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Goce y Lectura

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GOCE Y LECTURA

Carlos YUSTI

Parte de mi infancia y juventud transcurrió en un barrio en

Valencia que surgió a la mala de la invasión de unos terrenos.

Durante esta etapa conocí los personajes más pintorescos que pueda

la imaginación crear: estaba Hugo que arreglaba todo tipo de

aparatos eléctricos y realizaba cualquier oficio hasta que murió

electrocutado cuando intentaba instalar unos cables para robar

electricidad y abastecer de luz al barrio. Su vida fue intensa. Peleador

a cuchillo, varias mujeres a las que amaba (o golpeaba) con pasión.

Había pasado algunas temporadas en la cárcel lo que sin duda lo

ablandó y lo convirtió en tipo solidario dispuesto para ayudar a

cualquiera. Estaba la señora Rosa que un día de torrencial aguacero

con relámpagos tuvo un parto de morochos, sin asistencia de ningún

tipo, en un infame rancho de cartón y hojalata. Su marido trabajaba

como vigilante y esa noche estaba de guardia. A pesar de todo el

parto estuvo de maravilla y por esa razón la calle se llama El milagro.

No puede faltar mi gran amigo de la infancia Toño, quien me

guió por el mundo radial y aventurero de Martín Valiente. También

teníamos a los hermanos Rojas que atendían el bar de la esquina y

era los galanes de orilla más cotizados en el barrio. De igual modo

merodeaba por sus calles Francisco Saldaña, una mujer vestida de

hombre, una “marimacha” como le decían en el barrio, quien en unos

carnavales se disfrazó de mujer y dejó varios corazones destrozados.

Nuestro loquito de la calle se llamaba Cheo.

En un cuarto alquilado vivía un señor al que todo el mundo

llamaba El Poeta con la más impresionante colección de novelitas

vaqueras y quien un buen día me legó parte de su colección debido a

que se mudaba por una decepción amorosa con Teresa la chica

primorosa, pero algo zorrona o casquivana, que atendía en el bar.

Me inicié leyendo novelitas de Marcial La Fuente Estefanía. Con

el correr de los años mi curiosidad lectora buscó nuevos derroteros y

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le lectura se convirtió para mí en una manera poética de salir del

barrio. Sólo la literatura me permitió encontrarle esa costado de

metáfora inigualable.

Jorge Luis Borges confiesa en uno de sus ensayos que “pocas

cosas me han ocurrido y muchas he leído”. En el barrio ocurrían

muchas cosas y entonces era menester escapar de ese docudrama

por la ventana de la literatura. Leer era un escape que asumí solo e

incluso con la suspicacia de mis padres quienes no creían del todo

que leer libros fuese una tarea escolar. Además no les gustaba para

nada mi actitud de estar todo el día acostado en el sofá de la sala

leyendo, despreocupado de todo a mí alrededor.

Traigo a colación todo esto de mi desabrida niñez y

adolescencia para exponer que no leí libros ni para educarme ni por

otra atrocidad por estilo y que los motivos para leer son tan variados

como lectores existen. Cuando de literatura se trata se habla

enseguida de placer, de goce. ¿Qué impulsa a un determinado lector

a elegir un libro, a devocionar a un autor, que lleva a ciertos lectores

a encariñarse con uno que otro personaje como si se tratara de

personas reales?

En lo personal he leído de manera indiscriminada teatro, poesía,

ensayo, best-seller, textos de cocina, instrucciones y manuales de

aparatos eléctricos, guías de viaje y hasta Paulo Coelho. Las

bibliotecas son sólo una colección de nuestros caprichosos placeres.

¿Cuál es nuestro goce cuando leemos? ¿Dónde radica el placer

que producen algunos textos? Alberto Mengual escribe: “El placer de

la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia literaria, se

muestra variado y múltiple. Quienes descubrimos que somos lectores,

descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta.

No hay una unánime historia de lectura sino tantas historias como

lectores. Compartimos ciertos rasgos, ciertas costumbres y

formalidades, pero la lectura es un acto singular. No soñamos todos

de la misma manera, no hacemos el amor de la misma manera,

tampoco leemos de la misma manera.”

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El goce, el placer tienen que ver con un acto íntimo. Podría ser

la camaradería amorosa que nace entre un lector con el libro que en

ese momento despierta su curiosidad lectora. También podría ser una

especie de hechizo que ejerce un autor, o un libro, sobre el lector. Es

de igual modo ese deseo que el libro no acabe nunca para perderse

como embriagado en sus páginas. El placer aísla, desvanece el

tiempo y todo aquello que gira quieto a nuestro alrededor; sólo existe

un mundo de palabras creado en edxclusiva para el lector. Antonio

Muñoz Molina ha escrito: “Cuando nos encerramos a leer a solas, el

gusto de la lectura es un gesto tranquilo e inconsciente de rebeldía.

Las obligaciones exteriores quedan temporalmente canceladas y se

atenúa el agobio de la realidad. El libro se nos ofrece con una

docilidad absoluta: no sólo tenemos la potestad de emprender la

lectura donde nos dé la gana y de concluirla cuando nos aburramos o

cuando nos llegue el sueño, sino que los personajes están esperando

a que les demos una cara y les concedamos una existencia”.

Un lector atenazado en el goce, subyugado por el placer no

discrimina nada y hasta los baños públicos son buena lectura si no se

tiene un libro a la mano, si no dispone de algún papel impreso como

le ocurrió al escritor Somerset Maugham, quien se quedó varado en

una estación de trenes sin sus maletas que contenían sus libros

dispuestos para el viaje. Mientras esperaba y para pasar el tiempo

leyó algunas cartas (varias veces) que traía en los bolsillos. Luego

echó mano a la guía de teléfonos y leyó cada nombre dos veces hasta

que por fin vino el tren llegó con su equipaje. Luego se quejó que el

pueblo no tuviese más habitantes.

El escritor español Juan José Millás cuenta que una noche de

insomnio estaba escuchando la radio y la locutora propuso a los

oyentes que llamaran a la emisora para leer un poema que les

gustara. Algunos oyentes llamaron y recitaron a Neruda, Machado, Gil

de Biedma. Poemas que hablaban de la vida, el amor y la muerte. En

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esa sutil atmósfera y profunda entra una llamada de un oyente quien

pidió permiso para leer un fragmento de un manual de usuario y se

larga a leer las instrucciones de un teléfono celular: “Este aparato es

sensible a las tormentas eléctricas, que alteran su comportamiento,

por lo que recomendamos que lo mantenga desconectado hasta que

pase el fenómeno atmosférico..." Nadie se preocupa por leer los

manuales que traen muchos aparatos domésticos. La lectura es una

fuente para el conocer y va desde el aprendizaje de nuevas palabras

pasando por personajes insólitos hasta ideas, frases que en

determinado momento de nuestra existencia sin duda vamos a

necesitar. No es casual que “…muy conveniente y útil poner por

escrito las hazañas e historias antiguas de los hombres fuertes y

virtuosos para que sean claros espejos, ejemplos y doctrina para

nuestra vida,…” Estas palabras se leen al comienzo de la novela de

caballería Tirante el blanco que se salva de la censura y la hoguera

que realizan el cura y el barbero en la biblioteca de Don Quijote. Un

lector entrampado en el goce y el placer jamás podrá ser censor o

inquisidor de libros; de seguro criticará con saña a un libro o un autor,

pero jamás los condenará.

Alberto Mengual ha escrito que la lectura nos ofrece también el

placer de la inteligencia. Hay autores sean novelistas o filósofos que

no son fáciles y constituyen un reto. Si leemos a Sartre, Juan Nuño,

Montaigne o Joyce estamos pisando un terreno en el cual se nos

exigirá de nuestras capacidades intelectivas. Con algunos autores y

ciertos libros vamos a librar la batalla de las ideas, de los

razonamientos, las preguntas y las reflexiones que por carambola

intuitiva de vez en cuando nos asaltan. Los diálogos de Platón nos

invitan a ver como se moldean los puntos de vista hasta llegar a ideas

y conclusiones precisas, pero no definitivas. Quizás como lectores no

compartamos algunas ideas, pero de eso se trata de confrontarnos y

tratar de sacar algo en claro de la existencia. Leer determinados

libros puede hacernos sentir más inteligentes, puede echar por tierra

nuestras absurdas y banales creencias o afirmarlas y he allí lo

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inestimable: Los libros no nos enseñan a vivir, pero si nos enseñan a

utilizar la inteligencia para vivir. Un hombre que lee es un hombre

que piensa.

Los libros son parte de nuestra memoria colectiva y he allí otro

goce indiscutible. Leer es un recuento con nuestra historia pasada y

reciente. Leer nos permite el goce de recordar. La memoria contenida

en los libros es un ramaje que sostiene nuestra memoria individual, la

nutre y la fortalece. Leer nos permite compartir una memoria común

que es espejo de quiénes somos y con quiénes compartimos cada

palmo de este mundo.

Hoy por hoy el placer, el goce también se encuentra degradado

y se le confunde con satisfacción narcisista. Vivimos en un mundo

con los valores trastocados. La lectura quizás no nos haga mejores

personas, pero permite que seamos concientes sobre la importancia

de la imaginación y los sueños para darle humanidad a este mundo,

que a veces le falta en cantidad.

El contenido de muchos libros intenta magializar y ennoblecer

nuestro sentido de la vida. Los libros apartan por un buen momento al

lector de sus quehaceres diarios, es como si diera un paseo por otros

lugares y conociera nuevos personajes. Después de cerrar el libro

vuelve otra vez a su vida rutinaria con algo que antes no tenía, con

algo intangible que ha cimentado más su alma.

Leer, e incluso la selección de las lecturas, es algo tan íntimo y

personal como masturbarse o hacer el amor. Recomiendo que cuando

de leer se trate lo mejor es dejarse llevar por el placer y que no se

imponga la lectura como un deber, como una obligación o como un

trabajo que es necesario cumplir para obtener notas o créditos. Lo

que sucede es que cuando hablamos de placer hay una entrega real,

verdadera; el placer nunca da tregua. Un placer al que uno no se

entrega con arrebato deja de tener ese dulce y placentero sabor. La

puerta para entrar al mundo de la gran literatura debe ser la del

placer y no la del deber.