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EXTRA REAL

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EXTRAREAL

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© Juan Cervera Sanchís1ra. edición compilados: libro electronico 2013 ©

Pintura: AxaíPortada y diseño: Peggy KER

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Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier recurso o medio, actual o futuro, de los contenidos, tipografía y formato de esta

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SAFICA ROSA

1983

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En este tiempo gris de mercaderes en que el plástico mata las ruzafas, las macetas de barro me cautivan

rosa con rosa.

Vuelvo al alma del sol, memoria virgen, desde la luminosa clorofila

del hermoso rosal que ardió en mi casa siendo yo niño.

Desde siempre la rosa fue mi vida, desde siempre mi vida fue la rosa

y habité desde siempre en los rosales señorialmente.

Amo la enfebrecida rosa roja, canto la inmaculada rosa blanca

y oro en la catedral de las esencias sin mí y conmigo.

La rosa de Damasco en mi vidriera me incendia el corazón de lontananzas

y recuerdo de súbito tu nombre. Júbilo sacro.

El sutil universo de la rosa tiene la seducción núbil e intacta

de la tierna doncella en sed de amor, muda de esperas.

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Viejo rosicultor embelesado me ennovió con la Rosa de Castilla

y un castillo de rosas en el aire me ofrece albergue.

Retorno a la humedad lustral del génesis y mis nocturnos ojos jardineros

acarician la rosa imaginaria, púrpura o nieve.

La Rosa de los Vientos me transporta una vez y otra vez, nave invisible, hacia el Sur de la rosa amartelada

del Jazmín Negro.

Por los sagrados signos del aroma arribo a los orígenes del mar

y descifro los sueños de las tersas rosas marinas.

Aunque mueren y nacen cada día en el jardín las rosas pasajeras la rosa permanece incorruptible

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por sobre el mundo.

Llevo la Rosa Verde de Granada, con la lujuria infín de sus serrallos,

en donde más se exaltan los guerreros de mis instintos.

Enfermo de la Rosa Floribunda y por la Rosa Gálica engañado

la Rosa Sideral hallar deseo para mis males.

En la Rosa de Rodas me detengo a escribir mis memorias y el olvido, agua dulce de rosas, mis recuerdos

borra implacable.

Rosa de los Pintores, ven a mí esta tarde en que el Rosa Mexicano

Rosa pitiminí, sin darse cuenta, pone en mi sangre.

La Rosa de Sharón abre sus pétalos; versículos de plumas para el ansia

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de cielo que me asalta cuando palpo lo metafísico.

Rosa de Navidad. Pienso en mi madre, floricultora fiel de aquella rosa

con que el pueblo andaluz habla sin voz con los arcángeles.

Desde la Rosa Mística me entrego a tu vino de rosas y el Domingo de la Rosa me lleva a tus altares

blandos y alados.

Que la Rosa de Egipto te lo diga; confírmelo la Rosa de Bengala: Al igual que la rosa yo tampoco

soy de este tiempo.

Santa Rosa de Lima por mis ojos y la secreta Rosa Trinitaria

me develan el alma de lo oculto. Callo y admiro.

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C U E R P O A C U E R P O

Y cuerpo a cuerpo devenimos y pasa lo de siempre

y volvemos a chocar contra el muro y queda de nosotros

una liliputense pirámide de huesos y aquí no pasó nada:

unos hombres devoraron a otros hombres para ser devorados finalmente

ellos mismos por la tierra, la gran devoradora de todo cuanto nace.

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VERSARIO

INUTIL

Y

ABSURDO

A

NINGUNA

2008

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N I N G U N A

Ninguna, no me abandones. No me abandones, Ninguna,

pues necesito tu luna y, con tu luna, tus dones para comprobar que vivo

y sentir que en lo que escribo vuelco lo mejor de mí que, al ser leído por ti,

inciensa tu corazón de profunda religión

y jubilosa alegría. Oh, Ninguna, mi Poesía,

que es la razón de mi ser, existe por el poder

de tu rotunda presencia, que es mi arte y que es mi ciencia.

Oh, mi Ninguna, radiante como el ojo del diamante. Oh, mi Ninguna, olorosa como una fragante rosa. Ninguna de mi invención,

dueña de mi corazón que, entre diosas y mujeres,

eres todo lo que eres y, entre todo,

la veranda en que me acodo

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para ver en el fondo de mi ser.

Oh, Ninguna, transparente como el agua de la fuente y a la vez tan enigmática y bellamente selvática.

No me abandones, Ninguna. Ninguna, no me abandones.

y cólmame de tus dones bajo la luz de la luna.

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N A D A A N A D A

Nada a Nada Dios me acuna y dos más dos por fin son

cinco en este corazón que rinde culto a Ninguna.

Ninguna, incomparable fortuna

y destino de estos huesos en donde mis nervios presos

inventan la libertad y huyen de la realidad

contra esta extraña invención de oírnos el corazón,

y saber que Ninguna es nuestro ser.

Ninguna, Ninguna mía, dama de mi fantasía,

de mi pan y de mi vino y luz fiel de mi camino.

Que este loco matemático, pastor de lobos y cabras,

que juega con las palabras y los números

innúmeros,

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todavía es fanático

del Amor y la Poesía, y, anverso de la ceniza,

lo temporal eterniza con fervor en la mirada

por tu sombra cautivada, mientras descubre en el dos

la mágica acción de Dios. Oh, Ninguna de mi muerte, de mi vida y de mi suerte. Oh, Ninguna de mi verso

con vocación de Universo. Oh, Ninguna de mi vida sin pecado concebida. Concebida sin pecado

por mi amor enamorado.

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E S T A T A R D E

A Ninguna hablo esta tarde en que mi corazón arde

cercado de soledad en esta fiera ciudad

donde muero cada día jugando a la juglería

que Ninguna sembró en mí una noche en que creí

que el amor era posible y lo invisible visible.

Ay, Ninguna, criatura graciosa y una y consolador invento

de mi espíritu sediento. Singular criatura mía,

Madre de la mi Poesía, ¡Madre de la mi Poesía! ya que, sin Ninguna, yo

me apagaría en el no de la sombra negativa con el alma a la deriva,

mientras que con Ella, oh, sí, todo se endulza de aquí

y de allí, y renace Primavera

mi corazón dondequiera.

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Y TODAS LAS COSAS SON

Y todas las cosas son engendros de la ocasión. Ocasional es el mundo

y el paso del vagabundo; aunque tú, por sin igual,

Ninguna, eres causal. Honda causa de mi vida

que se mantiene encendida por tu causa

que, sin pausa, altura le da a mi pluma

mientras suma, suma y suma, contra el avaro restar, el gran gozo de rimar,

en tu nombre de tres sílabas emociones octosílabas.

Oh, Ninguna, como una noche de luna llena y en pleno alta mar, donde el vivir y el soñar

se confunden, dominados por sinrazones y hados

igual que tú, indescifrables y como tú incomparables.

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Oh, Ninguna, por sufrir, que es lo mismo que vivir,

juego y bebo y me embebo

en tu hermosura causal y a la vez ocasional

y lujosa y caprichosa,

como suele y debe ser, oh, Ninguna, la mujer,

inventada por la mente enamorada

del hombre, que nada sabe de la mujer, ni del ave

del misterio que la habita y, con la mujer, lo incita

a beber sombras y vinos y a perderse en los caminos.

Oh, Ninguna inabrazable y eternamente adorable como la mágica herida

de la vida y su poder,

que nos mata sin querer.

Oh, Ninguna,

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que eres todas y eres una, que eres tú, Ninguna mía, como el sueño y la Poesía

y la suerte de la muerte,

pues solamente al morir el hombre empieza a vivir, aunque nos cueste creerlo

y, aunque a fuerza de saberlo, lo tratemos de ignorar,

ya que a fuerza de indagar, oh, Ninguna, llega el hombre

a no saber ni su nombre.

Que no sabe el hombre nada, que no hay nada que saber.

Permíteme obedecer a tu voz enamorada,

altamente enamorada y por siempre enamorada,

para ser, para ser, ¡oh Ninguna!, ¡para ser!

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LOS

DIOSES

MUEREN

MIL

VECES

1987

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P Á J A R O

A José M. Oxholm, en Detroit.

Un pájaro sin memoria va por los cielos perdido. No sabe hacia dónde va e ignora si tuvo nido.

Por la alcántara del tiempo el invierno cruza el río. Las nubes de primavera imaginan el estío.

En el otoño del pan gime un canario amarillo

y en la jaula de la lluvia arden los sueños del vino.

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L I E B R E

A Rubinstein Moreira, en Montevideo

La liebre gris de la sierra… conejo de la campiña.

Yo tuve perros de caza y verdades y mentiras. Te hablaré de los lentiscos y de la jara encendida.

Mi novia fue una ciruela sin pecado concebida.

¿Qué pluma de mirlo blanco, sólo pluma a la deriva, va por el aire añorando el ala que le dio vida?

Juan Cervera, ¿qué ha pasado con el tintero, la tinta, el papel y aquella pluma de gallito que tenía…?

¿Qué tenía aquella pluma? ¿Lo sabrán las golondrinas? ¿Lo adivinarán los huesos blancos de las mandarinas?

Tal vez no lo sepa nadie, ya que de nada valdría. O quizá lo sepan todos. Nunca creas lo que yo diga.

Pienso en las bellotas verdes y en las violáceas olivas y veo transitar al tiempo por el ustorio sin prisa,

ya liebre gris de la sierra, ya conejo en la campiña, con la vuelta en la mirada y la mirada en la huida.

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P I E N S O

A Maya Isla, en Nueva York.

Pienso en los molinos viejos durmiendo a orillas del agua y soñando antiguos sueños.

Pienso en las tardes de mayo y en los niños molineros enharinados de asombros. Pienso en la cal de aquel pueblo

de manos trabajadoras y alma fiel de pan moreno.

Pienso en la pasión del trigo y en el hondo sentimiento, de las aspas abrazadas a la cintura del viento.

Pienso cuando tuve yo corazón de molinero y harina para el amor incendiario de los besos.

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C R E S T A

A Xorge del Campo, en su librería de viejo.

Cuando la cresta encendida del gallo de la mañana llegó hiriendo las veletas de las torres de mi infancia,

los gorriones del tiempo picotearon la escarcha, con vocación de verano, de mi sangre desvelada.

Yo venía de amar las nubes en los tálamos del agua y la vida era un jardín con memoria azul de ala.

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M E D I A S T A R D E S

A Alejandro Ariceaga, en Toluca.

Las medias tardes de agosto volaba rojas cometas a orillas del viejo río festoneado de adelfas.

Pluma a pluma y nube a nube, el tiempo, temblor de menta, me iba envolviendo en el aire de su catedral secreta.

Más allá de las palomas, los tordos y las cigüeñas, mi alma entraba en la memoria altísima de las piedras.

Volar cometas de sangre bajo las tardes aquellas era entrar de pie en la noche dueño al fin de Juan Cervera.

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C A B A L L O

A Enrique García Carpy, en Alburquerque, Nuevo México.

Huye el caballo de espadas por la taberna vacía mientras la sota de oro se muere de fantasías.

Van y vienen por mis noches pedazos de antiguas vidas, absortas siestas de julio y raras cristalerías.

El mundo es un barco duende navegando a la deriva y el Universo un derviche borracho de rosas místicas.

Yo hace siglos que no sé por qué canto en esta esquina y sigo amando a las potras que jamás han de ser mías.

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I D I O M A

A Leopoldo Meraz, en las Estrellas.

En el idioma del sol hablamos alguna vez y en el agua de sus fuentes fui conociendo la sed.

La palabra era un membrillo que me invitaba a comer y el niño un hambre de pecho con futuro en luz de fe.

Amé las panaderías y el trigo y la harina amé y escribí en la lluvia verde historias de espesa miel.

En el idioma del sol todo puede suceder: que un hombre alcance a ser ángel, que un muerto

vuelva a nacer.

En el alba de su lengua por fin yo pude saber, con mi lengua enamorada, que no hay nada que saber.

La abeja azul reflexiona sobre el grito del clavel. En el idioma del sol mi piel vivió con su piel.

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A G U A D E N O R I A

A Librado Basilio, en su Xalapa.

Yo sé del agua de noria y de su aroma intensísimo. En mi memoria no ha muerto la ilusión del paraíso.

Estoy seguro, creedme, que, tras mi desastre físico, mi química volverá a renacer en el río.

Sé yo del agua más honda subiendo por mis sentidos, dando sentido a la tierra y amando la luz de Sirio. Yo fui hortelano en el aire de su verano encendido y lluvia de primavera en sus pechos campesinos.

No moriré y, como ella, daré a la vida motivos para que el agua de noria siga oliendo a dioses niños.

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A S T I L L A

A Emilio Durán Vázquez, en su “Paralelo” Sevillano.

Con una astilla de sol clavada en el pensamiento iba el aire enamorado del añil alto del cielo;

el aire aquel que fui yo alrededor de su cuerpo.

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F L A M M A R I O N

A Antonio Bulnes en Sevilla.

Con Flammarion en los ojos besé las sienes de Urano. Entre libros ambarinos me entregaba a lo fantástico. Sin saber lo que era el mar inventaba hermosas naos

y era libre como el aire en las islas de sus brazos. Tenía entonces la sangre decidida hacia lo cálido

y la piel se me inclinaba por los senderos del tacto. Ebrio de rumor de norias, mi corazón hortelano, desayunaba granadas y merendaba duraznos. Creo que llegué a ser sol y feliz trigal dorado

y que encendí supernovas en la sed de mi costado. Flammarion fue eso y más entre el amor de mis manos.Él me enseñó la innombrable astronomía de lo mágico;

la secreta matemática del tiempo multiplicado por la fuerza de la noche casada con el verano,

apasionante y celoso, de los misterios más altos.

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R O S I C L E R

A Raúl Gutiérrez Niño de Haro, en el Futuro.

Un rosicler de agua nueva envejece de murciélagos y la noche es una niña con planetas en el pelo.

En las ramas del castaño, la memoria del mochuelo, inventa amores y sombras excitado por los celos.

Lo que nunca será tuyo, lo que fue tuyo y ha muerto llora mirando la luna. Esta gime en el misterio.

La sensualidad del polvo recorre los cementerios y la vida resucita —noche de boda— en los lechos. Un rosicler de agua nueva tiñe de música el cielo

y yo, que ignoro quién soy, tampoco quiero saberlo.

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I N V I E R N O S

A José Tiatelpa, vivo en Anáhuac.

Inviernos de aguzanieves con claros ojos de escarcha, que habla del pan horneado con verde fuego de jara,

tuve en mi sangre hace siglos… de una historia que no acaba.

Recuerdo yuntas arando la tierra tierna y mojada bajo los plomizos cielos volados por cojugadas.

Memorias tengo de entonces dando hondura a mi mirada; memorias saltando al fuego como crujientes castañas.

Recuerdo noches de lluvia golpeando mis ventanas, relámpagos, sombras, truenos y giraldas asustadas; el tic tac del reloj viejo y mi frente en la almohada, tratando de comprender la pasión de las crisálidas recuerdo bajo estas nubes de seda desmemoriada.

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G O L O N D R I N A S

A Juliette Decreus, quien en Londres rinde culto a los amigos invisibles.

Volaban al ras de tierra anunciándonos la lluvia, el ozono y la tormenta.

Hablo de las golondrinas de sangre veloz y eléctrica de su leyenda de espinas y su fulgente belleza.

Hablo de un invierno dulce con el rocío en la cabeza en un pueblo junto a un río y a la falda de una sierra.

Hablo de un niño perdido y de un viejo que aún inventa memorias de plumas blancas y olvidos de plumas negras.

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L O C O

A Teresinka Pereira, en Colorado.

Tuve yo amores de grillos en tu bosque de jilgueros y una ruiseñora negra le dio blancura a mis besos.

Sí, te dirán: “Él fue un loco”. Nunca sabrán los loqueros qué es lo que pasa en los ojos clarividentes del viento.

Te envuelvo en mantas de reyes, en madrugadas de alientos, y, mendicante con nubes en las yemas de los dedos,

solicito caridades a la entrada de tu templo.

Digo sed, estrellas niñas, y mis aerolitos ciegos dan golpes en los cristales de los balcones del sueño.

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T A B E R N A

A Ángel Bárcenas, español, ya tierra viva de México.

En la taberna del sol la memoria infín del vidrio recordaba —luna blanca— el pasado azul del frío.

Mi verano adolescente, naufragaba en los indicios y un hilo de vida, absorto, se enredaba en los narcisos.

En los helechos del pozo se ennoviaban los domingos y mi sangre en Sur de música cantaba al Este del vino.

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A M O R

A Leo Magnino, en Roma.

Donde el amor tiene lluvia, heliotropos y ventanas, atardeceres de junio y memorias de albahacas,

esperaría mi muerte y la vida inesperada que después de cada muerte a toda vida le aguarda. Donde Roma tiene puentes, basílicas, campanadas, niños jugando en la luz, peces nadando en el agua, alas volando en el aire y carne henchida de alma.

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M E M B R I L L O S

A Juan Collantes de Terán, en Sevilla.

Me acuerdo de los membrillos disfrazados de damascos que yo comí siendo niño.

En los ojos de septiembre un aire claro y purísimo miraba el atardecer con alma virgen de grillo.

En el tomatal del sueño lo verde urdía lo rojizo. La memoria del crepúsculo desataba mis instintos.

Alguien sajaba sandías amartelando cuchillos.

Las ranas de mis estanques se adueñaban del olvido y mi casa era un planeta con vocación de caminos.

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C I P S É L I D O S

A Eligio Hernández Reales, en Axati y con Usagre al fondo.

Los cipsélidos bordaban el pañuelo del crepúsculo y el alma del pueblo álfico se abismaba en lo telúrico.

La yegua azul de la noche se desnudaba de súbito y el alto corcel del viento daba forma a nuevos mundos.

En el interior del tiempo, la rosa del tiempo sumo aromaba los espacios de mis cirros vagabundos.

Un hilo verde de luna amaba agujas y búhos y las gatas del deseo arañaban gallos rubios.

Los cipsélidos, quién sabe en qué murallas ocultos, daban descanso a sus alas y alas al sueño profundo

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N O C H E S

A Javier Jiménez, en Sevilla.

Las noches de vida plena, ranas y grillos cantores, daban voz a las luciérnagas.

Recuerdo el olor sonámbulo de la malherida yerba por los cascos del caballo o el hierro gris de la rueda.

Tengo memoria del aire recorriendo la alameda y poblando las acacias de vegetales leyendas.

¡Qué noches aquellas noches en que mi alma anduvo presa en los brazos de la luna con la luna en la cabeza!

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T R E N E S

A José Luis Colín, en sus Fumarolas.

El silbido de los trenes me hablaba de geografías que, en los ojos de mi cara, sed de ver, nunca verían.

El fruto de las moreras, moras de mi fantasía, daban a mi paladar consuelo de azúcar niña.

Pero aquellos rojos trenes, que siempre y siempre se iban, me dejaban en la piel rasguños de uñas finísimas.

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G U S A N O S

A Julio Mariscal Montes, tierra ya de nuestra tierra andaluza.

Hubo gusanos de seda para mis ojos de niño. Hubo infinitud de verdes y embriagantes amarillos.

Hubo mañanas de mayo lloviznando sobre el trigo y pozos mirando el paso ritual del nuberío.

Hubo tejados extáticos en la voz de los sisimbrios y vuelos de gorriones en acacias y eucaliptos.

Hubo un hondo olor a tierra y trémulos vientecillos; azoteas para el sueño y almenas para el delirio.

Hubo hambre y sed de rosas alimentadas con lirios y escándalos de papel escoriados con cerillos.

Hubo llamas y cenizas, sombras de árboles caídos, duros silencios de piedra y blandos gozos efímeros.

Hubo países lejanos, balcones, alas y libros; y aquella fe sin medida en el puñal del destino

que aún se me clava en el pecho mientras hago mi camino.

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A Ñ I R A L

A Jean Aristeguieta, en Los Chaguaramos.

Mientras se lava la luz en añiles y campanas pienso en mi pueblo y desnudo un vivo blancor de sábanas.

Siempre quise haber tenido un añiral en mi casa. Mi pasión por el añil es cada día más ancha.

¿Qué se hizo, sangre mía, de los lebrillos y el agua, de las manos de Asunción enjuagando la esperanza?

Vuelvo al alba de los índigos con el viento en la mirada y en tu campo de añirales el dios del añil me aguarda.

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¿ P O R Q U É ?

A Pascual Venegas Filardo, en Caracas.

¿Por qué pienso en el membrillo cuando muerdo la naranja? Amo los albaricoques e idolatro las granadas.

Sé el secreto de las uvas y de las rojas manzanas. Yo soy frutal como el sol y mágico como el agua.

¿Por qué pienso en las moreras cuando muerdo las castañas? Mi pasión por los almendros no la entienden las acacias.

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H I S T O R I A

A Jesús Luis Benítez, en su muerte, también nuestra.

Jugaban en la penumbra el olvido y la memoria con mi historia de persianas y mi leyenda de alcobas.

Los chineros desnudaban secretamente las horas. Se mecían los fantasmas en las viejas mecedoras.

En aquel tiempo yo amaba las provincias del aroma y me gustaba inventar sedocidades de corchas.

El Universo era un cántaro rodeado de palomas y la sed un sabio beso en los labios de una novia.

Quiero creer que el frescor del cristal llenó mi boca para decir aspidistras y escaleras sigilosas.

La verdad con ser verdad en mi lengua se equivoca. Sigo escribiendo a la flama de aquellas siestas remotas.

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O V A L

A Norma Pérez Martín, en Buenos Aires.

Un tiempo oval nos contempla desde la ermita del aire. Tu morenez virginal inquieta mis palomares.

Yo soy memoria de nube y olvido de blancas cales.

¿Qué niño arco iris vibra entre los verdes cristales de las botellas del sueño que encierran tus ansiedades?

Una noche de veletas y aerolitos suspirantes mis pies descalzos pisaron la espalda de tus trigales.

La voz de los pozos húmedos dialogaba con mi sangre y en el rincón de una choza retornaba a imaginarme

aquel amor campesino entre tu carne y mi carne.

Desde el canto de los gallos al temblor de los pajares tú eras tibia golondrina y yo alcaudón emigrante.

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V E R A N O

A Juan F. Cárceles, en Mairena del Aljarabe y siempre con Lora del Río en el corazón.

La memoria del verano era una cigüeña joven sobrevolando los campos.

Yo inventaba los rastrojos y el olvido colorado del alma del sandiar bajo el temblor de los álamos.

¿Qué música de alcancía me anunciaba, barro y canto, las bodas del limonero y el bautizo del naranjo?

Alguna vez en el Sur volveré a besar sus labios con luz de agosto en la lengua y el misterio recobrado,

le devolverá a mi sangre la pasión de los geranios.

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P O B R E

A Jesús Bonifacio Heredia, en Zacatecas.

Aunque fui pobre en mi infancia yo gocé de institutriz. Las claras noches de mayo la luna me enseñó a mí

el por qué fluyen las fuentes en la sed del alhelí.

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C E J A

A Francisco Paniagua, en Toluca.

Una ceja de cristal y una pestaña de sol irisaban la mañana de crestas de bermellón.

Todo es recordar. Recuerdo la memoria del arroz envolviendo ingenuos novios en el aire del pudor.

Las solteronas cuidaban con su desvivido amor canarios color de luna en la plata del jaulón.

Yo era un niño que inventaba la rosa de la invención, esa rosa que perfuma todavía mi corazón.

No moriré mientras abras cada tarde tu balcón y recordando tus ojos niegues ojos al adiós.

Hijo azul del mediodía daré vuelo al gorrión de mi alma en tu tejado amorosamente en flor.

Yo tengo fe en la palabra sonora del surtidor y nunca he dudado, nunca, del sino del ruiseñor.

Todo es recordar. Te digo que todo lo que pasó está registrado, y vive en la memoria de Dios.

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P A P E L D E C H I N A

A Fernando Wong Balmaceda, en un lugar del mundo.

Papel de china en el aire de la tarde dominguera con ojos niños de pueblo y águilas en la cabeza.

Quiero repetir la flor mestiza de la leyenda para quemarme las manos en su alta llama bermeja.

El dios de la fantasía reinventaba las cerezas y un gallo de tornasol hacía girar las veletas.

Los relojeros cansados habían cerrado sus tiendas y, tendidos sobre el campo, contaban horas secretas. Dejadme volver, dejadme, a la sangre de mis venas;

al tiempo aquel, ya perdido, y que jamás tendrá vuelta.

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P R E S E N C I A

Llueve despacio. El aire huele a bosque. En los aleros de mi casa lejana

sueñan los gorriones a la luz y al calor de tus magnos veranos. Mi sangre no está sola.

La tarde, mientras tanto, como una carreta abandonada y puesta boca arriba,

nadie sabe por quién, gira y gira sus ruedas sin ir a ningún sitio;

aunque yendo sin duda a todas partes. Mi corazón descubre tu presencia,

otra vez el misterio del ruiseñor lo anima, sabe que estás aquí y susurra despacio,

como el agua, suavemente a tu oído sus mil nombres.

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E N M I H A B I T A C I Ó N

Entra en mi habitación el pasado y mi casa es de súbito

aquel pueblo claro y dulce del Sur donde había pequeñas aves de colores,

húmedos jardincillos, tiempo tranquilo de artesanos,

conventos de clausura, aceñas empolvadas por el alma del trigo,

antiguos puentes, milenarios ríos

y tantas cosas, ¡tantas! que, el pasado, entra en mi habitación

de tal manera que, el presente, que es gris, se torna hermoso.

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AQUEL TIEMPO

Amo aquel tiempo ya sin sombra donde tuve lo único que en mi vida he tenido:

Horas perdidas, ocios lentos…

Amo aquel tiempo donde había espesos árboles sembrados por mi mano,

que ofrecían cobijo, las hondas tardes invernales,

a los pequeños petirrojos dueños de impredecibles y mágicos revuelos.

Amo una edad ida para siempre, donde tenderse a ver pasar las nubes, de espalda a los meticulosos relojeros

heridos por los enanos de la prisa, tenía caminos sin caminos.

Amo —¿fatalidad de haber nacido?— allá en el cementerio de las palabras disecadas,

donde los clamores encanecidos se disfrazan de Lázaro e incomprensiblemente resucitan,

todo lo bautizado con el agua de la lluvia sin nombre.

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V U E L V E

Vuelve el molino viejo, abandonado, al entrañable amor de mi memoria,

desde la orilla del río que cantara Asa al-Ama.

Vuelve y es habitado por inquilinos luminosos como los anchos días de mi infancia

allá en el Sur, donde la vida tanto se aproximaba al paraíso.

Vuelve el molino viejo, todo corazón, y yo me escondo entre las cuatro

paredes de mi cuarto olvidado del mundo.

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DEL ARCA POLVORIENTA

Los retratos mohosos de los difuntos brotaban las tardes sin escuela

del arca polvorienta.

Algo sin nombre hería nuestras almas y lo poblaba todo de familiar misterio.

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L A S L L U V I A S

Con la llegada de las lluvias sobrevolaban la aldea

las blancas aves del invierno, y la vida se internaba en sí misma

a recordar la luz que se llevó el verano.

Con la llegada de las lluvias la leña verde ardía despacio

en la memoria gris de los ancianos y la aldea flotaba sobre un tiempo sin tiempo.

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AL OLVIDO DE TODOS TUS RECUERDOS

Como la lluvia persistente de los inviernos de tu infancia;

como los días de barro rojo y los atardeceres encogidos de frío

y cruzados de esqueléticos perros amarillos, vas hundiéndote en la infinita entraña de la noche.

El sabor intenso de la muerte, casi adueñado de tu cuerpo,

revuela por la jaula maltrecha de tu vida como un anciano mirlo ciego.

Débilmente piensas en un vocablo infín. Volver, volver —palabra-pez saltando por tu lengua—.

Mas tú lo sabes, tú lo sabes, es sólo un sueño oscuro,

densamente oscuro, que te arroja al olvido de todos tus recuerdos.

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TIEMPO PARA SOÑAR

Volvía el corazón a su aldea nativa; goteaban dulcísimas las ramas del alerce

tras los cristales vagos del balcón… Tus dos ojos antiguos veían el campo húmedo.

Tiempo para soñar tenías de nuevo contra la ciega urgencia de los hombres.

Y allá lejos, ¡lejísimos!, crecían los arroyos y los ríos,

y las suaves laderas de tu infancia, reverdecían de nuevo en mil memorias.

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LOS MUERTOS RESUCITAN

Cuando la pulpa de cada nuez es una fervorosa oración entre los dientes;

cuando la lluvia canta en los cristales y los perros ladran en la puerta trasera de la casa,

el corazón imagina y sueña que las tierras áridas reverdecen,

y que en el viejo cementerio de la aldea los muertos resucitan.

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LAS PREGUNTAS DE SIEMPRE

Desde el frío espejo te contemplas. ¡Oh pequeño e inofensivo rostro de dos ojos!

La puesta de sol entra por la ventana semiabierta y las aves enjauladas entornan sus lágrimas

y conquistan el reino de los sueños. En tu gran casa sola el tiempo se detiene un segundo. Te preguntas por la edad de los melocotoneros en flor

y la memoria niña de las fuentes. Desde los libros del anaquel roído

te llaman y te llaman imaginarios corazones de amigos muertos hace siglos.

Tú, absorto, contemplas desde el frío espejo lo inexplicable tratando de explicarte ese misterio frágil y efímero

que habita, ¡oh amigo mío!, tras ese pequeño e inofensivo rostro de dos ojos.

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P A S A J E R O S

En el cementerio de las diligencias, tu corazón y el mío, pasajeros,

fingían llegar a la estación secreta de la aldea del dios de los amantes locos,

y envueltos en relojes detenidos alcanzaban el amor más hermoso,

ya totalmente a espaldas de los ojos sombríos de la prisa.

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PARA LLEGAR A TI

En el cementerio de las diligencias, tu corazón y el mío, pasajeros,

fingían llegar a la estación secreta de la aldea del dios de los amantes locos,

y envueltos en relojes detenidos alcanzaban el amor más hermoso,

ya totalmente a espaldas de los ojos sombríos de la prisa.

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PARA LLEGAR A TI

Para llegar a ti, y me lo sé doliéndome, son inútiles las palabras.

Sin embargo, todo esto que soy y aún no muere, se entrega con pasión de corazón antiguo

a los puentes colgantes de los viejos vocablos y repite tu nombre, vívido como el sol,

enamoradamente lengua adentro. hace pensar al hombre en miel y seda

si mujer lo acompaña y, la verdad, ya junto a la mujer, es harto aceda;

pero harto acedo es todo en esta vida gracias a la mujer embellecida.

Que aunque la vida siempre es un desastre y es un desastre siempre la mujer,

y andar enamorado es siempre un lastre, uno, que vive y muere sin querer, quisiera vivir siempre enamorado hijo al fin de mujer y desastrado.

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TAMPOCO

Como al amor, tampoco nadie elige su vida.

La vida nos elige y somos lo que somos. Y vivimos, no tal como quisiéramos,

sino según se puede. Finalmente morimos.

Y tampoco la muerte nos es dado elegirla, aunque el suicida crea lo contrario.

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E N E L O L V I D O

En el olvido de los días, en el olvido de las noches, en el olvido de los siglos

habito a veces y es entonces cuando soy yo realmente.

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EL ASESINO DE MEMORIAS

Únicamente el asesino de memorias halla la última verdad y la hace suya.Únicamente el asesino de memorias

puede llegar a conocer su rostro.Únicamente el asesino de memorias

prende fuego al bosque de los nombres y entra en la ceniza del nombre verdadero.

Únicamente el asesino de memorias resucita en la memoria de Dios como Dios mismo.

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A N D A L U C Í A

Para Axaí

Oh Andalucía, tierra donde mis muertos reverdecen y los ríos de mi sangre siguen corriendo —niños—

hacia el mar del futuro, hermosamente.

Oh Andalucía, cobalto electrizante donde el viento de las doce muestra su barba de oro

y un vilano con alma de canela contrasta con la pupila añil del mediodía

en tanto que un hombre milenario, con su navaja nueva, se entrega al ritual de pelar la oración de una naranja

y luego muerde, con lentitud golosa, jugosos gajos en donde amarillean mil respuestas.

Oh Andalucía, sueño de un sueño apenas develado con la niñez al fondo y entre campos de trigos y amapolas. Digo tu nombre, tus nueve letras, tus cinco sílabas de vino

y me pierdo en la torre de tu acento y un vuelo de campanas acaricia mi espíritu

de ustorio sorprendido.

Oh Andalucía, misteriosa y honda, alma azul de torcaz

y verde espina de zarza humedecida por el secreto llanto del planeta;

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devocional, vital, real, irreal y desbordantemente generosa

como los musicales aguavientos de enero con mirada lustral de golondrina.

Oh Andalucía del cerezal en ascuas, del saúz y del brezo, del acebuche y del espliego,

del castañar henchido de apetitosa pulpa, del ciprés alargando su sombra en sed de enigmas,

de la yedra trepando por las tapias del sueño, del laurel reflejándose en el agua callada del estanque

como un temblor de dichas pasadas que de pronto asaltara la memoria del aire.

Oh Andalucía de la albahaca y la biznaga, del orozuz y del palmiche,

enjoyada de aromas, coronada de juncias y azahares,

sobrecogida de penumbras allá donde el helecho y la aspidistra dan la espalda, las raíces, las hojas,

al rubí del verano tras un temblor recóndito de inefables persianas.

Oh Andalucía del garbanzal en flor, del maizal rubicundo de mazorcas,

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del trigal doblándose de tróficas espigas, del verde tomatal encendido de frutos,

del pimental en vilo de enérgicos olores, del papal revolado por un zumbido ático de abejas,

del alfalfar mirándose en los negros e inocentes ojos de las cósmicas vacas.

Oh Andalucía del espárrago, de la escarola y la espinaca,

del alcaucil y el rábano, del apio y del pepino, de la acelga; de la lechuga, el ajo y la cebolla, de la sal, del aceite y del vinagre

que en la fuente, señora de la mesa, y en mitad de un hipnótico tintineo de cuchillos, cucharas, tenedores,

el reino vegetal canta y deifica.

Oh Andalucía del nardo y de los jazmineros, del clavel, del geranio y los pitiminíes,

del heliotropo y de la madreselva, de la violeta, de la marimoña, de la malvaloca

y de la flamenquilla; de la begonia de la anémona y del trébol, del tulipán, del acanto y de los arrayanes;

de las nácaras noches, con Luna llena en Capricornio, y envuelta en un temblor de canciones de rueda

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bajo los irisantes y apresurados aerolitos.

Oh Andalucía del pérsico y la níspola, del corcho, de la caña y de los tarayales

en donde el caracol saca los cuernos y el croar de las ranas nos platica

de las ninfas ocultas en el río y el ruiseñor en celo se balancea y gorjea en la más alta rama del mirtáceo dormido y entre claros de luna y céfiros de marzo

imagina que muere —¡hay tantas bellas formas de nacer!—

con afanes de abril en el pico entreabierto.

Oh Andalucía de las camelias, de la flor del almendro y la glicina,

del algarrobo y del sicómoro, del eucalipto y de la acacia,

del álamo, del tilo y la palmera, aunque mis ojos no retornen

a mirarse en la sed de tus magnolias con ellos morirás para vivir por siempre.

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OH ANDALUCÍA de los viñedos y las botas madres, dispuesta a la ebriedad mística cada instante, visionaria y gimiente, cual cirros de deseos,

y galopando en caballos oníricos por mares y por cielos de espejados asombros.

Paradisíaca y trágica como la vida misma y compartiendo en la taberna del Sol o de la Luna

el vino y el cristal de los vislumbres y las insinuaciones impalpables, pero siempre presentes,

de los equidistantes universos y el ajedrez de todas las jugadas posibles e imposibles

o el simple dominó de un cierre a blancas entre jocosas risas y sabrosos desquites. OH ANDALUCÍA del mimbre de la adelfa,

del jaramago y de la malva, hoy rememoro tus arroyos, tus fuentes,

y vuelvo por el junco y el mastranzo a las hontanas de tus ojos

con intención de espuma y ensortijado de meandros.

Oh Andalucía del diminuto nomeolvides, del crisantemo y de la rosa,

de las desamparadas margaritas, del ababol capaz de fatales y oscuros embelesos,

de la fiel manzanilla, tan noble y generosa, del delicado lirio que alfombra la ladera

y la áspera ortiga que invade los corrales de las casas nostálgicas

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de aquellos que emigraron acaso para siempre.

Oh Andalucía, nutricia y milenaria madre y señora del olivo, del limonero y del naranjo;

mi corazón de rojos laberintos penetra en tus secretos

y desnuda la fe de tus inviernos, cántico de almazaras,

y entra al pan y a la sal de la vida contigo, flor de glaucos aceites,

y reanuda largas conversaciones, bajo el aire azul del mediodía,

con los viejos amigos, mientras que el tiempo se detiene en un cardo morado

con nerviosa figura de jilguero.

Oh Andalucía, vocación edénica donde la voz del Sol

continuamente se transforma en salmodia frutal. Viva mi corazón, viva por siempre En tus alberchigueros y azufaifos.

Viva, oh sí, en tus encinas mi esperanza. Dios me salve contigo

de los infiernos múltiples del mundo.

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Oh Andalucía de los verdes ríos y los albos pueblos. Marinera y serrana. Extrema en el sentir.

Tan tierna y brava como la mora y la bellota. Tierra donde quisiera dispersar mis cenizas

y jugar a la luz, a las nubes y al aire, no sin antes darle una tregua a mi vejez

ante el balcón abierto del verano y el campo aurífero de dádivas.

Oh Andalucía de la granada, del membrillo, el damasco y la ciruela,

de la parra preñada de báquicos racimos, de la hermosa sandía partida en dos de súbito

y seduciendo con su fresca rojez nuestra mirada; de las guindas guardadas

en la diafanidad de las tradicionales licoreras; del melón, de la breva,

de la silvestre mora y del madroño, del azafate rebosante

de brillantes y jugosas grosellas; del verde chumbo recién subido del recatado pozo

e impregnando del zumo del milagro el paladar del pobre. Y aquí recuerdo los gustos tan sencillos de mi madre.

Oh Andalucía de las cancelas y de los maceteros, de las veletas y de los campanarios

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con nidos de cigüeñas; del herrerillo, del pinzón y del tordo,

del petirrojo que despide la tarde trinando sobre el hinco, de la oropéndola, del chamariz y del lugano;

del pichirichi y de la tórtola, del mirlo, del vencejo y la terrera

que sobrevuela con lentitud sagrada los sembrados; de todo cuanto quise y cuanto quiero;

del niño aquel que fui, de mi madre y mi hermana; de mis tías, de mis tíos, de mis primos, de mis sobrinos, de los viejos amigos

y de mi padre, ay de mi padre, acribillado y dispersado para siempre,

como un clamor anónimo, en tus tartésicas entrañas.

Oh Andalucía donde el algodonal blanquea los campos

y los remolachares edulcoran los sueños del planeta.

Tierra mía, de mis calcios más profundos; donde quise vivir y el destino no quiso que viviera.

Oh Andalucía del melocotonero y la morera, del peral, de la higuera, del albaricoquero y del manzano,

del verde y odorífero pinar tapizado de grama, de las suaves campiñas y las agrestes sierras,

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del verderol, del águila, de los pavos reales, de la azada, del remo, del surco, de la ola;

del granizo, del trueno, de los alucinantes arco iris, de la óptica fruición de los abejarucos,

de las sacerdotales abubillas; país indescifrable,

posiblemente invento de mis febricitantes y exaltados sentidos.

OH ANDALUCÍA de las mansas acequias y de los revoltosos y afiligranados surtidores, la voz de tus aljibes arome de humedades,

la sequía de mis labios y el barro que dio hechura a tus bermejos cántaros

dialogue con mi sed y la sosiegue y en mi memoria giren tus azudas

y espejeen tus albercas cruzadas por rebaños de nublos y arreboles.

Todo puede transformarse de súbito cuando yo te recuerdo, por más que tú me olvides,

en traslúcido póculo —ay la lágrima de mi imaginación—

y yo por fin ser tú y tú sin más ser yo: común agua corriente rumbo al mar, OH ANDALUCÍA.

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D I E Z S O N E T O S

El pensamiento de la sed me acosa con doliente dolor adolorido

mientras muerdo el recuerdo del olvido y confundo la ortiga con la rosa.

Pongo en verso los tumbos de mi prosa, proso mi viejo verso desvalido

y trato de encontrar luz y sentido a la cuna, a la espada y a la fosa.

Vago con mi gimiente paradoja, me acuesto y me levanto en cautiverio y una vez y otra vez me desbarranco.

El arte de estar vivo me acongoja y arrojo rojas piedras al misterio,

aunque sé que jamás daré en el blanco.

II

La muerte, Amor, la muerte nos espera a la inocente vuelta de la esquina.

Todo, sin duda, Amor, nos encamina

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hacia la muerte, siempre tan certera.

La muerte es la verdad más verdadera, la verdad más verdad y diamantina.

La muerte, tan tajante y sibilina, que todo cuanto toca lo incinera.

La muerte, Amor, la muerte inevitable por más que beso a beso, en sed de olvido,

intentemos negarla cada día.

La muerte sigilosa e insondable, en donde todo el tiempo, recogido,

convierte en realidad la fantasía.

III

Un soneto me manda hacer la vida, un soneto de sangre, carne y hueso; un vehemente soneto como un beso y exacta y bellamente a tu medida.

Tienen en un soneto, Amor, cabida el viento el mar, la ida y el regreso;

aunque un soneto es más y aún más que eso que late en el regreso y la partida.

¡No sé cómo decírtelo! Quisiera dejarte en un soneto el cuerpo vivo

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y el alma misma que en mi cuerpo habita.

En un soneto, ¡oh sí!, donde pudiera sentir por fin que vive lo que escribo

y que mi finitud es infinita.

IV

Sopla un aire de amor en mi ventana contra este turbio tiempo desairado

en que el amor se siente abandonado y el árbol de la vida se agusana.

Sopla un aire de amor este mañana y yo que andaba triste y desolado,

me siento hermosamente acompañado y reafirmo mi fe en la rosa humana.

Sopla un aire de amor enternecido y hasta las hojas secas reverdecen

por la ilusión del mundo compartida.

Solamente el amor tiene sentido, pues sólo en el amor se restablecen

los heridos de muerte por la vida.

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V

¡Ah la vida!, la vida, sí, la vida rodando con nosotros por la alfombra.

Acción que con nombrarse no se nombra. Medida extrañamente desmedida.

Toco tu cicatriz. Beso tu herida. La sangre enamorada se me asombra

desbordada de vida. Luz y sombra muerdo tu dimensión desconocida.

La vida es enredarse a tu cintura como se enreda el río a la montaña encendido de espumas y de naves.

Porque la vida es eso, una aventura que el misterio protege y acompaña jugando con mil puertas y mil llaves.

VI

Entre el ser y el no ser, por los recintos de mi sangre y su ardiente abecedario,

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descubro que no es otro mi adversario que este contrario ser de mis instintos.

Este ser de incontables laberintos que, contra la oquedad, sueña a diario, en mitad de este mundo estrafalario,

mundos paradisíacos y distintos.

Entre el ser y el no ser y el qué sería en caso de no ser este que soy.

Dédalo o línea recta, da lo mismo.

¿Da lo mismo? Descubro la poesía y el ayer y el mañana, en luz de hoy,

sobrevuelan seguros el abismo.

VII

Soy un hombre que sueña todavía. Soy un hombre que sueña porque escribe.

Soy un hombre que escribe porque vive y sueña, escribe, y vive cada día.

Soy un hombre de carne y fantasía. Soy un hombre que no se circunscribe. Soy un hombre que canta y no concibe

la vida sin amor y sin poesía.

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Soy un hombre y el ser hombre me hiere. Soy un hombre de tierra, sol y luna.

Soy un hombre que vengo porque voy.

Soy un hombre que vive porque muere. Soy un hombre, por pobre, de fortuna. Soy un hombre y no niego que lo soy.

VIII

Por unir mi destino a tu destino y abrigarme en tus brazos cada día

mil trabajos de amor inventaría ablandando las piedras del camino.

Por la sal, por la miel, el pan y el vino, compartidos contigo, yo daría un miligramo azul de fantasía y la harina feliz de mi molino.

Por la cama, la mesa, los manteles; por cuanto en ti son cálidos sucesos

en donde el tiempo, amante, se retrasa.

Por las sombras más dulces y más fieles te daría mis miedos y mis besos

y la llave gemela de mi casa. IX

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Vivirás con pasión y, extremamente, harás de tu pasión tiempo rotundo. Arderás de pasión por lo profundo transpirando pasión únicamente.

Con pasión vivirás firme y ferviente y en hito de pasión, cada segundo, poblarás de pasión febril el mundo y será la pasión quien te alimente.

Vivirás con pasión de urente estrella. Vivirás con pasión enardecida,

es decir: con pasión apasionada.

Con pasión vivirás, pues sólo en ella, en la pasión, se vive a plena vida contra el gélido cero de la nada.

X

No habrá para mí muerte verdadera si vivo en vuestras vidas y me expreso

por la pluma, el papel y el signo impreso y con vosotros venzo a la quimera.

Si en verdad no queréis que yo muera podré ser dispersado hueso a hueso,

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pero mi yo esencial seguirá ileso y tendré en vuestros sueños primavera.

No dejéis que trunquen mi destino; albergue en vuestra mar dad a mi río y transformad en rosas mis abrojos.

Permitidme cantar en vuestro vino a través de este verso, ayer tan mío,

¡hoy tan vuestro en la luz de vuestros ojos! todo lo desentrañan. Palabras como peces de colores

y peces de colores como vivas palabras. Palabras y palabras

reduciéndose a dos poderosas palabras.

Dos palabras te digo y no te digo ni una palabra más,

al fin que tú, mi amor, eres una adivina que todo lo adivinas

y ya te estás diciendo, en silencio hecho alma,

esas palabras ¡dos! que, como tú bien sabes, son la misma palabra que todo lo precisan

con tajante y rotunda exactitud, vida y muerte,

pues todo al fin y en fin acaba reduciéndose al sumo Uno total, donde el beso de Dios lo abarca todo.

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I L U S I Ó N

Recreas la ilusión dominical, sabes, ¡ay!, que hay trampa, y no te importa;

que al fin todo, a la larga o a la corta, retorna al fiero lunes comercial.

Libas el rojo vino coloquial mientras tanto y, tu vida, se conforta

en la dulce ebriedad que la transporta, por el tiempo, al edén de lo ideal.

Pero el tiempo es ruleta y gira y gira; aunque finjan, alegres, los colores, que la fiesta es eterna en tu mirada.

Sueña el póculo roto que aún respira y, un mudo cementerio de licores,

domingo ayer, ya es lunes y arde en nada.

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E L D I O S E N F E R M O

El Dios enfermo guardó su antifaz en el baúl y le dio la cara al viento y habló a la luna de tú.

Luna de ojeras moradas y vestida de tisú, novia del sátiro verde y ensoñación del saúz.

La noche del Dios enfermo estrangulaba un albur y una diosa, loca y virgen, mordisqueaba un laúd.

El Dios enfermo pedía un miligramo de luz, una inyección de éter místico y un diminuto altramuz

para refrenar su fiebre y recobrar la salud. La sirena prostituta habló y habló de virtud

y regaló al Dios enfermo sus dos tetas de cambur. ¿Qué risa de cabra vieja inquietó a la beatitud

cuando el Dios enfermo dijo: “Llevadme con Belcebú”? Contradictorio, azulrojo, y anciano de juventud.

El Dios enfermo se hizo mexicano y andaluz.

Como gato en celo, el Dios enfermo, lanza maullidos bajo el presagio lunar de la noche en sur de grillos. El Dios enfermo descubre, por el sexo trascendido,

el enamorado origen de la piedra y del camino y el semen rubio del sol puebla las playas de niños.

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El Dios enfermo imagina que ha muerto y goza su muerte. Ve a sus comensales darse un opíparo banquete.

Junto a su cadáver cantan miríadas de ninfas verdes. Emergen de sus despojos multicolores cohetes,

anuncios de mundos nuevos y ciudades sorprendentes. El Dios enfermo descubre que cada tumba es un vientre

en tremor virgen de esperas y jubilosas preñeces. En su necrópolis alba siembra añiles y claveles y descifra el Dios enfermo, matemático celeste,

el germinal don del barro y el enigma de la nieve. Sabe al fin el Dios enfermo, como el agua de la fuente, que el secreto del sediento no es la sed precisamente

y ante su cadáver calla y, sonriendo, comprende que para poder nacer los dioses mueren mil veces.

El Dios enfermo existió y no existió el Dios enfermo. Lo real y lo ilusorio se adueñaron de su cuerpo y ver resultó no ver y no ver era estar viendo.

El Dios enfermo ignoró totalmente al Dios enfermo y sumó, contra la lógica, alaridos con silencios

y sedujo a los relojes retrocediendo en el tiempo. El Dios enfermo creyó que lo que estaba creyendo no era digno de creerse y se echó a reír por dentro.

Que era un hombre creyó el Dios desamparado y pequeño ¡Ay Juan Cervera Sanchís!, irrealidad en el viento.

El Inventor de sí mismo llegó a dudar de su invento.

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Selló el sótano del odio el Dios enfermo y subió lentamente al aljarafe tras la sombra de Orión. El tiempo se detenía en la sed de una oración y el santuario granate de su antiguo corazón

latió de prisa en el magno y mágico altar mayor del misterio enternecido por un soplo de candor. El Dios enfermo de nuevo se deshizo del temor

y por un instante tuvo la halagadora visión de que tal vez algún día lograría su curación.

El Dios enfermo recuerda al olvido envuelto en polvo y en sus recientes heridas hay huellas de acerbos ogros.

En las nevadas acacias una parvada de tordos se detiene y, negro y blanco, celebran su matrimonio. En la aldea de la demencia se corta la lengua un loco. Ya no hay nada que decir porque ya está dicho todo.

Mas las sílabas insisten y, reuniéndose de pronto, dicen algo nunca dicho entre suspiros remotos.

Otra vez, como en la infancia, el secreto baja al pozo entre nubes de hojalata y galápagos de oro.

No sabe el Dios, ¡ay!, no sabe dónde ha dejado sus ojos y va por la obscuridad palpando pezones rojos. No ver es ver la invisible memoria del heliotropo

y adivinar la hiperlúcida y antigua pasión del mosto. Las diosas paren espejos y dioses en flor de loto

brindan con vasos de espuma embriagándose de ortos. ¡Quién sabe qué está pasando bajo los zapatos rotos

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de este extraño Dios enfermo desesperado y caótico! Nadie y menos él que nadie sospecha del unicornio

que se le clava en el pecho y le sangra por los hombros. Mira en vano el Dios enfermo, aunque sin ver en su torno,

buscando en vano el perfil imposible de su rostro.

El Dios enfermo lloraba sal de antiguos paraísos por el amor de una diosa que entregó su sombra a un mito.

Se decidió el Dios enfermo a reírse de sí mismo y en vano quiso morderse aquella noche un testículo. Salió al jardín y, las horas que jugaban con los grillos,

lo confundieron al verlo con un gigante vencido. ¡Oh mundo sin corazón! ¡ Ah universo sin espíritu!

El Dios enfermo sacó enojado su cuchillo y se lo clavó a su sombra convirtiéndola en gemido.

Supo el Dios enfermo entonces que nada tenía sentido y se cortó la cabeza y la arrojó al infinito.

Su pobre cuerpo vagaba absorto y sin rumbo fijo. ¡Cómo lloraba y lloraba el Dios enfermo, Dios mío,

cómo lloraba y lloraba riéndose de sí mismo!

El Dios enfermo no puede olvidar los hospitales a donde lo condujeron diversas enfermedades, accidentes y venenos y otros designios fatales.

Tras su blanca carcajada se ocultan obscuros aires. Sabe del dolor el Dios enfermo mejor que nadie, de enfermedades secretas y virus indescifrables,

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de febriles jazmineros y dalias agonizantes. Consciente está el Dios enfermo de sus mil enfermedades

con el helado termómetro bajo su lengua expectante. Sin embargo, ha decidido huir de los hospitales

y no usar más medicina que el yodo azul de los mares.

El Dios enfermo creyó que era el mar aquella noche y el mar creyó que era el Dios enfermo y escuchó voces

de puertos imaginarios y marineros sin nombre. Cuando todo esté perdido, sólo y solamente entonces,

estará todo ganado aunque ya no nos importe. El Dios enfermo creyó que era un hombre aquella noche

y los hombres se creyeron, al venir el alba, dioses.

Con su universo cansado y a punto de derrumbarse el Dios enfermo se inclina sobre un lecho de agua y aire

y descansa de sí mismo por la ilusión de un instante. La noche del Dios enfermo cargada de inmensidades,

se aprieta en ácidas sombras y abismos no imaginables. El cansancio nos conduce por caminos insondables y el cansado Dios enfermo hace siglos que lo sabe

y se derrumba en el sueño y echa por dentro la llave y se olvida de sus ojos y no quiere ver a nadie con el placer de la nada acariciando su sangre.

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Túneles de espesas sombras y sin posible salida le hicieron al Dios enfermo más que imposible la vida. La vida de un Dios es siempre sin pecado concebida

y el ser Dios es un pecado de la injusticia infinita. Morir de amor y de odio, ser desgraciado en la dicha y entrar en guerra civil con las injurias más íntimas.

¿Qué sabía el Dios enfermo que únicamente él sabía? ¡Oh aurora de uvas mollares!, ¡ah vinos de fantasía!

Adivinó el Dios enfermo que era una inmensa mentira y, tras beberse sus ojos, ávidamente, aquel día

llegó a saber, Dios de dioses, lo que siempre callaría.

Pecado sobre pecado, la suma del pecador le recuerda al Dios enfermo lo terrible que es ser Dios.

¿Qué ha sucedido en el aire? ¿Qué está pasando en el sol? Se sabe lo que se sabe por ignorancia mayor.

¿Qué universo es este, padre? Madre, ¿qué odio soy yo? ¿Qué le está pasando al agua y a la sed que la bebió?

El dolor del Dios enfermo es mucho más que dolor.

Caminaba el Dios enfermo por el filo del abismo y era un gozo para él la compañía del peligro.

No sabía el Dios enfermo lo que era vivir tranquilo. Su vida era un sobresalto desesperado y continuo. ¡Ah qué locura tan grande le resultaba estar vivo! Pero le estaba negado al Dios enfermo el suicidio.

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Supo el Dios enfermo así de inexcusables designios y amó sirenas de fuego y presagios de infinito.

Gimió y gimió el Dios enfermo, desconsolado y herido, con la flor de lo imposible deshojada en su bolsillo.

Tambores, soldados muertos, medallas y generales. El Dios enfermo perdiendo las batallas, a raudales.

La noche de las disputas y las dagas siderales. El perfil leve del sueño partiendo la voz del aire.

El Dios enfermo vagando por las angustiadas naves de la iglesia del olvido y los recuerdos sangrantes. Húmeros, cúbitos, radios, pelvis, tibias, parietales.

El Dios enfermo dejó de creer en lo importante. ¡Ah las palabras de siempre y por siempre indescifrables!

El Dios enfermo apagó las velas que, en sus sagrarios, sus devotos encendieron con fervores sacrosantos.

Insufrible iconoclasta, furiosamente vandálico, blasfemaba el Dios enfermo de sí mismo y por sus labios:

“¿En quién se puede creer sin acabar traicionado?” El Dios enfermo sufrió un misterioso colapso

y el planeta que regía comenzó a sentirse anciano y tembló y tembló de miedo, y pidió auxilio a los pájaros

del alba, con voz de niño, terriblemente asustado. Sintió, con tristeza, el Dios que no era más que un extraño

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y, sin dejar de ser Dios, lloró y lloró desolado.

El Dios enfermo no sabe qué hacer con el Dios enfermo. Busca en vano medicina sin encontrar farmacéutico

que tenga aquella que él necesita sin remedio. El Dios enfermo descorcha botellas llenas de genios y ser concede a sí mismo no tres, sino cien deseos. Se escucha un croar de ranas y también un ricriqueo

de grillos, en aquel pálido y tembloroso universo. ¿Vale la pena habitar el cuerpo del Dios enfermo y darse el lujo de huir por la sed de los espejos?

En el reloj de la noche la linterna del misterio ilumina aves galácticas para el triste Dios enfermo

que deshoja, como ausente, floriestrellas con sus dedos.

El Dios enfermo recuerda los inviernos de su infancia con un sérico arco iris de jilgueros por bufanda.

Reconstruye, orfebre ilapso, el corazón de la escarcha y otra vez vuelve a la escuela con la sangre iluminada y cantando contra el gélido viento de la madrugada.

Acaricia distraído una algoritmia de alas y su lengua se aproxima al temblor de la gramática.

No quiere volverse loco el Dios enfermo y desata las torcaces del olvido y del olvido se embriaga.

Las diosas lo ven ausente sin comprender qué le pasa.

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No es fácil de comprender la invisible puñalada y aún menos aquella herida que por profunda no sangra.

El Dios enfermo recuerda, con la visión empañada, y el corazón hecho un nudo marinero de nostalgia, los misteriosos inviernos amarillos de su infancia.

¿Qué virus, cual doble espía, cruza la sangre del Dios con meteórico espanto y ciega desolación?

No hay nada que hacer, no hay nadie asomándose al balcón de la esperanza, y la vida es un fraudulento error.

Sin embargo, el Dios enfermo descubre una nueva flor y entrega al aire el aroma virginal de una canción: ”No me daré por vencido, no seré un vencido yo,

casaré a la mirla blanca con el rojo ruyseñor y el lujo del ave fénix será mi empresa mayor”.

¿Qué virus, cual doble espía, confunde la información y conduce al Dios enfermo a su propia perdición?

El Dios enfermo me dijo: “Sólo ando huyendo de mí” Y comprendí al Dios enfermo y supe lo que era huir.

El Dios enfermo mordía horizontes de alhelí y arañaba amaneceres desde su obscuro confín.

No sabía qué hacer a veces con la angustia del vivir y lloraba como un niño sobre su negro cojín

a solas con sus fantasmas. Y siendo Abel y Caín ávidamente se daba un silencioso festín

de dudas, diciendo a voces: “¡Sólo ando huyendo de mí!”

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El Dios enfermo imagina y, al imaginar, recrea anchos pontos olvidados en donde flotan botellas

con mensajes de jamás y nuncas de novias muertas. La locura de ser dios se le sube a la cabeza

al Dios enfermo y se pone lo divino por chistera. La eternidad yace absorta, mudo caballo de piedra, y el dios enfermo cabalga sobre una efímera yegua.

Lo humano añora de súbito, sin pretensión de grandeza, cansado y más que cansado de tanta y tanta soberbia.

Y retorna, viejo y pobre, al diminuto planeta donde tuvo alguna vez, para sus sueños, aldea

y se endomingó de nubes y lloviznas de inocencia. La memoria de la luz huele verdemente a yerba. ¿Quién podría comprender la curvatura secreta

que el agua clara le impone a la sed de la palmera? Imagina el Dios enfermo la salud y la belleza

y alguien juega a las palabras con saliva de cometas.

¿Dónde va ese Dios enfermo sin mundos que redimir? Me recuerda a mí ese Dios la noche en que te perdí.

Pobre de ese Dios enfermo sin puerta y sueño que abrir y huyendo de limbo en limbo como huérfano arlequín.

El Dios enfermo creía, en su torre de marfil, que la rosa lo adoraba y lo envidiaba el jazmín.

Los dioses enfermos creen que el creer no tiene fin y que hay que creer en ello ciegamente y porque sí. ¿Quién es ese Dios enfermo que vaga por el jardín?

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Gardenias, compadecedlo, pues no tiene dónde ir. Corazón de Dios enfermo, no me vayas a decir

que eres la sed de mi sombra dormida en un celemín. El Dios enfermo camina con la mirada febril. Camina sin ver y viendo y viviendo sin vivir.

No tiene cura este Dios enfermo que habita en mí. Este Dios no tiene cura y no se puede morir.

¿Dónde va ese Dios enfermo sin mundos que redimir?

El Dios enfermo ha viajado alerta por sus sentidos; ha ido descubriendo engaños y, desengañado, ha visto

que lo mismo que sus ojos le mintieron sus oídos. Oye risas en el viento, rodeado de alaridos,

a la vez que huele a dalias en el campo de los lirios y el tacto y el paladar lo mantienen confundido,

porque lo salado es dulce y lo que fue nunca ha sido. ¡Ah dolor de Dios enfermo! ¡Ah placer empedernido! Con el cuerpo de una diosa, por su sombra diluido, el Dios enfermo despierta y ve que sigue dormido.

Dodecaedro sonámbulo, en el arrozal del vino, con lo excéntrico en el pelo y en las uñas el realismo,

el Dios enfermo descubre que no es más que un espejismo.

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SÁFICA ROSA

VERSARIO INÚTIL Y

ABSURDO A NINGUNA

LOS DIOSES MUEREN

MIL VECES

3

9

18

ÍNDICE

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México, D. F.

2013