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ROBERTO QUEREJAZU CALVO GUERRAS DEL PACIFICO Y DEL CHACO SIMILITUDES Y DIFERENCIAS EDITORIAL LOS AMIGOS DEL LIBRO

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ROBERTO QUEREJAZU CALVO

GUERRAS DEL PACIFICO Y DEL CHACO

SIMILITUDES Y DIFERENCIAS

EDITORIAL LOS AMIGOS DEL LIBRO

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"NO LEER LO QUE BOLIVIA PRODUCE ES IGNORAR LO QUE BOLIVIA ES"

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MINI COLECCION UN SIGLO Y MEDIO

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R O B E R T O Q U E R E J A Z U C A L V O

GUERRAS DEL PACIFICO Y DEL CHACO

SIMILITUDES Y DIFERENCIAS

EDITORIAL LOS AMIGOS DEL LIBRO

Cochabamba -La Paz 1982

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1982 ROBERTO QUEREJAZU CALVO Registro de la Propiedad Intelectual D.L.No. 4 - 1 -50 -82 . P.

1982 LOS AMIGOS DEL LIBRODerechos Reservados de la Edición.La Paz-Casilla 4415Cochabamba - Casilla 450 NA715ISBN 84 - 8370 - 012 -3

Obras del Autor:GUANO, SALITRE Y SANGRE(Bolivia y la Guerra del Pacífico)Los Amigos del Libro, 1979BOLIVIA Y LOS INGLESESLos Amigos del Libro, 1973.MASAMACLAY Historia Política, Diplomática y M ilitar de la Guerra del Chaco.Ira. Ed.:Burillo, 1965 2da. Ed.:Los Amigos del Libro, 1975 3ra. Ed.:Los Amigos del Libro, 1975 4ta. Ed.:Los Amigos del Libro, 1981

LLALLAGUA Historia de una Montañalera. Ed.: Los Amigos del Libro, 19762da. Ed.: Los Amigos del Libro, 1977ADOLFO COSTA DU RELSEl hombre, el diplomático y el escritor.Los Amigos del Libro, 1982GUERRAS DEL PACIFICO Y DEL CHACO- SIMILITUDES Y DIFERENCIASLos Amigos del Libro, 1982

Impreso en Bolivia — Printed ¡n Bolivia

Editores: Los Amigos del Libro Impresores: Poligraf

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PROLOGO

El historiador don Roberto Querejazu Calvo viene contribuyendo con notables libros a la historiografía na­cional. Los más importantes son, sin duda alguna, los de­dicados a las dos más grandes tragedias que ha sufrido Bo- livia en el curso de su accidentada historia: “Guano, Sali­tre, Sangre”, relativo a la Guerra del Pacífico, y “Masama- clay”, sobre la Guerra del Chaco.

De “GUANO, SALITRE, SANGRE” se ha dicho:

“Profundo análisis de los hechos. Diáfana clari­dad. Gran capacidad narrativa. Trabajo enérgico y bien delineado que todos los bolivianos deben conocer”. Wál- ter Hermosa Virreira, escritor boliviano.

“Probidad extraordinaria, sin atenuantes y un ba­gaje documental manejado con maestría y capacidad”. Valentin Abecia V., historiador boliviano.

“Libro definitivo para la comprensión del conflic­to de 1879” . Mariano Baptista G., político, escritor y pe­riodista boliviano.

“En Bolivia debían haber más historiadores como Roberto Querejazu Calvo que analiza honestamente y tie­ne el coraje de escribir la verdad”. Charles W. Arnade, his­toriador norteamericano.

“El libro de mayor envergadura que ha salido de las imprentas bolivianas. Escrito con seguridad y marcado espíritu de objetividad” . Perez Cayo Córdova, historiador peruano.

“Pone las cosas en su lugar no sólo con honradez sino embellecidas con habilidad literaria que ameniza la aridez de los documentos”. Pedro Vega Gutiérrez, sacer­

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dote chileno.

“Es lo mejor que se ha producido en Bolivia so­bre la Guerra del Pacífico por el espíritu de veracidad e imparcialidad que lo anima. Es lo que necesitamos en los dos países (Bolivia y Chile) para llegar algún día a un arre­glo justo del problema que aún nos separa”. Oscar Pino- chet de la Barra, escritor y diplomático chileno.

Respecto a “MAS AMACLA Y”, se ha comentado:

“Notable esfuerzo literario. Libro de gran impor­tancia” . General Alfredo Stroessner, Presidente del Para­guay.

“Es la más honda, valiente y completa historia de la Guerra del Chaco. Escrita con amor y con dolor”. Al­berto Ostria Gutiérrez, escritor, diplomático y ex-Canci- 11er de Bolivia.

“Es absorbente, es doloroso, casi desgarrador e imparcial. Hacia falta un libro así para fijar la verdad his­tórica antes de que el tiempo deforme los acontecimien­tos” . Alfonso Crespo Rodas, escritor boliviano.

“Uno de los mejores libros que se han escrito en Bolivia en todos los tiempos”. Wálter Montenegro, escri­tor y diplomático boliviano.

Basándose en la muy amplia documentación que durante muchos años estudió en archivos nacionales y ex­tranjeros y que le sirvieron para la confección de esas dos magistrales obras, don Roberto Querejazu Calvo ha pro­ducido el ensayo que publicamos a continuación. Fue preparado para una conferencia que dictó en enero de es­te año ante un selecto auditorio. El gran interés que des­pertó entre los oyentes motivó que varios de ellos nos su­giriesen su publicación.

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Se trata de un análisis comparativo de las similitu­des y diferencias entre la Guerra del Pacífico y la Guerra del Chaco en sus antecedentes diplomáticos, los errores de política interna e internacional que condujeron a su iniciación, las características principales de las guerras mismas y la manera como concluyeron. Estamos seguros que los lectores lo encontrarán tan valioso e interesante como quienes lo escucharon de boca de su autor.

Cochabamba, marzo de 1982

Wemer Guttentag “Los Amigos del Libro”

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I

LA BUSQUEDA DE FRONTERAS CON LA DIPLOMACIA

La Guerra del Pacífico sorprendió a Bolivia cuan­do se encontraba en su infancia política. Apenas hacían 57 años que había obtenido soberanía e independencia. Cuando se suscitó la del Chaco, puede decirse que estaba en su adolescencia, tenía 107 años de edad. Las dos con­tiendas tuvieron por causa original la falta de una clara definición de las fronteras con las que las repúblicas his- pano-americanas emergieron en el concierto internacional

En ambos casos, Bolivia, convencida de la legiti­midad de sus títulos de propiedad, buscó una solución pa­cífica, destacando sucesivas misiones diplomáticas a San­tiago y Asunción. En ambos casos, los gobiernos de Chile y Paraguay observaron una conducta intransigente, esqui­vando una transacción, a fin de aprovechar de la situación indefinida para ir ocupando la zona en disputa que queda­ba más cerca de sus centros poblados que de los de Boli­via.

En un principio, ni Atacama ni el Chaco desperta­ron interés alguno a sus pretendidos dueños. Los dos te­rritorios eran desiertos aunque de muy diferente naturale­za. Unicamente servían de habitat a los uros que se dedi­caban a la pesca en la costa de Atacama y a las tribus sal­vajes asentadas en el Chaco.

Bolivia tomó la iniciativa en querer consolidar su soberanía sobre Atacama por su necesidad de tener puer­

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tos en la costa del Océano Pacífico. Había fracasado en diferentes gestiones para hacerse dueña de Arica, que era su puerto natural y había sido el tradicional desde que fuera dominio colonial de España. Sucesivos gobiernos peruanos, comenzando por el que presidía el general boli­viano Andrés de Santa Cruz, le negaron toda posibilidad en tal sentido. Tuvo que contentarse con el inadecuado de Cobija, ubicado demasiado al sur y de difícil acceso por el desierto que lo separaba del resto del país.

Con el propósito de aclarar sus derechos sobre la provincia de Atacama, donde estaba Cobija, Bolivia acre­ditó en Santiago las misiones diplomáticas de Casimiro Olañeta (1842-1843). Joaquín Aguirre (1844). Manuel Macedonio Salinas (1858), José María Santiváñez (1860), Pascual Soruco y Tomás Frías (1863), Juán Ramón Mu­ñoz (1866), Rafael Bustillo (1871) y Aniceto Arce (1878). En Bolivia discutieron el problema los plenipo­tenciarios chilenos Aniceto Vergara Albano, Rafael Soto- mayor Valdez, Santiago Lindsay y Carlos Wálker Martí­nez. Durante el gobierno del General Mariano Melgarejo, se suscribió el Tratado de 1866 por el que se fijó la fron­tera a lo largo del paralelo del grado 24 y se le concedió a Chile la mitad del producto de las ventas del guano que tenía Bolivia hasta el grado 23. El Canciller Mariano Bap- tista creyó necesario firmar el Tratado de 1874 por el que Bolivia se comprometió a no cobrar impuestos nuevos de clase alguna a las industrias chilenas operantes en su lito­ral.

Es curioso constatar que de las nueve misiones di­plomáticas bolivianas enviadas a Santiago, ninguna logró su propósito y que, en cambio, dos de los cuatro negocia­dores chilenos acreditados en La Paz alcanzaron plena­mente sus objetivos. Valga la aclaración de que estos re­sultados tan opuestos no fueron consecuencia de la inha­bilidad de nuestros enviados, sino del cambio de las cir­cunstancias. Olañeta, Santiváñez y Bustillo, para no men­

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cionar sino a tres, eran maestros en el arte de la argumen­tación, apasionados patriotas y tesoneros luchadores por los derechos nacionales.

Los empeños por tener una salida al mundo exte­rior por el otro lado, por el rio Paraguay, no fueron me­nos frustrantes. Viajaron a Asunción en busca de un tra­tado que nos diese acceso a esa arteria fluvial y establecie­se de una vez por todas la frontera que debía separar le­galmente a los dos países mediterráneos de Sud América una caravana de eminentes hombres públicos bolivianos que nada lograron pese a todos sus esfuerzos. Ellos fue­ron: Aniceto Arce (1863), Antonio Quijarro (1879), Eu­genio Caballero (1882), Miguel Suárez Arana e Isaac Ta- mayo (1886), Mariano Baptista (1891), Telmo Ichaso (1894), Rodolfo Soria Galvarro (1895), Antonio Quijarro por segunda vez (1884) y por tercera vez (1901), Emete- rio Cano (1905), Claudio Pinilla en Buenos Aires (1907) y Ricardo Mujía (1912). Representantes de Bolivia y el Paraguay siguieron tratando la cuestión en conferencias celebradas en Buenos Aires en 1927 y 1928. En la pri­mera, defendieron los intereses bolivianos José María Escalier, Daniel Sánchez Bustamante, Ricardo Mujía, Ju­lio Gutiérrez, Carlos Blanco Galindo, Oscar Mariaca Pan­do. En la segunda Daniel Sánchez Bustamante, Tomás Manuel Elío, Julio Gutiérrez, David Alvéstegui, Oscar Ma­riaca Pando y Daniel Salamanca.

Durante 69 años, pues, sucesivos gobiernos de Bo­livia usaron del talento de los hombres que consideraron más capaces en la materia. Doce misiones diplomáticas, ocho notables abogados y dos distinguidos militares nada consiguieron.

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LA OCUPACION DE LOS TERRITORIOS DISPUTADOS

Si en el campo diplomático Bolivia no escatimó ningún esfuerzo para establecer la legitimidad de sus dere­chos, ¿cómo actuó en los mismos terrenos controverti­dos?.

Chile se valió de los tratados de 1866 y 1874 para legalizar y consolidar lo que desde décadas antes venía siendo un creciente asentamiento de industrias y trabaja­dores en ciertos puntos del litoral boliviano como Mejillo­nes, Antofagasta y Caracoles. El Paraguay, aunque sin le­galización alguna, también hizo penetración al territorio en disputa con fortines militares, concesiones a empresas industriales y colonias de menonitas.

En el caso de Atacama,no hubo de parte de Boli­via un poblamiento de ese territorio. Mientras del lado de Chile se producía una verdadera invasión, desde Bolivia sólo llegaron a la costa reconocida como legítimamente boliviana por los mencionados tratados de 1866 y 1874, algunas autoridades, unos cuantos abogados, pocas cente­nas de trabajadores y escasos elementos de policía.

En el caso del Chaco, tampoco hubo de parte de Bolivia un plan de penetración civil a la zona, y sí única­mente militar. Con grandes dificultades se fundaron forti­nes tanto en la región norte, cerca del río Paraguay, como al sur, en las proximidades del Pilcomayo.

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Hay similitud en que tanto Chile como el Para­guay siguieron una política subrepticia de apropación de Atacama y el Chaco, respectivamente, haciendo ingresar en ellos capitales propios o extranjeros, industrias y traba­jadores. Hay diferencia en que Chile reconoció mediante tratados que Atacama pertenecía a Bolivia hasta el grado 24 y en cambio el Paraguay pretendía que el Chaco le pertenecía hasta el río Parapetí.

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I I I

LA PROVOCACION DE LAS CONTIENDAS ARMADAS

Y llegamos a la iniciación de los conflictos bélicos.

¿Qué semejanzas o diferencias hubo en la provo­cación de ambas guerras?. Se usa el término provocación porque aunque sea penoso reconocerlo y a la mayoría de los bolivianos guste la creencia de que en nuestras rela­ciones internacionales siempre hemos sido como inocen­tes corderillos, víctimas de la ferocidad de nuestros veci­nos lobos, la verdad es que aunque no quisimos ni busca­mos ni una ni otra conflagración bélica, los mandatarios de turno las provocaron al cometer garrafales errores de cálculo en su política internacional.

Tanto en Atacama como en el Chaco las desinteli­gencias diplomáticas acumularon combustible que podía inflamarse, con consecuencias imprevisibles, al contacto de la menor chispa que se le aproximase de cualquier la­do. Para una y otra conflagración el chispazo vino del la­do boliviano, aunque sin propósito incendiario, sino al impulso de una muy buena intención, pero que resultó carísima para la república.

Mediante el Tratado de 1874, el Gobierno de Chi­le obtuvo el compromiso del Gobierno de Bolivia de que las personas, industrias y capitales chilenos que operaban en nuestro litoral no pagarían más impuestos que los que estaban vigentes hasta entonces, es decir, que no se au­

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mentarían por ningún concepto por un periodo de 25 años.

El sismo de mayo de 1877 causó grandes destro­zos en los cuatro puertos bolivianos: Cobija, Mejillones, Antofagasta y Tocopilla. Con el fin de reparar algunos edificios públicos, la legislatura de 1878 estableció que la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, que venía explotando las salitreras bolivianas de Carmen Alto y Las Salinas, pagase un impuesto de 10 centavos por ca­da quintal de salitre que exportase.

El Gobierno de Santiago, saliendo en defensa de la citada empresa, reclamó contra tal impuesto declaran­do que constituía una flagrante violación del Tratado de 1874. El Gobierno de Bolivia insistió en el cobro. Al cabo de un año, aún no se había llegado a un acuerdo. Chile propuso someter el asunto al arbitraje de una nación ami­ga. Al mismo tiempo, movilizó uno de sus buques de gue­rra y lo hizo anclar frente a Antofagasta, declarando que su misión era amparar a las personas e intereses chilenos de ese puerto. En realidad, representaba una amenaza y un medio de presión. El Gobierno chileno previno, ade­más, que si Bolivia insistía en el cobro del impuesto, daría por anulado el Tratado de 1874 y la situación volvería al estado en el que Chile reclamaba derechos de propiedad sobre todo el territorio en el que se encontraba los yaci­mientos de salitre.

Lo que correspondía era que el gobierno bolivia­no manifestase que para considerar la proposición de un arbitraje o de cualquier otra solución, era indispensable que el acorazado chileno se retirase de las aguas territoria­les nacionales. No se hizo así. Sin formular reclamación formal al respecto, se ordenó al Prefecto de Antofagasta que iniciase un trámite coactivo para efectivizar el cobro del impuesto, llegando inclusive hasta el embargo de los bienes de la compañía y su venta en remate público.

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Después de haber tomado esa decisión y de haber impartido instrucciones para su implementación, el Presi­dente Hilarión Daza y sus ministros cambiaron drástica­mente su política sobre el problema. Inspirándose en la opinión de un articulista anónimo de un periódico del li­toral y apoyados por la de varios personajes de La Paz, entre ellos el senador chileno Lorenzo Claro, radicado en esa ciudad de tiempo atrás, creyeron haber encontrado una fórmula ideal para dar un jaque mate a la diplomacia chilena y a su protegida, la compañía de salitres.

La tesis del articulista anónimo decía que la cita­da empresa, al reclamar contra el impuesto de los 10 cen­tavos, había anulado la validez de la concesión que se le hizo en Carmen Alto y Las Salinas y que, por lo tanto, el gobierno boliviano podía reivindicar a favor del Estado las salitreras que la compañía chilena estaba explotando ilegalmente.

El razonamiento que hicieron el Presidente Daza y sus consejeros fue el siguiente: El derecho de la compa­ñía para explotar salitre en el litoral boliviano emana de la transacción suscrita el 27 de noviembre de 1873. Esta transacción, según ley del Congreso, es válida sólo a con­dición de que se pague un impuesto de 10 centavos por cada quintal exportado. Ahora bien, al protestar el geren­te de la compañía contra dicha ley ha dejado sin validez la transacción, por quitarle el consentimiento de una de las partes. No habiendo transacción no hay contrato con la compañía. No habiendo contrato no hay a quien co­brar el impuesto. No habiendo impuesto no hay violación del Tratado de 1874 y no cabe intervención alguna del

Gobierno de Chile.

Sobre la base de tal dialéctica se resolvió la expul­sión de la empresa extranjera. No se midieron los peligros. Chile, por tradición araucana, era un país belicoso. Más del 90 por ciento de la población donde operaba la com­pañía era de nacionalidad chilena. Sus 2.000 trabajadores,

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casi en su totalidad chilenos, al ser privados de su fuente de trabajo, podían convertirse en un peligroso factor de alteración del orden público, que la minúscula fuerza po­licial boliviana, diseminada en el litoral, sería incapaz de controlar. Esto, sin contar con la tripulación del buque de guerra anclado delante de Antofagasta y las demás fuerzas militares chilenas alistadas en Caldera, que en 4 ó 5 días de navegación podían llegar al lugar donde se proyectaba un acto de fuerza contra una empresa chilena cuyos personeros tenían gran influencia en el Palacio de la Moneda.

¿Con qué medios contaban el Presidente Daza y sus ministros para contrarrestar esos peligros y hacer efec­tiva su medida de expulsión de la compañía salitrera?.

Contaban con dos o tres hojas de papel. Con los dos o tres pliegos que contenían el texto del Tratado de Alianza que seis años antes, en 1873, se había firmado con el Perú. Un tratado que todos habían olvidado y que, casualmente, por una fatalidad del destino, encontró en esos mismos días un empleado de la Cancillería. Con esos dos o tres pliegos en sus manos, el General Daza creyó que nada podía temer de Chile, puesto que imponían al Perú la obligación de empuñar las armas al lado de Bolivia si el vecino del suroeste ejecutaba un abuso militar en An­tofagasta.

Bien sabemos por la historia cómo los cálculos del Presidente Daza y sus áulicos, de que Chile no se atrevería a lanzarse contra la alianza perú-boliviana, resultaron completamente fallidos. Como fallidas resultaron también su confianza y seguridad de que en caso extremo de una guerra la formidable combinación de la armada peruana y de los ejércitos de tierra de los dos aliados darían fácil cuenta del imprudente enemigo.

De un militar inculto y sin experiencia en los

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complejos negocios del Estado, que se adueñó por la fuer­za de la presidencia de la nación, por nada más que por satisfacer ambiciones personales, podía esperarse tamaños errores y aun peores, como los que cometió en su vergon­zosa conducción de las tropas bolivianas en la conflagra­ción bélica.

El gobernante que tuvo que enfrentar la Guerra del Chaco era la antítesis física, moral e intelectual del mandón de 1879. Era civil, estudioso y culto. Hombre de derecho, de paz, dedicado desde su juventud a la política y al estudio de los problemas nacionales. Fue elegido co­mo presidente por voluntad de los pueblos libremente ex­presada en comicios democráticos. Se lo consideraba la personificación de la honradez, la capacidad y el buen jui­cio.

La tragedia de don Daniel Salamanca fue que sus mejores intenciones, sus sanos propósitos de salvar para la soberanía boliviana la parte del Chaco que aún no había sido ocupada por el Paraguay, determinaron una política que condujo al país a un enfrentamiento bélico. Esa polí­tica era la única dable en las circunstancias. Si por los me­dios de la diplomacia nada se había podido conseguir, no obstante tantos y tan largos empeños, no quedaba otra al­ternativa que la de contrarrestar la ocupación paraguaya con una contraocupación boliviana, oponiendo una cade­na de fortines bolivianos a los fortines paraguayos, de ma­nera que éstos no pudieran avanzar un paso más en lo que se consideraba legítimo territorio boliviano.

Tan patriótico propósito se puso en ejecución con admirable dedicación por parte del ejército. Pero la fatali­dad estaba en acecho. Cuando sólo faltaba enlazar los for­tines que venían haciendo cadena desde el río Paraguay en el norte con los que zigzagueaban desde el río Pilcoma- yo en el sur, se descubrió casualmente una laguna. ¡Agua en abundancia en medio del desierto!. Lo que parecía un

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regalo del cielo para el ejército boliviano, el mejor premio a sus denodados esfuerzos de tantos años, iba a resultar el factor de su desgracia.

La laguna Pitiantuta era ya propiedad de facto del Paraguay que la había descubierto un año antes y la hacía vigilar con un pelotón de soldados. El comando del ejérci­to boliviano, ignorando tal hecho, encomendó al Mayor Oscar Moscoso que al mando de un reducido destacamen­to tomase posesión de ella. Cumpliendo estrictamente una orden que nada especificaba de lo que se debía hacer en caso de topar con presencia paraguaya, Moscoso y su gente ocuparon la laguna desalojando a tiros al grupo de cinco soldados paraguayos que estaban en una rústica construcción asentada en su orilla oriental. Fue la chispa que desató el conflicto armado más cruento que registra la historia de las naciones ibero-americanas.

El Presidente Salamanca quiso evitarlo ordenando que Moscoso se retirase de la laguna. El comando del ejér­cito lo engañó. Le hizo creer que en obediencia a tal dis­posición Moscoso se había replegado al otro lado de las aguas, es decir, a la orilla occidental.

Gobierno y comando engañaron a la opinión pú­blica interna e internacional informando que de tiempo atrás existía allí un fortín boliviano llamado Mariscal San­ta Cruz y que la laguna se denominaba Chuquisaca.

Cuando el Paraguay reaccionó reconquistando la laguna por la fuerza, la población boliviana creyó que la frontera sudeste de su territorio había sido hollada por el Paraguay. Salió a las calles y plazas de todas las ciudades reclamando que el gobierno tomase medidas en salvaguar­da del honor nacional y la integridad del suelo patrio.

El Presidente Salamanca ordenó que como repre­salia por el ataque paraguayo al supuesto fortín Santa

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Cruz se tomase 3 fortines del vecino país: Toledo, Corra­les y Boquerón.

El mundo occidental se alarmó. El Sumo Pontífi­ce, la Liga de las Naciones, una Comisión de Neutrales que funcionaba en Washington y otros países de este con­tinente hicieron vehementes llamados a la paz y a la con­cordia.

El gobierno boliviano se mostró dispuesto a acep­tar diferentes proposiciones que se le hizo llegar, pero sin querer devolver los tres fortines ajenos. Por su parte el gobierno paraguayo manifestó que no podía entrar a ne­gociar diplomáticamente su problema con Bolivia si pre­viamente no se devolvía lo que se le acababa de arrebatar.

Don Daniel Salamanca cometió un gran error de cálculo al suponer que la presión de la opinión pública in­ternacional forzaría al Paraguay a sentarse en una mesa de negociaciones sin alterar la situación del momento. Pensó que en tales negociaciones Bolivia contaría con la ventaja de tener en su poder tres rehenes del contrincante. Una ventaja táctica, además de la moral ya obtenida con una represalia tan contundente. Se equivocó. El Paraguay mantuvo su justa posición y como se diese cuenta de que el Presidente Salamanca también se entercaba en la suya, fue alistando fuerzas militares para recuperar lo suyo en la misma forma en que lo perdió. Una vez que las tuvo lis­tas las lanzó sobre Boquerón. La épica batalla hizo correr mucha sangre de ambos combatientes. Y esa sangre pidió más sangre. La que fuera pequeña chispa en la laguna Pi- tiantuta, fácil de apagar, fue grande pira en Boquerón que contagió su fuego a todos los corazones de uno y otro la­do y no cesó de arder sino tres años después, por agota­miento del combustible.

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I V

ANTITESIS ENTRE LOS RESPONSABLES MAXIMOS

Lo más temible en las relaciones internacionales es que una guerra puede comenzar con el más nimio inci­dente y que una vez iniciada se complica y extiende sin control, con consecuencias imprevisibles, pero casi siem­pre de mucha gravedad.

Las guerras sorprendieron a Bolivia en 1879 y 1932 cuando el país vivía situaciones sumamente difíci­les. La Guerra del Pacífico le llegó cuando la república es­taba siendo diezmada en sus poblaciones indígenas de los departamentos de Cochabamba, Chuquisaca y Tarija por una sequía que no ha tenido paralelo ni antes ni después y que trajo como secuela los flagelos del hambre, el palu­dismo y la disentería.

La Guerra del Chaco ocurrió en un estado de total pauperismo. A la gravísima crisis económica mundial se sumó la crisis particular de la industria del estaño, que obligó a los países productores a reducir sus exportacio­nes a sólo una tercera parte de su capacidad, con la pro­porcional disminución de los ingresos fiscales.

Aquí cabe mencionar una diferencia en la actitud de los Jefes del Estado. El General Hilarión Daza no de­mostró ninguna sensibilidad por los sufrimientos de sus compatriotas que morían por cientos de hambre y fiebres. Celebró su cumpleaños con 8 días de festejos y derroche

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y más tarde el Carnaval, cuando sabía que seguía esa mortandad y que fuerzas chilenas habían salido de Calde­ra para desembarcar en Antofagasta.

El doctor Daniel Salamanca, en cambio, hizo cuanto pudo para imponer un régimen de austeridad na­cional ante la pobreza general del Estado y la población. Quedó “anonadado” - según sus propias palabras - cuan­do vio la inminencia de un conflicto bélico. Aunque no supo evitarlo, por querer servir mejor a los intereses de la nación, una vez convertido en una realidad irreparable, puso el mayor empeño en conducirlo con el menor costo posible en dinero y contingentes humanos.

Para la Guerra del Pacífico, el Presidente Daza confió demasiado en la ayuda del Perú, que más bien re­sultó un aliado con exigencias como la de imponer en un tratado que Bolivia pagase todo el costo de la contienda, es decir, tanto sus gastos propios como los peruanos y le cargase también la responsabilidad de todas las derrotas sufridas por las fuerzas comunes de tierra.

Para la Guerra del Chaco, el Presidente Salamanca creyó en el alarde de los militares de que expulsarían a “fuetazos” a los paraguayos de aquel confín del territorio nacional. No se atrevió a denunciar internacionalmente la decisiva ayuda que la República Argentina prestó durante toda la lucha a nuestro enemigo de entonces.

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V

CARACTERISTICAS DE LA PARTICIPACION EN LA LUCHA ARMADA

Bolivia cayó en la tragedia de ambas contiendas contra pueblos por cuyas venas corrían las sangres más aguerridas del continente: la de los araucanos y la de los guaraníes.

Las dos guerras tuvieron por escenario puntos completamente alejados de los centros poblados de la re­pública, en los que los combatientes se vieron enfrentados no sólo por la hostilidad del enemigo sino del medio am­biente.

Para la Guerra del Pacífico, las tropas de línea consistentes en 1.500 soldados de los regimientos Colora­dos, Amarillos y Verdes, se reforzaron con llamamientos de voluntarios. El ejército llegó a tener hasta 7.000 hom­bres, número que fue disminuyendo por enfermedades, li­cencias y deserciones. En todo el curso del conflicto se llegaron a movilizar unos 15.000

En la Guerra del Chaco, el reclutamiento de re­fuerzos del ejército de línea, que tenía unos 5.000 hom­bres, se hizo con carácter obligatorio. En los tres años de lucha se llegaron a movilizar 200.000 personas.

En la Guerra del Pacífico,los regimientos estuvie­ron integrados por artesanos y elementos de la clase me-

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dia, o sea, por mestizos y blancos. El indio no fue llama­do bajo banderas y se mantuvo al margen de toda activi­dad castrense.

En la Guerra del Chaco, el indio constituyó la gran mayoría de los combatientes, con los obreros y gen­tes de la clase media participando en proporciones mucho menores, relacionadas con su porcentaje en la población total del país.

En la Guerra del Pacífico, la contienda en su pri­mera fase fue de combates navales entre Chile y Perú, con victoria para el primero que, gracias a ella, obtuvo un pre­dominio estratégico y táctico que le dio evidente superio­ridad para las posteriores operaciones en tierra.

La Guerra del Chaco, se peleó en tierra, con espo­rádicas y minúsculas acciones de incipientes fuerzas aéreas.

En la Guerra del Pacificólas tropas bolivianas par­ticiparon en cinco combates: Calama, Tambillo, Pisagua, San Francisco y el Alto de la Alianza e intervención del batallón Loa en la acción de Tarapacá.

En la Guerra del Chaco, las fuerzas bolivianas to­maron parte en más de cien encuentros, siendo algunos de gran magnitud como los de Boquerón, Kilómetro 7, Nanawa, Campo Vía, Ballivián, Cañada Strongest y Villa- montes.

En los enfrentamientos del Pacífico, los muertos bolivianos no llegaron a 5.000. En los del Chaco,sobrepa­saron la cifra de 50.000

En la Guerra del Pacífico, una gran parte del ejér­cito boliviano pasó un año y medio de acantonamiento en Tacna, listo a defender territorio peruano, sin más activi­dad que algunos ejercicios tácticos. Unicamente participó

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en la batalla del Alto de la Alianza.

En la Guerra del Chaco, casi todos los combatien­tes pasaron de una acción a otra, sin relevo ni descanso. Posiblemente, nunca en la historia un comando exigió tanto de sus soldados.

En la Guerra del Pacífico, se produjo la vergonzo­sa retirada de Camarones. En la del Chaco la cruenta reti­rada de Picuiba. Una y otra causaron terribles sufrimien­to a la tropa.

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V I

EL DERROCAMIENTO DE LOS PRESIDENTES

En la Guerra del Pacífico, el ejército estuvo al mando sucesivo de dos personajes que a la vez ocupaban el cargo de Presidente de la República: el General Hila­rión Daza y el General Narciso Campero. Uno y otro pu­dieron conducir sus responsabilidades castrenses sin opo­sición alguna, imponiendo su voluntad en todas las cir­cunstancias.

En la Guerra del Chaco, el Presidente Salamanca nunca pudo mantener una relación armónica con los co­mandantes en jefe que se sucedieron en la conducción es­tratégica de la campaña, los generales Filiberto Osorio, Carlos Quintanilla y Enrique Peñaranda. Los tres objeta­ron constante y airadamente las sugerencias que hacía el jefe del Estado en puntos de estrategia, invocando su con­dición de Capitán General de las Fuerzas Armadas. Sus re­laciones con el general alemán Hans Kundt no tuvieron la misma hostilidad, pero tampoco fueron cordiales. Po­drían calificarse como de mutuo respeto.

En una y otra guerra, se dio el lamentable espec­táculo de derrocamiento del Presidente de la República, en plena zona de operaciones, por jefes militares que esta­ban disconformes con algunas medidas que el mandatario deseaba adoptar. Mas hubo una gran diferencia en moti­vos y ejecución entre lo ocurrido en Tacna el 27 de di­

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ciembre de 1880 y lo sucedido en Villamontes el 27 de noviembre de 1934.

El Coronel Eliodoro Camacho y el doctor Belisa- rio Salinas, que organizaron el suceso de Tacna, actuaron para evitar que el General Daza volviese a Bolivia con los tres regimientos de línea, abandonando la guerra, con in­tenciones de restablecer su autoridad dictatorial sobre una población que daba signos de repudiar su mando.

Los generales Enrique Peñaranda, Julio Sanjinés, Adalid Tejada, los coroneles David Toro, Felipe M. Rive­ra, Angel Rodríguez y los demás jefes que decidieron quitar el mando de la nación al Presidente Daniel Sala­manca, lo hicieron sin más motivación que defender los cargos que ocupaban, pues el mandatario llegaba a Villa- montes con el propósito de cambiar el comando del ejército colocando a su cabeza al único militar que le ins­piraba confianza, el General José Leonardo Lanza.

Camacho, Salinas, y los otros complotados de di­ciembre de 1880, se valieron del subterfugio de hacer sa­lir al Presidente Daza de Tacna. Mientras su ausencia en Arica convencieron a las tropas que le negaran toda obe­diencia. Daza supo de su derrocamiento fuera de su cuar­tel general, sin pasar por ningún momento de peligro per­sonal.

Peñaranda, Sanjínes, Toro, Rodríguez y los demás autores del golpe de Villamontes hicieron rodear con tro­pas la residencia del Presidente Salamanca y la apuntaron con cañones y ametralladoras, en un ridículo despliegue de prepotencia contra el viejo y débil jefe de la nación, que se hallaba completamente indefenso en medio de sus enemigos, a miles de kilómetros de su palacio y sus parti­darios políticos.

Derrocado Daza, el Congreso pidió a otro militar,

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el General Narciso Campero, que tomase el mando políti­co de la república interinamente. Caído Salamanca, el co­mando triunfante exigió al Vicepresidente, doctor José Luis Tejada Sorzano, que asumiese las funciones de jefe supremo del país hasta la conclusión del periodo constitu­cional en vigencia.

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LOS ERRADOS CAMINOS HACIA LA PAZ

Las hostilidades en la contienda del Pacífico ter­minaron para Bolivia con la derrota que sufrimos en el Al­to de la Alianza. La nación se mantuvo en pie de guerra hasta la suscripción del Pacto de Tregua, tres años más tarde.

Las hostilidades en el Chaco tocaron a su fin cuando los dos contendientes se hallaban agotados por su esfuerzo bélico de un trienio, particularmente el Para­guay. Bolivia tenía aún potencial disponible, pero con un comando incapaz de sacar ventaja de tal circunstancia.

La actividad diplomática internacional para dete­ner la Guerra del Pacífico tuvo por protagonistas a la Gran Bretaña y los Estados Unidos. La Gran Bretaña, que tenía la parte del león en el comercio de Chile y Perú, se sintió perjudicada con la guerra. Quiso detenerla con una intervención de su flota y la de Alemania, Italia y Fran­cia, cuyos connacionales, también dedicados al comercio en aquellos países, sufrían perjuicios por los bloqueos y bombardeos de puertos. Tal intento fue frustrado por Alemania. Su canciller Bismark simpatizaba con el belicis­mo de Chile, que al conquistar Atacama y Tarapacá esta­ba imitando lo que hizo su país con Alsacia y Lorena, po­cos años antes.

Los Estados Unidos,a su vez,hicieron oposición

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a una intervención europea considerando que se trataba de un conflicto americano en el que los esfuerzos de paz debían partir de la diplomacia del Departamento de Esta­do de Washington. Empero, las actuaciones de éste fueron esporádicas y parcializadas en determinadas instancias, con el agravante de estar motivadas en ciertos personajes, como un Secretario de Estado y un representante en Li­ma, por codicia de enriquecimiento ilícito a costa del Pe­rú.

Cuando ocurrió la Guerra del Chaco, el Derecho Internacional había madurado un tanto desde el siglo an­terior. El terrible holocausto que significó la Primera Gue­rra Mundial, despertó en la humanidad el propósito de evitar toda nueva conflagración bélica, fuese entre gran­des, medianas y pequeñas naciones. Empero, los ideales con que se organizó la Sociedad de las Naciones se sepul­taron en su mismo seno al constituirse en el organismo encargado de dar forma legal a las exorbitantes exigencias de los países vencedores de aquella contienda a la nación perdedora.

La Sociedad de las Naciones probó su inoperancia al no poder evitar ni detener el primer conflicto bélico que se presentaba en el mundo desde la terminación de la Primera Guerra Mundial y que no era más que la degene­ración de un problema de frontera entre dos de los países más débiles y pobres de la América del Sur.

Los Estados Unidos conjuntamente con Colombia Uruguay, México y Cuba, en la llamada Comisión de Neutrales de Washington, en la que el representante nor­teamericano manejaba la batuta, tuvieron intensa activi­dad tratando de arreglar la situación, mas la intransigencia paraguaya, azuzada por la Argentina, hizo fracasar todos sus esfuerzos. La Argentina pasó a desempeñar un rol preponderante en el conflicto. Bajo una mal disimulada

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neutralidad prestó ayuda al Paraguay en asesoramiento militar, víveres, gasolina, armas y dinero y, al mismo tiempo, su canciller, señor Carlos Saavedra Lamas, se dio mañas para que los esfuerzos pacificadores de la Sociedad de las Naciones, la Comisión de Neutrales y países vecinos al drama se frustraran para quedar él como árbitro de la diplomacia que debía devolver la paz a la frontera bolivia­no-paraguaya en el momento que resultase más conve­niente para los intereses de su protegido. Provocó el cese de hostilidades cuando fue informado de que el ejército paraguayo no podía avanzar más allá de Villamontes y el Parapetí y menos conquistar las zonas petrolíferas de Ñancorainza, Cuevo y Camiri.

Cuando la diplomacia boliviana jefaturizada por el Ministro de Relaciones Exteriores, señor David Alvés- tegui, y manejada en Ginebra por don Adolfo Costa Du Reís, logró obtener en la Sociedad de las Naciones que se levantase un embargo de armas a Bolivia y se lo mantuvie­se contra el Paraguay, al mismo tiempo que se preparaban otras sanciones contra este segundo país, el canciller ar­gentino, concertado con su colega chileno, logró conven­cer al gobierno boliviano, que presidía el señor José Luis Tejada Sorzano, que había llegado la hora de poner fin a la conflagración del Chaco. El señor Alvéstegui trató de contrarrestar tal maniobra, tendiente a desbaratar los éxi­tos bolivianos en Ginebra, pero, cuando se dio cuenta que no tenía apoyo en un gobierno pacifista, renunció. Fue substituido por el doctor Tomás Manuel Elío, que dio pa­so a la sugerencia argentino-chilena de reunir una confe­rencia en paz en Buenos Aires.

El estado de guerra boliviano-chileno del siglo pa­sado, tuvo su conclusión por medio de un Pacto de Tre­gua que dejó nuestro litoral oceánico en poder del enemi­go. El gobierno del General Narciso Campero se vio forza­do a aceptarlo ante el peligro de una invasión de tropas chilenas a La Paz.

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En la Guerra del Chaco, se suspendieron los fue­gos mediante un armisticio que el canciller Elío aceptó en Buenos Aires presionado por los países vecinos y confia­do ingenuamente en la promesa del canciller argentino de que no se “escamotearía” a Bolivia un arbitraje que definiese justicieramente el problema territorial que ven­tilaba con el Paraguay.

La tregua pactada en 1884 duró 20 años, porque Bolivia, ansiosa de volver a poseer costa marítima en el Pacífico,esperaba la definición del pleito chileno-peruano respecto a Tacna y Arica, confiada en la promesa del go­bierno de La Moneda de que si Chile obtenía esos territo­rios los cedería a Bolivia.

El armisticio del Chaco de junio de 1935, sólo du­ró 12 días, a cuyo término se dio comienzo a la Conferen­cia de Paz. Con el armisticio,el canciller argentino logró evitar una contraofensiva del ejército boliviano que ame­nazaba hacer retroceder profundamente a su rival. Con la Conferencia de Paz, que se prolongó por tres años con in­substanciales argumentaciones, consiguió la desmoviliza­ción de los combatientes y la consolidación de lo ganado por el ejército paraguayo.

Un gobierno del Partido Liberal aceptó el Tratado de Paz con Chile de 1904, después de 20 años de una tre­gua que asfixiaba nuestro comercio, porque creyó que te­ner el ferrocarril de Arica a La Paz y otros que podrían construirse con la ayuda parcial que ofrecía esa república, era más conveniente que poseer un puerto.

Otro gobierno del Partido Liberal aceptó la Con­ferencia de Paz del Chaco en la que se nos escamoteó el arbitraje con el que hubiéramos podido recuperar parte del territorio perdido en la contienda bélica.

Nos hundimos en las tragedias del Pacífico y del

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Chaco, no obstante nuestro inveterado pacifismo, por ac­tos de gobierno que se inspiraban en una intención muy patriótica, pero que resultaron fatales imprudencias.

Ambas guerras han sido las mayores desgracias su­fridas por Bolivia a lo largo de su accidentada historia. En ambas fuimos derrotados en la lucha armada y en las ne­gociaciones de la paz, mas no por culpa del pueblo que dio de si todo lo que se le pidió en esfuerzos y sacrificios, sino por deficiencias en la capacidad profesional y el ca­rácter de sus conductores máximos, civiles y militares.

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I N D I C E

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PROLOGO 5

I LA BUSQUEDA DE FRONTERASCON LA DIPLOMACIA 9

II LA OCUPACION DE LOSTERRITORIOS DISPUTADOS 12

III LA PROVOCACION DE LASCONTIENDAS ARMADAS 14

IV ANTITESIS ENTRE LOSRESPONSABLES MAXIMOS 21

V CARACTERISTICAS DE LA PARTICI­PACION EN LA LUCHA ARMADA 23

VI EL DERROCAMIENTODE LOS PRESIDENTES 26

VII LOS ERRADOS CAMINOS HACIA LA PAZ 29

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Se terminó de Im prim ir en el mes de Marzo de 1982 en las IN D U S T R IA S G R A FIC A S P O LIG R A F Santivañez No. 0317 - 0321 Télef: 26266C O CHABAM BA * — * B O L IV IA

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ROBERTO QUEREJAZU CALVO

Abogado, Diplomático, e Historiador.Ha escrito varios libros de importancia que lo

colocan en la primera línea de historiadores del país, con una bien ganada fama también en el exterior.

"Los Amigos del Libro" tuvo el privilegio de edi­tar las dos anteriores ediciones de "Masamaclay", así como también dos ediciones de "Llallagua" y su monu­mental estudio sobre la Guerra del Pacífico: "Guano, Salitre y Sangre". La Enciclopedia Boliviana cuenta su obra "Bolivia y los Ingleses". Completa su labor un es­tudio biográfico sobre Adolfo Costa du Reís y se anun­cia una Historia de Chuquisaca.

Editorial Los Amigos del Libro Cochabamba - La Paz

1982