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Fatone Vicente - Yo Siempre Tengo Razon

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Page 1: Fatone Vicente - Yo Siempre Tengo Razon

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Vicente Fatone

Yo siempre tengo razón

2003 - Reservados todos los derechos

Permitido el uso sin fines comerciales

Page 2: Fatone Vicente - Yo Siempre Tengo Razon

Vicente Fatone

"Yo siempre tengo razón"

"Quien no opina como yo está equivocado". Éste es el convencimiento secretode todas las personas que discuten. Y es lógico que así suceda, porque tener unaopinión significa creer que se tiene una opinión acertada; de donde resulta quequienes no tengan la misma opinión tendrán forzosamente una opinión errónea.

El que las propias opiniones sean siempre acertadas se basa en un hecho yaseñalado en un pequeño librito de cincuenta páginas escrito por el señorDescartes. Comienza diciendo, ese librito, que la inteligencia es la cosa mejorrepartida del mundo, pues cada uno está conforme con la que tiene. Es decir: conla mucha que tiene; a lo cual puede, agregarse que cada uno esta conforme,también, con la poca que tienen los demás. Gracias a la mucha inteligencia queuno tiene y a la poca que tienen los demás, resulta que quien siempre está en locierto es uno mismo, y quienes siempre se equivocan son los demás.

Como opinar es tener razón, lo terrible es que a uno no lo dejen opinar y legriten: "¡Usted se calla!". Así los padres le amargan a uno la adolescencia, y dela misma manera se la amargan los profesores de matemáticas pues enmatemáticas resulta que tampoco lo dejan a uno opinar, que es no dejarlo tenerrazón. Y lo mismo sucede en la comunidad, cuando uno les grita a todos:"¡Ustedes se callan!", después de lo cual ese uno puede, justamente, decir: "¡Yosiempre tengo razón!"

En el famoso librito del señor Descartes se aconseja no discutir y conformarsecon la generosa dosis de inteligencia que Dios le ha dado a cada uno, sinregocijarse por la poca que le ha dado a los demás. Pero sería falso sostener, sinembargo, que las discusiones son inútiles, porque de ellas no surge ningunaverdad. Surge, por lo menos, la reafirmación de dos verdades: precisamente lasque se refieren a la mucha inteligencia de uno mismo y a la poca ajena. (Con laventaja de que de esas dos verdades se convencen las dos personas quediscuten). Como, en definitiva, toda discusión tiende a reafirmar eseconvencimiento, no conviene invocar razones que compliquen una cosa tansencilla. Las razones se invocan para demostrar la propia inteligencia, pues tenerrazón en algo es ser inteligente en la apreciación de ese algo. De ahí que cadauno se resista a aceptar las razones ajenas, y de ahí, también, que cada uno digaque el otro no quiere entender razones. El que discute no acepta razones, y hacebien, porque aceptar razones es reconocer que quien está equivocado es unomismo y no el otro. Y para llegar a eso no valía la pena discutir. Lo mejor, pues,cuando alguien desconocedor de la técnica de la discusión, invoca razones, esrecurrir al argumento clásico y definitivo y decirle: "¡A mí no me va aconvencer con razones!" (De otra manera, más popular, pero menos sabia:"¿Usted me quiere trabajar de palabra?").

Un procedimiento eficaz para evitar que la discusión se complique con razones

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es emitir la propia opinión lo más oscuramente posible. Es el consejo que haceveintitantos siglos daba el señor Aristóteles, que de estas cosas entendía unabarbaridad: "Es necesario presentar oscuramente la cosa, pues así lo interesantede la discusión queda en la oscuridad". Si el otro no entiende, tendrá queconfesarlo, y confesar que no se entiende algo es confesar que la inteligencia nole da para tanto. (Con este procedimiento se evita, además, que aprendan gratislos curiosos atraídos por la discusión).

Lo molesto, en una discusión, es que cuando uno está exponiendo sesudamentesus opiniones, el otro lo interrumpa para preguntarle: "Me permite, ahora, hablara mí?" O sea: ¿Me permite opinar? Pero, ¿cómo se lo va a dejar al otro queopine? ¿Cómo se lo va a dejar que, opinando, se forme el prejuicio de que tienerazón? A veces, el otro, pasándose de vivo, lo interrumpe a uno para decirle:"¡Yo no opino lo mismo!" Y con eso cree tener razón, sin darse cuenta de queprecisamente porque no opina lo mismo está equivocado. De ahí que, paraabreviar la discusión y demostrarle rápidamente al otro que está equivocado,conviene preguntarle: "¿Usted no opina lo mismo? Si contesta que sí,reconocerá que quien tiene razón es uno; y si contesta que no, estará perdido,pues habrá confesado que quien no tiene razón es él. Por eso, quienes saben quéestá en juego en una discusión, si se les pregunta: "¿Usted no opina lo mismo?",contestan evasivos: "Mire, yo francamente... ". El "francamente" es paradespistar. Los que así contestan son los que no tienen interés en ponerse deacuerdo con nadie. Y, si se mira bien, se verá que en las discusiones nadie puedetener interés de ponerse de acuerdo con nadie. Si después de discutir dos horases necesario admitir que se estaba de acuerdo, se produce una doble decepción,porque cada uno se ve obligado a estar conforme con la mucha inteligencia queal otro le ha tocado en suerte, que es una manera de no estar conforme con lapoca inteligencia que le ha tocado a uno. Y para llegar a eso, tampoco valía lapena discutir.

Como se ve, una buena discusión es toda una técnica de higiene mental; en lasdiscusiones conviene que hable uno sólo y que el otro sea quien confiese que noopina lo mismo. En rigor, cuando se discute no interesa decir qué opina unomismo ni averiguar qué opina el otro. Lo que interesa es decirle, al otro, que estáequivocado, como se asegura que hacía Unamuno. Unamuno entraba en unareunión y preguntaba: "¿De qué se trata? ¡Porque yo me opongo!" Y lesdemostraba enseguida, sin dejarlos chistar, que todos estaban equivocados. Y sia alguien se le preguntaba después: "¿Qué dijo Unamuno?", ese alguiencontestaba: "¡No sé!" ¡Pero tenía toda la razón del mundo!"

Y ahora algún lector podrá sostener que no, que todo esto es falso, que la técnicade la discusión no es ésa. Pero ese lector, por el simple hecho de confesar que noopina como nosotros, reconoce, sin quererlo, que está equivocado.

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