Garonne - Besos Prohibidos

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Garonne - Besos prohibidos. Novela romantica

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Besos Prohibidos

Garonne

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SINOPSIS

Fue cuando abrió los ojos y vi que eran del color rojo de la sangre cuando me di cuenta de que algo no iba bien, de que Adrián no era un chico normal y corriente.

Y fue cuando pronunció mi nombre cuando me di cuenta de la verdad. Cuando me di cuenta de que estaba completa y perdidamente enamorada de él. Y ya no había marcha atrás. No podía quitármelo de la cabeza, no podía dejar de pensar en él ni un segundo.

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ÍNDICE

Prefacio….............................................................................…6

Capítulo 1.............................................................................… 8

Capítulo 2...........................................................................…. 12

Capítulo 3………..................................................................... 19

Capítulo 4…........................................................................…. 33

Capítulo 5…....................................................................……. 43

Capítulo 6…....................................................................……. 56

Capítulo 7……....................................................................…. 65

Capítulo 8…....................................................................……. 73

Capítulo 9…....................................................................……. 82

Capítulo 10……..................................................................…. 89

Capítulo 11…….................................................................….. 100

Capítulo 12……........................................................…........... 114

Capítulo 13…..................................................................……. 122

Capítulo 14……..................................................................…. 135

Capítulo 15……..................................................................…. 141

Agradecimientos…….............................................................. 148

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Dedicatoria

A esas locas a las que llamo amigas

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PREFACIO

Torció a la derecha y siguió andando, despreocupadamente y sumida en la más profunda de las tristezas. Ya no le importaba nada.

Guiándose por su instinto, buscó con desesperación a la que antes había sido su enemiga. No creía que fuera a encontrarla, pero, mientras tuviera una posibilidad, la buscaría. No podía hacerlo sola.

Tropezó sin darse cuenta con una niña pequeña. La ayudó a levantarse y le sonrió con amabilidad.

—Lo siento. —le dijo.

Sin embargo, la niña dio un paso hacia atrás, asustada. Sabía lo que estaba viendo. Sabía que estaba viendo en sus ojos, antes azules, un gran rastro de oscuridad. Como si aquella muchacha no tuviera alma. La niña soltó un grito, empezó a llorar y se marchó de allí, deprisa. Ella suspiró y siguió con su camino, directa a su destino.

Entonces, llegó. Era una casa a las afueras de la ciudad, con un gran jardín. Abrió la cancela. A medida que se iba acercando a la casa, más iba sintiendo su presencia.

Soltó un suspiro y decidida, llamó al timbre.

Salió a recibirla una chica, rubia, con ojos rojos. Ella la miró de arriba a abajo, sorprendida.

— ¿Qué haces tú aquí? —le preguntó, sin dejar de sentirse sorprendida.

Volvió a soltar un suspiro y la miró. A su ex enemiga le sorprendió ver tinieblas en sus ojos y se imaginó lo que había pasado.

—Vengo a que me mates. —le contestó.

Ella sonrió ampliamente, con la maldad reflejada en sus ojos rojos, y la dejó pasar.

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Satán le respondió:

— ¿Y crees tú que su religión es desinteresada? ¡Si tú mismo lo has cercado y protegido, a él, a su hogar y todo lo suyo! Has bendecido sus trabajos y sus rebaños se ensanchan por

todo el país. Pero tócalo, daña sus posesiones, y te apuesto a que te maldice en tu cara.

Job 1, 9—11

Tu pupila es azul y cuando ríes

Su claridad suave me recuerda

el trémulo fulgor de la mañana

que en el mar se refleja.

Tu pupila es azul y cuando lloras

las transparentes lágrimas en ella

se me figuran gotas de rocío

sobre una vïoleta.

Tu pupila es azul y si en su fondo

como un punto de luz radia una idea,

me parece en el cielo de la tarde

una perdida estrella.

Rima XII, Gustavo Adólfo Bécquer

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Capítulo 1El cuadro

—Cariño, despiértate, que tenemos que ir a la iglesia. —gritó mamá desde la cocina.

Me acurruqué aun más en la cama. Ya era domingo otra vez. Oí unos pasos acercándose por el pasillo, después la puerta se abrió y entró mamá en mi habitación.

Iba vestida con un traje de color verde claro, que la sentaba como un tiro. Se había recogido el pelo en un moño alto, cosa que también le quedaba mal porque le estiraba la cara de tal forma que parecía que se la estaban tensando con pinzas. También se había maquillado: se había echado por lo menos un bote entero de maquillaje y llevaba los ojos pintados de un azul muy intenso y los labios de un rosa horrible.

— ¿Todavía estás así? —me preguntó retóricamente. Solté un suspiro—. ¡Venga, arriba! —Me quitó de un tirón las sábanas y yo empecé a tiritar. Qué frío…— Vamos, que tenemos que ir a misa, y no podemos llegar tarde, como la última vez.

Todavía me acordaba del anterior domingo. Me había quedado tan dormida que hasta me tuvo que vestir mamá. Cuando llegamos a la iglesia (yo ni siquiera había desayunado), el cura ya había empezado a hablar. Todos se nos quedaron mirando. Recuerdo que mis padres iban todo el rato mirando al suelo, avergonzados, como si llegar tarde a misa fuera un pecado capital. A mí, en cambio, me hubiera dado igual llegar al amén.

Mamá sacó del armario una falda rosa y una blusa blanca. Miré asqueada ese conjunto. No me gustaba absolutamente nada. Después, cogió las francesitas rosas y las medias blancas.

—Vístete. —me ordenó antes de salir de la habitación.

Suspiré con resignación y me levanté de la cama. Cogí con asco la falda rosa y la tiré a la cama. ¿Por qué me hacían esto a mí? Odiaba tener que ir a misa todos los domingos. Odiaba tener que fingir que me tragaba todos esos cuentos chinos. Odiaba que mis padres tuvieran que dirigirme la vida.

Me fui al cuarto de baño para vestirme y peinarme. Intenté mirar lo menos posible a mi imagen reflejada en el espejo. Me sentía como si llevara puesto un disfraz. No quería verme como la Sara que mis padres querían que fuera.

Me recogí el pelo en una coleta. No me gustaba llevar el pelo recogido, pero mi madre me decía que llevar el pelo suelto en la iglesia era “de mala educación”. Y llevarle la contraria a mi madre suponía dos semanas sin ordenador…

Salí del cuarto de baño y me fui a desayunar. Eran las once y cuarto. La misa no empezaba hasta las doce, así que tenía media hora para desayunar, más o menos. Me preparé el desayuno. Cuando terminé de desayunar, volví a mi habitación. Desde el pasillo oía hablar a mis padres. Estaban en el salón. Pasé de ellos. Cuanto menos tiempo estuviera con ellos, menos me contagiarían esa

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ansia que tienen por la religión.

Si al menos hubiera una sola religión que me gustara, alguna con la que pudiera sentirme identificada…

Encendí el ordenador y me conecté al Messenger. Mientras se cargaba, abrí el reproductor de música y puse algo de Mägo de Oz para animarme.

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<¡¡Hola guapaa!!>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¡¡Hola carii!! ¿Qué tal?>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Muy bien… Pff, tengo muchísimo sueño…>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<Supongo, porque es muy raro que estés tú levantada a estas horas… ¡¡son las 11!! xDD>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Ya, pero tú no tienes a mi hermano con la música a tope… u.u>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<Pues no tendré a tu hermano, pero tengo a mis padres con su maldita manía de ir a misa… ¡¡¡¡¡uggghhhh!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Cómo les ODIOOO!!!!!!!!!!!!>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Tía, tranqui…. Que al final vas a acabar matando a alguien :S>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<…No me des ideas…>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Lo decía de coña… emm… ¿Sabes que tengo otro disco de Saratoga? Me le compró mi madre por haber aprobado socis… Está genial, mañana te lo dejo para que le grabes en el ordenata…>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¡¡Gracias, guapa!! ^^>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

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<<Pero que bien se te da cambiar de tema…. u.u>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<¡¡Es mi deber!! =DD Por cierto, ¿has oído el cotilleo del mes?>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¿¿Cotilleo del mes?? O_O ¿Cuál? Dímelo, que ya sabes que nunca me entero… :S>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Pues me han dicho que mañana van a venir unos alumnos nuevos al instituto… Cris dice que les ha visto y que uno de ellos está… xDDD>>

— ¡¡Sara, ya son las doce menos cuarto, vamos!! —me gritó mamá desde la entrada.

Soltando un suspiro de resignación y poniendo los ojos en blanco a la vez, me despedí rápidamente de Elena y apagué el ordenador sin preocuparme por desconectarme del Messenger. Mis padres ya me habían echado el anterior domingo una buena bronca por llegar tarde a la iglesia por mi culpa, no quería que eso se volviera a repetir. Cogí una chaqueta (estaba segura de que iba a hacer un frío mortal, como siempre) y salí apresuradamente de mi cuarto.

* * *

—Queridos hermanos, hoy, día del Señor…—comenzó a decir el cura al empezar la misa.

Yo, como siempre, me quedé mirando las musarañas. Siempre que alguno de los amigos de mis padres les decían que yo era muy irrespetuosa cuando estaba en la iglesia (en misa nunca prestaba atención, siempre me quedaba ida) ellos les contestaban que yo estaba hablando con Dios desde que entrábamos a la iglesia hasta que salíamos, y que esa era mi manera de purgar mis pecados… ¡Ja! Lo único que hacía era quedarme en estado espiritual, vamos, que de cuerpo estaba presente, pero mi mente estaba dando vueltas por ahí.

Me dediqué a dejar vagar mi mirada por el edificio. Era una iglesia gótica, con unas vidrieras preciosas. Era lo único que me gustaba de esa iglesia: el estilo de construcción. Seguí observando detenidamente la iglesia mientras el cura seguía dando la chapa a su “rebaño”. Siempre me ha hecho mucha gracia la comparación de las personas con ovejas.

Detrás del altar de mármol blanco había una enorme cruz de madera, ornamentada con un cartel de oro donde ponía “INRI“. En el centro, un hombre clavado a ella, ataviado con un taparrabos y con una corona de espinas en la cabeza. Nunca me había gustado el símbolo de los cristianos. Siempre que le veía me entraba un escalofrío. No podía entender cómo las personas podían seguir ese símbolo con tanto fervor. ¿No se daban cuenta de lo que representaba? ¿No veían en ese símbolo la forma más cruel de morir? ¿No se imaginaban la gran cantidad de personas que habían muerto en esa maldita cruz como si fueran algo menos que animales?

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Dejé de mirarla; me estaba empezando a cabrear y no me convenía montar una escenita aquí, porque entonces me la ganaría. Un objeto que no había visto hasta ese día atrajo mi atención como si tuviera un imán.

En una de las paredes había un cuadro nuevo. Era precioso, sobrecogedor y aterrador, todo a la vez, si es que es eso posible.

Se trataba de un cuadro donde había dos mujeres y dos hombres, atados a un palo clavado en el suelo. Estaban ataviados con hábitos monacales. Miraban al suelo con resignación, como si supieran que, a pesar de que iban a morir, algo bueno iba a sucederles después. A su alrededor, unas llamas crepitaban hacia ellos, amenazadoras, letales. Entonces, me fijé en la otra figura.

Nunca me le habría imaginado así. Era un chico guapísimo, de esos que si los ves por la calle te quedas embobada como una idiota y pegas un grito cuando se ha alejado considerablemente. Pero eso no fue lo que atrajo mi atención.

Desde la espalda del chico nacían unas alas negras como la noche. Sus ojos eran rojos y su sonrisa malévola. Al principio no me daba cuenta de quién era. Después, vi dibujado sobre su pecho un colgante con forma de pentáculo y como estaban dibujados, detrás de él, unas cuantas figuras más, ataviadas con una capa negra y con alas negras, al igual que la figura principal.

Un estremecimiento me recorrió la columna vertebral al reconocerle. Sabía quién era. Era él. Era el demonio. Y una sonrisa de satisfacción me recorrió la cara. Porque… ¿quién odia a la Iglesia? ¿Quién odia las normas? ¿Quién odia la tranquilidad, la rutina, la paz? El demonio. Y yo.

Había encontrado lo que llevaba tanto tiempo buscando: una religión, un modelo, una conducta que pudiera seguir y con la que me sintiera identificada. Volví a mirar al demonio dibujado en el cuadro y mi sonrisa se hizo más pronunciada.

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Capítulo 2El sueño

—De verdad, Sara, no sé qué te pasa. —me dijo mi padre mientras caminaba de un lado a otro por el salón. Acabábamos de llegar a casa y me estaba dando la chapa porque no había prestado atención en misa, como todos los domingos. Ya me daba igual todo eso. Lo único que me importaba ahora era Él. El diablo—. Desde hace unos meses, estás muy cambiada. No quieres ir a la iglesia, no quieres pasar tiempo con nosotros, te encierras en tu habitación durante horas…

—Eso es porque no quiero contagiarme. —le solté.

Papá detuvo su recorrido y se me quedó mirando, embobado. Mamá se santiguó y yo puse los ojos en blanco. Suponía que ahora me tocaba aguantar una charla aun más grande e intensa, o incluso enfrentarme a una semana de castigo. Pero ya no me importaba, porque no pensaba volver a callarme.

—¿Contagiarte?—exclamaron los dos al unísono, alarmados y asustados.

Suspiré. Había que explicárselo todo una y otra vez, no había forma de que entendieran algo.

—Sí, contagiarme. Por Lucifer, ¿no os dais cuenta de que vuestra vida es más sosa que las estúpidas obleas que dan después de soltaros ese rollo todos los domingos? ¿En qué os habéis convertido? ¡¡Al final acabarán haciéndoos santos, o algo parecido!!

Entonces, papá me pegó una torta. Dolió, sí, pero no quería mostrarles ningún tipo de debilidad. Me levanté y le planté cara, intentando sonreír.

—No me dais miedo. No pienso seguir con la estupidez esa de la religión, y la próxima vez que entre en una iglesia será para quemarla en honor a Satán.

Mis padres se quedaron pasmados. Estaba segura de que se esperaban que me pusiera a llorar y les suplicara mi perdón, pero no. La visión de ese cuadro me había cambiado. Y así, dejándoles con un palmo de narices, me fui a mi habitación.

Me estaba empezando a doler el tortazo. Encendí el ordenador. Tenía muchas cosas que contarle a Elena. Abrí el reproductor de música, como siempre, pero esa vez fue distinta. Puse canciones de Mägo de Oz, cosa habitual, pero esta vez, me di cuenta del significado de las palabras que se escondían en sus canciones. Y me alegré, porque la mayoría de ellas estaban relacionadas con el diablo, o al menos eso a mí me parecía.

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

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<<¡Holaa! ¿Qué tal?>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<¡¡Holaa!! Muy bien, ¿y tú?>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<Mejor que nunca… ¿sabes que he decidido que no voy a ser católica? Voy a seguir al diablo.>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<¿Al diablo? ¡Guay, me vendrá bien algo nuevo!>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¡¡Tómatelo en serio!! Esto no es como las clases de pintura, de baile o de yoga… que siempre acabamos por dejarlas, ¡esto es para SIEMPRE! ¬¬’>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Ok, ok, ¡lo he pillado! xDD Entonces, ¿va en serio? :S>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<Pues claro que sí :D Hasta se lo he dicho a mis padres, y mi padre me ha pegado una torta… :S>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<¡Qué cabronazo! Bueno, me voy a comer… Ciaoo, te quierooo :D>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¡¡Adióooos!!>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! se desconectó.

Seguí escuchando Mägo de Oz. Luego, miré las pocas canciones que tenía de Saratoga y me di cuenta de que estas también tenían una estrecha relación con el diablo.

Me pasé ese día sin comer y encerrada en la habitación. O, al menos, eso les hice creer a mis padres, porque tenía un paquete de galletas y una botella grande de agua escondidas debajo de la cama. Me puse a estudiar Física y Química. Tenía un examen al día siguiente, y era la única asignatura (junto con matemáticas) que no se me daba bien (no es que fuera la mejor en las demás, pero por lo menos en esas no solía suspender nunca). Así que abrí el libro y empecé a leer.

´´La energía es…``

¿Me había quedado dormida? Antes de cerrar los ojos, era de día. Ahora era de noche. Miré el

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despertador. Las nueve y media. Bueno, pues entonces sí que me había quedado sopa. Cerré el libro, porque no merecía la pena seguir estudiando.

Me rugieron las tripas. Me estaba muriendo de hambre, porque, la verdad, si lo único con lo que te alimentas en un día es con galletas, no puedes acabar sin hambre. Pero yo sé que una persona puede aguantar sin comer durante una semana. Y tenía agua, y algo de comida (todavía me quedaban unas cuantas galletas), por lo que no me iba a morir, o algo parecido. Así que cogí las pocas galletas que me quedaban y me las comí. Qué ricas…

Bebí un trago de agua, tiré el paquete de galletas vacío a la basura y guardé la botella de agua bajo la cama. Justo en el momento en que iba a encender el ordenador para conectarme al Messenger, llamaron a la puerta de mi habitación. La puerta se abrió y allí estaba mi madre.

—Sara, cariño, ven a cenar. —me dijo, usando un tono persuasivo que siempre conseguía ponerme enferma. Intenté que esa vez no me afectara.

—No tengo hambre. —le contesté sin dejar de mirar a la pantalla del ordenador.

—Sarita, llevas todo el día sin comer, vamos, ven a cenar. —me dijo de nuevo. Negué con la cabeza y oí como mamá entraba en la habitación, cerraba la puerta y se sentaba en la cama. Seguí pasando de ella, buscando lo primero que se me ocurrió en Internet. Cualquier cosa con tal de no tener que darme la vuelta y tener que ver su cara repintada—. ¿No quieres cenar?

—Te acabo de decir que no tengo hambre, ¿quieres que te lo diga en otros idiomas? —contesté con sarcasmo sin dejar de mirar el ordenador—. I’m not hungry. Je n’ai pas faim.

—Sara, no me tomes el pelo. —dijo mi madre tajantemente. Se estaba empezando a mosquear—. Deja el ordenador y ven a cenar. — se levantó.

Ya no era una petición, sino una orden. Ya estaba harta de sus órdenes y de tener que hacerle caso en todo momento. Odiaba que todo el mundo me impusiera órdenes.

—Ya te he dicho que no quiero cenar y en tres idiomas. —le contesté, me estaba empezando a enfadar—. ¿Quieres que me invente otro idioma para decírtelo también?

—Sara Muñoz Gil, apaga el ordenador ahora mismo y ven a cenar. — dijo, cabreándose también.

—¡No me da la gana! —le grité, levantándome de la silla y mirándola—. ¿Para qué? ¿Para hacer de niña buena? ¿Para hacer de oveja que no sabe pensar por sí misma? ¡¡Una mierda!!

Mamá me pegó otra torta, en el mismo sitio donde me había pegado papá.

—¡A mí no me hables así! —me gritó.

—¡Yo te hablo como me da la gana! —le solté, también gritando. Me gané otra torta, esta vez en el otro lado. Sonreí—. ¿Crees que con pegarme me vais a hacer cambiar de opinión? ¿Crees que con pegarme vas a conseguir que yo no siga odiando todo esto? ¡¡Lo único que vais a conseguir va a ser que yo odie más toda esa mierda que me tengo que tragar todos los domingos!!

—¿No quieres cenar? Muy bien. ¡Pues no cenes! Pero como te pille intentado coger algo de comida a medianoche… Pobre de ti. — me amenazó. Puse los ojos en blanco.

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—¡¡Oh, pobre de mí!! —repetí sarcásticamente—. ¿Qué me vas a hacer? ¿Voy a tener que rezar veinte padrenuestros? ¿Voy a tener que rezar cincuenta rosarios? ¡Pues vaya una cosa!

—No. —me dijo, intentando respirar con tranquilidad—. Te vas a quedar sin ordenador un mes.

—Vale, déjame sin ordenador. —le dije, sonriendo a la vez que me encogía de hombros, fingiendo que todo eso me daba igual.

Porque, en realidad, yo no quería quedarme sin ordenador. Pero, por encima de todas esas cosas, estaba mi dignidad y todo en lo que empezaba a creer. Y eso era más importante que el ordenador.

—Y sin televisión, ni IPod, ni nada de nada.

—¡¡Ya te he dicho que me da igual!! —grité, harta de toda esa pantomima. Me importaba poco que se lo dijera a mi padre y que él me gritara de nuevo y castigara. Ya no me importaba nada—. ¡¡Lárgate de una vez de mi habitación!!

Mamá salió de la habitación con aire de derrota y yo sentí que había ganado una batalla, pero no la guerra. Ganar la guerra iba a ser algo más complicado. Volví al ordenador y me conecté al Messenger.

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<¡¡¡¡Holaaaaa!!!!>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¡¡¡Hooooolaaa!!! ¿Quéeee taaaal?>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Muuuuyyy biiiieeeen… ¿túuuu?>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<Noooooo taaaaan biiiieeeen… ¿poooor quéeeee haaaablaaamooos aaaasíii?>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Niii iiideeeaaaa…xDDDDDD ¿¿¿deeeejaaaamooos deee haaablaaar aaasíii???>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¡¡¡¡Vaaaleee!!!! ¡Ya! xDD>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Bueno, entonces, ¿qué ha pasado para que no estés tan bien?>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

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<<Pues que mi madre me ha dicho que vaya a cenar y yo he empezado a discutir con ella y me ha pegado dos veces y me ha dicho que voy a estar un mes sin tele, Ipod, ordenador… casi nada :S>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Jejeje, si quieres te vienes a mi casa :P>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<No me lo digas dos veces xDD nah, es broma… Supongo que se le pasará el desencanto… digo yo :S>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<Me voy, que quiero empezar a estudiar FyQ xD besuuquis :D te quieroo ^^>>

(*)(8)Elena(8)(*) hartita del instituto…¡¡¡¡juntas hasta la muerte!!!! dice:

<<Jejeje, a ver si aprendes algo, que a este paso nos suspenden :S Te quiero :D>>

Me desconecté y apagué el ordenador. Cogí el IPod y el cuaderno y el libro de Física y Química. Encendí el IPod y, mientras escuchaba música, copié las cosas más importantes (al menos las que consideré más importantes) en el cuaderno. Iba a costarme mucho aprenderme todo ese rollo. Ojalá no tuviéramos mañana el examen…

* * *

Estaba en el instituto. Había muchísima gente, pero no sabía por qué. Buscaba a Elena, tenía que contarle algo muy importante, pero no me acordaba de lo que le tenía que decir. Solo me acordaba de que tenía que ir lo más rápido posible. Tenía que encontrar a Elena, aunque fuera lo último que hiciese en esta vida.

Era mediodía. El sol inundaba con sus rayos dorados todo el lugar. Entré en el instituto, corriendo. Creía que algún profesor me regañaría, pero iba tan deprisa que los demás no se percataban de mi presencia. Antes de que me diese cuenta, me había convertido en un borrón de luz, por lo que fue imposible que nadie me viera.

Llegué al patio interior del instituto. Era como los patios de las casas romanas: en el centro había un jardín con una fuente y unos bancos, y, alrededor del jardín, un pórtico. Ese era el único lugar del instituto que me gustaba, pero no estaba allí por eso: estaba allí con la esperanza de poder encontrar a Elena.

Pero no, allí no había nadie. Bueno, sí que había alguien. Podía sentir su presencia desde la puerta. Me acerqué al centro del jardín. Y allí estaba.

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Era un chico guapísimo, con el pelo castaño claro, casi rubio. Su figura era esbelta y musculosa. Sus ojos eran rojos como la sangre. De su espalda nacían dos inmensas alas negras. Cuando me acerqué a él, sus alas se abrieron como si fuera un gesto de sorpresa. No me esperaba. Y yo a él tampoco.

Me sonrió. Y yo le devolví la sonrisa. Me tendió una mano y yo se la cogí. Su mano estaba ardiendo, mientras que la mía estaba helada. Me acerqué a él y vi nuestro reflejo en el agua de la fuente. Los dos, abrazados: él con alas negras, yo con alas blancas; él con ojos rojos, yo con ojos azules. Tan distintos y tan parecidos a la vez.

Se acercó a mi oído y me dijo…

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡RIIIIIIIIIIIIIING!!!!!!!!!!!

Parpadeé dos veces, asustada. ¿Qué había sido eso? ¿Quién era ese chico? ¿Por qué el despertador había sonado? Entonces, miré el despertador. ¡¡Las siete!! ¡¡Tenía que ir al instituto!!

Me levanté de un salto y me puse a rebuscar en el armario el uniforme: una falda de cuadros escoceses azul, una camisa blanca, un jersey azul, unos zapatos negros y unos calcetines largos blancos. ¡¡Cómo odiaba el uniforme!! Lo miré con asco y empecé a ponérmelo. Cuando terminé, me fui al cuarto de baño a peinarme. Me dejé el pelo sujeto por una cinta de color azul marino (la jefa de estudios había estipulado que solo debíamos llevar los colores del instituto: blanco, negro y azul). Me miré en el espejo. Ese sueño me había trastornado. Tenía ojeras (ese fin de semana no había dormido muy bien) y estaba bastante paliducha. Seguía teniendo los ojos grises y el pelo negro, rizado. No me habían crecido un par de alas blancas en la espalda, ni tenía los ojos azules. ¿Por qué me preocupaba tanto por ese estúpido sueño? Al fin y al cabo, solo había sido un sueño, ¿no?

Entré en la cocina. Por supuesto, ya no había nadie en casa. Papá y mamá trabajan en una tienda de antigüedades que está en el centro de la ciudad. Tienen que mantener una reputación, por lo que iban muy pronto y volvían a casa muy tarde. Cuando era pequeña me entristecía estar sola, pero ahora lo agradecía. No soportaba estar con mis padres, y menos después de lo que había pasado ayer.

Me preparé el desayuno, desayuné rápidamente y me fui a la habitación. Metí los libros en la mochila, me puse el abrigo, me colgué del hombro la mochila y salí de casa.

Mientras iba andando hasta la casa de Elena, me puse a estudiar un poco de Física y Química. La verdad era que me preocupaba ese examen, pero no había tenido tiempo para estudiar. Tenía que terminar dos trabajos (uno de Sociales sobre la evolución demográfica en España y otro de Tecnología sobre las máquinas simples y compuestas) y estudiar para otros dos exámenes. Y hacer todos los deberes, que no eran pocos…

Llamé al timbre de la casa de Elena y guardé los apuntes de Física y Química en la mochila. La casa de Elena era preciosa: de dos plantas, con un balcón enorme lleno de flores y un jardín precioso. Nada que ver con la mía. Elena salió al poco de llamar.

— Mamá, me voy— gritó hacia el interior de la casa.

— Hasta luego— la despidió su madre.

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— ¡Hola!— dije, sonriendo.

Ella me devolvió la sonrisa mientras cerraba la puerta. Hoy se había rizado el pelo.

— Hola— me saludó. Empezamos a andar hacia el instituto— ¿Qué tal?

— Pfff… ya te lo dije— la contesté, poniendo los ojos en blanco— No muy bien. Ya sabes que no me gusta andar con broncas con mis padres, prefiero ir a mi bola, ya sabes.

— Sí…— suspiró Elena.

¿Qué la pasaba hoy? Estaba… ida.

— Voy a comprarme un cohete y me voy a mudar a un anillo de Saturno, ¿te apuntas?— la pregunté, para comprobar que mi teoría sobre el embobamiento de Elena era cierta.

— Por qué no…— me eché a reír.

— Tierra llamando a Elena, tierra llamando a Elena, ¿me recibes?

— Elena llamando a Sara, Elena llamando a Sara, ¿sabes que voy a hacer un sorteo?— me dijo, también riéndose.

— ¿Sí? ¿Y qué rifas?— la pregunté, sorprendida.

Elena no era de las que participan en concursos, y hacen sorteos para ganar dinero, y cosas así. Descubrió hacía dos o tres años que la suerte no era lo suyo. Al igual que yo.

— Pues… una ostia. Y tienes todas las papeletas. En serio, Sara, creo que tienes muchas posibilidades de ganar— nos echamos a reír.

Así seguimos, como siempre, haciendo bromas y riéndonos a carcajadas, hasta que llegamos al instituto. Por supuesto, dejamos de hacer bromas y de reírnos. Llegar un sitio así deprime a cualquiera.

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Capítulo 3Adrián

Era un edificio normal y corriente, como cualquier instituto. Tenía cuatro plantas. Antes había sido un monasterio, y la única parte que quedaba de él era el patio interior.

Entramos al instituto, desanimadas. ¿Quién tiene ganas de hacer un examen de Física y Química un lunes a primera hora?

Nos sentamos cada una en su mesa. A mí me tocaba sentarme sola. Antes me sentaba con Elena, pero a ella la pusieron con Javier porque conmigo hablaba mucho. Pero habían metido la pata hasta el fondo: Javier y Elena estaban saliendo, por lo que no habían arreglado mucho la situación.

Tocó el primer timbre y la gente empezó a separar las mesas para el examen. Pero pasaban los minutos y el profesor no venía. Y eso era raro: Ángel (el profesor), nunca llegaba tarde.

— Tía, que raro, el lapos no ha venido…— me dijo Elena.

“El lapos” era el mote del profesor. La forma más sencilla de explicar el por qué de ese mote era viendo los paraguas y chubasqueros que se traían los que estaban sentados en la primera fila.

— No te hagas muchas ilusiones— dije, desconfiada— Este es capaz de llegar tarde para que no nos dé tiempo a hacer el examen y así pueda suspendernos a todos— tenía razón: era un profesor con muy mala idea.

Estuvimos un rato esperando, y cada vez nos ilusionábamos más con la idea de que perdernos un examen. Hasta que entró la directora.

Se llamaba Carmen. Era alta, delgada, con gafas y el pelo recogido en un sempiterno moño. Todos los días vestía con los colores del colegio. Podía parecer intimidante, pero en realidad era muy maja.

— Buenos días— nos saludó.

Antes, todos estábamos revolucionados, cada uno parloteando con alguien, yendo a su bola. Ahora, cada uno estaba correctamente sentado en su silla, rectos y mirando hacia delante. Todos, en el fondo, temíamos a la directora, por muy bien que nos cayera. De todas formas era “la máxima autoridad” del instituto.

— Buenos días— le contestamos a coro.

— Ángel no ha venido. —nos dijo. Todos nos sonreímos, emocionados. ¡¡Genial!! Nos perdíamos el examen de Física y Química—. Así que me voy a quedar yo con vosotros— Bueno, preferíamos mil veces a la directora que al “lapos”. Bueno, en realidad, preferíamos a cualquier profesor antes que a él— Para empezar, os voy a comunicar que vais a tener un compañero nuevo. Acaba de llegar de Madrid. Esperad un momento.

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La directora salió de la clase. Todos nos pusimos a parlar en cuanto cerró la puerta.

— Elena, ¿no será el chico que dijo Cris?— le pregunté. Las dos queríamos comprobar si era verdad el rumor.

— Emmm… lo más seguro— dijo ella, encogiéndose de hombros.

— A ver a quién se le encasquetan…— comentó Javi.

Elena asintió con la cabeza. A nadie le gustaba tener que estar de niñera del chico nuevo. Pero si era tal y como decía Cris…

— A lo mejor a Sara, como está solita…— dijo Elena con recochineo y me sonrió con malicia.

Estuve a punto de levantarme para pegarla una colleja, pero preferí sacarla la lengua. Ella se echó a reír. Entonces, entró la directora.

— Chicos, quiero presentaros a vuestro nuevo compañero, Adrián Ruiz.

Entró en la clase un chico alto, de pelo castaño claro, casi rubio, con los ojos verdes. Sus músculos se marcaban a través del jersey de su uniforme. Me estremecí al verle, sin saber por qué. Recorrió la estancia con la mirada, fijándose en cada uno de los alumnos, en cada detalle de la clase, de cómo estábamos sentados. Entonces, reparó en mí. Como si nos conociéramos de toda la vida, nos sonreímos. Y, en realidad, me sonaba de algo, pero no recordaba muy bien de qué…

— Hola— dijo con voz suave.

Tenía una voz preciosa. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué no me dejaba de mirar? ¿Por qué no podía apartar la vista de él?

— Bueno, como no conoces este sitio, tendrás que ir con alguien para que te enseñe el instituto…— dijo la directora. Que me toque a mí, que me toque a mí… ¿Yo estaba pensando eso? Bueno, la verdad era que estaba deseando que me tocara a mí enseñarle el instituto a Adrián— Emm… ¿por qué no te sientas con Sara?— alcé la cabeza, emocionada. ¿Me iba a tocar con él? ¿Con Adrián?— De paso, podría enseñarte el instituto.

— Claro, por qué no— dije, con algo de nerviosismo. Adrián se acercó a mi mesa y se sentó a mi lado.

— Bueno, poneros a estudiar o a hacer deberes— dijo la directora mientras se sentaba en la silla del profesor. La gente empezó a cotillear sobre Adrián. Pero ninguno de los dos les prestábamos atención.

— Hola— dijo, sonriente— Me llamo Adrián Ruiz. Tú te llamas… Sara, ¿verdad?

— Emm… Sí, eso creo— Adrián soltó una risita y yo también me reí—. Sara Muñoz Gil. Sarita.

— Encantado— dijo él, sonriendo. Nos dimos un apretón de manos y ambos nos estremecimos. Empezaba a ponerme nerviosa. Muy nerviosa—. Este sitio es muy diferente de Madrid…

— Sí, es verdad— le corroboré— Mucho más tranquilo. Parece que aquí no puede pasar absolutamente nada— me reí.

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— ¿Qué pasa?— me preguntó con curiosidad—. ¿Qué cosas suceden aquí?

— No mucho— dije, encogiéndome de hombros— Bueno, el año pasado encontraron aquí a un asesino en serie…

— Vaya— murmuró, perplejo— No tenía ni idea.

— Y este año volverán a encontrar otro— contesté, sonriendo.

— ¿Por qué?— me preguntó, también sonriendo—. ¿Todos los años encuentran un asesino en serie? ¿Es una especie de… tradición?

Me eché a reír.

— No, ni mucho menos— contesté, negando con la cabeza—. Lo que pasa es que un día de éstos acabo asesinando a mis padres— volví a reír.

No me podía creer que le hubiera dicho que odiaba a mis padres. Bueno, ahora que lo había dicho, ya no había marcha atrás.

— ¿Por qué?— siempre ese dichoso por qué…

Era muy curioso este chico nuevo. Me recordaba a un primo segundo mío que tenía cuatro años y que siempre me preguntaba “¿por qué, prima Sara?”.

— Porque me tienen harta— le contesté, intentando dejar el tema por zanjado. Saqué el libro de lengua (teníamos un examen a segunda hora) con el fin de intentar estudiar un poco— No me dejan ser como yo quiero ser— él asintió. Parecía que comprendía cómo me sentía, lo cual me reconfortó un poco. Pero solo un poco. Seguía pensando que había sido una estupidez contarle algo así cuando nos acabábamos de conocer— Deberías estudiar tú también. En este instituto, por mucho que seas nuevo, no te vas a librar de los exámenes.

Se echó a reír. Puse el libro en el medio y le abrí por el tema en el que estábamos. Estuvimos leyendo un rato, hasta que me empecé a aburrir y saqué el estuche. Me puse a dibujar y a escribir trozos de canciones. ¿Qué iba a hacer si no? El tema ya me le sabía, y lo de quedarme mirando fijamente a Adrián no era un buen plan en absoluto. De repente, Adrián señaló un dibujo: la cruz invertida.

— ¿Eres seguidora del diablo?— me preguntó en un susurro.

Yo asentí, sintiéndome un poco avergonzada y bastante tonta. ¿Qué pensaría Adrián de esto? ¿Le parecería raro? ¿Le repugnaría? ¿Creería que estaba loca? No hizo ningún comentario, solamente asintió pensativamente con la cabeza. Me mordí el labio. Estaba muriéndome de curiosidad. Necesitaba saber qué pensaba Adrián de mi nueva... “religión”. Necesitaba saber qué pensaba Adrián sobre todo: sobre el instituto, el pueblo, yo, mi religión, mi pelo, mis ojos…

Sí, definitivamente, me estaba volviendo loca. Entonces, señaló un trozo de canción y me distrajo de mis pensamientos.

— ¿“Diabulus in música”?

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— ¿Conoces Mägo de Oz?— le pregunté, sorprendida.

— Es mi grupo preferido. Me encantan sus canciones. Sobre todo esta— sonrió y empezó a cantar en voz baja— “Duermo en un acorde mágico, y despierto al oírlo tocar…”

— “Soy la esencia de la humanidad…”— continué yo.

Empezamos a reír en voz baja. Adrián cantaba bastante bien. Y tenía una voz preciosa.

— ¿Cuál es tu canción favorita?— me preguntó con curiosidad.

— Esta… y también “Hazme un sitio entre tu piel”— contesté, encogiéndome de hombros. Él sonrió.

— “Si me ves, bésame, hazme un sitio entre tu piel…”— cantó.

— “Que los rasgos de mi cara no te impidan ver mi ser”— proseguí.

Hicimos un esfuerzo por no reírnos en voz muy alta. Parecía que estábamos sincronizados. No me podía creer que tuviera tanta suerte. De todos los tíos buenos del planeta, me había tocado sentarme con uno al que le encantaba mi grupo favorito de música, lo cual no solía ser muy normal.

— ¿Cuál es tu preferida?— pregunté. Ahora que tenía la oportunidad de saber más cosas sobre él, no iba a desaprovecharla.

— “Diabulus in música” y “Astaroth“— dijo, después de habérselo pensado un poco.

— “De la noche de los tiempos de tu oscuridad…”— canté.

— “He regresado a buscar un don para la humanidad…”— dijo él.

Volvimos a reír. Seguimos leyendo, aunque no me entraban las cosas en la cabeza. Solo era consciente de lo cerca que estaba de Adrián. Tan cerca, que nuestros brazos se rozaban cada dos por tres.

— Me podrías presentar a la gente… o al menos decirme quiénes son cada uno— comentó Adrián en voz baja.

Alcé la cabeza y vi que me estaba mirando a los ojos. Asentí con la cabeza, desvié la mirada de sus preciosos ojos verdes y saqué una hoja para dibujarle la clase.

— Los que se sientan delante de nosotros son Marta y Andrés, los “empollones” de la clase. Al menos ese es el mote que les han puesto. En su vida han bajado la nota del nueve. Si tienes alguna duda sobre algo, ellos sabrán la respuesta. La gente les tiene estima porque son buenos consejeros.

Adrián asintió, pensativo. Ni Marta ni Andrés se dieron la vuelta al oír hablar de ellos, ya estaban más que acostumbrados a que la gente cotilleara sobre ellos. Seguí escribiendo los nombres de cada uno sobre las mesas que había dibujado.

— Las que están delante de Marta y Andrés —proseguí— son Silvia y Lucía; las pijas de la clase.

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Todo el mundo quiere ser como ellas, vestir como ellas, ser tan importantes como ellas…

— No me parecen muy guapas, la verdad— comentó, sin dejar de mirarme. Eso me puso nerviosa, sin saber por qué.

— Em… bueno, todo el mundo opina que son las más guapas de todo el curso…

— Conozco a gente más guapa— dijo con tranquilidad mientras me seguía mirando fijamente. Yo aparté la vista de sus ojos, sintiendo que empezaba a ruborizarme.

— Los que están al lado de Silvia y Lucía son Lucas y David. Unos fanáticos de las Magic. Son algo frikis, pero me caen muy bien. A algunos les parecen raritos, pero para mí son de los más normales del curso, la verdad. Están zumbados. Pero en este instituto estamos así todos, de una manera u otra— le dediqué una sonrisa. Adrián me la devolvió y yo proseguí— Detrás de ellos, Javi y Elena, mis mejores amigos— dije, sonriendo— Están saliendo.

— Me he dado cuenta— dijo, sonriendo también.

Era algo bastante obvio, porque estaban agarraditos de la mano y diciéndose: “yo te quiero más”, “no, yo te quiero más” y cosas así.

— A nuestro lado, están Iván y Cristina— dije, sonriendo— Son gemelos.

— Me he fijado en ellos cuando entré— comentó Adrián, mirándoles de reojo— Parecen muy unidos.

— Y lo están. Nunca les verás enfadados, o separados— dije, encogiéndome de hombros.

Sonó el timbre que anunciaba el fin de la clase y ambos nos sobresaltamos. ¿Cómo se había pasado tan rápido esa clase? ¿Era culpa de Adrián, que cuando estaba con él parecía que el tiempo dejara de existir?

— ¿Me puedes dejar tu horario? Así le copio…— me pidió.

Asentí y saqué mi agenda de la mochila. Se la di. Él se puso a rebuscar la página donde tenía el horario y le copió en su agenda.

— ¿Tienes todos los libros? Lo digo porque, si no les tienes todos, te puedo dejar alguno para que hagas fotocopias…

— No, les tengo todos— me contestó, sonriendo— Gracias de todas formas.

Me fijé en su letra. Era muy bonita, desde luego, mucho mejor que la mía, que parece la letra de un borracho fumado con problemas mentales.

— Somos muy pocos en esta clase, ¿es en todas las clases así?— me preguntó con curiosidad. Yo asentí con la cabeza.

— No es que sea muy grande este pueblo, la verdad. Fijo que en el instituto al que ibas en Madrid había cincuenta personas por clase.

— No, solo unas cuarenta y nueve, exagerada— me contestó, riéndose.

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Yo también me reí. Adrián tenía sentido del humor, lo que le hacía más encantador de lo que ya era. Elena se acercó a mi mesa, nuestra mesa, y nos dedicó una sonrisa. Debía de habernos escuchado.

— Hola— saludó con naturalidad. Yo nunca podría haber hecho eso— Me llamo Elena— le tendió la mano y Adrián se la estrechó, sonriendo— Tú vienes de Madrid, ¿verdad?

— Sí, de Alcorcón— contestó.

— Este pueblo es enano en comparación, ¿eh?— le preguntó Elena, alzando las cejas. Adrián asintió con la cabeza— Paso todos los veranos en Valencia, donde vivían antes mis padres, y no me consigo acostumbrar a “la gran ciudad”. Es demasiado diferente.

— Sí, es muy pequeño, aunque no he tenido la oportunidad de verle entero, hemos estado muy ocupados con la mudanza.

— Si quieres, un día quedamos para dar una vuelta y te enseñamos el pueblo— le propuso Elena. Después me miró— ¿Qué te parece?

— No está mal— contesté— ¿Por qué no? Aunque no creo que mis padres me dejen después de lo de ayer…

— ¿Qué pasó?— me preguntó Adrián, súbitamente preocupado.

Elena compuso una sonrisa satisfactoria y yo la agradecí mentalmente que me hubiera conseguido una “cita” con Adrián. Yo no hubiera podido lograrlo sin su ayuda.

— Nada…— sonreí mientras lo recordaba— que les dije que la próxima vez que entraría en una iglesia sería para quemarla en honor a Satán.

— Vaya…— dijo Adrián, sonriendo de oreja a oreja, mientras sonaba el timbre.

Me sorprendió su reacción. En ese preciso momento apareció Soraya, la profesora de lengua, y también nuestra tutora.

— Chicos, separaros, que ya sabéis que tenéis examen…— empezó a decir mientras dejaba los libros en la mesa.

— Profe, tenemos un compi nuevo…— dijo Elena, sonriéndonos. Nosotros la devolvimos la sonrisa.

— ¡Ah, sí, es verdad!— dijo Soraya, algo desconcertada— Adrián… ¿Ruiz?

— Sí— contestó él, sonriendo.

— Bueno, pues hoy teníamos que hacer un examen…— dijo la profesora sin saber muy bien cómo proceder.

— Lo sé, me lo ha dicho Sara…— dijo, sonriéndome.

Yo compuse una pequeña sonrisa. Mi nombre, dicho por sus labios, parecía precioso. Nunca me ha gustado mucho mi nombre, pero si lo decía él… Me hubiera gustado poder ver mi cara en esos

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momentos. Debía de parecer más idiota de lo normal.

— Podrías hacer el examen, así yo puedo comprobar a qué nivel estás… Desde luego, este examen no te va a contar para la nota.

Adrián asintió y separó su mesa de la mía. En cuanto estuvo a poco menos de un metro de mi mesa, sentí como si me hubieran arrancado un trozo de mí y se le hubieran llevado lejos, muy lejos.

¿Por qué sentía tanta fascinación por ese desconocido? ¿Sentiría él esa misma fascinación por mí? ¿Y por qué no podía quitarle los ojos de encima, por qué no podía dejar de pensar en él? ¿Por qué me dolía tanto que se hubiera separado de mí, cuando hacía una hora no sabía de su existencia? De repente, vi un examen encima de mi mesa, y recordé que seguía en el instituto, que estaba en medio de un examen de lengua. Y que la clase estaba llena de gente.

— Podéis empezar…— miró el reloj— ya.

Intenté concentrarme en el examen… pero, de vez en cuando, no podía contenerme y miraba disimuladamente a Adrián. Y siempre que lo hacía, le pillaba mirándome con una sonrisa, que, al contrario que yo, para nada intentaba disimular.

— Estoy agotada…— gemí cuando salimos al recreo.

En la clase anterior al recreo no me sentaba con Adrián y mis neuronas estaban a punto de gritar: “¡¡Auxilio, necesitamos vacaciones!!”. A parte de todo el esfuerzo emocional que me suponía estar dos clases al lado de Adrián sin poder hablar con él, odiaba hacer exámenes y más exámenes…

¡Pero sería idiota! ¿Cómo se me ocurría pensar que no podía estar sin Adrián, si hacía apenas tres horas que le conocía? Bueno, después de todo, era verdad. No podía estar sin él, aunque le hubiera conocido ese mismo día.

— Ya somos dos…— comentó Elena. Se despidió de Javi con un beso y nos fuimos directas al patio interior del instituto. El recreo era la única parte del día en que Elena no estaba con su novio. A parte del tiempo que estaba en casa, claro— Oye, ¿no tendrías que estar con Adrián?— me preguntó mientras nos sentábamos en el borde de la fuente. Me encogí de hombros, afligida.

— Eso se suponía— dije, desconcertada y bastante dolida. Me habría encantado pasar más tiempo con él. Y ese dolor tan extraño que sentía cuando se separaba de mí se había acentuado— Cuando ha tocado el timbre, ha recogido sus cosas y se ha largado sin decir nada a nadie.

— Parecía muy… interesado en ti— dijo Elena con una sonrisa. Asentí con la cabeza, sonriendo como una idiota. Elena tenía un don para saber cuándo necesitaba que alguien me dijera ese tipo de cosas— Javi me ha estado comentando que, cuando un chico se queda mirando a una chica como estaba mirándote a ti Adrián, solo puede significar tres cosas: o es idiota, o está enamorado de ti, o ambas cosas. Él opina que puede ser la tercera opción.

Nos echamos a reír, pero, de todos modos, yo me quedé pensando en lo que me había dicho

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Elena. ¿Le gustaba a Adrián? Esa idea hizo que me entraran ganas de saltar de alegría. Pero las contuve.

— Lo que me ha parecido más raro es que coincidimos en muchas cosas…— comenté.

— Suele suceder…— dijo Elena, encogiéndose de hombros. Entonces, empezamos a escuchar unos pasos que se acercaban, así que dejamos ese tema inmediatamente— ¿Qué tal te ha salido el examen?

— súper—mega… fatal— dije.

Elena se echó a reír y yo también me empecé a reír. En ese momento, apareció Adrián en el patio y nuestras risas cesaron de inmediato.

— Hola— nos dijo, sonriendo. Nosotras le saludamos con la mano— ¿Me puedo quedar con vosotras?

— Sí, claro— le contesté, encogiéndome de hombros.

Adrián se sentó en el suelo, a mi lado. Miré a Elena, pidiéndola ayuda con la mirada, sin saber qué hacer, qué decir. Nunca se me ha dado muy bien eso de sacar temas de conversación, y mucho menos con un chico.

— ¿Qué tal te ha salido el examen?— le preguntó Elena a Adrián.

— ¿Eh?— preguntó a Adrián. Se había quedado en Babia. Empezamos a reírnos de él.

— ¿Que qué tal te ha salido el examen?— repetí yo, riéndome.

— Pues… bien— dijo él, encogiéndose de hombros, sin darle importancia— He tenido exámenes peores. ¿Y a vosotras?

— Bien— dijo Elena, encogiéndose de hombros también.

— Mal— dije en voz baja, algo avergonzada.

Nunca se me habían dado bien los estudios, y no sabía si eso podía resultarme un problema ahora.

— Ya te saldrá mejor otro día…— dijo Adrián, intentando animarme y acariciándome el brazo.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo y me sentí más reconfortada, como si sus manos me hubieran transmitido una agradable calidez.

— Bah, si me da igual— dije, sonriendo. Ya me encontraba mucho mejor. Adrián compuso una sonrisa— Ya me estoy empezando a acostumbrar a suspender exámenes. Lo que me da más miedo… Es lo que me va a esperar en casa.

— ¿Tus padres te la van a volver a montar?— me preguntó Elena. Asentí.

— Me he perdido— confesó Adrián. Solté una risa y me giré para mirarle.

— Ayer discutí con mis padres… ¿eso no te lo he dicho ya?— le pregunté, sorprendida.

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— Sí, antes— dijo, asintiendo con la cabeza.

— Bueno, pues me enfadé con ellos porque les dije que odiaba ir a misa todos los domingos, que a partir de ese momento iba a adorar al demonio…— Adrián sonrió misteriosamente, con su sonrisa ensanchándose cada vez más. La curiosidad empezó a quemarme como si fuera fuego— ¿Por qué sonríes? Es algo serio, no lo digo de chiste.

— Sonrío porque yo también soy… adorador del demonio, por decirlo de alguna manera— me contestó, sonriente. Le miré con los ojos como platos, sorprendidísima.

— ¿En serio?— le pregunté, sin poder creérmelo.

— Sí— me dijo, encogiéndose de hombros— Desde que nací, mis padres me ha inculcado la religión del demonio. Y yo les he seguido.

— ¿Y nunca has querido revelarte?— le pregunté.

Una parte de mi mente se acordó de Elena, pero la hice caso omiso a esa parte. Mi atención se concentró totalmente en Adrián, y me pareció que solo existíamos él y yo…

— ¿Por qué iba a revelarme?— me preguntó retóricamente. Parecía algo enfadado— Yo creo en el diablo y le adoro, es como si una parte de mí…— se calló abruptamente y se fue del jardín rápidamente.

¿Qué había pasado? ¿Por qué se había ido? Miré a Elena, desconcertada.

— ¿Qué he hecho?— la pregunté, asombrada. No entendía absolutamente nada.

— Ni idea— dijo ella, encogiéndose de hombros. Estaba tan atónita como yo— Creo que has sacado un tema del que no quería o debía hablar.

— Sigo sin entenderlo— dije. Elena negó con la cabeza. Ella tampoco lo entendía.

— Déjalo estar— me aconsejó. Asentí con la cabeza. Probablemente, sería lo mejor que podía hacer— Puede que, algún día, se anime a contártelo.

— Puede que sí… Tienes razón, lo mejor será dejar ese tema.

* * *

Había sido un día muy largo, pero, a la vez, muy corto.

Muy largo porque, a pesar de estar tan cerca de Adrián, no me había dirigido la palabra. Solamente me había mirado de vez en cuando.

Y muy corto porque, aunque había estado todo el día al lado de Adrián, me había parecido tan poco…

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Abrí la puerta de casa. Fui a la cocina y allí me encontré con una nota de mi madre.

Sara,

Sentimos mucho lo que pasó ayer. Por favor, espero que puedas perdonarnos. En la nevera te hemos dejado tu comida favorita. Solo tienes que calentarla, ya sabes. Esperamos que te guste.

Un beso,

Mamá.

Volví a leer la nota. ¡No me podía creer que me hubiera salido con la mía! Era increíble. Entonces, una vocecita en mi mente me dijo que a lo mejor no era tan fácil. Que podía que lo peor estuviera por llegar.

Rompí la nota. Saqué del frigorífico el plato de espaguetis a la carbonara y lo metí en el microondas. Miré de nuevo la nota, ahora rota, y suspiré. Que mal estaban mis padres. Entonces, se me ocurrió una idea.

Desde pequeñita me ha gustado el fuego. Recuerdo que, para dormirme, mi padre cogía un mechero y me enseñaba la llama. Y así me quedaba dormida. El fuego me relajaba, y eso era lo que necesitaba en esos momentos. Tranquilizarme.

Cogí un cenicero, puse los trozos de papel que antes habían sido la nota de mi madre y rebusqué por toda la cocina una caja de cerillas. Lo de encender mecheros no se me daba muy bien.

Por fin encontré una caja. Estaba bastante escondida: al fondo del cajón de las servilletas. Fijo que mis padres la habían escondido a posta. Después de lo que les había dicho ayer (lo de quemar la iglesia), no me extrañaba que escondieran las cerillas. Saqué una cerilla y la encendí. Miré sonriente la llama. Dejé la cerilla encendida en el cenicero y enseguida empezaron a arder los trozos de papel. El fuego estaba haciéndome efecto, porque me notaba más relajada. Cogí una servilleta de papel y la corté en trozos. Empecé a echarles poco a poco.

Cuando la servilleta terminó de arder, apagué el fuego y tiré las cenizas al cubo de la basura. Abrí la ventana con el fin de que se fuera el olor a humo. No quería que a mis padres les diera por pensar que fumaba a sus espaldas. Eso era algo que podría traerme muchos problemas.

Sonó el microondas. Los espaguetis ya estaban hechos. Les saqué del microondas y los puse en la mesa. Saqué los cubiertos y cogí otra servilleta de papel. Saqué el móvil del bolsillo de la falda y le encendí. No tenía ganas de ver la tele, así que me puse a escuchar música. Mientras comía, en mi móvil sonaba Diabulus in música. Y el recuerdo de Adrián inundó mi mente. ¿Por qué se había ido? ¿Por qué había dejado de hablarme? Era todo tan raro… No lo llegaba a entender.

¿Por qué tendrían que ser tan tremendamente complicados los chicos?

Terminé de comer. Metí el plato y los cubiertos en el lavavajillas y volví a quemar la servilleta. Guardé las cerillas donde me las había encontrado. Fregué el cenicero y cerré las ventanas. Cogí

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la mochila y el móvil y me fui a la habitación. Tenía que hacer los deberes.

Al abrir la puerta de mi habitación, una imagen se me vino a la cabeza. Era lo que había estado intentando recordar durante todo el día, pero, por alguna razón, no había acudido a mi memoria hasta ese momento.

Adrián y yo, en el jardín interior del instituto, abrazados, mirándonos en la fuente. Él era el diablo; yo, un ángel. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y tuve que apoyarme en la pared de la habitación, mareada. No podía estar sucediendo.

¿Qué significaba todo eso? ¿Por qué había soñado con Adrián antes de conocerle? ¿Era Adrián un demonio? Todo resultaba tan absurdo, pero a la vez tenía algo de sentido… Si no, ¿por qué había dejado de hablarme cuando me estaba explicando su devoción por el diablo? ¿Por qué sus padres le habían inculcado su ansia por él? Ese sueño tenía sentido porque mis padres me habían enseñado a adorar a Dios por encima de todas las cosas. Pero tenía un fallo: yo no creía en Dios, ni en los ángeles. ¿Cómo podía ser un ángel?

Entonces, me di cuenta de que estaba sacando conclusiones de un sueño. ¡De un sueño! Al darme cuenta de que estaba haciendo el ridículo (aunque fuera en mis propios pensamientos), dejé de pensar en ese tema y me reí de mí misma.

Encendí el ordenador y saqué de la mochila las cosas de mate. Mientras el ordenador se encendía, me quité el uniforme. Me puse el chándal viejo que usaba para cuando quería estar cómoda por casa. A veces también hacía de pijama.

Puse música en el reproductor y me conecté al Messenger. No había nadie. Me metí en el Tuenti. Solo estaba conectada una prima lejana con la que no solía hablar mucho. Entonces, se me ocurrió una cosa. Busqué el nombre de Adrián. Me salieron dos personas: Adrián y una chica que se llamaba Lucía Ruiz. ¿Sería su hermana? Le envié a Adrián una petición de amigo con mi típico “¡¡hola! :)!” y luego un privado a Lucía Ruiz preguntándola si era hermana de Adrián y diciéndola que era amiga de él. O al menos eso esperaba.

Empecé a hacer los deberes de mate, a la espera de que alguien se conectara o que Adrián me aceptara la petición de amigo.

Terminé de hacer los deberes más pronto de lo acostumbrado. Como habíamos tenido dos exámenes y tres guardias, pues nos habían puesto muy pocos deberes. Ojalá todos los días del curso fueran así. Sería la leche.

Volví a mirar el Tuenti. Adrián había aceptado mi petición de amigo y me había mandado un privado. Mi corazón empezó a latirme como si se hubiera vuelto loco.

Siento mucho lo que ha pasado hoy, no quería enfadarme… lo que pasa es que no me gusta mucho hablar de ese tema.

Espero que no te hayas enfadado, porque me has caído de puta madre

Un beso

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Sonreí automáticamente cuando terminé de leer el privado. Se había preocupado por mí. Y, por encima de todo, me había enviado un beso. ¡Me había enviado un beso! Mi sonrisa idiota se volvió aún más amplia. Vi que estaba conectado y me apresuré a contestarle por el chat.

Yo:

—¡Hola!

Adrián Ruiz Hyden:

—¡Hola! No te has enfadado… ¿verdad? :$

Yo:

—Que no…=) no me he enfadado… solamente me ha parecido raro tu comportamiento, nada más

Adrián Ruiz Hyden:

—Ahhh… menos mal xD

Yo:

—Jaja

—Oye, ¿tu hermana es Lucía Ruiz? :S

Adrián Ruiz Hyden:

—Sep, ¿poor?

Yo:

—Porque te estaba buscando por Tuenti y la he encontrado a ella…

Adrián Ruiz Hyden:

—Amm…

Yo:

—¿¿Tienes msn??

Adrián Ruiz Hyden:

—Obvio, si no, no hubiera podido hacerme Tuenti, ¿¿no?? xDD

[email protected]

—¿¿Y el tuyo??

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Yo:

—jejej xDDDD

[email protected]

Adrián Ruiz Hyden:

—Me tengo que ir

—mis padres necesitan ayuda con las cosas de la mudanza… ¡¡¡ciaoo!!!

Yo:

—¡¡¡¡Aadioooos!!!! xD

Adrián se desconectó del Tuenti. Agregué su e-mail al Messenger y apagué el ordenador. Elena no se iba a conectar (pocas veces se conectaba entre semana), y tampoco tenía ganas de hablar con nadie más.

Me tumbé en la cama y cogí el IPod. Tenía que relajarme. Mis padres podían llegar en cualquier momento, por lo que no iba a emplear la técnica del fuego. Y lo único que me relajaba a parte del fuego era la música…

Estaba en una pradera. Era de noche y las estrellas titilaban en el cielo con fuerza. A mi alrededor había miles de velas. Todas juntas formaban un pentáculo. Sobre la hierba, donde estaba sentada, había unas mantas. A mi lado, Adrián. Sus ojos rojos me miraban, penetrantes y sus alas se alzaron, nerviosas, esperando mi reacción. Me dedicó una sonrisa tímida y yo se la devolví, encantada. Me cogió de la mano y miró a las estrellas. Yo también me puse a disfrutar de la vista que se extendía sobre mi cabeza, maravillada. No me podía creer que hubiera hecho todo esto para mí, para nosotros.

— Todo esto es precioso…— me acerqué a él y le abracé con fuerza. Él me rodeó la cintura con sus brazos. Recliné mi cabeza en su hombro y mi ala derecha se fusionó con su ala izquierda. Adrián me dio un beso en el pelo y recostó su cabeza sobre la mía. Lancé un suspiro de satisfacción. Esto era como estar en el cielo— Muchísimas gracias, de verdad.

— No es nada comparado contigo— me dijo, sonriéndome.

Sin embargo, parecía que lo decía en serio. Nos miramos a los ojos. Nuestras caras empezaron a acercarse, parecían dos imanes de polos opuestos, cada vez estábamos más cerca. Adrián me acarició la mejilla con ternura y yo cerré los ojos, maravillada por el contacto. Nuestros labios casi se rozaban cuando…

— Sara, despierta cariño, despierta…

— ¿Mm?

— Sara, venga, vamos a cenar— me dijo la voz de mi madre. Era ella la que me estaba zarandeando el brazo. Parpadeé dos veces y vi que mi madre estaba a mi lado, haciéndome despertar de mi

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sueño. Me había despertado de mi sueño. Empecé a darme cuenta de lo que había hecho… y me embargó la rabia— Sara, te has quedado dormida…

— ¡¡ERES IDIOTA!!— la grité, terriblemente enfadada. Yo sabía que no tenía la culpa por haberme despertado, pero estaba muy cabreada— ¿¡CÓMO HAS TENIDO LA DESFACHATEZ DE DESPERTARME!?

— Sara Muñoz Gil, ¿CÓMO TE ATREVES TÚ A INSULTARME?— me preguntó ella.

Unas feas manchas rosadas la colorearon las mejillas y eso significaba que se estaba cogiendo un cabreo de los que no se olvidan fácilmente. También yo estaba enfadada, pero tenía unas razones mucho mejores que las suyas.

— ¡Atreviéndome!— la grité— ¡Y ahora, lárgate!

— ¡Muy bien, pues te quedas sin cenar!— chilló mientras salía de mi habitación.

— ¡¡TE ODIO!!— grité cuando hubo salido.

Estaba muy enfadada… ¡¡Me había despertado cuando Adrián estaba a punto de besarme!! Era solo un sueño, pero… ¡¡me iba a besar con él!! Después de todo esto, no iba a poder volver a dormirme, por lo que me puse a meter las cosas del instituto en la mochila, hecha una furia.

Me preparé el chándal del instituto (un chándal azul marino con rayas blancas, con una camiseta de manga corta blanca y unos playeros negros) y me metí en la cama otra vez.

No conseguía dormirme. ¿Cómo hubiera sido el beso si mamá no me hubiera despertado? ¿Qué habría sucedido después? Con todas esas preguntas en mi mente, el quedarme dormida me resultó muy difícil.

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Capítulo 4Enfrentamiento

Y de nuevo era domingo. No me podía creer lo rápido que se me había pasado esa semana.

Adrián y yo nos habíamos hecho muy amigos en poco tiempo. Coincidíamos en muchas cosas, teníamos la misma forma de pensar… Y siempre que nos mirábamos, esas ganas irresistibles de besarle me inundaban el cerebro.

No había vuelto a sacar el tema de la demonología. No quería que volviera a dejar de hablarme ahora que nos llevábamos tan bien.

Ese domingo, me desperté muy pronto. Tenía el presentimiento de que pasaría algo… importante.

Lo primero que hice al despertarme fue conectarme al Messenger. No pensaba que fuera a haber nadie, pero en este tipo de “adivinaciones” nunca suelo acertar.

†aDrI† soy ASTAROTH, soy BELIAL, soy LUCIFER!!! dice:

<<Humm… ¿Sabes que la gente normal suele quedarse hasta las tantas en la cama los domingos? :S>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¿Y sabes que la gente suele saludar cuando empieza a hablar con alguien? :P>>

†aDrI† soy ASTAROTH, soy BELIAL, soy LUCIFER!!! dice:

<<Sí, sorry… :$>>

<<¡Hola! ¿Qué tal?>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<Así me gusta…xDD>>

<<¿Qué haces tú levantado? :S>>

†aDrI† soy ASTAROTH, soy BELIAL, soy LUCIFER!!! dice:

<<Nah, que todos los domingos voy a misa (a)>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¿En serio? Yo también…>>

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<<¿¿Pero tus padres no eran adoradores del demonio?? :SS>>

†aDrI† soy ASTAROTH, soy BELIAL, soy LUCIFER!!! dice:

<<Sip, pero nosotros vamos para aprender cosas sobre el enemigo… de todas formas, nosotros creemos en dios xD>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<En serio?? 0.o?>>

†aDrI† soy ASTAROTH, soy BELIAL, soy LUCIFER!!! dice:

<<Sí… es largo de contar xDD>>

<<Me voy a duchar… ¡Hasta luego!>>

=]Sarita=] odio los domingos… te quiero boba :D dice:

<<¡Dew!>>

†aDrI† soy ASTAROTH, soy BELIAL, soy LUCIFER!!! se desconectó.

Yo también me desconecté. Me fui al cuarto de baño y me di una ducha. Sonreí, pensando que en ese momento Adrián estaba haciendo lo mismo que yo. Me puse un vestido de raso de color negro y me arreglé como nunca. Jamás había tenido tantas ganas de ir a misa como ese domingo. Me recogí el pelo en un moño desenfadado.

Cuando fui a la cocina para desayunar, mamá y papá ya estaban allí. Se me quedaron mirando, completamente sorprendidos. Nunca me había arreglado tanto para ir a misa. Empecé a prepararme el desayuno mientras ellos me seguían observando, embobados. Ellos también estaban vestidos para ir a misa. Me puse a desayunar. Mamá le dirigió una mirada a papá y él asintió.

— Sara, tu madre me ha contado lo que pasó el otro día por la noche…— dijo papá con tono de conversación. Yo pasé de él y seguí desayunando. Lo raro era que no me hubieran dado la chapa con el temita antes. Pero, claro, no pasaban el suficiente tiempo en casa como para hacerme algo de caso, aunque fuera para algo malo—. Me ha dicho que la insultaste, ¿es eso cierto?

— Sí— le dije tajantemente. Él miró a mamá, sorprendido. Estaba segura de que creía que lo iba a negar.

— Me gustaría que hoy, cuando termine la misa, te vayas a confesar— dijo con voz segura. Me atraganté y alcé la cabeza, sorprendida.

— ¿Que haga qué?— le pregunté con incredulidad a la vez que tosía.

— Que te confieses cuando termine la misa— me repitió.

— Es obvio que habéis perdido el juicio— le contesté, encogiéndome de hombros e intentando no reírme— No pienso confesarme. Y dad gracias porque voy a misa— aunque la que tendría

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que dar gracias por poder ir hoy a misa debería de ser yo, la verdad, pensé. Pero eso no podía explicárselo a mis padres. Me montarían un escándalo.

— Bueno, pero es que no te estoy dando a elegir— me contestó papá— O te confiesas, o estás castigada sin salir, sin ordenador, sin tele, sin móvil y sin IPod.

Vi que iba en serio y mi mente trazó con rapidez un plan.

— De acuerdo, me confesaré— dije, asintiendo con la cabeza.

Papá sonrió con suficiencia, creyendo que había ganado una batalla. ¡Ja! No tenía ni idea.

— Bueno, vete poniéndote la cazadora, que tenemos que irnos ya— dijo mamá.

Salí de la cocina y me fui a mi habitación. Allí me di un poco de gloss transparente en los labios y me maquillé los ojos de color negro. Cogí la cazadora de cuero negro y salí de la habitación. Cuando me vieron mis padres, vi en sus ojos que estuvieron a punto de desmaquillarme de una bofetada, pero estábamos a punto de volver a llegar tarde, así que…

Llegamos a la iglesia cinco minutos antes de que fueran las doce. Nos sentamos en nuestro banco de siempre. Nerviosa, empecé a buscar con la mirada a Adrián. No le encontraba. Alicaída, me quedé mirando el cuadro del demonio, sabiendo que eso me consolaría un poco… porque, sin saber por qué, ese cuadro me recordaba a Adrián.

— ¿Me estabas esperando?— me preguntó una voz en el oído. Asustada, me di la vuelta y me encontré con Adrián. Iba vestido con una camisa blanca y unos pantalones vaqueros negros. Me recorrió de arriba abajo con la mirada y me sonrió pícaramente. Le devolví la sonrisa, complacida— Estás muy guapa— me susurró.

— Gracias— dije, posando la vista en el suelo. Era consciente de que me estaba ruborizando.

— No hay que decir mentiras— dijo él, encogiéndose de hombros. Me aguanté la risa— Quiero presentarte a mis padres y a mi hermana… Ellos son Javier y Martha,— señaló a sus padres. Su padre era muy alto, con el pelo negro y los ojos verdes. Su madre también era alta, con el pelo rubio y los ojos azules— y mi hermana, Lucía— su hermana no se parecía en nada a él. Tenía el pelo negro y los ojos marrones— Mamá, papá, Lucy, esta es Sara.

Me levanté y le di a cada uno dos besos. Esto me estaba resultando muy raro. Extremadamente raro.

— Estamos encantados de conocerte— dijo la madre de Adrián. Asentí. Yo también quería conocerles… en cierto modo— Adri nos ha hablado mucho de ti.

Me estaba empezando a poner muy colorada, lo cual no me convenía. Una sonrisita tonta empezó a asomar por mis labios y, antes de que pudieran darse cuenta los padres de Adrián y su hermana (y, sobre todo, Adrián), me dirigí a mis padres.

— Mamá, papá, quiero presentaros a unos amigos— les dije. Ellos se giraron y vieron a los Ruiz detrás de mí. Se sorprendieron bastante cuando vieron a la familia Ruiz a mis espaldas. Por supuesto, creían que les había dicho una trola. Se ve que no confiaban mucho en mí, aunque yo tampoco les había dado muchos motivos para ello, la verdad— Ellos son Martha, Javier, Lucía y

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Adrián Ruiz. Adrián es un amigo mío del instituto.

— Encantados— dijo mi padre mientras él y mamá se levantaban— Yo soy Lucas Muñoz. Y ella es Natalia Gil, mi esposa.

— Es un placer conoceros— dijo el padre de Adrián. Me asombré de lo parecidas que eran las voces de Adrián y su padre— Adrián nos ha hablado mucho de su hija. Deben de estar orgullosos de ella.

— Lo estamos— dijo mi padre con una sonrisa. ¿En serio?, pensé. ¿De verdad? ¡Venga ya! Pero... un momento. Si los padres de Adrián pensaban que mis padres debían estar orgullosos de mí, eso significaba que Adrián les había hablado mucho sobre mí. Eso me puso más nerviosa aún— Me alegra ver que Sara ha hecho amigos que vienen a la iglesia.

Negué sutilmente con la cabeza. Siempre estaban con ese tema. Si no me hubieran tenido, fijo que el Papa les habría nombrado Santos, de tanto que querían a la Iglesia y a Dios. Les querían más que a mí, de eso estaba segura.

— Ya ve, queremos inculcarles a nuestros hijos éstas…— dijo la madre de Adrián. Ella miró a su alrededor, buscando una palabra para definirlo. O buscando algo que decir. O puede que lo pensara de verdad, quién sabe— enseñanzas, para que algún día sean personas de provecho.

— ¡Sí señor, esa es la idea!— dijo mi padre, entusiasmado— Nosotros intentamos enseñar a Sara este tipo de cosas…— puse los ojos en blanco— pero ella no está por la labor. Por lo menos hoy ha decidido confesarse.

Compuse una sonrisa maliciosa que solo llegó a ver Adrián.

— ¿Qué vas a hacer?— me preguntó en voz baja. Se había dado cuenta de que tramaba algo.

— Quédate aquí rezando como un niño bueno y lo verás…— le dije sarcásticamente, encogiéndome de hombros.

— Antes estabas mirando ese cuadro, ¿verdad?— me preguntó, señalando el cuadro del diablo. Asentí con la cabeza.

— Al ver ese cuadro, el domingo pasado, me di cuenta de que le quería seguir— le expliqué. Adrián asintió— Me tienes que explicar por qué creéis en Dios.

— No creemos en Dios exactamente— dijo Adrián cuando apareció el cura y todos nos levantamos a la vez— Ya te lo explicaré en otro momento.

El estar en misa nunca se me había hecho tan corto. Cada vez que Adrián se movía, su brazo rozaba el mío. Yo le miraba y me daba cuenta de que no estaba prestando mucha atención a las palabras del cura. Estaba más atento a cómo me movía, cómo ponía los ojos en blanco cuando el cura decía alguna parida, cómo fingía que rezaba en los momentos que había que hacerlo. Porque yo tampoco prestaba atención al cura. Estaba más centrada en Adrián, en cómo me miraba la mayor parte del tiempo; en cómo miraba la cruz que estaba detrás del cura, como si tuviera ganas de quemarla; en que, cada vez que el cura mencionaba el diablo, sonreía con superioridad; en cómo miraba el cuadro del demonio con verdadera adoración y devoción.

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Cada vez que él me rozaba y me giraba para mirarle, el recuerdo del sueño emergía a la superficie. ¿Podría ser verdad que era un demonio? ¿Podría ser verdad que yo fuera un ángel? ¿Y si todo fuera un simple sueño? Pero, lo que más me costaba era dejar de pensar en el sueño en que habíamos estado a punto de besarnos. Y, cuando ese recuerdo salía a la superficie, no lo podía apartar de mi mente.

— Podéis ir en paz— dijo el cura.

— Demos gracias al Señor— cacareó todo el mundo a la vez.

No me lo podía creer. ¿Ya se había terminado? Nunca se me había hecho tan corta. Nos levantamos y yo me estiré. Estaba agarrotada de estar todo el rato sentada.

— Mira, te voy a enseñar una cosa— me dijo Adrián. Me cogió de la mano y yo me estremecí ante su contacto. Me llevó delante del altar— Te sabes hacer la señal de la cruz, ¿verdad?— asentí con la cabeza y la hice— ¿Y la señal de la cruz invertida?— negué con la cabeza y sonreí con entusiasmo— Bien, pues la señal de la cruz invertida se hace igual que la normal, pero…

— ¿Al revés?— le interrumpí. Adrián asintió. Yo la hice y Adrián se acercó a mi oído.

— A partir de hoy, estás iniciada en los ritos satánicos— me susurró.

— ¿Ritos satánicos?— le pregunté con entusiasmo— ¿De verdad?

— Sí... los llamamos así, aunque en realidad solo lo llamamos así por darle un nombre. En realidad, es la iniciación de nuestra... cultura demoníaca— me dijo, sonriéndome. Parecía encantado por el entusiasmo que estaba mostrando— Mañana te daré “La Biblia”, hoy no la he podido traer.

— ¿La Biblia?— pregunté, sorprendida— Yo ya tengo una Biblia en casa, no hace falta que me dejes una.

— Esa Biblia no, tonta— me dijo, riéndose. Me encantaba su risa, era mucho más bonita que su voz. A pesar de que se estaba riendo de mí— La Biblia del Diablo. La llamamos así porque explica muchos ritos satánicos y cosas así. La leyenda dice que fue escrita por el mismísimo Astaroth— sonrió ampliamente e, inmediatamente, me pregunté el por qué de su sonrisa— Cuenta las cosas que aprendió de los ángeles y de los humanos. Y de los demonios.

— Muchísimas gracias, de verdad…— le dije. Y, en un impulso, le abracé. Fue mil veces mejor que en el sueño, mil veces mejor de lo que mi imaginación había imaginado. De repente, sentí unas ganas tremendas de besarle, de no separarme nunca de él, de permanecer para siempre a su lado..— Gracias— le dije, apretándole fuertemente contra mí.

Él hizo lo mismo y respiró hondo, como si estuviera sintiendo por dentro esas intensas sensaciones que estaba sintiendo yo.

— Sara, yo…— dijo, mirándome a los ojos.

Parecía que ardieran y, en algún lugar de sus pupilas, creí ver un destello rojo de deseo. A lo mejor mi mente me estaba dando lo que yo quería ver. O podía que sí que lo hubiera visto, que todas mis conjeturas eran verdad y que él era un demonio y yo un ángel. Pero eso estaba tan fuera

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de lugar, era tan raro…

— ¡Sara, ven!— me gritó mi padre.

Miré hacia atrás y vi que estaba con mi madre y el cura al lado del confesionario. Volví a mirar a Adrián. Me sonreía pícaramente.

— Tengo una idea bastante aproximada de lo que vas a hacer— me dijo, soltándome y dando un paso hacia atrás. Sentí como si todo se hubiera enfriando de repente— Así que me quedaré cerca para ver… y oír el escándalo que vas a montar.

— No creo que a mis padres les guste, pero…— me encogí de hombros e intenté poner la cara más angelical que tenía, recordando las palabras que él mismo había dicho antes— no tengo que decir mentiras.

Adrián y yo nos echamos a reír. Fui andando hasta donde estaban mis padres y el cura. Vi que Adrián se quedaba mirando el cuadro del diablo con una sonrisa de satisfacción. Se dio la vuelta, me miró y me guiñó un ojo. Ruborizada, desvié la vista de su cara. Por suerte, ni mis padres ni el cura se habían dado cuenta.

— Buenos días, Sara— me dijo el cura.

Intenté prestar toda la atención que pude y no quedarme perdida en mis pensamientos.

— Buenos días… padre— terminé a regañadientes. Entramos en el confesionario en silencio.

— El Señor esté en tu corazón, confía en él— dijo el cura.

Puse los ojos en blanco. Si era verdad que el “señor” estaba en mi corazón, ojalá me diera un infarto. A lo mejor así salía. Sonreí. La de chorradas que podía llegar a pensar cuando me aburría.

— Amén— dije con un suspiro de resignación. ¿Cuándo iba a llegar mi hora de actuar?

— “Les daré a mis hijos un corazón limpio y un espíritu nuevo, para que hagan lo que yo les digo: serán mi pueblo y yo seré su Dios“— citó el cura. Suspiré. Cada vez me aburría aún más. Me di cuenta de que esa frase reconocía que la Iglesia quería dominar a la gente y de que me parecía que Jesús era un poco… ¿egocéntrico? Sí, eso, egocéntrico— Hija mía, dime: ¿cuál es el motivo por el que has acudido a Dios?

— Mi tele, mi libertad, mi IPod, mi ordenador y mi móvil— cité sarcásticamente, esperando no olvidarme de nada.

— ¿Y qué pasa con estas… cosas, hija mía?

— Es obvio que no lo ha comprendido— le dije, suspirando— Si yo no vengo a confesarme, pierdo mi tele, mi IPod, mi ordenador y mi móvil. ¡Ah, sí! También pierdo mi libertad.

— Tus padres te han obligado a confesarte, ¿no es cierto?

— Obviamente. Si no, ni loca estaría aquí.

— Lucas y Natalia me han comentado que, desde hace una semana, tienes un… problema con

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tu fe.

— No tengo ningún problema con mi fe— contesté tajantemente. Llegaba la hora de la verdad— Sé perfectamente lo que creo y cómo lo creo.

— Y… ¿en qué crees?— me preguntó.

Sonreí con superioridad. Era ahora o nunca.

— Es obvio, ¿no?— dije retóricamente. Sabía perfectamente lo que iba a decir ahora. Era como si alguien me susurrara las frases al oído. Era como si el mismísimo diablo me guiara— Creo en él. Lucifer es la luz oscura que ilumina mi vida. Astaroth es quien me guía en el camino. Cruces invertidas es lo que venero.

— ¡Jesús bendito!— exclamó el cura aterrorizado.

Podía imaginármele, con la cara marcada por el terror, santiguándose y cogiéndose la cruz de madera que llevaba colgada al cuello. Intenté no reírme.

— Si vengo a esta iglesia es para aprender— dije, sintiéndome llena de un poder que no había sentido nunca. Un poder que me hacía creer que nada podía detenerme. ¿Sería porque me acababa de iniciar a los Ritos Satánicos, como Adrián los había llamado? Sería una buena explicación. Lo único que sabía era que tenía el presentimiento de que nada podía salirme mal en ese momento— Para aprender todas las tonterías que decís sobre nosotros. ¡Qué sepas que somos más poderosos! Tenéis abotagada a mucha gente, pero la mayoría de ellos os utilizan. ¿Por qué creéis que los niños quieren celebrar la comunión? Por los regalos, por sentirse importantes. ¿Por qué creéis que la gente quiere casarse por la iglesia? Porque así reciben todas las atenciones al tener una boda muy ornamentada. ¡Es poca la gente que tiene fe en vosotros! ¡Y los que la tienen es porque son unos cegados!

— ¡No consiento que me hables en ese tono, aquí, en la casa de Dios!

— ¿No está Dios en todas partes?— grité, enfadada, llena de poder— ¡Pues, entonces, la casa de Dios está en todos los sitios, en cualquier lugar! Nadie tendría por qué ir a misa, ¿verdad?

— ¡Dios lo quiso así!— gritó el cura a su vez. También se estaba enfadando. Me imaginé a Adrián, enfrente del cuadro del diablo, escuchando mi acalorada confesión. Y eso me dio fuerzas para continuar luchando por lo que creía, aunque tenía el presentimiento de que él se estaba partiendo de la risa— ¡Está todo en las escrituras!

— ¿En las escrituras?— le grité— Yo misma podría haber escrito que un tío decía que era el hijo de Dios y que resucitaba a los muertos y daba visión a los ciegos. Lo más seguro es que quién lo escribió estuviera borracho y fumado. ¡Todo eso lo podría haber escrito cualquiera, como le hubiera dado la gana!

— ¡Largo de aquí! ¡FUERA!

Salí del confesionario con una sonrisa victoriosa. Allí estaban mis padres, mirándome con furia. Lo habían escuchado todo. Adrián, estaba sentado enfrente del cuadro del Diablo. Me sonrió y me hizo una seña disimuladamente para que me acercara a él. Pasé de mis padres y me acerqué

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al cuadro del Diablo. Sonreí a Adrián y le di la espalda. Me puse cara a cara al cuadro del Diablo y me arrodillé ante él. Por fortuna, la mayoría de la gente se había quedado para oír ese espectáculo. La mayoría de ellos se santiguaban y cotilleaban sobre mí. Pero no me importaba.

— A partir de ahora— dije en voz alta para que lo oyeran todos los que estaban en la iglesia— tú serás mi único Dios. La única persona a la que siga. A partir de ahora, soy tu servidora, Lucifer. Tómame o mátame. Sea tu voluntad.

Me levanté y con una sonrisa malévola, me hice la señal de la cruz invertida que me había enseñado Adrián. Fijo que a él le habían parecido adecuadas esas palabras.

— ¿Nos vamos ya?— les pregunté a mis padres, que estaban discutiendo con el escandalizado cura.

Miré de reojo a Adrián. Se estaba aguantando la risa. Intenté no reírme yo también. Mis padres se acercaron a mí. Papá me agarró por el brazo y me susurró:

— Estás castigada un mes sin ordenador, tele, IPod y móvil, ¿queda claro?

— Cristalino— dije, sonriéndole socarronamente.

Esas cosas materiales me empezaban a dar igual. Vi en mi padre las ganas de pegarme una buena torta. Pero no lo iba a hacer. Estaba en “la casa de Dios”, como había dicho antes el cura, por eso no iba a pegarme. Pero eso no me aseguraba que no me pegara un buen tortazo en casa… o algo más. Intenté no pensar mucho en ello.

— Adiós, Adri— le dije a Adrián, sonriéndole ampliamente. Él me sonrió y me saludó con la mano. Parecía que se lo estaba pasando en grande... a mi costa, claro— Adiós, mi Señor— dije, saludando al cuadro con una reverencia.

Papá me cogió más fuertemente del brazo y empezó a tirar de mí mientras él y mamá andaban hacia la puerta. Con el brazo izquierdo (el que me quedaba libre), hice la señal de la cruz invertida mirando a Adrián. Él me devolvió el gesto y yo sonreí, sabiendo que había ganado una gran batalla… y que Adrián estaba de mi parte.

* * *

— Ha sido una vergüenza, todos estaban escuchando, todos nos miraban como si fuéramos… parásitos— exclamaba mamá, histérica.

Yo estaba sentada en el sillón del comedor, aburrida. Estaban diciéndome lo indignados que estaban con mi comportamiento… demoniaco. Vamos, nada nuevo.

— No sé qué vamos a hacer contigo, de verdad— dijo papá. Estaba dando vueltas por el salón. Al final se iba a marear. Aunque, la que se estaba mareando al verle, era yo. ¿No podía parar de moverse?— La semana pasada viniste con que no querías ir a la iglesia. Ahora, que parecía que iba todo tan bien, que hasta tienes un amigo que también va a misa, vas y nos haces pasar por

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todo esto… No lo entiendo.

— Si quieres te lo explico— le contesté. Papá dejó de pasearse por el salón y mamá dejó de gritar como una loca. Ambos me miraron, sorprendidos. No creían que fuera a hablar— Imagínate que llevan toda tu vida diciéndote la misma monserga: Dios esto, Dios no sé qué, Dios no sé cuál. ¡Pues ya estoy harta! El otro día me di cuenta de que odio esta religión. Todo lo que enseña, todos sus fallos, todas sus estupideces. Y por eso ahora no voy volver a jurar en nombre de Dios, no voy a volver a decir que soy su hija. A partir de ahora, mi único señor va a ser él. Lucifer.

— ¡Te hemos educado para que fueras por el buen camino!— exclamó mamá mientras papá empezaba a dar vueltas a lo tonto otra vez. Puse los ojos en blanco. Me empezaba a hartar de toda esa pantomima— ¿Cómo ha llegado a suceder esto?

— Eso depende de lo que entienda cada uno por buen camino— dije, encogiéndome de hombros. Mamá se echó a llorar.

— Bueno, de todos modos… Estás castigada un mes sin móvil, IPod, ordenador y televisión— sentenció mi padre— Te quitaré la batería del móvil, la torre del ordenador, el IPod y la televisión.

— Me parece bien— dije, encogiéndome de hombros. Ellos se sorprendieron al encontrarme tan tolerante— Siempre y cuando esas sean las únicas condiciones de mi castigo.

— Emmm… por supuesto— dijo papá, asintiendo con la cabeza. No se dio cuenta de que yo ya tenía un plan de evasión al castigo. Sonreí con satisfacción.

— De acuerdo, entonces— dije. Me levanté y me fui a mi habitación. Antes de que mis padres pudieran hacer nada por impedirlo, mandé un mensaje a Elena.

<<Cari, necesito que me dejes la batería del móvil que tienes como yo… ¡¡gracias!! TQQ>>

No pasó ni un minuto cuando Elena me contestó:

<<No problem, mañana te la doy… ¡¡besuquis!!>>

Justo en ese momento entró mi padre. Quité la batería del móvil con una sonrisa y se la di. Papá desenchufó la tele y se la llevó. Solté un suspiro y me senté en la cama. Regresó y quitó todos los cables de la torre del ordenador y se la llevó. Unos minutos después, volvió de nuevo a la habitación.

— ¿El IPod?— me preguntó.

Rebusqué en uno de los cajones y le di el IPod. Sonriendo satisfactoriamente, se guardó el IPod en el bolsillo. Creía que me había dejado indefensa e incomunicada. ¡Ja! No tenían ni idea.

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— Espero que mis cosas no sufran ningún daño mientras estén… secuestradas— le dije, esperando que pillara la indirecta. Él asintió— Emmm… ¿te puedes ir?

— Sí, claro— dijo papá. Abrió la puerta y, antes de salir, se dio la vuelta y me sonrió con confianza— Espero que seas así de tolerante siempre que te castiguemos.

— No te hagas ilusiones— dije tajantemente.

Me di cuenta de que tenían planeado castigarme más a menudo. Pues vaya notición. Le hice una seña para que se largara. Papá asintió y salió de mi habitación.

Esperé un poco. Cuando tuve claro que ya no vendrían a molestarme, me levanté de la cama y me puse a buscar mi viejo Mp3. Cuando le encontré, suspiré aliviada. Ya podría sobrevivir mejor. Que me quitaran la música era una gran tortura, como si me clavaran palos de bambú por debajo de las uñas. No podría sobrevivir sin música.

Podía seguir saliendo todo lo que quisiera, porque no me habían dicho nada sobre mi libertad. Elena me había dicho que siempre que necesitara utilizar el ordenador en su casa, que no importaba. Ella tenía un portátil y un ordenador de mesa.

Ahora tenía el Mp3, por lo que podía seguir escuchando música. Elena me había dicho que me iba a dejar la batería de su antiguo móvil, que era igual que el mío. Nos le habíamos comprado igual a posta. Pero sus padres la habían regalado uno nuevo ese verano, por lo que el otro no le usaba. Eso iba a ser mi salvación.

Y en cuanto a la tele, no me importaba. Mis padres estaban mucho tiempo fuera de casa, por lo que podía estar en el salón todo el tiempo que quisiera. Y yo no estaba enganchada a ninguna serie, por lo que no la veía mucho. Ese era el menor de mis problemas, la verdad.

Pero entonces pensé que el Mp3 podría tener las pilas gastadas. Le encendí con un renovado temor que se reemplazó por un suspiro de alivio. Las pilas estaban a la mitad, por lo que podía ir mañana a por un paquete. Me puse a estudiar algo de sociales (tenía un examen el martes) mientras escuchaba música a escondidas.

Por lo menos no me habían quitado la libertad, porque contra eso no tenía ninguna solución.

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Capítulo 5Deseo

A la mañana siguiente, yo me levanté después que mis padres, como era la costumbre. Me metí en el cuarto de baño y me lavé la cara para despertarme, aunque sabía que, en cuanto llegara al instituto, iba a volver a tener sueño. Fui a la cocina para prepararme el desayuno. Allí me encontré una nota:

Sara, recuerda que no puedes ver la tele. Si incumples la norma, lo sabremos. Dios te vigila

Empecé a reír. ¿Dios te vigila? Era sumamente gracioso… Me sequé las lágrimas de la risa y suspiré. Cogí un cacho de papel y escribí una notita para mis padres. A ver si así les quedaba bien claro mi opinión.

No tengo ninguna intención de ver la tele, casi nunca la veo. Esa es una prueba más de que no sabéis prácticamente nada sobre mí. De todos modos, si Dios me vigila, Lucifer me guía y puede con vuestro absurdo Dios.

Me hice el desayuno. Mientras se calentaba la leche, me vestí rápidamente. Ya iba justa de tiempo. Desayuné sin apenas saber qué comía. Cogí la mochila (tuve la certeza de que se me olvidaba algo en casa, quizás la cabeza) y la cazadora y salí de casa.

Corrí hasta la casa de Elena. Ella ya estaba afuera, esperándome sentada en las escaleras de la entrada de su casa.

— ¡Ya son horas!— me dijo mientras se levantaba con un suspiro. Se descolgó la mochila y sacó la batería de su antiguo móvil. La tendí la mano para que me la diera, pero ella negó con la cabeza— Antes dime para qué la quieres.

— Mis padres me han castigado— la contesté, encogiéndome de hombros.

La conté todo lo que había sucedido el domingo y ella me escuchó, sorprendida. Para cuando terminé de contar mi historia, ya habíamos llegado al instituto. Elena me dio la batería con una sonrisa satisfecha.

— Veo que Sarita se ha convertido en Sarota…— dijo, riéndose.

Puse los ojos en blanco mientras metía la batería en el móvil. Le encendí y solté un suspiro de alivio al ver que funcionaba.

— ¿No se suponía que estabas castigada sin móvil?— preguntó una voz a mis espaldas.

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Me di la vuelta y vi a Adrián. A todo el mundo le quedaba mal el uniforme, pero él estaba guapísimo con ese jersey azul oscuro y esos pantalones negros… Le sonreí y él me devolvió la sonrisa.

— No, estoy castigada sin mi batería— le contesté, señalando a Elena. Ella se echó a reír.

— Ammm…— dijo Adrián, riéndose también— Me encantó lo que hiciste ayer.

— ¿En serio?— le pregunté, entusiasmada. Él asintió.

— Bonitas palabras para el momento de tu iniciación.

— Gracias— le dije.

Ahora que la sonrisa tonta había vuelto, nadie podría quitármela de la cara en todo el día. Adrián se acercó a mi oreja y el pulso se me aceleró.

— Te he traído el libro…— me susurró en el oído. La emoción me recorrió las venas— No te le puedo dar ahora, no quiero que la gente le vea…

— Bueno, ya me lo darás en el recreo— dije, encogiéndome de hombros e intentando sonar indiferente. En realidad, estaba rebosante de felicidad.

Entramos en clase. Suponíamos que hoy ya vendría el lapos, porque llevaba toda la semana sin aparecer. Y también suponíamos que hoy nos tocaría hacer el examen global. Lo cual ya no nos preocupaba, porque habíamos tenido una semana más para poder seguir estudiando. Abrí la agenda y me di cuenta de una cosa.

— ¡¡Elena!!— la grité, sonriendo.

— ¿Qué?— me preguntó, casi de forma ininteligible, molesta. La acababa de pillar en medio morreo con su novio y tenía los labios pegados a los de Javi.

— Lo siento, pero mira qué día es dentro de tres semanas…— la dije, enseñándola la agenda.

— Ya sé que dentro de tres semanas es mi cumpleaños, no hace falta que seas mi agenda electrónica parlante— dijo ella, cabreada. La fastidiaba muchísimo que la cortaran el rollo.

— ¿Cuándo lo vas a celebrar?— la preguntó Javi, sentándose en su silla. Elena se sentó encima de él.

— Bueno, mis padres ese fin de semana no están, así que…— dijo, sonriendo.

Yo también sonreí. Y Javi. El único que no sonreía era Adrián, que parecía bastante perdido.

— Tierra llamando a Adrián, Tierra llamando a Adrián, ¿me recibes?— dije sarcásticamente. Nos echamos a reír y él sacudió la cabeza.

— Lo siento— dijo él, sonriendo— Es que me he perdido desde que ha dicho Elena que iba a ser su cumple. ¿Por qué nadie me ha dicho nada sobre los cumpleaños?

— No sé… ¿Porque tú no preguntaste, quizás?— le preguntó Elena, sonriendo— El mío es el

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27 de noviembre, el de Javi es el 30 de abril y el de Sara el 25 de junio…— Elena me miró y me dijo— ¿Por qué no te quedas a comer en mi casa? Así podemos empezar a organizarlo todo.

— ¿Tú crees que mis padres me van a dejar después de la que monté ayer?— la pregunté retóricamente.

— ¿Qué pasó ayer?— preguntó Javier, desconcertado. Todo el mundo quería saber lo que había pasado ayer. Elena negó con la cabeza.

— No te preocupes, ya te lo cuento luego— dijo. Soltó un suspiro— Seguro que yo les convenzo. Siempre me salgo con la mía.

— No siempre— la dije.

Ambas nos acordamos de la vez esa que el DJ de la discoteca a la que solíamos ir los sábados por la noche la dijo que no quería salir con ella porque era una enana.

— Pero eso fue en primero— dijo ella, negando con la cabeza— Y ahora, siempre que me ve, se le cae la baba.

Bueno, en ese caso tenía razón. Cada vez que el DJ nos veía, se nos quedaba mirando como si estuviera embobado. No es que fuéramos las más guapas del instituto, la verdad, pero él había estado a punto de liarse con Elena. Y ahora se arrepentía de no haberlo hecho. Porque, vale, de pequeña Elena no era muy guapa, pero ahora sí. Tenía el pelo negro, los ojos verdes y también era muy morenita. Vamos, que el DJ se arrepentía totalmente. Una vez, la dijo que había recapacitado y que quería salir con ella. ¿A que no adivináis cómo le respondió Elena? Pegándole un morreo a Javi. Y, desde entonces, Javi y Elena eran novios. Era una historia graciosa de contar, aunque a Javi no le hacía mucha gracia, que digamos.

— ¿De quién estáis hablando?— nos preguntó Javi, algo celoso— ¿Del tipo de la discoteca?

— Sí, cari, pero eso es agua pasada, ya lo sabes…— le dijo.

Dicho esto, pasamos a un incómodo silencio, porque Elena y Javier estaban bastante… ocupados. Para cuando terminaron de morrearse, el lapos ya había llegado, por lo que no pudimos seguir discutiendo sobre el tema. Nos sentamos cada uno en su sitio.

— Separad las mesas— dijo el profesor— Dado que no pude venir la semana anterior por motivos personales, haremos el examen global hoy.

Nos separamos y de pronto sentí ese vacío que me inundaba cuando me separaba de él. Solté un suspiro cuando el profesor me dio el examen.

No conseguía concentrarme. Estaba segura de que Elena iba a invitar a Adrián a su cumpleaños. Completamente segura. Y si Adrián iba al cumpleaños de Elena, estaba segura de que, al final, iba a pasar algo entre nosotros dos…

Estuve todo el examen pensando incoherencias. De todos modos, creía no haber hecho tan mal el examen. Lo único que me preocupaba era que hubiera puesto por todos lados su nombre, o frases de canciones que me recordaban a él…

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— ¡¡Sara!!— me gritó la voz de Elena. Me sobresalté y ella, Javi y Adrián se echaron a reír— Te habías quedado ida…

— Amm…— dije. Miré a mi alrededor— ¿Y mi examen?

— Lo he cogido yo— dijo Adrián, encogiéndose de hombros. Alcé una ceja, escéptica— Estabas tan empanada que parecía que no te ibas a mover del sitio.

— Dime una cosa…— le pedí. Adrián me miró, sorprendido, y asintió con la cabeza seriamente— ¿He contestado bien a alguna pregunta?

— Sí— me dijo, sonriendo aliviado. Me pregunté qué creía que le iba a preguntar— Por lo poco que he podido ver, has preguntado bien a una sola pregunta.

— ¿A cuál?— le pregunté, horrorizada. Ya había vuelto a suspender.

— Por lo que he visto, que no me ha dado tiempo a ver mucho, solo has contestado bien el nombre— dijo con toda la seriedad que pudo. Nos empezamos a reír, aunque era algo bastante serio, la verdad.

— Bueno, ¿me vas a dejar llamar a tu madre?— me preguntó Elena, impaciente.

Solté un suspiro, puse los ojos en blanco, y asentí con la cabeza. No se iba a callar hasta que no la diera la razón y, aunque yo no quisiera, les iba a llamar de todas formas. Elena empezó a marcar rápidamente el número de la tienda de mis padres. Pedí al diablo que no apareciera ningún profesor ahora.

— ¿Hola?— dijo Elena— Sí, soy Elena. No, no ha pasado nada. Es que quería preguntarles si podía quedarse a comer Sara en mi casa. No, por nada en particular. Lo que pasa es que tenemos que hacer un trabajo para Sociales… Sí, sí que me dejan. Vale. Gracias. Adiós.

— ¿Y bien?— le pregunté, sabiendo la respuesta. Elena compuso una sonrisa, se guardó el móvil y se sentó en su silla con aires de superioridad.

— Te dije que soy irresistible— me contestó. Nos empezamos a reír. Me senté en mi mesa— Así que más vale que hoy no nos pongan deberes.

Asentí con la cabeza. Teníamos que preparar el cumpleaños a la perfección. Yo sabía (y estaba segura de que Elena también) que el cumpleaños era la oportunidad perfecta para saber si a Adrián le gustaba o no. La cuestión era que no estaba segura de qué sentía por él. Adrián era guapísimo, súper majo, me caía genial, pero… ¿Estaba enamorada de él? Todavía no lo sabía. Y necesitaba descubrirlo pronto.

— Sara, ¿vas a pasar la clase sentada en la mesa?— me preguntó una voz.

Regresé a la Tierra y me di cuenta de que todos estaban sentados en sus sillas y de que la profesora de lengua me estaba mirando con cara de mala uva. Me sobresalté y me senté rápidamente en la silla. Todos se estaban partiendo de la risa. Ruborizada, saqué el libro de lengua y me escondí tras él. Adrián se reía silenciosamente. Le lancé una mirada asesina. Cuando vio la cara de mala leche con la que le miraba, empezó a llorar de la risa, riéndose aún más que antes. Contuve un gemido de desesperación e intenté prestar atención a lo que decía la profesora.

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— Chicos, ya hemos terminado con el “Lazarillo de Tormes” así que ahora vamos a empezar con “El Conde Lucanor“. ¿Alguien sabe algo sobre este libro?

Marta y Andrés levantaron la mano automáticamente, como siempre. Parecía que tenían un resorte en el brazo, que se activaba cuando alguien realizaba una pregunta.

— Venga, animaros a contestar alguno más— dijo la profesora, sonriendo. Entonces, Adrián levantó la mano— ¿Adrián?

— El Conde Lucanor es un libro escrito por el Infante Don Juan Manuel, sobrino de Alfonso X el Sabio. Son unos relatos en los que el conde Lucanor pide consejo a Patronio, su consejero, y éste le contesta con un cuento que acaba con una moraleja.

— Muy bien, Adrián— contestó la profesora con una sonrisa.

Toda la clase le miraba con la boca abierta, asombrados. Solo había dos personas en toda la clase que podía contestar con tanta precisión (Marta y Andrés), y ambas estaban mirándole, estupefactos.

Adrián se recostó en su silla, impasible, como si lo que acababa de hacer no fuera una proeza. Y no es que todos fuéramos idiotas de remate (algunos sí, pero no todos), pero es que nadie, aparte de Andrés y Marta, podía contestar de carrerilla una pregunta y encima acertar.

— Bueno, el Conde Lucanor entra en el tema de la narrativa didáctica medieval, concretamente en la parte de la prosa didáctica— prosiguió la profesora.

Los alumnos dejaron de mirar a Adrián como si y prestaron atención a sus palabras. Pero yo no. Estaba más concentrada en el dibujo que estaba haciendo Adrián en su libro.

Era un ángel. Parecía una chica, arrodillada, con alas. Era un dibujo tan bonito… Terminó el dibujo y firmó: Astaroth.

— ¿Astaroth?— le pregunté, sorprendida.

Él me miró, también sorprendido. No se esperaba que le estuviera mirando. Adrián asintió y se puso a prestar atención a la profesora. Supe que no iba a obtener más respuestas, por lo que yo también me puse a dibujar. No valía la pena estar escuchando a la profesora, me sabía todo lo que me estaba diciendo.

Es sorprendente, pero un día descubrí que todo lo que leía se me quedaba grabado en la cabeza para siempre. Como si tuviera memoria fotográfica. Lo único en lo que fallaba era en matemáticas y en física y química.

Dibujé unas cuantas cruces invertidas, algunas estrellas, puse el número del diablo… Y escribí un trozo de canción: “La única iglesia que ilumina es la que arde, el Nazareno duerme en su cruz”.

— ¿Diabulus in música otra vez?— me preguntó Adrián. Asentí con la cabeza. No pensaba contestarle abiertamente si él tampoco lo hacía— Pues ya somos dos.

Me enseñó su libro. Vi el dibujo firmado por “Astaroth”, una enorme cruz invertida que ponía “la cruz está al revés”, el estribillo de Diabulus in Música y… ¿qué era eso? Adrián había dibujado

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unos ojos azules preciosos, enormes. Debajo, ponía: “la única luz que me ilumina es la de tus ojos azules”. No me sonaba a ninguna canción. Bueno, me sonaba algo al trozo que yo había escrito en mi libro de Diabulus in música, pero… No, no tenía ningún sentido.

— ¿Y esa frase?— le pregunté con curiosidad.

— Una frase— dijo él, encogiéndose de hombros, sonriendo con aire soñador. Nunca le había visto poner esa cara. Parecía… enamorado— Una verdad.

— No lo entiendo— dije, negando con la cabeza. Adrián soltó una risa.

— Tampoco esperaba que lo entendieras tan rápidamente— susurró, sin darse cuenta de que yo le había escuchado.

Estaba decepcionada. ¿Le gustaba una chica con los ojos azules? Entonces, recordé el sueño que había tenido, en el que salía con los ojos azules, en el que era un ángel. No podía ser eso. Los sueños no se comparten. La chica de la que hablaba su frase no podía ser yo. Y ese pensamiento me hundió en la miseria.

* * *

Llegó el recreo y todos salimos de clase con alivio. Yo sobretodo. Javi se quedó con nosotros para tener más detalles sobre el cumple de su novia.

— Adrián, ¿qué la pasa a Sara?— le preguntó Elena. Él se encogió de hombros.

— Ni idea— contestó, preocupado. A mí me daba igual que pareciera preocupado por mí. Sabía que, en realidad, no lo estaba. Solo debía de estar fingiendo— Lleva así desde la clase de Lengua.

— Sara, ¿qué te pasa?— me preguntó Elena.

Yo negué con la cabeza. No tenía ganas de hablar. No tenía ganas de nada. Lo único que quería hacer era meterme bajo tierra y no salir nunca más. Elena soltó un suspiro resignado y se apartó de mí.

— ¿Qué la pasa?— la preguntó Javier.

— No lo sé— contestó Elena. Solté un suspiro. ¿Cuándo me iban a dejar en paz?— Lo mejor en estos casos es dejarla en paz. Al final, encuentra algo que hace que se la pase la depresión y deje su estado zombi.

En otros momentos la habría pegado por haber dicho eso, pero ahora no. Estaba pensando en cosas muy importantes.

Había veces que me parecía que le gustaba a Adrián. Como el domingo, en la iglesia, cuando nos abrazamos. O como el día en que llegó al instituto, que me dijo que conocía a personas muchísimo más guapas mientras me miraba a los ojos.

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Pero luego sucedían cosas de este tipo. Por ejemplo, la frasecita que había puesto en el libro, con los ojazos azules incluidos. O la semana pasada, cuando le vi charlando animadamente con Silvia. O cuando estuvo un día entero sin hablarme. La verdad es que no entendía nada. Estaba hecha un lío.

Solté un suspiro y miré a Adrián. Estaba comiendo su bocadillo, mirando al frente con la expresión inescrutable. ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? Habían sucedido muchas cosas en mi vida de la noche a la mañana. ¿Por qué tenía que haber aparecido Adrián ahora en mi vida? Sin embargo, cada vez que estaba cerca de él, cada vez que me tocaba… era como si todo el mundo desapareciera a mi alrededor. Como si sólo existiéramos Adrián y yo y las demás cosas fueran una ilusión. Como si lo único que fuera real en el mundo fuese Adrián.

Entonces, me di cuenta de que él se había dado la vuelta y me estaba mirando intensamente, con ese brillo de deseo que había visto en sus ojos el domingo. Me estremecí y bajé la mirada. Sin embargo, sentí que Adrián me seguía mirando. Intenté con todas mis fuerzas no pensar en él, no pensar en mi sueño…

Me levanté rápidamente, sabiendo que si estaba allí un minuto más no lo podría resistir. Fui rápidamente al refugio que ahora me suponía el baño de las chicas. Con la respiración entrecortada, me puse frente al espejo. Mis ojos también brillaban con el deseo que había podido leer en los de Adrián. Sacudí la cabeza para quitarme las imágenes de mis pensamientos. Abrí el grifo y me mojé la cara. También me mojé la nuca. Tenía calor, muchísimo calor…

Cerré el grifo y me senté en el suelo, que estaba bastante frío. Cogí la mochila y saqué de ella el móvil. Lo encendí y vi que tenía un mensaje de Elena.

<<Tía, ¿¿qué te pasa?? ¿¿Dónde andas?? ¿¿Estás bien?? Besos>>

Suspiré y, negando con la cabeza, borré el mensaje y apagué el móvil de nuevo. No la pensaba contestar. Porque, si la contestaba, sabrían donde estaba. Y lo menos que necesitaba en esos momentos era compañía. Estaba totalmente fuera de control. Nunca me había pasado esto.

Era la intensidad con la que me traspasaba con sus ojos, haciéndome sentir que solo existíamos él y yo. Era la manera en la que se estremecía mi piel ante su contacto. Era la forma en que me sentía vacía si estaba sin él. Todo eso era lo que había terminado volviéndome loca. Si no hubiera salido corriendo del patio y hubiera venido a los servicios, no lo habría resistido. Me habría levantado y le habría besado. Porque era lo único que quería hacer ahora. Estar junto a él y alimentar su boca. Empecé a reírme yo sola, sin saber muy bien por qué.

Sonó el timbre que anunciaba el final del recreo y, durante unos momentos, estuve a punto de pirarme. Pero, al final, decidí no hacerlo.

Quería probar mi auto-control. Quería tentar a la tentación.

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— ¿Sabes lo preocupados que estábamos?— me preguntó Elena cuando aparecí en clase— ¿Dónde has estado?

Al verle sentado en mi mesa, me entraron unas ganas increíbles de salir corriendo. Pero también quise abalanzarme sobre él para no separarnos nunca. ¿Pero qué era lo que me estaba pasando? Solté un suspiro, cerré los ojos e intenté tranquilizarme. Cuando estuve segura de que ninguna de las dos cosas iba a suceder, abrí los ojos y me fui a mi mesa.

— En el instituto— la contesté secamente.

No podía estar al lado de Adrián como si nada. O me ponía borde o… Intenté no pensar en eso.

— Eso ya nos lo imaginábamos— dijo Elena, enfadándose. Solté un suspiro y saqué el libro y el cuaderno de mate. La gente empezó a entrar y a ella no la quedó más remedio que callarse todo lo que pensaba soltarme— Como sigas en este plan, no vienes a mi casa a comer. Y olvídate de venir a mi cumpleaños. Para que estés amargada y de mala ostia, no quiero salir contigo, ¿vale?

La lancé una mirada, intentando expresar en ella todo lo que no podía decirle en voz alta. Creo que ella comprendió que tenía algo que decirle, pero que no podía contárselo ahora. Asintió con la cabeza, me dedicó una pequeña sonrisa y se sentó en su sitio. Entonces llegó la profesora de matemáticas, y yo la intenté prestar toda la atención que pude.

Estaba escuchando tranquilamente a la profesora, intentando pasar de Adrián. Hasta que me di cuenta de que había una notita encima de mi libro de matemáticas. Le lancé una mirada y vi que estaba mirando fijamente a la profesora, al igual que yo hacía unos segundos. Cogí la notita y la abrí. Era su letra. El corazón me empezó a latir con irregularidad.

<<Mira en tu mochila>>

Volví a mirarle, esa vez con el ceño fruncido, pero él seguía mirando a la profesora. Me agaché para abrir la mochila y vi que había metido un libro muy antiguo, pero bien conservado. En la portada de cuero estaba grabada una cruz invertida. Lo abrí y leí el título: “Demonología”.

— ¿Demonología?— le pregunté en un susurró asombrado. Adrián se dio la vuelta y me miró con una sonrisa.

— La Biblia— me contestó, también susurrando. Vi en sus ojos lo que había intentado borrar de mi mente, lo que había visto en los míos al mirarme en el espejo: deseo. Un escalofrío lleno de profundo anhelo me recorrió de los pies a la cabeza— Te prometí que te la dejaría.

— Gracias— dije con un susurro avergonzado. Me sentía fatal por haberme comportado así durante el recreo. No merecía todo esto. No merecía que me hablara. No merecía nada de nada— Lo siento— dije mientras volvía a meter el libro en la mochila.

— ¿El qué?— me preguntó, sorprendido.

— Pues… no tendría que haberme marchado así en el recreo. Me he portado fatal con vosotros—

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le dije, avergonzada.

Suspiré. Adrián me miró intensamente y yo me quedé sin palabras. No podía dejar de mirarle, me era imposible. Sabía que tenía que dejar de hacerlo pero… no podía. Ni quería. Adrián empezó a sonreír pícaramente y yo le devolví la sonrisa, inconscientemente. No podía quitarle los ojos de encima…

— Adrián y Sara, ¿queréis prestar atención?— preguntó la voz de la profesora de matemáticas. Ambos nos sobresaltamos. Como siempre, creía que estábamos los dos solos en el mundo. Pero no, estábamos en clase. Y todos nos estaban mirando con curiosidad. Bajé la vista, consciente de que me estaba poniendo colorada— Como iba diciendo, hay tres formas para resolver una ecuación de segundo grado…—

Pasé de las explicaciones de la profesora, ya que, por suerte, las ecuaciones se me dan genial. Era lo único que se me daba bien de todo el temario de matemáticas. Intenté tranquilizarme. Todos los esfuerzos que había hecho para olvidarme de lo que sentía por Adrián se habían esfumado como si fueran humo.

Apoyé la mejilla en la mesa. Tenía mucho, mucho calor. Cerré los ojos y respiré hondo. Esto se estaba convirtiendo en una tortura, en una verdadera tortura... maldita fuera mil veces mi decisión de tentar a la tentación.

— Sara, ¿estás bien?— me preguntó Adrián, apartándome el pelo de la cara con la mano.

Por el tono de su voz, parecía preocupado. Entonces, su mano rozó mi cara… y mis pensamientos se descontrolaron. Volvimos a estar solos en el mundo. Le cogí de la mano y se la apreté con fuerza contra mi piel. Un estremecimiento me recorrió el cuerpo. Abrí los ojos y vi que me estaba mirando intensamente, con sus ojos inundados por el deseo que me recorría las venas y hacía que todo desapareciera a mí alrededor, a nuestro alrededor. Nuestras caras se acercaron como si fueran imanes. Sin poder remediarlo, sin haberlo previsto, mi sueño se iba a hacer realidad…

— ¡YA BASTA!— gritó la profesora de matemáticas a la vez que daba un golpe en la mesa. Adrián y yo nos volvimos a sobresaltar y nos separamos automáticamente, como si tuviéramos un muelle. ¿Por qué? ¿Por qué siempre que me iba a besar con él alguien me despertaba de mi sueño? ¿Por qué tenía yo tan mala suerte?— Adrián, sepárate de Sara.

Miré con ojos atemorizados a Adrián. Si se sentaba junto a mí, no podría evitarlo, y acabaríamos besándonos. Pero si, por el contrario, se alejaba de mí, volvería a sentir ese vacío tan doloroso. Y creo que prefería la primera opción… Adrián soltó un suspiro, negó de forma casi imperceptible con la cabeza y se levantó. Separó nuestras mesas y se alejó de mí. Yo también suspiré. Ahora que me había desenfadado…

— Vais a hacer un examen de ecuaciones. Me imagino que os lo sabréis muy bien, ya que lleváis toda la clase sin prestar atención— nos dijo a la vez que nos daba a Adrián y a mí un examen. Miré el examen y a la profesora alternativamente, incrédula— Cuenta para nota.

La miramos fijamente, enfadados. Nos separaba y encima nos mandaba a hacer un examen. ¡Y para nota! Menos mal que era de ecuaciones. Al menos, tenía la certeza de que esto me iba a relajar (es raro, pero hacer ecuaciones es una de las cosas que consigue tranquilizarme)…

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Terminé rápidamente el examen (creo que no tardé ni media hora), por lo que me puse a repasarle. Cuando estuve segura de que no había fallado ninguna pregunta, levanté la mano. La profesora me miró, sorprendida.

— ¿Qué pasa?— me preguntó, traspasándome con la mirada a través de sus gafas de pasta roja.

— ¿Me corriges el examen?— la pregunté con expresión inocente.

— ¿Y a mí?— preguntó Adrián a su vez. ¿Había terminado también? Sonreí.

— ¿Habéis acabado ya?— nos preguntó, completamente asombrada. Ambos asentimos con la cabeza. Susana sonrió, satisfecha. Ella tenía la certeza de que ambos íbamos a suspender, lo veía en su cara— Muy bien. Traedme los exámenes.

Nos levantamos y la dimos los exámenes. Cuando nos sentamos, nos sonreímos con confianza. Estábamos seguros de que habíamos aprobado.

La profesora nos miró por encima de los exámenes. En la clase, todos estaban callados, esperando a que dijera que habíamos sacado un cero.

— Adrián, Sara, habéis aprobado— dijo a la vez que guardaba los exámenes en una carpeta.

Compuse una sonrisa satisfecha. Todos nos miraron, sorprendidos. Sobre todo porque yo no era muy dada a aprobar exámenes de matemáticas, y mucho menos exámenes sorpresa.

— ¿Cuánto hemos sacado?— preguntó Adrián con curiosidad.

— Un diez— dijo rápidamente la profesora.

Abrí la boca, sorprendida. Intenté no ponerme a gritar. ¿Un diez? ¿Un diez en matemáticas? ¡¡Y encima contaba para nota!! Lo que se suponía que era un castigo, se había convertido en un premio.

Sonó el timbre y todos empezamos a recoger las cosas. Adrián volvió a juntar las mesas. Pero teníamos inglés, así que él se tendría que sentar solo, porque yo me sentaba con Elena. Y después teníamos Tecnología, y él no iba conmigo a esa clase…

Suspiré y me senté en mi sitio.

— De toda la gente que conozco, eres la tía con más potra de todas— dijo Elena, sorprendida. Yo tampoco me lo podía creer— Creo que este año la vas a dar más de un dolor de cabeza a Susana…

— Ella se lo ha buscado— contesté, encogiéndome de hombros. Elena alzó una ceja, escéptica. Nos empezamos a reír.

— Supongo que ahora me podrás contar lo que te ha pasado antes, ¿no?— me preguntó.

Asentí. A parte de latín, inglés era mi asignatura preferida. Y no porque la profesora fuera una santa, que no lo era. Ni porque me encantara hablar en inglés, que tampoco era el caso. Si no porque Elena tenía enchufe (el padre de Elena y el marido de la profe son amigos desde que eran pequeños), y así podíamos hacer lo que nos diera la gana en clase. A nosotras nunca nos reñía por

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estar hablando o por pegarnos. Era genial, porque parecía que no teníamos profesora. Lo malo es que nunca nos enterábamos de si teníamos deberes, por lo que teníamos que preguntar a los demás para enterarnos de las cosas.

— ¡Good morning!— nos saludó la profesora. Otra de las cosas malas era que, este año, la había dado por hablar siempre en inglés, así que costaba aún más enterarse de lo que te decía.

— Hello, teacher!— contestamos nosotros.

A partir de ese momento, podíamos parlar todo lo que quisiéramos. Suspiré y asentí. Al fin y al cabo, prefería contárselo ahora. Así luego teníamos tiempo para jugar a la Wii mientras discutíamos sobre su cumpleaños.

La conté todo lo que me estaba pasando, como hacía siempre: los pros, los contras, sus miradas, lo que sentía cada vez que me tocaba… Todo. Solo hubo una cosa que no me atreví a contarle: los sueños. No sabía por qué, pero había algo que me impedía decirle que había soñado con él antes de conocerle, y que ambos aparecíamos en los sueños como seres sobrenaturales.

— Vaya— dijo Elena, bastante sorprendida. Supuse que ella debía de pensar que sería el típico encaprichamiento por el nuevo tío bueno que se sienta a tu lado… pero no. Esto era algo más— Esta vez sí que la has mangado.

Nos echamos a reír a carcajadas. Menos mal que Elena tenía enchufe, que si no…

La clase de inglés se pasó rápidamente, porque Elena y yo estuvimos todo el rato haciendo el idiota. Entonces llegó Tecnología… y la cosa cambió. Porque estábamos todos de uno en uno. Y en esa clase no estaba Adrián. Ni Elena.

Por lo que no me quedaba más remedio que aguantarme y prestar atención. O al menos intentarlo. Esta hora prometía ser eterna.

— Sabéis que dentro de poco tenemos examen, así que quiero que os pongáis las pilas, porque vais un poco mal— dijo el profesor de tecnología mientras entraba en la clase.

Solté un suspiro de desesperación. ¿Más exámenes? No se cansaban nunca.

Después de una larguísima clase de tecnología, por fin sonó el último timbre. Salí de clase, aliviada. No aguantaba al profesor de tecnología. Era insoportable. Esperé en la puerta principal a Elena. Ella venía acompañada por Javi y Adrián. Solté un suspiro. Ahora me tocaba volver a acostumbrarme a la presencia de Adrián, aunque fuera por poco tiempo.

— ¿Qué tal en tecno?— me preguntó Elena. Puse los ojos en blanco.

— Como siempre…— dije, encogiéndome de hombros— No sabes lo mucho que me arrepiento de no haberme apuntado a Informática.

Elena me miró, sorprendida. Yo lo decía porque prefería a los ordenadores que a las energías y las máquinas, pero, claro, la clase la habían elegido mis padres. Cómo no. Se ve que todo lo que tiene que ver conmigo tenían que decidirlo ellos.

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Entonces, me di cuenta de que Adrián también iba a la clase de informática y de que esta era la primera vez que expresaba en voz alta mis deseos de cambiarme de clase. Y también me percaté de que esa frase podía tener doble significado. Nos empezamos a reírnos a carcajadas. Javi y Adrián nos miraron con cara rara y nosotras nos reímos con más fuerza.

Elena se despidió de Javi dándole un beso. Yo les dediqué un tímido saludo con la mano. Lo que daría por poder despedirme de Adrián como Elena se despedía de Javi.

Fuimos andando hasta su casa en silencio. Jamás habíamos pasado tanto tiempo sin hablar cuando estábamos por la calle. Cuando llegamos a su casa, su madre ya tenía preparada nuestra comida. Espaguetis. Genial, una de mis comidas favoritas.

Tampoco hablamos mucho mientras comíamos. Solo hicimos un par de comentarios sobre los deberes (si les hacíamos después de comer o no) y si teníamos muchos. Era muy raro que habláramos tan poco. Quizás se debía a que cada una estaba sumida en sus pensamientos, meditando sobre lo que había pasado en el instituto. Pero también podía ser que ninguna de las dos teníamos nada que decir. O las dos cosas.

— ¿Cómo va a ser la fiesta?— la pregunté después de comer, mientras hacíamos los deberes.

No soportaba estar todo el rato sin hablar. Además, me había quedado a comer en su casa porque teníamos que discutir sobre la fiesta, no para guardar un silencio sepulcral. Elena me hizo un gesto para que esperara a que terminara de hacer la cuenta. Cuando terminó, alzó la cabeza y soltó un suspiro.

— ¿De verdad te gusta tanto Adrián?— me preguntó con curiosidad. Asentí con la cabeza.

— ¿Qué tiene que ver eso con la fiesta?— la pregunté, algo perdida. No sabía con qué me iba a saltar ahora.

— Bueno, si te gusta Adrián, yo podría hacer todo lo posible porque acabara pasando algo en la fiesta…— comentó. Asentí y la dediqué una amplia sonrisa de agradecimiento— ¿Cuál podría ser el tema?

— ¿Halloween?— dije, esperando un no por respuesta. Elena me dedicó una sonrisa llena de entusiasmo y yo recordé que a ella la encantaba Halloween. Bueno, en realidad, a mí también me encantaba— Este año no lo hemos celebrado, así que podríamos venir todos disfrazados de momias, brujas, vampiros…

— ¡¡VAMPIROS!!— gritó Elena con entusiasmo— Ese va a ser el tema. Compraremos bebidas de color rojo para que parezca que bebemos sangre, pondremos música de vampiros y todos estaremos disfrazados de vampiros. ¿No es genial?— me preguntó. Asentí. A Elena la encantan los vampiros. A mí también me gustan, pero no es algo tan exagerado como lo suyo— Tendremos que decorar la casa con telas de araña y cosas así…

— No te digo que no sea buena idea, pero… ¿a quiénes vamos a invitar?— la pregunté. Ella se calló y se puso a pensar— No creo que a todo el mundo le guste la idea de los vampiros.

— Tienes razón…— dijo Elena mientras escribía en un papel los invitados que iban a ir a la fiesta— ¿Y si el tema de la fiesta es de vampiros y demonios?

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Me quedé callada. La imagen de Adrián, con alas negras y ojos rojos, acudió a mi mente. Un escalofrío me recorrió la espalda. Asentí con la cabeza. Sería una buena forma de sonsacarle a Adrián algunas respuestas.

— Terminé…— dije con un suspiro de satisfacción unos cuantos minutos después— ¿Has acabado?—la pregunté a Elena.

— Casi… me falta solo lo de inglés— dijo, mirando fijamente la hoja del cuadernillo. Esa era una de las asignaturas que se la daban mal, quizás porque nunca prestaba atención.

— ¿Te ayudo?— la pregunté. Elena negó con la cabeza

— Prefiero que vayas añadiendo más invitados a la lista— me contestó.

Asentí con la cabeza. Cuando tuve escritos todos los invitados que queríamos que vinieran (entre ellos estaba Adrián, por supuesto), Elena terminó de hacer los deberes de inglés.

Nos pusimos a jugar a la Wii. Mientras discutíamos sobre la comida, la bebida y la decoración de la fiesta, yo gané cinco veces a los bolos y Elena me destrozó boxeando. Para cuando nos dimos cuenta, ya eran las nueve. Me despedí de Elena y caminé hacia mi casa, asegurándome antes de que tenía puesto el móvil en silencio.

— ¿Qué tal te lo has pasado con Elena?— me preguntó papá cuando entré en casa con un suspiro.

Esperaba que no me hiciera un interrogatorio sobre lo que habíamos hecho. Porque no sabía qué decirle sobre el supuesto “trabajo de sociales”.

Me encogí de hombros, intentando no darle mucha importancia, y me fui a mi cuarto. Dejé la mochila en mi cuarto y me fui al baño a darme una ducha. Estaba bastante cansada, así que intenté que la ducha me relajara. Cuando terminé, ya eran casi las diez.

— Sara, ven a cenar— me dijo mamá desde la cocina.

— ¡Luego voy!— grité desde mi habitación.

Me sequé el pelo y me puse el pijama. Fui a la cocina y vi que mis padres no estaban. Mamá me había dejado la cena en la mesa. Solté un suspiro. Parecía ser que mis padres tenían las mismas ganas de verme que yo de verles a ellos. Mejor si ponían distancia. No les aguantaba, y tampoco quería más broncas.

El caldo de sopa que me había preparado mamá (seguramente era de estos que vienen precocinados) estaba helado, así que lo metí en el microondas y lo calenté un poco. Esperé un minuto y saqué el plato del microondas. Cuando acabé de cenar, metí el plato en el lavavajillas y me fui a mi cuarto. Como estaba castigada, no podía conectarme a Messenger ni a Tuenti.Recordé de pronto que tenía “la Biblia”. Así que cogí la mochila y la saqué. Suspiré, saqué el Mp3 del bolsillo de mi cazadora y empecé a leer, esperando encontrar respuestas. Aunque sabía que no me iba a contestar a la pregunta más importante, la que no me dejaba dormir por las noches.

No me iba a contestar la pregunta de si Adrián me quería o no.

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Capítulo 6Cambio

— Qué raro… ¿no ha venido Adrián?— nos preguntó Javi cuando vio que estábamos sin la compañía del chico que se había convertido en todo para mí de la noche a la mañana.

Nosotras negamos con la cabeza, yo con mucho pesar. Tenía unas ganas increíbles de verle, de hablar con él…

Habían pasado dos semanas desde aquel día en el que la conté a Elena todo lo que sentía por Adrián. Faltaba menos de una semana para su cumpleaños y las dos estábamos muy nerviosas. Ella porque quería que su cumpleaños fuera el fiestón del año. Y yo porque quería que mi relación con Adrián se definiera. O nos quedábamos solo en amigos o… Intenté no pensar en eso.

— Bueno, la verdad es que no me parece tan raro…— comentó Elena. La miré, sorprendida— Ayer estuve hablando con él por el Messenger y me dijo que hoy no iba a venir a clase. No me acuerdo del por qué…— me miró, encogiéndose de hombros.

— Ammm…— dijo Javi— Supongo que me toca repartir las invitaciones, ¿no?

Elena asintió con la cabeza. Él tenía más don de gentes que nosotras dos juntas y se llevaba bien con todo el mundo.

Me senté en la silla, deprimida. ¿No iba a venir? Antes hubiera preferido que no viniera (así no tentábamos a la suerte), pero… No soportaba la idea de estar un día entero sin verle. Si me dolía estar separada de él, aunque fueran unos cuantos minutos, el día de hoy iba a ser muy duro…

— Toma— le dijo mientras le entregaba un gran tocho de invitaciones— En ellas están puestas todas las indicaciones de cómo hay que ir, cuándo va a ser y dónde.

No me podía creer que las hubiera hecho tan rápido, porque habíamos terminado el diseño la tarde anterior. Pero es que Elena, cuando tiene algo importante que hacer, lo hace deprisa. Excepto los deberes, claro.

— ¿El tema va a ser el infierno?— preguntó Javi, sorprendido.

Nosotras asentimos con la cabeza. Lo habíamos decidido mientras hacíamos las invitaciones, en una pausa que habíamos hecho después de una pelea de almohadas.

— Sí… queríamos hacerla de vampiros y demonios, pero al darnos cuenta de que el tema del infierno daba un abanico más amplio de posibilidades, pues… Cogimos esa idea— dijo Elena. Parecía estar esperando un rechazo de la idea por parte de su novio, pero Javi asintió como si fuera un experto.

— Es un buen tema para una fiesta— dijo, encogiéndose de hombros. Se alejó para empezar a repartir las invitaciones. Elena soltó un suspiro y dijo:

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— ¿Qué mosca le ha picado? A Javi le encanta llevarme la contraria con todo, aunque sepa que tengo razón.

— Quizás esté cambiando y piense que tiene que madurar— la contesté en voz baja mientras me encogía de hombros. Ella me miró con una ceja alzada.

— Sara, no te deprimas porque no haya venido hoy Adrián— me dijo, negando con la cabeza. Suspiré. Pero qué bien me conocía— Él me dijo que hoy os veríais.

— ¿De verdad?— la pregunté, incrédula.

— Si, pero… puso un emoticono muy raro, no sé, como una sonrisa maliciosa… No lo entendí mucho, la verdad— dijo con el ceño fruncido, como si estuviera intentando recordar algo— Bueno, lo que dijo fue que no te preocuparas, que tú le ibas a ver todos los días, viniera o no viniera.

— No lo entiendo— dije, confusa. Elena se echó a reír.

— Ni yo— dijo.

Yo también empecé a reír. Para entonces, la profesora ya había entrado.

La mañana se me hizo eterna. Cuando llegué a casa, solté un suspiro de alivio. Nunca me había alegrado tanto de que se terminara el instituto. Además, me había retorcido la muñeca izquierda y me dolía mucho. Llamé a mamá.

— Anticuario El Objeto Perdido, ¿en qué puedo ayudarle?— recitó papá.

Puse los ojos en blanco. Siempre decían lo mismo. Para variar, podrían mirar el número que llamaba desde el teléfono.

— Papá, soy Sara.

— ¿Qué pasa?— me preguntó, preocupado. Jamás llamaba a la tienda, a no ser que fuera algo importante.

— En el instituto me he retorcido la muñeca y quiero ir al médico por si es algo más grave…— le expliqué, aburrida. Había tenido que explicárselo a todo el mundo, profesores y alumnos— La profesora de Educación Física no ha querido vendármela por si acaso, así que…

— Vale, ahora va tu madre a buscarte…— hubo un rato de silencio, en el cual supuse que la estaba contando a mamá lo que me había pasado— Dice que te cambies de ropa y que comas rápido, que dentro de nada te va a buscar.

— Bueno, lo de ir rápido lo veo difícil teniendo la mano así, pero… lo intentaré— dije, intentando hacer una broma.

Colgué y metí la comida en el microondas. Mientras se calentaba, me puse unos vaqueros y una camisa negra. Fui con más lentitud de la normal, porque, a nada que me rozara la muñeca, me dolía. Esperaba no tenerla rota. No quería ir al cumpleaños con una muñeca escayolada. Y encima tenía suerte, porque me había tocado en la izquierda y soy diestra…

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Con estos pensamientos, terminé de vestirme rápidamente (lo más rápido que pude) y me fui a la cocina para comer. La sopa ya se había calentado y como había estado un rato metida en el microondas, ya no quemaba tanto, por lo que pude comerla más rápidamente.

Mamá llegó justamente cuando di el último sorbo del caldo, así que no se quejó de que yo hubiera terminado tarde. Ella sabía que yo comiendo era muy lenta, así que haber terminado a tiempo suponía un gran avance.

— A ver…— me dijo, sentándose en la silla que había a mi lado. Yo la tendí la mano y ella la observó detenidamente— No creo que te la hayas roto, pero lo más seguro es que te hayas hecho un esguince y tengas que estar unos días con la mano vendada.

Solté un suspiro de resignación. ¿Qué más me podía pasar? Fijo que iba a estar una semana entera con la mano vendada y encima hoy no había visto a Adrián. ¡Qué suerte más mala la mía!

Llegamos al centro de salud en cinco minutos. Mi madre es bastante vaga, por lo que va con el coche a cualquier lado, por muy cerca que esté. Entramos en silencio. Entonces, vi quién estaba esperando a que le atendieran. El deseo regresó a mí con más fuerza que nunca. Llevaba un día entero sin verle, por lo que todo lo que sentía por él regresó a mi mente, a mi cuerpo y a mi alma con más intensidad.

Allí estaba Adrián, al lado de su madre, con cara de estar bastante malo, aunque a mí me seguía pareciendo tan guapo como siempre. Él alzó la cabeza, me miró y me sonrió débilmente.

— Hola— dije, saludándole tímidamente con la mano. Su sonrisa se hizo más pronunciada cuando me senté a su lado. Vale, ahora no tenía mala suerte. Tenía una suerte buenísima. Hasta me alegraba de haberme hecho daño en la muñeca— ¿Qué te pasa?

— La gripe— dijo con voz ronca. Parecía estar bastante mal— ¿Y a ti?

— La muñeca— señalé mi muñeca izquierda con la mano derecha. Por increíble que me pareciera, el dolor me resultaba más pequeño estando él conmigo— En Educación Física hemos jugado al voleibol. — dije como toda explicación, porque supuse que él me entendería con eso.

Se echó a reír, pero enseguida le entró un ataque de tos, así que dejó de hacerlo.

— Es increíble la mala suerte que tienes— me dijo mientras tosía, negando con la cabeza.

— Ya ves…— contesté, encogiéndome de hombros.

Adrián sacó su IPod de la chaqueta y le encendió. Me ofreció un casco y yo le cogí. Era Saratoga: “Necrophagus”. Sin darme cuenta, y envuelta por la música que tanto me gustaba, empecé a cantar. Entonces, oí la risa ahogada de Adrián y me di cuenta de que estaba cantando en voz alta. Me puse colorada y Adrián se rió aún más de mí. Qué vergüenza…

— Sara, ¿estás bien?— me preguntó mamá, fulminándome con la mirada.

Asentí con la cabeza. Parecía que ella estaba más avergonzada que yo. Adrián dejó de reírse, porque, de nuevo, le entró otro ataque de tos.

— ¿Tenemos deberes?— me preguntó con una sonrisa. Me acerqué a su oído.

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— Luego te mando un mensaje— le susurré.

Él asintió con la cabeza, con los labios fruncidos, intentando no reírse para que no le entrara otro ataque de tos. Solté un suspiro. Lo había hecho a posta, estaba segura. Si no, podría habérselo pedido a Elena, o a Javi, o a cualquiera por Messenger cuando llegara a casa.

— No lo he hecho a posta— dijo en un susurro. Le miré, sorprendida.

— ¿Cómo sabes lo que estoy pensando?— le pregunté, de nuevo en voz baja.

Él se encogió de hombros y compuso una sonrisa enigmática. Le miré fijamente, intentando descubrir en sus ojos un destello rojo o unas alas negras en su espalda. Pero no había nada. Solamente estaba Adrián, ese increíble chico de quince años cuyos ojos verdes me volvían loca. Su sonrisa se hizo más amplia. ¿Sería verdad que era un demonio? ¿Podía él leerme el pensamiento? No, eso era una estupidez.

— Adri, nos toca— le dijo su madre, zarandeándole suavemente por el brazo.

Ambos suspiramos a la vez, rompiendo el contacto visual que nos separaba del mundo, decepcionados por el poco tiempo que habíamos pasado juntos. Me habría quedado así, mirándole fijamente a los ojos, durante toda la eternidad. Él apagó su IPod y yo le di el casco que me había dejado.

— Espero que no sea nada— le deseé cuando se levantó. Adrián soltó un suspiro y puso los ojos en blanco.

— Lo mismo digo— contestó, sonriendo y mirando mi muñeca izquierda.

Me reí. Adrián se alejó de mí y entró en la consulta del médico con su madre. El dolor de la muñeca se acentuó, al igual que ese extraño e intenso vacío que solía sentir en mi pecho cuando no estaba.

Estuvimos un buen rato esperando. Me aburría tanto que estuve a punto de sacar el móvil y ponerme a jugar al Snake II. Pero me di cuenta de que estaba mi madre al lado y las ganas de sacar el móvil y quedarme sin él se me pasaron inmediatamente. Que aburrimiento…

Entonces, salió una enfermera de la sala de urgencias, alarmada y algo asustada.

— ¡Doctor, doctor, está convulsionando!— gritó.

Me levanté automáticamente de la silla y entré en la habitación, sin importarme lo que me gritaran mi madre o los médicos. En la camilla estaba Adrián, sin la camiseta, dejando al descubierto su tableta de chocolate. En cualquier otra ocasión, eso habría bastado, por lo menos, para que el deseo volviera a recorrerme las venas. Pero esto era diferente.

Adrián estaba agitándose descontroladamente, como si le estuvieran dando descargas eléctricas. Tenía los ojos en blanco. Inmediatamente, una dolorosa angustia inundó mi pecho.

Me acerqué a él. Le cogí fuertemente de las manos, ignorando el dolor de mi muñeca y que su piel ardiera como si estuviera quemándose. Las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas, y no porque me doliera la mano. ¿Qué le pasaba? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué estaba así

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Adrián? ¿Le podía ayudar en algo? Estaba confusa, muy confusa, y tenía mucho miedo por él.

Entonces, Adrián paró de moverse y cerró los ojos. Durante unos segundos, todo fue silencio, una inmovilidad cargada de tensión. Hasta que él volvió a abrir los ojos, me miró y susurró débilmente:

— Sara…

Entonces, sus ojos volvieron a cerrarse y sus manos se cayeron, flácidas y débiles, separándose de las mías.

No sabía lo que había pasado.

Estaba muy, muy confundida. En cuanto Adrián perdió la consciencia, los médicos me apartaron de un empujón y me mandaron salir de la sala, por mucho que me opuse a abandonar a Adrián. Una enfermera me llevó a otra habitación para mirarme la muñeca. Me puso una venda y me dijo que tenía que estar un par de días así, y que no debía hacer educación física durante una semana. Eso fue lo único que me gustó de todo lo que me dijo.

Mamá y yo salimos del centro de salud. Yo no me quería alejar de Adrián, pero la enfermera me dijo que no tenía por qué quedarme, que le iban a llevar al hospital en cuanto llegara la ambulancia. Así que, derrotada, entré en el coche con mi madre.

— Que sepas que no me ha parecido bien lo que has hecho— me dijo, con un tono de voz desagradable. Sin embargo, no la hice caso y seguí mirando por la ventanilla del coche— No debías de haber entrado en esa sala.

No me preocupaba que me echara una charla monumental sobre la privacidad de la gente. No la iba a hacer caso, pues estaba bastante inmersa en mis pensamientos. Y, sobre todo, estaba muy, muy impresionada.

De todas las cosas que había visto en esa sala, no habían sido las convulsiones de Adrián o cuerpo esbelto lo que me había impresionado. Lo que más me había marcado fue en el momento en que él había abierto los ojos y había pronunciado mi nombre.

Fue cuando abrió los ojos y vi que eran del color rojo de la sangre cuando me di cuenta de que algo no iba bien, de que Adrián no era un chico normal y corriente.

Y fue cuando pronunció mi nombre cuando me di cuenta de la verdad. Cuando me di cuenta de que estaba completa y perdidamente enamorada de él. Y ya no había marcha atrás. No podía quitármele de la cabeza, no podía dejar de pensar en él ni un segundo.

Cuando llegamos a casa, fui derecha a mi habitación, sin detenerme a decirle cómo estaba a mi padre. Sin embargo, no me puse a hacer los deberes, como debía de haber hecho. Me puse a releer “Demonología”, sin fijarme mucho en las cosas, hasta que encontré lo que estaba buscando.

Descripción del demonio

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El demonio tiene la apariencia de un humano normal y corriente. En realidad, el cuerpo humano es solo una máscara, un lugar donde su verdadera esencia debe residir eternamente. Sin embargo, toda esta esencia no cabe en un cuerpo humano, pues es demasiado grande y poderosa. Por esto, ángeles, arcángeles y otros demonios pueden ver los ojos rojos de un demonio y sus alas negras. A pesar de esto, pueden cambiar de forma y estar en el estado “espiritual”, donde hasta los humanos pueden ver cómo son realmente.

Descripción del ángel

Al igual que los demonios, los ángeles y arcángeles se ven obligados a adoptar una forma humana al nacer. Cuando se desarrolla su esencia angélica, se puede ver en ellos (si se es demonio, ángel o arcángel, por supuesto) sus ojos azules y sus alas blancas y brillantes. También pueden transubstanciarse, como los demonios, y en este estado pueden verles con su verdadera forma incluso los humanos.

Guardé el libro con cuidado debajo de mi cama para que no lo vieran mis padres y me fui al cuarto de baño. Con un suspiro de alivio, comprobé que no tenía alas blancas en mi espalda. Sin embargo, al mirarme mejor al espejo, me di cuenta de que mis ojos se parecían más a un azul apagado que al acostumbrado gris de siempre.

* * *

Era un sueño rarísimo, el sueño más raro que he tenido en toda mi vida. Mucho más raro que los otros sueños, en los que también salía él.

Estaba en mi habitación, dormida. Sin embargo, lo veía desde fuera, como si fuera una persona ajena a los hechos. De repente, todo se volvía más oscuro aún y aparecía una figura en la habitación. Se sentaba en la silla del escritorio. Cuando pasaba un rato, podía ver claramente, como si mis ojos se acostumbraran a la oscuridad.

Entonces, me daba cuenta de que la persona que estaba en mi habitación era Adrián, con los ojos rojos y alas negras. Me miraba fijamente, sin quitarme la vista de encima. Estaba allí, sentado, completamente inmóvil. Hasta que yo me despertaba, sobresaltada, y no había nadie. Pero esos sueños me asustaban. Porque, cuando me despertaba, encontraba en mi almohada una rosa roja y una nota que ponía: Astaroth. Siempre era la letra de Adrián.

¿Estaba allí de verdad? ¿Se refería a esto cuando la había dicho a Elena que yo le iba a ver todos los días? ¿Era de verdad un demonio? ¿Estaba él enamorado de mí? No entendía nada.

Lo único que sabía era que las rosas rojas son mis flores favoritas (cosa que solo sabía Elena) y que, al igual que todas las flores de color rojo, significaban amor eterno. ¿Estaba Adrián declarándose de esa manera? ¿Mediante sueños? Cuando pensaba esto, creía que era la única

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explicación que podía dar a esos extraños sueños, pero me decía a mi misma que era una tontería. Adrián no podía entrar por las buenas en mi cuarto y en mis sueños. No podía hacer eso. Era un chico normal.

Pero yo sabía realmente que no lo era. Adrián no era normal. Era de otro mundo. Era… algo. No sabía aún lo que era (tenía mi pequeña teoría sobre los demonios, pero era solo una teoría), pero pensaba averiguarlo. De algún modo.

Durante toda esa semana no apareció por la escuela. ¿Estaba enfermo? ¿O se escondía de mí? En cualquier caso, yo estaba destrozada. Estar sin Adrián era superior a mis fuerzas.

Aunque soñaba todas las noches con él (y estaba segura de que no eran solamente sueños), estar sin su compañía en el instituto era mortal. El dolor que sentía en mi interior cuando estaba lejos de él se había acentuado, y las ganas de verle eran más grandes conforme pasaba el tiempo.

Elena me decía que no me preocupara, que pronto volvería, pero yo no estaba tan segura de ello. ¿Cómo podía explicarla que sabía que Adrián no era simplemente un humano? Elena puede creer en estas cosas, pero sé que, a la hora de la verdad, diría que estaba loca.

Faltaba un día para el cumpleaños. Elena y yo habíamos quedado esa tarde para comprar la comida y la bebida.

— ¿Qué prefieres para beber?— me preguntó Elena mientras comprábamos.

Estábamos en la tienda. Bueno, más bien, Elena estaba en la tienda. Porque yo estaba en la inopia.

— No lo sé…— dije, distraída— Variado.

Compró tres botellas de coca—cola y otras tres de kas de naranja. A ninguno de los invitados les gustaba el kas de limón, ya lo sabíamos por experiencia.

— Las demás bebidas las tengo en casa…— dijo Elena, sonriendo con picardía.

— ¿Sabes dónde guardan tus padres las botellas?— la pregunté, sorprendida. Ella asintió con superioridad.

— Pues claro— dijo ella, encogiéndose de hombros— Siempre que ellos se van de viaje yo hago expedición por la casa… Supongo que a ti no te sucederá eso.

— No, así de santos son— la contesté, poniendo los ojos en blanco.

Mis padres no bebían. No tenían ni botellas para utilizar el alcohol en la comida. Tampoco fumaban. Ni me dejaban hacer deportes de riesgo o cosas que fueran contra la Iglesia, como lo de tener novio. Lo cual ahora suponía un problema. No eran como los demás padres.

Tampoco es que quisiera que fumaran y se emborracharan cada dos por tres, pero me parecía tan raro que no hubiera nada de alcohol (ni siquiera del de curar las heridas) en toda la casa…

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— ¿Qué más compramos?— me preguntó. Solté un suspiro.

— ¿Pizzas? ¿Pan Bimbo?— la pregunté. Ella me miró con el ceño fruncido, algo extrañada.

— ¿Pan Bimbo?— repitió. Yo me encogí de hombros.

— Para hacer bocadillos— contesté. Ella negó con la cabeza.

— No creo que a la gente le entusiasme lo de comer bocadillos…— dijo ella, pensativa. Asentí con la cabeza, dándola la razón. Había sido una idea peregrina— Pero lo de las pizzas me parece bien… ¿compramos dos de cada?

Cuando terminamos de comprar las cosas, fuimos al centro del pueblo. Allí había una tienda que vendían muchísimas cosas para las fiestas: cotillones, confeti, guirnaldas… Era la mejor tienda del pueblo y la más rentable, quizás porque todos éramos unos fiesteros.

Allí compramos decoración de Halloween, que como ya no era la época de Halloween, pues estaba rebajada. También compramos cosas de la Nochevieja del año pasado que no se habían vendido (serpentinas, cañones de confeti, botes de espuma…). Cuando llegamos a la casa de Elena, teníamos la impresión de que iba a ser la fiesta del siglo.

Solo nos faltaba una cosa: nuestros disfraces. No podíamos asistir a nuestra propia fiesta sin disfraz. Así que nos fuimos a la tienda de disfraces que estaba a las afueras del pueblo. Por suerte, la madre de Elena trabajaba en esa tienda, así que ella nos iba a rebajar el disfraz. Para eso era el cumpleaños de su hija. Y para eso era yo la mejor amiga de su hija.

Creo que daría cualquier cosa por cambiarme de padres y hacerme hermana de Elena. Mis padres nunca hubieran permitido que diera una fiesta en mi casa (con chicos) sin estar ellos. Bueno, tampoco me hubieran dejado aunque estuvieran.

— Bueno, ¿y de qué vais a ir disfrazadas?— nos preguntó cuando llegamos. Elena compuso una sonrisa feroz.

— Vampira— dijo ella.

Sonreí. Me lo imaginaba. Elena, siempre con sus vampiros. Aunque yo no era la más indicada para hablar, ya que siempre estaba con mis demonios... Pero eso era algo que a Elena no la había contado. Tal y como me había sucedido con los sueños, sentía que no la podía contarle mis teorías sobre los demonios. Algo en mi interior me decía que, por el bien de Adrián, y por el mío también, debía callarme esas cosas.

— Vale, de vampira…— dijo su madre, asintiendo con la cabeza, hablando consigo misma más que con nosotras.

Desapareció en el almacén de la tienda y regresó con un traje negro, súper ceñido, largo y con mangas semitransparentes. Era precioso. Elena lo cogió, boquiabierta y lo apretó contra sí misma.

— ¿Dónde has estado todo este tiempo?— le susurró al vestido. Su madre y yo empezamos a reírnos.

— Aquí están las botas— dijo, sacando de debajo del mostrador unas botas altas negras, con un

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tacón impresionante. Elena abrió aún más la boca. A ese paso le iban a entrar moscas— Supongo que querrás probártelo.

Elena asintió con la cabeza y pasó al probador. Cuando salió, no parecía ella.

— El efecto quedaría mejor si fueras más blanquita…— Elena lanzó a su madre una mirada asesina y ella rectificó— Pero, de todas formas, estás muy guapa— se dio la vuelta y me miró— ¿Y tú de qué quieres disfrazarte?

— Emmm… ¿qué opciones tengo?— pregunté a Elena. Todavía no me había decidido. Estaba entre una cosa u otra.

— Vampiro, demonio, mujer lobo…

— ¿De Shakira?— la pregunté, intentando hacer una broma.

— Idiota…— dijo ella, negando con la cabeza. Nos reímos un rato. Entonces, supe de qué me quería disfrazar. De qué me tenía que disfrazar.

— Creo que ya lo tengo…— murmuré. Elena y su madre me miraron, esperando a que continuara. Sonreí ampliamente antes de contestar— Demonio.

Elena y su madre me miraron, también sonriendo. Había pensado, de forma inconsciente, en disfrazarme de ángel, pero... ¿quién se disfraza de ángel para una fiesta cuyo tema es el Infierno?

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Capítulo 7La fiesta

Por fin llegó el sábado. Me quedé a comer en la casa de Elena para prepararlo todo. Decoramos la casa entera. Yo me iba a quedar a dormir en su casa, así no tendría que explicarles a mis padres por qué llegaba a las seis de la mañana, que era cuando teníamos planeado que terminara la fiesta. Cuando terminamos de decorarlo todo (a eso de las ocho, ocho y cuarto) estuvimos descansando un rato. Como Elena tiene dos ordenadores, yo me cogí su portátil y ella estuvo en el de mesa.

Al ver quién estaba conectado, el corazón me dio un vuelco y empecé a sonreír como una idiota. Pero, sobre todo, me alivié. Pensaba que no volvería a saber nada sobre él, que le había pasado algo… Pero no. Estaba allí, conectado. Y me acababa de hablar.

+adri+ no pronuncias mi nombre aunque bien sabes quién soy dice:

—Hooola :3 ¿Qué tal?

(8)Saritah(8) vampira, ¡¡¡¡la mejor fiesta del siglo!!!! tQm* ¡¡Qué ganas de sabaditooo!! dice:

—Bien… xDD ¿Qué tal estás?

+adri+ no pronuncias mi nombre aunque bien sabes quién soy dice:

—Pues bien… ¿estabas preocupada? xDD

(8)Saritah(8) vampira, ¡¡¡¡la mejor fiesta del siglo!!!! tQm* ¡¡Qué ganas de sabaditooo!! dice:

—Bastante, me diste un buen susto :SS

(8)Saritah(8) vampira, ¡¡¡¡la mejor fiesta del siglo!!!! tQm* ¡¡Qué ganas de sabaditooo!! dice:

—¿¿Vas a venir a la fiesta??

+adri+ no pronuncias mi nombre aunque bien sabes quién soy dice:

—¡¡Claro!! No me la perdería por nada…

+adri+ no pronuncias mi nombre aunque bien sabes quién soy se desconectó.

— Elena, Adrián dice que sí que viene a la fiesta— la dije, ilusionada y con una amplia sonrisa de idiota.

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Ahora tenía la oportunidad de preguntarle unas cuantas cosas acerca de su persona… y lo que no era tan persona.

— Ya… me ha preguntado que si podía traer un invitado…— me dijo Elena, algo sorprendida— Yo le he dicho que sí, que no había ningún problema. Pero me ha parecido bastante raro.

— Ah… ¿Cuándo vienen la gente?— la pregunté. Ella miró al reloj.

— Son las nueve y media, así que… dentro de una hora y media, a las once.

— Vale… ¿nos vamos preparando?— dije, desconectándome del Messenger y del Tuenti. Elena asintió y las dos subimos a su cuarto.

— ¿Yo primero?— me preguntó Elena.

Me encogí de hombros, porque me daba lo mismo. La ayudé a prepararse.

Terminamos a eso de las diez y cuarto. Para entonces, Elena ya tenía puesto su vestido y sus botas negras, la había mordido un vampiro (la había dibujado en el cuello unas marcas que parecían una mordedura), había bebido bastante sangre (había mordido una pastilla de sangre y se había pintado los labios de rojo), tenía ojeras (se las había pintado con la sombra de ojos) y sus ojos eran de color rojo (se había puesto lentillas de ese color). Parecería un vampiro… excepto por el hecho de que el rojo de las lentillas no combinaba muy bien con el verde de sus ojos.

— Bueno, te toca…— me dijo.

Yo asentí y abrí mi mochila. Saqué un vestido antiguo que había encontrado en el desván de mi casa. Era un vestido de luto, de seda negra, con puntilla de encaje. Era sin mangas, me llegaba por encima de las rodillas y… estaba bastante pasado de moda. Pero los demonios tienen miles de años (al menos algunos), así que no era tan raro que fuera un vestido tan viejo… De todos modos, era muy bonito. Elena se quedó boquiabierta cuando lo vio.

— Es precioso…— musitó.

— Lo sé… era de mi abuela— dije, sonriendo. Sabía que la iba a gustar. Luego saqué las medias y los guantes negros de red que me llegaban hasta los codos— ¿Guardaste las alas negras?— la pregunté.

Ella asintió y se fue a rebuscar por su armario. Sacó unas alas negras enormes que yo había comprado en la tienda de disfraces. Saqué de la mochila los zapatos de tacón negros. Sin embargo, sentía que al disfraz le faltaba algo…

— A Adrián le va a encantar este disfraz— me dijo Elena, mirándonos a mí y al disfraz alternativamente a la vez que arqueaba las cejas de forma significativa. Entonces, supe qué era lo que le faltaba al disfraz.

— Oyes, ¿tienes más lentillas rojas?— la pregunté. Ella se quedó un rato en silencio, pensativa.

— No lo sé… Ahora vengo— dijo.

Salió de la habitación, supongo que al cuarto de baño para mirar si tenía más lentillas. En lo

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que Elena estaba fuera de la habitación, yo aproveché para empezar a cambiarme. Me puse las medias de red y empecé a ponerme el vestido. Cuando ya le tenía puesto, entró Elena. Se quedó boquiabierta cuando le vio.

— ¡¡Te queda de maravilla!!— exclamó, sorprendida. Me encogí de hombros.

— Necesito una ayudita…— dije, dándome la vuelta para que me subiera la cremallera de la espalda.

Ella me la subió y me dio una cajita con dos círculos. Eran las lentillas.

— Tienes suerte, es el último par que me quedan…— dijo, sentándose en la cama.

Cogió los guantes de red y se puso a examinarlos. Dejé las lentillas en la mesilla y la arrebaté los guantes, dándola con ellos en la cabeza. Ella se empezó a reír. Yo sonreí mientras me ponía los guantes. Cuando terminé de vestirme, Elena empezó a maquillarme. Básicamente, era el mismo maquillaje que el suyo: sombra de ojos negra, rímel negro, eyeliner negro, pintauñas negro y pintalabios rojo.

— ¿Cómo nos peinamos?— me preguntó mientras me ponía las lentillas. Me encogí de hombros. Cuando terminé, solté un suspiro y la miré. Ella sonrió, encantada. Íbamos a estar espectaculares.

— No sé… tú podrías hacerte un moño desenfadado de esos que hace tanto tiempo que no te haces y yo me podría alisar el pelo, ¿no?— la pregunté.

Elena asintió. Miré el reloj, preocupada. Eran las once menos cuarto. Teníamos menos de un cuarto de hora para peinarnos. Elena miró el reloj y sonrió despreocupadamente.

— No te preocupes por la hora— me dijo, sonriente. Solté un suspiro— Yo me hago el moño en nada y tu pelo se plancha rápidamente. Además, tengo unas planchas nuevas que son buenísimas. No vamos a tardar nada.

Tardamos unos diez minutos en terminar de peinarnos. Cuando mi pelo estuvo totalmente liso, bajamos corriendo al salón para poner la música. Ya solo faltaba que llegaran los invitados.

Llegaron las once, y con ellas el primer invitado. Fue a abrir Elena. Era Javi, lo cual no nos pareció extraño para nada. Ya nos había dicho que pensaba ser el primero en llegar a la fiesta. Escuché, después de un largo silencio, cómo felicitaba a Elena. Después, entraron en el salón, donde yo les estaba esperando.

— Chicas, os ha quedado genial— dijo mientras miraba a su alrededor. No parecía el salón de la casa de Elena… más bien, parecía el escenario de una peli de terror— Estáis guapísimas… ¿Dónde dejo el regalo?

Elena me miró, interrogante. Eso era algo en lo que no habíamos pensado.

— Déjale en la cocina, cuando lleguen las dos de la mañana les traemos aquí y punto— dije rápidamente. Javi asintió y se fue a la cocina.

El timbre sonó de nuevo, y Elena fue a abrir la puerta. Mientras tanto, yo empecé a subir la música y me serví un cubata.

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Conforme el tiempo iba pasando, iba llegando más gente a la fiesta y el ambiente se iba animando cada vez más. Pero yo estaba más bien desanimada. No había ni rastro de Adrián. ¿Dónde se había metido?

Elena y Javi estaban bailando en el centro del salón, que se había convertido en una especie de pista de baile improvisada. Me hicieron una seña para que me acercara a ellos. Por una noche, intentaría olvidarme de que existía una “persona” llamada Adrián. Aunque dudaba de que lo consiguiera. Así que me acerqué a ellos y me puse a bailar, intentando pasármelo bien.

Entonces, el reloj del salón de Elena dio las doce. La gente soltó un grito de alegría y desenfreno (en una fiesta relacionada con el infierno, era normal que a la gente le entusiasmara que fuera medianoche). La canción cambió y de repente un escalofrío que me recorrió la columna vertebral me avisó de que había llegado.

Adrián estaba en la fiesta.

Sonaba Diabulus in Música. Miré a mi derecha y allí estaba él. Sus alas negras se alzaron y sus ojos rojos brillaron cuando le miré. No era ningún disfraz, lo sabía. Pero yo no podía fijarme en lo guapo que estaba o en que mis sospechas sobre que era un demonio eran ciertas. Solo podía fijarme en ella.

Una tipa bailaba a su lado, moviendo exageradamente las caderas y sonriéndole de vez en cuando con picardía.

Un ardor empezó a quemarme en el pecho. Y lo único que quería era que esa tipa se fuera derechita al infierno. Pero… hablando del infierno. La tipa que bailaba a su lado también tenía alas negras y ojos rojos. ¿Ella también era un demonio? ¿La había traído Adrián? ¿La prefería a ella? Los ojos empezaron a escocerme, y no creo que fuera porque me molestaran las lentillas, que también.

Alguien me dio unos toquecitos en el hombro y yo me volví, asustada. Ante mis ojos tenía un chico moreno, de ojos marrones y una sonrisa resplandeciente. Iba disfrazado de vampiro.

— ¿Sara? ¿Sara Muñoz?— me preguntó, incrédulo. Abrí la boca, sorprendida.

— ¿Marcos?— le pregunté. No me lo podía creer. Le di un abrazo y dos besos. No me lo podía creer— ¿Cómo es que estás tú aquí?

— ¡He vuelto!— dijo él, entusiasmado— Mis padres terminaron por ponerse de acuerdo y decidieron que lo mejor era que me quedara aquí, con mi madre. Elena se enteró y me invitó a su cumpleaños…— me cogió de la mano y me hizo dar una vuelta sobre mí misma, mirándome con atención. Este gesto me puso algo nerviosa. Cuando volví a mi posición inicial, Marc me miró a los ojos fijamente— Estás muy cambiada.

Marcos era el chico por el que había estado colada desde siempre… hasta que llegó Adrián. Sus padres se separaron el año pasado y él se había ido a vivir con su padre cuando las cosas empezaban a ir más o menos bien entre nosotros. Marcos nunca me había hecho caso hasta ese año… y, entonces, se fue.

Pero ahora había vuelto. Y una gran idea apareció en mi mente: ya que Adrián me estaba dando

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celos con esa chica, yo le iba a dar celos con Marcos. Ojo por ojo… celos por celos.

— ¡¡Marc, has venido!!— dijo Elena mientras le daba un abrazo. Javi le estrechó la mano cuando se puso al lado de Elena— Pensé que al final no vendrías. ¿Qué te parece la fiesta?

— Está… genial— contestó Marcos, soltando un suspiro de admiración. Elena y yo sonreímos con suficiencia. Después de todo, nos había quedado bastante bien— Debéis de haber trabajado mucho para lograr que quede así.

— Tampoco ha sido mucho…— dijo Elena, quitándole importancia al asunto, a pesar de que Marcos tenía razón— Lo malo va a ser limpiarlo después…

Nos empezamos a reír, aunque no hacía mucha gracia. Íbamos a tardar siglos en terminar de limpiarlo todo. Seguimos bailando a lo loco, yo intentando acercarme lo máximo posible a Marcos para darle celos a Adrián. De vez en cuando le miraba y veía que apenas bailaba, que nos miraba a Marcos y a mí. Bueno, en realidad, traspasaba a Marcos con la mirada. Una mirada amenazante cargada de odio. Sonreí, satisfecha, y seguí bailando, intentando aguantarme la risa.

El reloj del salón de Elena dio la una de la mañana, y la mayoría de los invitados ya estaban borrachos. Yo solo había bebido dos vasos de vodka con coca—cola, por lo que no estaba borracha. Aún.

Seguía bailando con Marcos, y me lo estaba pasando en grande, dándole celos a Adrián, aunque tampoco estaba muy segura de conseguirlo. Entonces, hizo algo que no me esperaba que hiciera.

— Hola— dijo Adrián cuando se acercó a nosotros.

Con él vino la tipa esa que nadie sabía quién era y que se le pegaba como si fuera una lapa. Les miré, sorprendida. Yo nunca me hubiera atrevido a acercarme a ellos. Bueno, sería algo normal en demonios, lo de atreverse a hacer cosas que a los demás les parecen locuras.

— Hola— dije en un susurro bajo.

Estaba avergonzada, porque sentía que había defraudado a Adrián. Me sentía como si le hubiera puesto los cuernos y me hubiera pillado con las manos en la masa, aunque, en parte, era por su culpa. Y, si por poner los cuernos se entendía bailar con otra persona, él me les había puesto antes.

— Hola… me llamo Marcos— le dijo Marc, tendiéndole la mano. Adrián se la estrechó, como si fueran amigos de toda la vida, y yo me quedé boquiabierta. Aunque vi en sus caras un reflejo de odio mutuo. La chica que iba con Adrián me traspasaba con la mirada, evaluándome— Soy un amigo de la infancia de Elena… y de Sara— concluyó, mirándome de reojo. Yo solté una risita y Adrián me fulminó con la mirada. Me había reído en mal momento. Las cosas estaban muy tensas, aunque no lo pareciera— ¿Eres un amigo de Elena? No te conozco.

— Soy Adrián, me mudé aquí hará unas… dos o tres semanas— contestó— Y esta es Dejanira.

Sonreía, y no me gustaba esa sonrisa. Era como la sonrisa de un tiburón, de alguien que está buscando una presa. No me gustaba nada. No era la sonrisa de Adrián, esa sonrisa que me volvía loca y hacía que mi cuerpo y mi mente se revolucionaran. Era la sonrisa del demonio.

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— Hola— dijo Dejanira. Su voz era muy atrayente, era guapísima… y estaba segura de que era un demonio, al igual que Adrián. Me miró fijamente y sonrió. Esa sonrisa tampoco me gustaba. Era igual que la de Adrián— Tú debes de ser Sara… ¿no?

— Sí— dije secamente, aunque algo sorprendida porque supiera quién era— ¿Cómo lo sabes?— la pregunté sin poder evitarlo.

— Adrián, Javier, Marta, Lucía… todos hablan de ti— dijo ella, sonriente. A pesar de todo, seguía teniendo la pequeña esperanza de que le gustara a Adrián… aunque le había visto bailar con Dejanira— Debes de ser muy famosa o algo así, ¿no?

— Pues no, la verdad— dije, enfadándome.

Estaba empezándome a cansar de la presencia de Dejanira. Me ponía enferma. Reprimí como pude las ganas que tenía de pegarla un puñetazo.

— Bueno, Adri, ¿vamos a beber algo?— le preguntó Dejanira a Adrián mientras le acariciaba el cuello.

Él asintió, sonriendo, y se fueron a la mesa donde habíamos colocado la comida y la bebida. Solté un suspiro y negué con la cabeza.

— Ese chico te gusta, ¿verdad?— me preguntó Marcos, sonriendo amistosamente. Yo negué con la cabeza. No quería que se hiciera público que me tiraba a por un demonio que se liaba con una mujer demonio. Aunque eso solo lo sabía yo… y Dejanira, que también lo era— Am… mira, ya va a abrir los regalos— dijo, intentando cambiar de tema.

Yo me giré y vi que todos hacían un corro alrededor de Elena y un montón de regalos. Alguien empezó a hacer fotos mientras ella abría los regalos. Estaba deseando que llegara el mío.

Cuando Elena abrió mi regalo, se quedó boquiabierta y me miró, sorprendida. Sonreí. Sabía que la iba a gustar. Era un manual de peluquería y estética, y ella siempre había tenido muy claro qué quería ser de mayor. Peluquera. Elena se acercó a mí y me abrazó.

— Muchísimas gracias— me susurró al oído.

— Gracias a ti— la contesté.

Elena se separó de mí, sonriendo con entusiasmo y se fue a abrir más regalos.

Cuando terminó de abrir todos los regalos, Elena y Javi se fueron a dejarles en la cocina. No queríamos que estorbaran. Lo fiesta siguió tal y cómo la habíamos previsto, y la gente se lo estaba pasando genial. Hasta que…

No sé por qué, pero a Elena se la había ocurrido poner en el disco canciones lentas. Quizás porque había imaginado que necesitaría bailar muy pegadita a Adrián. Pero las cosas no habían salido como ella esperaba. Así que salió una de ellas: “Everytime we touch”, de Cascada, la versión lenta.

Marcos me cogió la mano y me acercó hacia él. Hasta que conocí a Adrián, siempre había soñado con ese momento, con bailar con él, con que estuviéramos abrazados. Pero ya no. Ahora, solo

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quería pasar un rato con él, porque hacía mucho tiempo que no le veía y le había echado mucho de menos. Porque éramos amigos.

— Sé que, cuando me dijiste que me querías, te traté al principio muy mal. Era porque no lo entendía, no sabía por qué pasaba todo esto… y porque estaba confundido— me dijo. Asentí con la cabeza. ¿Por qué tenía que sacar ese tema ahora? Una terrible sospecha empezó a crecer en mi interior… y deseé que lo que me decía esa sospecha fuera mentira, porque lo complicaría todo— Lo siento muchísimo, porque no tenía derecho a hacerte daño, y ahora…

— ¿Ahora qué?— le pregunté, sorprendida.

No me podía creer que esto estuviera pasando. Dejamos de bailar y nos miramos a los ojos. Marcos sonrió.

— Ahora veo que te he tratado fatal y que no te lo merecías— dijo él, encogiéndose de hombros.

— ¿Y te das cuenta ahora?— le pregunté, sonriendo. Esperaba que se lo tomara a broma.

— Sí— dijo Marc con un suspiro. Parecía bastante abatido— Me doy cuenta ahora que todo está al revés. Me doy cuenta ahora porque ahora soy yo el que está enamorado de ti.

Le miré, boquiabierta. Me estaba tomando el pelo. Lo estaba diciendo de coña, seguro. Pero, si lo estaba diciendo de coña… ¿por qué veía amor en sus ojos cada vez que me miraba?

— Marc, ¿lo dices en serio?— le pregunté, con la voz entrecortada.

— Por supuesto— dijo él, sonriendo, ajeno a mis pensamientos— Jamás habría bromeado con una cosa así. Además, me gustaría pedirte que…— soltó un suspiro y me miró con una sonrisa de decisión— Que salieras conmigo. Nada me haría tan feliz en este mundo… aparte de que también me perdones, claro.

Abrí la boca para decirle que lo sentía, que le había perdonado hacía ya mucho tiempo, pero que yo ya no estaba enamorada de él, que me encantaría seguir siendo su amiga, pero que mi corazón ya no latía por él… pero alguien adelantó mi respuesta de una forma más brusca.

— No va a salir contigo a ninguna parte— dijo Adrián con voz fría y seria.

Me di cuenta de que había aparecido detrás de mí, de repente, sin que nadie le hubiera visto. No había ni rastro de Dejanira. Supuse que se había ido a por más bebidas, o algo así. Debían de haber bebido más que cualquier otro de los invitados. Y, sin embargo, Adrián no parecería para nada estar borracho.

— ¿Y lo dices tú?— contestó Marcos de forma defensiva y arrogante— ¿El que se le cae la baba por la tipa esa?

Nunca le había oído hablar así, con tanto odio y tanta repulsión. No me gustaba que le hablara así a Adrián. Sabía que tenía todo el derecho del mundo a contestarle de esa manera, pero... no, no me gustaba que le tratara así. Aunque, de todas formas, se lo merecía, por haber traído a Dejanira a la fiesta.

— Primero: se llama Dejanira— respondió Adrián. Me fijé en que sus alas negras estaban alzadas

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con rabia y en que sus ojos rojos brillaban con odio. Parecía un auténtico demonio… bueno, la verdad era que lo era, no que lo parecía— Segundo: no se me cae la baba por ella porque es mi prima— abrí la boca desmesuradamente. ¿Su prima? ¿No se le ocurría ninguna otra excusa mejor? Pero, si recordaba bien, tenían el mismo color de pelo y la misma forma de la cara. Así que podría tener razón— Y sí, lo digo yo. Porque estoy seguro de que Sara no quiere salir contigo.

— Bueno, si tan seguro estás de que Sara no quiere salir conmigo… ¿por qué no se lo preguntas a ella?

De repente, sentí las miradas de todos los invitados de la fiesta encima de mí. Empecé a hiperventilar, nerviosa. ¿Qué iba a decir ahora? No quería dejar en ridículo a ninguno de los dos, pero tampoco quería que ninguno de los dos se sintiera más importante… ¿Qué podía hacer? Me habían puesto entre el chico que me gustaba y el chico del que estaba enamorada. ¿Qué iba a hacer ahora?

— Venga, Sara, responde— me ordenó Adrián con voz autoritaria. No me gustó para nada ese tono de voz— Dile de una vez a este imbécil la verdad.

— Sara, por favor, responde de una vez— me pidió Marcos con voz suplicante. Miré a ambos alternativamente, y me di cuenta de que los ojos de los dos llameaban (en el caso de Adrián, más todavía) con furia— Sabes que no vale la pena malgastar el tiempo con este tipo.

No lo aguantaba. No aguantaba que me mandaran ni que me pusieran órdenes ni que me exigieran. Y ellos deberían de haberlo sabido mejor que nadie.

— ¡DÉJADME EN PAZ!— les grité, harta de esa situación.

Tenía que asimilar tantas cosas, necesitaba tanto estar sola… Empecé a andar hacia la puerta del salón que daba al jardín trasero de la casa de Elena. Alguien apoyó su mano en mi hombro, reteniéndome en el salón, y yo me di la vuelta, echa una furia y dispuesta a volver a gritar a quién quiera que me estuviera deteniendo. Era Marcos.

— Sara, por favor…

— ¡¡¡HE DICHO QUE ME DEJÉIS EN PAZ!!!— volví a gritar, corriendo hacia el patio de atrás.

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Capítulo 8Confesiones

Curiosamente, esa era la parte de la casa de Elena que más me gustaba. Así que no me extrañaba haber acabado allí.

El patio era tan grande como la casa entera. Estaba lleno de flores, tenía un manzano enorme en el que Elena y yo habíamos construido un columpio cuando éramos pequeñas y un estanque precioso en el que nos bañábamos en verano cuando no teníamos ganas de ir a la piscina municipal. Había un banco al lado del manzano en el que siempre nos gustaba sentarnos a Elena y a mí cuando teníamos que hablar de nuestras cosas. Pero hoy no quería sentarme allí. Prefería sentarme en la hierba, meter los pies en el agua fría del estanque para intentar pensar con claridad, para relajarme. El frío me aclaraba las ideas.

Primero estaba el hecho de que Adrián era un demonio, un ser que robaba a los humanos su alma y que disfrutaba haciendo el mal. Y si yo sabía que él era un demonio solo podía significar dos cosas: o también era un demonio o era un ángel, como en el sueño. Por muy ridículo que me sonara, era la verdad.

También estaba el hecho de que ahora Marcos estaba enamorado de mí, lo cual no sabía si era un problema o algo bueno. Porque, aunque sabía que estaba locamente enamorada de Adrián, no sabía con toda certeza si me había dejado de gustar Marcos.

Y allí estaba lo peor de todo: estaba enamorada de un demonio, lo cual era un problema. Porque a mí no me importaba que Adrián estuviera hecho de esencia maligna y tal. Yo sabía que en su interior había lugar para el amor, para la amistad, para la bondad. O, al menos, eso era lo que quería creer. Pero… ¿y si no era así? ¿Y si Adrián estaba hecho… de maldad? ¿Y si lo único que estaba haciendo era jugar conmigo? Con solo pensar eso, una sensación de ahogo me inundó el pecho.

Miré al estanque y me vi reflejada en él. La verdad era que no me parecía a un demonio absolutamente en nada. Me quité las lentillas (esperaba que a Elena no la importara, ya que ella no las iba a usar) y las alas. Ese disfraz no tenía nada de parecido a un demonio. Era una especie de imitación malucha.

De repente, un escalofrío me advirtió de que Adrián estaba allí, detrás de mí. Pero no me di la vuelta para comprobarlo. No tenía ganas de hablar con nadie, y menos con él. Solo quería intentar pensar con claridad.

— Sí, es una imitación bastante mala— dijo él.

Por el tono de su voz, habría apostado que estaba sonriendo. No pude aguantarlo más y me giré para mirarle.

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Allí estaba, sonriéndome, tal y como yo había pensado. Sus alas estaban alzadas y sus ojos rojos brillaban, divertidos. Me pregunté qué se le estaría pasando por la cabeza en esos momentos.

— ¿No te había dicho que no quería que me molestaras?— le pregunté, intentando no demostrar lo mucho que quería y necesitaba su compañía.

La sonrisa de Adrián se hizo más amplia. Esto empezaba a preocuparme. ¿Podría leerme Adrián el pensamiento? No, eso era una soberana tontería.

— Sí, pero ya sabes que no suelo hacer mucho caso a lo que me dicen— dijo él, encogiéndose de hombros mientras se sentaba a mi lado— ¿No está el agua congelada?— me preguntó mientras señalaba a mis pies. Yo negué con la cabeza.

— El frío me ayuda a pensar— contesté entre dientes.

En esos momentos, lo único que no tenía era frío, cosa que no me ayudaba en absoluto.

— No siempre tienes por qué sentir frío— me susurró él, cogiéndome de la mano.

Negué con la cabeza e intenté liberar mi mano, pero él apretó mi muñeca con más fuerza. Una oleada de calor inundó mi cuerpo. Cerré los ojos durante un momento, envuelta por esa intensa sensación, y solté un suspiro. Después, volví a abrirles, algo enfadada conmigo misma por ser tan débil... por no saber cómo resistirme a él.

— ¿Qué es lo que quieres?— le pregunté, intentando ser sarcástica. Me giré y vi que seguía sonriendo. Ya le quitaría yo la sonrisa. Odiaba sentirme así, tan insegura, tan indefensa. Y por eso mismo le iba a dar un poco de mi propia enfermedad. No soportaba ser la única que sufría en este embrollo, así que él también iba a sufrir… al menos en parte. Era algo muy cruel desear que él también sufriera, pero él estaba haciendo lo mismo conmigo— ¿Quitarme el alma?

La sonrisa de Adrián se borró de inmediato de su cara y me soltó la mano. Por lo menos ahora el calor era menos intenso, a pesar de que seguía estando allí.

— Jamás haría tal cosa— dijo con voz seria. Nunca le había oído hablar así, tan… serio, sin sonrisa ni nada— Seré un demonio, pero nunca te haría daño. Eres la cosa más importante que hay en mi vida. Y, antes que demonio, soy una persona.

— Si tú lo dices…— comenté, confundida.

¿Qué me estaba queriendo decir? ¿A qué se refería con lo de que era “la cosa más importante de su vida”? Una oleada de calor volvió a llenar mi cuerpo, pero mi mente y mi corazón se negaron en banda a aceptar que me quería.

— Si algo te pasara, yo me moriría— dijo él, volviéndome a coger la mano. Un escalofrío me recorrió el cuerpo— Nunca había sentido esto por una persona. Cuando soñé contigo…

— ¿Soñaste conmigo?— le pregunté, sorprendida. Al final, todas mis pesquisas iban a resultar ciertas.

Entonces, me percaté de que, a pesar de que habíamos empezado discutiendo, ahora parecía que nos estábamos… ¿declarando? Ese pensamiento hizo que me pusiera nerviosa.

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— Sí— dijo Adrián, sonriendo— El día en que empecé el instituto. Estaba en el jardín del insti en el que pasamos todos los recreos. Entonces, apareciste tú… con alas blancas y los ojos azules— volví a estremecerme. Todo este asunto era muy raro. ¿Habíamos soñado el uno con el otro a la vez, el mismo sueño? ¿Estábamos destinados a estar juntos? Pero, ¿qué significado tenía todo esto? No entendía nada— Te acercaste a mí y nos abrazamos. Entonces, miré nuestro reflejo en el agua de la fuente y vi que yo tenía alas negras y ojos rojos. Y, en el momento en el que te iba a decir lo mucho que te quería, me desperté— asentí con la cabeza, dándole a entender que yo había soñado lo mismo— Yo ya sabía que iba a ser un demonio, pero no esperaba que fuera a soñar con que me enamoraba de un ángel. Supuse que sería un sueño cualquiera, algo raro, pero sin importancia, así que lo dejé pasar. Pero llegué a clase, te vi y… sentí en mi interior cosas que jamás había sentido. Me sentía… completo. Y apenas te conocía. Pero eso no era lo único que sentía por ti. También… te deseaba. Deseaba besarte, tocarte… y todavía lo deseo.

— Yo… supongo que sabrás lo que siento— dije, mirándole a los ojos. No servía de nada negarlo, porque lo sabía de sobra. En sus ojos veía deseo, como casi siempre y… ¿amor? No, me negaba a creer lo que mis ojos me estaban enseñando— Aparte de la curiosidad que tengo dentro de mí, claro.

— ¿Por qué sientes curiosidad?— me preguntó, sorprendido. Desde luego, esa era una reacción que no me esperaba— Te dejé el libro de Astaroth para que lo supieras todo sobre mí.

— Pero no lo sé todo sobre ti…— dije, sonriendo. Luego, me di cuenta de una cosa y le miré con el ceño fruncido, algo confusa— ¿El libro de Astaroth? Creía que era una leyenda.

— Exacto— dijo, también sonriendo— Creías. Soy descendiente de Astaroth… por eso firmo con su nombre y tengo su libro.

— Ves, eso era una cosa que el libro no me ha enseñado sobre ti— le repliqué, señalándole con el dedo, aunque un poco sorprendida por su revelación. Nos echamos a reír— Quiero saber una cosa.

— Pregúntame lo que quieras— me dijo, sonriendo con amabilidad.

Creía que se iba a negar en banda. Solté un suspiro. No sabía cómo preguntárselo sin que pareciera una estupidez de tomo y lomo.

— Tú…— respiré hondo— ¿Has manipulado mis sueños?— le pregunté.

Adrián se echó a reír. Debía de haber sido una pregunta muy estúpida. Pero entonces él asintió. No me podía creer lo que había hecho. Las palabras (y no solo palabras, también algunos insultos) se me quedaron atascadas en la boca. Era impensable que hubiera hecho algo así.

— No podías verme hasta la fiesta, no era seguro— confesó— Yo sabía que tú ya sabías lo que era… pero tenía que buscar un lugar seguro donde pudieras hablar conmigo sobre ello. No soporto estar ni un minuto sin ti, así que me pareció que lo mejor era que me vieras en sueños… para poder verte yo también. Así que me transubstancié, me materialicé en tu habitación y me colé en tus sueños. Lo que quería era que supieras quién era, que a pesar de todo, quería estar contigo…

Me acarició el hombro y yo me estremecí. Ahora necesitaba encontrar respuestas a todas las

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preguntas que tenía en la mente, no morrearme con él… bueno, eso también lo necesitaba. Pero era más urgente lo otro.

— ¿Por eso me dejabas rosas rojas en la almohada?— le pregunté, intentando atar cabos. Él asintió.

— Las rosas rojas significan amor eterno— comentó en un susurro.

Intenté pensar con claridad y no dejar que mis esperanzas empezaran a hacerse fuertes. No podía creerle, no debía creerle. Solté un suspiro, intentando buscar otra pregunta.

— ¿De quién eran los ojos que dibujaste en el libro?

— Ah, esa es muy fácil— dijo, sonriendo con ternura. Me agarró por el mentón para que mis ojos pudieran a estar a la misma altura que los suyos. Nunca imaginé que un demonio pudiera sonreír de esa manera… nunca imaginé que un demonio pudiera amar. Aunque todavía no me lo quería creer. No, no debía creérmelo, por mi propio bien, no debía creérmelo..— Tus ojos azules son la única luz que ilumina mi camino.

— Pero mis ojos son grises…— susurré, intentando no creerme las palabras que estaba pronunciando.

No quería hacerme esperanzas y que luego todo resultara una mentira. Él negó con la cabeza.

— Pero yo no quería que supieras tan pronto lo que sentía por ti— replicó, sonriendo. Yo también sonreí, sin poder evitarlo— Así que dibujé los ojos que siempre veía en mis sueños… para despistarte un poco.

Nos quedamos un rato en silencio, pensando en lo que estaba pasando, en lo que nos estábamos diciendo… Yo tenía que encontrar alguna cosa que me demostrara que era verdad todo lo que Adrián me estaba contando.

— ¿Dejanira es tu prima?— le pregunté. Todavía tenía dudas de ello. Adrián se empezó a reír y yo le miré, asombrada— ¿Qué pasa?

— ¿Estás celosa?— me preguntó, sonriendo triunfalmente. Yo negué con la cabeza, mirando al frente— Estás celosa.

— No estoy celosa…— le dije con un suspiro. Aunque, en realidad sí que lo estaba. Pero solo un poquito.

— Dejanira es mi prima, el gen demoniaco se salta una generación y todos los demonios tienen que ser producto de la unión entre un humano y alguien que tiene genes demoniacos… La traje a la fiesta porque quería ver tu reacción al verla… y, créeme, nunca me hubiera esperado esta reacción. ¿Sigues estando celosa?

— ¡Adrián, no estoy celosa!— le repliqué, salpicándole con el agua del estanque.

— Puedo leerte el pensamiento con facilidad, ¿sabes?— me dijo, riéndose. Me puse colorada y mi respiración empezó a ser irregular. Adrián dejó de reír y se acercó más a mí, con gesto preocupado— ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

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— ¿Cómo que puedes leerme el pensamiento?— le pregunté en un susurro, avergonzada. No quería saber la de burradas que él había tenido que escuchar.

— A veces puedo, no siempre…— dijo él, frunciendo el ceño y mirándome a los ojos con gesto concentrado. Yo seguía alterada. Todo lo que había pensado sobre él, lo que me había imaginado… ¿Lo había visto?— Por ejemplo, ahora estás pensando en todas las cosas que has pensado sobre mí estando cerca de mí… Pero, tranquila, no he podido leer mucho. Solo he podido leer desde el día en que me convertí, nada más.

— ¿Qué es lo que has leído?— le pregunté, con la respiración agitada.

— Pues… hoy he leído los celos que sentías por Dejanira, lo culpable que te sentías por intentar darme celos,— sonrió con suficiencia y yo negué con la cabeza, avergonzadísima. Seguramente apenas había logrado ponerle un poco celoso… aunque sí que me había parecido verle bastante furioso cuando estaba bailando con Marcos— lo mucho que te ha entusiasmado que la gustara tu regalo a Elena,— sonreí, recordándolo. Yo sabía que a Elena la iba a gustar mi regalo, pero no me había esperado que la encantara— lo mucho que odiabas a Deja por estar conmigo, tal y como tu habías soñado…,— bajé la vista, más avergonzada aún— Y, ahora que te estoy diciendo lo mucho que te quiero, que moriría por ti, que haría cualquier cosa por ti… piensas que todo esto es mentira. No lo entiendo.

— Es difícil de explicar…— comencé, soltando un suspiro. Todavía no me lo creía.

— ¿Ves?— dijo, señalándome la frente con la mano. Solté una risita— A eso me refiero. Me pone de los nervios que no me creas.

Me agarró la cara y se acercó tanto a mí que nuestros labios casi se rozaban. Podía sentir en la cara el aliento de Adrián, que me miraba intensamente a los ojos. No podía moverme, ni hablar, ni nada de nada. ¿Qué me estaba pasando? ¿Se debía a que Adrián estaba usando algún tipo de poder demoniaco sobre mí? Pero no, yo sabía que no era eso.

Me pasaba todo esto por lo cerca que estábamos, por lo cerca que estaban nuestros labios, por el calor que me transmitían sus manos… El pulso se me aceleró y mi respiración se volvió irregular. Adrián sonrió, pero era una sonrisa de tristeza, de sufrimiento. Me puso triste su sonrisa triste.

— Me amas— susurró, asintiendo con la cabeza. Estaba totalmente convencido de ello. Y yo también lo estaba. Pero no quería que todo fuera una vana ilusión y se desvaneciera como el humo. Eso habría sido algo mortal para mí— Sé que me amas. Lo que no sé es por qué no me crees. Y eso me está matando, de verdad. Necesito que me creas. Más que cualquier otra cosa.

— No tengo por qué creerte— le contesté, encogiéndome de hombros— De todos modos, eres un demonio, bien podrías estar mintiendo para divertirte. Y luego te reirías con Dejanira de lo ingenua que he sido al tragarme todas tus mentiras…

— Ah, ya veo— dijo con voz seria, soltándome y comprendiendo por qué no le creía. Ahora parecía aún más triste… no me podía creer que siempre la estuviera mangando. ¿Por qué tenía que estropearlo todo? Ahora Adrián estaba más triste que antes, y era por mi culpa— No crees que un demonio pueda amar con tanta pasión, tanta ternura, tanto cariño con el que yo te quiero.

— Me resulta difícil de creer, la verdad— susurré. Quería creerle, pero no podía. Me costaba

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muchísimo.

— Te haré una demostración— me dijo. Metió su mano en el bolsillo de su pantalón y sacó su móvil— Busca en la agenda tu número.

Busqué mi número. Pero no venía con mi nombre. Lo que ponía era: mi ángel. Se me escapó una sonrisa, a pesar de que seguía sin poder creerle. Me arrebató su móvil de las manos y puso la canción de Astaroth. Sonreí. Ahora entendía por qué le gustaban tanto Astaroth y Diabulus in música. Hablaban de él.

— Sara, yo no soy como el Astaroth de la canción— me dijo, mirándome a los ojos y traspasándome con la mirada.

No podía apartar la mirada, sus ojos rojos hacían estremecerme… y no de frío, sino de todo lo contrario. Un calor que nunca había sentido recorría mis venas de arriba abajo.

— Yo no te voy a obligar a que me adores. No te voy a obligar a que seas algo que no quieras ser, ni te voy a obligar a hacer cosas que tu no quieras hacer.

Miró a su móvil y cambió rápidamente de canción. Diabulus in música. Nuestra canción favorita. Estuvo callado hasta que José Andrea empezó a cantar, siguiendo los versos de la canción.

— Tú tocaste el acorde mágico que me despertó. Tú eres mi esencia— respiró hondo y me cogió las manos. Miró al suelo durante unos momentos y luego volvió a mirarme a los ojos. El fuego de sus ojos brillaba con más fuerza que nunca, cosa que me quedó sin aliento— Lo único que yo te pido es que estés junto a mí y alimentes mi boca. No que me adores. No quiero que creas en mí, sino en que te quiero y que haría cualquier cosa por ti. Yo no pienso arrebatarte el alma, solo quiero darte la mía.

— Lo siento— dije, mirándole fijamente a los ojos, creyendo en cada célula de mí ser que me quería, queriéndole como jamás había querido a nadie— Pero ya me has arrebatado el alma.

Adrián se acercó lentamente hacia mí y, mientras sonaba en su móvil nuestra canción favorita, me besó. Y sentí que estaba en el paraíso, que el tiempo se paraba, que el mundo desaparecía a mí alrededor, que solo existíamos Adrián y yo. Una parte de mi cerebro estaba celebrando que, por fin, me había besado con Adrián, que me había besado por primera vez. La otra...

Ah, la otra, simplemente, estaba enloquecida por culpa de los labios de Adrián.

Cuando nos separamos, nos miramos durante unos segundos y nos volvimos a besar, esta vez más acaloradamente, ávidos el uno del otro. Nos tumbamos en la hierba, abrazados. Esto se acercaba mucho al sueño que había tenido. Solté un suspiro de satisfacción y me acurruqué aún más contra él.

— ¿Me crees ahora?— me preguntó en un susurro mientras me acariciaba el hombro con la mano.

Asentí con la cabeza. Estuvimos callados un rato, escuchando la música que se oía desde la casa. Si no bajaban un poco el volumen, algún vecino malhumorado acabaría llamando a la policía y la fiesta que tanto nos había costado preparar se echaría a perder.

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— Supongo que esto no la parecerá bueno a Dejanira— comentó.

— ¿No habías dicho que era tu prima?— le pregunté, escéptica. Estaba empezando a volver a tener dudas sobre si me quería o no. Adrián se echó a reír.

— Pues claro que es mi prima, ¿no te has fijado en que somos muy parecidos?— me preguntó. Asentí.

— Sí, me he dado cuenta— le dije, sarcásticamente, mirando fijamente sus alas negras— Sobre todo en lo parecidos que son vuestros ojos y vuestras alas.

Él se rió aún más con mi comentario y yo también me empecé a reír.

— Me refería a que no la caes bien…— me dijo cuando dejamos de reír— Ella tiene el presentimiento de que me vas a traer problemas, pero…— me apartó un mechón de pelo de la cara y me sonrió— todas las chicas traéis problemas.

Le pegué un manotazo en el hombro y se echó a reír.

— Como si los chicos no les trajeran— dije, poniendo los ojos en blanco y sonriendo burlonamente.

— Exacto— estuvo de acuerdo conmigo, cosa que se me antojó rara— Los chicos. Pero yo no soy un chico, soy un demonio. Que no se te olvide.

Le volví a pegar y nos reímos otra vez, con más fuerza. Claro, él era un demonio. Solté un suspiro y me estremecí. Hacía bastante frío. Adrián me abrazó aún más. Su cuerpo desprendía mucho calor, como si estuviera hecho de fuego. Bueno, era un demonio. Y se supone que los demonios están hechos del fuego del infierno… o al menos eso dice la Biblia.

— Entonces… ¿qué somos ahora?— le pregunté. No estaba muy segura de la respuesta… y sabía que era algo importante.

— ¿Tú qué crees que somos?— me preguntó. Me encogí de hombros. Quería que me lo dijera él. Adrián sonrió y me besó. Estaba tan ávida de él, de sus besos, de sus abrazos, de su piel… De repente, me soltó bruscamente. Me entristecí. ¿Qué había pasado?— Lo siento. Pero no puedo… no podemos… Lo siento.

— Pero… ¿por qué?— le pregunté, confundida.

Sabía que él sentía un deseo enorme por mí, igual que yo por él. ¿Qué había pasado para que todo cambiara en menos de un segundo?

— Porque…— agachó la cabeza, avergonzado. Estaba confusa, muy confusa. No entendía nada— Todavía no tengo controlados mis poderes. Si…— tragó saliva nerviosamente. Parecía que deseaba dar por zanjada la conversación y cambiar de tema rápidamente. Pero yo quería saber por qué él no quería estar conmigo— Si lo hacemos, podría perder el control… y acabaría quitándote el alma sin querer. Y jamás me perdonaría hacerte eso.

Estuvimos un rato en silencio, pensando. ¿No podíamos hacerlo hasta que él no estuviera controlado? ¿Y qué pasaría si lo hacíamos? ¿Acabaría quedándome… sin alma? ¿Moriría? No lo entendía. Esta era otra de las muchas cosas que no me había enseñado el libro de Astaroth.

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— No, no morirías— dijo él, soltando un suspiro. Me sobresalté. Había olvidado que él podía leerme el pensamiento… y que debía cuidar lo que pensaba. No quería que Adrián se enterara de mis alocadas imaginaciones— Pero te quedarías sin alma… y creo que eso es mucho peor, la verdad.

— Y… ¿cómo quitas el alma a una persona?— le pregunté, curiosa. Adrián negó con la cabeza.

— Es algo bastante complicado de contar… y tampoco quiero que lo sepas— me dijo con una sonrisa misteriosa.

Hice un puchero y le miré con carita de niña buena. Adrián soltó una risita y me besó. Intenté recordar que le había hecho una pregunta, y que él me la tenía que contestar, sí o sí. Pero sus labios, su lengua, hacían que olvidara todo lo que tenía en la cabeza.

Me separé de él, me senté en el suelo y me crucé de brazos, esperando a que me contestara. Adrián soltó un suspiro y comprendió que quería que respondiera a mi pregunta, por mucho que me gustara que me besara. Se sentó también en el suelo, enfrente de mí, mirándome con una sonrisa.

— Hay muchas formas de quitarle el alma a una persona— dijo él, encogiéndose de hombros. Esperé a que me diera algo más de información. Por partes, quería saberlo, pero, por otro lado… me daba bastante repelús, la verdad— Hay unas más fáciles y otras más difíciles.

— Igual que para cabrearme: puedes hacerlo de muchas formas; las hay fáciles y difíciles— le contesté, mirando al frente.

Adrián se echó a reír y yo fruncí los labios para no reírme. Él soltó un suspiro.

— La forma más fácil de todas es… cuando una persona depende realmente del demonio— dijo Adrián. Sorprendida, me di cuenta de que eso podría aplicarse fácilmente a mí— Si la persona está muy ligada a él, es mucho más fácil. Una forma muy sencilla es cuando esa persona y el demonio…— se paró en seco y le miré, cabreada.

Estaba a punto de decirle que dejara de auto interrumpirse constantemente cuando me di cuenta de que me estaba mirando intensamente, como si estuviera a punto de abalanzarse sobre mí. La respiración se me aceleró. Sus ojos rojos eran llamas que inflamaban mis venas y hacían que mi cuerpo ardiera, a pesar de que afuera hacía bastante frío. Adrián se acercó lentamente a mí, con el deseo brillando en sus ojos. No podía moverme. Estaba completamente paralizada, como si me hubiera congelado. Adrián se detuvo cuando sus labios estaban a unos milímetros de los míos.

— No sabes cuánto odio tener que esperar para estar contigo— me dijo, agarrándome por los hombros. No dejaba de mirarme a los ojos. Yo ya estaba hiperventilando. ¿Qué iba a suceder ahora? El no saberlo hacía que me pusiera aún más nerviosa— No sabes lo mucho que deseo estar junto a ti…— me besó lentamente y sus manos descendieron hasta mi cintura, apretándome fuertemente contra él.

Le rodeé el cuello con los brazos, aferrándome a él aún más. Apenas podía respirar, pero no quería separarme de él por nada del mundo…

Adrián debió de darse cuenta y separó sus labios de los míos, pero no de mi piel. Descendió

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hasta llegar al hueco de la garganta y me besó el cuello, los hombros. Yo intenté respirar con normalidad, pero no podía. Hacía un momento, Adrián me había dicho que no podíamos llegar a más porque podía arrebatarme el alma sin querer. Pero, ahora…

— ¿No tenías poco auto-control?— le pregunté sin poder evitarlo.

Mi cerebro me decía que era una suerte que estuviera controlado, que así no me iba a quedar sin alma. Pero mi corazón, mis sentidos, incluso mi alma, por contraproducente que parezca, deseaban que Adrián se descontrolara, que hiciera todo lo que no debía pero quería hacer… Adrián se rió y su aliento acarició mi hombro. Siguió besándome el cuello hasta que llegó de nuevo a mis labios. Me dio un pequeño beso y se separó un poco de mí.

— Estoy bastante más controlado que antes, la verdad— dijo, sonriéndome con suficiencia. Pero su rostro se volvió algo sombrío en un segundo— Pero ha habido un momento… He estado a punto de arrancarte la ropa, créeme— me dijo, mirándome fijamente. Asentí. Me había dado cuenta— Lo siento si te he hecho crearte… falsas expectativas.

— Has vuelto a fisgar dentro de mi cabeza, ¿verdad?— le dije, sabiendo la respuesta.

Adrián sonrió y con eso lo entendí todo. Seguro que ver lo que me estaba imaginado lo había empeorado un poco.

— Sí, lo empeora— dijo, asintiendo con la cabeza. Me acarició el cuello, evitando mi mirada— Que me lo imagine yo es bastante malo, pero que también tenga que verlo en tu cabeza… Es más de lo que yo puedo soportar.

Me acerqué a él y le agarré por el mentón para poder mirarle a los ojos. Parecía bastante arrepentido por haberme puesto en peligro. Le besé y, cuando nuestros labios se separaron, apoyé mi cabeza en su pecho y Adrián me abrazó fuertemente contra él.

— ¿Hasta cuándo vamos a tener que esperar?— le pregunté, esperando que fuera poco tiempo.

Cualquier día, la situación podría desmadrarse y… no, no debía pensar en esas cosas. Tenía que ayudar a Adrián, por lo menos mentalmente.

— Un año… como mínimo— me dijo con voz débil.

Solté un suspiro de resignación. Esa noticia le hacía tan poca gracia a mí como a él.

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Capítulo 9Cruz invertida

Entramos en la casa de Elena, porque empezaba a hacer un frío demasiado insoportable, por lo menos para mí, porque Adrián seguía sin tener frío. Cuando Elena nos vio entrar, Adrián agarrándome de la cintura y yo rodeándole el cuello con los brazos, nos sonrió entusiasmada y nos hizo un gesto de aprobación con la mano. Inmediatamente, desapareció entre la multitud, supuse que para contárselo a Javi. Me hizo bastante gracia que la hiciera tanta ilusión.

Todo el mundo se nos quedaba mirando, pero no me importaba. Lo único que me importaba en ese momento es que estaba en los brazos de la persona a la que más quería en ese mundo. Y que no nos iban a separar jamás.

Nos pusimos a bailar un rato, riéndonos, hablando de temas sin importancia. De vez en cuando, vino Dejanira a bailar con nosotros. Parecía que se estaba aburriendo. Hasta que llegó un chico que pareció entusiasmarla y se largó con él. Mejor. No aguantaba su compañía.

— Parece ser que tu prima ya ha encontrado un acompañante…— le dije, sorprendida por la facilidad de Dejanira para ligar.

Adrián se empezó a reír… pero era una risa forzada.

— Sara, mira que eres ingenua a veces— dijo, negando con la cabeza. Le miré con el ceño fruncido. No le entendía— Deja se ha ido con ese chico para… beber, por decirlo de algún modo.

— Espera un momento… ¿le va a quitar el alma?— le pregunté en un susurro. Adrián no contestó, cosa que me dio a entender que era verdad— ¡¿Cómo puede hacer eso?!— hice un esfuerzo por no gritar— Conozco a ese chico desde que nací, no puede hacer eso así porque sí, hay que detenerla…— intenté separarme de él para seguir a Dejanira.

Pero Adrián me cogió por el brazo y negó con la cabeza.

— No puedes hacer nada ahora— me dijo. Parecía… dolido. ¿Qué había hecho mal ahora?— Después de todo, ese chico lleva muchos años queriendo suicidarse…

— ¿Qué dices?— le pregunté, sorprendida.

Adrián sonrió tristemente y se encogió de hombros.

— Desde que una chica le dejó, una tal… María, creo, lleva intentando suicidarse— me contó. Seguía sorprendida. Conocía a Lucas desde siempre, nunca me hubiera imaginado que quisiera hacer algo así. Pero… ¿cómo sabía Adrián todo esto?— ¿Olvidas que puedo leer el pensamiento a la gente?— me preguntó retóricamente. Puse los ojos en blanco. No lograba acostumbrarme a que Adrián pudiera saber todo lo que pensaba— No siempre puedo saber lo que piensas. Me

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resulta más difícil en ti que en las demás personas— me confesó, mirándome a los ojos. Alcé una ceja, escéptica— Ya sé que piensas que te estoy engañando para no hacerte sentir mal y para que puedas pensar con total tranquilidad, pero es la verdad— me dijo seriamente. Solté un suspiro. No podía creer sus palabras cuando me estaba dando la confirmación de lo que negaba con sus excusas— Mira, me resulta muy difícil leerte la mente. Solo si estoy totalmente concentrado en ello o si te toco— me acarició el brazo y yo sonreí— puedo leerte con más facilidad. Si no, es extremadamente complicado.

— Bueno, pero, de todos modos, tendríamos que ayudar a Lucas— le volví a pedir— Es injusto que le roben el alma, su esencia, así como así. No es justo.

— Sara, cariño… no se puede hacer nada— dijo, mirándome con seriedad a los ojos. Pero había algo más. ¿Tristeza? ¿Dolor? Me pregunté qué le pasaba ahora— Ahora, Lucas estará…— soltó un suspiro— muerto.

Las lágrimas empezaron a caerme por las mejillas silenciosamente y Adrián me abrazó con fuerza. Sentí como si me llenara de un calor intenso todo el cuerpo, me sentí… completa, como él había dicho antes.

Pero eso no compensaba el dolor de la pérdida. Cuando éramos pequeños, Lucas y yo éramos muy amigos. Hasta que llegó María y le cambió por completo. Después de todo, Adrián tenía algo de razón: Lucas no volvió a ser el mismo desde que María le puso los cuernos (con varias personas) y le dejó.

— Lo siento— dijo Adrián en un susurro— Lo siento tanto…

— ¿El qué?— le pregunté con la voz entorpecida por el llanto.

— Ser una criatura repugnante para ti— me dijo, susurrando.

Me separé de él y, con los ojos empañados por las lágrimas, le miré. Adrián estaba serio, muy serio, como si nos encontrásemos en un funeral. Y, más o menos, era una especie de funeral. Lucas se había muerto.

— ¿Qué se supone que estás diciendo?— le pregunté, intentando no alzar la voz.

— La verdad— dijo, cabizbajo, evadiendo mi mirada— Odias lo que soy, por mucho que antes dijeras que adorabas al demonio. Te parece que es repugnante mi naturaleza.

— Yo no odio tu naturaleza, ¿de dónde has sacado eso?— le pregunté, sorprendida por sus especulaciones. Yo no pensaba eso de él.

— Lo acabas de decir ahora mismo— contestó él— Has dicho que no era justo que Dejanira le robara el alma a Lucas. Y has pensado que te repugna lo que ha hecho mi prima. Y no te has dado cuenta de que eso también lo hago yo.

Bajé la cabeza, avergonzada. No lo había pensado así. Me separé de él. No quería que me leyera los pensamientos, no me gustaba. Le daba la vuelta a todo lo que pensaba. Y, sobre todo, me hacía sentir fatal.

Sabía que los demonios, si no capturaban almas en un mes, enfermaban tanto hasta el punto de

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llegar a morir. Por lo que me parecía normal lo que hacían. Es como nosotros, que tenemos que comer con frecuencia para poder sobrevivir. Pues ellos hacen lo mismo, pero con almas. Solo que nunca lo había vivido en carne propia.

Con alguien desconocido, quizás hubiera pasado del tema, pero… Lucas y yo habíamos sido muy amigos en el pasado. Y por eso había cambiado de parecer con el tema de robar almas y demás.

Solté un suspiro y me sequé las lágrimas, sin saber qué decir. Negué con la cabeza.

— No me parece mal lo que hacéis, porque sé que si no tomarais almas moriríais, pero… de eso a saber que un demonio le ha robado el alma a uno de tus conocidos… hay bastante diferencia.

— Te sigue resultando repugnante, ¿verdad?— me preguntó, intentando mirarme a los ojos. Yo evadí su mirada y volví a negar con la cabeza. Adrián soltó un suspiro. Me agarró por el mentón y me obligó a alzar la cabeza para mirarle a los ojos. Y para que su piel pudiera estar en contacto con la mía y pudiera leer lo que pensaba. Sonrió con tristeza— Por favor, no me mientas.

— Te juro que no me parece repugnante lo que hacéis, porque comprendo los motivos que tenéis— le dije con sinceridad. La sonrisa de tristeza de Adrián se convirtió en una sonrisa aliviada— Lo único es que… no me esperaba que fuera a suceder con una persona a la que conozco. Me ha impresionado mucho vivir esto en primera persona, y la impotencia de no poder hacer nada…— negué con la cabeza y cerré los ojos.

Adrián me abrazó y yo me aferré a él como si fuera un salvavidas en medio de un inmenso océano. Me dio un beso en el pelo y yo cerré los ojos con fuerza, intentando no llorar.

— No te preocupes, esto ya sabíamos que iba a pasar— dijo Adrián— Lucas iba a suicidarse esta noche. Dejanira solo le ha facilitado el proceso. Solo te puedo decir que, al menos, Lucas ha disfrutado de sus últimos momentos de vida.

Soltó una risa misteriosa y yo abrí los ojos para mirarle.

— No lo entiendo— dije, confusa.

Había tantas cosas que no entendía... Adrián se encogió de hombros.

— Supuse que habrías pillado la indirecta…— dijo, mirándome fijamente. Parecía que no tenía ganas de explicarlo, pero, de todos modos, suspiró y se encogió de hombros— ¿Te acuerdas de antes, cuando he estado a punto de… abalanzarme sobre ti?— me preguntó. Asentí lentamente. Había intentado sacarme esas imágenes de la cabeza, pero él las había vuelto a traer a la superficie de mi mente— Bueno, pues te estaba intentando decir que si un demonio y un humano lo hacen, es más fácil quitarle el alma al humano… por eso tú y yo no podemos hacerlo hasta que mis poderes estén controlados.

— Entiendo…— dije.

Ahora comprendía más cosas, a pesar de que esas cosas no me gustaran. Adrián se empezó a reír y me abrazó fuertemente. Solté un suspiro de satisfacción.

— Cuando estoy contigo olvido lo que soy— dijo, besándome debajo de la oreja. Cerré los ojos— Es como si dejara de ser el descendiente de Astaroth y fuera, simplemente, Adrián. ¿Lo

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entiendes?

— Sí, creo que sí— susurré, sin abrir los ojos.

No sabía por qué, pero yo también sentía eso... muy en el fondo. Cuando estaba con él, sentía que era únicamente Sara, y eso se me hacía muy extraño, porque no entendía ese sentimiento.

Seguimos bailando, pero no como las demás personas. Adrián me rodeaba la cintura con los brazos y yo le rodeaba el cuello con los míos. Lo único que hacíamos era balancearnos de un lado a otro y mirarnos a los ojos, sin importarnos la música que sonara a nuestro alrededor.

Pero, entonces…

— Ya veo que has elegido— dijo una voz detrás de mí— Espero que seas feliz con ese tipo.

Me separé de Adrián y me di la vuelta. Era Marcos. No me acordaba de que, hacía dos horas, me había confesado lo que sentía por mí. Bajé la cabeza, avergonzada. No debía de haber hecho eso… o al menos, debía de habérselo ocultado durante un tiempo. No quería que sufriera por mí.

— Lo siento— susurré— No debía de haberte dado falsas esperanzas.

Estaba fatal lo que había hecho. Le había hecho que se creara ilusiones y creyera que seguía sintiendo algo por él… aunque no estaba segura de si sentía algo por Marcos o no. Todavía no estaba muy segura. Lo único que sabía era que no le quería como antes, porque mi corazón y mi alma eran para Adrián, pero… Sabía que, en el fondo, seguía queriéndole, aunque fuera un poco. Por eso no me gustaba verle sufrir. Al fin y al cabo, él era mi amigo, ¿no?

— No, si no pasa nada— dijo Marcos, sonriendo con tristeza y negando con la cabeza— Lo entiendo— se acercó a mi oreja y me susurró— ¿Quién podría resistirse a los encantos de un demonio?

— ¿De qué hablas?— le miré, sorprendida y asustada. ¿Cómo sabía él que Adrián era un demonio?

— Bueno, si no lo sabes… no soy quién para explicártelo— me contestó, encogiéndose de hombros.

Se dio la vuelta y se alejó de nosotros. Estaba segura de que se había ido a casa.

Me di la vuelta y miré a Adrián, asustada. Él estaba inmóvil, mirando fijamente al sitio donde, hacía unos segundos, había estado Marcos.

— ¿Qué ha sido eso?— le pregunté en un susurro.

Adrián agitó la cabeza y me miró, también sorprendido. Se acercó a mí y me abrazó fuertemente.

— No quiero que te vuelvas a acercar a ese tío, ¿entendido?— me ordenó. Me eché a reír.

— ¿Estás celoso?— le pregunté, sorprendida. Nunca pensé que pudiera llegar a darle celos.

— No— me contestó tajantemente, y me di cuenta de que la situación no estaba para bromitas— Lo único que te digo es que no te acerques a él. Lo que te ha dicho no me da buena espina, la verdad.

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— ¿Lo has oído?— le pregunté sorprendida. Adrián me miró con cara de Sara—soy—un—demonio y yo me reí. Se me había olvidado momentáneamente. Muchas veces se me olvidaba que la persona a la que más quería en este mundo era un demonio— ¿Qué vas a hacer?

— No voy a hacer nada— dijo él, negando con la cabeza. Alcé una ceja, suspicaz. No me lo creía— No te lo creas, pero no pienso hacer nada. Lo único que voy a hacer es esperar. Depende de lo que pase, actuaré o no.

— Entiendo… pero, ¿por qué sabía que eres un demonio?— le pregunté en un susurro.

— Quizás él sea uno de los míos, pero aún sus genes no están desarrollados… o sea un ángel— me dijo, mirándome fijamente.

— ¿Un ángel?— repetí, mirándole boquiabierta.

— Sí, un ángel— me contestó, encogiéndose de hombros, como si comentar que uno de mis amigos podía ser alguien sobrenatural fuera algo que se hace todos los días. Suspiré. Al fin y al cabo, Adrián era mi novio (sonreí mentalmente cuando mi cerebro formó esa palabra) y también formaba parte de un mundo “sobrenatural”— Solo los demonios y los ángeles pueden ver nuestra verdadera esencia y saber qué somos en realidad.

Me quedé callada, pensando. Eso significaba que, o bien yo era un demonio o era un ángel, porque podía ver a los ángeles y a los demonios. No existía ninguna otra posibilidad, lo cual me daba bastante que pensar.

— De todos modos, ahora me da igual lo que haga Marcos— me dijo, sonriendo. Me abrazó y me mordió la oreja. Le pegué en el hombro y él se echó a reír— Lo único que me importa ahora eres tú, Sara.

Seguimos bailando hasta las cinco de la mañana. Yo apenas podía con el sueño, por lo que Adrián me sostenía en sus brazos todo el tiempo. Él no parecía nada cansado… pero quizás se debía a que no tenía que dormir. Ventajas de ser un demonio.

— Adrián, ¿nos sentamos en el sofá?— le pregunté, cansada de estar de pies.

Adrián me cogió en sus brazos y me llevó hasta el sofá. Me rodeé las piernas con los brazos y me acurruqué junto a él.

— Tengo una cosa para ti— me dijo.

Parpadeé dos veces y le miré. Adrián se rió de mí. Debía tener una cara de sueño… Él se metió la mano en el bolsillo y sacó un collar con una cruz invertida de madera. Me le tendió y yo le miré, sorprendida.

— ¿Es para mí?— le pregunté, asombrada.

Adrián asintió, sonriendo. Cogí la cruz de madera y la observé. En uno de los lados había tallado un nombre: Astaroth. Sonreí.

— Yo tengo una igual— me dijo, mostrándome la cruz invertida que le colgaba del cuello. Asentí— Las he hecho yo… por eso pone Astaroth. Bueno, en la tuya pone Astaroth. En la

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mía no— dio la vuelta a su cruz invertida y me enseñó el nombre que ponía: Sarita. Sonreí, acariciando la cruz de madera— Es para que nunca te olvides de mí… y de que te quiero— me sonrió. Solté una risita, me senté sobre sus piernas y le besé.

— Lo que dices es una tontería— dije, con sus labios pegados a los míos. Esperaba que entendiera lo que le estaba diciendo, porque ni yo misma me entendía. Es muy difícil hablar cuando tienes sobre tus labios otros labios… y estás medio dormida— Me es imposible olvidarme de ti.

Eran ya las seis de la mañana. La mayoría estaban muertos de sueño o muy borrachos y, muchos se habían ido ya a casa o a continuar la fiesta en cualquier otro sitio. Por suerte, había llegado la hora de que se largaran todos de una vez y nosotras pudiéramos dormir un rato. Entre lo de preparar la fiesta y lo de estar toda la noche despierta, estaba rendida. Necesitaba dormir. Elena cogió un micrófono y se subió a la mesa donde había estado la comida. Ahora la mesa estaba completamente vacía, solo quedaban botellas, vasos y platos vacíos.

— Chicos, ya son las seis de la mañana, y como os dije, la fiesta termina ahora…— dijo Elena a los invitados. La gente se empezó a quejar. ¿Pero cómo podían seguir teniendo ganas de fiesta? Yo estaba matada, pero a lo mejor se debía a que me había pasado la tarde entera decorando la casa— Espero que os lo hayáis pasado genial y os agradezco que hayáis venido. Si queréis quedaros un rato más, os aviso que lo único que vais a poder hacer es limpiar.

La gente empezó a reírse y a decir: “¡Qué chiste tan bueno!” y cosas de ese estilo. Elena entendió que preferían irse a su casa, con la cual había conseguido su objetivo. Suspiré, aliviada. Por fin se había acabado la fiesta. Me estaba muriendo de sueño.

Elena se bajó de la mesa y apagó el equipo de música. La gente empezó a irse y Elena se fue a la puerta para despedirse de ellos uno por uno. Era la mejor anfitriona de todas las fiestas a las que había acudido, y estaba segura de que los demás invitados compartían mi opinión sobre Elena.

Al final, solo quedamos Adrián, Javi, ella y yo, obviamente. Adrián y yo nos levantamos del sofá y nos fuimos a la puerta, aunque Adrián me llevaba prácticamente en brazos. Estaba tan cansada que casi no me tenía en pie. Allí estaban Javi y Elena, despidiéndose.

— Esta ha sido la mejor fiesta de todas a las que he asistido— dijo Adrián, sonriendo.

Elena se separó de Javi y también sonrió. Parecía bastante cansada, al igual que yo. Ella sería más fiestera que yo, pero llegaba un punto donde ambas acabábamos agotadas y muertas de sueño.

— Muchas gracias— dijo ella. Yo también sonreí— La verdad es que me lo he pasado genial… Espero que vosotros también.

— Descuida, nos lo hemos pasado genial— dije mientras Adrián me abrazaba. Elena y Javi se echaron a reír.

— Bueno, cariño, me tengo que ir…— dijo Javi a Elena. Se besaron y Javi se marchó a su casa.

— Sara, yo también me voy…— me dijo Adrián.

Yo asentí, aunque no quería que se marchara. No quería separarme de él, y sabía que él tampoco quería separarse de mí. De todas formas, me estaba muriendo de sueño y no podía dormirme si

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él estaba conmigo… Adrián se acercó a mí y me besó de forma espectacular. Elena carraspeó y nos echamos a reír.

— Nunca olvides lo que te he dicho esta noche…— me dijo mientras cogía la cruz invertida que me había regalado.

Yo negué con la cabeza y Adrián se fue de la casa de Elena.

Jamás olvidaría todo lo que me había dicho esa noche. Jamás olvidaría que Adrián Ruiz, el descendiente de Astaroth, me quería.

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Capítulo 10Desesperación

Elena estuvo haciéndome un interrogatorio de una hora, hasta que por fin su curiosidad quedó satisfecha (o la venció el sueño, no lo sé) y nos fuimos a dormir. Cuando nos despertamos, ya eran las cuatro de la tarde. Comimos muy poquito (no teníamos mucha hambre, por lo menos yo) y nos pusimos a recoger las cosas de la fiesta. Por suerte, vinieron Adrián y Javi para ayudarnos. Y también para distraernos. De todos modos, gracias a su ayuda terminamos mucho antes.

Los días eran una rutina perfecta. Me levantaba, me vestía, desayunaba y salía de casa para ir al instituto. Todas las mañanas encontraba una rosa roja en mi almohada. Ahora no estaban firmadas, quizás porque ya sabía quién las dejaba y no me hacía falta que me escribiera nada. Solo sabía que en mi habitación se estaba acumulando un ramo de rosas enorme.

Cuando llegaba a casa de Elena, Adrián estaba allí, esperándome en la puerta de Elena. Luego, nos íbamos los tres juntos hasta el instituto.

Ya no prestaba absolutamente nada de atención en clase. Estaba más atenta a cómo me miraba Adrián, cómo me sonreía cuando me cogía de la mano. Y cómo deseaba que pasara rápido el año que teníamos que esperar.

Sin embargo, la presencia de Marcos entorpecía las cosas. Me sentía fatal por él. Aún no habíamos descubierto cómo sabía que Adrián era un demonio, lo cual nos tenía bastante preocupados.

También estaba el asunto de Lucas, que había “desaparecido” de la noche a la mañana. Solo Dejanira, Adrián y yo sabíamos qué era lo que le había pasado en realidad.

Entonces, llegó la peor prueba de todas. Fue cuando decidí que mis padres tenían que saber que tenía novio.

Era un sábado por la mañana. Estaba ayudando a mamá a hacer la comida. De pronto, sentí que debía decírselo. Habían pasado dos semanas desde que había empezado a salir con Adrián, y prefería contárselo yo a que se lo contaran otras personas.

— Mamá, tengo que decirte una cosa…— la dije, sin saber muy bien cómo proceder.

Nunca había tenido un novio, ni había sentido esto por alguien. Y tenía la intuición de que esto iba a acabar en una charla de las que nunca se olvidan… por la vergüenza que te hacen pasar.

— Dime— dijo mamá mientras cortaba las patatas en rodajas. Suspiré.

— Siéntate— la pedí. Sabía que la noticia no la iba a gustar. Me di cuenta con alivio de que había dejado el cuchillo en la encimera. Mamá se sentó y esperó a que hablara— Yo…

— ¿Estás bien, Sara?— me preguntó mamá, mirándome fijamente. Yo asentí con la cabeza— No

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tienes buen aspecto…

— Temo que no te guste lo que te voy a decir— dije en un susurro.

Mamá abrió los ojos desmesuradamente y se tapó la boca con las manos.

— ¿Estás embarazada?— me preguntó con un grito. La miré, sorprendida. Nunca hubiera imaginado que llegaría a esa conclusión tan disparatada.

— ¡No! ¿Estás loca?— le grité. Mamá debió de darse cuenta de que no la mentía, por lo que se tranquilizó, respiró hondo y volvió a sentarse en la silla. Puse los ojos en blanco. Era imposible que estuviera embarazada, tenía que esperar un año como mínimo para, por lo menos, intentarlo— Eso no era lo que te quería decir— solté un suspiro y me mentalicé para decírselo— Mamá… tengo novio.

— ¡¿QUE TIENES QUÉ?!— gritó, más fuerte que antes.

Ante semejante chillido acudió papá para ver qué pasaba. El que faltaba.

— ¿Qué pasa?— preguntó papá, preocupado. Mamá me miró a mí y a papá alternativamente y murmuró algo ininteligible— Natalia, ¿estás bien?

— Ella, ella…— negó con la cabeza y rompió a llorar. Pues menos mal que no les había mencionado que mi novio era descendiente de Astaroth y que era un demonio, que si no…— Sara…

— ¿Qué pasa?— repitió papá, esta vez dirigiéndose a mí.

Solté un suspiro. ¿Tenía que volver a decirlo? Me encantaba ser la novia de Adrián, era un sueño hecho realidad, pero no me gustaba la idea de que mis padres lo supieran. A pesar de que sabía que era un mal necesario…

— Yo… tengo novio— dije, mirándole a la cara. Papá se quedó blanco como el papel y rígido. Parecía que le había dado un infarto o algo. Empecé a preocuparme por su estado de salud— ¿Papá?

— Tienes… novio— dijo papá, intentando respirar con tranquilidad. Asentí con la cabeza— ¿Desde cuándo le conoces?

— Desde hace un mes y una semana— le contesté mecánicamente.

Llevaba la cuenta bien hecha. Hacía un mes y una semana que me había vuelto loca… por Adrián.

— ¿Quién es?— volvió a preguntar. Me estaba empezando a cansar de ese estúpido interrogatorio— ¿Le conozco?

— Sí, le conoces— contesté, asintiendo con la cabeza— Es Adrián Ruiz.

— ¿El chico al que nos presentaste en la iglesia?— preguntó mamá.

Solté un suspiro de alivio y asentí con la cabeza. Me empezaba a preocupar que no hablara.

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— ¿Cuánto tiempo lleváis de noviazgo?— preguntó papá.

— Dos semanas— contesté. Eso no les iba a hacer ni pizca de gracia.

— ¿Dos semanas?— repitió mamá, histérica. Pero qué bien les conocía— ¿Por qué no nos lo has dicho antes?

— Porque estaba buscando el momento para decíroslo— dije en voz baja— Además, no he tenido mucho tiempo, habéis estado más en la tienda que en casa.

Yo había intentado retrasar este momento por todos los medios, pero Adrián solo me había dado dos semanas de plazo para contárselo.

Él, sin embargo, ya se lo había contado a sus padres y me había llevado a su casa para presentarme formalmente como su novia, lo cual, aunque me puso de los nervios, me hizo mucha gracia. Hasta me habían invitado a comer y todo.

— Bueno…— dijo papá, mirándome fijamente— Mañana le invitarás a comer a casa.

— De acuerdo— dije, encogiéndome de hombros.

Fijo que eso le encantaría a Adrián. Salí de la cocina y me fui a la habitación. Marqué el número de Adrián en el móvil y le llamé.

— ¿Sí?— me contestó la voz de Adrián. Sonreí.

— Hola, Adri— le contesté. No podía evitar que me embargara la felicidad cuando oía su voz.

— Hola— dijo. Hubiera jurado que él también estaba sonriendo— ¿Qué tal?

— Bastante bien… salvo por el hecho de que les he dicho a mis padres que tengo novio— dije, soltando un suspiro.

— ¿Cómo se lo han tomado?— me preguntó.

Parecía preocupado. A lo mejor se había dado cuenta de que mis padres no eran normales y exageraban las cosas demasiado.

— Mi madre al principio pensaba que estaba embarazada, luego mi padre me ha hecho un interrogatorio… y ahora quieren que vengas mañana a comer— le contesté. Dicho así, sonaba un tanto absurdo.

— Vale— dijo Adrián, riéndose. Vaya, me había esperado cualquier cosa, excepto que se riera de la situación— ¿A qué hora voy a tu casa?

— Emmm… pues… ¿a las doce te parece bien?— le pregunté, sin saber a qué hora les parecería bien a mis padres… y dándome un poco igual, la verdad.

— ¿A las doce no vas a misa?— me preguntó Adrián, sorprendido y algo desconcertado.

— Sí, pero como me han prohibido la entrada a la iglesia…— dije yo, sonriendo. Adrián soltó una carcajada. Todavía se acordaba de la que había montado en la iglesia el mes pasado— Además,

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ese rato no van a estar mis padres, porque a ellos sí que les dejan entrar…

— Mucho mejor— dijo Adrián con satisfacción. Solté una risita— Así tenemos más tiempo para hablar…

— Sí, ya, para hablar— contesté sarcásticamente.

Adrián empezó a reírse a carcajadas. Últimamente, lo único que hacíamos era besarnos con avidez. Yo también me empecé a reír. Su risa era contagiosa.

— Bueno, pues para hablar y lo que surja— contestó él. Podía imaginármele, encogiéndose de hombros y sonriéndome con picardía. Un estremecimiento me recorrió todo el cuerpo— Hasta mañana, Sara.

— Hasta mañana, demonio— dije, sonriendo.

Adrián se echó a reír y me colgó. Negué con la cabeza. Era genial que me hubieran levantado parte del castigo. Aún estaba sin ordenador, pero por lo menos podía utilizar el móvil con total libertad, lo cual era un alivio.

Volví a la cocina para contarles a mis padres a qué hora iba a venir Adrián. Cuando llegué, ellos dejaron de hablar de inmediato y se quedaron mirándome, sin saber qué decir. Les había pillado hablando de un tema importante. Por partes me gustaría saber lo que era, pero por otras… prefería no cabrearme demasiado. Si me enfadaba con ellos, mañana se lo harían pasar muy mal a Adrián, y no quería que el pagara por mi culpa. Aunque, de todos modos, se lo iban a hacer pasar mal. Les conocía demasiado bien.

— ¿Qué pasa?— les pregunté. Ellos negaron con la cabeza y yo solté un suspiro. ¿Cómo iba a confiar en ellos si ellos no confiaban en mí? Era de lo más absurdo— Bueno, no importa. Adrián ha dicho que va a venir a las doce.

— Pero a esa hora nosotros estamos en misa— dijo papá, sorprendido y desconcertado.

— Pues precisamente por eso— contesté mientras salía de la cocina.

Fui a mi habitación. Cómo echaba de menos el ordenador. Mandé un sms a Elena.

<<¡Hola guapa! Les he contado a mis padres lo de Adri y mañana va a venir a comer a casa… ¡te quiero! Beesos :)>>

Estuve esperando unos minutos a que Elena me contestara. Hasta que, por fin, lo hizo.

<<¿En serio? ¡Qué fuerte! xDD Bueno, pues espero que te lo pases bien…¡¡¡¡Y que a Adri no le hagan muchas preguntas!!!! =DDDDDD (a)>>

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La mataba. Un día de estos la mataba. Pero, de todos modos, Elena tenía razón. Mis padres iban a prepararle un interrogatorio cojonudo a Adrián, lo cual no me daba muy buena espina, la verdad. Pobrecito.

Esa noche, al igual que todas, volví a soñar con Adrián. Soñé, como siempre, que se transubstanciaba en mi cuarto y me miraba. Pero esta vez no solo me miraba. También me besaba, me mordía en el cuello, me hacía chupetones... Hasta que al fin me desperté. No había nadie en mi habitación, solo estaban mis trastos desordenados por todos los lados. Me levanté y me di cuenta de que no había ninguna rosa a mí alrededor. Bostecé. Había sido una noche muy agitada.

Encima, menudo sueño había tenido. Pasarme la noche entera besándome con Adrián era algo insuperable, un sueño hecho realidad. Pero era una mala señal. Significaba que apenas se podía controlar, ni siquiera cuando se metía en mis sueños… lo cual no era muy estimulante, la verdad. No quería quedarme sin alma.

Llegué al cuarto de baño y me lavé la cara. Me miré en el espejo y me di cuenta de que tenía una mordedura en el cuello y chupetones por los hombros, el cuello y los brazos. Me revisé de arriba abajo y comprobé con alivio que no había más chupetones que esos.

Solté un suspiro y me di una ducha, intentando relajarme. Cuando terminé de ducharme ya eran las once menos cuarto. Mis padres debían de llevar levantados mucho tiempo. Me sequé el pelo y me lavé los dientes. No tenía ganas de desayunar, no tenía mucho hambre.

Me fui a mi habitación envuelta en una toalla. Allí decidí ponerme un jersey morado de cuello alto para que mis padres no vieran los chupetones ni la mordedura. No era buena idea que se pusieran más histéricos de lo que ya estaban con el tema del novio.

También me puse unos pantalones vaqueros ajustados y las botas negras de tacón de aguja. No sabía muy bien qué ponerme, nunca había tenido un novio y no sabía muy bien qué te tenías que poner cuando le vas a presentar a tus padres al chico del que estás enamorada. Bueno, de todos modos, iba a estar en casa. Podía cambiarme cuando quisiera.

Me pinté la raya de los ojos con el eyeliner de color negro y me di un poco de gloss en los labios. Suspiré. Ya estaba de los nervios.

Entré en la cocina y vi que allí estaba mi madre. Estaba cocinando la comida para solo tener que calentarla cuando volvieran.

— ¿Qué vas a hacer de comer?— la pregunté, sentándome en una silla. Ella se dio la vuelta y me miró, sin contestarme.

— ¿Te gusta mucho ese chico?— me preguntó ella a su vez, haciendo caso omiso a mi pregunta. Intenté no ponerme colorada y ella se sentó a mi lado.

— ¿A qué viene esa pregunta ahora?— intenté salirme por la tangente. Mamá soltó una especie de risita.

— Quiero saber hasta qué punto quieres a ese chico— dijo ella, encogiéndose de hombros— Quiero saber si estás enamorada de él de verdad o si solo es un encaprichamiento adolescente.

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Me reí. Mamá esperó a que la contestara. Sabía que no me iba a dejar en paz hasta que no la contestara, así que me puse seria y dejé de reír. Solté un suspiro y busqué una forma de explicárselo.

— Mataría por él— contesté. La expresión de mamá también se volvió seria, viendo que la situación no era una tontería. No era un “encaprichamiento adolescente”, como lo había definido ella— Y sé que él haría lo mismo por mí.

— ¿Cómo estás tan segura?— me preguntó.

La fulminé con la mirada. Yo había cuestionado una vez que Adrián me quisiera, pero no iba a permitir que nadie lo hiciera nunca jamás.

— Porque me lo ha demostrado— contesté, enfadada— Y no quiero que vuelvas a insinuar lo contrario nunca más, ¿queda claro?

Mamá soltó un suspiro y se puso en pie. Siguió cocinando y yo me quedé mirando el reloj, embobada, esperando desesperadamente a que llegaran las doce.

Cuando por fin eran las doce menos cuarto, mamá guardó la comida en el frigorífico y se fue a retocar el maquillaje rápidamente (lo que se traduce por terminarse el bote de maquillaje entero de una sola atacada). Papá salió del salón y cogió las llaves del coche y su chaqueta. Yo les acompañé hasta la puerta. Cuando estuve segura de que se habían ido, cerré la puerta y me fui a mi habitación, deseando que la misa se alargara hasta la eternidad.

De repente, llamaron al timbre. Mi corazón comenzó a latir rápidamente. Estaba muy nerviosa. Era la primera vez que Adrián y yo íbamos a estar solos en mi casa, lo cual me estresaba un poquito.

Abrí la puerta y me fijé en que no había nadie. Lo único que había era una rosa roja en el suelo con una notita. Desdoblé la notita y la leí. Era la letra de Adrián.

<<Lo siento, esta noche no me ha dado tiempo a regalarte una. Te has despertado demasiado deprisa.

Astaroth>>

Releí la nota y miré a mis lados, desconcertada. ¿Dónde se había metido Adrián? Suspiré y entré en casa, cerrando la puerta tras de mí. Me reí como una idiota cuando volví a leer por tercera vez la nota.

Fui a la habitación a dejar la rosa en el ramo que había ido acumulando durante las últimas dos semanas. Abrí la habitación y pegué un grito del susto.

Allí, tumbado en mi cama, como si fuera lo más normal del mundo, estaba Adrián, mirándome con una sonrisa resplandeciente. Intenté recuperar el aliento, mirándole, incrédula.

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— Hola— me saludó con entusiasmo.

Me apoyé en la pared, intentando respirar con normalidad.

— ¿Tú… qué… haces… aquí?— le pregunté con la voz entrecortada.

Adrián sonrió más ampliamente. Le iba a matar. Me había dado un susto de muerte.

— Tu cama siempre me ha parecido muy cómoda y quería comprobar si era verdad— me contestó con tranquilidad. De pronto, sus ojos brillaron con deseo y su sonrisa se volvió salvaje— Bueno, esta noche he estado a punto de comprobarlo…

Reprimí un escalofrío. Adrián se acercó rápidamente a mí, tan rápidamente que se convirtió en un borrón negro al moverse. Hacía un segundo estaba tumbado en mi cama y ahora me tenía arrinconada entre la pared y el escritorio. Me cogió por la cintura. El pulsó se me alteró. Adrián me bajó el cuello del jersey y me besó en la mordedura.

— Estás helada— comentó mientras introducía sus manos ardientes por debajo de mi jersey. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral.

— No tengo nada de frío, la verdad— dije en un susurro, cerrando los ojos con fuerza.

Adrián recorrió mi espalda con sus manos, deteniéndose de vez en cuando en el cierre del sujetador. Cuando tenía la intención de desabrocharle, yo intentaba separarme de él. Aunque no lograba separarme, por lo menos entendía lo que pretendía y no le desabrochaba.

Me besó en los chupetones y en la mordedura, en los labios, en el cuello… hasta que, de repente, ya no estaba apoyada contra la pared. Estaba tumbada en la cama, y Adrián estaba encima de mí, sin cargarme con su peso. Los latidos de mi corazón enloquecieron.

— ¿Qué tal te lo has pasado esta noche?— me preguntó mientras me besaba el cuello. Solté una risita nerviosa.

— Bueno…— dije, aferrándome con fuerza a su pelo mientras me mordía en el cuello de nuevo. Lancé un grito ahogado— Ha venido un demonio a mi habitación y se ha pasado la noche entera besándome y mordiéndome en el cuello…— Adrián empezó a reír y yo me uní a sus risas. Era una situación un tanto absurda— Espero que no te pongas celoso por las visitas nocturnas de un demonio. Nunca hacemos nada malo… o al menos eso creo.

— Estoy muy, muy celoso— dijo Adrián, sonriendo pícaramente. Me miró a los ojos. Sus ojos, rojos como la sangre, estaban inundados por el deseo. Adrián me besó desesperadamente. Yo me aferré a él como si fuera un salvavidas— Tan celoso que me hierve la sangre de los celos.

Adrián se quitó la camiseta, dejando al descubierto sus poderosos músculos. La única vez que le había visto así fue el día en que se transformó en demonio, cuando estaba tumbado en aquella camilla de urgencias… Recorrí sus abdominales con la mano, maravillándome de su dureza y de cómo quemaba su cuerpo. Sí que parecía que le hirviera la sangre, aunque dudaba que fuera de celos a sí mismo, porque sería una tontería. Él siguió besándome, como si de ello dependiera su vida.

Como si de ello dependiera su vida.

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Esa frase resonó en mi cerebro y me impidió que pudiera responder a sus besos, me dejó paralizada. Me recordó por qué lo que estaba haciendo Adrián estaba mal, por qué debíamos de esperar para estar juntos, por qué teníamos que parar.

Porque podía quitarme el alma.

Intenté separarme de él, pero Adrián no respondía. Era como si un desconocido se hubiera metido en su cuerpo y le manejara. Era como si la parte humana de Adrián le hubiera abandonado por completo y la parte de demonio dominara en su cuerpo adolescente.

— Adrián— le dije cuando me quitó el jersey. Me besó el vientre, haciéndome caso omiso— Adrián, para— le pedí, agarrándole de las manos. Estaba ardiendo, tanto como el día en que se transformó. Él me siguió besando, a pesar de todo— Adrián, por favor, tienes que parar— le volví a pedir. Pero Adrián no me oía, no me escuchaba. Seguía besándome. Consiguió liberarse las manos para aferrarme por la cintura y apretarme aún más junto a él. Yo, por una parte, quería seguir, pero… no quería perder mi alma. Y sabía que Adrián estaba fuera de control y que, si todo eso acababa mal, lo pasaría fatal. Y yo también— ¡Adrián, basta!— le grité. Adrián reaccionó rápidamente y se separó lo máximo que pudo de mí.

— Lo… siento— dijo, jadeando, mirándome con miedo. Por fin había vuelto Adrián. Solté un suspiro de alivio al ver que la alarma había pasado… al menos de momento— Perdóname, por favor.

— No pasa nada— contesté, también jadeante. Estaba incrédula— Estas cosas pasan… supongo— concluí.

El pulso me resonaba en los oídos. Cogí el jersey y me le puse, esperando que así mejorasen un poco las cosas.

— No mejoran— dijo Adrián, negando con la cabeza. Me empezaba a acostumbrar a lo de que me leyera la mente y eso. Buf, qué calor... Empezaba a arrepentirme de haberme puesto otra vez el jersey— Sigo teniendo las imágenes en la cabeza y no me las puedo quitar. Con ponerte el jersey solo vas a conseguir que quiera quitártele otra vez.

— ¿Qué ha pasado?— le pregunté, sorprendida aún— Estas dos semanas has estado muy controlado y, de repente…

— Ayer estuve de caza con Dejanira— me contestó. No entendía qué tenía que ver eso ahora— Cuando probamos las almas, sentimos una especie de frenesí…

— ¿Cómo los vampiros cuando prueban la sangre humana?— le interrumpí. Adrián sonrió y asintió.

— No me di cuenta hasta que no vine aquí— dijo, asustado.

Yo estaba cada vez más preocupada por él. ¿Y si al final no podía contenerse y me quitaba el alma? ¿Sería doloroso para él cuando se diera cuenta de lo que había hecho? ¿Le dolería haberme quedado vacía, sin mi esencia?

— Me moriría si tú te quedaras sin alma— dijo, sonriendo tiernamente. Aunque me había

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acostumbrado a que me leyera la mente, algunas veces me sorprendía— En serio.

— Pero, por favor, sígueme explicando cómo has podido perder el control— le pedí, intentando ignorar lo que había dicho. No entendía cómo podía haberle afectado tanto el haber estado de caza.

— Ya te lo he dicho— dijo mientras se sentaba en la silla de mi escritorio. Ahora parecía algo más controlado, pero… Nunca podía saber si su instinto de demonio iba a eclipsar sus sentimientos humanos— Cuando Dejanira y yo terminamos de… cazar, me vine directo aquí— se arrodilló enfrente mío y me acarició la cara con la mano, sonriéndome con cariño. Suspiré— Ya sabes, no puedo estar ni un minuto alejado de ti.

— Exagerado— murmuré.

Adrián se echó a reír. Por fin era su risa, esa risa que me volvía loca.

— No lo soy— dijo, negando con la cabeza. Soltó un suspiro— Cuando llegué a tu habitación, me di cuenta de que no estaba tan controlado como creía. Fue verte, en pijama, dormida, abandonada a mi suerte, indefensa… y no sé cómo, pero me pude controlar. Lo único que hice fue besarte, morderte y acariciarte. Nada más. Te lo juro.

— Y hacerme chupetones— le corregí, recordándole la parte que se le había olvidado. Adrián asintió, sonriendo— Después de todo, creo que me acordaría si la cosa hubiera llegado a más… Por lo menos, me habría despertado.

Intenté parar las imágenes que me acudían a la cabeza, que me mostraban lo que podría haber pasado si Adrián no hubiera tenido tanto auto-control. Me estremecí.

— Sara…— me dijo Adrián con voz tensa.

Le miré y me di cuenta de que me estaba mirando de arriba abajo, con los ojos rojos brillantes de deseo. Me tapé la boca con las manos.

— Lo siento— dije. Me alejé un poco de él.

— No te alejes, así me lo pones más difícil— me previno mientras se volvía a sentar en la silla. Alcé las cejas, sorprendida. Eso era nuevo— A los demonios nos gustan los retos, ¿sabes?— solté una risita.

— No sé por qué no me parece absurdo— comenté, alzando los brazos. Adrián se echó a reír— Venga, pero sigue hablando— le insté mientras le pinchaba en la rodilla con el dedo.

Adrián cerró fuertemente los ojos y se estremeció. Había vuelto a meter la pata. Pasados unos segundos, Adrián suspiró, pero siguió con los ojos cerrados.

— No sé cómo lo hice, pero me refrené. Intenté por todos los medios no llegar a más… aunque sé que a ambos nos habría encantado— abrió los ojos y me miró pícaramente. Bajé la mirada, avergonzada. Tenía toda la razón— Pero hoy… estaba deseando que llegaran las doce, para poder verte y estar contigo. Decidí darte una sorpresa. Pero te he pillado tan por sorpresa que el auto-control ha desaparecido prácticamente por completo de mí. Solo cuando me has gritado he recuperado la cabeza… más o menos.

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— ¿Más o menos?— repetí, sorprendida.

— Sigo deseándote con más fuerza de la habitual, y eso solo significa una cosa: que quiero quitarte el alma— me contestó Adrián, encogiéndose de hombros. Suspiré. Maldita alma. Ojalá pudiera estar sin alma durante unas horas, así… Adrián negó con la cabeza— Si te quedaras sin alma durante unas horas, la cosa perdería su encanto— dijo a la vez que alzaba las cejas. Me reí por no llorar— Precisamente por esto estuve la semana en la que me convertí sin ir al instituto: porque estaba totalmente fuera de control. Por eso vino Dejanira: para controlarme y que no me escapara de casa— soltó un suspiro y puso los ojos en blanco. Debía de haber sido muy difícil para él aguantar todo eso. Pero a mí también me estaba resultando muy difícil. Esta situación era desesperante. Y, para colmo, empezaba a dolerme la garganta— Sara, ¿estás bien?— me preguntó, acercándose aún más a mí. Yo asentí con la cabeza, quitándole importancia— Serías buena mentirosa si yo no pudiera leerte el pensamiento, ¿sabes?— dijo, frunciendo el ceño. Sonreí.

— Estoy bien, solo me duele la garganta y la cabeza… y tengo bastante frío, por muy raro que me parezca— dije, bastante sorprendida.

Después de todo lo que había pasado y lo que podría haber sucedido, debería de estar ardiendo. Adrián colocó la palma de su mano en mi frente.

— Estás helada, Sara— dijo, mirándome con gesto preocupado— Ponte una chaqueta o algo.

— Pareces mi madre— le contesté, poniendo los ojos en blanco. Sin embargo, fui hasta el armario y cogí una chaqueta de punto. Tenía bastante frío— Además, ¿cómo puedes saber si estoy helada o si no? Tú siempre estás ardiendo y nunca te he dicho que te pongas un hielo porque tienes fiebre.

Pensé que se iba a reír, pero Adrián se quedó inmóvil en el sitio y, de repente, se puso de pies.

— ¿Dónde tienes el libro de Astaroth?— me preguntó rápidamente. Le miré sorprendida. Creía haberle dejado en el último cajón del escritorio, pero no estaba muy segura… Adrián, rápidamente, se agachó y buscó en el tercer cajón del escritorio el libro. Allí le encontró y se puso a rebuscar en él— Que no sea lo que creo que es, por favor, que no sea… ¡Mierda!

— Adrián, ¿qué dices?— le pregunté, sorprendida.

— ¿Yo?— dijo él, también sorprendido. Me miró fijamente. Yo sabía que había dicho algo— Sara, no he dicho nada.

— Pero yo te he oído…— me defendí.

Adrián movió negativamente la cabeza, articuló con los labios la palabra “no” sin hacer ruido y me abrazó con fuerza. Me besó en el pelo, en los párpados y en los labios.

— Sara, te quiero, te quiero…— me susurró. Yo le devolví el abrazo, algo asustada. Me estaba empezando a preocupar.

— ¿Qué pasa?— le pregunté. Adrián me miró a los ojos. Me pareció increíble lo que vi. Adrián estaba llorando. Las lágrimas empezaron a caerse por mis mejillas. ¿Qué estaba pasando? ¿Por

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qué lloraba Adrián? ¿Qué había sucedido?— Adrián, por favor, ¿qué pasa?— volví a preguntarle, cada vez más angustiada.

— Nada, no pasa nada— dijo Adrián, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Nunca había visto a un chico llorar… y menos a Adrián, que parecía tan fuerte, tan seguro de sí mismo, tan preparado para lo que fuera. Compuso una sonrisa triste. No me tragaba eso de que no pasaba nada. Adrián no podía llorar por “nada”. Era un demonio, y los demonios no debían, no podían llorar— Pero, por favor, nunca lo olvides. Te quiero, Sara. Por encima de ser un demonio, soy humano. Y te quiero. La parte de demonio te quiere y la de humano te ama— yo seguía llorando, sin saber muy bien por qué. Quizás por todo lo que me estaba diciendo Adrián— Te quiero y te necesito, pero no como demonio, sino como humano. Por favor, Sara, no lo olvides.

— Adrián, jamás podré olvidar que me quieres— le contesté, con la voz rota por el llanto— Pero, sobre todo, jamás podré olvidar lo mucho que te quiero.

Adrián me abrazó y yo lloré desconsoladamente, sin saber por qué. Solo tenía la certeza de que algo iba mal y que Adrián creía que ese algo podía cambiar mis sentimientos. Estaba muy confusa y tenía mucho frío. Por lo menos, el calor que desprendía el cuerpo de Adrián me reconfortaba un poco.

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Capítulo 11Transformación

Aún no habían llegado mis padres. Adrián y yo estábamos sentados en el sofá, abrazados. A parte del jersey y la chaqueta, había cogido una manta para taparme. El calor de Adrián también quería colaborar, pero yo seguía helada de frío. Adrián se preocupó cuando vio que tenía lo labios morados. Me besó, esperando que así dejara de tener algo de frío. Pero no había servido de nada. Yo estaba temblando como si fuera un flan. Adrián cantaba todo el rato para intentar tranquilizarme, acunándome en sus brazos.

A la una y media volvieron mis padres. Adrián siguió como si tal cosa cuando oyó que se abría la puerta de la calle, pero yo levanté la cabeza, preocupada por lo que mis padres pudieran pensar.

— ¿Sara?— preguntó mamá— ¿Adrián?

— Eeesstaaamoss aaaquii…— dije, tartamudeando.

Oí como mamá venía corriendo hasta el salón. Cuando me vio, temblando en los brazos de Adrián, pálida como una sábana y con los labios morados, mamá pegó un grito ahogado.

— ¡Sara!— exclamó, acercándose a mí. Apoyó su mano en mi frente y la retiró enseguida— ¿Qué ha pasado?— preguntó, mirándonos a Adrián y a mí alternativamente.

— No lo sé— dijo Adrián con voz preocupada. Pero yo sabía que Adrián sabía perfectamente qué era lo que me estaba pasando— Estábamos hablando y de repente se puso pálida y empezó a temblar…

— Tttengo fffriio— intenté decir. Papá llegó en ese justo momento.

— ¿Qué ha pasado?— preguntó papá, sorprendido.

— Mme dueele la gagarganta, ttengo muuucho fffrio…— le intenté explicar. Adrián me miró. En sus ojos rojos podía ver lo preocupado que estaba.

— Ven, te voy a llevar a tu habitación— dijo papá, cogiéndome en brazos. Cuando estaba junto a Adrián hacía un poco menos de frío, pero ahora que me había separado de él empezaba a sentir que me congelaba.

— ¿Puedo quedarme con ella?— les preguntó Adrián. Yo les miré con ojos suplicantes. Mamá y papá se miraron durante un momento y, después, mamá asintió con la cabeza. Eso me sorprendió mucho. Nunca pensé que pudieran llegar a ser tan tolerantes con Adrián.

Papá me llevó a mi habitación y Adrián y mamá le siguieron. Me metí en la cama, tiritando. No me tenía ni en pie. Papá se fue a encender la calefacción y mamá fue a la cocina para prepararme chocolate caliente. Adrián se arrodilló a mi lado y me acarició la cara.

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— Vas a ponerte bien— dijo Adrián, sonriéndome con tristeza.

— Adrián, tttú saabesss qqqué mmme paaasa— afirmé, tartamudeando. Él evitó mi mirada y soltó un suspiro. Sí, lo sabía. Pero no me lo quería decir. Me acurruqué más en la cama. Tenía muchísimo frío. Adrián se sentó en la cama y me cogió las manos.

— Sí, sé lo que te pasa— me contestó. Preferiría que no me hubiera dicho nada. Si me hubiera quedado con la duda de que podía saberlo, no me hubiera reconcomido tanto la curiosidad. Pero ahora…— Y no te lo voy a decir, no hasta que no se haya… desarrollado mejor.

— Adrián, cueentttammmeloo— le pedí de nuevo. Adrián negó con la cabeza y sonrió.

— Lo vas a descubrir tu sola… dentro de unas horas, o quizás menos— dijo, encogiéndose de hombros.

— Pppero ¿por qué saabess qque mmme paasa?— Adrián se echó a reír y me besó. Dejé de temblar durante los segundos que duro ese beso— Ccreo qque ttendrass qque bbessaarme todo el rrratto para qque nno ttenga ffffrío— conseguí decir.

— Por mí vale— dijo Adrián, besándome de nuevo. Adrián se empezó a reír y se sentó en la silla del escritorio.

— ¿Qqué paasa?— pregunté. Empecé a toser. Adrián me miró fijamente, preocupado.

— No hables… puedo leerte el pensamiento, no hace falta que me digas las palabras— me dijo. Suspiré y asentí.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué te reías antes?— le pregunté mentalmente. Adrián sonrió.

— Me reía porque me estaba gustando demasiado lo de besarte mientras estabas tumbada— dijo, encogiéndose de hombros. Yo también me reí, aunque mi risa acabó en tos. Adrián suspiró— Espero que esto no se prolongue demasiado…

— ¿Por qué no me quieres contar lo que me pasa?— le volví a insistir. Adrián puso los ojos en blanco y negó con la cabeza— Adrián, no seas malo, por fa…

— Soy un demonio— me contestó, encogiéndose de hombros— Está en mi naturaleza ser malo. Y hacer sufrir a la gente.

— Pero no a mí…— le recriminé. Adrián sonrió y negó con la cabeza— Te odio.

— Tanto tú como yo sabemos que eso es mentira, así que… no me voy a dejar intimidar— concluyó él. Le lancé una mirada asesina y Adrián se empezó a reír. Esta situación me estaba poniendo histérica— ¿Por qué quieres saberlo?

— ¡Porque quiero y punto!— grité en mi cabeza. Adrián suspiró. No me iba a rendir. Quería saberlo, lo necesitaba— Si no me lo dices… No pienso volver a besarte en la vida.

— ¿Y si te obligo?— me susurró, mirándome fijamente. Me había metido en un terreno peligroso. Adrián sonrió con fiereza. Recordé que me había dicho que a los demonios les encantaban los retos… Y pensé que lo que le había dicho no había sido buena idea.

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— Retiro lo que he dicho— pensé. La sonrisa de Adrián se hizo más amplia y negó con la cabeza. Se acercó a mí y se puso de rodillas a mi lado, en la cama. Agachó la cabeza y acercó sus labios a los míos.

— Demasiado tarde— dijo. Cerré los ojos y sentí cómo los labios de Adrián se posaban en los míos. Sentía calor, mucho calor, y todo ese calor, provenía de los labios de Adrián, de sus manos. Me abandoné por completo a ese calor. Pero, de repente, ya no sentí ese calor. El calor había desaparecido, y un frío muy intenso me inundó. Empecé a tiritar.

— ¿Está dormida?— preguntó la voz de mamá a Adrián. Ahora entendía por qué Adrián se había separado de mí. Abrí los ojos. Mamá traía una bandeja con tres tazas de chocolate y me sonreía, aunque la preocupación se la notaba en los ojos. Le ofreció una a Adrián y él la cogió, aunque no parecía que tuviera mucha hambre. Me incorporé en la cama y cogí la taza que me ofrecía mamá. Ella cogió otra y se sentó a mi lado en la cama. Me sorprendió no sentir absolutamente nada de calor. Era como si la taza no estuviera caliente, aunque yo sabía que lo estaba, por salía vapor de la taza y mamá y Adrián soplaban para no quemarse. Mamá y Adrián me miraron, preocupados.

— No quema… ¿Por qué no quema?— le pregunté mentalmente a Adrián. Ojalá no estuviera mamá. Así me podría haber contestado con total libertad. Solté un suspiro.

— Cariño, ¿qué pasa?— me preguntó mamá, tocándome la frente. Al igual que antes, la retiró rápidamente. No había que ser médico para saber que estaba congelada. Mamá cogió de la bandeja el termómetro y me le dio para que me le pusiera. Dejé la taza de chocolate “caliente” en la mesilla y me puse el termómetro. Adrián se había quedado ido, mirando fijamente al armario. Sonreí. Siempre le pasaba lo mismo cuando pensaba en cosas importantes. Mamá me miraba con preocupación, pero también… ¿con devoción? ¿Me miraba con devoción? Debía de estar volviéndome paranoica. Adrián soltó una risa y mamá y yo le miramos, sorprendidas.

— ¿De qué te ríes tú ahora?— le pregunté mentalmente. Adrián me lanzó una mirada que yo interpreté como algo que me tenía que decir más tarde. Suspiré. El termómetro pitó y yo me le quité. No, no podía ser cierto lo que estaba viendo. No podía ser cierto…

— ¿Cuánto tienes?— me preguntó mamá. Les miré, sorprendida. Adrián me devolvió la mirada. Él debía de saber cuánta “fiebre” tenía. Adrián negó con la cabeza de forma casi imperceptible y suspiró con resignación.

— Tttreeeinta graaaados— dije en voz baja. Mamá me miró fijamente.

— ¿Qué?— gritó mamá, arrebatándome el termómetro. Me miró, incrédula y volvió a mirar el termómetro.

— ¿Qué pasa?— dijo papá, entrando corriendo en la habitación. Mamá le enseñó el termómetro. Papá me miró con el ceño fruncido— Vaya… voy a por una cosa al desván— dijo, mirando fijamente a mamá. Ella asintió y ambos salieron de la habitación. Adrián les miró mientras salían de la habitación.

— Aadriáan…— empecé. Pero él me silenció rápidamente con sus labios. De nuevo me embargó el calor— Adrián, ¿por qué no quemaba el chocolate?

— No lo sé… es muy extraño— dijo, separando sus labios de los míos. Me miró fijamente a los

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ojos y sonrió con tristeza— Les voy a echar de menos.

— ¿El qué?— pregunté, sorprendida. De repente, una imagen se me vino a la cabeza. Pero yo no me lo estaba imaginando. Era una imagen que mi mente no había creado.

Estábamos Adrián y yo, tumbados en una cama. Yo tenía alas blancas y ojos azules. Sonriendo, Adrián me quitaba la ropa y…

La imagen se cortó cuando Adrián empezó a besarme con desesperación. ¿Qué había sido eso? Adrián me apretó fuertemente contra él y me mordió en el cuello.

— Adrián, ¿qué ha sido eso que he visto?— le pregunté, sorprendida. No tartamudeaba. Con Adrián encima de mí y su piel tocando la mía, ya no sentía frío. Hacía calor. Adrián no me hizo caso y me siguió besando— No, otra vez no…— supliqué en mi cabeza. Adrián levantó la cabeza y sonrió.

— No, tranquila, estoy controlado— dijo él. Frunció el ceño— ¿Qué es lo que has visto?

— Pues… algo bastante parecido a esto, solo que sin ropa— contesté. Adrián se echó a reír y se sentó rápidamente en la silla del escritorio. Volví a sentir frío. De repente, empecé a temblar con más fuerza.

— ¿Qué pasa?— le pregunté mentalmente a Adrián, asustada, cuando mi cuerpo empezó a convulsionarse. Adrián me miró, sonriendo con cierta nostalgia. Se acercó a mí y me besó dulcemente en los labios. Yo me movía cada vez más deprisa. Cerré los ojos. Empecé a sentir cómo se me congelaba todo el cuerpo. Empecé convulsionar de forma violenta. Solté un gemido. Cada vez estaba más asustada.

— Tranquila, Sara. Todo va a terminar muy pronto. Entonces, te explicaré qué te pasa— me dijo la voz de Adrián. Sin embargo, él no había movido los labios. ¿Qué significaba eso? ¿Podía leerle el pensamiento? ¿Qué era lo que me estaba pasando?— La única luz que me ilumina es la de tus ojos azules. Duerme, mi ángel.

Mis ojos se cerraron y dejé que la inconsciencia me llevara.

* * *

Suspiré y abrí los ojos. Seguía en mi habitación. Lo único que recordaba era los ojos rojos de Adrián, mirándome con dulzura y diciéndome que todo se iba a terminar, que me quería…

— ¡Sara!— exclamó la voz de mamá. Me miraba con cariño y sus ojos estaban llenos de lágrimas. ¿Estaba bien? ¿Qué había sucedido? ¿Por qué había lágrimas en sus ojos?— Menos mal, por fin se ha despertado… tengo que contarle tantas cosas… Cariño, ¿qué tal estás?

— Yo… confusa— dije. Veía las cosas con gran nitidez, mucho mejor que antes de quedarme dormida… También escuchaba las cosas con mayor claridad— ¿Qué ha pasado?

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— Has estado dormida dos días— dijo mamá, sonriendo con fervor ¿Con fervor? ¿Qué era lo que había sucedido aquí? Todo ese asunto empezaba a darme muy mala espina— No me lo puedo creer. Por fin ha crecido y se ha convertido. Estoy tan orgullosa de ella…

— Mamá, ¿cómo que me he convertido?— la pregunté. Ella suspiró y sonrió.

— Se me había olvidado que ahora puedes leerme el pensamiento…— susurró mamá. Ella seguía sonriendo con entusiasmo. No entendía nada. ¿Qué me había pasado?— Cariño… ahora eres un ángel.

— ¿Qué?— susurré sorprendida— ¿Un ángel? Pero… ¿cómo?

No podía creérmelo. Sin embargo, tenía bastante sentido. Así, podía entender por qué en mis sueños con Adrián era un ángel y por qué él sabía qué era lo que me estaba pasando. También entendía por qué podía ver la verdadera esencia de Dejanira y de Adrián. Entendía más cosas.

Y, sin embargo, no me podía creer que fuera un ángel. Yo no creía en Dios. ¿Cómo podía ser un ángel?

— Mi madre era un ángel— me contestó mamá— El gen angélico se salta una generación… por eso tú te has convertido— me sonrió con ternura— Estoy tan orgullosa de ti— me dio un abrazo.

Se le devolví por no hacerla el feo. Pero yo no estaba nada orgullosa.

¿Un ángel? ¿Era un ángel? ¡No podía ser! Era la novia de un demonio, del descendiente del mismísimo Astaroth. Tenía un libro de demonología en casa y había jurado que, si volvía a entrar en una iglesia, la quemaría. ¿Cómo podía ser un ángel? ¿Cómo podía ser la novia de un demonio un ángel? Adrián me dejaría, se avergonzaría de mí…

Empecé a llorar. No, no podía ser. No quería ser un ángel. Adrián se avergonzaría de mí, se reiría de mí y se marcharía con una diablesa guapa y malvada y vivirían toda la eternidad riéndose de mi recuerdo…

— Cariño, no llores…— me dijo mamá, abrazándome. Empecé a oír más voces, no solo la de mamá.

— Espero que Sara despierte pronto, quiero darle el regalo de su iniciación…— escuché los pensamientos de papá. Suspiré, intrigada. ¿Qué regalo tendrían que darme? Lo único que quería era dejar de ser un ángel. Eso sería lo único que me haría feliz.

— Ya ha despertado. Por fin— pensó la voz de Adrián. ¿Adrián? ¿Adrián estaba allí?

— Mamá, ¿Adrián sigue aquí?— la pregunté, sorprendida. Ella asintió.

— Lleva aquí los dos días que has estado dormida— me contestó. Me miraba con gesto preocupado— Creo que no debería preocuparme tanto por lo que hagan o no Adrián y ella… debería de confiar un poco más en Sara. Después de todo, ese chico a demostrado que la quiere— una pequeña sonrisa se me dibujó en la cara. Mamá también sonrió— Eso está mejor. Hablamos con sus padres y decidimos que podía quedarse a dormir en la habitación de invitados. Lleva aquí desde el domingo. No ha ido al instituto, no ha querido separarse ni un minuto de ti, y apenas ha comido… Ha estado muy preocupado por ti. Creo que tenías razón, Sara. Adrián te quiere

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mucho.

De eso ya no estaba tan segura. ¿Y si se había quedado aquí para que, cuando despertara, pudiera matarme? No, no podía pensar eso. Era Adrián, y me quería. Y yo le quería a él. No podía pensar que me quería matar. Lo único que quería era estar conmigo… y, en ocasiones, quitarme el alma. Pero no lo hacía con mala intención. Él solo seguía sus deseos… al igual que yo.

¿Pero, y si, después de todo, él ya no me quería? ¿Y si me odiaba por ser un ángel? Esos pensamientos me hicieron estremecer.

— Cariño, nosotros nos vamos a ir a la tienda— me dijo, aunque yo sabía que era una excusa para dejarnos a Adrián y a mí solos. La agradecí en el alma que lo hiciera— Volveremos antes de comer, ¿de acuerdo?— asentí con la cabeza y miré el reloj de la mesilla.

Eran las nueve. Entonces, era verdad que Adrián no había ido al instituto. Mamá me dio un beso en la frente y se fue de la habitación. A los cinco minutos oí cómo se abría la puerta de la calle. Y, de pronto, Adrián estaba en el umbral de la puerta de mi habitación, mirándome con cara sombría.

Esperé a que dijera algo, a que reaccionara. Pero no decía nada. Lo único que hizo fue sentarse en la silla del escritorio. Ambos guardamos silencio. Suspiré.

Todos mis pensamientos habían tenido razón. Adrián ya no me quería. Si no, me hubiera hablado, me hubiera dicho algo. No podía oír nada proveniente de la cabeza de Adrián, lo cual me pareció extraño. Quizás eso significaba que Adrián no sentía nada por mí… y eso me hundió aún más en la miseria. Una lágrima corrió por mi mejilla. Adrián suspiró.

— Llevo dos días preocupado— dijo Adrián al fin, con voz seria. Una vez hubo salido una lágrima, las demás fueron imposibles de detener. Adrián no me quería. Adrián me odiaba— Me preocupaba cuál sería tu reacción cuando despertaras. Pero no me esperaba esto.

Continuó mirando el suelo. Hubiera dado mi alma por poder mirarle a los ojos en ese momento. Estuve a punto de agarrarle por el mentón para obligarle a que me mirara, pero me dio miedo. Me dio miedo que Adrián me rechazara

— No sé a qué te refieres— dije, intentando sonar impasible. Pero con el llanto no surgía efecto.

— Esperaba que me odiaras— contestó, todavía sin mirarme a los ojos. Suspiré. ¿Odiarle? Imposible. Hice un esfuerzo por no poner los ojos en blanco— Esperaba que me odiaras hasta tal punto de querer matarme cuando despertaras— le miré fijamente, horrorizada. ¿Cómo podía pensar que yo quería matarle? ¿Estaba loco?— Si lo hubieras intentado, no me habría defendido. Pero no me esperaba esta reacción.

— ¿Qué reacción?— le pregunté, secándome las lágrimas con la camiseta del pijama. Una parte de mi cerebro registró el hecho de que me habían cambiado de ropa.

— No me esperé que creyeras que te iba a odiar— me dijo. Por fin levantó los ojos. Sus ojos rojos estaban llenos de dolor e inseguridad, al igual que los míos— Que no te iba a querer.

— Yo tampoco me esperaba que creyeras que te quería matar— susurré.

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Un escalofrío me recorrió la espalda. Seguía sin saber lo que más me importaba en esos momentos. Adrián se acercó a mí y me cogió la cara con las manos. Cerré los ojos ante el contacto de nuestras pieles. El calor… era maravilloso. Cuando volví a abrirles, Adrián sonreía. Sus ojos estaban cargados de felicidad.

— Me quieres— dijo, sonriendo con entusiasmo— Todavía me quieres.

— Te dije que jamás dejaría de quererte— le contesté.

Adrián me besó y sentí que estaba completa. Sentí que todo mi cuerpo era recorrido por lenguas de fuego. Y también vi una imagen en la cabeza de Adrián. Le vi frente a mi cama, con la cara llena de preocupación. Deseaba que despertara para poder decirme que, a pesar de que ahora era su mayor enemigo, me amaba. Al ver eso, respondí con mayor intensidad a su beso.

No me importaba que fuera mi mayor enemigo. No me importaba que fuera lo único que me podía matar. Lo único que me importaba era que me quería y que sus sentimientos no habían cambiado.

Adrián me tumbó en la cama con ternura. Suspiré. No sabía si, ahora que era un ángel, me podía quitar el alma. Sin embargo, me abracé a él y dejé que su calor me envolviera. Adrián suspiró.

— Esto es maravilloso— dijo Adrián— He pasado tanto miedo durante estos dos días…

— ¿Tenías miedo de que te matara?— le pregunté. Adrián se echó a reír.

— Tenía miedo de que me hubieras dejado de querer— contestó, acariciándome el pelo— Por eso no me hubiera importado que me mataras. Porque, si tú no me quieres, es como si estuviera muerto.

Le besé. Nunca hubiera esperado que me siguiera queriendo después de esto. Por una parte, entendía cómo se había sentido Adrián, pero, por otra… ¿Cómo podía haber pensado que no le quería? Era algo absurdo. Adrián empezó a reír. ¿Qué pasaba ahora?

— Es una situación de lo más cómica— me dijo, riéndose a carcajadas. No lo pude evitar y me empecé a reír yo también. Su risa era contagiosa— Deberíamos odiarnos, pelear hasta que uno de los dos muriera, y sin embargo…

— Nos queremos y peleamos para seguir con nuestras almas intactas— dije, sin saber muy bien por qué.

Adrián asintió. Tenía razón. Era una situación bastante absurda. No supe muy bien por qué, pero, de repente, me entraron unas repentinas ganas de besarle, de agarrarle por el cuello y besarle enloquecidamente.

Estaba mal. Yo sabía que quitarle las almas a la gente estaba mal, muy mal. Pero si Adrián no lo hacía, moriría. Y yo era lo suficientemente egoísta como para preferir que miles de personas se quedaran sin alma para que Adrián viviera. De todos modos, estaba mal. Si pudiera devolver a esas personas su alma… Adrián se separó repentinamente de mí.

— ¿Qué pasa?— pregunté, preocupada.

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¿Y si había cambiado de opinión y no me quería? No, no podía ser eso. No podía ni imaginármelo. Le necesitaba tanto…

— Has estado a punto de beber de mí— me contestó, mirándome con ojos aterrados. Intenté leer su mente, pero me resultaba muy difícil— Se me había olvidado que ahora puedes hacer eso…

— No lo entiendo— dije, negando con la cabeza. Me senté en la cama, confusa. Todo era tan raro, tan complicado, tan difícil de entender… Habían cambiado tantas cosas…— ¿Beber de ti?— pregunté, sorprendida. ¿Qué significaba eso?

— Los demonios podemos quitar el alma a la gente, ¿no?— me dijo. Asentí con la cabeza. Eso ya lo sabía— Ya sé que ya lo sabes, pero es que vosotros podéis hacer algo bastante parecido— dijo, encogiéndose de hombros. Le miré, perpleja.

— ¿Podemos quitar almas?— pregunté.

Adrián negó con la cabeza y sonrió, pero sus ojos seguían asustados. Solté un suspiro. Esto era tan complicado.

— No podéis quitar almas, podéis devolverlas— me explicó. Abrí la boca ligeramente, aún más sorprendida. Ahora entendía un poco ese sentimiento que había experimentado minutos antes, cuando había querido devolver las almas a todas las víctimas de Adrián— Cuando un ángel y un demonio entran en combate, lo primero que intentan es desarmar a su enemigo— dijo, cogiendo una daga brillante que colgaba de su cinturón.

Hasta entonces, no me había dado cuenta de que la tenía. Sin saber muy bien por qué, un estremecimiento recorrió mi cuerpo, y Adrián sonrió. La empuñadura estaba ornamentada con rubíes y diamantes. El filo de la daga brillaba con un destello rojizo que me intimidó un poco… y me asustó. La sonrisa de Adrián se volvió más amplia.

— Esto es lo único que te puede matar, Sara— me avisó.

Inconscientemente, me alejé un poco de él y Adrián empezó a reír mientras se volvía a colgar la daga del cinturón. Solté un suspiro de alivio y la risa de Adrián se volvió más fuerte. Carraspeé para que siguiera hablando. Adrián soltó un suspiro y asintió.

— Después, cuando ya está desarmado… beben de él— le escuché con atención. Una parte de mi cerebro estaba procesando su explicación… y la otra estaba bastante ocupada pensando en lo bueno que estaba ese demonio. Adrián se echó a reír y yo recordé que podía leerme el pensamiento, al igual que yo a él— Eres una exagerada.

— Para nada— le dije, recorriéndole el cuerpo con la mirada. Adrián volvió a reír y negó con la cabeza. Solté un suspiro— Sigue hablando… y no te metas en mis alocados pensamientos.

— Vale, vale— dijo, alzando las manos. Sonreí— Cuando un demonio intenta beber de un ángel…

— Significa que quiere quitarle el alma— le interrumpí. Adrián asintió— Esa parte ya me la sé, vete a lo otro.

— Bueno, cuando un ángel bebe de un demonio, significa que el ángel devuelve las almas que ha

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quitado el demonio a sus víctimas, por lo cual, el demonio queda tan debilitado que puede llegar a morir en el proceso…

Un escalofrío me recorrió por la columna vertebral. ¿Y si Adrián se peleaba con un ángel y acababa perdiendo? ¿Y si moría porque le quitaban las almas que había robado? Le miré, preocupada. Adrián sonrió.

— Sara, no te cuento esto para que te preocupes— me dijo, mirándome fijamente a los ojos— Te lo cuento para que estés prevenida. Tal y como a mí se me puede ir la mano y quitarte el alma, cosa que podría matarte ahora que eres un ángel, tú puedes devolver las almas a las personas que se las he quitado y hacer que yo muera.

¿Yo podía matar a Adrián? Negué con la cabeza. No, no podía ser. Imposible. Adrián me abrazó y yo cerré los ojos con fuerza.

— No quiero hacerte daño— pensé. Adrián soltó un suspiro.

— Ya lo sé, yo tampoco quiero hacerte daño— me contestó con la mente. Cuando me tocaba, podía leerle la mente mucho mejor, como me había dicho él el día del cumpleaños de Elena. Suspiré. Esos tiempos eran mejores… y las cosas mucho más fáciles— Pero nuestros poderes están muy descontrolados ahora, y no podemos correr muchos riesgos…

— Lo sé… ¿qué vamos a hacer?— le pregunté. Adrián me miró a los ojos y sonrió.

— De momento, te vas a mirar en un espejo… tengo entendido que en la habitación de tus padres hay uno bastante grande— asentí con la cabeza, mirándole con el ceño fruncido.

¿Cómo lo sabía? Suspiré. Adrián era increíble, así que intenté no comerme la cabeza para intentar averiguar cómo sabía lo que había en la habitación de mis padres. Nos fuimos hasta la habitación de mis padres. Era algo más grande que la mía, con una cama de matrimonio en el centro de la habitación, dos mesillas a los lados de la cama, un armario empotrado, un tocador y un gran espejo.

— Cierra los ojos… y no hagas trampas— me ordenó Adrián.

Le obedecí y él me condujo hasta enfrente del espejo. Supuse que con lo de hacer trampas se refería a meterme en su mente para ver lo que él veía. Hice un esfuerzo para impedir que entraran en mi mente las imágenes que había en la de Adrián.

— Ábrelos.

Les abrí y observé la imagen que estaba reflejada en el espejo. Estaba Adrián, con unos vaqueros negros, unos playeros blancos y una camiseta de manga corta azul marina. Sus ojos rojos miraban mi reflejo en el espejo con expectación, esperando ansiosamente mi reacción. Sus alas negras estaban alzadas, signo de la ansiedad. Solté un suspiro y me miré. Lancé un grito ahogado y vi de refilón como sonreía Adrián.

La chica del espejo era muy parecida a la imagen que yo tenía en mi mente sobre mí. Era blanquita, con el pelo negro, rizado y despeinado, delgada y alta. Llevaba puesto un pijama azul con estrellas blancas. Pero había algo que no encajaba.

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La chica del espejo tenía unos ojos azules preciosos, enormes, y sus alas de un blanco níveo y brillante estaban alzadas por la sorpresa. Solté un suspiro.

— ¿Esta… soy yo?— pregunté, señalando mi imagen con sorpresa.

Adrián intentó no reírse y asintió con la cabeza. Alcé mi mano y toqué con ella el espejo, para cerciorarme de que era verdad. Moví una de mis alas hacia arriba. Si, podía moverlas, pero no pesaban ni podía tocarlas. Era muy extraño, como en una peli. Adrián soltó un suspiro y me rodeó la cintura con los brazos.

— Eres el ángel más guapo de todos los que he visto— me susurró en el oído. Solté una risita y volví a mirar al espejo. Parecía tan irreal… y, sin embargo, estaba allí. Parecía un cuento de hadas. Adrián sonrió— Pero no es un cuento. Es la realidad. Solo que siempre la hemos relacionado con los cuentos.

— Es increíble, ¿verdad?— le pregunté, mirando el reflejo de sus alas negras— Es tan impensable que un ángel y un demonio se quieran…

— No te creas— dijo Adrián, negando con la cabeza— ¿Cómo crees que existen los humanos?

— ¿Los humanos nacim… nacieron a partir de la unión de un ángel y un demonio?— le pregunté, recordando que yo ya no era humana.

Ahora era un ángel. Y, según Adrián, un ángel muy guapo. Pero eso lo decía porque era un exagerado. Me lanzó una mirada asesina y me eché a reír.

— La luz y la oscuridad hacen la vida… los opuestos se atraen… muerte y vida… ya sabes, ese tipo de cosas— me contestó, encogiéndose de hombros.

Sonreí. Me di la vuelta y le besé. Intenté recordar que no podíamos seguir, que era por nuestro bien, que podíamos acabar muriendo uno de los dos… Pero era muy difícil. Demasiado difícil. Empezaba a entender qué era lo que había sentido Adrián. Él se separó de mí y sonrió.

— Espero que ahora lo comprendas.

— Yo también he tenido que sufrir mucho— le contesté, cruzándome de brazos. ¿Qué se creía, que lo mío había sido un camino de rosas? En todo caso, un camino de espinas… Adrián se rió ante mi pensamiento— Será mejor que me vaya a vestir, que todavía acabamos peleándonos— él asintió y soltó un suspiro.

— Pero no tardes mucho, ¿eh?— me dijo mientras entraba en mi habitación. Él se quedó en el umbral de la puerta— Como tardes más de un cuarto de hora entro a buscarte— me avisó con una impaciencia que ya empezaba a sentir, a pesar de que no nos habíamos separado aún.

Puse los ojos en blanco y le cerré la puerta en las narices. Me eché a reír. Me metí dentro del armario en busca de algo adecuado para ponerme. Opté por una camiseta de color azul marino de manga larga y unos vaqueros desgastados. Me puse el conjunto de lencería de Victoria’s Secret que me había regalado Elena el año pasado por mi cumpleaños. Sabía que esto no iba a mejorar las cosas si Adrián me veía así, pero… hacía tanto tiempo que no me le ponía y me gustaba tanto… Además, esta era una ocasión especial: me acababa de convertir en un ángel.

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— Lo siento, pero yo no puedo esperar quince minutos— dijo la voz de Adrián.

Sorprendida, sabiendo que iba a entrar en ese momento y que no debía verme así, me volví a meter en la cama tan rápido como pude, tapándome hasta el cuello. Adrián entró en la habitación y me miró fijamente, asombrado.

— ¿Qué pasa?— preguntó.

— Nada. ¡Vete!— le pedí. Su gesto se volvió preocupado.

— Sara, ¿estás bien?— asentí rápidamente. No debía verme así, tenía que marcharse…— No te puedo ver así… ¿cómo? No te entiendo.

Solté un suspiro desesperado. ¿Por qué no se marchaba de una vez? ¿Por qué era tan cabezón este chico?

— No quiero que me veas así, lárgate, por favor— le pedí. Adrián negó con la cabeza, preocupado por mí— Adrián, vete.

— No, hasta que no me digas por qué no quieres que te vea— me contestó, cruzándose de brazos.

Negué con la cabeza. Sabía que si me veía así no se iba a poder resistir… y yo tampoco. Adrián soltó un suspiro y retiró las sábanas de un tirón. Sus pupilas se dilataron al verme y sus alas se alzaron por la sorpresa. Empezó a respirar con irregularidad. Volví a taparme rápidamente, para que no siguiera viéndome así, pero Adrián retiró de nuevo las sábanas separándolas por completo de la cama. Mi respiración se aceleró. Sabía con toda seguridad qué era lo que iba a pasar.

— Adrián, tranquilízate— le dije, intentando que pensara con claridad.

Él negó con la cabeza y se acercó lentamente hacia mí. Yo también negué con la cabeza. Adrián me besó. Sus labios ardían, al igual que su cuerpo. Me abrazó con fuerza, apretándome contra él. No, no podía permitirme un error. No podíamos hacerlo. Y no era porque me diera miedo perder mi alma. Lo que me daba miedo era matar a Adrián. Me acababa de convertir. ¿Y si le hacía daño? No estaba controlada para nada. Y él tampoco.

Intenté leerle el pensamiento, pero lo único que veía eran las imágenes que estaban sucediendo. Adrián solo podía pensar en eso, en lo que estaba ocurriendo en mi habitación. No, no debíamos hacer esto, no hasta que estuviéramos controlados.

Sin embargo, mi cuerpo no pensaba lo mismo. Mis piernas se enroscaron en las suyas, mis manos se aferraron a su pelo y mis labios respondieron con avidez a sus besos. Cerré los ojos. No, no podía pasar esto. No quería que fuera así. No quería perder mi alma. No quería matar a Adrián. Y, sin embargo, mi cuerpo continuaba ajeno a mis órdenes, a mis pensamientos. Como si se hubieran separado y fueran órganos independientes.

Adrián me mordió en el cuello y yo pegué un grito. No era una batalla entre Adrián y yo. No era batalla entre un demonio y un ángel. No era una batalla entre su naturaleza y la mía.

Era una batalla entre mi mente y mi cuerpo.

Apreté mis manos contra la cara de Adrián para intentar leer qué pensaba. Seguía pensando en

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lo mismo que antes, pero… era diferente. Algo había cambiado. Ahora no lo veía simplemente como algo que deseara o necesitara… ahora lo hacía porque me quería. Me quería y quería estar conmigo, pese a todo. Pese a que ambos podíamos morir en el intento.

Y de repente no era una batalla entre mi mente y mi cuerpo. Mi mente se había rendido ante ese pensamiento y se había aliado con mi cuerpo. Ya me daba igual todo. Lo único que quería era estar con Adrián, sin pensar en las consecuencias que eso pudiera tener. Ya me daba igual perder mi alma y que eso pudiera ocasionarme la muerte. Una parte de mí estaba preocupada por Adrián, pero esa parte era muy, muy pequeña. Y con cada apasionado beso que me daba, esa parte disminuía aún más.

Entonces, Adrián empezó a besarme con ternura, más despacio. Sus caricias dejaron de ser apasionadas y se volvieron dulces. ¿Pero qué había pasado? Yo no quería ir despacio. Prefería que todo fuera rápido y apasionado, que no me dejara pensar. No que fuera algo lento y dulce.

Rápidamente, y con una fuerza sobrehumana que yo no sabía que poseía, me puse encima de Adrián. Le quité rápidamente la camiseta y le besé su pecho escultural. Adrián cerró los ojos y un gruñido brotó de lo más profundo de su garganta. Eso me hizo querer ir más rápido aún. Le desabroché un botón del vaquero.

¿Y ahora qué había pasado? Hacía menos de un segundo estaba sobre Adrián y ahora era Adrián el que estaba encima de mí, sujetándome por las muñecas con una mano. Me besó el cuello con dulzura y luego alzó la mirada. Sus ojos rojos brillaban con una diversión perversa.

— Suéltame— pensé, enfadada. Adrián se echó a reír y negó con la cabeza— Adrián, suéltame y déjame hacer las cosas a mi manera.

— No, ni loco— pensó él, sonriendo— A saber qué acabaríamos haciendo si te dejara a ti al mando.

— ¡Es injusto!— dije, mirándole con resentimiento. Adrián se encogió de hombros— Tú te puedes descontrolar todo lo que te dé la gana, pero yo no. ¡No vale!

— Porque yo soy un demonio, y los demonios se descontrolan por naturaleza— me contestó, sonriendo con picardía. Hice un puchero. Adrián negó con la cabeza y me besó, soltándome. Me aferré a él. Era injusto, muy injusto. No podía dejarme así. Él podía hacer todo lo que quisiera, pero yo no. No valía— Sara, no te enfades… Lo hago por nuestro bien.

— ¿Nuestro bien?— repetí, indignada. Le besé con avidez y Adrián respondió a mi beso— ¿Tú crees que estropearme este momento es algo que tienes que hacer por mi bien? ¡Pues solo me está haciendo daño!

Me aparté de su lado y me senté en la silla del escritorio. Me rodeé las piernas con los brazos y miré al suelo fijamente. Él deseaba esto tanto como yo. No sabía por qué había decidido no hacerlo en el último momento. Esto era tan difícil… Mi parte de ángel deseaba estar con él, no sabía si por esa chorrada de que “los opuestos se atraen” o porque quería devolver las almas que Adrián había robado, y mi parte de humana… mi parte de humana quería, deseaba y necesitaba estar con él. Porque le amaba, por encima de todo. Y me parecía inhumano que Adrián no me hubiera dejado seguir cuando él sentía lo mismo que yo.

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Era injusto. Él podía pasarse de la raya todo lo que quisiera, pero yo me tenía que aguantar las ganas. Claro, como Adrián era un demonio y yo un ángel… Era muy injusto.

— Sara, cariño, no es como tú piensas— me dijo Adrián. Le miré de refilón. Estaba sentado en el borde de mi cama y me miraba con ojos suplicantes. Negué con la cabeza— Yo también quiero estar contigo. Pero es muy difícil aguantar la tentación de quitarte el alma. Y si antes era peligroso, ahora lo es aún más, porque eres un ángel y podría matarte. Además, tú también me puedes matar a mí… y créeme que esa es la parte que menos me importa, pero piensa en cómo te sentirías si me mataras.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. No, no podía pensar en eso. Era demasiado. Sin embargo, mi mente me mostró sin piedad las imágenes. Adrián, con su cuerpo gélido y la mirada vacía y apagada. Una lágrima se me cayó por la mejilla. Había que ver todo lo que estaba llorando este día. Quizás mis hormonas (si las seguía teniendo, claro) se habían revolucionado aún más después de este cambio.

De todos modos, no había sido culpa mía. Había sido Adrián quien había insistido en verme, quien no había podido esperar quince minutos para que me vistiera, quien se había vuelto loco cuando me había visto en sujetador y en bragas. Eso no era culpa mía. Así que yo no tenía la culpa de nada, era culpa de Adrián. Por su culpa estaba así, desilusionada y sintiéndome la persona más desdichada de todo el mundo.

Adrián se levantó y me acarició el pelo.

— Lo siento. Lo siento tanto…

— No, no lo sientes. Crees que lo sientes, pero no es así. Estás encantado de verme sufrir. Así sé qué es lo que has tenido que pasar por mi culpa, ¿no?

— Pero… ¿qué estás diciendo? Odio verte sufrir. Que sufran los demás me encanta, porque soy un demonio y es parte de mi naturaleza, pero verte sufrir es algo con lo que no puedo vivir.

— Todo esto lo has hecho para que supiera qué sentías tú siempre que tenías que refrenarte para que yo no perdiera mi alma. Sé que lo has hecho por eso. Es una venganza.

— De todos los ángeles que he conocido, eres el más tonto— pensó Adrián. Alcé la mirada. ¿Encima me insultaba? Esto era el colmo— ¿Cómo puedes pensar eso? Si he hecho esto es porque verte así es superior a mis fuerzas. No te puedes hacer una idea de lo que me está costando refrenarme ahora…

— Sí, te está costando lo mismo que a mí— le contesté en voz baja. Adrián soltó un suspiro. Negué con la cabeza y me levanté. Me puse un jersey blanco de punto y unos vaqueros. Adrián se sentó en la silla del escritorio, mirándome fijamente— ¿Qué? ¿Tengo monos en la cara?

Adrián empezó a reír y se acercó a mí. Me abrazó y sus alas negras me envolvieron. Suspiré y le devolví el abrazo, sin poder evitarlo.

— Lo siento— me susurró al oído— Y sabes tan bien como yo que también te deseo. Lo que pasa es que están en juego nuestras vidas. Desearía poder dejar de ser demonio durante unas horas para estar contigo… Pero no es posible.

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— Lo sé— dije con un suspiro. Le envolví con mis alas y ambos quedamos aislados del mundo en una nube gris— Esto es maravilloso… el calor— le dije.

Solo sentía calor cuando él me tocaba. Su piel ardiente era lo único que me parecía que tenía algo de calor.

— Sé cómo te sientes— me dijo, acunándome en sus brazos— Es muy desagradable sentir calor todo el rato, pero, cuando me tocas... es como si me diera un baño en agua fría después de un intenso día de calor. Es..— soltó un suspiro— No sé cómo explicarlo. Aunque tampoco debería sorprenderme, porque muchas de las cosas que tienen que ver contigo no sé explicarlas. Eres demasiado complicada, Sara— me dijo con una sonrisa llena de cariño.

Alcé la cabeza y le besé. Lo sentía. Sentía haberme enfadado con él. Y odiaba ser un ángel, porque eso ponía las cosas más difíciles entre nosotros dos.

— Sara, no puedes odiar lo que eres— me dijo, agarrándome por la cabeza. Suspiré y eludí su mirada— Es lo que llevamos en nuestro interior, en nuestra alma. Y no lo podemos cambiar.

— ¿Desearías…?— comencé a decir, pero me callé.

Sabía que Adrián adoraba ser un demonio, le encantaba, era algo que estaba esperando desde que era un niño. Era una pregunta tonta.

— Sí— suspiró. Le miré a los ojos y me di cuenta de que era verdad. Estaba asombrada— Hay veces en las que desearía no haberme convertido nunca en demonio. Así podríamos estar juntos sin ningún problema…

— Ya…— murmuré, bajando la vista. Entendía a qué se refería. Era un fastidio tener que refrenarnos todo el rato.

— No me refiero solo a eso— me dijo. Le miré con el ceño fruncido, desconcertada. Adrián sonrió con tristeza— Me refiero a que ahora Dejanira no te puede ver… ¿sabes qué sucedería si mis padres se enteraran de que tú eres un ángel?

— No… pero me hago una idea— contesté, abrazándole con más fuerza aún. Adrián suspiró. No quería perderle, y mucho menos de una manera tan tonta— Y no quiero imaginarme lo que pasaría si mis padres se enteraran de que salgo con un demonio.

— Sí… eso estropearía tu reputación de ángel adorador del demonio que tanto te ha costado forjar— comentó con sarcasmo. Nos echamos a reír. Éramos idiotas. Adrián soltó un suspiro y me besó— Recuerda que te quiero, a pesar de todo. Nunca lo olvides, por favor.

— Te lo dije una vez y te lo digo otra vez ahora: jamás podré olvidar que me quieres— le contesté.

Adrián me volvió a besar e intenté retener en mi interior el calor que me inundaba cuando los labios de Adrián rozaban los míos.

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Capítulo 12La daga

Mis padres llegaron a la una de la tarde. Adrián se quedó con nosotros a comer y observé con alivio que se llevaba bastante bien con mis padres. Pero lo que más me tranquilizó fue comprobar que mis padres no sospechaban nada sobre la verdadera naturaleza de Adrián.

Cuando se fue Adrián, me quedé con papá y mamá en el salón, viendo la tele. Habían decidido levantarme el castigo. Pensaban que, ahora que me había vuelto un ángel, era más responsable. Bueno, pues eso no era del todo verdad. Seguía siendo la misma de siempre… sólo que ahora tenía un par de alas blancas y podía matar demonios.

Papá soltó un suspiro y apagó la tele. Le miré, sorprendida. Me sonreía con admiración, con devoción. Cualquier persona en mi lugar se sentiría orgullosa. Pero a mí esa mirada me ponía los pelos de punta. No me gustaba absolutamente nada.

— Cuando tu madre me contó que portaba genes angélicos, no me lo creí— me dijo. ¿Y a mí que me importaba eso? De todas maneras, escuché. Sabía que todo esto iba a derivar en algo más importante, algo relacionado con lo que me había convertido. Así que presté atención— Estuve un mes sin hablarla porque creía que me había mentido— mamá sonrió con nostalgia y papá la cogió de la mano— Pero un día me dije: ¿por qué no? Creo en Dios. Creo en la vida en el cielo después de la muerte… y en el infierno.

Bajé la cabeza. Sí, yo también creía en el infierno, pero de una forma muy diferente a la de él. Creía en el infierno, pero no en la imagen que él tenía en su mente: un lugar donde la gente mala iba cuando moría. Yo creía en el infierno como un mundo lleno de tormentos. Tenía mi propia descripción del infierno. Mi propio infierno era un mundo sin Adrián. Y lo había comprobado cuando él me había mostrado lo que hubiera pasado si hubiera bebido de él. Ese recuerdo hizo que me estremeciera.

— Así que también podía creer en los demonios y en los ángeles— prosiguió— La creí y la perdí perdón. A ella y a Dios. Entonces fue cuando la pedí que se casara conmigo— papá y mamá sonrieron nostálgicamente y yo puse los ojos en blanco. Mi paciencia estaba llegando a su límite… pero supe que estábamos llegando a la parte importante de la historia.

>> Luego tu madre se quedó embarazada. Y me dijo algo muy interesante. Me dijo que nuestra hija no iba a ser normal, no iba a ser como las demás niñas. Iba a ser especial— me miró con cariño y yo sonreí, sin poder evitarlo. Mamá suspiró, intentando contener las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos— Iba a ser un ángel. Yo estaba estupefacto, porque no me lo explicaba. Me contó que los genes angélicos solo se podían transmitir si alguien que les tenía mantenía… relaciones con un humano— supuse que ese era un momento algo peliagudo, ya que nosotros nunca habíamos hablado de estos temas. Papá suspiró y su mirada se perdió en sus recuerdos— Esta vez la creí, y me tomé más en serio el hecho de que tú vinieras a este mundo.

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Sin embargo, no había terminado de creérmelo, la verdad. Solo cuando te he visto en tu cama, con treinta grados y convulsionando, me he dado cuenta de que todo había sido verdad… y lo he creído todo realmente.

— ¿Y por qué no me lo habéis contado antes?— le pregunté. Eso era algo que hacía que me enfadara un poco… pero no podía enfadarme con ellos. Me costaba bastante— ¿Por qué no me habéis dicho nada para estar preparada, por lo menos? ¿Sabéis el susto que me he pegado cuando he empezado a oír voces? ¿Sabéis el miedo que tenía cuando no sentía calor, cuando he empezado a temblar?

Sin embargo, eso no era del todo cierto. Sí que había sentido calor, pero solamente cuando mi cuerpo entraba en contacto con el de Adrián. A parte de en esos momentos, me parecía que el mundo estaba bastante frío. Suspiré. Deseaba tanto estar con Adrián…

— Lo sentimos— dijo papá, mirándome a los ojos.

Vi en su mente que era verdad. Mamá estaba cabizbaja, como si estuviera avergonzada.

— Debimos de habértelo contado todo hace mucho tiempo, pero no queríamos que te preocuparas con este tipo de cosas— me explicó mamá, sin levantar la mirada— Queríamos que tuvieras una vida normal y feliz todo el tiempo que pudieras… pero no has sido muy feliz.

— No, no lo he sido— reconocí. Ellos nunca me prestaban su atención, nunca me preguntaban qué tal estaba, si todo iba bien. Pero había superado todo eso hacía mucho tiempo, ya no me importaba. Ahora me parecía algo del pasado, como un recuerdo muy vago que estaba enterrado en lo más hondo de mi memoria— Pero ahora lo soy, y eso es lo que importa.

— Y creo que gran parte de esa felicidad se la tenemos que agradecer a Adrián, ¿verdad?— me preguntó papá. Una pequeña sonrisa asomó en mis labios y ellos se rieron— Supongo que es bueno para ti… Hasta cierto punto.

— ¿Qué quieres decir con eso?— le pregunté. Papá desvió la mirada y buscó algo de apoyo en mamá, que nos miraba alternativamente, azorada. Leí en su mente de qué se trataba y me puse roja por la vergüenza— No es como vosotros pensáis.

— Solo esperamos… que seáis prudentes— me dijo papá, mirándome a los ojos. Suspiré. Si ellos supieran...

— No te preocupes, nunca ha sucedido absolutamente nada de lo que vosotros estáis pensando— le dije, sosteniéndole la mirada— Estad tranquilos.

Papá debió de creer que no le mentía. Y todo lo que le estaba diciendo era verdad. Lo más cerca que habíamos estado Adrián y yo de hacerlo (y con ello arriesgar nuestras vidas) era esa misma mañana, cuando yo había perdido el control casi por completo… Reprimí un escalofrío y me obligué a mí misma a regresar al presente. Si seguía así, acabaría yendo a buscar a Adrián a su casa… y eso no me convenía, la verdad.

Mamá y papá suspiraron con alivio e intercambiaron una larga mirada. Entonces, mamá asintió y sonrió.

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— Tenemos que darte algo— me dijo.

Yo también suspiré con alivio al ver que la parte desagradable había pasado. De pronto, la curiosidad empezó a arder en mi interior. Papá se levantó y yo le imité, impaciente. Él se acercó a la mesa del salón y cogió una caja de madera. Se la entregó a mamá y ella acarició la tapa con cierta nostalgia. Sonrió brevemente y suspiró. Se levantó y se acercó a mí, sonriendo con alegría. Sintiendo en mí interior que este momento era muy importante, cogí aire, preparada para lo que pudiera ocurrir. Mamá abrió la caja con una llave que llevaba colgada del cuello y me mostró su interior.

Envuelta en terciopelo morado, había una daga. La empuñadura estaba decorada con zafiros y diamantes. La luz del sol arrancaba al filo de la hoja destellos azulados. La cogí con manos inseguras y sentí una especie de calidez que, desde las manos, me recorrió todo el cuerpo. No sabría explicar por qué, pero me parecía que la daga era ahora una extremidad más de mi cuerpo. La blandí un par de veces para probarla y me di cuenta de que era ligera como una pluma y que se amoldaba a mis movimientos. Sonreí. Me encantaba.

Sin embargo, me recordaba a algo que ya había visto con anterioridad, aunque no sabía con claridad a qué…

— Es una daga angélica— me explicó mamá, sonriente. Examiné a fondo el arma. Era preciosa— Mi madre me la dio para que te la diera cuando fueras un ángel. Estas dagas están hechas con parte de la esencia del ángel al que pertenecen. Nadie sabe quién las inventa ni cómo, pero todo ángel debe tener una. Si no, quedaría prácticamente desprotegido.

— ¿Desprotegido?— pregunté, sorprendida— ¿De quién?

— De los demonios— me contestó mamá con seriedad. Abrí los ojos desmesuradamente. Acababa de recordar por qué me resultaba familiar la daga: porque era prácticamente idéntica a la que Adrián me había enseñado esa misma mañana. Y también sabía por qué no había llegado a la conclusión de que los demonios eran peligrosos: porque mi novio era uno de ellos, y sabía que él no me haría daño— Tienes que llevar esta daga contigo todo el tiempo, por si algún día te ataca un demonio… para que puedas defenderte y acabar con él.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Ya tenía dos formas de matar a Adrián: bebiendo de él y clavándole una daga. Esto era desesperante.

— Pero no sé cómo se utiliza, no sé cómo usarla…— empecé, asustada.

Sabía que Adrián no me iba a hacer daño, pero había más demonios por el mundo. Y esos no dudarían en matarme.

— Si llega el momento de la lucha, será instintivo— me dijo mamá, sonriéndome con cariño… aunque sus ojos estaban preocupados, y sus pensamientos también. Temía que me quitaran mi vida, o mi alma, o las dos cosas— Por eso no te preocupes. Cuando llegue el momento, sabrás usarla. Solo espero que nunca llegue el momento, claro.

— Pero… algún día tendré que enfrentarme con uno de ellos, ¿no?— la pregunté.

Ella asintió y se encogió de hombros. Nos quedamos un rato en silencio, yo contemplando la

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daga que me habían entregado. Mamá me agarró por el mentón y me miró a los ojos con seriedad.

— Cariño, tienes que prometerme una cosa— me pidió mamá. La miré fijamente y supe qué era lo que me quería pedir— No tienes que contarle a nadie lo que eres, a no ser de que sea estrictamente necesario. Y en ese “nadie” también se incluye Adrián.

— No te preocupes mamá— la contesté con una sonrisa maliciosa— No se lo pienso revelar a nadie— mi sonrisa se hizo más pronunciada— Ni siquiera a Adrián. Te lo prometo.

Mamá sonrió, orgullosa. Pero había algo de lo que ella no tenía ni la menor idea.

Lo que ella no sabía era que Adrián había descubierto lo que era antes que nadie.

* * *

Suspiré y me senté en las escaleras de la casa de Elena. Adrián no había llegado todavía y tampoco había venido por la noche, lo cual me empezaba a preocupar. ¿Y si lo de ayer había sido una mentira? Ahora tendría que vivir con la angustia de no saber si le iba a volver a ver al día siguiente.

De pronto, sentí que había alguien espiándome, desde algún lado de la calle. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Me puse de pies, dejando la mochila en el suelo. Saqué la daga de la funda que llevaba a modo de cinturón y miré a todos lados, esperando a que apareciera el peligro. Mis sentidos se activaron, alerta. Entonces, vi como una sombra se movía rápidamente hasta situarse detrás de mí. Me di la vuelta rápidamente y vi a Adrián, que miraba con temor la daga que tenía justo encima del corazón. Mi daga.

Respiré con alivio y guardé la daga. Adrián también soltó un suspiro de alivio y sonrió.

— Me alegra que tengas tantos recursos defensivos— me dijo, abrazándome. Le besé y de nuevo sentí calor. Jamás sentía otro calor que no fuera el que me transmitía el cuerpo de Adrián— Eso me deja más tranquilo.

— ¿Por?— le pregunté, sorprendida.

— Porque así no tengo que estar pendiente de que ningún demonio quiera matarte— me contestó con una sonrisa, aunque sabía que lo decía en serio.

— ¿Matarías a uno de los tuyos… para salvarme?— le pregunté, sin poder creérmelo.

Adrián asintió seriamente, la sonrisa se le había borrado de la cara.

— Si alguien quiere hacerte daño, aunque solo sea intentarlo, antes tendrá que vérselas conmigo y con mi daga— me dijo seriamente. Sacudió la cabeza, me miró y sonrió— Elena no va a venir al instituto.

— ¿Cómo lo sabes?— dije, alzando las cejas inquisitivamente.

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Adrián se encogió de hombros, soltó una risita y se giró, mirando la puerta. Entonces, esta se abrió y salió la madre de Elena.

— Chicos, hoy Elena no va a ir al instituto, está bastante mala…— nos dijo su madre. Vaya, así que Adrián sabía lo que la pasaba a Elena. Eso tenía que preguntárselo.

— Vale… dila de nuestra parte que se recupere— la dije, recogiendo la mochila. Ella asintió y se despidió de nosotros con la mano. Cerró la puerta y yo miré a Adrián fijamente— ¿Cómo lo sabías? ¿O es que en vez de visitarme esta noche a mí has visitado a Elena?

Adrián se echó a reír y empezó a andar hacia el instituto. Le alcancé rápidamente y le agarré por el brazo, obligándole a que me mirara. En sus ojos había una chispa de perversa diversión.

— ¡Contesta!— le apremié, zarandeándole del brazo.

Adrián me miró fijamente a los ojos. Sentí que mis pensamientos se desmoronaban, que perdía el control de mis sentidos, de mis emociones, de mi cuerpo… Acerqué mi cabeza a la suya y le besé. Ya me daba igual que pudiera haber visitado a Elena por la noche. Lo único que me importaba ahora eran sus labios, su cuerpo…

— ¡Sara!— me gritó de pronto la voz de Adrián en el interior de mi cabeza.

— Lo siento— dije, separándome rápidamente de él. Ambos teníamos la respiración alterada y nos mirábamos con avidez— Es… muy difícil controlarse.

— Lo sé. Pero tenemos que intentarlo si queremos que esto funcione— me dijo, agarrándome por el mentón y obligándome a que le mirara a sus ojos rojos.

Adrián sonrió y me besó dulcemente en los labios. Duró apenas unos segundos, pero bastó para que aquel misterioso fuego volviera a quemar en mi interior. Adrián se dio cuenta y se separó de mí… pero me agarró por la cintura y empezó a andar así hacia el instituto. Suspiré. Él estaba mucho más controlado que yo.

— No es que esté más controlado, es que llevo mucho tiempo pensando en que este momento iba a suceder, así que me he mentalizado— contestó a mis pensamientos.

— Es injusto— le dije, mirando el suelo— A ti te lo han dicho y has vivido una vida normal y a mí no me lo han dicho y he llevado una mierda de vida.

— No te creas— me contestó, negando con la cabeza. Arqueé las cejas, incrédula— Todos los días me metía en la cama con la incertidumbre de no saber si al día siguiente iba a ser el mismo de siempre o si iba a ser un demonio. Pero nunca me ha preocupado demasiado. Solo me empezó a preocupar cuando…

— Cuando me conociste— terminé yo por él.

Adrián asintió y yo suspiré. Solo ahora empezaba a ver cuánto había sufrido Adrián por mi culpa.

— No, no he sufrido por tu culpa— me dijo, sonriendo— La vida es así: algunas veces se sufre y otras se es feliz… Y ahora soy la persona más feliz del mundo.

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— Eso es mentira— le contesté, sonriendo también. Adrián se sorprendió un poco— Eres el demonio más feliz del mundo, no la persona.

— Oh, es verdad, se me olvidaba esa parte— dijo, alzando las manos al cielo, con un dramatismo exagerado.

Nos echamos a reír. Entramos en clase riéndonos y todos se nos quedaron mirando. Intentamos no reírnos, pero al ver a la gente mirándonos con cara rara, nuestras risas se hicieron más fuertes.

Entonces, una parte de mi cerebro se preguntó si alguno de ellos podría saber qué era realmente ahora. Dejamos de reír de inmediato y miré a Adrián, preocupada. Él negó con la cabeza y yo suspiré, aliviada.

— A no ser que alguno de ellos sea uno de los nuestros… Nadie notará que ha cambiado algo.

— ¿Y si alguno lo nota?— le pregunté mentalmente, preocupada— ¿Y si alguno de ellos es un ángel o un demonio?

— Pues protegerá nuestro secreto para proteger el suyo— me contestó, mirándome fijamente. Me dio un beso en la palma de la mano y yo me estremecí, olvidando momentáneamente mi preocupación— No te preocupes, no te va a pasar nada y nadie va a saber qué eres. Además, ahora puedes saber qué piensa cada uno de ellos. Así puedes saber si alguno sospecha algo.

Asentí. Cerré los ojos, intentando concentrarme. Adrián seguía sujetando mi mano derecha, lo cual hacía que me costara un poco más. Él se dio cuenta de este hecho y soltó mi mano. Rebusqué en las mentes de todos los que estaban allí presentes y comprobé que ninguno de ellos sospechaba absolutamente nada. Aliviada, solté un suspiro y abrí los ojos. Vi que Adrián me miraba con una sonrisa. Me acerqué a él y le besé. Cerré los ojos fuertemente, intentando recordar que no me debía pasar. Sentí que Adrián intentaba recordar lo mismo, pero que cada vez ese pensamiento era más débil. Recordé que estaba en el instituto, que había muchísima gente allí, que en cualquier momento podía entrar un profesor… y que mi alma estaba en juego. Y la vida de Adrián, que era lo más importante.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, me separé de Adrián. Abrí los ojos y de nuevo vi deseo en los suyos. Adrián suspiró y negó con la cabeza. De nuevo, nos habíamos dejado llevar. Estábamos bastante descontrolados. Y yo solo llevaba dos días en esto. Y Adrián tres semanas. Lo cual no hacía que estuviéramos súper controlados, ni nada por el estilo.

Saqué el libro de Sociales, el cuaderno y el estuche.

— Sara, ¿para qué has traído los libros? Hoy tenemos examen de sociales— me avisó la voz de Adrián, con tono de recordatorio.

— ¿Qué? ¿Cómo que examen de sociales?— repetí.

¿Por qué no me había dicho nada antes? Iba a sacar un cero, no me sabía absolutamente nada…

— Tranquilízate, yo te voy a ayudar… pero tienes que estar muy concentrada en mi voz, ¿de acuerdo?— me dijo Adrián mentalmente. Asentí con la cabeza— Lo único que tienes que hacer es escuchar mi voz y copiar lo que te vaya diciendo, ¿vale?

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— Pero… ¿eso no es copiar?— Adrián asintió con la cabeza y yo me mordí el labio, algo preocupada— No me gusta copiar, me parece algo muy deshonesto…

No pude seguir pensando, porque Adrián me besó y eso acaparó toda mi atención. Cuando Adrián se separó de mí, observé que me miraba con ternura, sonriendo con cariño.

— ¿Qué pasa?— le pregunté, sorprendida. Adrián soltó una risa.

— Me encanta que seas un ángel, que seas tan buena y tan honesta con todo el mundo…

— ¿Por qué?— pregunté, desconcertada— ¿Porque eso tú no lo puedes ser?

— Supongo. Pero… sobre todo porque me encanta que lo seas. Creo que tiene que ver con el hecho de que soy un demonio. A lo mejor, si tú no fueras un ángel y yo no fuera un demonio, no nos habríamos fijado el uno en el otro.

— Puede ser… Ni idea. Solo sé que no me arrepiento de haber soñado aquella noche contigo.

Adrián me volvió a besar. Oímos un carraspeo a nuestras espaldas y nos dimos la vuelta. Era Javi.

— ¿Dónde está Elena?— preguntó. Parecía bastante preocupado. Adrián sonrió.

— En casa— dijo— Está mala.

— Amm… gracias— dijo Javi.

Se sentó en su sitio, mirando con nostalgia el sitio que siempre ocupaba Elena. Miré fijamente a Adrián, que sonreía con confianza.

— ¿Cómo sabías lo que la pasaba a Elena?— le volví a preguntar por enésima vez. Adrián se encogió de hombros.

— Cada vez leo mejor los pensamientos de la gente, por eso me enteré enseguida de que Elena no iba a venir…— me contestó en un susurro.

— ¿Y por qué no me lo has dicho antes?— le recriminé, enfadada. Adrián sonrió de forma maliciosa— ¡Me has tenido todo el rato pensando que habías estado con Elena por la noche! Eso es pasarse de la raya, ¿sabes?

— Supongo— contestó Adrián, con la sonrisa aún en la cara— Pero me encanta ponerte celosa.

— Ah, así que todo se debía a los celos, ¿eh?— le pregunté, sorprendida. Adrián se encogió de hombros.

— No, a los celos no— dijo Adrián, riéndose.

Me pregunté que le estaría pasando por la cabeza. De pronto, se puso serio y miró detrás de él, a la puerta. Yo también hice lo mismo que él y lo que vi me sorprendió.

Marcos nos miraba, aguantándose la rabia que llevaba dentro. Pero eso no era nada nuevo. Lo nuevo era que miraba directamente al lugar donde estaban mis alas blancas con incredulidad, con

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asombro… y con algo de alivio también. Luego observó las alas negras de Adrián y, después, a nuestras manos entrelazadas.

Me miró fijamente a mis ojos azules (estaba segura de que podía ver el nuevo color de mis ojos) y leí en su mente la pregunta que me estaba dedicando.

— ¿Tú también?

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Capítulo 13Dejanira

—¿Cómo lo sabe?— dijo Adrián en voz alta. Estábamos en su casa. Nos habíamos pirado en cuanto se había acabado el examen. Estaba segura de que no había aprobado el examen de Sociales. Estaba tan desconcentrada que no había podido prestar nada de atención a la voz de Adrián. Sin embargo, cuando entregué al profesor el examen, me di cuenta de que, si hubiera leído rápidamente el tema antes de que llegara el profesor, hubiera sacado un diez. No me había acordado de que tenía memoria fotográfica, lo cual era bastante paradójico— ¡No me lo puedo creer! No sé de qué lado es… Pero lo pienso averiguar— Adrián dejó de dar vueltas y me miró, preocupado— Sabe lo que soy, sabe lo que eres… Solo queda esperar.

— ¿Esperar a qué?— dije por fin. Llevaba un buen rato sin hablar, sumergida en mis pensamientos. A mí también me preocupaba el asunto de Marcos.

— A que nos delate— contestó. Le miré con ojos sorprendidos.

— ¿Delatarnos?— repetí, incrédula. ¿Pero en qué demonios estaba pensando Adrián?— No nos va a delatar.

Adrián me miró fijamente, y, cuando vio que estaba completamente convencida de lo que le había dicho, soltó un suspiro.

— Ya veo cómo confías en él— comentó Adrián, cabizbajo. Su voz sonaba triste.

— Adrián, sé que no nos va a delatar porque sería una estupidez por su parte— Adrián alzó la cabeza y me miró con interés— Si nos puede ver y sabe lo que somos es porque puede ser uno de los míos o de los tuyos… ¿no?— Adrián asintió con la cabeza, dejando de lado a los celos— Si él nos descubriera, se pondría en peligro a sí mismo. Por eso sé que no nos delatará. Tú mismo me lo has dicho esta mañana, ¿o es que no te acuerdas?

— En cualquier caso, tenemos que estar prevenidos— dijo volviendo a reanudar su marcha de un lado a otro de su habitación— No debe pillarnos desprevenidos.

— ¿Estás seguro de que solo estás preocupado?— le pregunté sin pensar. Adrián se detuvo y me miró, sorprendido.

— ¿A qué te refieres?— me dijo, desconcertado. Ahora me arrepentía de haber sacado el tema. No le iba a gustar absolutamente nada.

— A que… Bah, déjalo— dije, negando con la cabeza. Desvié la mirada y me fijé en el póster de Mägo de Oz que tenía en la pared de su habitación. Me gustaba ese póster. Suspiré.

— Sara, ahora que has empezado a decir algo, me lo cuentas— me dijo Adrián. Sabía que me

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estaba mirando fijamente, intentando descifrar mis pensamientos. Pero también había practicado con lo de los pensamientos. Y si quería que Adrián no supiera algo, lo ocultaba en mi mente y él no lo podía leer— Sara…

Adrián se acuclilló frente a mí y me cogió por el mentón, obligándome a mirarle a los ojos. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando miré a sus ojos rojos. Se acercó más a mí y me besó, tumbándome en su cama. Sus manos descendieron por mi espalda hasta llegar a mi cintura, y me apretó fuertemente contra él, sin dejar ningún espacio entre nosotros. Acaricié su cara, su pelo, sus músculos. Le mordí el cuello y él soltó un gruñido que me hizo estremecer.

Adrián se separó de mí de repente y se apoyó en la pared, al otro extremo de la habitación. Nuestra respiración estaba alterada y ambos nos mirábamos con avidez. Solté un suspiro. De nuevo estábamos fuera de control.

— Cada vez es más difícil y más fácil…— comenté en voz baja.

— No lo entiendo… ¿más fácil y más difícil?— repitió Adrián, desconcertado. Asentí con la cabeza, soltando una risita.

— Sí… es más difícil intentar no seguir y más fácil detenerme porque ya me he acostumbrado— contesté, encogiéndome de hombros. Adrián asintió. Estaba de acuerdo conmigo— Pero también es más fácil perder el control y más difícil recuperarle.

— Sé a qué te refieres— me dijo con una sonrisa. Yo también sonreí. Adrián soltó un suspiro de frustración— Esto es cada vez más difícil y más fácil.

Se sentó a mi lado y me abrazó. Recosté mi cabeza contra su hombro y suspiré. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?

— ¿Sabes que mis padres me van a echar una bronca tremenda por escaparme del instituto?— le dije, intentando cambiar de tema. Adrián se echó a reír y negó con la cabeza— ¿Cómo que no?

— Pues como que no— me contestó, sonriendo— Tus padres te adoran, ahora que eres un ángel. Les resulta prácticamente imposible enfadarse contigo o regañarte. Por eso sé que no te va esperar una buena cuando vuelvas a casa.

— Espero que sea como dices…— dije, soltando un suspiro. No quería volver a pelearme con ellos. Adrián me acarició el pelo y me besó en la frente— Yo… no quiero enfadarme con mis padres. No quiero enfadarme con nadie.

Adrián se echó a reír y yo alcé la cabeza, sorprendida. Adrián me miraba con ternura. Me dio un pequeño beso y siguió riéndose.

— ¿Qué pasa?— le pregunté. Adrián se tumbó en la cama, riéndose. Le estaba dando un ataque de risa. Le zarandeé el brazo, pero él siguió riéndose, como si yo no estuviera. Me crucé de brazos, esperando a que dejara de reírse. Pero no para de reír a carcajadas. Soltando un suspiro, me levanté y me fui hacia la puerta. Tenía la mano puerta en el picaporte cuando Adrián me rodeó la cintura con los brazos y me besó el hombro. Ya no se reía, si no que me miraba, sorprendido.

— ¿A dónde vas?— me preguntó. Me di la vuelta y rodeé su cuello con mis hombros.

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— A casa— le contesté, encogiéndome de hombros con fingida indiferencia— Como no dejas de reírte de mí, pues me iba a ir. ¿Qué iba a hacer si no?

Nos miramos durante un rato a los ojos. Intenté leer sus pensamientos, pero no podía. Estaba intentando ocultar sus pensamientos a toda costa. Al igual que yo. No me gustaba que pudiera leer todo lo que pensaba. Me ponía de los nervios, porque tenía que controlar en cada momento mis pensamientos.

— Lo siento— me dijo, encogiéndose de hombros— Me… fascina tu naturalidad angélica. De verdad.

Sonreí y le besé. Me separé de él y me di cuenta de que él seguía con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. También me di cuenta de que tenía ojeras.

— Adrián… ¿por qué tienes ojeras?— le pregunté, sorprendida— Nosotros solo tenemos que dormir una vez al mes, no podemos tener ojeras.

— Lo sé… pero nuestras ojeras no tienen nada que ver con dormir— me contestó. Abrió los ojos y me miró con curiosidad— ¿No me digas que tus padres no te lo han explicado?

— ¿El qué?— le pregunté. Adrián soltó una risotada, pero no parecía muy feliz. Más bien, parecía bastante cabreado. Se soltó de mi abrazo y se puso a andar de un lado a otro de su habitación. Intentaba respirar con normalidad y en sus ojos había un destello de ira— Adrián, ¿qué pasa?

— ¡Lo sabía!— gritó Adrián, frustrado. Dio una patada a la pata de una silla que había en la habitación y esta se rompió. Me sobresalté, algo asustada. Nunca mostraba su naturaleza demoníaca de tal manera, y si lo hacía, era en unas circunstancias bastante distintas…— Te dijeron que te lo iban a contar todo y no te han dicho lo más importante. ¡Lo que te puede matar sin darte cuenta! ¡Lo más peligroso de todo esto!

— ¿De qué se supone que estás hablando?— le pregunté, desconcertada. Adrián se dio la vuelta y me miró, preocupado.

— Esto es algo que depende de la edad, cuanto mayor seas, menos necesidad tienes…

— ¡Adrián, que me digas qué pasa!— le grité, agarrándole de los brazos. Me metí en su mente y vi lo que me quería decir.

Si un demonio no bebía almas durante mucho tiempo, podía morir. Cuanto mayor era la edad del demonio, menor era la necesidad de beber almas. Pero los demonios jóvenes tenían que beber almas al menos una vez por semana, para poder sobrevivir. Esa necesidad iba disminuyendo gradualmente con el paso de los años.

Y a los ángeles les pasaba lo mismo, solo que en vez de quitar almas las tenían que devolver.

Y eso era algo que mis padres no me habían dicho. Como muchas otras cosas.

Ahora entendía por qué estaba Adrián tan enfadado. Si no me lo hubiera contado, probablemente podría haber muerto sin saberlo. De todos modos, ya me ocuparía yo de echarles la bronca a mis padres cuando llegara a casa. Se iban a enterar.

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— Te juro que si te llega a pasar algo por su culpa les mato, Sara, les mato— comentó Adrián seriamente. Solté un suspiro— Me da igual que sean tus padres. Les mato.

— Adrián, no me va a pasar nada, ¿vale?— le dije, agarrándole la cara para mirarnos a los ojos— No quería enfadarme con ellos, pero supongo que esto es suficiente para cogerme un buen cabreo. Pero no te preocupes. Me sé defender muy bien.

— Lo que pasa es que… me da miedo que te puedan hacer daño— me dijo, separándose de mí y volviendo a dar vueltas por la habitación. Me empezaba a marear con tanta vuelta— ¿Y si te matan? ¿Y si te hacen daño? Jamás me perdonaría que uno de los míos te hiciera daño. Antes… antes me moriría.

— Don Exagerado, deja de divagar— le contesté— No me va a pasar nada. Sé defenderme yo solita. ¿O no lo has visto esta mañana lo bien que me defiendo?— Adrián sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Seguía preocupado. Solté un suspiro de frustración— Así que no te preocupes tanto. Míralo por este lado: si no matara demonios, moriría. Si no me enfrento a ellos, moriría. Así que, de un modo u otro, moriría. Por lo menos luchando tengo la posibilidad de sobrevivir, ¿no?

— Lo sé, lo sé… solamente estoy preocupado— dijo, encogiéndose de hombros— No quiero que te hagan daño.

— Ni yo quiero que te hagan daño a ti— le contesté.

— Bueno, pero yo me enfrento a humanos, que están indefensos y desprotegidos, que no tienen nada que hacer contra nosotros, pero tú… Tú te enfrentas contra demonios, y nosotros estamos preparados para luchar contra vosotros, tenemos armas y podemos defendernos. Sara, cada vez que me pongo a pensar que te tienes que enfrentar contra un demonio para sobrevivir… Algunas veces odio a mis semejantes por ponerte en peligro. Me odio a mí mismo.

— Adrián, el otro día me dijiste que no tenía que odiarme a mí misma, que yo era así y que por mucho que me odiara no podía cambiar las cosas…— me levanté y le obligué a que me mirara a los ojos. Parecía estar muy torturado— Ahora te digo yo lo mismo. No te odies, Adrián, porque eso no va a cambiar las cosas. Por favor.

— Sara…— me susurró, mirándome con intensidad. Me besó, y yo me olvidé de que tenía que cazar demonios. Me olvidé de que él era mi enemigo. Me olvidé de que Marcos sabía qué éramos. Me olvidé de que era un ángel. Me olvidé de mi nombre.

Solo podía acordarme de los besos de Adrián, que quemaban como fuego en mi piel.

Cuando llegué a casa, se me habían olvidado parcialmente las cosas sobre las que habíamos hablado Adrián y yo. Sus besos funcionaban como una especie de anestesia, que me dejaba sin capacidad de recordar las cosas durante unas horas.

Hasta que llegué a casa, claro. Me metí directamente en el baño, dispuesta a darme una ducha relajante y a llamar después a Javi para que me dijera los deberes.

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Cuando terminé de ducharme, me puse un chándal (ese que también hacía las veces de pijama) y me fui al salón para llamar a Javi con el teléfono fijo. Me sobresalté cuando vi allí a mis padres. No me había dado cuenta de que ya habían llegado. Ambos me miraban de mal humor.

— ¿Por qué has desaparecido de clase?— me preguntó mamá, enfadada. Solté un suspiro— ¡Nos has tenido preocupados toda la mañana!

— ¿Ah, sí?— le pregunté sarcásticamente. Acababa de recordar lo que me había dicho Adrián, y que tenía motivos de sobra para estar enfadada con ellos. Más que ellos para estar enfadados conmigo— ¿Y se puede saber por qué no me habéis contado que si no devuelvo almas a los humanos me puedo morir? ¿O es que creíais que no me iba a enterar y que así os ibais a librar de mí? ¡Porque de ser así no me extrañaría! Estaríais contentísimos de que vuestro ángel de compañía volviera al cielo con Dios, ¿no? ¡Pues estoy harta de que no me contéis las cosas, harta!

— ¿Cómo te has enterado?— me preguntó mamá, sorprendida. No había pensado en eso. ¿Y ahora que iba a decir? ¿Cómo la iba a contestar sin decirle que mi novio era un demonio? Mi privilegiada mente de ángel me proporcionó una idea.

— He encontrado en el desván un libro que habla sobre ángeles y demonios— la contesté. Si me pedían que les enseñara el libro, les mostraría el libro de Astaroth. Después de todo, no era tan raro que en la casa de un ángel hubiera un libro de ese tipo. Aunque estuviera escrito por el mismísimo Astaroth— Por eso lo sé. ¿Pensabais decírmelo cuando estuviera en las últimas? ¿Cuándo me estuviera muriendo y no pudiera cazar un demonio?

— No, Sara, te lo pensábamos decir más adelante…— empezó a decir papá, intentando buscar una excusa. Negué con la cabeza, indignada. ¿Cómo se atrevían? ¡Y ni siquiera intentaban negarlo!— Por favor, no te enfades…

— ¿Que no me enfade?— les grité. Me costaba enfadarme con la gente, pero en esta ocasión no podía evitarlo. Me ponía enferma que me ocultaran las cosas constantemente, sobre todo cuando eran cosas importantes. Por mis venas corría la ira. Agarré la daga, dispuesta a atravesarles con ella la garganta allí misma. Pero me di cuenta de que eso no era lo correcto, que ellos eran mis padres… y me transubstancié. Mi cuerpo se convirtió en un destello de luz, blanco y resplandeciente. Observé que mis padres me miraban, atónitos, fascinados, con la devoción brillando en sus ojos. Me asqueó que me tuvieran por un ídolo, por un dios. Yo no era nada de eso. Solo era una chica normal y corriente con un par de alas en la espalda y una daga con la que podía matar demonios. Nada más. Traspasé la pared y me fui de casa.

Cerca de allí había un parque, bastante desvencijado y viejo. Sin embargo, ese parque era muy importante para mí. Volví a mi cuerpo humano y me senté en el único columpio que no estaba roto. Necesitaba alejarme del mundo para poder pensar con claridad y, últimamente, este parque no solía estar muy lleno.

Ese parque era muy importante para mí porque fue donde conocí a Elena. Teníamos cinco años, y por aquel entonces, el parque estaba mejor cuidado que ahora. La arena estaba limpia, los jardines tenían el césped de un color verde brillante y los columpios estaban intactos. Recordaba aquel día con total claridad, como si hubiera sucedido ayer.

Había ido al parque con mamá, era una tarde bastante calurosa de verano. Estaba jugando a hacer

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castillos de arena, tan sola como siempre, cuando oí que alguien estaba llorando. Los llantos provenían de la parte de abajo del tobogán. Me acerqué allí y la encontré. Era una niña bastante morenita, con el pelo negro rizado y a media melena, recogido por una cinta. Sus ojos verdes brillaban por las lágrimas, que también corrían por sus mejillas. Iba vestida con unos pantalones cortos verdes y una camiseta de tirantes rosa, con una flor dibujada en el medio. Me senté a su lado y la miré a los ojos, sorprendida. ¿Por qué lloraba? ¿Qué la había pasado? Ella me enseñó su pierna. Tenía una herida bastante grande, que sangraba con lentitud.

— ¿Por qué estás aquí?— la pregunté, preocupada por ella.

— Mi hermano me ha tirado del balancín— me dijo en un susurro. Parecía bastante asustada— Me he hecho esta herida y me ha dicho que si la decía algo a mamá, me mataba… Por eso me he escondido.

— Pero te has hecho una herida muy grande…— le contesté, mirando fijamente a la herida— Tú mamá te tiene que curar la herida.

Ella negó con la cabeza.

— No quiero que mi hermano me pegue…— comentó en voz baja.

— No te va a pegar, yo te voy a proteger— contesté, sonriéndola con confianza. Ella también sonrió, pero hizo una mueca de dolor poco después— ¿Vamos?— la pregunté, tendiéndola la mano para que se levantara. Ella sonrió, se secó las lágrimas y me cogió de la mano. La ayudé a caminar, porque iba cojeando— ¿Cómo te llamas?

— Elena— me contestó con una sonrisa. Yo también sonreí— ¿Y tú?

— Sara— le contesté.

— ¿Me vas a proteger de mi hermano?

— Sí. Siempre que me necesites, te voy a ayudar— dije, convencida de que podría con su hermano. Y, desde ese día, Elena y yo habíamos sido amigas. Por eso era para mí tan importante aquel parque.

De repente, un escalofrío me obligó a volver al presente. Alguien estaba allí, y no era un humano, precisamente. Saqué la daga con rapidez y me puse alerta, mirando a mí alrededor con atención. Escuché unas palmadas detrás de mí. Me di la vuelta y allí estaba Dejanira, mirándome con una sonrisa sarcástica y malévola a la vez. Sus rizos rubios estaban perfectamente colocados tras una diadema de color gris. Llevaba una camiseta gris y una falda roja. Ajustado a su cintura había un cinturón, parecido al que siempre llevaba a Adrián. Me di cuenta de que era como el mío. Sus ojos rojos me miraban con asco y odio y sus alas negras estaban alzadas, con expectación. Leí en su mente que pensaba enfrentarse a mí.

— Qué conmovedor— dijo Dejanira con sarcasmo, acercándose más a mí. En su mano sostenía su daga, que era idéntica a la de Adrián— De verdad, ha sido un recuerdo muy emotivo.

— Me alegra que te guste— contesté, con el mismo tono agrio que ella estaba utilizando. Ella sonrió y se lanzó sobre mí, intentando clavarme la daga en el corazón. Esquivé el golpe

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moviéndome hacia la izquierda. Yo también ataqué, intentando desarmarla. Pero ella detuvo mi ataque con su daga. Del choque entre ambas dagas saltaron chispas blancas. Entonces, me di cuenta de la situación en la que nos encontrábamos. Esto era un combate a muerte.

Empezamos a atacarnos, de forma agresiva, moviéndonos con rapidez. Cuando una atacaba, la otra se defendía, y así sucesivamente. Los ojos de Dejanira destellaban rabia e ira, y estaba segura de que los míos también.

El parque se iluminaba con las chispas que irradiaban de nuestras dagas cada vez que chocaban. Esas chispas, que parecían de otro mundo. Y, en realidad, lo eran. Un mundo del que los humanos no tenían ni idea y que solo se habían imaginado en sus mejores sueños… y en sus peores pesadillas. Con cada nuevo ataque no me sentía más cansada, más bien al contrario: cada vez que mi daga chocaba contra la suya me sentía con más fuerzas, como si me cargara de energía. Para mi mala suerte, eso también la sucedía a Dejanira.

Y también para mi mala suerte, era mi primer combate. Y solo sabía defenderme con la daga y atacar con ella. Pero no estaba preparada para defenderme cuando Dejanira me puso la zancadilla y yo caí al suelo de espaldas. De repente, sentí como se me subía encima y mi daga salía volando de mis manos. Puso su daga sobre mi corazón y me respiración se volvió más irregular por el miedo. Estaba acabada. Había perdido y ella me iba a matar.

— Mi primo está confundido por tu culpa, lo has echado todo a perder— me susurró, mirándome a los ojos. Sentí que mi temperatura corporal, ya de por sí baja, descendía unos cuantos grados— Tú eres un parásito que se ha interpuesto en nuestras vidas y en nuestra misión. Pero, en cuanto te mate, se acabará toda esta locura. Y todo volverá a ser como debe.

Sentí que la daga empezaba a traspasar mi camiseta, quemándola como si tuviera ácido. Cuando rozó mi piel, lancé un grito de dolor. Era como si me estuvieran quemando el corazón. Cerré los ojos con fuerza, sin parar de gritar. Era el fin. Iba a morir. Dediqué mis últimos pensamientos a Adrián, su sonrisa, sus besos…

De pronto, la daga ya no estaba sobre mi corazón y el dolor había desaparecido parcialmente, aunque me seguía quemando el pecho. Abrí los ojos y vi que Dejanira seguía encima de mí, pero que estaba desarmada. Estaba con los puños cerrados con fuerza, temblando, y miraba con ira a la persona que me había salvado con una terrible expresión de odio. Giré mi cabeza hacia la izquierda y vi quién la había desarmado.

Adrián, con los ojos llenos de ira, miraba a su prima, con su daga bajo el cuello, dispuesto a atacarla en cuanto fuera conveniente. Él era quien me había salvado la vida.

— Dejanira, vete— le dijo en un bajo susurro lleno de odio. Ella le seguía mirando y miles de emociones pasaban por sus ojos: enfado, desconcierto, dolor, angustia, pena… Todo eso me asombró. Miré a Adrián a los ojos y vi que estaba decidido a hacer cualquier cosa con tal de salvarme. O quizás eso era lo que mi mente me quería mostrar— Vete si quieres seguir viva.

— Esto no se va a quedar así— contestó Dejanira con brusquedad. En un momento, se transubstanció y se fue de allí. Aspiré una gran bocanada de aire, intentando recuperarme. Había estado conteniendo el aliento, preparándome para el momento en el que Dejanira me clavara su daga. Empecé a temblar. Adrián se acercó a mí y me abrazó fuertemente. Las lágrimas empezaron

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a caer por mis mejillas. Leí en su mente lo que había visto en sus ojos segundos antes: que había estado dispuesto de matar a Dejanira, a alguien de su raza, a alguien de su familia, solo por salvarme.

— No es solo por salvarte a ti— dijo como respuesta a mi pensamiento. Se separó y me miró. Sus ojos me decían que estaba muy preocupado, y eso era quedarse corto— Si no para salvarme a mí también.

Me besó con ternura, con cariño, con amor, con pasión… Y sentí que me quedaba sin fuerzas, que no podía ni con mi alma. Lo de enfrentarme a un demonio era bastante agotador.

* * *

A la semana siguiente, yo ya estaba completamente recuperada de mi enfrentamiento contra Dejanira.

Mis padres no habían hecho ninguna pregunta cuando entré en casa, llorando, con un agujero en la camiseta, justo a la altura del corazón. Tampoco me preguntaron por qué me acompañaba Adrián, ni cómo me había hecho aquella quemadura. Por suerte, la quemadura había cicatrizado y apenas se notaba.

Adrián no quería hablar de asunto, por lo que la pelea con Dejanira se había convertido en un tema tabú. Solo me había dicho que Dejanira se había marchado a Segovia. Sin embargo, estaba conmigo a todas horas, no se separaba de mí en ningún momento. Y yo sabía que eso significaba que seguía alerta, por si a Dejanira se la ocurría volver.

Pero yo estaba llena de angustia, quería respuestas. ¿A qué se refería Dejanira con la misión? ¿Qué era lo que pensaba hacer? ¿Qué era lo que había echado a perder? ¿Por qué me odiaba tanto? Yo sabía que ella sentía desprecio hacia mí porque era un ángel, y lo encontraba lógico. Pero no entendía por qué se había ensañado tanto conmigo. ¿Qué la había hecho yo? No podía olvidarme de sus palabras, que se grababan en mi cabeza como si fueran fuego.

Así que, una semana después de nuestro combate, decidí que era el momento de que Adrián y yo habláramos sobre este tema.

Como por el día no podíamos (estábamos casi siempre acompañados), esperé a que llegara la noche. Y con ella, la aparición de Adrián en mi cuarto, como siempre. Como yo no tenía que dormir, Adrián y yo hacíamos los deberes por la noche, o hablábamos, o nos besábamos hasta que recordábamos que debíamos parar.

Pero esa noche iba a ser diferente, porque yo necesitaba aclarar las cosas. Así que había hecho los deberes por la tarde y me había pasado el tiempo restante pensando en cómo sacar el tema sin que Adrián se enfadara, lo cual no iba a ser una tarea muy sencilla.

El reloj del salón dio las doce y la habitación se volvió más oscura. Había llegado el momento. Solté un suspiro cuando Adrián apareció en mi cuarto.

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— Hola— me dijo, sonriendo. Se sentó a mi lado y me dio un beso en la mejilla. Volví a suspirar, indecisa. ¿Cómo se lo iba a decir yo ahora?— ¿Qué te pasa?

— Pues…— empecé, mordiéndome inconscientemente el labio. No sabía cómo continuar. Solté otro suspiro— Necesito que me contestes a una pregunta. Y temo que te enfades.

— ¿Qué quieres saber?— me preguntó, sospechando qué era lo que le iba a pedir.

— ¿Cuál es la misión que mencionó Dejanira?— le pregunté. Adrián se puso tenso de repente y desvió la mirada— No me vas a contestar, lo sé, pero…— una lágrima cayó por mi mejilla. Me la limpié rápidamente, pero Adrián se había dado cuenta— Por favor, Adrián, necesito que me digas algo, que me cuentes por qué Dejanira quiso matarme… Necesito hablar de ello, porque si no voy a explotar y acabaré contándoselo todo a Elena o Javi, y no quiero ponerles a ellos en peligro…— mi voz se iba volviendo cada vez más baja conforme iba hablando. Las lágrimas corrían por mis mejillas sin que yo pudiera detenerlas y Adrián, con expresión torturada, me abrazó. Cerré los ojos, intentando dejar de llorar y deseando que, cuando volviera a abrirles, yo fuera Sara y Adrián fuera Adrián. Que todo ese lío de los ángeles y los demonios desapareciera.

— Sara, lo siento tanto…— susurró Adrián, dándome un beso en el pelo— Me encantaría contártelo, porque yo también siento que voy a explotar de un momento a otro, pero… Siento que no te va a gustar lo que te voy a decir. No, no te va a gustar nada.

— Adrián, por favor…— le volví a suplicar. Le miré a los ojos, aunque apenas podía ver algo, porque les tenía empañados por las lágrimas. Adrián me besó allí por donde corrían mis lágrimas y yo intenté concentrarme en nuestra conversación, en que tenía que decirme algo…

Así que me separé de él y me crucé de brazos, esperando que me contara de una vez lo que estaba pasando. Adrián soltó un suspiro de resignación y se sentó en la silla del escritorio. Parecía decidido a contármelo, lo cual era bastante bueno… hasta que supiera lo que me tenía que contar. Su rostro estaba serio, muy serio, lo cual empezó a preocuparme de verdad.

— Vale, está bien, te lo contaré— dijo él, asintiendo con la cabeza, aunque no parecía bastante seguro de querer contármelo. No, no quería contármelo, y yo lo sabía perfectamente— No te va gustar, pero, si es lo que quieres…

— Deja de enrollarte de una vez y ve al grano— le incité, un poco mosqueada. Adrián compuso una pequeña sonrisa ante mi enfado, pero rápidamente se le borró.

— Dejanira no es exactamente una prima mía…— comenzó él. Solté el aire que tenía en mis pulmones de golpe, asombrada. ¿Cómo que no era su prima? ¿Me había estado mintiendo todo el tiempo? Las lágrimas volvieron a caer por mis mejillas y Adrián soltó un suspiro— En realidad es una prima bastante lejana, de la que nunca había oído hablar y a la que no conocía hasta que me convertí.

>> Mis padres me dijeron que ella también era un demonio, como yo. Para que el gen demoníaco siguiera existiendo…— Adrián se calló de golpe y posó su vista en el suelo.

— ¿Qué?— le pregunté, interesada en la historia— ¡Adrián, sigue hablando!

— Para que el gen demoníaco siguiera existiendo, tenía que… tenía que…— Adrián suspiró y

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me miró a los ojos. Parecía bastante avergonzado y algo enfadado consigo mismo— Tenía que tener un hijo con ella.

— ¿¡Qué!?— grité, atónita, ultrajada, dolida por haber sido tan ingenua… y sintiendo que mi corazón se partía en dos. Que mi alma desaparecía de mi cuerpo. ¿Sería eso lo que sentían las personas cuando se las quitaba el alma?— ¡ERES UN IMBÉCIL, UN GILIPOLLAS, ME HAS ENGAÑADO TODO ESTE TIEMPO!

— Mierda, ya has despertado a tus padres— me dijo, negando con la cabeza. ¿Cómo podía pensar ahora en eso? Y, sin embargo, me di cuenta de qué significaba. Si mis padres descubrían que Adrián estaba en mi habitación a altas horas de la madrugada, se me acababa la oportunidad de que me pudiera explicar ciertas cosas acerca de su persona… y su “prima”.

— Escóndete— le ordené rápidamente, abriendo el armario. Adrián puso los ojos en blanco. Era algo bastante ridículo, dado que era un demonio y podía esconderse mucho mejor. Pero, en esos momentos desesperados, fue lo único que se me ocurrió, por muy absurdo que fuera— Tú no te largas de aquí hasta que no me cuentes todo.

Adrián se metió dentro del armario con una mueca de desagrado. Resultaba obvio que le parecía muy ridículo e infantil hacer eso, pero no tenía otra opción si no quería cabrearme más de lo que ya lo estaba. Apagué la luz y me metí en la cama. A los pocos minutos, la puerta se abrió.

— ¿Sara?— me preguntó la voz de mamá.

— ¿Mmm?— murmuré, intentando hacerme la dormida. Por suerte, ellos no sabían aún que yo no necesitaba dormir.

— ¿Estás bien?— volvió a preguntar. Parecía bastante preocupada— Hemos oído que gritabas…

— No es nada, estaría soñando— la contesté, fingiendo un bostezo.

— Vale… hasta mañana— dijo. La puerta se volvió a cerrar y escuché atentamente cómo los pasos de mamá se dirigían de nuevo a su habitación. Era un alivio que no supieran que yo no tenía que dormir.

Dos minutos más tarde, Adrián estaba sentado en la silla del escritorio de nuevo, como si nunca se hubiera movido de allí. Encendí la luz, me destapé y me senté en la cama.

— Cuéntamelo— le dije, fulminándole con la mirada. Él asintió.

— Me dijeron que tenía que tener un hijo con Dejanira para que el gen demoníaco siguiera existiendo; porque si la unión se produce entre dos demonios, hay más posibilidades de que el hijo lleve los genes que si es entre un demonio y un humano. ¿Lo entiendes?

Negué con la cabeza. ¿Cómo le podían haber pedido algo así? ¿Había aceptado Adrián? Solo con pensar que él y Dejanira habían estado juntos… Se me escapó un sollozo y me rodeé las piernas con los brazos, intentando no romperme en pedazos. Adrián se sentó a mi lado y me abrazó.

— Me negué en banda— me susurró al oído. Levanté la cabeza y vi cómo Adrián me sonreía con ternura— Jamás hubiera podido hacer algo así, aún siendo un demonio. Porque la única persona con la que querría eres tú. Nadie más.

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Me eché a reír y Adrián también se rió. Era una situación un tanto absurda. De pronto, Adrián dejó de reír y se puso serio.

— Entonces, llegó ella. Me la presentaron, y mis padres me intentaron convencer, pero yo seguía negándome. Sin embargo, cuando la vi, me di cuenta de que las cosas eran muy diferentes para ella. Ya me había visto en fotos, había oído hablar de mí… y se había enamorado de mí.

— ¿Dejanira está enamorada de ti?— le pregunté, atónita. Él asintió y puso los ojos en blanco.

— Es un suplicio tener que aguantarla todo el rato— dijo, algo enfadado— No sabes lo insoportable que es. Siempre está intentando engatusarme para que te deje y me vaya con ella… pero eso es algo imposible— me dijo, sonriéndome de oreja a oreja. Yo también sonreí, bastante aliviada ahora—. Mis padres me dejaron de insistir cuando les dije que estaba saliendo contigo. Como eras una humana, el gen demoniaco podía seguir existiendo en mi descendencia… Dejanira se tomó muy mal lo de que mis padres me apoyaran. Yo la traje a la fiesta para ver tu reacción, porque sabía que ella intentaría darte celos. Y cuando me dijiste que sí… Fue como si todo mi mundo se hubiera ordenado, como si cada cosa estuviera en su lugar. Desde luego, no se me ocurrió pensar en Dejanira.

>> Volvimos a la fiesta, y Dejanira nos vio juntos. Intentó ganarse tu confianza para poder manipularte, pero parece ser que tu instinto angélico funciona con todos los demonios menos conmigo.

Nos echamos a reír. Sí, todos los demonios me daban bastante repelús, pero Adrián… para mí, él no era un demonio. Era la persona a la que más quería en este mundo.

— Bueno, pero sigue contándomelo…— le pedí. No quería que me distrajera con tonterías. Necesitaba saber la historia completa.

— Dejanira no consiguió tu confianza, por lo que empezó a pensar que había algo raro en ti— prosiguió Adrián. Le miré con el ceño fruncido, sorprendida— Por lo general, todos los humanos confiáis en nosotros, por eso solemos utilizaros para hacer barbaridades y cosas así. Es divertido— comentó, encogiéndose de hombros. Puse los ojos en blanco y le pegué un puñetazo en el brazo. Se interrumpía constantemente— Como no confiaste en ella, empezó a sospechar. Yo, por supuesto, ya sabía que eras un ángel— abrí la boca de par en par, sorprendida.

— ¿Cómo no me lo dijiste antes?— le exigí a la vez que le tiraba un peluche, algo enfadada con él por no habérmelo contado. Adrián agachó la cabeza y esquivó con un rápido movimiento el peluche. Parecía bastante arrepentido, porque sabía que yo había sufrido cuando no me contaba lo que me estaba pasando el día de mi transformación.

— Porque sabía que, si te decía que eras un ángel, tu transformación llegaría antes, y, si eso pasaba, cabía la posibilidad de que tú me odiaras… y no podía permitir eso. Soy demasiado egoísta— se encogió de hombros— Será porque soy un demonio. O quizás no. Ni idea, la verdad.

— Pero, volviendo a lo de antes…— Adrián suspiró y me miró fijamente a los ojos— Dejanira siguió por aquí, intentando averiguar más cosas sobre ti. Pero apenas consiguió algo en claro. Lo único que ella sabía era que tú estabas saliendo conmigo… y que yo había preferido una humana antes que un demonio.

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Sonreí con ganas. Me había preferido a mí, alguien de su especie enemiga, antes que a Dejanira, alguien de su familia y de su propia especie. Eso hacía que le quisiera aún más.

— Adrián, deja de liarte con estas cosas y cuéntame lo importante— le pedí, intentando no pegar un grito de alegría. Me quería y me había preferido antes que a una diablesa. Estaba a punto de estallar de alegría. Pero debía centrarme en el tema principal.

— ¿A caso esto no es importante?— me preguntó retóricamente, encogiéndose de hombros y sonriéndome pícaramente. Solté un suspiro y asentí con la cabeza. Él ya sabía a lo que me estaba refiriendo— Bueno, pues volviendo al tema “importante”,— me eché a reír y Adrián sonrió ampliamente— Dejanira descubrió el día que viniste a mi casa, el día que os enfrentasteis, que eras un ángel.

— Me lo contó el día antes de irse. Cuando fuimos a ayudar a mi madre a preparar la comida, ella estaba en el salón. Sintió que allí había un ángel, por lo que se preparó para luchar y defendernos… Hasta que te vio, con alas blancas y ojos azules, y comprendió que el ángel al que había sentido eras tú. Se marchó de casa y estuvo pensando todo el tiempo cómo actuar. Decidió que, si te mataba, yo la elegiría a ella y me olvidaría de este asunto. Por supuesto, aún no se ha dado cuenta de que tú no eres solo un capricho para mí— me dedicó una sonrisa enorme y yo también sonreí— Así que decidió que esperaría cerca de tu casa, a la espera de que salieras sola… Y pudiera atacarte.

— Pero llegué yo y frustré sus planes. Cuando la dije que se marchara si quería seguir viva se dio cuenta de que yo te quería a ti, y que por nada del mundo iba a cambiar de opinión— sonreí ampliamente y Adrián alzó las cejas. Nos echamos a reír— Así que se fue y te perdonó la vida por esa vez. Pero me dijo que iba a hablar conmigo muy seriamente.

— ¿Qué te dijo?— le pregunté, intrigada.

— Me dijo que iba a marcharse a Segovia durante un tiempo, hasta que sus ideas y sus sentimientos se pusieran en orden— contestó, aunque no parecía muy convencido de que Dejanira consiguiera poner sus pensamientos en orden. Suspiré de alivio. Segovia estaba bastante lejos, aunque yo sabía muy bien que podía volver en cuestión de segundos si se transubstanciaba y de minutos si se quedaba con su cuerpo humano. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral e intenté no pensar en ello demasiado— Sin embargo…

— Sin embargo… ¿qué?— repetí. La angustia volvió a mí con más fuerza. A ese paso, me iba a dar un ataque, o algo parecido. Adrián soltó un suspiro.

— Dejanira me juró que se vengaría de nosotros por haber jugado con sus sentimientos— el aliento se me quedó atascado en la garganta. Adrián me abrazó con fuerza y yo me quedé algo más reconfortada. Siempre me pasaba lo mismo— Me juró que nos lo haría pagar muy caro— se dio cuenta de que yo me había preocupado muchísimo, así que se apresuró a tranquilizarme— Sara, no te preocupes, no nos va a hacer nada, no te va a pasar nada…

— ¿Y qué más me da lo que me pase a mí?— pregunté de forma retórica. Miré a Adrián a los ojos y me di cuenta de que a él lo único que le importaba era que Dejanira quería hacerme daño. Bueno, a mí lo único que me importaba era que pudiera hacerle daño a él— ¿Y si te hace daño a ti?

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— Eso a mí me da igual— me dijo seriamente. Cuando hablaba así, me parecía que tenía muchísimos años. No me parecía Adrián— Lo único que me importa es que Dejanira estuvo a punto de matarte una vez y que no dudará en hacerlo la próxima. Y no creo que vaya a estar siempre junto a ti para volver a salvarte.

— Adrián, subestimas mis posibilidades— le contesté, intentando hacer una broma para romper ese momento tan tenso. Ya sabía yo que a él le daba igual todo, excepto yo. Y eso era exasperante— Puedo aprender muy rápido, ¿sabes?

— Ya, claro, seguro…— refunfuñó Adrián, poniendo los ojos en blanco.

— Siempre me puedes enseñar tú…— le dije en un susurro bajo, mirándole con intensidad, sonriéndole con picardía. Adrián arqueó las cejas y empezó a reír.

— Nunca podría luchar contigo— me dijo, resoplando y poniendo los ojos en blanco, como si hubiera dicho la mayor idiotez del mundo— Sería como ir contra mi propia naturaleza.

Ahora me empecé a reír yo.

— Adrián, eres idiota— le contesté. Él compuso una mueca, intentando parecer ofendido— Tu naturaleza es pelear conmigo, imbécil.

Entonces, empezamos a reír los dos, intentando no reírnos muy alto, para que no nos oyeran mis padres. El momento tenso, cargado de angustia, había pasado. De momento.

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Capítulo 14El ángel

Dos semanas más tarde, ambos habíamos olvidado parcialmente ese incidente. Parcialmente.

Por supuesto, yo seguía preocupada, aunque mantenía mi preocupación oculta en el fondo de mi mente. Y no estaba preocupada por mí. Estaba preocupada por Adrián.

Tenía mi pequeña teoría. Si Dejanira era lista, se daría cuenta de que Adrián era lo más importante para mí. Si realmente quería hacerme daño… lo único que tenía que hacer es ir a por Adrián. Separarle de mí, matarle, hacer que me odiara… Sí, eso sería muchísimo peor que estar muerta. Se lo agradecería con creces si me matara en vez de hacerle daño a Adrián. Aunque dudaba de que lo hiciera, ya que ella también le quería.

De todos modos, no teníamos noticias de ella, y no sabía si en realidad eso era algo bueno o algo malo.

Así que intenté olvidarme de ese incidente como pude, hacer como si nunca hubiera ocurrido. Y sé que Adrián intentó hacer lo mismo.

Era un sábado. Habíamos quedado con Elena y Javi para ir a la discoteca. A Elena la encantaba ir a esa discoteca, sobre todo cuando iba con Javi. Bueno, en realidad no era ir a la discoteca lo que la gustaba. La gustaba ir allí porque, si iba con Javi, el DJ que la había dado calabazas hacía unos años se pondría celoso. Muy celoso. Y no es que Elena sea una persona rencorosa, pero… Ese tipo la había hecho mucho daño. Y quería hacérselo pagar todo el tiempo que pudiera.

Al único que no le gustaba esa discoteca era a Javi. Le fastidiaba mucho que Elena le utilizara para darle celos al DJ. Pero lo entendía, así que intentaba que no se le notase mucho que no le gustaban las maquinaciones de Elena contra el tipo ese.

Sin embargo, a Adrián y a mí nos encantaba esta discoteca. Aquí fue la primera vez que bailamos juntos…

Fue dos semanas antes del cumpleaños de Elena. Era un viernes por la noche y yo me había escapado de casa porque mis padres no me dejaban ir, obviamente.

El DJ tan odiado por Elena había puesto “With me”, de Sum 41. Como es algo lenta, las parejas habían salido a bailar agarraditas. Todo el mundo estaba bailando… menos Adrián y yo.

Él me lanzó una mirada y me sonrió. Me tendió la mano, sin decirme nada. La cogí y él me sacó a bailar. Me agarró por la cintura y yo rodeé su cuello con mis brazos. Empezamos a balancearnos de un lado a otro.

Adrián empezó a cantarme “With me” al oído y yo cerré los ojos, intentando que ese momento

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no acabara nunca.

— “I don’t want this moments to ever end… Where everything is nothing without you”— un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Estuvimos toda la canción mirándonos a los ojos, sonriéndonos, él cantándomela en voz baja…

Hasta que, cuando nos íbamos a besar (¡casualidades de la vida!), se acabó la canción. Y, como siempre, despertaba de mi sueño para volver a la realidad… Aunque la realidad ahora era bastante distinta.

— ¡Sara!— me gritó Elena. Me sobresalté y la miré— ¿Qué quieres para beber?

— Em… Vodka, coca—cola, granadina— contesté automáticamente. Todavía estaba un poco ida. Adrián me miraba, divertido. Debía de haber estado leyendo mis pensamientos. Cogió su vaso y el mío y los llevó a una mesa. Me senté a su lado y él, repentinamente, me besó. Me sorprendí un poco, pero le respondí con ganas.

— Me ha encantado ese recuerdo… ¿De verdad que siempre estabas soñando con besarnos?— me preguntó mentalmente. Suspiré. Parecía bastante sorprendido.

— ¡Pues claro que sí! Pero siempre venía alguien o pasaba algo y me despertaba…— le contesté. Nos echamos a reír y Elena y Javi nos miraron, sorprendidos. Le di un sorbo a mi bebida y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Estaba muy fría. Ahora podía beber todo lo que quisiera: no me podía emborrachar. Ventajas de ser un ángel— ¿Quieres salir a bailar?— le pregunté a Adrián, sonriendo. Él asintió y me cogió de la mano para sacarme a la pista de baile.

Estuvimos dos horas bailando sin parar. No necesitábamos descansar, no necesitábamos beber agua, no necesitábamos absolutamente nada. Solo estar juntos, muy cerca el uno del otro. Con eso nos bastaba.

— ¡Ey, chicos, ya son las tres de la mañana!— nos gritó Elena en algún momento dado. Nosotros suspiramos y nos fuimos a la mesa donde estaban Elena y Javi sentados. Elena tenía cara de sueño y Javi se había bebido ya tres o cuatro vasos de más. Sin embargo, a Adrián y a mí nos había parecido un suspiro. Teníamos todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiéramos. ¡Éramos inmortales!

— ¿Nos vamos a ir ya?— la pregunté a Elena. Ella asintió.

— Me duele un poco la cabeza, y Javi va cojonudo, así que…— soltó un suspiro y se levantó— Bueno, si queréis quedaros, no importa. Pero nosotros nos vamos.

Miré rápidamente a Adrián. Me lo estaba pasando en grande, pero era ya un poquito tarde…

— ¿Qué hacemos?— me preguntó él. Andaba tan perdido como yo. No sabía lo que hacer.

— Vámonos a casa— contesté mentalmente. Nos levantamos de la mesa y miramos a Javi, que estaba riéndose de quién sabe qué— Elena no puede ir sola con Javi, no podemos dejarla sola…

— Sí, tienes razón— suspiró Adrián. Cogí la cazadora y el bolso y salimos a la calle. Javi se iba apoyando en Elena, pues casi no se tenía en pie. Elena parecía bastante cabreada.

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Acompañamos a Javi hasta su casa. Él entró en su casa (no sin antes tener ciertos problemas con la cerradura) sin despedirse de nosotros. Anduvimos un rato en silencio, sin tener nada que decir. Un silencio relativo, ya que Adrián y yo estábamos parloteando sin cesar en nuestras mentes.

— Elena está bastante mal…— comentó Adrián en un momento dado. Me metí un momentito en la mente de Elena. Por norma general, solía no meterme en la mente de la gente, pero esta vez necesitaba comprobar si Elena se encontraba bien. Sí, era verdad. La había fastidiado muchísimo que Javi se emborrachara de esa manera, porque no habían podido bailar, ni nada por el estilo. Se había aburrido mucho esa noche.

Sin embargo, no estaba enfadada con Javi. Sabía que lo había pasado bastante mal con la separación de sus padres, así que lo entendía… hasta cierto punto. La había dolido mucho, porque había sentido que estaba sola en la discoteca.

Me acerqué a ella y la di un abrazo. Elena se sorprendió un poco, pero me devolvió el abrazo con fuerza. Lo estaba pasando mal. Muy mal. Javi se estaba aficionando demasiado a emborracharse.

— Lo siento tanto…— susurré. Elena intentó contener un sollozo— Lo que está haciendo Javi es muy injusto.

— Lo está pasando muy mal por lo de sus padres…— expuso como excusa. Pero yo negué con la cabeza. Esto venía de antes— Ya lo sé, sé que se está pasando mazo, pero necesita mi apoyo.

— Sí, pero que se emborrache así no es excusa— la contesté. Ella asintió con la cabeza— Prométeme que vas a hablar con él— volvió a asentir, pero leí en su mente que no iba a hacerlo— Elena, prométemelo de verdad.

— Te lo prometo, Sara, te lo prometo— me prometió, mirándome a los ojos. Los suyos estaban empañados por las lágrimas. Asentí con la cabeza y la volví a abrazar. Pobre Elena. Solté un suspiro y sentí los sollozos silenciosos de Elena. Intenté contener las lágrimas, pero no pude.

— ¿Qué te pasa?— me preguntó mentalmente Adrián, preocupado por mí— ¿Estás bien? ¿Por qué lloras?

— Sí, estoy bien… es que, cuando veo a alguien llorar, me entran ganas de llorar a mí… No sé, es algo que me pasa desde siempre.

— ¿Cómo la risa, que se te contagia?

— Más o menos… Pero esto me pasa siempre que oigo o veo a alguien llorar.

— A lo mejor tiene que ver con tu naturalidad angélica.

— Puede ser…

Elena me soltó, se secó las lágrimas y me sonrió cuando se dio cuenta de que yo también había llorado. Nos empezamos a reír.

— No hay quién os entienda— comentó Adrián por lo bajo. Eso nos hizo reír aún más. Seguimos andando hasta la casa de Elena. Cuando llegamos, la abracé, la di un beso en la mejilla y la susurré:

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— No te preocupes, todo se va a arreglar— ella sonrió con sinceridad.

— Lo sé— dijo Elena, encogiéndose de hombros— Buenas noches.

En cuanto Elena se metió en su casa, Adrián y yo echamos a andar. Cuando estuvimos seguros de que nadie nos veía, nos transubstanciamos y nos fuimos a mi casa.

* * *

Elena, tal y como me había prometido, habló con Javi. Él se disculpó y la prometió que intentaría superar lo de sus padres. Al fin y al cabo, son cosas que pasan.

Una semana después del día de la borrachera (mejor dicho, de la noche) de Javi, las cosas seguían como antes, como si no hubiera sucedido absolutamente nada.

Marcos empezó a faltar a clase varios días. Nadie sabía absolutamente nada de él y Adrián empezaba a sospechar por qué no iba al instituto. Porque se había convertido. Y, pasados los días, yo también empecé a creer que Marc faltaba por esa razón. Y no sabía si eso era algo bueno o algo malo.

— ¿Esta noche no vas a venir?— le pregunté mentalmente a Adrián. Él negó con la cabeza. Era un sábado y estábamos con Elena, Javi y Ernesto, el primo de Elena, en el parque donde conocí a Elena. Estábamos sentados en un banco, comiendo pipas y contándonos chistes. Lo típico de los sábados por la tarde.

— Esta noche toca dormir, ¿sabes?— me preguntó retóricamente Adrián. Puse los ojos en blanco. Ya lo sabía. Pero era la primera vez que dormía después de haberme convertido, lo cual me parecía muy raro. No sabía si iba a conseguir dormirme— Podrás, Sara, podrás. Una vez intentes quedarte dormida, lo conseguirás. Y es hermoso. Sueñas con todas las cosas que has vivido, con las buenas, con las malas… Es algo increíble. Es como una forma de que todo se te quede grabado en la memoria para siempre. Y mola, porque recuerdas todo lo que te ha pasado ese mes con todo detalle, como si lo volvieras a vivir.

— Bueno, entonces, es una experiencia que no me debo perder, ¿no?— dije, intentando hacer una broma. Adrián y yo nos empezamos a reír.

— ¿De qué os reís?— nos preguntó Ernest, algo sorprendido, al igual que Javi y Elena— ¡Aún no he empezado el chiste!

Esto hizo que nos riéramos aún más.

— ¡Sara, ven a cenar!— me gritó mamá desde la cocina. Solté un suspiro, me desconecté del Messenger y apagué el ordenador. En cuanto terminara de cenar, me iría a dormir. ¡Hasta se me hacía raro pensarlo, después de tanto tiempo!

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Esa noche, como casi siempre, había una triste ensalada de tomate y lechuga y un huevo frito. Bueno, tampoco tenía yo mucha hambre, la verdad. Entonces, me llegó un sms al móvil. Me sorprendí al ver que era de Marcos.

<<Necesito hablar contigo… Te espero dentro de una hora en el parque que hay cerca de tu casa. Ven sola. Un beso.>>

Solté un suspiro. ¿Qué demonios querría ahora? ¿Por qué quería verse conmigo y a solas? ¿Qué me querría decir? Intenté tranquilizarme, porque me estaba poniendo de los nervios. ¿Y si quería chantajearme porque sabía qué éramos Adrián y yo? No, Sara, no puede ser eso. Está enamorado de ti. O al menos antes lo estaba. Tienes que pensar con claridad. ¿Qué te puede decir Marcos? Ni idea. No se me ocurría absolutamente nada.

Terminé rápidamente de cenar. Me fui al cuarto de baño y me di una ducha, intentando relajarme un poco. Pero no servía de nada: estaba de los nervios. Cuando terminé, ya eran las diez y media. Había quedado con Marcos a las once. Me fui a mi habitación y me puse unos vaqueros y un jersey. Me puse los playeros y me peiné el pelo. Mis alas blancas estaban alzadas, fruto de la intriga y la impaciencia. ¿Cuándo iban a llegar las once?

Para matar un poco el tiempo, cogí la daga y la limpié. Hacía una semana, había tenido un encuentro con un demonio. Por suerte, estaba bastante débil, por lo que pude acabar con él con facilidad. Además, estaba cogiéndole el truco a esto de luchar con demonios. Hasta me gustaba. Solo que a Adrián le ponía de los nervios que arriesgara mi vida.

Quedaban cinco minutos para las once. Puse un bulto debajo de las sábanas de mi cama para que, si mis padres entraban, creyeran que ya estaba dormida. Apagué la luz y cogí el móvil. Suspiré, intentando tranquilizarme. Estaba muy, muy nerviosa. ¿Qué tendría que decirme Marcos?

Me transubstancié y salí de casa. Esperaba que no hubiera nadie en la calle, pues no sabía si los humanos me podían ver cuando estaba así…

Volví a mi forma humana cuando llegué al parque. No había nadie. Me senté en el banco en el que habíamos estado por la tarde, esperando. ¿Y si era una broma? ¿Y si era una trampa? Estaba muy intranquila. Todo este asunto me estaba dando muy mala espina.

Entonces, lo vi. Era un destello cegador, un destello de un blanco resplandeciente, que se podría ver hasta en un día de niebla, que parecía una figura… Una figura con alas y ojos azules. Era un ángel. El primer ángel que veía en toda mi vida (aparte de a mí, claro).

El destello se transformó rápidamente en una persona. La persona se acercó a mí silenciosamente. Era un hombre, alto, musculoso. Tenía el pelo negro y era bastante moreno. Sus ojos azules me miraban seriamente. Sus alas blancas estaban alzadas, esperando mi reacción.

Solté el aire de golpe, impresionada. ¿Quién me hubiera dicho que esto iba a suceder? ¿Quién me hubiera dicho que esto era posible?

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— Sara, soy un ángel— me dijo Marcos. Sí, Marcos era un ángel, al igual que yo. No me lo podía creer. Pero, ¿cómo no lo iba a creer, si lo estaba viendo con mis propios ojos? ¿Cómo no lo iba a creer si mi instinto angélico me confirmaba lo que mis ojos veían? Y, sin embargo, era tan increíble… Pero era su voz, era su cuerpo… Tenía que ser él. Era él, aunque tenía alas blancas y ojos azules— Y pienso hacer hasta lo imposible para recuperarte y alejarte de ese demonio.

Adrián… Adrián era un demonio. Y yo un ángel. Al igual que Marcos. Pero… ¿qué importaba eso? ¿Por qué había venido Marcos para cambiarlo todo, para complicarlo?

— ¿Cómo?— se me ocurrió preguntar en un susurro. No podía preguntarle todo lo que tenía en la mente, hubiera sido algo muy confuso y bastante injusto con él. Marcos se echó a reír.

— La cuestión no es cómo, si no quién— me contestó sonriente, encogiéndose de hombros— Mi madre lleva los genes angélicos en su sangre.

— La mía también…— susurré. Estaba en estado de shock. Me lo hubiera esperado de cualquiera… Pero no de Marcos. Me parecía tan normal, tan humano… ¿Cómo podía ser un ángel?— ¿Desde cuándo lo eres?

— Desde hace una semana— me contestó. Asentí. La sospecha que tenía Adrián sobre que él se había convertido era cierta— Por eso no he ido al instituto.

— Me lo imaginaba— murmuré, por decir algo. Nos quedamos un rato en silencio, pensando. Yo seguía sorprendida. ¿Cómo iba a dormir, después de esto? ¿Cómo?

Sin embargo, el silencio no se terminaba. Hubiera dado mi alma para acabar con ese incómodo silencio. Pero yo no tenía nada que decir. Y creo que Marcos tampoco. Entonces, se me vino a la mente una frase que él había dicho.

— ¿Qué vas a hacer?— le pregunté, repentinamente seria. Marcos sacudió la cabeza y me miró, interrogante.

— ¿A qué te refieres?— me preguntó, desconcertado.

— Has dicho que me vas a alejar de Adrián— dije, horrorizada solo con pensarlo. ¿Cómo iba a ser capaz solo de intentarlo?— Que vas a hacer lo imposible por recuperarme y alejarme de él— el enfado se abrió paso entre la confusión y el horror— ¡Nunca! ¡Nunca lo conseguirás! Adrián y yo no nos separaremos nunca. Jamás— luché contra el impulso de sacar mi daga y clavársela en el corazón. Marcos me miraba, preocupado— ¡No te vuelvas a acercar a mí! ¡Aléjate de nosotros, o te arrepentirás!

Con esos últimos gritos, me transubstancié rápidamente y volví a casa, dejando a Marcos solo en el parque. Retiré el bulto—Sara y me metí en la cama sin cambiarme. Las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas e intenté reprimir un sollozo, para que no vinieran mis padres. Había sido una suerte que ese día nos tocara dormir, así Adrián no había tenido que ver esto. Aunque, tarde o temprano, lo iba a saber. De todas formas, estaba completamente segura de una cosa.

No iba a poder dormir esa noche.

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Capítulo 15Prohibiciones

El último recuerdo que soñé fue el de Marcos, con las alas blancas y ojos azules, mirándome confundido. Todos los demás habían sido hermosos y, a la vez, aterradores. No me había gustado volver a vivir las cosas malas de ese mes, pero me había encantado revivir todo lo bueno que me había sucedido… En especial, todos los momentos que había pasado con Adrián.

De todos modos, estaba contenta. Había conseguido dormirme, al fin y al cabo.

— Has gritado mucho esta noche…— comentó mamá mientras desayunábamos. Me encogí de hombros, indiferente. Tampoco era tan extraño: yo siempre había hablado (muchas veces, gritado) en sueños. Desde que tenía memoria— Dijiste cosas muy raras…

— ¿Qué dije?— pregunté con curiosidad.

— Pues… algo de que Astaroth no debía verte así y que Dejanira era una asquerosa que te había intentado robar el novio…— me ruboricé cuando dijo eso. ¿Por qué tendría que haber hablado en voz alta? ¿Por qué? Encima todos esos recuerdos…— También dijiste que era imposible que fuera un ángel… ¿Quién es un ángel?

— Nadie— contesté rápidamente. Mamá asintió, mirándome a los ojos fijamente. Sabía que la estaba mintiendo— Voy a ir a comer donde Elena, me han invitado…

— ¿No vas a comer con nosotros?— me preguntó mamá. Parecía algo desilusionada— Hoy es domingo…

— Porque sea domingo no tengo que comer obligadamente con vosotros, ¿no?— la contesté secamente, saliendo de la cocina. Estaba harta de sus preguntas. Suspiré y me fui a la habitación. Hice la cama rápidamente (era la primera vez que hacía la cama desde hacía un mes) y me conecté al Messenger.

(*)Elena(*) de olvido vive y de olvido muere como planta en jardín olvidado...u.u’ dice:

<<¡Hola feaa! :D>>

~Σαρα~ tómame y el viento hará una canción que sellará nuestro amor dice:

<¡¡Eyy!! ¿¿Cómo que feeaa?? T_T>>

(*)Elena(*) de olvido vive y de olvido muere como planta en jardín olvidado...u.u’ dice:

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<<Bah, no me hagas caso, que es un decir… ¡¡guaaapaaa!! xDD (¿así mejor?)>>

~Σαρα~ tómame y el viento hará una canción que sellará nuestro amor dice:

<<¡Eres una exagerada! Ya la he dicho a mi madre que voy a comer a tu casa…>>

(*)Elena(*) de olvido vive y de olvido muere como planta en jardín olvidado...u.u’ dice:

<<Joer, ¿¿todavía no se lo habías dicho?? Que mujer… xDD Bueno, la verdad es que yo la dije a mi madre que venías a comer hoy ayer… xD>>

(*)Elena(*) de olvido vive y de olvido muere como planta en jardín olvidado...u.u’ dice:

<<Oyes, ¿qué narices has puesto en el Nick? O.o>>

~Σαρα~ tómame y el viento hará una canción que sellará nuestro amor dice:

<<Joer, pues Astaroth, so mongola(y a ti te gusta Mago… u.u’)>>

(*)Elena(*) de olvido vive y de olvido muere como planta en jardín olvidado...u.u’ dice:

<<Noooo… eso no xDD Lo otro, lo de antes de la canción de Astaroth (so mongola tú)>>

~Σαρα~ tómame y el viento hará una canción que sellará nuestro amor dice:

<<Mi nombre con letras griegas (inculta…)>>

(*)Elena(*) de olvido vive y de olvido muere como planta en jardín olvidado...u.u’ dice:

<<Bueno, bueno, que comes hoy conmigo, ¿eeh? Así que no te pases mucho que comes en la calle… =P>>

~Σαρα~ tómame y el viento hará una canción que sellará nuestro amor dice:

<<¡¡Oks, oks, oks!! xDD Me voy, tengo que recoger mi habitación, que si no mi madre me mata :$>>

(*)Elena(*) de olvido vive y de olvido muere como planta en jardín olvidado...u.u’ dice:

<<Vale, ¡¡hasta luegooo!!>>

Suspiré y me desconecté del Messenger, pero no apagué el ordenador. Quería seguir escuchando música. Necesitaba relajarme, y no me iba a poner a hacer hogueras por la habitación.

No sabía qué hacer. No podía odiar a Marcos por querer separarme de Adrián, pero tampoco quería

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que él y Adrián se pelearan por mí y uno de los dos muriera… Solo con pensarlo, un escalofrío me recorrió el cuerpo y las lágrimas aparecieron en mis ojos. Las retuve allí, impidiéndolas que salieran.

Suspiré. Iba a ser muy duro todo esto.

Terminé de recoger la habitación y me fui de nuevo a la cocina. Allí estaba mamá, ya “arreglada” (con esa forma tan peculiar que tiene ella de arreglarse) y tomándose un café. Solté un suspiro. Ellos se iban a ir a misa dentro de nada.

— He hablado con el padre Santiago…— comentó mamá. Me senté en la silla y miré de forma indiferente hacia el frente. Como no hice ningún comentario ni pregunté por lo que habían estado hablando, mamá decidió continuar— Me ha dicho que puedes volver a ir a misa… siempre y cuando no vuelvas a hacer lo de la última vez y te perdones delante de todos.

Me empecé a reír. Mamá me miró con ojos sorprendidos. Hacía mucho tiempo que nadie me decía algo tan gracioso. Yo, de nuevo en la iglesia si quería… No podía dejar de reírme a carcajadas.

— ¿De qué te ríes?— me preguntó mamá. Intenté respirar con tranquilidad y dejar de reír para poder contestarla. Respiré profundamente un par de veces, sin poder quitarme la sonrisa de la cara.

— ¿En serio creéis que voy a volver a ese sitio?— la pregunté, más sorprendida yo que ella.

— Eres un ángel, todas tus dudas sobre Dios se deberían de haber disipado, y sería injusto que un servidor de Dios tuviera prohibida la entrada a su casa— contestó rápidamente, como si hubiera ensayado varias veces la respuesta. Hice un esfuerzo por no volver a reír.

— Mamá, me habré convertido en un ángel…— me levanté, sonreí y recordé las palabras que me había dicho Adrián el día en que me convertí— Pero voy a seguir siendo un ángel adorador del demonio.

Y, diciendo esto, me fui a mi habitación, dejando a mi madre con un palmo de narices

— Entonces, ¿qué la dijiste?— me preguntó Elena. Acabábamos de terminar de comer y yo la había contado lo que me había dicho mi madre sobre la iglesia… saltándome la parte de los ángeles adoradores de demonios, claro. Eso era algo que Elena no podía saber.

— Pues la contesté que habría cambiado, pero que seguía siendo la misma adoradora del demonio de siempre— dije con una sonrisa. Elena se echó a reír.

— ¡Qué burra!— me dijo, riéndose a carcajadas. Solté un suspiro y puse los ojos en blanco— Yo también habría contestado de alguna manera parecida, pero no tan directamente…

Me encogí de hombros. Cada una tenía su propia forma de actuar.

— ¿Jugamos a la Wii?— le pregunté. Ella asintió.

— Y que conste que ahora tengo una táctica para ganar en el Mario Karts— me contestó,

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mirándome con seriedad. Me eché a reír. Ella siempre me ganaba a ese juego.

— ¿Ya te tienes que ir?— me preguntó Elena. Asentí con la cabeza. Iban a ser las nueve y mis padres me habían dicho que antes de las nueve y media tenía que estar en casa. No quería tener broncas con ellos— Bueno, pues dejamos la partida para el próximo fin de semana…

— Vale— dije mientras cogía mi cazadora. Elena me acompañó hasta la puerta y yo me despedí de ella con la mano. En cuanto Elena se metió en casa, me fui hasta un callejón que había cerca de su casa y me transubstancié. No tenía ganas de andar.

Llegué en menos de un segundo a casa. Volví a mi estado corpóreo. Me fui al cuarto de baño a darme una ducha. Cuando salí, me fui a la cocina. Allí estaban mamá y papá, traspasándome con la mirada. Parecían furiosos.

— ¿Cuándo has llegado?— me preguntó mamá seriamente.

— Hace nada— la contesté, intentando mostrar la misma seriedad que ella mostraba— Me he dado una ducha y he venido a cenar. ¿Qué hay de cena?

— Nada— me contestó mamá. Abrí los ojos, sorprendida. ¿No había hecho la cena? Vaya, esto era nuevo. Mamá se sentó frente a mí y me miró fijamente. Sus ojos ardían con furia. En mi mente resonó por qué estaban así de enfadados. Lo habían descubierto— ¿Cuándo nos pensabas decir que Adrián Ruiz es un demonio?

Me quedé sin palabras. Habían descubierto que Adrián era un demonio. Lo habían descubierto. ¿Qué íbamos a hacer ahora?

— ¿Qué? ¿No tienes nada que decir?— me preguntó mamá, gritando. Papá me seguía mirando sin decir absolutamente nada— ¡Pero cómo has sido tan estúpida, por el amor de Dios! Es un demonio, Sara, ¡un demonio! ¡Es lo único que te puede matar, lo único que te puede hacer daño! ¿Cómo puedes ser tan idiota?

— ¡No me insultes!— la grité, reaccionando. Me levanté del sitio. Mis alas se alzaron amenazadoramente y mis ojos brillaros con furia, pero esos eran unos detalles de los que ellos no podían darse cuenta— ¡Vosotros no tenéis ni idea!

— ¿Pero no te das cuenta?— me gritó mamá— ¡Tu novio es un demonio! ¿Cómo puedes salir con algo tan malvado, tan… repugnante?

— ¡No se te ocurra hablar así de él!— la contesté. Que me insultaran a mí era una cosa, pero… que no se les ocurriera meterse con Adrián— ¡Tú no sabes cómo es Adrián, así que cállate, porque no tienes ni idea!

— Sara, cuando menos te lo esperes te matará. ¡Solo está jugando contigo!

— ¡Eso es mentira!— la grité, enfadada. No sabían cómo era un ángel enfadado, pero lo iban a descubrir en muy poco tiempo— ¡Adrián me quiere!

— Sí, seguro— dijo mamá, poniendo los ojos en blanco— Los demonios mienten muy bien,

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¿sabes?

— Conozco a los demonios mucho mejor que tú, y sé que nunca mienten— la espeté— Y recuerda que soy un ángel, puedo leer los pensamientos a la gente y Adrián me ha demostrado millones de veces que me quiere.

— ¡Ay, vas a traer la desgracia a esta familia!— se lamentó mamá. Abrí la boca de par en par. ¿Pero qué estaba diciendo esta tía? ¿Qué se había fumado?— ¡Dios nos castigará con el infierno por tu culpa!

— ¿Pero estáis mal de la cabeza?— la grité. Ella me miró, sorprendida— Ojalá os dierais cuenta de las gilipolleces que decís cada dos por tres. ¡Estáis locos!

— Da igual que estemos locos o no— dijo papá. Llevaba sin hablar bastante tiempo— El caso es que tú no puedes salir con un demonio.

— Llevo más de un mes saliendo con él— le grité, sin saber a dónde me iba a llevar todo esto. Entonces, lo vi. Vi perfectamente qué iban a hacer. No, no podía ser— No. No, por favor.

— Sara, es la única opción que tenemos si queremos que estés bien— dijo papá con seriedad. Como si eso fuera a ser bueno para mí— Si no dejas de verte con Adrián… Te llevaremos a un internado en Londres. Y no le volverás a ver jamás.

— No…— intenté que las lágrimas desaparecieran de mis ojos, pero no pude. Una vez empezaron a salir fue imposible contenerlas— No, eso no…

— Es lo mejor para ti— me dijo papá, poniendo su mano sobre la mía. La miré con asco. ¿Cómo podían hacerme esto? Hice que me soltara con un movimiento brusco de la mano.

— ¿No pensabas decírnoslo nunca?— me preguntó mamá. La miré. Estaba muy enfadada, y eso era quedarse corto— ¡Mi madre murió en combate! ¿Y si él hubiera hecho lo mismo? ¿Y si te hubiera matado como mataron a tu abuela?

— Adrián nunca me haría daño…— la contesté con voz débil. Estaba cansada de repetírselo— Adrián me quiere…— no sirvió de nada: mamá seguía en sus trece.

— ¡Podrías haber muerto!— me gritó— Si no nos lo hubiera dicho Marcos… Deberías de agradecerle lo que ha hecho por ti.

— ¿Qué?— susurré, sin voz— ¿Marcos?

— Sí, vino aquí y nos explicó que sabía que eras un ángel, que él también era un ángel… y que estabas saliendo con un demonio.

No, no podía ser cierto. ¿Marcos? Sus palabras resonaron en mi cabeza. “Os separaré y haré que vuelvas conmigo”. ¿Por qué me hacía esto? Si me quería… ¿por qué no me dejaba en paz? ¿Por qué se interponía entre mi felicidad (es decir, Adrián) y yo? ¿Por qué?

— Sara, vas a alejarte de Adrián— me dijo papá. Negué con la cabeza— Y lo vas a hacer enseguida.

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— Ni loca— le contesté, mirándole fijamente. Me salí de la cocina y entré en la habitación. Cerré la puerta y puse la silla del escritorio para que no pudieran entrar. Me tumbé en la cama y empecé a llorar. ¿Por qué me hacían esto? ¿Por qué?

De repente, un escalofrío me advirtió de que Adrián estaba allí. Me levanté y le miré. Estaba serio, muy serio.

— Mis padres lo saben— dijimos a la vez. ¿Qué? ¿Sus padres también lo sabían?

— Cuéntamelo todo— le exigí. Él asintió. Cerró los ojos y me empezó a hablar mentalmente.

— Estaba en el salón con Lucía, viendo la tele. Mis padres estaban haciendo la cena en la cocina. Entonces, alguien se transubstanció en la cocina. Lucy y yo fuimos a la cocina para ver quién era. Y allí estaba. Dejanira.

— Les contó a mis padres que eres un ángel, que había luchado contigo, que cuando estaba a punto de matarte, yo me interpuse y te salvé. Que estaba saliendo con un ángel.

— Mis padres se pusieron hechos una furia. Me gritaron, me exigieron una explicación, se avergonzaron de mí… De todo. No te puedes imaginar cómo fue.

— Entonces, optaron por una solución. Creo que tus padres han sido algo menos radicales en este aspecto. Me dijeron que, si no lo dejábamos… Me van a matar. Mi hermana va a convertirse en un demonio dentro de unos años, o quizás menos, así que pueden prescindir de mí. Me van a matar si no te dejo, Sara.

— No, no pueden hacer eso…— murmuré, llorando. Me abracé a él, dejando que su calor me inundara— No me puedo alejar de ti. Es imposible. No puedo estar sin ti…

— Yo tampoco— dijo Adrián, apretándome fuertemente junto a él. Suspiré— No me imagino una existencia sin ti. Si me tengo que alejar de ti para salvar mi vida, entonces prefiero no alejarme y que me maten— mis sollozos se hicieron más fuertes— No te preocupes. No me van a poner una mano encima. No lo voy a permitir… ¿Con qué te han amenazado a ti?

— Me han dicho que si no me alejo de ti, me iré a un internado en Londres.

— Bah, eso tampoco es tanto— me dijo, intentando hacerme sonreír— Después de todo, siempre he querido vivir en Londres. Mi madre y mis abuelos vivían allí antes de venirse a España.

— ¿Vendrías conmigo?— le pregunté. Adrián asintió, poniéndose serio de repente.

— Iría contigo hasta el fin del mundo.

— ¿Nos vamos a Finisterra?— le pregunté. Adrián se echó a reír y yo terminé por reírme también. Era una broma bastante mala. Adrián suspiró.

— A mí no me importaría, con tal de estar contigo— me susurró al oído. Le miré a los ojos.

— Te quiero— le dije— Y me dan igual las amenazas de mis padres. No pienso dejarte por nada del mundo.

— Yo también te quiero— me contestó con una pequeña sonrisa. Yo también sonreí— Por encima

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de este rollo de ángeles y demonios, por encima de mis padres, por encima de todo… Te quiero. Más que a mi propia vida.

Le besé. Le quería y le necesitaba. Y no me importaba que mis padres me quisieran llevar a un internado en Londres para alejarme de él. O que sus padres le hubieran amenazado con la muerte si no dejaba de salir conmigo. Ni me importaba que fuera un demonio que robaba almas a humanos y mataba a ángeles, a mis semejantes.

Cerré los ojos, arropada por el calor que me transmitía el cuerpo de Adrián. Seguí besándole, disfrutando como nunca de nuestros besos prohibidos.

FIN

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Agradecimientos:

Mucha gente suele pasar de leer la parte de agradecimientos, pero espero que vosotros lo hagáis. Considero que es una de las partes más importantes de los libros, casi tanto como la historia misma. En estas páginas, los autores dedican a aquellos que les han ayudado unas palabras. No nos paramos a pensarlo, pero, quizá, sin esas personas no podríamos estar leyendo el libro que tenemos entre las manos.

Nunca pensé que llegaría a escribir esto. Bueno, sí lo pensé, pero jamás creí que fuera a hacerse realidad... Y aquí estoy.

Todo esto no habría sido posible sin la ayuda de un puñado de personas que tienen reservado un huequecito en mi corazón. Quizá no estén todas, y estoy segura de que es así. En ese caso, siento muchísimo haberme olvidado de algunos. Sin embargo, estoy en la obligación de mencionar a...

Elena, gracias, por todo. De no ser por ti, Sara no tendría mejor amiga. Fuiste la primera en sumergirte entre las páginas de Besos Prohibidos, la primera en estar a punto de cometer un asesinato a cambio de más capítulos. Nunca seré capaz de agradecerte lo mucho que me has ayudado.

También deberíais agradecer a dos Cristina el estar leyendo todo esto. A la una, por aguantar mis discursos sobre Adrián y Sara. A la otra, por ser una de las mayores fans de esta pareja y pasarme la página de las frutillas.

Y, hablando de frutillas... Mil millones de gracias por su ayuda a Ediciones Frutilla. Sin vosotras, todo esto sería un recuerdo dentro de un blog.

Por otro lado, tengo que hacer una mención especial prácticamente obligatoria. A esa panda de locos que se llaman cantantes, Mägo de Oz. Besos Prohibidos es una alabanza a este grupo, y sin su música, no podría haberlo escrito. Sin su música, Besos Prohibidos sería silencio.

También se merecen estar aquí la gente de Blogger y los “tuentis-falsos”. Ángela, que realizó la portada. María, que llenó mi blog de comentarios. Emily, que no comprendía las miradas de “Sara-soy-un-demonio”. Y todas aquellas personas maravillosas que me dieron ánimos a seguir adelante, a no rendirme a pesar de todo lo malo que pudiera pasar.

Y por último, al Adrián que por fin encontré, y que no voy a dejar escapar nunca.

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Carmen

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