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Filosofía Antigua | Prof. Gustavo Trifiló | Prof. en Filosofía | Lucas Lavítola -La muerte de Sócrates. Jacques-Louis David. 1787. Platón: Fedón. Sobre el Alma. Argumento de la reminiscencia. Comúnmente situado en la etapa de madurez de la producción platónica, junto al Fedro, La República y El Banquete, el Fedón contiene, junto a aquellos textos, la formulación más explícita de la célebre teoría de las Ideas, postulación platónica capital a través de la cual se aclara convenientemente el status ontológico del concepto, al cual Sócrates, por otro lado, sólo había examinado en el campo de la moral, de modo que no llegó a encarar el problema en toda su universalidad. Platón postula entonces a las Ideas como las entidades de mayor valor ontológico, es decir, los entes metafísicos que encierran el verdadero ser de las cosas, lo que es auténticamente, en absoluto y sin restricciones, aquello de lo que puede predicarse que es uno, inmutable y eterno. El ser de las cosas sensibles, mezcla de ser y no-ser, sujetas a la corrupción, se funda en el de las Ideas de las que participan. Al no encontrarse pues, lo permanente y lo inmutable en el mundo sensible, Platón concibe otro mundo, el inteligible, del cual el mundo de las cosas no

Fedón

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Filosofía Antigua | Prof. Gustavo Trifiló | Prof. en Filosofía | Lucas Lavítola

-La muerte de Sócrates. Jacques-Louis David. 1787.

Platón: Fedón. Sobre el Alma. Argumento de la reminiscencia.

Comúnmente situado en la etapa de madurez de la producción platónica, junto al Fedro, La República y El Banquete, el Fedón contiene, junto a aquellos textos, la formulación más explícita de la célebre teoría de las Ideas, postulación platónica capital a través de la cual se aclara convenientemente el status ontológico del concepto, al cual Sócrates, por otro lado, sólo había examinado en el campo de la moral, de modo que no llegó a encarar el problema en toda su universalidad.

Platón postula entonces a las Ideas como las entidades de mayor valor ontológico, es decir, los entes metafísicos que encierran el verdadero ser de las cosas, lo que es auténticamente, en absoluto y sin restricciones, aquello de lo que puede predicarse que es uno, inmutable y eterno. El ser de las cosas sensibles, mezcla de ser y no-ser, sujetas a la corrupción, se funda en el de las Ideas de las que participan. Al no encontrarse pues, lo permanente y lo inmutable en el mundo sensible, Platón concibe otro mundo, el inteligible, del cual el mundo de las cosas no es más que copia o imitación. Esta escisión de la realidad le permite al filósofo “de espalda ancha” sortear el problema con el que se venía enfrentando la metafísica griega desde Parménides, la aporía de hacer compatible el ente –uno, inmóvil y eterno- con las cosas –múltiples, variables, perecederas-.

Para profundizar sobre el concepto de idea, sigamos un fragmento de la precisa exposición de Adolfo Carpio en sus Principios de Filosofía: (…) “La palabra "idea" (en griego ειδος [eidos], ιδεα [idea]) proviene del

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verbo εοδω (eido), que significa "ver"; literalmente, "idea" sería lo "visto", el "aspecto" que algo ofrece a la mirada , la "figura" de algo, su "semblante", por ejemplo, el aspecto o figura que presenta esto que está aquí, esta silla. En Platón, la palabra alude, no al aspecto sensible, sino al "aspecto" intelectual o conceptual con que algo se presenta; por ejemplo, en nuestro caso, el aspecto, no de ser cómoda o incómoda, roja o verde, sino el aspecto de ser "silla" -lo cual, es preciso observarlo bien, no es nada que se vea con los ojos del cuerpo, ni con ningún otro sentido (no hay, en efecto, ninguna sensación de "silla", sino sólo de color, o sabor, o sonido, etc.), sino solamente con la inteligencia: por eso se dice que se trata del aspecto "inteligible", es decir, de la "esencia". (Conviene por tanto, al estudiar a Platón, prescindir de todo lo que sugiere corrientemente la palabra "idea" en el lenguaje actual, que nos hace pensar en algo psíquico, mientras que para Platón las ideas son algo real, cosas, más todavía, las cosas verdaderas, metafísicamente reales, más reales que montañas, casas o planetas).”

Esta división entre dos mundos que implican dos órdenes del ser distintos, implicará a su vez dos modos principales de conocimiento: la doxa u opinión, y la episteme o ciencia, el conocimiento propiamente dicho. Aquí puede advertirse que a diferencia de Parménides, el mundo sensible no equivale a la nada, al no-ser, sino a un grado inferior de ser, imperfecto y sometido al devenir. Esta cuestión de los grados del ser y también los del conocer se amplía y se precisa en La República a través de un esquema conocido como la alegoría de la línea.

Podemos ver entonces que en este esquema el problema del conocimiento está inseparablemente unido al problema del ser, y es por eso estrictamente metafísico. Pero además se vincula consecuentemente con una ética determinada: la jerarquía establecida –tanto entre los modos de ser y los modos de conocer- implica en si una valoración con la que será coherente la forma de vida del auténtico filósofo. Y todo esto está magníficamente explicitado en el Fedón gracias al contexto en que se desarrolla el diálogo, los momentos precedentes a la muerte de Sócrates, situación narrativa que Platón elige y describe con maestría literaria.

En las últimas horas de vida y rodeado de sus discípulos, Sócrates discurrirá acerca de cuál debe ser la actitud del filósofo ante la muerte, de cuál es el modo de vida que el filósofo debe elegir -therapeia tes psyches-: (…) “¿Pero qué son el precio de la vida y el terror de la muerte para el que no da al cuerpo ningún valor? En este caso se halla el filósofo, que encuentra su felicidad sólo en el pensamiento; que aspira a bienes invisibles como el alma misma, e imposibles en este mundo; y que ve venir la muerte con alegría, como término del tiempo de prueba que le separa de esos mismos bienes, que han sido para él objeto de meditación durante toda su existencia. Su vida, a decir verdad, no es más que una meditación sobre la muerte. Preguntad a Platón cuáles son estos bienes invisibles: «Yo no hablo sólo, dice, de lo justo, de lo bueno y de lo bello; sino también de la grandeza, de la santidad, de la fuerza; en una palabra, de la esencia de todas las cosas; es decir, de lo que son en sí mismas.” Fedón. Comentario introductorio. Patricio de Ázcarate.

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Para tratar de probar la inmortalidad del alma Sócrates parte en su argumentación, de una concepción admitida por sus interlocutores de que el alma se separa del cuerpo al momento de la muerte. Esta admisión de la psyche como lo espiritual, lo racional y lo vital, frente al cuerpo, soma, como recipiente sensorial, perecedero, aparece aquí en forma más tajante que en ningún otro texto platónico. El alma no es una idea, pero guarda una afinidad especial con el mundo de lo en sí. (…) “Platón recoge con esto –afirma Julián Marías- una corriente muy profunda de la religión y de todo el pensamiento griego, sobre todo de los misterios dionisíacos y órficos, y del pitagorismo, que influyó hondamente en él”. Historia de la Filosofía.

Luego de esta tesis en favor de la supervivencia del alma, tomado de la doctrina de la metempsicosis, relacionado con la idea de la compensación de los contrarios, se añade otro que Platón ya había expuesto en el Menón y en el Fedro, la postulación de que la ciencia es una reminiscencia: si el alma se acuerda de cosas que no ha podido conocer en esta vida es prueba que ha existido antes. El alma tiene conocimientos que no puede haberlos adquirido después de nacer, puesto que no son perceptibles a los sentidos. Seguidamente Sócrates expondrá esta idea retomada por Cebes en el diálogo y lo hará explicando la diferencia entre la idea de lo igual en sí, por un lado, y las cosas iguales, por otro (74 a – 76c):

En síntesis, el argumento dice lo siguiente: si tenemos un leño igual a otro, menor que un tercero y mayor que un cuarto, podremos afirmar que el primero de los leños tiene la propiedad contradictoria de ser a la vez igual y no-igual, pues es, como dijimos, igual al segundo leño, menor que el tercero y mayor que el cuarto de ellos. Pero “lo igual en sí” no puede convertirse en idea de la desigualdad sino que siempre será la Igualdad, permanentemente idéntica a sí misma. También podemos afirmar que si partimos en dos al primer leño dejará de ser igual al segundo, será menor que éste, como igual desaparece como también lo hace si lo quemamos. Además debe tenerse en cuenta que si miramos en forma más precisa a las cosas iguales encontraríamos diferencias, por lo que son imperfectamente iguales, nunca lo son plenamente, aspiran a la “igualdad en sí”, pero siempre lo son de una forma insuficiente. Como afirmamos antes, las cosas iguales constituyen una mezcla de ser y no-ser. Las cosas sensibles –y por extensión las sensibles- son contradictorias, cambiantes e imperfectas, en tanto que la Igualdad –y todas las Ideas- son idénticas, inmutables y perfectas. Y como en el mundo de las cosas sensibles no se percibe ni la igualdad ni ninguna otra idea, es preciso que el conocimiento de ellas lo hayamos adquirido antes de venir al mundo.

Antes de nacer, el alma del hombre habitó el mundo de las ideas, donde las contempló y conoció en su totalidad y pureza. Al venir al mundo y a un cuerpo, “recordamos” la Igualdad al ver cosas iguales, la Belleza al ver cosas bellas, etc. (…) “Conocer, por tanto, no es ver lo que está afuera, sino al revés: recordar lo que está dentro de nosotros. Las cosas son sólo un estímulo para apartarse de ellas y elevarse a las ideas.” Julián Marías. Historia de la Filosofía.

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Bibliografía consultada:

-Historia de la Filosofía. Julián Marías. -Fedón. Comentario y traducción al español de Patricio de Azcarate.-Fedón. Comentario y traducción al español de García Gual.-Principios de Filosofía. Adolfo Carpio.