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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA NOVIEMBRE DE 2017 NOVIEMBRE DE 2017

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA NOVIEMBRE DE 2017NOVIEMBRE DE … · de noviembre de 2001. ... 20 21 23 25 28 30 NOVIEMBRE 563. ... que será decisivo para el desenlace de la Revolución

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F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C AN O V I E M B R E D E 2 0 1 7N O V I E M B R E D E 2 0 1 7

José Carreño Carlón Director general del fce

Martha Cantú, Susana López, Socorro Venegas, Karla López, Octavio Díaz y Juan Carlos Rodríguez Consejo editorial

Roberto Garza Iturbide Editor de La GacetaRamón Cota Meza RedacciónLeón Muñoz Santini Arte y diseñoAndrea García Flores FormaciónErnesto Ramírez Morales Versión para internetJazmín Pintor Pazos IconografíaImpresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión

Suscríbase enwww.fondodeculturaeconomica.com ⁄editorial ⁄ laGaceta ⁄[email protected] ⁄ LaGacetadelFCE

La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certifi cado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, publicación periódica: pp 09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

Ilustración de portada © Andrea García Flores

F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C AN O V I E M B R E D E 2 0 1 7

En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

El fce se complace en participar una vez más en la fil de Guadalajara, ahora en su xxxi edición, del 25 de noviembre al 3 de diciembre de 2017. A lo largo de este trayecto, para el fondo ha sido y es un honor y un momento especial participar en esta feria que se ha consolidado como una de las más importantes del mundo de habla hispana, junto con las de Buenos

Aires y Bogotá, dicho sea sin demérito de las muchas otras que han ido creando sus propios estilos, especialidades y tradiciones.

Ferias de libros las hay de muchos propósitos públicos y privados, especialidades, tamaños, públicos y duración; las hay para agentes literarios en busca de negocios, para promover títulos y autores, para atraer lectores en general, para niños y jóvenes, para académicos, profesionistas… En cuanto a la atracción de lectores y la inducción a leer, los efectos de las ferias de libros superan los límites de sus recin-tos físicos, gracias a la difusión de sus actividades por los medios de comunicación y las redes sociales.

La fil de Guadalajara se caracteriza por tener un poco o mucho de todo esto, orientada siempre por la búsqueda de equilibrio entre nego-cios, promoción de títulos y autores, atracción de lectores, divulgación cultural y fomento a la imaginación creadora. Como se puede apreciar en el programa, los eventos están seleccionados, planificados y distri-buidos con el fin de mantener este equilibrio.

Llama la atención el número de actores de la industria editorial que participarán: alrededor de 2 000 agentes literarios y representantes de sellos editoriales de 44 países. Para ellos hay un espacio propio, el Centro de Derechos, con todas las facilidades para cerrar tratos de negocios.

Es llamativo también el número de eventos dirigidos a niños y jóvenes, incluidos talleres de ilustración y otros aspectos de la elaboración de libros físicos y electrónicos.

El fce no podría estar más complacido por la importancia dada por la fil a la creación de lectores y potenciales escritores o editores. Como institución de cultura del Estado —en el sentido más republica-no y democrático de la expresión— esta casa dedica esfuerzos especia-les a la creación de lectores y al cultivo de la imaginación creadora de niños y jóvenes, no sólo con su producción editorial, sino con diversas actividades de lectura, promociones de libros, talleres y concursos a lo largo del año. La formación de una ciudadanía lectora es tarea cons-tante de todo Estado liberal democrático.

Visite nuestro stand; habrá muchas novedades y reediciones de títulos consagrados por los lectores, presentaciones, talleres y mesas redondas.�•

Insomniosalfonso reyes

fil 2017dossier

La frontera nómadaclaudio lomnitz

Héctor Aguilar Camínvirginia bautista

Aclaraciones a Zapata y la Revolución mexicanajohn womack jr.

Curaduría: del arte a internetrocío martínez velázquez

La obra literariade Emmanuel Carrèreagustín gendron

Yo soy tacto de ojofabienne bradu

Libertad y coacción gary gertsle

El Macheteeduardo vázquez martín

Los salvajes en el cineroger bartra

Linda 67martín solares

Ícaro en el corazón de Dédalotexto de chiara lossani e ilustraciones de gabriel pacheco

Gilberto Owen francisco javier beltrán cabrera y cynthia araceli ramírez peñaloza

Nostalgia de la lluviaalonso arreola

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fil 2017

la gaceta 3 noviembre de 2017

Insomnios Alfonso Reyes

El sueño de los desvelados dice al oído: una ciudad escondida debajo de mi almohada […] canta, sufre, bulle y canta. El fce publica la primera edición de Poesía. Alfonso Reyes en la prestigiada colección Capilla Alfonsina.

poema

I

Víctima soy de un verdugoque, en las pausas de la noche,ha dado en palpar las zonasíntimas de mis dolores.

Adelanta el cauteloso paso sin alzar rumores;cede la puerta; la estanciaparece que lo conoce.

Yo le opongo el corazón como el escudo se opone,y abre por el pensamientoy las imaginaciones.

Usa de mis propias armas,me ataca con mis mandobles.No me concede refugioni tregua que me conforte.

¿Por qué no me deja exhaustoy no me consume entonces?¿Para qué me da esperanzas que al otro día retoñen?

¿Qué destino me reserva para tormentos peores,si a cada cordel que aprieta falta voz a mis clamores?

¡Si ya no me quejo, siya no tengo municiones;si ya no imploro siquiera ni piedades ni perdones!

Afilado el sentimientoen tanta fatiga y roce, parece que de mí mismoquiero huir, y no sé adónde.

¡La mano que me sofoca,máteme cuando me toque, y no me dé la limosnade otro día, de otra noche!

II

¿A qué me convidas, sueño,sueño de los desvelados,el de los ojos abiertos,el de los perdidos pasos?

¿El de fatigar el airecon las batallas que labro,motín de puertas adentroy tempestad en el vaso?

Fabricador de embelecosque barre el día en su manto;dolor que yo he nutridoy sufro como heredado.

Porque parece que viene desde el fondo del pasadoacarreo de clamoresy patrimonio de llanto.

¿A qué me convidas, sueño, sueño de los desveladosque no entiendes de razonesni ves más allá de un palmo?

¿Que te quiebras de sutil,que te ahogas en un charco,que cada paso que das es porque cedes un paso?

Pues si no te doy confianza¿cómo me tienes confiado?Si cada día te niego¿por qué de noche te aguanto?

Me enredas y me atolondrasen tus compases de mágico, aunque yo soy el primeroen reír de tus enfados.

Aquí te doy testimoniodel poco caso que hagode tus torvas amenazas y de tu ceño enojado.

¡Vuelve Adán con sus fatigas,pide mi cuerpo prestado,y me retuerce en la cama sumiso y atormentado!

¡Viva la primera luzy viva el canto del gallo!¡Voy a enjuagarme la frente,sueño de los desvelados!

III

Una ciudad escondidadebajo de mi almohada, en las pausas de la nochelabra y bulle, sufre y canta.

Si se escurren por los muroslas cien voces de la casa,no lo sé;si, en los engaños del eco,llegan, de lejos, palabras,no lo sé.

Pero pienso que germinanen canteras subterráneasunas surgentes ocultas,como unos ríos de almas.

Chorrean risas sin bocay gritos que nadie lanza;suben estremecimientosy hasta fugitivas ansias.

En vano alargo los brazos al vuelo de mis fantasmas:a la nube de Ixïón,en vano Ixïón se abraza.

El amor infatigableme dice: “Yo soy, aguarda”;pero es un amor más altoel que me desvela y llama.

Es una onda cordialque todo lo inunda y cala,un alivio de la tierra,una cumplida esperanza.

Una bandera de lucessobre el mundo se levanta, una fiesta de los hombres,una acción que se solaza.

La mano traza en el aire certezas que al fin alcanza;laten jubilosas sienes,cunde una delicia abstracta.

Y la ciudad escondida debajo de mi almohada—oh, promesa de los fuertes—canta y sufre, bulle y labra.�•�

5 la gacetanoviembre de 2017

dossier 563

Dedicamos el presente número a algunas de las novedades, reediciones y reimpresiones que el fce presentará en la fil de Guadalajara. Anunciamos la edición ampliada de La frontera nómada. Sonora en la Revolución Mexicana, con una entrevista a su autor, Héctor Aguilar Camín, la introducción de Claudio Lomnitz y un texto aclaratorio de John Womack Jr. a su clásico Zapata y la Revolución mexicana, relanzado ahora por esta casa editorial. ¶ Presentamos un adelanto de Los salvajes en el cine de Roger Bartra, ensayo sobre la otredad, y una remembranza de Eduardo Vázquez Martín sobre la infl uencia de la revista El Machete en los jóvenes comunistas de fi nales de los años setenta. ¶ Los lectores del gran poeta chileno Gonzalo Rojas se deleitarán con Gonzalo Rojas. Iconografía de Fabienne Bradu. Traemos además un poema, ensayos, adelantos de nuestras novedades y una narración de Alonso Arreola en nuestra gustada sección Trasfondo.

Feria Internacional del Libro de Guadalajara2017

Madrid

fil 2017

6 la gaceta noviembre de 2017alvaro obregón a caballo, retrato, ca. 1914

Publicado originalmente en 1977 (Siglo xxi), La frontera nómada. Sonora y la Revolución mexica-na (fce, 2017) de Héctor Aguilar Camín, fue reconocido desde su aparición como un clásico de la historiografía de México. El libro

explica cómo el confín más remoto del territorio pudo conquistar y luego gobernar al centro. Es, además, un texto indispensable para comprender más cabalmente la Revolución mexicana, pues responde dos preguntas sumamente difíciles de contestar: primera, ¿cómo se formó un ejército tan compacto y efectivo en la Sonora revoluciona-ria?, y segunda, ¿cuáles fueron las características peculiares del liderazgo de Álvaro Obregón? El li-bro explica también de refilón por qué un militar tan potente como Obregón pudo estar dispuesto a someterse en algún grado a la jefatura de un polí-tico de otro estado, como fue don Venustiano Ca-rranza.

Héctor Aguilar Camín responde aquí además a un buen número de preguntas secundarias que va resolviendo a cada paso, según se le va ofreciendo, para así ir trazando una panorámica rigurosamen-te analítica y narrativamente sabrosa a la vez. Por la importancia de la aportación, vale la pena dete-nernos aquí en las dos preguntas principales.

La frontera nómada se concentra en los años que van de 1910 a finales de 1914; empieza descri-biendo el trasfondo histórico de la campaña pre-sidencial de 1910, con el ocaso local del reyismo y

Regreso a La frontera

nómadaDe las varias hebras de este libro ya clásico en

la historiografía de la Revolución mexicana, reeditado este año por el fce, un reconocido

antropólogo toma la transformación de la maquinaria bélica sonorense en un ejército

que será decisivo para el desenlace de la Revolución y la formación de la maquinaria política hegemónica de los años veinte. Las

peculiaridades regionales cuentan…

claudio lomnitz

6 la gaceta alvaro obregón a caballo, retrato, ca. 1914

ublicado originalmente(Siglo xxi), La frontera nSonora y la Revoluciónna (fce, 2017) de HéctorCamín, fue reconocido aparición como un cláshistoriografía de Méxic

explica cómo el confín más remoto delpudo conquistar y luego gobernar al cademás, un texto indispensable para cmás cabalmente la Revolución mexiresponde dos preguntas sumamentecontestar: primera, ¿cómo se formótan compacto y efectivo en la Sonoraria?, y segunda, ¿cuáles fueron las capeculiares del liderazgo de Álvaro Obbro explica también de refilón por qtan potente como Obregón pudo estasometerse en algún grado a la jefatutico de otro estado, como fue don Vrranza.

Héctor Aguilar Camín respondeun buen número de preguntas securesolviendo a cada paso, según se lpara así ir trazando una panorámite analítica y narrativamente sabla importancia de la aportación, vnernos aquí en las dos preguntas

La frontera nómada se concque van de 1910 a finales de 191biendo el trasfondo histórico dsidencial de 1910, con el ocaso l

la hisreeditado este año por el

claudio lomnitz

noviembre de 2017 la gaceta 7

regreso a la frontera nómada

el auge del maderismo; la historia termina cuando Álvaro Obregón ha salido ya de Sonora, yendo de triunfo en triunfo como jefe de los ejércitos del nor-oeste.

Curiosamente, este proceso de “nacionaliza-ción” de la organización político-militar sonorense coincidió con la pérdida de Sonora para el carran-cismo, debido a la alianza del gobernador José Ma-ría Maytorena con Francisco Villa, y cuyas razo-nes quedan explicadas en el libro. De modo que la alusión poética a la organización militar sonoren-se como una “frontera nómada” refiere al hecho, bastante extraño, de que el ejército que se formó desde la experiencia fronteriza sonorense salió de ese territorio a vencer primero al ejército federal de Victoriano Huerta y luego al villismo, pero al final también tuvo que reconquistar la propia So-nora. O sea que la organización militar sonorense, que se construyó desde la cercanía con la frontera estadunidense, se transformaría, desde el exilio de la propia Sonora, en la maquinaria político-mi-litar más efectiva de la Revolución.

Como buen historiador, Héctor Aguilar Camín evita puntillosamente el anacronismo. Por eso no arranca su historia con imágenes del ejército sonorense en todo su poderío, sino que comienza modestamente con un estudio acucioso de la geo-grafía social de la remota Sonora en los meses que siguieron a la publicación de La sucesión presiden-cial en 1910, de Francisco I. Madero.

En 1910 Sonora era frontera en los dos senti-dos de la palabra: frontera internacional (con los Estados Unidos, lindante con Arizona) y también como horizonte de colonización. Desde la Ciudad de México, Sonora era entonces el estado más re-moto del país (Baja California apenas era un te-rritorio). Sin embargo, Sonora también era una de las zonas de expansión capitalista más dinámicas del país, con importantes centros de minería del cobre como Cananea y Nacozari, distritos de ga-nadería de exportación, riquísimas zonas de agri-cultura de riego en torno de los conflictivos ríos del Yaqui, Mayo y Sonora, centros ferroviarios es-tratégicos en la frontera estadunidense en Naco, Nogales y Agua Prieta, una ciudad capital agrícola y comercial que rivalizaba con otros centros de abolengo, como Álamos, y un importante puerto en el Pacífico, Guaymas.

La frontera nómada arranca con un análisis de la articulación política de esta compleja geografía justo en el momento en que se desmorona el arre-glo porfiriano, que en Sonora se caracterizó por el largo dominio de un potente triunvirato liderado por Ramón Corral, el general Luis Torres y Rafael Izábal, quienes se habían ido turnando la guberna-tura por décadas.

La descomposición de este arreglo también fue el comienzo de una política estatal articulada des-de el puerto de Guaymas, cuya figura central fue José María Maytorena, el belicoso hijo de uno de los clanes políticos importantes del estado, due-ños de haciendas y periódicos. Al principio sim-patizante del Partido Liberal Mexicano, después reyista, y luego fundador del club antirreeleccio-nista de Guaymas (maderista), Maytorena terminó orillado a aliarse con Francisco Villa, para luego pasar al exilio en California, donde había estudia-do el college, donde quedaron por fin depositados sus papeles personales. En su estudio de la red que Maytorena fue forjando, Aguilar Camín nos pre-senta un buen número de actores locales, muchos de los cuales son bien reconocibles todavía hoy, debido justamente al predominio que alcanzaría Sonora en la Revolución. Algunos de ellos llegaron a ser presidentes de la República —Álvaro Obre-gón, Plutarco Elías Calles y el interino Adolfo de la Huerta—. Otros, como Francisco Serra-no, Ignacio Bonillas y el mismo Adolfo de la Huerta, fueron aspirantes frustra-dos a la presidencia. Salvador Alvarado, Benjamín Hill y otros alcanzaron papeles protagónicos en la labor revolucionaria a nivel nacional. Cada uno de estos líde-res queda ubicado con exactitud no sólo respecto de su contexto de origen sino también en sus espacios de movilidad, cosa que importa bastante, porque el dinamismo de Sonora en el periodo era mucho mayor que en otras regiones del país. Personajes como Obregón, De la Huerta o Calles no estaban anclados en un pueblo ni tampoco en una sola activi-dad económica.

Una vez explicada la intrincada geo-grafía política de Sonora, Héctor Aguilar

Camín pasa a contar una historia dividida en dos grandes momentos: el levantamiento maderista y la contrarrevolución huertista. Tras levantamien-tos, enfrentamientos y trifulcas, la fase maderista trae consigo el triunfo de José María Maytorena en las elecciones para gobernador de julio de 1911, quien así logra ampliar los márgenes de autono-mía del gobierno del estado frente a la Federación. Maytorena aprovecha bien una vieja historia so-norense, la guerra contra los yaquis —que era polí-ticamente delicada por la cercanía con los Estados Unidos —, para convencer a Madero de no desar-mar del todo a las fuerzas revolucionarias sono-renses y aun darles apoyo económico. Se trata de un ejemplo de la rentabilidad política que siempre tuvo la guerra del Yaqui para la clase política sono-rense, sólo que en este caso el pretexto yaqui tuvo trascendencia militar mucho más allá de Sonora.

Por otra parte, como el epicentro de la revuelta maderista fue Chihuahua, la consolidación polí-tica y militar de la red de Guaymas se benefició, además de haber presidido sobre una guerra civil que no llegó al máximo de destrucción.

O sea que la revuelta contra Díaz consolidó bien un aparato de guerra en Sonora sin consecuencias económicas devastadoras. Debido a la guerra del Yaqui, el gobernador Maytorena pudo consolidar grupos armados bajo su mando, sin ceder todo su poderío al ejército federal, como hizo Abraham González en Chihuahua, por ejemplo. Al igual que Chihuahua, Sonora tenía una larga experiencia guerrera por ser una frontera de colonización en guerra contra los indios, y a gran distancia física del centro del país. Durante el maderismo, Sonora consiguió consolidar su autonomía política y mili-tar frente al centro, debido a la necesidad —siem-pre apremiante por la cercanía con los Estados Unidos— de articular internamente el territorio político ante el conflicto yaqui, así como frente a posibles conflictos mineros como los que habían sacudido a Cananea en 1906. Por esto la autono-mía de Sonora y el prestigio político del goberna-dor Maytorena se fueron consolidando de la mano, en medio de un sinfín de rencillas, competencias y recelos de los jefes locales que resultó natural-mente del desbaratamiento del orden porfirista.

Y en ésas estaban, cuando llegó la noticia del golpe de Estado en la Ciudad de México, y del as-censo de Victoriano Huerta a la presidencia de la República, seguido por el asesinato de Madero. Los dilemas que el asesinato del presidente de la República trajo consigo para los revolucionarios sonorenses son expuestos de forma notable en este libro. Maytorena y los líderes políticos, sono-renses en su mayoría, están por resistir y por de-clarar ilegítimo al gobierno de Victoriano Huerta; sin embargo, Maytorena no sabía de seguro cuán-tos otros gobernadores se alzarían en rebeldía, y entendía que no se podría ganar una guerra contra el centro si Sonora se levantaba sola. Por eso, su estrategia fue ganar tiempo y jugar a la política, pidiendo una licencia por seis meses, dizque por motivos de salud, y dejando como gobernador in-terino a Ignacio Pesqueira, miembro de otra im-portante dinastía política, para que hiciera frente a los federales. Mientras, Maytorena se instaló en Tucson, Arizona, para ir tejiendo alianzas políti-cas antihuertistas desde ahí.

La salida temporal de Maytorena en ese mo-mento crítico tendría efectos trascendentes para el “nomadismo” de la maquinaria político-militar sonorense. Al dejar a Pesqueira el paquetón de en-frentar al ejército federal, perdió la oportunidad de encabezar la maquinaria de guerra sonorense, cosa que ayudó a que se consolidara el mando del cada vez más prestigioso Álvaro Obregón. Ade-

más, las fases iniciales de la revolución constitucionalista en Sonora conllevaron también la conformación de una política sofisticada de mediación con los intere-ses estadunidenses, la cual sería necesa-ria para gobernar el país después.

Se trata de un asunto complejo, trata-do breve pero precozmente en este gran libro, publicado varios años antes de La guerra secreta de Friedrich Katz, es decir, antes de que hubiera un conocimiento só-lido de las relaciones internacionales de la Revolución mexicana. En la guerra contra el huertismo, los sonorenses desarrolla-ron fórmulas de relación con los Estados Unidos que iban desde cuestiones de estra-tegia militar (Obregón disponía ataques a ciudades fronterizas, como Nogales, siem-pre en un eje oriente-poniente, y nunca de

sur a norte, para evitar que los balazos cruzaran la frontera), cortesías diplomáticas extraordinarias y la formación de una red de mediadores de am-bos lados de la frontera, con figuras tan señaladas como Plutarco Elías Calles, Ignacio Bonillas, Adol-fo de la Huerta y Roberto Pesqueira, que servirían igual para mover dinero y comprar armas, que para informar de movimientos relevantes desde el otro lado de la frontera, y negociar con políticos y em-presarios estadunidenses de todo nivel.

En mis comentarios a este espléndido libro me he referido en un par de ocasiones a “la maquina-ria político-militar” sonorense, pero en realidad, más que una maquinaria, La frontera nómada describe el nacimiento de una lógica política y su consolidación paulatina hasta llegar a conformar un “estilo” o una “tradición” de hacer política, ya que la guerra, en este libro, es una extensión de la política […] ¿Cómo se formó un ejército efectivo a partir de un ambiente tan lleno de recelo? Héctor Aguilar Camín muestra cómo la maquinaria de guerra se va transformando en un efectivísimo ejército a partir de la consolidación del liderazgo de Álvaro Obregón, primus inter pares, que con-sigue, además, autonomía frente al gobernador del estado. Una vez que su liderazgo estuvo consoli-dado, Obregón dejaría que sus jefes operaran con buenos márgenes de libertad, formando un ejérci-to que resultó ser a la vez flexible y disciplinado.

La consolidación del poder de Álvaro Obregón se debió en parte a su genio militar y político, pero también a la rivalidad entre el gobernador interino Pesqueira y el gobernador Maytorena. Al presen-tir que Maytorena pretendía regresar al gobier-no de Sonora, Pesqueira y sus aliados apoyaron a Carranza, que era gobernador de Coahuila. Si Maytorena no hubiera pedido licencia tras el golpe de Victoriano Huerta, habría podido competir con Carranza por el liderazgo a nivel nacional —am-bos eran gobernadores legítimamente electos, am-bos se opusieron al usurpador Huerta, y cada uno hubiera estado al mando de una fuerte maquinaria de guerra—; sin embargo, el interinato de Pesquei-ra, desempeñado en un momento clave, permitió que el grueso de la maquinaria militar de Sonora se separara de su gobernador e impidió que se vol-viera un líder nacional. Así, el ejército del noroeste quedó libre para invadir al resto del país, con todo y su fórmula de confianza interna entre líderes —forjada ahora en mil batallas libradas afuera de su estado natal—. Sonora dejó de ser un territorio fijo y se transformó en un aparato político-militar que conquistaba poco a poco al país, liberada del poder de su gobernador: lo que Héctor Aguilar Ca-mín llama la “frontera nómada”.

Aunque los eventos de los años veinte del siglo pasado salen del periodo estudiado, el libro per-mite comprender algunos de sus aspectos más fascinantes; por ejemplo, las intentonas de un lí-der sonorense contra otro —los levantamientos de Adolfo de la Huerta y de Francisco Serrano—, la rivalidad entre aliados tan supuestamente incon-dicionales como fueron Obregón y Calles, o la idea misma de una “familia revolucionaria”, hecha de enemigos, como fórmula clave en la formación del Partido Nacional Revolucionario tras el asesinato de Álvaro Obregón.

Así, una radiografía histórica que comienza en la geografía del remoto estado de Sonora se trans-forma en una explicación del modo en que se or-ganizó el ejército triunfante de la Revolución, lo que ayuda a aclarar aspectos fundamentales de la formación del Estado mexicano posterior a la fase armada. Es por esto que La frontera nómada es un clásico de la historia de México: comienza en un territorio particular y acaba explicando la forma-ción del Estado revolucionario.

Hay también otra razón que explica la popula-ridad de este libro, y el porqué de su feliz reedi-ción: La frontera nómada es la primera obra his-toriográfica de un escritor notable y muy joven, que captura al lector pasaje tras pasaje con estilo relumbrante, sea por la precisión lingüística, la capacidad figurativa o el aliento narrativo. En un despliegue de rigor analítico y gusto narrativo, La frontera nómada demuestra cómo el centralismo posrevolucionario se originó en el margen más re-moto de la República. La frontera nómada es de esos libros que demuestran incontestablemente que la ciencia histórica también es una rama de la literatura.�•

La frontera nómada

Sonora y la Revolución mexicana

héctor aguilar camín

fce, méxico, 2017

8 la gaceta noviembre de 2017

fil 2017

entrevista

“La realidad actual

de Sonora tiene muy poco que ver con laSonora de la época de la Revolución.

Igual que el Méxicode hoy tiene muy

poco que ver con elde 1910.”

Conversación con Héctor Aguilar Camín

8 la gaceta noviembre de 2017archivo fce

noviembre de 2017 la gaceta 9

conversación con héctor aguilar camín

La llegada a la presidencia de la República de revo-lucionarios como Álvaro Obregón, Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías

Calles representó una “verdadera invasión” de valores pragmáticos que marcó la forma de hacer política en el país por casi todo el resto del siglo xx. El doctor en historia por El Colegio de México desentraña en este título la manera en que los revolucionarios de un remoto estado limítrofe con los Estados Unidos conquistaron y gobernaron el país y por qué estos caudillos, quienes ganaron la Revolución, fueron desplazados en el discurso oficial por líderes como Emiliano Zapata y Francisco Villa, que la perdieron. A 40 años de haber dado a conocer su primer libro profesional, con el que descubrió “el placer de la micro-historia” y su gusto narrativo, el también escritor, periodista y editor reflexiona sobre el actual signifi-cado de la Revolución mexicana, la situación de la frontera y si el legado de estos sonorenses sigue vigente.

Mitifi cación de la Revolución mexicana“La Revolución mexicana está des-dibujada, coagulada en algunos es-tereotipos y algunos héroes”, afirma tajante el novelista nacido en Chetu-mal, Quintana Roo. Pero ahora “ha dejado de ser instrumento de legiti-mación de los gobiernos y empieza a ser simplemente historia”. Estima que tardaremos algún tiempo en poder ver este movimiento sin “los velos y los mitos” que le sobrepuso el discurso político posrevolucio-nario. “Apenas empezamos a mirar con amplitud y equilibrio a Porfirio Díaz, en libros como la extraordina-ria biografía de Carlos Tello.”

Sobre por qué la posteridad privilegió la idea de una revolución justiciera, popular y social e hizo a un lado el espíritu liberal, laico y empresarial de la fracción ganadora, el autor agrega que “la verdad es que siempre existirá una especie de bre-cha insalvable entre la historia vista por los historiadores profesionales y la historia sentida y consagrada por los pueblos. La primera tiene que ver con la búsqueda de la verdad. La segunda con la subjetividad colec-tiva y sus ganas de soñar con lo que cree que se le parece”.

El egresado de Ciencias y Téc-nicas de la Comunicación de la Universidad Iberoamericana está convencido de que, tras la salida del poder del Partido Revolucionario Institucional (pri) en 2000, después de siete décadas de gobernar de manera interrumpida, “el membrete

‘revolución social’ como adherido a la Revolución mexicana ha perdido la condición de axioma que tuvo el siglo pasado, pero los reflejos men-tales y las creencias asociadas a esa etiqueta siguen vivas en la cultura política de México.

“Es lo que conocemos como nacio-nalismo revolucionario. Es también el núcleo de las convicciones y del proyecto de Andrés Manuel López Obrador (fundador y presidente del partido Movimiento Regeneración Nacional), puntero en las encuestas rumbo a la elección presidencial de 2018. Mientras el pri de Peña Nieto se liberalizaba, el antiguo naciona-lismo revolucionario resurgía de sus cenizas en el proyecto de AMLO. Y va a la cabeza.”

El pri regresó a Los Pinos en 2012 tras dos sexenios goberna-dos por el Partido Acción Nacio-nal (pan), pero su inicial discurso popular sobre la Revolución sufrió modificaciones, aclara Aguilar Ca-mín. “Dejaron atrás muchos tabúes del nacionalismo revolucionario. El mayor de todos, la reforma ener-gética, que dejó de ver al petróleo como parte del patrimonio sagrado de México y empezó a verlo simple-mente como un recurso natural mal manejado por el gobierno y por la empresa petrolera. Está claro que romper tabúes no hace popular a nadie”, apunta.

Legado sonorenseEntre 1920 —cuando Álvaro Obre-gón asciende al poder— y 1936 —cuando Plutarco Elías Calles, el denominado “Jefe Máximo de la Revolución”, salió al exilio— hubo una ocupación del gobierno mexica-no por políticos nacidos en Sonora. Una Sonora próspera, atípica, que en 1910 basaba su economía en las minas de cobre, en la ganadería de exportación, la agricultura de riego, los centros ferroviarios y el puerto de Guaymas, detalla el investigador Claudio Lomnitz en su introducción al libro. Aguilar Camín explica en el prólogo que los sonorenses pusie-ron los cimientos institucionales, pacificaron al ejército y crearon organismos como el Banco Central y el Partido Nacional Revolucionario (pnr), antecedente del pri.

“Creo que los sonorenses en el poder fueron parte de la tradición liberal mexicana. Tuvieron que pacificar el país a sangre y fuego y restablecer la fuerza del Estado, centralizando lo que la Revolución dispersó. Parecen por ello más autó-cratas, violentos o antidemocráticos de lo que eran en realidad”, detalla.

“Pero nunca se les ocurrió lo que vino después: la construcción de un partido casi único, el interven-cionismo económico del Estado, el

Estado expropiador del petróleo, de la tierra, de los bancos”, señala.

El director de la revista Nexos indica que cuando Calles fundó el pnr no pensaba en un partido cuasi único como llegó a ser el pri. “Pensaba en organizar ‘el partido de los revolucionarios’, dejando abierto el campo para que otros fundaran el partido de los ‘conservadores’ o los ‘reaccionarios’. El estatismo económico y el partido hegemónico, de raigambre antiliberal, vinieron después, con Lázaro Cárdenas (el michoacano que gobernó el país de 1934 a 1940) y el Partido de la Revo-lución Mexicana (prm). Y luego con el nacionalismo revolucionario y el pri”, asegura.

Ante la pregunta de si hoy co-nocemos mejor a esos políticos y militares norteños, el fundador de la editorial Cal y Arena afirma que, entre los historiadores profesiona-les, el conocimiento de estos per-sonajes ha mejorado. “Hay muchos estudios nuevos y está en camino una gran biografía de Álvaro Obre-gón que escribe Ignacio Almada Bay. Entre el público en general, los sonorenses siguen siendo persona-jes de segundo plano, como lo eran cuando escribí La frontera nómada. La memoria popular de la Revolu-ción mexicana sigue teniendo en el primer rango de admiración a los derrotados, Zapata y Villa. Y, entre los triunfadores, a Lázaro Cárde-nas”, narra.

Respecto de cómo vemos ahora a estos caudillos, quien publicó su primer libro de ficción, la recopila-ción de cuentos La decadencia del dragón en 1983, dice que los conoce-mos mejor, pero no los admiramos más. “Son parte del pleito general de la historia patria de México con sus triunfadores. No nos gustan nues-tros triunfadores, salvo Juárez y Cárdenas. Preferimos a los derrota-dos. A Cuauhtémoc sobre Cortés, a Hidalgo y Morelos sobre Iturbide, a Villa sobre Obregón. No hay ver-dad histórica en esto. Hay verdad imaginaria, simbólica, sentimental”, concluye.

Integración con el NorteEl autor de las novelas Morir en el golfo (1985) y Toda la vida (2016) añade que, sin duda, la frontera norte de México sigue siendo la gran protagonista de la historia nacional porque, “más que nunca”, los movi-mientos transformadores siguen vi-niendo del norte. “Visto con mirada de historiador, en el largo plazo, ese proceso es parte del gran movi-miento de integración con el norte que empezó en el Porfiriato, con los ferrocarriles, pero que fue soñado antes por nuestros héroes liberales, con Juárez a la cabeza.

”Juárez firmó nada menos que un tratado que cedía a perpetuidad la soberanía para que Estados Unidos construyera un canal en el istmo de Tehuantepec. Fue el tratado McLane-Ocampo. Lo rechazó el Senado estadunidense por razones políti-cas internas. El Tratado de Libre Comercio firmado en 1994 es parte de esa integración, una integración ordenada”, y añade que “la migra-ción al Norte y el tráfico de drogas son parte también de esa integra-ción. Una integración desordenada e ilegal en el caso migratorio, pero más profunda y duradera que nin-guna otra. Y una integración ilegal, y además violenta, en el caso de las drogas.” Lo que nadie puede negar —prosigue— es que, “en el fondo, lo que hacen los narcotraficantes no es sino cruzar al otro lado mer-

cancías prohibidas que quieren los consumidores estadunidenses. El narcotráfico es la expresión violenta de un mercado pujante, sólido pero imperfectamente integrado. Está prohibido y genera violencia. Pero lo que hay abajo es pura integración con el Norte”.

El autor de La guerra de Galio (1990), Las mujeres de Adriano (2001) y Adiós a los padres (2014) apunta en el volumen que “la histo-ria es un pliego de nuestro presente. Nuestra historia revisionista ha creado una nueva historia de bron-ce. Hay demasiadas capas de pintura interpretativa”. Por estas razones es vital redescubrir la propuesta de La frontera nómada. Sonora y la Revo-lución mexicana, que echa luz sobre los caudillos que fundaron los ras-gos centrales del México moderno, y que ahora integra dos textos escri-tos por el historiador posterior-mente: “Macbeth en Huatabampo. Álvaro Obregón Salido, 1880-1928” y “Una mirada larga: la revolución que vino del norte” además de nuevo material iconográfico.

La edición defi nitivaPublicada por primera vez por la editorial Siglo xxi en 1977 y reedi-tado por Cal y Arena en 1997, esta versión que entrega el Fondo de Cul-tura Económica a cuatro décadas de que llegó a las librerías es la edición definitiva de La frontera nómada. “He puesto en ella todo lo que he escrito sobre los sonorenses. Son todos textos históricos o reflexiones históricas sobre la vertiente sono-rense en la Revolución mexicana”, informa el ensayista.

“El asesinato de Luis Donaldo Colosio (en 1994), primer sonorense que llegaba a la posición de ser pre-sidente del país desde los años trein-ta del siglo pasado, trajo de pronto un eco trágico del pasado: la inquie-tante analogía con el asesinato del presidente Obregón. Pero, salvo el paisanaje sonorense, Obregón y Colosio tienen poco que ver. Son his-torias distintas de países distintos. La realidad actual de Sonora tiene muy poco que ver con la Sonora de la época de la Revolución. Igual que el México de hoy tiene muy poco que ver con el de 1910”, aclara.

Para comprender esto, Lomnitz invita a los lectores, en la introduc-ción del volumen, a acercarse con una nueva mirada a este clásico de la historia de México. “Comienza en un territorio muy particular y acaba explicando la formación del Estado revolucionario. Es de esos libros que demuestran incontestablemente que la ciencia histórica también es una rama de la literatura.”

A lo largo de los últimos 40 años, Aguilar Camín ha escrito libros como Saldos de la Revolución. Cultura y política de México, 1910-1980, Después del milagro. Un en-sayo sobre la transición mexicana, Subversiones silenciosas. Ensayos de historia y política de México, México: la ceniza y la semilla y La tragedia de Colosio. Considera que ha evolucionado “poco como histo-riador, pero mucho como escritor y memorialista. Cada vez me parece más importante la historia de mi pueblo perdido, el Chetumal de mi infancia, que casi cualquier otra historia. Esto puede verse en mi libro reciente Adiós a los padres”. Adelanta que trabaja en una edición de “ensayos históricos, crónicas y registros del pasado inmediato”.�•

Unos hombres de la frontera, la mayoría de Sonora, que fueron a la Revolución sin saber que fundarían el Estado mexicano moderno. Ésta es la fascinante historia narrada por Héctor Aguilar Camín (1946) en La Frontera nómada. Sonora en la Revolución mexicana, reeditado ahora por el fce.

virginia bautista

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10 la gaceta noviembre de 2017

El autor de Zapata y la Revolución mexicana, clásico ahora editado por el fce, hace importantes aclaraciones a malentendidos sobre ciertos términos de la primera versión en español, sin demeritar su excelencia. Esto es sólo una parte de una conferencia más amplia, donde el autor habla de los temas que le gustaría investigar en esta veta, un legado para los nuevos historiadores.

john womack jr.

A la memoria de Stanley Francis Rother (Okarche, Oklahoma, 27 de marzo de 1935-Santiago Atitlán, Guatemala, 28 de julio de 1981).

Aclaraciones a Zapata y la Revolución mexicana

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noviembre de 2017 la gaceta 1 1

aclaraciones a zapata y la revolución mexicana

A lo largo de los casi 50 años que han pasado desde mi última in-vestigación profunda acerca de la revolución del sur, la lucha revolucionaria armada que, desde su base en Morelos, con-virtió a Emiliano Zapata en su

dirigente (1911-1919), se han publicado numerosos nuevos estudios históricos, de los cuales he apren-dido cantidad de cuestiones que me han resultado maravillosamente nuevas […] A lo largo de las si-guientes páginas verán cuánto he aprendido acerca de la Revolución durante las últimas cinco décadas gracias a todos estos investigadores, pero verán también por qué creo que a los historiadores, an-tropólogos, sociólogos y politólogos les queda mu-cho más trabajo por delante para explicar la impor-tancia de la revolución del sur para la Revolución mexicana en sentido más amplio, para sus posibili-dades, sus límites y su significación histórica.

Para acercarme a mi argumento, necesito aclarar algunos puntos preliminares acerca de aquel libro ya viejo, Zapata y la Revolución mexicana (1969). En primer lugar, cuando estaba haciendo mi tesis doctoral en 1963, planeaba inicialmente emprender una historia acerca del (mal) llamado “Ejército za-patista” de 1911-1920. A partir de la poca historia que conocía entonces sobre los ejércitos de la Revo-lución francesa, poco más que la obra Armées Ré-volutionnaires de Richard Cobb, quería hacer una historia como la suya, una historia sociomilitar del Ejército Libertador del Sur (nótese que no es Libe-ral, sino Libertador).1 A diferencia de Cobb —que, para empezar, era un historiador infinitamente más formado, experimentado, complejo y agudo de lo que yo jamás sería—, yo sólo contaba con un año para hacer mi investigación, y el único archi-vo amplio y profundo que pude encontrar (estaré siempre agradecido con Josefina Z. Vázquez por ello) fue el Archivo de Magaña de la unam, que no contenía prácticamente nada que me pudiera servir para una tesis cobbiana, pero sí muchos otros tipos de registros para trabajar en otros sentidos, con los que hice todo lo que pude. Nunca pensé sólo en una biografía o microhistoria. Gracias a los revolu-cionarios cubanos y al Viet Cong, el punto de refe-rencia que siempre tuve presente era una historia sociomilitar, de alcance necesariamente nacional y, por lo tanto, internacional. Confieso que en ese entonces no veía con claridad las inevitables impli-caciones, pero sí las intuía, y a medida que escri-bía, iba aprendiendo más (aunque no suficiente). Lo que más me sigue interesando es la cuestión militar revolucionaria, todas las conexiones por las que una clase se levanta y conquista el poder por la vía armada. Como título de mi tesis había elegido sim-plemente “The Revolution in Morelos, 1910-1920”. Después de ciertos consejos y reflexiones, me deci-dí por Emiliano Zapata and the Revolution in More-los, 1910-1920 y así quedó registrada en el catálogo de la biblioteca en Harvard. Sin embargo, no quise decir que Zapata hubiera hecho la revolución ahí, sino que ahí la revolución lo volvió su dirigente y la figura histórica en que se convirtió.

Segundo, la oración inicial del prefacio, que en inglés habla de “country people who did not want to move”, no resultó muy fiel en su traducción al español como “no querían cambiar” (aunque por lo demás, la traducción de Francisco González Aram-buru es maravillosa y le estoy muy agradecido). Es más afortunada la traducción al francés, “ne vou-laient pas bouger”, pero incluso más la italiana: “un populo di contadini che fecero una rivoluzio-ne perchè non volevano andarsene da dov’erano”. Esta gente no quería dejar su hogar, sus pueblos, sus parroquias, toda la familia, santos, propiedades, títulos, negocios, trabajo, se-guridad, herencia, valores, recuerdos, fe y esperanza que tenían depositados ahí, no querían renunciar a sus comuniones y comunidades, por pobres que fueran, para entablar relaciones incomparable-mente peores, entrar en el intercambio despiadado, azaroso e inconmensurable del mercado laboral, vivir indefinidamen-te como extraños asalariados entre extra-ños, valerse por sí solos adondequiera que tuvieran que ir, en particular si aún no sa-bían que podía haber nuevas comunidades que ellos mismos podrían construir, nue-

1�Richard Cobb, Les armées révolutionnaires: Ins-trument de la Terreur dans les départements, avril 1793 (fl oréal an II), 2 vols. (París: Mouton, 1961-1963).

vas y provechosas formas de comunión que podrían aprender, como los vínculos entre camaradas.

Para entender este problema con la traducción al español, hay que recordar que cuando en inglés se dice to move, significa simplemente irse de don-de se estaba viviendo para llegar a vivir a otro si-tio, se sepa o no cuál es el nuevo lugar, lo cual ni siquiera importa. Lo importante es el desplaza-miento, la partida, la experiencia que significa, la tristeza o la esperanza que conlleva, o ambas, pero no las direcciones. Así que este move no se traduci-ría como “mudarse” o “cambiar de casa”, a menos que fuera un asunto oficial, digamos fiscal o postal o policiaco. La traducción al español pudo haber sido “no querían dejar sus pueblos”, pero creo que el italiano queda mucho mejor: “no querían irse de donde eran”. Definitivamente no pensaba entonces (ni he pensado nunca) que “no querían cambiar”.2 Al contrario, me parecía que los anenecuilquenses y otros como ellos en Morelos y en otras partes po-dían cambiar, como describí en el prefacio, al ha-blar de cómo los ancianos recurrían a los jóvenes en busca de una nueva forma de lucha, y también a lo largo del libro (con detalle en los capítulos viii-xi) y en el epílogo, donde al pensar en todo lo que había aprendido ahí y recordar a los niños tan con-centrados en su futbol (por favor, nada de tipolo-gías indígenas), vi que los niños y niñas se conver-tirían en hombres y mujeres fuertes, capaces de cambiar y con ello resistir la presión del peligroso futuro que tenían por delante.

En tercer lugar, nunca escribí (ni pensé) que el Morelos dominado por el Ejército Libertador del Sur en 1915 fuera una “utopía” o “paraíso”. Carlos Fuentes, Adolfo Gilly y otros después de ellos han escrito que ésa era mi idea, y también la suya. Pero han estado equivocados en cuanto a lo que yo es-cribí, independientemente de lo que ellos pensaran. La palabra “utopía” sí aparece siete veces en aquel viejo libro: tres veces en relación con la utopía de los agricultores; cuatro veces en relación con un concepto, una visión, un sueño social; ni una sola vez en relación con un hecho, una práctica social. La palabra “paraíso” sí aparece una vez, en relación con los “desarrolladores” inmobiliarios en Morelos durante las décadas de 1950-1960. Sí me parecía (me sigue pareciendo) que Morelos fue un mejor lu-gar para los trabajadores en 1915 de lo que fue en 1911, 1912, 1913, 1914 o de 1916 en adelante. Pero nunca pensé ni escribí que fuera una utopía o un pa-raíso. Nótese que ninguna de estas palabras está en el índice analítico.

En cuarto lugar, es cierto, como señala Pineda Gómez, en aquel viejo libro se abre una lamentable contradicción entre mi percepción del localismo del Ejército Libertador del Sur, por un lado, y, por el otro, su conciencia nacional, su expansión extra-rregional y su ambición nacional de justicia. Y es cierto, como él sugiere, que esto derivó de mi desin-formada confianza en los antropólogos, en particu-lar en Vogt, por sus conferencias introductorias en Harvard (a las que asistí de oyente durante el pos-grado), en Redfield, un localista y (al menos como anhelo) armonista, pero también en Lewis, ni loca-lista ni armonista.3 Debí haberme percatado de mi confusa contradicción, debí haberla corregido, para mostrar la auténtica tensión en el Ejército Liber-

2�Entre los muchos que han creído que eso pensé y que han manifestado ya sea su acuerdo o desacuerdo, están Armando Bar-tra, Los herederos de Zapata: Movimientos campesinos posrevo-lucionarios en México, 1920-1980 (Ciudad de México: Ediciones Era, 1985), pp. 12 y 15; Roger Bartra, La jaula de la melancolía: identidad y metamorfosis del mexicano (Ciudad de México: Edi-torial Grijalbo, 1987), p. 61; Enrique Montalvo Ortega, “Revolts and Peasant Mobilizations in Yucatán: Indians, Peons, and Pea-sants from the Caste War to the Revolution”, en Friedrich Katz,

comp., Riot, Rebellion, and Revolution: Rural Social Confl ict in Mexico (Princeton: Princeton University, 1988 [“Revueltas y movilizaciones campesinas en Yucatán: indios, peones y campesinos de la Guerra de Castas a la Revolución”, en Friedrich Katz, comp., Revuelta, rebelión y revolución: la lucha rural en México del siglo xvi al siglo xx, traducción de Paloma Villegas, Ciudad de México, Ediciones Era, 2004, 2a ed.]), p. 308; Pineda Gómez, La irrupción, p. 60; Vic-tor H. Sánchez Reséndiz, De rebeldes fe: identidad y formación de la conciencia zapatista, 2a ed. (Cuerna-vaca: Instituto de Cultura de Morelos, 2006), p. 64. Cf. Arturo Warman, “The Political Project of Zapatis-mo”, en Katz, op. cit., p. 324.3� Evon Z. Vogt, “Anthropology 110a, Peoples and Cultures of the New World: North and Middle Amer-ica”, Harvard University, Faculty of Arts and Scienc-es, Courses of Instruction for Harvard and Radcliff e, 1962-1963 (Cambridge: Harvard University, 1962), p. 39; Robert Redfi eld, Tepoztlan [sic], a Mexican Vil-lage: A Study of Folk Life (Chicago: University of Chi-cago, 1930); Oscar Lewis, Life in a Mexican Village: Tepostlán [sic] Restudied (Urbana: University of Illi-nois, 1951 [Tepoztlán, un pueblo de México, traduc-ción de Lauro J. Zavala, Ciudad de México, Joaquín Mortiz, 1976, 3a ed.]).

tador del Sur, la tensión típica de una guerrilla de origen y base local cuando comienza a emprender operaciones y enfrentamientos regulares, sobre lo cual estaba leyendo por ese entonces en los escritos militares de Mao.4

En quinto lugar, sí tuve entonces la sensatez de no hablar de peasants en inglés ni “campesinos” en español. En inglés, la palabra peasant (o su forma plural) sí aparece 11 veces en el libro, pero cinco de ellas en el prefacio (en la misma página), cuando explico por qué no la uso, y seis veces más adelan-te, pero no en mi voz, sino en referencia a otros: la primera en alusión a las nociones de Tolstoi y Kro-potkin, la segunda en alusión a las nociones de las autoridades capitalinas, la tercera en una cita de un periodista estadunidense, la cuarta en un título mencionado en una nota al pie, la quinta en el mis-mo título incluido en la bibliografía y la sexta en el índice analítico. En la versión en inglés, la palabra campesino aparece 25 veces, pero siempre a pie de página para mencionar el periódico El Campesino. En su forma plural, la palabra aparece una vez en el prefacio, en mi explicación de por qué sería in-adecuado usar peasants, mientras que estaría bien usar “campesinos”, siempre y cuando no significa-ra peasants, sino “gente del campo” o, como decía-mos en Oklahoma, “gente de campo”, “people from out in the country”. Confieso que no sabía enton-ces que durante siglos no había sido un sustantivo, sino principalmente un adjetivo (como en “el viento campesino”), y que en México adquirió (por impor-tación) su sentido social o político pleno apenas en el siglo xx, pero un sentido complejo e inconstan-te, como explicó Emilio Kourí en la argumentación más clara, convincente y reveladora que conozco.5

Y en sexto lugar, sí, nuevamente Pineda Gómez tiene razón en que era (y sigo siendo) escéptico res-pecto de lo “indio”, escéptico de que el Ejército Li-bertador del Sur o el “zapatismo” como movimiento, como movimiento armado, como causa revolucio-naria armada, fuera particularmente “indio”. Quie-ro ser lo más cuidadoso posible en este punto. No me refiero a la palabra “indio” como cuando se usa irreflexivamente para significar o incluir “campe-sino”, “rural” o “campestre”. Me refiero al sentido de “indio” como Indian en inglés, para designar im-plícitamente (a veces explícitamente) lo indígena en sentido genético o cultural (o ambos). De hecho, no sólo soy escéptico de esta visión de la revolución del sur, sino que me opongo rotundamente a ella. Es cierto que muchos “indios” se unieron al Ejér-cito Libertador del Sur, lo apoyaron, esperaron que ganara. Pero los pueblos de Morelos que eran prin-cipalmente indígenas no fueron su columna verte-bral en lo económico, político o militar; de hecho, tampoco lo definieron culturalmente, más allá de lo que otros hayan pensado, ya sea en ese entonces o ahora, a favor o en contra de esta idea. En este sen-tido, aunque me duela, debo declarar que me parece que mi antiguo maestro en estos temas, mi primer mentor y mi amigo, don Jesús, estaba equivocado.6 Alcanzo a ver una raíz en que muy al principio, muy localmente y sólo en cuanto a la función (no en el lenguaje, sin la palabra), Anenecuilco convirtió a Emiliano Zapata en su calpuleque. Pero ni histó-rica, cultural, sociológica, política o militarmente, con todo lo que he aprendido de la historiografía so-bre la revolución del sur durante los últimos cuaren-taitantos años, puedo ver que este título se ajuste a la razón del general en jefe del Ejército Libertador del Sur. Creo entonces que también se equivocaron el gran nahuatólogo León-Portilla y el temerario, brillante, admirable y tan extrañado Bonfil.7 (De-jemos de lado a los románticos, fueran estructura-listas o tipologistas, Paz, Gruzinski...)�•

Conferencia pronunciada en El Colegio de México, 22 de noviembre de 2016.

4�Mao Zedong, “On Correcting Mistakes in the Party”, en Selected Works, 4 vols. (Beijing: Foreign Languages, 1963-1965), vol. I, pp. 105-116; idem, “Problems of Strategy in China’s Revolu-tionary War”, en ibid., vol. I, pp. 153-254; id., “Problems of Strat-egy in Guerrilla War Against Japan”, en ibid., vol. II, pp. 79-194; “On Protracted War”, en ibid., vol. II, pp. 113-194; id., “Problems of War and Strategy”, en ibid., vol. II, pp. 219-235.5�Emilio Kourí, “Sobre la propiedad comunal de los pueblos, de la Reforma a la Revolución”, Historia mexicana, vol. LXVI, núm. 4 (abril-junio de 2017), pp. 1923-1960.6�Jesús Sotelo Inclán, Raíz y razón de Zapata (Ciudad de México: Editorial Etnos, 1943), pp. 192-200.7�Miguel León-Portilla, Los manifi estos en náhuatl de Emiliano Zapata (Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1978), pp. 39-57; Guillermo Bonfi l Batalla, México pro-fundo: una civilización negada (Ciudad de México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores de Antropología Social, 1987), pp. 165-166. Le agradezco a Emilio Kourí las discusiones que sostuvimos sobre estas cuestiones.

Zapata y la Revolución

mexicana

john womack, jr.

fce, méxico, 2017

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Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? jorge luis borges

El movimiento vertiginoso disemi-nado por el impulso de internet hace un par de décadas no era más que la génesis de una era que ha modificado sustancialmente conceptos que se creían absolu-tos, como el tiempo y el espacio;

y la conexión, casi permanente y en tiempo real, que ofrecen los dispositivos adaptables a cualquier bolsillo. La interacción con la pantalla es también bilateral: los individuos dejan de permanecer táci-tos a la producción audiovisual y escrita y se van apropiando paulatinamente del ciberespacio.

Más allá de la tecnología y sus perfeccionamien-tos para que obtengamos velocidad, rapidez y co-nexión, lo cierto es que, en los últimos años, la can-tidad de información existente en la red es la más vasta en toda la historia: “En los dos últimos años, la humanidad ha producido más información que en el resto de la historia humana y este extraor-dinario ritmo de producción sigue creciendo 60% anualmente. Al momento de leer esto, las cifras probablemente habrán aumentado”, escribe Mi-chael Bhaskar en su libro más reciente Curaduría. El poder de la selección en un mundo de excesos editado en la colección de Comunicación del Fondo de Cultura Económica.

Bhaskar es editor digital y escritor, y desde hace tiempo indaga en el contexto e intenta dilu-cidar el futuro del mundo editorial: “La sensación de que la palabra escrita atraviesa por la mayor transformación desde tiempos de Gutenberg, pese a que cada vez sea un lugar común, no carece de justificación. No sólo los libros y la edición experi-mentan la transición más profunda desde los albo-res de la imprenta de tipos móviles, sino también todo nuestro paradigma de comunicación es testi-go del que bien podría ser su cambio más profundo en la historia”.1 El autor se asombra de las trans-formaciones del libro, una historia que revela que recolectar la información tenía una enorme com-plejidad y sólo estaba permitida para unos cuantos privilegiados. Pensemos en las tabletas de arcilla, el papiro y la vitela de la era pregutenberiana. Y los sitios de almacenaje: grandes bibliotecas de las que sin duda destaca la de Alejandría, donde se alber-gaba todo el conocimiento de la humanidad hasta entonces, ciencia, filosofía, literatura, geografía, y todo tipo de textos de incalculable valor que una vez destruida la biblioteca se perdieron irremedia-blemente.

De ahí el deslumbramiento del autor: en la ac-tualidad cada persona puede llevar consigo esa misma cantidad de datos, y en la red en general, se ha superado por mucho en número. La ausencia de información ya no es una dificultad y conseguirla tampoco supone un obstáculo. El autor reflexiona

1� Michael Bhaskar, La máquina del contenido. Hacia una teoría de la edición desde la imprenta hasta la red digital, México, fce, 2014, p. 39.

entonces sobre esta nueva circunstancia: “En tan solo unos años hemos pasado de la escasez de in-formación a un tsunami de datos. Pero ¿acaso esos 2.5 quintillones de bytes valen más que la colec-ción, considerablemente más pequeña, contenida en la Biblioteca del Congreso e incluso la Biblioteca de Alejandría? No: mucha de esa información son videos de cctv, pulsaciones sin significado algu-no, correos electrónicos basura. Hemos más que resuelto el problema de la transmisión y el registro de la información. De hecho, lo hemos resuelto de manera tal que ahora existe un nuevo problema: ya no es la escasez de información, sino la saturación de la misma”. Por tanto, el desafío ha modificado el esquema: no es tanto la necesidad de producir, como de encontrar lo relevante.

Con el derribo de las utopías políticas frente a cualquier otra forma de gobierno, el capitalismo exacerbado se instala en la mayoría de las nacio-nes y se instaura en todos los rincones del planeta una cultura global, impulsada por el auge de inter-net, la movilidad y las redes sociales, que busca ganar visibilidad en un orbe virtual donde también impera la paradoja: todo individuo conectado tie-ne la oportunidad de producir contenidos y com-partirlos, pero ganar visibilidad dentro de la red es una meta difícil de alcanzar por la avasalladora oferta de contenidos. Ese capitalismo generador de una sociedad de consumo, desde que emerge con la industrialización ha estado ávida de mirar hacia el futuro: no es suficiente situarse en el “aquí y el ahora” derivado de la certeza de que el producto obtenido en el tiempo presente será mejorado en un corto plazo, por tanto, el ansia de experimentar nuevas necesidades adquiridas se vuelve insacia-ble: “Nace un homo consumericus de tercer tipo, una especie de turboconsumidor desatado, móvil y flexible, liberado en buena medida de las antiguas culturas de clase, con gustos y adquisiciones pre-visibles. Del consumidor sometido a las coerciones sociales del standing se ha pasado al hiperconsu-midor al acecho de experiencias emocionales y de mayor bienestar (mieux-être), de calidad de vida y de salud, de marcas y de autenticidad, de inmedia-tez y de comunicación”.2 explica el sociólogo Gilles Lipovetsky al describir a la sociedad de consumo.

Por eso, el libro de Bhaskar es iluminador en muchos sentidos. El autor entiende e interioriza en sus palabras un conocimiento de esa sociedad de consumo; entiende a la perfección la evolución que han tenido los contenidos culturales, en especial escritos, pero también audiovisuales y, por tanto, es capaz de condensar los casos de éxito con la teoría y de ofrecer una dirección en medio de tantos metadatos. Entiende la fisonomía de los creadores, pero tam-bién desmitifica la concepción del genio, y abre una expectativa de orden y selec-ción frente al hartazgo: “Vivimos un mo-mento de inflexión. Por primera vez en la historia, menos es más y esto significa que nuestra idea de los principios econó-micos y la creatividad necesitan evolu-

2� Gilles Lipovetsky, La felicidad paradójica, Barce-lona, Anagrama, 2007, p. 10.

cionar. Los negocios serán los que encabecen este cambio al quitar el candado a las nuevas formas de valor”.

Ahí es donde entra la palabra curaduría. Bhas-kar hace un análisis de casos prácticos donde se utiliza este concepto que engloba mucho más que una selección. Cabe mencionar que el término es empleado en muchas disciplinas en la actualidad, y quizá ese uso indistinto desdibuje su significado intrínseco expuesto minuciosamente en este libro. Al recuperar el significado, entendemos también que curaduría es el vocablo idóneo para definir lo que el autor retrata como uno de los planteamien-tos imperiosos para la supervivencia en el ecosis-tema digital.

La palabra curaduría proviene del latín curare, que significa “cuidar”, además de “curar” y “criar”, explica Bhaskar, sobre todo el sentido de ‘cuidar’ fue claro desde los orígenes de la museografía y las galerías de arte. Entre los siglos xvi y xvii los coleccionistas más acaudalados crearon espacios plagados de objetos diversos: desde instrumentos científicos hasta fragmentos del mundo antiguo. Estas colecciones dieron pie a un trabajo de tiempo completo: “Por ejemplo, Elias Ashmole, fundador del Ashmolean Museum en Oxford, fue un típico renacentista polifacético: científico, viajero y sol-dado que amasó una increíble colección de objetos que permanece en el centro del museo hoy en día. Con el tiempo, estas colecciones crecieron tanto que se volvieron difíciles de organizar, almacenar y cuidar”. La evolución de los museos fue transfor-mando la idea misma de curaduría, pues no sólo se requería de hacerse cargo del material sino de otorgarle sentido: “Más allá de esta definición es-tán los principios suplementarios que yo llamo los ‘efectos de la curaduría’: la refinación, la simplifi-cación, la explicación y la contextualización. Cada uno se acompaña de su propia historia y práctica, al tiempo que explica su poder en un mundo donde hay demasiado. La curaduría combina estos efec-tos en una práctica global”. En el libro, Bhaskar se adentra en esta fascinante crónica que recorre el pasado de los coleccionistas de arte a las grandes compañías que hoy dominan la Pangea virtual.

Los individuos tenemos acceso como nunca antes al conocimiento a través de internet, pero ahondar en el pensamiento requiere más que sólo conexión constante. Vicente Luis Mora, escritor y crítico analiza el futuro de la literatura en el mun-do tecnológico: “La conclusión es que Google es una forma más de acceso al conocimiento, pero no representa el saber en sí. Es un semillero de cul-tura y pensamiento, pero hay que tener un crite-rio propio y forjado con el tiempo”.3 Este criterio del que habla Mora es uno de los principios de la curaduría: para seleccionar, filtrar y simplificar contenidos determinados se requiere la inteligen-cia humana.

Si en La máquina del contenido la obsesión de Bhaskar estaba centrada en la evolución del mun-do editorial: desde los orígenes del libro hasta la desmaterialización en la era digital, retratando el acto de publicar —más allá de poner al alcance de la audiencia un contenido al hacerlo público —,como un mecanismo de mayor complejidad que re-quiere de comprender el entorno y poner filtros, y que responde a un modelo desde Manucio hasta Amazon; en Curaduría el autor se desprende del medio editorial en exclusiva (sin dejar de hablar de él) para tratar de entender un mundo plagado de in-formación y con una ausencia referencial que debe subsanarse con estrategias que direccionen los contenidos, no sólo algoritmos que intenten vatici-nar el siguiente clic del usuario para incentivar el consumo.

Leer a este autor es como viajar en el tiempo: de los grandes coleccionistas a las empresas más importantes del me-dio digital, Bhaskar contextualiza casos de éxito y de fracaso que denotan cómo una curaduría consciente puede hacer la diferencia: “[…] el principal argumento de este libro es que la curaduría puede llegar mucho más profundo; que los pa-trones de selección y arreglo tienen un impacto fundamental en los negocios mundiales; la curaduría cambia la forma en que trabajamos a lo largo de toda la ca-dena de valor”. Pero además, vislumbra un futuro virtual muy prometedor.�•

3� Vicente Luis Mora, El lectoespectador, Barcelona, Seix Barral, 2012, p. 44.

Curaduría: del arte a internetLa abundancia de información en internet y la diversidad de plataformas para usarla, producirla y reproducirla ponen a prueba la capacidad de selección, edición o curaduría. El título aquí reseñado explora las diversas hebras de esta nueva realidad, algunas muy prometedoras para el mundo de la edición.

rocío martínez velázquez

CuraduríaEl poder de la

selección en un mundo de excesos

michael bhaskar

fce, méxico, 2017

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reseña

La verdad y el éxtasisLa obra literaria de Emmanuel CarrèreBreve y sustantiva reseña de la obra de este profundo, descarnado y controvertido escritor francés, homenajeado por la xxxi Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

agustín gendron

de Carrère reside en la manera tan peculiar en la que plantea dichas interrogantes desde el inicio de su trayectoria literaria, misma que arranca en 1982 con la publicación de un extenso ensayo sobre el cineasta alemán Werner Herzog, un creador que, coincidentemente (o no), difumi-na las fronteras entre la ficción y el documental.

A partir de entonces Carrère emprendió una renovación de la idea del relato “basado en hechos reales”. Llenos de momentos de una profunda intimidad, históricamente precisos, cargados de reflexiones filosóficas de altos vuelos pero también de recur-sos narrativos capaces de atrapar al lector desde la primera página, los libros de Carrère —13 publicados a la fecha, traducidos a más de 30 idio-mas— pertenecen a una especie de género híbrido que une el meticuloso trabajo de reportero con la erudición más rigurosa en teología, filosofía y psicología. A través de la innovación formal, presentan la historia per-sonal del autor de una manera tan insólita como atrayente.

Mencioné anteriormente dos pala-bras clave del universo de Carrère: la

Durante los últimos 17 años, Emmanuel Ca-rrère ha escrito con absoluta y brutal franqueza sobre su propia

persona y sobre otros —entre ellos un asesino múltiple, un fascista ruso, sus propios padres y todas las muje-res con las que ha tenido relaciones amorosas—, explorando en cada nue-vo libro soluciones formales origina-les y a menudo deslumbrantes, que le han permitido solventar un problema común a muchos autores: ¿cómo escribir sobre uno mismo y sobre otras personas reales sin convertirse y convertirlas en personajes noveles-cos, y sin reducir el relato a una mera crónica autobiográfica?

La historia entera de la literatura está marcada por la búsqueda de res-puestas a preguntas como ¿por qué nos comportamos como lo hacemos, aun cuando nosotros mismo sembra-mos la semilla de nuestra propia des-gracia? ¿Por qué tomamos decisiones de vida que parecen inclinarse hacia el lado oscuro, cuando no perverso? La enorme originalidad de las obras

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la verdad y el éxtasis . la obra l iteraria de emmanuel carrère

él también padre de dos pequeños hijos, escribiendo sobre un doble fili-cida, Carrère se basó en el clásico de Truman Capote A sangre fría para escribir un libro completamente dis-tinto, uno que consiguiera abordar este atroz crimen desde múltiples puntos de vista y con el que el lector lograra identificarse como lo haría con una novela.

Después de seis años de trabajo y centenares de páginas desechadas, en los que, según el mismo autor, “rondaba esta historia como una hiena su carroña”, Carrère logró destrabar el mecanismo narrativo al contar el relato en primera perso-na. Comprendió que la forma más honesta de abordarlo era indagar en la única “caja negra” que realmente podía descifrar: la suya propia. Un personaje como Jean-Claude Ro-mand será siempre un enigma, pero al contrastar lo ocurrido el día de la matanza en los hogares de las fami-lias Romand y Carrère, el escritor halló la clave para crear una narra-ción inolvidable.

A partir de allí y en sus siguientes obras, Carrère pasó a ser un perso-naje real que presenta las acciones ocurridas a otros personajes reales. Tal esquema literario podría dar lugar al más insoportable narcicis-mo, pero su abundancia de recursos permite a Carrère trasmitir al lector un sentimiento diametralmente opuesto: una humildad omnipresen-te, derivada de no intentar entender las acciones de los otros, sino de intentar fijar de forma altamente imaginativa los límites de dicho en-tendimiento.

La exploración más profunda de Carrère acerca de esta última idea se deriva en gran parte de las vaca-ciones que él, su pareja, su propio hijo y el hijo de ella tomaron en Sri Lanka durante 2004. Una mañana, el escritor les propuso mudarse de la cabaña que ocupaban sobre una coli-na a las casas sobre la playa, pero los demás votaron en contra, por lo que se quedaron en su bungalow en las alturas, desde donde fueron testigos de la furia del colosal tsunami que cobró las vidas de 250 mil personas en cinco países de la región.

El relato de tal experiencia, De vi-das ajenas (2009), detalla la búsque-da del cuerpo de Juliette, una niña de cuatro años desaparecida en el tsunami e integrante de una familia amiga del autor y por otra parte, na-rra la historia de otra Juliette, her-mana de la pareja de Carrère, a quien acaban de diagnosticarle cáncer. A través de dicha dualidad de nombres y destinos, el autor elabora un relato basado en la pérdida: la pérdida de una hija, de una madre, de vidas que el implacable azar parece despeda-zar una y otra vez, pero que termina siendo una profunda reflexión sobre lo que significa la posesión de algo realmente valioso y querido.

Este libro nos recuerda que todos nosotros, de una forma u otra, somos testigos de una catástrofe alguna vez en la vida; es un rol que todos hemos de interpretar, y ante el cual necesi-tamos asideros espirituales o de otra clase. Podría decirse que la obra de Carrère constituye una exploración en torno a este hecho, y así, en el ya mencionado El Reino, emprende una monumental travesía narrativa en busca de tal conexión trascendente con uno mismo y con los otros.

A través de sus más de 600 pági-nas, El Reino es al mismo tiempo un relato sobre la fundación del Cris-tianismo y una crónica de la fase de Carrère como ardiente seguidor de la fe cristiana durante un periodo de

angustia vital, cuando, incapaz de escribir, atrapado en un matrimonio infeliz y aquejado por una constante depresión, acudía diariamente a la iglesia, llenaba docenas de diarios dedicados al análisis de su inter-pretación del Evangelio de san Juan versículo a versículo y rezaba fer-vientemente. Sin embargo, al cabo de cuatro años, sus creencias religiosas se diluyeron.

A través del relato de esta historia dual, Carrère hace un estudio sobre las narraciones escritas del cristia-nismo durante los años posterio-res a la pasión de Jesús, fuentes a menudo contradictorias y llenas de lagunas que el creyente debe llenar. Al intentar dar coherencia a cuatro líneas narrativas acerca de la muerte y resurrección de un hombre que se expresaba en parábolas y que más de dos mil años después es venera-do como Dios por más de dos mil millones de personas, el escritor idea un recuento ficcional de los apósto-les Lucas y Pablo en su periplo como propagadores de la palabra sagrada.

El objetivo de Carrère, además de llenar con su relato imaginario los huecos entre los diversos testimo-nios contenidos en las Escrituras, consiste en tratar de entender cómo es que la manera de contar esta historia ha conseguido cautivar a los seres humanos de tantos y tantos siglos. De esta manera, El Reino es el recuento de la narración del aconte-cimiento más famoso de la humani-dad, así como una indagatoria acerca de la manera en que funciona la na-rrativa y cómo parece no pocas veces empujar los límites entre lo que se ha dicho y lo que puede ser dicho.

Se podría llenar una bibliote-ca entera con libros que ilustran la conversión de un no creyente, empezando por uno de los favori-tos de Carrère, las Confesiones de san Agustín, pero El Reino parece inaugurar (y esto representa un elocuente testimonio sobre la época actual) el género inverso: la ruta que va de la más ferviente devoción hacia la duda. Tal recorrido es habitual-mente metafísico; sin embargo, en las páginas de Carrère se torna también físico, sobre todo en las dedicadas a las andanzas de Lucas y Pablo.

El Reino no es una mera ficción histórica: se siente más como un reportaje que narra la historia de los narradores, buscando entender lo que implica contar una historia tan trascendente. Lo que encuentra, una vez más, es que cada uno de nosotros debe hallar y asumir su propio lugar en ella. La necesidad de comprender nuestro papel en el gran teatro del mundo es la esencia no sólo de este libro, sino de toda la obra de Carrère.

Al igual que en muchos otros libros del autor, El Reino termina con una auténtica revelación. Uno de los aspectos más atractivos del trabajo literario de Carrère consiste en que el efecto de dichas revelaciones se potencia a través de la acumulación de las vivencias que la preceden, y a través de las cuales el lector traza el camino de una vida narrada con honestidad, maestría y sensibilidad.

Es verdad que Carrère escribe, como muchos otros autores, sobre la oscuridad, la tragedia humana, la ruindad, el asesinato, la pena y la pérdida; sobre torturados y tortura-dores, pero va más allá: su verdadero tema no es la maldad, sino el éxtasis; su precaria presencia en nuestras vidas, cómo desaparece y cómo somos a menudo tan insensibles a él; cómo lo anhelamos y lo buscamos sin cesar, y cómo, si somos afortunados, nos alcanza.�•

el hecho de que la madre de Carrère es la más connotada historiadora sobre la Unión Soviética de toda Francia y una presencia constante en la televisión de dicho país, en su calidad de secretaria permanente de la Academia Francesa.

Además de tan descomunales ex-hibiciones de intimidad, la combina-ción de tan heterogéneos elementos es lo que le ha permitido a Carrère escribir un libro memorable tras otro, todos ellos preocupados por el nivel de violencia que de un momento a otro puede irrumpir en nuestras vi-das sin advertencia, pero que son en sí actos de violencia creadora, lo que les confiere su singular carácter.

La carrera literaria de Carrère puede dividirse en dos etapas: la primera dedicada principalmente a la ficción, y la segunda a los hechos reales. Escribió cinco novelas antes de cumplir 40 años, todas ellas en tercera persona, y muchas de las que ahora reniega. La primera de ellas, L’Amie du Jaguar (1983), es una narración semi autobiográfica que da cuenta de su servicio militar en Indo-nesia, donde daba clases de francés a viejas damas chinas y experimen-taba con cuanta droga se ponía a su alcance. La segunda, Bravura (1984), se ubica en el verano de 1816, en el que Mary Shelley creó el mito de Frankenstein.

De su primer periodo, Carrère considera valiosas sólo su tercera no-vela, El bigote (1986) y la quinta, Una semana en la nieve (1995). Ambas son narraciones breves, descarnadas y cargadas de fuerza, cuya tensión se va liberando página tras página hasta llegar a un desenlace pletórico de violencia física y psicológica.

En cuanto a su labor ensayísti-ca, en 1993 publicó Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, una extraña y obsesiva exploración de la vida de Philip K. Dick, el escritor de ciencia ficción objeto de culto, cuyas obras visionarias inspiraron las películas Blade Runner y El vengador del fu-turo (Total Recall), entre otras. Re-cordemos que Dick dedicó su obra a intentar resolver la elusiva pregunta: ¿qué es lo real? Al igual que él, Ca-rrère parece hallarse en su elemento al moverse en lo que Graham Greene llamó “la orilla peligrosa de las co-sas”. A este respecto, los autores más admirados por Carrère son aquéllos que, como Montaigne, afirman ser ellos mismos el tema principal de sus libros, o como Laurence Sterne, el inclasificable creador de Tristram Shandy, quien fundió el arte y la realidad para quebrar las rígidas convenciones literarias de su época.

La segunda etapa de Carrère com-prende cinco libros de narrativa no ficcional, todos ellos en primera per-sona, pero muy diferentes entre sí. El punto de inflexión de su trayectoria literaria es El adversario (1999), cuyo protagonista, un personaje real llamado Jean-Claude Romand, es un ciudadano francés quien por 18 años se hizo pasar como médico y funcio-nario de la Organización Mundial de la Salud. En un último intento por ocultar su impostura, que empeza-ba a descubrirse y que lo obligaba a gastar grandes sumas de dinero, Romand asesinó en 1993 a su esposa, sus dos hijos, sus propios padres y hasta a su perro.

Carrère, horrorizado y fascina-do a la vez por esta historia, aplicó a ella sus dotes como periodista y novelista para elaborar un reportaje sólido y conciso en tercera perso-na sobre el juicio de Romand y el subsiguiente circo mediático que lo rodeó. Inquietado por el hecho de ser

franqueza y la búsqueda. A fin de in-tentar ser fiel a la verdad, este autor inventa con cada nueva obra diversas maneras de abordar la narración en primera persona. Y aunque han existido anteriormente aproxima-ciones literarias a los territorios que colindan con la no ficción, como las de Daniel Defoe, Thomas de Quincey o Hunter S. Thompson, el trabajo de Carrère es diferente y desafía las definiciones simples, incluso la acuñada por él mismo, al referirse a sus más recientes volúmenes como “novelas no ficcionales”.

Lo que vuelve tan únicas sus narraciones es acaso la sensibilidad que las anima, impregnada de una manera de pensar alternativamen-te escéptica y maniática. En sus páginas vemos la disección de los mecanismos con los que opera una mente sofisticada, sagaz y culta, que echa mano de una prosa lírica pero no empalagosa, armada con un impudor absoluto al desnudar interioridades que la mayoría de nosotros nos esmeramos en ocultar. Lo anterior, aunado a una inagotable capacidad generadora de historias y a un instinto por hacer que el lector empatice con sus personajes (aunque en ocasiones no lo consiga en abso-luto) lo han convertido en uno de los escritores más importantes de la Francia contemporánea.

El mismo Carrère afirma que “para escribir un buen libro, tienes que estar convencido de que sola-mente tú puedes escribirlo”, y ha seguido dicha máxima al pie de la letra; así, por ejemplo, en El Reino (2015) realiza al mismo tiempo un recuento de su etapa como cristiano devoto y un relato de ficción cuyos protagonistas son san Pablo y san Lucas, mientras escriben los textos fundamentales de la nueva religión. En Una novela rusa (2007) narra la historia de su abuelo materno, un inmigrante georgiano tan brillante como depresivo, incapaz de integrar-se plenamente a la vida francesa des-pués de la Revolución bolchevique, quien termina por servir como in-térprete del ejército alemán durante la Segunda Guerra mundial antes de desaparecer sin dejar rastro alguno. La madre de Carrère tenía a la sazón 15 años de edad y nunca habló a su hijo acerca de dicha desaparición. El escritor la anima a compartir su historia y la plasma en su libro, pero la intercala con la narración de los pormenores de la filmación de un documental en Rusia.

Por si esto fuera poco, Carrère incluye en este libro la historia de un soldado húngaro veterano de la Segunda Guerra, así como su pro-pio testimonio sobre la turbulenta relación amorosa que mantenía por aquélla época con una mujer a la que Carrère escribe una carta abierta-mente pornográfica, la cual publicó en el periódico Le Monde sin consul-tarle con la intención de darle una sorpresa erótica. El asunto sale te-rriblemente mal y le cuesta al autor, además de su relación, su estabilidad emocional. El recuento que Carrère hace de tal desintegración psíquica es una de las descripciones de la manía más inolvidables de todos los tiempos.

La más que improbable conjunción de tantos y tan diversos elementos da como resultado una impresionan-te red de significados. Una novela rusa termina también con una carta abierta, ésta dirigida a su madre, con la que espera disipar la oscuri-dad que ha envuelto a su familia por tantos años. Lo anterior no tendría mucha importancia si no fuera por

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Puesto que la fotografía ubica de lleno al poeta en el ámbito de las aparien-cias, se advertirá en esta Iconografía el inaudito cambio entre el rostro del joven Gonzalo Rojas y los conocidos rasgos del anciano, coronados por la inconfundible gorra marinera. Pocos se imaginan que el joven poeta, además de una abundante cabellera a la Albert Camus, traicionaba las huellas de las penurias y la pulcritud. No rebasaba el metro con setenta cen-tímetros, pero la delgadez del rostro y del cuerpo le confería más altura de la que tenía. La suya era una delgadez levemente nerviosa, alentada por la angustia existencial de su primer libro, La miseria del hombre (1948), y como si sus lecturas filosóficas asomaran a su cara por las pestañas quemadas de sus ojos miopes. Hacia los sesenta años de vida, su rostro comenzó a redondearse gracias a la relativa comodidad adquirida con la edad madura; sus ojos, a salirse de sus órbitas por exceso de asombro; y sus labios, a abultarse a causa de un hambre que no hallaba saciedad. Cada uno de sus dos hijos heredó una parte de su fisonomía contrastada que divide su vida en un antes y un después. Pero, un antes y un después de quién sabe qué…

En rigor, quizá habría que decir que Gonzalo Rojas no tenía una cata-dura de poeta, toda vez que alguien pudiese definir cuál debiera ser la fisonomía de un poeta. A diferencia de los románticos y bohemios que solemos visualizar cuando oímos la palabra “poeta”, Gonzalo Rojas siem-pre tuvo una facha de funcionario, tradicionalmente trajeado y encor-batado, pese a que desde la juventud rechazó que se le pegara la camisa de Huidobro o fuera estrangulado por la corbata de Neruda. La pulcritud en el vestir era otro de sus sellos distinti-vos, incluso cuando la miseria juvenil lo obligaba a empeñar su abrigo cada dos por tres o a pedir a sus hermanas que le voltearan el cuello desgastado de una camisa que prefería blanca. Más tarde en su vida, al igual que las gorras marineras que adquiría en cada viaje a Alemania, solía comprar las mismas camisas blancas en sus visitas al Corte Inglés de Madrid. A raíz de sus estancias en las Universi-dades de los Estados Unidos, cuando ninguna de las instituciones chile-nas aceptaba contratarlo mientras duró la dictadura, se atrevió a usar camisas oscuras e incluso de colores vivos. Asunto de moda o contagio del desenfado que su poesía ganó en esa etapa de su vida, semestralmente dividida entre Nueva York, Chicago, Pittsburg, Austin, Provo, entre otros altos de Norteamérica. El color rojo —en consonancia con su apellido y la tradición china — se volvió a la larga la estela de fuego que dividía su pecho en dos mitades, a veces en-marcadas por unos tirantes que solía estirar con los pulgares, como quien juega a que nada ni nadie le importa.

¿Por qué a algunos no nos basta la obra de un poeta? ¿Por qué queremos conocer a la persona que hay detrás de esta obra? ¿Por qué anhelamos descubrir la apariencia física de quien nos embelesa con su sensibili-dad y sus palabras? ¿Qué nos aporta descubrir la traza de un poeta? En verdad, no nos ayuda para leer mejor sus versos e intentar interpretarlos, como tampoco una biografía nos revela el misterio de la poesía. Sin embargo, la emoción que nos susci-ta una obra poética puede llegar a despertar un afecto, acaso unilateral e ilusorio, hacia su creador. En este

sentido, la fotografía es “el único medio de contacto carnal con los lectores”, sentenciaba Gisèle Freund, a fortiori cuando el poeta ha abando-nado esta tierra para otra órbita. Es un simulacro de conocimiento y de proximidad.

Uno de los grandes misterios de la Creación —ésta que no sabemos a quién atribuir— es que cada rostro es único. Por supuesto, existen asom-brosos parecidos, pero la multiplici-dad y la diversidad son infinitamente mayores que las excepciones. “Seis mil millones de rostros adornan la tierra, y la cantidad de posibles caras puede superar el número de las partículas del universo”, asegu-ra Daniel McNeill en su estudio El rostro. ¿Será cierto que puede leerse el alma en unos ojos? Aquellos que lo dudan, al menos encontrarán aquí al hombre que fue Gonzalo Rojas. Por supuesto, no se pasaba la vida escribiendo poemas. También leía —y mucho—, enseñaba, organizaba encuentros de escritores, se subía a cada rato a coches, trenes y aviones, se bañaba en el mar, jugaba con sus nietos, dormía la siesta en la cama china, recorría minuciosamente las librerías, daba recitales poéticos en numerosas plazas del planeta, com-praba comida en supermercados, se reía, comía con sus amigos, dialogaba con quien lo acompañara, y siempre, siempre preguntaba por los mismos y sempiternos misterios.

“Nuestra opresiva percepción de la transitoriedad de todo es más aguda desde que las cámaras nos dieron los medios para ‘fijar’ el momento fugitivo”, escribe Susan Sontag en su célebre libro Sobre la fotografía. La relación del arte con el tiempo es, sin duda, un asunto que fascinaba a Gonzalo Rojas. Una fotografía es un instante que nunca se repite y, a la vez, una fantasía de inmortalidad. En corto, una conjunción que evoca la tensión que, en la poesía del chileno, reúne la conciencia de lo fugitivo y el anhelo de perdurar. “No repetición por la repetición”, asegura Gonzalo Rojas en el poema “Numinoso”, y sin embargo, la repetición ha caracteri-zado su peculiar manera de publicar antiguos poemas junto a los inéditos en cada nuevo libro.

Antes que la repetición quizá sea más asombrosa la conciencia del fenóme-no poético que el niño Gonzalo Rojas manifestaba a la muy corta edad de cinco años. En una toma en que apa-rece sentado a un lado de su madre enlutada —él mismo viste de negro y frunce el ceño encarando el obje-tivo—, sostiene una fotografía que ofrece a nuestros ojos como si fuera el testigo de su comprensión del suce-so artístico. “Esto no es una fotogra-fía”, parece querer decir parodiando a Magritte. Claro, es el sentido que ahora atribuiríamos a su gesto y que definiríamos, sesudamente, como una mise en abyme. Pero ¿qué repre-senta la imagen que sostiene en una mano tozuda? Él decía que era un retrato suyo, probablemente sacado por el mismo fotógrafo ambulante de la plaza de Concepción, poco antes de la toma de marras. En todo caso, es una manera clara e inexplicable-mente precoz de significar: el arte es una representación de la realidad o, como más adelante lo afirmará, un fenómeno de traslación.

Si la fe católica lo llevó a revestir la sotana en el Seminario Conciliar de Concepción donde estudiaba la primaria y la secundaria, con la ado-

Pocos se atrevieron a escribir, con pun-tuales e inspira-das palabras, un retrato de Gonzalo Rojas. A falta de un Ramón Gómez

de la Serna —orfebre de semblanzas sin par—, el más logrado se debe al crítico español Gonzalo Sobejano, quien lo redactó a principios de los ochenta del siglo xx, cuando acaba-ba de conocer a su tocayo chileno: “Sesenta y tantos años, estatura mediana, escaso pelo gris o blanco, bigotillo tan ligero que se duda si está o no está sobre sus labios, bondado-sos y algo sensuales. ¿Cierto pareci-do —leve— con el Dámaso Alonso de hacia 1960? No sólo en la fisonomía, sino quizá también en algún asomo de timidez (sin ira), en comprensivos modos de sonreír y en el buen timbre y el buen tono de la voz para leer poesía con una corrección emocio-nante. Gonzalo Rojas llama hermano al amigo, y se adivina que llamaría así a toda persona próxima si pudiera comprobar que ésta no lo extraña-ba. Al hablar se acerca —también levemente—, revelando en este ademán que él, por su gusto, nunca conversaría entre muchos: siempre dialogaría con uno. Cuando se halla entre varios puede quedarse un rato (lo que permiten las buenas maneras) absorto, recordando, sin abandonar un resto de curiosidad observadora. Escribe cartas con frecuencia: para asegurar que él no olvida y para no ser olvidado. Cuando camina, y cuan-do no camina, mira un tanto hacia arriba con ojos enternecidos, des-lumbrados, velados por una lágrima posible”.

En compensación a la es-casez de retratos escritos, los fotográficos abundan, sobre todo en los últimos tramos de la vida de Gon-zalo Rojas cuando la fama internacional lo alcanzó y lo convirtió en un icono de las letras hispánicas. Su gorra marinera no es ajena a la estampa que ha recorri-do el mundo. No la aban-donaba nunca, ni siquiera en las ocasiones solemnes como la entrega del Premio Cervantes, en 2004, aunque tuviera que combinarla con

el frac de rigor. Una temprana calvi-cie lo había obligado a protegerse con toda suerte de sombreros y boinas, hasta que descubrió la gorra marine-ra de raigambre griega, pero de fabri-cación alemana, durante su primer exilio en Rostock a consecuencia del golpe de Estado de 1973. La adoptó como quien sella su fisonomía con una cifra distintiva y definitiva. Las compraba por docenas en Hamburgo, pero prefería llevar la que parecía la menos nueva. Cuando le preguntaban por qué llevaba esa gorra, contes-taba que le servía para no perder la conciencia de sus límites… físicos y poéticos.

La fotógrafa Gisèle Freund, notable retratista de notables escritores, preguntaba con cierta ironía: “Explí-quenme por qué los literatos quieren ser fotografiados como si fueran estrellas, y éstas como si se trata-ra de literatos?” Gonzalo Rojas no era reacio como otros intelectuales a dejarse retratar. Se sometía con relativa paciencia al ritual de los pa-parazzi culturales, pero los retratos posados casi nunca salían bien. Le sentaba mejor la espontaneidad. Por lo demás, los exilios que desmembra-ron la familia en distintos continen-tes, favorecieron el intercambio de fotografías para no perder el ras-tro ni el rostro de los parientes. Y cuando se juntaban en algún país del “transtierro”, nadie olvidaba sacar una cámara para conservar los es-casos momentos de convivencia. Los álbumes familiares se multiplicaron en cada casa y en la de Chillán, la úl-tima morada de Gonzalo Rojas desde su regreso a Chile en 1994, ocupaban

un lugar privilegiado en su biblioteca y sus afectos. Sin embargo, hay que decirlo claramente: Gonzalo Rojas era un pésimo fotógrafo; nadie que él retratara se salvaba de una eventual decapitación, de unos pies fuera de encuadre o de una silueta fuera de foco. Su estilo fotográfico recuerda los abruptos cortes de sus versos, pero el primero se debe a una consuetudinaria torpeza con los aparatos y la tecnología, cuando la segunda, a su maestría poética.

presentación

Yo soy tacto de ojoPresentación del libro Gonzalo Rojas. Iconografía, álbum de las mutaciones físicas y el mundo inmediato de este admirable poeta, “metamorfosis de lo mismo”, como prefería defi nir a sus propios poemas, un regalo para sus devotos lectores.

fabienne bradu

Gonzalo RojasIconografía

fabienne bradu

fce, méxico, 2017

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yo soy tacto de ojo

lescencia y una temprana comezón erótica, Gonzalo Rojas abandonó la vocación religiosa. “Dios. Mis diez años y la iluminación de lo absoluto. Proceso místico intensísimo que hace su crisis, no menos intensísima, a la altura del cuarto año de humani-dades. Larga niñez sagrada, funda-mento de mis visiones. Pero se abre el abismo a mis pies, a mis costados. Estoy solo, en el hoyo absoluto. Recién cumplo quince años y hago un giro total, quemando lo que había adorado y adorando lo que había odiado. Exacerbación sensual más que sensitiva. Ánimo de fuga. Mucho, muchísimo de El artista adolescente de James Joyce.”

La recapitulación no puede ser más clara. Si pierde la fe en el camino a la edad de hombre, en cambio el poeta seguirá atesorando su vida entera el conocimiento de las escritu-ras sagradas: la Biblia, los dos Testa-mentos, los Salmos, el Cantar de los Cantares, los Evangelios y todas las letanías que, de alguna manera, se reencuentran en el ritmo de determi-nados versos. Las vidas de santos y de los místicos inspiran temprana-mente su imaginación y sus ambicio-nes. Quería ser santo; fue poeta.

En abril de 1935, Gonzalo Rojas se embarca hacia el puerto de Iquique, en el norte de Chile, a bordo de la nave Fresia de la Compañía Sudame-ricana de Vapores. Ese mismo año se presenta al concurso de poesía convocado por el periódico La Crítica en ocasión de los Juegos Florales. Es-cribe el poema “Festival” que dedica a Diana Daroch, la reina de la prima-vera y, posiblemente, de su corazón adolescente. “Festival”, de inspira-ción simbolista, gana el concurso y se publica el 1º de noviembre de 1935 en el periódico. El premio consiste en una flor de oro que el poeta vende la misma noche por ciento ochenta pesos para festejar su primer galar-dón literario con sus amigos en algún restaurante del puerto. Pero no tarda en escribir estos otros versos que a la letra rezan: “Flor de oro, dulce gloria transitoria […] todo es peren-ne y duradero: /se va el amor, se va la gloria, pero / permanece su ruta ensangrentada.”

Miramos la vida de Gonzalo Rojas suceder a través de sus retratos. Lo seguimos en cada una de sus eda-des, de sus circunstancias, en sus escenarios y paisajes, a ratos en su intimidad y la mitología de sí que va cimentando. Pero él, ¿cómo nos mira a nosotros? Sus expresiones son cambiantes y van de la cordialidad al hartazgo, de la proximidad a la leja-nía, de la benevolencia a la altivez. En algunas fotografías, creemos leer en sus labios una sonrisa medio burlona como si nos refrendara una de sus sentencias favoritas: “No es para tan-to. Nunca es para tanto”. Parece de-cirnos que no nos dejáramos engañar por este juego de la figuración: “¿A qué mentirnos con la noche moderna de los cinematógrafos, antesalas te-rrestres del sepulcro?” La diversidad de sus expresiones gestuales trae al recuerdo las palabras de José Emilio Pacheco a propósito de su poesía: “Por virtud de su radiante maestría, Rojas puede darse el lujo de ser pro-saico, imprecatorio, irónico, elegía-co, erótico, oracular y cien cosas más sin dejar de ser nunca un gran poeta, aunque no haya cumplido el requisito para ser considerado como tal: estar muerto”.

En algunos retratos, el poeta se antoja cercado por una soledad que

quisiéramos redimir como quien pretende ayudar al prójimo a morir menos solo. La fotografía lo aísla en un espacio del que ya le es imposible escapar. Se antoja que le falta aire, bullicio, movimiento, compañía y, sobre todo, a nosotros, nos falta la voz por la que siempre regresa la presencia querida.

En el poema titulado “Instantánea”, Gonzalo Rojas juega a la “traslación de un sentido a otro”, y según una poética sinestesia, declara: “soy tacto de ojo”. El título del poema invitaría a pensar que privilegia la imagen —el ver y el transver— sobre los demás sentidos. Pero la “Instantánea” alude más bien al tiempo y a los desvelos del poeta por cautivar los instantes que encierran las verdaderas reve-laciones: las epifanías de la vida y de la poesía. “¡Es el tiempo, es el tiempo que pasa y no pasa, lo remoto del ins-tante que sigue ahí intacto, lo invul-nerable!”, exclama en otra ocasión. Es el instante del amor, del absoluto, de la asfixia que nace y se extingue en cada beso, en cada abrazo, en cada “fornicio”, y es tan efímero como el relámpago en la noche del éter.

Gonzalo Rojas es un campeón del ritmo en la poesía hispanoamerica-na contemporánea. El ritmo anima el latido de sus versos, la diástole y la sístole de su respiro, el encadena-miento y el encabalgamiento de sus palabras, y no favorece una acinesia del poema. Antes bien, parpadea en la página, se adelanta, retrocede, se apesadumbra o se adelgaza, se interrumpe y oscila en un vaivén entre la oscuridad y la luz; a ratos el sentido se oculta, se vuelve críptico, bisémico o movedizo. A causa de este incesante ritmo, ondulante o zigzagueante, un poema de Gonzalo Rojas difícilmente acepta la fijación que opera la fotografía. Si existe una correspondencia, ésta ha de buscar-se en la cinematografía que, por lo general, liga las imágenes entre sí en función de un determinado ritmo.

En los muchos estudios que tuvo a lo largo de su vida, Gonzalo Rojas conservaba a su alrededor, colgados de las paredes o reposando sobre el escritorio, más o menos los mismos retratos de escritores: César Valle-jo, Vicente Huidobro, Rubén Darío, Charles Baudelaire y, en los tiempos de Valparaíso, un dibujo de cuerpo entero de Miguel de Cervantes, reali-zado por el pintor Carlos Hermosilla. Alternadamente, también lo acompa-ñaron Paul Valéry, Ezra Pound, An-dré Breton, Dylan Thomas, Arthur Rimbaud y Franz Kafka. Eran sus presencias tutelares, sobre las que escribió ensayos preclaros, en los que pueden leerse vicarios autorretratos poéticos. No le interesaba tanto la calidad de la fotografía como la pro-tección que, de alguna manera, estos escritores le brindaban. Tan no le importaba la calidad del retrato que algunas veces enmarcaba la fotoco-pia de una fotografía. En la biblioteca de Chillán los volúmenes coexistían con retratos familiares, uno que otro retrato del Che Guevara o de Octavio Paz, y con carteles de las “Folies Ber-gères”, en los que Joséphine Baker meneaba su faldita de bananas. Una rubia monumental y desnuda que él solía llamar su “bibliotecaria”, viaja-ba, según el humor del poeta, entre la biblioteca y el palafito que construyó al final de su vida.

Cada vez que llegaba a un nuevo país en sus incontables mudanzas y exilios, Gonzalo Rojas compraba

hace vidente por un largo, prolijo y razonado desarreglo de todos sus sentidos, dice Rimbaud. La verdad es que en mí ha funcionado este ejerci-cio vaticinante —de ahí el término de vate o ‘el que ve’—, la cuerda de la videncia, que son tan próximas, además. La videncia comporta una jerarquía mayor, estéticamente ha-blando, pero también el vaticinio tie-ne lo suyo.” “¿Quién dijo videncia?” pregunta el poeta en otro poema. Una ilustración podría vislumbrarse en una fotografía en que el niño Gonza-lo, arrodillado frente a una gitana de circunstancia, ofrece su mano a la lectura del destino. Pero no se trata sino de disfraces y simulacros. En cambio, Gonzalo Rojas nunca renegó de esta dimensión, entre mágica y supersticiosa, de la realidad psíqui-ca. Hasta llegó a consultar videntes en varias ocasiones decisivas de su vida. Dejó testimonio de semejante creencia en el poema “Poeitomancia”: “—Abra bien la izquierda, estire el pulgar hacia fuera; todo/ está escrito por el cuchillo…” Lo más inaudito es que el poema concluye con la viden-cia de su propia muerte: “… aquí está el derrame,/ cierre esa mano de loco, cerebral”.

En los pasaportes de Gonzalo Rojas —esos tan oficiales y supuestamente confiables papeles de identidad— los datos varían o llegan a ser franca-mente erróneos. A comenzar por su fecha de nacimiento: Gonzalo Mario Rojas Pizarro nace el 20 de diciem-bre de 1916 a las 2:40 de la mañana, pero una barrabasada burocrática lo hace nacer en el año 1917, porque sus padres lo inscriben en el registro civil el 16 de enero 1917 y el empleado confunde los dos años. Alguna vez, ya de adulto, Gonzalo Rojas quiso corregir el error, pero en vano. No le disgustaba desfalcarle un año a la muerte y también coincidir con la Revolución rusa para marcar su decisiva entrada en este mundo. Otro error burocrático lo hizo pasar por bígamo porque la declaración de divorcio con María MacKenzie no se había enviado oportunamente a Santiago. Pero otro más se debió a su sola voluntad: en uno de los pasa-portes se declara “médico” como si el oficio mayor de poeta consistiera en curar las almas de los mortales. El Fremdenpass que le otorga la Re-pública Democrática Alemana, junto con el asilo y una cátedra de Herr Professor en Rostock, remedia provi-sionalmente la ausencia de “señales de identidad” que padecía desde que la junta militar chilena lo había des-pojado de su pasaporte, de su nom-bramiento de embajador de Chile en Cuba y de su plaza de profesor en la Universidad de Concepción. “Porque no estoy para nadie me echaron./ De la república asesinada y de la otra me echaron./ De las antologías me echaron./ De las décadas salobres me echaron. De lo que no pudieron/ es del aire.”

Y para terminar, dejemos que el poeta inconcluso que se preciaba de ser Gonzalo Rojas, concluya con sus propias palabras: “… amarremos bien las cosas: atemos en un solo haz a ese nadie que tanto me fascina con el callamiento del alumbrado que habré aprendido a ser con los sufíes o con los mineros ignaros; y, sobre todo, atemos todo eso al encantamiento del amor, sin el cual no anda el mundo: que es acaso la única utopía que nos queda”.�•

un mapa del mundo para averiguar si aparecía Lebu, su pueblo natal: apenas una cabeza de alfiler sobre la línea del Golfo de Arauco, en el sur de Chile. Si no se leía el topónimo, sin más tiraba el mapa a la basura. Lebu, que en lengua mapuche signifi-ca “torrente hondo”, era mucho más que su tierra nativa: era el origen del Mundo, así con mayúscula, como solía escribirlo. “Lebu es el viento”, aseguró Gonzalo Rojas en una oca-sión, una realidad que no se percibe en las vistas antiguas del puerto. La otra fidelidad que nunca traicionó en su vida, además y después de la poesía, era hacia su pueblo natal, a donde regresaba cada vez que podía. Lebu le dio el nacimiento y la muerte, pero, sobre todo, “[le] enseñó a ser genuino y auténtico, y a ser estricto. Y a mirar”. A modo de homenaje, llegó a escribir: “Todo se llama Lebu en mí, mi nariz de respirar, mi seso cada día más esquizo, mi tobillo derecho tormentoso, la tormenta que soy, el tartamudo que no tiene arreglo”.

En la plaza central de Lebu, en los primeros años del siglo xx, había cuatro cañones bautizados el Relám-pago, el Furioso, el Rayo y el Marte, que los hermanos Rojas Pizarro solían montar como si fuesen niños artilleros de la Guerra del Pacífico. Gonzalo corría más veloz que Jacinto y Juan para cabalgar el Relámpago. En 1929, el Relámpago y el Furio-so se donaron a David Hermosilla Guerra, hijo ilustre de Lebu y recién nombrado ministro del Interior, quien los instaló en el patio de honor del Palacio de la Moneda en Santia-go. Las veces en que Gonzalo Rojas visitó al presidente Salvador Allende en la Moneda, no dejaba de mirar el Relámpago y, de reojo, acechaba su infancia. Hasta que la edad se lo permitió, se retrataba montando un cañón de Lebu, aunque ya no fuese el Relámpago. La última fotografía lo muestra de pie, acariciando el lomo del cañón calentado por el sol de Lebu que “es la única semilla”.

“Al fondo de todo esto duerme un caballo” es el título de un poema de Gonzalo Rojas y de la primera tra-ducción al alemán de una antología suya. El caballo es, sin duda, el ani-mal totémico del poeta desde que su padre, antes de morir, le regaló un potro colorado que pastaba frente al mar. Cuando muere Juan Antonio Rojas, el niño Gonzalo apenas roza los cinco años y no se da muy bien cuenta de la desaparición definitiva del padre. Toma conciencia de ella cuando, poco después, le roban su caballo y resiente la pérdida como una mutilación. “Cada vez que pasa-ba frente al caballo me sentía bien, porque era como su presencia, como una reencarnación del padre en ese animal.” El “esto” del título del poema alude a la última frase que su madre, Celia Pizarro, le susurra en el oído antes de fallecer: “¡Qué divertido es todo esto!” El “esto”, ¿se refería al juego de vivir o al acto de morir? Lo cierto es que en este verso, “Al fondo de todo esto duerme un caballo”, Gonzalo Rojas reúne a su padre y a su madre gracias a la ma-gia de las sílabas. “No importa/ que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,/ que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,/ porque tú y ella estáis mul-tiplicados”, le asegura al “inmortal minero” en el poema “Carbón”.

“De repente asocio los términos premonición y videncia. El poeta se

noviembre de 2017 la gaceta 17

fil 2017

Escribo esto ocho meses después de la elección de Do-nald Trump y seis meses después de que asumió el cargo. No está

claro lo que conllevará su mandato (parte de ello depende de si lo finali-za o no); pero no hay duda de que su elección supone una profunda con-moción para la vida estadunidense. Si bien es cierto que en los Estados Unidos la política siempre ha sido un deporte de contacto, la presidencia de Trump no tiene precedentes en muchos aspectos. Basta presenciar cómo lanza invectivas e insultos como rayos a sus oponentes, deme-

rita en público a jueces y miembros de su gobierno mientras trata de so-meter, fusiona el lucro personal con asuntos de Estado a una escala mo-numental y muestra una indiferen-cia tal respecto de las tradiciones de la república estadunidense que en su discurso inaugural ni siquiera mencionó los documentos sagrados para casi todos los estadunidenses: la Declaración de Independencia y la Constitución. En el ámbito interna-cional, Trump ha sido una fuerza no menos inquietante que amenaza con revertir décadas de compromiso estadunidense con el libre comercio, la cooperación internacional y la defensa regional, para remplazarlas con un régimen de proteccionismo,

to, pudiera ser un candidato serio a la presidencia de los Estados Unidos. Sin embargo, el deterioro de la democracia estadunidense en estos últimos treinta años relatado en el último capítulo de Libertad y coacción puede ayudarnos a enten-der cómo pudo surgir una figura como Donald Trump. Durante este tiempo, sostengo, el Partido Repu-blicano se enfureció tanto con la brecha entre su influencia ideoló-gica (que era grande) y su habilidad para doblegar al gobierno a su gusto (que era limitada), que sus miem-bros dieron cada vez más rienda suelta a un desprecio corrosivo por el gobierno en sí mismo. El desdén que mostraron ante los funciona-

unilateralismo y beligerancia. Desde hace tiempo Trump ha tenido en la mira a México y, desde luego, a los migrantes mexicanos en los Estados Unidos; ha amenazado en repetidas ocasiones con romper el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y construir un muro infran-queable para detener la “invasión mexicana”.

Cuando terminaba Libertad y coacción en 2015, prácticamente nadie (y me incluyo) imaginaba que la estrella de El aprendiz y de la World Wrestling Entertainment, un promotor de bienes raíces con un pasado problemático que nunca había ocupado un cargo guberna-mental por elección o nombramien-

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scribo esto ocho meses después de la elección de Do-nald Trump y seis meses despuésde que asumióel cargo. No está

claro lo que conllevará su mandato (parte de ello depende de si lo finali-za o no); pero no hay duda de que su elección supone una profunda con-moción para la vida estadunidense.Si bien es cierto que en los Estados U id l lí i i h id

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to, pudiera ser un candidato serio a la presidencia de los Estados Unidos. Sin embargo, el deterioro de la democracia estadunidense enestos últimos treinta años relatado en el último capítulo de Libertad y coacción puede ayudarnos a enten-der cómo pudo surgir una figuracomo Donald Trump. Durante estetiempo, sostengo, el Partido Repu-blicano se enfureció tanto con labrecha entre su influencia ideoló-gica (que era grande) y su habilidad

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unilateralismo y beligerancia. Desde hace tiempo Trump ha tenido en lamira a México y, desde luego, a los migrantes mexicanos en los Estados Unidos; ha amenazado en repetidas ocasiones con romper el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y construir un muro infran-queable para detener la “invasiónmexicana”.

Cuando terminaba Libertad y coacción en 2015, prácticamente nadie (y me incluyo) imaginaba que l ll d El di d l

prefacio

Libertad y coacción

El ascenso de Donald Trump y su embestida contra el gobierno que él mismo preside exhiben la tensión

fundamental de la historia política de Estados Unidos: el liberalismo lockeano

federal versus la realidad mucho más coercitiva de cualquier estado de la

Unión. Presentamos el prefacio del autor a la edición del fce.

gary gertsle

18 la gaceta noviembre de 2017

l ibertad y coacción. la paradoja del gobierno estadunidense

rios públicos, desde los presidentes Bill Clinton y Barack Obama hasta el servidor público más ordinario, fue tan pronunciado que entre las filas republicanas se volvió admi-sible considerar al gobierno federal entero, en términos que Trump más tarde promovería, como un pantano que debía drenarse. Tómese la dicha con la que el activista conservador Grover Norquist hablaba de “aho-gar” al gobierno federal en una tina, o la actitud arrogante del Partido Republicano con respecto a suspen-der el gobierno federal, medida que tomó tres veces a fines del siglo xx e inicios del siglo xxi. A comienzos de la campaña presidencial de 2016, el lenguaje incendiario que Trump usaba con un efecto tan devastador para castigar a sus oponentes y con-centrar a sus seguidores ya formaba parte del repertorio del Partido Republicano desde hacía más de veinte años. La imprudencia retó-rica y táctica del partido durante esta época allanó el terreno para la propia imprudencia de Trump, y la sancionó.

Ahora bien, si una parte de la campaña de Trump para la presi-dencia fue la culminación de un esti-lo de politiquería republicana que se venía gestando desde hacía tiempo, otra parte fue una crítica feroz a las doctrinas del Partido Republicano. Como candidato, sus políticas eran claramente populistas. Trump se presentaba como quien se levanta en nombre del débil (como el minero de Virginia Occidental) contra una perversa alianza de élites políticas y económicas en Washington. Las posturas fundamentales que Trump articuló durante su campaña —proteccionismo para la industria y los trabajadores estadunidenses, restricción de la inmigración, pres-taciones sociales generosas para los estadunidenses correctos (es decir, estadunidenses blancos)— rompie-ron con las ortodoxias republicanas neoliberales que insistían en el libre movimiento del capital y del trabajo a lo largo de las fronteras naciona-les, privilegiar la acumulación de capital por encima de los derechos laborales, la eliminación de la pre-visión social y la reducción drástica del Estado regulatorio. Haríamos bien en recordar que gran parte del comentario político en sí durante la campaña presidencial se centraba en cómo Trump estaba destrozando al Partido Republicano. Constante-mente se manifestaba en desacuerdo con buena parte de los líderes del partido.

Desde la elección, Trump y los congresistas republicanos han tra-bajado muy duro para disimular sus diferencias, y tienen buenos motivos para hacerlo. Con el control de la presidencia y ambas cámaras del Congreso, y con una mayoría en la Suprema Corte, el Partido Republi-cano tiene la oportunidad de poner en marcha el programa político conservador de mayor alcance en generaciones. Sin embargo, el potencial del éxito republicano no debe oscurecer cuán serio ha sido el desafío ideológico de Trump para el republicanismo moderno. Puede que un día los historiadores consideren el “trumpismo” como el momento en el que las doctrinas anticuadas de hace más de cuarenta años del Partido Republicano sobre el libre comercio, la desregulación de la economía y un gobierno pequeño perdieron su poder sobre el imagi-nario estadunidense.

Parte de la hostilidad republicana respecto del gobierno se basa en la

convicción de que el control estatal central de la economía no funciona. Los conservadores en los Estados Unidos consideran que la regulación de la industria y los altos impuestos retrasan la inversión y el crecimien-to económico. Desde hace tiem-po, los republicanos han querido liberar a la economía de la camisa de fuerza que representa el “gran gobierno” y dejar que el mercado haga maravillas.

El caso de los republicanos en contra del gobierno se basa asimis-mo en su lectura de la Constitución de los Estados Unidos. Los republi-canos han argumentado que quienes elaboraron la Constitución en 1789 tenían la intención de que el Esta-do se mantuviera pequeño, con sus poderes fragmentados y su juris-dicción sobre asuntos económicos limitada. Por ello, el problema del “gran gobierno” en el siglo xx no fue sólo que no funcionara, sino que además, en opinión de los repu-blicanos, era constitucionalmente ilegítimo. Durante dos generacio-nes, los republicanos han definido la misión de su partido como restaurar la república a su forma original, con el argumento de que sólo así florece-ría la libertad individual, la virtud más preciada del sistema político estadunidense.

Los demócratas, en contraste, han creído desde hace mucho que un aparato regulatorio extenso es un mecanismo de gobierno indispen-sable en cualquier Estado moderno. Los presidentes y congresos de-mócratas en general han visto de manera más favorable que los repu-blicanos el aumentar el tamaño del Estado central, y en varias ocasio-nes alegaron que era necesario ex-pandir la autoridad de éste para res-catar al capitalismo estadunidense de la Gran Depresión, para remediar las desigualdades que surgían de las divisiones raciales del país y para luchar contra el comunismo en una Guerra Fría global. Los demócratas se acercaron a la Constitución con un espíritu práctico: este documento del siglo xviii sólo podría volverse relevante para los retos de gestión pública en los siglos xx y xxi si sus cláusulas se interpretaban de mane-ra abierta y creativa.

La ferocidad de la división entre republicanos y demócratas sobre el papel adecuado del gobierno ha confundido a muchos observadores extranjeros. La división esclarece lo que está en juego en la lucha por el Obamacare (Ley de Salud Cos-teable), con los demócratas, por un lado, que creen que mantener un sistema nacional de seguros de salud es una medida de la dignidad de una sociedad, y los republicanos que afirman con igual convicción que el poder de coacción, que se ma-terializa en un sistema tal, destruye la libertad individual y traiciona la herencia política del país. Durante el mandato de Obama, las amargas discusiones sobre el papel apropia-do del gobierno se extendieron más allá de la salud hasta prácticamente todos los aspectos de la legislación. Cada vez más, los miembros más recalcitrantes del Partido Republi-cano se dieron a la tarea de inmo-vilizar al Congreso. Si no podían reducir el tamaño del gobierno central a un nivel suficientemente ínfimo, al menos lo despojarían de su habilidad para gobernar. En ninguna otra democracia madura un partido político convencional había dado cuenta de una hostilidad tal ante la institución —el gobier-no— que le da razón de existir y

en la cual está tan profundamente embebido.

Para 2016, los desgastes que había generado la hostilidad del Partido Republicano al gobierno habían desestabilizado la política estadu-nidense, con lo que dieron entrada a un externo como Trump, un hombre cuya ignorancia misma de la Cons-titución e indiferencia a su tras-cendencia histórica le permitieron tomar medidas no convencionales, incluso radicales, para romper con la parálisis del Congreso y “hacer a Estados Unidos grande otra vez”. Los peligros del trumpismo no podrán refrenarse a menos que —y hasta que— los dos partidos polí-ticos logren llegar a algún tipo de acuerdo sobre el uso legítimo del gobierno y ofrezcan al Congreso, de nuevo, un cuerpo legislativo que funcione. Las raíces de la crisis contemporánea son largas y están enmarañadas. Libertad y coacción las examina a profundidad al expli-car por qué se ha vuelto tan difícil para los Estados Unidos dejar atrás la presente encrucijada y ofrece una explicación para el ascenso espec-tacular de Trump.

Puede parecer que el énfasis de Libertad y coacción en la impor-tancia histórica de la Constitución de 1789 de este país refuerza una manera norteamericana común de distinguir la historia de los Estados Unidos de la de otros países en el hemisferio. En este marco inter-pretativo, los Estados Unidos son retratados como excepcionales en el continente americano, como el único país que ha roto de forma limpia con su ancestro imperial y ha adoptado por completo el sistema de gobierno de una república con énfasis en la soberanía popular, las instituciones representativas y el Estado de dere-cho. Desde este punto de vista, las aspiraciones republicanas no eran más débiles en América Latina, ya que, al igual que los Estados Unidos, muchos de sus países surgieron de hervideros de revolución y guerras de independencia. Sin embargo, insertar estas aspiraciones en instituciones duraderas de gobierno republicano, se pensaba, fue un pro-ceso mucho más arduo en América Latina que en los Estados Unidos, que nunca descartaron su Consti-tución, nunca pasaron por alto una elección, y tuvieron una sola guerra civil. Mientras tanto, a las guerras de independencia de inicios del siglo xix en América Latina sobrevino casi un siglo de conmoción: múl-tiples guerras civiles, gobiernos republicanos derrocados por empe-radores y dictadores, constituciones destruidas y remplazadas.

Algunos analistas han relaciona-do el éxito político “excepcional” de los Estados Unidos con la relativa superioridad de su ancestro impe-rial, Gran Bretaña, frente a España. Desde esta perspectiva, los ideales republicanos habían avanzado más en la Gran Bretaña del siglo xviii que en España, lo que estimulaba a la primera a limitar el poder de su mo-narca más que la segunda. Y aunque Gran Bretaña no pretendía que sus colonias fueran libres y se gober-naran a sí mismas, delegó poderes esenciales a las asambleas que se habían establecido en cada una de las trece colonias norte-americanas. Estas asam-bleas permitieron a los criollos que formaban par-

te de ellas imaginar un futuro para su colonia como una entidad autó-noma, independiente del imperio que le había dado vida. Finalmente, entretanto, estos criollos adquirían experiencia como miembros de ins-tituciones representativas. Estaban aprendiendo a gobernar.

En esta representación excep-cionalista de los Estados Unidos en la historia hemisférica, las raíces más profundas de las instituciones representativas en las colonias británicas también permitieron a las colonias separarse sanamente de Gran Bretaña. En cambio, se pensaba que las colonias españolas eran incapaces de una separación igual de decisiva. España, según esta explicación, sobrevivió en las nuevas naciones como un Antiguo Régimen, un orden anterior que cruzó la división entre colonial e independiente. Las manifestaciones de su supervivencia se encontrarían en una nostalgia por la monarquía (o gobierno de un solo hombre), en el vínculo oficial entre la Iglesia y el Estado, en una pronunciada jerarquía social que concentraba un poder político desmedido en élites de terratenientes.

Alexis de Tocqueville, el gran analista de la Revolución francesa y la democracia en América, hizo que el concepto de Antiguo Régimen cobrara importancia para el análisis de los Estados posrevolucionarios y poscoloniales. Los órdenes antiguos, según Tocqueville, podrían sobre-vivir incluso a rupturas revolucio-narias, a menudo de maneras que en un principio eran invisibles para los contemporáneos. Estas super-vivencias habían caracterizado a la Francia revolucionaria, afirmaba Tocqueville. Si hubiese estudiado la América Latina poscolonial, segu-ramente la habría identificado ahí también. No obstante, Tocqueville creía que con los Estados Unidos ha-bía encontrado una sociedad en gran medida libre del Antiguo Régimen. La sociedad estadunidense tenía sus problemas, desde luego, pero éstos no eran antiguos, y surgían de las circunstancias democráticas del país y no de una herencia británica problemática.1

En Libertad y coacción, difiero del tratamiento excepcionalista que Tocqueville le da a los Estados Uni-dos y argumento que esta nueva na-ción también tenía que luchar contra un Antiguo Régimen. Ese régimen apareció en un lugar inesperado, no en el gobierno central, sino en los estados. A inicios del siglo xix, los juristas estadunidenses localiza-ban en las legislaturas estatales un poder, llamado el poder de control, que era casi tan amplio como el que alguna vez había sido inherente a la Corona británica. Este poder confirió una amplia autoridad a las legislaturas de Massachusetts, Nue-

va York, Virginia y otros estados para velar por el bienestar de la población. Se esperaba, por supues-to, que estas legislaturas respondieran a la volun-tad popular y que, de esa manera, hicieran al pueblo soberano.�•

1� Alexis de Tocqueville, El Anti-guo Régimen y la Revolución, trad. de Jorge Ferreiro, fce, México, 2006; Alexis de Tocqueville, La democracia en América, trad. de Luis R. Cuéllar, fce, México, 1957.

Libertad y coacción

La paradoja del gobierno

estadunidense desde su fundación

hasta el presente

gary gerstle

fce, méxico, 2017

noviembre de 2017 la gaceta 19

fil 2017

gentina; los hijos de algunos de ellos serían amigos queridos y a través de sus experiencias aprendería a mirar América Latina y, de alguna manera, reviviría el exilio de mis padres y actualizaría el agravio.

No sé qué más habría sido nece-sario, pero después de asistir con mi padre al cierre de la campaña presidencial del líder ferrocarrilero Valentín Campa en la Arena Mé-xico decidí ingresar al pcm. En las oficinas del comité central conocí al compañero Luciano López, quien me puso en el camino de las Briga-das Juveniles Comunistas –especie de propedéutico para los futuros militantes, tutelado de cerca por los compañeros del pcm y sin la fuerza y la autonomía que había ejercido la disuelta Juventud Comunista–. Mis queridos compañeros de aquél viaje juvenil eran, entre otros, Christo-pher Domínguez, Rodrigo Molina, Gabriela Noyola, Martín Rincón –hijo de Gilberto Rincón Gallardo–, Héctor Orestes Aguilar, Cristina Ortega Kanoussi, Gabriel Orozco, Manolo y Alejandro Soler, Benito Taibo y Roberto Zamarripa. Esta pequeña colectividad no vivió los tiempos heroicos de la clandestinidad, pero recibió una formación importante para su futura vida pública, porque el PCM conquistó muy pronto su regis-tro legal y en 1979 se convertía en la tercera fuerza política del país.

Poco después de su participación en el proceso electoral que la refor-ma política de Jesús Reyes Heroles hizo posible, el pcm nos concedió a los jóvenes que integrábamos las brigadas el ingreso a sus filas. Para entonces el pcm se proponía abier-tamente la creación de una organi-zación de masas que no hablaba en absoluto de “violencia revolucio-naria” y sí de derechos políticos. Aquel pc necesitaba brazos jóvenes, y aunque guardaba todavía algunas formas mínimas que recordaban su antiguo cordón umbilical con la urss, la dirección del partido y la mayoría de sus militantes fuimos adoptando el lenguaje democrático de la época.

Repensar el papel de los comunis-tas a principios de los ochenta obli-gaba forzosamente a volver los ojos hacia lo que entonces se llamaba “so-cialismo realmente existente”, donde era posible observar demasiadas similitudes con el sistema político

mexicano; la crítica del comunismo soviético era un ejercicio corriente en muchos sectores intelectuales de México y el mundo, lo que ade-más permitía destacar la evolución de nuevas realidades sociales: las luchas de las mujeres y el feminismo, la emergencia de diversas culturas juveniles, el ecologismo, las deman-das de la comunidad homosexual, la teología de la liberación y los movi-mientos indígenas, campesinos y sin-dicalistas. El Machete, dirigido por Roger Bartra, fue fundamental en ese escenario: abrió el debate sobre el socialismo y actualizó la agenda social de la izquierda.

¿Era preciso desmontar entre nosotros el mito de la Revolución de Octubre? ¿Era necesario ese ejer-cicio intelectual y político? Aunque se escucharon voces en contra, este proceso se desencadenó al interior del pcm y fue dirigido por los más importantes líderes comunistas de la época, con Arnoldo Martínez Ver-dugo y Gilberto Rincón Gallardo a la cabeza, con Valentín Campa como referente moral por su condición proletaria y su oposición al estalinis-mo, y por gente más joven como el antropólogo Roger Bartra, el perio-dista Humberto Musacchio, el poeta, dramaturgo, católico, homosexual y comunista, José Ramón Enríquez, o los jóvenes escritores y periodistas Christopher Domínguez y Roberto Zamarripa.

Entender la verdadera naturaleza de los regímenes comunistas y el encuentro con la diversidad social, cultural y política de México, que la nueva legalidad y los procesos elec-torales propiciaban, obligó al pcm a abandonar sus propios dogmas y a buscar la integración de un proyecto más amplio e incluyente. Ese pro-ceso llevó a los comunistas, y a los jóvenes que pretendíamos serlo, a poner sobre la mesa la agenda de los derechos de las minorías y a partici-par en la evolución de una izquierda que renunciaba a la lógica bipolar de la Guerra Fría e iniciaba un camino, complejo y contradictorio, hacia una organización que se proponía una revolución democrática más que otra de tipo socialista.

En nombre de la unidad y a favor de cierta practicidad, la renovación de las ideas socialistas iniciada por el pc no fue retomada en la nueva organización que surgió del proceso de unificación, el Partido Socialista Unificado de México (psum), donde se privilegiaron los trabajos de cons-trucción territorial y las estrategias electorales sobre las reflexiones ideológicas que animaron los últi-mos congresos de los comunistas. Entre las bajas lamentables de aquel momento destaca la desaparición de El Machete, cuyo desenfado crítico molestaba a los neoestalinistas y a otros camaradas no menos proclives a la solemnidad y la intolerancia. Con la creación del psum la izquierda construyó un partido más robusto y avanzó en la consolidación de una al-ternativa electoral de izquierda, pero aquel proceso crítico de finales de los setenta, que buscaba el desarrollo de un pensamiento propio y original del socialismo mexicano, fue marginado de la vida partidista, por lo que debió buscar otras formas de expresión, fundamentalmente en la academia y la cultura.

Pronto vino un nuevo impulso unitario que se materializó en la fusión del psum y el pmt: así nació el Partido Mexicano Socialista. Ese proceso significó la primera etapa de integración del socialismo mexicano con el nacionalismo de izquierdas. El

Ingresé al Partido Comu-nista Mexicano (pcm) con quince años. Corría 1977, era hijo y nieto de refugiados españoles y en la familia era común escuchar historias de la

Guerra Civil; odiábamos a Francisco Franco y la casa se oscurecía cuando se evocaban sus crímenes. Mi abuelo paterno, muerto en el año 67, había sido un destacado periodista del Partido Socialista Obrero Español y vocero de la República durante el go-bierno de Juan Negrín, pero su hijo, es decir mi padre, mi abuelo materno y el hermano de mi madre, militaban en el Partido Comunista de España (pce). En aquellos años los camara-das recibían con sabor agridulce las noticias que llegaban “del interior” tras la muerte de Franco: la pesadilla llegaba a su fin pero con ella se esfu-maban los sueños alimentados en dé-cadas de resistencia: una revolución capaz de reinstaurar la República sacrificada y de dotarla, además, de un carácter socialista.

“¿Dictadura? Ni la del proletaria-do”, había dicho Santiago Carrillo, el líder de los comunistas españoles, y aquí, en el “exterior”, los comunistas trasterrados habían dejado de cecear y comían tortillas y chile, tenían hijos mexicanos y ellos mismos eran, cada día más, también mexicanos.

Mi madre —dibujante, grabadora y pintora, que había colaborado con Diego Rivera y pertenecido al Taller de Gráfica Popular— decía que en 1968 se había hecho definitivamente mexicana. Aunque era la única de la familia que ceceaba con énfasis cas-tellano, tenía su comunismo inverti-do en esta tierra, en particular en el Taller 5 de Autogobierno, una ínsula de Barataria del espíritu del 68 en-clavada en la Facultad de Arquitec-tura de la unam, y donde María Luisa Martín ejercía de maestra de dibujo.

En mis recuerdos adolescentes quedó grabado el 2 de octubre, el coraje y el duelo en la casa, la foto del niño muerto con un balazo en el pe-cho en la revista ¿Por qué? También los días en que Franco mandó ejecu-tar a sus últimas víctimas mientras en México esperábamos, pegados a la radio, que aquellas sentencias de muerte no se consumaran.

Entre el 73 y el 76 llegaron los exiliados de Chile, Uruguay y Ar-

fenómeno se acelerará en un segundo tiempo con la irrupción de la Co-rriente Democrática del pri, la can-didatura a la presidencia de Cuauhté-moc Cárdenas, la creación del Frente Democrático Nacional y del Partido de la Revolución Democrática (prd).

La unidad de múltiples expresio-nes de izquierda en 1988 en torno a la figura del ingeniero Cárdenas libera al socialismo mexicano de su vínculo mítico con la Revolución de Octubre; a partir de ese momento nuestra izquierda se ancla, para bien y para mal, en los mares nacionales del liberalismo juarista y el cardenismo revolucionario; cuando en 1989 cae el muro de Berlín ya casi nadie enarbo-laba en México las banderas rojas.

El Machete fue fundamental en el desmontaje crítico del estalinismo tardío y acompañó al comunismo mexicano en su conversión definitiva a la democracia. Contribuyó por eso al desarrollo del pensamiento políti-co de una sociedad necesariamente abierta a la reflexión y al cambio, de ahí que sea de interés para la cultura que aquel grupo editorial que trabajó en la redacción de la revista entre 1980 y 1981 se dé la oportunidad ahora de editar un nuevo ejemplar de la revista —a cien años de la Revo-lución rusa y animados por el éxito de la edición facsímil de la colección completa de la revista que el Fondo de Cultura Económica, en coedición con otras instituciones, publicó en 2016—.

Quizá el desmoronamiento del bloque comunista estaba, como los objetos que reflejan los retrovisores de los automóviles, más cerca de nosotros de lo que aparentaba. Años más tarde y siguiendo la huella del asesino Ramón Mercader, Leonardo Padura nos mostró, en El hombre que amaba los perros, los complejos vasos comunicantes que vinculan al estalinismo con la Guerra Civil espa-ñola, a León Trotski con el gobierno del general Cárdenas, a los comu-nistas de España, México y Cuba, al muralismo mexicano y el surrealis-mo francés.

En estos días de cruel déjà vu, en que actores esperpénticos emulan los peores papeles de tiranos sin escrúpulos y reeditan en tono de farsa la crisis con misiles; en estos años en que las izquierdas vuelven a dividirse entre autoritarias y demo-cráticas, populistas y claudicantes, corruptas y puritanas, revoluciona-rias y reformistas —y mientras la derechización se globaliza e incluye fenómenos diversos como los esta-dos teocráticos islámicos, Trump, el brexit, la narcopolítica y sus guerras genocidas, el neofascismo húngaro o la beata Polonia— apuesto a que un nuevo número de El Machete será oportuno, fundamentalmente porque sumará una importante dosis de inteligencia y humor al oscuro debate político de nuestro presente.

Desde su primera época como órgano del comité central de un pcm afiliado a la Internacional Comunis-ta, allá por los años veinte y en tiem-pos del muralismo mexicano, hasta su edición como revista mensual he-terodoxa en los ochenta, El Machete tuvo una utilidad similar al uso que tiene el instrumento de trabajo cam-pesino: despejar el camino, abrir el paso. Esta última publicación forma parte, aunque de manera excéntrica e incluso extemporánea, de esta larga tradición crítica y militante.�•

Eduardo Vázquez Martín, poeta, escritor y secretario de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México.

introducción

El Macheteabrir el pasoEvocación de los días de la revista El Machete por un joven comunista de ascendencia española en la Ciudad de México, deseo de volver a tener una revista con la misma garra crítica, necesaria en estos tiempos en que todo cambia sin cambiar.

eduardo vázquez martín

20 la gaceta noviembre de 2017 l ’enfant sauvage (el pequeño salvaje , 1970)

fil 2017

El cine ha acogido las dramáticas vidas de salvajes reales, de casos verdaderos que han estimulado la imaginación de

cineastas y conmovido a los espec-tadores. Ha explorado el atractivo de humanos viviendo en un supuesto estado natural. Estos ejemplos son fascinantes porque también revelan la oculta condición salvaje de quienes rodean y explotan a los seres anor-males que son exhibidos. Una pelícu-la que retoma un caso real del siglo xix es La donna scimmia (Se acabó el negocio, 1964), producción franco-italiana con Annie Girardot y Ugo Tognazzi. Se trata de la adaptación a tiempos modernos de la vida de Julia Pastrana, una mexicana que sufría de hipertricosis y que fue exhibida en Estados Unidos y Europa como ejemplo de mujer salvaje.1 El direc-tor de esta película, Marco Ferreri, traslada la trama a Nápoles, donde en un convento vive una joven huérfana totalmente peluda. Un empresario de poca monta la descubre y decide organizar un espectáculo con la mu-jer simio. Para lograrlo, el pícaro se casa con la joven. La exhibe como un fenómeno raro supuestamente captu-rado en la selva africana y monta un espectáculo en el que ella actúa con un vestido corto y escotado, imitan-do a un mono. Acaban enamorándose y viajan a París a presentar su show; pero ahora es un número erótico donde ella baila semidesnuda. Con el tiempo, la dama salvaje queda emba-razada, pero, como en la vida real de Julia Pastrana, muere en el parto y su hijo no sobrevive. Ambos cuerpos son embalsamados para un museo, aunque el marido los reclama para exhibirlos de nuevo.

Antes que Julia Pastrana, que mu-rió en 1860, hubo otro caso famoso en Francia. En 1797, en los bosques de la región de Lacaune, fue encon-trado un niño salvaje desnudo. Se escapó, pero fue recapturado en 1799 y llevado a París, donde el doctor Itard se encargó de él en la Institu-ción Nacional de los Sordomudos.

1� Véase mi ensayo “El trágico viaje de una sal-vaje mexicana al mundo civilizado”, Istor, núm. 64, primavera de 2016, pp. 179-198.

La extraña y enternecedora historia de este niño feral, llamado Víctor de Aveyron, fue retomada en la exce-lente película L’Enfant sauvage (El pequeño salvaje, 1970), dirigida por François Truffaut. En ella se recrea la relación de Itard con Víctor y la educación que recibió para integrar-se a la civilización. El caso sería un tema de discusión entre Itard y Philippe Pinel, el eminente psiquia-tra. Pinel sostenía que el niño había sido abandonado porque sufría de idiotismo. En cambio Itard creía que sus deficiencias mentales provenían de que había crecido en soledad, al margen de la sociedad. Víctor, el pequeño salvaje, fue estudiado como un ejemplo del hombre en estado puro de naturaleza. En la película el mismo director, Truffaut, actúa en el papel de Itard y expone con gran sensibilidad no solamente la preocu-pación de los filósofos y médicos de comienzos del siglo xix, sino tam-bién los problemas de la relación de los humanos con la naturaleza, más propios del siglo xx. El doctor Itard quiso demostrar, con sus tenaces intentos por educar a Víctor, que el contacto con la civilización provo-caría un salto en la condición del salvaje y que el niño abandonaría su “estado puro de naturaleza”. Fracasó en el intento, pero logró una cierta domesticación; sin embargo, gracias a él la historia de Víctor de Aveyron se volvió un mito que ha fascinado a muchos. La película de Truffaut solamente abarca los primeros años de la educación del salvaje, al cuida-do de Itard y de la señora Guérin, que recibió una pensión del gobierno para cuidarlo en su casa, donde Víctor murió en 1828, a la edad de 40 años. Una versión mucho menos lograda de la historia de un infante feral fue protagonizada por Jodie Foster en Nell (1994); en este caso se trata de una niña que es encontrada en una cabaña aislada en las montañas de Carolina del Norte, tras la muerte de su madre. La niña feral es estudiada por médicos, quienes descubren que su extraña habla es en realidad un inglés deformado por el habla afásica de su madre, que sufrió una lesión vascular en el cerebro.

Otro niño feral que llegó al cine fue Kaspar Hauser. La historia de este muchacho que vivió solo y aisla-

do hasta la adolescencia fue recogida por Werner Herzog en una buena película: Jeder für sich und Gott gegen alle (Cada quien para sí y Dios contra todos, 1974). Kaspar Hauser había sido encerrado y encadenado toda su vida en una mazmorra sin casi ningún contacto con otros seres humanos. No aprendió a hablar ni podía caminar bien. En 1828 apare-ció sorpresivamente en Núremberg. Fue exhibido como rareza y estudia-do como ejemplo del buen salvaje. A diferencia de Víctor de Aveyron, Kas-par superó los estragos que le ocasio-nó su vida al margen de la sociedad, resultó ser muy inteligente, aprendió con rapidez y se convirtió en un joven culto. Fue misteriosamente asesi-nado cuando apenas tenía veintiún años, aparentemente víctima de una intriga dinástica.

Muchas de las personas que eran exhibidas como Julia Pastrana, la mujer simio, sufrían de diversas anormalidades y eran presentadas como seres monstruosos. Hay una impresionante película que ade-más de tratar sobre la vida de estos monstruos humanos, los presen-ta actuados por ellos mismos. En Freaks (Fenómenos, 1932), dirigida por Tod Browning, se cuentan las desventuras de esas criaturas explo-tadas en el sideshow de un circo, en una conmovedora actuación de los propios freaks. Son vistos y exhibi-dos como monstruos y bestias, pero su bestialidad no es representada por rasgos animales, salvo en algunos pocos casos (la mujer cigüeña y la mujer pato), sino por su anormalidad. Los personajes son enanos, pinheads (microcéfalos), un muchacho sin piernas que camina con los brazos, un hombre-torso que carece de las cuatro extremidades, dos gemelas siamesas pegadas por la cadera, una mujer barbuda, un hombre tan flaco que se presenta como el esqueleto humano, una mujer sin brazos muy hábil con sus pies y una persona mi-tad hombre y mitad mujer. Ellos son lo opuesto a los superhéroes salvajes con poderes especiales que comen-taré más adelante. Son fenómenos anormales disminuidos y despre-ciados que se exhiben al margen del espectáculo central del circo, con sus trapecistas, payasos, tragafuegos y, podemos suponer (aunque no apare-cen), domadores y equilibristas. En la película la bella trapecista Cleopatra, que es la amante del hombre fuerte Hércules, seduce a uno de los ena-

nos, Hans, quien tiene como novia a la tierna enana Frieda. Cleopatra planea matar a Hans para quedarse con su inmensa fortuna. Le admi-nistra veneno poco a poco en el vino, pero Hans al caer enfermo se da cuenta y organiza a la comunidad de monstruos para vengarse de Cleo-patra y de Hércules. En una escena dantesca de extremo salvajismo, que fue omitida en la versión final de la película, los freaks rebeldes castran a Hércules. Además le cortan las piernas a Cleopatra, le deforman las manos para que parezcan patas y le pegan plumas en el torso para exhi-birla. Ella aparece hacia el final de la película graznando como la mujer pato. Los productores decidieron co-rregir el horror de la película con un final feliz, en el que los enanos Hans y Frieda se reconcilian. La versión original de la cinta fue destruida por ser considerada demasiado fuerte para los espectadores.2

Las películas que recrean las vidas y las desgracias de los seres humanos que fueron considera-dos salvajes y por ello exhibidos o estudiados como tales son una reminiscencia de viejas expresio-nes del mito. Ya no ocupan un lugar destacado en la imaginación po-pular, aunque su presencia trágica en los circos y en las galerías de monstruos influyó mucho en la encarnación mítica de los moder-nos salvajes. Julia Pastrana, Víctor de Aveyron, Kaspar Hauser y los freaks son todavía símbolos de vie-jas actitudes que veían a la otredad como un objeto de lástima y des-precio. Despertaron una curiosidad morbosa repugnante, pero también impulsaron una mirada humanista que comprendió que detrás de las deformidades se podían ocultar va-lores morales significativos. Detrás de lo que la sociedad consideraba como una fealdad extrema aparecía una belleza que era necesario reco-nocer.�•

2� Véase una reseña del accidentado proceso de fi lmación de Freaks en el libro de David J. Skal, The Monster Show: A Cultural History of Horror, Norton, Nueva York, 1993, pp. 146-159.

fragmento

Los salvajes en el cineExploración de la mirada cinematográfi ca de los seres salvajes y los deformes como testimonio de la concepción de la otredad y su evolución humanitaria en este nuevo libro del antropólogo Roger Bartra. Presentamos un fragmento.

roger bartra

noviembre de 2017 la gaceta 21

fil 2017

Como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuen-tes, Jorge Luis Borges o Umberto Eco, Fernando del Paso aceptó el

reto que constituye escri-bir una impecable trama criminal luego de una carrera dedicada a escribir libros reconocidos por sus virtudes literarias. Fiel a su pasión por las más am-biciosas formas narrativas, el autor de Noticias del Im-perio, Palinuro de México y José Trigo eligió una de las variantes más oscuras de la novela policiaca para llevarla a un rumbo desco-nocido. Luego de desarro-llar con recursos joycianos el español que se habla en

México, de contar rabelesianamente la vida de un joven que muere en una represión de estudiantes, y el delirio trágico y surrealista que constituyó el imperio mexicano de los Habsbur-

go, don Fernando no podría elegir el consabido esque-ma en que un detective hiperracional, de supuesta gran capacidad analítica, afronta un crimen y lo re-suelve a pesar del laberinto de pistas falsas dispuestas por los delincuentes —aun-que Linda 67 tiene algunas pinceladas que vienen de esta tradición, cada vez que el narrador opta por seguir al inspector Gálvez en sus elucubraciones—. No adoptó tampoco la relación de una lucha entre dos grupos de criminales, al estilo de Cosecha roja,

aunque desde el principio su novela plantea una enorme tensión entre Dave Sorensen y su suegro —un hombre que mató por pasión y un hombre que desea matar por ven-ganza—. Del Paso optó por una vía más estrecha y exigente, que surgió a finales de los años treinta y acaso es una de las que han dado mayo-res logros literarios: la confesión del hombre que comete un crimen por pasión y lucha por escapar a la justicia, como se ve en El cartero siempre llama dos veces, de James McCain, y más tarde en las gloriosas novelas de Patricia Highsmith, por mencionar sólo dos de los casos más contundentes.

Para la mayoría de los escritores policiacos convencionales, escribir una novela negra equivale a pre-parar una hamburguesa en la que siempre deben aparecer los mismos ingredientes: un detective sarcás-

tico pero infalible, capaz de hacer justicia aun en las circunstancias más adversas; una mujer fatal, que traiciona todo menos su belleza; una ciudad que aloja alegremente la corrupción más reprobable, y un enemigo poderoso que establece un duelo a muerte con el protagonista. Pero Linda 67 poco tiene que ver con esta receta. Lejos de la comida rápida por definición, Fernando del Paso prefirió ofrecernos una exqui-sita langosta Thermidor construida con material siniestro, pero contada con recursos que provienen de sus novelas anteriores.

Con Linda 67, Del Paso hizo evi-dente su capacidad para provocar explosiones de poesía dentro de una trama vertiginosa y demostró a la vez que un narrador puede adaptar los rasgos de su estilo a un género conocido por sus restricciones. Una de las peculiaridades más famosas

prólogo

Linda 67Linda 67 es una novela policiaca singular: contiene los ingredientes tradicionales del género fi namente mezclados con los recursos narrativos y poéticos de las grandes y ambiciosas novelas del autor. Reproducimos el prólogo de Martín Solares a la nueva edición del fce, mismo que indaga las claves de su construcción literaria.

martín solares

Linda 67Historia de un

crimen

fernando del paso

fce, méxico, 2017

martín solares

a policiaca ingredientes

os osas

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22 la gaceta noviembre de 2017

l inda 67

cuando Sorensen recibe un anónimo y debe leerlo a hurtadillas durante la junta a la que fue convocado en la agencia publicitaria. En ese capítulo es francamente envidiable la manera como Del Paso interrumpe la lectura del anónimo cada vez que está a pun-to de revelarnos la información. To-das las voces son verosímiles en esta novela, pero la breve aparición del chantajista es flamígera. Del Paso hace gala de un humor y un suspenso infalibles a medida que emerge, en medio de la junta entre publicistas, la voz de este último, una especie de taimado Big Lebowski, sin duda la voz más divertida de la novela, la cual le infunde a Linda 67 una dosis extra de vitalidad.

En cambio, al construir a sus per-sonajes femeninos, Del Paso invoca una de las tradiciones más efica-ces de la narrativa criminal, que consiste en crear al mismo tiempo el desierto y el oasis, como sucede en El cartero siempre llama dos veces y en Mar de fondo: a la bellísima y po-derosa esposa del protagonista, que a lo largo del tiempo se vuelve tan frígida como caprichosa, y engaña al marido con uno de sus conocidos, el autor contrapone a la amante com-prensiva y enamorada, dispuesta a todo por su nueva pareja, incluso a la complicidad.

En Linda 67 la descripción de la belleza de las mujeres siempre es espectacular, en el mejor sentido de la palabra. Pero esta novela cuenta también con un personaje invisible que aparece página a página y con-trola el fino mecanismo de la trama: la cruel maquinaria del destino, que lo mismo parece reír a carcajadas al empujar la historia en una dirección sorpresiva que ocultarse cuando el protagonista más necesita su ayuda. A veces las nubes parecen correr más aprisa que otros días y a veces se espera un milagro con desespe-ración.

La elección de San Francisco como personaje y escenario de la historia no es una extravagan-cia: allí tuvieron lugar algunos de los más emblemáticos filmes noirs hollywoodenses: El halcón maltés, Dark Passage, The Lady from Shanghai, Death on Arrival y Vértigo. El largo túnel de ho-rror que recorrerá Dave Sorensen parece emparentado con el viaje de dimensiones existenciales cada vez más estrechas que sufre el prota-gonista de Death on Arrival. Y si en Dark Passage la cámara adopta exclusivamente el punto de vista del héroe durante los primeros cua-renta minutos, en la primera mitad de Linda 67 también percibimos la acción desde los ojos y la piel de Dave Sorensen. Otras referencias y guiños son constantes: Linda y Dave viven en la calle Sacramento, la misma en la que el protagonista de Death on Arrival visita a su doctor. Las inclinadas calles de esta ciudad asedian sin tregua al protagonista de Linda 67, quien, aquejado por la ansiedad, con frecuencia pierde el aliento y se las ve negras para re-gresar a su casa, como le ocurrió al exánime Humphrey Bogart en Dark Passage. Pero Del Paso no invoca estos escenarios porque haya su-cumbido a la pulsión de incluir en su novela los sitios más emblemáticos que esta ciudad ofrece a los turistas, y ni siquiera por cumplir con una deuda hacia sus ancestros cine-matográficos, sino para expresar mejor la altura del drama que viven los personajes. Si las empinadas calles de Lisboa ayudan a expre-sar el desasosiego de los héroes de

Antonio Tabucchi, las pendientes de San Francisco ayudan a Del Paso a ilustrar la angustia de Dave Soren-sen. Además, adoptar a la perla de California como escenario implica un reto adicional: luchar y vencer a ese lector que busca contradicciones o errores en las referencias locales, saber más que él y mostrar a San Francisco bajo un punto de vista sin igual.

La isla policiaca, o cómo la técnica crea la emoción novelescaSi la primera parte de esta novela es un siniestro flashback que paso a paso construye la escalera hacia el asesinato, la segunda es una lección de técnica narrativa: a diferencia de la prosa predecible de una novela po-liciaca tradicional, el relato de Linda 67 lo mismo se ramifica y sigue tres conversaciones simultáneas que alterna una discusión entre publicis-tas con la exposición de la ya men-cionada carta anónima. El capítulo xix, que presenta tres largas digre-siones del extorsionador, recuerda los mejores monólogos de Noticias del Imperio. Aunque parezca impo-sible, también aquí hay numerosos instantes en los que incluso el más procaz de los personajes se permite un poco de veloz y prosaica poesía. Asimismo, la costumbre del asesi-no de dialogar mentalmente con un interlocutor imaginario a quien le cuenta todos sus planes constituye un detalle exquisito. Y en lugar de presentarnos una fría recapitula-ción, como es habitual, el capítulo final cuenta, desde la oscura imagi-nación del asesino, una escena que corona el rompecabezas de la trama con macabra elegancia.

En cuanto a la estructura se refiere, don Fernando se propuso explorar nuevas vías y recursos, como hizo en cada uno de sus libros anteriores. Quien intente dibujar cada una de sus novelas advertirá su extrema originalidad. La forma de Palinuro de México recuerda a la de una extraña flor vertical, nutrida con la fuerza de la poesía: una flor con un lado masculino (dedicado a narrar las aventuras de Palinuro, Molkas, Fabrizio y los tíos) y uno femenino (consagrado a contar los andares de Estefanía y las tías). El resultado es una es-tructura de geometría singular que sorprende al lector con la inclusión de la obra de teatro “Palinuro en la escalera” en el penúltimo capí-tulo (encerrado en un círculo en el dibujo de al lado), y porque luego de morir a manos de agentes del gobierno el protagonista no fallece de modo definitivo, sino que renace en el desenlace de la historia.

Por su parte, Noticias del Imperio alterna los delirantes monólogos de Carlota con series de tres capítulos que abrevan a fondo en la historia de la guerra franco-mexicana y narran diversos episodios de la misma, contados con extrema concisión y creando en cada uno de ellos a un narrador de rasgos únicos, capaz de dotar a su relato de un sentido eminentemente literario.

Exceptuando los recursos téc-nicos que provienen de estas dos narraciones y reaparecen discre-tamente en Linda 67, poco parece tener en común la novela policial de don Fernando con semejantes logros narrativos. En cambio, Linda 67 guarda cierta similitud estruc-tural con José Trigo, al grado de que podríamos aventurar que la estructura de la primera novela de don Fernando predice hasta cierto

de la prosa de José Trigo, de las aventuras de Palinuro y los monó-logos de Carlota es la enumeración de elementos que comparten una in-tensa naturaleza poética. En Linda 67 no desaparece este recurso, sino que responde a las necesidades de la historia, a veces incluso de modo microscópico. Mientras el asesino planea la trampa mortal que ten-derá a su mujer, también enumera las tiernas fotografías que le tomó a su amante, Olivia, a medida que ambos paseaban por San Francisco. Y cuando el crimen ocurre y llegan los remordimientos, una serie de imágenes poéticas, que condensan los temores de este personaje, pasan frente a nuestros ojos a medida que el mundo acosa sin tregua al culpa-ble. Sumergido en las consecuencias pesadillescas de sus actos brutales, ¿qué mejor lugar que el acuario de San Francisco para que Dave dé rienda suelta a su angustia e imagine la cabeza de Linda Lagrange flotan-do en las profundidades? La famosa erudición de Del Paso, presente en todo el libro, también ayuda a cons-truir y desarrollar la acción y los momentos placenteros, en ocasiones teñidos de un tono tétrico: cuando el flamante asesino camina por las calles de la ciudad y no encuentra sosiego en los lugares públicos de San Francisco.

A su vez, algunos hechos prove-nientes de la historia reciente pavi-mentan la carretera por la cual se desliza este veloz relato de ficción. La realidad periodística es uno de ellos. Dos hechos reales fueron men-cionados en este libro: el polémico caso del deportista estadunidense O. J. Simpson, acusado y luego exonerado de asesinar a su esposa y a un amigo de ésta, y el misterioso atentado que destruyó un edificio fe-deral en Oklahoma —mismo que no fue resuelto hasta 1996, cuando fue detenido Ted Kaczynski, el terro-rista conocido como Unabomber—. Pero ninguna de estas dos menciones es empleada aquí para sazonar a la novela de realidad y volverla con-temporánea: la persecución de O. J. Simpson coincide con el momento en que Dave comprende que pronto el perseguido será él, mientras que la noticia de la caída del edificio ocurre cuando la confianza del asesino en sí mismo se resquebraja y va a de-rrumbarse también. Así, toda la per-sonalidad de Dave Sorensen queda definida por dos palabras: persecu-ción y caída.

Uno de los mayores logros de este relato es la construcción de los per-sonajes. En el caso de Dave Soren-sen, un ser “con el cuerpo limpio y la conciencia sucia”, como diría Pali-nuro, Del Paso consiguió un asesino tan humano que no parece advertir la gravedad de sus actos hasta que “la bruma que había ofuscado no su pensamiento, sino su conciencia durante toda la noche y parte del día anterior, comenzaba a desaparecer. Vio entonces, comprendió con una claridad alucinante, el horror de lo que había hecho y el horror de todo lo que aún tenía que hacer”. Pero si en la primera parte de esta novela el autor despierta nuestro aprecio hacia el culpable con un vertiginoso flashback hacia su pasado, la segun-da mitad de la novela es una carrera a muerte hacia el futuro. Primero presenciamos los pasos que le per-miten a Sorensen matar a su esposa y encubrir su culpa; después, cómo las fuerzas del destino se encargan de atacar su cuidadosa urdim-bre. Una de las grandes sorpresas novelescas de esta historia ocurre

punto la forma de la más reciente. La lectura de José Trigo, como Del Paso lo ha dicho en algunas entre-vistas, equivale a subir y bajar por un relato en forma de pirámide, donde cada capítulo incita al lector a realizar un juego verbal fuera de lo común, que consiste en desapa-recer las palabras que usamos en la vida cotidiana y sustituirlo por un lenguaje novedoso, y una vez establecidos en el centro del libro, el autor nos obliga a viajar de la cima a la sima, y regresar al inicio con un método vertiginoso, que consiste en despojar al relato de las invenciones verbales previamente establecidas, de modo que terminamos por reen-contrarnos ante la misteriosa ima-gen inicial de un anciano que carga un ataúd infantil y atraviesa las vías del tren que parte de la estación de Nonoalco-Tlatelolco.

Linda 67, por su parte, cuenta un viaje tenebroso por un sendero ines-table. La primera parte de la novela construye escalón por escalón tanto la personalidad y las coartadas de Dave Sorensen como su descenso a la oscuridad, para, una vez realiza-do el crimen, mostrar cómo las fuer-zas del destino se dedican a atacar y desmontar sus planes. Mitad caída libre, mitad duelo a muerte con un rival que quiere ir en sentido contra-rio, la forma de la novela policiaca de Fernando del Paso recuerda una pirámide invertida.

En 1995 un joven reportero entre-vistó a don Fernando sobre esta no-vela suya, luego de haber leído con enorme admiración las tres anterio-res. Don Fernando le dijo en broma: Cuando escriba sobre mi libro, no vaya a contar el final a nadie —como si el valor de esta novela so-brecogedora residiera en la solución de un acertijo, y no tuviese el mérito de crear a un personaje tan entra-ñable como el Ripley de Highsmith, una prosa tan apta para la acción como para la poesía, y una historia tan angustiante como las de James McCain—. Lamento decepcionarlo, don Fernando: el valor de su novela policiaca no radica en el final. Linda 67 supera, y por mucho, el estrecho esquema de esas novelas de detecti-ves en las que el lector sigue leyendo sólo por el afán de descubrir quién es el culpable. Podríamos argumen-tar que con su habilidad para mul-tiplicar la emoción de sus lectores, Linda 67 se disfruta porque es una novela de aventuras que permite entender la complejidad y la riqueza de la mente y el corazón humanos, un relato que sube y baja por las calles de San Francisco gracias a sus inesperados giros novelescos; la historia de una mujer que cae por un precipicio pero reaparece viva o muerta cuando menos se la espera; el caso de dos enemigos que luchan a muerte contra el destino y una narración que no se olvida nunca, acaso porque todo está meticulosa-mente planeado, desde esa primera frase que constituye el título del libro a las últimas, brillantes líneas del remate, donde el héroe imagina las placas que tenía un automóvil y que quedaron grabadas en su piel. Podríamos concluir que el final es tan preciso como el de El halcón maltés y tan delirante como el de Death on Arrival. Podríamos decir que es una novela sobre el momento en que el amor y la muerte se toman de la mano para jugar a las vencidas, pero eso requeriría otro dibujo.�•

gabriel pacheconoviembre de 2017 la gaceta 23

fil 2017

Ícaro en el corazón de Dédalotexto de chiara lossani e ilustraciones de gabriel pacheco

Inspirada en el relato mitológico de Ícaro, de Henri Matisse, y en Las metamorfosis, de Ovidio, la autora Chiara Lossani construye un camino propio para reflexionar sobre la paternidad en un contexto actual donde la falta de tiempo provoca en muchos padres sentimientos como la culpa. En la primera parte, Chiara se apega al mito clásico para presentar a Dédalo, constructor de máquinas increíbles y arquitecto del Laberinto de Creta, donde el rey Minos lo encierra con su hijo Ícaro, como castigo por ayudar a Teseo a escapar. La soledad de esta prisión hace posible que padre e hijo se acerquen y sueñen con la anhelada libertad. Este aislamiento le revela también al inventor más grande del mundo que nunca ha imaginado un juego para su hijo ni ha tenido tiempo para cuidar de él. Ahora sabe que es sólo de Ícaro de quien se debe ocupar, y aunque el rey Minos controla todo lo que sucede en la tierra y el mar, un sueño le revela que en el cielo él no gobierna y decide construir unas alas para escapar, pero el resultado de este invento no es lo que espera, pues como el Laberinto que construyó, el destino también está lleno de trampas, curvas y recodos sin salida. Una historia que habla de ingenio, amor, obsesión y sensibilidad, donde las ilustraciones de Gabriel Pacheco siguen el tono poético del texto y donde detalles como los minotauros de Creta, el rostro de Dédalo o el vuelo de padre e hijo son tan monumentales como los sentimientos que representan.

clásicos1ª ed., 2017; 40 pp.

24 la gaceta noviembre de 2017

ícaro en el corazón de dédalo

gabriel pacheco

noviembre de 2017 la gaceta 25

Gilberto Owen:

el caballo del azogue

Texto poco conocido de este espíritu “sin timón

y en delirio”, publicado en Bogotá en 1934. Trayecto físico y existencial del poeta desde México a los Estados

Unidos y a Sudamérica; mitología antigua y cultura clásica en la vida ordinaria, la bohemia y la desazón

nocturna, el “azogue” de sus poemas y su vida.

francisco javier beltrán cabrera y cynthia araceli ramírez peñaloza

noviembre de 2017 la gaceta 25

26 la gaceta noviembre de 2017monograma de gilberto owen

gilberto owen: el caballo del azogue

El ensayo crítico-poético “Pasión y vida del Beethoven de Ramón Barba” fue publicado en Bogotá, Colombia, en la primera página del suplemento cultural Lectu-ras Dominicales del periódico El Tiempo el 6 de mayo de 1934,1

siete días antes de que Gilberto Owen2 cumpliera treinta años. La difusión de este ensayo es doble-mente valiosa, pues no sólo ha estado ausente de las ediciones más completas de la obra del rosari-no, sino que además es un texto impecablemente escrito, que demuestra la madurez y el vigor del Gilberto Owen listo ya para deleitarnos con su me-jor libro: Perseo vencido. El motivo que inspira el ensayo aquí presentado es Beethoven (1927), cabe-za labrada en piedra por el escultor colombiano de origen español Ramón Barba Guichard,3 cuya obra fue determinante en la vida cultural de este país sudamericano.

La pasión de Gilberto Owen por las artes es pa-tente desde su juventud. En 1926, fue uno de los cuatro entrevistados que respondieron la encues-ta sobre pintura mexicana efectuada por la revista Forma (1926);4 en 1928, al descubrir Nueva York, escribe entusiasmado sobre los museos, el teatro, los conciertos, el cine:

“Casi todas las noches voy al teatro, a los con-ciertos (en México no hemos oído música, de ve-ras), al cine a veces, a los museos (estos gringos lo tienen todo; ya no darían ganas de ir a Europa. En el museo tienen ‘todo’ el Renacimiento, casi todos los primitivos, todo el arte, en fin, y nada suyo, po-bres ricos).”5

En Colombia, abordó el trabajo de otros artis-tas, como el pintor Ignacio Gómez Jaramillo, a quien dedicó dos conocidos ensayos: “Cartel so-bre la discreción de I. Gómez Jaramillo” (1934)6 y “Estudio” (1944).7 Además de estos tres, no co-nocemos más textos suyos sobre otros artistas no literatos; sin embargo, su interés por las artes plásticas es evidente; seguramente hay más exce-lentes textos suyos al respecto, esperando ser des-cubiertos y rescatados. “Pasión y vida del Beetho-ven de Ramón Barba” es parte de esta pequeña lista de ensayos, los cuales tienen en común que encierran la mirada de Owen respecto a una obra plástica; las suyas son lecturas que nos sorpren-den porque aluden de manera indirecta a las obras referidas, enmarcándolas en un discurso poético que las realza y recontextualiza. En ese sentido, el ensayo que ahora presentamos no es diferente a lo que nos acostumbró, aunque sí mucho más lí-rico; es un discurso abundante en imágenes, todas inusitadas, pero que también labran la cabeza del músico romántico con similar vigor a aquel con el que Ramón Barba labró la suya en piedra.

Entre este poema-ensayo (al escribir poesía —al escribir—, Owen siempre innovó; nunca lo hizo bajo una sola forma) y el dibujo a lápiz8 —un busto de Gil-berto, obra de Barba— parece haber un diálogo, en el que tercia la voz de Eduardo Zalamea:

“Quiso no quedarse en el rostro, sino descubrir también el cuello descarnado. Bajó hasta la cal de los huesos que hacen el pecho, para que lo pudié-ramos ver más. No se iba a resignar a mostrarnos solamente los ojos abiertos y francos, a pesar de tantas cosas vistas, ojos donde se esconde, que-riendo salir siempre, la sonrisa constante que se quedó —sólo ese momento hecho ya tiempo de mu-cho tiempo— seria y grave. No iba a detenerse en

1� Gilberto Owen, “Litoral de una idea. Pasión y vida del Beetho-ven de Ramón Barba”, Lecturas Dominicales, suplemento de El Tiempo, Bogotá, 6 de mayo de 1934, p. 1.2� Rosario, Sinaloa, 13 de mayo de 1904; Filadelfi a, 9 de marzo de 1952.3� Madrid, 7 de octubre de 1892; Bogotá, 4 de mayo de 1964. Además de esculpir piedra y tallar madera, fue profesor de escul-tura en la escuela de Bellas Artes en Bogotá, y trabajó como fotó-grafo en El Tiempo. Su Beethoven se encuentra en el Conservato-rio de Música de Bogotá.4� “Encuesta sobre pintura”, Forma, núm. 1, México, octubre, 1926, pp. 5-6. Los entrevistados fueron “José Clemente Oroz-co (pintor); Bernardo Ortiz de Montellano (arquitecto); Car-los Chávez (músico); Gilberto Owen (literato)”, Gilberto Owen, Obras, México, Fondo de Cultura Económica, 1979, p. 206.5� Gilberto Owen, carta a Clementina Otero, 21 de agosto de 1928, Me muero de sin usted, México, Fondo de Cultura Econó-mica, p. 172.6� Gilberto Owen, “Cartel sobre la discreción de I. Gómez Jara-millo”, El Tiempo, segunda sección, Bogotá, 22 de septiembre de 1934, p. 1.7� Gilberto Owen, “ Estudio”, en Ignacio Gómez Jaramillo, El arte en Colombia. 46 reproducciones en negro y una en color, Bogo-tá, Librería Suramérica, 1944, pp. xi-xiv. A su vez, Jaramillo pin-tó un retrato al óleo de Owen, fumando.8� Ramón Barba, “Owen”, publicado al menos tres veces en Lec-turas Dominicales, suplemento de El Tiempo, Bogotá, 22 de enero de 1933, p. 5; 6 de mayo de 1934, p. 6, y 3 de noviembre de 1934 (sólo la cabeza). Acá reproducimos la primera.

el recuerdo indio de los pómulos de este Gilberto Owen ni en la gran boca sensualmente reflexiva —única valedera porque se puede tener la seguri-dad de que es solamente instintiva al ponerla en acción— ni quería dejar que se nos quedara sola-mente el recuerdo del cabello plano y lacio como una cosa conocida. Quiso mostrarnos más exten-sión carnal de arcilla viva, para que pudiéramos llegar a lo más hondo de este espíritu desconcer-tante y sorpresivo.

”Hay casi un deleite sostenido de profundizar, de cavar descubriendo, en esta cabeza de Gilber-to —acaso lo creyó difícil para nuestra compren-sión— que se nos muestra en toda su seguridad de que es mensajero de algo, en su orgullosa modestia enhiesta y humilde.

”Ahí está toda extendida su personalidad huma-na y véalo quien lo quiera ver, porque sólo se puede insinuar un arco de conocimiento en el círculo que es la vida de un hombre.”9

Owen pertenece al grupo de poetas condenados por la fatalidad de que sus lectores no conozcamos su obra completa, que se nos va dando a cuenta-gotas, en “mensajes”, como les llama Guillermo Sheridan, a propósito del fragmento de un diario escrito por Owen, fechado en julio de 1920.10 Con el poema-ensayo “Pasión y vida del Beethoven de Ramón Barba” la fatalidad fue más curiosa: ha sido registrado, visto, pero pocos lo han leído. Vicente Quirarte da cuenta de él en su libro Invi-tación a Gilberto Owen, publicado en 2007.11 Ese mismo año pudimos localizarlo en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá. Pero sólo ahora nos percatamos de que ninguno de los recopilado-res de la producción literaria de Owen lo ha pu-blicado en México. Y es un texto relevante en la obra del poeta sinaloense, como se podrá apreciar. También forman parte de esta fatalidad los “Datos biográficos” que escribió sobre Emily Dickinson,12 texto no registrado en las Obras de 1979, a pesar de que Luis Mario Schneider conservó una copia de esos poemas en su archivo personal: aparecen en la última página del suplemento del 29 de abril de 1934, mismo número donde Owen dio a conocer “Versiones a ojo de Gilberto Owen” —ocho poe-mas de Dickinson—. Más curioso todavía es el he-cho de que en la primera página del suplemento del

9� Eduardo Zalamea, “Profundidad”, en “Cinco hombres den-tro de un ángulo visual”, Lecturas Dominicales, suplemento de El Tiempo, Bogotá, 6 de mayo de 1934, p. 7.10� Guillermo Sheridan, “Nuevos mensajes de Gilberto”, Letras Libres, núm. 166, México, octubre de 2012, columna Saltapatrás, p. 110. Sheridan da crédito del descubrimiento de este diario a Rafael Nolasco, quien le envió la portadilla y la primera página. Dice también contener poemas inéditos, en plural, con un solo título: “Juventud. Intimidades”.11� Vicente Quirarte, Invitación a Gilberto Owen, Universidad Nacional Autónoma de México, dge, Equilibrista, Pértiga, Méxi-co, 2007, p. 104.12� Gilberto Owen, “Emily Dickinson (Datos biográfi cos)”, Lec-turas Dominicales. Suplemento Cultural de El Tiempo, Bogotá, 29 de abril de 1934, p. 12. En México: Francisco Javier Beltrán Cabrera, “Emily Dickinson: un texto olvidado de Gilberto Owen”, La Colmena, núm. 63, Toluca, julio-septiembre de 2009, pp. 37-41.

siguiente domingo (6 de mayo) se publica el poema-ensayo que fue visto, pero no transcrito.

Más curiosidades: “Beto, ven” —Beethoven— fue un juego de palabras en hipocorística alusión al nombre de Gilberto Oven, como fue anotado en las listas de asistencia, cuando alumno del Institu-to Científico y Literario de Toluca, en 1919. De ahí nació “Betoven”, un alias aplicado a su persona. Nunca lo dijo, pero en el ensayo que ahora damos a conocer a sus lectores parece recuperar, “imagi-namos”, este recuerdo.

A la manera de El río sin tacto, uno de los as-pectos más notables del ensayo-poema que aquí presentamos es la vertiginosa sucesión de escena-rios, el tránsito de una vivencia a otra, la concen-trada exposición de la trayectoria vivida de Méxi-co a Norteamérica y de ahí a Sudamérica; viaje en el que son indisociables los placeres, el arte y la cotidianidad. No podían faltar los leitmotiv owe-nianos: Orfeo, Job, Lot, el naufragado Simbad, Eolo, Ofelia, el “tacto líquido, omnipresente”, la manzana y la serpentina seducción13 del “Día ocho, Llagado de su mano” y de Novela como nube, entre otros. El paso de una escena a otra está facilitado (faded in y faded out) por las nubes (y sus otras formas, el humo y la espuma), que guían el recorri-do de vida ante los ojos del maduro joven que cen-tra su mirada en la contemplación de esa piedra tallada que tiene la fuerza que el poeta imprime a sus palabras.

La física, la fotografía, el cine y la poesía se en-trelazan en la figura del caballo de azogue, cuyo ga-lope no se explica por las fotografías de Eadweard Muybridge, sino porque sus patas son circulares; imagen que alcanzamos a atisbar entre la lluvia de referencias literarias, preocupaciones cotidianas (an apple a day keeps the doctor away), el trayec-to del viaje de vida a lomos de este caballo que es el tren, el avión, el vapor... y al mismo tiempo la sucesión de imágenes capturadas en plata pulida y fijadas entre vapores de azogue que se convier-ten en la inasible película de la vida (onírica, su-rrealista, a la manera de Novela como nube) donde se dan cita, en lo cotidiano, la música —“Hay que bajar las escaleras, a tiempo de Bach, apartando ángeles de sexos bemoles, y remover la basura de la calle”—, la pintura y la escultura; película que se desliza ante el espectador impelida por la con-templación de las volutas que conforman la cabeza de Beethoven.

13� Indisociables. Por una parte, está la acusación de que las enfermedades se deben a no haber comido una manzana al día, pero además permanece la alusión al pecado original: “y un cuer-po aplanado se enrosca al mío”, y más adelante: “Y hay otras cosas inasibles, el origen de la vida, enroscado en una serpiente, y la poesía”. Al respecto, véase Cynthia Araceli Ramírez Peñalo-za, “Biblia y literatura: el pecado original en Owen”, en Antonieta Julián y Ramón Espinosa (coords.), Filosofía y literatura, Ciudad de México, Ediciones Eón/Universidad Autónoma de Guerrero, 2015, pp. 275-302.

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siguiente domingo (6 de mayo) se publica el poemensayo que fue visto, pero no transcrito.

Más curiosidades: “Beto, ven” —Beethovenf j d l b hi í ti l

noviembre de 2017 la gaceta 27

g ilberto owen: el caballo del azogue

IImaginemos con qué leve voz me recibe, si más se altera el aire al peso de la huella del ala. Digamos una sílaba y tendremos su tiempo, pero vigilemos que no signifique nada, y que no resbale por rieles de eles su sonido, y que no haya un largo silen-cio que la limite y la haga resaltar demasiado brillante: Dos letras que no quieran decir nada, como, por ejemplo, en un tumulto, la palabra yo.

Pasa el fantasma sobre su caballo de azogue y dispara contra el sueño que apenas nace del huevo de un par-padeo. Ese sueño es informe, pero se las ingenia para decir que sí antes de morir. Dice que sí y muere. Ayudé-mosle a caber tras de la roca no de la noche. Veremos al fantasma agotar sus teorías filosóficas, gesto a gesto, sin blanco. Será premio de los que prolongan la vigilia sin leer a Joyce, se llamará: “La soledad duerme en mi sueño” y se beberá con música de Debussy —el juego de distancias del pastorcillo—, hielo y dos gotas de limón.

Podríamos también sobornar al fantasma, pero ninguna golondrina aprendería el mensaje de memoria, y el peso de nuestros argumentos iba a hacerla menos veloz que la mirada. Pues a su vez es tan breve, que el mi-croscopio apenas puede aumentarla hasta un segundo.

IIA la hora en que las jóvenes de Nueva Inglaterra dicen que sí invariable-mente, nació un alba inesperada, que todos sentimos inoportuna. Había que leer los periódicos, lavarse los dientes, rezar olores olvidados —“el santo olor de la panadería”—, tomar el vapor para Sur América y pensar, además, en la puntería del fantasma. No era posible. Los hombres han inventado para esos casos la divi-sión del trabajo. Deja las mejillas en el frutero, para no alejar al médico mordiéndolas, y recorten tus ojos ese anuncio del vapor que sale al alba.

Lo demás, inasible. Burlaba la inmemoria, que le arrojaba una red de posturas impostoras. El caballo adelantaba las piernas izquierdas, no, las patas derechas, no, alternaba la izquierda delantera y la derecha trasera. No, no. ¿Nunca has visto correr un caballo? En realidad las piernas son circulares, giran como ruedas, pero el pavimento está lleno de baches y eso hace el balanceo. Pero si no es la realidad lo que nos preocupa, sino un fantasma a caballo de azogue que se nos escapa.

Y el pájaro rompe apenas el huevo del ojo, encubado en un parpadeo, dice que sí, y muere. Pero no pode-mos llamarle “Sueño de una noche de verano”, pues el balazo apremia y Shakespeare muere antes de que aca-be uno de enumerar las cien mane-ras distintas de escribir su nombre, Bacon y Conde de Oxford, inclusive. Y, si lo dejamos a los naipes, sale el as de oros y perdemos el barco. Salimos al alba —mírala de alambrista— y aún tenemos que cerrar ese baúl, y cerrar una boca a punto de decirnos que sí, y ¿dónde habremos dejado otra vez la memoria?

La creímos inútil y la echamos por la ventana. Mira, aún, esa espiral de su humo. Hay que bajar las escaleras, al tiempo de Bach, apartando ángeles de sexos bemoles, y remover la basu-ra de la calle. El que me busca ya me lleva en sí, irremediablemente. Y es ineludible pensar, entonces, en Job, en Emilio Zola y en los alrededores de Pittsburgh. (Ah, y en el escenario que cosía el Elevado: patios irres-pirables en que ni los personajes de los anuncios, con ser tan rubios y sanos, podían vivir mucho tiempo; se iban ennegreciendo y muriendo a sombras de sí mismos, ante nuestra piedad desesperada, que inútilmente empujaba el invierno para abrirles una ventana al mar, y sólo era abrir un pozo en el mar, a cerrarse al caer en él, sepulcro. —¿Y por qué no se comió usted una mejilla cada día?)

IIIEl jinete adopta de pronto un nombre muy largo: “¿Qué-Objeto-Tiene-Ir-A-Sud-América?”, y un cuerpo aplana-do se enrosca al mío. Nadie puede exigir una piscina romana en un modesto apartamento moderno. Nos apretábamos hasta hacernos daño, nuestros cuerpos tomaban ahora sí la forma cuadrada de su continente, como los salmones se hacen cilíndri-cos en la lata —habrá que verificar esta verdad—; nuestra tina, cierta-mente, era demasiado estrecha para parejas orientales, pero el cuarto estaba muy frío y nos divorciaba del lecho el cansancio cotidiano de goces invariables. Se necesitaba decir que sí de una manera distinta. Por lo de-más, se estaba bien en aquel vientre cuadrado, en el que los dos gemelos se disponían, ya, a pedir el uno y el otro a negar, ella de leche, yo de un cobre mortecino, con el agua alar-gando y aplanando mis piernas y sus muslos y mis manos y su vientre y su seno contra mi pecho. De la superfi-cie al fondo de la tina no había mayor profundidad que cinco centímetros, y cabíamos, sin embargo, porque el cristal nos aplanaba y la imaginación no nos soplaba a nuestro volumen anterior. El tacto sí, un tacto líquido, omnipresente, que me envolvía y la envolvía, mis nervios prolongándo-se en el agua, en el aire, en la luz. Ella reía de mi gravedad adolorida, porque pasada la sorpresa inicial de la caricia inusitada sólo quedaba lo ridículo de todo aquello. Pero ustedes son sajones y el ridículo les hace reír, y a mí cuidar que las lágrimas no desborden la tina. Y después de todo, a qué viene hablarles de esto a los peces chatos de las grandes profundidades. Aprisa, que el jinete resbala de azogue por mi mirada. Adiós, sé buena. No bebas sino buen licor, muérete silenciosamente, como el sueño que nace, dice que sí con una seña, y muere.

Yo me voy a una nube.

IVEl señor Eolo me hablaba del amor a los libros. Yo insinuaba preferible el sabor de la carne lectora. Sus meji-llas se sonrojaban, como las nubes, de noche, sobre la ciudad. A mí me ofendía la suspicacia del señor Eolo. —Sópleme un ojo, usted ha estado leyendo, señor músico, el Lysis plató-nico. Déjeme perderlo:

En aquella casa hay un sabio. Medita, sobre papeles cuadriculados, corrigiendo a rectas todas las formas demóticas del mundo. Somos sus amigos, y en nuestro honor aprisiona las nubes dentro de una forma única, invariable, cubo de cemento armado. Pero por dentro la nube sigue su pro-pio capricho, a salvo del domador en pantuflas. ¿Cómo explicar los ruidos contrarios del río y del tren que se

cruzan bajo su ventana? Ahí está la swástica, es cierto, pero el río escapa en el mar a toda representación esotérica, y el tiempo de mis trenes es muy otro que el tiempo del sabio inmóvil.

Y hay otras cosas inasibles, el origen de la vida, enroscado en una serpiente, y la poesía, y el ventarrón de ratas que enloquece el techo, y el fantasma en su caballo de azogue y, algunas noches, cuando nos tienta el amor a los libros, Dios.

La vida recta es sueño y su rubor, señor médico, casi tiene razón.

VPero de pronto, he aquí que todos los meses son noviembre. He aquí que en esa estación sólo respiran los pinto-res impresionistas. Los otros cierran los ojos, fatigados en la imposible definición del contorno del mundo; y entonces el jinete y la música hacen de las suyas, y el sueño perseguido se refugia en las yemas de nuestros dedos. Estaban vacías, tan lejos los mangos, las rumbas, el resbalar de la piel de pez del seno de Ofelia, y el alba en una tina de Nueva Inglaterra. Porque Simbad el Marino lo había predicho: “Este otoño serán cúbicas todas las frutas y en claroscuro”. Los dedos acarician la piedra que, única y cuadrada, habita este desierto, y los hombres inventan la escultura.

Matamos a estatuas de sí mismos uno a uno, todos los temas musicales. Orfeo se vuelve a los infiernos por todas sus Eurídices, para diver-tirse luego, en el viaje de regreso, en volver el rostro una y otra vez y verlas convertirse en una procesión innumerable de estatuas de sal, y Loth y sus ángeles aplauden. Al fin te tengo inmóvil, fuerte y eterna, sueño diciendo que sí para siempre. Te hace invulnerable la roca cuadrada y mírala rodarse, Partenón abajo, y tú intacto, sueño. El fantasma, perdida la pista, enloquece a vueltas por el laberinto de la oreja, y tú y mi tacto y lo que los otros llaman inteligencia alzan su tienda en cada curva, en cada arista, apacibles y confiados.

Mas, ¿quién te arroja de pronto al mar cuadrado, al mar de la carto-grafía medioeval, a la pasión de sus cabellos? En vano mis sentidos se entrelazan y se tejen red para salvar-te, la malla no es tan fina. Por dentro, Beethoven y la nube, aprisionados en la piedra, seguían su capricho. Los dos gemelos reñían en el vien-tre cúbico. Pasaba el fantasma, en su caballo de azogue, y te mataba al empinarte sobre cada ola, nacido en ella a sólo espuma.

Y a un poco de sal en mis ojos.�•

Litoral de una ideaPasión y vida del Beethoven de Ramón Barbagilberto owen

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563NOVEDADESFOND O DE CULTURA ECONÓMICA

NOVIEMBRE DE 2017

Teatro escogido

luis de tavira

El presente volumen reúne las piezas La pasión de Pentesilea, La conspiración de la Cuca-ña, La séptima morada, Ventajas de la epiqueya, Otra Dama Boba, El director de teatro y Citerea, seleccionadas por el propio autor y prologadas por José Ramón Enríquez, que dan cuenta de la notable imaginación plástica, la visión muy peculiar del drama, el sentido de ritmo, tono y composición, así como de los recursos y la mecánica teatral de un dramaturgo que empezó “a hacer teatro sin saber que lo que hacía era teatro”. De Tavira siempre aporta una visión particular, vigorosa y notable, que en definitiva lo convierte en uno de los grandes creadores del teatro mexicano de la segunda mitad del siglo xx y lo que va del actual.

letras mexicanas1ª ed., 2017

El jinete del dragónLa pluma de un grifocornelia funke

Después de la primera aventura de Lung y Ben, todos los dragones del mundo se mudan a su nuevo hogar: La Linde del Cielo. También los seres fantásticos encontraron re-fugio en el santuario MímameíĐr, un lugar construido y protegido por Barbabas Wiesengrund, su esposa Vita y sus hijos Ben y Guinever; por si fuera poco, lograron encontrar a los últimos pegasos que habitan el mundo. Todo va bien hasta que la yegua de pegaso muere y deja a sus tres huevos desprotegidos. Ben, Lung y sus amigos se enfrascarán en la búsqueda de la pluma del sol de un grifo, uno de los se-res fantásticos más temidos y peligrosos, para salvar a las tres últimas crías de pegaso que existen; además van con-trarreloj, pues sólo tienen diez días para completar el viaje hasta las islas de Indonesia y regresar a los bosques no-ruegos para rescatar a los potros. Con la invaluable ayuda de viejos amigos como el homúnculo Pata de Mosca y Lola, la rata aviadora, y nuevos personajes como Hothbrodd, un trol de los fiordos, y Me-Rah, una lori parlanchina, Ben y Lung tendrán que probar su valor y astucia en esta nue-va aventura. Después de casi diez años de que la autora publicara la primera parte, llega a librerías la segunda entrega de esta aventura fantástica, en la que los lectores podrán sumergirse en mundos mágicos y peligrosos de la mano de sus personajes favoritos. a la orilla del viento1ª ed. en español, 2017, 440 pp.

El discreto encanto de las partículas elementales

arturo menchaca rocha

La búsqueda de los constituyentes primarios de la naturaleza ha ocupado el estudio científico durante siglos. A partir del siglo xx surgieron nombres singulares como quark, leptón, hadrón y la llamada “partícula de Dios” o el bosón de Higgs, además de conceptos como materia oscura, bariogénesis y teoría de cuerdas. A decir del autor, la intuición de que existen partículas más simples y menores en número que las conocidas actualmente es una idea meramente estética que representa el punto de contacto más extraordinario entre la ciencia y el arte. Arturo Menchaca Rocha estudió física en la unam y el doctorado en física nuclear en la Universidad de Oxford. Sus áreas de especialidad son los mecanismos de reacción entre núcleos complejos, la detección de partículas cargadas y la simulación hidrodinámica de reacciones nucleares.

la ciencia para todos4ª ed., 2017

De América a EuropaCuando los indígenas descubrieron el Viejo Mundo (1493-1892)

eric taladoire

1492, el año del encuentro entre el Viejo y el Nuevo mundos es un parteaguas en la historia, y estudiar sus consecuencias culturales, morales y políticas es fundamental para conocer la configuración del mundo moderno. Así, el autor busca analizar el choque entre la cultura americana y la europea desde un enfoque poco abordado: la experiencia de los nativos americanos que fueron llevados a Europa. En comparación con los relatos y las relaciones de los ya famosos cronistas sobre sus impresiones del Nuevo Mundo y sus pobladores, son muy pocos los escritos y testimonios directos de indígenas viajeros. Por ello la mayoría de las fuentes documentales utilizadas en esta obra son los testimonios de cronistas que, en la travesía trasatlántica, tuvieron la posibilidad de escuchar las impresiones y experiencias de quienes fueron trasladados hacia diversas ciudades de Europa. La presente obra aporta importantes elementos para estudiar la Conquista y la Colonia al enfatizar la experiencia de los nativos americanos en el Viejo Continente.

antropología 1ª ed., 2017

Gonzalo RojasIconografía

fabienne bradu

Gonzalo Rojas es uno de los exponentes más destacados de la poesía hispanoamericana del siglo xx. Su obra, enmarcada en la tradición continuadora de las vanguardias literarias latinoamericanas, le hizo merecedor del Premio Cervantes en 2003. Durante 2017 —en el marco del primer centenario de su nacimiento— continúa la celebración de actividades en su honor en distintos países, y a ellas se suma la publicación de esta iconografía a cargo de Fabienne Bradu, autora de El volcán y el sosiego. Una biografía de Gonzalo Rojas, publicada por el fce en 2016, y Rodrigo Tomás Rojas MacKenzie, hijo del gran poeta chileno. Cada imagen incluida en esta colección nos muestra a un hombre que defendió siempre la belleza de la vida y reivindicó en versos deslumbrantes el goce de los sentidos como razón válida de la existencia humana.

tezontle1ª ed., 2017

noviembre de 2017 la gaceta 29

CuraduríaEl poder de la selección en un mundo de excesos

michael bhaskar

En este libro se desarrolla un tema estrechamente ligado con la economía y a la globalización: la creciente importancia de la imagen como medio de selección en un mundo lleno de posibilidades de elección. Se retoma en él un término técnico para nombrar la tendencia de agregar valor a algo por medio de su imagen. El libro se divide en tres partes que exponen los aspectos histórico-económicos, las diferentes definiciones y algunos ejemplos tomados de la vida real que ilustran el tema tratado. Las muy variadas, casi excesivas, posibilidades de elección que se tienen hoy en día son parte del modelo económico. Es por ello que una obra que profundice teóricamente sobre esos tópicos y que ayude a comprenderlos hasta sus últimas consecuencias resulta indispensable. 

comunicación1ª ed., 2017

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30 la gaceta noviembre de 2017

Nostalgia de la lluvia

Alonso Arreola

Si es cierto que toda buena historia debe evocar

alguna circunstancia excepcional, o si es cierto que toda literatura

realista es sobre víctimas, el presente relato cumple los requisitos con creces.

andrea garcía flores

trasfondo

banco suma,a ubicado en el centrode la ciudad hacía más de cien años. Aburrido, quieto como la antena quecoronaba la montaña distante, impo-niéndose con firmeza a las várices y a la falta de respuestas celestiales,siempre terminaba por entregar su decepción a laberintos que no varia-ban de resultado: cualquiera podríaser hijo suyo.

Este cuadro tendría tintes bucóli-cos —a la manera del poeta cubanoEliseo Diego, por ejemplo— si elTasita no fuera un hombre faltode geometría, carente de impulsosintelectuales, incapaz de chispasverbales y, sobre todo, de confianza para aventurar fantasías que traspa-saran la piel del mundo. Una religiónmal edificada era su única relacióncon lo inefable. Hablamos de alguien que supone controlar el brillo de suestancia a voluntad cuando en ver-dad sucede que, tristemente, nadie siente su presencia. Animado por un mecanismo infantil, el guardiabancario se creía camaleón cada

que llegaban los transportistas con el efectivo de negocios aledaños, momento que aprovechaba para ausentarse con sigilo innecesario, “pesando e incapaz de confundirse ya nunca con la tierra”.

Digamos que su trabajo, de por sí decorativo, tenía aún menos sen-tido cuando entraban esos gorilas armados que lo menospreciaban con la sola mirada. Entonces huía velozmente —cronometrándose con cuidado— para recoger cuatro tacos de guisado con la güera, un jugo de naranja con Pepe Chico y dos sales de uva con don Fausto. Porque el Tasita, es decir Vinicio Franco Que-zada, era propenso a la acidez y a la hinchazón intestinal desde aquel día de verano en que un par de hijos de la chingada tuvo a bien asaltar el suma.

IIFue a mediodía, mientras obraba con el pantalón café claro de su impoluto uniforme a media rodilla, cuando el enano del pasamontañas lo sorpren-dió en el sanitario de empleados para sacarlo a punta de pistola y, sometiéndolo sobre el piso dando órdenes enérgicamente, cumplió su

promesa de cortarle la oreja con la navaja suiza que de pronto resplan-deció en su mano regordeta, todo “por no recibir la lana al instante”. El asunto parecía bien coreografia-do. La fecha. La hora. La cantidad de gente. El Tasita ocupando el baño. Se trataba de un óleo pintado por la astucia observante y familiar.

Postrado en decúbito lateral, sufriendo la atribulada mirada de Martita (la nueva gerente en cuyos planes estaba despedirlo), mucho podía agradecer Vinicio por no re-cibir el segundo y simétrico tajo que lo dejara como pelota, pues el enano se entretuvo fileteándole una sola oreja hasta que logró puros jirones centrífugos, fáciles de trocear en una segunda etapa, a pesar de que su compañero, el gordo con voz chillo-na y media negra en la cabeza, ya con las bolsas llenas y medio cuerpo fuera del banco, le gritaba que se pelaran.

Soslayando la elasticidad oní-rica de aquella escena quirúrgica, hay que decirlo, la mutilación pasó rápidamente. Las habilidades del hombrecito con la herramienta marca Victorinox eran notables. Igualmente sobresaliente, quién lo

diría, fue la resistencia de Vinicio al dolor. Ello jugó un papel toral en esos minutos surrealistas. No se inmutó. Tal vez fue que el evento le pareció algo positivo. Tras años de vana espera finalmente habría algo digno de contar a sus hijos cuando volviera a verlos.

Así fue como un día de verano el Tasita se ganó su apodo, su perma-nencia definitiva en el suma y un lugar de respeto entre colegas que ahora le devolvían el saludo por la mañana. Si hubiese tenido el aguan-te para conducir sus intuiciones a la meta de las soluciones, se hubiera considerado una especie de héroe de segunda clase. Pero no llegó tan lejos. Sentía que su herida causaba una lástima solidaria pero soslayaba que era como la leche fría que des-truye los embates de la cafeína de-rrotada. Si a esa bebida le quitamos valentía (azúcar que redondea los ángulos de la violencia), nos queda la cabeza de aquel hombre convertida en una tasa que no se agita, que se enfría, que se bebe a falta de opcio-nes y por puro ocio.

Debemos agregar que su compor-tamiento ante los hechos, ya cuando los asaltantes se habían esfumado,

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ICada mediodía el Tasita, hombre cejijunto y silencioso, cuestionaba a Dios sobre la identidad de los clien-tes que franqueaban la puerta del b bi d l t

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fil 2017

noviembre de 2017 la gaceta 31

fue ejemplar. Se levantó pesadamen-te de aquel mal sueño y pidió calmaa la concurrencia que temblabarecostada sobre el piso. Se subió los pantalones e hizo la llamada co-rrespondiente al protocolo. Ayudóa las mujeres y a los pocos niños y, ante la expectación general, pidió unpañuelo para arrancarse los restosde cartílago que aún colgaban sobresu hombro. De ellos caían hilitos desangre que le impedían escucharcon regularidad la inútil chicharradel suma. Claro, la ayuda tardó en llegar. Eso alentó atisbos de solida-ridad con su persona. Hubo quien ledio flores en días postreros. Inclusosalió una imagen suya en primera plana del único diario local, graciasa un fotógrafo aficionado que, pre-sente en el suma por primera vez,intentaba abrir una cuenta. Hastaunos billetes se ganó Vinicio en elprograma de variedades más vistode la pequeña ciudad, todo por suvangoguiana faena. Sin saberlo se arrancó lo poco que le quedaba de oreja en perfecto close up con la cá-mara de la caja 19, la de Lolita, quelo observaba con el gesto de quien resueltamente piensa “a la mierda este trabajo”.

Desde entonces, además dedejarse crecer el cabello del ladoizquierdo, Vinicio siguió vegetandonormalmente, imperturbable. Claro,si su magín ensayara síntesis con losingredientes que se agitaban entrelos parietales, en poco tiempo hu-biera podido deducir que su vida eratan valiosa como los viejos mueblesdel suma mas no como los bienesde sus clientes ricos, guardados celosamente en una bóveda impene-trable (los ladrones ni preguntaron por ella). Pero no. El Tasita cedía su concentración al sabotaje de cual-quier vuelo de mosca o avión, así que se conformó con el conocimien-to de que su oreja equivalía —según el bono otorgado por los dueños del banco— a un fin de semana de playaen temporada baja (y claro, guardóel dinero, pues sólo con sus hijosconocería el mar).

Justipreciado y sin rencores,Vinicio permaneció en las escalerasdel banco durante dos años más,sobreviviendo a base de tacos y sales estomacales, en espera de quellegara la jubilación y de que su exesposa accediera a darle el contactode sus gemelos, a quienes había de-jado de ver apenas nacieron. Segúnle habían dicho algunos chismosos, los bebés dejaron la ciudad al serentregados a una pareja europea.Pero nunca pudo corroborar nada a falta de familiares y de tecnologíay porque la insensible Lucía apenas lo saludaba cuando iba al banco.Amenazado por múltiples restriccio-nes legales, nunca tuvo manera depresionarla. Desde luego que pudo encontrar formas, arreglárselas… pero estamos hablando del Tasita.¿Seguirla, espiarla, pagar un inves-tigador? Ni hablar de ello. Su inte-ligencia era poca y su ímpetu nulo.Vinicio era de los que esperabanrezándole al karma, cobarde antela sola idea de un enfrentamientocon el poderoso Ramón. Corrían losaños ochenta.

IIIEra un martes lluvioso. Hacía unasemana que aguardaba la llegada deLucía, que no se presentaba a sus asuntos habituales. Con el cigarro oculto en la curva de la mano dere-cha y la gabardina reflejando el le-trero luminoso de la Coca-Cola quecoronaba la tienda de enfrente, elTasita distraía la siniestra alaciando

el pelo crecido, cabalgando bana-lidades que, de ser talladas por la gubia de un poeta caribeño sonarían como “quien sueña un sueño y eso es todo”. Claro, Vinicio no producía líneas reflexivas como ésas. Sus en-granajes mentales sucumbían al óxi-do de la monotonía, aún más fuerte cuando la lluvia proponía su refugio y recordaba los días como universi-tario cuando el maestro Barredas lo miraba —según él— confiando en su futuro y no con el atrevimiento de quien coquetea con un alumno.

En tardes como esa se ponía a re-cordar la exposición que hizo sobre modelos socioeconómicos marxis-tas, en el auditorio de la facultad; el mitin en pro de los usos y costum-bres indígenas del noreste. A recor-dar su entrada a la policía, junto a otros dos amigos vehementes, para limpiar desde adentro las huestes de la ley. A pensar, “como quien sueña un grave color que nunca viera”, que de aquellos idealistas sólo había quedado él formando parte del Cuer-po de Seguridad Bancaria, jugando solitario como niño en un patio de recreo inmutable.

Pero el Tasita nunca tuvo amigos. Tampoco formó parte de movimien-to político alguno. No vivió coyun-turas generacionales de mayor trascendencia ni enfrentó la incon-gruente idea de cobrar salario por proteger los bienes de quienes abu-saban del pueblo. Lo cierto es que en las tardes de lluvia, lastimosamente tatuado a las escaleras del suma, podía torcer las raíces de su inmóvil y depauperada sombra recreándo-se justificaciones para una vida en pausa. Si la literatura acudiera a mirar las grietas de seres como él, usaría estas palabras de Diego: “Qué tedio los sepulta como la muerte a los ojos / que no los cruza nunca la bendición de unas palomas”.

—¿No me habías visto?Con el correr del agua las arrugas

troqueladas se acentuaron como riachuelos. Mirando a Lucía bajo la lluvia imaginaba el primer llanto de quien lo abandonara sin destello en la mirada.

—No. Perdona. ¿Cómo estás?No obtuvo respuesta. Esquiván-

dolo como a un iceberg la mujer entró al banco y, tras sacudirse caninamente y dejar el paraguas abierto junto a la puerta, bogó hasta la caja de costumbre. “Pero quien vio jamás el ruedo misterio-so de tu falda”, pensaría el Tasita si hubiera leído el poemario En la calzada de Jesús del Monte, lo que le daría voz a sentimientos en ciernes. Pero no. Lo suyo fue mirar al carro de bomberos que surcó la calle renovándole la urgencia con su gemido. Sabía que ahora y como cada mes tendría una nueva opor-tunidad para pedirle a Lucía que le diera razones de sus hijos, los gemelos, a quienes había perdido “para nunca recuperarlos ni jamás tener contacto con ellos”, según le dijo el hombre que lo atacó vergon-zosamente en el pasillo del juzga-do, pues “todos sus medios serían insuficientes contra el amante y abogado de su esposa”.

—Tardaste muchos días en ve-nir— dijo a la silueta que regresaba lentamente.

El Tasita notó que el agua no se había ido de aquel rostro. No pensó en otra clase de tormenta.

—Me quitaron todo, Vinicio. Ramón ha muerto.

La mujer tuvo la idea de actuar un sollozo en el hombro del policía. El camión de bomberos pasó de regreso, inútil como un féretro.

—¿Todavía quieres ver a tus hijos?— le preguntó jugándose la última carta.

El Tasita miró el techo de nuba-rrones. Se quitó la capucha de la gabardina y permitió que las gotas se estrellaran en su piel. Si fuera escena de película todo se volvería blanco y negro, sonaría de fondo un tema de Nino Rota y Vinicio se convertiría en Marcelo Mastroiani. Pero no. Según nos dijeron tras el destello de la Coca-Cola que se fue a estampar contra el sitio del apéndice perdido, el Tasita soltó una bocana-da de aire que se convirtió en vaho inmediatamente. También nos di-jeron que no pensó en casualidades ni en la amabilidad desesperada y terrible de su ex mujer. Nos dijeron que nada detuvo al relámpago que tensó su espalda. Nos dijeron que tras hacer una seña a los de adentro, recién bautizado por una paciencia ancestral, bajó la escalera y toman-do la calle se volvió hacia Lucía para decir:

—Vámonos a casa.De ser otro tipo de historia justo

aquí escucharíamos la cálida y cansada voz de Diego, una vez más, completando con dulzura: “Pero quién vio jamás / el ruedo miste-rioso de tu falda / mientras cortas las rosas en la tarde / ni el roce y la tristeza de la lluvia / como un ajeno llanto por mi cara”. Pero no. El bar-do calló cuando esa pareja tomó la calle del banco suma. Y entendemos su silencio porque, revisando lo que nos dijeron otros, nuestros propios intentos narrativos y lo que Eli-seo Diego se guardó, encontramos placas tectónicas superpuestas cuya fricción está afectando al esqueleto entero. El poeta conoce la debilidad del cuento. Necesitamos vino tinto. Las paredes tiemblan. En el estéreo suena un viejo disco de Jacques Brel. Es martes. Necesitamos vino tinto.

IIIHabían quedado de verse en el café del Parque Central. Él esperaría desde las dos y media, ella llegaría como a las tres, con sus hijos. La noche había sido difícil. El sueño tantas veces repetido del circo donde el niño le asestaba golpes con una gran espada de goma había sido peor. De bambalinas salían una mujer y un oso arrojando dinero de juguete a los espectadores. Vinicio se esforzaba en esquivar a su pe-queño contrincante pidiendo ayuda, pero la multitud estaba sorda. Sobra decir —hablamos del Tasita— que nunca interpretó estas imágenes ni sintió curiosidad por su sentido. Espectador satisfecho, no bajaría de las gradas para internarse en los camerinos donde se tejían los acontecimientos. No se le ocurriría porque para él no había nada, ni cir-co, ni oso, ni mujer, ni un niño… sólo ráfagas de angustia que interpretaba como falta de vitaminas.

“La eternidad por fin comienza un lunes.” De haberla conocido, aquella frase le parecería prodigiosa y salva-dora. La recordaría cada inicio de se-mana para sentirse catapultado has-ta la siguiente y así perennemente, propulsado por la fuerza mágica de las palabras. De haberla leído sabría que después del encuentro familiar los versos saldrían sobrando pues la poesía de Diego habría cumplido con salvarle la vida. Pero como no tenía idea de que algo tan grande como la eternidad por fin comenzaría un lunes, la energía que se acumulaba en su esternón fue utilizada para llamar a la mesera y no para interpretar

un sueño. No para darle peso a un instante.

—Otro café.Se aproximó el vestido verde

con medias de licra transparente, apretadas y brillantes que impe-dían imaginar nada más que un club sándwich. A través de aquellos res-plandores Vinicio pudo percibir un profuso y negro vello que le arrancó una sonrisa: ¿serían velludos sus hijos? En otras circunstancias hu-biera recordado: “Y ya los hijos van corriendo más allá de la mañana”. Concepto diferente aunque atado a una misma nostalgia, sería más fiel para describir el aliento marítimo que lo impulsaba ese día. Pero no. Vinicio era un perro encadenado a un poste.

Cuando se abrió la puerta y apa-reció Lucía, el Tasita se incorporó inmediatamente. Acomodándose el nudo de la corbata y el cabello que cubría sus carencias, sonrió ner-viosamente. Tras la mujer entraron dos hombres que fueron a sentarse a su mesa, sin levantar la mirada ni saludarlo. Uno grueso y alto, el otro muy bajo. “Tal como me los imagi-naba”, pensó un Vinicio obnubilado. Con una charola sobre las manos, la mesera interrumpió por unos segun-dos el anhelado encuentro trayendo al policía de vuelta a la realidad.

—¿Pan?Concretada la entrega sin espe-

rar contestación, el vestido verde desapareció dejando a la deriva a los cuatro tripulantes de la mesa-balsa.

—¿Qué tal, papá?La voz chillona y aguda despertó

un epicentro olvidado en el que to-davía predominaban los escombros. De reojo, mareado, miró a su otrora ex mujer. Ésta se entretenía en darle vueltas a la servilleta donde descan-saba un pan dulce que había tomado de la canastilla. Sacudidos por su fuerza centrípeta, todos observaron el pequeño remolino quiromántico, hipnotizados de vergüenza. Después de unos segundos, el otro sacó un llavero del que pendía la navaja. Se lo ofreció a su madre asumiendo un deseo. Los tres: el gordo, el enano y el viejo policía, silentes en un cuadro vulgar y azulado, se queda-ron quietos hasta que la mujer cortó la orejuela en el clímax de un ritual inusitado. Un claxon sonó tres veces vaticinando insultos en la calle. La nobleza del tiempo alcanzó para que la familia cumpliera el sacrificio bajo un sol opaco, flotante, encade-nado al cielorraso de aquella cueva situada en el centro mismo de la tarde.

En el abismo de un silencio palpi-tante y doloroso, el cerebro del Ta-sita se contrajo apagando un último destello. No se fatigaría pensando en las casualidades. No buscaría suti-lezas en el libro que nunca leyó (La sed de lo perdido, en cuya página 69 Eliseo Diego le refuta a un mun-do intolerante: “Porque quien vio jamás las cosas que yo amo”). Con la certeza de que no volvería a perder a su familia, atestiguando aquella ofrenda que lo iba ensordeciendo por completo, Vinicio, parecido a una tasa de feria que gira en el aire ignorando el desbordamiento de sus gritos, dijo algo mientras acercaba la mano a una parte del pasado. Sus palabras fueron importantes. Está seguro de ello. Pero no fue escucha-do. Eso dijeron quienes lo vieron re-construirse sobre cimientos agrieta-dos, hace más de treinta años.�•

nostalgia de la lluvia

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PROGRAMA DE PRESENTACIONES Y ACTIVIDADES DEL FCEDel 25 de noviembre al 3 de diciembre de 2017

SÁBADO 25 DE NOVIEMBREDetrás del arcoírisCharla-taller con Mónica Brozon, autora de Sombras en el arcoírisDirigido a niños de 9 a 12 añosFIL Niños - 12:00 a 13:30 h

Enmarañando tintasTaller de tinta china con Luis Safa, ilustrador de Tito y el misterioso AmicusDirigido a niños de 9 a 12 añosFIL Niños - 12:00 a 13:30 h

Estados Unidos. Política interna y tendencias globales,de Susana Chacón y Carlos Heredia (coords.) Participan: Luis Maira y los autoresModera: Nelly PalafoxSalón Alfredo R. Placencia - 16:00 a 16:50 h

Linda 67. Historia de un crimen,de Fernando del PasoNueva ediciónParticipan: Roberto Coria, Martín Solares y el autorModera: Eduardo MatíasSalón 4 - 17:00 a 17:50 h

No sé dibujar, pero sí capturar bichosCharla con Adolfo SerraSalón de los Ilustradores - 17:00 a 18:00 h

Damián Ortega. Aproximaciones,de Luciano Concheiro (comp.)Participan: Damián Ortega y Luciano ConcheiroModera: Nelly Palafox Salón Antonio Alatorre - 19:30 a 20:20 h

Ver con los otros. Comunicación intercultural,de Jesús Martín-Barbero y Sarah Corona BerkinParticipan: José Manuel Valenzuela y los autoresModera: Rocío MartínezSalón Elías Nandino - 20:00 a 20:50 h

El gran desencuentro. Una mirada al socialismo chileno,la Unidad Popular y Salvador Allende,de Ricardo Núñez M. (FCE Chile)Participan: Luis Maira, Otto Granados y el autorModera: José Carreño CarlónSalón Mariano Azuela - 20:00 a 20:50 h

DOMINGO 26 DE NOVIEMBRE Formas imaginadasTaller de creación de personajes con Adolfo Serra, autor e ilustrador de El bosque dentro de míDirigido a niños de 7 a 9 añosFIL Niños - 11:00 a 12:30 h

El origen de la ciencia. Una antologíade La Ciencia para TodosParticipan: Juan Luis Cifuentes y Jorge Flores Modera: Heriberto Sánchez Pabellón del Conacyt - 15:00 a 15:50 h

Jam de ilustración con Mercè López y Adolfo SerraFIL Niños - 17:00 a 18:00 h

Mecanismos de la posverdad, de Jacqueline Fowks (FCE Perú)Participa: la autoraÁrea del Libro Electrónico - 18:00 a 18:20 h

Zapata y la Revolución mexicana, de John Womack Jr.Participan: Héctor Aguilar Camín, Emilio Kourí y el autorModera: José Carreño CarlónSalón 3 - 18:00 a 18:50 h

“Diseñador, dibujante, artista, filósofo…¿Qué es y cómo se percibe al ilustrador?”Mesa redonda Participan: Joaquín Campllonch (Argentina), Raquel Echenique (Chile), Adolfo Serra (España), Nívola Uyá (España) Salón México III, Hotel Hilton - 18:45 a 20:00 h

Curaduría. El poder de la selección en un mundode excesos, de Michael Bhaskar Participan: Ix-Nic Iruegas y el autorModera: Rocío MartínezSalón Mariano Azuela - 20:00 a 20:50 h

La otra gran ilusión. Memorias de un físico mexicano,de Jorge Flores Valdés Participa: el autorModera: Heriberto SánchezPabellón del Conacyt - 20:00 a 20:50 h

LUNES 27 DE NOVIEMBRE Niveles de percepción: cómo usarlos en la creaciónde imágenesTaller para ilustradores con Mercè LópezSalón B, Área Internacional - 9:30 a 14:30 h

Leer entre dos mundos: la lectura híbrida(formato digital, formato papel) como un nuevo humanismo Participa: Nelly PalafoxÁrea del Libro Electrónico - 17:00 a 17:20 h

La trompetilla acústica, de Leonora Carrington Participan: Tere Arcq y Daniela TarazonaModera: Eduardo Matías Salón 2 - 18:00 a 18:50 h

Romeo y Julieta, de William Shakespare, ilustrado por Mercè LópezEl bosque dentro de mí, de Adolfo SerraParticipan: Mercè López y Adolfo SerraSalón de los Ilustradores - 19:00 a 19:50 h

Libertad y coacción. La paradoja del gobiernoestadunidense desde su fundación hasta el presente,de Gary GerstleParticipan: Ricardo Raphael, Héctor Aguilar Camín y el autorModera: José Carreño CarlónSalón Antonio Alatorre - 19:30 a 20:20 h

MARTES 28 DE NOVIEMBRERosario electrónica y Alfonso electrónicoParticipa: Ruth OrtegaÁrea del Libro Electrónico - 15:00 a 15:20 h

Fábulas e historias de estrategas, de Renato Tinajero Participa: el autorModera: Eduardo MatíasSalón de la Poesía - 17:30 a 18:20 h

Tips para concursar: página de registro del Concurso LeamosLa Ciencia para TodosParticipa: Heriberto SánchezÁrea del Libro Electrónico - 18:00 a 18:20 h

La frontera nómada. Sonora y la Revolución mexicana,de Héctor Aguilar Camín Participan: Claudio Lomnitz y el autorModera: José Carreño CarlónSalón 3 - 18:00 a 18:50 h

Historias que se cuentan solasTaller de dibujo y pintura con Mercè López, ilustradora de Romeo y JulietaDirigido a niños de 10 a 12 añosFIL Niños - 18:00 a 19:30 h

Orfeo, de Martha Riva Palacio Participan: Socorro Venegas y la autoraSalón Antonio Alatorre - 19:30 a 20:20 h

Última escala en ninguna parte,de Ignacio Padilla. Novela póstumaParticipan: Antonio Ortuño, Socorro Venegas y Jorge VolpiModera: José Carreño CarlónSalón Mariano Azuela - 20:00 a 20:50 h

MIÉRCOLES 29 DE NOVIEMBRE Contenidos digitales para el mundo editorialParticipa: Rocío MartínezÁrea del Libro Electrónico - 10:30 a 10:50 h

Encuentro de Editoriales Infantiles y Juveniles“Literatura y edición infantil y juvenil: ¿cómo mitigar problemas sociales por medio de la lectura?”Participan: Socorro Venegas (México), Mariana Warth (Brasil) y María Fernanda Paz Castillo (Venezuela)Salón Mariano Azuela - 11:00 a 12:00 h

Renato Tinajero en Ecos de la FIL Preparatoria regional de Jalostotitlán - 12:00 a 16:00 h

Micrositios: el futuro digital del diccionario y la enciclopedia Participa: Karla LópezÁrea del Libro Electrónico - 14:30 a 14:50 h

Concurso Booktubers 2017Participa: Socorro VenegasÁrea del Libro Electrónico - 17:00 a 17:20 h

Bíos. El cuerpo del alma y el alma del cuerpo,de Juliana González Valenzuela Participan: Mercedes de la Garza, Jorge Linares y la autoraModera: José Carreño Carlón Salón Mariano Azuela - 17:00 a 17:50 h

Firma de libros con Ada Salas, autora de Escribir y borrar.Antología esencial (FCE España)Stand del FCE - 18:00 a 18:50 h

Teatro reunido, vol. I, de Juan Tovar;Teatro escogido, de Luis de Tavira Participan: los autoresSalón 5 - 19:00 a 19:50 h

Festival de las Letras EuropeasParticipan: Antonia Michaelis (Alemania), Muriel Barbery (Francia),Marta Sanz (España) y José Luís Peixoto (Portugal)Salón C, Área Internacional - 19:00 a 20:50 h

JUEVES 30 DE NOVIEMBRELa perenne desigualdad, de Rolando Cordera Participan: Mario Luis Fuentes, Héctor Raúl Solís y el autorModera: Irene Castro Salón B - 13:30 a 14:20 h

De la genética a la epigenética. La herencia que no estáen los genes, de Clelia de la Peña y Víctor M. Loyola Participan: los autoresModera: Heriberto Sánchez Pabellón del Conacyt - 15:00 a 15:50 h

Obras completas, de Guadalupe Dueñas Participan: Beatriz Espejo, Patricia Rosas Lopáteguiy Mauricio MontielModera: Eduardo Matías Salón Elías Nandino - 16:00 a 16:50 h

La hormiga de fuego invicta. Biología, ecología,impacto económico y ambiental, de Carlos A. BlancoParticipan: David Lugo Barrera y el autorModera: Heriberto SánchezPabellón del Conacyt - 19:00 a 19:50 h

Entrega del Premio Hispanoamericano de Poesíapara Niños 2017Participan: Eduardo Langagne, Miguel Limón Rojas,Socorro Venegas y autor(a) premiado(a)Modera: José Carreño Carlón Salón Antonio Alatorre - 19:30 a 20:20 h

VIERNES 1º DE DICIEMBREEl Poder Ejecutivo en la Constitución mexicana.Del metaconstitucionalismo a la constelaciónde autonomías, de Pedro Salazar Ugarte Participan: María Amparo Casar, Ignacio Marván y el autorModera: José Carreño Carlón Salón Mariano Azuela - 12:00 a 12:50 h

Homenaje a Guillermo González Camarena en su centenarioParticipan: Carlos Chimal y José de la HerránModera: Juan NepoteSalón 4 - 12:45 a 13:50 h

Las fronteras de la muerte, de Laura Bossi Participan: María Cristina Islas Carbajal, Ismael Ortiz Barbay Rodrigo Ramos ZúñigaModera: Heriberto SánchezPabellón del Conacyt - 14:00 a 14:50 h

Homenaje a Roger BartraParticipan: Nick Caistor, José María Espinasa y Roger BartraModera: Gerardo VilladelángelSalón José Luis Martínez - 19:00 a 19:50 h

Cultura de paz, palabra y memoria.Un modelo de gestión cultural comunitario Participan: Julián Herbert, Eduardo Limón,Eduardo Antonio Parra y Socorro VenegasModera: José Carreño CarlónSalón Antonio Alatorre - 19:30 a 20:20 h

El cambio climático. Causas, efectos y soluciones, de Mario Molina, José Sarukhán y Julia Carabias Participan: los autoresModera: José Carreño CarlónSalón 1 - 20:00 a 20:50 h

SÁBADO 2 DE DICIEMBREConstruyendo mundos fantásticosCharla e intercambio creativo con Antonio Ramos Revillas,autor de La Dama de la SelvaDirigido a niños de 12 a 15 añosFIL Niños - 12:00 a 13:30 h

El Universal Ilustrado. Antología,de Antonio Saborit (coord.)Participan: Julio Aguilar y Antonio SaboritModera: Max GonsenSalón Mariano Azuela - 13:00 a 13:50 h

Lo imposible en matemáticas, de Carlos Prieto de Castro Participan: Alonso Castillo Ramírez y el autorModera: Heriberto SánchezPabellón del Conacyt - 14:00 a 14:50 h

El complot mongol, de Rafael BernalLuis Humberto Crosthwaite (guión), Ricardo Peláez (dibujo)Novela GráficaParticipan: Bernardo Esquinca y Ricardo PeláezModera: Eduardo MatíasSalón del Cómic - 17:00 a 17:50 h

Firma de libros con Ricardo Peláez, ilustradorde El complot mongol, novela gráficaStand del FCE - 18:00 a 20:00 h

Los lectores presentanNashville o el juego del lobo, de Antonia Michaelis Participan: Los lectores, Socorro Venegas y la autoraSalón 3 - 17:00 a 17:50 h

Firma de libros con Antonia MichaelisMódulo de Firmas en el Área Internacional - 18:00 a 18:50 h

Desigualdad mundial. Un nuevo enfoquepara la era de la globalización, de Branko MilanovicParticipan: Gerardo Esquivel, Vidal Llerenas Morales y el autorSalón Mariano Azuela - 19:00 a 19:50 h

DOMINGO 3 DE DICIEMBRECartas al autor, inspiradas en El Cuentacuentos,de Antonia Michaelis Participan: Socorro Venegas y la autoraSalón 1 - 13:00 a 14:50 h

El fuego del cielo. Mito y realidad en torno al rayo,de José AltshulerParticipan: Faustino Omar García y Hermes Ulises RamírezModera: Nelly PalafoxPabellón del Conacyt - 14:00 a 14:50 h