Galeano, Eduardo - El Libro de Los Abrazos

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  • eduardogaleano

    ELLIBRODELOSABRAZOS

    ROBERTO FABIAN LOPEZEDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"

  • Eduardo Galeano naci en 1940, en Montevideo. All fue jefede redaccin del semanario Marcha y director del diario Epoca. En1973, en Buenos Aires, fund la revista Crisis.

    Estuvo exiliado en Argentina y Espaa. A principios de 1985,regres al Uruguay.

    Ha escrito varios libros, entre ellos Las venas abiertas de Amri-ca Latina (1971), Vagamundo (1973), La cancin de nosotros (1975),Das y noches de amor y de guerra (1978) y los tres tomos de Memo-ria del fuego: Los nacimientos (1982), Las caras y las mscaras (1984)y El siglo del viento (1986). Una antologa de trabajos periodsticos,Nosotros decimos no, apareci en 1989.

    En dos ocasiones, en 1975 y 1978, Galeano obtuvo el premioCasa de las Amricas. En 1989, recibi en los Estados Unidos elAmerican Book Award por Memoria del fuego.

    Sus obras han sido traducidas a ms de veinte lenguas.

  • eduardogaleano

    ELLIBRODELOSABRAZOS

  • RECORDAR:Del latn re-cordis,

    volver a pasar por el corazn.

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    Este libroest dedicado

    a Claribel y Bud,a Pilar y Antonio,

    a Martha y Eriquinho.

  • El mundo

    Un hombre del pueblo de Negu, en la costa de Co-lombia, pudo subir al alto cielo.

    A la vuelta cont. Dijo que haba contemplado desdearriba, la vida humana.

    Y dijo que somos un mar de fueguitos.-El mundo es eso -revel- un montn de gente, un mar

    de fueguitos.Cada persona brilla con luz propia entre todas las

    dems.No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fue-

    gos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente defuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fue-go loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fue-gos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden lavida con tanta pasin que no se puede mirarlos sin par-padear, y quien se acerca se enciende.

    El libro de los abrazos

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  • El origen del mundo

    Haca pocos aos que haba terminado la guerra deEspaa y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinasde la Repblica. Uno de los vencidos, un obrero anar-quista, recin salido de la crcel, buscaba trabajo. Envano revolva cielo y tierra. No haba trabajo para unrojo. Todos le ponan mala cara, se encogan de hom-bros o le daban la espalda. Con nadie se entenda, nadielo escuchaba. El vino era el nico amigo que le quedaba.Por las noches, ante los platos vacos, soportaba sin de-cir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misadiaria, mientras el hijo un nio pequeo, le recitaba elcatecismo.

    Mucho tiempo despus, Josep Verdura, el hijo de aquelobrero maldito, me lo cont en Barcelona, cuando yollegu al exilio. Me lo cont: l era un nio desesperadoque quera salvar a su padre de la condenacin eterna yel muy ateo, el muy tozudo, no entenda razones.

    - Pero pap - le dijo Josep llorando - si Dios no existe,Quin hizo el mundo?

    - Tonto - dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto -.Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albailes.

    Eduardo Galeano

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  • El libro de los abrazos

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    La funcin del arte /1

    Diego no conoca la mar. El padre, Santiago Kovadloff,lo llev a descubrirla.

    Viajaron al sur.Ella, la mar, estaba mas all de los altos mdanos,

    esperando.Cuando el nio y su padre alcanzaron por fin aque-

    llas dunas de arena, despus de mucho caminar, la marestallo ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de lamar, y tanto su fulgor que el nio quedo mudo de her-mosura.

    Y cuando por fin consigui hablar, temblando, tarta-mudeando, pidi a su padre;

    - Aydame a mirar!

  • La uva y el vino

    Un hombre de las vias habl, en agona, al odo deMarcela. Antes de morir, le revel su secreto:

    - La uva le susurr est hecha de vino.Marcela Prez-Silva me lo cont, y yo pens: Si la uva

    est hecha de vino, quiz nosotros somos las palabrasque cuentan lo que somos.

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    Eduardo Galeano

  • La pasin de decir /1

    Marcela estuvo en las nieves del norte. En Oslo, unanoche conoci a una mujer que canta y cuenta. Entrecancin y cancin, esa mujer cuenta buenas historias, ylas cuenta vichando papelitos, como quien lee la suertede soslayo.

    Esa mujer de Oslo, viste una falda inmensa, toda lle-na de bolsillos. De los bolsillos va sacando papelitos,uno por uno, y en cada papelito hay una buena historiapara contar, una historia de fundacin y fundamento yen cada historia hay gente que quiere volver a vivir porarte de brujera. Y as ella va resucitando a los olvidadosy a los muertos: y de las profundidades de esa falda vanbrotando los andares y los amares del bicho humano,que viviendo, que diciendo va.

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    El libro de los abrazos

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    Eduardo Galeano

    La pasin de decir /2

    Ese hombre o mujer, est embarazado de mucha gen-te. La gente se le sale por los poros. As lo muestran enfiguras de barro, los indios de Nuevo Mxico: el narra-dor, el que cuenta la memoria colectiva, est todo brota-do de personitas.

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    El libro de los abrazos

    La casa de las palabras

    A la casa de las palabras, so Helena Villagra, acu-dan los poetas. Las palabras, guardadas en viejos fras-cos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecan,locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poe-tas que las miraran, que las olieran, que las tocaran,que las lamieran. Los poetas abran los frascos, proba-ban palabras con el dedo y entonces se relaman o frun-can la narz. Los poetas andaban en busca de palabrasque no conocan, y tambin buscaban palabras que co-nocan y haban perdido.

    En la casa de las palabras haba una mesa de los co-lores. En grandes fuentes se ofrecan los colores y cadapoeta se serva del color que le haca falta: amarillo li-mn o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre,rojo sangre, rojo vino

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    Eduardo Galeano

    La funcin del lector /1

    Cuando Luca Pelez era muy nia, ley una novela aescondidas. La ley a pedacitos, noche tras noche, ocul-tndola bajo la almohada. Ella la haba robado de labiblioteca de cedro donde el to guardaba sus libros pre-feridos.

    Mucho camin Luca despus, mientras pasaban losaos. En busca de fantasmas camin por los farallonessobre el ro Antioqua, y en busca de gente camin porlas calles de las ciudades violentas.

    Mucho camin Luca, y a lo largo de su viaje iba siem-pre acompaada por los ecos de los ecos de aquellaslejanas voces que ella haba escuchado, con sus ojos, enla infancia.

    Luca no ha vuelto a leer ese libro. Ya no lo reconoce-ra. Tanto lo ha crecido adentro que ahora es otro, ahoraes suyo.

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    El libro de los abrazos

    La funcin del lector /2

    Era el medio siglo de la muerte de Csar Vallejo, yhubo celebraciones. En Espaa, Julio Vlez organizconferencias, seminarios, ediciones y una exposicin queofreca imgenes del poeta, su tierra, su tiempo y sugente.

    Pero en esos das Julio Vlez conoci a Jos ManuelCastan; y entonces todo homanaje le result enano.

    Jos Manuel Castan haba sido capitn en la gue-rra espaola. Peleando por Franco haba perdido unamano y haba ganado algunas medallas.

    Una noche, poco despus de la guerra, el capitn des-cubri por casualidad, un libro prohibido. Se asom, leyun verso, ley dos versos y ya no pudo desprenderse. Elcapitn Castan, hroe del ejrcito vencedor, pas todala noche en vela, atrapado, leyendo y releyendo a CsarVallejo, poeta de los vencidos. Y al amanecer de esa no-che, renunci al ejrcito y se neg a cobrar ni una pese-ta ms del gobierno de Franco.

    Despus, lo metieron preso: y se fue al exilio.

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    Eduardo Galeano

    Celebracin de la voz humana /1

    Los indios shuar, los llamados jbaros, cortan la ca-beza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabeen un puo, para que el vencido no resucite. Pero elvencido no est del todo vencido hasta que le cierran laboca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamsse pudre.

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    El libro de los abrazos

    Celebracin de la voz humana /2

    Tenan las manos atadas o esposadas, y sin embargolos dedos danzaban. Los presos estaban encapuchados:pero inclinndose alcanzaban a ver algo, alguito, porabajo. Aunque hablar, estaba prohibido, ellos conversa-ban con las manos.

    Pinio Ungerfeld me ense el alfabeto de los dedos,que en prisin aprendi sin profesor:

    -Algunos tenamos mala letra -me dijo-. Otros eran unosartistas de la caligrafa.

    La dictadura uruguaya quera que cada uno fuera nadams que uno, que cada uno fuera nadie; en crceles ycuarteles y en todo el pas, la comunicacin era delito.

    Algunos presospasaron ms de diez aos enterradosen solitarios calabozos del tamao de un atad, sin es-cuchar ms voces que el estrpito de las rejas o los pa-sos de las botas por los corredores. Fernndez Huidobroy Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se sal-varon porque pudieron hablarse, con golpecitos a travsde la pared.

    As se contaban sueos y recuerdos, amores y des-amores: discutan, se abrazaban, se peleaban; compar-tan certezas y bellezas y tambin compartan dudas yculpas y preguntas de esas que no tienen respuestas.

    Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidadde decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si leniegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos,o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos,tenemos algo que decir a los dems, alguna cosa quemerece ser por los dems celebrada o perdonada.

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    Eduardo Galeano

    Definicin del arte

    Portinari no est - deca Portinari. Por un instante aso-maba la narz, daba un portazo y desapareca.

    Eran los aos treinta, aos de cacera de rojos en Bra-sil, y Portinari se haba exiliado en Montevideo.

    Ivn Kmaid no era de esos aos, ni de ese lugar; peromucho despus, el se asom por los agugeritos de lacortina del tiempo y me cont lo que vio:

    Cndido Portinari pintaba de la maana a la noche, yde noche tambin.

    - Portinari no est - deca.En aquel entonces, los intelectuales comunistas del

    Uruguay iban a tomar posicin ante el realismo socialis-ta y pedan la opinin del prestigioso camarada.

    - Sabemos que usted no est, maestro - le dijeron, y lesuplicaron:

    - Pero, no nos permitira un momento? Un momentito.Y le plantearon el asunto.

    - Yo no s - dijo Portinari.y dijo:- Lo nico que yo s, es esto: el arte es arte o es mier-

    da.

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    El libro de los abrazos

    El lenguaje del arte

    El Chinolope venda diarios y lustraba zapatos en LaHabana. Para salir de pobre, se march a Nueva York.

    All, alguien le regal una vieja cmara de fotos. ElChinolope nunca haba tenido una cmara en las ma-nos, pero le dijeron que era fcil:

    - T miras por aqu y aprietas all.Y se ech a las calles. Y a poco andar escuch balazos

    y se meti en una barbera y alz la cmara y mir poraqu y apret all.

    En la barbera haban acribillado al gangster JoeAnastasia, que se estaba afeitando, y esa fue la primerafoto de la vida profesional de Chinolope.

    Se la pagaron una fortuna. Esa foto era una hazaa.El Chinolope haba logrado fotografiar la muerte. Lamuerte estaba all: no en el muerto, ni en el matador. Lamuerte estaba en la cara del barbero que la vio.

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    Eduardo Galeano

    La frontera del arte

    Fue la batalla ms larga de cuantas se pelearon enTuscatln o en cualquier otra regin de El Salvador.Empez a la medianoche, cuando las primeras grana-das cayeron sobre la loma, y dur toda la noche y hastala tarde del da siguiente. Los militares decan queCinquera era inexpugnable. Cuatro veces la haban asal-tado los guerrilleros, y cuatro veces haban fracasado.

    La quinta vez, cuando se alz la bandera blanca en elmstil de la comandancia, los tiros al aire empezaronlos festejos.

    Julio Ama, que peleaba y fotografiaba la guerra, an-daba caminando por las calles. Llevaba su fusil en lamano y la cmara, tambin cargada y lista para dispa-rar, colgada del cuello. Andaba Julio por las calles, pol-vorientas, en busca de los hermanos gemelos. Esos ge-melos eran los nicos sobrevivientes de una aldea exter-minada por el ejrcito. Tenan diecisis aos. Les gusta-ba combatir junto a Julio: y en las entreguerras, l lesenseaba a leer y a fotografiar. En el torbellino de esabatalla, Julio haba perdido a los gemelos, y ahora nolos vea entre los vivos ni entre los muertos.

  • 19

    El libro de los abrazos

    Camin a travs del parque. En la esquina de la igle-sia, se meti en un callejn. Y entonces, por fin, los en-contr. Uno de los gemelos estaba sentado en el suelo,de espaldas contra un muro. Sobre sus rodillas, yaca elotro, baado en sangre; y a los pies, en cruz, estaban losdos fusiles.

    Julio se acerc, quiz dijo algo. El gemelo que viva nodijo nada, ni se movi: estaba all, pero no estaba. Susojos, que no pestaaban, miraban sin ver, perdidos enalguna parte, en ninguna parte: y en esa cara sin lgri-mas estaba toda la guerra y estaba todo el dolor.

    Julio dej su fusil en el suelo y empu la cmara.Corri la pelcula, calcul en un santiamn la luz y ladistancia y puso en foco la imagen. Los hermanos esta-ban en el centro del visor, inmviles, perfectamente re-cortados contra el muro recin mordido por las balas.

    Julio iba a tomar la foto de su vida, pero el dedo noquiso. Julio lo intent, volvi a intentarlo, y el dedo noquiso. Entonces, baj la cmara, sin apretar el dispara-dor, y se retir en silencio.

    La cmara, una Minolta, muri en otra batalla, aho-gada en lluvia, un ao despus.

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    Eduardo Galeano

    La funcin del arte /2

    El pastor Miguel Brun me cont que hace algunos aosestuvo con los indios del Chaco paraguayo. l formabaparte de una misin evangelizadora. Los misioneros vi-sitaron a un cacique que tena prestigio de muy sabio.El cacique, un gordo quieto y callado, escuch sin pes-taear la propaganda religiosa que le leyeron en lenguade los indios. Cuando la lectura termin, los misionerosse quedaron esperando.

    El cacique se tom su tiempo. Despus, opin:- Eso rasca. Y rasca mucho, y rasca muy bien.Y sentenci:- Pero rasca donde no pica.

  • 21

    El libro de los abrazos

    Profecas /1

    En el Per, una maga me cubri de rosas rojas y des-pus me ley la suerte. La maga me anunci:

    - Dentro de un mes, recibirs una distincin.Yo me re. Me re por la infinita bondad de esa mujer

    desconocida, que me regalaba flores y augurios de xi-tos, y me re por la palabra distincin, que tiene no sequ de cmica, y porque me vino a la cabeza un viejoamigo del barrio, que era muy bruto pero certero, y quesola decir, sentenciando, levantando el dedito; A la cortao a la larga, los escritores se hamburguesan As que mere; y la maga se ri de mi risa.

    Un mes despus, exactamente un mes despus, reci-b en Montevideo un telegrama. En Chile, deca el tele-grama, me haban otorgado una distincin. Era el pre-mio Jos Carrasco.

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    Eduardo Galeano

    Celebracin de la voz humana /3

    Jos Carrasco era un periodista de la revista Anlisis.Una madrugada, en la primavera de 1986, lo arranca-ron de su casa. Pocas horas antes haba ocurrido el aten-tado contra el general Augusto Pinochet. Y pocos dasantes el dictador haba dicho:

    - A ciertos seores los tenemos en engorde.Al pie de un muro, en las orillas de Santiago, le metie-

    ron 14 balazos en la cabeza. Fue al amanecer, y nadie seasom.

    El cuerpo estuvo all, tirado, hasta el medioda.Los vecinos nunca lavaron la sangre. El lugar se con-

    virti en santuario del pobrero, siempre cubierto de ve-las y flores, y Jos Carrasco se hizo nima milagrera. Enel muro, mordido por los tiros, se leen las gracias por losfavores recibidos.

    A principios de 1988 viaj a Chile. Haca 15 aos queno iba. Me recibi en el aeropuerto, Juan Pablo Crde-nas, el director de Anlisis.

    Condenado por agravios al poder, Crdenas dormaen la crcel. Todas las noches, a las diez en punto, en-traba en prisin y sala con el sol.

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    El libro de los abrazos

    Crnica de la ciudad de Santiago

    Santiago de Chile muestra, como otras ciudades lati-noamericanas, una imagen resplandeciente. A menos deun dlar por da, legiones de obreros le lustran la ms-cara.

    En los barrios altos, se vive como en Miami, se vive enMiami, se miamiza la vida, ropa de plstico, comida deplstico, gente de plstico, mientras los vdeos y lascomputadoras se convierten en las perfectas contrase-as de la felicidad.

    Pero cada vez son menos estos chilenos, y cada vezson ms los otros chilenos, los subchilenos: la economalos maldice, la polica los corre y la cultura los niega.

    Unos cuantos se hacen mendigos. Burlando las pro-hibiciones, se las arreglan para asomar bajo el semfororojo o en cualquier portal. Hay mendigos de todos lostamaos y colores, enteros y mutilados, sinceros y si-mulados: algunos en la desesperacin total, caminandoa la orilla de la locura, y otros luciendo caras retorcidasy manos tembleques por obra de mucho ensayo, profe-sionales admirables, verdaderos artistas del buen pedir.

    En plena dictadura militar, el mejor de los mendigoschilenos era uno que conmova diciendo:

    Soy civil.

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    Eduardo Galeano

    Neruda /1

    Estuve en la Isla Negra, en la casa que es, que fue, dePablo Neruda.

    Estaba prohibida la entrada. Una empalizada de ma-dera rodeaba la casa. All la gente haba grabado susmensajes al poeta. No haban dejado ni un pedacito demadera sin cubrir. Todos le hablaban como si estuvieravivo. Con lpices o puntas de clavos, cada cual habaencontrado su manera de decirle; gracias.

    Yo tambin encontr, sin palabras, mi manera. Y en-tr sin entrar. Y en silencio estuvimos, conversando vi-nos el poeta y yo, calladamente hablando de mares yamares y de alguna pcima infalible contra la calvicie.Compartimos unos camarones al pil-pil y un prodigiosopastel de jaibas y otras maravillas de esas que alegran elalma y la barriga, que son como l sabe, dos nombres dela misma cosa.

    Varias veces alzamos nuestros vasos de buen vino, yun viento salado nos golpeaba la cara, y todo fue unaceremonia de maldicin de la dictadura, aquella lanzanegra clavada en su costado, aquel dolor de la gran puta,y todo fue tambin una ceremonia de celebracin de lavida, bella y efmera como los altares de flores y los amo-res de paso.

  • 25

    El libro de los abrazos

    Neruda /2

    Ocurri en La Sebastiana, otra casa de Neruda, re-costada en la montaa, sobre la baha de Valparaso. Lacasa estaba cerrada a cal y canto, con tranca y candadoy bajo siete llaves, habitada por nadie, desde haca mu-cho tiempo.

    Ya los militares haban usurpado el poder, ya habacorrido la sangre por las calles, ya Neruda haba muertode cncer o de pena. Entonces unos ruidos raros, en elinterior de la casa clausurada, llamaron la atencin delos vecinos. Alguien se asom por la ventana, y vio losojos brillantes y las garras en ataque de un guila inex-plicable. El guila no poda estar all, no poda haberentrado, no tena por donde, pero adentro estaba: y aden-tro daba violentos aletazos.

  • 26

    Eduardo Galeano

    Profecas /2

    Helena so con las que haban guardado el fuego. Lohaban guardado las viejas, las viejas muy pobres, enlas cocinas de los suburbios; y para ofrecerlos les basta-ba con soplarse, suavecito, la palma de la mano.

  • 27

    El libro de los abrazos

    Celebracin de la fantasa

    Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cercadel Cuzco. Yo me haba desprendido de un grupo de tu-ristas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de pie-dra, cuando un nio del lugar, enclenque, se acerc apedirme que le regalara una lapicera. No poda darle lalapicera que tena, porque la estaba usando en no squ aburridas anotaciones, pero le ofrec dibujarle uncerdito en la mano.

    Sbitamente, se corri la voz. De buenas a primerasme encontr rodeado de un enjambre de nios que exi-gan a grito pelado, que yo les dibujara bichos en susmanitos cuarteadas de mugre y fro, pieles de cuero que-mado; Haba quien quera un cndor, y quien una ser-piente, otros preferan loritos o lechuzas, y no faltabanlos que pedan un fantasma o un dragn.

    Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desampa-radito que no alzaba ms de un metro del suelo, memostr un reloj dibujado con tinta negra en la mueca;

    - Me lo mand un to mo que vive en Lima -dijo.-Y anda bien? -le pregunt.- Atrasa un poco - reconoci.

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    Eduardo Galeano

    El arte para los nios

    Ella estaba sentada en una silla alta, ante un plato desopa, que le llegaba a la altura de los ojos. Tena la narzfruncida y los dientes apretados y los brazos cruzados.La madre pidi auxilio:

    -Cuntale un cuento Onelio -pidi-, Cuntale, tqueeres escritor.

    Y Onelio Jorge Cardoso, esgrimiendo una cucharadade sopa, comenz su relato:

    - Haba una pajarita que no quera comer la comidita.La pajarita tena el piquito cerradito, y la mamita le decaTe vas a quedar enanita, pajarita, si no coms la comidi-ta Pero la pajarita no haca caso a la mamita y no abrasu piquito

    Y entonces la nia lo interrumpi:- Que pajarita de mierdita opin.

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    El libro de los abrazos

    El arte desde los nios

    Mario Montenegro canta los cuentos que sus hijos lecuentan.

    l se sienta en el suelo, con su guitarra, rodeado porun crculo de hijos, y esos nios o conejos le cuentan lahistoria de los setenta conejos que se subieron uno en-cima del otro para poder besar a la jirafa, o le cuentan lahistoria del conejo azul que estaba solo en el cielo: unaestrella se llev al conejo azul a pasear por el cielo, yvisitaron la luna, que es un gran pas blanco y redondoy todo lleno de agujeros, y anduvieron girando por elespacio, y brincaron sobre las nubes de algodn, y des-pus la estrella se cans y se volvi al pas de las estre-llas, y el conejo se volvi al pas de los cone jos, y allcomi maz y cag y se fue a dormir y so que era unconejo azul que estaba solo en medio del cielo.

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    Eduardo Galeano

    Los sueos de Helena

    Aquella noche hacan cola los sueos, queriendo sersoados, pero Helena no poda soarlos a todos, no ha-ba manera. Uno de los sueos, desconocido, se reco-mendaba:

    - Sueme, que le conviene. Sueme, que le va a gus-tar.

    Hacan la cola unos cuantos sueos nuevos, jamssoados, pero Helena reconoca el sueo bobo, que siem-pre volva, ese pesado, y a otros sueos cmicos o som-bros que eran viejos conocidos de sus noches de muchovolar.

  • 31

    El libro de los abrazos

    Viaje al pas de los sueos

    Helena acuda, en carro de caballos, al pas donde sesuean los sueos. A su lado, tambin sentada en elpescante, iba la perrita Pepa Lumpen.

    Pepa llevaba, bajo el brazo, una gallina que iba a tra-bajar en su sueo.

    Helena traa un inmenso bal lleno de mscaras ytrapos de colores.

    Estaba el camino muy lleno de gente. Todos marcha-ban hacia el pas de los sueos, y hacan mucho lo ymetan mucho ruido ensayando los sueos que iban asoar, as que Pepa andaba refunfuando, porque no ladejaban concentrarse como es debido.

  • 32

    Eduardo Galeano

    El pas de los sueos

    Era un inmenso campamento al aire libre.De la galera de los magos brotaban lechugas cantoras

    y ajes luminosos, y por todas partes haba gente ofre-ciendo sueos en canje. Haba quien quera cambiar unsueo de viajes por un sueo de amores, y haba quienofreca un sueo para rer en trueque por un sueo parallorar un llanto bien gustoso.

    Un seor andaba por ah buscando los pedacitos deun sueo, desbaratado por culpa de alguien que se lohaba llevado por delante: el seor iba recogiendo lospedacitos y los pegaba y con ellos haca un estandartede colores.

    El aguatero de los sueos llevaba a agua a quienessentan sed mientras dorman. Llevaba el agua a la es-palda, en una vasija, y la brindaba en altas copas.

    Sobre una torre haba una mujer, de tnica blanca,peinndose la cabellera, que le llegaba a los pies. El pei-ne desprenda sueos, con todos sus personajes: Lossueos salan del pelo y se iban al aire.

  • 33

    El libro de los abrazos

    Los sueos olvidados

    Helena so que se haba dejado los sueos olvidadosen una isla.

    Claribel Alegra recoga los sueos, los ataba con unacinta y los guardaba bien guardados. Pero los nios dela casa descubran el escondite y queran ponerse lossueos de Helena, y Claribel enojada les deca;

    - Eso no se toca.Entonces Claribel llamaba a Helena por telfono y le

    preguntaba:- Qu hago con tus sueos?

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    Eduardo Galeano

    El adis de los sueos

    Los sueos se marchaban de viaje. Helena iba hastala estacin del ferrocarril. Desde el andn, les deca adiscon un pauelo.

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    El libro de los abrazos

    Celebracin de la realidad

    Si la ta de Dmaso Mura hubiera contado su histo-ria a Garca Mrquez, quiz la Crnica de una muerteanunciada hubiera tenido otro final.

    Susana Contreras, que as se llama la ta de Dmaso,tuvo en sus buenos tiempos el culo ms incendiario decuantos se hallan visto llamear en el pueblo deEscuinapa, y en todas las comarcas del golfo deCalifornia.

    Hace muchos aos, Susana se cas con uno de losnumerosos galanes que sucumbieron a sus meneos. Enla noche de bodas, el marido descubri que ella no eravirgen. Entonces se despidi de la ardiente Susana comosi contagiara la peste, dio un portazo y se march parasiempre.

    El despechado se meti a beber en las cantinas, don-de los invitados de la fiesta estaban siguiendo la juerga.Abrazado a sus amigotes, el se puso a mascullar renco-res y a proferir amenazas, pero nadie se tomaba en seriosu tormento cruel.

    Con benevolencia lo escuchaban, mientras l se tra-gaba a lo macho las lgrimas que a borbotones pujabanpor salir, pero despus le decan que chocolate por lanoticia, que claro que Susana no era virgen, que todo elpueblo lo saba menos l, y que al fin y al cabo se era

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    Eduardo Galeano

    un detalle que no tena la menor importancia, y que noseas pendejo, mano, que noms se vive una vez. l in-sista, y en lugar de gestos de solidaridad reciba boste-zos.

    Y as fue avanzando la noche, a los tumbos, en tristebebedera cada vez ms solitaria, hacia el amanecer. Unotras otro los invitados se fueron yendo a dormir. El albaencontr al ofendido sentado en la calle, completamentesolo y bastante fatigado de tanto quejarse sin que nadiele llevara el apunte.

    Ya el hombre estaba aburrindose de su propia trage-dia, y las primeras luces le desvanecieron las ganas desufrir y de vengarse. A media maana se dio un buenbao y se tom un caf bien caliente y al medioda volviarrepentido, a los brazos de la repudiada.

    Volvi desfilando, a paso de gran ceremonia, desde laotra punta de la calle principal. Iba cargando un enormeramo de rosas, y encabezaba una larga procesin deamigos, parientes y pblico en general. La orquesta deserenatas cerraba la marcha. La orquesta sonaba a tododar, tocando para Susana, a modo de desagravio, Lanegra consentida y Vereda tropical. Con esas musiquitas,tiempo atrs, l se le haba declarado.

  • 37

    El libro de los abrazos

    El arte y la realidad /1

    Fernando Birri iba a filmar el cuento del ngel, deGarca Mrquez, y me llev a ver los escenarios. En lacosta cubana, Fernando haba fundado un pueblito decartn y lo haba llenado de gallinas, de cangrejos gi-gantes y de actores. l iba a hacer el papel principal, elpapel del ngel desplumado que cae a tierra y quedaencerrado en el gallinero.

    Marcial, un pescador de por all, haba sido solemne-mente designado Alcalde Mayor de aquel pueblo de pel-cula. Despus de la formal bienvenida, Marcial nos acom-pa.

    Fernando quera mostrarme una obra maestra delenvejecimiento artificial: una jaula destartalada, lepro-sa, mordida por el xido y la mugre antigua. Esa iba aser la prisin del ngel, despus de su fuga del gallinero.Pero en lugar de aquel escracho sabiamente arruinadopor los especialistas, encontramos una jaula limpia ybien plantada, con sus barrotes perfectamente alinea-dos y recin pintados de color oro. Marcial se hinch deorgullo al mostrarnos sta preciosidad. Fernando, mi-tad atnito, mitad furioso, casi se lo come crudo:

    - Qu es esto, Marcial? Qu es esto?Marcial trag saliva, se puso colorado, agach la ca-

    beza y se rasc la barriga. Entonces confes:- Yo no poda permitirlo. Yo no poda permitir que me-

    tieran en aquella jaula cochina a un hombre bueno comousted.

  • 38

    Eduardo Galeano

    El arte y la realidad /2

    Eraclio Zepeda hizo el papel de Pancho Villa en Mxi-co insurgente, la pelcula de Paul Leduc, y lo hizo tanbien que desde entonces hay quien cree que EraclioZepeda es el nombre de Pancho Villa para trabajar encine.

    Estaban en plena filmacin de esa pelcula, en unpueblito cualquiera, y la gente participaba en todo loque ocurra, de muy natural manera, sin que el directortuviera arte ni parte. Haca medio siglo que Pancho Villahaba muerto, pero a nadie le sorprendi que se apare-ciera por all. Una noche, despus de una intensa jorna-da de trabajo, unas cuantas mujeres se reunieron antela casa donde Eraclio dorma, y le pidieron que interce-diera por los presos. A la maana siguiente, bien tem-pranito, l fue a hablar con el alcalde.

    - Tena que venir el general Villa, para que se hicierajusticia -coment la gente.

  • 39

    El libro de los abrazos

    La realidad es una loca de remate

    Dgame una cosa. Dgame si el marxismo prohbe co-mer vidrio. Quiero saber.

    Fue a mediados de 1970, en el oriente de Cuba. Elhombre estaba ah, plantado en la puerta, esperando.Me disculp, le dije que poco entenda yo de marxismo,algo noms, alguito, y que mejor consultaba a un espe-cialista en La Habana.

    - Ya me llevaron a La Habana- me dijo- All me vieronlos mdicos. Y me vio el comandante. Fidel me pregunt:Oye, y lo tuyo no ser ignorancia?

    Por comer vidrio, le haban quitado el carnet de laJuventud Comunista.

    - Aqu, en Baracoa, me hicieron el proceso.Trgimo Surez era miliciano ejemplar, machetero de

    avanzada y obrero de vanguardia, de esos que trabajanveinte horas y cobran ocho, siempre el primero en acudir avoltear caa o tirar tiros, pero tena pasin por el vidrio:

    -No es vicio -me explic- Es necesidad.Cuando Trgimo era movilizado por cosecha o guerra,

    la madre le llenaba la mochila de comida: le pona algu-nas botellas vacas, para el almuerzo y la cena y para lospostres, tubos de luz en desuso. Tambin le pona unascuantas lmparas quemadas, para las meriendas.

    Trgimo me llev a la casa, en el reparto CamiloCienfuegos, de Baracoa. Mientras charlbamos, yo be-ba caf y l coma lmparas. Despus de acabar con elvidrio, chupaba goloso, los filamentos.

    - El vidrio me llama. Yo amo el vidrio como amo a larevolucin.

    Trgimo afirmaba que no haba ninguna sombra ensu pasado. l nunca haba comido vidrio ajeno, salvouna vez, una sola vez, cuando estando muy loco de ham-bre le haba devorado los anteojos a un compaero detrabajo.

  • 40

    Eduardo Galeano

    Crnica de la ciudad de La Habana

    Los padres haban huido al norte. En aquel tiempo, larevolucin y l estaban recin nacidos. Un cuarto de si-glo despus, Nelson Valds viaj de Los Angeles a LaHabana, para conocer su pas.

    Cada medioda, Nelson tomaba el mnibus, la gua-gua 68, en la puerta del hotel, y se iba a leer libros sobreCuba. Leyendo pasaba las tardes en la biblioteca JosMart, hasta que caa la noche.

    Aquel medioda, la guagua 68 peg un frenazo en unabocacalle. Hubo gritos de protesta, por el tremendosacudn, hasta que los pasajeros vieron el motivo delfrenazo: una mujer muy rumbosa, que haba cruzado lacalle.

    Me disculpan, caballeros dijo el conductor de laguagua 68, y se baj. Entonces todos los pasajeros aplau-dieron y le desearon buena suerte.

    El conductor camin balancendose, sin apuro, y lospasajeros lo vieron acercarse a la muy salsosa, que es-taba en la esquina, recostada a la pared, lamiendo unhelado. Desde la guagua 68, los pasajeros seguan el ir yvenir de aquella lengita que besaba el helado mientras

  • 41

    El libro de los abrazos

    el conductor hablaba y hablaba sin respuesta, hasta quede pronto ella se ri, y le regal una mirada. El conduc-tor alz el pulgar y todos los pasajeros le dedicaron unacerrada ovacin.

    Pero cuando el conductor entr en la heladera, pro-dujo cierta inquietud general. Y cuando al rato sali conun helado en cada mano, cundi el pnico en las masas.

    Le tocaron la bocina. Alguien se afirm en la bocinacon alma y vida, y son la bocina como alarma de roboso sirena de incendios; pero el conductor, sordo, como sinada, segua pegado a la muy sabrosa.

    Entonces avanz, desde los asientos de atrs de laguagua 68, una mujer que pareca una gran bala decan y tena cara de mandar. Sin decir palabra, se sen-t en el asiento del conductor y puso el motor en mar-cha. La guagua 68 continu su recorrido, parando ensus paradas habituales, hasta que la mujer lleg a supropia parada y se baj. Otro pasajero ocup su lugar,durante un buen tramo, de parada en parada, y des-pus otro, y otro, y as sigui la guagua 68 hasta el final.

    Nelson Valds fue el ltimo en bajar. Se haba olvida-do de la biblioteca.

  • 42

    Eduardo Galeano

    La diplomacia en Amrica Latina

    What is this? -preguntaban los turistas.Balmaceda sonrea, disculpndose, y negaba con la

    cabeza. l llevaba, como todos, guirnaldas de flores enel pescuezo, anteojos de sol y camisa con palmeras, peroestaba todo empapado de sudor por culpa de un paque-te muy pesado.

    Pareca condenado a carga perpetua. Haba intentadoabandonar el enorme bulto en el bao de un hotel deManila y en el mostrador de la aduana de Papeete; ha-ba intentado arrojarlo por la borda del barco y habaintentado olvidarlo en varios frondosos parajes de lasislas del archipilago de Tahit. Pero siempre haba al-guien que lo alcanzaba corriendo:

    - Seor, seor, que se ha dejado algo!Esta triste historia haba empezado cuando el dicta-

    dor Marcos invit al dictador Pinochet a visitar las Fili-pinas. Entonces la cancillera chilena haba enviado unbusto en bronce del general OHiggins desde Santiago aManila.

    Pinochet iba a inaugurar esa efigie del prcer nacio-nal en una plaza central de la ciudad. Pero Marcos, asus-tado por las furias de su pueblo, cancel sbitamente lainvitacin. Pinochet tuvo que volverse a Chile sin aterri-zar. Entonces el funcionario Balmaceda recibi categ-ricas instrucciones en la embajada chilena en Manila.Por telfono, le ordenaron desde Santiago:

    - Basta de papelones. Deshgase de ese busto comopueda. Si vuelve a Chile con l, pierde el empleo.

  • 43

    El libro de los abrazos

    Crnica de la ciudad de Quito

    En las manifestaciones de izquierda, desfila a la cabe-za. Suele asistir a los actos culturales, aunque lo abu-rren, porque sabe que despus hay farra. Le gusta elron, sin hielo ni agua, pero que sea cubano.

    Respeta los semforos. Camina Quito de punta a pun-ta, al derecho y al revs, recorriendo amigos y enemigos.En las subidas, prefiere el mnibus, y se cuela sin pagarboleto. Algunos choferes le tiran la bronca: cuando sebaja, le gritan tuerto de mierda.

    Se llama Choco y es buscabronca y enamorado. Peleahasta con cuatro a la vez; y en las noches de luna llena,se escapa a buscar novias. Despus cuenta, alborotado,las locas aventuras que viene de vivir. Mishy no le en-tiende los detalles, aunque le capta el sentido general.

    Una vez, hace aos, se lo llevaron muy fuera de Qui-to. La comida no alcanzaba, y resolvieron dejarlo en ellejano pueblo donde haba nacido. Pero volvi. Al mes,volvi. Lleg a la puerta de su casa y se qued ah tirado,sin fuerza para celebrarlo moviendo el rabo, ni para anun-ciarlo ladrando. Haba andado por muchas montaas yavenidas y lleg en las ltimas, hecho una piltrafa, loshuesos a la vista, el pellejo sucio de sangre seca. Desdeentonces odia los sombreros, los uniformes y lasmotocicletas.

  • 44

    Eduardo Galeano

    El Estado en Amrica Latina

    Hace ya unos aos, aares, que el coronel Amen melo cont.

    Resulta que a un soldado le lleg la orden de cambiarde cuartel. Por un ao lo mandaron a otro destino, enalgn cuartel de frontera, porque el Superior Gobiernode Uruguay haba contrado una de sus peridicas fie-bres de guerra al contrabando.

    Al irse, el soldado le dej su mujer y otras pertenen-cias al mejor amigo, para que se las tuviera en custodia.

    Al ao volvi. Y se encontr con que el mejor amigo,tambin soldado, no le quera entregar la mujer. No ha-ba problema en devolver las dems cosas: pero la mu-jer, no. El litigio iba a resolverse mediante el veredictodel cuchillo, en duelo criollo, cuando el coronel Amenpar la mano.

    - Que se expliquen -exigi.- Esa mujer es ma -dijo el ausentado.- De l? Habr sido. Pero ya no es -dijo el otro.- Razones -dijo el coronel- Quiero razones.Y el usurpador razon:- Pero coronel, cmo se la voy a devolver? Con lo que

    ha sufrido la pobre! Si viera como la trataba este ani-mal La trataba, coronel como si fuera del Estado!

  • 45

    El libro de los abrazos

    La burocracia /1

    En tiempos de la dictadura militar, a mediados de1973, un preso poltico uruguayo, Juan Jos Noueched,sufri una sancin de cinco das: cinco das sin visita nirecreo, cinco das sin nada, por violacin del reglamen-to. Desde el punto de vista del capitn que le aplic lasancin, el reglamento no dejaba lugar a dudas. El re-glamento estableca claramente que los presos debancaminar en fila y con ambas manos en la espalda.Noueched haba sido castigado por poner una sola manoen la espalda.

    Noueched era manco.Haba cado preso en dos etapas. Primero haba cado

    su brazo. Despus l. El brazo cay en Montevideo.Noueched vena escapando a todo correr cuando el poli-ca que lo persegua alcanz a pegarle un manotn, legrit: Dese preso! y se qued con el brazo en la mano. Elresto de Noueched cay un ao y medio despus, enPaysand.

    En la crcel, Noueched quiso recuperar su brazo per-dido:

    -Haga una solicitud - le dijeron.l explic que no tena lpiz:-Haga una solicitud de lpiz -le dijeron.Entonces tuvo lpiz, pero no tena papel:-Haga una solicitud de papel - le dijeron.Cuando por fin tuvo lpiz y papel, formul su solici-

    tud de brazo.Al tiempo le contestaron. Que no. No se poda: el bra-

    zo estaba en otro expediente. A l lo haba procesado lajusticia militar. Al brazo, la justicia civil.

  • 46

    Eduardo Galeano

    La burocracia /2

    El Tito Sclavo pudo ver y transcribir algunos partesoficiales de la crcel llamada Libertad, en los aos de ladictadura uruguaya. Son actas de castigo: se condena acalabozo solitario a los presos que han cometido el deli-to de dibujar pjaros, o parejas, o mujeres embaraza-das, o que han sido sorprendidos usando una toalla es-tampada en flores. Un preso, cuya cabeza estaba, comotodas, rapada a cero, fue castigado por entrar por entrardespeinado al comedor. Otro, por sacar la cabeza porabajo de la puerta, aunque bajo la puerta haba un mil-metro de luz. Hubo calabozo solitario para un preso quepretendi familiarizarse con un perro de guerra, y paraotro que insult a un perro integrante de las Fuerzas Ar-madas. Otro fue sancionado porque ladr como un perrosin razn justificada.

  • 47

    El libro de los abrazos

    La burocracia /3

    Sixto Martnez cumpli el servicio militar en un cuar-tel de Sevilla.

    En medio del patio de ese cuartel, haba un banquito.Junto al banquito, un soldado haca guardia. Nadie sa-ba porqu se haca la guardia del banquito. La guardiase haca porque se haca, noche y da, todas las noches,todos los das, y de generacin en generacin los oficia-les transmitan la orden y los soldados obedecan. Nadienunca dud, nadie nunca pregunt. Si as se haba he-cho, por algo sera.

    Y as sigui siendo hasta que alguien, no s que gene-ral o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo querevolver a fondo los archivos. Y despus de mucho hur-gar, se supo. Haca treinta y un aos, dos meses y cua-tro das, un oficial haba mandado montar guardia jun-to al banquito, que estaba recin pintado, para que anadie se le ocurriera sentarse sobre pintura fresca.

  • 48

    Eduardo Galeano

    Sucedidos /1

    En los fogones de Paysand, el Mellado Iturria cuentalos sucedidos. Los sucedidos sucedieron alguna vez, ocasi sucedieron, o no sucedieron nunca, pero lo buenoque tienen es que suceden cada vez que se cuentan. Estees el triste sucedido del bagrecito del arroyo negro.

    Tena bigotes de pas, era bizco y de ojos saltones.Nunca el Mellado haba visto un pescado tan feo. El bagrevena pegado a sus talones desde la orilla del arroyo, y elMellado no consegua espantarlo. Cuando lleg a lascasas, con el bagre como sombra, ya se haba resigna-do.

    Con el tiempo, le fue tomando cario. El Mellado nuncahaba tenido un amigo sin patas. Desde el amanecer, elbagre lo acompaaba a ordear y a recorrer campo. A lacada de la tarde, tomaban mate juntos; y el bagre leescuchaba las confidencias.

    Los perros, celosos, lo miraban con rencor; la cocine-ra, con malas intenciones. El Mellado pens ponerlenombre, para tener cmo llamarlo y para hacerlo respe-tar, pero no conoca ningn nombre de pescado, y po-nerle Sinforoso o Hermenegildo poda caerle mal a Dios.

    No le quitaba un ojo de encima. El bagre tena unanotoria tendencia a las diabluras. Aprovechaba cualquierdescuido y se iba a espantar a las gallinas o a provocar alos perros:

    -Comportes - le deca el Mellado.Una maana de mucho calor, que andaban las lagar-

    tijas con sombrilla y el bagrecito abanicndose a tododar con las aletas, el Mellado tuvo la idea fatal:

    -Vamos a baarnos al arroyo - propuso.Y all fueron.El bagre se ahog.

  • 49

    El libro de los abrazos

    Sucedidos /2

    Antao, don Verdico sembr casas y gentes en tormoal boliche El Resorte para que el boliche no se quedarasolo. Este sucedido sucedi, dicen que dicen en el pue-blo por l nacido.

    Y dicen que dicen que haba all un tesoro, escondidoen la casa de un viejito calandraca.

    Una vez por mes, el viejito, que estaba en las ltimas,se levantaba de la cama y se iba a cobrar la jubilacin.

    Aprovechando la ausencia, unos ladrones, venidos deMontevideo, le invadieron la casa.

    Los ladrones buscaron y rebuscaron el tesoro en cadarecoveco. Lo nico que encontraron fue un bal de ma-dera, tapado de cobijas, en un rincn del stano. El tre-mendo candado que lo defenda resisti, invicto el ata-que de las ganzas.

    As que se llevaron el bal. Y cuando por fin consi-guieron abrirlo, ya lejos de all, descubrieron que el balestaba lleno de cartas. Eran las cartas de amor que elviejito haba recibido todo a lo largo de su larga vida.

    Los ladrones iban a quemar las cartas. Se discuti.Finalmente decidieron devolverlas. Y de a una. Una porsemana. Desde entonces, al medioda de cada lunes, elviejito se sentaba en la loma.

    All esperaba que apareciera el cartero en el camino.No bien vea asomar el caballo, gordo de alforjas, porentre los rboles, el viejito se echaba a correr. El carte-ro, que ya saba, le traa su carta en la mano.

    Y hasta san Pedro escuchaba los latidos de ese cora-zn loco de la alegra de recibir palabras de mujer.

  • 50

    Eduardo Galeano

    Sucedidos /3

    Qu es la verdad? La verdad es una mentira contadapor Fernando Silva.

    Fernando cuenta con todo el cuerpo, y no slo conpalabras, y puede convertirse en otra gente o en bichovolador o en lo que sea, y lo hace de tal manera quedespus uno escucha, pongamos por caso el pjaroclarinero cantando en una rama, y uno piensa: Ese p-jaro est imitando a Fernando cuando Fernando imita alpjaro clarinero.

    l cuenta sucedidos de la gentecita linda del pueblo,la gente recin creada, que huele a barro todava; y tam-bin cuenta los sucedidos de algunos tipos estrafalariosque l conoci, como aquel espejero que haca espejos yen ellos se meta y se perda, o aquel apagador de volca-nes que el diablo dej tuerto, por venganza escupindoleun ojo. Los sucedidos suceden en lugares donde Fer-nando estuvo: el hotel que abra slo para fantasmas, lamansin aquella donde las brujas se murieron de abu-rrimiento o la casa de Ticuantepe, que era tan sombrosay fresca que te daba ganas de tener, all una novia espe-rando.

    Adems Fernando trabaja de mdico. Prefiere las hier-bas a las pastillas y cura la lcera con cardosanto yhuevo de paloma; pero a las hierbas prefiere la propiamano. Porque l cura tocando. Y contando, que es otramanera de tocar.

  • 51

    El libro de los abrazos

    Nochebuena

    Fernando Silva dirige el hospital de nios en Mana-gua.

    En vsperas de Navidad, se qued trabajando hastamuy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empeza-ban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuandoFernando decidi marcharse. En su casa lo esperabanpara festejar.

    Hizo una ltima recorrida por las salas, viendo si todoqueda en orden, y en eso estaba cuando sinti que unospasos lo seguan. Unos pasos de algodn; se volvi ydescubri que uno de los enfermitos le andaba atrs. Enla penumbra lo reconoci. Era un nio que estaba solo.Fernando reconoci su cara ya marcada por la muerte yesos ojos que pedan disculpas o quiz pedan permiso.

    Fernando se acerc y el nio lo roz con la mano:-Decile a -susurr el nio-. Decile a alguien, que yo

    estoy aqu.

  • 52

    Eduardo Galeano

    Los nadies

    Suean las pulgas con comprarse un perro y sueanlos nadies con salir de pobres, que algn mgico dallueva de pronto la buena suerte, que llueva a cntarosla buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, nihoy, ni maana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielola buena suerte, por mucho que los nadies la llamen yaunque les pique la mano izquierda, o se levanten con elpie derecho, o empiecen el ao cambiando de escoba.Los nadies: los hijos de nadie, los dueos de nada.Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo laliebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.

    Que no son, aunque sean.Que no hablan idiomas, sino dialectos.Que no profesan religiones, sino supersticiones.Que no hacen arte, sino artesana.Que no practican cultura, sino folklore.Que no son seres humanos, sino recursos humanos.Que no tienen cara, sino brazos.Que no tienen nombre, sino nmero.Que no figuran en la historia universal, sino en la

    crnica roja de la prensa local.Los nadies, que cuestan menos que la bala que los

    mata.

  • 53

    El libro de los abrazos

    El hambre /1

    A la salida de San Salvador, y yendo hacia Guazapa,Berta Navarro encontr una campesina desalojada porla guerra, una de las miles y miles de campesinas des-alojadas por la guerra. En nada se distingua ella de lasmuchas otras, ni de los muchos otros, mujeres y hom-bres cados desde el hambre hasta el hambre y media.Pero esa campesina esmirriada y fea estaba de pie enmedio de la desolacin, sin nada de carne entre los hue-sos y la piel, y en la mano tena un pajarito esmirriado yfeo. El pajarito estaba muerto y ella le arrancaba muylentamente las plumas.

  • 54

    Eduardo Galeano

    Crnica de la ciudad de Caracas

    Necesito que alguien me oiga! gritaba.Siempre me dicen que venga maana! gritaba.Arroj la camisa. Despus las medias y los zapatos.Jos Manuel Pereira estaba parado en la cornisa del

    piso 18 de un edificio de Caracas.Los policas quisieron atraparlo y no pudieron.Una psicloga le habl desde la ventana ms prxi-

    ma.Despus, un sacerdote le llev la palabra de Dios.No quiero ms promesas! gritaba Jos Manuel.Desde los ventanales del restorn de la Torre Sur, se

    lo vea parado en la cornisa, con las manos pegadas a lapared. Era la hora del almuerzo, y ste fue el tema deconversacin en todas las mesas.

    Abajo, en la calle, se haba juntado una multitud.Pasaron seis horas.Al final, la gente estaba harta.Que se decida! deca la gente. Que se tire de

    una vez! pensaba la gente.Los bomberos le arrimaron una cuerda. Al principio,

    l no hizo caso. Pero finalmente estir una mano, y lue-go la otra, y agarrado a la cuerda se desliz hasta el piso16. Entonces intent meterse por una ventana abierta yresbal y cay al vaco. Al pegar contra el piso, el cuerpohizo un ruido de bomba que estalla.

    Entonces la gente se fue, y se fueron los vendedoresde helados y los vendedores de salchichas y los vende-dores de cerveza y de refrescos en lata.

  • 55

    El libro de los abrazos

    Avisos

    Se vende:- Una negra medio bozal, de nacin cabinda, en la can-

    tidad de 430 pesos. Tiene principios de coser y planchar.- Sanguijuelas recin venidas de Europa, de la mejor

    calidad, a cuatro, cinco y seis vintenes cada una.- Un coche, en quinientos patacones, o se cambia por

    una negra.- Una negra, de edad de trece a catorce aos, sin vi-

    cios, de nacin bangala.- Un mulatillo de edad de once aos, con principios de

    sastre.- Escencia de zarzaparrilla, a dos pesos el frasquito.- Una primeriza con pocos das de parida. No tiene cria-

    tura, pero tiene abundante y buena leche.- Un len, manso como un perro, que come de todo, y

    tambin una cmoda y una caja de caoba.- Una criada sin vicios ni enfermedades, de nacin con-

    ga, de edad como de dieciocho aos, y asimismo un pia-no y otros muebles, a precios cmodos.

    (De los diarios uruguayos de 1840, veintisiete aos despus dela abolicin de la esclavitud.)

  • 56

    Eduardo Galeano

    Crnica de la ciudad de Ro

    En lo alto de la noche de Ro de Janeiro, luminoso,generoso, el Cristo del Corcovado extiende sus brazos.Bajo esos brazos encuentran amparo los nietos de losesclavos.

    Una mujer descalza mira al Cristo, desde muy abajo,y sealndole el fulgor, muy tristemente dice:

    - Ya no va a estar. Me han dicho que lo van a sacar deaqu.

    - No te preocupes -le asegura una vecina-. No te pre-ocupes: l vuelve.

    A muchos mata la polica, y a muchos ms la econo-ma. En la ciudad violenta, resuenan balazos y tambintambores: los tambores, ansiosos de consuelo y de ven-ganza, llaman a los dioses africanos. Cristo slo no al-canza.

  • 57

    El libro de los abrazos

    Los numeritos y la gente

    Dnde se cobra el Ingreso per Cpita? A ms de unmuerto de hambre le gustara saberlo.

    En nuestras tierras, los numeritos tienen mejor suer-te que las personas. A cuntos le va bien cuando a laeconoma le va bien? A cuntos desarrolla el desarro-llo?

    En Cuba, la revolucin triunf en el ao ms prspe-ro de toda la historia econmica de la Isla.

    En Amrica Central, las estadsticas sonrean y reanmientras ms desesperada y jodida estaba la gente. Enlas dcadas del 50, del 60, del 70, aos tormentosos,tiempos turbulentos, Amrica Central luca los ndicesde crecimiento econmico ms altos del mundo y el ma-yor desarrollo regional de la historia humana.

    En Colombia, los ros de sangre se cruzan con los rosde oro. Esplendores de la economa, aos de plata fcil:en plena euforia, el pas produce cocana, caf y crme-nes en cantidades locas.

  • 58

    Eduardo Galeano

    El hambre /2

    Un sistema de desvnculo: El buey solo bien se lame.El prjimo no es tu hermano, ni tu amante. El prjimoes un competidor, un enemigo, un obstculo a saltar ouna cosa para usar. El sistema, que no da de comer,tampoco da de amar: a muchos los condena al hambrede pan y a muchos ms condena al hambre de abrazos.

  • 59

    El libro de los abrazos

    Crnica de la ciudad de Nueva York

    Es la madrugada y estoy lejos del hotel, bien al sur dela isla de Manhattan. Tomo un taxi. Doy la direccin enperfecto ingls, quiz dictado por el fantasma de mi ta-tarabuelo de Liverpool. El chofer me contesta en perfec-to castellano de Guayaquil.

    A poco andar el chofer me cuenta su vida. Se lanza ahablar y no para. Habla sin mirarme, con la vista clava-da en el ro de luces de los automviles en la avenida.Me habla de los asaltos que ha sufrido, y de las vecesque lo han querido matar, y de la locura del trnsito deesta ciudad de Nueva York, y me habla del vrtigo, com-pre, compre, selo, trelo, sea comprado, sea usado, seatirado, y aqu la cosa es abrirse paso a pecho limpio, queaplastas o te aplastan, te pasan por encima, y l est enesto desde que era nio, as como ve, desde que era niochico recin llegado del Ecuador y me dice que ahora sele fue la mujer.

    La mujer se le fue despus de doce aos de matrimo-nio. No es culpa de ella, dice. Entro y acabo, dice. Ellanunca goz, dice.

    Dice que es por culpa de la prstata.

  • 60

    Eduardo Galeano

    Dicen las paredes /1

    En el sector infantil de la Feria del libro, en Bogot:El locptero es muy veloz, pero muy lento.En la rambla de Montevideo, ante el ro-mar:Un hombre alado prefiere la noche.A la salida de Santiago de Cuba:Como gasto paredes recordndote.Y en las alturas de Valparaso:Yo nos amo.

  • 61

    El libro de los abrazos

    Amares

    Nos ambamos rodando por el espacio y ramos unabolita de carne sabrosa y salsosa, una sola bolita calien-te que resplandeca y echaba jugosos aromas y vaporesmientras daba vueltas y vueltas por el sueo de Helenay por el espacio infinito y rodando caa, suavemente caa,hasta que iba a parar al fondo de una gran ensalada.All se quedaba, aquella bolita que ramos ella y yo; ydesde el fondo de la ensalada vislumbrbamos el cielo.Nos asombamos a duras penas a travs del tupido fo-llaje, de las lechugas, los ramajes de apio y el bosque delperejil, y alcanzbamos a ver algunas estrellas que an-daban navegando en lo ms lejos de la noche.

  • 62

    Eduardo Galeano

    Teologa /1

    El catecismo me ense, en la infancia, a hacer elbien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo.Dios me ofreca castigos y recompensas, me amenazabacon el infierno y me prometa el cielo: y yo prometa ycrea.

    Han pasado los aos. Yo ya no temo ni creo. Y en todocaso, pienso, si merezco ser asado a la parrilla, a eternofuego lento, que as sea. As me salvar del purgatorio,que estar lleno de horribles turistas de clase media; yal fin y al cabo se har justicia.

    Sinceramente: merecer, merezco. Nunca he matado anadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o detiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los do-mingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casitodas las mujeres de mis prjimos, salvo a las feas, y portanto he violado, al menos en intencin, la propiedadprivada que Dios en persona sacraliz en las tablas deMoiss: No codiciars a la mujer de tu prjimo, ni a sutoro, ni a su asno Y por si fuera poco, con premedita-cin y alevosa he cometido el acto del amor sin el noblepropsito de reproducir la mano de obra.

    Yo bien s que el pecado carnal est mal visto en elalto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que igno-ra.

  • 63

    El libro de los abrazos

    Teologa /2

    El Dios de los cristianos, Dios de mi infancia, no haceel amor. Quizs, es el nico dios que nunca ha hecho elamor, entre todos los dioses de todas las religiones de lahistoria humana. Cada vez que lo pienso siento penapor l. Y entonces le perdono que haya sido mi superpapcastigador, jefe de polica del universo, y pienso que alfin y al cabo, Dios tambin supo ser mi amigo en aque-llos viejos tiempos, cuando yo crea en l y crea que elcrea en mi. Entonces paro la oreja, a la hora de los ru-mores mgicos, entre la cada del sol y la cada de lanoche, y me parece escuchar sus melanclicas confi-dencias.

  • 64

    Eduardo Galeano

    Teologa /3

    Fe de erratas: donde el antiguo testamento dice lo quedice, debe decir lo que quiz me ha confesado su princi-pal protagonista:

    Lstima que Adn fuera tan bruto. Lstima que Evafuera tan sorda. Y lstima que yo no supe hacerme en-tender.

    Adn y Eva eran los primeros seres humanos que demi mano nacan, y reconozco que tenan ciertos defectosde estructura, armado y terminacin. Ellos no estabanpreparados para escuchar, ni para pensar. Y yo bueno,quiz yo no estaba preparado parta hablar. Antes de Adny Eva, nunca haba hablado con nadie. Yo haba pronun-ciado bellas frases, como Hgase la luz, pero siempreen soledad. As que aquella tarde, cuando me encontrcon Adn y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuen-te. Me faltaba prctica.

    Lo primero que sent fue asombro. Ellos acababan derobar la fruta del rbol prohibido, en el centro del para-so. Adn haba puesto cara de general que viene de en-tregar la espada y Eva miraba al suelo, como contandohormigas. Pero los dos estaban increblemente jvenes ybellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los haba hecho:pero no saba que el barro poda ser luminoso.

    Despus, lo reconozco, sent envidia. Como nadie pue-de darme rdenes, ignoro la dignidad de la desobedien-cia. Tampoco puedo conocer la osada del amor, que exi-

  • 65

    El libro de los abrazos

    ge dos. En homenaje al principio de autoridad, me aguantlas ganas de felicitarlos por haberse hecho sbitamentesabios en pasiones humanas.

    Entonces, vinieron los equvocos. Ellos entendieron ca-da donde yo habl de vuelo. Creyeron que un pecadomerece castigo si es original. Dije que peca quien desama:entendieron que peca quien ama. Donde anunci praderade fiesta, ellos entendieron valle de lgrimas. Dije que eldolor era la sal que daba gustito a la aventura humana:entendieron que los estaba condenando al otorgarle lagloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al re-vs. Y se lo creyeron.

    ltimamente ando con problemas de insomnio. Desdehace algunos milenios, me cuesta dormir. Y dormir megusta, me gusta mucho, porque cuando duermo, sueo.Entonces me hago amante o amanta, me quemo en el fue-go fugaz de los amores de paso, soy cmico de la legua,pescador de alta mar o gitana adivinadora de la suerte:del rbol prohibido devoro hasta las hojas y bebo y bailohasta rodar por los sueos

    Cuando despierto, estoy solo. No tengo con quien ju-gar, porque los ngeles me toman tan en serio, ni tengo aquien desear. Estoy condenado a desearme a m mismo.De estrella en estrella ando vagando, aburrindome en eluniverso vaco. Me siento muy cansado, me siento muysolo. Yo estoy solo, yo soy solo, solo por toda eternidad.

  • 66

    Eduardo Galeano

    La noche /1

    No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entrelos prpados. Si pudiera, le dira que se vaya; pero tengouna mujer atravesada en la garganta.

  • 67

    El libro de los abrazos

    El diagnstico y la teraputica

    El amor es una enfermedad de las ms jodidas y con-tagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hon-das ojeras delatan que jams dormimos, despabiladosnoche tras noche por los abrazos, y padecemos fiebresdevastadoras y sentimos una irresistible necesidad dedecir estupideces.

    El amor se puede provocar, dejando caer un puaditode polvo de quereme, como al descuido, en el caf o en lasopa o en el trago. Se puede provocar, pero no se puedeimpedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide elpolvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada.El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las bru-jas. No hay decreto del gobierno que pueda con l, nipcima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas prego-nen, en los mercados, infalibles brebajes con garanta ytodo.

  • 68

    Eduardo Galeano

    La noche /2

    Arrnqueme, seora, las ropas y las dudas. Desn-deme, desddeme.

  • 69

    El libro de los abrazos

    Los llamares

    La luna llama a la mar y la mar llama al humilde cho-rrito de agua, que en busca de la mar corre y corre des-de donde sea, por muy lejos que sea, y corriendo crece yarremete y no hay montaa que le pare la pechada. Elsol llama a la parra, que queriendo sol se estira y sube.El primer aire de la maana llama a los olores de laciudad que despierta, aroma de pan recin dorado, aro-ma de caf recin molido, y los aromas al aire entran ydel aire se apoderan. La noche llama a las flores delcamalote, y a medianoche en punto estallan en el roesos blancos fulgores que abren la negrura y se metenen ella y la rompen y se la comen.

  • 70

    Eduardo Galeano

    La noche /3

    Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermoa la orilla de un abismo.

  • 71

    El libro de los abrazos

    La pequea muerte

    No nos da risa el amor cuando llega a lo ms hondode su viaje, a lo ms alto de su vuelo: en lo ms hondo,en lo ms alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces dedolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensndolo biennada tiene de raro, porque nacer es una alegra que duele.Pequea muerte, llaman en Francia a la culminacin delabrazo, que rompindonos nos junta y perdindonos nosencuentra y acabndonos nos empieza. Pequea muer-te, la llaman; pero grande, muy grande ha e ser, si ma-tndonos nos nace.

  • 72

    Eduardo Galeano

    La noche /4

    Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.La luna tiene dos noches de edad.Yo, una.

  • 73

    El libro de los abrazos

    El devorador devorado

    El pulpo tiene los ojos del pescador que lo atraviesa.Es de tierra el hombre que ser comido por la tierra quele da de comer. Come el hijo a la madre y la tierra comeal cielo cada vez que recibe a la lluvia de sus pechos. laflor se cierra, glotona, sobre el pico de pjaro hambrien-to de sus mieles.

    No hay esperado que no sea esperador ni amante queno sea boca y bocado, devorador devorado: los amantesse comen entre s de cabo a rabo, de punta a punta,todos toditos, todopoderosos, todoposedos, sin que que-de sobrando la punta de una oreja ni un dedo del pie.

  • 74

    Eduardo Galeano

    Dicen las paredes /2

    En Buenos Aires, en el puente de La Boca:Todos prometen y nadie cumple. Vote por nadie.En Caracas, en tiempos de crisis, a la entrada de unos

    de los barrios ms pobres:Bienvenida, clase media.En Bogot, a la vuelta de la Universidad Nacional:Dios vive.Y debajo, con otra letra:De puro milagro.Y tambin en Bogot:Proletarios de todos los pases, unos!Y debajo, con otra letra:(ltimo aviso.)

  • 75

    El libro de los abrazos

    La vida profesional /1

    A fines de 1987, Hctor Abad Gmez, denunci que lavida de un hombre no vale ms que ocho dlares. Cuan-do su artculo se public, en un diario de Medelln, ya lhaba sido asesinado. Hctor Abad Gmez era el presi-dente de la comisin de Derechos Humanos.

    En Colombia es raro morir de enfermedad.- Cmo quiere el cadver, su merced?El matador recibe la mitad a cuenta. Carga la pistola

    y se persigna. Pide a Dios que lo ayude en su trabajo.Despus, si no le falla la puntera, cobra la otra mi-

    tad. Y en la iglesia, de rodillas agradece el favor divino.

  • 76

    Eduardo Galeano

    Crnica de la ciudad de Bogot

    Cuando el teln caa, al fin de cada noche, PatriciaAriza, marcada para morir, cerraba los ojos. En silencioagradeca los aplausos del pblico y tambin agradecaotro da de vida burlando a la muerte.

    Patricia estaba en la lista de los condenados, por pen-sar en rojo y en rojo vivir; y las sentencias se iban cum-pliendo, implacablemente, una tras otra.

    Hasta sin casa qued. Una bomba poda volar el edifi-cio: los vecinos, obedientes a la ley del miedo, le exigie-ron que se fuera.

    Ella andaba con chaleco antibalas por las calles deBogot. No haba ms remedio; pero el chaleco era tristey feo. Un da, Patricia le cosi unas cuantas lentejuelas,y otro da le bord unas flores de colores, flores bajandocomo en lluvia sobre los pechos, y as el chaleco alegra-do y alindado, y mal que bien pudo acostumbrarse allevarlo siempre puesto, y ya ni en el escenario se lo sa-caba.

    Cuando Patricia viaj fuera de Colombia, para actuaren teatros europeos, ofreci su chaleco antibalas a uncampesino llamado Julio Can.

    A Julio Can, alcalde del pueblo de Vistahermosa,ya le haban matado a toda la familia, a modo de adver-tencia, pero l se neg a usar ese chaleco florido:

    - Yo no me pongo cosas de mujeres -dijo.Con una tijera, Patricia le arranc los brillitos y los

    colores, y entonces el hombre acept.Esa noche lo acribillaron. Con el chaleco puesto.

  • 77

    El libro de los abrazos

    Elogio del arte de la oratoria

    En el poder, hay divisin de trabajo, el ejrcito, lasbandas armadas y los asesinos sueltos se ocupan de lascontradicciones sociales y la lucha de clases. los civilestienen a su cargo los discursos.

    En Bogot hay varias fbricas de discursos, aunqueslo una de las empresas, la Fbrica Nacional de Dis-cursos, tiene telfono registrado en la gua. Estas plan-tas industriales han discurseado las campaas de nu-merosos candidatos a la presidencia, en Colombia y enlos pases vecinos, y habitualmente producen discursosa medida para interpelar ministros, inaugurar escuelaso crceles, celebrar bodas o cumpleaos o bautismos,conmemorar prceres de la historia patria y elogiar di-funtos que dejan vacos imposibles de llenar:

    - Yo, el menos indicado quiz

  • 78

    Eduardo Galeano

    La vida profesional /2

    Tienen el mismo nombre, el mismo apellido. Ocupanla misma casa y calzan los mismos zapatos.

    Duermen en la misma almohada, junto a la mismamujer. Cada maana, el espejo le devuelve la misma cara.

    Pero l y l son la misma persona:- Y yo, qu tengo que ver? -dice l, hablando de l,

    mientras se encoge de hombros.- Yo cumplo rdenes -dice o dice:- Para eso me pagan.O dice:- Si no lo hago yo, lo hace otro.Que es como decir:- Yo soy otro.Ante el odio de la vctima, el verdugo siente estupor, y

    hasta una cierta sensacin de injusticia: al fin y al cabo,l es un funcionario, un simple funcionario que cumplesu horario y su tarea. Terminada la agotadora jornadade trabajo, el torturador se lava las manos.

    Ahmadou Gherab, que pele por la independencia deArgelia, me lo cont.

    Ahmadou fue torturado por un oficial francs duran-te varios meses. Y cada da, a las seis en punto de latarde, el torturador se secaba el sudor de la frente,desenchufaba la picana elctrica y guardaba los demsinstrumentos de trabajo.

    Entonces se sentaba junto al torturado y le hablabade sus problemas familiares y del ascenso que no llega ylo cara que est la vida. El torturador hablaba de sumujer insufrible y del hijo recin nacido, que no lo habadejado pegar un ojo toda la noche: hablaba contra Orn,esta ciudad de mierda. y contra el hijo de puta del coro-nel que

    Ahmadou, ensangrentado, temblando de dolor, ardien-do en fiebres, no deca nada.

  • 79

    El libro de los abrazos

    La vida profesional /3

    Los banqueros de la gran banquera del mundo, quepractican el terrorismo de dinero, pueden ms que losreyes y los mariscales y ms que el propio Papa de Roma.Ellos jams se ensucian las manos. No matan a nadie,se limitan a aplaudir el espectculo.

    Sus funcionarios, los tecncratas internacionales,mandan en muchos pases: ellos no son presidentes, niministros, ni han sido votados en ninguna eleccin, perodeciden el nivel de los salarios y del gasto pblico, lasinversiones y las desinversiones, los precios, los impues-tos, los intereses, los subsidios, la hora de salida del soly la frescura de las lluvias.

    No se ocupan, en cambio, de las crceles, ni de lascmaras de tormentos, ni de los campos de concentra-cin, ni de los centros de exterminio, aunque en esoslugares ocurren las inevitables consecuencias de susactos.

    Los tecncratas reivindican el privilegio de la irres-ponsabilidad:

    - Somos neutrales -dicen.

  • 80

    Eduardo Galeano

    Mapamundi /1

    El sistema:Con una mano roba lo que con la otra presta.Sus vctimas:Cuanto ms pagan, ms deben.Cuanto ms reciben, menos tienen.Cuanto ms venden, menos cobran.

  • 81

    El libro de los abrazos

    Mapamundi /2

    Al sur, la represin. Al norte, la depresin.No son pocos los intelectuales del norte que se casan

    con las revoluciones del sur por el puro placer de enviu-dar. Prestigiosamente lloran, lloran a cntaros, lloran amares, la muerte de cada ilusin; y nunca demoran de-masiado en descubrir que el socialismo es el camino mslargo para llegar del capitalismo al capitalismo.

    La moda del norte, moda universal, celebra el arteneutral y aplaude a la vbora que se muerde la cola y laencuentra sabrosa. La cultura y la poltica se han con-vertido en artculos de consumo. Los presidentes se eli-gen por televisin, como los jabones, y los poetas cum-plen una funcin decorativa. No hay ms magia que lamagia del mercado, ni ms hroes que los banqueros.

    La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permi-te el espectculo, que eso no se le niega a nadie. Y anadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la poltica seademocrtica, siempre y cuando la economa no lo sea.

    Cuando cae el teln, una vez depositados los votos enlas urnas, la realidad impone la ley del dinero. As loquiere el orden natural de las cosas. En el sur del mun-do, ensea el sistema, la violencia y el hambre no perte-necen a la historia, sino a la naturaleza, y la justicia y lalibertad han sido condenadas a odiarse entre s.

  • 82

    Eduardo Galeano

    La desmemoria /1

    Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto.El bisabuelo est completamente chocho (sus pensa-

    mientos tienen el color del agua) y sonre con la mismabeatfica sonrisa de su bisnieto recin nacido. El bis-abuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tena.El bisnieto es feliz porque no tiene, todava, ningunamemoria.

    He aqu, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.

  • 83

    El libro de los abrazos

    La desmemoria /2

    El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. Elmiedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo dehacer, nos reduce a la impotencia. La dictadura militar,miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirti en sor-domudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de re-cordar, nos enferma de amnesia: pero no se necesita serSigmund Freud para saber que no hay alfombra que nopueda ocultar la basura de la memoria.

  • 84

    Eduardo Galeano

    El miedo

    Una maana, nos regalaron un conejo de indias. Lle-g a casa enjaulado. Al medioda, le abr la puerta de lajaula.

    Volv a casa al anochecer y lo encontr tal como lohaba dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, tem-blando del susto de la libertad.

  • 85

    El libro de los abrazos

    El ro del Olvido

    La primera vez que fui a Galicia, mis amigos me lleva-ron al ro del Olvido. Mis amigos me dijeron que los le-gionarios romanos, en los antiguos tiempos imperiales,haban querido invadir estas tierras, pero de aqu nohaban pasado: paralizados por el pnico, se haban de-tenido a la orilla de este ro. Y no lo haban atravesadonunca, porque quien cruza el ro del Olvido llega a laotra orilla sin saber quin es ni de dnde viene.

    Yo estaba empezando mi exilio en Espaa, y pens: sibastan las aguas de un ro para borrar la memoria. qupasar conmigo, resto de naufragio, que atraves todoun mar?

    Pero yo haba estado recorriendo los pueblecitos dePontevedra y Orense, y haba descubierto tabernas ycafs que se llamaban Uruguay o Venezuela o Mi BuenosAires Querido y cantinas que ofrecan parrilladas oarepas, y por todas partes haba banderines de Pearoly Nacional y Boca Juniors, y todo eso era de los gallegosque haban regresado de Amrica y sentan, ahora, lanostalgia al revs. Ellos se haban marchado de sus al-deas, exiliados como yo, aunque los hubiera corrido laeconoma y no la polica, y al cabo de muchos aos esta-ban de vuelta en su tierra de origen, y nunca habanolvidado nada. Y ahora tenan dos memorias y tenandos patrias.

  • La desmemoria /3

    En las islas francesas del Caribe, los textos de histo-ria ensean que Napolen fue el ms admirable guerre-ro de occidente. En esas islas, Napolen restableci laesclavitud en 1802. A sangre y fuego oblig a que losnegros libres volvieran a ser esclavos de las plantacio-nes. De eso, nada dicen los textos. Los negros son losnietos de Napolen, no sus vctimas.

    86

    Eduardo Galeano

  • La desmemoria /4

    Chicago est llena de fbricas. Hay fbricas hasta enpleno centro de la ciudad, en torno al edificio ms altodel mundo. Chicago est llena de fbricas, Chicago estllena de obreros.

    Al llegar al barrio de Heymarket, pido a mis amigosque me muestren el lugar donde fueron ahorcados, en1.886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cadaprimero de Mayo.

    - Ha de ser por aqu - me dicen. Pero nadie sabe.Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mr-

    tires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua, nimonolito, ni placa de bronce, ni nada.

    El primero de Mayo es el nico da verdaderamenteuniversal de la humanidad entera, el nico da dondecoinciden todas las historias y todas las geografas, to-das las lenguas y las religiones y las culturas del mun-do; pero en los Estados Unidos, el primero de Mayo esun da cualquiera. Ese da, la gente trabaja normalmen-te, y nadie o casi nadie, recuerda que los derechos de laclase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, nide la mano de Dios o del amo.

    Tras la intil exploracin de Heymarket, mis amigosme llevan a conocer la mejor librera de la ciudad. Y all,por pura curiosidad, descubro un viejo cartel que estcomo esperndome, metido entre muchos otros cartelesde cine y msica rock.

    El cartel reproduce un proverbio del ` frica: Hasta quelos leones tengan sus propios historiadores, las historiasde cacera seguirn glorificando al cazador.

    87

    El libro de los abrazos

  • Celebracin de la subjetividad

    Yo ya llevaba un buen rato escribiendo Memoria delfuego, y cuanto ms escriba ms adentro me meta enlas historias que contaba. Ya me estaba costando dis-tinguir el pasado del presente: lo que haba sido estabasiendo, y estaba siendo a mi alrededor, y escribir era mimanera de golpear y de abrazar. Sin embargo, se supo-ne que los libros de historia no son subjetivos.

    Se lo coment a don Jos Coronel Urtecho: en estelibro que estoy escribiendo, al revs y al derecho, a luz ya trasluz, se mire como se mire, se me notan a simplevista mis broncas y mis amores.

    Y a orillas del ro San Juan, el viejo poeta me dijo quea los fanticos de la objetividad no hay que hacerles niputo caso:

    - No te preocups -me dijo-. As debe ser. Los que ha-cen de la objetividad una religin, mienten. Ellos no quie-ren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos, para sal-varse del dolor humano.

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    Eduardo Galeano

  • Celebracin de las bodasde la razn y el corazn

    Para qu escribe uno, si no es para juntar sus peda-zos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia, laeducacin nos descuartiza: nos ensea a divorciar el almadel cuerpo y la razn del corazn.

    Sabios doctores de tica y Moral han de ser los pesca-dores de la costa colombiana, que inventaron la palabrasentipensante para definir el lenguaje que dice la ver-dad.

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    El libro de los abrazos

  • Divorcios

    Un sistema de desvnculos: para que los callados nose hagan preguntones, para que los opinados no se vuel-van opinadores. Para que no se junten los solos ni junteel alma sus pedazos.

    El sistema divorcia la emocin y el pensamiento, comodivorcia el sexo y el amor, la vida ntima y la vida pbli-ca, el pasado y el presente. Si el pasado no tiene nadaque decir al presente, la historia puede quedarse dormi-da, sin molestar, en el ropero donde el sistema guardasus viejos disfraces.

    El sistema nos vaca la memoria, o nos llena la memo-ria de basura, y as nos ensea a repetir la historia enlugar de hacerla. Las tragedias se repiten como farsas,anunciaba la clebre profeca. Pero entre nosotros, espeor; las tragedias se repiten como tragedias.

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    Eduardo Galeano

  • Celebracin de las contradicciones /1

    Como trgica letana se repite a s misma la memoriaboba. la memoria viva, en cambio, nace cada da, por-que ella es desde lo que fue.

    Aufheben era al verbo que Hegel prefera, entre todoslos verbos de la lengua alemana. Aufheben significa, a lavez, conservar y anular; y as rinde homenaje a la histo-ria humana, que muriendo nace y rompiendo crea.

    91

    El libro de los abrazos

  • Celebracin de las contradicciones /2

    Desatar las voces, desensoar los sueos: escriboqueriendo revelar lo maravilloso, y descubro lo real ma-ravilloso en el exacto centro de lo real horroroso de Am-rica.

    En estas tierras, la cabeza del Dios Elegga lleva lamuerte en la nuca y la vida en la cara. Cada promesa esuna amenaza; cada prdida un encuentro.

    De los miedos nacen los corajes; y de las dudas lascertezas. Los sueos anuncian otra realidad posible ylos delirios otra razn.

    Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiarlo que somos. La identidad no es una pieza de museo,quietecita en la vitrina, sino la siempre asombrosa sn-tesis de las contradicciones nuestras de cada da.

    En esa fe, fugitiva, creo. Me resulta la nica fe dignade confianza, por lo mucho que se parece al bicho hu-mano, jodido pero sagrado, y a la loca aventura de viviren el mundo.

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    Eduardo Galeano

  • Crnica de la ciudad de Mxico

    Medio siglo despus del nacimiento de Superman enNueva York, Superbarrio anda por las calles y las azo-teas de la ciudad de Mxico. El prestigioso norteameri-cano de acero, smbolo universal del poder, vive en unaciudad llamada Metrpoli. Superbarrio, cualunque mexi-cano de carne y hueso, hroe del pobrero, vive en unsuburbio llamado Nezahualcyotl.

    Superbarrio tiene barriga y piernas chuecas. Usamscara roja y capa amarilla. No lucha contra momias,fantasmas ni vampiros. En una punta de la ciudad en-frenta a la polica y salva del desalojo a unos muertos dehambre; en la otra punta, al mismo tiempo, encabezauna manifestacin por los derechos de la mujer o contrael envenenamiento del aire; y en el centro, mientras tan-to, invade el Congreso Nacional y lanza una arenga de-nunciando las cochinadas del gobierno.

    93

    El libro de los abrazos

  • Contrasmbolos

    Por arte de alquimia o diablura popular, los smbolosse desenemigan y el veneno se convierte en pan. En LaHabana, a un paso de la Casa de las Amricas, hay unraro monumento: un par de zapatos de bronce en lo altodel gran pedestal.

    Los solitarios zapatos, pertenecan al servicial TomsEstrada Palma. El pueblo en furia volte su estatua yeso fue lo nico que qued.

    Mientras el siglo naca, Estrada Palma haba sido elprimer presidente de Cuba, bajo la ocupacin colonialde los Estados Unidos.

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    Eduardo Galeano

  • Paradojas

    Si la contradiccin es el pulmn de la historia, la pa-radoja ha de ser, se me ocurre, el espejo que la historiausa para tomarnos el pelo.

    Ni el propio hijo de Dios se salv de la paradoja. leligi para nacer, un desierto subtropical donde jamsha nevado, pero la nieve se convirti en un smbolo uni-versal de la navidad desde que Europa decidi europeara Jess. Y para ms inri, el nacimiento de Jess es, hoypor hoy, el negocio que ms dinero da a los mercaderesque Jess haba expulsado del templo.

    Napolen Bonaparte, el ms francs de los franceses,no era francs. No era ruso Jos Stalin, el ms rusos delos rusos; y el ms alemn de los alemanes, Adolfo Hitlerhaba nacido en Austria. Margherita Sarfatti, la mujerms amada por el antisemita Mussolini, era juda. JosCarlos Maritegui, el ms marxista de los marxistas la-tinoamericanos, crea fervorosamente en Dios. El CheGuevara haba sido declarado completamente inepto parala vida militar por el ejrcito argentino.

    De manos de un escultor llamado Aleijadinho, que erael ms feo de los brasileos, nacieron las ms altas her-

    95

    El libro de los abrazos

  • mosuras del Brasil. Los negros norteamericanos, los msoprimidos, crearon el jazz, que es la ms libre de lasmsicas. En el encierro de la crcel fue concebido DonQuijote, el ms andante de los caballeros. Y para colmode paradojas, Don Quijote nunca dijo su frase ms cle-bre. Nunca dijo, ladran sancho, seal que cabalgamos.

    Te noto nerviosa, dice el histrico. Te odio, dice laenamorada. No habr devaluacin dice, en vsperas dedevaluacin, el ministro de Economa. Los militares res-petan la Constitucin, dice en vsperas del golpe de es-tado el ministro de Defensa.

    En su guerra contra la revolucin sandinista, el go-bierno de los Estados Unidos coincida, paradgicamentecon el Partido Comunista de Nicaragua. Y paradjicashaban sido, al fin y al cabo, las barricadas sandinistasdurante la dictadura de Somoza: las barricadas que ce-rraban la calle, abran el camino.

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    Eduardo Galeano

  • El sistema /1

    Los funcionarios no funcionan.Los polticos hablan pero no dicen.Los votantes votan pero no eligen.Los medios de informacin desinforman.Los centros de enseanza ensean a ignorar.Los jueces condenan a las victimas.Los militares estn en guerra contra sus compatriotas.Los policas no combaten los crmenes, porque estn

    ocupados en cometerlos.Las bancarrotas se socializan, las ganancias se priva-

    tizan.Es ms libre el dinero que la gente.La gente est al servicio de las cosas.

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    El libro de los abrazos

  • Elogio del sentido comn

    Al amanecer de un da de fines de 1985, las radioscolombianas informaron:

    - La ciudad de Armero ha sido borrada del mapa.El volcn vecino la mat. Nadie pudo correr ms rpi-

    do que la avalancha de lodo hirviente: una ola grandecomo el cielo y caliente como el infierno atropell a laciudad, echando humo y rugiendo furias de mala bes-tia, y se trag a treinta mil personas y a todo lo dems.

    El volcn vena avisando desde haca un ao. Un aoentero estuvo echando fuego, y cuando ya no poda es-perar ms, descarg sobre la ciudad un bombardeo detruenos y una lluvia de ceniza, para que escucharan lossordos y vieran los ciegos tanta advertencia. Pero el al-calde deca que el Superior Gobierno deca que no haymotivos de alarma, y el cura deca que el obispo decaque Dios se est ocupando del asunto, y los gelogos ylos vulcanlogos decan que todo est bajo control y fue-ra de peligro.

    La ciudad de Armero muri de civilizacin. No habacumplido todava un siglo de vida. No tena himno niescudo.

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    Eduardo Galeano

  • Los indios /1

    Viniendo desde Temuco, me adormezco en el viaje.Sbitamente, me despiertan los fulgores del paisaje.

    El de Repocura aparece y resplandece ante mis ojos, comosi alguien hubiera descorrido, de repente, el teln de otromundo.

    Pero estas tierras ya no son, como antes, de todos yde nadie. Un decreto de la dictadura de Pinochet ha rotolas comunidades obligando a los indios a la soledad. Ellosinsiten, sin embargo, en juntar sus pobrezas, y todavatrabajan juntos, callan juntos, dicen juntos:

    - Ustedes llevan quince aos de dictadura chilena -explican a mis amigos chilenos-. Nosotros llevamos cin-co siglos.

    Nos sentamos en crculo. Estamos reunidos en uncentro mdico que no tiene, ni jams tuvo, mdico nipracticante, ni enfermero, ni nada.

    - Una es para morir, no ms- dice una de las mujeres.Los indios, culpables de ser incapaces de propiedad

    privada, no existen.En Chile no hay indios; slo hay chilenos -dicen los

    carteles del gobierno.

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    El libro de los abrazos

  • Los indios /2

    El lenguaje como traicin; les gritan verdugos. En elEcuador, los verdugos llaman verdugos a sus vctimas:

    - Indios verdugos! -les gritan.De cada tres ecuatorianos, uno es indio. Los otros dos

    le cobran, cada da la derrota histrica.- Somos los vencidos. Nos ganaron la guerra. Nosotros

    perdimos por creerles. Por eso, -me dice Miguel, nacidoen lo hondo de la selva Amaznica.

    Los tratan como a los negros en Sudfrica: los indiosno pueden entrar a los hoteles ni a los restaurantes.

    - En la escuela me metan palo cuando hablaba nues-tra lengua -me cuenta Lucho, nacido al sur de la sierra.

    - Mi padre me prohiba hablar quichua. Es por tu bien,me deca recuerda Rosa, la mujer de Lucho.

    Rosa y Lucho viven en Quito. Estn acostumbrados aescuchar:

    - Indio de mierda.Los indios son tontos, vagos, borrachos. Pero el siste-

    ma que los desprecia, desprecia lo que ignora, porqueignora lo que teme. Tras la mscara del desprecio, aso-ma el pnico: estas voces antiguas, porfiadamente vi-vas, qu dicen? Qu dicen cuando hablan? Qu di-cen cuando callan?

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    Eduardo Galeano

  • Las tradiciones futuras

    Hay un nico lugar donde ayer y hoy se encuentran yse reconocen y se abrazan, y ese lugar es maana.

    Suenan muy futuras ciertas voces del pasado ameri-cano muy pasado. Las antiguas voces, pongamos porcaso, que todava nos dicen que somos hijos de la tierra,y que la madre no se vende ni se alquila. Mientras lluevenpjaros muertos sobre la ciudad de Mxico, y se con-vierten los ros en cloacas, los mares en basureros y lasselvas en desiertos, esas voces porfiadamente vivas nosanuncian otro mundo que no es este mundo envenenadordel agua del suelo, el aire y el alma.

    Tambin nos anuncian otro mundo posible las vocesantiguas que nos hablan de comunidad. La comunidad,el modo comunitario de produccin y de vida, es la msremota tradicin de las Amricas, la ms americana detodas; pertenece a los primeros tiempos y a las primerasgentes, pero tambin pertenece a los tiempos que vieneny presiente un nuevo Nuevo Mundo. Porque nada haymenos forneo que el socialismo en estas tierras nues-tras. Forneo es, en cambio, el capitalismo; como la vi-ruela, como la gripe, vino de afuera.

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    El libro de los abrazos

  • El reino de las cucarachas

    Cuando yo visit a Cedric Belfrage en Cuernavaca, yala ciudad de los Angeles contena diecisis millones depersomviles, gente con ruedas en lugar de piernas, asque no se pareca mucho a la ciudad que l haba cono-cido cuando lleg a Hollywood en la poca del cine mudo,y ni siquiera se pareca a la ciudad que Cedric todavaamaba cuando el senador Mc. Carthy lo expuls duran-te la cacera de brujas.

    Desde la expulsin, Cedric vive en Cuernavaca. Algu-nos amigos, sobrevivientes de los viejos tiempos, apare-cen de vez en cuando en su casa amplia y luminosa, ytambin aparece, de vez en cuando, una misteriosa ma-riposa blanca que bebe tequila.

    Yo vena de Los Angeles y haba estado en el barriodonde Cedric viva, pero l no me pregunt por Los An-geles. Los Angeles no le interesaba. En cambio, me pre-gunt por mis das en Canad, y nos pusimos a hablarde la lluvia cida. los gases venenosos de las fbricas,devueltos a la tierra desde las nubes, ya haban exter-minado catorce mil lagos en Canad. Ya no haba vidaninguna, ni plantas, ni peces, en esos catorce mil lagos.Yo haba visto una pequea parte de esa catstrofe.

    El viejo Cedric me mir con sus grandes ojos transpa-rentes y simul arrodillarse ante quienes van a reinarsobre la tierra:

    - Los seres humanos hemos abdicado el planeta -pro-clam- en favor de las cucarachas.

    Entonces arrim la botella y llen los vasos:- Un traguito, mientras se pueda.

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    Eduardo Galeano

  • Los indios /3

    Jean-Marie Simon lo supo en Guatemala. Ocurri afines de 1983, en una aldea llamada Tabil, en el sur delQuich.

    Los militares venan cumpliendo su campaa de ani-quilacin de las comunidades indgenas. Haban borra-do del mapa a cuatrocientas aldeas en menos de tresaos. Quemaban plantos, mataban indios: quemabanhasta la raz, mataban hasta los nios. Vamos a dejar-los sin semilla, anunciaba el coronel Horacio MaldonadoShadd.

    Y as llegaron, una tarde, a la aldea de Tabil.Venan arrastrando cinco prisioneros, atados de pies

    y manos y desfigurados por los golpes. Los cinco eran dela aldea, all nacidos, all vividos, all multiplicados, peroel oficial dijo que esos eran cubanos enemigos de la pa-tria: la comunidad deba resolver qu castigo merecan,y ejecutar el castigo. Por si resolvan fusilarlos, les deja-ba las armas ya cargadas. Y dijo que les daba plazo has-ta maana al medioda.

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    El libro de los abrazos

  • En asamblea, los indios discutieron:- Estos hombres son nuestros hermanos. Estos hom-

    bres son inocentes. Si no los matamos, los soldados nosmatan.

    La noche entera pasaron discutiendo. Los prisione-ros, en el centro de la reunin, escuchaban.

    Lleg el amanecer y todos estaban como al principio.No haban llegado a ninguna decisin y se sentan cadavez ms confusos.

    Entonces pidieron ayuda a los dioses: a los diosesmayas y a los dioses cristianos.

    En vano esperaron la respuesta. Ningn dios dijo nada.Todos los dioses estaban mudos.

    Mientras tanto, los soldados esperaban, en algnmonte de los alrededores.

    La gente de Tabil vea cmo el sol se iba alzando, im-placable, hacia lo alto del cielo. Los prisioneros, de pie,callaban.

    Poco antes del medioda, los soldados escucharon losbalazos.

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    Eduardo Galeano

  • Los indios /4

    En la isla de Vancouver, cuanta Ruth Benedict, losindios celebraban torneos p