Gutenberg 1

  • Upload
    ifruiz

  • View
    21

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

  • 1

    JUAN GUTENBERG

    SU VIDA Y SU OBRA

    JUAN OLLER XAUS

    INTRODUCCIN DE ALFONSO ROPERO

    EPLOGO DE ELISEO VILA

  • 2

    NDICE

    Introduccin: Gutemberg y la Reforma - 3. Captulo I. Patricios y burgueses - 15.

    II. En una maana de Marzo de 1397 - 18. III. Maguncia en llamas - 21. IV. De patricio a burgus - 26. V. El primer proceso contra Juan Gutenberg - 32. VI. Gutenberg en Maguncia - 35. VII. Ao 1440 - 9. VIII. El socio y prestamista Juan Fust - 42. IX. Eloisa - 48. X. El segundo proceso de Juan Gutenberg - 51. XI La imprenta de Fust y Schoeffer - 55. XII. El ltimo esfuerzo de Juan Gutenberg - 60. XIII. Noches de terror en Maguncia - 65. XIV. El amor nace entre tintas, letras y pergaminos - 69 XV. Ni paz en los sepulcros - 77.

    Eplogo - 85. Bibliografa 87.

  • 3

    INTRODUCCIN

    Pgina de la Biblia impresa por Gutenberg La azarosa vida del inventor Cada nuevo invento contribuye a una expansin de la vida humana. Desde el dominio del fuego y el invento de la rueda hasta los chips e Internet la experiencia del ser humano ha crecido de un modo inimaginable, y aunque la naturaleza humana contina siendo la misma en sus instintos bsicos, esa otra parte que lo diferencia de los animales y lo aproxima a Dios, a saber, la cultura, el acto creador por el que se relaciona con el entorno, con sus semejantes, sus sueos y temores, no deja de crecer en un gigantesco intento de conocer, de dominar, de suplir a sus necesidades ms humanas de relacin y comunicacin. Los grandes inventores en muchas ocasiones han sido como los primeros navegantes espaoles que arribaron a Amrica, no saban la tierra que pisaban. Johann Gutenberg no poda ni imaginar la revolucin que iba a representar su invento. l simplemente se limit a recibir unos conocimientos sobre el arte de la impresin y a mejorarlos, con el tesn incansable de un buen artesano. No sabemos qu le pas por la cabeza, que ambiciones activaron sus pasos cuando decidi no conformarse con hacer las cosas como se venan haciendo desde antiguo y se propuso cambiar el rumbo de trabajo

  • 4

    tipogrfico. En esto reside la chispa que enciende el genio: curiosidad, afn de superacin, tesn. En el plano material Gutenberg deseaba hacer un buen negocio. Lo peda la poca. Pero como el hombre es siempre ms que l mismo, la certeza de encontrarse ante algo nuevo, el deseo de mejorar lo recibido, que siempre es un impulso espiritual, no material, le arrastr ms all de sus ambiciones. No sabemos mucho de su vida social, cunto menos de su vida interior. Hasta el nombre por el que es conocido, Gutenberg, no corresponde al de su padre, Friech zum Gensfleisch , sino al que adopt por su lugar de nacimiento. Gutenberg significa montaa buena y a veces en latn se le tradujo por Mons bonus, por eso en la crnica de Maguncia, que le atribuye el invento de la imprenta, se le llama Juan Bonemontano, o sea, Gutenberg. Tampoco sabemos el ao exacto de su nacimiento. Se le sita entre 1393 y 1405, esto es, el 1400, fecha acertada sin duda, en cuanto premonicin de una nueva centuria que iba a modificar la historia por venir. Tampoco se tiene informacin cierta de su muerte, establecindose que el hecho ocurri probablemente a fines de 1467 o a comienzos de 1468. Las principales fuentes que nos informan sobre su vida y actividad son las actas y los documentos respecto a juicios en los que se vio envuelto y que culminaran con la traicin de sus ltimos socios, que habran de despojarlo de su invento y llevarlo a la ruina. El ao 1434 ya nos lo encontramos preso por deudas, toda su vida est recorrida por dificultades econmicas, sin propiedades, ni ttulo de ciudadana, ni cargos pblicos. Por regla general la vida no suele tratar demasiado bien a los grandes benefactores de la humanidad, acosados casi siempre por la escasez, las deudas y la ingratitud. La riqueza y la fama en vida no estn siempre de parte del genio, del artista, del creador. No en el caso de Gutenberg, quien en vida y por causa de sus problemas econmicos tuvo que ceder su imprenta a sus socios Johannes Fust y Peter Scheffer, que se comporta como si el invento fuera suyo. Una hiptesis sostiene que los personajes mencionados conscientes del inmenso valor comercial de invento, se pusieron de acuerdo para traicionar a Gutenberg y arrebatrselo. Ni despus de muerto se calm la situacin. Bien por vanidad nacional o por el prurito de veracidad, a Gutenberg se le ha disputado la originalidad de su invento, puesto que algunos otros impresores parecen haber trabajado con tipos mviles antes que l. Tal es el caso del holands Laurent Janszoon Coster, hacia 1440. No existe un solo libro con el sello, firma, colofn o pie de imprenta con el nombre de Gutenberg, sin embargo, consta por documentos notariales y contratos, que fue el quien dio el paso definitivo en el arte de imprimir, gracia a la innovacin que introdujo en la fundicin de los tipos y al nuevo tipo de tinta utilizada. Los inventos no caen del cielo como frutos maduros y perfectos, tampoco nacen de nada, sin precedentes que sealen el camino, ni pertenecen exclusivamente a la ocurrencia de una sola persona1. Como todo trabajo de 1 EL invento casi nunca es la obra exclusiva de un solo inventor, por muy grande que pueda ser su genio, y como es el producto de los trabajos sucesivos de innumerables hombres, trabajando en tiempos diferentes y a menudo en diversas direcciones, el atribuir un invento a una sola persona constituye simplemente una manera de hablar (Lewis Munford, Tcnica y civilizacin, vol. I. p. 158. Altaya, Barcelona 1998).

  • 5

    investigacin Gutenberg pas muchos aos improvisando, probando, inventando y reinventando los tipos mviles, experimentando la desazn de los fracasos antes de alcanzar xito, y ste de escaso valor en lo que respecta a la mejora de sus condiciones de vida. Se cree que al final de su vida, Gutenberg qued parcial o totalmente ciego y que fue acogido por el elector Adolph von Nassau quien le proporcion los medios necesarios para vivir, alcanzando a apreciar la prodigiosa difusin e importancia de su invento. La transformacin operada por la imprenta Al igual que ocurre con tantos otros inventos que han contribuido a la formacin del mundo moderna, China se encuentra en el origen. Nada menos que el siglo VI los chinos ya impriman mediante la tcnica de xilografa utilizando pequeos bloques de madera con caracteres incisos. Aunque laborioso, supuso un gran avance respecto a las copias manuscritas. Un vez grabado el bloque poda ser utilizado de un modo mucho ms rpido y cmodo, evitando adems los errores introducidos por los copistas. El problema es que se necesitaba mucho tiempo para grabar cada bloque, y slo se poda utilizar para una obra. La xilografa fue introducida en Europa por los turcos, sirvi en especial para la difusin de imgenes devotas, naipes y estampas. En el siglo XI, los chinos inventaron tambin la impresin a partir de tipos mviles, lo que represent un avance revolucionario sobre el primitivo sistema de impresin en bloques. La impresin mediante caracteres o letras sueltas implica la posibilidad de ordenarlas en cualquiera combinacin o modelo, y de utilizarlas una y otra vez para imprimir distintos libros, en tanto que los bloques grabados servan nicamente para reproducir el mismo ejemplar o pgina determinada. Los primeros tipos mviles fueron fabricados de arcilla y goma lquida que endureca al fuego, y su inventor parece haber sido el herrero Pi Sheng, hacia 1045. Sin embargo, hicieron muy poco uso de este invento, debido a que el enorme nmero de caracteres o ideogramas de su escritura, entre 2.000 y 40.000 caracteres diferentes, lo que haca prcticamente inabordable la utilizacin de este sistema. Los tipos mviles, fundidos en moldes de cobre, fueron inventados independientemente por los coreanos en el siglo XIV, pero tambin los consideraron menos tiles que la impresin tradicional a base de bloques. Los europeos contaban a su favor con un alfabeto compuesto por un pequeo nmero de letras, lo que hace que el invento de los tipos mviles resultara muy atractivo para ellos. Europa estaba lista para el acontecimiento. Las ciudades que haban comprado su libertad a los seores empobrecidos por las Cruzadas alcanzan su apogeo; los sabios de Bizancio, que huyen de los turcos, traen a Occidente el gusto por la antigedad; florece el comercio y prosperan los puertos de la Liga Hansetica, y tambin los de Barcelona, Marsella, Gnova y Venecia. Hay una verdadera sed de conocimientos. Se adquieren manuscritos por todas partes, pero no es suficiente. Antes de la imprenta la produccin de libros dependa de la laboriosa obra de los monjes medievales que, con inmensa paciencia, copiaban a mano los escritos sobre duros pergaminos. Los libros escaseaban y eran costosos de adquirir. Gutenberg, ciertamente, no invent los tipos mviles, existan desde haca largos aos, pero fue l quin supo fabricarlos con facilidad y precisin,

  • 6

    perfeccion as el invento y lo hizo eficaz. Es cierto que el otro candidato al gloria de la invencin de la imprenta, Laurent J. Coster, sacristn de Harlem, haba tallado en madera caracteres mviles, con los que imprimi varios libros escolares, pero estos caracteres de madera se estropeaban fcilmente por los bordes, Gutenberg consigui sustituirlos por metal, gracias a una aleacin de antinomio y de plomo particularmente resistente, poco ms o menos los que se usan todava. No slo innov en cuanto a lo tipos, tambin en cuanto a las tintas. Mientras que los impresores orientales utilizaban tintas solubles en agua, Gutenberg emple desde un principio tintas diluidas en aceites, para as evitar la formacin de xido en las planchas metlicas. No obstante, el invento ms geniasl de Gutenberg fue la prensa de imprimir. En Oriente, las impresiones se conseguan sencillamente oprimiendo el papel con un trozo de madera contra el bloque entintado. Cmo se le ocurri a Gutenberg la idea de la prensa de imprimir? Gutenberg vivia en una zona de viedos Hesse Renana y Palatinado en la actualidad y probablemente se inspir en las prensas de vino utilizadas por los agricultores para aplicarlas a la impresin. Pero no fue fcil convertir las prensas de vino en una una prensa de imprimir, la fijacin de la platina, evitando que girara, fue el gran invento de Gutenberg.2 Las primeras prensas eran de tornillo, pensadas para transmitir una cierta presin al elemento impresor o molde, que se colocaba hacia arriba sobre una superficie plana. El papel, por lo general humedecido, se presionaba contra los tipos con ayuda de la superficie mvil o platina. En ellas trabajaban dos hombres, mientras uno imprima, el otro entintaba la forma. La invencin de la imprenta hubiera resultado impracticable, tambin en Europa, sin la combinacin de los nuevos elementos aadidos a los antiguos por Gutenberg. El arte de la fabricacin de papel, otro invento debido a los chinos alrededor del ao 105 de nuestra era y mantenido en secreto durante siglos, pronto fue conocido en Asia y lleg a Espaa por mediacin de los rabes, quienes establecieron en Jtiva (Valencia) la primera fbrica de papel europea. A partir del siglo XI se extendi por toda Europa. Hacia mediados del siglo XV, ya exista papel en grandes cantidades, hecho a partir de ropas de lino reciclado. Como alguien ha dicho, el papel no era necesario para la invencin de la imprenta, pero la imprenta no hubiera tenido valor comercial sin el papel. Antes de la introduccin del papel en Europa, los libros se escriban sobre pieles especialmente preparadas para tal efecto, llamadas vellum o pergamino. Era un buen material pero resultaba demasiado caro, como todo lo que hasta entonces tena que ver con la produccin de libros. Adems tena un inconveniente. La escritura sobre pergamino poda ser borrada o enmendada, sin que se conocieran los raspados, mientras que sobre el papel de lino, por su transparencia, las enmiendas quedaban visibles y resultaban compro-metedoras. Para la impresin de la Biblia Gutenberg utiliz papel importado de Caselle en Piamonte (Italia), uno de los centros ms importantes de la fabricacin de papel de la poca, pero tambin uso vellum para algunos ejemplares. De las 48 2 Haidelberg News, Nmero 253, 2005, Perspectivas: Museo Gutenberg, Alemania.

  • 7

    copias todava existentes de la Biblia de Gutenberg, doce de ellas estn impresas en vellum, en este caso piel de cordero. Todos estos avances tecnolgicos introducidos por Gutenberg simplificaron la produccin de libros, convirtindolos en objetos relativamente fciles de confeccionar y, por tanto, accesibles a una parte considerable de la poblacin. De manera que, como bien dice Carl Grimberg, los veinticuatro soldaditos de plomo de Gutenberg partieron de Maguncia a la conquista del mundo3. Pronto la edicin de libros alcanz cifras astronmicas para la fecha, en 1500 ya haba veinte millones de libros en 35.000 ediciones, uno por cada cinco habitantes. El nmero de imprentas aument rpidamente durante esos aos. Para el ao 1500 ya haba imprentas en 245 ciudades europeas, especialmente las que contaban con universidad. La imprenta lleg a Espaa en la dcada de los setenta, y se supone que el primer libro espaol se imprimi en 1471, aunque este hecho no est documentado. S se sabe, en cambio, con seguridad, que al ao siguiente el alemn Johann Parix imprimi en Segovia el Sinodal de Aguilafuerte, que pasa hoy en da, a falta de datos sobre otros, por ser el primer libro impreso espaol. Contiene las actas de un snodo celebrado en ese pueblo perteneciente a dicha provincia y dicesis. Hacia 1473 la ciudades de Barcelona, Zaragoza y Valencia ya contaban con sus primeras imprentas, a ellas se sum Sevilla en 1477. En Italia la primera imprenta se fund en Venecia en 1469, y hacia 1500 la ciudad contaba ya con 417 imprentas. En Francia la imprenta se establece en 1470, a instancias de la Universidad de la Sorbona cuyos profesores invitaron a tres maestros alemanes a trabajar una serie de textos latinos necesarios para la institucin. Hacia 1500, solamente la ciudad de Pars contaba con 70 imprentas. En los Pases Bajos fue introducida por el impresor belga Colard Mansion (1475). En 1476 William Caxton, alumno de Mansion, llev la imprenta a Inglaterra. A Amrica lleg con los espaoles que se desplazaron para la exploracin, conquista, evangelizacin y administracin de los nuevos territorios incorporados a la Corona de Castilla. El lombardo Juan Pablos se desplaz a Mxico como regente de la primera imprenta en el Nuevo Mundo, tambin llegaron Esteban Martn y Juan de Estrada, traductor e impresor de la Escala espiritual de Juan Clmaco, el primer libro publicado en Amrica (1539). La maquinara se haba puesto en marcha y la revolucin que propiciaba era imparable. Se puede considerar que la imprenta es uno de los avances ms importantes del ser humano, gracias a la cual la difusin de ideas y conocimiento se difunda a todos en todas partes. Providencial o circunstancialmente fue un alemn, Johann Gutenberg, el que prepar el camino para el xito de otro alemn, Martn Lutero, que se benefici considerablemente del invento su paisano. Las imprentas llevaron a las calles su lucha contra el papa con sorprendente velocidad. En poco tiempo las 95 tesis de Lutero estuvieran a disposicin del pueblo simultneamente en toda Europa occidental (1517), y lo que no hubiera pasado de una discusin acadmica entre telogos locales se convirti en una contienda nacional, con repercusiones internacionales. No tiene nada de extrao que al propio Lutero le gustara brindar por el invento de maese Gutenberg: La imprenta es el ms

    3 Carl Grimberg, Descubrimientos y reformas, p. 327. Ediciones Daimon, Madrid 1982.

  • 8

    grande y excelso regalo que Dios da al pueblo para la causa del Evangelio, y para la ltima labranza antes de la extincin total. Sin la imprenta el movimiento de Reforma de Martn Lutero habra sido imposible. De la Biblia de Gutenberg a la Reforma Desde que Gutenberg comenzara en Estrasburgo a hacer experimentos sobre el arte de imprimir (1440), hasta que empezara a imprimir la Biblia pasaron doce aos (1452), y otros cuatro ms hasta ver terminada la obra completa. No sorprende que durante este largo proceso de inversin sin apenas rendimientos inmediatos acrecentara a sus deudas, terminando por ser embargado y verse privado de la imprenta que lo hizo famoso, que qued en mano de sus acreedores, quienes con la venta de la Biblia aumentaron en cinco veces su inversin inicial. Entre 1455 y 1500 se encargaron ms de doscientas ediciones de la Biblia. Debido al prestigio de lo antiguo, los profesionales de la cultura desdearon el libro impreso, a pesar de sus ventajas como instrumento para la difusin de la cultura. Biblifilos tradicionalistas como Federico de Urbino se hubiera avergonzado de admitir un libro impreso en su biblioteca. Se consideraba que los libros producidos por las maquinas era menos valioso que los manuscritos copiados artstica y pacientemente en los conventos. Esto explica el desliz de Gutenberg y su socio Fust, que les pudo salir caro. En su deseo de amoldarse en la medida de lo posible a la edicin manuscrita de libros, Gutenberg imit en todo la forma de estos. Emple letras gticas parecidas a las de los manuscritos, dispuso el texto en dos columnas por pgina, decor cada pgina con orlas e iniciales pintadas a mano y utiliz piel en lugar de papel para hacer pasar sus libros por manuscritos4. Este ardid hizo que se descubriera el fraude y tanto Gutenberg como su socio estuvieron a punto de ser condenados a la hoguera. Los inquisidores, sin embargo, no encontraron pruebas suficientes para condenarlos y por ello es que en la actualidad existen en el mundo cuarenta y seis ejemplares de la primera Biblia que imprimieron. Segn un testigo contemporneo, Enea Silvio Piccolomini, la primera edicin de la Biblia const de 158 a 180 copias. Fue el primer libro que se imprimi tras la invencin de la imprenta de tipos fundidos. El texto de esta Biblia corresponde al de la Vulgata latina. Conserva toda la belleza de los manuscritos a la vieja usanza, pero representa la primera noticia de la modernidad. La Biblia de Gutenberg suele ser conocida tambin por el nombre de Biblia de Mazarino, pues el primer ejemplar del que se tiene noticia fue descubierto en 1760 en la biblioteca propiedad del clebre cardenal francs Julio Mazarino. Consta de dos volmenes tamao gran folio, de 324 y 319 pginas, respectivamente. Es llamada igualmente Biblia de cuarenta y dos lneas, por el nmero de filas de que constan las dos columnas con las cuales est diagramada. Se considera uno de los libros ms hermosos publicados en el mundo. La primera piedra ya haba puesta y resistido la prueba. Slo diez aos despus, en 1466, se aprob en Estrasburgo la impresin de la primera Biblia

    4 El libro impreso adquiri la fisonoma actual durante el primer tercio el siglo XVI en Italia y en Francia con la adopcin definitiva de las escrituras romana e itlica y el abandono de la gtica.

  • 9

    en lengua verncula, en este caso alemn, para alcanzar al creciente nmero de personas alfabetizadas, pero sin entendimiento del latn. El ejemplo cundi rpido, en 1477 ya se venda en Venecia una versin en italiano; en 1477 en holands, y en 1500 haba treinta ediciones vernculas en seis lenguas. Estas Biblias tuvieron un efecto poltico inesperado. Conferan estabilidad a las lenguas en que se impriman, reforzando as la unidad y el poder de los gobernantes de cada comunidad lingstica. Entre 1478 y 1571, y pese al hecho de que Estonia, Letonia, Lituania, Gales, Irlanda, el Pas Vasco, Catalua y Finlandia estuvieron incluidas en la esfera de influencia econmica de otras comunidades lingsticas ms potentes, pudieron mantener y aun afianzar su identidad nacional gracias a disponer de sus propios versiones de la Biblia. Las lenguas en las que no se imprimi la Biblia desaparecieron o quedaron reducidas a dialectos provinciales, subordinadas a la lengua poltica o econmicamente dominante en su rea5. La circulacin de miles de ejemplares de la Biblia en el idioma del pueblo, hizo posible que muchos cristianos pudieran tener acceso directo al contenido de la misma, sin tener que limitarse a los sermones del prroco. Aument el prestigio de la palabra escrita, las palabras se las lleva el viento, la palabra impresa causaba una mayor impresin, es como si los caracteres dibujados sobre un papel confirieran vida y autoridad a las cosas representados por ellos. Como siglos ms tarde ocurri con el invento de la televisin, parece que quien no sale en este medio, no cuenta ni existe. A estas alturas considero conveniente hacer una observacin. A muchos puede sorprenderles la difusin de la Biblia en el idioma del pueblo antes de la Reforma, pues, segn la creencia popular, la introduccin de la Biblia en lengua vernacular en la Iglesia es un logro de Lutero y del resto de los reformadores; que antes de ellos la Biblia slo era accesible en latn, que es tanto como decir que estaba cerrada al pueblo, pues slo los clrigos y hombres de letras podan entender esta lengua. Alemania, que era unos de los pases mas avanzados de su da, tena en circulacin no menos de catorce ediciones de toda la Biblia en el alemn superior e inferior y una en dialecto suizo durante las ltimas dcadas del siglo XV y las primeras del XVI, todas traducidas de la Vulgata. Una comparacin cuidadosa de estas versiones impresas en el idioma vernculo, demuestra que las primeras ediciones fueron producciones independientes, pero a medida que las ediciones fueron sucedindose el texto se asimil gradualmente hasta que lleg a surgir la Vulgata alemana que se us indistintamente por los adherentes a la Iglesia medieval y por los que disentan de ella. Su popularidad se muestra que sin bien la mayora de estas versiones quedaron desplazadas en su mayora por la traduccin de Lutero, de ninguna manera fueron anuladas por completo. Los anabautistas, por ejemplo, retuvieron la versin de la Vulgata alemana hasta mucho tiempo despus de la publicacin de la versin de Lutero, y estas Biblias alemanas de la prerreforma se encontraban en uso casi 200 aos despus de la Reforma6.

    5 James Burke y Robert Ornstein, Del hacha al chip, pp. 153-154. Planeta, Barcelona 2001. 6 T.M. Lindsay, La Reforma en su contexto histrico, pp. 164-165. CLIE, Terrassa 1985.

  • 10

    Pero la imprenta no slo acerc la Biblia al pueblo, sino que hizo accesibles tambin multitud de libros de espiritualidad, especialmente la Imitacin de Cristo, de Toms de Kempis, que alcanz una difusin extraordinaria7, y otros libros de notables msticos, que ejercieron una influencia saludable, al tiempo que revolucionaria, sobre una cristiandad cansada de los papas del renacimiento, ms semejantes a seores de la guerra que a los representantes del sencillo y pacfico Jess de Nazaret. La lectura produjo un aumento genuino de la religiosidad popular, que pronto cay en la cuenta de la disparidad entre las cualidades espirituales de los primeros discpulos y apstoles de Cristo y los obispos y pastores de la iglesia entregados a intereses mundanos y de poder. Los altos cargos de la Iglesia alemana estaban monopolizados por la aristocracia, con los habituales abusos de simona y nepotismo escandaloso. Adems de disfrutar pinges rentas y de ocupar muchas tierras que el pueblo, cada vez ms numeroso, necesitaba, solan gobernar tambin los correspondientes territorios con derechos sobre la vida o a muerte de sus pobladores. En estas circunstancias, la Iglesia fue totalmente incapaz de ofrecer paz, consuelo e ilustracin a un mundo angustiado y a la vez despierto a la necesidad de un cristianismo no ritualista sino interior por la lectura de la fuerte tradicin mstica de un Eckhart o un Tauler. El mismo Lutero estaba muy influido por la teologa mstica germana. La erudicin humanista, por su parte, exiga reformas doctrinales conforme a un estudio ms exacto de la Biblia y de los Santos Padres. Erasmo, con su edicin crtica del Nuevo Testamento griego (1516) y sus glosas sobre palabras tan fundamentales como ecclesia y presbyter, sirvi para poner de manifiesto la enorme diferencia que haba entra la Iglesia primitiva y la Iglesia de entonces. El fcil acceso a la adquisicin de libros produjo una tremenda transformacin espiritual en todas las capas sociales de la sociedad, renovando el inters por la teologa en cuanto principal preocupacin intelectual del hombre producido por la Reforma, no slo el erudito, sino tambin el campesino y el ama de casa. Los reformadores protestantes supieron aprovechar al mximo el don de la imprenta para esparcir sus ideas por todos los rincones de Europa, abiertamente o de contrabando. Wittenberg, pequea ciudad en la que viva y enseaba Lutero, se sum a las ciudades alemanas con tradicin impresora, y all, en el corazn del movimiento protestante, Melchior Lotter, hijo de un importante impresor de Leipzig, mont su taller de imprenta. En 1520 imprimi el manifiesto de Lutero titulado A la nobleza cristiana de la nacin alemana, del que hizo 4.000 ejemplares, vendidos con tal rapidez que pronto alcanz 15 ediciones. Lotter tambin imprimi, en 1522, la primera edicin de la traduccin del Antiguo Testamento hecha por Lutero e ilustrada con 21 grabados en madera de Luchas Cranach. La primera edicin constaba de 5.000 ejemplares, su xito fue tal que para 1546 se haban hecho 400 ediciones. Aprovechando el tirn, otro impresor, de nombre Hans Luft, tambin se estableci en Wittenberg e imprimi la primera edicin de la Biblia completa traducida por Lutero, de la cual lleg a imprimir 100.000 ejemplares en cuarenta aos. El xito de venta de los escritos de Lutero, contando manifiestos,

    7 La edicin prncipe de esta obra est fechada en 1473, dos aos despus de la muerte de su autor, y antes de terminar el siglo XV se haban hecho de ella noventa y nueve ediciones.

  • 11

    sermones y opsculos polmicos, fue tal que se calcula que durante el siglo XVI se llegaron a vender unos dos millones de ejemplares8. La Reforma haba encontrado su vehculo ideal para difundir sus ideas y llegar all donde era combatida a sangre y fuego. De golpe, las autoridades se dieron cuenta que la imprenta era una arma de doble filo, porque haca ms efectiva la disidencia y la propaganda contraria a la creencia tradicional. El tremendo volumen de letra impresa representaba una amenaza potencial y gravsima para la estabilidad y el conformismo social. La Iglesia catlica reaccion frente a este diablico ars artificialiter scribendi de Gutenberg, prohibiendo en 1559 las traducciones vernculas de la Biblia, hechas por protestantes desde los idiomas originales del hebreo y el griego, e imponiendo la censura a la publicacin de libros. El negocio de la impresin era rentable, pero se volvi peligroso a causa de las luchas entre catlicos y protestantes. Algunos impresores importantes fueron ahorcados por imprimir libros peligrosos para las ideas reinantes. Carlos V prohibi leer la Biblia en versin distinta de la Vulgata latina y amenaz con fuertes castigos a los que imprimieran, copiaran o leyeran obras de herejes. Algunos impresores de los Pases Bajos pagaron con su vida las publicaciones que hicieron a favor de la Reforma: Adrin van Berghen (1542), Jacob van Liesvelt (1545) y Nicols van Oldenborch (1555). Tambin universidades como la Sorbona y las de Lovaina y Colonia lucharon denodadamente contra los libros con doctrinas heterodoxas. En Pars, por ejemplo, el Parlamento, de acuerdo con la Sorbona, orden la quema de libros de Calvino y otros herejes (1543). Fueron muchos los impresores franceses que huyeron a la Ginebra protestante por motivos religiosos. Religiosidad, lectura y progreso social La estrecha vigilancia a que fue sometida la impresin de libros por parte de la Iglesia catlica, la aparicin, a raz del Concilio de Trento, de la Sagrada Congregacin del ndice, cuya misin era la confeccin de una lista o ndice de libros prohibidos a los fieles, acab produciendo la decadencia del libro al final de la centuria en los pases fieles a Roma. En las comunidades protestantes, por contra, se despleg un afn de alfabetizacin con vistas a que cada creyente pudiera leer por s mismo la Palabra de Dios. Hay quien se quejaba que ahora todo el mundo quiere leer y escribir. En los pases catlicos se volvi peligroso ser hombre de letras, y se aliment el prejuicio popular de que la lectura de libros es insana, hasta el punto de volver loco al que la ejerce, como le ocurri al bueno de don Alonso Quijano, conocido por Don Quijote de La Mancha, prejuicio que, por otra parte, tiene un precedente en la actitud del procurador Festo frente a los misioneros cristianos del primer siglo: Ests loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco (Hechos 26:24). Los pases que abrazaron la Reforma protestante propiciaron el culto al libro impreso. Las autoridades protestantes fomentaron entre sus sbditos un sentimiento de cultura e identidad nacional gracias al nuevo sentido de la historia y de la religin generado por la imprenta. La Holanda calvinista, mal dotada por la naturaleza, de clima ingrato, vientos fuertes, inviernos duros,

    8 Vase Hiplito Escolar, Historia del libro, pp. 318-324.

  • 12

    escasa superficie terrestre conquistada al mar, se coloca a la cabeza de la civilizacin cultural y mercantil, de modo que este perodo ha sido calificado por los propios holandeses como su Siglo de Oro. Le sigue Inglaterra, Suiza, Escandinavia. Escocia, sumergida en un pasado semibrbaro, sobresale por sus universidades como la Atenas de Europa, gracias a la labor iniciada por John Knox y sus seguidores9. Frente a los santos ejemplares del catolicismo, representados con un crucifijo en la mano, o con un rosario, los principales artfices de la Reforma y sus predicadores, aparecen invariablemente con un libro en la mano, las Sagradas Escrituras, que justifica e identifica el sentido de sus vidas y de sus empresas. Contraste notable que ha sabido captar magistralmente el catedrtico de la Universidad Pontificia de Salamanca, Olegario Gonzlez de Cardenal, cuando dice: La imagen del humanista o del reformado, con la cabeza enhiesta y el libro fuertemente cogido entre su mano, es el smbolo de la nueva poca y del acceso individual a la verdad de Dios desde la propia conciencia, leyendo directamente en el libro la revelacin de Dios a la propia vida sin necesidad de iglesia que lo interprete. El libro se convierte as en el arma del individuo frente al poder, de la libertad interior frente a la autoridad exterior, de la conciencia que interpreta por s misma frente al sacerdote o letrado que imponen desde fuera una interpretacin. Aprender a leer, se convirti sobre todo en una necesidad para tener acceso a la revelacin de Dios y con ello a la libertad de conciencia, y desde ambas a la soberana frente a todos los poderes de este mundo, que quieren dictar impositivamente la verdad10. El cambio de hbitos culturales y religiosos produce igualmente un cambio en la economa y el comercio, que tambin se desplazaron del Sur al Norte, en un memorable cambio de geografa histrica que se traslada de los pases mediterrneos a los del bltico. El servicio particular del protestantismo fue unir las finanzas a la vida religiosa y convertir el ascetismo apoyado por la religin en una empresa para la concentracin en bienes terrenos y progreso del mundo. El protestantismo descans firmemente en las abstracciones de la imprenta y el dinero11. Lutero pidi a los consejeros de las ciudades alemanas que no repararan en esfuerzos ni en dineros para establecer buenas bibliotecas en edificios adecuados, compaa que fue apoyada por Melanchton. Como consecuencia surgieron pequeas bibliotecas en las iglesias y a las bibliotecas municipales que empezaron a crearse en Alemania en el siglo XV se sumaron otras, como las de Ulm, Magdeburgo, Lindau, Nuremberg, Augsburgo y Hamburgo. El duque Julius de Brunswick Wolfenbttel (1568-86), que al hacerse cargo del ducado declar el luteranismo religin oficial, fue fundador de esta notable biblioteca, que fue aumentando con el paso del tiempo y lleg a contar con un famoso bibliotecario, Gottfried Wilhelm Leibniz12. 9 Estudiantes procedentes de toda Europa y muchos de Amrica, marchaban a estudiar a Escocia atrados por las universidades reformadas de Edimburgo y Glasgow (Alan Bullock, La tradicin humanista en Occidente, p. 58. Alianza Ed., Madrid 1989). 10 Olegario Gonzlez de Cardenal, El libro en las religiones, en La cultura del libro, p. 204. Ed. Pirmide, Madrid 1983. 11 L. Munford, op. cit., p. 58. 12 Hiplito Escolar, Historia de las bibliotecas, p. 221. Ed.Pirmide 1985.

  • 13

    En 1686 la Iglesia luterana, apoyada por el Estado sueco, emprendi una amplia campaa de enseanza de la lectura, para que todos los fieles puedan aprender a leer y a ver con sus propios ojos lo que Dios ordena y manda a travs de su sagrada Palabra, que refleja a la perfeccin el sentir y el espritu de la religiosidad evanglica. De ah que el clero de las parroquias se encargue de la obra de alfabetizacin; de ah que se hagan exmenes peridicos, con motivo de las visitas parroquiales, para verificar las capacidades de lectura y los conocimientos catequsticos de los fieles Escocia est entre los primeros de la Europa que saber firmar, por lo menos respecto de los varones el pas. Segn los testimonios recogidos en 1742 por el pastor evangelista de Cambuslang, la parroquia epicentro de la renovacin religiosa o avivamiento que conmueve entonces a la Iglesia de Escocia, todos los fieles, hombres y mujeres, cuando son interrogados sobre su libro religioso, declaran que han aprendido a leer; aunque solo el 60 por ciento de los varones y el 10 por ciento de las mujeres indican que saben escribir. Los pases protestantes no son slo los que ms leen, tambin estn en cabeza de la Europa que tiene el libro en propiedad. En los inventarios que incluyen libros a mediados del siglo XVIII en las ciudades protestantes de Tubinga, Espira y Francfort, constituyen respectivamente el 89, el 88 y 77 por ciento del total de inventarios. Es grande, por tanto, la diferencia respecto de las ciudades francesas de la zona catlica, ya sea la capital (en la dcada de 1750 solamente el 22 por ciento de los inventarios incluyen libros) o las ciudades de provincia (en nueve ciudades del oeste francs, el porcentaje es del 36 por ciento en 1757-1758; en Lyon, es del 35 por ciento en la segunda mitad del siglo). En cambio la diferencia es pequea respecto de otras tierras protestantes incluso mayoritariamente rurales como, por ejemplo, las de Amrica. A finales del siglo XVIII, el 75 por ciento de los inventarios en el condado de Worcester (Massachusetts), el 63 por ciento en Maryland y el 63 por ciento en Virginia sealan la presencia de libros lo cual manifiesta una buena progresin en relacin con el siglo precedente, durante el cual, en esas mismas regiones, el porcentaje era slo del 40 por ciento. La frontera religiosa resulta decisiva para diferenciar dos tipos de relacin con la propiedad privada del libro. Nada mejor para mostrarlo que la comparacin de las bibliotecas de las comunidades en una misma ciudad. En Metz, entre 1645 y 1672, el 70 por ciento de los inventarios de los protestantes indican libros, contra solamente el 25 por ciento de los inventarios de los catlicos. Y la diferencia es siempre muy acentuada cualquiera que sea la categora profesional que se considere: el 75 por ciento de los nobles reformados tienen libros, pero slo el 22 por ciento de los nobles catlicos estn en el mismo caso, y los porcentajes son del 86 y del 29 por ciento en las profesiones relativas a la justicia, del 88 por ciento y del 50 por ciento en las profesiones mdicas, el 100 y del 18 por ciento entre los que desempean cargos pblicos menores, del 85 y del 33 por ciento entre los comerciantes, del 52 y del 17 por ciento entre los artesanos, del 73 y del 5 por ciento entre los burgueses y del 25 y del 9 por ciento entre los jornaleros y los trabajadores agrcolas. Los protestantes, que cuentan con el mayor nmero de propietarios de libros, son tambin los que ms libros poseen: los reformados miembros de profesiones liberales tienen, por trmino medio, tres veces ms libros que sus colegas

  • 14

    catlicos, al igual que los comerciantes, artesanos y titulares de cargos pblicos menores; y, entre los burgueses, el avance es an ms fuerte, con bibliotecas calvinistas diez veces ms provistas que las de los catlicos13. Con el tiempo, la imprenta hizo posible no slo la transmisin de un acrecentado cuerpo de conocimientos, sino que modific sustancialmente la psicologa de los pueblos respecto al poder y la autoridad de la palabra impresa, dando lugar a nuevas formas de religin y relacin social. ALFONSO ROPERO BERZOSA Editor General de CLIE

    13 Roger Chartier, Las prcticas de lo escrito, en Historia de la vida privada, Dirigida por Philippe Aris y Georges Duby, tomo 5. Taurus, Madrid 1991.

  • 15

    I

    PATRICIOS Y BURGUESES

    - Buenos das, Federico - Buenos, maestro Hans. Federico Gensfleisch era uno de los patricios de Maguncia, la ciudad alemana a orillas del Rin. ltimamente haba contrado matrimonio con una mujer rica de la misma ciudad, Elsa Weirichin zum Gudenberg, hermosa y encantadoramente seductora. Elsa haba aportado con su dote la casa solariega de los Gudenberg en Maguncia. Maestro Hans era uno de los burgueses de la ciudad, espa de su propia clase social y protegido de los patricios. Durante aos, burgueses y patricios andaban a la grea. Era la lucha de una clase social contra otra, desesperada en algunos momentos, con fases sangrientas otras. Los burgueses en armas haban encendido la guerra civil haca unos meses; la paz de ahora era slo una tregua. Hasta cundo? Nadie poda decirlo. Los patricios defendan sus posiciones de privilegio; los burgueses, en cambio, no se daban por satisfechos. El ambiente estaba cargado de odios. - Creis, amigo Hans, que volveremos a tener guerra? Hans no contest. Tena la costumbre de meditar sus palabras, y en ese momento necesitaba esa pausa mental. Federico le miraba fijamente, queriendo escrutar en los ojos del espa lo que las palabras no decan. - Decid, Hans: qu sabis? Me interesa. Elsa va a ser madre y por nada del mundo quisiera que su vida se viera perturbada. Vos sabis que los burgueses me odian, que en la anterior revuelta me salv por verdadero milagro. - No s nada de cierto - contest Hans con titubeo -. Rumores, muchos: toda Maguncia est llena de rumores. Es posible que un da, un da cualquiera, nos despertemos con sangre. Los burgueses no estn satisfechos; en casa de Schaab se conspira, y se dice incluso que se ha fijado fecha para asaltar el palacio del Elector. - El Elector es hombre enrgico y har un escarmiento. Hans no contest. Su actitud taciturna no inspiraba mucha confianza a los patricios, pero hasta aquel momento no tenan ninguna queja de sus servicios. Se haba portado bien en la ltima revuelta: gracias a su oportuno aviso, los Gudenberg pudieron salvar sus vidas. Si Federico estuvo en peligro, fue por su terquedad en esperar hasta ltima hora: no crea en el triunfo, aunque fuese momentneo, de los burgueses. Y cuando vio la turba, ebria de sangre, que arrastraba por las calles los cadveres mutilados de los patricios cogidos prisioneros, fue cosa de segundos que no cayera en poder de la chusma revolucionaria. Por un subterrneo del palacio Gudenberg logr escapar junto con Hans y su amada Elsa. Aun pudo or los gritos de los que asaltaban su casa. Se mordi los puos de rabia. No era hombre que se entregase fcilmente. No lo senta por la prdida material de lo que dejaba atrs, sino

  • 16

    porque la casa de los Gudenberg no era de su patrimonio, sino lo ms apreciado por su esposa, porque en ella naci su Elsa como antes haban nacido sus antepasados. -Perdonad, Hans, si odio a los de vuestra clase -dijo Federico, dando una cariosa palmada a su amigo. Hans no contest: se limit a matar una sonrisa que apenas naci a flor de sus carnosos labios. Baj la mirada y durante unos segundos estuvo como preocupado jugando con un papiro que intentaba sostener encima de la mesa. - Odio a los de vuestra clase porque ellos me odian. Pero a vos, Hans, a vos no os odio. Sera un crimen odiaros. Jams podr odiaros. No olvido, ni lo olvida mi esposa, que nos salvasteis la vida; esto no se paga nunca... Gracias! Y con la exclamacin, Hans mostr, junto con una leve sonrisa, sus ojos como baados en lgrimas. Al parecer, las palabras de Federico le haban conmovido. - Soy vuestro amigo, Hans. Hoy mismo voy a preocuparme de vuestro caso. Es justo que el Elector tenga en cuenta vuestros servicios. No pagaris contribucin: los Gudenberg son odos en el palacio del Elector. Hans, por toda contestacin, bes la mano de su amigo. Federico quiso impedirlo, pero no pudo. - No, no esto no! -dijo Federico cariosamente -. Vos me habis salvado y yo slo os prometo unos beneficios que no tenis. Un Gudenberg no promete en vano: no pagaris contribucin. - Contad con mi lealtad. Os he servido y os servir siempre -contest Hans sin levantar la mirada de la mesa. - Ahora se trata -aadi Federico bajando la voz, como temeroso de ser descubierto- de conocer los planes de los que se renen en casa de Schaab. No podemos confiarnos. Prevenir a tiempo es ganar la batalla sin derramar ni una gota de sangre. La leccin de la ltima revuelta no se ha dado en vano. Estuve a punto de caer como cayeron tantos de los nuestros. Los burgueses no son ya unos pobres diablos a quienes se puede dejar gritar, de vez en cuando: son una fuerza que a veces lo arrolla todo. - Yo creo que por ahora no hay peligro. Se dice que quieren nombrar a Donald consejero, y nada ms se limit a contestar Hans. - Nada ms? Donald es el enemigo, el jefe, el burgus con talento que conduce a los suyos. Fue un error no quemarlo cuando tenamos todo el poder en nuestras manos. Federico not que sus palabras haban afectado a Hans, quien al fin y al cabo era burgus, y por lo tanto, en el fondo, partidario de Donald. Quin era Donald y qu pretenda? Era el jefe de los burgueses frente a los patricios. Hombre culto, enrgico, de facciones duras y de complexin fsica recia, se impona con slo unas palabras. En las reuniones en la trastienda de Schaab, cuanto propona era ley para los suyos. Dirigi la ltima revuelta y se le perdon la vida porque la victoria de los patricios fue indecisa desde los primeros momentos. Quizs el Elector hubiera aplastado a la turba, pero la duda hizo temblar a la clase dominante. Se pact una tregua. La paz era semilla de una nueva guerra. Los burgueses vean que los patricios no tenan la fuerza de antao y no se sentan

  • 17

    satisfechos. Qu pretendan ahora? Nada menos que elevar a Donald al cargo de consejero. - La hoguera es necesaria, Hans - dijo Federico acaricindose la barba como queriendo suavizar sus propias palabras -. Es necesaria; no comprenderlo as es una locura. Lo dije entonces, y no se me escuch. Van a pagar muy cara su tozudez. Tozudez? No: su cobarda. Cobardes! Eso es lo que fueron entonces los que votaron la tregua. Yo no la vot. Queran guerra? Pues guerra! No podemos quedar burgueses y patricios en pie y a un mismo nivel. Entre una y otra clase hay un abismo, y este abismo siempre existir. Hans escuchaba el discurso de su amigo sin hacer ningn comentario. Haba desenrollado el papiro y examinaba una xilografa estampada. - Ya veo que no me prestis atencin - dijo Federico poniendo su mano suavemente en el hombro de Hans. Hans, como despertando, levant sus ojos y sonri maliciosamente. - Conozco vuestras ideas -aadi-. No sois hombre que cambiis. Es mi orgullo sentirme y saber ser patricio. Hans, creyendo ver una alusin a su felona, ya que se finga adicto y entusiasta de su propia clase mientras la traicionaba, se turb y enrojeci. Federico, poniendo su mano sobre la de Hans, le dijo: - Es mi orgullo sentirme y saber ser patricio. Lo he dicho y lo repito Hans, pero ser patricio no es ser burgus. Si yo lo fuera, jams manchara mi conciencia juntndome con los asesinos. La felona es a veces un timbre de gloria. Os podran llamar traidor a los vuestros, pero vos, Hans, en la traicin hallis vuestra propia dignificacin. Si no fuera as no entrarais en mi casa, ni un Gudenberg estrechara la mano de un Hans. Para m, para mi esposa, para mis amigos, vos, Hans, sois un patricio. -No merezco tanto -dijo confuso el burgus. -Merecis ms. Ojal todos los patricios fueran tan nobles como vos! La traicin nos ha llevado a esta vergenza de que ni en el palacio del Elector nos hallemos seguros. Ya lo visteis en la tregua. Se pact con el enemigo. Y los que murieron? Y los que vieron sus palacios destruidos? Todo se ech al olvido. No no! A esto no hay derecho. Vot la guerra y no me arrepiento. El fuego, la muerte son dolor, pero no hay resurreccin sin calvario. Hubiramos salido fuertes de la prueba, y hoy vivimos en agona. Qu espantosa agona! Ahora tiemblo como un nio, y no es cobarda, Hans, no es cobarda. No he conocido la cobarda. En el peligro me siento fuerte, y ahora temo. Mi mujer, mi Elsa, mi adorada Elsa, va a ser madre. Que venga en paz el hijo esperado! No concibo la alegra de un hijo en el ruido de la lucha; es un rayo de sol en la tempestad, pero slo un rayo y yo anso la felicidad de un cielo puro en la paz de la tierra. Hans, t has de investigar; t, mi amigo de siempre, has de decirme si puedo quedarme en Maguncia. Despus..., despus..., una vez nacido mi hijo, otra vez a la lucha, otra vez fuerte, otra vez al frente de los mos. Pero ahora, santo Dios!, una tregua. Una tregua ahora sera mi felicidad!...

  • 18

    II

    EN UNA MAANA DE MARZO DE 1397...

    Marzo de 1397. En casa de Federico es da de gran fiesta: ha sido bautizado "el pequeo", como cariosamente le llaman sus padres. Un nio, un precioso nio, ha venido a alegrar la vida de Federico y Elsa en el palacio de los Gudenberg. La flor y nata de los patricios de Maguncia est reunido en el banquete para celebrar la alegra de los padres felices que han hecho cristiano a su pequeo. - Brindo por vos, Elsa, y por ti, Federico, para que Dios os conserve la gloria de este hijo - dijo Daniel Falk, uno de los patricios ms insignes en la vida maguntina. Elsa y Federico se sentan felices, y as se mostraban. Ella sonrea, con esta sonrisa divina de las madres y que slo las madres tienen; l acariciaba con la tierna mirada a la mujer adorada que lo era todo en su vida y que le haba dado lo que ms apreciara desde aquel momento: un hijo. Un hijo al que los padres ya soaban en un hombre, en un patricio, en un continuador de la tradicin de la casa solariega. - Yo espero que "nuestro pequeo" ser un da estampa viva de nosotros, que nos sentiremos orgullosos de l - dijo, sonriendo satisfecho, Federico. Y aadi-: Elsa es una mujer divina, es una madre ideal; sabr moldear "nuestro pequeo", hacerle hombre. Elsa ha esperado tanto el momento de ser madre, ha pensado tanto en su deber de madre, que tengo una fe ciega en ella. Te entrego mi hijo, mujer -y al decir esto dirigi la ms dulce de las miradas a su esposa. Ella no contest. Un rictus en sus labios reflej la honda emocin de su alma, esa emocin que a veces es llanto, pero que llanto o sonrisa, siempre es placer del espritu, la dicha ms pura, una bendicin de Dios para los buenos. Federico, levantando su copa de vino del Rin, dijo: - Patricios, amigos: la vida es breve; pasar por ella sin la alegra de un hijo. Sera como no dejar huellas en el camino: vivir en vano. Y ni yo ni mi Elsa hubiramos querido vivir en vano. Al levantar mi copa brindo por ti, mujer, y por el fruto que tu seno me ha dado. Bendita seas y que Dios proteja al que amamos ms que a nosotros mismos. Que lo haga fuerte y que lo haga bueno, noble y digno, que jams sea vilipendio de nuestro nombre, sino orgullo de todos nosotros. No deseo nada ms, porque s que esto es desearlo todo, porque para los padres no hay orgullo mayor que el orgullo de mirarse en un hijo. Y entonces, levantando los ojos al cielo como en oracin, como en xtasis, exclam: - Dios de bondad, gracias! Gracias, s, porque me habis dado cuanto os he pedido, cuanto os hemos pedido en estos eternos nueve meses de la

  • 19

    gestacin: un parto feliz y un hijo. Gracias, Seor. Es tan poca cosa una palabra que a veces no es nada y a veces lo es todo. En mi gracias, Seor!, hay toda la ms honda expresin de un alma. No sabra deciros ms, Dios de bondad, ni creo que sea necesario deciros ms. Vos veis nuestras almas y sabis que tanto en la de mi esposa como en la ma reinis en reino de amor y de adoracin. Luego, dulcemente, con voz apagada por la emocin, abrazando con la mirada a todos sus amigos, aadi: -A vosotros, amigos, mis buenos amigos de siempre, en la alegra y en el pesar, en el triunfo y en la desgracia, os dejo a mi hijo si un da llegramos a faltar. Nos pertenece a todos; los hijos de un patricio son nuestros hijos; jams permitiremos que un hurfano de unos amigos nuestros tenga que descender a la vileza de ganarse el pan con su trabajo manual, como un vulgar burgus. Esto no sera una desgracia, sera un vilipendio para todos. Los patricios de Maguncia no ofenderemos jams a Dios con una ingratitud y un olvido de nuestros deberes de clase. No os pido un juramento de proteccin para mi hijo. Pedirlo sera una ofensa y no la merecis. Sin embargo, al terminar de hablar Federico, se levant Juan Tefilo Fichte, el patricio ms anciano, y en nombre de todos exclam: - En el nombre de Dios, juramos amar y proteger a tu hijo como si fuera un hijo nuestro. Elsa y Federico no musitaron ni una palabra. Los ojos dicen a veces ms que las palabras, y ahora era as. Elsa, ms dbil para contener sus afectos, baj la frente para disimular las lgrimas que brotaban de sus ojos en silencio. Eran lgrimas de alegra y no de dolor, lgrimas que rejuvenecen como roco de vida. Federico, fuerte en su ternura, pudo contener el torrente de emociones que pugnaban por salir afuera. Hubiera querido dar testimonio de la honda gratitud por el juramento que haba prestado en nombre de todos Juan Tefilo Fichte. Pero no supo decir nada. Para qu? El silencio es tambin un lenguaje, un lenguaje sin palabras; cuando queremos expresar el hondo cario que sentimos por un hijo adorado, un beso, un solo beso, es todo un poema de ternura. Un beso es tambin el ms sincero testimonio del hombre y de la mujer en sus amores; el lenguaje de las hondas emociones no es la palabra, sino el gesto, la mirada, la sonrisa, las expresiones tristes o alegres del rostro. Y as hablaban a sus amigos, Elsa y Federico en una maana de marzo de 1397. All, en el piso primero de la mansin, entre ricas telas, descansaba dulcemente un delicioso mueco de carne. Un ngel? Para Elsa s lo era. Un ngel! Qu reservar el destino al hijo amado? El olvido? La gloria? Ah! Si en aquel momento la madre cariosa y el padre feliz hubieran podido leer el porvenir por concesin divina, qu felicidad!: - Tu hijo ser, mujer dichosa, un hombre afortunado, el mayor entre los mortales. Vuestro hijo recibir la inspiracin de Dios para dar a los hombres el mayor de los tesoros, el Arte de las Artes: la imprenta! As se habra ledo en el libro del porvenir. Pero Elsa y Federico, mortales como todos, sin la inspiracin divina, slo vean en su hijo lo que se ve a travs de los ojos del cuerpo, lo que ven los padres en sus hijos: la carne de su carne, la felicidad de su felicidad, el tesoro mayor de su tesoro. Los ojos del alma hacia

  • 20

    lo lejos estaban ciegos. Slo Dios saba el camino de gloria que seguira el pequeo patricio de los Gudenberg, al que un da el mundo entero venerara en eterna de gratitud: - Gloria a ti, noble ciudadano de Maguncia, Juan Gutenberg! Gloria a ti, inventor de la imprenta! stas son palabras de la Humanidad a travs de los siglos. Elsa y Federico eran ya demasiado felices para que Dios les diera por aadidura la suprema felicidad de conocer el maana... Y eran tan dichosos, que al morir el da no olvidaban nunca, en su fe cristiana, el deber de elevar los ojos hacia El que Todo lo Puede para testimoniarle, en la filigrana de una oracin, la gratitud honda y sincera de sus corazones de padres baados por la sonrisa del hijo amado, sano y alegre, imagen de su imagen.

  • 21

    III

    MAGUNCIA EN LLAMAS

    - Mi buen amigo Federico, no veo, la salvacin en nada -deca Juan Tefilo Fichte, quien expona la grave situacin de Maguncia en aquellos momentos. - Madre, no temis, se exagera -aadi un joven de veintitrs aos, abrazando cariosamente a Elsa. Al verlos as, unidos madre e hijo, nadie hubiera dudado ni por un momento que aquellos dos seres se adoraban. Elsa haba forjado, como saben hacerlo las madres, un hijo bueno, y el hijo la idolatraba. Bien saba l que los burgueses odiaban a sus padres. Por qu? El odio y el amor existen y a veces no se sabe cmo nacen. Maguncia estaba dividida en dos bandos: a un lado, los burgueses contra los Gudenberg; en el otro, los patricios al lado de los Gudenberg. Pero el hijo no deca a su madre toda la verdad. Es tan piadosa y buena la mentira cuando con ella se hace el bien, que ya no es mentira, que no tiene ya el agridulce de la falsedad. Juan, que as se llamaba el hijo, no quera amargar a su madre. - Temo por ti, hijo mo -dijo Elsa, con el temor tan propio de las madres que no se acostumbran a creer que sus hijos son ya hombres y pueden andar por el mundo solos-. Temo por ti, "mi pequeo". - Pero, mujer - contest riendo Federico -, cundo vas a dejar arrinconado este "mi pequeo" que ya no cae bien en un hombretn como Juan? - Para m ser siempre "mi pequeo" - aadi Elsa, besando en las mejillas a su hijo. - Las madres, Federico -dijo Juan Tefilo Fichte-, no se conforman a perder a sus hijos, y para no perderlos, se figuran que son eternamente nios. La ma me llam siempre por mi diminutivo, y cuando estaba enfermo, lo deca con tanta ternura, que el diminutivo caa sobre mi alma con la dulzura de una cascada de besos... - Nosotras amamos de otra manera, amigo Fichte -replic Elsa mirando afectuosamente a su hijo, que respiraba salud por todos sus poros-. Los amamos como algo tan nuestro, siempre nios, que hacerlos hombres es perderlos. Los queremos nios, siempre nios, y como nios los tratamos y los amamos. Para m sers, hijo mo, el pequen de hace ms de veinte aos atrs, cuando vi por primera vez la luz de tus ojos en el dolor y la alegra del nacimiento. Dolor en lo fsico, que para ser madre, hijo del alma, toda mujer ha de pasar su calvario; y alegra en el espritu, porque tampoco nadie como una madre puede saborear el placer de ver junto a su seno lo que ms adora. Los hombres sois con los hijos grandes; las madres los queremos siempre nios. - Ah, Elsa! T no puedes detener el paso del tiempo -dijo Federico en tono amoroso-. Nos hacemos viejos; es triste hacerse viejo, pero es ley que se cumple en todos y en todo. Y al declinar, al llegar al ocaso, los hijos nos acompaan, ellos ascendiendo la cuesta de la vida hacia la plenitud, nosotros descendindola hacia el fin. Veintitrs aos atrs, en aquella maana de marzo

  • 22

    de 1397 en que hicimos cristiano a Juan, ramos nosotros tan felices como ahora, ni ms ni menos que ahora, pero sobre nosotros haba veintitrs aos menos. T sabes, Elsa, lo que representan veintitrs aos menos? Representan una parte de vida sin vivir, un hijo que empieza a dar sus primeros pasos. Hoy pesan ya estos veintitrs aos. Las ilusiones, el amor que nos profesamos, no han muerto, porque cuando ilusiones y amor han muerto, la vida no es ya bella. Pero han envejecido. Son otros, son tan viejos como nosotros: descienden tambin la curva hacia el fin. El hijo contina siendo adorado como entonces, pero el hijo no es ya un nio, sino un hombre. Un hombre que va a soar, a querer, a luchar, como nosotros lo hicimos; un hombre que ha de ir solo y al que no podemos ni debemos acompaar en su ruta. As es nuestro Juan, Elsa, as es: un hombre! Ya no es "nuestro pequeo". Pronto ser l el que nos acompaar en la vida, en esta vida en que el principio y el fin se tocan, en que niez y vejez se parecen como el roco de la maana al roco de la noche, como una gota de agua a otra gota de agua... - Padre, por qu pensar en esto? Vosotros sois jvenes siempre -dijo afectuosamente Juan, abrazando a sus padres y besando a ambos, empezando por la madre, a la que adoraba profundamente. Y aadi-: Y t, madre, para m jams envejecers. Tu rostro ha quedado estampado en mi alma con la luminosidad eterna de mi niez, cuando al empezar a darme cuenta de las cosas, te vea siempre a mi lado con tus labios junto a mi rostro, con la sonrisa que me detena el llanto y me haca exclamar: madre, madre ma! -Luego, dirigindose a su padre, que escuchaba embobado la ternura del hijo, aadi-: Y t, padre mo, no sers para m otro que el hombre enrgico y bueno que he hallado a mi lado desde m infancia. Federico y Elsa haban envejecido fsicamente. l continuaba con su energa, pero su alma no tena ya aquella arrogancia que le hizo temible entre los burgueses de Maguncia; ella siempre haba sido mujer temerosa, temblando ante el porvenir, y ms an cuando poda estar en peligro su hijo. Haba en realidad peligro? S, lo haba! Y mucho! El porvenir reservaba para los patricios la dura prueba de la destruccin, el fuego, el ultraje y el destierro. Los burgueses se haban unido, guiados por el talento de un Donald, y eran una amenaza que haba llevado el desasosiego en el nimo de los patricios de Maguncia. Federico continuaba con su intransigencia. No quera dar nuevos cargos a los burgueses, porque sera quedar en minora en el Consejo del Elector. Bastante haban transigido en los ltimos aos, tanto que era ya demasiado tarde para detener el alud que se echaba encima. Los burgueses no se contentaran con un cargo ms o menos. Queran dominar a los patricios, y era suicida no dar la batalla. Con la batalla podran vencer o perder; sin la batalla la derrota era segura. Un mes ms tarde del encuentro entre Federico y Juan Tefilo Fichte, la situacin empeor rpidamente. Y un da, en septiembre de 1421, a las cinco de la madrugada, una patrulla de vigilancia en el palacio de Daniel Falk fue atacada y asesinada por unos cincuenta burgueses. Era la seal. Dos de los

  • 23

    asesinos fueron detenidos. Los patricios pidieron justicia en el palacio del Elector. - Seor, es necesario un escarmiento - peda Federico Gensfieisch al Elector, desoyendo los consejos de algunos patricios que consideraban ms acertada una transigencia -. La hoguera ser el mejor castigo para estos asesinos. No todos los burgueses la merecen, porque tambin hay burgueses dignos en Maguncia, pero si nos mostramos dbiles, no habr burgus que no se una al alud contra nosotros. Y entonces estaremos perdidos. Aun podemos salvarnos. La deliberacin dur siete horas. Pronto se supo en Maguncia que el tribunal haba condenado al suplicio a los dos prisioneros y luego a la pena de muerte, y que Federico haba sido el patricio ms intransigente de todos. La pena del suplicio se cumpli en los stanos de la mazmorra de Maguncia. El interrogatorio para conocer los nombres de los complicados en el movimiento que preparaban los burgueses no dio resultado. Los prisioneros se encerraron en un dramtico mutismo, y cuando ltigo del verdugo desgarraba sus carnes, quemadas por el fuego o abiertas por los garfios de los potros del tormento, no sala de aquellas bocas secas por la sed y el odio feroz ni una palabra acusadora, sino la blasfemia, la maldicin y la amenaza. Cinco horas despus de las torturas, les esperaba otro suplicio, definitivo: la hoguera en la plaza pblica de Maguncia. Los preparativos se haban hecho ante una multitud iracunda. Las patrullas de la guardia haban mantenido el orden a duras penas. Al ir a sacar los prisioneros de la mazmorra, una voz grit: A ellos! A ellos! Muerte a la guardia! Quin era? Pues ni ms ni menos que maestro Hans, el burgus a sueldo de los patricios, que al ver a stos en peligro, se lo jug todo a la carta contraria para hacer olvidar su traicin. A ellos!, gritaron miles de voces. Y como una tempestad, miles y miles de burgueses, convertidos en fieras por el odio ms feroz, se olvidaron de que eran hombres y despert en ellos la bestialidad ms espantosa. Lloviznaba. Todava no haban llegado los verdaderos fros de septiembre, pero el da estaba triste, como asocindose al dramatismo de la vida en aquella ciudad alemana. Empez la matanza. A las dos horas de la revuelta quemaban ya doce palacios de los patricios. En el de Juan Tefilo Fichte, una patrulla de burgueses haba saciado sus ansias de venganza ultrajando a una de las hijas, Eleonor, despus de asesinar a su padre. En el palacio de Daniel Falk, las turbas lo destruan todo. Mientras tanto, ms de mil burgueses empezaban el asalto a la mansin de los Gudenberg. Federico vio ya desde el primer momento que era intil toda defensa, pero esperaba... Qu poda esperar? Un milagro? Los milagros no son para los momentos de prueba que llegan a los hombres como castigo por sus desvos. Los patricios no haban sido siempre puros. Ante el tribunal de Dios deberan responder algn da de los abusos de poder. La revuelta -quin sabe- bien poda ser un castigo. Castigo o no, la revuelta era tremendamente espantosa. Odio, odio, odio! Y junto al odio, el suplicio, el ultraje, la muerte infamante. -Salvaos, pronto, salvaos! No perdis ni un minuto. Pronto! - grit Federico, dirigindose a su esposa y a su hijo.

  • 24

    Elsa y Juan titubearon. Vean el peligro y no queran dejar solo a Federico. Saban que aquello representaba la muerte. - Obedecedme - rugi Federico -. Al paso subterrneo; pronto, pronto... - Y vos? - pregunt llorosa la madre. - S. Y vos, padre? - aadi el hijo. - Yo vengo tambin... Pero primero dejadme. Hay un canalla a quien veo entre la chusma... Dejadme: vendr... Madre e hijo obedecieron. Conocan a Federico y saban que era inflexible en sus decisiones. La turba haba asaltado ya el palacio y lo destrua todo a su paso. Por un alminar, la voz de Federico se impuso en la algaraba: - Od! Od! El que os capitanea, maestro Hans, es un traidor. Os venda y nos ha vendido ahora a nosotros. Es un traidor! - rugi. - Falso! Miente!- grit Hans al ver mil rostros iracundos y mil armas en amenaza. - Podis odiarme, pero en Maguncia nadie duda de la palabra de un Gudenberg rugi de nuevo Federico desde el alminar. No: en Maguncia nadie dudaba de la palabra de un Gudenberg. La indecisin que las palabras de Federico produjeron en los asaltantes, fue inclinada contra Hans al gritar una mujer de la turba: -Muerte a los traidores! Y sin esperar otra induccin, el cuerpo de Hans qued verdaderamente cosido a pualadas y lanzado luego a la hoguera. Una vez ms se repeta la historia: la muerte vil es para los traidores, y Hans, el espa, lo perda todo en la ltima carta jugada. Federico aprovech los minutos y desapareci rpido por el subterrneo. Horas despus, junto con Elsa y su hijo Juan, lograba salir de la ciudad. Maguncia estaba en llamas Los burgueses haban triunfado, y con la revuelta, acababan de escalar al poder. Durante aos los patricios tendran que vivir en el destierro; Juan Gutenberg, que as se transform su nombre de Gudenberg, volvera aos despus a Maguncia para dar a la ciudad que le persegua, la mayor gloria: la invencin de la imprenta! Los Gudenberg, tan olvidados, que se vean ahora lanzados de su palacio en llamas y de su ciudad en armas contra ellos y los de su clase, volveran un da, mejor dicho: volvera tan slo uno de sus representantes, el joven Juan, que hua con nicamente lo puesto al lado de sus padres. Hua de ser patricio y volvera para ser burgus. Burgus? Un Gudenberg burgus? As sera! Ironas del destino! Pero Juan, el patricio perseguido, pisado casi por la muerte, dignificara a la clase que deseaba matarle, enaltecera a los que arruinaban a los suyos. Un Gudenberg, el joven Juan, catorce aos ms tarde ensayara un invento secreto. La imperiosa necesidad de ganarse el pan de cada da en el destierro, despertara en l un nuevo Arte para reproducir libros, ms prctico y rpido que la copia de manuscritos en los escritorios. Y este nuevo Arte sera la imprenta, modesta en sus primeros ensayos, pero luego suficiente como para poder imprimir la Biblia como lo hizo Juan Gutenberg, siendo la maravilla de su siglo y de todos los siglos. Sin la revuelta de Maguncia, habra sido Juan Gutenberg un burgus?

  • 25

    La pregunta queda sin contestacin. El destino tiene sus rutas marcadas y Juan Gutenberg sigui la suya. Y en el dolor del destierro, como en un crisol de purificacin, el patricio se convirti en hombre de oficio, y el hombre de oficio en inventor. La imprenta estaba en gestacin! El siglo de Juan Gutenberg sera el ms glorioso de la Humanidad, y un nombre quedara esculpido en el granito de la historia.

  • 26

    IV

    DE PATRICIO A BURGUS - Vuestra historia es muy interesante. - Maana la continuaremos; ahora a trabajar. Hablaban Martn Chemnitz, burgus de Estrasburgo, y Juan Gutenberg, el patricio huido de Maguncia, quien, refugiado en aquella ciudad alemana se ganaba el sustento construyendo chucheras que luego venda en las ferias. La vida era dura y amarga. Muchos das se ganaba lo justo para mal comer, y en otros ni a esto se llegaba. Pero Juan Gutenberg era un hombre de fe, y muertos sus padres, que no pudieron sufrir el destierro, la fe hizo milagros. El mayor milagro era que el joven patricio de un da, que conoci el esplendor de su palacio en Maguncia y el amor de sus padres, a quienes adoraba, pudiera resistir los embates de la desgracia sin caer desfallecido. Haba heredado la bondad y la ternura de su madre Elsa, y la terquedad, energa y constancia de su padre Federico. Estas virtudes venan a ser un contrapeso. La ternura sola es a veces un estorbo en la vida, pero la ternura, unida a la energa, resulta siempre un conjunto que hace a los hombres buenos y decididos al mismo tiempo. As era Juan Gutenberg al hallarse solo en la vida. - Sois un hombre hbil, Juan - dijo Martn Chemnitz examinando una de las ltimas chucheras construidas -. Al veros trabajar as, nadie dira que en vuestra juventud habais sido un patricio... - Lo que os demuestra - contest Juan Gutenberg estrechando afectuosamente a su amigo Martn - que los patricios no somos unos intiles como arman los burgueses. En la desgracia sabemos tambin ganarnos el sustento. - Vos sois una excepcin - contest Martn -. Muchos de los patricios expulsados de Maguncia se mueren de hambre. Y prefieren eso a trabajar. El trabajo manual, en el que vos sois un maestro, es un estigma para ellos. - Slo hay un estigma en la vida, amigo Martn - dijo sonriendo Juan Gutenberg-, y es ser un intil. La vida nos ensea muchas cosas. Nunca sospech que podra ser yo tan hbil como decs que soy y, ya veis, al llegar el momento de tener que ganarme el sustento como un burgus, la vida me ha demostrado que tengo en m condiciones para triunfar por mi propio esfuerzo. Y no me siento nunca satisfecho; siempre anso un ms all, una mayor perfeccin. Estoy seguro que no voy a ser toda la vida un burgus miserable, hazmerrer de los chiquillos que se agolpan en torno a mi mesa de chucheras. Ambiciono triunfar, un triunfo debido no a la intriga, sino a mi propio esfuerzo, el ms meritorio de todos los triunfos. - Tenis una fe ciega en vos mismo - contest Martn -, pero esto no basta, Juan, para triunfar. Vos bien lo sabis; me consta que lo sabis. Lo interesante en vos es que a una fe inmensa en las propias fuerzas se une un talento sin par.

  • 27

    - Exageris, mi buen Martn - dijo Juan dando unas palmadas cariosas a su amigo -; exageris. Soy un hombre como hay tantos en Estrasburgo; lo que sucede es que no me conformo, y esto es lo interesante. No conformarse con la suerte del presente es lo esencial para avanzar. Es posible que uno se estrelle, pero aun as, siempre ser ms meritorio que quedarse detenido. Tengo muchos planes. Ilusiones? Quizs s! Pero ambiciono, y quien ambiciona lucha, y la lucha es la base del triunfo. - He visto vuestro ltimo juguete - dijo Martn -. Es ingenioso, nadie puede negarlo. Dominis la mecnica como pocos. Por qu no os dedicis a otras cosas ms provechosas? - Sueo en ello, Martn - le contest Juan Gutenberg -, pero la necesidad de vivir me obliga a la construccin de las chucheras. Me falta capital para emprender algo de ms enjundia; sin capital no puede hacerse nada de provecho. Martn no contest. Luego, dndose una palmada en la frente, dijo: - Puedo ayudaros! -Vos?- respondi Juan Gutenberg en un tono zumbn. - No os riis. Yo no, porque soy pobre, pero conozco un pariente lejano de mi esposa que puede ayudaros econmicamente. Es uno de los burgueses ms ricos de Estrasburgo. Sin duda que si le hablara mi Luisa, le hara caso. - No me gusta mezclar las mujeres en estos asuntos - dijo Juan Gutenberg - Parece muy poco serio. - Bah, bah! Esto son escrpulos de nio - arguy, riendo, Martn-. Lo interesante es conseguir el fin propuesto. Los medios, mientras no sean deshonrosos, son aceptables. Yo hablar a mi esposa del asunto. Confiad en m. - Ya sabis que confo en vos, pero francamente, me hubiera gustado triunfar solo- contest Juan Gutenberg. - Y solo triunfaris. Dejar dinero no es ningn mrito; al fin y al cabo no ser ms que una especulacin, porque mi pariente, el platero Abrahn Fabert, si deja en vuestros ensayos unos puados de gulden, ser para obtener otros ms. No suelta un gulden si no tiene la seguridad de que va a lograr una cosecha de dinero. Es un judo, todo un judo... - Pero, y si fracaso?- contesto Juan Gutenberg con un tono que revelaba turbacin y duda en el xito do sus planes... - Caray, amigo - le dijo amistosamente Martn -, si fracasis, mala suerte. Pero yo no creo que fracasis. No lo creo porque estos pequeos juguetes vuestros revelan un dominio excepcional de la mecnica. El hombre que sabe hacer estas cosas, puede hacer tambin otras muchas. - Me confunds con vuestra confianza. Esto me obliga a pensar muy bien vuestra oferta -contest Gutenberg. - Mirad - dijo Martn -, hoy hablar a Luisa de vos y ella se encargar de informar a Abrahn Fabert de vuestras condiciones para el trabajo. Maana sabr si Luisa piensa ser vuestra abogada en este asunto. Si ella no tiene inconveniente en defenderos y apoyaros, contad con el dinero. - Tengo veinticuatro horas para meditar lo que me proponis - contest Juan Gutenberg- Es tiempo suficiente para tomar una decisin. - Os conviene el apoyo que os propongo-dijo Martn.

  • 28

    Aquel mismo da, Martn Chemnitz expuso a su esposa Luisa las habilidades de su amigo y la necesidad de que fuera ella la que hablara a Abrahn Fabert para un prstamo. Todo de momento sali a pedir de boca. Luisa no conoca personalmente a Juan Gutenberg, pero s por referencias de su esposo, quien siempre le elogiaba. A la maana siguiente fue a la tienda de Abrahn, en el centro de Estrasburgo. - Hola, Luisa - dijo como saludo el joyero al ver a su parienta. Abrahn era, moral y fsicamente, todo un tipo de judo. Viva soltero en un piso modesto, pero se aseguraba que era uno de los burgueses ms ricos de Estrasburgo, prestamista a un inters ilegal, pero muy reservado, de modo que esta cualidad le haca persona grata a los que a l acudan. - Esperad un poco, Luisa. Pronto termino con un cliente y os atender. Mientras tanto, examinad mi coleccin de vajillas, que ya s que os gusta mucho. - No os preocupis por m - contest Luisa -. S entretenerme en vuestra casa. El judo se march y no volvi hasta tres cuartos de hora ms tarde. Sin duda trataba de algo referente a prstamo, ya que el cliente, para no ser visto, sali por la trastienda. - Bien, bien - y al exclamar as iba frotndose las manos acompaando la accin con una sonrisa -. Puedo saber, Luisa, qu os ha trado por mi casa? - Veros? - contest ella con un guio malicioso. -Bah, bah!, tonteras. Vos siempre tan coqueta - dijo el judo, a quien no desagradaba la zalema de la parienta. Luisa era una de estas mujeres que se detienen durante aos en la mitad de su vida y parece que el tiempo transcurre dejndolas de lado. Ella estaba bien formada, llena de carnes, y tena los ojos juguetones y maliciosos. No vesta con lujo, pero tampoco con pobreza. Haba llevado al matrimonio una dote decentita y saba administrar. Malas lenguas aseguraban lo que nadie poda afirmar, guindose ms en el carcter zalamero y coquetn que en hechos ciertos. El judo conoca las murmuraciones; las creyera o no, en ms de una ocasin tante el asunto para ver si era cosa fcil, y siempre hall, entre risas y bromas, una repulsa. En esto Luisa era maestra consumada. Saba rechazar sin ofender, y en cada pretendiente desairado, no dejaba la agrura del desengao, sino un amigo que se crea con derecho a volver algn da al ataque. Abrahn Fabert escuch a su parienta al parecer con atencin, mas cuando Luisa hubo terminado, no saba en realidad lo que le haba dicho. Tena los ojos puestos en ella y el pensamiento en algo inconfesable. Al soltern le atraa la idea de una aventura, pero estaba escrito que aquella mujer no era para l, como no fue para otros hombres que desearon lo mismo. - Decais...- dijo Abrahn en una pausa. - Ya veo que no habis prestado atencin a mis palabras - le contest Luisa sin un deje de reproche. - Slo s que queris dinero. - Ya sabis lo suficiente - dijo Luisa sin abandonar su pcara sonrisa -. Vos lo tenis y a otros les falta. - Y quin es el amigo? - No es amigo mo; no pensis mal, que yo s leer en vuestros ojos lo que no dicen las palabras -contest Luisa.

  • 29

    - Y vos queris que preste dinero a un desconocido? Luisa, no sois buena conmigo; esto es querer llevarme a un mal negocio. Luisa sonri burlonamente. Conoca muy bien a Abrahn, mucho mejor de lo que le conocan los dems. Haba frecuentado mucho en otros tiempos la casa de sus padres, y su madre le haba hablado varias veces de las riquezas de la familia de su pariente, un verdadero lince en toda clase de negocios de usura y especulacin. - Por lo menos decidme el nombre de la persona a quien va destinado mi dinero. Creo, Luisa, que a esto tengo derecho. No es costumbre dejar los gulden a ciegas. - Desde luego, tenis un derecho - contest Luisa -. Seguramente vos habris visto unos juguetes muy ingeniosos en la feria de la plaza. El hombre que los construye es el que necesita el dinero y se llama Juan Gutenberg. -Juan Gutenberg? - exclam Abrahn con manifiesta violencia. - Le conocis - dijo Luisa al ver la actitud de su pariente. - No le conozco, pero sabed algo que es esencia: para este hombre mi bolsa est cerrada. Y que no se cruce en mi camino porque pondra toda mi influencia contra l. - Bromeis o queris negarme lo que os pido de un modo que revela el juego - dijo Luisa ante la incongruencia de las palabras de su pariente. - No bromeo, Luisa; no bromeo - contest de malhumor el judo. - Decs que no le conocis y, en cambio, amenazis - coment Luisa, intrigada -. No me negaris que esto es incomprensible. -Quizs! Pero sabed algo que ignoris. Abrahn Fabert hizo una pausa. Luego, lentamente, como si meditase cada una de las palabras que iba pronunciando, dijo: - En Maguncia haba un hombre malo, un hombre que odiaba a los burgueses; este hombre se llamaba Federico Gensfieisch. Se cas con una patricia, de la casa de los Gudenberg, una muchacha muy bonita, Elsa. Del matrimonio naci el hombre para el que me peds apoyo. - Y qu hay de malo en ello? - dijo Luisa sin comprender las palabras de su pariente. - No me interrumpis - contest Abrahn-. No he acabado todava. El judo hizo una pausa. Quera ser breve y meditaba las palabras para ahorrar las innecesarias. - Mi padre continu - estaba ligado con un hermano nuestro en religin y raza, a quien todos conocan por maestro Hans, por una amistad honda de muchos aos. Este hombre, que haba prestado excelentes servicios a la casa de los Gudenberg en Maguncia, fue traicionado por el padre del hombre para quien ahora me peds apoyo y nuestro hermano Hans muri horriblemente. Horriblemente, s! Su cuerpo fue mutilado con salvajismo, y cuando mi padre, junto con hermanos nuestros, quiso recoger los restos de Hans, encontr slo un montn de huesos calcinados: la hoguera haba destruido su cuerpo. Esto no se perdona, Luisa. Hemos jurado no amparar a nadie de los Gudenberg durante tres generaciones... Luisa no quiso insistir. nicamente lamentaba el tiempo perdido en casa de su pariente. No crea la historia, pero aun de ser cierta, saba bien que Abrahn haba dicho slo una parte de la verdad. Los judos eran odiados porque se

  • 30

    dedicaban a la usura y a la especulacin; de vez en cuando el populacho asaltaba sus tiendas y se entregaba al placer de la venganza sin que las autoridades reprimiesen enrgicamente los desmanes. El elector, los patricios, los burgueses y la plebe odiaban a esa gente sin escrpulos que comerciaban con la miseria de los dems. Si maestro Hans muri como haba dicho Abrahn, alguna de las suyas habra hecho, coment Luisa para sus adentros. Al salir de la tienda del judo, se acord de un amigo de su casa, el burgus Dritzehm. As que luisa acudi a l. Dos das despus, Juan Gutenberg tena que agradecer a la esposa de su amigo Martn la amistad y apoyo de un hombre que reconocera el valor de los ensayos del patricio maguntino. Esta vez, Juan Gutenberg tampoco fue muy afortunado. En la Navidad de 1438 la muerte le arrancaba de su lado al buen amigo Dritzehm. Qu haba construido Gutenberg? Nadie lo saba. Era un misterio! Corri por Estrasburgo la noticia de que el maguntino haba inventado algo verdaderamente excepcional. Un da, en casa del juez Juan Locke, se vio el primer proceso contra Juan Gutenberg. No sera la ltima vez que lo llevaran a los tribunales.

  • 31

  • 32

    V

    EL PRIMER PROCESO CONTRA JUAN GUTENBERG Al conocer Gutenberg a Dritzehm, firm con l un contrato. En l se deca que al morir uno de los firmantes, los herederos percibiran una cantidad como indemnizacin, pero nada ms. A los hermanos de Dritzehm, influenciados por los rumores que corran por Estrasburgo de que Gutenberg haba inventado algo que mantena secreto, la codicia les impuls a pretender que el maguntino les admitiese como socios. Pero Gutenberg se neg: nada le obligaba a ello y tena demasiada fe en s mismo como para tolerar que otros participasen en los beneficios. - Juez Locke, yo soy esclavo de mi palabra; si lo soy de mi palabra, lo soy ms de mi firma - dijo Juan Gutenberg en el proceso-. Nunca promet a los herederos del que fue mi socio darles participacin en mis empresas. Ellos lo saben bien. Pero ah est el contrato. Ni en sus artculos, ni en el espritu de sus artculos, puede existir una duda. Tened la seguridad, seor Juez, de que si a pesar de este contrato, yo hubiera pronunciado de palabra lo que afirman los herederos del que fue mi socio, yo no dudara ni un momento en romper este contrato. Los hombres demuestran serlo incluso en los pequeos detalles y un Gutenberg, seor Juez, no los olvida nunca. He aprendido la lealtad y la honradez en la escuela de un hombre bueno, combatido y odiado, pero para m seor Juez, para m y para muchos, lo ms sagrado despus de Dios: mi padre. - Pensad, seor Juan Gutenberg, que a este tribunal se os lleva tambin por dedicaros a actividades secretas. Podis contestar a una pregunta? - dijo el juez en tono amistoso. - Hacedla, seor Juez - dijo Juan Gutenberg -. Quizs pueda contestaros, quizs no. El juez Juan Locke hizo una pausa. Evidentemente meditaba cmo obligara al procesado a contestar. En la sala haba un silencio absoluto. Los vecinos de Estrasburgo se interesaban por aquel proceso, que se sala de la vulgaridad de la vida normal en los tribunales, a pesar de la aparente vulgaridad del asunto. - Para qu habis construido una prensa en casa del que fue vuestro socio? Juan Gutenberg titube unos momentos. Luego dijo: - Seor Juez. Cuando formamos sociedad con Dritzehm, juramos sobre los Evangelios mantener secretos nuestros trabajos. Yo no he jurado nunca en vano, y es mi deseo, seor Locke, mantener el secreto. No es una desconsideracin a este tribunal; no la veis en mis palabras. - Seor Juan Gutenberg- contest gravemente el juez -, soy cristiano antes que juez, y no ser yo quien os obligue a romper un juramento. Libre sois de mantener o no el secreto. La opinin del juez no satisfizo a la sala. Juan Locke impuso rpidamente el silencio. Y aadi: - Podis suponer, seor Juan Gutenberg, que este secreto os perjudica. Vens de Maguncia y os habis amparado en una ciudad que pueden desconfiar de

  • 33

    vos y de vuestro trabajo. No sois un ciudadano de Estrasburgo. Nada tengo contra vos ni contra vuestra familia, pero me consta que tenis enemigos. Muchos enemigos! Juan Gutenberg mir la sala. Evidentemente, entre los que la llenaban pocos estaban a su favor. El nombre de su madre, Gudenberg, era conocido entre los burgueses de Estrasburgo y no poda granjearle muchos amigos. Pero aun as, l estaba dispuesto a mantener el juramento El juez aadi: - Slo una pregunta, seor Juan Gutenberg, y sta podis sin escrpulos contestarla porque no roza vuestro juramento - Si es as - dijo Gutenberg - tened por seguro que contestar. El juez, afectuosamente, con tono de amigo ms que de magistrado, le pregunt: - Esta prensa que habis construido, no es una arma contra la seguridad de la ciudad? Juan Gutenberg no esperaba evidentemente la pregunta. Sonri de momento sin decir palabra alguna. El juez aadi: - Seor Juan Gutenberg, pensad que muchos os creen un revolucionario. - Seor Juez - contest gravemente -, jams me met en poltica. Si mi padre luch en defensa de los patricios, yo, ya lo veis, soy burgus y con los burgueses vivo. No me hagis la ofensa de la sospecha de que puedo ser un traidor. Los Gutenberg han luchado noblemente, y noblemente han vencido o han cado. Yo no mancillar una tradicin honrada. Os doy mi palabra, seor Juez Juan Locke, que jams he pensado en perturbar la paz de esta noble ciudad de Estrasburgo. Que descansen tranquilos mis amigos y enemigos. Doy mi palabra que nunca he puesto mi trabajo al servicio de la poltica, ni de burgueses ni de patricios. Ni lo he hecho, ni pienso hacerlo. Juan Locke escuch atentamente las palabras del procesado. Luego dijo: - Escucharemos ahora a los testigos de los que os acusan. Yo no quisiera molestaros, pero es la ley. Era evidente que el juez senta simpata por el procesado. Los burgueses de Estrasburgo le haban dado el cargo, pero era hombre partidario de la tradicin patricia. Adems, Juan Gutenberg, corts en el trato, amable en sus palabras, de cara bondadosa dentro de unas facciones enrgicas de hombre luchador y decidido, no despertaba odio, no poda despertarlo en nadie. Pero en el fondo de todo aquello y de todo lo que en el transcurso de su vida le sucedera a Juan Gutenberg, haba unas manos ocultas: las de los judos. Haban declarado la guerra a los Gudenberg durante tres generaciones. No olvidaban que un Gudenberg fue su enemigo en la ciudad de Maguncia. Uno de los primeros testigos fue el judo Abrahn Fabert. - Seor Juez - dijo Abrahn en su declaracin -, este hombre es peligroso. Su prensa ha sido desmontada. Por qu? Para que nadie supiera su secreto. Qu inters puede haber en ocultar una prensa? Aparentemente ninguno. Conocemos millares de prensas en nuestras ciudades para prensar uvas, y una prensa similar era, aparentemente, la de Gutenberg y su socio. Algunos de mis amigos pueden demostrar que les ha comprado plomo para la fundicin. Todo esto es muy sospechoso, demasiado para que creamos en la lealtad de este

  • 34

    hombre. Una prensa? Plomo? Para qu? Nadie puede sospechar para qu se ha construido un artefacto as y para qu se ha adquirido el plomo. Algunos vecinos me han asegurado que se ha trabajado de noche sin permiso de la autoridad. El juez Juan Locke escuch a ms de diecisiete testigos; slo tres de ellos fueron voces amigas. Los dems, o eran judas, o estaban a sueldo de los judos. Otro juez hubiera fallado contra Juan Gutenberg. Juan Locke fall a favor. Aquel da se jug la carrera. Tambin a l le declararan la guerra los judos de Estrasburgo. Aos despus Juan Gutenberg, asfixindose en el ambiente enemigo de Estrasburgo, volvi a la ciudad de sus padres. Pobre, pero no vencido. Maguncia iba a ser el centro de sus luchas. Un Gutenberg la inmortalizara. Se aproximaba la fecha nica, solemne, grabada en piedra blanca, en que Juan Gutenberg estampara por vez primera. La victoria es slo para los hombres de fe!

  • 35

    VI

    GUTENBERG EN MAGUNCIA - Vuestro padre jams os hubiera perdonado la traicin que cometis. - No veo nada malo en mi trabajo. Antonio Fichte, hijo del patricio Juan Tefilo Fichte, recriminaba a Juan Gutenberg, el hijo de los Gudenberg, la vileza de haber descendido a burgus. Pero Juan, al llegar a Maguncia de nuevo, pobre, tan pobre que no posea ni lo ms indispensable para el sustento diario, no dud ni un solo momento que era necesario trabajar como haba hecho en Estrasburgo. Trabajar? En qu? En lo que fuera! Primero vivir, y luego, resuelto este problema que no admite pausas, de nuevo a la ilusin de siempre, al invento que le absorba todas las ilusiones, todos los afanes. Juan Gutenberg tena una fe ciega en que le llegara el triunfo. Cundo? No saba cundo, pero lo interesante en esto es que crea en el triunfo, y creer en algo, no dudar nunca, marchar con paso firme hacia un fin, es esencial para no caer vencido. - Decs, Antonio Fichte, que ser burgus es una vileza? - pregunt Juan Gutenberg con irona contemplando sus ropas en mal estado. - Para un hijo de patricio, s -le contest con orgullo Antonio Fichte. - Pues perdonadme, pero yo no veo vileza alguna en no querer ser un pordiosero. Me gano honradamente el sustento y tengo el orgullo, el bendito orgullo, de no acudir a las puertas de los amigos de mi casa implorando proteccin. Para m no habra humillacin mayor. No he descendido tanto ni descender jams a tanto. Antonio Fichte, que haba heredado de su padre Juan Tefilo Fichte, el amigo de los padres de Juan Gutenberg, el orgullo patricio y el hondo desprecio a los burgueses, no contest. Indudablemente, no poda comprender an por qu un descendiente de los Gudenberg al llegar a Maguncia pobre se negaba rotundamente a vivir como un patricio, despreciando el trabajo manual y amparndose en la clase noble que no le cerraba sus puertas. Despus de una pausa, Juan Gutenberg, poniendo la mano en el hombro de su amigo, le dijo: - No podis comprenderme. Pienso tan diferente! Para m no hay vileza alguna en el trabajo manual. Para m, precisamente, la gran nobleza del hombre est en el trabajo. Y mientras pueda, jams aceptar una limosna. No quiero ofender a nadie, y mucho menos a los que deseis protegerme por ser hijo de patricio. Os digo a todos gracias, mas no acepto. Dejadme vivir como yo he resuelto vivir. Nuevamente Antonio Fichte escuch sin dar contestacin. Luego, le dijo: - Juan, t no debes hacer esto. Nos humillas a todos. Piensa que tu padre perteneca a los patricios Gensfieisch, una casa antiqusima de Maguncia, y que tu madre era una Gudenberg. Usas el nombre de tu madre y ello te obliga, Juan, a mantenerte digno de la tradicin patricia. Tus padres jams te perdonaran este desvo.

  • 36

    Juan Gutenberg se qued pensativo unos momentos. El recuerdo evocado de sus padres en aquella ciudad de su juventud dorada, cuntas emociones hizo desfilar rpidamente por su mente! Luego, con tono digno y resuelto, contest: - Jams me perdonara una ofensa a mi santa madre; llevo un apellido y sabr honrarlo. Luchar, amigo, para que el nombre de Gudenberg quede grabado en Maguncia y ms all de Maguncia sin una mcula. Cmo? Trabajando! Antonio Fichte hizo un movimiento de disgusto, y Juan continu: - Voy a demostrar a mis amigos, a los que por lo menos fueron amigos de mi padre y de mi santa madre, que s ser digno de mis antepasados. Voy a demostrar a los burgueses que desprecian a los patricios, que un hijo de patricios va a dignificar el trabajo con uno de los inventos mayores que ha podido concebir el hombre. Al or la palabra invento, Antonio Fichte, que conoca los rumores que acompaaban a Juan Gutenberg desde Estrasburgo, replic: - Ya sabemos en Maguncia que trabajas secretamente. Un invento? Ve con cuidado Juan. No ignoramos que en Estrasburgo fuiste procesado y por aqu se te acusa de dedicarte a artes de brujera... Al or aquello, Juan sonri: No esperaba esa contestacin por parte de su amigo. - No es ningn secreto mi proceso de Estrasburgo -replic sonriendo-. No lo es tampoco que trabajo secretamente. Ambas cosas no quiero ni me interesa pasarlas en silencio. Pero si todos saben esto, todos han de saber tambin que el juez Juan Locke fall el pleito a mi favor. -Locke era tu amigo, Juan. - replic rpidamente Antonio - No es cierto - dijo Juan Gutenberg dignamente. Antonio, ante el tono grave de Juan, no insisti. - No es cierto - continu Juan Gutenberg -. El juez Locke no fall a mi favor por ser un amigo mo, como malvolamen