, se sitúan algunosde mis trabajos sobre el Concilio Vaticano II, nacidos precisamentede este interés y, por ello, se han movido en ese terreno que descri-be L. Pirandello en el prefacio de Seis personajes en busca de unautor: «Hace algunos años sirve a mi arte una criadita agilísima, ypor eso nada primeriza en el oficio. Se llama Fantasía (…) y sedivierte llevando a casa, para que yo componga relatos, novelas ycomedias, a la gente más insatisfecha del mundo: hombres, mujeres,muchachos, vinculados a extraños problemas de los cuales no sabencómo librarse; contrariados en sus proyectos, frustrados en sus ex-periencias, y con quienes (…) es muy fastidioso conversar» 3.

Entre los personajes que he utilizado para hacer una memoriadel Concilio, trazando sus líneas maestras y sus innovaciones doc-trinales y pastorales más significativas, no se encuentra «la gentemás insatisfecha del mundo con la que sea fastidioso conversar»,sino teólogos como Y. Congar, H. Küng, K. Rahner, J. Ratzinger,

2 G. ROUTHIER, Vatican II. Herméneutique et réception. Collection Héritageet projet. Ed. Fides, Québec, 2006, 7-8. Véase: O. H. PESCH, Das Zweite Va-tikanische Konzil. Vorgeschichte-Verlauf-Ergebnisse-Nachgeschichte, Echter,Würzburg, 1993.

3 S. MADRIGAL, Memoria del Concilio. Diez evocaciones del Vaticano II,Madrid-Bilbao, 2005. ID., Karl Rahner y Joseph Ratzinger. Tras las huellas delConcilio. Santander, 2006. En esta misma línea puede verse: A. STACPOOLE

(ed.), Vatican II by tose who were there, Londres, 1986; J. GROOTAERS, Acteset acteurs à Vatican II, Lovaina, 1998.

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K. Barth, literatos como G. Torrente Ballester o J. Jiménez Lozano,filósofos como J. Guitton, el primer auditor laico en el aula conci-liar, o mujeres como Pilar Bellosillo. La nómina puede ampliarsenotablemente, si esa criadita agilísima que se llama Fantasía lo si-gue permitiendo, y me sale al paso; habrá que retomar esta tarea conpersonajes como Juan Pablo II, el teólogo y jesuita Henri de Lubac,entre otros. En cualquiera de los casos es un estímulo lo que dejóescrito el papa Wojtyla en su carta apostólica titulada Al comienzodel nuevo milenio: «Después de concluir el jubileo, siento más quenunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia que laIglesia ha recibido en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofre-cido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo quecomienza» (Novo millennio ineunte, 57).

Voy a recurrir, en primer lugar, a algunos de los personajes antescitados para ofrecer una visión de conjunto del Concilio Vaticano II;en un segundo momento, señalaré el significado del concepto teoló-gico «recepción», indicando una cronología de estos cuarenta añosque nos separan de su clausura y que se acepta normalmente. Conayuda de algunos «sumarios», es decir, de algunos resúmenes autori-zados podremos evocar, en tercer lugar, los temas eclesiológicos másrelevantes inscritos en las líneas de la recepción conciliar y de suevolución. Para concluir, plantearé cómo el problema de la aplica-ción y de la recepción del Concilio Vaticano II ha tenido y tiene quever con los criterios para una adecuada interpretación o hermenéuticade los textos.

1. EL CONCILIO EN EL TESTIMONIO DE ALGUNOS

1. DE SUS PROTAGONISTAS Y ESPECTADORES

Comencemos con Y. Congar, que ha dejado consignado en suDiario del Concilio el enorme influjo que otros le atribuyen en lamarcha y desarrollo del Vaticano II. Pues bien, cuando el sabiodominico resume y presenta la obra doctrinal del Concilio, en suHistoria de la eclesiología, lo hace de una forma sumamente mo-desta: «Por primera vez en su historia secular, la Iglesia se definióa sí misma (o, en todo caso, ella se describió) en la constitución

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dogmática Lumen gentium y en otras constituciones, decretos odeclaraciones» 4. Con ayuda de su amplísimo escrito autobiográfico,Mon Journal du Concile, podemos ir desgranando los avances doc-trinales del Concilio Vaticano II. Durante la primera sesión se habíacomenzado a trabajar en el esquema sobre la liturgia y el texto sobrela revelación. A primeros de diciembre de 1962 entró en el aula elesquema sobre la Iglesia. Aquellos textos fueron sometidos a unaprofunda revisión tras un intenso debate. A su juicio, el logro fun-damental de aquel primer periodo conciliar en el que no se habíaaprobado ningún documento fue la consecución de un verdaderoclima pastoral, de libertad y de apertura; en una palabra: la Iglesiaen Concilio, esto es, en estado de diálogo.

Al comienzo de la segunda sesión tomó las riendas el nuevoPapa, Pablo VI. En su discurso programático, del 29 de septiembrede 1963, relanzó la línea pastoral de Juan XXIII marcando al Con-cilio cuatro orientaciones muy concretas: a) precisar la noción deIglesia; b) promover su renovación interna; c) trabajar por el resta-blecimiento de la unidad de los cristianos; d) reabrir el diálogo conel mundo moderno. Al final de esta segunda sesión se iba a procla-mar solemnemente la constitución sobre la liturgia, SacrosanctumConcilium; en su desarrollo se habían ido trabajando una serie detemas importantes sobre la noción de Iglesia y su estructura, sobrela colegialidad episcopal, sobre el ecumenismo, sobre el apostoladoseglar. Nuestro dominico podía caracterizar el esfuerzo de aquelsegundo periodo de trabajos conciliares con este lema: «no hayressourcement sin diálogo ecuménico». Así las cosas, a su juicio, elConcilio se orientaba hacia una eclesiología de comunión, donde laIglesia aparece como una comunión de Iglesias. Por tanto, ni merafederación ni pura organización monolítica. La tercera sesión, quetranscurre durante el otoño de 1964, va produciendo los primerosfrutos maduros: el 21 de noviembre fueron promulgadas la consti-tución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, y los decretossobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, y sobre las Iglesiasorientales católicas, Orientalium Ecclesiarum.

4 Y. CONGAR, Historia de los Dogmas, III, 3c-d. Eclesiología. Desde SanAgustín hasta nuestros días, BAC, Madrid, 1976, 296.

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La cuarta y última sesión conciliar se puede subsumir bajo ellema de la relación Iglesia-mundo. El concilio había entrado en sufase final y quedaba un bosque de textos pendientes de aprobación.Se había trabajado intensamente para sacar adelante las otras dosgrandes constituciones: Dei Verbum, sobre la revelación, y Gau-dium et spes, sobre la Iglesia en el mundo de hoy. En el corazón deesta relación, como su condición de posibilidad, se inscribe la de-claración Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa. Los padreshabían trabajado en la redacción de varios documentos: sobre elapostolado seglar (Apostolicam actuositatem), sobre la renovaciónde la vida religiosa (Perfectae caritatis), sobre la tarea pastoral delos obispos (Christus Dominus), sobre la educación cristiana (Gra-vissimum educationis), sobre la formación de los presbíteros (Opta-tam totius). El 7 de diciembre de 1965 iban a recibir también suaprobación solemne el decreto sobre las misiones (Ad gentes), eldecreto para la renovación de la vida de los presbíteros (Presbyte-rorum ordinis), junto con la ya mencionada constitución pastoral,Gaudium et spes.

Por propia confesión, conocemos algunas de las aportaciones deCongar a la obra conciliar: ha trabajado en la redacción de loscapítulos primero y segundo de Lumen gentium, sobre el misterio dela Iglesia y el pueblo de Dios, respectivamente; ha trabajado en laelaboración del capítulo segundo de Dei Verbum, que trata sobrela relación entre Escritura, Tradición y Magisterio; otro documentoen cuya redacción ha intervenido con intensidad ha sido el decretosobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, y el decreto sobre latarea misionera de la Iglesia, Ad gentes. También dice haber inter-venido en la elaboración de la declaración sobre la libertad religio-sa, Dignitatis humanae, y en el decreto relativo a la renovación dela vida y espiritualidad de los presbíteros, Presbyterorum ordinis.No es de extrañar que el autor de ese famoso estudio que es Falsay verdadera reforma en la Iglesia, que piensa que la renovación dela Iglesia exige un movimiento de ritmo mesurado, pueda consignaral final de su Diario del Concilio, con fecha del 7 de diciembre:«Salgo, lenta y difícilmente, apenas me sostengo en pie. Muchí-simos obispos me felicitan, me dan las gracias. Me dicen que enbuena parte es mi obra. Al ver las cosas objetivamente, yo he hecho

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mucho para preparar el Concilio, elaborar, subrayar las ideas que elConcilio ha consagrado. En el Concilio mismo he trabajado mucho.Casi podría decir plus omnibus laboravi (1 Cor 15,10), pero no seríaverdad sin duda; basta pensar en Philips, por ejemplo. Al co-mienzo he sido demasiado tímido. Salía de un periodo de sospechasy de dificultades. Incluso mi espiritualidad ha actuado sobre mí enel sentido de una cierta timidez» 5.

En una conferencia pronunciada varias veces, entre enero y fe-brero de 1966, K. Rahner ha dejado estampada una fórmula lacónicay, aparentemente, tautológica: el Vaticano II ha sido «el Conciliode la Iglesia sobre la Iglesia». De esta manera llamaba la atenciónsobre la gran concentración eclesiológica de los temas y trataba deindicar los rasgos de esa nueva imagen de Iglesia 6. El teólogo jesuitacomenzaba con la siguiente declaración:

«El Concilio Vaticano II ha terminado. Este Concilio se haocupado de la Iglesia en sus 16 constituciones, decretos ydeclaraciones: de la auto-comprensión fundamental de la Igle-sia en la constitución Lumen gentium y en el decreto sobre laactividad misionera de la Iglesia; del ministerio pastoral en laconstitución sobre la Iglesia, en la constitución sobre la divi-na revelación y en la declaración sobre la educación cristiana;del ministerio salvífico-sacramental de la Iglesia en la cons-titución sobre la sagrada liturgia; del gobierno de la Iglesia enel decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos; de losdistintos estados de la Iglesia en los decretos sobre el presbi-terado, la vida y la formación de los sacerdotes, en los decre-tos sobre la vida religiosa y sobre el apostolado seglar. ElConcilio se ha expresado acerca de la relación de la Iglesiacatólica con las otras Iglesias y comunidades cristianas en eldecreto sobre el ecumenismo y en el decreto sobre las Iglesiasorientales, y ha tratado de su relación con las religiones nocristianas en su declaración sobre estas religiones; se ha ocu-

5 Y. CONGAR, Mon Journal du Concile, II, París, 2002, 510. Véase: S. MA-DRIGAL, «El Vaticano II en el Journal du Concile de Y. Congar», en Memoriadel Concilio, 21-68.

6 K. RAHNER, «Das neue Bild der Kirche», Geist und Leben, 39 (1966),4-24.

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pado de su relación con la cultura moderna y profana en laconstitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy y enel decreto sobre los medios de comunicación social; ha trata-do de su relación con la sociedad pluralista en la declaraciónsobre la libertad religiosa».

Entre los elementos básicos de esa nueva imagen de Iglesia podíaseñalar: la revalorización de la Iglesia local (LG 26), la noción deIglesia como sacramento de la salvación del mundo (LG 1.9.48), elprincipio de la colegialidad y de la sinodalidad anclado en una Iglesiaque es comunidad de amor, donde la autoridad del ministerio procededel envío y de la misión confiados por Cristo; la Iglesia es el cuerpode Cristo y el pueblo de Dios peregrino; es la Iglesia santa de lospecadores, la comunidad de fe, esperanza y amor (LG 8), la Iglesiade la Trinidad (LG 2-4).

Todas las cualidades de K. Rahner, su erudición y su espíritucrítico, su enorme capacidad de trabajo, su apertura intelectual y sudisposición para el diálogo, quedaron de manifiesto en su decisivaparticipación en el Concilio Vaticano II, que es uno de los momen-tos más significativos de su trayectoria vital. En una entrevistaconcedida en Innsbruck en 1982 le preguntaron por la importanciay el significado del Vaticano II. Con una mirada retrospectiva recal-caba algunos de los principales logros conciliares: «Tras violentascontroversias en la Comisión teológica, me alegré de que en eldecreto sobre la Revelación se dejara abierta la cuestión de las re-laciones precisas entre la Escritura y la Tradición. Me pareció bienque la mariología quedara integrada en la Constitución dogmáticasobre la Iglesia, y fue para mí una alegría también que, en la cues-tión de la libertad religiosa, John Courtney Murray prevalecieracontra el cardenal Ottaviani. Finalmente, gracias a mi colaboración,se puso en el número 48 de la Constitución sobre la Iglesia que larenovación del mundo está ya irrevocablemente fundada, que elfinal de los tiempos ya ha llegado a nosotros, según 1 Cor 10,11, yque el sacramento de la penitencia significa también una reconcilia-ción con la Iglesia, punto que la mayoría de los teólogos impugnabatodavía pocos años antes del Concilio. Esto puede parecer en sí y depor sí insignificante, pero me alegró. Se trata de unos ejemplos de

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las esperanzas y deseos que yo abrigaba y que recibieron cumplidasatisfacción» 7.

A aquel teólogo que intervino en la redacción de Lumen gen-tium, Dei Verbum y Gaudium et spes, le preguntaron: ¿cuáles sonaquellas ideas que marcan un punto irreversible en la totalidad dela fe eclesial, aun cuando todavía no hayan llegado a impregnarla conciencia general de la Iglesia? Para esta Iglesia nuestra que,a tiempo y a destiempo, tiene que mantenerse aferrada fielmente ala revelación divina y a la tradición, resultan hitos irreversibles en-señanzas del concilio como éstas: que la providencia divina no nie-ga los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpano han llegado a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzanen llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios (LG 16). Y, deforma más radical, se dice en otro lugar: «Todos los hombres debuena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible...,están asociados al misterio pascual en la forma que sólo a Dios lees conocida» (GS 22). Al hacer estas afirmaciones, K. Rahner su-brayaba que, cuando él era estudiante de teología, se enseñaba exac-tamente lo contrario: que un hombre no puede a la larga ser posi-tivamente ateo sin una culpabilidad personal grave. Ahora bien,sobre estos presupuestos ya fijados, que establecen las bases para undiálogo vivo con todos, la Iglesia no renuncia a seguir luchandoencarnizadamente por su verdad con la incredulidad del mundomoderno. Por otro lado, estas convicciones representan una profun-da revisión de las relaciones de la Iglesia con las religiones nocristianas: «Según la vieja concepción, las religiones no cristianassimbolizaban en suma las horrendas tinieblas del paganismo, eran el“producto” religioso del hombre en pecado, sin gracia, dejado a sí,desde abajo. Hoy, en cambio, sin negar nada del carácter absolutoy verdadero del cristianismo y de la Iglesia, cabe reconocerles, in-cluido su aspecto institucional, una función salvífica positiva para lahumanidad».

7 P. IMHOF - H. BIALLOWONS, La fe en tiempos de invierno. Diálogos conK. Rahner en los últimos años de su vida, Bilbao, 1989; especialmente, 91-96:«Testigo del Concilio». Véase: S. MADRIGAL, «Conversaciones con K. Rahner»,en Memoria del Concilio, 221-247.

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Para completar esta visión de la tarea del Concilio, merece lapena rescatar otras esperanzas importantes, justificables con y desdeel Vaticano II, cuyo cumplimiento será importante para el futurodel cristianismo. Sus reflexiones abarcan estos tres interrogantes yquehaceres: podemos preguntarnos si la mujer ha encontrado en laIglesia el puesto que le corresponde; podemos preguntarnos si ala primavera conciliar ecuménica le ha seguido el verano que sazo-na los frutos; podemos preguntarnos si la responsabilidad contraídapor la Iglesia en Gaudium et spes respecto a la sociedad modernano ha sucumbido a un conservadurismo restauracionista. Finalmen-te, sin salir de aquel mismo interview, hay que destacar dos aspectossobre los que también ha sido interrogado nuestro «testigo delConcilio». Se trata, por un lado, de la valoración de la evoluciónpost-conciliar. En innumerables ocasiones K. Rahner había venidoempleando la metáfora de un «tiempo invernal» que se cierne sobrela Iglesia: ¿qué es lo que ha provocado este pesimismo? La preguntaencierra, por tanto, la cuestión acerca de si en el tiempo post-con-ciliar se ha mantenido la mentalidad o «espíritu» del Concilio, uninterrogante muy amplio y difícil que se puede desglosar en otrascuestiones parciales: en qué medida los sínodos de obispos celebra-dos en Roma desde el Concilio responden a sus intenciones y ex-pectativas, o si a pesar de esos sínodos y a pesar de una ciertareforma de la curia romana el centralismo no sólo sigue sino queincluso se ha intensificado. También se podría plantear la cuestiónde si el nuevo Código de Derecho Canónico responde total o par-cialmente al espíritu del Concilio. Renunciando a dar una respuestadetallada a estas cuestiones, recuerda que en la Iglesia no siemprepuede darse la euforia del tiempo del Concilio. Algunos han imagi-nado —recalcaba irónicamente— que con el Concilio se daba casial mismo tiempo la irrupción del reino de Dios. Con realismo cla-rividente concluye: «También la Iglesia está sometida al ciclo de lasdistintas estaciones del año y conoce también épocas invernales y esprecisamente en las invernadas cuando el cristiano creyente debemantenerse firme en su Iglesia y con su Iglesia».

Frente a las cuestiones abiertas señaladas, y ante este veredictodel tiempo eclesial post-conciliar, cae por su peso esta otra pregun-ta: ¿no sería conveniente la celebración de un nuevo concilio, tal y

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como por aquellas calendas reclamaba H. Küng? La respuesta delautor de Oyente de la Palabra suena así de rotunda: «No, yo nopienso en nada de eso. Cierto, muy pronto a raíz del concilio seoyeron voces pidiendo una nueva convocatoria para poner a la Igle-sia en condiciones de hacer frente a las tareas de hoy y de mañana.Reconozco que las cuestiones a que acabo de referirme están abier-tas e implican graves y urgentes tareas para los hombres de Iglesiay para la jerarquía. Se trata, sin duda, de esperanzas que el conciliojustifica y que todavía no se han cumplido (...) Yo tengo que con-fesar que mis esperanzas personales a partir del concilio se hancumplido estupendamente. Ahora la tarea es mía. Tengo que apren-der que la gracia de Dios actúa también en los ateos. Tengo que veren los miembros de otras confesiones cristianas a hermanos y her-manas, de los que poca cosa me separa. Finalmente, tengo queaprender que puedo y debo esperar por todos los hombres».

A la hora de valorar qué representa este Concilio en la historiade los concilios de la Iglesia cabe recurrir a la valoración que a pos-teriori ha hecho H. Küng en el primer tomo de su libro de memo-rias, titulado Libertad conquistada. El perito del Concilio y teólogodisidente en el posconcilio habló en un artículo inmediatamenteposterior a la clausura del Vaticano II de las «nuevas 16 columnasde San Pedro». Aludía con esta metáfora arquitectónica a su resul-tado doctrinal y en este sentido preciso: los 16 documentos apro-bados por el Concilio en sus cuatro años de trabajo debían ser elsoporte de la Iglesia postconciliar. A la hora del balance, a pesar delas decepciones, el Concilio ha merecido la pena. Así suena el juicioglobal del teólogo suizo que dedica una buena parte de su primertomo de memorias al Vaticano II: «El Vaticano II no hizo ni delejos, es verdad, todo lo que podía haber hecho; pero consiguió, conmucho, más de lo que la mayoría de la gente había esperado. En-tonces yo escribí esta frase: “El concilio será o el cumplimiento deuna gran esperanza o una gran decepción. El cumplimiento de unaesperanza pequeña sería —dada la seria situación del mundo y lanecesidad de la cristiandad— una gran decepción”. Todavía hoy,volviendo la vista atrás tras casi cuarenta años, puedo decir que, auncon sus numerosas y no pequeñas decepciones, el concilio trajoconsigo el cumplimiento de una gran esperanza. Es decir, que lo que

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escribí en 1965 sigue siendo mi opinión en el año 2002» 8. Esteveredicto queda concretado de esta doble manera: por un lado, estáconvencido de que sin el Vaticano II nos hallaríamos en una situa-ción muy diferente en liturgia, en teología, en pastoral, en ecume-nismo, en las relaciones con el judaísmo y con las demás religionesdel mundo, y con la sociedad moderna. En su valoración subrayaba,por otro lado, el intento de cambio de paradigma que ha servidopara iniciar una nueva época: el cambio de actitud hacia la Reformaprotestante y el cambio de actitud hacia la modernidad.

H. Küng hacía una valoración del Vaticano II a partir de la tareaque ya en sus publicaciones previas a la celebración del conciliohabía ido expresando, en particular en su libro de 1960 titulado Con-cilio y reunificación: 1) tomarse en serio la Reforma como aconteci-miento religioso; 2) valoración de la Biblia en la liturgia, en la teolo-gía y en la vida de toda la Iglesia; 3) hacer realidad una auténticaliturgia popular en la predicación y en la eucaristía; 4) tener en cuen-ta al laicado en la liturgia y en la vida de la comunidad; 5) adaptaciónde la Iglesia a las diferentes culturas y diálogo con ellas; 6) reformade la piedad popular; 7) reforma de la curia romana. Quizá se puedeconcluir que sus siete exigencias han quedado plasmadas en los do-cumentos conciliares, si bien de otra forma.

De la mano de las observaciones de H. Küng demos la palabraa tres testigos y observadores laicos del Concilio; de esta forma, ala manera de L. Pirandello, completamos la serie de seis personajesen busca de un autor. Se trata de Pilar Bellosillo, Gonzalo TorrenteBallester y José Jiménez. Lozano. Fue al comienzo de la tercerasesión, iniciada el 14 de septiembre 1964, cuando tuvo lugar elnombramiento de 22 mujeres auditoras, un hecho absolutamenteinsólito en la historia de los concilios de la Iglesia y que representóen aquel momento uno de los mayores impactos en la imagen tra-dicional de la Iglesia. Con sensibilidad femenina, la entonces pre-sidenta de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Ca-tólicas, Pilar Bellosillo, ha dejado constancia de cuál fue la hondaimpresión que le causó su paso por el Vaticano II, una experiencia

8 H. KÜNG, Libertad conquistada. Memorias, Madrid, 2003, 572. Véase:S. MADRIGAL, «La historia “oficiosa y alternativa” de H. Küng», en Memoriadel Concilio, 131-160; aquí: 135.

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que condensaba en esta fórmula paradójica: un despojo doloroso delo caduco y una gozosa acogida de lo nuevo 9. De la pluma de estaauditora, que intervino en la elaboración de Gaudium et spes, hasalido un comentario al Vaticano II en el que afloran las líneas defuerza del último Concilio, como son la teología del laicado, losderechos de la mujer, el ecumenismo y la apertura de la Iglesia almundo moderno. Esta mujer consideraba que el cometido del Con-cilio ecuménico era devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todosu esplendor, recuperando los trazos más simples y más puros. Sobreestos preámbulos recorre los temas nucleares del Vaticano II.

El capítulo de la Iglesia constituye el tema capital; los princi-pios fundamentales que sustentan la renovación introducida desdela constitución dogmática sobre la Iglesia son los siguientes: 1) lavuelta a la Palabra de Dios; 2) la colegialidad; 3) el ecumenismo;4) la aportación del Oriente cristiano. Su primer subrayado es éste:la Iglesia, para encontrarse a sí misma, vuelve a las fuentes. El sen-tido más profundo de la constitución Dei Verbum y que hace de ellael primer núcleo vital y condición de posibilidad de la renovaciónconciliar se condensa en este enunciado: la recuperación de la Pa-labra de Dios, que es la fuente auténtica y propia de la Iglesia. Deahí ha podido surgir una eclesiología más bíblica, que permite des-cribir a la Iglesia como objeto y misterio de fe, como sacramento,como pueblo de Dios de la nueva alianza, que toma su lugar en lahistoria humana. Forman parte de él todos los bautizados, pastoresy laicos; estos últimos han dejado de ser la clientela, la pura mate-ria, para pasar a ser considerados como una parte de la estructurateológica de la Iglesia. Se detiene nuestra comentarista en la granrevolución, en el llamado giro copernicano: la Constitución sobre laIglesia, antes de hablar del poder, reconoce el ministerio como unservicio al pueblo de Dios: «El Vaticano II ve en la experienciacomunitaria de los orígenes (Hech 2,42-47) el modelo, no sólode la vida religiosa (Perfectae caritatis), de la de los misioneros(Ad gentes 25,1) y de los sacerdotes (Presbyterorum ordinis 17,4y 21), sino de todo el Pueblo santo de Dios (Lumen gentium 13,1;

9 P. BELLOSILLO, «El Concilio», en J. RUIZ GIMÉNEZ, Iglesia, Estado y socie-dad en España, 1930-1982, Barcelona, 1984, 230-245. Véase: S. MADRIGAL,«Pilar Bellosillo, una mujer en el Concilio», en Memoria del Concilio, 195-220.

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Dei Verbum 10,1)». Así se recupera ese valor fundamental del sa-cerdocio común de los bautizados oscurecido durante siglos, juntocon la responsabilidad de todos en la misión.

El segundo elemento de renovación es la colegialidad, es decir,la institución en la Iglesia de una forma de gobierno colegial: elpapa con los obispos. Este colegio episcopal realiza la catolicidadde la Iglesia y la unidad en toda la diversidad de las Iglesias ycomunidades locales. Recuerda que antes de concluir el Concilio,Pablo VI ha aprobado la creación del Sínodo de los obispos (sep-tiembre de 1965), una expresión balbuciente de la colegialidad, ensu potestad sólo consultiva; por lo pronto, el proceso hacia un go-bierno colegial queda abierto. Otras expresiones de la colegialidadson las conferencias episcopales, y a otro nivel, los consejos pres-biterales, los consejos pastorales. La colegialidad y la comunidadconstituyen la expresión genuina de una Iglesia «comunión».

El tercer elemento de renovación eclesial es el ecumenismo. Eldecreto Unitatis redintegratio representa la actitud de diálogo conlas demás iglesias cristianas, haciendo suyo el objetivo de la recons-trucción de la unidad como uno de los objetivos del Concilio. Sólohay un movimiento ecuménico, que es el que lidera el Espíritu Santo.El decreto conciliar es, por ello, más que un texto un acto que com-promete a la Iglesia católica en el movimiento ecuménico: «El ca-mino hacia la unidad es también nuevo: no se conseguirá por la víadel retorno —“que vuelvan los que se han ido”— sino por la de lacomunión: “vamos todos”». La constitución sobre la Iglesia se en-riquece, finalmente, con las aportaciones del Oriente cristiano. Vie-ne a la mente de nuestra auditora la intervención de un prelado deorigen oriental que reclamaba mayor claridad en la afirmación de laprincipalidad del Espíritu Santo en la vocación cristiana, al tiempoque recordaba que la Iglesia latina ha privilegiado la dimensióncristológica a expensas de la dimensión pneumatológica.

Desde esta visión teológica de la Iglesia, con una mirada nueva,el Concilio presenta en moldes nuevos su presencia y su acción en elmundo. Por eso, la Constitución pastoral Gaudium et spes, un docu-mento con aires nuevos, es un texto fundamental del Vaticano II. Porlo pronto, es novedoso por su método inductivo; en él, la Iglesia sedescribe en función de la salvación dirigida al hombre real, concreto,

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personal y también social e histórico. La actitud del Concilio es deoptimismo. Esta mirada cristiana del mundo es una mirada unitariadel ser humano, que es imagen de Dios y hombre nuevo en Jesucris-to. La constitución pastoral aborda sucesivamente, desde su preocu-pación por el destino del ser humano, los temas siguientes: la digni-dad de la persona humana y el problema del ateísmo; al hablar de ladignidad humana, no se puede pasar por alto el derecho a la libertadreligiosa; el Concilio confirma la autonomía de las realidades tempo-rales y la libertad de la Iglesia para realizar su misión; en este senti-do, los dos criterios fundamentales que regulan las relaciones entre laIglesia y la comunidad política (GS 76) son la mutua independenciay la sana colaboración. Al cabo del tiempo, exactamente cuando ha-bían transucrrido veinte años de la clausura del Concilio, Pilar Bello-sillo ofrecía una mirada retrospectiva que puso bajo el rótulo de «unsegundo Pentecostés» 10. Ahí ofrecía una reflexión sobre el tiempopostconciliar, que volvía a subrayar el significado ecuménico y losavatares de la organizaciones católicas con un deje amargo acerca dela situación de la mujer en la Iglesia.

A la hora de hablar de la recepción y de la recepción del Concilioen España, resulta de gran interés dar finalmente la palabra a los dosliteratos antes citados, G. Torrente Ballester y José Jiménez Lozano.Ambos han puesto de manifiesto, en las inmediaciones de su celebra-ción, el problema de la aceptación del espíritu y de la letra de losdocumentos en nuestro país, debido a sus peculiares circunstanciashistóricas y a nuestro mismo pasado. El escritor gallego se aproximóal Concilio Vaticano II dedicando una serie de columnas periodísti-cas a la encíclica programática de Pablo VI, Ecclesiam suam, publi-cadas en el periódico Faro de Vigo 11. Al tiempo que afirmaba su re-descubrimiento de la Iglesia de la mano de la liturgia, no dudaba enseñalar con lucidez los enormes obstáculos existentes en la Españade Franco para aceptar los principios de la libertad religiosa expues-

10 P. BELLOSILLO, «Un segundo Pentecostés», en J. RUIZ GIMÉNEZ - P. BE-LLOSILLO (coor.), El Concilio del siglo XXI. Reflexiones sobre el Vaticano II,Madrid, 1987, 49-61.

11 G. TORRENTE BALLESTER, Memoria de un inconformista, Madrid, 1997,55-74. Véase: S. MADRIGAL, «El Vaticano II en la pluma de un vate vago», enMemoria del Concilio, 161-194.

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tos en la declaración conciliar Dignitatis humanae. El autor de La islade los jazmines cortados tomaba postura a favor de ese gigantescoesfuerzo de aggiornamento o de puesta al día pretendido por el Con-cilio, un cambio que expresaba en una sentencia lapidaria: «salvar lasesencias con el sacrificio de las circunstancias».

Este mismo estado de conciencia está presente en las profundasobservaciones de J. Jiménez Lozano, cristiano impaciente y perio-dista en el Concilio. El literato castellano tomaba en cuenta la faltade costumbre para una coexistencia con los cristianos de otras igle-sias o con otro tipo de creencias como uno de los componentestípicos de la cultura hispana, de eso que Unamuno ha llamado nues-tra vividura intrahistórica. Esta es la óptica que preside las crónicasque escribe desde Roma cuando aquel redactor de El Norte de Cas-tilla ejerció de periodista en la Roma conciliar: desde la atalaya delCastillo de Sant’Angelo, pertrechado de prismáticos, disfrutaba con-templando la desbandada multicolor de los Padres conciliares almediodía de un día de finales de octubre de 1964, cuando abando-naban el aula. Por aquellas calendas se estaba ventilando la cuestiónde la libertad religiosa. El escritor castellano, premio Cervantes enel año 2002, describe la situación paradójica del alma religiosa his-pana profundamente conmovida ante lo que podían parecer peli-grosas novedades sostenidas por el Concilio: «Mis antepasados, cris-tianos viejos, labriegos de Castilla, no comprenderían esta nuestragozosa presencia católica entre protestantes, judíos, musulmanes osimples ateos que ellos mismos miran con esperanza a esta Iglesiadel Vaticano II, la Iglesia de la libertad, condenadora de las castas,humilde para confesar sus propios yerros históricos, preocupada porel mundo y ansiosa de derribar todos los muros que le separan deél». Entretanto seguían cruzando la plaza de S. Pedro, en fraternidadmulticolor, obispos católicos, pastores protestantes, clérigos orto-doxos, superando aquel pasado trágico, sabedores de las modalida-des y de las diferencias de su credo 12. Frente al cristianismo viejo,llamaba a ponernos en la línea del Concilio.

12 J. JIMÉNEZ LOZANO, «Una visita al Castillo de Sant’Angelo», en Medita-ción española sobre la libertad religiosa, Barcelona, 1966, 15. Véase: MADRI-GAL, «J. Jiménez Lozano, reflexiones de un cristiano impaciente», en Memoriadel Concilio, 249-275.

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Para este cristiano de chaqueta, como se denomina a sí mismopara resaltar su condición de laico, el acontecimiento del Vatica-no II implicaba una gran metamorfosis, grávida de ilusiones: «Lajoven Iglesia que nazca del Concilio también ha de nacer de la cruzde nuestros dolores y esperanzas. Pero relumbrante y gozosa, comolos almendros que florecen ahora bajo mi ventana, hasta ayer mismoyertos y ensombrecidos» 13. Con todo, las reflexiones de JiménezLozano acaban destilando un mensaje incómodo cifrado en un pro-nóstico profundamente perturbador: «El español medio, educado decierta manera, con ciertos reflejos y tics nerviosos desde siglos, conuna conciencia bastante deformada, pero muy segura de lo que escristianismo, pasará así lustros sin enterarse de lo que ha significadoel Vaticano II» 14.

2. ASIMILACIÓN Y APLICACIÓN DEL VATICANO II: UNA NUEVA FASE

2. DE «RECEPCIÓN»

Con esta última aproximación literaria y teológica ya hemosempezado a pisar el terreno de eso que, técnicamente, denominamos«recepción». No voy a perderme en sutilezas conceptuales y endisquisiciones eruditas, sino que manejo una definición muy sen-cilla. «Recepción» es el proceso por el que el cuerpo eclesial vaasimilando y haciendo suyas las pautas, directrices, orientacionesinspiradoras y de tipo práctico, que se ha dado a sí mismo a travésde sus instancias supremas de gobierno y de magisterio, como es eneste caso el Concilio ecuménico o universal. Dicho brevemente: laasimilación de las diversas orientaciones conciliares en el pensa-miento y en la vida eclesial. Hoy en día somos conscientes de quela vida eclesial es la de un organismo vivo y que la Iglesia puedeser definida perfectamente como una «comunidad de recepción» 15.

13 J. JIMÉNEZ LOZANO, Meditación española sobre la libertad religiosa, 110.14 J. JIMÉNEZ LOZANO, La ronquera de fray Luis y otras inquisiciones, Bar-

celona, 1973, 48.15 A. ANTÓN, La «recepción» en la Iglesia y en la eclesiología: Gregoria-

num 77/1 (1996), 57-96; 77/3 (1996), 437-469. De fondo quedan los trabajosclásicos y pioneros de A. GRILLMEIER, Konzil und Rezeption: Theologie undPhilosophie, 45 (1970), 320-353; Y. CONGAR, «La réception comme réalité

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Nos hallamos, pues, inmersos en este proceso de asimilación delVaticano II. Desde muy pronto se ha planteado este problema: ¿seha recibido correctamente la doctrina conciliar, su espíritu y su le-tra? ¿Por qué la recepción del Concilio se ha desarrollado de formatan difícil en muchos lugares de la Iglesia? Por ejemplo, y hablandoen términos universales pero con un especial énfasis para nuestrarealidad hispana, Mons. Ricardo Blázquez afirmaba a mediados delos años ochenta del siglo pasado que la recepción del Concilio sevio mediatizada de una forma unilateral por la constitución pastoralGaudium et spes y por la declaración sobre la libertad religiosa,Dignitatis humanae. Esta apreciación cobra todo su sentido a lavista de las peculiares condiciones socio-políticas en nuestro país ydel modo específico de la relación Iglesia-Estado 16. Por otro lado,es obvio que aquellas circunstancias históricas y religiosas han cam-biado notablemente 17. La doble dimensión ad intra-ad extra, urgidaen el plan de Concilio propuesto por el Cardenal Suenens y repre-sentada de forma paradigmática por Lumen gentium y por Gaudiumet spes, respectivamente, son dos vías que nos ayudan a pensar elser y el estar de la Iglesia en la historia humana. Si en otros momen-tos dominó, según se ha dicho, la orientación hacia el compromisosocio-político, hoy se siente desde la nueva evangelización la nece-sidad imperiosa de una rehabilitación de las formas más básicas deiniciación a la fe, dado que amplios sectores tradicionalmente con-siderados cristianos, lo son en cuanto bautizados, pero carecen deidentidad y de actitud cristiana.

Buena parte de la reflexión actual sobre la Iglesia viene marcadapor el debate acerca de la aplicación del Concilio Vaticano II a lavida de la Iglesia. En este proceso de recepción hay que señalarun acontecimiento y una fecha que han alcanzado un significado

ecclésiologique», en Revue des sciences philosophiques et théologiques, 56(1972), 500-514. G. ROUTHIER, «La réception dans le débat théologique actuel»,en H. LEGRAND, J. MANZANARES, A. GARCÍA (eds.), La recepción y la comuniónentre las Iglesias, Salamanca, 1997, 29-70. Véase: S. PIÉ-NINOT, Eclesiología.La sacramentalidad de la comunidad eclesial, Salamanca, 2006, 91-98.

16 R. BLÁZQUEZ, «Postconcilio y eclesiología en España», en J. M. LABOA

(ed.), El postconcilio en España, 187-217; aquí: 214.203.17 O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL (ed.), La Iglesia en España, 1950-2000,

Madrid, 1999.

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paradigmático: el Sínodo extraordinario de Obispos celebrado en1985. Los primeros decenios del posconcilio vienen siendo testigosde una acalorada disputa sobre la acogida y aceptación del Concilio,una controversia en la que se refleja la dificultad del análisis de sustextos a la búsqueda de una fiel y correcta interpretación de sus cons-tituciones, declaraciones y decretos 18. En este contexto resulta alta-mente significativo un trabajo de W. Kasper, secretario especial delSínodo, que se titula «El desafío permanente del Vaticano II. Herme-néutica de las aseveraciones conciliares» 19. Siguiendo a H. J. Pott-meyer, distingue tres fases en la recepción del Concilio: una primerafase de expectativas excesivas que vio el Concilio como un aconte-cimiento liberador, como un comenzar de cero y que pronto pasóa invocar el espíritu del Concilio frente a los textos conciliares. Aesa fase le ha sucedido un periodo de desencanto y de desilusión, queiban asociados al hecho de que no se vieran satisfechas las legítimasexpectativas creadas, como la puesta en marcha de la colegialidad,o venían provocados por otros fenómenos concomitantes, como lacrisis de vocaciones, el cambio del clima espiritual, la disminuciónde la praxis sacramental, en particular de la eucaristía y de la peniten-cia. Por otro lado, se constata la oposición entre progresistas y con-servadores, con la voluntad contrapuesta de ir más allá del Conciliofrente a una frenada en seco. Si unos ven en los textos la expresión deuna renovación sin precedentes, los otros perciben desmoronamien-to, crisis y pérdida de identidad. Estas dos etapas vendrían a coinci-dir, poco más o menos, con el periodo que va desde la clausura delConcilio hasta la celebración de la asamblea extraordinaria de losObispos de 1985.

Si la chispa que encendió el debate fueron las manifestacionesdel entonces cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación parala doctrina de la fe, la discusión se vio enriquecida por la celebra-

18 H. J. POTTMEYER, «Hacia una nueva fase de la recepción del Vaticano II»,en G. ALBERIGO - J. P. POSSUA, La recepción del Vaticano II, Madrid, 1987, 49-67. ID., «Dal Sinodo del 1985 al Grande Giubileo dell’anno 2000», en R.FISICHELLA (ed.), Il Vaticano II. Recezione e attualità alla luce del Giubileo,Milán, 2000, 11-25.

19 W. KASPER, «El desafío permanente del Vaticano II. Hermenéutica delas aseveraciones del Concilio», en ID., Teología e Iglesia, Barcelona, 1989,401-415.

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ción del Sínodo extraordinario de Obispos que estuvo dedicado altema de la recepción e interpretación del Vaticano II. Aquella asam-blea de los Obispos marca un punto de inflexión con esa afirmaciónprogramática recogida en su Relación final: «La eclesiología de co-munión es una idea central en los documentos del Concilio. Koino-nía/comunión, fundadas en la Sagrada Escritura, son tenidas en granhonor en la Iglesia antigua y en las Iglesias orientales hasta nuestrosdías. Desde el Concilio Vaticano II se ha hecho mucho para que seentendiera más claramente a la Iglesia como comunión y se llevaraesta idea más concretamente a la vida» (n. 18).

El resultado del Sínodo habla en la dirección de una nueva fasede recepción que sea capaz de superar la contestación y la restau-ración. Después de esas dos fases alternativas de polarización entreel optimismo de soñadores y el pesimismo de los desilusionados, larecepción del Concilio sigue exigiendo una hermenéutica serena yrealista. Allí se abren paso estos criterios: 1) tomar en cuenta latotalidad de sus documentos y su conexión; 2) no separar la índolepastoral de la fuerza doctrinal; 3) no separar el espíritu y la letra delos textos conciliares; 4) entender el Vaticano II en continuidad conla gran tradición de la Iglesia; 5) aplicar la luz del Concilio a laIglesia actual y a los problemas de la sociedad actual 20.

En suma: a la hora de evaluar el momento de la recepción delConcilio Vaticano II, podríamos decir que hemos entrado en unperiodo más tranquilo, después de los dos momentos de euforiadesmedida y de desencanto desesperanzado, de exaltación y dedecepción (H. J. Pottmeyer). Esta nueva fase de recepción, carac-terizada por un ahondamiento metodológico en la misma categoríade «recepción», ha vuelto a tener un punto de referencia a la altura

20 S. PIÉ, P. TENA, J. M. ROVIRA, J. PIQUER, La imposible restauración. DelSínodo sobre el Concilio al Sínodo sobre los laicos, Madrid, 1986, 96ss. Véase:C. FLORISTÁN-J. J. TAMAYO, El Vaticano II, veinte años después, Madrid, 1985;J. M. LABOA (ed.), El postconcilio en España, Madrid, 1987; J. RUIZ-JIMÉNEZ -P. BELLOSILLO (coord.), El Concilio del siglo XXI. Reflexiones sobre el Vatica-no II, Madrid, 1987; E. VILANOVA, El Concilio Vaticà II (1962-1965): trentaanys d’interpretacions, Barcelona, 1995; V. BOTELLA, El Vaticano II ante elreto del tercer milenio. Hermenéutica y teología, Salamanca, 1999, 21-52.Sobre la aportación de W. KASPER, véase: G. ROUTHIER, «L’ecclésiologie catho-lique dans le sillage de Vatican II», en ID., Vatican II. Herméneutique et récep-tion, 319-359.

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del año jubilar con ocasión de la celebración en Roma de un sim-posio sobre el Concilio Vaticano II 21. Retengamos, finalmente, quela cuestión permanente tiene que ver con los criterios de interpreta-ción de los mismos contenidos doctrinales. Al final de esta exposi-ción volveremos sobre este tema. Previamente, se impone la tareade examinar cuáles son los temas doctrinales en los que ha crista-lizado la recepción del Concilio Vaticano II. Lo haré con la ayudade lo que antes ya denominé «sumarios», es decir, formulacionessintéticas de la doctrina conciliar que se pueden encontrar a lo largode esa banda temporal que se extiende a lo largo de estos años, enalgunos textos magisteriales o en la reflexión de algunos teólogosmás señeros. Por lo pronto, ya el mismo título de la Relación Finaldel Sínodo Extraordinario de Obispos de 1985 permite sustanciar elcontenido fundamental de la doctrina conciliar: «La Iglesia (LG)bajo la Palabra de Dios (DV) celebra los misterios (SC) para lasalvación del mundo (GS)».

3. EL CONCILIO DE LA IGLESIA SOBRE LA IGLESIA:2. «SUMARIOS ECLESIOLÓGICOS»

Ya durante la celebración del Concilio, algunos teólogos u ob-servadores indicaron que el Vaticano II operaba una cesura en lahistoria. Para algunos representaba «el fin de la Contra-reforma»(Congar), para otros, «el fin de la era constantiniana» (Chenu), paraotros, como K. Rahner, «el fin de la época piana» y el teólogo je-suita habló del Vaticano II como la primera realización de la Iglesiauniversal 22. En la línea de este tipo de interpretaciones globales delacontecimiento se ha situado G. Routhier en un estudio reciente,donde pretende estudiar los años posconciliares «como un periodode aprendizaje en el que se opera un intento de institucionalizar unanueva figura del catolicismo»; de ahí que su hipótesis de trabajosuene así: «el Vaticano II es un concilio que permite al catolicismo

21 R. FISICHELLA (ed.), Il Concilio Vaticano II. Recezione e attualità allaluce del Giubileo, Cinisello Balsamo, 2000.

22 K. RAHNER, «Una interpretación teológica a fondo del Concilio Vatica-no II», en Razón y Fe, 200 (1979), 186-191.

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entrar en otro periodo de su encaminamiento histórico» 23. Efectiva-mente, el Vaticano II ha sido calificado como concilio del cambio,del aggiornamento, de la puesta al día, como un concilio de transi-ción. El historiador de la Iglesia, G. Alberigo, lo formulaba de estamanera: «El papa Juan quería un concilio de transición entre dosépocas, que hiciera pasar a la Iglesia de la época postridentina (...)a una nueva fase de testimonio y anuncio» 24. Por su parte, J. M.Rovira, en un estudio sintético titulado significativamente Vatica-no II: un concilio para el tercer milenio, afirmaba: «Es un Conciliode transición porque sus afirmaciones de principio (el qué de lascuestiones) no llegan a encontrar el cómo de las decisiones y sobretodo de las formas e instituciones en las que deben encarnarse losprincipios. El Vaticano II es una transición porque, en más de unpunto, no alcanza un pleno desarrollo de sus enunciados» 25. El teó-logo catalán ha dejado indicadas algunas líneas de reflexión parael futuro: el ecumenismo, el diálogo interreligioso, la remodelacióndel ministerio petrino, la articulación de la colegialidad y de la si-nodalidad en la Iglesia comunión, la Iglesia de los laicos, la opciónpreferencial por los pobres 26.

Aquí aparecen ya indicadas, en esa dinámica de nuevos desarro-llos, algunas líneas de reflexión que han surgido de los núcleos doc-trinales del Concilio. Voy a apelar en este sentido a algunos sumariosque nos permitan apresar esas líneas de fuerza. Una de las formas deaplicación del Vaticano II, con sus límites y con sus aciertos, ha sidoel nuevo Código de Derecho Canónico. Una síntesis magnífica de losnúcleos doctrinales y de la eclesiología del Vaticano II se encuentraen el documento con el que Juan Pablo II hizo su presentación (1983),Sacrae disciplinae leges, donde afirmaba:

«De entre los elementos que expresan la verdadera y pro-pia imagen de la Iglesia, han de mencionarse principalmente

23 G. ROUTHIER, «Un après-concile fair d’apprentissages d’un nouveau typede catholicisme», en Vatican II, 16-17.

24 Historia del Concilio Vaticano II. Vol. I: El catolicismo hacia una nuevaera. El anuncio y la preparación. Salamanca, 1999, 51.

25 J. M. ROVIRA, Vaticano II: un Concilio para el tercer milenio, Madrid,1997, 20.

26 Ibid. 99.

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éstos: la doctrina que propone a la Iglesia como el pueblo deDios (LG II) y a la autoridad jerárquica como servicio (LGIII); además la doctrina que expone a la Iglesia como comu-nión y, por tanto, establece las relaciones mutuas que debendarse entre la Iglesia particular y la Iglesia universal y entrela colegialidad y el primado; también la doctrina según la cualtodos los miembros del Pueblo de Dios, a su modo propio,participan de la triple función de Cristo, es decir, sacerdotal,profética y regia, doctrina a la que hay que añadir también laque considera los deberes y derechos de los fieles cristianos,y concretamente de los laicos; finalmente, el empeño que laIglesia debe poner en el ecumenismo» 27.

Ahí nos encontramos con algunos contenidos fundamentales dela reflexión conciliar reconducidos a esas líneas de fuerza que hanvenido guiando la reflexión: pueblo de Dios y comunión, Iglesiauniversal e Iglesia local, episcopado y primado, teología del laicado,teología del ministerio ordenado, el desafío ecuménico. En una re-novada y correcta aplicación del Concilio Vaticano II había venidoinsistiendo el papa Juan Pablo II ya desde la carta apostólica Tertiomillennio adveniente, con la que quiso que la Iglesia comenzara apreparar la celebración del jubileo del año 2000. Corría el año 1994,y, con vistas a la llegada del tercer milenio, hacía esta valoración:«El Concilio Vaticano II constituye un acontecimiento providencial,gracias al cual la Iglesia ha iniciado la preparación próxima deljubileo del segundo milenio» (TMA, 18). Allí describía en sus tra-zos fundamentales la obra de renovación del Vaticano II:

«En la Asamblea conciliar la Iglesia se planteó su propiaidentidad, descubriendo la profundidad de su misterio deCuerpo y Esposa de Cristo. Poniéndose en dócil escucha de laPalabra de Dios, confirmó la voluntad universal a la santidad;dispuso la reforma de la liturgia, “fuente y culmen” de suvida; impulsó la renovación de muchos aspectos de su exis-tencia tanto a nivel universal como al de Iglesias locales; se

27 Código de Derecho Canónico, Madrid, 1983, 8. Véase: S. MADRIGAL,Vaticano II: remembranza y actualización. Esquemas para una eclesiología.Santander, 2002, 245-422.

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empeñó en la promoción de las distintas vocaciones cristia-nas: la de los laicos y la de los religiosos, el ministerio de losdiáconos, el de los sacerdotes y el de los obispos; redescubrió,en particular, la colegialidad episcopal, expresión privilegiadadel servicio pastoral desempeñado por los obispos en comu-nión con el Sucesor de Pedro. Sobre la base de esta profundarenovación, el Concilio se abrió a los cristianos de otras con-fesiones, a los seguidores de otras religiones, a todos los hom-bres de nuestro tiempo. En ningún otro Concilio se habló contanta claridad de la unidad de los cristianos, del diálogo conlas religiones no cristianas, del significado específico de laAntigua Alianza y de Israel, de la dignidad de la concienciapersonal, del principio de la libertad religiosa, de las diversastradiciones culturales dentro de las que la Iglesia lleva a cabosu mandato misionero, de los medios de comunicación so-cial» (TMA, 19).

En este mismo texto nos encontramos con un sumario que adop-ta la forma interrogativa de un verdadero examen de concienciarelativo a la recepción misma del Concilio a partir de sus cuatroConstituciones:

«¿En qué medida la Palabra de Dios ha llegado a ser ple-namente el alma de la teología y la inspiradora de toda laexistencia cristiana, como pedía la Dei Verbum? ¿Se vive laliturgia como “fuente y culmen” de la vida eclesial, según lasenseñanzas de la Sacrosanctum Concilium? ¿Se consolida, enla Iglesia universal y en las Iglesias particulares, la eclesiolo-gía de comunión de la Lumen gentium, dando espacio a loscarismas, los ministerios, las varias formas de participacióndel Pueblo de Dios, aunque sin admitir un democratismo y unsociologismo que no reflejan la visión católica de la Iglesiay el auténtico espíritu del Vaticano II? Un interrogante fun-damental debe también plantearse sobre el estilo de las rela-ciones entre la Iglesia y el mundo. Las directrices conciliares—presentes en la Gaudium et spes y en otros documentos—de un diálogo abierto, respetuoso y cordial, acompañado sin

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embargo por un atento discernimiento y por el valiente testi-monio de la verdad, siguen siendo válidas y nos llaman a uncompromiso ulterior» (TMA, n. 36).

Con esta misma orientación, S. Pié-Ninot en su reciente tratadode eclesiología sintetiza la doctrina conciliar en los términos si-guientes: «La opción por una Iglesia comunional (DV); la primacíade la Palabra de Dios en la Iglesia (DV); la centralidad de la liturgiay de la eucaristía (SC); y el diálogo con el mundo contemporáneo(GS)» 28. Estos son los elementos permanentes de la reflexión ecle-siológica legada por el Concilio a la posteridad 29. Nuestra reflexiónse encuentra en permanente devenir al hilo de los mismos procesosque están en marcha. Habría que hacer otro recorrido, en paralelo aestos sumarios más doctrinales, para apresar nuestra problemáticaeclesial del presente, en esa su permanente evolución y en su des-pliegue vital. Se trata de examinar en la teoría y en la praxis pordónde han evolucionado algunos de los grandes temas eclesiológi-cos indicados en los textos que acabamos de citar: la teología dellaicado (desde Lumen gentium y Apostolicam actuositatem hastaChristifideles laici y la Instrucción vaticana de 1997) 30; la puesta enmarcha de la colegialidad episcopal con los Sínodos de Obispos ylas Conferencias episcopales (desde Christus Dominus hasta Pasto-res gregis) y la historia escrita por los sínodos continentales, nacio-nales, diocesanos; los avances en el ecumenismo desde Unitatis

28 S. PIÉ-NINOT, «Eclesiología», 85-90; ID., «Las cuatro constitucionesdel Concilio Vaticano II y su recepción», en Estudios Eclesiásticos, 81 (2006)267-296.

29 R. LATOURELLE (ed.), Vaticano II: Balance y perspectivas. Veinticincoaños después (1962-1987), Salamanca, 1987; P. RODRÍGUEZ (ed.), Eclesiología30 años después de «Lumen gentium», Madrid, 1994; C. GHIDELLI (ed.), Atrent’anni dal Concilio. Memoria e profezia, Roma, 1995; J. M. CASTILLO, LaIglesia que quiso el Concilio, Madrid, 2002; S. MADRIGAL, «El concilio de laIglesia sobre la Iglesia», en Estudios Eclesiásticos, 81 (2006), 297-331.

30 S. MADRIGAL, «Jalones para una teología del laicado», en ID., Vatica-no II: remembranza y actualización, 298-322; J. A. ESTRADA, La identidad delos laicos (Ed. Paulinas, Madrid, 1991); R. BERZOSA, Ser laico en la Iglesia yen el mundo (DDB, Bilbao, 2000); J. PEREA, El laicado: un género de vidaeclesial sin nombre (DDB, Bilbao, 2001); A. M. CALERO, El laico en la Iglesia.Vocación y misión (CCS, Madrid, 2001); D. BOROBIO, Misión y ministerios lai-cales (Sígueme, Salamanca, 2001); C. GARCÍA DE ANDOIN, Laicos cristianos,Iglesia en el mundo (Hoac, Madrid, 2004).

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redintegratio hasta Ut unum sint 31; ahí está también la Declaraciónconjunta sobre la justificación, con un importante documento ecu-ménico sobre La Iglesia y la justificación; los nuevos planteamien-tos de la teología y el ejercicio del primado 32; las perspectivas dela misión evangelizadora y el reto del diálogo interreligioso, desdeGaudium et spes, Ad gentes y Nostra aetate hasta Redemptorismissio (1990) y Novo millennio ineunte (2001); la profundizaciónen la comprensión integral de la salvación en el servicio de la fe yla promoción de la justicia desde Evangelii nuntiandi a las encícli-cas sociales de Juan Pablo II sobre el trasfondo histórico de la caídadel Muro de Berlín 33; la renovación de la formación y de la espiri-tualidad sacerdotal desde el sínodo de Obispos de 1971, que ya sehizo eco de la crisis de vocaciones y de la identidad sacerdotal hastala exhortación apostólica Pastores dabo vobis (1992), pasando porel replanteamiento de los ministerios en la forma de nuevos minis-terios laicales y la discusión en torno a la ordenación de la mujer 34;habría que hacer un recorrido por la reflexión acerca de la vidaconsagrada, desde las intuiciones del capítulo VI de Lumen gentium,y su prolongación en el decreto Perfectae caritatis, hasta la exhor-tación post-sinodal Vita consecrata 35. Otro tanto cabe decir de la

31 S. MADRIGAL, «El compromiso ecuménico de la Iglesia católica: de Uni-tatis redintegratio a Ut unum sint», en Vaticano II: remembranza y actualiza-ción, 338-360.

32 S. MADRIGAL, «El servicio de Pedro en el siglo XXI. Formas de ejerciciodel primado de Roma: una prospectiva hacia el futuro desde el pasado de lahistoria», en J. M. SÁNCHEZ, B. MÉNDEZ, S. PÉREZ (eds.), Ser cristiano en elsiglo XXI. Reflexión sobre el cristianismo que viene (Universidad Pontificia deSalamanca, 2001), 269-323.

33 S. MADRIGAL, «Las relaciones Iglesia-mundo según el Concilio Vatica-no II», en G. URIBARRI (ed.), Teología y nueva evangelización, Madrid-Bilbao,2005, 13-95.

34 S. MADRIGAL, «Los ministerios de la Iglesia hoy», en AA.VV., Retos dela Iglesia ante el nuevo milenio (PPC, Madrid, 2001), 137-173; ID., «Líneaspara una teología del ministerio: en nombre de Cristo - al servicio de la Igle-sia», en Vaticano II: remembranza y actualización, 271-297; D. BOROBIO, Losministerios en la comunidad (Biblioteca Litúrgica, Barcelona, 1999); J. FONT-BONA, Ministerio de comunión (Biblioteca Litúrgica, Barcelona, 1999); M. PON-CE, Llamados a servir. Teología del sacerdocio ministerial (Herder, Barcelona,2001); J. ESPEJA, El ministerio en la Iglesia. Un cambio de perspectiva (Edi-besa, Salamanca, 2001).

35 G. URIBARRI, Portar las marcas de Jesús. Bilbao-Madrid, 32002.

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teología y de la espiritualidad florecidas al socaire de la renovaciónmetodológica auspiciada por el Concilio 36.

En este tiempo posconciliar, sometido a la tensión de las inter-pretaciones y a los desafíos de la aplicación de las directrices delVaticano II, no se ha aparcado ninguno de los temas eclesiales allíabordados. Muchos de ellos han pervivido en los sínodos 37. Así lascosas, la X Asamblea (2001), que estuvo dedicada a la teología delepiscopado dio como resultado la exhortación apostólica Pastoresgregis; la última asamblea, dedicada a la eucaristía (2005), se sitúaya en el pontificado de Benedicto XVI.

A la altura del año dos mil, tuvo lugar en Roma un congresointernacional sobre el Concilio Vaticano II que, aunque tuvo presen-tes los contenidos de los 16 documentos conciliares, estuvo verte-brado en torno a las cuatro grandes constituciones. El actual PapaBenedicto XVI hizo una valoración de la eclesiología de Lumengentium que nos sitúa de nuevo en el corazón de «la recepción delConcilio». Allí rememoraba como en un sumario la teología de laIglesia propuesta en Lumen gentium subrayando los elementos mássobresalientes o conflictivos en el tiempo posconciliar: «el conceptode pueblo de Dios, la colegialidad de los obispos como revaloriza-ción del ministerio del obispo frente al primado del papa, la nuevavaloración de las Iglesias locales frente a la Iglesia en su conjunto,la apertura ecuménica del concepto de Iglesia y la apertura al mun-do de las religiones; finalmente, la pregunta por el lugar específicode la Iglesia católica, que se concreta en la fórmula de la Iglesiauna, santa, católica y apostólica de la que habla el Credo, subsistitin Ecclesia catholica» 38. Aunque aquí hayamos focalizado la recep-ción eclesiológica del Concilio en torno a los temas medulares de la

36 Véase: AA.VV., 25 años de teología: balance y perspectivas, Madrid,2006. Para la eclesiología, véase: J. PLANELLAS BARNOSELL, La recepción delVaticano II en los manuales de eclesiología españoles: I. Riudor, J. Collantes,M. M. Garijo-Guembe, S. Pié, E. Bueno, Roma, 2004.

37 M. ALCALÁ, Historia del Sínodo de los Obispos, Madrid, 1996; ID., His-toria del Sínodo de los Obispos. De 1997 a 2001, Madrid, 2002.

38 J. RATZINGER, «La eclesiología de la Constitución Lumen gentium», enConvocados en el camino de la fe. La Iglesia como comunión, Madrid, 2004,129-157; aquí: 132. Véase: J. RATZINGER, «L’ecclesiologia della CostituzioneLumen gentium», en R. FISICHELLA (ed.), Il Concilio Vaticano II. Recezione eattualità alla luce del Giubileo, Cinisello Balsamo, 2000, 66-81.

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Lumen gentium, no conviene olvidar su entronque profundo con lasotras tres grandes constituciones y los decretos y declaraciones. Sólosi se toman en cuenta todos estos documentos en su conjunto, que-dan resumidas y reasumidas las intenciones básicas que Pablo VIasignó al Concilio: la noción de Iglesia, la renovación, la relacióncon las otras Iglesias y comunidades cristianas, la relación con elmundo de hoy. Para decirlo con ayuda de un sumario salido de lapluma del actual Papa: el primer texto aprobado por el Vaticano IIfue la constitución sobre la liturgia; su tratamiento al principio detodos los otros trabajos obedeció a motivos pragmáticos, pero re-trospectivamente obtiene un sentido mucho más profundo en laarquitectura del Concilio: «lo primero es la adoración». El segundotexto fue la constitución sobre la Iglesia, y, por naturaleza, «la ecle-siología tiene que ver con la liturgia». La tercera constitución, sobrela revelación, habla de la palabra de Dios que es la que convoca ala Iglesia. Finalmente, la cuarta constitución muestra cómo la glo-rificación de Dios se muestra en el ethos 39.

4. CONCLUSIÓN: CONTINUIDAD Y DISCONTINUIDAD,4. «HERMENÉUTICA DE LA REFORMA»

Para el 8 de diciembre de 2005, cuando se iban a cumplir exac-tamente los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II,estuvo anunciada la primera encíclica de Benedicto XVI. Algunaspalabras suyas pronunciadas al comienzo de su pontificado hacíanpensar que no iban a faltar en ella referencias al acontecimientoeclesial más importante del siglo XX: «Cuando me preparo al ser-vicio que es propio del sucesor de Pedro, quiero reafirmar con fuer-za la voluntad decidida de proseguir en el compromiso de realiza-ción del Concilio Vaticano II, siguiendo a mis predecesores y encontinuidad con la tradición bimilenaria de la Iglesia. Este año secelebra el 40 aniversario de la conclusión de la asamblea conciliar(8 de diciembre de 1965). Con el pasar de los años los documentosconciliares no han perdido actualidad; por el contrario, sus enseñan-zas se revelan particularmente pertinentes en relación con las nue-

39 La eclesiología de la Constitución Lumen gentium, 131-132.

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vas instancias de la Iglesia y de la sociedad actual globalizada» 40.Sin embargo, no fue así, y éste es otro punto en el que Deus caritasest nos ha desconcertado.

De todos modos hay un documento que llena esta laguna y queenlaza con el problema de fondo de la recepción del Concilio quehemos venido exponiendo. Me refiero al discurso pronunciado el22 de diciembre de 2005 por el Papa ante la Curia con ocasión dela felicitación navideña. En esta alocución Joseph Ratzinger hacíabalance de sus primeros meses de pontificado, incluyendo la ce-lebración de los cuarenta años de la clausura del Concilio. Estacircunstancia le llevó a plantear las preguntas que hicimos afloraral comienzo de esta exposición: ¿cuál ha sido el resultado del Con-cilio? ¿Ha sido acogido y aplicado correctamente? En este proce-so de recepción, ¿qué ha sido bueno y qué insuficiente o erróneo?¿Qué es lo que queda aún por hacer? En suma: ¿por qué la recep-ción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha desarrolladohasta ahora de forma tan difícil? Su respuesta sonaba así de clara yrotunda: «todo depende de la correcta interpretación del Concilio o—como diríamos hoy en día— de su correcta hermenéutica, de sucorrecta clave de lectura y de aplicación».

Esta preocupación de Joseph Ratzinger viene de atrás; ya a co-mienzos de la década de los ochenta del siglo pasado había esta-blecido este cuadro de conjunto en la recepción del Concilio: enprimer lugar, se ha dado una fase de euforia (hasta 1968), que se havisto sustituida por una fase de desilusión (1970-1980); los añosochenta representan el intento de una búsqueda de equilibrio y desíntesis. A su juicio, volviendo al discurso citado, los problemasde la recepción en estos años del post-concilio emanan de la coexis-tencia de dos hermenéuticas contrarias y enfrentadas que han cau-sado confusión. Distingue entre una «hermenéutica de la disconti-nuidad y de la ruptura» y una «hermenéutica de la reforma», queaclara en los términos de «una renovación en la continuidad». Lomás característico de la llamada «hermenéutica de la discontinui-dad» consiste en una interpretación de los textos del Concilio comoel resultado de transacciones y de la búsqueda de la unanimidad; los

40 Cf. L’Osservatore Romano, ed. esp., n. 16, 22-IV-2005, p. 6.

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textos no serían por ello la expresión del verdadero espíritu delConcilio, y dado que no reflejan sino de manera imperfecta el es-píritu del Vaticano II y su novedad, hay que ir más allá de ellos paraapropiarse de la intención más profunda del Concilio. Brevemente:hay que seguir no ya los textos, sino su espíritu. El margen para laarbitrariedad y la excentricidad —denuncia el actual Papa— puedeser incalculable y, a la postre, esta línea de interpretación desembo-caría en una ruptura entre la Iglesia pre-conciliar y la Iglesia post-conciliar.

Resulta oportuno recordar que, a la altura de 1975, J. Ratzingerhabía abogado por una hermenéutica de la continuidad dejandoconstancia de algunos criterios de interpretación. En aquel momen-to, preocupado ya por la correcta aplicación del Concilio, se pregun-taba por el significado histórico del Concilio Vaticano II y, más enconcreto, por el peso que hubiera que conceder a la constituciónpastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo de hoy.Ciertamente, a los diez años de la clausura del Concilio, su valo-ración era negativa, una apreciación que volvió a sostener diezaños más tarde en el llamado Informe sobre la fe. Sin embargo,lo que ahora quisiera subrayar, pues está en continuidad con estahermenéutica de la renovación en la continuidad, son los criteriosentonces propuestos por el teólogo alemán: a) no se pueden en-tender los textos dogmáticos como preparación y mero preludio deun espíritu conciliar en germen que sólo toma cuerpo en la cons-titución Gaudium et spes; b) tampoco se debe pensar que este do-cumento es un primer paso en un proceso de continuación rectilíneahacia eso que se denomina progreso; c) no se puede recurrir al «es-píritu del Concilio» en contra de sus palabras expresas, pues de ahísólo se deduce la guía de un fantasma que nos conduce al desatino;d) en suma: es preciso leer el Vaticano II en su totalidad: «sólo latotalidad, en su exacta centralización, es el auténtico espíritu delConcilio» 41.

41 J. RATZINGER, «El lugar de la Iglesia y de la Teología en el momentoactual», en ID., Teoría de los principios teológicos. Materiales para una teo-logía fundamental, Barcelona, 1985, 439-472; aquí: 468-469. Sobre este punto,véase: S. MADRIGAL, Karl Rahner y Joseph Ratzinger. Tras las huellas del Con-cilio, Santander, 2006, 145-150.

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Cuando Benedicto XVI quiere explicar en qué consiste la «her-menéutica de la reforma» echa mano de dos textos: el discurso deinauguración de Juan XXIII y el discurso de clausura de Pablo VI.De aquella primera alocución del 11 de octubre de 1962, GaudetMater Ecclesia, retoma estos pasajes: el Concilio «quiere transmi-tir la doctrina católica en su integridad, sin atenuaciones ni defor-maciones», y prosigue diciendo: «Nuestra tarea no es únicamenteguardar este tesoro, como si nos preocupáramos tan sólo de la an-tigüedad, sino también decididos, sin temor, a estudiar lo que exigenuestra época (…) Esta doctrina es, sin duda, verdadera e inmuta-ble, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla yexponerla según las exigencias de nuestro tiempo. Una cosa es, enefecto, el depósito de la fe o las verdades que contiene nuestravenerable doctrina, y otra distinta es el modo como se enuncianestas verdades, conservando, sin embargo, el mismo sentido y sig-nificado».

Este fragmento ha sido reasumido en un pasaje de la constitu-ción pastoral Gaudium et spes (cf. GS 62), sobre la Iglesia en elmundo actual. Por aquí entronca, a mi parecer, la evocación queBenedicto XVI hace del discurso conciliar de clausura pronunciadopor Pablo VI, el 7 de diciembre de 1965. El Concilio tenía queprofundizar en la relación de la Iglesia con el mundo, haciendofrente a las diversas tensiones inscritas en esta dinámica de la «aper-tura al mundo». En opinión de Ratzinger, la cuestión de fondo quese decide en el replanteamiento de la relación entre la Iglesia y laEdad Moderna o modernidad se desgrana en estos tres interrogan-tes: cómo definir de manera nueva la relación entre la fe y la cienciamoderna, cómo definir la relación entre la Iglesia y el estado mo-derno, cómo definir la relación entre la fe cristiana y las religionesdel mundo. En este entramado de complejas cuestiones, las deci-siones de fondo del Concilio Vaticano II siguen siendo válidas, altiempo que las formas concretas de su aplicación a los nuevos con-textos y situaciones pueden cambiar, ya que la hermenéutica de lareforma nos sitúa en el corazón de esa dialéctica que se establece deforma permanente entre la fidelidad y el dinamismo. En el fondo, setrata siempre de las ineliminables tensiones entre la fe y la razón.Ahora bien: «podemos hoy volver la mirada con gratitud al Concilio

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Vaticano II: si lo leemos y lo acogemos guiados por una hermenéu-tica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerzapara la necesaria renovación de la Iglesia» 42.

Por eso, quisiera concluir con unas palabras de K. Rahner, enlas que señalaba que el Concilio Vaticano II, como cualquier otroconcilio de la Iglesia, es en realidad y ante todo un comienzo, quereclama de nosotros coraje, sobriedad y lucidez para arrostrar nue-vas tareas: «Un concilio es, con sus decisiones y enseñanzas, sóloun comienzo y un servicio. El concilio sólo puede dar indicacionesy expresar verdades doctrinalmente. Y por eso es sólo un comienzo.Y después todo depende de cómo se lleven a cabo esas indicacionesy cómo caigan esas verdades en el corazón creyente y produzcanallí espíritu y vida. Esto no depende, pues, del concilio mismo, sinode la gracia de Dios y de todos hombres de la Iglesia y de su buenavoluntad. Y, por eso, un Concilio es puramente un comienzo. Larenovación de la Iglesia no ocurre en el concilio y a través de susdecretos, sino después» 43.

42 Cf. L’Osservatore Romano, ed. esp., n. 52, 30-XII-2005, p. 10.43 K. RAHNER, «Mut und Nüchternheit auf dem Konzil», en Orientierung,

28 (1964), 40. Puede verse el texto de su conferencia, «El Concilio, nuevocomienzo», pronunciada nada más acabar el Concilio en: Card. K. LEHMANN,PH. ENDEAN, J. SOBRINO, G. WASSILOWSKY, Karl Rahner. La actualidad de supensamiento, Barcelona, 2004, 67-88.