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Fuentes: Grecia en tiempos oscuros y arcaicos (1200-500 a. C.). I. Grecia en la Época Oscura (1200-800 a.C.). A) La sociedad homérica (siglo VIII). Autor: Homero (siglo VIII a. C.), poeta griego, tal vez de origen en Jonia en Asia Menor, considerado como autor de las obras Odisea y Ilíada. “Él, por su parte, yendo al encuentro del Atrida Agamenón recibió su ancestral cetro, siempre inconsumible, y con él fue por las naves de los aqueos, de broncíneas túnicas. A cada rey y sobresaliente varón que encontraba, con amables palabras lo retenía, deteniéndose a su lado: «¡Infeliz! No procede infundirte miedo como a un cobarde; sé tú mismo quien se siente y detenga a las demás huestes. Pues aún no sabes con certeza la intención del Atrida. Ahora nos prueba, mas pronto castigará a los hijos de los aqueos. ¿No hemos escuchado todos en el consejo qué ha dicho? Cuida de que su ira no cause daño a los hijos de los aqueos. Grande es la animosidad de los reyes, criados por Zeus. Su honra procede de Zeus, y el providente Zeus lo ama». Mas al hombre del pueblo que veía y encontraba gritando, con el cetro le golpeaba y le increpaba de palabra: «¡Infeliz! Siéntate sin temblar y atiende a los demás, que son más valiosos. Tú eres inútil y careces de coraje: ni en el combate nunca se te tiene en cuenta ni en la asamblea. De ninguna manera seremos aquí reyes todos los aqueos. No es bueno el caudillaje de muchos; sea uno solo el caudillo, uno solo el rey,

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Fuentes: Grecia en tiempos oscuros y arcaicos (1200-500 a. C.).

I. Grecia en la Época Oscura (1200-800 a.C.).

A) La sociedad homérica (siglo VIII).

Autor: Homero (siglo VIII a. C.), poeta griego, tal vez de origen en Jonia en Asia Menor, considerado como autor de las obras Odisea y Ilíada.

“Él, por su parte, yendo al encuentro del Atrida Agamenón recibió su ancestral cetro, siempre inconsumible, y con él fue por las naves de los aqueos, de broncíneas túnicas. A cada rey y sobresaliente varón que encontraba, con amables palabras lo retenía, deteniéndose a su lado: «¡Infeliz! No procede infundirte miedo como a un cobarde; sé tú mismo quien se siente y detenga a las demás huestes. Pues aún no sabes con certeza la intención del Atrida. Ahora nos prueba, mas pronto castigará a los hijos de los aqueos. ¿No hemos escuchado todos en el consejo qué ha dicho? Cuida de que su ira no cause daño a los hijos de los aqueos. Grande es la animosidad de los reyes, criados por Zeus. Su honra procede de Zeus, y el providente Zeus lo ama».

Mas al hombre del pueblo que veía y encontraba gritando, con el cetro le golpeaba y le increpaba de palabra: «¡Infeliz! Siéntate sin temblar y atiende a los demás, que son más valiosos. Tú eres inútil y careces de coraje: ni en el combate nunca se te tiene en cuenta ni en la asamblea. De ninguna manera seremos aquí reyes todos los aqueos. No es bueno el caudillaje de muchos; sea uno solo el caudillo, uno solo el rey, a quien ha otorgado el taimado hijo de Crono el cetro y las leyes, para decidir con ellos en el consejo».

Así recorrió como caudillo el campamento. A la asamblea de nuevo se precipitaron desde las naves y las tiendas entre ecos, como cuando la hinchada ola del fragoroso mar en una gran playa brama, y el ponto retumba.

Todos se fueron sentando y se contuvieron en sus sitios. El único que con desmedidas palabras graznaba aún era Tersites, que en sus mientes sabía muchas y desordenadas palabras para disputar con los reyes locamente, pero no con orden, sino en lo que le parecía que a ojos de los argivos ridículo iba a ser. Era el hombre más indigno llegado al pie de Troya: era patizambo y cojo de una pierna; tenía ambos hombros encorvados y contraídos sobre el pecho; y por arriba tenía cabeza picuda, y encima una rala pelusa floreaba. Era el más odioso sobre todo para Aquiles y para Ulises, a quienes solía recriminar. Mas entonces al divino Agamenón injuriaba en un frenesí de estridentes chillidos. Los aqueos le tenían horrible rencor y su ánimo se llenó de indignación. Mas él con grandes gritos recriminaba a Agamenón de palabra:

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«¡Atrida! ¿De qué te quejas otra vez y de qué careces? Llenas están tus tiendas de bronce, y muchas mujeres hay en tus tiendas para ti reservadas, que los aqueos te damos antes que a nadie cuando una ciudadela saqueamos. ¿Es que aún necesitas también el oro que te traiga alguno de los troyanos, domadores de caballos, de Ilio como rescate por el hijo que hayamos traído atado yo u otro de los aqueos, o una mujer joven, para unirte con ella en el amor, y a la que tú solo retengas lejos? No está bien que quien es el jefe arruine a los hijos de los aqueos. ¡Blandos, ruines baldones, aqueas, que ya no aqueos! A casa, sí, regresemos con las naves, y dejemos a éste aquí mismo en Troya digerir el botín, para que así vea si nosotros contribuimos o no en algo con nuestra ayuda quien también ahora a Aquiles, varón muy superior a él, ha deshonrado y quitado el botín y lo retiene en su poder. Mas no hay ira en las mientes de Aquiles, sino indulgencia; si no, Atrida, ésta de ahora habría sido tu última afrenta».Así habló recriminando a Agamenón, pastor de huestes, Tersites. A su lado pronto se plantó el divino Ulises y, mirándolo con torva faz, le amonestó con duras palabras:«¡Tersites, parlanchín sin juicio! Aun siendo sonoro orador, modérate y no pretendas disputar tú solo con los reyes. Pues te aseguro que no hay otro mortal más vil que tú de cuantos junto con los Atridas vinieron al pie de Ilio. Por eso no deberías poner el nombre de los reyes en la boca ni proferir injurias ni acechar la ocasión para regresar. Ni siquiera aún sabemos con certeza cómo acabará esta empresa, si volveremos los hijos de los aqueos con suerte o con desdicha. Por eso ahora al Atrida Agamenón, pastor de huestes, injurias sentado, porque muchas cosas le dan los héroes dánaos. Y tú pronuncias mofas en la asamblea. Mas te voy a decir algo, y eso también quedará cumplido: si vuelvo a encontrarte desvariando como en este momento, ya no tendría entonces Ulises la cabeza sobre los hombros ni sería ya llamado padre de Telémaco, si yo no te cojo y te arranco la ropa, la capa y la túnica que cubren tus vergüenzas, y te echo llorando a las veloces naves fuera de la asamblea, apaleado con ignominiosos golpes».

Así habló, y con el cetro la espalda y los hombros le golpeó. Se encorvó, y una lozana lágrima se le escurrió. Un cardenal sanguinolento le brotó en la espalda por obra del áureo cetro, y se sentó y cobró miedo. Dolorido y con la mirada perdida, se enjugó el llanto. Y los demás, aun afligidos, se echaron a reír de alegría. Y así decía cada uno, mirando al que tenía próximo: «¡Qué sorpresa! Ulises es autor de hazañas sin cuento por las buenas empresas que inicia y el combate que apresta; mas esto de ahora es lo mejor que ha hecho entre los argivos: cerrarle la boca a éste, un ultrajador que dispara palabrería. Seguro que su arrogante ánimo no le volverá a impulsar otra vez a recriminar a los reyes con injuriosas palabras».”

(Fuente: Homero, Ilíada, II 185, 277, traducción de Emilio Crespo, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1991; aquí citado por http://bib.cervantesvirtual.com).

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Preguntas:

1) ¿Qué esto texto homérico nos relata sobre la sociedad helénica en la primera mitad del primer milenio a.C.?

2) ¿Cuáles son los temas centrales en este cantico?

B) El héroe Aquiles: las dos ciudades del escudo de Aquiles.

Autor: Homero (siglo VIII).

“Hizo [Hefesto ] lo primero de todo un escudo grande y fuerte, de variada labor, con triple cenefa brillante y reluciente, provisto de una abrazadera de plata. Cinco capas tenía el escudo, y en la superior grabó el dios muchas artísticas figuras, con sabia inteligencia.

Allí puso la tierra, el cielo, el mar, el sol infatigable y la luna llena; allí las estrellas que el cielo coronan, las Pléyades, las Híades, el robusto Orión y la Osa, llamada por sobrenombre el Carro, la cual gira siempre en el mismo sitio, mira a Orión y es la única que deja de bañarse en el Océano.

Allí representó también dos ciudades de hombres dotados de palabra. En la una se celebraban bodas y festines: las novias salían de sus habitaciones y eran acompañadas por la ciudad a la luz de antorchas encendidas, oíanse repetidos cantos de himeneo, jóvenes danzantes formaban ruedos, dentro de los cuales sonaban flautas y cítaras, y las matronas admiraban el espectáculo desde los vestíbulos de las casas. — Los hombres estaban reunidos en el foro, pues se había suscitado una contienda entre dos varones acerca de la multa que debía pagarse por un homicidio: el uno declarando ante el pueblo, afirmaba que ya la tenía satisfecha; el otro, negaba haberla recibido, y ambos deseaban terminar el pleito presentando testigos. El pueblo se hallaba dividido en dos bandos que aplaudían sucesivamente a cada litigante; los heraldos aquietaban a la muchedumbre, y los ancianos, sentados sobre pulimentadas piedras en sagrado círculo, tenían en las manos los cetros de los heraldos, de voz potente, y levantándose uno tras otro publicaban el juicio que habían formado. En el centro estaban los dos talentos de oro que debían darse al que mejor demostrara la justicia de su causa.

La otra ciudad aparecía cercada por dos ejércitos cuyos individuos, revestidos de lucientes armaduras, no estaban acordes; los del primero deseaban arruinar la plaza y los otros querían dividir en dos partes cuantas riquezas encerraba la hermosa población. Pero los ciudadanos aún no se rendían, y preparaban secretamente una emboscada. Mujeres, niños y ancianos, subidos en la muralla,

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la defendían. Los sitiados marchaban, llevando al frente a Ares y a Palas Atenea, ambos de oro y con áureas vestiduras, hermosos, grandes, armados y distinguidos, como dioses; pues los hombres eran de estatura menor. Luego, en el lugar escogido para la emboscada, que era a orillas de un río y cerca de un abrevadero que utilizaba todo el ganado, sentábanse, cubiertos de reluciente bronce, y ponían dos centinelas avanzados para que les avisaran la llegada de las ovejas y de los bueyes de retorcidos cuernos. Pronto se presentaban los rebaños con dos pastores que se recreaban tocando la zampoña, sin presentir la asechanza. Cuando los emboscados los veían venir, corrían a su encuentro, se apoderaban de los rebaños de bueyes y de los magníficos hatos de blancas ovejas y mataban a los guardianes. Los sitiadores, que se hallaban reunidos en junta, oían el vocerío que se alzaba en torno de los bueyes, y montando ágiles corceles, acudían presurosos. Pronto se trababa a orillas del río una batalla, en la cual heríanse unos a otros con broncíneas lanzas. Allí se agitaban la Discordia, el Tumulto y la funesta Parca, que a un tiempo cogía a un guerrero con vida aún, pero recientemente herido, dejaba ileso a otro y arrastraba, asiéndole de los pies, por el campo de la batalla a un tercero que la muerte recibiera; y el ropaje que cubría su espalda estaba teñido de sangre humana. Movíanse todos como hombres vivos, peleaban y retiraban los muertos.

Representó también una blanda tierra noval, un campo fértil y vasto que se labraba por tercera vez: acá y allá muchos labradores guiaban las yuntas, y al llegar al confín del campo, un hombre les salía al encuentro y les daba una copa de dulce vino; y ellos volvían atrás, abriendo nuevos surcos, y deseaban llegar al otro extremo del noval profundo. Y la tierra que dejaban a su espalda negreaba y parecía labrada, siendo toda de oro; lo cual constituía una singular maravilla.

Grabó asimismo un campo de crecidas mieses que los jóvenes segaban con hoces afiladas: muchos manojos caían al suelo a lo largo del surco, y con ellos formaban gavillas los atadores. Tres eran éstos y unos rapaces cogían los manojos y se los llevaban abrazados. En medio, de pie en un surco, estaba el rey sin desplegar los labios, con el corazón alegre y el cetro en la mano. Debajo de una encina, los heraldos preparaban para el banquete un corpulento buey que habían matado. Y las mujeres aparejaban la comida de los trabajadores haciendo abundantes puches de blanca harina.

También entalló una hermosa viña de oro cuyas cepas, cargadas de negros racimos, estaban sostenidas por rodrigones de plata. Rodeábanla un foso de negruzco acero y un seto de estaño, y conducía a ella un solo camino por donde pasaban los acarreadores ocupados en la vendimia. Doncellas y mancebos pensando en cosas tiernas, llevaban el dulce fruto en cestos de mimbre; un muchacho tañía suavemente la armoniosa cítara y entonaba con tenue voz el hermoso canto de Lino, y todos le acompañaban cantando profiriendo voces de júbilo y golpeando con los pies el suelo.

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Representó luego un rebaño de vacas de erguida cornamenta: los animales eran de oro y estaño y salían del establo mugiendo, para pastar a orillas de un sonoro río junto a un flexible cañaveral. Cuatro pastores de oro guiaban a las vacas y nueve canes de pies ligeros los seguían. Entre las primeras vacas, dos terribles leones habían sujetado y conducían a un toro que daba fuertes mugidos. Perceguíanlos mancebos y perros. Pero los leones lograban desgarrar la piel del animal y tragaban los intestinos y la negra sangre; mientras los pastores intentaban, aunque inútilmente, estorbarlo, y azuzaban a los ágiles canes: éstos se apartaban de los leones sin morderlos, ladraban desde cerca: rehuían el encuentro de las fieras.

Hizo también el ilustre Cojo de ambos pies un gran prado en hermoso valle, donde pacían las cándidas ovejas, con establos, chozas techadas y apriscos.

El ilustre Cojo de ambos pies puso luego una danza como la que Dédalo concertó en la vasta Cnoso en obsequio de Ariadna, la de lindas trenzas. Mancebos y doncellas hermosas, cogidos de las manos, se divertían bailando: éstas llevaban vestidos de sutil lino y bonitas guirnaldas, y aquéllos, túnicas bien tejidas y algo lustrosas, como frotadas con aceite, y sables de oro suspendidos de argénteos tahalíes. Unas veces, moviendo los diestros pies, daban vueltas a la redonda con la misma facilidad con que el alfarero aplica su mano al torno y lo prueba para ver si corre, y en otras ocasiones se colocaban por hileras y bailaban separadamente. Gentío inmenso rodeaba el baile, y se holgaba en contemplarlo. Un divino aedo cantaba, acompañándose con la cítara; y en cuanto se oía el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en medio de la muchedumbre.

En la orla del sólido escudo representó la poderosa corriente del río Océano.

Después que construyó el grande y fuerte escudo, hizo para Aquileo una coraza más reluciente que el resplandor del fuego; un sólido casco, hermoso, labrado, de áurea cimera, que a sus sienes se adaptara, y unas grebas de dúctil estaño.

Cuando el ilustre Cojo de ambos pies hubo fabricado las armas, entrégalas a la madre de Aquileo. Y Tetis saltó, como un gavilán, desde el nevado Olimpo, llevando la reluciente armadura que Hefesto había construido.”

(Homero, Ilíada, XVIII, 478- 614).

Preguntas:

1) ¿Qué informaciones sobre la forma de vida se encuentra en esta poesía sobre el escudo de Aquiles?

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2) Caracterice los elementos culturales del cantico homérico.

C) Una polis helena en los tiempos oscuros.

Autor: Homero (siglo VIII).

“Y, cuando íbamos a entrar en la ciudad [polis] que rodea una elevada muralla –hay un buen puerto por cada lado de la ciudad, cuya entrada es estrecha, y las cóncavas navas dan guarnición al camino porque cada hombre tiene allí un amarradero-. Y tenían allí también un ágora [foro: plaza pública de asambleas] cerca del hermoso templo de Poseidón provista de grandes piedras profundamente hincadas en el suelo.”

(Homero, Odisea VI, 262-264, citado por Raquel López Melero et al, Historia Universal, Vol. I: Edad Antigua, tomo A: Grecia y Oriente Próximo, Barcelona: Vicens Vives, 1992, p. 439).

Pregunta:

1) ¿Cuáles son las característica de una cuidad (polis) en los tiempos oscuros, según la Odisea?

II. Los tiempos arcaicos (siglos VIII-VI).

A) Hesíodo y el mito de las edades.

Autor: Hesíodo (nació en la segunda mitad del siglo VIII o en la primera mitad del siglo VII), terrateniente y poeta griego en Boecia, autor de Teogonía y Trabajos y días.

“Ahora si quieres te contaré brevemente otro relato, aunque sabiendo de las edades bien -y tu grábatelo en el corazón- cómo los dioses y los hombres mortales tuvieron un mismo origen.

Al principio los Inmortales que habitan mansiones olímpicas crearon una dorada estirpe de hombres mortales. Existieron aquellos en tiempos de Cronos, cuando reinaba en el cielo; vivían como dioses, con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria; y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas ajenos a todo tipo de males. Morían como sumidos en un sueño; poseían toda clase de alegrías, y el campo fértil producía espontáneamente abundantes y excelentes frutos. Ellos contentos y tranquilos alternaban sus faenas con numerosos deleites. Eran ricos en rebaños y entrañables a los dioses bienaventurados.

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Y ya luego, desde que la tierra sepultó esta raza, aquéllos son por voluntad de Zeus démonos benignos, terrenales, protectores de los mortales [que vigilan las sentencias y malas acciones yendo y viniendo envueltos en niebla, por todos los rincones de la tierra] y dispensadores de riqueza; pues también obtuvieron esta prerrogativa real.

En su lugar una segunda estirpe mucho peor, de plata, crearon después los que habitan las mansiones olímpicas, no comparable a la de oro ni en aspecto ni en inteligencia. Durante cien años el niño se criaba junto a su solícita madre pasando la flor de la vida, muy infantil, en su casa; y cuando ya se hacía hombre y alcanzaba la edad de la juventud, vivían poco tiempo llenos de sufrimientos a causa de su ignorancia; pues no podían apartar de entre ellos una violencia desorbitada ni querían dar culto a los Inmortales ni hacer sacrificios en los sagrados altares de los Bienaventurados, como es norma para los hombres por tradición. A éstos más tarde los hundió Zeus Crónida irritado porque no daban las honras debidas a los dioses bienaventurados que habitan el Olimpo.

Y ya luego, desde que la tierra sepultó también a esta estirpe, estos genios subterráneos se llaman mortales bienaventurados, de rango inferior, pero que no obstante también gozan de cierta consideración.

Otra tercera estirpe de hombres de voz articulada creó Zeus padre, de bronce, en nada semejante a la de plata, nacida de los fresnos, terrible y vigorosa. Sólo les interesaban las luctuosas obras de Ares y los actos de soberbia; no comían pan y en cambio tenían un aguerrido corazón de metal. [Eran terribles; una gran fuerza y unas manos invencibles nacían de sus hombros sobre robustos miembros.] De bronce eran sus armas, de bronce sus casas y con bronce trabajaban; no existía el negro hierro. También éstos, víctimas de sus propias manos, marcharon a la vasta mansión del cruento Hades, en el anonimato. Se apoderó de ellos la negra muerte aunque eran tremendos, y dejaron la brillante luz del sol.

Y ya luego, desde que la tierra sepultó también esta estirpe, en su lugar todavía creó Zeus Crónida sobre el suelo fecundo otra cuarta más justa y virtuosa, la estirpe divina de los héroes que se llaman semidioses, raza que nos precedió sobre la tierra sin límites.

A unos la guerra funesta y el temible combate los aniquiló bien al pie de Tebas la de siete puertas, en el país cadmeo, peleando por los rebaños de Edipo, o bien después de conducirles a Troya en sus naves, sobre el inmenso abismo del mar, a causa de Helena de hermosos cabellos. [Allí, por tanto, la muerte se apoderó de unos.]

A los otros el padre Zeus Crónida determinó concederles vida y residencia lejos de los hombres, hacia los confines de la tierra. Éstos viven con un corazón exento de dolores en las Islas de los Afortunados, junto al Océano de profundas corrientes, héroes felices a los que el campo fértil les produce frutos que

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germinan tres veces al año, dulces como la miel, [lejos de los Inmortales; entre ellos reina Cronos. Pues el propio padre de hombres y dioses le libró, y ahora siempre entre ellos goza de respeto como benigno. Zeus a su vez otra estirpe creó de hombres de voz articulada, los que ahora existen sobre la tierra fecunda.]

Y luego, ya no hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación sino haber muerto antes o haber nacido después; pues ahora existe una estirpe de hierro. Nunca durante el día se verán libres de fatigas y miserias ni dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les procurarán ásperas inquietudes; pero no obstante, también se mezclarán alegrías con sus males.

Zeus destruirá igualmente esta estirpe de hombres de voz articulada, cuando al nacer sean de blancas sienes. El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses —no podrían dar el sustento debido a sus padres ancianos aquellos [cuya justicia es la violencia—, y unos saquearán las ciudades de los otros]. Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá pudor; el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento. La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables.

Es entonces cuando Aidos y Némesis, cubierto su bello cuerpo con blancos mantos, irán desde la tierra de anchos caminos hasta el Olimpo para vivir entre la tribu de los Inmortales, abandonando a los hombres; a los hombres mortales sólo les quedarán amargos sufrimientos y ya no existirá remedio para el mal.

(Hesíodo, Trabajos y días, 106- 201. Traducción de Aurelio Pérez Jiménez, Hesíodo, Obras. Biblioteca Básica Gredos, Barcelona, 2000, 70-74; aquí citado por http://bib.cervantesvirtual.com).

Preguntas:

1) Describe la cosmovisión de Hesíodo.

2) ¿Cómo Hesíodo ve el hombre en el mundo?

B) Los dioses helénicos en las obras de Hesíodo y Homero.

Autor: Heródoto, (c. 490/480 a. C. en Halicarnaso (Asia Menor) – c. 425/420 en Turios (sur de Italia)) historiador, geógrafo y compilador, “padre de la

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historiografía helénica”, viajó en tiempos de Pericles a la floreciente polis Atenas donde realizó la lectura de su obra; visitó también Egipto, Fenicia y Mesopotamia. Su obra “Historias” (nueve libros “dedicados a las musas”) narra los conocimientos y sus propias experiencias históricas, etnográficas y geográficas.

“De dónde procede cada uno de los dioses, si siempre existieron todos ellos, y cuáles son sus formas, eso lo ignoraban hasta anteayer por así decirlo. Porque yo creo que Hesíodo y Homero son cuatrocientos años más antiguos que yo, no más. Ellos son los que hicieron para los griegos la genealogía de los dioses, los que dieron a los dioses sus epítetos, les distribuyeron honores y competencias y determinaron sus formas: los poetas que dicen haber vivido antes que esos hombres, a mí, desde luego, me parece que son posteriores.”

(Heródoto, Historias, II, 53; Raquel López Melero et al, Historia Universal, Vol. I: Edad Antigua, tomo A: Grecia y Oriente Próximo, Barcelona: Vicens Vives, 1992, p. 452).

Preguntas:

1) ¿Cómo Heródoto ve el tema religiosa helena? (Su desarrollo).

C) La gran colonización (segundo mitad del siglo VIII hasta inicio del siglo VI).

a) Fundación de coloniales en Cirene en Libia.

Autor: Heródoto.

Teras, hijo de Autesión, nieto de Tisámeno, bisnieto de Tersandro y tataranieto de Polinices, se disponía a partir de Lacedemonia para fundar una colonia (...) En la isla que en la actualidad recibe el nombre de Tera, la misma que antes se llamaba Caliste, vivían unos descendientes del fenicio Membliarao, hijo de Pecilas. Resulta que Cadmo, hijo de Agenor, cuando regresaba a Europa, arribó a la isla que en la actualidad se llama Tera. Y al arribar a dicho lugar, ya fuera que el terreno le agradara o que, por algún otro motivo, le viniera en gana hacer lo que hizo, el caso es que en esa isla dejó a varios fenicios y, entre ellos, a Membliarao, uno de sus parientes. Estas gentes habitaron la isla llamada Caliste por espacio de ocho generaciones antes de que Teras llegara procedente de Lacedemonia.

Pues bien, tomando consigo gente de las tribus, Teras se dispuso a partir hacia dicha isla con la intención de formar una misma comunidad con sus habitantes y sin ánimo alguno de expulsarlos, sino ansiando ganarse su amistad sinceramente. Y como, por su parte, los minias que habían escapado de la prisión estaban

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asentados en el Taigeto y los lacedemonios tenían el propósito de matarlos, Teras intercedió para que no se produjera una carnicería y se comprometió a sacarlos personalmente del país. Los lacedemonios se mostraron de acuerdo con esta proposición y Teras partió con tres trieconteros para reunirse con los descendientes de Membliarao, aunque no se llevó a todos los minias, sino sólo a unos pocos (...) Y por su parte la isla recibió la denominación de Tera en honor de su colonizador (...)

Grino, hijo de Esanio, que descendía del susodicho Teras y que era rey de la isla de Tera, llegó a Delfos llevando consigo una hecatombe ofrecida por su ciudad. Le acompañaban varios conciudadanos suyos y, entre ellos, Bato, hijo de Polimnesto, que pertenecía a la familia de Eufemo, uno de los minias. Pues bien, cuando Grino, rey de los tereos, estaba consultando al oráculo sobre otras cuestiones, la Pitia le respondió que fundara una ciudad en Libia. Entonces el rey le respondió en estos términos: «Yo, Señor, ya soy demasiado viejo e incapaz para llevar a cabo la empresa; impón, pues, esta tarea a cualquiera de los jóvenes aquí presentes». Y al tiempo que decía estas palabras, señalaba a Bato.

Por el momento eso fue todo. Pero, posteriormente, una vez de regreso, hicieron caso omiso del oráculo, pues no sabían en qué parte de la tierra se encontraba Libia y no se atrevían a enviar una colonia a un destino desconocido (...) Despacharon emisarios a Creta para que se informase de si algún cretense o algún meteco había llegado hasta Libia (...) De Tera, primeramente, zarparon unos exploradores (...) Los de Tera decidieron enviar, de cada dos hermanos, al que la suerte designase, y que hubiese expedicionarios de todos los distritos, que eran siete; su jefe, a la par que rey, sería Bato. Así pues, enviaron a Platea dos penteconteros (...)

Resulta que, cuando Bato se hizo un hombre, se dirigió a Delfos para formular una consulta sobre su voz; y, a su pregunta, la Pitia le dictó la siguiente respuesta: «Bato, a preguntar por tu voz has venido; pero el Soberano Febo Apolo te envía a Libia, tierra de pingües rebaños, a fundar una colonia» (...) Entonces él le respondió en los siguientes términos: «Señor, yo he acudido ante ti para formularte una consulta a propósito de mi voz; tú, en cambio, me respondes hablándome de otras cosas, de unos imposibles al ordenarme que funde una colonia en Libia; ¿con qué medios? ¿con qué colonos?» (...)

Dado que los de Tera ignoraban la causa de sus desdichas, despacharon emisarios a Delfos para que consultaran al oráculo sobre los males que les aquejaban. Por su parte la Pitia les respondió que todo iría mejor si iban con Bato a colonizar Cirene en Libia. Tras esta respuesta, los tereos enviaron a Bato con dos penteconteros (...) Colonizaron una isla situada en la costa libia, cuyo nombre, como ya he indicado anteriormente, es Platea (...) En dicha isla vivieron por espacio de dos años (...) El dios no los eximía de fundar la colonia hasta que acabaran llegando a la mismísima Libia. Y, al arribar a la isla, recogieron al que

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habían dejado allí y colonizaron un paraje de Libia propiamente dicha, situado en frente de la isla, cuyo nombre era Aciris, paraje al que por dos lados encuadran hermosísimos sotos, así como un río que corre por el flanco restante.

(Fuente: Heródoto, Historia, IV 147-157 (selección), traducción de Carlos Schrader, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1979, aquí citado por http://bib.cervantesvirtual.com).

Preguntas:

¿Qué papel tiene Delfos en la colonización?

¿Quiénes fueron los colonizadores y colonos en Cirene, en Libia?

b) Fundaciones de coloniales en Sicilia.

Autor: Tucídides (c. 460/455 a. C. en Atenas - 398/397 a. C. en Tracia), historiador ateniense, fue estratega (comandante militar) en Atenas en 424. Su obra “Historia de la guerra del Peloponeso” resume la historia de los helenos desde el tiempo de los micenas hasta la guerra entre Esparta y Atenas (especialmente los acontecimientos entre los años 431-411 a. C.).

“Habiendo sido los primeros de entre los griegos en hacerse a la mar, unos calcidios de Eubea, con Tucles como fundador (oikistés), fundaron Naxo y erigieron un altar de Apolo Archegétes (“Conductor”) -el que ahora se encuentra fuera de la ciudad-, sobre el cual, cuando los theoroí de Sicilia, hacen primeramente un sacrificio.

Al año siguiente, Arquitas uno de los Heraclidas procedente de Corinto, fundó Siracusa tras haber expulsado primer a los Sícelos del Islote –que hoy ya no es tal islote- donde se encuentra la ciudad interior. Más tarde, con el tiempo, llegó a estar muy poblada la ciudad exterior, agregada a la otra por su muralla.

Teocles y los Calciditos, saliendo de Naxo en el año quinto después de la fundación de Siracusa, fundan Leontinos, tras expulsar a los Sícelos por las armas, y después Catana; pero los Ataneos tomaron ellos mismos como fundador a Evacro.

También por el mismo tiempo Lamis, procedente de Mégara, llegó a Sicilia conduciendo una colonia (apoikía). Se estableció en un lugar llamada Trótilo, por encima del río Pantacias; después, desde allí pasó a Leontinos y durante un pequeño período de tiempo formó ciudad común (sympoliteúein) con los Calcidios; luego, expulsado por éstos, fundó él mismo Tapso. Murió entonces, y los demás, habiéndose marchado de Tapso, y habiéndolos entregado el territorio y convertido en su conductor el rey sícelo Hiblón, fundaron la colonia llamada Mégara Hiblea.”

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(Tucídides, Guerra del Peloponeso, VI, 34; aquí citado por Raquel López Melero et al, Historia Universal, Vol. I: Edad Antigua, tomo A: Grecia y Oriente Próximo, Barcelona: Vicens Vives, 1992, p. 473).

Preguntas:

1) ¿Cómo los helenos llegaron a Sicilia?

2) ¿Qué caracteriza la gran colonización helénica?