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comentario a texto de Ayala sobre filosofía de la biología
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Trabajo texto 3 (Ayala, la biología como una ciencia autónoma)
Ignacio Sanz García
Comienza este texto Ayala con una definición general de lo que es la ciencia: ésta, en primer
lugar, perseguiría organizar el conocimiento de forma sistemática para mostrar patrones de
relaciones entre hechos que en principio no parecían estar relacionados; en segundo lugar trataría de
dar explicaciones de por qué lo observado ocurre de hecho, intentando descubrir y formular las
condiciones en las cuales existen los hechos observados y sus relaciones; por último, las hipótesis
explicativas estarían sujetas a la posibilidad de rechazo. De esta definición se podrían destacar dos
cosas, en primer lugar una aparente aspiración abarcadora de la ciencia como única instancia capaz
de organizar todo el conocimiento, excluyendo otros saberes no científicos como el filosófico. En
este punto tendríamos que entrar en cuestiones epistemológicas tales como qué es o cómo se
produce el conocimiento, que se salen del propósito de este comentario. En segundo lugar, sobre el
tercer criterio expuesto, la posibilidad de rechazo (que podemos entender como falsabilidad en
sentido popperiano), cabría señalar que es cuando menos discutible su utilidad como criterio de
demarcación entre lo que es y lo que no es ciencia, pues autores como Duhem o Quine han
mostrado convincentemente que una teoría científica que es aparentemente refutada por un
experimento, puede ser mantenida si modificamos determinados parámetros del mismo (o incluso
podemos formular teorías que se ajusten a los parámetros que nos interesan, ad hoc); en este caso lo
que más bien constituiría un criterio para dar cuenta de la cientificidad de una teoría sería la
sucesiva acumulación de “éxitos”, por así decirlo, en la explicación de determinados fenómenos, y
su validación intersubjetiva por parte de una comunidad establecida, regida por determinados
parámetros procedimentales; sin embargo, como señala Ayala, no cabría establecer la capacidad de
predicción como un criterio de cientificidad, dada la existencia de campos de conocimiento, como
los relacionados con cuestiones históricas, en los que dicha capacidad quedaría notablemente
restringida.
Entrando en la cuestión de la reducción entre teorías científicas, Ayala nos proporciona una
primera definición como aproximación al problema concreto de la reducción de la biología a la
física o a alguna otra ciencia de las consideradas “duras”: cuando los principios de una teoría o
rama científica pueden explicarse con principios de otra teoría más generales, decimos que la rama
de la ciencia menos general, o ciencia secundaria, ha sido reducida a la ciencia más general.
Acotando más el problema, Ayala tomará de Nagel dos condiciones que han de satisfacerse para
poder hablar de reducción de una ciencia a otra. En primer lugar ha de demostrarse que todas las
leyes experimentales y teorías de la ciencia secundaria son consecuencias lógicas de las
construcciones teóricas de la ciencia primaria (condición de derivabilidad) y en segundo lugar, es
necesario establecer las conexiones adecuadas entre los términos de la ciencia secundaria y aquellos 1
usados en la ciencia primaria (condición de conectividad). A partir de aquí podemos comenzar a
preguntarnos si estas dos condiciones podrían darse, para poder hablar de una reducción de la
biología a la física. Aunque antes de nada convendría tener presente que lo que llamamos ciencias
biológicas o físicas es un entramado de multitud de divisiones y subdivisiones con diferentes grados
de desarrollo y que interactúan entre ellas de forma diversa. Es decir no son campos petrificados,
sino que tienen historia, cambian, por lo que no sería de extrañar que determinadas ramas de una
determinada ciencia pasaran a formar parte de otra o quedaran obsoletas por el desarrollo de alguna
otra disciplina. Por tanto, dicho esto, lo que hay que dirimir es si hay algo genuino en la ciencia
biológica que es irreductible a la física, algo propio de la biología que no tengan las otras ciencias.
Según Ayala no podemos hablar de reducción en los casos en los que las propiedades de un
tipo de objetos, como organismos, pueden ser explicadas en función de las propiedades de otro
grupo de objetos, como los componentes del organismo organizados de ciertas formas. En este caso
estaríamos más bien ante una reducción en sentido metodológico que programático, es decir, no
sería verdaderamente una reducción, sino que para estudiar mejor determinados sistemas los
aislamos del resto o los dividimos de la forma que mejor nos conviene, sin perder de vista que esas
partes aisladas pertenecen a un todo. La reducción como programa tendría más bien que ver, para
Ayala, con la derivación de un conjunto de proposiciones a partir de otra serie de éstas. En un
primer argumento, Ayala afirma que “si la reducción de una ciencia a otra no es posible en el estado
de desarrollo actual de las dos disciplinas, no tiene ningún sentido empírico preguntarse si la
reducción será posible más adelante, ya que sólo se puede contestar de forma dogmática o en
términos de concepciones metafísicas”. Sin embargo, que no tenga sentido preguntarse por algo no
quiere decir que no haya nadie que se lo pregunte, y si a esto le añadimos que tales formulaciones
vienen de posiciones dogmáticas o metafísicas, no cabe otra opción que articular algún tipo de
respuesta para refutar dichas posiciones, que, para el caso del reduccionismo programático, suelen
tener que ver con un realismo ingenuo, que cree que el mundo exterior es exactamente tal y como se
nos presenta a través de los sentidos, sin trampa ni cartón, por lo que con el tiempo podremos lograr
un conocimiento científico del mismo, que no deje ningún cabo suelto y a partir de una única
ciencia unificada (que suele ser casi siempre la física). Aquí no sería desdeñable el argumento que
presenta Sober, que cuestiona la utilidad de tal reducción hipotética, porque aunque pudiésemos
formular conjuntos de teorías físicas que englobaran a otras biológicas, esto no querría decir que
hubiésemos avanzado en el conocimiento de los problemas biológicos o que estuviésemos ante una
línea fructífera de investigación (a lo mejor lo dejamos todo como estaba o lo complicamos
innecesariamente). Además desde un punto de vista histórico no parece observarse una progresiva
reducción de unas ciencias a otras -aunque sí se ha podido dar la reducción de partes de unas a
partes de otras y aparición de nuevas ramas, como hemos señalado. En cuanto al problema concreto 2
de la reducción de la biología a la física, Ayala señala dos posturas tan extremas como
improductivas, por un lado el vitalismo, que defiende la irreductibilidad de la biología a la física, ya
que existiría un principio inmaterial en la materia viva y por otro lado están las posturas que
afirman que la reducción de la biología a la fisicoquímica es un hecho posible en el presente.
Nuestro autor rechaza esta última postura ya que no existen en la actualidad proposiciones físicas o
químicas de las que se pueda derivar toda ley biológica (quizás por la cuestión de la utilidad que
hemos visto).
Sin embargo, esta irreductibilidad de la biología (o partes de ella) a la física puede plantearse
desde posturas no metafísicas. Quizás podamos encontrar algo característico de la biología que no
sea asimilable por otras ciencias sin perder capacidad de comprensión de los fenómenos. Ayala
presentará en este sentido las explicaciones teleológicas como distintivas de la biología como
ciencia natural. Para empezar, la idea de teleología se nos presenta con diferentes sentidos que Ayala
va a tratar de desentrañar y, según parece, el objetivo que persigue nuestro autor no va a ser otro que
darnos una definición de teleología que posea la rigurosidad necesaria para su uso por parte de la
biología como disciplina científica, de cara, entre otras cosas, a distinguir tal -supuesto- sentido
científico de otros que asocian este término con la idea de un Creador o planificador externo. En
primer lugar Ayala dividirá los fenómenos biológicos en tres categorías para las que las
explicaciones teleológicas son apropiadas. El criterio de división será el modo de relación entre la
estructura o el proceso y la propiedad o estado que da cuenta de su presencia. En primer lugar
tenemos una primera clase de fenómenos, que dan cuenta de objetivos conscientemente anticipados
por el agente. Un ejemplo sería un leopardo cazando una cebra: ¿anticipa conscientemente su
objetivo? Parece que sí, por analogía con los humanos. Esta es una explicación teleológica que no
necesita ser explicada por un Creador constantemente actuando sobre su criatura (pero esto no
implica que no haya habido un Creador que haya dotado a su criatura de todo lo necesario para
“funcionar” por sí misma sin su ayuda, en todo caso segregamos del sistema a este Creador). En
segundo lugar tenemos sistemas autorregulados o teleonómicos, cuando un mecanismo permite al
sistema alcanzar o mantener una propiedad específica a pesar de las fluctuaciones del entorno. Por
ejemplo la regulación de la temperatura corporal en mamíferos. Los humanos también pueden
fabricar sistemas de este tipo, como ejemplo tendríamos un termostato. Si comparamos ambos
ejemplos vemos lo siguiente: en el primer caso podemos tener o no un Creador del sistema (más
adelante veremos que esa creación se puede explicar sin Creador, por selección natural), pero
podemos prescindir de él de cara a la explicación teleológica a este nivel y en el segundo, aún
sabiendo que existe un creador, podemos también prescindir de él. Es por tanto una teleología que
se encontraría circunscrita al ámbito del sistema considerado. Por último, en tercer lugar
encontramos estructuras anatómica y fisiológicamente constituidas para realizar una función. La 3
mano humana está hecha para agarrar y el ojo para ver. Las máquinas hechas por humanos también
aceptarían este tipo de explicación. Aunque como señala Ayala la distinción entre el segundo y el
tercer tipo de explicación es a veces borroso. Ya que habría sistemas, como el ojo, que también se
podrían autorregular. Se podría añadir que, aparentemente, todos los casos del segundo tipo podrían
aceptar una explicación en términos de función (¿para qué sirve?) y además son automáticos, es
decir sin la anticipación consciente de los casos del primer tipo, lo que nos lleva a plantear la
cuestión de si los casos del primer tipo, o algunos, se pueden entender como automáticos o
autorregulados (como un organismo en su conjunto, un leopardo) es decir, que el organismo recibe
el estímulo y emite una respuesta automática para mantener un determinado estado (la posible
anticipación consciente sería parte de este proceso). Además casos genuinos del tercer tipo como la
mano se podrían entender como partes de un sistema también autorregulado: el propio organismo.
En este punto podemos pasar a preguntar por ese creador que quedaba segregado para las
explicaciones anteriores y que permitía poner al mismo nivel mecanismos autorregulados
construidos por el hombre y mecanismos biológicos. En el primer caso hay una mente que planifica
y diseña el mecanismo para fabricarlo y en el segundo caso, por analogía nos surge la pregunta de
qué o quién ha podido diseñar el organismo biológico. En la selección natural tenemos la respuesta:
los organismos han aparecido como resultado de un proceso de selección natural, que es un proceso
mecanicista definido en términos genéticos y estadísticos como una reproducción diferencial. Las
variantes genéticas aparecen por procesos al azar y mutación y recombinación genética. Las
variantes genéticas perjudiciales o menos adaptativas que sus alternativas se eliminan. El proceso es
mecanicista e impersonal, es decir, podemos explicar las adaptaciones de los organismos sin recurrir
a un diseñador previo y la explicación teleológica de estas adaptaciones se justificará por su
contribución a la capacidad reproductora de la especie. Entonces podríamos decir que la selección
natural da como resultado la aparición de organismos autorregulados que, no pudiendo mantener su
estado de equilibrio eternamente -mueren en algún momento-, han desarrollado el impulso
reproductor con el fin de perdurar, por así decirlo. Lo visto hasta ahora nos permite distinguir, con
Ayala, dos niveles de teleología: específica y genérica. Es decir, habría un fin específico o próximo
para cada organismo biológico (donde el creador no tiene importancia) y un fin último, que en este
caso será el éxito reproductivo (la selección natural como mecanismo generador). Sin embargo no
podemos hablar de que la selección natural sea algo dirigido a producir determinados organismos
con propiedades específicas, es decir, es un mecanismo ciego, no hay anticipación ni planificación
como sucedería con un diseñador inteligente o dicho de otra forma, no es necesaria la presencia de
un diseñador para explicar la diversidad biológica. Por otro lado, si consideramos la biosfera como
un gran sistema autorregulado, quizás se pudiese hablar de una fusión de estos dos niveles
teleológicos.4
Finalmente Ayala propone otra distinción de la teleología según el proceso o agencia que da
origen al sistema teleológico. Por un lado la dirección hacia un fin de los organismos vivos se
podría llamar teleología interna y por otro, para el caso de las herramientas y servomecanismos
humanos podríamos hablar de teleología externa. Por el tipo de distinción se podrían denominar
también, según nuestro autor, teleologías natural y artificial. Los sistemas teleológicos internos se
explicarían por selección natural y los externos serían producto de la planificación humana. Según
Ayala “los organismos son el único tipo de sistemas que exhiben teleología interna” y “los
organismos no poseen teleología externa, ya que no es necesario recurrir a un creador”; sin embargo
en la segunda afirmación podemos señalar que el hecho de que no sea necesario un creador no
implica que no pueda haber teleología externa, simplemente el creador queda segregado y
precisamente lo mismo sucede con los sistemas construidos por el hombre, como hemos visto -
tampoco necesitamos un creador para explicar el funcionamiento de un termostato y su finalidad,
¿qué ganamos entonces introduciendo este criterio?. En cuanto a la primera afirmación habría que
ver si existen sistemas teleológicos que son naturales y que además no son propiamente organismos
biológicos. Como criterio para saber si un sistema es teleológico en sentido interno, Ayala nos da el
siguiente: “un carácter de un sistema será teleológico en el sentido de la teleología interna si el
carácter es de utilidad para el sistema en el que existe y si tal utilidad explica la presencia del
carácter en el sistema”. Pero si tenemos en cuenta que el criterio que nos da Ayala para distinguir
entre teleología externa e interna (o artificial y natural) es el de que tenga un creador, a esta
definición hay que añadirle tal criterio, para poder excluir las construcciones humanas. Sin embargo
, como hemos visto, el que el sistema sea artificial o no tenga un creador, no añade nada a la
explicación propiamente teleológica (no necesitamos remontarnos hacia atrás, por así decirlo, para
que la explicación sea satisfactoria); por tanto, segregado el creador la oposición entre teleología
interna y externa no tiene mucho sentido. Por otro lado, si mantenemos la distinción entre teleología
natural y artificial, hay que demostrar que sólo los organismos biológicos poseen una teleología
dentro del ámbito natural; sin embargo, el criterio de utilidad dado por Ayala lo cumplirían
aparentemente los elementos de un ecosistema, que no tienen porqué ser organismos biológicos; por
ejemplo un lago puede contribuir al mantenimiento y autorregulación de un ecosistema
determinado; es decir, el lago parece cumplir ese criterio de utilidad no siendo un organismo
biológico. En definitiva, la distinción aportada por Ayala no parece ser demasiado útil en principio.
Podemos hablar de teleología interna en todos los casos al no tener que recurrir a un creador para
formular explicaciones teleológicas y a la teleología que propiamente se intenta expulsar del ámbito
científico la podemos seguir llamando externa (externa también a la ciencia) tanto en el ámbito
natural como en el artificial, siendo ambas teleologías compatibles, si seguimos los argumentos que
hemos intentado exponer.5