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DIBUJO Y COLOR:
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Christophe Dabitch agradece su apoyo al Centre National du Livre.
© Futuropolis, Paris, 2011.© Ponent Mon, 2017 for the Spanish edition.Spanish translation rights arranged with Futuropolis,through Sylvain Coissard Agency, Nîmes, France.
www.ponentmon.com
Traducción: Inés Clavero Correcciones: Ricardo Cuevas OrtizAdaptación gráfica: Ill Wind TidingsISBN: 978-1-912097-27-2Impreso y encuadernado en España
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No. Los hemos lanzado hacia la
isla Alta.
¿Os han visto?
Hecho.¿Y bien?
Archipiélago de los Houtman Abrolhos, frente a la costa de Australia. Julio de 1629.
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Hum… Nada.
¡Zevanck, aguarde!
A sus órdenes. Bien. Reunid a los hombres frente a
mi tienda.
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Pero el Batavia jamás llegará a Java. El nombre de este navío se convertirá en sinónimo de una terrible experimentación en unas islas remotas situadas frente a la costa de Australia. Un experimento humano orquestado por un holandés llamado Jeronimus Cornelisz a quien nada parecía predestinar a desempeñar ese papel.
En esa época, Ámsterdam es el principal almacén de Europa. Holanda inventa la bolsa y el capitalismo, vive una edad dorada de prosperidad y libertad. Se habla de una Ámsterdam tolerante, el refugio de los espíritus libres y oprimidos de toda Europa.
En octubre de 1628, un navío zarpa del puerto de Ámsterdam. Pertenece a la todopoderosa Compañía Holandesa de las Indias Orientales, la VOC. El Batavia debe recalar en Java y volver cargado de especias, la riqueza de los accionistas de la Compañía.
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El único hijo que Jeronimus tendrá está misteriosamente infectado de sífilis.
El hijo de Jeronimus no despierta más que para berrear. Desde hace varios días, vomita sangre.
Dieciséis meses antes, Haarlem, provincia de Holanda. Enero de 1628.
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Jeronimus ya no soporta estar ante sus albarelos ni en su casa. Cada vez más, desaparece, se pierde por las calles de Haarlem, busca una guarida.
Su esposa se llama Belijtgen. Llevan tres años casados. Su hijo nació hace apenas un mes.
Buenas noches, señor
Cornelisz.
Tiene treinta años, es boticario y vive en una de las mejores avenidas de Haarlem.
Hasta entonces, el porvenir de Jeronimus parecía asegurado, como un camino bien recto y despejado de obstáculos.
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Prosigan, se lo ruego.
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Recuerda las llagas en el rostro de aquella mujer.
Soy boticario, se dice, y no lo vi venir. Tiene ganas de matarla.
Piensa en esa obesa barriobajera, la nodriza que amamantó al niño. Ese modo de contagio es desconocido, pero ¿quién si no?
La sífilis se transmite por el sexo, lo sabe. Pero ni su mujer ni él, según los archivos, presentan síntomas.
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*La tragedia del Batavia, Mike Dash, Editorial Lumen, 2003 (traducción de Nuria Salinas).
Y entonces ya…
Lejos de toda mirada, estos hombres construyen teorías heréticas. Cultivan discursos que demuestran su superioridad con respecto a las leyes y pensamientos comunes.
Estos días, los miembros del club están inquietos. Su maestro ideológico, el pintor Torrentius, acaba de ser detenido por hereje. Lo torturan en algún lugar de la ciudad.
No, debo resolverlo yo mismo.
¿Deseas que alguien se encargue?
Es la nodriza. Solo puede ser
ella.
Soy un mero instrumento de
la fuerza. Otro, quizás, habría
apretado algo más.
No estabas obligado.
Por lo visto, Jeronimus frecuentaba el club de esgrima dirigido por Giraldo Thibault (torso descubierto).
Mike Dash, autor de La tragedia del Batavia*, la investigación más completa sobre la historia del Batavia, lo plantea como hipótesis.
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Es con Torrentius con quien los hombres del club concluyen sus noches en los burdeles.
Torrentius escandaliza a la supuestamente libre Ámsterdam. Sostiene que las Santas Escrituras son un invento para amordazar al pueblo. Blasfema, recusa el rigorismo protestante y afirma alcanzar la perfección estética gracias a la mano del diablo.
No hablará. Está por encima de eso.
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¡Ayuda!
¡Te mataré!
¿Cómo? ¿Qué ha dicho? ¿Qué me
ha llamado?
¡Puta!
¡No fui yo! ¡No tengo la culpa! ¡Hice todo lo que estaba en mi
mano por el pequeño!
¿Quién puede saber qué ocurre realmente dentro de esa cabeza?
No se sabe mucho de la vida de Jeronimus antes de la enfermedad de su hijo. No es el origen de todo, pero tal vez sea el desencadenante de un mecanismo.
Piensa en su hijo, ese joven cuerpo, esa joven piel cubierta de llagas que ya no se atreve a mirar.
Piensa en Torrentius, quien podría denunciarlos a todos.
Jeronimus aún no comprende lo que está pasando. Sufre sin poder hablar sobre ello. En algún lugar de su mente, se rompen, uno tras otro, hilos diminutos.
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¡Es ella quien retoza por ahí! ¡Esa furcia!
¡su mujercita!
¡La culpable no soy yo,
está ciego!
Tengo una reputación… Aparecer así… ¡Yo no le he pegado la sífilis a su hijo!
¡Busque mejor!
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Iglesia de Santa Anna, Haarlem.
Jeronimus no siente esa mano en el hombro, no ve al hombre que tal vez pretenda ayudarlo a entender: no somos nada ante la voluntad divina, la sabiduría consiste en aceptar lo que se nos escapa, el sufrimiento es nuestro camino sobre la tierra.
El hijo de Jeronimus y Belijtgen muere el 27 de febrero de 1628.
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El cielo está vacío, la tierra pesa, las personas son sombras.
Una voz le susurra que ha perdido.
No es capaz de oírlo.
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Ahora piensa en las deudas que pronto no podrá saldar. Vislumbra la quiebra.
Jeronimus arde en deseos de gritar, pero calla.
Las hablillas del barrio recuerdan que los boticarios poseen el monopolio de la concepción de los medicamentos, pero también de los venenos.
Son pocos los que atraviesan ese umbral. Ahora, Jeronimus es el padre de la criatura fallecida de sífilis por razones tenebrosas.
Jeronimus no matará a la nodriza. De hecho, jamás matará con sus propias manos. Ni siquiera más tarde, en la isla.
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No, nadie.
Por Dios, ya está aquí… Cada día… No nos dejará en paz. Hazla callar,
Jeronimus, por favor, hazla callar.
¡Aquí la furcia no soy yo! ¡Es ella, la menonita!
¡Yo soy una mujer honrada!
¡Ya sabemos cómo son! ¡Se acuestan entre todos y juegan a los santurrones!
¡No nos engañan!
Me vuelve loca.
¡No tengo nada que ver! ¿Me oyen?
¿Qué nos pasa? ¿Qué hemos hecho mal?
¿Has tenido a
alguien hoy?
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No. Ahora qué importa.
¿Y la crees?
¿Lo oyes?
¿Has oído lo que ha dicho?
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Por lo visto, Jeronimus y su mujer eran menonitas, o anabaptistas, un movimiento radical de la Reforma protestante. Los anabaptistas, surgidos en Suiza, deseaban restituir los círculos de creyentes como en tiempos de Jesucristo mediante la separación de la Iglesia y el Estado y la creación de comunidades de bienes.
Así como la del club de esgrima. Allí se glorifican las capacidades individuales, la trasgresión de los dogmas y de la moral establecida.
Pero en 1532, un grupo anabaptista y milenarista se atrincheró en la ciudad de Münster, a la que decretó la «Nueva Jerusalén». Allí, mientras aguardaban el retorno del Cristo del Apocalipsis, instituyeron la comunidad de bienes y la poligamia. Eran casi 7.000. Casi todos fueron torturados y asesinados.
De ahí la herética reputación de los anabaptistas en la tolerante Ámsterdam. Suponían una amenaza para el equilibrio alcanzado. Sin que se sepa hasta qué punto se empapa de ella, no cabe duda de que Jeronimus se siente atraído por esta ambivalente corriente de pensamiento.
Se denominaban anabaptistas pues defendían la idea de un bautismo en la edad adulta, una vez asentada la elección religiosa. Estos pacifistas declarados aspiraban a instaurar una comunidad social del amor.
Bajo su ventana, la nodriza trata a Belijtgen de «puta menonita».
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No seas débil, Jeronimus.¿Qué hace
Dios cuando mata a un
niño?
Solo depende de ti, Jeronimus. Es
una prueba.
Siempre lo he sido. Yo no soy como
Torrentius ni como tú…
No digas eso.
Tal vez fue el diablo el creador del mundo.
Tal vez somos hijos del diablo.
Cada vez estoy más convencido de que si Dios nos creó a su imagen, nada de cuanto hagamos podrá ser malo. Hemos de disfrutar aquí abajo. No aprovecharlo todo sería un insulto
a Dios el creador. Al disfrutar, nos acercamos a él.
¿Y por qué no podríamos
decirlo?
No, no lo digo. No sé. No lo sé…
Cállate, no sirve de nada decir eso. Se acabó
la fiesta.
Yo soy como Torrentius. ¡Me
cago en la Iglesia y en su Dios!
Viven con miedo.
Esta historia de rosacruces es un
complot. Quieren quitarse de en medio a todos
los que les estorban.
No nos conoce. Si no, ya estaríamos sobre
la mesa, junto a Torrentius.
El burgomaestre ha decretado que sus
cómplices deben vender sus bienes y marcharse
de la ciudad.
No hablará. ¿Por qué
dudáis de él?
Siguen torturándolo.
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Bueno, ¿distraemos un poco nuestros cuerpos? Sería la
mejor manera de acompañar a
nuestro maestro.
La ley los fuerza a actuar. No sale
de ellos.
¿Y los que torturan a Torrentius?
No somos responsables.
¿Y dónde queda el mal?
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Debo marchar. Jamás
olvidaremos que hay un cadáver
entre nosotros. Vuelve a hacer tu
vida con otro.
Me marcho a hacer fortuna. Volveré, te lo prometo. Lo olvidaremos
todo, tendremos más niños.
Volveremos a empezar.
Se marcha con una bolsa y emprende camino hacia el puerto de Ámsterdam, el lugar donde todo se abandona para huir del pasado. Como se lanzan los dados.
O bien: O, ¿cómo diríamos hoy?
La cabeza le da vueltas. No piensa. Se va.
¿Qué le dice a Belijtgen?
Ya está, se va. Quiere escapar al lento desmoronamiento. Han transcurrido ocho meses desde la muerte del niño. Jeronimus ha vendido todos sus bienes para reembolsar a sus acreedores. Torrentius sigue en prisión, todavía no ha hablado.
Tiene dos opciones: esperar o escapar.
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Amparada por una potente marina de guerra, se ha convertido en la mayor organización comercial del mundo. Se dice que esta sociedad de accionistas, la primera de la historia, antepone siempre sus beneficios a cualquier otra consideración.
Se la conoce con el apodo de «Los 17 señores», en referencia a sus administradores principales. La VOC acaba de hacerse con el monopolio de las especias. Construye y envía a sus navíos a Asia, a «las Indias».
En la Holanda de principios del siglo xvii, cuando alguien quiere huir se dirige a las oficinas de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, la VOC (Verenigde Oostindische Compagnie), fundada en Ámsterdam en 1602.
Tal vez, se dice mientras camina, no todo esté acabado a los treinta años. La idea de un cambio radical, de un renacimiento, le asalta, como cuando sentimos en nosotros mismos un pedazo de nuestra infancia.
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Cuanto más se aleja, más se dice que no todo está perdido.
Al partir de Haarlem, Jeronimus avanza con paso pesado. Cuanto más se acerca, más se aligera.
Un boticario como Jeronimus pertenece a un rango muy superior al de los candidatos habituales.
Tal es la reputación de la VOC: los notables accionistas se enriquecen en tierra mientras la «chusma de la sociedad» se embarca para probar suerte, pese a la elevadísima tasa de mortalidad.
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Asistirá al sobrecargo del buque, el encargado de nuestros
asuntos comerciales. Recibirá instrucciones durante los
próximos días.
Sí, sí. Necesitamos hombres como usted, cultivados.
Para restaurar el equilibrio con la calaña
que embarcamos.
Sí. Me aseguró que usted se encargaría de
todo.
Nuestro amigo me ha dicho que desea zarpar cuanto antes. Es usted
protestante, ¿no es así?
Cada viaje confirma nuestra
superioridad. ¿Se da usted cuenta?
Dentro de ocho meses, el Batavia
acostará en nuestro establecimiento principal, Batavia,
nuestra Ámsterdam de las Indias, el corazón
de nuestro imperio. Espléndido, ¿no cree?
Tiene suerte de poder zarpar. Ahora mismo, estamos
armando el «retourship» más hermoso que hayamos enviado jamás a las Indias.
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Integra una matriz capitalística, una enorme máquina de aventuras y beneficios que conquista poco a poco las tierras lejanas.
Las fauces de la VOC se abren a Jeronimus. Volverán a cerrarse.
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Está sentado, inmóvil, en una taberna. Las etapas de su vida desfilan por su mente, como si observase el relato de otro.
Tan solo piensa en partir. Todo cuanto ve a su alrededor presenta la extraña consistencia de lo que uno se prepara a abandonar. Estas últimas imágenes le invaden y sin embargo, ya no está presente.
Jeronimus pasa varios días en Ámsterdam. Si algo le preocupa es que lo reconozcan, lo detengan, le impidan embarcarse.
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Belijtgen; el éxito que se antoja próximo; sus nuevos amigos que anhelan deshacerse de todo orden moral; la muerte de su hijo; Torrentius, quien desea acabar con todo en nombre de la libertad; la fascinación que ejerce sobre él, quien, en el fondo, siempre ha tenido miedo.
Su infancia en la lejana Frisia; el instituto donde estudia humanidades; el encuentro de un maestro boticario; la partida y la mudanza a Haarlem…
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¡Sal de mi vista antes de que te
degüelle!
No... No lo he…
¿Qué has hecho, imbécil? ¿Sabes lo
que llevas ahí? ¡¡Es mi equipaje!!
Jeronimus jamás ha estado a bordo de un navío. Quizás sienta miedo o confusión entre la excitación colectiva. Pero debe cumplir su cometido, supervisar el cargamento de lo que servirá para comerciar una vez llegados a las Indias.
El 29 de octubre de 1628, 341 personas, entre ellas 38 mujeres y niños, se embarcan en el Batavia: marinos, artesanos, soldados, oficiales y algunos pasajeros que viajarán en el castillo de popa, el lugar de élite de la nave.
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¡La misma calaña que de costumbre, vaya!
Que suban, están aquí. Ya es algo.
Eso creo. No he podido interrogarlos a todos. Hay alemanes, escoceses y
franceses. Un apátrida también. Voy a comprobar.
¿Lo llevan todo?
Han llegado los soldados.
¿Suben?
Francisco Pelsaert, encantado, comendador
del Batavia. Sígame, señora, yo le indicaré. Aún debemos aguardar
un poco antes de zarpar.
Jacobsz, vaya a vigilar el cargamento de
piedras.
¿Dónde he de ir?
Sí, Jacobsz, Ariaen.
Lucretia van Der Mijlen. ¿Es usted
el capitán?
¿Embarca usted?
Buenos… Disculpe… Esos holgazanes… Hay que… Si no…