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 Título: Memoria del flamenco

© Félix Grande, 1986

© De esta edición: enero 2007, Punto de Lectura, S.L.Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España)  www.puntodelectura.com

ISBN: 84-663-1976-X

Depósito legal: B-50.644-2006

Impreso en España – Printed in Spain

Diseño de portada: Soledad Pérez-Cotapos

Fotografía de portada: © Kathy Collins / Getty ImagesDiseño de colección: Punto de Lectura

Impreso por Litografía Rosés, S.A.

 Todos los derechos reservados. Esta publicaciónno puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,ni registrada en o transmitida por, un sistema derecuperación de información, en ninguna formani por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia,o cualquier otro, sin el permiso previo por escritode la editorial.

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 A Fernando Higueras,

a mis hermanos  y a Paco de Lucía

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Índice

PRÓLOGO, de J. M. Caballero Bonald . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

PRIMERA PARTE. R  AÍCES Y PREHISTORIA DEL CANTE

 Vino profundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 Vieja plática errante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37Quejío . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45De la remota India a Alcalá de Guadaira . . . . . . . . . . . . 53«Todo esto fue cobdicia de robar».

Enojosos aspectos del Imperio español . . . . . . . . . . . . . . . 68El rapto (de furor) de Europa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83La etapa «nobiliaria» de la gitanería . . . . . . . . . . . . . . . . 95¡Obedeced, obedeced, malditos! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104«Porque me acuerdo de lo que he vivido» . . . . . . . . . . 119Un candil alumbraba al cante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

 Andalucía: una tertulia de raíces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148 Andalucía: un remolino de tensiones . . . . . . . . . . . . . . . . 171Don Francisco de Bruna versus Diego Corrientes . . 206 Andalucía, los ilustrados y la felicidad.

Balada amarga sobre las «Nuevas Poblaciones» . . . . . . 220El Despotismo Ilustrado y los gitanos . . . . . . . . . . . . . . . 238«Un caballo malherido llamaba

a todas las puertas». La aparición del cante . . . . . . . . 266«Salgan los santitos de San Juan de Dios».

Chateaubriand versus siguiriya de Riego . . . . . . . . . . . . . . 288Ellos son los inolvidables . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307

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SEGUNDA PARTE. DESDE EL CAFÉ-CANTANTE A NUESTROS DÍAS

Historia y balance de la etapade los cafés-cantantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323

Sugerencias para una intrahistoriade los cantes mineros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 350

La Andalucía del  XIX: «La Sicilia de España» . . . . . . . 377«Quincalla meridional».

El antiflamenquismo como forma de la sordera . . . . . . 400«¡Don Manuel, que nos vamos!»: Falla.

Granada. 1922. El Concurso de Cante Jondo . . . . . . . . 438La verdadera Ópera de cuatro cuartos  . . . . . . . . . . . . . . . . . 484Don Antonio Machado y Álvarez, Demófilo . . . . . . . . . 504Lágrima testaruda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 526Desconsuelo andaluz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 542Reaparición de un Guadiana de música . . . . . . . . . . . . . 581El músico de la Isla Verde. Paco de Lucía,

«El Niño de la Portuguesa» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 601La compasiva furia de vivir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 614

 A PÉNDICES

I. Ziryab: Pájaro Negro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 623II. El «Discurso contra los gitanos»

de Juan de Quiñones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 628III. Selección de coplas flamencas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 645IV. Homenaje de los poetas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 686

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 713Epílogo (1995) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 721Bibliografía básica sobre el arte flamenco (1995) . . . 753

Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 763

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Prólogo

Como todo libro que equidista de la pasión y el conoci-

miento, éste de Félix Grande contiene otros muchos libros. Setrata, en cierto modo, de un texto cuyo despliegue parece obe-decer a una conducta fluvial: a medida que avanza en su curso se va engrosando —diversificando— con un singular acopio deafluencias. No pocas de ellas vienen de los yacimientos de laerudición, se han nutrido de fuentes ajenas capaces de revitalizar juicios propios; otras —abundantes también— proceden de un

opulento manantial de intuiciones y contribuyen a enriquecer loque pudo haber discurrido por un deficitario cauce emocional.La paciente demora de la sabiduría se equilibra así con la di-námica inmediatez del amor. Félix Grande es, en este sentido,un ejemplar archivero de memorias que permanecían más o me-nos extraviadas y, a la vez, un sagaz restaurador de esas memo-rias con los dispositivos de la testificación personal. Por eso em-pecé diciendo que en este libro se canalizaron otros diversoslibros: los vinculados al rigor histórico del estudioso y los quedependen de una profunda y privada experiencia en torno al te-ma estudiado.

Conozco de sobra —y de tiempo atrás— el fervor de FélixGrande por las emblemáticas categorías humanas y artísticas delflamenco. Un poeta como él, tan veraz y tan «rico de aventura»,tan desvivido por buscarle a la realidad sus más turbadoras equi-

 valencias literarias, estaba capacitado como pocos para hacer loque ha hecho: llegar a la raíz de ese venerable tronco dondeprevalecen ciertas fascinantes savias expresivas del pueblo bajo-andaluz. Le será fácil al lector compartir esa evidencia a pocoque se interne por estas páginas ensimismadas y extrovertidas,

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luminosas y patéticas, que se empecinan en tocar el fondo de unmaltrecho corazón popular. En ellas se juntan los oficios del his-toriador y del antropólogo, del hombre y del artista, del juez y del testigo. Hay por esos vericuetos mucho acoso a la claridad y mucho merodeo nocturno. Y hay un conmovido y entrecortadomovimiento pendular que va de la razón teórica a la razón auto-biográfica. Pues Félix Grande no ha querido evitar la plausibletentación de que sea su propia memoria quien protagonice decontinuo esa otra «memoria del flamenco» que va más allá detoda posible escritura. Una decisión de lo más estimulante.

 Antes que elaborar una revisión especializada del tema,Félix Grande ha ido mostrando con emocionada avidez los en-tresijos de una investigación, pero también los recovecos de unaconvivencia. Según todos los síntomas, el autor de este librodescifró previamente lo más esencial para sus fines: ciertas cla- ves sociológicas del arte gitano-andaluz, precisamente las me-nos asequibles para quien no ha compartido hasta la catarsis esa

terrible intemperie humana en que se debate el flamenco. Antesque el conocimiento, se movilizó aquí la pasión. Había que oírel grito ritual que chorrea de los escalofriantes sumideros del re-cuerdo; ahondar en las vísceras de una cultura en la que cristali-zaron tantas inmemoriales herencias expresivas; penetrar en lacaverna donde el alarido de un solo hombre puede llegar a con- vertirse en la expresión de un infortunio colectivo; corroborarhasta qué punto corre por la cara del cante un atávico y majes-tuoso río de lágrimas. Era preciso asomarse a lo más hondo delespíritu de esa música y del espíritu de esa letra. Y Félix Grandeha sabido asimilar con creces tan arduo aprendizaje. No ya por-que entendiera que también pernoctando con papeles o tocandola guitarra podía asumir una porción de ese magisterio popular,sino porque logró identificarse con la atroz peripecia humanade los grandes transmisores del arte gitano-andaluz.

 Memoria del flamenco supone, desde esta perspectiva, un es-fuerzo decididamente extraordinario para acotar un campo ar-tístico cuyo desorden no siempre se ha dejado someter a algunacoherente rectificación. El autor ha remontado, como primeramedida, las turbulentas aguas de la historia social y cultural de

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los gitanos en busca de indicios aprovechables. De ahí arranca,creo yo, la más notoria contribución de Félix Grande al estudiode los orígenes y primitivas andanzas del flamenco. El manejocrítico de materiales dispersos y la precisa documentación de-sempolvada resultan a todas luces decisivos. Félix Grande no so-lo actúa ahora como un severo compilador de datos históricos y sociológicos, sino como un intérprete enamorado. A través deun exhaustivo cotejo de fuentes, va perfilándose la evolutiva ra-zón de ser y el estilo de vida de un pueblo. Pero hay algo más. Junto a una serie de básicas formulaciones en torno a esa cíclica

entidad popular, también se replantean aquí, correlativamente,otra serie de conclusiones a propósito de sus sistemas artísticosde comunicación. Dos rutas que conducen en este caso a unmismo paraje. O a un mismo pozo.

Supongo innecesario hacer hincapié en que los gitanos—o ciertos reflujos tribales de los gitanos— han sido quienesrehicieron en algunas insignes covachas andaluzas lo que había

permanecido en estado latente durante siglos. A ellos hay quereferir por tanto la forja de ese miserable y fastuoso ceremonialdel flamenco. No importa que los gitanos de la Baja Andalucíano fueran en verdad los creadores del cante, ya que actuaron dehecho como insustituibles —y clandestinos— recreadores detoda una embrionaria provisión expresiva. Pero el lento y sinuo-so proceso que condujo a esa minoría étnica a posibilitar una es-pecie de síntesis del orientalismo musical andaluz, aparece esca-lonado de escollos y enigmas. Las pistas seguidas a este respectopor Félix Grande lo han situado ante un inusual foco de com-probaciones. De él irradian —con previsible intermitencia—toda una serie de propuestas aclaratorias. Unas mitigan sombrastenaces y otras resuelven persistentes penumbras, mas todastienden a replantear la cuestión bajo la luz de una nueva solven-cia. La seriedad del rastreo ha propiciado otras seriedades inter-

pretativas. «De la remota India a Alcalá de Guadaira», la diás-pora de la raza gitana va a ir verificándose de acuerdo con unanormativa de proscripciones y ultrajes nunca abolidos del todo,cuyo recuento trasplanta Félix Grande a esa encrucijada de cul-turas que acabó llamándose Andalucía. Lo cual también implica

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un inteligente y hábil programa para someter a examen las afir-maciones atrevidas y las cautelosas incertidumbres. El autor in-corpora así a su texto muy abundantes y reveladoras confronta-ciones para completar —o hacer más transitable— ese inhóspitotelón de fondo ante el que se representa el drama de un puebloterca y sanguinariamente acosado.

 Aunque se pueda no compartir plenamente algún aspectoparcial de las tesis sustentadas, parece indiscutible que FélixGrande ha trazado en este libro una admirable panorámica delos antecedentes históricos, incidencias sociales y trámites artís-

ticos de esos gitanos andaluzados que inician la propagación delflamenco en el último tercio del siglo  XVIII. El autor no elude elriesgo de una excesiva sensibilización moral del tema. Tampocoparecía justificado hacerlo en beneficio de una mayor rigidezexpositiva en el enfoque analítico. Porque ¿cómo no oponercierta airada dosis de fiebre al frío inventario de infamias quefueron arrinconando a los gitanos en sus ghettos culturales?

¿Con qué prudente mansedumbre enjuiciar una cólera desata-da? La elección no admitía en absoluto ni eufemismos ni pañoscalientes, y más tratándose de una cuestión tan radical y virulen-tamente engranada al eje argumental del libro. Por supuestoque Félix Grande ha querido afrontarlo así, auscultando en lomás negro de esa sucesión de persecuciones y marginaciones, deanatemas y villanías, a que se condenó (hasta hoy mismo) a unpueblo culpado de seguir queriendo escoger su propia vida. Co-nocer esa crónica desdichada equivale, de algún implacable mo-do, a saber algo más de la desdichada crónica de los primitivosartífices del cante.

Félix Grande no ignora que el tema implícito en su Memo-ria del flamenco es reacio por naturaleza a todo dogmatismo deocasión y se repele con cualquier presunta tendencia a confun-dir lo esencial con lo accesorio, la pulpa con la costra. Todos sa-

bemos que el escrutinio de una verdad nunca es infalible, comotampoco se aproxima nunca a un valor absoluto. Por eso el au-tor de este libro apenas establece conclusiones tajantes, sino quepropone elegir la más defendible. O la menos temeraria. Antesque pontificar, opta por sugerir. Los usos afirmativos suelen ser

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genuino hecho cultural. No pretendo aducir, ni mucho menos,con tan nostálgica queja, que nada ha sido válido y fructífero eneste terreno. Contra todos los pronósticos, y a partir de la bene-mérita atención de Antonio Machado y Álvarez, se han venidoproduciendo algunos aislados trabajos que remedian en parte loque habría sido totalmente irremediable sin esa ayuda. Porejemplo, una iluminación interpretativa de García Lorca o de Manuel de Falla. Por ejemplo, una revisión histórico-crítica deRicardo Molina. Por ejemplo, una teoría musical de HipólitoRossy o García Matos. Por ejemplo, un par de antologías disco-

gráficas. Por ejemplo, algún poema de Fernando Quiñones o de Antonio Hernández… Por ejemplo, el presente libro. Alguien podrá argüir que esta extensa Memoria del flamen-

co (impartida, para más holgado cauce evocador, en dos partes)incurre en alguna falla interna de planificación. No niego queprobablemente sea así. Pero me resisto a creer que no se trata deuna táctica deliberada o, al menos, de un comportamiento inevi-

table. El término «memoria» también tiene aquí su correspon-diente ambivalencia. Determina una previa actitud del escritor y un funcionamiento previo de la escritura. Puede referirse a unarelación de sucesos particulares o al acto de proyectar la propiaexperiencia sobre un tema determinado. Hacer memoria esacordarse de algo y es también proceder a escribirlo. Pues bien,así lo ha hecho a buen seguro Félix Grande, aunque ateniéndo-se a ciertas matizaciones creadoras. Resulta evidente que ha es-crito sobre lo que recordaba, pero también sobre lo que ha idoescudriñando para soldar ese recuerdo a otro nuevo flujo deconstataciones. La narración obedece así a un trenzado de refe-rencias autobiográficas y, simultáneamente, a un sistema de cuñasindagatorias que avalan científicamente lo que la literatura ponede manifiesto. No se me oculta, en todo caso, que los aparentescambios de sentido del temario de Memoria del flamenco reflejan

la natural y mudable acumulación de lo que se está vehemente-mente recordando o clasificando. Es como una trayectoria quese ajusta a la rememoración y participa de su accidentado curso. Y me parece muy bien que Félix Grande no haya querido en-mendar ese oscilante ritmo del texto, a veces entrecortado y a

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 veces incontenible, dejándolo fluir tal como lo requería el desa-rrollo de la evocación o de la averiguación. Todo lo cual acre-cienta incluso la invariable tensión emotiva del libro. Lo disper-so es aquí, en definitiva, lo más unitario.

Félix Grande ha parcelado esta  Memoria del flamenco enuna treintena de capítulos. Aparte de los que abordan taxativa-mente la historia social y cultural de los gitanos, sus trancas y barrancas y su protagonismo en la gestación del cante (que sontambién los más numerosos e innovadores), el autor va sortean-do la selva temática del flamenco según un orden basado en

cierta perspicaz carencia de orden. Como en ningún caso se tra-taba de pergeñar un nuevo rudimento lírico-especulativo sobretales cuestiones, el tratamiento general del libro —el plan detrabajo— tenía que ser muy distinto. Y afortunadamente lo es.Félix Grande se fija y ahonda en una serie de fragmentacionesargumentales en torno al flamenco que, amén de enemistadascon lo que se entiende por receta cronológica, no parecen rela-

cionarse a veces entre sí más que por un genérico hilo conduc-tor. Lo cual es bastante previsible, como lo es el hecho de queesos temas parciales se complementan y entrelazan por mediode un recíproco intercambio de ideas afines. Y de registros ima-ginativos. Y de teóricos esclarecimientos. Todo el texto partici-pa finalmente de una misma exigencia conceptual, y secunda loque podría denominarse una nueva poética del flamenco, es de-cir, una nueva metodología para explorar con otros distintos re-cursos estéticos esa enigmática y libérrima demarcación de lacultura gitano-andaluza.

Salta a la vista, pues, que Félix Grande no ha rehusadoorientar su libro hacia una cierta línea polifónica antes que haciaun único desarrollo melódico. El temario que no afronta —co-mo ya dije— las calas humanas y artísticas en la órbita racial delos gitanos, consume un tentador racimo de materias que van de

la historia de los cafés-cantantes a la intrahistoria de los cantesmineros, del mundo del bandolerismo al del antiflamenquismo,del puntual recordatorio de Demófilo al de Manuel de Falla,de la sociología del cantaor a la filosofía del cante, del retratoimaginario de los intérpretes primitivos a la real significación

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contemporánea de Paco de Lucía, del análisis de sedimentos dela música oriental andaluzada al de las difusas etapas de apogeo y decadencia del flamenco… Y entre todo ello, como sirviendode aglutinante, la mayúscula sensibilidad, la espléndida instru-mentación literaria de quien no ha querido desplazar de unaobra de investigación el rango de una obra de creación. Bien.Por lo que se puede ver, Memoria del flamenco encara un pro-fuso muestrario de cuestiones fundamentales, a más de impulsi- vamente barajadas de acuerdo con una especie de ansiedad elec-tiva. Insisto en lo mismo: a mí me parece que se trata de un

astuto pacto entre la imaginación y la escritura, sobre todo porlo que respecta a la citada —y presunta— ausencia de métodoen el ensamblaje de las distintas piezas temáticas. Me permitoasegurar incluso que ese aparente desaire al orden tampoco hadebido programarse sin el paladino prurito de soliviantar a co-mentaristas timoratos. O a profesionales de la ortodoxia fla-menca, que no son pocos, y a quienes nunca será vano prevenir

que uno de los más fértiles y constitutivos linajes del flamencoes el de su sustancial heterodoxia.Confieso, por otra parte, que este libro me ha suministra-

do, entre otras más disciplinadas enseñanzas, una perseveranteemoción. Una emoción que no depende tanto del muy nutridoalmacén de aciertos puestos ahora a disposición del curioso, co-mo de la inteligencia con que se ha ido explicitando y ornamen-tando ese almacén. Me incomoda sobremanera hacer uso de su-perlativos para apoyar mis entusiasmos (y más en esta ocasión),pero no debo honradamente restringirlos a propósito de ciertamecánica creadora movilizada en la presente obra. En primertérmino, su autor ha tramitado todo un fulgurante surtido depercepciones en torno a la soterrada identidad del flamenco conuna capacitación expresiva de inusitada excelencia. No me refie-ro ahora, desde luego, a una impresión abastecida por lo mucho

que descubre culturalmente el texto, sino a la forma como setrasvasan esos descubrimientos a un brillantísimo conducto lite-rario. Repito que mi emoción viene de ahí, y se afianza más quepor mi particular devoción al tema, por mis privativos gustos es-téticos.

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 Mencionaba antes esa nueva poética del flamenco que se es-tabiliza con manifiesta lucidez en este libro. Creo que ocurreefectivamente así y es oportuno recordarlo ahora. Félix Grande sesitúa ante el complejo y fascinante territorio del flamenco comolo haría un buscador de tesoros ocultos ante la materialización delo soñado. El atónito júbilo no excluye el razonado deslumbra-miento. Hablo de un estado de ánimo que tiene poco que ver conel que emana de un recompensado esfuerzo intelectual. Es deotro signo, probablemente más compulsivo y hermético, proba-blemente también más próximo a la exaltación: una especie de

furia sensorial que amaga en medio de las coyundas rituales delflamenco, cuando se ha logrado una plena identificación —llamé-mosla así— con sus pactos más confidenciales. La experienciapuede conectar con el paroxismo o con otras enajenaciones, de-pende del consumidor. Un asunto, realmente, de lo más literario. Tal vez por eso su descripción en prosa no suele ser feliz y por locomún resulta opaca o grosera hasta para los más crédulos. Félix

Grande ha vivido (a veces en compañía de un servidor) esa situa-ción límite del ceremonial flamenco y ha acertado a crear un len-guaje cuyo temple alucinatorio se corresponde con el temple alu-cinatorio del episodio artístico transcrito. Se ha establecido así —por supuesto que sin ningún molde apriorístico— una poéticao, lo que es lo mismo, un sistema de correlaciones expresivas en-tre la imaginería sustancial del cante y la sustancial imaginería dela literatura. Todo un decoro —un merecimiento— creador quese me antoja de una singular importancia.

 Aunque esta Memoria pueda ser —o lo sea— un libro transi-tado por una unánime y obcecada, por una piadosa e iracundaanatomía del mundo de los gitanos, es fácil apreciar también unapersistente atención por lo que podría englobarse dentro de unaantropología cultural del flamenco. Es como una recurrencia, co-mo una constante reflexiva que discurre y se interpola a lo largo

de cualquier otro derrotero de la exposición general. A veces esmuy patente y a veces se enmascara con otras fijaciones mentales.El autor puede estar explorando los arrabales de la Andalucía de-cimonónica, o los legítimos ornamentos y adherencias ficticiasdel cante, o las hereditarias cuevas de los grandes dignatarios

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flamencos, cuando surge de pronto el antropólogo para potenciarlo más posible el alcance del sondeo. Es cierto que esa interven-ción no se limita al generalizado examen de una determinadaconducta social: incluye de hecho todo un cúmulo de factorescondicionantes de esa conducta. Por ejemplo, y con particular re-levancia, el de las definitorias prerrogativas de la música. No citogratuitamente ese dato, entre otras cosas porque es palmaria sutrascendencia a este respecto. Sería ciertamente un despropósitoahondar en el metódico abismo del cante sin ahondar a la vez enlos sustratos musicales de donde afloró. En efecto: sólo a través de

la música —o con su imprescindible ayuda— podrá barruntarse lagenealogía social y los vínculos artísticos de los pioneros del fla-menco. No hace falta decirlo: un modo de cantar define antropo-lógicamente un modo de ser. O un sentido de la vida. Félix Gran-de lo sabe muy bien y clama (no sé si en el desierto) por un rescatecultural provisto de inveterados obstáculos: el del fidedigno en-cauzamiento de esos depósitos musicales que remiten a todo un

entronque popular y que fundamentaron —hace cosa de dos si-glos— la todavía incierta germinación del flamenco.El hecho de que el autor de este libro sea también —y no

en términos de mero aficionado— un estimable guitarrista, aca-so pueda ser esgrimido ahora como un sensible aval de sus labo-riosas indagaciones musicales. Si bien el aspecto teórico no esun ingrediente esencial del libro —ni tenía por qué serlo—, sí loes la conexión entre los atributos del aprendizaje artístico y losde la intuición, esto es, entre la cultura de la música y la «cultu-ra de la sangre». Por ahí habrá que buscar otra de las más inci-tantes y fructíferas atracciones del texto. No creo equivocarme:la lección de esa perspectiva temática complementa ejemplar-mente el mosaico de las otras gratificantes lecciones insertas en Memoria del flamenco. Articuladas así unas con otras, se podrádisponer de una rara y segura posibilidad de acceso a las más ve-

rídicas canteras del arte gitano-andaluz. Celebro con inusualentusiasmo poder anticiparle al lector tan gratísima evidencia.

 J. M. C ABALLERO BONALD

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Primera parte

R  AÍCES Y PREHISTORIA DEL CANTE

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¿Qué son esos cantos?¿Qué significan?

Son la música de un pueblo desgraciado,de los hijos de la decepción.

W. E. B. Du Bois 

El cantaor no inventa: recuerda.

 J. M. Caballero Bonald 

Cuando canto a gusto me sabe la boca a sangre.

Tía Anica la Piriñaca

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 Vino profundo

Escribo estas líneas al anochecer, junto a una botella de vi-

no. He estado escuchando, a solas, en la casa vacía, una siguiriyaque canta Camarón de la Isla. «A los santos del cielo / les voy apedir…» Hace unas horas, los habitantes de mi casa, los míos,mis gentes, han ido a otros asuntos; ya no tardarán en volver. Eneste tiempo he visto cómo se amortiguaba, hasta morir, la luzdel día; cómo la noche, cortés e inexorable, iba llenando el mun-do. Tomé un primer vaso de vino y me entregué, de buena ley y 

maniatado, a la voracidad de mis recuerdos. A veces, uno no tie-ne a sus recuerdos; a veces, uno es su prisionero, su perro, su es-clavo. ¿Cada uno se reúne con sus recuerdos cuando se lo mere-ce? No lo sé. Me asomé a los últimos años de mi vida, sintiendoun cierto vértigo, un borbotón de gratitud, algún rumor de cica-triz, algo de miedo, un fogonazo de congoja, un poco de perfu-me humilde, unos ruidos de pasos, puertas que se abren, unagran penumbra de manos, rostros que no se apagan nunca…Feliz y triste, a las puertas de la plenitud y en la proximidad de ladesdicha, inmensamente vivo, caminaba por el pasillo de mi ca-sa moviendo la cabeza; Julio Ortega decía: «Años estos, quéaños». Venían cargados de voces, de pasos, de manos delicadas y memorables (Manolo Alcántara ha encontrado en el lugar máspuro y más borracho de su corazón andaluz estas palabras so-brecogedoras: «De los recuerdos, como de los náufragos, lo úl-

timo que se ve son las manos»)1. Son horas en las que uno tieneganas de cantar y llorar, y uno bebe su vino ganando lucidez encada trago, sin perder emoción, y uno se asoma a la ventana desu casa y ve en la noche la calle conocida, pero también, en unfundido fantasmal y caliente, los aeropuertos y los andenes, al-

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gunas ciudades lejanas, el latido de los años circulando en estainmensa red de venas calendarias, en este otro sistema circulato-rio al que llamamos la memoria. La memoria es también la ver-dad y la vida, otra manera de la sangre. A veces la memoria em-peora, y la emoción se vuelve anémica. En otras ocasiones nosfalla la memoria, y uno se apoya contra la pared, sin fuerzas y perplejo como un enfermo. Hay quien, un día, escapando de sumemoria, huyéndole, negándola, se da cuenta de pronto de queha muerto, de que se ha convertido en un ser macilento, super-fluo, vegetal: lo que llamamos, con precisión cruel, un cadáver

 viviente. Es importante nuestro trato con la memoria: ella es latomiza que maniata los haces de mies, es también la cadena quesujeta los perros de la vida, y el sarmiento que anuda a la gavillaque nos calentará las manos; ella es lo que reúne. Es muy ciertoque en ocasiones no podemos del todo con nuestra vida entera;desearíamos abandonar en una plaza silenciosa alguna épocaparticularmente perversa, perder por las calles años completos

de demasiado barro, borrar sucesos testarudos con testarudo ol- vido. Pero quizá la vida es como un cuerpo: y separar algunaparte es simplemente una mutilación. La memoria no es un re-galo, no es una caricia del tiempo, no es invariablemente unbien: es un don y también un desafío al coraje, es un espejo deagua, es la palabra de honor que nuestra fidelidad le da a la vida.No siempre podemos cumplirla, y entonces nos sentimos ira-cundos, e incluso miserables. Y se nos desdibuja el rostro.

Echo de nuevo vino en este vaso y bebo. Este líquido, este viejo y cálido líquido, está muy vinculado a la memoria. Está, enconsecuencia, vinculado a la vida. Sigo asomado a la ventana y  viendo, de algún modo, los viajes, los seres, la millonaria arenadel camino, la circulación de esa otra sangre umbilical, mis años,mi fortuna. Miro el vaso de vino y recuerdo imágenes de seres a vueltas con el vino y en conflicto con su memoria; verdadera-

mente, la vida no siempre ayuda a que los seres nos admiremosunos a otros; he visto muchos desgraciados dando traspiés, ha-blando solos, voceando a la nada de las madrugadas vacías y, a veces, escupiendo a sus semejantes. Recuerdo ahora una plazade París: un norteamericano ayudado por el alcohol quería

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pegar a cualquiera de los viandantes; era un rubio macizo y ab-solutamente solitario, que interpelaba a los afortunados que pa-seaban por parejas, o en grupo, en un lenguaje que ellos nocomprendían, lo cual consolidaba poco a poco su soledad; susojos no estaban furiosos, sino desesperados; imposible quizá sa-ber de dónde le llegaba esa violencia estúpida y suicida; proba-blemente algún estorbo había en su vida, una desilusión, no sé,una desgracia: y una memoria contrariada, a la defensiva, unamemoria a la cual estaba agrediendo con sus provocaciones y con su vino descompuesto; las gentes se apartaban de su agresi-

 vidad vacilante, de su furia maltrecha, se apartaban con miedo ocon desprecio o con misericordia; fue una noche de mayo en el68, y en otro lugar de la ciudad muchos miles de jóvenes seamontonaban por un lado del río, improvisaban impecablemen-te la dirección del tráfico, se hablaban los unos a los otros, exci-tados, decididos, alegres; qué habrá sido de aquel hombre paté-tico; quizá le haya pegado un tiro alguien más desesperado que

él, o acaso esté en la cárcel, o haya muerto en Vietnam, o exhibao esconda una medalla militar, o ande pegando puñetazos sobreuna mesa para humillar a sus subordinados, o sea un subordina-do reventando de humillación… Veo también una taberna deGijón en donde estoy bebiendo vino con el amigo Chano; losparroquianos me prestan una desafinada guitarra, con la que de- jo a esos marinos del lluvioso norte algunas mal amarradas va-riaciones flamencas; bebemos, invitamos, reímos; apartado, unanciano bebe de su botella, solo y desdeñoso, mirando —cuan-do mira— con fastidio, allí, cerca del mar; de pronto, se levanta y se va, colérico: poniéndole un disfraz a su infortunio… Bebode mi vaso y recuerdo otro lugar de Europa: Bucarest; vi allí bo-rrachos que solitariamente escalaban las horas de la madrugada;iban como en zigzag horadando las calles —muy rara vez habla-ban solos—, sin molestar, con atroz cortesía; recuerdo a uno que

habla en voz muy baja, una especie de rezo horrible… Los he visto en Madrid, en Barcelona, en La Habana, en Lisboa, en Ca-racas, en Bogotá, en Montevideo, en Buenos Aires y en muchasciudades de mi país. Se hallan en cualquier sitio de la Tierra. Re-sentidos o zalameros, hostiles o ceremoniosos, conmovedores o

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irritantes, unos simulando un heroísmo que con toda seguridadno tienen y que sin duda creen necesitar y otros apostrofandocon un valor colérico y necio a cuanto se mueve junto a ellos,unos insultando a sus ausentes familiares, otros insultándoseaplicadamente a sí mismos, unos agrediendo a quien se demorapor mirarlos, otros asustándose de cualquier mirada inocente eincluso compasiva, cayendo al suelo con desinterés o incorpo-rándose con exhausto orgullo, mostrando un iracundo puño uocultando el rostro en las manos, vomitando pudorosamentedetrás de las puertas de un coche u orinando con ostentación o

con indiferencia en medio de una plaza; vociferantes, silenciosos y hasta, en ocasiones, gimiendo o cubiertos de lágrimas…, perosiempre llenos de un raro y turbio frío, acompañados o perse-guidos por su exilio: solos. Muestran una derrota y a la vez unadesmemoria. Beben, ciertamente, para olvidar. Ya no puedencon todo, están profundamente fatigados o desilusionados ohartos y estrangulan a sus recuerdos con la mano del vino. En

realidad quieren morir, o matar, y no pueden: matan y muerencon sordina; cubren su cabeza de olvido, cubren de olvido su es-zaleado corazón. Beben un vino trágico. Un vino aislante, fron-terizo, caído. Un vino en el fondo del cual hay ojos vacíos y bo-cas silenciosas y manos apagadas y palabras petrificadas y calendarios quietos: y unos cuantos siglos dormidos. Y, todavía,una lágrima. Una lágrima que ya empieza a secarse.

Hay un vino intermedio. No tiene relación con la memo-ria: no quiere asesinarla, no quiere acentuarla. Es un vino ruido-so, que ayuda a hablar, a reír, finalmente a dormir. Se toma engrupo, con abundancia y sin hacerle caso: no se cohabita con él,se le utiliza. Es el vino de las fiestas de fecha fija, es un vino ex-citante, veloz, sin imaginación. Junto a él hay sonidos de tene-dores, músicas voluminosas de aparatos de radio, gritos de ca-mareros o de anfitriones o invitados. Es un vino que comparece

en las reuniones familiares, en muchas bodas y bautizos, en lossábados que lograron eludir la desgracia de las horas vacías. Notiene relación con la memoria. A este vino no se lo bebe condesesperación, ni con rencor, ni con autopiedad; tampoco se lobebe con parsimonia y corazón, con lenta plenitud, con inteli-

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gencia del mundo. Se lo bebe, quizá entre baile y baile, con avi-dez casual, o con una alegría que no tiene conciencia de su pro-pio milagro, una alegría municipal, útil, muy sana, no muy con-movedora. Éste es el vino del presente. Sus consumidores nosoportan, creo, demasiados sufrimientos inexplicables; tampo-co, creo, sus emociones enigmáticas son demasiado duraderas.Utilitario y subalterno, es un vino eficiente, sin compromisos,sin pasión, sin heridas. Es el vino que tiene mayor número deparroquianos, ni desdichados en exceso, ni emocionados en ex-ceso: de parroquianos sin exceso. Os juro que no hay desprecio

en este boceto de una manera de beber. Yo no desprecio a nadie.Pero amo la memoria→ ese cordón umbilical del tiempo→ esecordón umbilical del mundo. Amo ese instante de la memoriaen que, reventando de nombres y de años y de emoción y de do-lor, alcanza ese estado al que se ha hallado un nombre hermoso:los sentimientos oceánicos, las emociones oceánicas. Allí no lle-ga este vino intermedio. Este es el vino del presente. No tiene

relación con la memoria. No necesita asesinarla. No necesitaacentuarla. Es autosuficiente: es pequeño. Es un vino que nobusca al olvido, pero finalmente lo encuentra: en el sueño, en lafatiga, en el embotamiento, en la indiferencia de la repetición. Y ese olvido, aunque sin crispación, de algún modo también susti-tuye a la vida. De algún modo, la usurpa. De los días, de los he-chos monótonos y repetidos, se desprende, fantasmal, la cenizadel Universo. Este vino intermedio no reaviva el incendio de vi- vir. Sin vehemencia, sin hondura, modesto, el vino del presentecarece incluso de lo que tiene aún el vino trágico: la lenta y soli-taria lágrima que se enfría.

Entonces recordé otra lágrima. Muy caliente. Digna de ser vista, descrita, memorada, envidiada. Bebo un sorbo de vino y entro con cierta vehemencia despaciosa en la memoria de unamadrugada de cante. Fue la noche del 29 de agosto de 1969. En

Cádiz se celebró un homenaje a Pericón. Después de aquellapública sesión flamenca, ocurrida en el Teatro de Verano delParque Genovés, algunas gentes vamos a la calle de Vea Mur-guía, a la fachada de su número 22, en donde se descubre unaplaca de mármol:  En esta casa nació el 20 de septiembre de 1901

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Don Juan Martínez Vilches, para el arte «Pericón de Cádiz». LaTertulia Flamenca de la Sociedad Española de Radiodifusión, en suhomenaje. Cádiz, agosto 1969. Recostado contra un portal, Pacode Lucía acaricia a un infinito caballo negro de taranta, con ge-nialidad negligente, mientras algunos poetas elogian en verso alos cantes de Pericón. Poco más tarde, tras una cierta dispersión y una pequeña caravana de coches, llegamos a la Venta de Vargas,la sonora Venta de Vargas.  Allí, en San Fernando, escuché porprimera vez cómo canta Camarón de la Isla, al que ya entoncesprecedía su fama. Recuerdo una habitación grande, gentes sen-

tadas en espacioso semicírculo; Melchor de Marchena, oscuro,silencioso, bebiendo con delicadeza; María Vargas, radiante y sosegada, cantando una hora y otra, a palo seco; Paco de Lucía,sin guitarra (aquella noche la imprevisión sólo trajo desde Cádizuna guitarra, la de Melchor, y la hacía sonar el Niño de los Ri-zos en otro lugar de la Venta), escuchaba a María de una maneraconcentrada. En otra habitación, ese «Caruso de las cavernas»

al que nombramos Manolo Caracol canta fandangos «por me-dio», subiendo constantemente el tono, alzando sin cesar la ce- jilla en el mástil, siguiendo —y alcanzando— la voz fresca delcasi un niño Camarón de la Isla. El Niño de los Rizos les acom-paña a la guitarra, y con una especie de dolor feliz escuchamosFrancisca Aguirre, Carmina Martín Gaite, Rancapino, Fernan-do Quiñones y el que ahora rememora esa gloria sanguinolenta,aquel cataclismo armonioso. Cierro los ojos y veo de maneramuy nítida el gesto parsimonioso y absoluto con que ManoloCaracol toma sorbos de vino. Se le juntan las letras de fandangoen la boca, las historias nefastas o brutalmente solidarias quecuentan esas letras con una escandalosa sencillez, esas letrasmisteriosas y reventonas como la barriga de las embarazadas.Caracol nos mira sin vernos, cabecea para recordar, toma su ne-cesario sorbo y alarga el vaso silenciosamente para que alguien

le ponga otra cinta de vino, manotea con tensa suavidad, desva-riado, escuchando con bravura los fandangos de Juan de la Varaque Camarón edifica ladrillo a ladrillo, o levantando él mismoen una mezcla de Gaudí y Dostoievski edificios inverosímiles endonde la desgracia y la caridad se juntan con una voz destrozada

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 y eterna para protestar por ese dolor como jamás tal vez ningúnser quizá de la Tierra lo hizo con tanto corazón sin embargo. Tenemos el vello de los brazos de pie, bebemos muy despacio y con cierta furia fantástica, descansamos eléctricos al borde de lasilla, acusamos cada bordonazo o cada pirueta del compás y con-tenemos la respiración mientras que dura un tercio. Nada de loque ocurra o se diga en este instante en esa habitación será men-tira; si ese limosnero embrujado dice que «Cuando a ti te apar-taron / de la verita mía / a mí me daban tacitas de caldo / y no lasquería» quiere decir exactamente que le daban tacitas de caldo y 

no las quería. Aquí no se miente. En uno de esos gritos, en unode esos documentos con que Caracol hoza en el origen del do-lor o del amor como hoza un animal sediento por entre las au-sencias del barro, oigo una voz llena de tiemblo que susurra Es un dios.  Miro a Quiñones: con la camisa abierta para escucharcon todo el pecho, tiene lágrimas en la cara y se tapa la boca conla mano. Con la otra mano buscaba, tanteando en la mesa, un

 vaso misericordioso. Han pasado unos años y veo esas lágrimas y esa noche sonando por entre mis recuerdos. Caracol no era undios. Era uno de los más trágicos artistas que jamás haya dado elcante flamenco, y era una tensión ya casi de metal por el afán deunir la vida entera con el tiempo entero, y era nosotros partici-pando de esa tensión que tiene cara de reloj parado e infinito, y era mucha memoria ocupada en el laborioso destino de reunir ala vida, y era un vino profundo ocupado en el laborioso destinode reunir los caballos de la memoria. Vino tentacular, lleno declemencia tremante como la de un monstruo dormido, vino sa-bio que conoce la inmensa solidaridad que une a las horas másapartadas y remotas y que por eso las congrega. Vino profundocomo el amor, la música, el lenguaje.

Estoy solo en mi casa, esperando a los míos. Ya no puedentardar. Estuve escuchando a la vida asomado a la ventana de mi

cuarto. Suele ocurrir que uno se quede solo y le rodeen los seres y los años: y las ganas de no morir, de que no muera nadie, na-da, de ningún modo, nunca. Entonces hace falta la música: senecesita ayuda, pues no somos indestructibles. Puse un disco deCamarón y Paco de Lucía. Escuché, muchas veces, una siguiriya

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un día, creo recordar, de invierno. El cante duraba ya desde ha-cía horas. Avanzada la madrugada, se instaló, majestuosamente,la ocasión de la siguiriya. Durante un largo tiempo, mientrasotros dos cantaores meramente escuchaban, un tercero cantópor siguiriya, con bravura, con desolación, con terror, con vio-lencia, con delicadeza brutal. Un viejo campesino daba de vezen cuando, siempre a compás, un tenue golpecito con una varaen la baldosa. En la otra mano, su vaso de vino, a media distan-cia entre sus labios y la mesa cercana: en suspenso; en tensión.El gran anciano escuchaba sin jalear, con la frente inclinada, sin

gestos; muy posiblemente, sin ver. De pronto, en un quejío in-creíblemente horrible e increíblemente verosímil e increíble-mente comunitario e íntimo, un quejío que venía a clavar ya norecuerdo qué palabra, el vaso se desgarró en pedazos entre lamano de aquel bravo señor. Vimos cómo su mano, su antebrazo,su ropa, se mojaban de sangre y vino. Nos asustamos. El cantaorse interrumpió. El viejo le pidió que siguiera, que siguiera…

¡Todo lo que hizo fue pedir que siguiera!Fue un día de invierno, en Tomelloso, y hace ya muchosaños, y no lo olvidaré jamás. «A los santos del cielo / les voy apedir…», pronuncia de nuevo, casi deletreando, la voz desespe-rada y tierna de Camarón de la Isla. He escuchado de nuevo esainfinita siguiriya y siento ganas de besar la pared. Noto que,muy despacio, sin convulsión, estoy llorando: un llanto que essalud. Un llanto que es profundamente mío y a la vez un regaloque me llega desde la misericordia vastísima del cante. Un llan-to que me trae una multitud de hermosura que sale de las gentesque han inventado y conservado el cante. Recuerdo entoncesaquel manchego anciano. Veo su sangre, la veo. No es alucina-ción: es la memoria: viva, cabal, ardiente. Los hechos vienen y en ocasiones tardamos mucho tiempo en aprender a interpre-tarlos. Veo la sangre del viejo aquel y comprendo por fin que,

sin dejar de ser muy real, era también simbólica: hablaba de lasangre del cante, de la sangre de un tumulto de seres que fueroncreando el cante: con verdad, con grandeza, con sangre. Donde-quiera que estés, si es que estás vivo todavía, anciano de La Mancha, que de alguna manera te llegue mi agradecimiento: Te

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quiero mucho, viejo. Miro mi botella de vino, oigo esa voz deCamarón, lujosa de herencia y de luto, y comprendo que se hapuesto delante de mi cara un hermoso deber: el de escribir un li-bro. Un libro sobre esa honda moral de la memoria que setransmite en el flamenco, un libro sobre su sangre múltiple, supena, su bravura, su delicadeza espantosa, su fuerte mano aga-rrada a la crin del caballo de la necesidad; un libro sobre la me-moria y la sangre de un majestuoso seísmo artístico que es unade las verdades más grandes, más terribles de España. Apago eltocadiscos, me asomo un rato a la ventana. Me pongo medio va-

so de vino y en el momento en que estoy bebiendo comprendoque es un brindis. Cuando empiezo a tomar apuntes para ese li-bro que voy a escribir comienza a caer la noche. El grito silen-cioso, inacabable de la noche. La noche, el cante, el grito: pare-ciera que son hermanos.

 Nota

1. La procedencia de las citas que sean incluidas y celebradas —o discutidas— alo largo de este libro podrá hallarla el lector en la Bibliografía que lo cierra.