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373 graffiti un problema problematizado Fernando Figueroa Saavedra doctor en historia del arte

Grafiti Un Problema Problematizado

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    graffiti un problema

    problematizado

    Fernando Figueroa Saavedradoctor en historia del arte

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    4) Quacumque urbanitas est, graphitum est (all donde est la civilizacin, el graffiti es-tar). Es un fenmeno intrnseco, faceta indisociable del lenguaje social como lo es la misma escritura normalizada.

    Desde los tiempos antiguos y hasta fechas recientes, el graffiti encontraba su lugar en la ciudad, hasta el punto de fijarse la costumbre en el uso de tal o cual lugar. Por tanto, una serie de espacios urbanos se establecan culturalmente como ms propicios o propios, ya que sus cualidades permitan y aglutinaban su prctica en su asociacin ms habitual: el muro. Estos espacios seran en coherencia igualmente marginales: callejones, tapias, bajos de puentes, arboledas, letrinas, celdas, azoteas, campanarios, casas o lugares aban-donados, refugios, etc. De ah su vinculacin cultural con el suburbio y el underground (fotos 1, 3 y 4).

    Esos espacios representaran al graffiti cotidiano, pues luego estara el justificado por un contexto extraordinario: ritos de paso, ritos erticos, ritos mgicos, actos de devocin, actos de escarnio, actos delictivos, protesta social, conflictos blicos, el tourism, el alpi-nismo, etc. Su manifestacin alcanzara todo aquel lugar enclavado en el mundo pblico, y podra afectar a la propiedad particular o comunal, con mayor o menor permisividad,

    1. Aglomeracin de graffiti en un espacio marginal, al que se dota de una funcin como soporte expresivo. Bajos del scalextric de Pacfico, 1995.

    La polmica que reviste actualmente al tema del graffiti incide en no percibir con ple-nitud y detalle la complejidad social y cultural que contiene. Su consideracin como un subproducto y una tara urbana no ha impedido que se hable sobre l, pero ha influi-do en que se plantee con frecuencia de un modo inadecuado. Incluso, los intentos por reconsiderar su vala cultural incurren tambin en generar una imagen excesivamente romntica y situar el debate entre la falacia del graffiti como arte o como vandalismo. No obstante, primero conviene, para comprender lo que representa, observar su dinmica histrica y su estrecha relacin con la evolucin de la ciudad como ente social.

    El graffiti en la historiaEl graffiti es un fenmeno urbano ligado a la articulacin del lenguaje. Esto es, en el

    momento en que se fija quin, cmo, qu, con qu y dnde se puede ejercer la represen-tacin grfica, tanto del escrito como de la imagen, surge como un contrapunto, como una forma de expresin liberada de dichas normas, ausente de lo correcto. Pero funda-mentalmente atae al cmo, qu y dnde; puntos que lo caracterizan como refugio de toda expresin que transgreda los cnones formales, manifieste temas tab o se sirva de soportes no planteados a priori para su uso como soportes de escritura o dibujo en un espacio pblico, sea transitado o susceptible de tener cierto trasiego humano, no necesa-riamente masivo, y por un perfil de espectadores ms o menos restringido. Por tanto se configura como la escritura marginal, esa que pertenece a la esfera extraoficial.

    Se podran establecer cuatro leyes que representan esa vinculacin entre ciudad y gra-ffiti a lo largo de la historia urbana:1

    1) Plus urbs, plus graphitum (a ms ciudad, ms graffiti). Se refiere al aspecto cuantitati-vo, directamente ligado a la extensin fsica o categora principal de la ciudad.

    2) Urbs mutat ergo graphitum mutatum (si la ciudad cambia, el graffiti se transforma). El graffiti refleja las caractersticas de su sociedad de modo informal. Adems el graffiti es sensible a las alteraciones fsicas del trazado o de los usos de cada lugar. Incluso, el grado de alteracin de su desarrollo natural podra reflejar el grado de intolerancia social o de control del poder sobre el espacio pblico. Igualmente, sus lmites se resituaran en la medida en que la regulacin o grado de restriccin de la expresin se modificasen.

    3) Societas complicata, graphitum amplificatum (en una sociedad compleja el graffiti se complica). Es un exponente del grado de alfabetizacin y del desarrollo regulador y lingstico o de la riqueza conceptual de la cultura que lo genera y usa. Tambin del de-sarrollo tecnolgico que favorece a su vez el desarrollo de recursos expresivos del graffiti, adems de su expansin. Una nota peculiar del graffiti contemporneo es su profesiona-lizacin, produccin industrial y conversin en un negocio.

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    atendiendo a las razones de su ejecucin. Tambin seran admitidos o admisibles en este bloque cdigos particulares, incluso dentro del rango de tradiciones culturales (pintadas de quintos, vtores acadmicos, declaraciones de amor, memoriales alpinos, etc.), (foto 2).

    En una vertiente desapacible, el graffiti se ha emparejado a situaciones excepcionales que se corresponden con conmociones o conflictos sociales; lo que a veces ha llevado a su conservacin como documento histrico. Pero en su aparicin inmediata supone la contemplacin del graffiti como una seal asociada con el caos o el sufrimiento, haciendo olvidar que existe un graffiti de la paz y el festejo, incluso de la resistencia humana en la decrepitud y el desarraigo.

    Toda civilizacin, por tanto, tiene su graffiti y se constituye en parte indisociable de su entidad. En consecuencia, como primera indicacin hay que afirmar y subrayar su pro-piedad. Esto es, hay que borrar de la mente unos prejuicios que se han ido construyendo y asentando desde finales del siglo XVIII hasta nuestros das.

    4. Hip Hop Graffiti, terreno de la crew CZB; demolido a causa de una remodelacin urbanstica. Inmediaciones del Pasaje Hoyuelo, Pacfico, 1998.

    3. Concentracin extensiva de graffiti en un callejn, tomado como terreno por una posse de Hip Hop Graffiti. Foto-montaje del conjunto y detalle. Calle de ASN, Puente de Vallecas, 1996.

    2. rbol graffiteado en su corteza con memoriales y graffiti amoroso, conforme a patrones tradi-cionales. Inmediaciones de la AECID, Moncloa, 1998

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    de las producciones graffiteras. De este modo, cuando en el siglo XIX se sustitua en el programa de colonizacin el principio motor de la evangelizacin por el de la civiliza-cin, correlativamente se fueron asignando ciertas prcticas culturales como anomalas impropias, residuos atvicos que haba que reeducar en el propio modelo social que se pona como ejemplo. Los procesos de aculturacin no slo afectaban a otros pueblos, sino tambin al propio. Sin embargo, cuando se encontraba una causa justa, las clases altas seguan encontrando ocasin para servirse del graffiti para manifestarse, junto al pasqun, como pas en la Exposicin Universal de 1900 en Pars en oposicin al Imperio britnico en su guerra contra la Repblica de Trasvaal.3

    Ese salvajismo se extrapol a las naciones europeas en una extraa suerte de matrimo-nio con la imagen del paleto o el buen salvaje europeo que desembocara en la imagen del garrulo. Curiosamente en una campaa de concienciacin cvica, Mantenga limpia Espaa, tambin se tildaba al graffiti en los aos 60 como una indeseada costumbre rural que atentaba contra la esttica de teja y cal blanca, replanteada hoy en da ante la urba-nizacin del mundo rural o en contextos patrimoniales, como el conjunto urbanstico de El Albaicn de Granada. No obstante, hay que percibir que los muros blancos del mundo rural no son los mismos muros blancos que se esgrimen en la ciudad moderna.4

    Primitivos: Colindantemente y a causa del desarrollo de los estudios arqueolgicos y prehistricos empez a cuajar tambin la idea de que el graffiti era una actividad primi-tiva. En la modernidad no se requerira de dicho medio expresivo, puesto que se tendra otros cauces culturalmente ms y mejor desarrollados para la comunicacin, dignos del hombre moderno. Por tanto, se despreciaba como un rasgo impropio de una sociedad moderna que, de la mano del progreso industrial, se haba ido sofisticando en todos los aspectos culturales y comunicacionales, hasta para las cuestiones ms prosaicas.

    Desde la invencin de la imprenta y la produccin textil industrial, ms el desarrollo de tintas y pinturas, el binomio papel-tinta o tela-pintura representaban una nueva era en la produccin cultural. Incluso, las escrituras extraoficiales vean en el abaratado papel un medio asequible, producindose el trasvase parcial de algunos contenidos habituales del graffiti al pasqun o el afiche. Es ms, se poda evitar la descuidada e inmediata caligra-fa manual del graffiti por la reproduccin seriada mediante plantillas, con el fin de dar una imagen organizada u oficial. Por tanto, el graffiti no era asumible en una sociedad alfabetizada y formalmente educada, donde cada elemento tena asignado una funcin concreta, y slo se poda disculpar por el imperativo de la urgencia.

    Locos: A esto se sumaba la consideracin del graffiti como un rasgo patolgico, un sntoma de desequilibro mental o debilidad moral, manifestacin de gente desviada y enferma, en el mejor de los casos inadaptados reinsertables en el tejido social. Se car-

    Esas anomalas indeseablesVamos a ver una serie de tipos o estereotipos desde los cuales se caracterizar la imagen

    de los autores del graffiti moderno y que, en el fondo, procuran convertirlos en seres ex-traos a la normalidad. En consecuencia tendrn como efecto la denigracin del graffiti en conjunto, hacindolo ver como algo impropio y, por tanto, susceptible de extinguirse.

    Vndalos: El vandalismo es un concepto difundido por el abad Henri Grgoire en alusin a la destruccin de Roma por el pueblo vndalo,2 derivado del acento puesto en la proteccin del patrimonio pblico que naca con el desarrollo de la ciudadana y los valores cvicos de la Ilustracin. De este modo, el graffiti se contemplara como un ejer-cicio nefasto, que perjudicaba seriamente la conservacin de dicho patrimonio. Esto lo etiquetara como un hbito propio de brbaros, de extranjeros, en lo que no est de ms su vinculacin tradicional con la tipologa del graffiti blico (Saco de Roma por la tropa de Carlos V, toma del Reichstag por el Ejrcito Rojo, etc.), a los excesos de la soldadesca en un mundo sin ley ni orden. Este planteamiento acarreara un proceso paulatino de ex-traamiento del hbito, primero entre las clases altas, bastante prolficas desde su recon-versin en clase letrada con el Renacimiento hasta el siglo XX, lo que como consecuencia contraera aparejada su consideracin como algo perteneciente al populacho.

    Sin duda, la instauracin del principio de conservacin patrimonial y su extralimitacin a todo tipo de propiedad ha generado un conflicto con la tradicin. Esto es, por tanto, un factor ms cara a convertir el graffiti en un problema, ya que como primera consecuencia est su conversin de actividad reprensible en actividad penada.

    Sin embargo, no procede entenderlo como vandalismo y su clasificacin en este sentido lleva a error a unos y a otros. Con propiedad el graffiti contemporneo no incurre en vandalismo, sino como mucho en gamberrismo, aunque su dimensin resulte engaosa. Esto es, su afn no es destructivo, sino que por lo comn desluce o mejora un soporte, segn sea el caso. Claro est que la dimensin vandlica podra concurrir, pero se funda-ra en el uso del instrumental. De este modo, con el uso del esgrafiado (como en el tra-dicional graffiti pompeyano mediante el graphium o el stilus) o de abrasivos se incurrira quizs en un acto vandlico ya que se altera el soporte, pero nunca sera as con el uso de pintura, tinta o pigmentos, fcilmente reparable. Como ancdota, decir que el regreso a tcnicas agresivas a finales de los 90 se ha producido en respuesta a la escala antigraffiti, con la intensificacin y desarrollo de los sistemas de limpieza qumicos.

    Salvajes: Al verlo las lites culturales cmo un hbito extraado, extrao y extranjero, durante el proceso de colonizacin y el contacto con otras culturas y costumbres, surgi su imagen como una manifestacin propia de salvajes, parangonable con el tatuaje. Con ello, se pona el acento en el aspecto espontneamente popular y el deleite indecente

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    En cierta medida, el desarraigo social se equiparaba retorcidamente con el desarreglo personal y ambos, como una actitud antisocial. Por tanto, el desaseo corporal, -donde entrara la divergencia en el modo de vestir, de peinarse, de gesticular, de hablar, de mostrarse el afecto, de hbitos y obligaciones, usos y costumbres, etc.-, se convierte en manifestacin simblica por las clases altas de la pobreza cultural, la suciedad de pensa-miento y la transmisin contaminante de sus mensajes, muy evidente, por supuesto, en el medio del graffiti. Las clases populares deban asimilarse a las clases altas, aunque hasta cierto punto, para evitar la confusin igualitaria.

    Esta proyeccin se ha cebado en alterar la impresin del paredn como palimpsesto pblico, para reconvertirlo en una guarrera inadmisible para el buen gusto de una so-ciedad sin alma, enferma, cuestin denunciada ya por Norman Mailer.6 (fotos 1 y 3) Sin duda, vivimos debatindonos en la febril pesadilla del hombre blanco y su marchamo sanitario que cataloga como infeccioso lo que se escapa de su control o de su proyecto operativo. En verdad, considerar una amalgama de escritos o dibujos como un conjunto de manchas o una contaminacin visual es una de las ms aberrantes perversiones de la percepcin humana entre personas cultas. Slo explicable por la vulgarizacin de la escritura en una sociedad altamente alfabetizada e instruida, y al alto desarrollo formal de la expresin escrita, grfica y plstica que apoya su denigracin por un gusto esttico que se ha conformado por esa educacin que asimila los valores de la lite cultural. As se insensibiliza al espectador en su observacin del fondo y espritu de la expresin popular por humilde que sea. Como consecuencia, por ejemplo, los cantos de labor o el voceo en un mercado se han convertido en un recuerdo histrico, al extraerse de su visin la po-tica que reviste su funcionalidad, convirtindose en ruido lo que era una armonizacin de la vitalidad social.

    Sin embargo, en el control del graffiti antes que pasar a la competencia de la concejala de Seguridad, -con lo que se alzaran los fantasmas de la censura poltica-, o de Cultura, -que sera visto como una exageracin o impertinencia-, se opta por adscribirlo a la de Limpieza o Medio Ambiente, con asociaciones culturales inocuas y muy bien conside-rada a causa de su desvelo por el bienestar social. No hay ms pervertido argumento en nuestros das que el ecologista y que el econmico, y a ambos se apela a menudo para ir contra el graffiti.

    No obstante, se demuestra lo arbitrario del concepto de contaminacin visual, cuan-do lo que se trata de reflejar con ello es la carencia de una regulacin. Evidentemente se suele aplicar como sinnimo de masificacin, pero los umbrales de la saturacin parecen diferentes en cuanto a la publicidad, los rtulos comerciales, el mobiliario urbano o la sealizacin viaria frente al graffiti. En este sentido se observa una discriminacin en

    gaban las tintas en el graffiti de letrinas (escatologa, pornografa, manifestaciones ho-mosexuales, etc.), la epigrafa delictiva, las grafitomanas, etc., para demostrar desde la criminologa o la psicologa y psiquiatra que era una manifestacin anormal aberrante y asocial. Posiblemente uno de los autores que ms han contribuido a esta falacia sea Cesare Lombroso.5

    De este modo, el autor de graffiti caa en el saco de la psicopatologa o la sociopatologa, siendo sospechoso de requerir reclusin o algn tipo de tratamiento. o sea, no hace lo normal, confundindose normalidad con naturalidad. Por otro lado, en las fronteras de la locura o la excentricidad interviene habitualmente un criterio cultural que se ha de-mostrado arbitrario, como ha sido en el caso de la estigmatizacin social de la gente de la farndula, los homosexuales o las feministas, antao muy vinculados con la prctica del graffiti por su ubicacin marginal, y explicados en su da por la existencia de una tara o impedimento mental que interfera su desarrollo como gente normal.

    Nios: Derivado de todo ello, surge la idea de que el graffiti es algo infantil. Tambin una manifestacin infantiloide de practicarse por adultos, propia de una personalidad inmadura que desconoce o an no ha aprendido debidamente los cdigos sociales. En todo ello, revolotea la estrategia de infantilizacin que se aplica a la desarticulacin de determinadas manifestaciones artsticas o culturales, por la que se usa lo infantil como estigma y argumento para catalogarlas como subproductos culturales y alejarlas as de la esfera de desarrollo adulto o del uso cotidiano en determinados segmentos sociales. Se deriva de la oposicin capitalista entre lo ldico y lo laboral, entre una actividad adulta intil y una productividad adulta til, entre una accin humana libre y otra accin instruida o alienada, enfocada a tener una mano de obra dcil, disciplinada y fiel.

    Curiosamente, por lo comn estos procesos de infantilizacin se han centrado en ma-nifestaciones de la cultura popular. Por ejemplo, los tteres, la pantomima, el payaso, el cuento, el cmic, etc. o expresiones muy ligadas al graffiti, por su ruptura de los cnones formales, como es la caricatura. En lo que no es ms que incidir en prejuicios ligados a lo salvaje o lo primitivo en el mbito local.

    Guarros: Finalmente, con el desarrollo de las culturas juveniles tras la Posguerra mun-dial y siendo el graffiti uno de los medios expresivos integrados en sus pautas culturales, adems de mantener toda la anterior sarta de prejuicios, se aada su apreciacin como una manifestacin underground, propia del lumpen (graffiti carcelario, graffiti de bandas, epigrafa delictiva, etc.) y, finalmente, desaseada y sucia. Este ataque constituye una nue-va versin del higienismo social y una extrapolacin del prejuicio por parte de las clases pudientes y llamadas decentes hacia la gente de mal vivir, los pobres y la ridiculizacin de la contracultura desde la Generacin Beat y el Hippismo al Punk.

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    pacin ciudadana generan un modelo de graffiti adulto acorde.8 El graffiti actual es un digno reflejo de nuestra supuesta mxima cota como civilizacin.

    En cierta medida, esa moderna aspiracin del final de la historia, de consagrar el defini-tivo modelo histrico y la falacia de que con su perfeccin no hay resquicio para ninguna mcula social, como se ha acabado considerando el graffiti e incluso aceptado por buena parte de sus practicantes; ha incidido en negarle carta de naturaleza al graffiti dentro del proyecto tico-esttico de la modernidad. Se estima como un sntoma molesto, una desagradable disonancia en el paisaje urbano de ribetes distpicos, cuya repulsa social no responde ms que a criterios culturales, imposiciones que nos hacen acatar que es malo o convicciones que confirman que hemos asumido el gusto esttico requerido para formar parte del modelo social que nos acoge, aunque nos perjudique. No slo aceptamos la ad-ministracin pblica del ordenamiento urbano y de las fachadas e interiores de nuestras casas, sino incluso la renuncia al hecho de discrepar y proponer.

    Sirva de ejemplo que el racionalismo arquitectnico consider el graffiti como algo a eliminar no dndole ninguna carta de naturaleza en su planificacin. La sacralizacin del muro blanco y la lnea recta catalogaba al graffiti como enemigo principal de la manifes-tacin de la perfeccin moral del ser humano. As lo expona con tintes mesinicos Adolf Loos en su conferencia ornament und Verbrechen (1908), en la que el tatuaje y el graffiti se contemplaban como rasgos de primitivismo y salvajismo, secrecin decrpita de de-lincuentes o degenerados.9 Eliminando el sntoma, se eliminaba la molesta sensacin de que exista el pecado y la enfermedad.

    En consecuencia, en el proyecto vigente de nuestro modelo urbano contemporneo no se ha considerado el graffiti como una manifestacin normalizada, salvo excepciones. otro arquitecto como Hundertwasser, apologeta de una arquitectura y vivencia urbana ms acorde con la biologa humana y defensor del derecho a la fachada, s la tena en cuenta. Su planteamiento orgnico admita que la naturaleza pintase de nuevo sobre las paredes para rehumanizarlas y renovar as la vida, siendo el graffiti parte de ese proceso, ya que manifiesta la condicin del hombre como mdium de la naturaleza.10 El graffiti estaba integrado en su arquitectura, pues tena su lugar en su diseo como una actividad ms de la vida ordinaria y del proceso de crecimiento humano, tal y como evidencia el graffiti infantil y adolescente. Una manifestacin ya revalorizada por la mirada de otros artistas como Jean Dubuffet o Denys Riout.11

    Este es un punto importante, pues en ocasiones el celo ciego en la aplicacin de la poltica antigraffiti ha ocasionado injusticias notables, como cuando el Departamento de Sanidad mult a una nia de seis aos con 300 dlares por pintar con tiza un dibujo para su madre en una calle de Brooklyn (Nueva york).12 Tambin cuando se malogra el enten-

    cuanto a la cualidad de los mensajes y su utilidad pblica o social. En otro orden, no queda claro si es peor el remedio que la enfermedad, si es ms contaminante la limpieza qumica reiterada de la pintura que la misma pintada, incurriendo en una flagrante con-tradiccin, alentada por la vorgine de la industria y el negocio.

    En definitiva, todo esto no son ms que de planteamientos de carcter cultural que sesgan, rebajan o pervierten la visin del graffiti como un fenmeno natural, hijo de la ciudad como ente social vivo y que forma parte de un bagaje cultural, reivindicado con los nuevos movimientos sociales. Arbitrariedades que procuran extraarlo de nuestro mundo y hacernos creer que su empleo no es culturalmente legtimo. Con ello no quiero negar que el graffiti no se exprese o acte de modo indebido, incluso que sea chilln y de mal gusto, ya que va en su naturaleza, pero as tambin se obra por otros medios de supuesta naturaleza benigna sin que sean estos medios vilipendiados en los mismos trminos, sino que su crtica se centra lgicamente en casos concretos. Pero en el graffiti esa falta de decoro y correccin es adems necesaria pues sirve al bienestar social e in-dividual.

    Por otro lado, su denostacin hasta demonizarlo como medio, para justificar su des-aparicin como cauce de expresin, no hace ms que apoyar la estrategia de reconducir la expresin individual y colectiva hacia las plataformas virtuales, donde el control o la comercializacin son ms fciles y el efecto ms contenido y restringido. El hombre moderno se convierte en un ser no ya sedentario, sino domesticado, encarcelado en un rgimen de produccin y consumo generosamente abierto. Pero es evidente que la fuerza del graffiti radica en que no est insertado en el entramado tecnolgico o las estruc-turas del poder formal. Atacar el graffiti es romper uno de los espejos que nos ayuda a recolocarnos como sociedad y una reduccin ms de la capacidad expresiva plena de la ciudadana. Sin esos espejos, la sociedad humana se condena al esperpento y al absurdo sin ser consciente de ello.

    La problematizacin del graffitiEstos prejuicios altoculturales que se han ido infiltrando, mediante la educacin gene-

    ral, -concebida como la inculcacin de la visin de las lites culturales de cmo deba de ser la cultura popular de cada nacin-, y procuran mermar la identificacin popular con el graffiti en general. Sin embargo, en la praxis resulta imprescindible. Acudir a l es imperioso, porque su uso se asienta en la necesidad vital por expresarse entre el compro-miso con la realidad social y la despreocupacin ldica;7 y se potencia con la frustracin de acceso a otros cauces. El altsimo desarrollo de nuestra civilizacin, la complicacin estructural de nuestras sociedades urbanas y la exigencia de nuevos modelos de partici-

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    Sin embargo, pocos contemplaban el graffiti como un hecho congraciable y menos an como una prueba ms de la feliz articulacin social como civilizacin, cuando proporcio-nalmente su magnitud se correlaciona con su calidad cvica. En nuestro caso, el graffiti contemporneo es un fenmeno a la altura de nuestra cultura de masas y la hipertrofia de los medios de comunicacin y del imperio de la imagen, al tiempo que del conflicto comunicativo entre distintas esferas sociales. Posiblemente, no sea un efecto secundario calculado de la civilizacin, pero de querer hacerlo desaparecer o alterarlo habra prime-ro que transformar lo que lo genera y esa causa es el mismo modelo de civilizacin que tenemos, y no anular los mecanismos de reaccin del ser humano frente a unos entornos evidentemente hostiles para su pleno desarrollo como individuos sociales.

    En este sentido, hay que ser conscientes de las serias consecuencias de adoptar tal o cual modelo cultural y cmo este moldea al individuo, pero no sin pasar factura; pues la capa-cidad de adaptacin tiene como lmites la transgresin de su naturaleza, reflejada en toda

    6. Decoracin artstica con temtica musical de una fachada comercial. Pub Free Way, Calle Corredera Alta de San Pablo, Malasaa, 2006.

    dimiento entre escritores de graffiti y vecinos o comerciantes, mediante la prohibicin y la sancin a los que permitan o contraten la decoracin de sus fachadas, como sucedi en Barcelona en 2010.13 Excesos absurdos que demuestran que atacar un medio de expre-sin puede implicar el ataque al desarrollo de hermosas capacidades humanas y sinergias sociales, que no requieren del arbitrio pblico, porque no suponen un problema social.

    En Venecia, por ejemplo, pese a su carcter monumental, se permite a los nios pintar con tizas de colores en los solados de algunas plazas, sin que eso suponga un atentado contra el patrimonio, sino una oportunidad de desarrollo en un entorno urbano com-plejo. Con ello, se consigue frenar de paso otra pauta terrible del desarrollo urbano: la desaparicin de la presencia infantil en las calles y, por supuesto, de su rastro mediante el graffiti. En barrios como Lavapis o Malasaa se ha conseguido dotar a sus calles de un estilo peculiar, mediante la decoracin de comercios, locales o muros, gracias a la integracin de escritores o artistas urbanos (foto 5 y 6).14

    5. Decoracin graffitera de un comercio de barrio. Polleras Herrero, calle del Espritu Santo, Malasaa, 2006.

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    causas de la generacin de un graffiti de protesta o reafirmacin. Por esa razn, se lleg a estimar que la generacin de graffiti era directamente proporcional a la falta de libertades sociales.16 Pero ms todava hay que ser sensibles que acometer la propia represin del graffiti supone un ahogo cultural inadmisible, palpable en regmenes totalitarios; siendo su aplicacin en un estado social democrtico el intento desesperado de ocultar su inefi-cacia o su hipocresa.

    En el caso espaol, que no es nico, desde los aos 80 hasta hoy asistimos a un pro-gresivo proceso de ilegalizacin de esta forma de expresin en el que concurren diversos factores:

    1) Por parte del graffiti: su masificacin, aumento de los practicantes y de las produc-ciones, su desbordamiento, por la constancia de la actividad y salida de los espacios naturales para su prctica, y su desmesura, por su acelerado ritmo de produccin y envergadura.

    2) Por parte de la administracin: la reduccin de los espacios libres y del derecho de uso comunal, la consagracin del conservacionismo y el dirigismo esttico urbano, o la hipertrofia legislativa y el aumento de las puniciones en cantidad y en grado.

    3) Por parte de la ciudadana: la adopcin de una actitud pasiva o simplista que ha permitido la transformacin de su juicio permisivo o abierto en un juicio contrario y cerrado que conlleva el extraamiento u ostracismo de los graffiteros, y ha convertido a los ciudadanos en parte activa de la persecucin. Esto ha tenido como efecto el abando-no de cierto perfil de escritores, a favor del sesgo paulatino hacia actitudes desapegadas del vecindario o que usan el graffiti como pretexto para vivir emociones hasta tocar lo vandlico o delictivo.

    En verdad, la represin, ms an despus de la aplicacin de medidas de integracin, ha sido antes que un remedio un mecanismo que ha empujado el mundo del graffiti hacia lo que se esperaba de l por sus enemigos culturales. Con la ilegalizacin, lo vandlico se ha convertido en un leitmotiv, una regla clave del juego asumida por ambas partes. As la persecucin y sancin son un aliciente a la aventura y una confirmacin de la entidad rebelde de los escritores de graffiti, por lo que se busca a menudo entrar en el estado de ilegalidad como signo de autenticidad. Por otra parte, conlleva la adopcin implcita de un discurso de ataque al sistema entre aquellos que no admiten esta situacin interesada y, a nivel ciudadano, genera un descrdito tanto del mundo del graffiti como de las po-lticas pblicas.

    Los discursos oficiales en cuanto a la persecucin del graffiti no pueden ocultar los hechos y sus contradicciones. En lo que concierne a la eliminacin del graffiti ha de indicarse que se ha tratado de una accin selectiva, pero no en un sentido positivo. Por

    serie de desequilibrios e insatisfacciones internas. Este conflicto se traduce en tensiones, frustraciones, desencantos, anestesias, estereotipias, manas, neurosis, etc., deambulando el graffiti entre el sntoma y la terapia individual y colectiva.

    Evidentemente, el progreso cultural va muy por delante de nuestra adaptacin biolgica a los cambios que produce, por lo que dicho desfase y las exigencias a las que somete al individuo y a los grupos pone a prueba su flexibilidad; pero all donde la docilidad se quiebra, all se exacerba la rebelda como mecanismo de defensa frente a la frustracin y dolor, se excita la creatividad transformadora o escapista, sobre todo cuando la plani-ficacin ideal hace odos sordos a las demandas y al sufrimiento de los ciudadanos. El proceso de domesticacin de las clases bajas no es ms que la transmisin del proceso de domesticacin que han padecido los individuos de las clases altas y de la proyeccin de la civilizacin del hombre blanco. Una domesticacin que traiciona la naturaleza res-ponsable consigo misma del hombre y le lleva por caminos que le son difciles de aceptar y que le exigen desarrollar vlvulas de escape, mecanismos de evasin, de protesta o de contestacin, entre ellas el graffiti, aunque sea en el restringido espacio de un servicio pblico, una cabina de telfonos o un ascensor.

    En otro aspecto, cierto que pesa la asociacin entre suburbio o gueto y graffiti, y su binomio como manifestacin de una tierra sin ley y donde el crimen campa a sus anchas, pero eso es simplemente guiarse por la superficialidad del prejuicio y sucumbir ante los clichs literarios o cinematogrficos (fotos 1, 3 y 4). y, aunque no puede negarse que frente a la impresin de caos e inseguridad que genera la proliferacin del graffiti frente a una mirada que no discrimina, tambin sta esconde un lado brillante, puesto que cons-tituy entre los aos 60 y 80 una reaccin alternativa juvenil a la depresin urbana. Un medio ms puesto al servicio de la reconquista de la calle como escenario.15

    Con ello se trabajaba la iniciativa personal y la participacin ciudadana, en dar espacio al impulso de autoafirmacin e integracin comunitaria, se incida en la renovacin est-tica y de pensamiento, etc. Su faceta como actividad adolescente y juvenil alertaba de la carencia de una articulacin de campos o hitos por los que el joven pudiese discurrir y construir su personalidad y su entidad social mediante el valor o la creatividad positiva. Es ms, anunciaba o delataba que su conversin en adulto implicaba en nuestro mundo sacrificar parte de su humanidad. En el marco de las subculturas urbanas, el graffiti ofre-ca esas oportunidades, evitando la eleccin entre una navaja o una jeringuilla, cuando se haba fracaso en alcanzar las expectativas sociales.

    Muros callados, ciudad silenciadaDebe entenderse que si durante muchos siglos la existencia de una escritura oficial

    ha sido la causa de la existencia del graffiti; la confrontacin y la represin han sido las

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    de 1996, por ejemplo, bajo el pretexto de la reordenacin urbana o la lucha antigraffiti, en Madrid acabaron por desaparecer muchos puntos en los que habitualmente desde la Transicin se haba llevado a cabo la realizacin de murales por asociaciones vecinales, colectivos sociales o partidos polticos con escasos recursos econmicos (foto 7).

    Despus de las protestas contra la Guerra de Irak de 2003, se sistematiz adems de la limpieza en las calles principales, la accin del SELUR con motivo de acontecimientos puntuales, como manifestaciones o concentraciones, evitando dejar cualquier tipo de rastro in situ de su presencia. De este modo, no slo se buscaba mantener la impresin de una ciudad limpia y ordenada, sino tambin el aspecto de un paisaje tranquilo y armonioso en trminos sociales. Slo hay que ser un poco perspicaz para observar, por ejemplo, la limpieza general de pintadas polticas en el Centro y en las avenidas princi-pales de otros distritos, frente a la persistencia del Hip Hop Graffiti al que, sin embargo, se toma como pretexto de las campaas de limpieza.

    El colmo de esta tendencia represora, que se inici en Madrid como una imitacin de las polticas represivas neoyorquinas,17 ha sido pasar de la consideracin del graffiti como el enemigo nmero uno de la cultura a traspasar la frontera de la poltica muni-cipal como candidato a ser un futuro problema nacional. ya en 2009 Luis Mara Linde, gobernador del Banco de Espaa, lleg a insinuar que era un terrorismo de baja intensi-dad o terrorismo simblico, caracterizando al graffiti con el anatema de moda, cuando hasta el momento como mucho se haba calificado al graffiti como la ms nfima forma de vandalismo, precisamente por tener un grado cero de violencia.18 No obstante, en 2012, el ministro de Interior, Jorge Fernndez Daz, defina el graffiti como una forma de violencia, ya que consista en imponer un mensaje, olvidando que el graffiti es un medio abierto que permite la rplica o la contrapintada inmediatas, a diferencia de otras imposiciones sistematizadas.

    Evidentemente, se obviaba en ese juicio el potencial impositivo de otros medios de propaganda o de comunicacin, mucho ms persuasivos, pero su declaracin se entenda mejor si se prestaba atencin a ciertas claves omitidas. El ministro tena ms en el punto de mira atajar con el pretexto de la lucha antigraffiti el peligro potencial del graffiti como vehculo de la crispacin social e instrumento de agitacin, teniendo como precedente la guerra contra el terrorismo etarra y la kale borroka, y observando el establecimiento global de un clima de control internacional sobre cualquier posible conato de subversin poltica y guerrilla urbana.19 Sin embargo, sus declaraciones no se llegaron a interpretar en su justa medida, dado lo general y polticamente asptico del trmino graffiti. Tampo-co, lo absurdo de querer reprimir un medio de expresin en su conjunto, salvo porque el carcter extraoficial e ilegalizado del graffiti le avalaba democrticamente.

    lo comn, en los aos 90 los picos en los ciclos de limpieza se acoplaban a motivos ex-traordinarios como las candidaturas a capital cultural o ciudad olmpica, o a los perodos electorales; y el bombo en la publicidad de dichas limpiezas se justificaba por el rdito electoral, gracias a su visibilidad fsica. El graffiti era por tanto muy til, ya que los ve-cinos podan sentirlo como un problema ms prximo que, por ejemplo, la corrupcin poltica. Su atajo era evidente a pie de calle, dando la sensacin con su desaparicin de que todo volva a su necesario orden y concierto gracias al desvelo poltico. Por otra parte, no tena aparejado ni represalias serias o efectos indeseados como poda pasar con la persecucin del crimen organizado. Su ausencia se asocia al bienestar simblico del higienismo social.

    Pero en el siglo XXI, se hace evidente un nuevo inters en el recurso de las campaas an-tigraffiti. Si en una situacin normal se limpiara todo o a razn del perjuicio o el talante de los mensajes, hoy en da la persecucin del graffiti muestra sin disfraces su puesta al servicio de la proteccin del status quo de las clases dirigentes y los poderes fcticos. Des-

    7. Composicin de varios muros empleados por asociaciones de vecinos o culturales y organizaciones polticas o sociales. Las dos imgenes superiores se corresponden con lugares que desaparecieron por la remodelacin urbana. Las dos imgenes inferiores se corresponden con lugares que dejaron de usarse a causa de las leyes antigraffiti. Puente de Vallecas, 1995-1996.

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    simpatizantes o militantes a no pintar sobre propiedades privadas, procurando buscar una especie de decoro o concordatio vecinal que en el centro urbano se dilua. Sin duda, un elemento operativo que ayud en mucho a su expansin fue el aerosol de pintura, instrumento emblemtico del graffiti contemporneo y demostracin de su modernidad y eficacia como herramienta de lucha.

    Pasada la turbulencia de la transicin poltica, cuando se crea que la instauracin de la democracia contraa la quietud mural, no hizo ms que sustituirse poco a poco, pero con gran vitalidad por otro graffiti. Este nuevo graffiti, hijo de la paz democrtica, sala de los cubculos, de los garitos al exterior de la mano del Rock Urbano y el Punk, como pasara en otros pases en igual circunstancia en los aos 80, como Argentina, Uruguay o Brasil. Esta exteriorizacin vitalista se ligara a la modernizacin del pas, su apertura al mundo y a la introduccin de la sociedad de consumo y era, ante todo, un medio ms para explo-rar las libertades conseguidas, prosiguiendo la senda trazada por el Rollo o la Movida. En este aspecto, el graffiti se apoy tambin en el pandilismo, impulsando un graffiti ldico, festivo, hasta gamberro, pero dentro del saber hacer de la poca y lo que podra contem-plarse como una responsabilidad libertaria antes que como un liberalismo esttico.

    Una de sus manifestaciones ms sobresalientes fueron las firmas, teniendo como mxi-mos representantes por entonces a Juan Manuel, Muelle y Bleck (la rata.)., quienes se plantearon contribuir a la reconquista de la calle y a dar color a un Madrid hasta en-

    8. Grosor pintado por MUELLE en 1987, en una medianera y por encima de una marquesina. Actualmente existe una plataforma cvica a favor de su proteccin y conservacin, Objetivo Muelle, http://muellefirma.wordpress.com/. Calle Montera, Sol, 2012

    En verdad, hemos de calibrar que si el graffiti es una violencia simblica, la actitud antigraffiti no deja de mostrarse en general como una poltica simblica (o sea, parece que hace algo, pero no es til socialmente). No obstante, puede traspasar lo simblico, si oculta tras de s la pretensin de tomar la lucha antigraffiti como un pretexto para aumentar el control o la potestad reguladora sobre el espacio pblico y toda clase de medios de comunicacin extraoficiales. Una inercia hacia algo que podra ser una lec-tura pervertida de la democracia, al modo de un totalitarismo democrtico, basado en aquel lema absolutista tan peliagudo y peligroso para las garantas constitucionales o los derechos humanos de la tolerancia cero o esa perniciosa idea de mi libertad empieza all donde se limita la del otro.

    Autoexaltacin: egosmo y espritu cvicoEl desarrollo histrico de Espaa, en concreto de su capital, Madrid, y del graffiti como

    medio de expresin nos permite una apreciacin muy interesante sobre cmo se define una sociedad y su evidente fracaso como proyecto comunitario o, desde otra perspectiva, el potencial comunitario del proceso que vive. En este sentido, el anlisis de su graffiti y su evolucin nos puede advertir de muchas peculiaridades sociales y culturales, al igual que de una serie de expectativas y carencias. Por eso hay que estar alerta frente a una visin simplificada del discurso del graffiti durante estos ltimos 40 aos, ya que podra no slo hacernos participar de una falsedad, sino incluso desaprovechar una enseanza de un barmetro tan sensible.

    Posiblemente, la manifestacin del graffiti ms all de sus espacios naturales, invadien-do la ciudad, sea lo que ocasiona la terrible impresin de imposicin, ms an cuando asalta la propiedad particular o una fachada principal. Ms an su carcter impositivo resalta por la estandarizacin estilstica del Hip Hop Graffiti o su carga de exaltacin de la individualidad, ya que en otros contextos se puede entender como un sacrificio la presencia de una pintada, por soportar lo que podra representar una manifestacin del sentir o la voluntad popular.

    En los aos 70, el graffiti madrileo estaba eminentemente protagonizado por la pin-tada poltica. Serva a la lucha contra el rgimen franquista y en este sentido no difera mucho de procesos y contextos similares en Europa y Amrica. Esa eclosin manifestaba la crisis poltica del pas y su fractura social, ya que determinados barrios se adscriban al ataque o a la defensa del rgimen. Curiosamente, la permisividad social hacia la presencia de estos graffitis se apoyaba en la excepcionalidad de la situacin y en la sintona de cada barriada al credo manifestado. Incluso, desde el marco institucional se permita el graffiti pro rgimen, que tardaba en eliminarse, y se alentaba a la denuncia vecinal de quien hiciese otro tipo de pintadas.20 Por otro lado, algunos partidos polticos orientaban a sus

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    apoyndose, como principales argumentos contra l, en su presencia sobre monumentos y en los elevados costes de limpieza que suponan al erario pblico. A esto se aadir desde 1992 el progresivo aumento de las multas y penas contra los autores, ya que no se reduca la actividad. Pero tampoco esto funcionaba, puesto que el fenmeno no era una moda, sino el desarrollo de un hbito exigido por la dinmica psicoevolutiva de los cha-vales que se estaba ahora exponiendo de un modo natural, en una puesta al da operativa y tecnolgica conforme al nuevo desarrollo econmico y social de la Espaa europea.

    De un mal hbito infantil o adolescente, se pas a verlo como una moda juvenil per-niciosa, para luego percatarse de que se trataba de una comunidad aglutinada en torno a la prctica del graffiti. Evidentemente, toda esta dinmica nos hace entender que los cdigos del graffiti son variables, dependen de las circunstancias y del relevo generacio-nal, y que al configurarse como una comunidad, eso determina el imperativo de que sus participantes deban cumplir ciertos requisitos para poder considerarse parte y ser reco-nocidos. No obstante, son tambin sensibles al medio y a los cambios en las relaciones sociales, especialmente a las directrices establecidas de arriba abajo acerca del diseo de la ciudad o de cmo se establece la participacin ciudadana, muy palpable en las medidas de tipo integrador, mediante extensin de permisos o el establecimiento de muros libres que encubren un deseo de censar y controlar a los escritores.

    Evidentemente, en el desarrollo grfico y plstico del graffiti se haca patente el placer por la creatividad y el gusto por lo esttico. Desde sus inicios, el Aerosol Art ha plan-teado dentro de sus pretensiones alinearse, desde el amateurismo y a su manera, con el Muralismo de los profesionales del arte en cuanto que dota de humanidad y persona-lidad, y embellece los espacios, degradados o no, de la ciudad; incluso, dando voz en ocasiones a las comunidades que forman parte del cotidiano de los escritores.21 Se suman a la tendencia de exhibir pblicamente su arte, rompiendo con el concepto del objeto de arte-mercanca, en lo que representa una contribucin a la democratizacin del arte en la postmodernidad. Es una forma de encauzar la pulsin gregaria y cvica, manteniendo la tensin entre la autonoma creadora frente a las injerencias externas.

    De este modo, localidades de la corona metropolitana, como Mstoles, Alcorcn, Parla o Fuenlabrada, se convirtieron desde 1984 y algunas hasta finales de los 90 en ejemplos de feliz conciliacin entre escritores de graffiti, asociados o no, y el vecindario, hasta que sus polticas municipales y los patrones de los escritores cambiaron. En todo caso, durante esos perodos de concordia el graffiti se mostr vlido como transmisor de vales, tanto los inherentes al medio en s como esos que se manifiestan a travs de l y que se correspon-den con tal o cual modelo ideolgico o filosfico.22

    tonces gris y mortecino (foto 8 en la pgina anterior). Estos tres pioneros no actuaban de un modo alocado, sino sujeto a unas pautas precisas en una ciudad virgen. En cierto sentido, su actuar se imbua del performance artstico tal y como era propio al contexto de la posmodernidad y con muchas ganas de sorprender y pasarlo bien. Como reglas de juego, evitaban pintar en lugares que perjudicasen a particulares y les ocasionasen un gasto. Se buscaban tapias, pretiles, medianeras, hitos del paisaje, etc., procurando a su vez provocar el impacto visual. El hecho de no molestar directamente a nadie garantizaba la perduracin de la firma, con lo que el esfuerzo econmico y de tiempo se compensaba. La expansin del rea firmada fortaleca la autopromocin y el misterio de la identidad, dentro de un regusto por la creacin de un alter ego clandestino. Este recurso del graffiti ya lo llevaba a cabo la publicidad comercial, por un medio de bajo coste, tanto de empre-sas durante el franquismo como las bandas rockeras o punkis en los aos 80.

    El mayor impacto social se produjo con la intrusin de las firmas en el Metro, pero tambin se realiz de modo ordenado, mucho ms que la pintada poltica antes. Se hizo sobre las carteleras publicitarias, bien sobre su fondo neutro, blanco o azul, o sobre los carteles expuestos. No importaba perjudicar a la empresa privada que se anunciaba, en lo que no dejaba de ser una pervivencia de la lucha de clases o una manifestacin del mal menor, pero necesario para el desarrollo del juego. Cuando se introdujo la publici-dad dentro de los vagones, se procedi del mismo modo. Se segua la pauta de que ah donde se permitiese poner publicidad, ah se poda graffitear. Se evitaba hacerlo fuera por el mismo principio tico de no perjudicar al bien comn, ya que el Metro se haba nacionalizado en 1979.

    Desde 1986-1987 se asisti a la eclosin del graffiti de firma y ya a finales de los 80 a la incipiente persecucin. Aquello cambi las normas de juego y supuso el primer paso para contemplar el graffiti de firma como un problema. Perjudicaba econmicamente al Metro y a las empresas que se anunciaban en el Metro, lo que llev a negociaciones. Por otro lado, aunque se hizo ms acusado desde 1990, se empezaron a pintar los vagones de tren, en buena parte por imitacin de la escena neoyorquina de la que se empezaban a tener ms referencias del exterior. otro punto de tensin fue la mayor presencia del graffiti de firma en el centro urbano, ya que en los barrios perifricos no fue en verdad un problema hasta la segunda mitad de los 90. Dejaba de ser un fenmeno de periferia para convertirse en una amenaza para la imagen de los buenos barrios y del escaparate principal de la ciudad que era el Centro.

    De este modo, tambin imitando la mecnica del modelo neoyorquino, se iniciarn planes especiales contra el graffiti desde 1990, con la alcalda de Agustn Rodrguez Sa-hagn. De este modo, se aplicaran la primera tecnologa especfica contra el graffiti,

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    se le acostumbra a una calle convertida en un espacio burocratizado, patrocinado o bajo peaje, donde al espritu cvico se le niega la eleccin libre de un cuerpo para manifestarse.

    Si se poda entender que la posible ausencia en el espacio pblico del graffiti se debiese a la imposicin de un sistema totalitario, paradjicamente, vemos como en los regme-nes democrticos del siglo XXI tambin se sigue observando que la pretensin es que desaparezca, antes que considerarlo un medio al servicio de la articulacin colectiva y la construccin comunitaria. Evidentemente, no es una cuestin poltica, sino tambin cultural. A este respecto, el graffiti no slo se vera como un refugio de la individualidad, sino como una denuncia en s del desajuste de diferentes comunidades que no se sienten vertebradas, sin atender que en ocasiones hay un deseo de marcar sus propios lmites (autonoma o autoexclusin). Gracias a ello, llevan a efecto su derecho a manifestar su existencia, a hacerse un hueco, a ser odas, a ser respondidas, sin embargo se les niega un emplazamiento fsico para la manifestacin, incluso un plazo de tiempo. La poltica esttica del poder trata de ocultar la pobreza y todo lo que para l represente la idea de la disonancia o el fracaso social, apelando incluso al humanitarismo o a la higiene y sin ningn escrpulo en criminalizar la ms leve resistencia o contrariedad.

    Propuestas para la concordia muralEn gran medida, con la Posguerra mundial y especialmente desde las agitaciones mun-

    diales en torno a 1968, el graffiti ha resultado especialmente molesto porque era la ma-nifestacin no slo de lo social, sino tambin de la subversin y la rebelda individual, lo que rompa el juego preestablecido de las luchas sociales entre el siglo XIX y XX. Antes que actividad ociosa o de malvivir, se haba convertido en el arma de choque de una poblacin que cada vez la utilizaba con mayor efectividad contra las imposiciones del sistema de modo sistemtico o espontneo o frente a una forma de vida personal contra la que se revelaba o a la que exaltaba, gracias al progresivo aprendizaje de cdigos grfi-cos y visuales, y el propio avance tecnolgico. Era el medio ms socorrido para escapar de la censura poltica o social y de crear conciencia social o colectiva de un modo libre y directo (lo que no sucede todava con las nuevas plataformas).

    Nuestra sociedad actual mantiene como valor vigente la democracia, pero lo que no queda claro es, ni en la teora ni en la praxis, a qu modelo social se hace referencia y cules son sus lmites reales para considerarse como plenamente democrtico. Por eso resulta paradjico que cuanto ms avanza el tiempo, por ejemplo, la democracia en Espaa menos se desarrolle como tal y ms se recorten las libertades y expectativas de desarrollo social y personal. Es un signo de los tiempos en el que no existe una intencin real de desarrollar mediante la educacin y los modos de vida ciudadanos libres, respon-sables y con criterio autnomo, por lo que no es extrao que en lo que atae al graffiti

    El muralismo o el graffiti tienen sentido dentro de nuestra civilizacin, porque existe un impulso gregario y expresivo que reside en la mayora de nosotros que demanda proximidad, fisicidad y aura creativa. Con ello se exaltan los vnculos humanos y se visualizan diferentes maneras de vivir y pensar, y fomenta el deseo de participar en la ciudad como marco de encuentro e intercambio, lo que implica la rehumanizacin de la ciudad moderna y sus modos de interrelacionarse, sin olvidar la contundencia expresiva, la proximidad interactiva o el aspecto potico y ldico. En definitiva, porque el graffiti exhala modernidad en cuanto que la modernidad es un festival de lo urbano. En todos nosotros est que ese impulso se encarne de uno u otro modo, ya que nuestra actitud y juicio condiciona su plasmacin.

    Si en una etapa histrica como la nuestra, de desarrollo econmico y tecno-industrial sin precedentes sus ciudades no tuviesen graffiti se debera a las siguientes causas: la castracin o la anulacin. La castracin por su parte significa impedir su prctica y hasta reconducir y domear de tal manera el impulso comunicativo que implique una merma notable en la voluntad e iniciativa de los individuos. Esto se da en los regmenes totalita-rios y, segn su grado de represin, implicara ms all de la autocensura por los mismos ciudadanos la sujecin del propio impulso de manifestacin. La anulacin atae al desa-rrollo de medios capaces de reducir, diluir, absorber y hasta hacer desaparecer el rastro de su prctica en el espacio pblico, muy patente en las democracias de baja intensidad.

    No obstante, hay que entender que a nivel general y a nivel municipal desde 1988 y especialmente desde 1992, se ira produciendo un paulatino recorte de las libertades so-ciales. Proceso agudizado en nuestros das en que el poder poltico se ha pronunciado a favor de una reconquista activa del control de la calle, legislando lo ms posible aspectos que eran hasta hace poco irrelevantes o competencia de la costumbre o el sentido comn. Frente al la calle es ma prorrumpido por el ministro Manuel Fraga en 1976, los pode-res pblicos, incapaces y sin voluntad de desarrollar la construccin de una ciudadana responsable, activa y autosuficiente y de delegar la construccin democrtica en ella, no pueden por menos que reponer el lema en sus labios y desandar el camino hacia patrones de relacin poder-poblacin desagradablemente pretritos.

    Pero tampoco se trata de una actuacin unilateral, ya que la metropolinizacin de los barrios perifricos, la desaparicin de espacios o soportes neutrales, la capitalizacin de su uso, etc. obstaculizan el uso libre de calles y plazas. Han supuesto la alteracin de los usos y costumbres, desarticulando el tejido poblacional existente y desvertebrando la actividad vecinal de los primeros aos de democracia, y, respecto al desarrollo infantil y juvenil, ha contrado la domesticacin del nio callejero que no es libre de deambular sin tutela ni de divertirse sin echar mano a un monedero, a semejanza de los adultos. Es ms,

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    aprecian en otros colectivos artsticos de calle y que parecen exigir de cierta regulacin, pero que por lo comn tienen un inters lucrativo del que de momento carece el graffiti en su manifestacin libre, aunque sea experta, y s se presenta en el Aerosol Art en su profesionalizacin, como pasa con toda manifestacin artstica.

    Por otra parte, una sociedad que se precie de ser democrtica debe de tener una admi-nistracin pblica que d ejemplo. Eso debe reflejarse a la hora de la limpieza pblica, al discriminar las producciones del graffiti o el arte urbano desde un criterio cualitativo, sin negarse las posibilidades de un dilogo entre el arte pblico y estos otros. De este modo, si beneficia a la arquitectura, a la calle, si su intencin es buena y est vigente, si respon-de a un acto espontneo de reconocimiento humano, una seal de duelo o de festejo, si manifiesta la ternura de un alma o la hostilidad del mundo, si trasluce una potica o se convierte en obra de arte, si constituye un bello acto de devocin o un divertido juego de ingenio o potico, etc., podra ser amnistiada y hasta en algunos casos conservada. Quien diga que eso sera una impertinencia, una tarea compleja de acometer o muy costoso, es que conoce la prctica de la excusa.

    El sentido comn es un tesoro comunal y parece que estaba ms desarrollado en los aos 80 entre los vecinos o la polica que dejaban pintar a los primeros escritores de gra-ffiti en sus barrios, por no hacer nada malo y encima procurar hacerlo o hacerlo bien, que los polticos de hoy. En cierto sentido, la ilegalizacin y las campaas de limpieza van en favor de una progresiva pobreza estilstica y compositiva, ya que impiden el desarrollo cualitativo, y fomentan la vivencia como una accin furtiva donde lo menos importan-te es qu se pinta; lo que por su parte justifica la nada inocente caracterizacin como subproducto cultural y contaminacin visual.

    Sin embargo, una ciudad con graffiti, mejor an, con un activo y rico graffiti es un homenaje a la democracia, por cuanto supone la aceptacin del graffiti no como un con-flicto sino como un recreo, como la manifestacin de la diferencia o, a lo sumo, una dis-crepancia, pero siempre una oportunidad. El Aerosol Art, es una sublimacin del graffiti tradicional, apareci con vocacin de contribuir a la construccin de un paisaje mural democrtico, sumando al muralismo social el muralismo individual.

    En consecuencia, hay que destacar una serie de medidas ptimas para la concordia:1) Lo primero para evitar que el graffiti sea una molestia es no vivirlo como algo ajeno,

    sino aceptarlo como un hecho cultural, una tradicin y un medio pblico ms al que se puede acudir. En este propsito, hay que respetar la esfera marginal y entender la necesi-dad de espacios liberalizados, as como, comprender que en la normalizacin del graffiti y de su dimensin artstica est la reubicacin de la comunidad de autores perseverantes como una comunidad abierta y prxima.

    como exponente de un malestar o una evasin, el graffiti tenga das de gloria. No ya en su tipologa poltica o social, sino hasta en la que se manifiesta en el tagging (las firmas urbanas) dentro de nuestra sociedad panptica, que desva el concepto de civilizacin de la sedenterizacin hacia la domesticacin, no puede por menos que establecerse cierto parangn con una de las manifestaciones tpicas del graffiti carcelario: la autoafirmacin o autoexaltacin personal y comunitaria frente a la institucin que priva de la libertad y condena a la muerte social al individuo.23

    En verdad, el graffiti es un sntoma del desajuste entre el hombre y su medio, entre la norma y su sentido, pero tambin es una manifestacin de las fuerzas equilibradoras, una puerta al reajuste psico-social. El conflicto ha de entenderse como una constatacin del existir, hasta como el encaramiento hacia una resolucin satisfactoria desde la iniciativa individual y colectiva, que pasa por su manifestacin abierta, es una apelacin a la armo-na vital y no una manifestacin del deseo de dominio o un sntoma de fracaso, semblan-zas en las que se trata de encasillar a menudo al autor de graffiti (fracasado social, paria cultural, egosta prepotente, etc.) Pero, atencin, eso no quiere decir que un desarrollo pleno de la sociedad democrtica contraera su desaparicin, sino que las cualidades de ese graffiti seran diferentes, prevaleciendo ms sobre otras motivaciones la huella de lo ldico, de los intereses personales o el festejo comn.

    Hace tiempo, con motivo de la polmica guerra sostenida entre el Ayuntamiento de Granada y los escritores locales me planteaba qu papel tenan los escritores de graffiti, como representantes del graffiti por excelencia de la postmodernidad, en la definicin de las nuevas y renovadas ciudades. La conclusin era evidente, no seran los que acome-tiesen el diseo de la ciudad del maana, pero seran parte de los agentes que concurren en el rediseo de la ciudad del presente. En su papel de agitadores culturales, de bufones grficos, su talento se enfocara en remover las mentes y reventar los esquemas de pen-samiento y accin de su cultura, alterar un paisaje fingido en busca de una verdad que nace del susurro de una vlvula, del suspiro de un corazn, del murmullo de un pueblo dormido.24 En este propsito, cabra estimar la posibilidad de liberalizar parcialmente el espacio pblico para la expresin libre de todo aquel que lo demande, sin necesidad de que venda algo o aspire a un rdito poltico, y descriminalizar el graffiti, para alentar su vertiente cvica ninguneada, denostada o, peor, tutelada.

    Un efecto evidente sera que la comunidad de escritores, sin dejar de existir, saldra de su atrincheramiento marginal. A este respecto, la comunidad de escritores debera abrir-se a los barrios, establecer vnculos, combinando el trabajo asalariado con el altruismo y el capricho personal. Su prestigio no dependera slo del criterio de su comunidad, sino que incluira la apreciacin vecinal. Es evidente, que contraera otros efectos que se

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    y no en el medio. Un ejemplo evidente fue la tolerancia que hubo en la manifestacin del duelo frente al atentado del 11 de marzo de 2004 en la Estacin de Atocha.26

    6) No ha de emprenderse su legislacin interna, porque precisamente su esfera no tiene ms regulacin que sus propias normas bsicas y cdigos tipolgicos, transmitidos generacionalmente, alterables por el sentido comn y la adaptacin circunstancial. Se trata sencillamente de ofrecerle, como a una planta, el sustrato adecuado para que crezca segn su naturaleza, pero no se trata de reconducirlo y ajardinarlo, sino de respetar su carcter silvestre y entender el legtimo recurso de ciertos espacios, puntualmente abandonados o sin otro uso. Su condicin de actividad ilegalizada, histricamente muy reciente, no debe sustituirse con su condicin de legalizada, sino retornarse a su condi-cin de prctica libre en sus espacios naturales; siendo aceptable tal o cual produccin no por la imposicin arbitraria, sino por la conviccin compartida.

    7) Su incorrecin no ser motivo de censura, sino que ser respetada, no ya por ir en contra de su naturaleza, como medio abierto e interactivo, sino porque es un medio que dota de mayor plenitud a nuestra cultura y que favorece el ejercicio del criterio pblico o la madurez social, entre otras cualidades. Mientras que en los espacios libres no se re-querira porque lo pertinente es su renovacin propia, aunque eso exigira, no obstante, que los derechos de uso se extendiesen a todos los cualquier ciudadano, estimndose si acaso la prioridad de los residentes o la reserva de algunos espacios para asociaciones o colectivos locales.

    8) Evitar la conversin de la produccin graffitera y su represin en un negocio para unos y otros, a costa del erario pblico y de las economas familiares, anulando el sano juicio. Su ejercicio normalizado no dejara de ser un negocio para los vendedores de pin-tura, pero slo para ellos dentro de unos lmites razonables, y no estara enviciado por el egosmo humano ni la prepotencia de los gobernantes.

    9) La limpieza debe concentrarse slo en sitios que sean desacostumbrados o inadecua-dos, por criterios de propiedad y decoro. En todo caso, su limpieza no ha de ser indiscri-minada, sino reflexionada, al modo de una poda, ya que no todas las producciones son iguales. Evidente en el caso del llamado graffiti extraordinario. Debe sanearse desde un criterio sensible y culto, sopesando su motivacin, intencionalidad, temporalidad, etc. Algunas por su categora artstica, histrica o emotiva pueden ser motivo de amnista o moratoria hasta su extincin natural o por la interaccin; pero en ningn caso el poder pblico puede eximirse de dar ejemplo de justa sensatez y no de ciego empeo, ya que con ese criterio selectivo se incentivara en los ciudadanos, sus delegados y representan-tes la calidad tica y esttica de sus acciones, en su sentido ms amplio.

    2) Fortalecer la entidad del vecindario, la barriada o el barrio, incidir en una vivencia de la ciudad arraigada con el territorio, la concepcin del espacio pblico como espa-cio de encuentro, participacin e interrelacin y sus pobladores como una comunidad prxima. Las pequeas comunidades facilitan la comunin y el reconocimiento personal y, por tanto, favorecen un ejercicio positivo del graffiti. As, aunque pueda establecerse una profesionalidad, hay que implicar a propios y extraos en la elaboracin de murales, como hacen hoy en da colectivos como el canario CNFSN+ (Confusin) o el madrileo Boa Mistura; y no culpabilizar por el ejercicio del graffiti, especialmente cuando alcanzan una especial significacin para sus pobladores. En esos casos deben de conservarse o remozarse como parte del patrimonio comn, ms an si adquieren un valor sustancial como iconos histricos.

    3) Permitir el dilogo y convergencia entre los profesionales del graffiti y la sociedad civil (asociaciones de vecinos, asociaciones de comerciantes, asociaciones culturales), de cuyas iniciativas han salido proyectos ejemplares en distintos barrios sin necesidad de la intervencin municipal, que en ocasiones ha interferido y roto la armona que se haba conseguido, por ejemplo, ilegalizando el uso de cierres y fachadas, criminalizando a su vez la tolerancia de los vecinos.

    4) Respetar en el diseo urbanstico la existencia de espacios propicios para su prctica, sabiendo que no todas las tipologas se desenvuelven en los mismos terrenos, y respetar el uso en esos puntos que por sentido comn son ptimos para su prctica. En cierta medida y parangonndolo con la iniciativa de Hundertwasser de reclamar el derecho a la fachada hasta all donde alcanza el brazo del habitante,25 as el Urbanismo debera de permitir la consideracin de ciertos espacios arquitectnicos sin uso estable como sopor-tes susceptibles de uso comunitario o pblico, al ubicarse a lo largo de la panormica horizontal del ser humano en un espacio pblico, interior o exterior; hasta all donde alcance su capacidad.

    5) Respetar el uso cotidiano y ser permisivo con el extracotidiano. A su vez, no con-siderarlo slo como un medio para recuperar espacios, como se plantea en festivales urbanos como el Asalto de zaragoza desde 2005, sino en cualquier tipo de barrio en consonancia con sus caractersticas, crendose estilos peculiares que realcen y reluzcan su personalidad, tal y como resolvi El Nio de las Pinturas en Granada. Esta permisivi-dad no significa que se permita todo, pero las sanciones han de limitarse a monumentos, viviendas y vehculos particulares, comercios, empresas, edificios pblicos, sealizacin viaria preestablecida, etc. de un modo proporcional a la falta, prevaleciendo la reparacin antes que el escarmiento desproporcionado que busca la erradicacin del hbito y no su correccin; ponindose el acento en juzgar el carcter formal y el contenido del mensaje

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    Fernando Figueroa Saavedra

    17. LLAD, Albert: Fernando Figueroa: La lucha antigrafiti es un pretexto para aumentar el control del espacio pblico En Revista de Letras, http://www.revistadeletras.net/fernando-figueroa-la-lucha-antigrafi-ti-es-un-pretexto-para-aumentar-el-control-del-espacio-publico/, 30-6-2012.

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    En definitiva, se trata de que el graffiti sea otra senda ms para la liberacin de las mentes y los corazones y el cultivo del conocimiento, de la autorrealizacin, de los lazos afectivos y la integracin social, sin dejar de omitir el respeto por el bien comn y la consideracin de todos los actores, por humildes que sean, como partes implicadas en la definicin del paisaje urbano, reduciendo la intervencin de la administracin pblica a lo estrictamente necesario y a demanda de la ciudadana. El espacio urbano no es un espacio tendente al estatismo mortecino de un parque temtico, es un laboratorio de relaciones cuya continua transformacin subraya la humanidad de sus habitantes. v

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