5
Francisco Arévalo o como llegar lejos en el mismo lugar Carlos YUSTI Presentación El poeta, novelista, cuentista y funambulista de la nocturnidad Francisco Arévalo cuando era más joven, y todavía tenía guardado en los bolsillos las palabras, conoció a un escritor y poeta real que escribía libros y publicaba sus textos en revistas o periódicos. Su nombre Alis Darnott. Con Darnott compartiría una que otra circunvalación etílica y largas conversaciones sobre arte y literatura. De alguna manera Darnott le insistía que se sacara las palabras de los bolsillos y escribiera o como lo anotaría muchos años después el propio Francisco Arévalo: “Alis Darnott fue quien me estimuló y me convenció para que continuase escribiendo, decía que yo podía llegar lejos (no sé que él entendía por lejos porque sigo en el mismo lugar, un tanto más viejo), pero gracias a su insistencia fue que gané mis primeros premios y por supuesto las primeras publicaciones”. Cada escritor se hace de una máscara y de un estilo por cuenta y riesgo. Cada escritor se bate a duelo con sus demonios particulares. Para Francisco Arévalo la escritura no es más que una manera de domesticar y adecentar los demonios guardados en su closet personal. Arévalo y yo nos hicimos amigos dentro de esa oscuridad mohosa de los peores bares de la ciudad. En una mesa, con alguna prostituta calculando las ganancias (y con el mohín del fastidio en los labios pintarrajeados color sangre) íbamos acumulando botellas y repasando nuestros descuidos y torpezas con eso de la escritura, jugábamos a la baraja de la bilis y la ironía para decapitar a los maestros del día del mundillo literario, sembrado de capillas poéticas y

Francisco Arévalo o El Premio a La Obstinación

Embed Size (px)

DESCRIPTION

un ensayo sobre el poeta Arévalo

Citation preview

Page 1: Francisco Arévalo o El Premio a La Obstinación

Francisco Arévalo o como llegar lejos en el mismo lugar

Carlos YUSTI

Presentación

El poeta, novelista, cuentista y funambulista de la nocturnidad Francisco Arévalo cuando era más joven, y todavía tenía guardado en los bolsillos las palabras, conoció a un escritor y poeta real que escribía libros y publicaba sus textos en revistas o periódicos. Su nombre Alis Darnott. Con Darnott compartiría una que otra circunvalación etílica y largas conversaciones sobre arte y literatura. De alguna manera Darnott le insistía que se sacara las palabras de los bolsillos y escribiera o como lo anotaría muchos años después el propio Francisco Arévalo: “Alis Darnott fue quien me estimuló y me convenció para que continuase escribiendo, decía que yo podía llegar lejos (no sé que él entendía por lejos porque sigo en el mismo lugar, un tanto más viejo), pero gracias a su insistencia fue que gané mis primeros premios y por supuesto las primeras publicaciones”.

Cada escritor se hace de una máscara y de un estilo por cuenta y riesgo. Cada escritor se bate a duelo con sus demonios particulares. Para Francisco Arévalo la escritura no es más que una manera de domesticar y adecentar los demonios guardados en su closet personal.Arévalo y yo nos hicimos amigos dentro de esa oscuridad mohosa de los peores bares de la ciudad. En una mesa, con alguna prostituta calculando las ganancias (y con el mohín del fastidio en los labios pintarrajeados color sangre) íbamos acumulando botellas y repasando nuestros descuidos y torpezas con eso de la escritura, jugábamos a la baraja de la bilis y la ironía para decapitar a los maestros del día del mundillo literario, sembrado de capillas poéticas y mafias intelectualoides, todo algo sórdido como las chicas que nos vendían sus encantos mientras Arévalo estaba atento anotándolo todo con el corazón y los sentidos para luego convertir todo eso en un poema, un cuento o en el fragmento brutal de una novela.

Entre borracheras, prostíbulos y resacas Francisco Arévalo se hizo de un estilo sin afeites. Para él la realidad no era otra cosa que una farsa con sus villanos y pillos de rigor, con sus victimas colaterales, era un guión peliculero con muchos borrones y gazapos, con mucho oro falso y ornato oficial. Arévalo estaba dispuesto a reescribir esa realidad apolillada de falsedad, de ese embuste televisado y cacareado desde el pulpito de los politicastros del día y de los pícaros que se quedaban

Page 2: Francisco Arévalo o El Premio a La Obstinación

con el dinero ingeniando todas las trapacerías posibles. Con estos elementos iba a escribir sus poemas, cuentos y novelas. Su estilo no respetaba sutilezas y en ocasiones era tosco, a rajatabla, pero su prosa y su poesía tenían ese paradójico perfume de la calle, de esa escritura que se forja con el metal precioso de la rabia cruda y de la ternura del jornalero achispado en la intensidad del día a día. Así fue escribiendo novelas con títulos de alto octanaje poético como La esquizofrenia de las golondrinas (Premio Fundarte, 1999), Adiós Matanzas en invierno (1999), Tropiezos en el campanario (2008), Háblame, háblame Iolanda (2014). Así como los poemarios Brote (1989), Nadie me reina en estos parajes de hormigón (1993), Sur (1995), Alcoholes de otra iglesia (1996), Algo más que baladas agridulces (2001), Agrio de colmena (2001), Adiós a Madrid (2007), Más sobre el río (2012), Cerodosochoseis (2014), Heridas o la claridad del deseo (2014). Entre algunos de los tantos premios recibidos, en narrativa: FLASA (1997), FUNDARTE (1997), Premio Nacional de Literatura Alarico Gómez (2007). En poesía: Premio Casa de la Cultura, Ciudad Guayana (1987), José Eugenio Sánchez Negrón (1990), Bienal Alejandro Natera (1990), Municipal de Poesía J.M. Agosto Méndez (1995), Tomas Alfaro Calatrava (2000), Ciudad de Cumana (2000). Sin mencionar que ha recibido una significativa cantidad de menciones honoríficas, en ambos géneros.

Cuando la realidad parece sumida en la mentira, es una especie de show real y resulta chata e insuficiente llega la literatura para agregarle metáfora y abismo hasta convertirla en un universo compuesto de nervios y asombro. Sobre el oficio de novelar la realidad Francisco Arévalo ha escrito: “Crear una novela no es mas que contar con patrañas. Darle una particular lectura a la cotidianidad. Meterse en las honduras de lo fabuloso y salir airoso. Hacer que hechos interesantes de la vida caminen por las paredes de la ficción. Crear un buen embuste. Pero sobre todo es un acto de ingeniería tedioso que lleva en ocasiones al paroxismo, esto debido a la organización y desarrollo del tema, los personajes y los espacios. Una vez superados estos obstáculos, la obra fluye y el efecto queda en manos de unos posibles lectores, no antes de pasar por los filtros implacables de los editores, que buscan rentabilidad, porque la escritura-lectura es un negocio, sino pregúntenle a los autores de “novelas históricas”; tratados de autoayuda; guías del corazón o manuales prácticos para embellecer sin edad”.

La escritura no lo ha llevado lejos, sino hasta ese punto donde ha dejado de beber y fumar, donde escribir no es mas que una sutil venganza contra los majaderos y vivillos de siempre que toman el dinero, se subastan el país y dejan ver la costura de una mediocridad sin ningún rasero ético. La escritura le ha permitido tomarle el compás a la calle, escuchar sus gritos y latidos, sentir el hedor que viene de los

Page 3: Francisco Arévalo o El Premio a La Obstinación

basureros improvisados en cada esquina; palpar el insomnio metido en las uñas de las pupilas de los pasajeros de la noche, montados en la perrera de la nocturnidad con sus bares y prostíbulos y las vendedoras ambulantes de flores y cigarrillos, del chulo respirando su roñoso aire, de esos pobres tipos confesando sus miserias al barman que atiende la barra convirtiendo los tugurios de mala muerte en esa otra iglesia con sus prostitutas, especie de santas alrevés y de sus borrachines como ángeles venidos a menos y en la que el amor y el desamor juegan con cartas marcadas. La literatura de Francisco Arévalo es un gran friso de ese mundo en la cual el esperpento, la tragedia y la comedia de enredos se unen para ofrecer al lector la poética rocambolesca de una realidad cruda, pero compleja, rica en matices y no apta para estómagos frágiles.

Cuando conocí a Francisco Arévalo era delgado y con un rostro cincelado en la desconfianza, parecía estar a la defensiva y sus postulados tenían cierto aire avinagrado. Se jactaba de haber nacido en San Félix, de haber viajado por Europa y a regañadientes amaba en profundo al país. Siempre ha sido fiel a su rabia y a su particular sentido de la justicia. Los distintos premios que ha obtenido por su trabajo poético y por sus novelas le ha granjeado la ojeriza de sus otros colegas escritores, pero esto no le ha impedido seguir escribiendo y publicando. Es un hombre testarudo y obstinado, un escritor que sabe que escribir en nuestro país es una actividad cuesta arriba, un trabajo subvalorado; sin mencionar que nadie te lee y que esos pocos que se aventuran por tus versos parecen hacerte un favor.

Francisco Arévalo ha ido acumulando años, pero su escritura de malos modales todavía posee toda esa lozanía de la malcriadez juvenil. Charles Simic ha escrito: “El mundo parece siempre premiar la conformidad. Cada época tiene su límite oficial sobre lo que es real, lo que es bueno y lo que es malo. El ideal es un plato hecho de deshonestidad, ignorancia y cobardía servido cada noche con un aspecto serio y un aire de la más alta integridad por los noticieros de televisión. La literatura también está preparada para unirse a ello. Su tribu está tratando siempre de reformarte y de enseñarte sus modales. El poeta es ese niño que, de pie en la esquina, con la espalda vuelta a sus compañeros, piensa que está en el paraíso.” Arévalo le da la espalda a sus compañeros de letras, está en una esquina mirando pasar la vida mientras la cloaca se desborda arrastrando muchos sueños rotos y descoloridas flores de plástico. Él sabe que el paraíso ha sido desmantelado para construir estos horribles parajes de hormigón que sólo se salvan gracias al paisaje y a esos ríos bruñidos de tiempo y color.

El poema está por allí como un perro olfateando en la podredumbre, el

Page 4: Francisco Arévalo o El Premio a La Obstinación

poema está por allí trepando por la sangre y el verdadero poeta sabe que un poema se hace con horizontes apuñalados, como musas que atienden la caja registradora en los supermercados, con ese amor perdido entre las sabanas de un hotel barato, con esa diosa voluptuosa de la noche vicaria que sólo acepta plástico. El verdadero poeta sabe que el poema se escribe cuando la tarde es sólo papel periódico perdido entre las hojas secas del parque; que el poema se escribe con esa vida arrojada por la ventana de la metáfora, de esa vida construida con esos ladrillos perdurables de las palabras y que los estudiosos llaman literatura y que para Francisco Arévalo es sólo caerse a trompadas con la luz matinal del día a día y él como nadie sabe que se escribe para pasar en el limpio los despropósitos y erratas de la existencia, para colocar algo de luz donde por razones de estado se impone la oscuridad y sus peculiares engranajes de muerte. Arévalo sabe como ninguno que se escribe para saldar cuentas con todos esos traficantes de sombras que se pasean por los pasillos del poder político. Se escribe para borrar los barrotes y a esos carceleros que se mueven en el anonimato, que desprecian la poesía y hablan como un cartel publicitario.

Francisco Arévalo apura el café de la lírica cada mañana y le da golpes a su vieja máquina de escribir, teclea sus demonios matutinos. Va de provocador, de perdulario y sus poemas salen como ráfagas de las teclas. Hace lo que puede con las palabras mientras la musa, con ojeras negras y desnuda en el quicio de la metáfora, sorbe con parsimonia la luz dudosa del día, en ese ínterin el poeta coloca el punto final a nuevo poema, a un nuevo párrafo y la vida le llega desde la calle como un febril ruido y que el convierte en una extraña música con las palabras que salen de sus bolsillos inquitas, lentas, profundas y luminosas.