Fernández de La Mora, Gonzalo - Contradicciones de La Partitocracia

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    CONTRADICCIONES DE LA PARTITOCRACIAP O R

    G O N Z A L O F E R N N D E Z D E L A M O R A

    I IntroduccinLa Humanidad no ha conocido ms que un sistema poltico:el mando de unos pocos; esa es la forma trascendental de go-bierno que se ha manifestado en varios gneros, los cuales se hansubdividido en numerosas especies, y stas se han diferenciadoen tipos que, a su vez, ofrecen mltiples variantes. En occidente,el gnero ahora predominante es la democracia, una de susespecies ms extendidas es la partitocracia, modelo cuya varianteespaola figura entre las europeas histricamente ms prximas

    a su lmite evolutivo.El anlisis terico y emprico de la partitocracia, por muyvertebral que sea, incide sobre cuestiones fundamentales de lasciencias polticas. El estudio exhaustivo de cada una de ellas re-quiere volmenes (1).(1) H e tratado de demostrar la degradacin conceptual y la inoperanciapoltica de las ideologas en el libro E l c repscu lo de la s id eo logas, 1964,7.a ed., Espasa Calpe, 1986. H e analizado los postulados partitocrtieos enel libro L a p a r t i t o c r a c i a , 19772, ed. Instituto de Estudios Polti cos. H edesarrollado el concepto de Estado no ideolgico en el libro B e l E s t a d o

    i d ea l a l E s t ado de r a zn , 1972, ed. Academia de Ciencias M orales y P o-lti cas. H e ampliado algunos puntos concretos en el l ibr o E l E s t a d o d eob r a s , 1976, ed. Doncel, y en monografas como L a c r i s i s d e l parlamenta-r i s m o (en Anales de la Real A cademia de Ciencias M orales y P olticas,nmero 56, 1979), E l deco r o po l i co (en Anales de la Real Academia deCiencias M orales y Polticas, nm. 57, 1980), N eoco r po r a t i v i sm o y r e -p resen tac in po l ica (en Razn Espaola, nm. 16, marzo de 1986) y E lVe r bo , nm. 291-292 (1991) 53

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    Temas tan prximos a las tensiones cotidianas suden abor-darse con prejuicios ideolgicos e insuficiente objetividad. Ahoraslo se trata de una visin panormica, aunque esencial, quepretende ser racional y realista, no emotiva ni utpica. Vayamos,sobre todo, a los hechos mismos.I I . La democracia.

    E l vocablo democracia, el ms utilizado en la poltica con-tempornea, es un gnero que ha sido especificado con mltiplescalificativos: directa indirecta, plebiscitaria o representativa,orgnica o inorgnica, unipartidista, bipartidista o pluripartidista,popular, autogestionaria o partitocrtica, etc. Y si se analiza conalgn detenimiento cualquiera de estas especies, aparecen multi-tud de tipos. Por ejemplo, la democracia representativa se es-cinde en unitaria, autonmica y federal, en presidencialista yparlamentaria, en unicameral y bicameral, en mayoritaria 0 pro-porcional, etc. Y si se profundiza en cada uno de esos tiposaparecen numerosos subtipos. Por ejemplo, el escrutinio propor-cional presenta una rica pluralidad de variantes: listas abiertasy cerradas, regla d'Hondt, acumulacin de los restos, etc. Y noes una cuestin de matiz: democracia popular se autotitul laUnin Sovitica, democracia autogestionaria Yugoeslavia, y de-mocracia socialista la actual Rumania. Y son abismticas las di-ferencias entre la democracia suiza, la norteamericana o la griega.Y , as, sucesivamente. Quizs por eso, Ortega y Gasset afirmel 7 de septiembre de 1949 en la Universidad de Berln: Lai n t el e ct ua l y e l p o l i co (en Razn Espaola, nm. 37, marzo de 1989,pginas 133 y sigs.). H e descrito los pr oyectos, principalmente espaoles,de representacin no partitocrtica anteriores a 1936 en el libro L os ter i -cos i zqu i er d i s t a s de l a democ r a c i a o r gn i ca ,1985, ed. P laza y J ans. Y heanalizado las deficiencias del Estado espaol nacido de la Constitucin de1978 en el libro L o s e r r o r e s de l camb io , 19875, ed. Plaza y J ans. Talesantecedentes disculpan y, en cierto modo, respaldan la sinttica concisinde este texto.54

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    palabra democracia ha quedado prostituida, porque ha recibidosobre s los nombres ms diferentes (2).Todos los vocablos que se emplean en la lucha por el poderadquieren tal equivocidad que pierden concrecin significativa.Pero durante el siglo xx, la democracia, a fuerza de manipula-ciones semnticas, ha batido todas las marcas de ambigedad ypolisemia, y se ha convertido en una voz que, para que cobrevalidez intelectual, es necesario reestructurarla lgica y empri-camente.Se han presentado centenares de definiciones de la democra-cia, casi todas oscilando entre la poesa y la utopa. A ttulo deejemplo, valga una de las ms anglicas, tan ilustre y elegantecomo poco conocida: la verdadera democracia es la comunidadde obediencia, libremente consentida, a la superioridad de la in-teligencia y de la virtud (3). Pero eso supondra una Humani-dad sin pasiones ni envidias, ni resentimientos, tan justicie-ra, ,plenamente racional, y espontneamente jerrquica, que norequerira forma alguna de coaccin.En una sentencia famosa, L incoln defini la democracia comogobierno por el pueblo. Tal modelo no ha existido y no exis-tir nunca. No es ni la descripcin de algo real, ni la formula-cin de un ideal posible; es pura retrica. Los grupos humanos,tanto ms cuanto ms numerosos, slo pueden ser gobernadospor unos pocos. N o ya en un pequeo pas como Andorra, nisiquiera en una aldea de un centenar de habitantes, es factibleque todas las decisiones de inters colectivo sean adoptadas porel pleno de la asamblea vecinal. El huero tpico del gobierno porel pueblo lo siguen repitiendo con el ms demaggico y fantsti-co de los irrealisms los oradores de mitin, aunque no los poli-tlogos. Una vez ms hay que recordar que el vulgarizador deLocke, considerado como el padre espiritual del demoliberalismo,Rousseau, reconoci: ams ha existido verdadera democracia,

    ( 2 ) J . O R T E G A Y G A S SE T : M ed i t a c i n de Eu r opa , ed. R ev. de O c-cidente, Madri d, 1966-, pg. 23.(3) BERGSON, H enri : M an ges, Pars, 1972, pg. 1.283.55

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    ni existir jams; es contrario al orden natural que el gran n-mero gobierne y que el pequeo sea gobernado (4).En las comunidades polticas histricas no se ha dado ni elgobierno de uno solo, ni el de todos. Las ms autocrticas delas monarquas han tenido magistrados con parcelas de poder.En los ms populistas de los municipios ha habido una minoraque ha administrado. Slo hay una forma real de gobierno, laoligarqua, entendida en su sentido etimolgico como mandode irnos pocos. En todas las reas de la convivencia apareceuna lite que decide el rumbo dominante, lo mismo en la comu-nidad religiosa, cientfica o artstica que en la propiamente po-ltica. El problema sociolgico y jurdico se reduce a describiry evaluar los modos de que una minora alcance el poder, o sea,los tipos de oligarqua.Escfc pocos que siempre asumen la funcin dirigente puedenseleccionarse entre ellos mismos, como acontece en la comunidadcientfica que se autoestratifica segn los mritos, o pueden .re-mitirse a un rbitro exterior para que elija entre los diferentesequipos concurrentes {un rey hereditario, un soberano vitalicio,un cnclave, un censo electoral, etc.). Slo hay, pues, dos clasesde gobierno: las oligarquas inmanentes que se autoseleccionan,y las oligarquas arbitradas cuyo acceso al poder depende de unjuez individual o colectivo previamente determinado.La democracia no es otra cosa que una forma de gobierno enla que de algn modo y de tarde en tarde, los gobernados pue-den intervenir en la designacin o destitucin de los gobernantes.La democracia es una oligarqua arbitrada peridicamente por uncenso electoral de entidad variable (estamental, censitario, mas-culino, universal, etc.).I I I La partitocracia

    El arbitraje que ejercen los gobernados cabe instrumentarlode muy diversas maneras. Puede limitarse la edad (diecisis o ms(4) J . J . ROUSSEAU:D U c on t r a t s oc i a l , 1762, I I I , 4.

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    as), o la condicin jurdica (slo los vecinos y nacionales otambin los residentes, slo los que carecen de antecedentes pe-nales o no son analfabetos, etc.) de los legitimados para votar.Puede limitarse el mandato de los elegidos a uno o ms aos,con lo que el censo queda suspendido d su capacidad arbitraldurante perodos incluso superiores a un quinquenio.Pero, sobre todo, puede limitarse el numer de los elegibles.La partitocracia es aquella especie de oligarqua arbitrada porlos gobernados en que los aparatos de los partidos monopolizanla elaboracin de las candidaturas y, por tanto, dictan la redu-cida lista de personas que pueden ser votadas. Los independien-tes apenas son viables. La caracterstica esencial de las partit-cracias es que el rbitro popular no designa libremente al man-datario, sino que simplemente opta entre las alternativas enla prctica dos o tres a que le reduce i sistema partidista.Este hecho es de una trascendencia capital porque convierte alsupuesto elector en simple optante. Y la experiencia demuestraque, generalmente, se vota ms contra una lista, que a favorde otra.La posibilidad real que se ofrece al gobernado en una parti-tocracia no es tanto designar a su hombre, cuanto derribar al go-bierno votando a la oposicin (5). Es falso que el elector nombrea los polticos: stos se promueven entre ellos. Sea cual fuereel partido en el poder, sus hombres han sido seleccionados porel aparato. Y ste es uno de los motivos de que altsimos por-centajes de la poblacin se abstengan de acudir a las urnas; tie-nen conciencia del escaso1margen en que se mueven y dd pocopeso de su voto. La otra gran causa es que parece que los pol-ticos son siempre los mismos y, en el caso de los trnsfugas, in-tercambiables.En las partitocracias, el arbitraje de aquellos gobernados que,de vez en cuando, y manipulados por campaas de imagen, vo-tan, suele limitarse, pues, a remover temporalmente al equipo

    (5) Esta fue la posicin, imprecisa y ocasionalmente, adoptada porK , P O P P E R { V i d . G . F E R N N DE Z DE L A M O R A : P opper y la democraciamnima, en R a zn E sp ala , nm. 28, marzo de 1988, pgs. 185 y sigs.).57

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    gobernante, lo cual viene a desembocar en otra oligarqua delaparato adversaria o de los aparatos que oportunsticamente pac-ten. La impotencia del gobernado es tal que, en los regmenesplurpartidistas, puede asumir la presidencia de un gabinente decoalicin el lder menos votado. Esta es la modestsima funcindel hombre medio en una partitocracia; a eso se reduce efecti-vamente en tal modelo el ilusorio postulado del gobierno porel pueblo.

    I V . La crtica extrnseca.La crtica tradicional de las oligarquas arbitradas por el votopopular mayoritario ha solido ser extrnseca al modelo, es decir,se ha hechd valorando la veracidad de los resultados electorales,desde criterios externos. E l argumento principal consiste en quela verdad es independiente del nmero de personas que la pro-clamen. Esto es evidente para los hechos histricos: aunque lamayora de la Humanidad actual votase que Amrica no fue des-cubierta por la expedicin colombina, la realidad de la gesta per-

    manecera invariable. Tambin es evidente para los juicios lgi-cos: aunque la mayor parte de la H umanidad negase el principiode contradiccin, ste continuara operando en las inteligencias.Tambin es evidente para las ecuaciones matemticas: aunquetoda la Humanidad desmintiera el desarrollo del binomio deNewton, su exactitud permanecera inclume. Tambin es evi-dente para las ciencias experimentales: aunque la Humanidad en-tera rechazara la existencia del cero absoluto, nadie podra obte-ner una temperatura inferior. L o real e inexorablemente real,aunque los hombres, sea cual fuere su nmero, lo desconozcano lo nieguen. E s, pues, vastsima el rea de las verdades que seraabsurdd someter a votacin popular.Pero el problema se complica cuando se trata no ya de loque es, sino de lo que debe ser. Las normas ticas, no lasdetermina cada sociedad concreta en un cierto tiempo? Esto sig-nificara que la moral dependera de un tcito o expreso plebis-

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    cito. Pero si la mayora decidiera que procede matar al prjimorival o incmodo, no repudiara a nuestra conciencia tal acuer-do? Si una sociedad aprobase unnimemente que es lcito mentiry engaar a los dems cuanto se pueda, no rechazara nuestrointelecto tal convencin? Es evidente que la especie humanareconoce que hay unas normas ticas independientes de las vo-luntades individuales y que sera irracional someterlas a votacin.El milenariD ecogo es una concrecin de preceptos que seconsidera allende la arbitrariedad.Pero, no hay cuestiones polticas opinables como la parti-cipacin del Estado en el producto nacional? H ay, efectivamente,algunos problemas sociales cuya solucin no viene dada por unimperativo moral bsico. Segn los que se atienen a la crticaextrnseca, tales alternativas opinables sern mejor resueltas porel conocimiento y el raciocinio de los expertos que por los insi-pientes e impulsivos; pero aqullos se encuentran entre la mino-ra y no se identifican con la masa mayoritaria. Es un dato obvioque hay ms razn en un sabio prudente que en miradas de ig-naros pasionales.Y , finalmente, los que cultivan la crtica extrnseca acudena la Historia y recuerdan que Crucifcale fue l inicuo resul-tado del referndum planteado por Pilatos al pueblo de J eru-saln. Y multiplican los ejemplos de muchedumbres vesnicas,desde la antigedad hasta hoy. Y acuden a esa quintaesencia dela experiencia histrica que es la psicologa emprica de las mul-titudes, disciplina que arroja conclusiones muy poco favorablesal presumible acierto de las masas.Desde la Revolucin francesa, la crtica extrnseca ha pro-ducido una copiosa literatuura. Pero, no cabe una crtica intrn-seca, hecha desde dentro del propio modelo mayoritario? As es.

    V . La crtica intrnseca desde la perspectiva lgica.Ya los canonistas medievales se plantearon la cuestin de silos concilios podan tomar acuerdos por mayora simple, por

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    mayoras cualificadas o por unanimidad, y se decidieron por estoltimo, opinin mantenida hasta el Vaticano I I (6).Pero el primero que abord la cuestin en trminos estric-tamente lgicos fue el matemtico francs J . C. Borda en su es-tudioMoi re su r es ect i on s a u scru ti n (1781). A partir deese razonamiento, J . A . de Caritat, marqus de Condorcet, re-dact suE ssai su r Vappli cati on d e Van dyse a l a probabiUtdesdisions rend ues l a p lu ra l i td es vo i x (1785), e incluso llega dar forma constitucional a sus ideas sobre la representacinen una serie de escritos programticos publicados entre 1788 y1805 (7). Segn Condorcet, en una eleccin por mayora simplea la que concurren tres candidatos se produce el contrasentidode que uno de los perdedores es el que prefiere la mayora. Estaparadoja nace de que el criterio mayoritario simple no tiene encuenta el orden en que cada votante coloca a los candidatos.Supongamos que diez electores establecen sus preferencias entrelos tres candidatos por el orden X , Y , Z, nueve por el ordenY , Z, X , y otros nueve por el orden Z, X , Y , de donde resultaque el elegido es X por una mayora simple de diez votos fren-te a Y y Z que slo obtienen nueve cada uno. Pero es evidenteque hay dieciocho votantes que prefieren a Z antes que al triun-fador X . Esta paradoja sigue producindose aunque diecisietevoten a X y slo nueve a cada uno de los otros dds candidatos.La simple mayora suele estar en contradiccin con la preferen-cia mayoritaria.La paradoja de Borda y Condorcet, preterida durante casidos centurias, fue replanteada por el que luego sera premi No-bel, K . J . Arrow, en su libroSoci al choice and in di vi du al vales(1951), cuya segunda edicin revisada (1963) ha sido traducidaal espaol (1974). El teorema de Arrow demuestra que es im-posible formular un procedimiento suficientemente razonable paraadoptar decisiones colectivas que no arroje resultados contradic-

    (6) V i d . J , A L O N S O D A Z : La mayora de votos en los conci li os enRa zn E sp ala , nm, 31, septiembre de 1988, pgs. 153 y sigs.(7) Ci nco opsculos fundamentales han sido reeditados en Condorcet:Su r l es ect ion s, ed. Fayard, Pars, 1986.60

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    torios, y analiza con especial detenimiento el criterio de la ma-yora que es el fundamento de los mtodos democrticos. E lteorema de Arrow es demoledor para cualquier procedimientode tomar acuerdos distinto de la unanimidad. A pesar de los es-fuerzos que en el ltimo medio siglo se han realizado para des-autorizar a Arrow, su teorema contina irrefutado (8).La posicin de Arrow tena precedentes como el de K . W i-cksel quien en su obraFi nan ztbeoreti sche Un ter suncbttngen (J ena,1896, trad. ingl. 1958) haba encontrado tan irracional el crite-rio de la mayora, que exigi, para los acuerdos parlamentarios,un voto favorable de cinco sextos de los diputados.Casi cuarenta aos despus de haber formulado su teoremade la imposibilidad y de haberse vertido mucha tinta sobre l,Arrow volvi sobre la cuestin MI su opsculoSoci al choice andmulticriterion decision-making (1986). Ah se plante, como porprimera vez lo haban hecho Borda y Condorcet, no la decisinsimplista entre dos opciones, sino la decisin complicada entremuchas alternativas y una serie de diferentes criterios para orde-narlas de mejor a peor.Una eleccin pblica mnimamente realista casi nunca puedereducirse a un s o a un no desde perspectivas homogneas. Lavida social es mucho ms compleja, y casi siempre hay una plu-ralidad de posibilidades dadas y de distintos valores para jerar-quizarlas. Por ejemplo, el consejo de administracin de unas bo-degas puede elegir entre producir vino tinto, rosado, blanco,espumoso, sec, semiseco, dulce, de alta o de baja graduacin,etctera. Y son muy numerosas las combinaciones entre esasopciones. Y suele, adems, acontecer que los consejeros tengandiferentes patrones de estimacin, por ejemplo, rentabilidad, tra-dicin, prestigio, etc. En su citado trabajo) Arrow evalu las

    frmulas propuestas para racionalizar estas situaciones de doblepluralidad y, antes de exponer la propia, lleg a la conclusin de(8) V i d . , por ejemplo, M A C K A Y , A L F R E D , F . : A r r aw s t h e or em , ed. Yale,N ew H aven, 1980, pgs. 103 y sigs.

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    que el mtodo de la mayora requerir tales limitaciones... queno ser aplicable a nuestro problema (9).Arrow influy decisivamente en J . M . Buchanan que tambinobtendra el premio Nobel y a quin se considera fundador dela Escuela de Eleccin P blica. L o innovador de tan valioso mo-vimiento intelectual es la aplicacin de los mtodos lgico-mate*mticos de la economa al derecho constitucional. Buchanan, ensu librDemocr acy i n dici t (1977, trad. esp. 1984), afirm quela Constitucin no poda dejar al arbitrio de las mayoras par-lamentarias cuestiones como el endeudamiento pblico. En T h ecalculus of consen t (1962, trad. esp. 1980), despus enT h e l i -m i t s of l i berty (1975), y ms tarde enT h e power o f t a x (1980,trad. esp. 1987) extendi sus conclusiones al rea institucional yformul un nuevo teorema: la poltica basada en la regla de lamayora es, en el mejor de los casos, un mecanismo altamenteimperfecto para asegurar la justicia distributiva (10).La Escuela de la Eleccin Pblica cuenta con figuras rele-vantes, como G. Tullock, W . A . Niskanen, y A . K . Sen, que hanelaborado una severa crtica interna de la regla de las mayoraspara adoptar decisiones polticas. E l criterio de la mayora, quenunca tuvo ms explicacin doctrinal que la suposicin de quelos ms son los ms fuertes y, por lo tanto, los menos debenrendirse sin lucha, ha sido ahora desmontada al demostrarse laimposibilidad de que funcione racionalmente.Incluso desde el rea socialdemcrata, las cabezas pensanteshan admitido, aunque tardamente, los fallos del principio mayo-ritario. E se es, por ejemplo, el caso N, Bobbio, quien, en su tra-bajoL a r egol a d i maggioranza l i mi t i e aport e (Bolonia, 1981),reconoce que el criterio mayoritario no se puede aplicar a ciertasmaterias, que muchas veces es ineficaz, y que plantea aporastcnicas insuperables. Desde reas muy diferentes, hace aos que

    ( 9 ) K . J , A R R O W y H . RA Y N A U D : Opc i ones sociales trad, esp., M adrid,1989, pi(g. 90.

    ( 1 0 ) J . BUCHANAN y G . BRENNAN: T h e reason of ru les , 1985, 8, 7,trad, esp., 1987, p4g. 173.62

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    algunos habamos denunciado esas y otras muchas quiebras delprocedimiento.Pero aun suponiendo que no fuese problemtico el radicalcriterio de la mayora, se plantea inmediatamente la cuestindel modo de contabilizar los votos cuando se trata, no de un di-lema referndum o plebiscito, sino de elegir, por ejemplo,los miembros de una asamblea. Los tipos de escrutinio son in-numerables y todos ellos son gratuitos; son pautas de procedi-miento que no vienen exigidas por un inexorable imperativo ra-cional. Habrun elegido por cada mil o por cada cien mil elec-tores? Qu municipios o qu barrios se incluirn en una cir-cunscripcin electoral? Se proclamar elegido en circunscripcio-nes unipersonales al que obtenga la mayora absoluta o la relativa,y en una vuelta o en dos? Se preferir el sistema de listas y suadjudicacin proporcional? En el caso del escrutinio proporcio-nal, sern transferibles los restos a nivel nacional y con quregla? La descripcin de los procedimientos electorales principa-les ha requerido extensos tratados.

    Entre el voto depositado en una urna y los resultados oficia-les se interpone un mecanismo arbitrariamente decidido por ellegislador. Ese mecanismo se aplicar por igual a todos los can-didatos;pero en modo alguno es neutro. Con los mismos votostriunfarn unos partidos u otros, o se eliminar del parlamentoa un partido, segn la forma de escrutinio que se haya adoptado.Incluso cabe invertir el balance final, es decir, que los triunfa-dores sean perdedores.La crtica interna de la democracia no slo presenta el teore-ma de la imposibilidad, sino el teorema de la arbitrariedad decualquier sistema de contabilizar los votos. Desde el principiohasta el fin, todo el proceso se encuentra condicionado por de-cisiones que no responden a un principio de racionalidad. Losdiferentes modelos de canalizar el arbitraje popular no son menoscaprichosos que las reglas de un juego, y esas reglas siempre fa-vorecen a unos y perjudicanaotros. No existe el escrutinio lgico.

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    VI La crtica intrnseca desde la perspectiva ideolgicaLos partidarios de que las sociedades se gobiernen por oligar-quas, en las que el voto mayoritario de los gobernados legitima-dos para ello funcione como rbitro cada cierto nmero de aos,no han cesado de elaborar postulados ya ticos, ya sociolgicospara justificar su posicin. Tales esfuerzos han producido la

    ideologa democrtica, que tiene todas las caractersticas de loque Pareto denominaba una derivacin, es decir, argumentosarbitrarios para justificar sentimientos. Pero ahora no se tratade probar lo que haya de cierto en dichos postulados tarea decrtica extrnseca, sino simplemente de analizar si el modelo secomporta conidelid da los principios en que pretende fundarse.Otro politlogo socialista, Claus Offe, adems de reconocerque la partitocracia desradicaliza las ideologas y erosiona la iden-tidad de los partidos (lo que he llamado convergencia), y desacti-va a los ciudadanos (lo que he calificado de creciente apata),ha admitido en su libroA n d e n Gr enzen d er M eber heit sdemo-k r a t i e (1984), que el principio mayoritario es de validez muylimitada, porque la autenticidad del voto es dudosa, hay materiasirrevocables yn discutibles, y los abstencionistas, que a vecesson mayoritario, comprometen la significacin de los resultados.

    1. Se presenta como primera tesis que el individuo se en-cuentra solo e igual a sus congneres, y que para no tener quedisputarse violentamente los recursos limitados, establece conotros uncontr at o soci al que atribuye a cada parte un nico votopara adoptar conjuntamente decisiones polticas.Pero los hechos desmienten tal descripcin. Todo individuonace en una familia y, generalmente, en un clan y en un poblado.Nadie viene al mundo y madura solo, y de su entorno humanorecibe una lengua, unos usos y, en definitiva, una cultura, porrudimentaria que sea; la sociedad es algo dado a la espede hu-mana, como a otras muchas.Adems, ni siquiera los gemelos univitelinos son exactamen-64

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    t e iguales. Entre el subnormal y el genio, entre el minusvlidoy el atleta, entre el deforme y el apolneo hay una infinidad devariantes intermedias. Cada individu tiene diferentes capacida-des intelectuales y fsicas. Y son prcticamente la diferenciacingentica y, consiguientemente, la distincin vocacional, el plura-ralismo profesional y la jerarquizacin funcional los que muevena la colaboracin social para la mutua complementariedad. Tam-poco es cierto que los recursos sean limitados en todos los pue-blos primitivos, especialmente en los de economa ms elemen-tal, los recolectores. Y , finalmente, no hay memoria histrica deque un solo Estado antiguo se haya constituido mediante uncontrato social que estableciera todos los derechos y deberes,ni podra haber sucedido as porque tal contrato supondra laprevia existencia de la norma de que los pactos deben ser res-petados; y, quin habra acordado dicho precepto bsico si nohaba sociedadprevia ?Esta ya no es slo una contradiccin conlos datos, sino una inconsistencia interna de la ideologa. La tesis individualista y contractual pretende explicar que -cada ciudadano dispone de un voto igual y que el ordenanrent?/jurdico no puede tener otro origen que la voluntad de los ci u^-' "danos expresada por el voto. As, el Estado se presenta p g p j ntrasunto de una sociedad mercantil donde cada miemt^bseeuna sola accin y aprueba los estatutos. E l dudadepr estaraaislado y conectado, de vez en cuando, a la soberana por algoparecido a una urna. No es una situacin ventajosa, sino de granindefensin.Ninguno de los supuestos en que se funda tal estructura es-peculativa coindde con la realidad. E l simplista esquema delcontrato social es, en todos sus elementos, una construcdn fic-ticia.

    2. Se afirma, como segunda tesis, que slo elpuebl o encarnala soberana. Pero, en la prctica, resulta que los lmites de loque sea un pueblo vienen determinados de modo arbitrario,es dedr, por unas fronteras generalmente nacidas de la violen-da. Por ejemplo, qu pueblo encarna hoy la soberana france-65

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    sa? E l que las leyes vigentes consideran como titular de laciudadana republicana o, separadamente, los bretones, los alsa-cianos, los corsos, los vascos,etc ?Y , suponiendo que haya unasociedad relativamente homognea como la norteamericana, pue-den los estadounidenses tomar por s solos como solitaria super-potencia decisiones que afectan a las dems naciones? Ningunode los grupos que actualmente se consideran soberanos son elnico pueblo digno de este nombre, que sera la Humanidadsin fragmentaciones.La realidad es que aquellos Estados que, como los de la Co-munidad E conmica Europea, renuncian a parcelas importantesde su soberana, parodjcamente se acercan a ese ecumnicopueblo que sera el nico no dividido azarosa o arbitrariamente.Por ser parcela, ningn Estado actual, sea cual fuere su sistemade gobierno, y desde luego, ninguno de los que se tienen pordemocrticos, cumple el imperativo de que el pueblo total y sinrecortes sea soberano. Y no lo cumple porque los Estados exis-tentes son partculas de la poblacin humana.La frmula reducida de que la soberana correspondera ala nacin ha sido descartada no slo por la dificultad an nosuperada de delimitar con exactitud a una nacin, sino porqueeso entraara contradicciones normativas insalvables entre losdiferentes ordenamientos jurdicos, y porque, sobre todo, hayEstados plurinacionales y etnias divididas en varios Estados. Tam-poco se cumple el postulado de la soberana restringido a la na-cin. Por si esto fuera poco, el concepto de soberana es unaficcin jurdica en la mayora de ls pases, sometidos a organis-mos supraestatales o a superpotencias.

    3. Sostiene la tercera tesis que el pueblo se manifiesta porlavolunt ad general . Como nuestro anlisis es emprico, nd im-porta ahora determinar si la voluntad general es un mito, unpuro verbalismo o un ideal; lo que interesa es averiguar culpodra ser su contenido significativo real. Consistira en las vo-luntades coincidentes de todos los miembros de una sociedad?Si la voluntad general fuera la unanimidad, ningn Estado cum-66

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    plira tal requisito. Pero, aun suponiendo que en un referndumconcreto se lograra salvar toda discrepancia, dicho referndumexpresara la voluntad general acerca de una alternativa; perola voluntad general estara ausente para resolver las innumera-bles que plantea el gobierno de una sociedad; y, de hecho, loest en la casi totalidad de las decisiones polticas. Esta terceratesis, en su acepcin ms estricta, la traiciona cada da la prc-tica poltica.Si por voluntad general se entiende la de la mayora, enrigor, se renuncia a la generalidad y se acepta la parcialidad,aunque fuera la mayor de las partes. Pero, cuntas veces setoma un acuerdo popular por la mayora absoluta del censo elec-toral? Si se contabilizan las abstenciones y las discrepancias, lasmayoras formales suelen ser minoras numricas. Tampoco secumple el postulado de la voluntad popular en su versin res-tringida de la mayora. Pero es que si se cumpliera en una con-sulta, se podra repetir para cada decisin pblica? Evidente-mente, no.En un postrer intento de darle a la voluntad general algncontenido concreto, podraser sinnimo de no resistencia u opo-sicin? Considerar como expresin voluntaria a la simple pasi-vidad inerte es ir demasiado lejos en el intento. Pero ni aun asse conseguira que la realidad fuese coherente con la ideologa.Existe, por ejemplo, alguna sociedad que unnimemente pagarasus impuestos si no hubiera coaccin fiscal? Ninguna. Luego elconsenso sociopoltico sin excepcin no existe. Tampoco la noresistencia de todos podra ser el contenido de una real voluntadgeneral.4. Segn la cuarta tesis, cada diputadorepr esen tar a a todal a oci edad y no solamente a sus mandantes o electores. Sin em-

    bargo, para que esta exigencia se cumpliera sera necesario quelos que no votan y los que votan a un candidato perdedor seidentificaran con el oponente triunfador, lo cual no acontece enla realidad. Hara falta, adems, que los votantes de cualquierade las alternativas se identificaran simultneamente con las varias67

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    alternativas contradictorias que han logrado representacin, mu-nicipal, regional o nacional, lo cual es absurdo. En ninguna so-ciedad todos sus miembros se identifican con todos los elegidos;nadie habla por todos. Tampoco se cumple en la realidad el pos-tulado de la representacin genrica.5. La quinta tesis es que el voto del gobernado expresasuvoluntad. Tampoco este postulado se cumple en la realidad, por-

    que el votante se ve obligado a pronunciarse ante el dilema oante las limitadas alternativas que le proponen las oligarquaspolticas. El voto no expresa el personal deseo del votante, sinosu jerarquizacin de las ofertas que otros le formulan; es msque una voluntad positiva, un mal menor o una eliminacin.Las innumerables y heterogneas voluntades de los miembrosde una gran sociedad son siempre un misterio. Ni siquiera elmercado las revela porque tambin en ese campo de los bienescomerciales las ofertas son limitadas, aunque sean muchsimoms amplias que las polticas.Adems, es autntica la voluntad expresada en una consul-ta poltica? Incluso en un simple referndum, donde slo cupie-ran el s y el no, la casi totalidad del censo ignora el contenidode su pronunciamiento. Cuando se vota una Constitucin o unTratado multinacional, cuntos lo han ledo? Y de stos, cun-tos tienen la formacin necesaria para medir su alcance ?Unmoralista, a causa de la ignorancia del objeto, no podra consi-derar tal acto de votar como plenamente responsable.Acontece, en fin, que las elecciones con censos electoralesnumerosos dependen de las campaas publicitarias y lo que, endefinitiva, se presenta a las multitudes no es un programa con-creto, sino ese subproducto intelectual que eran las ideologas,hoy desahuciadas por inoperancia, o una imagen. Y una imagenes tan poco conceptual, que es casi una mera sensacin. La auten-ticidad poltica de una voluntad que se pronuncia sobre unaimagen fabricada por los expertos en marketing es mnima onula.Salvo en ocasiones excepcionales en comunidades muy redu-68

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    cidas, tampoco se cumple el postulado de que un voto es la ex-presin de una voluntad positiva autntica.6. Los cinco postulados fundamentales, elaborados por losidelogos para dar un fundamento terico a las oligarquas ar-bitradas por el voto popular mayoritario, no se cumplen en larealidad; constituyen un esquema que no se corresponde con losobvios hechos.

    V I I . E l postulado de legitimacin.Todo soberano intenta justificarse, dar razn de por qu asu-me el poder. La ms antigua forma poltica histrica es la egipcia:una realeza hereditaria. E l faran, independientemente de quese considerase encarnacin de la divinidad, legitimaba su autori-dad por la va dinstica, es decir, por la filiacin; el herederoesgrima una inexorable opcin al trono, que le vena dada porla sangre. As, se remita a una instancia ltima, misteriosa ysacra. Era lo que, siglos despus, se denominara el derecho di-

    vino de los reyes. Este hipottico derecho lo han admitido mi-llones de ciudadanos durante milenios en las ms variadas latitu-des, y esa conviccin, aunque declinante, todava pervive enquienes piensan que cabe pretender una soberana por puros me-canismos genealgicos.Las democracias han sustituido la legitimacin cromosmicapor la numrica: se supone que la soberana pertenece al quealcanza una mayora absoluta o simplemente relativa. Las demo-cracias actuales, como antao las monarquas absolutas, ponen elacento sobre una nocin que depende de una creencia subjetiva,relativa, indemostrable y cambiante: la legitimidad de origen.Antes bastaba con ser el primognito; cmo gobernase, era yacuestin secundaria. Ahora, lo esencial es ser el ms votado; que,luego, administre mejor o peor, es un suceso aleatorio. El prin-cipio de legitimidad de origen democrtico es ms subsanableque el hereditario, pero ambos son ideolgicos y carecen de baseracional categrica.

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    Adems de la legitimidad poltica de origen, hay la de ejerci-cio. Se da una prioridad cronolgica de la primera respecto dela segunda; pero ambas son mutuamente independientes, puestoque ninguna exige a la otra. Un poder originariamente legtimopuede ser ejercido ilegtimamente, y viceversa. Y lo que aqu seafirme del supremo magistrado se aplicar, por extensin, a todoslos escalones de mando.1. Un soberano posee la legitimidad de origen cuando haaccedido al poder en virtud de un derecho subjetivo, o i u s a doff ic ium reconocido por una norma anterior, generalmente unaley fundamental, aunque tambin puede ser un uso establecido.Ese precepto, al que en la terminologa actual correspondera ran-go consititucionl, puede albergar muy variados contenidos. Sise trata de una monarqua, ser electiva d hereditaria. En el pri-mer caso caben muchos tipos de elector individual d colegiado,y son mltiples las variantes respecto a las condiciones exigidasal candidato. En el segundo supuesto, abundan tambin los mo-delos: libre adopcin, seleccin entre consanguneos, automatismode la primogenitura con preferencia o no de varn, etc. Si se

    trata de una repblica, los electores pueden ser todo el censonacional, o unos compromisarios, o una o ms cmaras; tambines concebible la designacin por el predecesor.Todo esto significa que no hay una norma absoluta y univer-sal que determine para cualquier tiempo y lugar quin deba serel soberano. La legitimidad de origen pende de una arbitrarie-dada inicial: la libre decisin de optar por una de las innumera-bles frmulas posibles y moralmente neutras. Las normas quedeterminan el modo de designar al soberano son de procedimien-to, y, por tanto, discrecionales y adjetivas. Son simples reglas deljuego poltico, susceptibles de ser modificadas como las de cual-quier reglamento ldico. Nadie tiene un derecho natural al podersupremo, la legitimidad de origen no es una cuestin inscrita enen el rea de la moral, sino de la legalidad positiva, y quizs poreso se ha transgredido tan reiteradamente a lo largo' de la H is-toria.70

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    La H istoria registra ms soberanosd e acto qued e ure. Lasdisposiciones positivas que determinan el derecho subjetivo alpoder han sido modificadas por casi todas las generaciones, y enla mayor parte de las sociedades son distintas. La razn imponela desmitificacin de la legitimidad de origen y de sus pluralesy contradictorias justificaciones ideolgicas, elaboradas por pensa-dores al servicio del poltico.2. Un soberano posee la legitimidad de ejercicio cuandogobierna segn las normas morales y polticas. Estas ltimas,determinadoras de las competencias y de sus lmites, pueden va-riar en cuanto son procesales; pero los imperativos ticos tienenuna pretensin de universalidad y de inmutabilidad. Cuandostos se aplican, la cuestin de la legitimidad de ejercicio resultaestrictamente racional y obligatoria en conciencia. E l poder ganala legitimidad de ejercicio en la medida en que asegura un ordenrazonablemente justo y prspero. Esta especie de legitimidad noes un formalismo que se determina por un a p r i o r i arbitrario,como ocurre con la legitimidad de origen; es una realidad quese midea poster i ori por sus efectivos resultados; su canon sonlos hechos y no una abstraccin. Y sta es la legitimidad quefilosficamente importa, y la que en definitiva interesa a los go-bernados. De ah que el correcto ejercicio suela acabar haciendoolvidar el origen de la autoridad; en caso contrario, ningn po-der actual podra sostenerse porque en todos aparecen, prximoso remotos, escalones de ruptura o bastarda.Acontece, sin embargo, que los poderosostiendena afirmarsems sobre la procesal legitimidad de origen que sobre la ticalegitimidad de ejercicio, por el simple motivo de que sta es deconsecucin mucho ms ardua. Los malos monarcas se escuda-ban en el argumento de ser los primognitos del rey muerto,

    como los malos presidentes se atrincheran en el hecho de habersido elegidos con arreglo al sistema electoral en vigor.Los postulados teocrticos, dinsticos, mayoritaros, etc.para legitimar el poder por su origen no responden a ningnimperativo moral lgico, son simples arbitrios que se trata d71

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    transformarse en mitos para asegurar su aceptacin por las masas.L racional es la legitimidad de ejercicio; el estadista se justificaesencialmente por el buen gobierno, el modo de designacin eslo accidental. E l postulado democrtico no resuelve la cuestintica.V I I I . Las contradicciones de la partitocracia.

    Las incoherencias del modelo democrtico en general se mul-tiplican y agudizan en su especie hoy ms vigente, la partitocra-cia (11), que es, como queda apuntado, aquella forma de oligar-qua arbitrada en que los partidos polticos monopolizan la re-presentacin. En este peculiar modo de seleccionar a los gober-nantes hay muchos regmenesdiferentestiendenaproducirse,enter otras, las siguientes graves contradicciones:1 . Oli garqui zacin in ter na.

    Los partidos se consideran ios indispensables instrumentosde la democracia; pero su estructura interna es oligrquica. Laescuela sociolgica de Mosca y Pareto y, sobre todo, RobertoMichels demostaron con copiossima fundamentacin empricaque la tendencia hacia la oligarqua es inherente a todo partidoorganizado (12). Es la llamada ley de hierro de la oligarqua,no desmentida desde entonces. U n partido, cuanto ms se orga-niza, ms se oligarquiza, ms tiende a jerarquizar, clausurar y po-tenciar su aparato. E l anlisis de las nomenklaturas en los reg-menes marxistas ha confirmado la ley de M ichels incluso encircunstancias my distintas de las de 1911, fecha en que el gransocilogo germano de talante socialista public su famosa inves-tigacin.(11) V i d . G . F E R N N DE Z DE L A M O R A : L a part i tocracia ed. Institutode Estudios P olticos, M adrid, 19772, especialmente, pgs, 154 y sigs.(12) R . MICHELS: Po l i t i c a l pa r t i es . A soc i o l o g i ca l s t udy o f t he o l i g a r -

    ch i ca l , t end enc i e s o f m ode r n d em ocr a cy , trad. ingl. 1915, pg. 13.72

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    Pero los partidos no slo son oligrquicos a causa de sus ne-cesidades organizativas; es que tienden a estructurarse desdearriba hacia abajo con lo que las bases se convierten en squito.Los congresos locales estn dominados por la minora local; ylos congresos nacionales no slo estn conducidos por la secreta-ra general, sino que en ellos se suele conceder el voto nica-mente al jefe de delegacin. E l impulso no es popular, sinoautoritario.En el supuesto de que los partidos se desoligarquizaran ytrataran de potenciar a las bases, que es lo que en parte sucedeen regmenes menos partitocrticos como los Estados Unidos,qu significan los afiliados en relacin con el censo electoral?Casi nada: los porcentajes suelen ser inferiores al 5 % de lapoblacin. De donde resulta que, en la inverosmil hiptesis deque todos los afiliados de los partidos participaran libre y esca-lonadamente en la seleccin de candidatos y en la aprobacindel programa, los partidos constituiran pequeas minoras quearbitrariamente asumiran la direccin de la totalidad de los vo-tantes.De hecho, la partitocraca en ningn caso sale del crculooligrquico y contradice su postulado fundamental.

    2. Cr is is d e in depend encia.Se supone que el gobernante debe actuar en conciencia, paralo cual no puede depender ni moral, ni econmicamente de nadie.Pero en una partitocracia los candidatos para todos los niveleselectorales son propuestos por los partidos, y tanto los aspiran-tes como los elegidos se deben a las consignas de su patrocina-dor, el aparato. Incluso cuando la legislacin permite candidatu-ras independientes, su viabilidad es muy escasa por el elevado

    coste de las campaas publicitarias y la requerida organizacinde aposentadores, oradores, interventores, escrutadores, etc. Peroen el infrecuente caso de que un candidato independiente fueraelegido, su voz no podra expresarse en las cmaras ms quealgunos instantes, de vez en cuando, a travs del grupo mixto-73

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    y sin respaldo. El diputado indepediente es como un profeta queclama en el desierto o un predicador en una comunidad de sordos.3. Depauperacin d e l a cla se poli ca.

    La mxima preocupacin de la oligarqua de un partido esasegurarse la fidelidad de aquellas personas a las que recluta parainsertarlas en el aparato. Este objetivo se asegura, o bien implicn-dolas en el peculado y la corrupcin, o seleccionndolas entrepersonas que slo pueden sobrevivir como instrumentos a lasombra del lder. La consecuencia es que el nivel medio del apa-rato partitocrtico va descendiendo ya moral, ya intelectualmen-te, ya ambas cosas a la vez. En sus orgenes, los partidos seconstituyen con gentes notables; pero van progresivamente de-gradndose hasta que, en el lmite, se reducen a unos cuantosdemaggos o astutos, y a un squito de adocenados o conformis-tas. Los talentos -excepcionalmente alguno alcanza la cpulao renuncian o son marginados. En las partitocracias, los indivi-duos superiores no suelen estar en la poltica, sino al margende ella. Acontece, pues, Id contrario de lo que se supone: lospartidos no son organizaciones para promover a los mejores, sinoque tienden a una seleccin a la inversa en la lnea de la medio-cridad o de la corrupcin. Y cuanto menor es la calidad de losaltos dirigentes, ms disminuye la de los restantes miembros delaparat, porque aqullos prefieren que sus colaboradores seaninferiores y que se conviertan en dciles burcratas. A veces,los electores se preguntan cmo ciertos especmenes humanoshan llegado a la poltica. La explicacin est en el espritu quegua a la partitocracia en los reclutamientos y las promociones.4. Eclipse d el decoro po l i co .

    Se supone que democracia es transparencia y consecuencia,a fin de que las bases puedan pronunciarse con un mnimo derazonabilidad. Pero la partitocracia se caracteriza por el secre-tsmo en la toma de las decisiones fundamentales por los apara-74

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    tos partidistas, y, sobre todo, por la incoherencia entre lo quese dice y lo que se hace.La informacin partidista suele ser mendaz o sesgada. E llibro de Revel,E l conocim iento i nti l (1988), aunque anecdti-co, es un alegato irrefutable. La mentira sistemtica es una prc-tica partidista generalmente aceptada, y las promesas slo losingenuos pueden tomarlas en serio. E l designio final no es man-tener objetivamente informado al censo electoral, sino inclinarleen un sentido, aunque para ello sea necesario desinformarle einfundirle falsas ilusiones.La primera consecuencia de la mendacidad sistemtica es lairracionalidad del voto de los engaados. La segunda consecuen-cia es que los polticos, aprovechando la mala memoria popular,se ven constantemente movidos a desdecirse ante las convenien-cias ocasionales o la fuerza de los hechos consumados. H ay, pues,una casi permanente inconsistencia en el discurso partitocrtico.Como uno entre otros, sirve el ejemplo del socialismo espaol:americanos no, y luegd, s; OT AN no, y luego, s; marxismo s,y luego no; hispanidad no, y luego, s; autopistas no, y luego,s; energa nuclear no, y pronto s; nacionalizaciones, primero, yluego privatizaciones; monarqua no, y luego s; puestos de tra-bajo s, y luego no; aborto s, pero que no siga bajando la nata-lidad; multinacionales no, y luego s; capitalismo no, y luegos; tica s, y luego no; enseanza privada no, y luego un poco;sindicatos s, y luego, no; neutralismo s, y luego, no; impuestosdirectos y luego indirectos; representacin orgnica no, y luegoconcertacin social s; drogas s, pero luego menos; inversin s,pero se penaliza el ahorro; multiplicacin de los valores catastra-les y consiguiente gran elevacin de tributos, pero luego no; ejr-cito no, pero hay que reconstruirlo para cooperar con las Nacio-nes Unidas; etc.

    Las sucesivas y aun simultneas contradicciones del debatepartitocrtico terminan difuminando los perfiles polticos colec-tivos y los personales. En el transcurso de unas semanas hemosvisto a partidos comunistas transformarse en socialistas, luegoen soraldemcratas y alguno en liberal. E l proceso se extiende75

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    a los individuos que emigran de partido, es el llamado transfu-guismo, que se efecta sin palinodias ni arrepentimientos. Laambigedad creada por la falaz polisemia del lenguaje conviertea bastantes politice en intercambiables. Hay derecho a pregun-tarse si alguna vez dirn, si no la verdad, por lo menos suverdad.El decoro poltico es la concordancia de lo que se dice alpueblo con lo que se piensa, de lo que se ha dicho y lo que sedice, de lo que se dice respecto a la cosa pblica y lo que se hace.La partitocracia eclipsa el decoro poltico. El disimulo, el cinis-mo y el engao siempre han tenido alguna forma de presenciaen la cosa pblica; pero eran actitudes coherentes con ciertasconcepciones como la de Maquiavelo, que ignoran el decoro. L ocontradictorio de las partitocracias es que, en ste como en otrosmuchos puntos fundamentales, su comportamiento es contradic-torio con los postulados que dicen servir. Sin decoro polticocualquier especie de democracia se convierte en un sarcasmo.5 . Expoliacin d el electorado.

    Se supone que todos los tipos de populismo tienen que ser-vir a los electores para obtener su voto. Pero la realidad es queen la partitocracia el modo de seleccionar a los candidatos o deplantear los trminos de un referndum reducen las posibilida-des del elector a verdaderos mnimos. Y cuando los partidospactan una formula entre ellos, el elector queda automticamen-te expropiado y no le queda otra va de autodeterminacin sub-jetiva que abstenerse, lo cual, en la prctica, se traduce en unapoyo a la mayora. Esta es otra de las trampas partitocrticas:el que no vota resulta que es el que ms consiente. Decide ellder que manipula al aparato central y al local; pero el gober-nado, o queda casi totalmente expoliado de sus posibilidades deautodeterminacin, o negocia colectivamente para convertirse enunoto subsidiado por la Seguridad Social, el empleo comu-nitario u otra corruptela. Es el retorno a la institucin antigua ymedieval de la clientela. E l pueblo ideal para la partitocracia76

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    es el de un mercado atento a los saldos sectoriales, y maleablepor la propaganda.6 L a degr ad aci n ica d e l a soci edad .

    Un pueblo que asiste a la corrupcin, la hipocresa o la falaciade su clase poltica tiende, primero, al escepticismo moral y, lue-go, al amoralismo. Pero es que los demagogos suelen acelerarese proceso ofreciendo productos mucho ms baratos que unaenseanza, unos transportes, unas pensiones o una sanidad exce-lentes; ese producto gratuito para el Estado es la permisividadque empieza por el circo y, pasando por el sexo, termina en ladroga. De las duras consecuencias que para las personas tiene elpermisivismo y la disolucin casi ninguna responsabiliza a losgobernantes, muchos se dejan convencer de que es una inexora-ble consecuencia de la libertad. Es verdaderamente paradjicoque los que tratan de disolver la familia incitando a la rebelday acusando a los padres de los malos pasos de sus hijos, tratande eximir a los Gobiernos ciiando son stos, como detentadoresde los grandes medios de comunicacin, de la enseanza, y delpoder en general, los mximos responsables de la moralidad p-blica. No olvidemos que los canales estatales de televisin son laescuela diaria de millones de ciudadanos. Si desde ella se impartela subversin de los valores, la sociedad se desvertebra. Pero esque las partitocracias prefieren sociedades indefensas, sin pulsoy sin capacidad de reaccin, y cuando inducen a la indetermina-cin tica saben que el dbil y el torpe se lo agradecern y que,adems, quedarn convertidos en masa poltica inerte y amorfa.En los estadios avanzados, ciertas partitocracias emprenden cam-paas sistemticas contra aquellas instituciones que, como algunasIglesias, pretenden reconstruir la conciencia moral de los ciuda-danos.7. E l reducci onismo i co .

    Las partitocracias sustituyen el Decogo tradicional por al-gunos mandamientos cuyo incumplimiento sancionan dursima-mente.77

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    E l primero de esos preceptos es que no se'puede alterar elsistema constitucional que los partidos se han dado y que usufruc-tan. A este sistema se le suele otorgar el nombre tab de demo-cracia. Quien pretenda romper el oligopolio partitocrtico es ta-chado de antidemcrata o de fascista, calificativos a los que seda una significacin casi satnica, no slo intramuros, sino enlas reas de influencia de las internacionales partidistas. E l culpa-ble de tal sacrilegio poltico es anatematizado. Y a sabemos queel vocablo democracia es un ocano de equvocos y vaguedades;con tan imprecisa figura de delito se puede condenar al msinocente.E l segundo precepto es pagar los impuestos para que las oli-garquas partitocrticas dispongan de fondos para autofinadarsey para subvenrionar a sus dientes. En las partitocracias se acusade insolidario al que protesta por una tasa, se proscribe al quetraslada su capital a otro pas menos confiscatorio, y se utilizanargumentos tan absurdos como que gravar ms es modernizar oeuropeizar purificar o incluso abaratar. Recientemente hemosodo la aberradn de que triplicar el valor catastral de los in-muebles redudra su predo.E l tercer precepto es que los partidos y sus nomenclaturastienen que vivir, para lo cual necesitan grandes sumas. Una partede esas cantidades sale de los Presupuestos del Estado como asig-naciones a los partidos, a los diputados nadonales, regionales,provindales o munidpales. Pero eso no basta y se pretende queel pueblo tolere el cobro de comisiones en las compras, en loscontratos de obras pblicas, en las recalificadones de terrenos(verdadera fbrica de moneda), en las concesiones, y en cualquierautorizadn administrativa. E ste tercer precepto es ms bien ne-gativo puesto que legitima la detraccin de unos dineros pblicosque son obtenidos mediante la coaccin administrativa o simple-mente ejecutiva. E s, seguramente, la forma ms repulsiva deatraco a mano armada, la ejerdda con las armas del Estado y almargen de la legalidad como en el peor feudalismo, pero de mag-nitud incomparablemente superior.Todos los dems preceptos, o quedan anulados se permite

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    C O N T R A D I C C I O N E S D E L A P A R T T O C R A C I A

    la mentira poltica sistemtica, el asesinato de los no nacidos, elescndalo pblico, etc., o quedan tan atenuados y su vigenciaes tan mnima que, por ejemplo, el hurto o la calumnia se con-vierten en conductas generalmente impunes.8 L a nstrumental izacin d el parlamentario.

    El miembro elegido para una asamblea se presenta como elgenuino portavoz de los votantes. Pero en las partitocracias seimpone la disciplina de partido y, en cualquier nivel, el diputa-do o concejal ha de pronunciarse como le ordene el lder delgrupo. El miembro ordinario de una asamblea puede pensar ensu fuero interno, pero no expresar en pblico otra idea que nosea la consignapartidista ;ni en las cmaras, ni ante los mediosde comunicacin, ni casi en las tertulias por temor a que se fil-tre su heterodoxia. Una frase de reciente acuacin espaoladescribe picaramente la situacin: E l que se mueve no sale enla foto. E l desviacionista es expulsado del partido y nunca vol-ver a ser incluido en las listas electorales. O la entrega de lapalabra y de la voluntad o el ostracismo. De este modo, el miem-bro de una asamblea, sea nacional o local, no puede ser l mis-mo, queda instrumentalizado, se convierte, aunque retribuido,en un simple nmero. Alienacin partitocrtica o muerte polti-ca; ese el el frreo dilema.9. L a paradoja d el tr ansfuguismo.

    Es caracterstico de las partitocracias que las candidaturaspara todos los cargos electivos sean elaboradas y presentadas porlos partidos. Este hecho resulta imprescindible cuando se aplicael sistema de escrutinio proporcional. Si, adems, las listas soncerradas y bloqueadas, es evidente que se vota mucho ms alpartido que al hombre, casi nicamente al partido. L o que dehecho recibe el elegido n es un supuesto mandato de la nacin,ni siquiera de sus votantes, sino un mandato que habra quellamar partitocrtico, puesto que procede originaria y directa-

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    mente de la oligarqua partidista que confecciona las candidatu-ras. N i siquiera sera un presunto mandato ideolgico, ni pro-gramtico, porque las ideologas polticas estn en trance de ex-tincin, y porque los lderes cambian frecuentemente de criteriosy rara vez cumplen las promesas electorales. Cuando el as ele-gido cambia de partido y conserva su nombramiento comete undoble fraude. E l primero contra sus lderes que le han seleccio-nado, no para que piense y obre en conciencia, sino para que lesapoye y obedezca. E l segundo contra aquellos electores que lehayan votado por creer que mereca la confianza del aparato deun partido.En Espaa, el Tribunal Constitucional ha legitimado el trans-fuguismo en aplicacin de la ficcin legal de que el diputado re-presenta a la nacin. Pero si se reglamentase que quien cambiede partido quedar desposedo de su ttulo, se aceptara la com-pleta despersonalizacin y la desnuda partitocratizacin de la re-presentacin poltica, con lo que se llevara al lmite la negacinde la independencia del poltico y la reduccin del diputado a unsimple nmero, a la inerte pieza de un mecanismo inexorable.10 Devalua ci n i nt electu al d e l a s cmar as.

    Se supone que las cmaras son deliberantes, para que el en-frentamiento de las diversas razones y la exposicin de las dis-tintas perspectivas permitan un raciocinio correcto y una visincompleta. Pero la realidad es muy distinta. Las propuestas de lamayora llegan elaboradas por el Gobierno y sus expertos. A laoposicin minoritaria se le dan unos minutos para que simbli-camente proponga alguna enmienda a la que no se atiende por-que carece de viabilidad real. En la hora de la verdad, el porta-voz del grupo mayoritario hace la sea afirmativa, negativa ode abstencin, y el resto de la cmara podra ausentarse o seguirleyendo los peridicos porque no cuenta. Las asambleas se con-vierten en ficciones retricas y, en el mejor de los casos, en c-maras de resonancia cuando algn medio de comunicacin demasas quiere hacerse eco de los discursos, extractados segn la80

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    ideologa de la redaccin. Con la disciplina de partid, las c-maras son un espectculo que podra ser eficazmente sustituidopor una pequea mesa en torno a la cual tomaran asiento losportavoces de los partidos con su nmero de votos. Sera msoperativo; y muchsimo menos costoso que levantar monumen-tales palacios con grandes burocracias. Por aadidura, se libera-ra a los diputados para que pudiesen realizar alguna actividadsocalmente fecunda, fuera de sus escaos donde su funcin espuramente mecnica.11 . Deval uacin polica d e l a s cmar as.

    La suprema facultad poltica que tericamente puede ejerceruna asamblea es la de nombrar, deponer y controlar al poderejecutivo. Pero, cuando en las partitocradas hay un partido ma-yoritario, n son los diputados los que, de hecho, otorgan o re-tiran la confianza al Gobierno, sino que es ste el que previa-mente haba dado su confianza a las candidaturas y, por lo tanto,se haba asegurado su docilidad. Esta situacin es consustanciala los regmenes bipartidistas. Cuando el Gobierno est apoyadopor una coalicin estable, el proceso es algo ms complejo, perosustandalmente invariable. Para que una cmara partitocrticapueda controlar al ejecutivo hace falta una pluralidad de partidosque hacen y deshacen coaliciones ocasionales. Pero, en esta lti-ma hiptesis sucede que apenas se gobierna y que puede asumirla gobernacin uno de los ltimos en las preferencias del censoelectoral. En cualquier supuesto, la contradiccin es inevitable.No ya la potestad de nombrar y deponer al ejecutivo, queen un sistema de estricta separacin de poderes no procedera;ni siquiera subsiste la potestad de control eficaz. Es significativoel frecuente sntoma de que el Presidente del Gobierno no asistaa las sesiones parlamentarias.12. Devaluacin f i s ca l de l a s cmar as.

    Los parlamentos, como es el caso de las Cortes espaolas,nacieron para limitar los poderes del soberano y, sobre todo,81

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    para frenar y encauzar sus apetencias econmicas. La cuestincapital a debatir eran los impuestos y esto poda hacerse porquelos diputados eran o los contribuyentes mismos o los que losrepresentaban con un mandato relativamente imperativo: pagarlo estrictamente justo y necesario. Los miembros de la asam-bleas no se identificaban necesariamente con la voluntad del so-berano. Pero en las partitocracias, la disciplina de partido trans-forma a los asamblestas en agentes del lder. La oligarqua go-bernante, que es la del partido, aspira a disponer siempre dems dinero. As se ha llegado a que las cmaras partitocrticassean, contrariamente a su finalidad originaria, instituciones paraaumentar la presin fiscal y la participacin pblica en el pro-ducto nacional; en vez de ser defensores de los contribuyentes,se han convertido en recaudadores. Al gobernado le queda elrecurso a la manifestacin callejera contra sus representantes.13. Devalua ci n l egislat iv a d e l a s cmar as.

    Las asambleas nacieron tambin para encardinar al poderejecutivo, elaborando unas leyes a las que el propio soberanotena que atenerse y hacer cumplir. Pero en las partitocracias,la cmara se ha transformado en el lugar donde la mayora par-tidista se limita a revalidar formalmente los textos que la oligar-qua de su partido ha decidido convertir en ley. La idea inspi-radora de esas normas suele nacer de los lderes, la formulan susconsejeros, pero los miembros de las asambleas ni siquiera tienenla obligacin de leerlas. Las cmaras han dejado de ser legislado-ras, se han transformado en una especie de notara colectivadonde se da fe pblica de lo que se ha decidido en otro lugar.Pero las asambleas no slo han perdido, de hecho, el poderlegislativo, es que, de derecho, han cedido el poder reglamenta-rio a los Gobiernos, los cuales, mediante decretos o simples rde-nes, dictan preceptos de tan colosal trascendencia como la polticamonetaria. La contencin o desencadenamiento de la inflacin,que es una facultad de simple rango ministerial, equivale a dejaren libertad a un gobernante para confiscar los ahorros monetarios82

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    o reducir los salarios o las rentas de capital reales mediante untelefonazo al Banco emisor. Es ms, puede confiscar las rentasde generaciones venideras mediante emisiones de deuda pblicaexterior o interior, destinadas al consumo.En las partitocracias la capacidad legislativa de las cmarastiende a decrecer hasta anularse.14. Irresponsabil idad d el Gobier no.

    Se supone que en el perodo comprendido entre dos eleccio-nes generales, el Gobierno responde de sus actos ante la c-mara; pero esto no sucede en las partitocracias donde hay tinamayora estable. El Gobierno puede hacer caso omiso de la oposi-cin e incluso puede caer en el peculado ms evidente y vetartoda investigacin poltica. La existencia de un rodillo parlamen-tario conlleva la real impunidad de un Gobierno que esperar alfcil olvido de las multitudes para someterse a la relativa censurade unas elecciones generales en las que los gobernados tenganuna cierta posibilidad de removerle.15. Politizacin d e l a Adm in istr acin.

    La Administracin se politiza cuando los funcionarios pbli-cos actan en funcin de su adscripcin partidista y no aplicanestrictamente el ordenamiento jurdico y l equidad, es decir, seconvierten en una prolongacin del aparato de su partido, per-manente, retribuida con fondos pblicos, y detentadora de par-celas de poder.La oligarqua partitocrtica en el Gobierno puede politizarla Administracin limitando el acceso a slo los afiliados o sim-patizantes, y coaccionando a los dems con retribuciones y as-censos arbitrarios. La tentacin de utilizar ambos mecanismos esirresistible para la oligarqua partitocrtica gobernante por trespoderosos motivos: extiende su poder a todos los niveles del Es-tado, lo mantiene incluso en la hiptesis de quepierda las elfec-dones, y retribuye a sus adictos. Es una espede de nepotismocolectivo.

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    Pero una administracin politizada es, por definicin, par-cial, o sea, injusta: interpreta los reglamentos o toma decisionesdiscrecionales en la lnea de su partido. Adems, est divididaentre los favorecidos y los postergados, lo cual disminuye sueficacia, a veces, hasta niveles bajsimos. Finalmente, produce ladesmoralizacin, lo cual induce al desinters y al cohecho.Los problemas administrativos que se politizan no suelenresolverse racionalmente, sino ideolgicamente y, por lo tanto,de modo deficiente.La tendencia partitocrtica a politizar la Administracin pue-de reducir a mnimos la operatividad del Estado, y aparece laeconoma sumergida. Es una de las grandes contradicciones delmodelo.16 , Fusin d e poder es.

    Se considera que es deseable que el poder judicial sea inde-pendiente para que el Derecho pueda ser aplicado a todos sindiscriminacin, incluidos el Gobierno y el resto de la Adminis-tracin. Desde los ms remotos tiempos se entiende que no sepuede ser juez y parte. La gran aportacin de Roma a la civili-zacin es que todos, incluso el soberano, estn sujetos a las leyes.Y para que la independencia del poder judicial no est mer-mada o anulada por normas que el poder ejecutivo dicte en supropio beneficio, se considera que el poder legislativo debe serindependiente del poder ejcutivo. Este raciocinio milenario lodesarroll M ontesquieu y, desde la primera Constitucin se hatenido por un principio fundamental del Estado de Derecho.En las partitocracias, como queda apuntado, el poder ejecu-tivo asume, de hecho, el poder legislativo y tiende tambin ainfluir en la interpretacin y aplicacin de las leyes especialmen-te en las instancias superiores. El modo ms eficaz de lograr estoltimo es intervenir en el nombramiento y la remocin de losmagistrados. La independencia del poder judicial se protege cuan-do se entrega a los propios jueces el autogobierno de la magis-tratura, de acuerdo con los reglamentos que aprueben y los r-84

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    C O N T R A D I C C I ON E S D E L A P A R T T O C R C I A

    ganos corporativos que constituyan. En cambio, se camina haciala dependencia del poder judicial cuando el rgano supremo queselecciona a los jueces es controlado por el ejecutivo. Este con-trol puede ejercerse ya directamente desde el Gobierno, ya in-directamente a travs del Parlamento en donde el Gobiernotiene mayora. Cuando el partido mayoritaro designa a todos onicamente a la mayor parte de los miembros del rgano deadministracin de la magistratura (en Espaa el Consejo Superiordel Poder J udicial), la justicia ser mejor o peor segn sea elrespeto del Gobierno hacia el Derecho y la equidad; pero no 'ser independiente.La subordinacin se completa si, donde existe un TribunalConstitucional que, adems, admita recursos de amparo, los miem-bros de esta inapelable corte no son vitalicios y son directa oindirectamente designados por el partido mayoritaro o por lospartidos en funcin de su representacin parlamentaria.En tales casos la dependencia de las personas de los magis-trados en todas las instancias est comprometida por su origeny por sus esperanzas de permanencia o promocin.La experiencia de algunos pases permite afirmar que la par-titocracia tiende a controlar la instancia jurdica suprema y elrgano que designa y remueve a los jueces. En tal caso, la fun-cin jurisprudencial depende del poder ejecutivo, y la indepen-dencia de los jueces est hipotecada por el origen partidista desu nombramiento y por sus oportunidades, tambin partidistas,de ascenso o continuidad.La partitocracia tiende a la asuncin de todos los poderes, ala ms o menos confesa adscripcin del judicial al ejecutivo y,por lo tanto, a la politizacin de los jueces y a la prdida de suindependencia y objetividad. Es la negacin del Estado de De-recho porque deja al gobernado desarmado ante el error o el doloadministrativos y ante el abuso de poder. La fusin de los trespoderes en un ejecutivo partidista es lo que los clsicos denomi-naban tirana. En una dictadura que, como las romanas, respetela independencia de los jueces, habr ms garanta de equidadque en una partitocracia que controle la funcin legislativa y la

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    judicial. Despus de la anarqua, unos tribunales parciales, eslo ms grave que puede sucederle a una comunidad poltica.I X . Conclusiones.

    1) Hay partidos y gobernantes partidistas con niveles ticosdiferentes, y hay partitocracias a las que se ha frenado en suespontneo proceso evolutivo. N o se trata aqu de regmenesconcretos, sino de un modelo dinmico y genrico.

    2) Una democracia es una oligarqua donde la mayora delos votantes tiene, de vez en cuando, la posibilidad de derrocaral Gobierno.3) E l criterio de la mayora no permite adoptar decisionespblicas razonables.4) E l voto mayoritario de una masa no se identifica con lojusto, y ms bien, tiende a contradecirlo.5) La realidad de las democracias no se corresponde conpostulados ideolgicos, sino que los contradice.6) Una partitocracia es una oligarqua en que los partidosmonopolizan la representacin poltica. Las partitocracias tiendena eliminar a los polticos independientes, a depauperar a la clasepoltica, a expoliar al electorado, a degradar la moral social, alreduccionismo tico, a la instrumentalizacin del parlamentario,a la devaluacin intelectual, poltica, fiscal y legislativa de lascmaras, a la irresponsabilidad del Gobierno, a la politizacinde la Administracin, y a la subordinacin del poder judicial alejecutivo, lo que implica la destruccin del Estado de Derecho.La partitocracia, en suma, tiende a contradecir en la prctica losideales que preconiza; es la especie de democracia de pronsticoms negativo cuando se la deja entregada a su dinamismo propio.

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    X . Rectifi caciones.Las contradicciones lgicas e ideolgicas que pone de mani-fiesto la crtica interna del modelo democrtico slo pueden re-solverse con la simple renuncia a los postulados, es decir, reco-nociendo que las diferentes especies de oligarqua arbitradaperidicamente pr la mayora de los votantes no responden ni

    a un principio de racionalidad ni a un imperativo tico, y ad-mitiendo que se trata de una regla arbitraria cuya convenienciadepender de su probada adecuacin a las circustancias paramantener un orden social con un nivel de justicia y prosperidada la altura del tiempo. Basta, pues, archivar la an reiterada pre-dicacin de que quien no crea en la partitocracia como dogmamatemtico y mOral est en pecado.Admitido el carcter puramente discrecional y meditico delmodelo, toda la cuestin se reduce a revisar la variante partito-crtica para ir eliminando lo que la experiencia demuestra quecontradice los fines para los que se constituye el Estado.Que gobierne el pueblo no esdeseable ;per sobre todo, noes posible. Que los gobernados participen excepcionalmente enla adopcin de decisiones pblicas, y peridicamente en eleccio-nes para deponer sin violencia a una oligarqua gobernante esfactible y deseable para reducir los riesgos de tirana o de revo-lucin. Pero uno de los sistemas claramente inadecuados paraacercarse al bien comn es la partitocracia por los motivos yadescritos. Nd creo que fuese operativo retornar a un modelocomo la oligarqua arbitrada por un monarca de supuesto dere-cho divino. Tampoco es suficientemente racional el recurso alsorteo, al que tanto acudan los griegos antiguos. Pero piensoque, por insuficiente nivel de racionalizacin media, an no esfactible una autoseleccin inmanente de la clase poltica comose realiza la de la comunidad cientfica, es decir, la logoarqua.Hay que partir de lo existente. Dentro de la oligarqua ar-bitrada por la mayora de los votantes caben especies y tipostan arbitarios como la partitocracia; pero ms adaptados a la

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    realidad y a los objetivos de la Humanidad. Podra empezarseintroduciendo correctivos en la partitocracia para que, en vezde continuar avanzando hacia zonas de peligr, rectificara el rum-bo. Algunas sociedades ya lo han hecho.Y como en los instrumentos lo que interesa es su precisinoperativa, todo lo que sea debatir la configuracin de ese formi-dable instrumento que es el Estado slo tiene sentido prcticosi se desciende a dimensiones relativamente pequeas. En losregmenes partitocrticos ms degenerativos podran introducir-se, por ejemplo, algunos correctivos sin que el orden de enume-racin implique prioridad cronolgica o valorativa.X I . Correctivos.

    1) Independencia recproca del poder legislativo y del eje-cutivo.2) Democratizacin interna y transparencia financiera de lospartidos, ambas reguladas por ley, y efectivamente controladaspor el poder judicial.

    3) Ruptura del monopolio partitocrtico de la representa-cin facilitando las candidaturas independientes, prohibiendo ladisciplina de partido, y asegurando el voto secreto en todas lasasambleas.4) Promocin de otras formas de canalizacin de la repre-sentacin poltica de intereses a travs de los cuerpos socialesintermedios sindicatos, corporaciones, etc. con un peso noinferior a la representacin estrictamente partitocrtica.5) Recurso frecuente al referndum en trminos redactadosclara e imparcialmente por el poder judicial y con una participa-

    cin mnima determinada para que sea vlido.6) Seleccin escalonada de los candidatos a cargos electivospor las bases de los respectivos cuerpos intermedios, sean par-tidos o corporaciones.88

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    7) Fiscalizacin escrita anual del patrimonio de los miem-bros de la clase poltica, conformada por jueces.8) Fijacin de lmites constitucionales a los poderes hacen-dsticos del Gobierno prohibiendo, salvo en cas de guerra, eldficit, los impuestos confiscatorios, la poltica monetaria infla-cionista, y la emisin de aquella deuda pblica que no vayadestinada a inversiones rentables capaces de amortizarla en susplazos.9) Exigencia de mayoras de dos tercios para la legislacinpresupuestaria y fiscal.10) Constitucin de los rganos de seleccin y promocinde los jueces por el propio poder judicial con preceptiva inamo-vilidad de los magistrados, salvo a peticin propia y segn re-glamentos estrictos.11) Incapacitacin vitalicia para el ejercicio de cualquierfuncin poltica al que mienta pblicamente en materia de sucompetencia, incumpla un compromiso electoral o incurra, direc-ta o indirectamente, en peculado o trfico de influencias.12) Seleccin de todos los funcionarios pblicos por oposi-cin, y necesidad de que, excepto los electivos, los altos cargosministeriales sean designados entre funcionarios de los respecti-vos cuerpos que renan ciertas condiciones de antigedad y m-ritos, segn haremos objetivos.13) Tipificacin como delito de toda noticia inductora deerror o falsa dada por un medio de comunicacin de masas queno sea espontneamente rectificada de inmediato, e incapacita-cin vitalicia del responsable para ejercer la funcin informativa.14) Ningn cargo poltico electivo ser retribuido, aunquepodr disponer, segn su rango, de un lmite de gastos de re-presentacin que habrn de ser documentalmente justificadosante la Inspeccin de Hacienda, y los datos sern puestos anual-mente a disposicin del pblico. Con cargo al Presupuesto del

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    G O N Z A L O F E R N A N D E Z D E L A M O R A

    Estado se pagar a esos polticos electivos las nminas que,antes de su eleccin, percibieran de entidades pblicas o priva-das donde pasarn a la situacin de excedentes con derecho aretorno. Quienes no pudieran acreditar sus ingresos anteriores,percibirn el triple del salario mnimo interprofesional, libre deimpuestos.15) E l Estado debe reducir sus actividades a las que nopuedan realizar los ciudadanos y los cuerpos sociales interme-

    dios; es el principio de subsidiariedad.XII. Coda.

    Cuando una democracia ha ido evolucionando hasta trans-formarse en una partitocracia, resulta muy difcil invertir el pro-ceso y evitar el creciente despotismo partidista. La motivacines obvia: los partidos tienden a incrementar su poder y no areducirlo. E l hombre de partido generoso es excepcional, yaporque no le dejan, ya porque tiene que defenderse de la traicin.El monopolio conjunto de la representacin poltica y de unosPresupuestos crecientes es un privilegio al que las oligarquasno renuncian sin fortsima resistencia. Pero esto no significa quela partitocracia sea irreversible; ningn modelo de gobierno loha sido. Las partitocracias del perodo de entreguerras entraronen crisis, aunque, luego, se reinstauraron e incluso se radicaliza-ron. Ahora, las monopartitocracias marxistas estn siendo sus-tituidas por otros sistemas. Es un problema de eficiencia, deintelectuales crticos y no pastueos, y, finalmente, de opininpblica.E l dinamismo degenerativo de una partitocracia slo se pue-de rectificar razonando sobre los datos. Como todo (13).

    (13) Comunicacin solicitada para la X X X I X Reunin de amigos dela Ciudad Catlica, Pohlet, 12 de octubre de 1990.90